Carlos Mesters Maria La Madre de Jesus

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LAGO DE

6ENE5AKT

CARLOS MESTERS

MARÍA, LA MADRE DE JESÚS 3.a edición

EDTCrONES PAULINAS

© Ediciones Paulinas 1981 (Protasio Gómez, 13-15. 28027 Madrid) © Editora Vozes Ltda., Petrópolis/Río de Janeiro 1977 Título original: María, a Mae de Jesús Traducción del portugués: Teófilo Pérez ISBN: 84-285-0860-7 Depósito legal: M. 22.735-1987 Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. Humanes (Madrid) I m n n > s n pn

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1 Llevando las andas de Nuestra Señora

EL NOMBRE DE MARÍA

Es muy frecuente entre el pueblo llamar a las mujeres con el nombre de María. Cuando alguien no' sabe cómo se llama una pobre muchacha en la calle, la llama así: «Eh, tú, María, ven aquí.» Y ellas no suelen protestar. ¡El nombre de María les va bien a todas! Pero resulta además que María es de hecho el nombre real de muchas personas. Difícilmente se encontrará, en toda la amplia área iberoamericana, una familia que no tenga uno o varios miembros con el nombre de María glosado de mil maneras: Ana María, María Jesús, María José, José María, Mario, Mariano, Pilar, Montse, Begoña, Rocío, Fátima, Lourdes, Conchita, Piedad, Dolores, Socorro, Puri, Rosario, Amparo, Guadalupe, Mercedes, Consuelo, Asunción, Carmen, Nati, Visitación, Dulce, Paloma, María Teresa, María Luisa, Eva María, o María simplemente. Estos y otros muchos nombres tienen todos el mismo origen. Vienen del nombre de la Madre de 9

Jesús, que se llamaba María. Era ella una muchacha pobre y humilde. Vivió hace unos dos mil años, pero hasta hoy al pueblo le gusta llevar ese nombre. Le gusta mirarla e invocarla con una breve oración, ya muy antigua, llamada abreviadamente y en una sola palabra: avemaria.

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EL AVEMARIA (*)

La primera parte de esta oración viene del ángel Gabriel, cuando trajo a María la invitación a

(*) E n nuestra lengua castellana solía usarse —y algo todavía se usa— la expresión «Ave María» o «Ave María Purísima» como fórmula devota de saludo a María (e, indirectamente, a los demás). Pero respecto a la salutación angélica ha prevalecido el n o m b r e o título en una sola palabra común: avemaria (como el padrenuestro, en el caso de la oración del Señor). Sólo como título, porque luego la fórmula del saludo se ha convertido, curiosamente, en la perífrasis «Dios te salve, María». Ave y salve eran dos modos latinos de saludar ( = desear salud, salvación, protección de lo alto), una forma de dar albricias, diríamos. En las principales lenguas occidentales modernas, el avemaria se ha traducido como un saludo que el fiel devoto repite a María, de una manera personalizada (Je vous salue, Marie —yo te saludo, María—, dice el francés) o cual objetiva reiteración de la fórmula usada por el ángel (Ave, María, dicen el italiano y el portugués; Hail, Mary —salve, María—, el inglés; Gegriisset seist Du, Maria —saludada seas tú, María—, el alemán). Quien reza el avemaria en castellano también repite, p o r su parte, el saludo del ángel, pero con un delicado matiz: quisiera que María reviviese aquel momento preciso en que recibió el anuncio p o r parte de Dios. «Yo te saludo, María —viene a querer decir—, pero mi deseo es que estas mis

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ser la Madre de Dios. Entrando en su casa, el ángel dijo: «Alégrate, favorecida ( =Dios te salve, María), el Señor está contigo» (Le 1,28). La otra parte viene de santa Isabel, prima de nuestra Señora. Cuando ésta fue a visitarla, Isabel le dijo: «Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» (Le 1,42). Más tarde, los cristianos añadieron a los saludos del ángel y de Isabel la invocación: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.» Después del padrenuestro no hay otra oración más común entre los cristianos. Desde hace siglos una multitud incontable la repite sin cesar. Cada

palabras resuenen en tus oídos como si te saludase Dios mismo; justo como sucedió aquella vez de Nazaret...» He aquí el porqué del «Dios te salve, María». (Obviamente, «salve» no es aquí una petición —como alguien menos instruido puede pensar— de que Dios conceda la salvación a María, sino que significa sencillamente: «Dios te saluda.» En esto, nuestra fórmula se aproxima con más intensidad al original griego: «Alégrate, María»... porque Dios está contigo, te saluda.) (NdT.)

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rosario incluye cincuenta veces la misma plegaria. Es muy difícil encontrar entre nuestro pueblo hispanohablante alguien que no haya rezado nunca o que ya no sepa el avemaria. La mamá o la abuelita se la enseñan a los pequeños. Cuando uno quiere decir que de religión o de rezos no sabe ni jota, confiesa: «Ya no sé ni el avemaria.» Para muchos, saber rezar el avemaria es el principio de la instrucción religiosa.

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LAS ANDAS DE NUESTRA SEÑORA

La historia de España y de toda Iberoamérica parece unas inmensas andas de Nuestra Señora llevadas por el pueblo humilde a través de los tiempos. Pueblo anónimo, sin placa de identificación en la solapa. Pueblo cuya preocupación es la de quedar escondido, tras el nombre de María y tras los adornos y las flores que cuelgan por los lados de las andas hasta el suelo. Lo que aparece y debe resaltar es el nombre y la imagen de Nuestra Señora, aclamada e invocada por miles de voces que lloran y gritan, desde abajo y sin parar: ¡avemaria! Llevando las andas de Nuestra Señora, el pueblo lleva por las calles la esperanza de poder llegar un día allí donde Nuestra Señora ya llegó, es decir, a gozar la libertad total de los hijos de Dios. Llevando la imagen de María, el pueblo da a todos la prueba concreta de que caminando con Dios es posible realizar esa esperanza. La historia de María es la imagen de la historia 14

del pueblo sencillo. Una historia que no ha terminado aún. Sigue, hasta hoy, en las pequeñas y grandes historias de este pueblo que va escondido bajo las andas, rezando sin parar el avemaria.

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LOS GRANDES Y LOS PEQUEÑOS María, muchacha humilde de un pueblecito del interior de Palestina, es saludada hasta hoy por millones de personas. El pueblo entero la venera y la invoca. Ella misma lo previo y así se lo dijo a Isabel: «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Le 1,8). ¿Cómo' explicar esto, si tiene explicación? La pregunta no es tan necia como pudiera parecer. Veamos. Cuando el ángel visitó a María todas esas generaciones y pueblos de que ella hablaba a Isabel estaban gobernados por Augusto, emperador de Roma, dueño del mundo. Augusto se quedó sin saber nada de aquellas visitas del ángel a María y de María a Isabel; ni se le consultó, por más que se tratase de un asunto muy importante respecto al destino de aquellas naciones. Y es que Dios no pide permiso a los amos de este mundo para poder hablar a los pequeños y humildes. Por lo demás, casi todos se quedaron sin saber nada. Dios no hace propaganda de las cosas que realiza. 16

Si aquel día alguien hubiera avisado al emperador: «¡Señor emperador!, allá en Palestina una joven acaba de recibir la visita de un ángel. Convendría tomar medidas, pues la cosa parece muy seria. Esa joven anunció que iba a ser proclamada bienaventurada por todas las naciones del mundo. Dijo también que los poderosos van a ser derribados de sus tronos (cf Le 1,52)»... ¿Cuál hubiera sido la respuesta del emperador? Quizá dijera: «¡No sea ridículo, por favor! Un ángel y una muchachita no son ninguna amenaza para mí ni para mi trono. ¡Soy yo al que están llamando feliz todas las naciones del mundo! Mi trono está bien firme, ¡no se preocupe! Tengo enemigos más serios que combatir.» ¡Y, sin embargo, la joven de Nazaret tuvo razón! Muchos años después, el trono de Augusto cayó podrido; y en el lugar donde estaba el templo de la diosa Roma surgió una iglesia en honor de Santa María de la Victoria. ¿Cómo se explica todo esto, si cabe una explicación?

17 2. MARÍA...

SER DE DIOS Y DEL PUEBLO

¡Claro que hay una explicación! Por dos motivos. Primero: María era mucho más que una simple muchachita. Era portavoz de la esperanza de todo un pueblo, ¡del Pueblo de Dios! Segundo: María, además de ser del pueblo, era también de Dios, totalmente, ¡y Dios estaba con ella! ¡Ser de Dios y del Pueblo! Estos dos puntos marcan la vida de Nuestra Señora. Por eso el pueblo la venera con tanto entusiasmo llevando sus andas por las calles e invocando su nombre. ¡Porque es exactamente eso lo que el pueblo espera de quienes trabajan por su libertad! Para poder ser del pueblo hay que ser de Dios. Para poder ser de Dios hay que ser del pueblo. ¡Así lo quieren Dios y el pueblo! ¡Ser de Dios y del Pueblo! Son éstos los dos grandes retratos que de Nuestra Señora sacó la Biblia y que la Iglesia conserva en su álbum. En un 18

tercer retrato, la Biblia muestra cómo María supo unir, en su vida, su amor a Dios y al pueblo. Vamos a abrir ahora el grande álbum de la Iglesia para contemplar a las claras estos tres retratos de nuestra Madre. Abrir el álbum de la Iglesia para mirar los retratos de María es como mirar a la luz del día las imágenes de Nuestra Señora.

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LA IMAGEN DE MARÍA ES POBRE Y MORENA (*) La imagen de Nuestra Señora es pequeña, cubierta con un manto bonito y ricamente adornado, (*) El a u t o r aplica estas características —pequeña y «negra»— a la imagen de Ntra. Sra. Aparecida, Patrona de Brasil y la advocación más difundida en aquel inmenso país. Entre las innumerables Vírgenes españolas —e iberoamericanas— son muchas las que presentan esas facetas. Baste recordar la Virgen del Pilar, diminuta hasta llamarse más por su peana que por su fisonomía; la Virgen de Montserrat, la entrañable «Moreneta»; la Virgen de Covadonga, conocida p o r el diminutivo de «la Santina»; la Virgen de los Desamparados, popularmente «la Cheperudeta» ( = j o r o b a d i t a , porque se inclina hacia los necesitados); otra imagen valenciana se denomina expresivamente la Purísima Chiqueta ( = chiquita) por ocupar u n espacio mínimo en un pequeño cuadro; la Virgen de Guadalupe, «pintada» en la b u r d a tela de una tilma; la Virgen de Begoña, de tez más bien oscura. Y tantas imágenes románicas talladas casi a azuela, sin grandes exquisiteces de rebuscada «belleza». Sin hablar de las Vírgenes andaluzas, todo cara y manos, o sea p u r o gesto acogedor. En contraposición a esa pequenez de las imágenes tradicionales, ¡qué mantos espléndidos, abigarrados y grandiosos no ha ofrecido el pueblo a lo largo de los siglos, con incesantes pruebas de amor sacrificado! (NdT.)

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¡presente del pueblo! Exactamente. Pues al pueblo le gusta adornar y enriquecer lo que ama. Sólo que el manto rico ha acabado por esconder gran parte de la imagen de María, imagen pobre y morena. Sólo mirando con detención la gente percibe que la Virgen es pequeña, y morena. El manto es bonito, precioso; nadie podría llevarlo así por la calle. Pero la gente no puede olvidar que esa imagen de Nuestra Señora es atezada, justo como el rostro de tantas «Marías» que encontramos por la calle. Lo que sucedió con su imagen, pasó con la misma María. Glorificada por el pueblo y por la Iglesia como Madre de Dios, ha recibido un manto de gloria. Pero éste acabó escondiendo gran parte de la semejanza que ella tiene con nosotros. Hizo de ella una persona diferente, y la gente casi olvida que fue, y es todavía, una pobre y sencilla muchacha del pueblo. Sólo mirando a las claras los tres retratos que la Iglesia conserva en su álbum percibe la gente que María, en la Biblia, es pobre y sencilla, muy parecida a la mayoría de nuestro pueblo. La Biblia habla muy poco de Nuestra Señora, pero lo poco que dice es muy importante. Es lo suficiente para que la gente pueda conocer la grandeza de su sencillez y la riqueza de su pobreza. Es lo suficiente para que la gente pueda descubrir su mensaje a nosotros.

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2 Los tres retratos de la Madre de Dios que la Biblia nos ha conservado

PRIMER RETRATO: MARÍA ERA DE DIOS

Oír, creer y vivir la Palabra de Dios En la visita a Isabel, María mostró su gratitud a Dios tejiendo un himno, cantado hasta hoy: «El Poderoso ha hecho tanto por mí, él es santo» (Le 1,49). Todo este cántico, enteramente, está lleno de frases sacadas de la Biblia (cf Le 1,46-55). Únicamente una persona que conoce la Biblia casi al dedillo es capaz de componer un canto así. Ello demuestra que María conocía muy bien la Biblia. Ella meditaba la Palabra de Dios, leyéndola en casa o participando en las reuniones con el pueblo. Conocía la historia de Abrahán y del Éxodo, la ley de Moisés, las promesas de los profetas, los salmos de David. Estaba al tanto del plan de Dios, descrito en la Biblia (cf Le 1,54-55). Y no sólo eso. No solamente oía y meditaba la Palabra de Dios, sino que también procuraba vivirla, para ayudar así en la realización del plan de Dios. Tal aparece en la visita del ángel. Cuan25

do Gabriel le presentó la palabra de Dios, María no dudó. Creyó y se puso a disposición de Dios: «Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho» (Le 1,38). O sea: «Que esta palabra de Dios se realice en mí.» Por eso la alabó Isabel: «Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Le 1,45).

La Palabra de Dios en la Biblia y en la vida Hay que notar bien lo siguiente: la palabra de Dios que el ángel anunció a María no estaba escrita en la Biblia; era un hecho nuevo que acontecía en aquel preciso instante. Para María, Dios hablaba no sólo a través de la Biblia sino también en los acontecimientos de la vida. Ella fue capaz de reconocer la palabra de Dios en los acontecimientos, porque se alimentaba de la palabra de Dios escrita en la Biblia. La meditación de la palabra escrita purifica los ojos y hace descubrir la palabra viva de Dios en la vida. «Dichosos los limpios de corazón, porque ésos van a ver a Dios», proclamaba Jesús treinta años después (Mt 5,8). En esta atención constante a la palabra de Dios en la Biblia y en la vida está la causa de la grandeza de María. Una vez que Jesús estaba hablando al pueblo, una mujer no pudo contenerse y piropeó a su madre: «¡Feliz la que te dio a luz y te amamantó!» (Le 11,27). Pero Jesús no se 26

mostró muy de acuerdo y dedicó otro elogio a su madre: «¡Felices sobre todo los que escuchan la palabra de Dios y la practican!» (Le 11,28). La causa de la grandeza de María no estribaba en el hecho de ser la madre de Jesús, de haberle llevado nueve meses en el seno y de haberle alimentado a sus pechos. Eso era una consecuencia. La causa estaba en que María había escuchado la palabra de Dios, cumpliéndola en su vida. Por esta su obediencia a la palabra de Dios, ella dijo al ángel: «¡Cúmplase en mí lo que has dicho!» (Le 1,38). Así llegó a ser Madre de Dios. Y conviene recordar aún que Jesús no dijo: «Felices los que leen la Biblia y la llevan a la práctica», sino: «Felices los que escuchan la palabra de Dios y la practican.» La palabra de Dios no está sólo en la Biblia. Se revela tanto en la Biblia como en la vida.

A pesar del

sufrimiento

Nadie debe pensar que todo eso resultase muy fácil a Nuestra Señora. En su voluntad de oir y practicar la palabra de Dios, encontraba no sólo su felicidad y paz sino también la fuente de su sufrimiento. Mucho de lo que Dios la exigía, ella no llegaba a entenderlo del todo. Trataba de entenderlo, pero no siempre lo conseguía. Así, ante la palabra de Dios, algunas veces se quedaba con miedo. El ángel tuvo que decirle: 27

«¡Tranquilízate, María!» (Le 1,30). Otras veces se quedaba admirada; por ejemplo, cuando el viejo Simeón le dijo que Jesús era la luz de las naciones (cf Le 2,32-33). Y debió preocuparse grandemente cuando el mismo Simeón le anunció: «Una espada te atravesará el alma» (Le 2,35). Se quedó sin entender el ofrecimiento del ángel a ser la madre de Jesús (cf Le 1,34) y tampoco entendió las palabras que el mismo Jesús le dirigió después que ella estuvo buscándole durante tres días y le encontró en el templo en medio de los doctores (cf Le 2,50). Tuvo que sufrir horriblemente cuando, por su fidelidad a la palabra de Dios, provocó la duda en san José (cf Mt 1,18-19). La Biblia dice que María escuchaba todo, y luego conservaba el recuerdo de ello, meditándolo en su corazón. Se quedaba rumiando, remembrando y meditando las cosas, las cosas grandes y pequeñas de la Biblia y de la vida (cf Le 2,19.51). No lo entendía todo. Había mucha oscuridad. ¡La luz se hace en la travesía!

Un resumen de la vida de María La palabra de Dios tenía entrada franca en la vida de María, sin ningún obstáculo. Encontraba un corazón abierto y una voluntad dispuesta que decía: «Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho» (Le 1,38). O sea: «Estoy a las órdenes de Dios.» 28

Estas palabras son como un resumen de la vida de María. En fuerza de eso, ella ya no pertenecía a sí misma. Pertenecía a Dios. ¡Era de Dios, totalmente! «El Señor está contigo», decía el ángel. Dios no era apenas una idea bonita, sino Alguien sin el que ella ya no podía vivir. Ella se ancló en Dios, declarándose su criada o sierva (cf Le 1,38.48). Dios tomó la responsabilidad de la vida de María, y ella le dejó hacerlo. No opuso resistencia alguna, nunca, ni siquiera un ápice. Igual que para Abrahán, el padre del Pueblo al que pertenecía, también para María no resultó fácil aceptar y vivir la palabra de Dios en su vida. Al contrario, le fue motivo de mucho sufrimiento y duda, de mucha tristeza y oscuridad. Pero ella permaneció firme, como se había mantenido el padre Abrahán. De tal padre, tal hija.

Desde la Concepción

hasta la

Asunción

La Iglesia enseña que Dios tomó en cuenta la vida de María desde su primer comienzo hasta su último fin, desde el momento en que fue concebida hasta el instante en que fue elevada al cielo; o sea, desde su Inmaculada Concepción hasta su Asunción a los cielos. Estas dos verdades enseñadas por la Iglesia son la confirmación de cuanto la Biblia dice claramente: la palabra de Dios tomó en cuenta la vida de María de punta a cabo. Ella era de Dios totalmente 29

y radicalmente. Nunca hubo en ella nada que fuese contrario a Dios. Dios reinaba en María. En ella, el Reinado de Dios era ya un hecho. El pecado de Adán, por el que el hombre se separó de Dios, nunca tuvo parte alguna en María. Esto es lo que celebramos, cada año, en las dos grandes fiestas: la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, el 8 de diciembre, y la solemnidad de Nuestra Señora de la Asunción, el 15 de agosto.

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SEGUNDO RETRATO: MARÍA ERA DEL PUEBLO Atenta y preocupada con los demás La ancha entrada de la palabra de Dios en la vida de María no hizo de ésta una persona aérea, desligada de las cosas de la vida y del pueblo. Al contrario, hizo de ella una persona bien atenta y comprometida con los problemas de los demás. Por ejemplo, cuando aceptó la palabra de Dios transmitida por el ángel, su primer pensamiento no fue para sí misma sino para su prima Isabel. El ángel le había informado de que Isabel, mujer ya de edad, había quedado embarazada por primera vez (cf Le 1,36). Una mujer así necesita asistencia. María no lo dudó y se desplazó a Judea, a más de 120 kilómetros de Nazaret. ¡Veinte leguas! Emprendió semejante viaje sólo para ayudar a su prima en los tres últimos meses de gravidez (cf Le 1,39.56). Por entonces no había tren ni autobuses. Un leproso de Acre, leyendo este paso, 31

dijo así: «Me avergüenzo. Cuando voy a visitar a mi madre, llego diciendo que me quedaré poco tiempo. ¡Pobre viejecita, que ya no puede ni atropar la leña! La próxima vez voy a hacer como Nuestra Señora y quedarme más tiempo para ayudarla.» Otra vez María fue invitada a una boda en Cana (cf Jn 2,1). Estaba también allí Jesús. La fiesta de bodas era entonces la gran ocasión de comer y beber a saciedad. Llegó un momento en que María se dio cuenta de la falta de vino, y en seguida tomó las debidas medidas y se fue a hablar con Jesús: «¡No les queda vino!» (Jn 2,3). Y así consiguió que Jesús hiciera su primer milagro en favor de unos novios pobres, para que no quedasen avergonzados y la fiesta se estropease (cf Jn 2,6-11). Resumiendo, en vez de hacerla encerrarse en sí misma y pensar en su propia salvación, la palabra de Dios hizo que María saliese de sí y se olvidase de sus problemas para poder pensar en los demás.

No abandona a los amigos en el momento del aprieto Aunque no siempre entendiese todo lo que Jesús enseñaba y hacía, ella le apoyó siempre. Por eso tuvo problemas con los parientes. ¿Quién no los tiene? Los parientes andaban preocupados por Jesús, creyendo que estaba yendo demasiado lejos, 32

que había perdido el juicio (cf Me 3,11). Querían llevárselo por la fuerza a casa (cf Me 3,21) y habían logrado que María estuviera allí para mandarle ese recado (cf Me 3,31-32). Pero Jesús no picó y dio a entender a sus parientes que no tenían autoridad ninguna sobre él. Sólo Dios la tenía, y lo importante era hacer su voluntad (cf Me 3,3335). En otra ocasión, los parientes querían que Jesús fuera un poco más osado y se presentase en seguida en Jerusalén para ganarse mayor fama (cf Jn 7,2-4). Al fin y al cabo los parientes no creían en Jesús (cf Jn 7,5). Eran oportunistas. Querían sólo aprovecharse de su famoso primo. Lo que Jesús había dicho: «Los enemigos de uno serán los de su casa» (Mt 10,36), estaba aconteciendo con él mismo, dentro de su propia familia. ¡Mucho debió sufrir María por ello! Pero cuando al final Jesús fue apresado como subversivo (cf Le 23,2) y condenado como hereje (cf Mt 26,65-66), los parientes desaparecieron todos y ninguno daba la cara a no ser algunas mujeres. Pero María aguantó. No huyó, no tuvo miedo. Incluso los apóstoles, excepto Juan, se eclipsaron (cf Mt 26,56). Ella no. Se quedó con Jesús y le apoyaba. Estuvo con él hasta en el Calvario y allí permaneció, asistiéndole en su agonía (cf Jn 19,25). Eso formaba parte de su misión, asumida ante el ángel: «Soy la esclava del Señor; que se haga en mí lo que has dicho» (Le 1,38). Las autoridades condenaron a Jesús como anti33 3. MARTA...

Dios y anti-pueblo. A María no le importó; fue la única de la familia que no retrocedió. Ella no abandona a las personas en la hora del aprieto. ¡Va con ellas hasta el final! Lo mismo hizo con los apóstoles. Aunque había sido abandonada por ellos, no les dejó. Se quedó con ellos, perseverando en la oración por nueve días para que la fuerza de Dios les ayudase a superar el miedo que les acoquinaba y les hacía huir (cf He 1,14).

Era del pueblo por decisión propia y por condición de vida Todo esto muestra que María no era sólo de Dios, sino también del pueblo de Dios. ¿Qué significaba para ella ser del pueblo de Dios? Significaba ser del pueblo pobre y vivir sus problemas. María era del pueblo pobre no como quien baja de un alto trono para dar una pequeña ayuda o limosna a los pobres cuitados que están abajo. Era del pueblo porque vivía la misma vida de todos. No era ni rica ni poderosa (cf Le 1,52-53), sino pobre, casada con un muchacho pobre, José, emigrante o hijo de emigrantes. Tenía un hijo pobre, Jesús, que carecía hasta de un hogar donde reclinar la cabeza (cf Le 9,58). Para unos pobres como ellos, no había lugar en las posadas y sólo disponían de los abrigaños de animales, las grutas y chozas (cf Le 2,7). •¡.A

Pero hay pobres que a pesar de serlo están del lado de los ricos y poderosos, despreciando a sus compañeros. María no era así. Su cántico en casa de Isabel muestra muy bien de qué lado quiso quedarse: del lado de los humildes (Le 1,52), de los que pasan hambre (Le 1,53), de los que temen a Dios (Le 1,50). Además, se despegó claramente de los orgullosos (Le 1,51), de los poderosos (Le 1,52) y de los ricos (Le 1,53). Para María, ser del pueblo de Dios significaba vivir una vida pobre y asumir la causa de los pobres, que es la causa de la justicia y de la liberación. Estas cosas pueden chocar a los ricos y a los poderosos que gustan de ir tras las andas de Nuestra Señora, llevadas por el pueblo humilde. Pero ésta es la verdad. Si alguien no lo cree, dé una ojeada al cántico de María (Le 1,46-55). Por fin, María era del pueblo porque llevaba en sí misma la esperanza de todos, la misma fe y el mismo amor. Todo el pasado, desde Abrahán, corría por su sangre y la empujaba a actuar (cf Le 1,54-55).

TERCER RETRATO: REZA CON NOSOTROS ¿De dónde sacaba María la fuerza para ser siempre de Dios y del pueblo? Hay dos pasos en la Biblia que dan una respuesta a esta pregunta.

Primer paso La Biblia atesta que María, tras la subida de Jesús a los cielos, se quedó con los apóstoles y pasó con ellos nueve días, rezando, hasta la mañana de Pentecostés (cf He 1,14). Aquí está el secreto de su fuerza. ¡En la oración! Ella oró nueve días seguidos con aquellos hombres miedosos. El efecto de la oración fue la bajada del Espíritu Santo, que los transformó en hombres valerosos y esforzados. Perdieron el miedo. Ya no se amedrentaban ante las amenazas (cf He 4,18-21), ni con la cárcel (cf He 5,17-21) y la tortura (cf He 5,40-42). María hizo lo que Jesús había recomendado: 1/L

«Si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre del cíelo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan» (Le 11,13). Gracias a la oración de María, hecha juntamente con los apóstoles, el Espíritu Santo descendió con abundancia y fundó la Iglesia el día de Pentecostés (cf He 2,1-4; 4,31).

Segundo paso Es, de nuevo, el cántico de Nuestra Señora (Le 1,46-55), imbricado de referencias a los salmos del Antiguo Testamento. De tanto rezar los salmos, María se los sabía de memoria y era capaz de usarlos para expresar su propia gratitud a Dios. Por su oración constante atraía los dones del Espíritu Santo no sólo sobre sí, sino también sobre el pueblo. Y es el Espíritu Santo quien hace -nacer no sólo a la Iglesia, sino también al propio Jesús (cf Le 1,35). Los dones del Espíritu Santo son: sabiduría e inteligencia, prudencia y fortaleza, ciencia y temor de Dios (cf Is 11,2). María poseía esos dones en alto grado, como fruto de su oración. Por la oración estaba unida a Dios y al pueblo. Estos tres retratos que la Biblia nos conserva de la Madre de Dios nos dan una idea de la joven que recibió la visita del ángel Gabriel y que es aclamada y venerada, hasta hoy, por todo el pueblo. 37

3 Ave, María, llena de gracia

i !

LA VIDA EN NAZARET

El lugar Nazaret, el lugar donde el ángel bajó a visitar a María, era un pueblecito, una aldehuela del interior. Estaba medio perdido en la sierra de Galilea, un poco por encima del lago. Tenía poco prestigio, pues el pueblo solía decir: «¿Puede salir algo bueno de Nazaret?» (Jn 1,46).

La condición de vida del

pueblo

Las casas eran pobres, cavadas en parte en la ladera del collado. Pocas casas, poca gente. Todos conocían a todos y sabían la vida de cada uno. Tanto es así que cuando Jesús regresó, anunciando el evangelio después del bautismo en el río Jordán, el pueblo se quedó asombrado y se preguntaba: «¿De dónde saca éste todo eso? ¡Si es el carpintero, el hijo de María!» (Me 6,2-3). Así

pasa en los pueblos. Cualquier cosa que uno haga diferente de los demás, ¡comentario al canto! Nazaret tenía una sola fuente para abastecer a todos. Era un lugar de encuentro para las mujeres que iban por agua. Allí se esparcían las noticias, mezcladas con los comentarios del pueblo, como sucede todavía hoy en muchos poblados y aldeas de Palestina y del resto del mundo.

Las reuniones del pueblo en torno a la Biblia Había allí una casa de oración, llamada sinagoga (cf Le 4,16), donde el pueblo se reunía todos los sábados para rezar y escuchar la lectura de la Biblia, explicada y comentada por el coordinador de la comunidad o por uno de los presentes invitados por aquél. Así, una vez, Jesús, que no era el coordinador de la comunidad de Nazaret, recibió la invitación de hacer la lectura y dar una explicación al pueblo (cf Le 4,16-22). Enfrente de la sinagoga, la comunidad mantenía una escuelita donde los niños aprendían a leer la Biblia en hebreo. El pueblo hablaba arameo, como nosotros hoy hablamos español.

El trabajo La población de Nazaret vivía principalmente de la labranza. Trabajaba el campo. Uno que otro, A A

como Jesús, prestaba además algún servicio a la comunidad como carpintero o herrero. He ahí por qué Jesús contaba tantas parábolas sobre el labrantío, la simiente, los árboles y las flores. Conocía todas estas cosas por propia experiencia. La tierra no les pertenecía, pues eran meros colonos. Había una especie de latifundio. Los amos de la tierra vivían principalmente en la ciudad de Tiberíades que quedaba junto al lago. Las mujeres vivían en casa, con un estilo más retraído, cuidando de los hijos y de las faenas domésticas. Salían por agua a la fuente para llenar en casa las tinajas.

La situación del país A primera vista, Nazaret podría parecer una aldea simpática y tranquila. Pero de tranquila, nada. El país estaba ocupado por los romanos, extranjeros que exigían impuestos gravosos al pueblo, cobrados por fiscales a quienes el evangelio llama publícanos. La mayoría de éstos era gente deshonesta que robaba a mansalva. Los romanos organizaron hasta un censo (cf Le 2,1) con vistas a la recaudación de dinero. Los latifundistas trabaron amistad con los romanos y les iba bien. Era el pueblo pobre el que sufría. Por eso empezó a surgir un movimiento para luchar contra los romanos. Los miembros de esta facción liberadora se lia-

maban zelotas. La mayor parte de ellos vivían en Galilea. Era gente violenta. Cuando podían, mataban a los soldados romanos, sobre todo en la oscuridad de la- noche. Ello provocaba represiones furibundas con esparcimiento abundante de sangre. Estas u otras cosas parecidas el pueblo las comentaba de boca en boca, a media voz, cuando iba por agua a la fuente. Era el asunto del día, principalmente en Galilea. Muchos galileos se habían incorporado al movimiento. Tanto que la palabra galileo, en el sur, equivalía a gente rebelada contra los romanos. Informa de todo esto Flavio Josefo, un historiador que vivía por entonces y que se dedicó a escribir la historia del pueblo de Palestina. Así que Nazaret no era un lugar tan tranquilo para vivir en él. Estaba enclavado en una región explosiva. El tiempo en que Nuestra Señora vivía por allí era un tiempo de incertidumbre e inseguridad.

A /.

LA VIDA EN FAMILIA.

En casa de los padres Poco sabemos de esta vida. La Biblia apenas dice nada. La vida de María debe haber sido como la de cualquiera otra joven de Nazaret: ir por agua, cuidar la casa, ayudar en la educación de los hermanos más pequeños, charlar en la fuente, leer y meditar la Biblia, orar a Dios en el silencio, participar en las fiestas y en las oraciones del pueblo... Nosotros la llamamos María, pero por entonces el pueblo la llamaba Miriam. La Biblia nada dice acerca de los padres de Miriam, pero los cristianos saben que se llamaban Joaquín y Ana. De ellos recibió su fe en Dios, su amor a la vida y su esperanza en el futuro de Israel.

Como las otras muchachas del lugar Al igual que todas las jóvenes de su tiempo, Miriam llevaba en sí la esperanza del pueblo, alimentada por las profecías, la esperanza de que un día habría de nacer el libertador, el Mesías. Al igual que todas las muchachas de su pueblo, ha debido sentir el deseo de poder contribuir a la realización de tal esperanza. ¿Cómo? Haciéndose madre, engendrando hijos que en un futuro próximo o remoto hiciesen nacer al libertador del pueblo. Y quizá, como tantas otras, alimentase en sí el secreto deseo de ser ella misma la escogida por Dios para ser la madre de ese futuro libertador. Y es que según los cálculos hechos por los doctores de entonces todo indicaba que la fecha del nacimiento mesiánico estaba al llegar.

El noviazgo con José En Nazaret vivía un muchacho llamado José, cuya familia no era de allí. Procedía del sur, de Belén (cf Le 2,4). Por entonces mucha gente venía del sur, buscando una vida mejor en el norte, en Galilea. José era uno de ésos. Emigrante o hijo de emigrantes. Persona pobre, pero honesta. La Biblia dice que era justo, o sea del talante que Dios quería (cf Mt 1,19). A O

María y José se hicieron novios (cf Mt 1,18). Iban a casarse pronto para realizar su sueño, como tantos otros chicos y chicas de su tiempo. Nada de extraordinario en todo ello. Pero los hombres planifican y Dios interviene disponiendo las cosas de otro modo. Se presentó el ángel Gabriel y cambió totalmente todo para los dos novios. ¡No fue un cambio fácil! ¡Costó bien de sufrimiento!

El sufrimiento de José y María El ángel Gabriel no fue a pedir permiso a José para que le concediese a María, su prometida esposa, ser la madre de Jesús. Fue a hablar directamente con María. Y ella aceptó la invitación y quedó embarazada por obra y gracia del Espíritu Santo, sin que José supiese nada de todo ello (cf Mt 1,18-19). Por lo demás, nadie lo sabía. Sólo María misma y su prima Isabel (cf Le 1,43-45). José se quedó de una pieza ante la gravidez de María. No sabía cómo reaccionar y pensaba abandonarla (cf Mt 1,19). Finalmente, iluminado por Dios, descubre su misión junto a Nuestra Señora y acepta pasar como padre del niño que va a nacer (cf Mt 1,20-24; Le 3,23). Claro que no fue sólo José quien percibió la preñez de María. ¡También el pueblo! Y con seguridad en los comadreos junto a la fuente, las Aa

mujeres habrán comentado el hecho. ¿Y los parientes? Todos, pueblo y parientes, han debido desconfiar, pensando que iba a ser una madre soltera. «¡Y ese viajecito de tres meses al sur! ¿Será verdad que sólo fue a visitar a su prima Isabel?» La lengua de la gente en un lugar pequeño corta más que la navaja y las tijeras. A tanto debió llegar el chismorreo, que José, cuando tuvo que ir a Belén a causa del empadronamiento, prefirió llevarse consigo a María en vez de dejarla en Nazaret (cf Le 2,4-5). Podía haber ido él sólito a Belén. Sólo él era de allí. María se podía haber quedado en Nazaret, junto a los parientes. De ese modo le hubieran ayudado las mujeres a la hora del alumbramiento. Hubiera sido lo normal. Pero María prefirió la compañía de José, que había aceptado la gravidez a deshora, más que la de las mujeres de Nazaret, quienes probablemente la machacaban con su desconfianza y sus habladurías. Prefirió las dificultades de un largo viaje y de un alumbramiento lejos de casa a la comodidad de Nazaret, sin el apoyo de José. Para poder ser la madre de Jesús, el libertador del pueblo, María corrió un doble riesgo: perder su honra en el decir del pueblo y tener que pasar el resto de la vida como madre soltera, en caso que José no la aceptase en su casa. Pero José aguantó la situación, recibió a María en su casa como esposa (cf Mt 1,24) e impidió así que la honra de María anduviese de boca en boca. Tal vez los amigos le lanzasen sus pullas: «¡Dónde sn

se ha visto! ¡Casarse con una futura madre soltera!» Pero José hizo oídos sordos y asumió plenamente su misión. ¡Fue grande de veras! Por amor a su novia, a Dios y al pueblo aguantó la incomprensión de ese mismo pueblo.

Dios no pide

permisos

Para realizar su plan, Dios no solicitó licencia ni a José, ni al sumo sacerdote, ni al emperador Augusto, ni a la moral o a las normas de sociedad, y ni siquiera a nuestra lógica. Tanto que la propia madre de Jesús corrió el riesgo de pasar por una mujer infiel a los ojos de los demás. Por si fuera poco, en la lista de los antepasados de Jesús, el nombre de María se codea con el de otras cuatro mujeres. Y bien, la primera de ellas, Tamar (cf Mt 1,3) se hizo pasar por prostituta para poder tener un hijo (cf Gen 38,1-30). Rajab, la segunda (cf Mt 1,5) era una verdadera prostituta en la ciudad de Jericó (cf Jos 2,1). Rut, la tercera (cf Mt 1,5) era una extranjera (cf Rut 1,1-4). La cuarta es la mujer de Urías (cf Mt 1,6), con la que David cometió adulterio (cf 2 Sam 11,1-27). La quinta mujer de la lista es María «de la que nació Jesús, llamado el Mesías» (Mt 1,16). Este simple catálogo de nombres (cf Mt 1,1-16) muestra que Dios no pide permiso a las normas que establecen los hombres. Lo pide, eso sí, a la ^1

persona interesada, a María, para que ésta dé una respuesta libre. Dios es libre, actúa libremente, y allí donde se manifiesta su libertad las ideas y los planes de los hombres tienen que modificarse. Así fue como José y María tuvieron que cambiar los suyos para que sus vidas pudieran entrar en el plan de Dios. María llega a ser la madre de Jesús por obra y gracia del Espíritu Santo; y José asume, ante la ley judía, la paternidad de Jesús (*).

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LOS HERMANOS DE JESÚS

Se ha entablado una discusión entre católicos y protestantes acerca de los «hermanos de Jesús». Esta expresión aparece varias veces en los evangelios. Los protestantes, apoyándose en la propia tradición, explican esa frase al pie de la letra y dicen: «María tuvo más hijos. No fue virgen.» Efectivamente, Marcos señala que los hermanos de Jesús eran cuatro, y da sus nombres: «Santiago, José, Judas y Simón» (Me 6,3). Y habla asimismo de las «hermanas de Jesús». Luego entre todos, Jesús incluido, serían por lo menos siete hermanos, hijos todos de José y María. Los católicos, apoyándose también en la propia tradición bien antigua, dicen que Nuestra Señora sólo tuvo u n hijo, Jesús, y que permaneció virgen hasta el fin de su vida. Aducen argumentos. Aseguran que no se puede explicar al pie de la letra la expresión «hermanos de Jesús», pues en la lengua de entonces la palabra hermano era muy elástica. En ella cabía mucha gente, no sólo los hermanos, hijos de los mismos padres, sino también los primos y otros parientes. Era más o menos como la palabra primo en nuestro castellano. Palabra muy elástica, que no puede tomarse en sentido literal estricto. Por ejemplo, un tal te viene diciendo: «Mira, aquél es un primo mío.» Tú interpretas la palabra primo literalmente y preguntas: «¿Entonces es hijo de un h e r m a n o de tu p a d r e o de tu madre?» Y él: «¡Qué va! Es hijo del h e r m a n o de un tío de mi abuelo.» O sea que no se puede t o m a r al pie de la letra la palabra primo. Y el mismo caso tene^T

mos con la palabra hermano en la lengua de Jesús. Si vas a preguntar a san Marcos: «Entonces, ¿aquellos cuatro hermanos de Jesús son todos hijos de José y María?», él respondería: «¡Nada de eso! Son hijos de una prima o una hermana de la m a d r e de Jesús.» Efectivamente, el mismo Marcos dice que Santiago es hermano de Jesús (cf Me 6,3) e hijo de otra María (cf Me 16,1). San Mateo aclara muy bien que se trataba de «otra María» (Mt 28,1). [De este Santiago, «hermano del Señor» (cf Gal 1,19), se habla a menudo porque ocupaba cargos de importancia en la primitiva Iglesia]. Así que las personas llamadas hermanos o h e r m a n a s de Jesús eran en realidad primos y primas. Por otra parte, si Jesús hubiera tenido más hermanos y hermanas, ¿cómo a la hora de morir en la cruz iba a confiar a su madre al apóstol Juan, que era u n extraño y n o pertenecía a la familia? (cf Jn 19,27). ¿Podemos pensar que esos hermanos y, sobre todo, las hermanas iban a permitir semejante cosa? De cualquier modo, tanto los católicos como los protestantes esgrimen sus argumentos. Pero no es el caso de pelearse por eso, ni conviene perder tiempo en tales discusiones, ¡nadie va a conseguir convencer al otro! Cada cual se quedará con su idea, que en el fondo no depende de los argumentos sino del amor. ¡Lo que importa es imitar el ejemplo de María!

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LA VIDA DE LOS «POBRES DE DIOS» La decepción

frente a los grandes

Suele decirse del pobre que «no levanta cabeza», para expresar que no se cuenta para nada con él. La Biblia lo expresa así: «El rico ofende y encima se ufana; el pobre es ofendido y encima pide perdón» (Eclo 13,3). En efecto, al pobre nunca le llega la vez, no obstante todas las promesas de los grandes. Y al fin del Antiguo Testamento, ya casi en tiempo de Jesús, los fariseos colmaron la medida. Los ricos sonsacaban el dinero a los pobres. Los poderosos les habían usurpado todo poder y participación. Fariseos y doctores de la ley completaron el robo quitándoles hasta el saber. Decían que el pueblo pobre no entendía nada, que era ignorante y maldito (cf Jn 7,49; 9,34). ¡Sólo ellos, los fariseos, sabían las cosas! De tanto oir semejante cantilena, el pueblo pobre acabó creyendo lo que decían los doctores y se tenía por ignorante cabal. KA

Su único apoyo era Dios Un número bien grande de gente, la mayoría del pueblo, se quedó sin voz y sin vez. De ahí que ya en el Antiguo Testamento los pobres fueron perdiendo por completo la fe en las palabras y en las promesas de los hombres, de los grandes. Y se decían: «No confiéis en los nobles, en hombres que no pueden salvar» (Sal 146,3). ¡Ni siquiera confiaban en los mismos zelotas, que luchaban por la liberación del pueblo contra los romanos! Porque, en el fondo, los zelotas no tenían fe en el pueblo, sino sólo en sus propias ideas sobre el pueblo. El único verdadero apoyo que les quedaba eran las palabras y las promesas de Dios. El profeta Sofonías describe a este pueblo despreciado y oprimido como «un pueblo pobre y humilde que se acogerá al Señor» (Sof 3,12). Se les llamaba los pobres de Dios (cf Sal 74,19; 149,4) y aparecen en el Antiguo Testamento como un pueblo sin lugar en el sistema organizado de la nación.

Dios escoge a los pobres Y bien, cuando Dios comenzó por fin a realizar sus promesas, no escogió a los ricos, ni a los poderosos, ni a los sabios, ni a los sacerdotes, ni a los fariseos, ni a los zelotas. Escogió a per55

sonas en medio de ese «pueblo humilde y pobre» para poder realizar con ellas su plan de salvación. Los pobres reciben de Dios una misión importante. ¿Se darán cuenta de ello? ¿Estarán asumiendo su misión? María y José y la mayor parte de los apóstoles pertenecían a esos pobres de Dios. El mismo Jesús crece y se forma en medio de ellos, participando del desprecio con que los grandes y los sabios trataban a ese pueblo. Y cuando llegó el momento de proclamar la Buena Nueva, gritó a los cuatro vientos: «Dichosos vosotros los pobres, porque tenéis a Dios por Rey» (Le 6,20). Y uno de los signos de que había llegado el Reinado de Dios era el anuncio de la Buena Nueva a los pobres (cf Mt 11,5). Feliz quien no se queda desilusionado ante este proceder de Dios (cf Mt 11,6). En el plan del Señor, los pobres tienen voz y vez: ¡Dios está con ellos!

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«EL SEÑOR ESTA CONTIGO, MARÍA»

Dios se manifestó presente en la vida de María, como en la vida de las grandes figuras del Antiguo Testamento. El ángel Gabriel vino y dijo: «Alégrate, favorecida (=Dios te salve, María), el Señor está contigo» (Le 1,28). O sea: «Alégrate, María, favorecida por la gracia; el Señor está contigo.» María se quedó impresionada ante semejante saludo del ángel y no sabía qué significaba todo aquello (cf Le 1,29). No era para menos, pues se destacaban dos puntos bien importantes:

1.

«Favorecida por la gracia»

En la Biblia, la palabra gracia indica el amor y el cariño con que Dios quiere a su pueblo, la fidelidad con que él le sustenta y el compromiso que él asume consigo mismo de estar siempre con ese pueblo para liberarlo. 57

Nadie debe pensar que el amor, la fidelidad y el compromiso de Dios sean una especie de recompensa por el buen comportamiento de uno. ¡Ni hablar! No se trata de un merecimiento del pueblo, pues en tal caso ya no sería gracia. Dios ama porque le gusta amar y querer bien al pueblo. Y lo hace para que el pueblo «humilde y pobre» recuerde y descubra su propio valor como personas. Dios ama para que también el pueblo empiece a amar con un amor verdadero y empiece a liberarse de todo cuanto impide la manifestación de ese amor. En el Antiguo Testamento, el pueblo siempre fue objeto de esta fidelidad amorosa de Dios. María lo sabía, pues conocía la historia de su pueblo. Y mira por dónde, ahora, según las palabras del ángel, toda esa carga de amor fiel de Dios hacia su pueblo y todo el compromiso de liberar a los oprimidos iban a concentrarse en su persona. Ella, María, era «la favorecida de la gracia». ¡Estaba llena de la gracia con que Dios quería beneficiar a su pueblo!


Hoy, en seno al pueblo pobre, nace y crece la Iglesia como fuerza y esperanza de liberación. Mucha gente intenta explicar esta «gravidez» con argumentos sacados sólo de la ciencia, y no lo consiguen. Son como José, gente honesta. Otros, en cambio, son maldicientes y esparcen calumnias: «Esa Iglesia llamada de los pobres —así se expresan—, ¡eso es comunismo, amasado con dinero extranjero!» ¡Tales explicaciones no explican nada! Son de gente que no cree en quien es humilde y débil. Apuesta sólo por sus propias ideas, y lo que no encaja con ellas lo aparca o lo niega sin más. Se consideran «doctores de la ley», dueños de la verdad. Justo por eso no pueden ser alumnos del Espíritu Santo, que enseña con la fuerza nacida de la debilidad, con la vida nueva nacida de una virgen, con la Iglesia servicial que surge del pueblo humilde. ¡Como en María, así hoy! El Espíritu Santo llena el mundo. Hizo nacer a Jesús de la virgen María y hace nacer a la Iglesia del pueblo pobre como de una virgen. María, Madre y Virgen, retrato del pueblo de Dios

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¡María, Madre y Virgen! Esto es mucho más que una mera cuestión biológica, mucho más que un enigma científico. Es el fiel retrato del modo como Dios obra con su pueblo. ¿