Bernard-marie Koltes - Roberto Zucco

BERNARD-MARIE KOLTÈS ROBERTO ZUCCO I. LA FUGA Torre alta de vigilancia. La parte más alta de los techos de la cárcel. A

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BERNARD-MARIE KOLTÈS

ROBERTO ZUCCO I. LA FUGA Torre alta de vigilancia. La parte más alta de los techos de la cárcel. A la hora en que los guardias, de tanto silencio y cansancio por fijar la mirada en la oscuridad, padecen a veces alucinaciones. PRIMER GUARDIA: ¿Oíste algo? SEGUNDO GUARDIA: No, nada. PRIMER GUARDIA: Nunca oyes nada. SEGUNDO GUARDIA: ¿Tú has oído algo? PRIMER GUARDIA: No, pero tengo la impresión de oír algo. SEGUNDO GUARDIA: ¿Oíste algo o no? PRIMER GUARDIA: No oí con los oídos, pero tuve la idea de oír algo. SEGUNDO GUARDIA: ¿La idea? ¿Sin los oídos? PRIMER GUARDIA: Nunca tienes idea, es por eso que nunca oyes nada ni SEGUNDO GUARDIA: No oigo nada porque no hay nada que oír, y no

ves nada. veo nada porque no hay nada que ver. Nuestra presencia aquí es inútil, es por eso que siempre terminamos peleándonos. Completamente inútil: los fusiles, las sirenas mudas, nuestros ojos abiertos cuando a esta hora todo el mundo los tiene cerrados. Me parece inútil tener los ojos abiertos para no fijarlos en nada y los oídos alertas para no escuchar nada, a esta hora en la que nuestros oídos deberían escuchar el ruido de nuestro universo interior y nuestros ojos, contemplar nuestros paisajes interiores. ¿Crees en el universo interior? PRIMER GUARDIA: Creo que no es inútil que estemos aquí, para impedir las fugas. SEGUNDO GUARDIA: Pero aquí no hay fugas. Es imposible. La cárcel es muy moderna. Ni siquiera un prisionero muy menudo podría escaparse. Ni siquiera un prisionero menudo como una rata. Si pasara por las rejas grandes, después hay más angostas, como coladores y más finas todavía, como un tamiz. Tendría que ser líquido para poder atravesarlas. Y una mano que apuñaló, un brazo que estranguló no pueden estar hechos de líquido. Al contrario, deben volverse pesados y torpes. ¿Cómo crees que alguien puede tener la idea de envenenar o estrangular, primero, y luego pasar a la acción? PRIMER GUARDIA: Puro vicio. SEGUNDO GUARDIA: Yo, que hace seis años que soy guardia, siempre miré a los asesinos buscando dónde poder hallar lo que los diferenciaba de mí, guardia de una prisión, incapaz de apuñalar ni de estrangular, incapaz hasta de pensar en hacerlo. Reflexioné, busqué, incluso los observé en la ducha, porque me dijeron que era en el sexo donde se alojaba el instinto asesino. Vi a más de seiscientos y, bueno, no hay ningún punto en común entre ellos: hay quienes lo tienen ancho, corto, delgado, muy cortito, redondeado, en punta, enorme, no se puede sacar ninguna conclusión. PRIMER GUARDIA: Puro vicio, ya te dije. ¿Ves algo? Aparece Zucco, que camina sobre la parte más alta del techo. 1

SEGUNDO GUARDIA: No, nada. PRIMER GUARDIA: Yo tampoco, pero tengo la idea de haber visto algo. SEGUNDO GUARDIA: Veo a un tipo que camina por el techo. Debe ser porque estamos sin dormir. PRIMER GUARDIA: ¿Qué haría un tipo en el techo? Tienes razón. Deberíamos cerrar los ojos de

vez en cuando hacia nuestro universo interior. SEGUNDO GUARDIA: Hasta diría que es Roberto Zucco, al que encarcelaron esta tarde por el asesinato de su padre. Una bestia furiosa, una bestia salvaje. PRIMER GUARDIA: Roberto Zucco. Nunca oí hablar de él. SEGUNDO GUARDIA: ¿Pero ves algo ahí o soy el único que lo ve? Zucco sigue caminando tranquilamente por el techo. PRIMER GUARDIA:

Tengo la idea de que veo algo. ¿Pero qué es?

Zucco comienza a desaparecer por detrás de una chimenea. SEGUNDO GUARDIA:

Es un prisionero que se escapa.

Zucco ha desaparecido. PRIMER GUARDIA:

La puta, tienes razón: es una fuga.

Disparos, reflectores, sirenas.

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II. ASESINATO DE LA MADRE La madre de Zucco, en salto de cama, delante de la puerta cerrada. LA MADRE: Roberto, tengo la mano sobre el teléfono, descuelgo y llamo a la policía. ZUCCO: Ábreme. LA MADRE: Nunca. ZUCCO: Si golpeo tiro abajo la puerta, lo sabes, no te hagas la idiota. LA MADRE: Bueno, hazlo entonces, enfermo, chiflado, hazlo y despertarás a los vecinos.

Estabas más protegido en la cárcel, porque si ellos te ven te van a linchar: aquí no se admite que alguien mate a su padre. Hasta los perros en este barrio te mirarán con malos ojos. Zucco golpea la puerta. LA MADRE: ¿Cómo te escapaste? ¿Qué clase de cárcel es esa? ZUCCO: Nunca me tendrán en prisión más que algunas horas. Nunca.

Abre, pues; le harías perder la paciencia a una babosa. Abre o tiro la casa abajo. LA MADRE: ¿Qué viniste a hacer acá? ¿De dónde te viene esa necesidad de volver? Yo no quiero verte más, no quiero verte más. Ya no eres mi hijo, se terminó. Para mí no vales más que una mosca de letrina. Zucco tira abajo la puerta. LA MADRE: Roberto, no te me acerques. ZUCCO: Vine a buscar mi uniforme. LA MADRE: ¿Tu qué? ZUCCO: Mi uniforme: mi camisa caqui y mi pantalón de combate. LA MADRE: Esa porquería de uniforme militar. ¿Para qué necesitas

esa porquería de uniforme? Estás loco, Roberto. Tendríamos que habernos dado cuenta cuando estabas en la cuna y tirarte a la basura. ZUCCO: Muévete, apúrate, tráemelo rápido. LA MADRE: Te doy plata. Es plata lo que quieres. Te comprarás todos los uniformes que quieras. ZUCCO: No quiero plata. Quiero mi uniforme! LA MADRE: No quiero, no quiero. Voy a llamar a los vecinos. ZUCCO: Quiero mi uniforme. LA MADRE: No grites, Roberto; no grites, me das miedo; no grites, vas a despertar a los vecinos. No puedo dártelo, es imposible: está sucio, da asco, no te lo puedes poner así. Dame tiempo para lavarlo, secarlo y plancharlo. ZUCCO: Lo lavaré yo mismo. Iré al lavadero automático. LA MADRE: Divagas, mi pobre viejo. Estás completamente chiflado. ZUCCO: Es el lugar que más me gusta en el mundo. Hay paz, tranquilidad, mujeres. LA MADRE: No me importa. No te lo voy a dar. No te me acerques, Roberto. Estoy todavía de duelo por tu padre. ¿Me vas a matar a mí ahora? ZUCCO: No me tengas miedo, mamá. Siempre fui dulce y amable contigo. ¿Por qué me tendrías miedo? ¿Por qué no me vas a dar mi uniforme? Lo necesito, mamá, lo necesito. LA MADRE: No te hagas el amable conmigo, Roberto. ¿Cómo quieres que me olvide de que mataste a tu padre, que lo tiraste por la ventana, como se tira un cigarrillo? Y ahora te haces el amable conmigo. No quiero olvidar que has matado a tu padre y tu dulzura me haría olvidar 3

todo, Roberto. ZUCCO: Olvida, mamá. Dame mi uniforme, mi camisa caqui y mi pantalón de combate; aunque estén sucios, arrugados, dámelos. Y después me voy, te lo juro. LA MADRE: ¿Soy yo, Roberto, soy yo la que te ha parido? ¿De mí saliste? Si no te hubiera parido aquí, si no te hubiera visto salir sin sacarte los ojos de encima hasta acostarte en la cuna; si no hubiera puesto, desde la cuna, mis ojos en ti sin apartarlos y controlado cada cambio de tu cuerpo, al punto de no ver los cambios producirse y te viera ahí, parecido al que salió de mí en esa cama, creería que no es mi hijo al que tengo delante. Sin embargo, te reconozco, Roberto. Reconozco la forma de tu cuerpo, tu estatura, el color de tu pelo, el color de tus ojos, la forma de tus manos, esas manos grandes y fuertes que nunca te han servido más que para acariciar el cuello de tu madre y apretar el de tu padre, al que mataste. ¿Por qué este hijo tan cuerdo durante veinticuatro años se volvió loco de repente? ¿Cómo te has salido de tus carriles, Roberto? ¿Quién colocó un tronco de árbol en tu recto camino para hacerte caer al abismo? Roberto, Roberto, un auto que se estrelló contra el fondo de un barranco ya no tiene arreglo. A un tren que descarriló no se trata de volverlo a sus carriles. Se lo abandona, se lo olvida. Me olvido de ti, Roberto, me olvidé de ti. ZUCCO: Antes de olvidarme, dime dónde está mi uniforme. LA MADRE: Está ahí, en el cesto. Está sucio y muy arrugado. (Zucco saca el uniforme.) Y ahora vete, me lo juraste. ZUCCO: Sí, te lo juré. Él se acerca, la acaricia, la besa, la estrecha; ella gime. La suelta y cae, estrangulada. Zucco se desviste; se mete el uniforme y sale.

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III. BAJO LA MESA En la cocina. Una mesa con un mantel que llega hasta el piso. Entra la hermana de la chica. Va hacia la ventana, la entreabre. LA HERMANA:

Entra, no hagas ruido, sácate los zapatos; siéntate ahí y cállate. (La chica esquiva la ventana.) Así pues, a semejante hora de la noche te encuentro en la calle en cuclillas contra una pared. Tu hermano está recorriendo la ciudad en el auto buscándote y te adelanto que cuando te encuentre te pateará el culo, porque sintió una preocupación infernal. Tu madre ha estado durante horas mirando por la ventana, imaginándose cualquier cosa, desde que una patota te había violado, hasta que iba a aparecer tu cuerpo despedazado en un bosque, sin hablar de que un sádico te habría encerrado en un sótano, todo se le ocurrió. Tu padre ya está tan seguro de no volverte a ver, que se emborrachó y ronca sobre el sofá con el ronquido de la desesperación. En cuanto a mí, doy vueltas por el barrio como una loca y te encuentro ahí, simplemente en cuclillas contra una pared. Cuando te hubiera bastado cruzar el patio para tranquilizarnos. Lo que vas a ganar es hacerte patear el culo por tu hermano y espero que te lo patee hasta hacértelo sangrar. (Tiempo.) Veo que decidiste no hablarme. Decidiste seguir callada. Silencio. Silencio. Se preocupan a mi alrededor, pero yo me callo. Boca cosida. Veremos si tu boca va a seguir cosida cuando tu hermano te patee el culo. ¿Pues cuándo vas a abrir la boca para explicarme por qué, si tenías permiso hasta medianoche, has vuelto tan tarde? Porque si no abres el pico, voy a empezar a enloquecerme y a imaginarme yo también cualquier cosa. Pichoncita mía, háblale a tu hermana, soy capaz de comprender todo, y te protegeré de la furia de tu hermano, te lo juro. (Tiempo) Tuviste una aventurita de adolescente. ¿Conociste a un chico? ¿Se portó como un idiota, como todos los chicos? ¿Fue grosero, bruto contigo? Yo conozco de eso, pajarita mía, he sido adolescente, estuve en fiestas con muchachos imbéciles. Incluso si te besaron ¿qué se le puede hacer? Serás besada mil veces más por imbéciles, tengas o no tengas ganas; y te van tocar el culo, mi pobre, lo quieras o no. Porque los muchachos son imbéciles y lo único que saben hacer es tocarles el culo a las chicas. Les encanta. No sé qué placer encuentran en eso; más bien creo que no encuentran ningún placer. Es por costumbre. No hay nada que hacer. Son imbéciles de nacimiento. Pero no hay por qué hacer un drama. Lo esencial es que no te dejes robar lo que no debe ser robado antes de tiempo. Pero sé que vas a esperar tu hora, que vamos a elegir todos juntos -tu madre, tu padre, tu hermano y yo misma, y tú también, además- a quién se lo vas a dar. O si no tendrán que hacértelo a la fuerza ¿y quién se atrevería a hacérselo a una chica como tú, tan pura, tan virgen? Dime que no has sido violada. Dime, dime que no te robaron eso que no debe ser robado. Contesta. Contesta o me enojo. (Ruidos) Escóndete rápido debajo de la mesa. Creo que es tu hermano que vuelve. La chica desaparece bajo la mesa. Entra el padre, en pijama, medio dormido. Cruza la cocina, desaparece unos segundos, vuelve a cruzar la cocina y regresa a su habitación. LA HERMANA:

Eres una niña, una virgencita, la virgencita de tu hermana, de tu hermano, de tu padre y de tu madre. No me digas esa cosa horrible. Cállate. Me vuelvo loca. Estás perdida y todos nosotros, perdidos contigo. Entra el hermano, violentamente. La hermana se lanza sobre él. 5

LA HERMANA:

No grites, no te pongas nervioso. Ella no está aquí, pero volvió. Volvió, pero no está aquí. Cálmate o voy a volverme loca. No quiero todas las desgracias juntas y si gritas, me mato. EL HERMANO: ¿Dónde está? ¿Dónde está? LA HERMANA: Está en casa de una amiga. Duerme en casa de una amiga, en la cama de su amiga, al calor, en la seguridad, nada puede pasarle, nada. Nos ha sucedido una terrible desgracia. No grites, te lo suplico, porque después podrías lamentarlo y llorar. EL HERMANO: Nada me podría hacer llorar, salvo una terrible desgracia que le hubiera sucedido a mi hermanita. Tanto que la cuidé y justo esta noche se me escapó. Se me escapó algunas horas, pero fueron años y años los que la cuidé. La desgracia necesita más tiempo para aniquilar a alguien. LA HERMANA: La desgracia no necesita tiempo. Viene cuando quiere, transforma todo en un instante. Destruye en un instante un objeto preciado que se guarda desde hace años. (Toma un objeto y lo deja caer sobre el piso.) Y no se pueden recoger los pedazos. Ni siquiera gritando se podrían recoger los pedazos. Entra el padre. Cruza la cocina como la primera vez y desaparece. EL HERMANO: Ayúdame, hermana, ayúdame. LA HERMANA: Nadie soporta la desgracia. EL HERMANO: Compártela conmigo. LA HERMANA: Ya no puedo más. EL HERMANO: Voy a tomar una copa. (Sale.)

Eres más fuerte que yo. No soporto las desgracias.

El padre vuelve. EL PADRE: ¿Lloras, hija mía? Creí escuchar a alguien llorar. (La LA HERMANA: No, canturreaba. (Sale.) EL PADRE: Tienes mucha razón. Eso aleja la desgracia. (Sale.)

hermana se levanta.)

Al cabo de un tiempo, la chica sale de debajo de la mesa, se aproxima a la ventana, la entreabre y hace entrar a Zucco. LA CHICA: Sácate los zapatos. ¿Cómo te llamas? ZUCCO: Llámame como quieras. ¿Y tú? LA CHICA: Yo ya no tengo nombre. Me llaman

todo el tiempo con nombres de pequeños animales: pollito, pichón, gorrión, alondra, tordo, paloma, ruiseñor. Preferiría que me llamaran rata, serpiente cascabel o cochina. ¿Qué haces en la vida? ZUCCO: ¿En la vida? LA CHICA: Sí, en la vida: tu oficio, tu ocupación, ¿cómo te ganas la vida y todas esas cosas que todo el mundo hace? ZUCCO: No hago lo que todo el mundo hace. LA CHICA: Bueno, justamente, dime lo que haces. ZUCCO: Soy agente secreto. ¿Sabes qué es un agente secreto? LA CHICA: Sé lo que es un secreto. ZUCCO: Un agente, además de ser secreto, viaja, recorre el mundo, tiene armas. 6

LA CHICA: ¿Tienes un arma? ZUCCO: Por supuesto. LA CHICA: Muéstramela. ZUCCO: No. LA CHICA: Entonces no tienes un arma. ZUCCO: Mira. (Saca un puñal.) LA CHICA: Eso no es un arma. ZUCCO: Con eso puedes matar tan bien como con cualquier otra arma. LA CHICA: Fuera de matar, ¿qué otra cosa hace un agente secreto? ZUCCO: Viaja, va a África. ¿Conoces África? LA CHICA: Muy bien. ZUCCO: Conozco unos lugares en África, montañas muy altas en las

que nieva siempre. Nadie sabe que nieva en África. Lo que a mí más me gusta en el mundo es la nieve de África, que cae sobre lagos helados. LA CHICA: Me gustaría ir a África para ver la nieve. Me gustaría patinar en los lagos helados. ZUCCO: También hay rinocerontes blancos que cruzan el lago, bajo la nieve. LA CHICA: ¿Cómo te llamas? Dime tu nombre. ZUCCO: Nunca te diré mi nombre. LA CHICA: ¿Por qué? Quiero saber tu nombre. ZUCCO: Es un secreto. LA CHICA: Sé guardar los secretos. Dime tu nombre. ZUCCO: Lo olvidé. LA CHICA: Mentiroso. ZUCCO: Andreas. LA CHICA: No. ZUCCO: Angelo. LA CHICA: No te burles de mí o grito. No es ninguno de esos nombres. ZUCCO: ¿Y cómo sabes, si tú no lo conoces? LA CHICA: Imposible. Lo reconocería enseguida. ZUCCO: No puedo decírtelo. LA CHICA: Aunque no puedas, dímelo igual. ZUCCO: Imposible, podría ocurrirme una desgracia. LA CHICA: Eso no es nada. Dímelo igual. ZUCCO: Si te lo dijera, moriría. LA CHICA: Aunque tengas que morirte, dímelo igual. ZUCCO: Roberto. LA CHICA: ¿Roberto qué? ZUCCO: Conténtate con eso. LA CHICA: ¿Roberto qué? Si no me lo dices, grito, y mi hermano, que está furioso, te va a matar. ZUCCO: Me dijiste que sabias lo que era un secreto. ¿Lo sabes de verdad? LA CHICA: Es lo único que sé perfectamente. Dime tu apellido, dime tu apellido. ZUCCO: Zucco. LA CHICA: Roberto Zucco. No voy a olvidar nunca ese nombre. Escóndete debajo de la mesa. Ahí vienen. Entra la madre. 7

LA MADRE: ¿Hablas sola, ruiseñor mío? LA CHICA: No. Canturreo para alejar la desgracia. LA MADRE: Haces bien (Mirando el objeto roto.)

Mejor. Hace tiempo que quería deshacerme de

esa porquería. Sale. La chica se junta con Zucco debajo de la mesa. VOZ DE LA CHICA:

Tú, mi viejo, eres el que me quitaste la virginidad y te la vas a quedar. Ahora ningún otro va a poder tenerla. La tienes hasta el fin de tus días, la tendrás aun cuando me hayas olvidado o estés muerto. Estás marcado por mí como por una cicatriz después de una pelea. Yo no corro el riesgo de olvidar, ya que no tengo otra para dársela a alguien; se terminó, hecho está, hasta el final de mi vida. Ya la di y eres tú quien la tiene.

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IV. LA MELANCOLÍA DEL INSPECTOR La recepción de un hotel de putas en el Pequeño Chicago. EL INSPECTOR:

Estoy triste, señora. Siento angustia en el corazón y no sé por qué. A menudo estoy triste, pero esta vez hay algo que no anda bien. En general, cuando me siento así, con ganas de llorar o de morirme, busco la razón de ese estado. Repaso todo lo que me sucedió durante el día, la noche y la víspera. Y siempre termino por encontrar un suceso sin importancia que no me hizo efecto en el momento, pero que, como un microbio de porquería, se alojó en mi corazón y me lo estruja en todos los sentidos. Entonces, al descubrir cuál era el suceso sin importancia que me hizo sufrir tanto, me río de él, el microbio es aplastado como un piojo bajo la uña, y todo anda bien. Pero hoy busqué; me fui tres días atrás, una vez en un sentido y otra vez en otro y aquí estoy de regreso, sin saber el origen del mal, igual de triste y angustiado. LA MADAMA: Anda demasiado entre cadáveres y rufianes, inspector. EL INSPECTOR: No hay tantos cadáveres. Pero rufianes sí que abundan. Sería mejor que hubiera más cadáveres y menos rufianes. LA MADAMA: Yo prefiero los rufianes; me dan de comer y ellos mismos viven bien. EL INSPECTOR: Tengo que irme, señora. Adiós. Zucco sale de una habitación, cierra la puerta con llave. LA MADAMA:

Nunca hay que decir adiós, inspector.

El inspector sale, Zucco lo sigue. Unos instantes después, una puta, enloquecida, entra. LA PUTA:

Señora, señora, fuerzas diabólicas acaban de pasar por el Pequeño Chicago. Todo el barrio está trastornado, las putas ya no trabajan, los rufianes están con la boca abierta, los clientes han huido, todo se ha detenido, todo está petrificado. Señora, usted alojó al demonio en su casa. Ese muchacho que llegó hace poco, que ni abre la boca, que no responde a las preguntas de las acompañantes, a tal punto que se preguntan si tiene voz o sexo; ese muchacho, no obstante, de mirada tan dulce; ese bello muchacho, y se ha hablado mucho de eso entre las acompañantes, he aquí que sale detrás del inspector. Nosotras, las acompañantes, lo observamos bien, reímos, hacemos conjeturas. Camina detrás del inspector, que parece sumido en una profunda meditación; camina detrás como su sombra; y la sombra se retrae, como al mediodía, está cada vez más cerca de la espalda encorvada del inspector y, de repente, saca un largo puñal de un bolsillo y lo clava en la espalda del pobre hombre. El inspector se detiene. No se da vuelta. Balancea suavemente la cabeza, como si la reflexión profunda en la cual estaba sumergido acabara de encontrar su solución. Después todo su cuerpo se tambalea, y se desploma sobre el piso. Ni el asesino, ni su víctima se miraron en ningún momento. El muchacho tenia los ojos fijos en el revólver del inspector; se inclina, lo agarra, lo mete en el bolsillo y se va, tranquilamente, con la tranquilidad del demonio, señora. Pues nadie se movió, todo el mundo, inmovilizado, lo vio irse. Desapareció entre la gente. Era el diablo al que tenia bajo su techo, señora. LA MADAMA: De todas maneras, con la muerte de un inspector, ese muchacho está perdido.

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V. EL COMPAÑERO La cocina. La chica está contra la pared, aterrorizada. EL HERMANO:

No me tengas miedo, mi pollita. No te voy a hacer nada. Tu hermana es una idiota. ¿Por qué cree que te habría de pegar? Ahora eres una hembra; jamás le pegué a una hembra. Me gustan mucho las hembras; más que nada. Es mucho mejor que una hermana menor. Una hermana menor jode. Hay que cuidarla, tenerle el ojo encima. ¿Para proteger qué? ¿Su virginidad? ¿Durante cuánto tiempo hay que cuidar la virginidad de una hermana? Todo el tiempo que pasé vigilándote es tiempo perdido. Lamento todo ese tiempo. Lamento cada día, cada hora perdidos en vigilarte. Se debería desflorar a las chicas cuando son chicas, así dejarían en paz a los hermanos mayores. Ya no tendrían nada que cuidar y ellos podrían ocupar su tiempo en otra cosa. Yo me alegro de que te hayas hecho violar por un tipo; porque ahora tengo paz. Sigue tu camino, yo sigo el mío, no tengo que cargarte más como una cruz. Mejor ven a tomar una copa conmigo. Ahora tienes que aprender a no bajar más la mirada, a dejar de sonrojarte y a atreverte a mirar a los muchachos. Todo eso se terminó. Aunque sea impúdico, levanta la cabeza, mira a los tipos, míralos bien, a ellos les encanta eso. No te sirve de nada ser recatada ni un segundo más. Empieza, mi vieja y rápido. Abandónate a tu naturaleza, ve a callejear por el Petit Chicago, con las putas, hazte puta: vas a ganar guita y ya no vas a ser una carga para nadie. Y tal vez te encontraré en los bares donde hay levante, te haré una seña, vamos a ser compañeros de juerga; es menos aburrido, uno se divierte mucho más. No pierdas más tu tiempo en bajar la mirada ni en cerrar las rodillas, pollita, ya no sirve para nada. De todas maneras, ahora el casamiento está perdido. Valía la pena cuidarte para el casamiento, valía la pena que bajaras la mirada tímidamente hasta el día de tu casamiento, pero ahora se perdió el casamiento y entonces también todo lo demás. Con un solo golpe como ese todo está perdido: el matrimonio, la familia, tu padre, tu madre, tu hermana; y a mí no me importa nada. Tu padre ronca de pena y tu madre llora; es mejor dejarlos llorar, roncar y abandonar la casa. Puedes tener hijos: nos importa un bledo. Puedes no tenerlos, también nos importa un bledo. Puedes hacer lo que quieras. Yo no te cuido más, ya no eres una niña. Ya no tienes edad; podrías tener quince o cincuenta años, da lo mismo. Eres una hembra y a todo el mundo le da igual.

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VI. SUBTE Debajo de un afiche titulado "Se busca" con el retrato de Zucco sin nombre en el centro; sentados uno al lado del otro en el banco de la estación de subte, después de la hora de cierre, un señor mayor y Zucco. UN HOMBRE:

Soy un hombre viejo y me retrasé más de lo razonable. Estaba contento de haber alcanzado el último subte cuando de repente, en un cruce de ese laberinto de corredores y escaleras, ya no reconocí mi estación, pese a que, como la frecuento regularmente, creía conocerla tan bien como a mi cocina. Pero ignoraba que tras el recorrido claro que hago todos los días, se ocultaba un mundo oscuro de túneles, de direcciones desconocidas que hubiera preferido ignorar, pero que mi tonta distracción me hizo conocer a la fuerza. Y de repente las luces se apagan y no queda más claridad que la de esas lucecitas blancas cuya existencia incluso ignoraba. Entonces sigo derecho, en un mundo desconocido, lo más rápido posible, lo que no quiere decir gran cosa en un hombre viejo como yo. Y cuando al cabo de interminables escaleras mecánicas detenidas, creo percibir una salida, zas, una enorme reja me impide el acceso. Entonces, heme aquí, en una situación bastante irreal para un hombre de mi edad, castigado por la distracción y la lentitud de mis pasos, esperando no sé muy bien qué y sin querer saberlo, porque a mi edad semejantes novedades son decididamente duras de soportar. Seguramente el amanecer, si, seguramente es eso lo que espero en esta estación que me era tan familiar como mi cocina y que ahora me da miedo. Seguramente estoy esperando que las luces generales se vuelvan a prender y que pase el primer subte. Pero estoy muy preocupado porque no sé cómo voy a volver a ver la luz del día después de una aventura tan estrafalaria. Esta estación ya no me va a parecer lo mismo, ya no voy a poder ignorar la presencia de esas lucecitas blancas que antes no existían; y además, no sé cómo transforma la vida una noche en vela, nunca me pasó, todo debe estar desfasado, los días ya no deben suceder a las noches como ocurría antes. Estoy muy preocupado por todo eso. Pero usted, joven, cuyas piernas me parecen muy ágiles y su mente, lúcida, sí, lo veo en su mirada luminosa y no turbia y tonta como la de un viejo como yo, resulta imposible creer que haya caído en la trampa de esos corredores y rejas cerradas; no, un joven lúcido como usted traspasaría hasta una reja cerrada, como una gota de agua pasa a través de un colador. ¿Trabaja aquí de noche? Hábleme de usted, eso me va a tranquilizar. ZUCCO: Soy un muchacho normal y razonable, señor. Nunca llamé la atención. ¿Acaso se habría fijado en mí si yo no hubiera estado sentado al lado suyo? Siempre pensé que la mejor manera para vivir tranquilo era ser tan transparente como un vidrio, como un camaleón sobre la piedra, traspasar las paredes, no tener ni color ni olor; como si la mirada de las personas lo atravesara a uno y se viera a la gente detrás, como si uno no estuviera ahí. Dura tarea la de ser transparente; es un oficio; es un viejo, un muy viejo sueño el ser invisible. No soy un héroe. Los héroes son criminales. No existen héroes cuya ropa no esté empapada de sangre, y la sangre es lo único en el mundo que no puede pasar inadvertido. Es la cosa más visible del mundo. Cuando todo esté destruido, cuando la niebla del fin del mundo recubra la tierra, todavía permanecerá la ropa de los héroes empapada de sangre. Yo cursé mis estudios, fui un buen alumno. No se retrocede cuando uno se acostumbró a ser un buen alumno. Estoy inscrito en la universidad. Mi vacante en la Sorbona está reservada, junto a otros buenos alumnos entre los cuales paso inadvertido. Le juro que hay que ser un buen alumno, discreto e invisible, para estar en la Sorbona. No es una universidad de los suburbios donde están los patoteros y los que se toman por héroes. Los pasillos de mi universidad son silenciosos y atravesados por sombras de las cuales ni siquiera se oyen los pasos. Desde mañana voy a continuar mi curso de Lingüística. Mañana es el día del curso de Lingüística. Allí voy a estar invisible entre los invisibles, silencioso y atento en la 11

espesa niebla de la vida común. Nada podría cambiar el curso de las cosas, señor. Soy como un tren que atraviesa tranquilamente una pradera y al que nada podría hacer descarrilar. Soy como un hipopótamo hundido en el barro y que se desplaza muy lentamente y al que nada podría desviar del camino ni del ritmo que decidió tomar. UN HOMBRE VIEJO: Siempre podemos descarrilar, joven, sí, ahora sé que cualquiera puede descarrillar en cualquier momento. Yo que soy un hombre viejo, yo que creía conocer el mundo y la vida tan bien como mi cocina, zas, heme aquí fuera del mundo, a esta hora que no es para estar aquí, bajo una luz extraña, sobre todo con la angustia de lo que va a pasar cuando las luces generales se vuelvan a encender y pase el primer subte y la gente común, como era yo antes, invada esta estación; y después de esta primera noche en vela, a mí me va a hacer mucha falta salir, cruzar la reja finalmente abierta, ver el día, ya que no vi la noche. Y no sé nada de lo que va a pasar ahora, cómo voy a encontrar al mundo y cómo el mundo me va a encontrar o dejar de encontrar. Porque ya no voy a saber lo que es el día y lo que es la noche, ya no voy a saber qué hacer, voy a dar vueltas en mi cocina tratando de saber la hora y todo eso, joven, me da mucho miedo. ZUCCO: Hay de qué tener miedo, en efecto. UN HOMBRE VIEJO: Usted tiene un suave tartamudeo; me gusta mucho. Me tranquiliza. Ayúdeme cuando el ruido invada este lugar. Ayúdeme, acompañe hasta la salida a este hombre viejo perdido; y tal vez, hasta más allá. Las luces de la estación se vuelven a encender. Zucco ayuda al hombre viejo a levantarse y lo acompaña. Pasa el primer subte.

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VII. DOS HERMANAS En la cocina. La chica, con un bolso. Entra la hermana. LA LA LA LA

HERMANA: Te prohíbo que te vayas. CHICA: Ya no puedes prohibirme nada, ahora soy mayor que tú. HERMANA: ¿Qué dices? Eres un gorrioncito sobre una rama. Y yo soy tu hermana mayor. CHICA: Tú eres una solterona virgen, no sabes nada de la vida, te cuidaste demasiado,

te protegiste muy bien. Yo soy mayor, fui violada, soy una perdida y tomo sola mis decisiones. LA HERMANA: ¿Ya no eres mi hermanita, la que me contaba todos sus secretos? LA CHICA: ¿No eres una solterona que no conoce nada de nada y que tendría que callarse frente a mi experiencia? LA HERMANA: ¿De qué experiencia hablas? La experiencia de la desgracia no sirve para nada. Justamente por eso es mejor olvidarla lo más rápido posible. Solo la experiencia de la felicidad sirve para algo. Siempre te vas a acordar de las lindas y tranquilas noches entre tus padres, tu hermano y tu hermana; hasta cuando seas vieja te vas a acordar de eso. En cambio, la desgracia que se abatió sobre nosotros la vas a olvidar muy rápido, chorlita, bajo el cuidado de tu hermana, de tu hermano y de tus padres. LA CHICA: De los que me voy a olvidar es de mis padres, de mi hermano y de mi hermana, no de mi desgracia. LA HERMANA: Tu hermano te protegerá, mi pajarito; te amará más que nadie en el mundo, porque siempre te amó como nadie. Él será el único hombre que vas a necesitar. LA CHICA: No quiero que me amen. LA HERMANA: No digas eso. No hay otra cosa que valga algo en esta vida. LA CHICA: ¿Cómo te atreves a decir eso? Si nunca tuviste un hombre, si nunca miste amada. Te quedaste sola toda la vida y fuiste muy desgraciada. LA HERMANA: Nunca fui desgraciada, salvo por tu desgracia. LA CHICA: Sí, sé que fuiste muy desgraciada. Muchas veces te sorprendí llorando detrás de la cortina. LA HERMANA: Lloro por llorar, en determinadas horas fijas, pero ahora ya no me vas a ver llorar, nunca más me vas a ver llorar; lloré mucho por anticipado. ¿Por qué quieres irte? LA CHICA: Quiero encontrarlo. LA HERMANA: No lo encontrarás. LA CHICA: Lo encontraré. LA HERMANA: Imposible. Sabes bien que tu hermano lo buscó durante días y noches, para vengarte. LA CHICA: Pero yo no quiero vengarme, entonces lo encontraré. LA HERMANA: ¿Y qué vas a hacer cuando lo encuentres? LA CHICA: Le voy a decir algo. LA HERMANA: ¿Qué? LA CHICA: Algo. LA HERMANA: ¿Dónde piensas encontrarlo? LA CHICA: En el Pequeño Chicago. LA HERMANA: ¿Por qué quieres perderte, paloma inocente? No, no me abandones, no me dejes sola. No quiero quedarme sola con tu hermano y tus padres. No me quiero quedar sola en esta casa. Sin ti, mi vida ya no valdrá nada, ya nada tendrá sentido. No me dejes, te lo suplico, no me 13

dejes. Odio a tu hermano y a tus padres y a esta casa; eres a la única que quiero, paloma, paloma; eres lo único que tengo en la vida. El padre entra furioso. EL PADRE:

Su madre escondió la cerveza. Voy a golpearla como lo hacia antes. ¿Por qué habré dejado de hacerlo? Tenía el brazo cansado, pero me tendría que haber esforzado, hacer ejercicios, hacérselo hacer a algún otro. Tendría que haber continuado como antes, pegándole todos los días, en el mismo horario. Pero no, fui negligente y ahora ella me esconde la cerveza y estoy seguro de que ustedes son cómplices. (Mira debajo de la mesa.) Quedaban cinco botellas. Las voy golpear cinco veces a cada una si no las encuentro. Sale. LA HERMANA:

¡Mi tórtola en el Pequeño Chicago! ¡Qué infeliz debes estar y qué desgraciada vas

a ser! Entra la madre. LA MADRE:

Su padre está otra vez borracho. Se mandó las cervezas, una detrás de otra. ¿Y ustedes por qué son tan complacientes con ese viejo loco? Me dejan pelearme sola con este borracho. A ustedes no les importa, lo dejan arruinarnos con el alcohol. Son un par de tontas que charlan y charlan, que se ocupan solo de sus pequeñas historias idiotas y me dejan sola con este borracho. ¿Qué es ese bolso? LA HERMANA: Se va a casa de su amiga, va a pasar ahí la noche. LA MADRE: Su amiga, su amiga... ¿Quién es esa amiga? ¿Qué son esas historias entre chicas? ¿Qué necesidad tiene de pasar la noche en casa de su amiga? ¿Las camas son mejores que aquí? ¿La noche es más oscura allí que aquí? Si ustedes tuvieran todavía la edad y yo la fuerza, les pegaría a las dos. Sale. LA HERMANA: No quiero que seas infeliz. LA CHICA: Soy infeliz y soy feliz. Sufrí mucho, pero disfruté LA HERMANA: Y yo me voy a morir si me abandonas.

mucho con ese sufrimiento.

La chica toma su bolso y sale.

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VIII. JUSTO ANTES DE MORIR Un bar, de noche. Una cabina telefónica. Zucco es lanzado por la ventana, en medio de un estruendo de vidrios rotos. Gritos adentro. Aglomeración en la puerta. ZUCCO:

"Así fui creado, como un atleta. Hoy tu enorme furia me completa. Oh mar, qué grande soy en mi pedestal divino. Toda tu inmensidad corroe mis pies en vano. Desnudo, fuerte, la frente inmersa en un torbellino de bruma". UNA PUTA: Qué frío que hace. Ese muchacho se va a morir. UN TIPO: No te preocupes por él. Está transpirando, debe tener calor en su interior. ZUCCO: "Envuelto en ruidos, granizo y espuma y noches y viento que chocan entre sí, alzo mis dos brazos hacia el éter tenebroso". UN TIPO: Está borracho ese tipo. UN TIPO: Imposible, no tomó nada. UNA PUTA: Está loco, eso es todo. Hay que dejarlo tranquilo. EL FORZUDO: ¿Dejarlo tranquilo? Hace horas que nos está jodiendo, ¿por qué deberíamos dejarlo tranquilo? Que me provoque otra vez y le rompo la cabeza. UNA PUTA: (Acercándose a Zucco para levantarlo.) No busques más pelea, chico, no busques más pelea. Tu linda cara ya está estropeada. ¿O quieres que las chicas ya no se den vuelta para mirarte? Sabes, bebé, la cara es delicada. Crees tenerla para toda la vida y de repente te la viene a arruinar un imbécil que no tiene nada que perder con la de él. Tú tienes mucho que perder, bebé. Una cara cortada y toda tu vida queda estropeada, como si te hubieran cortado la cola. No lo piensas antes, pero te juro que lo pensarás después. No me mires así o voy a llorar; eres de la raza de los que te hacen llorar con solo mirarlos. Zucco se acerca al forzudo y le da una trompada. UNA PUTA: No van a empezar de nuevo. EL FORZUDO: No me busques, chiquito, no

me busques.

Zucco le da una segunda trompada. El forzudo responde. Se pelean. UNA PUTA: Yo llamo a la policía. Lo va a matar. UN TIPO: Ni la nombres siquiera. UN TIPO: De todas maneras ya está tirado en el piso.

Zucco se levanta y persigue al forzudo, que se iba. Se acerca y le golpea la cara. UNA PUTA: No se la devuelvas, déjalo ZUCCO: Pelea, cobarde, cagón, puto.

tranquilo, si ni siquiera se mantiene en pie.

El forzudo lo lanza por el aire. EL FORZUDO:

Una vez más, y te aplasto como a un mosquito.

Zucco se levanta otra vez, busca de nuevo pelea. 15

UNA PUTA:

(Al forzudo) No lo toques, no lo toques, no lo estropees.

El forzudo tira a Zucco de una trompada. UN TIPO: Lo tiró al tipo. UNA PUTA: Era fácil. Es verdad que son unos cobardes. EL FORZUDO: Un hombre no debe dejarse morder dos veces

por el mismo perro.

Entran en el bar. Zucco se levanta, se acerca a la cabina de teléfonos. Descuelga el auricular, marca un número, espera. ZUCCO:

Quiero irme. Hay que irse rápido. En esta puta ciudad hace demasiado calor. Quiero irme a África, bajo la nieve. Tengo que irme porque me voy a morir. De todas maneras, nadie se interesa por nadie. Nadie. Los hombres necesitan a las mujeres y las mujeres, a los hombres. Pero sin amor. A mí con las mujeres se me para por piedad. Me gustaría volver a nacer perro para ser más feliz. Un perro callejero, que revuelva la basura; nadie se fijaría en mí. Me gustaría ser un perro amarillo, sarnoso, del que se apartarían sin prestarle atención. Me gustaría revolver eternamente la basura. Creo que no hay palabras, no hay nada que decir. Hay que dejar de enseñar las palabras. Hay que cerrar las escuelas y agrandar los cementerios. De todas maneras, un año, cien años, es lo mismo; tarde o temprano todos tenemos que morir, todos. Y eso, eso hace cantar a los pájaros, hace reír a los pájaros. UNA PUTA: (En la puerta del bar.) Le había dicho que era un loco. Habla con un teléfono que no funciona. Zucco suelta el auricular, se apoya contra la cabina. El forzudo se acerca a Zucco. EL FORZUDO: ¿En qué estás pensando, muchacho? ZUCCO: Pienso en la inmortalidad del cangrejo, del caracol y del abejorro. EL FORZUDO: ¿Sabes que a mí no me gusta pelear? Pero me buscaste tanto,

muchacho, que no me pude aguantar sin decir nada. ¿Por qué buscaste tanto la pelea? Se diría que quieres morir. ZUCCO: No quiero morir, voy a morir. EL FORZUDO: Como todo el mundo, muchacho. ZUCCO: No es una razón. EL FORZUDO: Tal vez. ZUCCO: El problema con la cerveza es que no se compra, se alquila. Tengo que ir a mear. EL FORZUDO: Ve antes de que sea demasiado tarde. ZUCCO: ¿Es verdad que hasta los perros me van a mirar de costado? EL FORZUDO: Los perros nunca miran a nadie de costado. Los perros son los únicos seres en los que se puede confiar. Te quieren o no te quieren, pero no te juzgan jamás. Y cuando todo el mundo te haya dejado tirado, muchacho, siempre va a haber un perro que ande por ahí para lamerte la planta de los pies. ZUCCO: "Morte villana, dipietá nemica, di dolor madre antica, giudicio incontastabile gravoso, di te blasmar la lingua s'affatica". EL FORZUDO: Tienes que ir a mear. 16

ZUCCO:

Es demasiado tarde.

Amanece. Zucco se duerme.

17

IX. DALILA Una comisaría. Un inspector, un comisario. Entra la chica seguida de su hermano. Este se queda en la puerta. La chica avanza hacia el retrato de Zucco y lo señala con el dedo. LA CHICA: Lo conozco. EL COMISARIO: ¿A quién? LA CHICA: A ese muchacho. Lo conozco muy bien. EL INSPECTOR: ¿Quién es? LA CHICA: Un agente secreto. Un amigo. EL INSPECTOR: ¿Quién es ese tipo que tienes detrás? LA CHICA: Mi hermano. Me acompañó. Es él quien me

dijo que viniera porque reconocí esa foto

en la calle. EL INSPECTOR: ¿Sabes que lo estamos buscando? LA CHICA: Sí, yo también lo busco. EL INSPECTOR: ¿Dices que es un amigo? LA CHICA: Un amigo, sí, un amigo. EL INSPECTOR: Un asesino de policías. Vas a ser detenida,

acusada de cómplice y de ocultamiento

de armas y encubrimiento de asesinato. LA CHICA: Fue mi hermano quien me dijo que viniera a decirles que yo lo conocía. No oculto nada, no denuncio a nadie, simplemente, lo conozco. EL INSPECTOR: Dile a tu hermano que salga. EL COMISARIO: ¿No escuchaste? Tú, afuera. El hermano sale. EL INSPECTOR: ¿Qué sabes de él? LA CHICA: Todo. EL INSPECTOR: ¿Es francés? ¿Es extranjero? LA CHICA: Tenía un muy leve, un muy lindo acento extranjero. EL INSPECTOR: ¿Germánico? LA CHICA: No sé qué quiere decir germánico. EL INSPECTOR: Así que te dijo que era un agente secreto. Qué

extraño, por empezar un agente

secreto debe permanecer en secreto. LA CHICA: Le dije que guardaría el secreto hasta que llegue. EL COMISARIO: Genial, si todos los secretos fueran guardados como este, nuestro trabajo sería fácil. LA CHICA: Me dijo que se iba a una misión en África, en las montañas, allí donde nieva siempre. EL INSPECTOR: Un agente alemán en Kenia. EL COMISARIO: Las conjeturas de la policía después de todo no estaban tan equivocadas. EL INSPECTOR: Eran exactas, comisario. (A la chica.} Ahora su nombre, ¿lo sabes? Debes saberlo porque era tu amigo. LA CHICA: Sí, lo sé. EL COMISARIO: Dilo. LA CHICA: Lo sé muy bien. EL COMISARIO: ¿Te estás burlando de nosotros, nena? ¿Quieres unos sopapos? 18

LA CHICA: No quiero unos sopapos. Lo sé, pero no me sale. EL INSPECTOR: ¿Cómo que no te sale? LA CHICA: Lo tengo aquí, en la punta de la lengua. EL COMISARIO: ¿En la punta de la lengua, en la punta de la lengua?

¿Quieres sopapos, trompadas y que te tiremos de los pelos? Tenemos salas equipadas justo para eso, tú sabes. LA CHICA: No, no, lo tengo aquí; ya me va a salir. EL INSPECTOR: Su nombre, al menos. Lo debes recordar bien, te lo debe haber susurrado al oído. EL COMISARIO: Un nombre, un nombre. No importa cuál, o te llevo a la rastra a la sala de tortura. LA CHICA: Andreas. EL INSPECTOR: (Al comisario.) Anote: Andreas (A la chica.) ¿Estás segura? LA CHICA: No. EL COMISARIO: La voy a matar. EL INSPECTOR: Suelta esa porquería de nombre o te lo hago tragar. Apúrate o te acordarás de mí. LA CHICA: Angelo. EL INSPECTOR: Un español. EL COMISARIO: O un italiano, un brasileño, un portugués o un mexicano: hasta conocí un berlinés que se llamaba Julio. EL INSPECTOR: Cuánto sabe usted, comisario, (A la chica.) Me pongo nervioso. LA CHICA: Lo tengo en la punta de la lengua. EL COMISARIO: ¿Quieres un golpe para que salga? LA CHICA: Angelo, Angelo, o Dolce, o algo por el estilo. EL INSPECTOR: ¿Dolce? ¿Como dulce? LA CHICA: Como dulce, sí. Me dijo que su nombre se parecía a una palabra extranjera que quería decir dulce, o azucarado. (Llora.) Era tan dulce, tan amable. EL INSPECTOR: Supongo que hay muchas palabras para decir azucarado. EL COMISARIO: Zuccherato, sweetened, gezuckert, ocukrzony. EL INSPECTOR: Lo sé, comisario. LA CHICA: Zucco, Zucco. Roberto Zucco. EL INSPECTOR: ¿Estás segura? LA CHICA: Segura. De eso estoy segura. EL COMISARIO: Zucco ¿con una Z? LA CHICA: Con una Z, sí. Roberto. Con una Z. EL INSPECTOR: Llévala a declarar. LA CHICA: ¿Y mi hermano? EL COMISARIO: ¿Tu hermano? ¿Qué hermano? ¿Para qué necesitas a tu hermano? Estamos nosotros. Salen.

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X. EL REHÉN En un parque, a pleno día. Una dama elegante está sentada en un banco. Llega Zucco. LA DAMA:

Siéntese al lado mío. Hábleme, me aburro. Conversemos. Odio los parques. Parece tímido. ¿Lo intimido yo? ZUCCO: No soy tímido. LA DAMA: Sin embargo, le tiemblan las manos como a un chico delante de su primera novia. Tiene una cara simpática. Es un lindo chico. ¿Le gustan las mujeres? Hasta es demasiado lindo para gustar de las mujeres. ZUCCO: Me gustan mucho las mujeres, sí, mucho. LA DAMA: Le deben gustar las chicas de dieciocho. ZUCCO: Me gustan todas las mujeres. LA DAMA: Eso está muy bien. ¿Ya ha sido duro con una mujer? ZUCCO: Nunca. LA DAMA: ¿Pero tiene ganas? Ya debió haber tenido ganas de ser violento con una mujer, ¿no es cierto? Todos los hombres alguna vez tuvieron ganas, todos. ZUCCO: Yo no. Soy dulce y pacífico. LA DAMA: Es un tipo extraño. ZUCCO: ¿Vino en taxi? LA DAMA: No, no soporto a los choferes de taxi. ZUCCO: Entonces vino en auto. LA DAMA: Por supuesto. No he venido a pie, vivo en la otra punta de la ciudad. ZUCCO: ¿Qué marca es el auto? LA DAMA: Tal vez piense que tengo un Porsche. No, tengo un miserable auto chico. Mi marido es un tacaño. ZUCCO: ¿Qué marca? LA DAMA: Mercedes. ZUCCO: ¿Qué modelo? LA DAMA: 280 SE. ZUCCO: No es un miserable auto chico. LA DAMA: Tal vez no. Pero igual mi marido es un tacaño. ZUCCO: ¿Quién es ese tipo que la mira todo el tiempo? LA DAMA: Es mi hijo. ZUCCO: ¿Su hijo? Es grande. LA DAMA: Catorce años, ni uno más. No soy una mujer vieja. ZUCCO: Él parece más grande. ¿Hace deportes? LA DAMA: No hace más que eso. Le pago todos los clubes de la ciudad, todas las canchas de tenis, de hockey, de golf y, sin embargo, encuentra la manera de exigir que lo acompañe al entrenamiento. Es un pegajoso. ZUCCO: Parece fuerte para su edad. Déme las llaves de su auto. LA DAMA: Por supuesto, por supuesto. ¿No quiere el auto también? ZUCCO: Si, quiero el auto. LA DAMA: Tómelo. ZUCCO: Déme las llaves. LA DAMA: No me moleste. 20

ZUCCO: Déme las llaves (Saca el revólver, lo apoya sobre sus rodillas.) LA DAMA: Está loco. No se juega con las armas. ZUCCO: Llame a su hijo. LA DAMA: Por supuesto que no. ZUCCO: (Amenazándola con el revólver.) Llame a su hijo. LA DAMA: Usted está loco. (Gritando a su hijo.} Vete. Vuelve a casa. Arréglatelas

solo.

El hijo se acerca, la mujer se levanta, Zucco le apoya el revólver en la garganta. LA DAMA:

Tire, imbécil. No le voy a dar las llaves, o me toma por idiota. Mi marido me toma por idiota, mi hijo me toma por idiota, la mucama me toma por idiota -puede tirar, así habrá una idiota menos-. Pero no le voy a dar las llaves. Peor para usted porque es un auto magnifico, tapizado de cuero y con tablero de nogal. Peor para usted. No haga más escándalo. Mire: esos imbéciles van acercarse, van a hacer comentarios, van a llamar a la policía. Mire: ya se están relamiendo. Les encanta esto. No soporto los comentarios de esa gente. Dispare, entonces. No quiero oírlos, no quiero oír. ZUCCO: (Al hijo.) No te acerques. UN HOMBRE: Miren cómo tiembla. ZUCCO: No te acerques, por Dios; tírate al piso. UNA MUJER: Es el chico el que le da miedo. ZUCCO: Y ahora las manos a los costados del cuerpo. Acércate. UNA MUJER: ¿Pero cómo quiere que se arrastre con las manos a los costados del cuerpo? UN HOMBRE: Se puede, se puede. Yo lo lograría. ZUCCO: Despacio. Las manos en la espalda. No levantes la cabeza. No te muevas. (El chico hace un movimiento.) No te muevas o mato a tu mamá. UN HOMBRE: Es capaz de hacerlo. UNA MUJER: Por supuesto. Va a hacerlo. Pobre chico. ZUCCO: ¿Juras que no te vas a mover? EL CHICO: Lo juro. ZUCCO: Pega la cabeza contra el piso. Date vuelta despacio para girar la cabeza para el otro lado. Date vuelta, no quiero que puedas vernos. EL CHICO: ¿Pero por qué me tiene miedo? No puedo hacer nada. Soy un chico. No quiero que maten a mi mamá. No hay por qué tenerme miedo: usted es mucho más fuerte que yo. ZUCCO: Sí, soy más fuerte que tú. EL CHICO: ¿Y entonces por qué me tiene miedo? ¿Yo qué podría hacerle? Soy muy chico. ZUCCO: No eres tan chico y yo no tengo miedo. EL CHICO: Sí, tiembla, tiembla. Lo oigo bien. UN HOMBRE: Llegó la policía. UNA MUJER: Ahora sí va a tener razones para temblar. UN HOMBRE: Vamos a reírnos. Vamos a reírnos. ZUCCO: (Al chico.) Cierra los ojos. EL CHICO: Los tengo cerrados. Los tengo cerrados. Pero santo Dios, usted es un cagón. ZUCCO: Cierra la boca también. EL CHICO: De acuerdo, yo cierro todo, pero usted es un cagón. Es a una mujer a quien está asustando. Es a una mujer quien amenaza con su revólver. ZUCCO: ¿Qué auto tiene tu madre? EL CHICO: Un Porsche, creo. 21

ZUCCO: Cállate. Cierra la boca, cierra los ojos. Hazte el muerto. EL CHICO: No sé cómo hacerme el muerto. ZUCCO: Ya vas a saber. Voy a matar a tu madre y verás lo que es hacerse el muerto. UNA MUJER: Pobre chico. EL CHICO: Me hago el muerto, me hago el muerto. UN HOMBRE: Los policías no se acercan. UNA MUJER: Tienen cagazo. UN HOMBRE: Pero no. Es la estrategia. Saben lo que hacen. Tienen recursos que no

conocemos.

Pero ellos saben lo que hacen, créame. El tipo está frito. UN HOMBRE: La mujer también, no hay duda. UN HOMBRE: Si no se rompen los huevos no hay tortilla. UNA MUJER: Pero, por Dios, que no le haga nada al chico, sobre todo al chico. Zucco se acerca al chico empujando a la mujer, siempre con el revólver contra $u cuello. Después pone el pie sobre la cabeza del chico. UNA MUJER: Ay, Dios mío, hoy en día los chicos se las ven negras. UN HOMBRE: Nosotros también nos las vimos negras cuando éramos chicos. UNA MUJER: ¿Qué, usted también fue amenazado por un loco? UN HOMBRE: ¿Y la guerra, señora?, ¿usted se olvidó de la guerra? UNA MUJER: ¿Por qué? ¿Los alemanes le pusieron el pie sobre la cabeza y

la amenazaron a su

madre? UN HOMBRE: Peor que eso, señora, peor que eso. UNA MUJER: Igual se lo ve bien vivo, viejo y gordo. UN HOMBRE: Señora, no sea grosera. UNA MUJER: Yo solo pienso en el chico, solo pienso en el UN HOMBRE: Pero termine de una vez con el chico. Es

chico. la mujer la que tiene el revólver en la

garganta. UNA MUJER: Sí, pero es el chico UNA MUJER: Entonces dígame,

el que va a sufrir. señor, ¿a esto le llama usted la técnica especial de la policía? Usted habla de una técnica. Ellos se quedan en la otra punta. Tienen cagazo. UN HOMBRE: Dije que era una estrategia. UN HOMBRE: ¡Me cago en la estrategia! LOS POLICÍAS: (De lejos.) Suelte su arma. UNA MUJER: Bravo. UNA MUJER: Estamos salvados. UN HOMBRE: Sagrada estrategia. UN HOMBRE: Preparan un golpe, como les dije. UNA MUJER: Yo no veo que estén preparando ningún golpe. UN HOMBRE: El golpe ya está prácticamente dado, por otra parte. UNA MUJER: Pobre chico. UN HOMBRE: Señora, si sigue hablando del chico le voy a dar una bofetada. UN HOMBRE: ¿Les parece momento para pelear, de verdad? Un poco de dignidad. Somos testigos de un drama. Estamos ante la muerte. LOS POLICÍAS: (De lejos.) Le ordenamos soltar el arma. Está cercado. (El público presente se ríe.) ZUCCO: Dile que me dé las llaves del auto. Es un Porsche. 22

LA DAMA: Imbécil. UNA MUJER: Dele la llave, dele la llave. LA DAMA: Jamás. Que las saque él mismo. UN HOMBRE: Le va a reventar la cabeza. LA DAMA: Mejor. No les veré más la cara a ustedes. Mejor. UNA MUJER: Esta mujer es detestable. UN HOMBRE: Es malvada. Hay tanta gente malvada y cruel. UNA MUJER: Sáquele las llaves a la fuerza. ¿No hay un hombre

aquí para revisarle los bolsillos y

sacar las llaves? UNA MUJER: Usted, ahí, que sufrió tanto cuando era chico, usted, al que los alemanes le ponían el pie sobre la cabeza amenazando a su madre, muestre entonces que tiene cojones, muestre que todavía le queda al menos uno, aunque chiquito y achicharrado. UN HOMBRE: Señora, usted se merece una bofetada. Tiene suerte de que sea un hombre educado. UNA MUJER: Revísele los bolsillos, sáquele las llaves y después déme la bofetada. El hombre se acerca temblando, estira los brazos, busca en el bolsillo de la dama y saca las llaves. LA DAMA: Imbécil. UN HOMBRE: (Triunfante.) ¿Vio? ¿Vio? Que traigan ese Porsche hasta aquí. (La dama se ríe.) UNA MUJER: Se ríe. ¿Cómo puede reírse cuando su hijo está a punto de morir? UNA MUJER: ¡Qué horror! UN HOMBRE: Es una loca. UN HOMBRE: Dele la llave a los policías. Que al menos se ocupen de eso. Espero que al menos

sepan manejar un auto. El hombre vuelve corriendo. UN HOMBRE: No es un Porsche. Es un Mercedes. UN HOMBRE: ¿Qué modelo? UN HOMBRE: 280 SE, creo. Qué hermoso. UN HOMBRE: Un Mercedes, es un buen auto. UNA MUJER: Pero tráiganlo, qué importa la marca. Va a matar a todo el mundo. ZUCCO: Quiero un Porsche. No quiero que me tomen el pelo. UNA MUJER: Pídanles a los policías que busquen un Porsche. No discutan, que

es un loco, un

loco. Hay que encontrar un Porsche. UN HOMBRE: Eso, al menos, los policías sabrán hacerlo. UN HOMBRE: Vaya a saber. Siguen alejados. Van hacia los policías. UN HOMBRE: Mírennos a nosotros, somos gente común y más valientes que UNA MUJER: (Al chico.) Pobrecito, ¿no te lastima ese maldito pie? ZUCCO: Cállese. No quiero que le hablen. No quiero que abra la boca. Tú

ellos. cierra los ojos. No te

muevas. UN HOMBRE: ¿Y usted, señora? ¿Cómo LA DAMA: Bien, gracias, estoy bien.

se siente? Pero me sentiría mucho mejor si ustedes se callaran y 23

volvieran a sus cocinas o a limpiarle el culo a sus hijos. UNA MUJER: Es dura, dura. UN POLICÍA: (Del otro lado de la aglomeración.) Acá están las llaves del auto. Es un Porsche. Desde acá lo pueden ver. (A la gente.) Pásenle las llaves. UN HOMBRE: Pásenselas ustedes. Los asesinos son su oficio. UN POLICÍA: Tenemos nuestras razones para no hacerlo. UNA MUJER: Me cago en las razones. UN HOMBRE: Yo no toco esas llaves. No es mi tarea. Soy padre de familia. ZUCCO: Voy a liquidar a la mujer y me voy a tirar un tiro en la cabeza. Mi vida no me importa, les juro que no me importa nada mi vida. Hay seis balas en el cargador. Liquido a cinco personas y después me liquido yo. UNA MUJER: Lo va a hacer. Lo va a hacer. Vayámonos. UN POLICÍA: No se muevan. Lo van a poner nervioso. UN HOMBRE: Ustedes, que no hacen nada, son los que nos ponen nerviosos. UN HOMBRE: No los molesten. Déjenlos hacer. Seguro que tienen un plan. UN POLICÍA: No se muevan. (Deja las llaves en el suelo y con un bastón las empuja, pasando por entre las piernas de las personas hasta los pies de Zucco, quien baja despacio, toma las llaves y se las mete en el bolsillo.) ZUCCO: Me llevo a la mujer conmigo. Apártense. UNA MUJER: Gracias, Dios mío, el chico está a salvo. UN HOMBRE: ¿Y la mujer? ¿Qué le va a pasar a ella? ZUCCO: Apártense. Todo el mundo se aparta. Sosteniendo en una mano el revólver, Zucco se inclina, lo agarra de los pelos al chico y le pega un tiro en la nuca. Alaridos. Huida. Apuntando a la mujer a la garganta, Zucco, por el parque casi desierto, se dirige hacia el auto.

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XI. LA TRANSACCIÓN En la recepción del hotel Pequeño Chicago. La madama en su sillón y la chica que espera. LA CHICA: Soy fea. LA MADAMA: No digas tonterías, patito. LA CHICA: Estoy gorda, tengo papada, panza,

dos tetas como pelotas de fútbol y suerte que las nalgas están atrás, así no me las veo. Pero estoy segura de que son como dos jamones que se me mueven cuando camino. LA MADAMA: ¿Quieres callarte, tontita? LA CHICA: Estoy segura, estoy segura; veo a los perros que me siguen, en la calle, con la lengua afuera, con la baba que les chorrea de los hocicos. Si los dejara, las atacarían como a una exhibidora de carne. LA MADAMA: ¿Pero de dónde sacas esas cosas, tontita? Eres linda, redondita, entrada en carnes, tienes buenas formas. ¿Crees que a los hombres les gustan las ramas secas que temen que se les rompan en las manos? Les gustan las formas, mi pequeña, les gustan las formas que les llenan las manos. LA CHICA: Quisiera ser flaca. Quisiera ser una rama seca que temen que se rompa. LA MADAMA: Bueno, yo no. Por otro lado, hoy estás redondita, mañana puedes estar flaca. Una mujer cambia en la vida. No necesita preocuparse por eso. Cuando yo era chica como tú, era flaca, casi transparente de tan flaca, piel y huesos. De busto, ni sombra. Chata como un muchacho. Eso me ponía furiosa, porque en esa época no me gustaban los muchachos. Soñaba con redondearme, con tener lindas tetas. Entonces me ponía una pechera de cartón que fabricaba yo misma. Pero los muchachos se habían dado cuenta y cada vez que pasaban delante de mí, me daban un codazo en la teta que la aplastaba completamente. Al cabo de un tiempo, puse un alfiler en el interior de la teta y gritaron como locos, puedes creerme. Y después, ya ves, todo se redondeó, se llenó, y estaba muy contenta. Tranquilízate, mi pichoncita: hoy estás redondita, mañana puedes estar flaca. LA CHICA: No me importa. Hoy estoy fea, gorda y soy infeliz. Entra el hermano, conversando con un rufián. A la chica ni la miran. EL EL EL EL

RUFIÁN: (Impaciente.) Es demasiado caro. HERMANO: Eso no tiene precio. RUFIÁN: Todo tiene un precio y el tuyo es muy alto. HERMANO: Cuando no se le puede poner un precio

a una cosa, quiere decir que no vale mucho. Quiere decir que podemos discutir, bajar, subir el precio. Yo fijé un precio en abstracto porque eso no tiene precio. Es como un cuadro de Picasso: ¿Viste a alguien que haya dicho que es demasiado caro? ¿Viste a alguien que haya bajado el precio de un Picasso? El precio que se fija en esos casos es una abstracción. EL RUFIÁN: Un momento, que es una abstracción que va a pasar de mi bolsillo al tuyo, y el vacío que quedará en mi bolsillo no es nada abstracto. EL HERMANO: Un vacío como ese se llena. Lo llenarás muy rápido, créeme y te olvidarás del precio que pagaste en menos tiempo que el que gastaste en discutirlo. Pero yo no discuto. Lo tomas o lo dejas. Haces el mejor negocio del año o sigues en la miseria. EL RUFIÁN: No te impacientes, no te impacientes. Estoy reflexionando. EL HERMANO: Reflexiona, reflexiona, pero no tardes demasiado. Tengo que llevar a mi hermana a casa de su madre. 25

EL RUFIÁN: De acuerdo, acepto. EL HERMANO: (A la chica.) Te brilla

la nariz, pollita. Tienes que ir pensando en empolvártela. (La chica sale. Ellos la miran.) ¿Qué tal mi Picasso? EL RUFIÁN: Igual me parece cara. EL HERMANO: Te hará ganar bastante plata como para que te olvides del precio. Intercambio del dinero. EL EL EL EL EL EL EL EL EL EL EL EL

RUFIÁN: ¿Cuándo va a estar disponible? HERMANO: No te impacientes, no te impacientes; tenemos todo el tiempo. RUFIÁN: No tenemos todo el tiempo. Tienes la plata, quiero a la chica. HERMANO: La tienes, la tienes, es como si la tuvieras. RUFIÁN: Ahora que tienes la plata, te arrepientes. HERMANO: No me arrepiento de nada, de nada. Pienso. RUFIÁN: ¿En qué piensas? No es momento para pensar. ¿Entonces, cuándo? HERMANO: Mañana, pasado mañana. RUFIÁN: ¿Por qué no hoy? HERMANO: Si, ¿por qué no? Esta noche. RUFIÁN: ¿Por qué no en seguida? HERMANO: No te impacientes, no te impacientes. (Se oyen los pasos de la chica.)

De acuerdo,

en seguida. (El hermano huye y va a esconderse en una habitación) Entra la chica. LA CHICA: ¿Dónde está mi hermano? EL RUFIÁN: Me encargó que me ocupara de ti. LA CHICA: Quiero saber dónde está mi hermano. EL RUFIÁN: Vamos, ven conmigo. LA CHICA: No quiero ir con usted. LA MADAMA: Obedece inmediatamente, pavota. Las

órdenes de un hermano no se discuten.

La chica y el rufián salen. El hermano sale de la habitación y se sienta frente a la madama. EL HERMANO:

Yo no quería, se lo juro, señora, fue ella la que insistió, fue ella la que quiso venir a este barrio y hacer este trabajo. Está buscando no sé a quién, quiere encontrarlo. Está segura de encontrarlo aquí. Yo no quería. Yo la cuidé como ningún hermano mayor cuidó nunca a su hermana. Mi pollita, mi nena querida, nunca amé a nadie como a ella. No puedo hacer nada, la desgracia cayó sobre nosotros. Fue ella la que quiso, yo no hice más que consentirla. Nunca pude dejar de consentirla. La desgracia nos eligió y se encarnizó con nosotros. (Llora.) LA MADAMA: Eres una reverenda basura.

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XII. LA ESTACIÓN En una estación de ferrocarril. ZUCCO: Roberto Zucco. LA DAMA: ¿Por qué repite todo el tiempo ese nombre? ZUCCO: Porque tengo miedo de olvidarlo. LA DAMA: Uno no se olvida del nombre. Debe ser de lo último que uno se olvida. ZUCCO: No, no; yo lo olvido. Lo veo escrito en mi cerebro y cada vez menos nítido,

cada vez menos claro, como si se fuera borrando; tengo que mirarlo cada vez más de cerca para alcanzar a leerlo. Tengo miedo de descubrir un día que ya no conozco mi nombre. LA DAMA: Yo no lo voy a olvidar. Voy a ser su memoria. ZUCCO: (Después de un tiempo.) Me gustan las mujeres. Me gustan demasiado. LA DAMA: Nunca es demasiado. ZUCCO: Me gustan, me gustan todas. No hay suficientes mujeres. LA DAMA: Entonces yo le gusto. ZUCCO: Si, por supuesto, es mujer. LA DAMA: ¿Por qué me trajo aquí con usted? ZUCCO: Porque voy a tomar el tren. LA DAMA: ¿Y el Porsche? ¿Por qué no se va en el Porsche? ZUCCO: Quiero pasar inadvertido. En un tren nadie ve a nadie. LA DAMA: ¿Supongo que lo tomo con usted? ZUCCO: No. LA DAMA: ¿Por qué no? No tengo ninguna razón para no ir con usted. Desde que lo vi me gustó. Quiero tomar el tren con usted. Además, es lo que usted desea, si no me hubiera matado o abandonado por allí. ZUCCO: Necesito que me dé plata para tomar el tren. No tengo plata. Mi madre iba a dármela, pero se olvidó. LA DAMA: Las madres se olvidan siempre de dar plata. ¿Adonde quiere ir? ZUCCO: A Venecia. LA DAMA: ¿A Venecia? Que idea más extraña. ZUCCO: ¿Conoce Venecia? LA DAMA: Por supuesto, todo el mundo conoce Venecia. ZUCCO: Ahí es donde nací. LA DAMA: Qué bien. Siempre pensé que nadie nacía en Venecia, que todo el mundo moría allí. Los bebés deben nacer cubiertos de polvo y de telarañas. De todas maneras, Francia lo limpió muy bien a usted. No veo rastros de polvo. Francia es un excelente detergente. Muy bien. ZUCCO: Es indispensable que me vaya, tengo que irme. No quiero que me agarren. No quiero que me encierren. Me da cagazo estar entre toda esa gente. LA DAMA: ¿Cagazo? Entonces, pórtese como un hombre. Tiene un arma: los haría escapar tan solo sacándola de su bolsillo. ZUCCO: Soy un hombre, por eso tengo cagazo. LA DAMA: Yo no. Con todo lo que me hizo pasar, no tengo miedo y jamás lo voy a tener. ZUCCO: Justamente, porque usted no es hombre. LA DAMA: ¡Qué complicado es usted, qué complicado! ZUCCO: Si me agarran, me encierran. Si me encierran, me vuelvo loco. Es más, ya estoy loco ahora. Hay policías por todos lados, hay gente por todos lados. Ya estoy atrapado en medio de esta gente. No los mire, no los mire. 27

LA DAMA:

¿Cree que tengo la intención de denunciarlo? Imbécil. Lo hubiera hecho hace rato. Pero esos boludos no me gustan. Usted me gusta mucho más. ZUCCO: Mire a todos esos locos. Mire que aspecto miserable. Son asesinos. Nunca vi tantos asesinos juntos. A la menor seña con la cabeza, se matarían entre ellos. Me pregunto por qué no se hacen la seña con la cabeza ahora. Porque todos están preparados para matar. Son como ratas de laboratorio. Tienen ganas de matar, se les nota en sus caras, en su manera de caminar; imagino sus puños cerrados en sus bolsillos. Yo reconozco a un asesino de un vistazo; tiene la ropa llena de sangre. Aquí hay por todos lados; hay que quedarse tranquilo, sin moverse; no hay que mirarlos a los ojos. No tienen que vernos, tenemos que ser invisibles. Porque si no, si se los mira a los ojos, si se dan cuenta de que los estamos mirando, nos empiezan a mirar y a vernos, se hacen la seña con sus cabezas y matan, matan. Y si hay uno que empieza, se van a matar entre ellos. Solo esperan la seña con la cabeza. LA DAMA: Pare. No empiece con una crisis de nervios. Voy a comprar los dos boletos. Pero cálmese, que lo van a ver. (Después de un tiempo) ¿Por qué lo mató? ZUCCO: ¿A quién? LA DAMA: A mi hijo, imbécil. ZUCCO: Porque era un pegajoso. LA DAMA: ¿Qué dijo? ZUCCO: Usted fue la que dijo que era un pegajoso. Usted había dicho que la tomaba por idiota. LA DAMA: ¿Y si a mí me gustaba que me tomaran por idiota? ¿Y si me gustaban los pegajosos más que nada en el mundo, más que los boludos grandotes? ¿Y si yo odiaba a todos menos a los pegajositos? ZUCCO: Tendría que haberlo dicho. LA DAMA: Lo dije, imbécil, lo dije. ZUCCO: No me hubiera negado las llaves. No me hubiera humillado. Yo no quería matarlo, pero todo se fue dando así, por la historia esa del Porsche. LA DAMA: Mentiroso. Nada se fue dando, todo salió torcido. ¿Si era a mí a la que estaba apuntando con su arma, por qué fue a él entonces a quien le voló la cabeza, salpicando sangre por todos lados? ZUCCO: Si hubiese sido su cabeza, también habría salpicado todo con sangre. LA DAMA: Pero yo no la hubiera visto, imbécil, no la hubiera visto. A mí no me importa mi sangre, no me pertenece. Mientras que la de mi hijo he sido yo quien se la puso en sus malogradas venas, por eso era asunto mío; eran míos los asuntos que se estaban ventilando en público, en un parque delante de unos imbéciles. Ahora ya no me queda nada. Cualquiera pisa lo único que me pertenecía, y que mañana a la mañana limpiarán los jardineros. ¿Qué me queda ahora, qué me queda? Zucco se levanta. ZUCCO: Me voy. LA DAMA: Yo me voy con usted. ZUCCO: No se mueva. LA DAMA: Ni siquiera tiene con qué

tomar el tren. Ni siquiera me dio tiempo para dárselo. No le da tiempo a nadie para que lo ayude. Usted es como una navaja a resorte que cada tanto cierra y acomoda en su bolsillo. ZUCCO: No necesito que me ayuden. LA DAMA: Todo el mundo necesita que lo ayuden. 28

ZUCCO: No empiece a llorar. Tiene la cara de una mujer que va a ponerse a llorar. Odio eso. LA DAMA: Me había dicho que a usted le gustaban las mujeres, todas las mujeres; incluso yo. ZUCCO: Salvo cuando ponen cara de mujeres que van a ponerse a llorar. LA DAMA: Le juro que no voy a llorar.

Ella llora. Zucco se aleja. LA DAMA:

¿Y su nombre, imbécil? ¿Es usted capaz de decírmelo ahora? ¿Quién lo recordará por usted? Estoy segura de que ya se lo ha olvidado. Ahora soy la única para recordarlo. Se va a ir sin su memoria. Zucco sale. La dama permanece sentada y mira los trenes.

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XIII. OFELIA El mismo lugar, de noche. La estación está desierta. Se oye caer la lluvia. Entra la hermana. LA HERMANA:

¿Dónde está mi paloma? ¿A qué mugre la arrastraron? ¿En qué jaula infame la encerraron? ¿Qué animales perversos y viciosos la rodean? Quiero encontrarte, mi tortolita, te voy a buscar hasta la muerte. (Pausa.) El macho es el animal más repugnante entre los animales repugnantes de la tierra. En el macho hay un olor que me repugna. Como el de las ratas en los desagües, el de cerdos en los chiqueros, el olor de estanque donde se pudren cadáveres. (Pausa.) El macho es sucio, los hombres no se lavan, se dejan la suciedad y los fluidos repugnantes de sus secreciones se les acumulan, y se los dejan, como si fuera un bien preciado. Los hombres no se huelen entre ellos porque todos tienen el mismo olor. Es por eso que siempre se juntan y que frecuentan a las putas, porque las putas soportan ese olor por la plata. Y tanto que la lavé a mi pequeña. Tanto que la bañé antes de cenar y a la mañana; le frotaba la espalda y le cepillaba las manos y debajo de las uñas, le lavaba el pelo todos los días, le cortaba las uñas, la bañaba completa todos los días, con agua caliente y jabón. La mantuve blanca como una paloma, alisé sus plumas como las de una tortolita. La protegí y la mantuve en una caja siempre limpia para que no se contaminara su blancura inmaculada con el contacto de la suciedad de este mundo, con la suciedad de los machos, para que no se dejara apestar por el olor de los machos. Y su hermano, esa rata entre las ratas, ese cerdo nauseabundo, ese macho corrupto es quien la ensució y la arrastró por el barro y de los pelos hasta su estercolero. Tendría que haberlo matado, tendría que haberlo envenenado, tendría que haber impedido que merodeara la caja de mi tortolita. Tendría que haber puesto alambre alrededor de la caja de mi amor. Tendría que haber aplastado a esa rata con el pie y haberla quemado en la estufa. (Pausa) Todo está sucio aquí. Toda esta ciudad está sucia y poblada de machos. Que llueva, que siga lloviendo para que la lluvia lave un poco a mi tortolita en el estercolero en el que se encuentra.

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XIV. EL ARRESTO El barrio del Pequeño Chicago. Dos policías. Putas y, entre ellas, la chica. PRIMER POLICÍA: ¿Viste a alguien? SEGUNDO POLICÍA: No, a nadie. PRIMER POLICÍA: Es idiota. Nuestro

trabajo es idiota. Quedarnos plantados aquí como dos carteles de estacionamiento. Mejor volver a dirigir el tránsito. SEGUNDO POLICÍA: Es normal. Aquí es donde mató al inspector. PRIMER POLICÍA: Justamente. Es el único lugar al que no volverá. SEGUNDO POLICÍA: Un asesino siempre vuelve al lugar del crimen. PRIMER POLICÍA: ¿Volvería aquí? ¿Por qué querrías que volviera? No dejó nada, ni una valija, nada. No es loco. Somos dos carteles de estacionamiento completamente inútiles. SEGUNDO POLICÍA: Volverá. PRIMER POLICÍA: Mientras, podríamos tomar algo con la dueña del hotel, charlar con las chicas y además pasearnos, entre toda esa gente calma, tranquila; el Pequeño Chicago es el barrio más tranquilo de la ciudad. SEGUNDO POLICÍA: Hay fuego debajo de las cenizas. PRIMER POLICÍA: ¿Fuego? ¿Qué fuego? ¿Dónde ves fuego? Hasta las chicas están tranquilas como almaceneras; los clientes se pasean como en un parque público y los rufianes, amos del lugar, lo recorren como si fueran libreros que verifican si todos los libros están en la estantería y si no se robaron alguno. ¿Dónde ves fuego? Ese tipo no volverá por aquí. Te lo apuesto, te apuesto una copa con la dueña. SEGUNDO POLICÍA: Bien que volvió a su casa después de haber matado a su padre. PRIMER POLICÍA: Porque tenía algo que hacer. SEGUNDO POLICÍA: ¿Y qué tenía que hacer? PRIMER POLICÍA: Matar a su madre. Una vez que lo hizo, ya no volvió. Y como aquí ya no hay un inspector para matar, no va a volver. Me siento un idiota; siento que de los brazos y de las piernas me crecen raíces y hojas. Siento que me hundo en el cemento. Vayamos a tomar una copa con la dueña. Todo está tranquilo; todo el mundo se pasea tranquilamente. ¿Ves a alguien aquí con aspecto de asesino? SEGUNDO POLICÍA: Un asesino nunca tiene aspecto de asesino. Un asesino va a pasearse tranquilamente en medio de todos los otros, como tú y yo. PRIMER POLICÍA: Tendría que estar loco. SEGUNDO POLICÍA: Un asesino es loco por definición. PRIMER POLICÍA: Tal vez no, tal vez no. Hay veces en que yo también casi tengo ganas de matar. SEGUNDO POLICÍA: Y bueno, hay veces en que debes estar casi loco. PRIMER POLICÍA: Puede ser, puede ser. SEGUNDO POLICÍA: Estoy seguro de eso. Entra Zucco. PRIMER POLICÍA:

Pero nunca -aunque estuviera loco, aunque fuera un asesino- nunca me pasearía tranquilo por el lugar del crimen. SEGUNDO POLICÍA: Mira a ese tipo. PRIMER POLICÍA: ¿Cuál? SEGUNDO POLICÍA: El que se pasea tranquilo, allá. 31

PRIMER POLICÍA:

Aquí, todo el mundo se pasea tranquilo. El Pequeño Chicago se volvió un parque público donde hasta los chicos podrían jugar a la pelota. SEGUNDO POLICÍA: Ese que está vestido con un uniforme militar. PRIMER POLICÍA: Sí, lo veo. SEGUNDO POLICÍA: ¿No te recuerda a alguien? PRIMER POLICÍA: Puede ser, puede ser. SEGUNDO POLICÍA: Se diría que es él. PRIMER POLICÍA: Imposible. LA CHICA: (Que ve a Zucco.) Roberto. Ella se lanza sobre él y lo besa. SEGUNDO POLICÍA: Es él. PRIMER POLICÍA: Ya no me cabe ninguna duda. LA CHICA: Te busqué, Roberto; te he buscado, te

he traicionado, te he llorado, llorado, a tal punto que me volví una pequeña isla en medio del mar y las últimas olas me están ahogando. Sufrí tanto que mi sufrimiento podría llenar los abismos de la tierra y desbordar los volcanes. Me quiero quedar contigo, Roberto; quiero controlar cada latido de tu corazón, cada respiración de tu pecho; con la oreja apoyada en ti oiré el ruido de los engranajes de tu cuerpo, controlaré tu cuerpo como un mecánico controla su máquina. Guardaré todos tus secretos, seré el cofre de tus secretos; seré el bolso donde acomodarás tus misterios. Velaré tus armas, las protegeré del óxido. Serás mi agente y mi secreto y yo, en tus viajes, seré tu equipaje, tu changarín y tu amor. PRIMER POLICÍA: (Acercándose a Zucco.) ¿Quién es usted? ZUCCO: Soy el asesino de mi padre, de mi madre, de un inspector de policía y de un chico. Soy un asesino. Los policías lo detienen.

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XV. ZUCCO AL SOL La parte más alta de los techos de la cárcel, al mediodía. Durante la escena no se ve a nadie, salvo a Zucco que se trepa al techo. Voces de guardias y de prisioneros, mezcladas. UNA UNA UNA UNA UNA UNA UNA UNA UNA UNA UNA UNA UNA UNA UNA UNA UNA UNA UNA UNA UNA UNA UNA

VOZ: Roberto Zueco se escapó. VOZ: ¿Otra vez? VOZ: ¿Pero quién lo vigilaba? VOZ: ¿Quién estaba encargado de él? VOZ: Parecemos unos boludos. VOZ: Parecen unos boludos, sí. (Risas.) VOZ: Silencio. VOZ: Tiene cómplices. VOZ: No, si logra siempre escaparse es justamente porque no tiene cómplices. VOZ: Solo. VOZ: Solo, como los héroes. VOZ: Hay que buscar en todos los rincones. VOZ: Debe estar escondido en algún lado. VOZ: Debe estar acurrucado en algún escondite, temblando. VOZ: Sin embargo, no son ustedes los que lo hacen temblar. VOZ: Zucco no está temblando, se les burla en la cara. VOZ: Zucco se burla de todo el mundo. VOZ: No va a llegar muy lejos. VOZ: Es una cárcel moderna. No puede escaparse. VOZ: Es imposible. VOZ: Absolutamente imposible. VOZ: Zucco está perdido. VOZ: Puede ser que Zucco esté perdido, pero en este momento se está trepando

por los

techos y se les burla en la cara. Zucco, torso y pies desnudos, llega a la parte más alta del techo. UNA VOZ: ¿Qué hace usted ahí? UNA VOZ: Baje inmediatamente. (Risas.) UNA VOZ: Zucco, usted está perdido. (Risas.) UNA VOZ: Zucco, Zucco, dinos cómo haces para no quedarte ni una hora en la cárcel. UNA VOZ: ¿Cómo haces? UNA VOZ: ¿Por dónde te escapaste? Dinos el modo. ZUCCO: Por lo alto. No hay que buscar traspasar los muros, porque más allá de los

muros hay otros, siempre los hay en una cárcel. Hay que escaparse por los techos, hacia el sol. Nunca se interpondrá un muro entre el sol y la tierra. UNA VOZ: ¿Y los guardias? ZUCCO: Los guardias no existen. Es suficiente con no mirarlos. De todas maneras, podría agarrar cinco con una sola mano y aplastarlos de un golpe. UNA VOZ: ¿De dónde te viene la fuerza, Zucco, de dónde? ZUCCO: Cuando avanzo, arremeto, no veo los obstáculos y, como no los miré, se caen solos delante de mí. Soy solitario y fuerte, soy un rinoceronte. 33

UNA VOZ: Pero tu padre y tu madre, Zucco. Los padres no se tocan. ZUCCO: Matar a los padres es normal. UNA VOZ: Pero un niño, Zucco. No se mata a un niño. Se mata a los

enemigos, se mata a la gente

capaz de defenderse, pero no a un niño. ZUCCO: No tengo enemigos ni ataco. Aplasto a los otros animales no por maldad, sino porque no los veo, por eso les pongo el pie encima. UNA VOZ: ¿Tienes plata? ¿Plata escondida en alguna parte? ZUCCO: No tengo plata en ninguna parte. No necesito plata. UNA VOZ: Eres un héroe, Zucco. UNA VOZ: Es Goliat. UNA VOZ: Es Sansón. UNA VOZ: ¿Quién es Sansón? UNA VOZ: Un mendigo marsellés. UNA VOZ: Lo conocí en la cárcel. Una verdadera bestia. Podía romperles la cara a diez personas a la vez. UNA VOZ: Mentiroso. UNA VOZ: Solo con sus puños. UNA VOZ: No, con una mandíbula de burro. Y no era de Marsella. UNA VOZ: Se lo cogió una mujer. UNA VOZ: Dalila. Una historia de pelo. La conozco. UNA VOZ: Siempre hay una mujer que traiciona. UNA VOZ: Todos seríamos libres sin las mujeres. El sol se eleva, brillante, extraordinariamente luminoso. Se levanta un gran viento. ZUCCO:

Miren el sol. (Un silencio total se instala en el patio.) ¿No ven nada? ¿Ustedes no ven cómo se mueve de un lado a otro? UNA VOZ: No vemos nada. UNA VOZ: El sol nos lastima los ojos. Nos enceguece. ZUCCO: Miren lo que sale del sol. Es el sexo del sol; es de ahí de donde sale el viento. UNA VOZ: ¿Qué? ¿El sol tiene sexo? UNA VOZ: ¡Cállense la boca! ZUCCO: Muevan la cabeza: lo van a ver moverse con ustedes. UNA VOZ: ¿Quién se mueve? Yo no veo nada que se mueva. UNA VOZ: ¿Cómo pretendes que algo se mueva allá arriba si todo está fijo desde la eternidad, y bien clavado y atornillado? ZUCCO: Es el origen de los vientos. UNA VOZ: Ya no se ve nada. Hay demasiada luz. ZUCCO: Giren sus cabezas hacia el Oriente y se desplazará hacia allí; giren sus cabezas hacia el Occidente, y los seguirá. Se levanta un viento huracanado. Zucco se tambalea. UNA UNA UNA UNA

VOZ: Está loco. Se va a caer. VOZ: Alto, Zucco; te vas a romper VOZ: Está loco. VOZ: Se va a caer.

la cabeza.

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El sol se eleva, se vuelve enceguecedor como la explosión de una bomba atómica. Ya no se ve nada. UNA VOZ:

(Gritando.) Se cae.

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