Breve Historia del Paraguay

ÍNDICE I. EL TERRITORIO II. LAS CULTURAS PRIMITIVAS III. DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA IV. LAS GRANDES FUNDACIONES V. HERNA

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ÍNDICE I. EL TERRITORIO II. LAS CULTURAS PRIMITIVAS III. DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA IV. LAS GRANDES FUNDACIONES V. HERNANDARIAS VI. JESUITAS Y "BANDEIRANTES" VII. LA REVOLUCIÓN DE LOS "COMUNEROS" VIII. LAS FRONTERAS CON EL BRASIL IX. LA CULTURA DURANTE LA COLONIA X. LA HISTORIOGRAFÍA COLONIAL XI. LA REVOLUCIÓN DE LA INDEPENDENCIA XII. LA JUNTA GUBERNATIVA XIII. EL PRIMER CONSULADO XIV. LA DICTADURA XV. EL SEGUNDO CONSULADO XVI. PRESIDENCIA DE CARLOS ANTONIO LÓPEZ XVII. LA GUERRA CONTRA LA TRIPLE ALIANZA XVIII. LA CONSTITUCIÓN LIBERAL XIX. LA CULTURA ANTES DE LA GUERRA DEL CHACO XX. LA GUERRA DEL CHACO XXI. ECLIPSE DE LA DEMOCRACIA LIBERAL XXII. LA CULTURA CONTEMPORÁNEA XXIII. LA ENSEÑANZA

12. LA "BREVE HISTORIA DEL PARAGUAY"

Se trata de una síntesis muy apretada de la historia para-guaya, desde los pobladores prehispánicos hasta 1954, centrada en lo político interno e internacional, pero con noticia breve y concreta de la vida cultural en las diversas épocas.

El hecho de que a tan vasto tema se le dediquen solo 170 páginas "in 85" (159 de texto neto) no permite un desarrollo en detalles, ni la referenciación. Aún así, ese resumen es ágil, se apoya en la labor historiográfica del autor, de la que hemos intentado dar noticia, y al final trae una lista bibliográfica con 101 títulos seleccionados que ilustra y puede servir de orientación para profundizar lecturas.

Como acabamos de señalarlo, es un resumen, necesariamente muy comprimido. Algunas de sus afirmaciones o interpretaciones quizá podamos no compartirlas, pero debemos poner de manifiesto que la fundamentación de las mismas se halla en las demás obras del autor, todas ellas apoyadas en fuentes de comprobación posible. Sirve el estudio mencionado para ayudar al lector a formarse una idea del desarrollo histórico del Paraguay.

Por lo arriba expresado, creemos oportuna la reedición de la "BREVE HISTORIA DEL PARAGUAY": no conocemos otra síntesis actual de esas características.

Como síntesis final de esta aproximación a la obra historiográfica de Efraim Cardozo, nos creemos autorizados a sostener que la misma es capaz de resistir el paso del tiempo, ha de perdurar y en su conjunto constituye una de las contribuciones más trascendentes a los estudios históricos, no sólo en el Paraguay, sino que también en Hispanoamérica en general.

Asunción, noviembre de 1987

RAFAEL ELADIO VELÁZQUEZ

LA JUNTA GUBERNATIVA LA IDEA DE LA FEDERACIÓN. Con calculada demora, las resoluciones del Congreso no fueron comunicadas a Buenos Aires sino el 20 de julio de 1811, en nota en que, por primera vez en el Río de la Plata, se lanzó la idea de la federación como medio de evitar la disgregación del Virreinato. En esa nota se declaró que la voluntad del Paraguay no era entregarse nuevamente al arbitrio ajeno, pues en tal caso "nada habría adelantado ni reportado otro fruto que el de cambiar una cadena por otras, mudar de amos". En las críticas circunstancias por qué pasaba la causa revolucionaria, en Buenos Aires se reputó peligrosa la idea de la federación. Belgrano fue destacado a Asunción, esta vez como diplomático, para tratar de persuadir al Paraguay de que quedara sujeto a Buenos Aires por la necesidad de fijar un centro de acción para la lucha contra españoles y portugueses. Si no lo lograba, debía proponer una alianza militar, aun a trueque del reconocimiento provisional de la independencia.

EL TRATADO DEL 12 DE OCTUBRE. Francia se había retirado de la Junta disgustado por las intromisiones de los militares y fue llamado apresuradamente para tratar con Belgrano, a quien acompañaba el juez Vicente Anastasio Echevarría. La misión no fue admitida hasta haberse recibido la aceptación de los puntos contenidos en la nota del 20 de julio. En estas condiciones, todos los triunfos de la negociación estuvieron en manos de Francia, quien obtuvo el 12 de octubre de 1811 la firma de un Tratado, por el cual Buenos Aires reconoció la independencia del Paraguay y ambas Provincias se comprometieron a auxiliarse mutuamente contra los enemigos de su común libertad. El Tratado fue recibido con júbilo en el Paraguay, pues se creyó resuelto el espinoso problema de las relaciones con Buenos Aires sin menoscabo de la independencia nacional. La idea federal, mero expediente circunstancial, fue abandonada y nunca más alegada por el Paraguay.

LA CUESTIÓN DE AUXILIOS. A poco, Francia volvió a separarse de la Junta, y desde su retiro se dedicó a minar los prestigios de sus colegas, haciendo cundir la versión de sus inclinaciones porteñistas. Estas se pusieron a prueba cuando el Triunvirato, que acababa de asumir el gobierno en Buenos Aires, después de aprobar muy a regañadientes el Tratado del 12 de octubre, reclamó los auxilios militares convenidos. La Junta paraguaya alegó la imposibilidad de enviar tropas por falta de armas y por los peligros de la amenazante vecindad portuguesa. La opinión pública era contraria al envío de soldados, por el recuerdo de las penurias sufridas por los contingentes destacados cuando las invasiones inglesas. Además, el jefe de los Orientales, José Artigas, no cesaba de avivar las desconfianzas sobre las intenciones de Buenos Aires. Se entabló una larga y áspera polémica en que se pusieron de relieve graves diferencias de criterios entre ambos gobiernos.

PROMOCIÓN DEL PROGRESO. A pesar de las graves dificultades, la Junta emprendió la realización de un vasto plan de reformas en todos los órdenes, sobre todo en la economía y la cultura, según anunció en bando del 6 de enero de 1812. Fue creada una Academia Militar, una cátedra de matemáticas, y una Sociedad Patriótica Literaria, organismo al cual se encomendó la dirección de la instrucción pública, Se dispuso la reapertura del Seminario, cerrado con motivo de la guerra porteña, y fueron adquiridos libros en Buenos Aires para los maestros de escuela consignaron avanzados principios pedagógicos. También se tomaron medidas para promover la agricultura, el comercio, la navegación y la población de los desiertos del Chaco.

GESTIONES DE ARTIGAS. Artigas, ya decidido a romper con Buenos Aires, gestionó una alianza militar y llegó a ofrecer sus tropas al Paraguay. La Junta excusó todo entendimiento a espaldas de Buenos Aires, pero los emisarios cambiados con motivo de estas negociaciones intensificaron los resentimientos del Triunvirato. Este inició una política de sanciones económicas, y las relaciones entre Buenos Aires y Asunción llegaron a su punto crítico. Aun los más enconados adversarios de Francia le imploraron el retorno al gobierno. No lo hizo sin condiciones: los presuntos partidarios de Buenos Aires debían ser neutralizados y uno de los batallones puesto bajo su comando.

DENUNCIA DE LA ALIANZA. Francia imprimió, de entrada, máxima virulencia a la polémica con Buenos Aires. En nota del 25 de noviembre de 1812, sostuvo que los vínculos federativos solo subsistían en apariencia, pues no había "armonía, amistad y correspondencia" de parte de Buenos Aires. "Por ventura -preguntaba la junta al Triunvirato- sólo se nos estimuló a la revolución y a desechar el predominio de los antiguos mandatarios para establecer sobre sus ruinas el imperio de un nuevo yugo?". Abandonando la controversia epistolar, Buenos Aires destacó a Asunción a Nicolás de Herrera con la misión de persuadir al Paraguay de las ventajas y necesidad de su adhesión al sistema federativo, concurriendo a la Asamblea General Constituyente que inició sus sesiones en febrero de 1813.

PROCLAMACIÓN DE LA REPÚBLICA. Una estudiada política de dilaciones enervó y exasperó al emisario de Buenos Aires durante varios meses. Se pospuso la consideración de sus propuestas a un Congreso general, que, postergado varias veces, al fin se reunió el 30 de setiembre de 1813. En vano intentó Herrera que la asamblea escuchara su alegato en favor de la reincorporación lisa y llana del Paraguay al sistema encabezado por Buenos Aires, con la amenaza de la asfixia económica, en caso de oposición. El único diputado que intentó alzar la voz en su favor fue expulsado del recinto, y el Congreso resolvió, por unanimidad, no enviar diputados a Buenos Aires. Al mismo tiempo, el 12 de octubre, proclamó la República, la primera instituida en América del Sur. Al estilo romano, fueron creados dos consulados, a turnarse en la dirección gubernativa. Francia y Yegros fueron designados para desempeñarlos. El Paraguay rompía simultáneamente todo lazo de unión con España y Buenos Aires.

EL PRIMER CONSULADO

HEGEMONÍA DE FRANCIA. Aunque iguales en jerarquía ambos cónsules, Yegros no pudo evitar que el verdadero director del gobierno fuera Francia. Dos curules fueron instalados en el despacho del gobierno, uno con la inscripción de César y el otro con la de Pompeyo. Francia ocupó el primero y se agenció para que le correspondieran dos turnos de cuatro meses del período anual. Antes de poner término a su misión, Herrera intentó la renovación de la alianza. El Consulado reprodujo las razones alegadas para rehusar el auxilio militar, pero Francia prometió no entrar en tratos con los enemigos comunes de la independencia americana. Poco convencido, el gobierno de Buenos Aires resolvió la aplicación de nuevos y prohibitivos impuestos a la yerba y el tabaco, cumpliendo las amenazas de Herrera. Mientras tanto, el partido españolista comenzaba a levantar cabeza. El Consulado lo fulminó con severas medidas, imponiendo a los peninsulares enormes multas y extrañándoles de la vida civil. El matrimonio de españoles con mujeres blancas quedó prohibido.

DELEGACIÓN DE NEUTRALIDAD. Artigas, en su guerra con Buenos Aires, enarboló la bandera federal, abandonada por el Paraguay, y quiso sacar provecho de las desinteligencias entre los dos gobiernos. Pero el Consulado no escuchó sus sugestiones, y cuando el delegado de Misiones, Vicente Antonio Matiauda, unió sus tropas a las de Artigas, lo destituyó y desautorizó. Se comunicó a Buenos Aires que el jefe Oriental no contaba ni con el apoyo ni con la simpatía de la República. "Nos debemos reducir -instruyó el Consulado a los comandantes de frontera- a conservar la paz, la quietud y la tranquilidad interior y exterior, evitando cuanto sea posible una guerra civil que debe mirarse como el mayor de todos los males, especialmente en el período actual de la revolución”. El Paraguay había trazado las orientaciones de su política en las décadas siguientes: no concurriría a la guerra por la independencia americana, encabezada por Buenos Aires, y tampoco se aliaría con los enemigos de esta.

EL CONGRESO DE 1814. Ni Yegros ni sus partidarios pudieron evitar que Francia copara una por una las posiciones que le llevarían al poder supremo unipersonal. Aquél continuaba gozando de prestigio en el ejército, pero en las masas se hizo cundir la creencia de que solamente un hombre del carácter y talento de Francia sería capaz de afrontar la grave situación ocasionada por la ruptura con Buenos Aires. Fue traído a colación el ejemplo de Roma, que en emergencias semejantes dejaba en manos de un dictador la defensa de la patria. Las opiniones no eran unánimes pues muchos temían el advenimiento del absolutismo. Por eso, cuando el 3 de octubre de 1814 se reunió un nuevo congreso, la proposición de Mariano Antonio Molas de designar dictador a Francia por un período de cinco años, causó disgusto y vacilaciones. Estas desaparecieron cuando la guardia del recinto se desplegó en sospechoso movimiento. Francia fue ungido Dictador Supremo de la República.

LA DICTADURA DEL DOCTOR JOSÉ GASPAR RODRÍGUEZ DE FRANCIA PROTESTAS Y DESCONTENTOS. Ya no fue permitida ninguna clase de actividad política que no fuera la emanada del Dictador. Yegros tuvo que refugiarse en su estancia del interior y Caballero debió acallar descontentos en las tropas. Una voz se alzó, en protesta por la designación de Francia, pero fue en Buenos Aires. Fray J. M. Velazco lanzó una proclama apostrofando a sus compatriotas por la exaltación al mando supremo de un hijo de extranjero (el padre del Dictador fue portugués o brasileño), con posposición de tanto patricio benemérito y de 'ideas liberales", y señalando las características típicas del nuevo gobernante, por todos conocidas: "genio hipocondriaco y atrabiliario; corazón lleno de amargura y de hiel; espíritu egoísta; pensamientos caníbales; ideas tortuosas, engreimiento sin ejemplar; audacia insufrible; presunción exclusiva; operaciones maquiavélicas".

IDEOLOGÍA DE LA DICTADURA. Parecía un contrasentido que el Paraguay de la Revolución de los Comuneros desembocara en una dictadura. Por cierto, Francia no buscó antecedentes en la historia nacional, sino en la de Roma. Y no hizo sino desarrollar la teoría rousseauniana de la "voluntad general" hasta sus últimas consecuencias, por el mismo proceso que llevó a Robespierre al mando absoluto y al Terror. En el Contrato social se propugnaba la suspensión del poder de las leyes cuando lo requería la salud de la patria y el otorgamiento a un "jefe supremo" de poderes de vida y muerte, pues "hay ciertas situaciones desgraciadas en que no se puede conservar la libertad, sino a expensas de la de los demás, y en la que el ciudadano no puede ser enteramente libre sin que el esclavo sea sumamente esclavo". En aras de la libertad nacional, amenazada por las pretensiones de Buenos Aires de restaurar el virreinato, había que sacrificar todas las libertades individuales. Tal fue la doctrina oficial de la dictadura de Francia.

INVITACIÓN PARA TUCUMÁN. Buenos Aires intentó una vez más obtener el concurso paraguayo para la guerra por la independencia americana. Alvear solicitó, "en nombre de nuestra Patria común que es la América", tropas y yerbas, ofreciendo fusiles a cambio de los soldados. El trueque propuesto indignó a Francia, quien dejó sin respuesta las notas argentinas, iniciando un sistema que mantuvo durante su largo predominio: al exterior ya no salió una sola comunicación oficial. Depuesto Alvear, sus sucesores reiteraron "la empecinada súplica' e invitaron a participar en el Congreso de Tucumán, en oficios dirigidos al "Supremo Dictador de la República del Paraguay", lo que implicaba el reconocimiento de la independencia. Pero Francia los reputó insultantes, "porque pretender que una República independiente envíe diputados a un Congreso de las provincias de otro gobierno, que precisamente han de ser en mayor número, es un abuso y despropósito de marca", según informó a uno de sus comandantes.

HOSTILIDADES DE ARTIGAS. A todos los recursos apeló Artigas para atraer al Paraguay a su causa. Sabiéndole a Francia celoso republicano, le reveló los planes monarquistas de Buenos Aires y reiteró su invitación para unir sus esfuerzos. El Dictador ni siquiera quiso recibir a su emisario, antiguo condiscípulo de Córdoba. Entonces el caudillo oriental escribió a Cavañas, ofreciéndole el apoyo de sus tropas para derrocar a Francia de acuerdo con Yegros. Al mismo tiempo, ordenó el bloqueo fluvial desde Corrientes y anunció su propósito de invadir el Paraguay. Cavañas se negó a seguir las directivas de Artigas, cuyos planes subversivos fueron ignorados por el Dictador hasta muchos años después. No rodeó el mismo misterio a los designios bélicos de Artigas, y Francia organizó un ejército de 4.000 hombres para esperar la invasión que no se produjo.

LA DICTADURA PERPETUA. La amenaza de Artigas fue pretexto para que Francia, sin esperar los cinco años asignados a la Dictadura, reuniera en mayo de 1816 un nuevo congreso con el propósito de obtener la perpetuidad de su gobierno. Molas, hasta entonces su partidario, encabezó la oposición alegando que la dictadura perpetua atentaba contra los principios republicanos. Largo tiempo deliberó la asamblea hasta que, como en la ocasión anterior, el movimiento de tropas la decidió al fin, el 1 de junio de 1816, a acceder a la propuesta. "En atención -estipuló el acta- a la plena confianza que justamente ha merecido del pueblo el ciudadano José Gaspar de Francia, se le declara y establece Dictador perpetuo de la República durante su vida con calidad de ser sin ejemplar". El mismo congreso decretó después su receso indefinido, y hasta 1840 no se reunió otro en el Paraguay. Desde entonces la única ley fue la voluntad del Dictador.

ABSOLUTISMO Y AISLAMIENTO. Sin amigos, consejeros o confidentes, viviendo una vida de recoleto, aislado de todos, aunque en contacto asiduo con los más apartados rincones del país mediante una vasta red de espionaje y un servicio de postas veloces, el doctor Francia ejerció, hasta su muerte, un poder absoluto como no se había conocido otro en América. Su mano era implacable. No tenía compasión. Se solazaba en el castigo. No admitía excusas ni reconocía privilegios. Ricos o pobres, militares o civiles, eran medidos con el mismo rasero. Hasta la Iglesia pasó a ser dependencia del Estado. Los conventos fueron suprimidos. Caracterizó este largo período de la historia paraguaya el enclaustramiento total del país, so pretexto de preservarlo de la anarquía en que se debatían los demás pueblos del Río de la Plata. Cesó toda navegación. Los barcos se pudrieron en los puertos. Ningún paraguayo pudo salir del país y nadie ingresar a él, como no fuera en calidad de cautivo. El Paraguay se descuajó de la vida exterior.

PROYECTOS DE PUEYRREDÓN. El ejemplo del Paraguay, que no aportaba su concurso a la sacrificada guerra por la independencia americana, ni sufría los estragos de la anarquía, perturbaba a los pueblos argentinos del litoral, donde se decía que "los paraguayos son los que entienden". El director supremo Pueyrredón creyó necesario remover la piedra del escándalo, y en 1817, después de escuchar el parecer de algunos paraguayos residentes en Buenos Aires, proyectó la conquista del Paraguay. Antes de intentarla, fue destacado en misión secreta el coronel Balta Vargas, quien buscó contacto con los principales caudillos militares, sin otro resultado que ir a parar con sus huesos a la cárcel. La presencia de Artigas en Corrientes fue obstáculo para el cumplimiento del plan porteño, finalmente relegado con el alejamiento de Pueyrredón del poder.

LA CONSPIRACIÓN DEL AÑO 20. En el Paraguay, de larga tradición cívica, no se aceptaron de buen grado y con unanimidad los rigores de la Dictadura, cada día más severos. Un vasto complot revolucionario fue tramándose en las sombras. El Viernes Santo de 1820 debía ser ultimado el Dictador en la calle. Fulgencio Yegros tenía que asumir el gobierno, y los comandantes Montiel y Caballero el mando de las tropas. Uno de los complotadores reveló el plan en el secreto de la confesión; y el sacerdote le obligó a delatarlo al Dictador. Este dirigió personalmente la prisión de los complicados, tantos, que hubo necesidad de habilitar nuevas cárceles. Yegros, Caballero, los Montiel y muchos otros fueron sometidos a tormento y luego ajusticiados el 17 de julio de 1820. Caballero prefirió suicidarse. Segadas todas las cabezas salientes, Francia quedó solo en la escena, ya sin posibles rivales.

EL REINADO DEL TERROR. La abortada conspiración señaló el comienzo del Terror. La inhumanidad del Dictador no tuvo límites. No solamente eliminó a sus enemigos políticos, sino también a los personales. Canceló, una por una, viejas cuentas de la juventud. La familia Machaín pagó cruelmente el casamiento de uno de los suyos con la niña que había rechazado a Francia. Los santafecinos, aun los ancianos y niños, fueron arrojados a la cárcel porque Estanislao López capturó una partida de armas destinadas al Paraguay, y ni siquiera supieron la causa de su prisión. Para evitar emboscadas, a que se prestaban las tortuosas callejuelas de Asunción, sombreadas de árboles, Francia trazó un plan urbanístico, y muchas casas y árboles cayeron abajo. Extremando precauciones, ordenó que puertas y ventanas se cerraran a su paso. Si algún desprevenido transeúnte se cruzaba con él, debía darle las espaldas. Las procesiones religiosas fueron prohibidas, y hasta la guitarra enmudeció. Una espesa sombra se cernió el Paraguay.

ASILO DE ARTIGAS. En lo más agudo del Terror, Artigas pidió permiso para asilarse. Larga era su cuenta de agravios, pero las puertas del Paraguay se abrieron para acoger al caudillo oriental, contra quien acababa de rebelarse su lugarteniente Francisco Ramírez. "Era un acto no solo de humanidad sino aún honroso para la República -explicó Francia- el conceder asilo a un jefe desgraciado que se entregaba". Por última vez, intentó Artigas persuadir a Francia a que asumiera la dirección de la guerra contra Buenos Aires. El Dictador ni siquiera le admitió en su presencia. Le confinó a la lejana población de Curuguaty, después de señalarle una pensión y socorrerle con ropas. Ramírez pidió la entrega de Artigas y, ante la negativa de Francia, se aprestó a invadir el Paraguay. El Dictador organizó la defensa, pero la muerte de Ramírez alejó, una vez más, el peligro de invasión. Artigas no fue molestado mientras vivió y ya no quiso volver a su patria.

CAUTIVERIO DE BONPLAND. El famoso naturalista francés Aimé Bonpland, compañero de Humboldt, pagó cara su amistad con Ramírez, que le protegió para establecer un yerbal en las Misiones. En 1821, tropas paraguayas destruyeron su campamento y llevaron preso a Bonpland. El cautiverio del sabio produjo consternación en el exterior. Bolívar, Sucre, el Emperador del Brasil, el rey de Francia, el Instituto de Francia se interesaron por su libertad. Diez años estuvo confinado en Santa María, al cabo de los cuales, Francia, sin darle ninguna explicación, le obligó a repasar la frontera, orden que cumplió con desgano, pues había sido muy feliz conviviendo con los campesinos paraguayos.

MISIÓN DE GARCÍA DE COSSIO. Dominada la anarquía en Buenos Aires, el gobierno porteño procuró nuevamente un entendimiento, pero Francia no contestó ninguna de las notas del gobernador Martín Rodríguez. Sin desalentarse por este resultado, Rivadavia volvió a escribirle en 1823, dándole el título de "Exc. Sr. Dictador supremo, perpetuo, vitalicio de la República del Paraguay". Destacó como emisario al doctor Juan García de Cossio, quien no pudo pasar de Corrientes y ni siquiera logró la libertad de los portadores de sus notas, a quienes Francia mandó apresar. El propósito aparente de la misión era buscar la adhesión paraguaya a la Convención preliminar de paz con España, pero su verdadero, impedir la alianza del Paraguay con el Imperio del Brasil, con el cual el Dictador mantenía sospechosas relaciones.

CORREIA DA CÁMARA. Desde 1823, el Dictador permitió a los comerciantes brasileños allegarse hasta Ytapúa, donde efectuaban, bajo severo control, un trueque que le permitía al Paraguay colocar los sobrantes de su producción y abastecerse de los artículos de que carecía. Alentado por esta acogida, el Emperador del Brasil comisionó a Manuel Correia da Cámara, a quien, haciendo excepción a todas las reglas, Francia permitió en 1825 su ingreso hasta Asunción. El emisario imperial procuró la alianza paraguaya para la inminente guerra con la Argentina, pero el Dictador le formuló reclamaciones sobre las tropelías brasileñas en las fronteras septentrionales, solicitó armas en compra y exigió un tratado de formal reconocimiento de la independencia paraguaya. Prometiendo satisfacer estas exigencias, Correia da Cámara viajó a Río de Janeiro y regresó en 1827 ya habilitado para el efecto. Esperó en Itapúa hasta el 12 de junio de 1829, en que el Dictador le comunicó su negativa a recibirlo nuevamente, porque sus actitudes "no manifestaban sinceridad y buena fe, sino más bien siniestros fines y sospechosas intenciones".

PROYECTOS DE BOLÍVAR. Ofendido por la ninguna respuesta de Francia a sus mensajes, Bolívar concibió en 1825 el proyecto de conquistar el Paraguay, para deponer al Dictador, liberar a Bonpland y entregar el país a Buenos Aires. El gobierno argentino se opuso al plan, alegando serle odioso obligar a una provincia a ingresar en la unión argentina, porque temía que el Paraguay al primer amago se entregara al Brasil y, finalmente, porque abrigaba esperanzas de conquistar por las buenas "el corazón rebelde del gobernador Francia". La actitud de Buenos Aires estaba dictada por el temor de dejar introducir a Bolívar con sus ejércitos victoriosos en el Río de la Plata, y porque en esos momentos todas sus preocupaciones se centraban en el conflicto con el Imperio.

OFRECIMIENTO DE FERRÉ. Las provincias argentinas, en pugna nuevamente con Buenos Aires como resultado de la Constitución unitaria dictada en 1826 bajo la inspiración de Rivadavia, pusieron, una vez más, su vista en el Paraguay. El gobernador de Corrientes, Pedro Ferré, pidió una entrevista al Dictador, alegando la representación de su provincia y la de Córdoba, Tucumán, Salta, La Bajada y Santa Fe, que solicitaban la protección paraguaya para las luchas contra Buenos Aires. Francia contestó que no deseaba ganar reputación de "entrometido y provocador sin causa y sin necesidad" y que "sólo Don Quijote andaba metiéndose en querellas ajenas".

DORREGO Y RIVERA. Terminada la guerra entre el Imperio y la Argentina, en Buenos Aires resurgió la idea de someter al Paraguay. En 1828, Dorrego sugirió la empresa al general Fructuoso Rivera, quien no se prestó a ello, pues sospechó que el verdadero objetivo era alejarlo de Buenos Aires. Con todo, Rivera acarició el proyecto de reconstruir el gran Estado mesopotámico de Artigas, con el Paraguay a la cabeza, y para ganarse la buena voluntad de Francia le denunció el proyecto de Dorrego. Francia, como de costumbre, ni siquiera contestó sus comunicaciones.

RELACIONES CON ROSAS. Advenido Juan Manuel de Rosas al poder, se estableció un tácito entendimiento entre ambos gobernantes. Rosas admiraba a Francia y no permitió que su prensa le hostilizara ni acogió los proyectos bélicos de Quiroga, que pretendió traer la guerra al Paraguay. También hizo fracasar las diligencias, en el mismo sentido, del gobernador de Corrientes, Pedro Ferré, quien en 1832 declaró por sí la guerra, en represalias por la ocupación del territorio misionero entre el Uruguay y el Aguapey, ordenada por Francia para garantizar el comercio con el Brasil.

NI PAZ NI GUERRA. Los alardes de Ferré alarmaron al Dictador. Prudentemente mandó desocupar el campamento del Salto, frente al río Uruguay, alegando la falta de militares experimentados. "No hablarían esos salvajes -escribió- si el Gobernador del Paraguay tuviera un militar instruido en el arte de hacer la guerra y de capacidad para ir de General aunque no fuese sino con dos mil hombres de todas las armas a saquear Corrientes en pago de sus ladronicidios". Ferré, desalentado por la falta de cooperación de las demás provincias, desistió de sus proyectos y abandonó las Misiones a las fuerzas paraguayas. Francia le hizo saber que "el Paraguay no quería paz ni guerra con nadie".

ORDEN Y QUIETUD. Cuando Bonpland, después de liberado, llegó a Corrientes, le robaron los caballos. "Cómo se ve ya no estamos en el Paraguay", escribió en su diario. La verdad era que, bajo la férula del Dictador, reinaba el orden más rígido. "El contraste es en todo concepto sorprendente con los países que he cruzado hasta ahora -escribió Grandsir, enviado por el Instituto de Francia para gestionar la libertad de Bonpland-: se viaja en el Paraguay sin armas; las puertas de las casas apenas se cierran pues todo ladrón es castigado con pena de muerte, y aun los propietarios de la casa o comuna donde el pillaje sea cometido, están obligados a dar indemnización. No se ven mendigos; todo el mundo trabaja". El Paraguay era un oasis de paz en medio de la crepitante anarquía americana.

VACÍO CULTURAL. En la paz impuesta por el Dictador se extinguieron todas las manifestaciones del espíritu público, aun las de orden cultural. El ambicioso plan de la junta de 1812 fue totalmente olvidado. El Seminario fue suprimido, y cuando también desaparecieron los conventos, el Paraguay ya no tuvo institutos de enseñanza superior. Algún esmero se puso en la instrucción primaria y hasta llegó el Dictador a pensar en abrir una biblioteca pública. Pero nada hizo para formar dirigentes, ya que ni siquiera en el ejército permitió graduaciones superiores a las de alférez. En la etapa más difícil de la vida nacional, se paralizó, durante un cuarto de siglo, el proceso de la formación cultural, vacío que habría de ser de irreparables consecuencias en el porvenir.

MUERTE DE FRANCIA. El doctor Francia falleció de muerte natural, a la una y media de la tarde del 20 de setiembre de 1840. Nada dejó dispuesto acerca de su sucesión, de modo que los comandantes de los cuarteles se hicieron cargo del gobierno. El pueblo se dividió en dos bandos: unos lamentaron su desaparición, otros se lanzaron a la calle pidiendo congreso y execrando su memoria. Solemnes fueron sus funerales, pero no se encontró sacerdote paraguayo que quisiera pronunciar la oración fúnebre. Debió decirla el cura cordobés Manuel Antonio Pérez. Tiempo después, manos vengativas destruyeron el túmulo levantado para conservar sus restos, y estos fueron arrojados a las aguas del río Paraguay.