Camille Paglia - Los Hombres

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Los hombres, ¿están obsoletos? Camille Paglia

Buenas noches. Si los hombres están obsoletos, entonces las mujeres pronto también lo estarán, a menos que nos apresuremos por el camino de Un Mundo Feliz, donde las hembras se clonan a sí mismas mediante la partenogénesis, tal como célebremente lo hacen los dragones de komodo, los tiburones cabeza de martillo, y las víboras. Un ensañado y malhumorado rencor contra los hombres ha sido una de las características más desagradables e injustas del feminismo de segunda y tercera ola. Las faltas, fracasos y debilidades de los hombres han sido apropiados y magnificados para formar espantosas cuentas de acusación. Profesores ideólogos en nuestras principales universidades adoctrinan a estudiantes impresionables con teorías libres de evidencia, aduciendo a que el género es una ficción arbitraria y opresiva sin ninguna base en la biología No es de extrañar que tantas mujeres jóvenes y exitosas, a pesar de todos sus logros académicos, se encuentren, en las primeras etapas de su carrera profesional, en la incertidumbre crónica o ansiedad acerca de sus perspectivas para una vida privada emocionalmente satisfactoria. Cuando la cultura educada denigra rutinariamente la masculinidad y la virilidad, no es extraño que las mujeres estén perpetuamente atascadas con niños, que no tienen incentivos para madurar u honrar sus compromisos. Y sin hombres fuertes como modelos que abrazar (o resistir si eres disidente lesbiana), las mujeres nunca alcanzarán un centrado y profundo sentido de sí mismas como mujeres. Desde mi larga observación, que precede a la revolución sexual, este sigue siendo un grave problema que aflige a la sociedad anglo-americana, con su residuo puritano. En Francia, Italia, España, América Latina y Brasil, por el contrario, muchas mujeres profesionales parecen haber encontrado una fórmula para afirmar el poder y la autoridad en el lugar de trabajo sin dejar de proyectar atractivo sexual e incluso glamour. Esta es la verdadera mística de la feminidad, que no se puede enseñar sino que fluye de un reconocimiento instintivo de las diferencias sexuales. En la atmósfera punitiva de hoy, sumergida en la propaganda sentimental sobre género, no es extraño que la imaginación sexual haya huido hacia el mundo alternativo de la pornografía en línea, donde las fuerzas groseras pero emocionantes de la naturaleza primitiva retozan sin restricciones por parte del moralismo religioso y feminista. Siempre fue la misión correcta del feminismo atacar y reconstruir aquellas prácticas sociales osificadas que habían llevado a una amplia discriminación contra la mujer. Pero sin duda era, y es aún posible, para un

movimiento de reforma progresista lograrlo sin estereotipar, menospreciar o demonizar a los hombres. La historia debe ser vista con claridad y de manera justa. Las tradiciones obstructivas no nacieron del odio masculino o la esclavización de las mujeres, sino de la división natural del trabajo que se desarrolló durante miles de años durante el período agrario, y que benefició y protegió inmensamente a las mujeres, permitiéndoles permanecer en el hogar para cuidar a infantes indefensos y niños. Durante el siglo pasado fueron los aparatos domésticos -inventados por hombres y repartidos por el capitalismo- que liberaron a la mujer del esfuerzo y monotonía diarios. Lo que es preocupante en demasiados libros y artículos feministas en los EE.UU., a pesar de su izquierdismo declarado, es un privilegio implícito de los valores y cultura burguesa. Las habilidades enfocadas, administrativas y de gestión de la elite de clase media-alta son presentadas como el más alto desideratum, el punto evolutivo último de la humanidad. El triunfalismo de Rosin sobre las nuevas ganancias de las mujeres parece asombrosamente precoz, sobre todo cuando dice que "hemos llegado al fin de cientos de miles de años de historia humana y el comienzo de una nueva era, y no hay vuelta atrás". Esta apelación de barrido a la historia pasa por alto las lecciones mucho más oscuras de la historia, aquella sobre el cíclico levantamiento y caída de las civilizaciones, que mientras más complejas e interconectadas se vuelven también se hacen más vulnerables al colapso. La tierra está regada de las ruinas de imperios que se pensaban eternos. Luego del siguiente inevitable apocalipsis, los hombres volverán a ser necesitados. Oh, por supuesto que habrá la ocasional Amazona pistolera que podrá cazar y alimentar a su rebaño, pero la mayoría de las mujeres y niños se volverán hacia los hombres para comida, agua y protección territorial. De hecho, los hombres son absolutamente indispensables en este momento, invisibles como podría aparecer a la mayor parte de las feministas, que parecen ciegas a la infraestructura que hace posible su propio trabajo. Son abrumadoramente los hombres quienes hacen el sucio y peligroso trabajo de construcción de caminos, vertido de hormigón, apilamiento de ladrillos, alquitranado de techumbres, colgado de tendido eléctrico, excavación para sacar gas natural e instalación de tuberías para alcantarillado, corte y limpieza de árboles y demolición del paisaje para las urbanizaciones. Son los hombres quienes levantan y soldan las enormes vigas de acero que enmarcan nuestros edificios de oficinas. Son los hombres quienes hacen el trabajo espeluznante de inspeccionar y sellar las ventanas de vidrio de placa finamente templado en rascacielos de treinta pisos de altura. Todos los días a lo largo del río Delaware pueden avistarse gigantescos petroleros y buques de carga llegando de todo el mundo. Estos colosos señoriales son cargados, descargados y dirigidos por hombres. La economía moderna, con su

vasta red de producción y distribución, es una épica masculina en que las mujeres han encontrado un papel productivo. Pero las mujeres no son su autor. Sin duda, las mujeres modernas son lo suficientemente fuertes para darle crédito a quienes se lo merecen.