Beechey Sobre El Patriarcado-1

SOBRE EL PATRIARCADO1 Veronica Beechey El concepto de patriarcado ha sido usado dentro de los movimientos de mujeres par

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SOBRE EL PATRIARCADO1 Veronica Beechey El concepto de patriarcado ha sido usado dentro de los movimientos de mujeres para analizar los principios que subyacen a la opresión de las mujeres. El concepto en sí mismo no es nuevo. Tiene una historia dentro del pensamiento feminista, y fue usado por feministas tempranas como Virginia Wolf, el Grupo Fabiano de Mujeres y por Vera Brittan, por ejemplo. También ha sido usado por el sociólogo anti marxista, Max Weber. En el intento de hacer una evaluación crítica de alguno de los usos del concepto de patriarcado dentro del discurso feminista contemporáneo, es importante tener en cuenta los tipos de problemas a los que fue aplicado. Políticamente, las feministas desde diferentes posiciones tomaron el concepto de patriarcado en la búsqueda de una explicación que diera cuenta de los sentimientos de opresión y subordinación, y con el deseo de transformar los sentimientos de rebelión en una práctica política y teórica. Teóricamente, el concepto de patriarcado ha sido usado para establecer la cuestión de la base real de la subordinación de las mujeres, y para analizar las formas particulares que asume. De esta manera, la teoría del patriarcado intenta penetrar en las experiencias y manifestaciones particulares de la opresión ejercida sobre las mujeres y formular alguna teoría coherente sobre las bases de la subordinación que las subyace. El concepto de patriarcado que ha sido desarrollado en los textos feministas no es un concepto sencillo o simple, incluso presenta toda una variedad de significados diferentes. En el nivel más general, ha sido empleado para referirse a la dominación masculina y las relaciones de poder a través de las cuales los hombres dominan a las mujeres (Millet, 1969). A diferencia de las escritoras feministas radicales como Kate Millet, quienes solamente enfocaron el problema del sistema de dominación masculina y de subordinación femenina, las feministas marxistas han intentado analizar la relación entre la subordinación de las mujeres y la organización de distintos modos de producción. De hecho, el concepto de patriarcado ha sido adoptado por las feministas marxistas en un intento por transformar la teoría marxista a fin de que ésta pueda dar cuenta adecuadamente tanto de la subordinación de las mujeres como de las formas de explotación de clase. El concepto de patriarcado ha sido empleado de distintas formas dentro de la literatura feminista marxista. Para dar algunos ejemplos: Juliet Mitchell (1974) lo usa para referirse a sistemas de parentesco en los cuales los hombres intercambian mujeres, al poder simbólico que tienen los padres dentro de estos sistemas, y a las consecuencias 1

Tomado de: Feminist Review, Nº 3, 1979. Traducción de Blanca Ibarlucía. Revisado y corregido por Mayra Lucio (2009).

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de este poder sobre la “inferiorizada...psicología de las mujeres” (Mitchell, 1974: 402). Heidi Hartmann (1979) ha mantenido el uso feminista radical de patriarcado para referirse al poder masculino sobre las mujeres y ha intentado analizar la interrelación entre éste y la organización del proceso de trabajo capitalista. Eisenstein (1979) define al patriarcado como jerarquía sexual que se manifiesta en el rol de la mujer como madre, como trabajadora doméstica y como consumidora dentro de la familia. Por último, en una serie de trabajos en Women Take Issue (1978) (Las mujeres toman la decisión) se emplea el concepto para referirse especialmente a las relaciones de reproducción que existen dentro de la familia. Las diferentes concepciones que hay sobre el patriarcado dentro de la teoría feminista contemporánea corresponden, hasta cierto punto, a las distintas tendencias políticas dentro de las políticas feministas. El concepto de patriarcado en Política Sexual y en otros documentos feministas radicales y revolucionarios, surge del intento por analizar la base autónoma de la opresión de las mujeres dentro de todas las formas de sociedad, y de proveer una justificación teórica para la autonomía de las políticas feministas. Las feministas marxistas han intentado analizar no simplemente el “patriarcado”, sino también la relación entre éste y el modo de producción capitalista. Esto se debe a que no creen que la subordinación de las mujeres pueda estar totalmente separada de las demás formas de explotación y opresión que existen dentro de las sociedades capitalistas, por ejemplo, la explotación de clase y el racismo. Sin embargo, las feministas marxistas rechazan las formas en las cuales el marxismo ortodoxo y las organizaciones socialistas han marginado a las mujeres teóricamente y en sus prácticas, y han considerado la opresión de las mujeres simplemente como un simple efecto colateral de la explotación de clase. Resulta claro que el socialismo de ningún modo garantiza la liberación de las mujeres, tal como lo revela la experiencia de las mujeres dentro de sociedades socialistas. Teóricamente, las feministas marxistas se abocan al intento de desentrañar estas complicaciones; políticamente, se hallan comprometidas con el desarrollo de una estrategia feminista socialista que pueda relacionar las luchas de las mujeres con otras luchas políticas. En la práctica, este intento por casar el feminismo a la teoría marxista ha sido difícil, pero es importante recordar que el intento ha surgido a partir de una postura política, que hay feministas que reconocen que en la sociedad actual -este mundo en el que tenemos que vivir y luchar para que cambie- la opresión sobre las mujeres está inextricablemente ligada al orden capitalista, y que por lo tanto, comprender la opresión sobre las mujeres significa necesariamente que debemos comprender al capitalismo también, y a estar comprometidas en la lucha para cambiarlo. La preocupación de las feministas marxistas por analizar teóricamente la relación entre patriarcado y modo de producción capitalista, y el interés político de las feministas socialistas por 2

explorar las relaciones entre feminismo y formas de lucha de clase, en ningún momento problematiza la autonomía de los movimientos femeninos. Si el feminismo se organiza o no como movimiento autónomo, esto no puede ser deducido de de los argumentos teóricos que se refieren a la naturaleza autónoma de la opresión sobre la mujer. La decisión de organizarse como un movimiento autónomo y en grupos autónomos es una decisión política basada en un análisis político de las formas de lucha de clases y feminista que existen en condiciones históricas particulares. Por lo tanto, deseo enfatizar que, al identificarme a mí misma con el proyecto marxista feminista, de explorar la relación entre la subordinación de las mujeres y otros aspectos de organización del modo de producción capitalista, yo no estoy cuestionando nuestro derecho a organizarnos políticamente como un movimiento autónomo de mujeres. En este trabajo quisiera considerar una variedad de diferentes aproximaciones al análisis del patriarcado. Ninguna de la literatura existente brinda una forma satisfactoria de conceptualizar el patriarcado. Esto nos plantea la cuestión sobre si la búsqueda de una teoría sobre el patriarcado está errada, y si el concepto debería ser abandonado. En esta evaluación, resulta importante enfatizar que dicho concepto ha sido empleado por las feministas en un intento de pensar a través de problemas políticos y teóricos reales. De modo que, si se abandona el concepto, es esencial encontrar alguna otra manera más satisfactoria para conceptualizar la dominación masculina y la subordinación femenina; y para el feminismo marxista, de relacionar esto con la organización del modo de producción como un todo. Hasta que desarrollemos un análisis alternativo semejante, la cuestión de utilidad del concepto de patriarcado para la teoría y políticas feministas permanece abierta. Dado que el desarrollo de un adecuado análisis marxista feminista de la relación entre la subordinación de la mujer y la organización del modo de producción capitalista resulta tan dificultoso, en este trabajo decidí identificar un número de problemas y formular preguntas desde alguna de la literatura existente que utiliza el concepto de patriarcado. En las conclusiones propongo algunas sugerencias tentativas y exploratorias en cuanto a posibles modos alternativos de pensar el problema. Feminismo radical y revolucionario El feminismo radical ha sido extremadamente importante en el desarrollo del análisis de la opresión sobre las mujeres, lo que ha tenido gran influencia entre otras corrientes de teoría feminista (por ejemplo, entre el feminismo revolucionario y el feminismo marxista). En esta parte, discuto aspectos del análisis de Kate Millet sobre el patriarcado en Política Sexual (1969) y las formas más recientes de análisis que han sido desarrolladas desde la teoría radical: el 3

feminismo revolucionario. Por cierto, éstos no son los únicos exponentes del análisis feminista radical y revolucionario. He decidido concentrarme en estos trabajos ya que a partir de su referencia, es posible plantear una serie de problemas cruciales con la teoría del feminismo radical y revolucionario. También discuto brevemente el análisis de Christine Delphy en El enemigo principal (1977) que ha tenido gran influencia sobre los escritos feministas contemporáneos. Política Sexual de Kate Millet representa, dentro de los movimientos feministas contemporáneos, uno de los primeros intentos teóricos serios que tratan de desentrañar la naturaleza específica de la opresión de las mujeres. Para Millet, el patriarcado se refiere a una sociedad que está organizada de acuerdo con dos principios: (1) que el varón ha de dominar a la mujer; y (2) que el varón mayor ha de dominar al menor. De acuerdo con Millet, estos principios dominan todas las sociedades patriarcales, aún cuando el patriarcado pueda exhibir una variedad de formas en distintas sociedades. Ella se centra en el primero de estos principios, la dominación de las mujeres por los varones, argumentando que esta relación entre los sexos ejemplifica lo que Max Weber llama “Herrschaft”, es decir, una relación de dominación y subordinación. Ella analiza los aspectos políticos de la relación entre los sexos, empleando la noción de “política” en un sentido amplio, tal como ha sido usado dentro del movimiento de liberación de las mujeres para referirse a las relaciones de poder entre hombres y mujeres. Las mujeres son conceptualizadas como grupo minoritario dentro de la sociedad dominante, y las diferencias entre las mujeres son consideradas insignificantes en comparación con las divisiones entre mujeres y varones, apenas una diferencia de “estilo de clase”. La unidad fundamental del patriarcado en el análisis de Millet es la familia, a la que considera la unidad patriarcal dentro de la totalidad patriarcal. La función de la familia es socializar a los niños dentro de roles, temperamentos u status sexualmente diferenciados, y de mantener a las mujeres en un estado de subordinación. ¿Por qué, desde el punto de vista de Kate Millet, las relaciones patriarcales existen y persisten a través de la historia en todas las sociedades? ¿Cuáles son sus fundamentos? Ella rechaza la posición que sustenta que las diferencias biológicas pueden explicar las diferencias de género, los roles sexuales y los status sociales (este es el punto de vista conocido como reduccionismo biológico o determinismo biológico). La autora rechaza esta explicación, pero no tiene otra teoría sobre los fundamentos del patriarcado fuera de una concepción bastante generalizada sobre las relaciones de poder. Ella establece que hay una división básica entre los varones y las mujeres que involucra las relaciones de dominación y subordinación, sin explicar qué es lo que sucede en la organización de todas las sociedades humanas que da lugar a que se produzca la institucionalización de relaciones de poder semejantes, y a que se asuman en las distintas sociedades las diferentes formas de 4

dominación masculina y de subordinación femenina. Debemos, por lo tanto, concluir que Política Sexual otorga primeramente una descripción de las relaciones patriarcales, y algo de sus manifestaciones (por ejemplo, en la producción literaria) pero que es incapaz de proveer una explicación satisfactoria para estos fundamentos. El feminismo radical, entonces, introdujo el concepto de patriarcado en el discurso feminista contemporáneo, pero su análisis deja sin explicación las formas específicas de dominación masculina y subordinación femenina; tampoco explica la relación entre las relaciones sociales patriarcales y las relaciones sociales de producción; es decir, entre clases sexuales y clases sociales. Políticamente, el feminismo radical se ha preocupado por las luchas contra el poder masculino y las instituciones sociales a través del las cuales se reproduce (matrimonio, heterosexualidad, familia). El feminismo radical también se ha preocupado por las luchas en torno al rol de la mujer en la reproducción biológica- preocupación que fuera desarrollada extensamente por el feminismo revolucionario. Donde el feminismo radical formula demandas coherentes, es en cuanto a los hombres como opresores sexuales. Aún así, nunca termina de quedar claro qué rasgos hay en relación a los varones que los convierte en opresores sexuales, ni –aún más importante- qué características posee una sociedad para ubicar a los varones en posiciones de poder sobre las mujeres. Esta es una de las preguntas que una teoría adecuada sobre el patriarcado deberá poder enfrentar. El feminismo revolucionario ha desarrollado recientemente el análisis de la subordinación femenina y afirma que las diferencias de género pueden ser explicadas en términos de diferencias biológicas. De hecho, el feminismo revolucionario desarrolla una teoría del patriarcado y de las clases sexuales que se enraíza en la capacidad reproductiva de las mujeres. Este sigue el análisis de La Dialéctica del Sexo (Firestone, 1971) donde Shulamit Firestone trató de resolver el dilema planteado en Políticas Sexuales, postulando que la base de la opresión sobre las mujeres yace en su capacidad reproductiva, en la medida en que la misma ha sido controlada por los hombres. Discutiré algunos de los trabajos publicados en Scarlet Women (Nº5) como ejemplo de la tendencia feminista revolucionaria. En “La necesidad de un Feminismo Revolucionario” (Scarlet Women Nº5) Sheila Jeffreys argumenta que existen dos sistemas de clases sociales: 1) el sistema de clases económico, que está basado en las relaciones de producción; y 2) el sistema de clases sexual, que está basado en las relaciones de reproducción. Es este segundo sistema de clases, el sistema de clases sexual que, según Jeffreys, es relevante para la subordinación de la mujer. El concepto de patriarcado se refiere a este segundo sistema de clases, al dominio de las mujeres por los varones, el cual se basa en la posesión y el control de las capacidades reproductivas de las mujeres por parte de los varones. 5

Finella McKenzie describe en su trabajo “Feminismo y Socialismo” (Scarlet Women Nº5) las formas a través de las cuales la diferenciación reproductiva dan origen al poder y al control masculinos. Ella argumenta que la primera división del trabajo se dio entre hombres y mujeres, y fue desarrollada debido a la capacidad reproductiva de las mujeres y la mayor fuerza de los varones. El hecho de que las mujeres a través de la historia hayan estado a merced de su biología, las ha vuelto dependientes de los hombres para la supervivencia física, especialmente durante la menstruación, el embarazo y demás etapas. Esta dependencia femenina estableció un sistema de relaciones de poder desigual dentro de la familia biológica, un sistema de clases sexual. McKenzie identifica, de este modo, tres aspectos de la subordinación de las mujeres: 1) las capacidades reproductivas diferentes de las mujeres 2) la falta de control de las mujeres sobre las mismas, y 3) el hecho de que los hombres transformaran esta dependencia suscitada por la biología en una dependencia psicológica. Entonces, como señalan Jalna Hanmer, Kathy Lunn, Sheila Jeffreys y Sandra McNeill en “Clase sexual ¿por qué es importante llamar a las mujeres una clase?”, no es la biología femenina la que es en sí misma opresiva, sino que es el valor que los hombres ubican allí y el poder que ellos derivan de su control sobre la misma. Las formas precisas de control varían, de acuerdo con Sheila Jeffreys, según al período histórico-cultural y según los desarrollos en el sistema de clase económico (economic class system). Sin embargo, según las feministas revolucionarias, es la continuidad del poder y el control de los varones sobre las capacidades reproductivas de las mujeres lo que constituye la base permanente del patriarcado. Estratégicamente, el feminismo revolucionario está comprometido en desarrollar la conciencia de clase de las mujeres, es decir, la conciencia de las mujeres sobre la forma de operar del sistema de clase sexual. Los trabajos de Scarlet Women (Nº5) enfatizan la importancia de realizar actividades de concientización, de exposición del poder masculino y su modo de operar, a través de actividades en torno a violación, violencia sexual y violencia dentro de la familia. El análisis feminista revolucionario, que ancla al patriarcado y a la subordinación femenina en las diferencias reproductivas entre los sexos, plantea muchos problemas. Primero, es biológicamente reduccionista y, por lo tanto, incapaz de explicar las formas que asumen las diferencias sexuales dentro de las diferentes formas de organización social. Se toma esto como algo ya dado. Segundo, el concepto de reproducción está muy estrechamente definido y se limita al acto físico de la reproducción de los niños. Las diferencias reproductivas entre hombres y mujeres no están situadas dentro de ningún sistema de relaciones sociales, y no se ha dado ninguna explicación sobre las características de las formas particulares de sociedad que den cuenta de la agresión y dominación masculina, por un lado, y de la pasividad y dependencia femenina, por el otro. La causa de la opresión sobre las mujeres está representada como 6

radicando en el eterno impulso masculino de poder sobre las mujeres. Tercero, el feminismo revolucionario asume que existen dos sistemas autónomos de clases sociales: clases económicas y clases sexuales, y dice poco de las relaciones entre ambos. Por lo tanto, el análisis de la producción sobre la cual se basan las clases económicas permanece sin ser tocado por el análisis feminista, como tampoco aparece en las luchas feministas que se centran en la reproducción. Esto tiene serias implicancias políticas. No resulta claro cuál es la concepción que el feminismo revolucionario tiene respecto de qué es lo que una sociedad no patriarcal ha de ser y de cómo tal sociedad ha de reproducirse. Tampoco está claro cuál sería la estrategia que el feminismo revolucionario adoptaría para alcanzar tal sociedad. Finalmente, dado que se asume que los hombres poseen un impulso biológico innato por subordinar a las mujeres, ¿cómo podrían las mujeres liberarse del poder masculino y controlar eficazmente la lucha por una sociedad no patriarcal? En sus ensayos en The Main Enemy (El enemigo principal) Christine Delphy desarrolla una forma alternativa de análisis del patriarcado. La llama feminismo materialista. Dado que los argumentos de esta autora han sido sistemáticamente revisados por Michele Barret y Mary Mc Intosh (1979) me limitaré solamente a discutirlos en la medida en que son relevantes para los problemas teóricos involucrados en el análisis del concepto de patriarcado y de relaciones sociales patriarcales. Los principales argumentos de Delphy señalan que en la sociedad capitalista hay dos modos de producción: 1) el modo de producción capitalista industrial, que es la arena de explotación capitalista; y 2) el modo de producción familiar, en el cual la mujer provee los servicios domésticos, en donde ocurre la crianza de los niños, y en donde algunos bienes se producen para el uso y el intercambio, a pesar de que esto tiene lugar en una magnitud decreciente en tanto que la mayor producción de mercancías tiene lugar dentro del proceso de trabajo capitalista. La explotación y opresión de la mujer dentro de la familia deriva, de acuerdo con esta corriente, del control que el hombre tiene de las actividades productivas y reproductivas que tienen lugar dentro del modo de producción familiar. Pero al establecer que la familia tiene primacía sobre todas las demás relaciones sociales (argumentando que por virtud del matrimonio las mujeres comparten una posición de clase común), Delphy llega a una posición teórica en la cual el patriarcado y el capitalismo devienen esferas autónomas, cada una con su propio sistema de explotación y clases sociales. La consecuencia de esto reside en que no hace una apreciación de las formas complejas y contradictorias en que los procesos de producción y la familia se relacionan entre sí, y las formas a través de las cuales en un análisis final, las relaciones sociales de producción transforman todas las relaciones sociales, incluidas las relaciones familiares, en el curso del desarrollo del capitalismo. Esto tiene implicancias para su análisis del trabajo asalariado y de la familia, dado que ella no discute las condiciones prevalecientes en la industria a gran escala, ni las 7

formas de trabajo que demanda el capital en cada condición histórica particular, ni las formas a través de las cuales las mujeres fueron impulsadas a intervenir en la producción social, saliendo de su ámbito familiar en respuesta a algunas de esas demandas. Si bien señala correctamente la doble carga a la que las mujeres deben someterse cuando entran a la producción social como trabajadoras asalariadas, ella pierde de vista un punto importante que Bárbara Taylor ha señalado en ‘Nuestro Trabajo y Nuestro Poder’ (1975-1976) en cuanto a que el trabajo de las mujeres toma distintas formas dentro del proceso de trabajo capitalista y dentro de a familia. Las mujeres son explotadas en ambas condiciones, pero de diferentes formas y con diferentes ventajas para el capitalismo y para sus maridos. Suponer, como lo hace Christine Delphy, que el patriarcado existe sólo en la familia, es mostrar una sola cara de la moneda que es incapaz de explicar por qué, en última instancia, las mujeres son explotadas tanto dentro del proceso de trabajo como dentro de la familia. Feminismo marxista A diferencia del trabajo feminista revolucionario y radical, los análisis del feminismo marxista sobre el patriarcado están comprometidos con el intento de entender las relaciones entre patriarcado y otros aspectos de la organización de los modos de producción. Vemos cómo el mismo problema- el de relacionar familia a producción- surge dentro del feminismo marxista tal como aparece en los ensayos de Christine Delphy en El enemigo principal. Las feministas marxistas han definido al patriarcado de diferentes maneras, y también de diferentes maneras han explicado la relación entre patriarcado y modo de producción capitalista. También existe, dentro de la teoría marxista más general, toda una variedad de aproximaciones para definir modos de producción. Es por esto que las feministas marxistas se encuentran lidiando con muchos de los debates dentro del marxismo así como también dentro de las disputas teóricas feministas. En esta parte, trataré de discutir dos tipos de análisis marxista feminista sobre el patriarcado. El primero, define al patriarcado en términos de ideología y basa el análisis de la ideología en conceptos derivados de la teoría psicoanalítica. El segundo, define al patriarcado en términos de relaciones de reproducción, o de sistema sexo-género. Ambas aproximaciones intentan estudiar las relaciones entre patriarcado y el modo de producción capitalista. He seleccionado un número de textos y trabajos que considero plantean cuestiones centrales en el análisis del patriarcado, pero mi selección no es de ningún modo completa. Mi intención es tratar de estudiar diferentes aproximaciones al problema y considerar algunos de los problemas que de ellas surgen, más que presentar un estudio exhaustivo de toda la literatura feminista marxista.

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(i) El patriarcado como ideología: Juliet Mitchell, psicoanálisis y feminismo Una de las más claras exponentes del punto de vista de que el patriarcado puede ser definido como ideología es Juliet Mitchell en Psicoanálisis y Feminismo (1974). A un nivel, el psicoanálisis propone una teoría sobre el complejo proceso a través del cual el niño con una predisposición bisexual es iniciado dentro de la cultura humana, y es entonces que adquiere las formas específicas de femineidad y masculinidad que son adecuadas al lugar que a ella o a él le corresponde dentro de la cultura. Uno de los aportes del trabajo de Mitchell ha sido el de hacer una explicación teórica del desarrollo de la femineidad y de la constitución del ser mujer a partir de los conceptos psicoanalíticos, y esto ha sido de gran importancia para la formación de teorías psicoanalíticas sobre la femineidad. Hay un segundo nivel de análisis en Psicoanálisis y Feminismo que ha sido influyente en los trabajos feministas referidos a la ideología patriarcal. Esto es un resumen sobre los orígenes y fundamentos del patriarcado dentro de la cultura humana. Juliet Mitchell une dos partes de su análisis con la afirmación de que para Freud el concepto psicoanalítico de inconsciente es un concepto de la transmisión humana, herencia de las leyes culturales. Ella sostiene que entendiendo cómo opera el inconsciente, es posible llegar a comprender bien el funcionamiento de la cultura patriarcal. La característica definitoria de una cultura patriarcal, según ella, es aquella en la cual el padre asume, simbólicamente, el poder sobre la mujer; y afirma que es el padre y sus “representantes” y no los hombres (como se postula en los análisis feministas radicales y revolucionarios) los que poseen el poder determinante sobre la mujer en la cultura patriarcal. Juliet Mitchell está en contra de las formas de explicación biológica, de por qué el padre debería ser dotado de ese poder (es decir, ella está en contra del reduccionismo biológico como forma de análisis) y afirma que el padre asume este poder simbólicamente al comienzo de la cultura humana. ¿Por qué esto debería ser así? Para responder a esta pregunta, ella se remite al análisis de Levi- Strauss de los sistemas de parentesco (1969). De acuerdo con Levi-Strauss, las relaciones de intercambio se encuentran en la fundación de las relaciones humanas, y el intercambio de mujeres hecho por los varones es una forma fundamental de intercambio que da cuenta de la posición social particular en la cual las mujeres son colocadas en todas las sociedades humanas. Subyaciendo al análisis de las razones por las cuales son las mujeres y no los hombres las que se usan como objetos de intercambio, está la explicación de Freud sobre la universalidad del tabú del incesto (1950, Freud). Esta ley prohibitiva da lugar a la ley de exogamia, la cual establece que la gente debe casarse fuera de su propia familia nuclear. En la teoría de LeviStrauss, es esta necesidad la que determina el uso de las mujeres como objetos de intercambio. 9

A partir de Levi-Strauss, Mitchell argumenta que la universalidad del patriarcado se origina en el intercambio masculino de mujeres, necesidad que, a su vez, surge a partir de la universalidad del tabú del incesto. De esta forma, el patriarcado se postula como una estructura universal en todas las sociedades humanas. Sin embargo, ella argumenta que cada modo específico de producción expresa esta ley universal del patriarcado a través de diferentes formas ideológicas. Es en este punto que ella intenta ligar su análisis con el análisis marxista de los modos de producción. Ella sugiere que en la sociedad capitalista se han desarrollado las condiciones para que desaparezcan el tabú del incesto y las estructuras de parentesco, pero que no obstante ello, estas estructuras permanecen. Desde su punto de vista, el capitalismo ha vuelto redundante la ley patriarcal; existe una contradicción entre la organización de la economía capitalista y la continua existencia del patriarcado. Las mujeres desde su rol de reproductoras, se encuentran en el eje de esta contradicción. Las mismas siguen siendo definidas por las estructuras de parentesco, mientras que los hombres entran dentro de las estructuras de dominación de clases de la historia. Juliet Mitchell sugiere que la lucha feminista debiera ser dirigida contra la ideología patriarcal, que está volviéndose cada vez más redundante. La lucha feminista es, entonces, conceptualizada como una forma de revolución cultural cuyo objeto es transformar los fundamentos de la cultura patriarcal. El análisis del patriarcado de Juliet Mitchell aparece como problemático en muchos aspectos que pueden ser relacionados con la confianza que ella deposita en la teoría social de Freud, en el análisis de Levi-Strauss y en la teoría sobre ideología de Althusser (1969, 1970, 1971) como sustentos de su marco sociológico básico. Dado que el marco teórico que Mitchell desarrolla para el análisis del patriarcado ha tenido gran influencia sobre algunos trabajos feministas, yo quiero hacer algunos comentarios sobre las implicancias de su empleo. Este marco no proporciona ninguna teoría satisfactoria respecto de los fundamentos del patriarcado, dado que se apoya sobre la teoría pobremente formulada por Freud en Tótem y Tabú, y sobre lo expuesto por Levi Strauss en cuanto a las relaciones de intercambio como base del surgimiento de la cultura humana y la subordinación de las mujeres. El problema con esto es que Levi Strauss no da cuenta de por qué son los hombres los que intercambian mujeres, y por lo tanto, no da cuenta de la dominación masculina sobre las mujeres. Otro conjunto de problemas se relaciona con la concepción que Mitchell tiene sobre ideología, que la deriva de una concepción althusseriana de la sociedad. En sus primeros trabajos, Pour Marx (1965) y Para leer El Capital (1970), por ejemplo, Althusser desarrolla un concepto de sociedad que consiste en un número de niveles o prácticas analíticamente distintos, el económico, el político y el 10

ideológico. Se asume que la economía determina los demás niveles “en última instancia”, y se supone que el nivel ideológico tiene una “relativa autonomía” de la base económica. En su ensayo Lenín y la Filosofía (1971) y especialmente en Ideología y los Aparatos Ideológicos del Estado, Althusser profundiza en esta noción de ideología de dos maneras. Primero, analiza las relaciones funcionales entre instituciones ideológicas específicas (a las que llama Aparatos Ideológicos del Estado), la reproducción de la fuerza de trabajo y las relaciones sociales de producción en el modo de producción capitalista. De este modo, Althusser conecta el nivel ideológico con el nivel económico del modo de producción argumentando que las estructuras ideológicas – por ejemplo, las escuelas- son necesarias para el capitalismo. Pero esta forma de teoría –funcionalismo- no explica por qué las instituciones y las prácticas ideológicas toman una forma específica dada; ni tiene en cuenta la lucha de clases. Las ‘necesidades’ del capital determinan todo lo que sucede. En segundo lugar, Althusser desarrolla una explicación general de ideología, en la cual sugiere que la “constitución de la subjetividad”, esto es, la forma por la cual el sujeto se concibe a sí mismo o a sí misma y su lugar en el mundo, constituye una característica central en la ideología, la cual es un conjunto de “relaciones vividas”. Juliet Mitchell basa sus propios argumentos sobre esta aproximación teórica, y sobre la posición del psicoanalista francés Jacques Lacan, con quien Alhtusser está también endeudado por su forma de mirar las relaciones de lo que comúnmente pensamos como el individuo y el mundo. Los tres asumen que la teoría de Freud puede proporcionar una explicación materialista de la constitución de la subjetividad. Dentro del cuerpo principal de su texto, Mitchell discute el patriarcado como ‘la ley simbólica del padre’ que, siguiendo a Freud y a LeviStrauss, es una ley universal que existe en todas las sociedades. Pero no queda claro qué queda significado en ‘el orden simbólico’ y cuál es la relación que existe entre éste y el análisis de la ideología. Este problema surge con mayor intensidad en las conclusiones de Psicoanálisis y Feminismo, donde Mitchell pasa de analizar ‘el orden simbólico’ a analizar ‘ideología’, redefiniendo primero como el segundo, en su intento por ligar el análisis freudiano con uno marxista. La descripción de Mitchell sobre el patriarcado se funda en la teoría de Freud que intenta explicar cómo los sujetos individuales llegan a ser “masculinos” y “femeninos”. Esta es, esencialmente, una teoría universalista, la cual se asume que puede aplicarse a todas las formas de cultura humana, y resulta difícil integrarla satisfactoriamente con un análisis marxista; existe una tensión en el análisis de Mitchell entre una teoría universalista del patriarcado, que se funda en la subordinación de las mujeres a la ley del padre, y una posición marxista que busca sustentar una teoría históricamente específica de los modos de producción, y de las formas de Estado e ideología que emergen dentro de cada modo de producción específico. Juliet Mitchell afirma que los orígenes del patriarcado se originan en el tabú del incesto y el intercambio de mujeres hecho por

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los varones al que ese tabú da lugar. Ella ignora el desarrollo histórico del patriarcado y las formas concretas que asume. En el curso de su discusión, el análisis de la ideología de Mitchell pasa de ser una teoría sobre la autonomía relativa de la ideología, a ser una teoría de la autonomía absoluta de la ideología. Más aún, en tanto que ella presenta la subordinación de las mujeres dentro de las relaciones sociales patriarcales como algo inevitable, los orígenes de la subordinación de las mujeres identificados con los orígenes de la cultura humana, no queda claro cómo la lucha feminista podría cambiar la posición de las mujeres. Algunos de los críticos de Althusser y Mitchell, por ejemplo Hirst (1976) y algunos de la revista m/f Nos. 1 y 2 (1978) han reconocido que es contradictorio adoptar ambas posiciones a la vez, la concepción universalista sobre la construcción de género del sujeto derivada de los análisis de Freud y Levi-Strauss junto con la concepción histórica materialista de la historia de los modos de producción. Ellos han intentado resolver la contradicción a partir de adoptar abiertamente lo que Mitchell sólo deja implicado. La revista m/f ha desarrollado una forma de discurso teórico a fin de explorar el problema. Su interpretación sostiene que la construcción social de la mujer debe ser analizada en relación a los discursos dentro de los cuales se conforma, con la implicación de que todas las formas de práctica son conceptualizadas como discursos, y que ni un sólo discurso tiene primacía sobre otro. A pesar de que éste podría ser uno de los mecanismos para resolver la contradicción teórica principal planteada en Psicoanálisis y Feminismo, su relación con el materialismo histórico virtualmente desaparece. Si todas las formas de discurso son analizadas cada una independientemente de la otra, la primacía de las relaciones sociales de producción, que ha sido uno de los rasgos característicos del análisis marxista, desaparecería del marco teórico. La concepción de sociedad de Juliet Mitchell, definida como un conjunto de prácticas definidas, tiene implicancias para su concepción del modo de producción capitalista, así como para su análisis de la ideología. Porque, del mismo modo que Christine Delphy y algunas otras feministas marxistas a quienes discutiré luego, ella distingue entre “el modo económico de producción [y]…el modo ideológico de reproducción” (Mitchell, 1974:412). Aunque dice muy poco acerca del modo de producción económico, resulta claro que subyacente a su discurso, hay una definición economicista del modo de producción, definición planteada en términos de una concepción restringida del proceso de trabajo y no en términos de relaciones sociales de producción y de la organización del modo de producción capitalista en su totalidad. Las relaciones de reproducción, que son definidas como relaciones ideológicas, son analizadas como estructuras independientes que están funcionalmente integradas dentro del modo de producción (económico). Es cierto que ella hace referencia a la contradicción entre el modo ideológico del patriarcado y el modo de producción capitalista cuando argumenta que las condiciones para la subsistencia del patriarcado han dejado de existir, pero esta 12

contradicción es analizada en términos formales antes que históricos, y no constituye de manera alguna un punto central de su análisis. En la siguiente sección de este trabajo, quisiera volver a algunos de los problemas involucrados en el análisis de la reproducción, en tanto que algunos de los problemas que aparecen en Psicoanálisis y Feminismo pueden ser mejor identificados en algunos de los trabajos más recientes de la literatura feminista marxista. (ii) Patriarcado y relaciones sociales de reproducción Alguna de la literatura feminista marxista más reciente sobre patriarcado se ha centrado en las relaciones sociales de reproducción, y ha discutido el énfasis relativo que debiera ponerse sobre producción y reproducción dentro de la teoría marxista feminista. Yo pienso que el interés por estudiar la opresión de las mujeres en términos del concepto de reproducción, y por ubicar al patriarcado dentro de las relaciones sociales de reproducción, emerge a partir de un número de fuentes: (i) Desarrollos del análisis feminista radical, el cual ha producido una amplia comprensión de aspectos específicos de la opresión de las mujeres concernientes a la reproducción (embarazo, aborto, maternidad, por ejemplo). (ii) El reconocimiento de que aspectos de la opresión de las mujeres van más allá del modo de producción capitalista. En algunos escritos feministas antropológicos, esto toma la forma de aseveración de la universalidad de los roles de las mujeres domésticos, maternales y reproductivos. (iii) La creencia de que las relaciones sociales patriarcales no pueden ser derivadas directamente del capital, y del consecuente deseo de profundizar, complementar y desarrollar una explicación marxista del proceso de producción junto con otra del proceso de reproducción. (iv) Un retorno a las afirmaciones de Engels en su prefacio a la primera edición de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado: “El factor determinante en la historia es, en última instancia, la producción y reproducción de la vida inmediata. Esto tiene en sí mismo dos características. Por un lado, la producción de los medios de subsistencia…y por el otro, la producción de los seres humanos mismos. Las instituciones sociales bajo las cuales los hombres de un país definido viven, están condicionadas por ambos tipos de producción; por la etapa de desarrollo del trabajo 13

por un lado, y por la familia por el otro” (Engels, 1968:455). Esta sección tan citada del prefacio de Engels ha provisto de una justificación clásica dentro del marxismo para el análisis dentro de la esfera de la reproducción como un aspecto del análisis del modo de producción capitalista. (v) La publicación en Francia del libro de Claude Meillassoux Femmes Greniers et Capiteaux (1975) cuya preocupación central reside en la cuestión de por qué las relaciones sociales basadas en la familia (o la comunidad doméstica) continúan teniendo una importancia tan grande para el sistema capitalista. Una cantidad de trabajos que han sido recientemente elaborados sobre la teoría de la reproducción, se han involucrado en un debate crítico con los argumentos de Meillassoux -ver O´Loughlin (1977), Mackintosh (1977) y Edholm (1977)). Como lo han señalado Edholm et al. en “Conceptualizando a las Mujeres”, la reproducción ha sido usada en forma extremadamente imprecisa dentro de la literatura feminista marxista. Pero creo que la mayor parte de los trabajos que usan el concepto de reproducción comparten, en un nivel general, un número de características, y quiero discutirlas brevemente. Parece ser una suposición compartida por un número de escritores, por ejemplo, McDonough y Harrison (1978), varios artículos en Las mujeres toman la decisión (1978), Hartmann (1979ª y 1979b) y los artículos de Einsenstein en Patriarcado capitalista y el caso del feminismo socialista (1979), que la especificidad del patriarcado reside en las relaciones de reproducción, que a su vez están ubicadas dentro de la familia. Hay autores que difieren, sin embargo, en cuanto a si definir las relaciones sociales de reproducción como, por ejemplo, relaciones materiales derivadas del control sobre el trabajo de las mujeres, o como relaciones ideológicas o culturales. Entonces, para tomar un ejemplo de un trabajo que define las relaciones de reproducción en términos materialistas, McDonough y Harrison sostienen que el patriarcado tiene que ver con el control del trabajo de la esposa en la familia, su fidelidad sexual y su procreación. En una afirmación que se asemeja mucho a una de Delphy en su El enemigo principal, McDonough y Harrison dicen que las formas específicas de control sobre la reproducción que caracterizan al patriarcado surgen con el matrimonio, donde la esposa da tanto su fuerza de trabajo como su capacidad de procrear a cambio de un período definido: la vida. Aunque las formas del patriarcado varían de acuerdo con la clase, según afirman los autores -el control de la fertilidad y de la sexualidad de la esposa en la familia burguesa centra su preocupación en la producción de herederos, mientras que en la familia proletaria la preocupación está en la reproducción de la 14

fuerza de trabajo- la forma básica de de las relaciones patriarcales continúa siendo la misma. McDonough y Harrison afirman que un desarrollo más profundo del concepto de patriarcado debe centrarse en la interrelación entre las relaciones de producción y las relaciones de reproducción. Sus argumentos específicos, no obstante, tienden a reproducir una forma escindida de análisis, la cual aparta la esfera de la producción de la de reproducción, tal como lo ilustra el siguiente pasaje: “Aunque como marxistas nos resulta esencial dar primacía analítica a la esfera de la producción, como feministas resulta igualmente esencial afirmarse en un concepto tal como el de las relaciones de reproducción humana, para llegar a comprender la naturaleza específica de la opresión de las mujeres”. (1978) En algunos trabajos, como por ejemplo Lucy Bland et al. en Mujeres fuera y dentro de las relaciones sociales de producción (1978) sí se considera la relación entre el rol de la mujer en ambas esferas, pero sólo en términos de las consecuencias del rol reproductivo de las mujeres sobre el trabajo asalariado. Es así como la familia es considerada como lugar crucial de la subordinación de las mujeres, donde el modo de reproducción es funcionalmente necesario para el deseo del capital de flexibilizar y abaratar la fuerza de trabajo. Zillah Einsenstein plantea que el problema está en ‘cómo formular el problema de la mujer como madre y como trabajadora, reproductora y productora’ (1979). Sostiene que la supremacía masculina y el capitalismo constituyen relaciones nucleares que determinan la opresión de las mujeres: “La…dinámica del poder involucrado…deriva de ambas, de las relaciones de producción y de las relaciones sexuales jerárquicas de la sociedad”. (1979) Einsenstein describe a la sociedad como incluyendo, por un lado, el proceso de trabajo capitalista, donde tiene lugar la explotación, y por otro, la jerarquía sexual patriarcal, donde la mujer es madre, trabajadora doméstica y consumidora, y en donde ocurre la opresión de las mujeres. No se analiza al patriarcado como resultado directo de la diferenciación biológica, tal como se lo plantea Shulamith Firestone en La dialéctica del sexo (1971), ni como resultado de la existencia universal del complejo de Edipo como en Psicoanálisis y Feminismo, sino que es conceptualizado como un resultado de las interpretaciones ideológicas y políticas referidas a la diferenciación biológica. A este significado se refieren los conceptos de ‘relaciones de reproducción’ o ‘sistema sexo-género’. Para Zillah Einsenstein, estas relaciones de reproducción no son específicamente relaciones capitalistas, sino relaciones culturales que son trasladadas de un período histórico a otro. Mientras que la organización económica de la sociedad puede cambiar, el patriarcado, que está situado en las 15

relaciones sociales de reproducción, provee un sistema de ordenamiento y control jerárquicos que ha sido empleado en distintas formas de organización social, entre ellas, el capitalismo. En estos dos ejemplos de teorías sobre la reproducción social que se han revisado, éstas son definidas en primera instancia en términos del control sobre el trabajo, la fertilidad y la capacidad de procrear de la esposa, es decir, en términos materialistas; y en segunda instancia, como relaciones ideológicas que están centralmente comprometidas con la transformación del sexo en género. En cada caso, al definir la opresión de las mujeres se le da prioridad a las relaciones sociales de reproducción. Esto puede ser visto como acarreando consecuencias para la organización de la producción, o cómo está funcionalmente relacionado con la misma, pero la especificidad de la posición de las mujeres es percibida primeramente en términos de relaciones de reproducción. En la sección siguiente quisiera señalar algunos de los problemas que este modo de análisis plantea. Una nota sobre producción, reproducción y patriarcado Uno de los temas que he intentado señalar al discutir esta selección de literatura sobre el patriarcado es que gran parte de la misma desarrolla una forma de análisis en la cual la sociedad está conceptualizada como constituida por dos estructuras separadas: 1) el sistema económico de clases/el sistema sexual de clases (feminismo revolucionario y Firestone); 2) el modo de producción familiar/el modo de producción industrial (Delphy); 3) capitalismo/patriarcado (Hartmann); 4) relaciones sociales de producción/relaciones sociales de reproducción (McDonough y Harrison, Las mujeres toman la decisión). Estas estructuras separadas son conceptualizadas bien como distintos determinantes del cambio histórico, las cuales interactúan, se acomodan o entran en conflicto entre sí (Hartmann, Einsenstein) o bien como funcionalmente relacionadas entre sí (Bland y otras). A modo de conclusión, deseo señalar algunos de los problemas que aparecerían si patriarcado y capitalismo, o las relaciones sociales de reproducción y las relaciones sociales de producción, son tratados como estructuras independientes. Primero, como Felicity Edholm, Olivia Harris y Kate Young lo han puesto de manifiesto en Conceptualizando a las Mujeres, el concepto de reproducción ha sido usado de diferentes maneras. Ellas sugieren que deberíamos distinguir tres formas de reproducción: i) la reproducción social, es decir, la reproducción total de las condiciones de la producción; ii) la reproducción de la fuerza de trabajo; y iii) la reproducción biológica. Entre las marxistas, los debates acerca de la 16

primera de estas formas de reproducción, la reproducción social, han estado estrechamente asociados a los debates acerca del concepto de modo de producción, mientras que el análisis de la reproducción de la fuerza de trabajo ha sido de preocupación central para las feministas marxistas comprometidas con ‘el debate sobre el trabajo doméstico’. Todavía encuentro difícil darle cualquier significado riguroso a los distintos usos del término reproducción –para aclarar, por ejemplo, si la reproducción biológica debiera ser incluida dentro de la categoría de reproducción de la fuerza de trabajo (o la reproducción del labour power), y entender cómo darle sentido al control de la sexualidad femenina en términos del concepto de reproducción. Pienso que hemos tendido a recurrir al análisis de la reproducción con el objeto de evitar una versión mecanicista del marxismo que se concentrara solamente en la producción/el proceso de trabajo, y para tratar específicamente las actividades familiares de las mujeres que el marxismo ha ignorado reiteradamente. Sin embargo, como lo señalan Felicity Edholm, Olivia Harris y Kate Young (1977:111), tal vez estemos equivocadas “al sustentar el desarrollo de todo un corpus de nuevos conceptos para poder entender la reproducción humana”. Quizás, nuestro deseo por hacerlo refleja simplemente la forma en que nosotras mismas fetichizamos la reproducción. El segundo problema está en que la separación de reproducción, o patriarcado, de otros aspectos del modo de producción, ha tendido a dejar al análisis marxista del proceso de producción sin alteración ni crítica por el pensamiento feminista. Pero desde el punto de vista teórico, el análisis marxista del proceso de producción también ha sido bastante insatisfactorio: los análisis sobre la producción son frecuentemente economicistas; el proceso de trabajo ha sido divorciado de las relaciones sociales de producción como totalidad, y el trabajo asalariado de las mujeres ha sido dejado de lado en los análisis de la producción. Esto constituye una deficiencia teórica que tiene serias implicancias políticas. La clase trabajadora es generalmente definida por los marxistas varones en referencia al proceso de trabajo (es decir, trabajadores asalariados que no poseen los medios de producción y subsistencia) y algunos todavía más estrechamente, en referencia a los trabajadores productivos que directamente producen plusvalía dentro del proceso de trabajo capitalista. Este concepto de clase sigue una concepción del modo de producción capitalista que únicamente se concentra en el proceso de producción. Sin embargo, es imposible comprender la complejidad de las relaciones diferenciales que los hombres y las mujeres tienen en la producción, y las distintas formas que asume su conciencia, al referirse sólo a la producción. El análisis de la producción debe situarse dentro de las relaciones sociales de producción como un todo y la posición de todas las categorías de trabajo no puede ser entendida satisfactoriamente sin hacer referencia a la familia y al Estado. Evidencia reciente acerca de las respuestas diferenciadas de los trabajadores hombres y mujeres en las disputas industriales ha 17

comenzado a enseñarnos algo acerca de este proceso. Beatrix Campbell y Valerie Charlton discuten en Work to rule (1978) las diferentes demandas que los trabajadores hombres y mujeres han hecho a la Ford; los hombres peleando por salarios más altos y las mujeres por semanas de trabajo más cortas, la abolición de las distinciones contractuales entre trabajadores a tiempo completo y a medio tiempo, y licencias. Estas demandas diferentes sólo podrían ser bien entendidas si la posición de los trabajadores dentro del proceso de producción se conceptualizara más ampliamente, y no como suele ser el caso dentro de la teoría marxista. Desde mi punto de vista, es vital que el trabajo marxista feminista no se concentre en cuestiones de ideología, reproducción y patriarcado, sin extender sus implicancias de la crítica feminista al análisis marxista de la producción. El tercer punto que quiero poner de manifiesto es que es imposible tener una noción de producción que no involucre también a la reproducción. Cualquier modo de producción involucra producción y reproducción, ambas histórica y lógicamente. Es importante, por lo tanto, intentar comprender las interrelaciones entre producción y reproducción como partes de un sólo proceso, y considerar las formas por las cuales éstas han sido transformadas históricamente. Creo que es necesario analizar el desarrollo del proceso de trabajo, la familia y el Estado, y su interrelación a medida que la acumulación del capital se ha desarrollado. Del mismo modo, como el capitalismo no creó el proceso de trabajo capitalista, sino que lo desarrolló a lo largo de un proceso prolongado y desigual a través de formas de organización de la fuerza de trabajo históricamente dadas, tampoco creó la familia patriarcal, sino que se desarrolló sobre la base de la economía doméstica patriarcal que ya tenía existencia. Es necesario que analicemos el desarrollo histórico de estas instituciones, sus interrelaciones, y las formas en las cuales la estructura de la familia y nuestra propia experiencia de familia se han visto transformadas a medida que se ha desarrollado el modo de producción capitalista. Al comienzo de este trabajo, establecí que el concepto de patriarcado había sido introducido en el discurso feminista contemporáneo en un intento por responder a importantes cuestiones acerca de nuestra experiencia de opresión, y de brindar algún análisis comprensivo de esto. A lo largo de este trabajo, he discutido algunas de las formas en que corrientes específicas de la teoría feminista no lo logran. Sin embargo, es importante enfatizar que el marxismo mismo ha probado ser totalmente inadecuado en la tarea de analizar la opresión de las mujeres. Como Heidi Hartmann ha señalado, el marxismo ha hecho un análisis de “la cuestión de la mujer” pero ha sido débil en relación al tema de la “cuestión feminista”. Aunque yo haya sido crítica en cuanto a una cantidad de usos del concepto, quiero concluir delineando algunos de los modos en que pienso pudiera ser útil desarrollar el concepto de patriarcado, y utilizarlo. Primero, creo que una teoría satisfactoria sobre el patriarcado debería ser históricamente específica, y debería explorar las formas de patriarcado que existen dentro de los modos de producción 18

particulares. Esto sugeriría que las formas de patriarcado que existen en el capitalismo son diferentes de las formas existentes en el precapitalismo o en las sociedades socialistas. No considero que la existencia de una diferenciación biológica de los sexos que atraviesa los modos de producción pudiera invalidar este argumento, ya que la diferenciación biológica es menos significativa que las diferentes formas de construcción social de género y que las formas de institución social en las cuales el patriarcado existe en las diversas sociedades. Segundo, las formas de patriarcado que existen en las instituciones sociales particulares deben ser investigadas. Creo que estamos equivocadas al suponer que la dominación asume la misma forma en todas las formaciones sociales y en todos los tipos de instituciones sociales dentro de una sociedad. Por ejemplo, las formas de dominación patriarcal que existían cuando la economía doméstica era la unidad productiva primaria son distintas de las formas que emergen cuando el capital toma el control sobre el proceso de producción. Las mujeres, habiendo sido previamente sujetas al control de sus maridos dentro del hogar, pasaron a ser sujetos del control capitalista desde el momento que son trabajadoras asalariadas. Ellas son, de este modo, doblemente dominadas: por sus maridos dentro de lo familiar, y por el dominio del capital y sus agentes si hacen trabajo asalariado. Creo que tendríamos esperar encontrar que las formas de dominación y la experiencia que las mujeres tienen de ello ha de ser distinta en las diferentes instituciones, dependiendo del rol de cada institución dentro de la organización de la economía capitalista en su conjunto, de la forma de su organización material y de las formas prevalecientes de la ideología y relaciones de poder que prevalecen dentro de la misma. Finalmente, creo que nos resta a las mujeres una tarea difícil. ¿Cómo utilizar un método de análisis materialista de modo que podamos integrar satisfactoriamente producción y reproducción como parte de un sólo proceso, el cual revelará que las diferenciaciones de género son inseparables de la forma de organización de la estructura de clase?

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