Brujeria y Magia en America

BRUJERÍA Y MAGIA EN AMÉRICA Carlo Liberio Del Zotti El Satanismo La Demonología o ciencia que se ocupa de la naturalez

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BRUJERÍA Y MAGIA EN AMÉRICA Carlo Liberio Del Zotti

El Satanismo

La Demonología o ciencia que se ocupa de la naturaleza y cualidades de los demonios floreció de una manera colateral a la Teología Cristiana desde los comienzos de ésta.

Los dioses paganos y el maniqueísmo eran problemas candentes. El mismo san Agustín, antes de ser cristiano, fue maniqueo. Las sectas gnósticas planteaban constantemente los problemas de la oposición diabólica al plan de Dios y de la intervención de las huestes satánicas en los asuntos humanos.

Muchos efectos de las prácticas de hechicería postulaban la hipótesis de mediaciones diabólicas; las tentaciones se atribuían a menudo a las maquinaciones de demonio.

Los exorcistas, o sea, clérigos que con rezos, conjuros e invocaciones arrojaban a los espíritus infernales del cuerpo de los posesos o los echaban de templos, casas, campos, etc., tuvieron auge secular, llegando a su apogeo durante el período de la “caza de brujas”

El poderoso Lucifer, príncipe de los ángeles rebeldes arrojados a los abismos, apasionó intensamente al mundo cristiano. Menudean los diablos en las páginas de Summa Teológica, en los Diálogos de san Gregorio, en el Diálogo de César de Heisterbach, en los escritos de Tomás de Cantimpré, en las Leyendas Aureas, en la Divina Comedia, etc.

Extensísimos tratados

describen las características de millones de diablos, cada uno de los cuales es retratado cuidadosamente y se explican con todo detalle las perversiones en que están especializados.

En las catedrales románicas y góticas abundan las y góticas abundan las representaciones del diablo.

En los sermones se pone en guardia una y otra vez a los fieles contra las asechanzas del diablo, cuyos extraordinarios poderes se manifiestan a los hombres de mil maneras para perderlos.

Tanto el pueblo ignorante como los santos y los doctos creen que el diablo puede aparecerse y hasta materializarse, asumiendo formas monstruosas, animales gato, perro, macho cabrío, etc. y hasta forma humana. Cuando toma forma de mujer se le llama “súcubo”, y su propósito es tentar y tener comercio carnal con un varón; cuando su materialización es masculina se llama “incubo”, y entonces pretende copular con una mujer. Se cree que existen “hijos e hijas del diablo”, o sea, seres humanos nacidos a consecuencia de estos acoplamientos del diablo con mujeres, del mismo modo que algunas sectas gnósticas creyeron, en los primeros tiempos del Cristianismo, en la existencia de “hijos e hijas de los ángeles”.

Piadosos relatos informan acerca de la posibilidad de establecer pactos con el diablo, venderle su alma a cambio de goces, placeres y riquezas en esta vida, etc. el mito de Fausto tiene raíces muy antiguas.

En este clima ideológico, junto con la magia blanca, prospera, más o menos clandestinamente, la magia negra, que va comerciando y relacionándose cada vez más estrechamente con el

diablo.

La figura del brujo va

perfilándose de manera inconfundible, como la de un i8ndividuo entregado en cuerpo y alma a los poderes infernales.

Los antiguos númenes del

paganismo han hallado sus sustitutos en los mismos diablos en que dogmáticamente cree el Cristianismo.

Como ya hemos dicho, este rebrote del animismo empieza a preocupar a la Iglesia. La misma Orden Templaría llegó a la sorprendente conclusión de que el Diablo y Dios eran la misma cosa y, por lo tanto, a unificar los cultos en una nueva religión secreta.

El Satanismo, en vez de ser exterminado como los albigenses y la Orden del Temple, se vio reforzado por la terrible persecución de la Inquisición. Hoy resultan sobrecogedores los métodos por ésta empleados a fin de arrancar confesiones de brujería diabólica. Estos métodos afianzaron en el ánimo de muchos un odio irreductible hacia la Iglesia y Dios, y es comprensible que los rebeldes apelasen a las potencias infernales en busca de protección.

Para complacerlas, empezaron a perpetrarse sacrilegios y actos nefandos, profanaciones, etc.

La codificación de los ritos, cultos y ceremonias satánicas que hasta nuestros días vienen practicándose, según confirman hechos episodios que, de vez en cuando, salen a la luz contra la voluntad de sus protagonistas, no delata otra intención que la de contradecir y profanar deliberadamente, en los mínimos detalles, todo lo que implique sacramentos y liturgia cristianos.

más

A los satanistas no se les puede considerar ateos: son los máximos creyentes en Dios, aunque lo odian con todas sus fuerzas. Como ejemplo de los métodos empleados por la Inquisición y para entender la reacción humana que engendró el Satanismo, he aquí la descripción de las de las torturas más corrientes que solían padecer los infelices acusados de brujería; se trata de los suplicios de la cuerda, del agua y del fuego.

En la tortura de la cuerda, el acusado era atado con los brazos cruzados hacia atrás, Luego se le levantaban a una altura de seis o nueve metros del suelo y se le dejaba caer bruscamente, impidiendo en el último instante que se estrellase. La operación se repetía tantas veces como fuera necesaria y sus efectos eran aterradores: todos los huesos quedaban

dislocados y

reventaban vísceras y tripas.

El suplicio del agua consistía en hacer tragar a las víctimas una cantidad exagerada de este líquido y luego tumbarlas en una especie de molde que reproducía la silueta de la figura humana; al principio, el infeliz colocado en el molde quedaba suspendido en el vacío por un palo transversal que, a la altura de sus riñones, sostenía el peso del cuerpo. El molde se estrechaba poco a poco y el palo transversal cumplía inexorablemente con su cometido: romper la columna vertebral.

La tortura del fuego era peor: se encendía un brasero y se untaban con sustancias inflamables las plantas de los p8ies de la víctima. Luego se iban a cercando éstos al brasero hasta que el fuego acababa por prender en las carnes del infeliz.

Era costumbre administrar los tormentos después de haber desnudado completamente a las víctimas “para humillarlas”.

Nuestros comentarios

sobran. Veamos, más bien, el tipo de respuesta del Satanismo. Tan sólo un ejemplo será suficiente. En las misas negras, una prostituta desnuda se tendía sobre el altar y el celebrante, sobre su cuerpo, consagraba excrementos y líquido menstrual.

Para mayor escarnio, una verdadera

partícula, trafugada o procedente de alguna comunión sacrílega, solía ser colocada encima del órgano genital de la mujer.

Durante toda la ceremonia, los asistentes, desnudos, por lo general, se flagelaban y excitaban sexualmente. Acabada la misa se desencadenaba la orgía.

Una observación: el Satanismo contemporáneo, activo tanto en Europa como en Norteamérica, sigue observando rigurosamente estos ceremoniales y prácticas.

Brujos, brujas, aquelarres, magia negra

Los inquisidores, armados de la bula papal y de un vademécum o guía, redactada por los frailes dominicos alemanes, en la que se explican detallada y casuiíticamente todos los posibles crímenes de brujería y el modo de reconocer, detectar o describir a los responsables de ellos, su título es todo un programa:

Malleus Maleficarum.

anduvieron con bromas.

Como hemos hecho notar, no se

Católicos y protestantes rivalizaron en la hazaña

de “cazar brujas”, sin pararse a reflexionar acerca del origen del motivo de las denuncias, casi siempre anónimas, que causaron la muerte de muchas personas inocentes.

Tener lunares, ser lisiado o ser una solterona entrada en años se consideraba prueba irrefutable de brujería. Dedicarse a la quiromancia, a la

alquimia, etc., significaba el rogo.

Muchos médicos perecieron entre las

llamas.

La obsesión, el miedo cerval a la brujería, por un lado confirman el hecho incontestable de las creencias animistas en la Europa cristiana, por otro llegó a trastocar completamente las nociones de bien y de mal.

En nombre del bien, los inquisidores llegaron a olvidar completamente el mandamiento de la caridad, o sea, del amor al prójimo, con lo cual, materialmente, renunciaban a lo esencial de la fe cristiana. Si bien es verdad que nunca el “fin justifica los medios”, los inquisidores hicieron caso omiso de tal norma. Además, considerando los efectos de la “caza de brujas” – ya vimos que el principal fue fomentar el Satanismo – resulta casi inexplicable la falta de perspicacia de las jerarquías eclesiásticas, tanto católicas como protestantes, en no prever precisamente tales efectos.

El aspecto más desconcertante, y tal vez, por eso mismo, menos profundizado por los estudiosos de la Inquisición, es que los “cazadores de brujas” en ningún momento dudaron de la autenticidad de los efectos de la magia negra: su desesperado empeño en descubrir y eliminar a los “siervos del Diablo” es un equívoco acto de fe en las mismas creencias de éstos.

Su buena fe, salvo en los casos aislados de sadismo, me parece incuestionable: en ningún momento los inquisidores se preocuparon de explicar al pueblo “ que los poderes de brujos y brujas no eran reales, que eran unos embaucadores y unos estafadores”. Del mismo modo que los

satanistas creen firmemente en Dios y en su omnipotencia, los inquisidores creían en el Diablo y en sus poderes. La “caza de brujas “ no puede interpretarse como una guerra sin cuartel emprendida para desterrar el horror.

El objeto fue exterminar a los

infractores de la Ley, divina y humana, que prohibía “honrar al Diablo y pactar con él”.

La Inquisición imputaba a los brujos y alas brujas quince clases de delitos, a saber:

1. Renegar de Dios. 2. Blasfemar. 3. Adorar al Diablo. 4. Consagrarle sus hijos. 5. Efectuar esta consagración a Satanás mientras las criaturas aún están en el vientre de su madre. 6. A veces, sacrificar sus hijos. 7. Prometer al Diablo atraer a su servicio el mayor número posible de personas. 8. Jurar por el nombre del Demonio. 9. No respetar ninguna ley y cometer hasta incestos. 10. Matar a las personas, hervirlas y comérselas. 11. Alimentarse de carne humana, incluso de ahorcados. 12. Matar a la gente mediante venenos y sortilegios. 13. Hacer morir al ganado. 14. Hacer perecer a los frutos y causar la esterilidad. 15. Hacerse en todo esclavo del Diablo.

Por su parte, en el Libro Completo de la Bruja – uno de los textos oficiales, de los cuales inmediatamente nos vamos a ocupar, relatado por los mismos brujos y tenido por ellos como ”manual sagrado” – figuran estos trece mandamientos que todo brujo o bruja debe observar:

1. Renegar de Dios. 2. Blasfemar continuamente. 3. Adorar al Diablo. 4. Usar cualquier medio par ano procrear. 5. Jurar por el nombre del Diablo. 6. Alimentarse de carne. 7. Imaginarse que todas las noches se tienen relaciones sexuales con el Diablo. 8. Llevar siempre encima la imagen del Diablo. 9. Lavarse la cara y peinarse de 4 en 4 días. 10. Bañarse cada 42 días. 11. Mudarse de ropa cada 57 días. 12. Afeitarse cada 91 días (tratándose de mujer, cortarse el pelo cada 91 días) 13. No cortarse ni limpiarse nunca las uñas y comer, cada cuatro horas, cuatro dientes de ajo.

Los aquelarres no son una fantasía de los inquisidores: hombres y mujeres se reunían de noche, en ciertos lugares apartados, del bosque o del campo, para invocar al Diablo y rendirle culto.

Se creía que Satanás en persona y otras criaturas infernales se materializaban en dichas asambleas y las presidían.

Brujos y brujas se untaban con un especial ungüento de efectos estupefacientes y, traduciendo a un lenguaje verosímil los hechos que allí se desarrollaban, se puede decir que el ritual comprendía una “representación dramática” – en la que unos individuos disfrazados de diablos representaban el papel de los seres infernales materializados -, un banquete orgiástico – a base de comidas y debidas en las que varias drogas producían sus efectos – y, finalmente, unas sesiones de trance colectivo.

Es cierto que las brujas acudían a estas asambleas cabalgando una escoba o un macho cabrío. La leyenda de que volasen por los aires tienen su origen en la alucinación, indudablemente provocada por la droga de su “ungüento mágico”, que ellas mismas experimentaban y relataban.

También es cierto que el ritual de los aquelarres comprendió ceremonias particularmente obscenas, parodias de sacramentos profanaciones de los mismos.

La magia negra ejercida por los brujos y las brujas profesionales es, como vimos, la misma que desde tiempos inmemoriales se venía practicando en el contexto del animismo de las razas blancas.

Los principales textos clásicos de la brujería nos lo confirman. Los títulos de esta bibliografía esencial, muy codiciada por todo ocultista, son los siguientes: El Gran Libro Mágico, el Sanctum Regnum, La gallina negra, El Libro de san Cipriano, Las llaves de Salomón, Las verdaderas clavículas de Salomón, Enquiridión, El dragón rojo, Los maravillosos secretos del grande y del pequeño Alberto, El grande y potente fantasma del mar, El libro completo de las brujas, El libro del hechicero, La cruz de Caravaca, El breviario de

Nostradamus, El libro de la bruja, El libro de magia oculta y El libro de los sueños.

A pesar de la inmensa curiosidad que despiertan, su lectura pronto defrauda por la estereotipada monotonía de los temas y la oscuridad de la redacción.

Entre señales de cruz, padrenuestros, avemarías, invocaciones a Lucifer, Satanás, Astaroth, etc., se explican los miles de modos disposición del ocultista para llevar a cabo hechizos, encantamientos, sortilegios, ensalmos, embrujos... Generalmente la hora más propicia para llevar a cabo estas prácticas es la fatídica medianoche; el día de la semana más indicado, el viernes; si La luna esta en fase menguante, mejor.

Las encrucijadas son los lugares ideales para ofrecer sacrificios y entrar en contacto con todo tipo de espíritus.

La lista de los materiales que es preciso emplear para los menesteres mágicos prevé a gatos y gatas negras, gallos y gallinas de animales negros, huevos de gallinas negras, sesos de burro, corazones de palomas negras, sangre de rana, riñones de parturientas muertas, patas izquierdas, hígados de ruiseñores, paños de seda roja y negra, aceite, dinero, velas, sudores, pelos, excrementos hierbas, raíces, flores, piedras, conchas, polvos, hipocampos, estrellas marinas, etc.

A veces, para vengarse de algún enemigo, en vez de fabricar la clásica muñeca y atravesarla con alfileres, se aconsejan otros medios de alta eficacia. La misa de san Secario, es, por ejemplo, uno de ellos. Esta función debe celebrarse en una iglesia o ermita en ruinas, profanada o desconsagrada y que, probablemente, constituye el hábitat de murciélagos,

ratas, sapos y demás lindezas.

Es preciso que el celebrante sea un

verdadero sacerdote, apóstata o de mala vida, y que actúe de monaguillo alguna prostituta.

Lo ideal sería que la misma concubina del cura

desempeñase tal papel. A las once de la noche, para que la misa termine a las doce en punto, el celebrante y su ayudante deben empezar a farfullar al revés los textos y a ejecutar, siempre al revés, la pantomima grotesca de la ceremonia. La partícula, el objeto de la consagración, deberá ser negra y de forma triangular, mientras que, en lugar del vino, se utilizará agua sucia sacada de un pozo en el que se haya ahogado algún recién nacido sin bautizar. Cada vez que se tenga que hacer la señal de la cruz, se utilizará no la mano derecha, sino el pie izquierdo.

Una vez que se haya celebrado una misa de san Secario, la persona a quien se quería perjudicar “caerá” enferma y “morirá” entre sufrimientos espantosos, sin que nadie, ni médico, ni sacerdote, pueda hacer nada. Es curioso ver cuáles eran los criterios adoptados por los inquisidores para juzgar si alguna persona había sido objeto de maléficos mágicos.

Se

consideraba que, por lo menos, 17 síntomas probaran con toda seguridad el embrujo. Helos aquí:

1. Si la enfermedad en tal que los médicos no la pueden explicar. 2. Si aumenta en vez de disminuir, a pesar de habérsele aplicado todos los remedios posibles. 3. Si, desde su comienzo, presenta síntomas y dolores desacostumbrados en otras enfermedades. 4. Si es inconstante o variable en su decurso y revela fenómenos extraños. 5. Si el paciente no puede decir en que parte del cuerpo es más fuerte el dolor a pesar de estar tan enfermo. 6. Si lanza suspiros de angustia y tristeza sin causa razonable.

7. Si pierde el apetito y vomita los alimentos cárnicos; si tiene el estómago como encogido y apretado dándole la sensación de tener dentro algo pesado o bien si nota en su interior algo que sube hacia el esófago y luego vuelve a bajar, no pudiendo tragar nada. 8. Si siente dolores punzantes y otros pinchazos agudos en la región del corazón. 9. Si se ven las arterias latir y temblar alrededor del cuello. 10. Si esta atormentado por algún cólico o dolor vehemente de riñones, o si padece claras punzadas en el ventrículo; asimismo si siente un viento frío o caliente en el interior del vientre o en otra parte del cuerpo. 11. Si se vuelve impotente para el coito. 12. Si suda, inclusive de noche, cuando el tiempo es frío. 13. Si tiene las extremidades o el cuerpo como agarrotados. 14. Si llegan a faltarle las fuerzas de todo el cuerpo. Si siente la cabeza pesada y se complace

en decir simplezas, como le sucede a los

melancólicos. Si está afligido por varias clases de fiebre que lo médicos no consiguen explicar. epiléptica.

Si se mueve de una manera convulsiva o

Si sus miembros se vuelven rígidos por calambres o

espasmos. Si se le hincha la cabeza o sí llega a tal lasitud que se le haga imposible el más mínimo movimiento.

Si la cara y el cuerpo asumen un

color amarillento o grisáceo. Si tiene los párpados demasiado apretados y los ojos claros y transparentes. Si tiene la mirada extraviada o ve algún fantasma o nubes. 15. Si no puede mirar fijamente al sacerdote o le cuesta trabajo tolerar su presencia. 16. Si se trastorna, se asusta o experimenta algún fenómeno extraño cuando el sospechoso de haber efectuado o encomendado el hechizo entra en la habitación.

17. Si cuando para curar el mal, el sacerdote ha aplicado los sagrados óleos en los ojos, en los oídos, en la frente y otras partes del cuerpo, estas partes delatan alguna alteración misteriosa.

Una breve selección antológica de textos entresacados de las principales y auténticos libros que constituyen las fuentes de Brujería profesional europea será suficiente documentación para apreciar sus rasgos más característicos.

Son muy numerosas las fórmulas para evocar a los espíritus infernales. La más simple, según recomienda La gallina negra la siguiente: “El brujo deberá encontrarse, a medianoche, en una encrucijada, llevando consigo

una

gallina

negra.

Después

de

haber

inspeccionado

cuidadosamente el lugar para asegurarse de que ninguna mirada indiscreta pueda malograr la evocación, despedazará a mordiscos el ave, pronunciando las fatídicas palabras de “Eloim.

Essaim. Frugativi et appellavi”.

Seguidamente se arrodillará mirando hacia Oriente y llamará al Diablo por su nombre, mientras con las dos manos empuñará una rama de ciprés. “El espíritu del abismo aparecerá infaliblemente.”

En el Sanctum Regnum se explica detalladamente el procedimiento más seguro para evocar al diablo y estrechar algún pacto con él. A saber: “Primeramente hay que elegir con cuidado el demonio más indicado para resolver el caso, no siendo prudente molestar innecesariamente a Lucifer si el asunto no es de extrema gravedad. Resuelta esta gestión preliminar, dos días antes de procederse a la evocación, el brujo deberá proveerse de una rama especialmente escogida – no todos los árboles poseen las mismas virtudes mágicas- que él mismo deberá cortar usando un cuchillo nunca

estrenado. Procurará que la rama jamás haya producido frutos si no quiere hacer fracasar la operación. En el día previsto, el brujo deberá recogerse, preferiblemente en una cueva o en un sótano, llevando consigo la rama, dos velas benditas y un trozo de tiza roja. Al llegar la medianoche, el brujo, con la tiza, dibujará un triángulo en el suelo y encenderá las dos velas. Luego, en la base del triángulo, escribirá, entre dos cruces, las letras IHS; seguidamente entrará en el triángulo, con la rama y un pergamino en el que figuren la fórmula del conjuro y el texto del pacto que se quiere suscribir con el demonio.

Este se verá obligado a comparecer una vez que el brujo,

después de haberle llamado por su nombre, haya pronunciado las palabras de la “gran llave de Salomón”, esto es, AGLON TETRAGRAM VAYCHEON STIMULAMATON EROHARES TETRAGRAMMATON CLYORAN ICION ESITION EXISTIEN EYRONA ONERA ERASYN MOYN MEFFIAS SOTER EMMANUEL SABAOTH ADONAY, yo te llamo, AMÉN. En presencia del diablo materializado y pactando con él, el brujo deberá tener mucho cuidado en no salirse del triángulo de protección. Cuando el diablo haya rubricado con su firma el documento propuesto, el brujo puede estar seguro de que verá realizados sus deseos.

En los archivos de la Inquisición figuran unos cuantos contratos con la firma del diablo, reliquias curiosas de una época francamente pasional.

Si el Libro completo de la Bruja afirma que los habitantes del Infierno son exactamente 44.435.556 diablos, divididos en 6.666 falanges o legiones de 6.666 individuos cada una – según revela el mismo Satanás, añadiendo que la vida media de cada diablo es

de 680.480 años -, los tratados de

Demonología, debidos a la pluma de sesudos frailes, perecen estar asimismo bien documentados sobre el particular.

Toda la tercera parte del Libro de san Cipriano – su título auténtico es Encantamientos de san Cipriano o Prodigios del Diablo – está dedicada exclusivamente a transcribir las fórmulas mas eficaces de evocar y pactar con el Maligno y sus súbditos.

La monotonía del propósito sólo se ve

atenuada por la sorprendente variedad de las modalidades cuyo empleo se aconseja para resolver los distintos casos.

Por el contrario, las 174 páginas de que consta el Enquiridión del papa León están repletas de creaciones “eficacísismas” contra encantamientos, maleficios, hechizos, apariciones, visiones, sugestiones, etc.

he aquí la

fórmula mágica para vencer al demonio: ADONAI YOD MAGISTER DICIT JO. OH BUEN JESÚS, EXOCIZAME. ADORABLE TETRAGRAMMATON.

MANUEL SATHOR JESSE

HELI HELI HELI LAEBE HEY HAMY

ESTE ES MI CUERPO TETRAGRAMMATON. Esta última palabra, una de las más usadas por los brujos, no es más que el nombre “por excelencia” de Dios. Las verdaderas clavículas de Salomón – el gran rey bíblico siempre fue considerado una de las máximas autoridades ocultismo – contiene un extenso tratado dedicado a describir poder de los dibujos simbólicos sobe los espíritus y los demonios que se quieran evocar.

No hay magia negra sn nigromancia. Una de as pruebas más evidentes del arraigo del animismo en Europa es la ininterrumpida creencia en espectros, fantasmas, apariciones, etc.

Almas en pena vagando en las tinieblas nocturna o fomas macabras procesiones, a veces visibles, con la pesadilla que ha inspirado muchos

relatos, así como la percepción de su paso por estruendo de cadenas arrastradas y el murmullo de sus voces.

Si es posible sacar del Infierno a los diablos y obligarlos comparecer, el otro plato fuerte de los brujos es la evocación de los muertos. Al Dragón Rojo pertenece el ejemplo del procedimiento a seguir para este menester – hay muchos más -, que transcribimos: “El brujo, procurando no llamar la atención, se confundirá entre los fieles que asisten a la Misa del Gallo. Llegado el momento de la consagración, deberá murmurar Exurgente mortui et ad me ventiunt y, seguidamente, saldrá de la Iglesia para dirigirse al cementerio más cercano. Parándose delante de la primera tumba dirá “Poderes del Infierno que aquejáis al Universo, dejad vuestra morada” y, después de unos instantes de silencio y recogimiento, se dirigirá a la tumba que ya tenía elegida. Allí dirá “Si aquel (o aquella) que llamo está en vuestro poder, en el nombre del Rey de Reyes os o9rdeno lo hagáis comparecer en la hora y en el lugar que os diga”. Acto seguido recogerá un puñado de tierra y lo dispersará en todas las direcciones murmurando “Quien es polvo despierte de su tumba, salga de sus cenizas y responda a todas mis preguntas en el nombre del Padre de todos lo hombres.”

Hasta que el cielo empiece a aclarar, el brujo permanecerá

arrodillado, con la mirada fina hacia Oriente, luego apretará contra su pecho dos tibias humanas simbolizando una cruz. Saldrá ipso facto del cementerio y, nada más llegar a la iglesia, con la mirada fija en la luna se tumbará en el suelo. En esta posición llamará al difunto por su nombre y éste aparecerá inmediatamente después que hayan sido pronunciadas las palabras fatídicas:

Ego sum, te peto et videre queo.

Obtenidas las respuestas

deseadas, el brujo despachará al fantasma diciéndole: “Vuelve al reino de donde saliste y donde me complace estés.”

Sin perder un instante, el

evocador volverá al cementerio del difunto consultado y grabará una cruz sobre su lápida, con la punta de un cuchillo empuñado con la mano izquierda.”

El autor anónimo del Dragón Rojo no se cansa de advertir al lector que pretenda

llevar

escrupulosamente

a

la este

práctica

este

pormenorizado

procedimiento, ceremonial,

que

para

observe

cadenadas

potencias del Infierno.

El enciclopédico Libro de san Cipriano, de cuya tercera parte ya hemos hablado, tiene su primera reservada a la cartomancia y a la astrología; su segunda, a la normativa para fabricar amuletos y talismanes y su cuarta a dar recetas y fórmulas para resolver mágicamente los problemas y las necesidades más diversas: obligar al esposo a guardar la fidelidad conyugal, obligar a las mujeres a ceder a los deseos de pretendientes o cortejadores no gratos, obligar el prójimo a decir la verdad, tener éxito en los negocios, tomar venganza de algún enemigo, echar el mal de ojo, calentar mujeres frígidas, averiguar si la persona amada es fácil, etc. los misterios secretos y ocultos del Papa Honorio está curiosamente redactado como una Constitución Apostólica.

Entremezcladas con invocaciones piadosas

y

oraciones devotas, fórmulas para la invocación de demonios, difuntos y antiguas divinidades mitológicas. Hay también métodos para volverse uno invisible invulnerable...

he aquí una receta infalible para hacer danzar desnuda a la doncella pudorosa:

“Escríbase el nombre de ésta, con sangre de murciélago, en pergamino, luego colóquese el documento sobre un altar para que se le recen encima varias misas.” Nada más. La doncella danzará.