Basadre - Historia Del Peru PDF

Las obras que integran Ia colección Grandes Pensadores del Perú han sido seleccionadas por el Consejo Editorial integra

Views 553 Downloads 14 File size 23MB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

Las obras que integran Ia colección Grandes Pensadores del Perú

han sido seleccionadas por el Consejo Editorial integrado por Carlos Garayar, Alonso Cueto y Hugo Vallenas'

Señor presidente de la República: Señor rector de la Universidad: Señoras, señores:

T.{ MULIITUD, I.4. CIUDAD Y EL CAMPO EN LA HISTORIA DEL PERÚ

Al restablecerse las ceremonias de apertura de la Universidad de San Marcos merced al Estatuto vigente, se ha considerado que es útil

@ Jorge Basadre Grohmann, 1929

reanudar asimismo la tradicional costumbre de los discursos de orden, o sea las lecciones extraordinarias que, con motivo de esra ceremonia,

@ Herederos de Jorge Basadre, 1980 @ Ediciones P¡rs¡ S.A.C., 2009 Av. Las Camelias 710, piso 9, San Isidro

Llma 27, Per:ú [email protected]

Diseño y diagramación: Pprs¡.

Tiraje: 2,000 ejemplares

ISBN (10 dígitos): 9972-40-441-2 ISBN: 978-9972-40-441'2 Registro de Proyecto Editorial

N.'

3

1

50 1 3 I 0900

1

55

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N.': 2009-03153

tlictan año a año, sucesivamente, profesores de las diferentes Faculrrrdes, abordando por lo general un estudio que es a lavez de investiri:rción y de interés colectivo. Habiendo sido honrado con el encargo ,lc cumplir con tal precepto en la actuación de hoy y hallándome consr rt'ñido naturalmente dentro del curso que dicto en la Facultad de l.('rras, he escogido como tema el aporte de la multitud, de la ciudad r, ,lcl campo en la Historia del Perú. La amplitud de dicho tema que ,r1,1¡¡q¿, por un deliberado propósito integral, las diferentes épocas de ru('stra Historia, explica la extensión de este trabajo a pesar de su car.i( tcr esquemático, por lo cual he de verme obligado a no leerlo ínr,l,t.lntentel.

Impresión: Forma e Imagen de Billy Víctor Odiaga Franco Av. Arequipa 4558 - Miraflores

Lima 18, Perú Prohibida la reproducción parcial o ¡otal del texto y las características gráficas de este libro. Ningún párrafo de esta edición puede ser reproducido, copiado o transmitido sin autorización expresa de los editores' Cualquier acto illcito cometido contra los derechos de propiedad intelectual que corresponden a esta publicación será. denunciado de acuerdo ion el D.L. 822 (Ley sobre el Derecho de Autor) y'Este las leyes internacionales que Protegen la propiedad intelectual' libro es vendido ba.jo la condición de que por ningún motivo, sin mediar expresa autorización de los editores, será obieto de utilización económica alguna, como ser alquilado o revendido'

I

I )ist urso pronunciado en el Salón General de la Universidad de San Marcos en L.r

((

r(rronia de apertura del año académico, el 28 de iunio de 1929.

dicho que, en general, el hombre primitivo es un animal errante, una existencia sin patria y sin solar que anda a tientas por la nafiralezahostil. Cuando logra sembrar en la tierra no quiere saquear sino producir; pero entonces se torna planta, es decir aldeano, arraigando en el suelo cultivado, descubriendo un alma en el paisaje que le rodea, tornando a la naturaleza en madre; la casa hunde sus raíces en la tierra antes hostil. É...r y, el alborear de la organización ciudadana, porque la casa da nacimiento a Ia aldea, tendida, sumergida en el paisaje con sus tejados que parecen cerros y con sus callejas que parecen senderos; y ella precede a la ciudad que con sus torres, sus Se ha

cúpulas, sus ruidos, sus luces, ya no prosigue sino desaÍÍa y aun recons-

truye artificialmente el campo. Con la ciudad surgen el Estado, la política, las artes, las ciencias, en tanto que el aldeano es exótico, extranjero ante todo esto. Hasta que los adoquines de las urbes secan las raíces primarias de la vida y una etapa postrimera engendra al hombre inteligente, poco productivo, pegado a los hechos; otra vez sin patriay sin tradición, nuevo nómade. Pero entre esta época de ultracivilización decadente y la época pastoril o primitiva impera aquel tipo de hombre que muere por un pedazo de tierra2.

2.

Osvaldo Spengler, La decadencia de Occidente, tomo I, p. 56; tomo ru, pp. 130,

r3t,

r37

.

c1ásica, Prehistoria cle Lts indoeuropaas, Ihering estudia 1a génesis de la civilización desde 1a vida pastoril. En la leyenda de Caín, agriculto¡ que mata a Abe1, pastor, encuentra el símbolo de que el modo más perfecto de la explotación de la tierra logra primar: en el suelo que el labrador se apropia, el

En su obra ya

Dentro de esta evolución, el advenimiento de Ia ciudad es un hecho capital, la condición del progreso: la historia de la civilización va unida a ella. Si la campiña, el caserío, la aldea son fenómenos de diseminación, la ciudad implica un fenómeno de concenrración. Consta de personas que no cultivan el suelo; presupone un exceso de producción de las sustancias alimenticias, lo cual, a su vez, exige gran fertilidad del suelo o un estado avanzado de las artes agrícolas y, en ambos casos, medios adecuados de transporte, como observa Munro. Hace que el hombre adquiera Lln senrido de permanencia, de afincamiento, de perdurabilidad; favorece la división del trabajo, con lo cual permite que el hombre tienda a su propio desenvolvimiento, dependiendo de la colectividad más que de la tierra; ¡ en virtud del medio denso, del trato constante, trae los usos sociales, la pulimentación y el refinamiento humanos. La ciudad es, en suma, el grado más alro a que la humanidad ha podido llegar en su esfuerzo por dominar el medio

primero Ias llamadas ?ucaras en ri ( ( r r()s y collados altos desde donde, como cuenta Cieza, salían los , r' lrr r\ ir ..lar guerra los unos a los otrosa; estado social en que a la llegada

. rrr,l.r,lr'sr, cn el Perú aparecieron l,

,1, l,,s cspañoles vivían aún algunas tribus, como los huamachu, ,,.,' I Jna rriple necesidad da origen a la ciudad: una necesidad bélr,.r, , rrya cruenta algarabía la leyenda de los hermanos Ayar, en el , ,r,,,, .lt'l (luzco reconstruido por Manco, acalla con Ia niebla del mito \ , uy,r (lura le¡ que hacÍa a los muros más esenciales que las casas, , ..r,r pt'rcnnizada en las antiquísimas piedras de Sacsahuamán; una r, , ,'sitlrrd de alianza, de la que qLledan huellas en la fisonomía de los l,.r r i.s que se distribuyen según los diferentes ayllus; y una necesidad

Irn una reciente tesis presentada a la Universidad del Cuzco, por don Luis A.

l'rrrdo,seintentaestudiarelCuzcomegalítico

(ElCuzcodelaeramegalitica.

lluinas de Hatun-Rumiyoc 7 otros restos. Cuzco,Imp. H. G. Rozas). Los caractercs de 1a arquitectura megalítica habrían sido la pesadez; las paredes con piedras pcqueñas en la base, enormes monolitos al centro y filas de piedras reducidas ('r']cima; las esquinas matadas en redondo; el predorninio de la línea desordena-

fisico

y espacio- y por crear y dominar el medio social. -tierra Universalmente, el hombre riene lo que Mac Dougall llama el instinto gregario , el group-mind tan fitndamenral como el instinto sexual, el de nutrición y el de conserwación y que, según la teoría de Freud, es instinto de horda y no gregario, pues requiere Ia conducción por un jefe; instinto hecho, según el mismo Freud, a base de una transformación de la hostilidad primitiva a los demás en un enlace libidinoso.

.la; la ausencia del cemento o cal. Entre la época megalltica y la incaica habría lrabido una época de transición representada por los lienzos pétreos de Hatun

ll.umiyoc. Aunque poco se sabe de las ciudades antiquísimas en la costa, ellas debieron cxistir y desarrollarse en alto grado, a juzgar por el desenvolvimiento que alcanzaron la cerámica y las artes textiles, que implican típicamente el desasimiento del campo, de la pesca y del pastoreo. Los recientes maravillosos descub¡imientos de un cementerio con momias adornadas con riqulsimas telas en Paracas, comprueban la existencia de una civilización refinada en una edad conside-

Este group-mind o instinto gregario explica en el Perú las organizaciones primitivas llamadas ayllus. Prescindiendo de épocas ajenas a la Historia sociológica y en las que pudieron surgir y desaparecer

rablemenre Iejana. 4.

pastor no puede mantenerse. Y Caín funda la ciudad. Aunque ahora el campesino no vive ni puede vivir en la ciudad, asiento del industria.ly del comerciante, que a su vez no pueden existir en el campo, en los tiempos primitivos e1 campesino tuvo en aquélla un refugio en caso de invasiones enemigas (pp.12235 en la edición ca-stellar-ra). La aparición de la vida sedentaria, las condiciones físicas de situación y posición, la existencia de grandes masas humanas, 1a intensificación d.e la vida económica determinan, junto con el desar¡ollo de la ciudad, Ia aparición del espíritu neramenre urbano. 1

nOtros hacían en los cerros castillos que llaman pucara desde donde, ahullando con lenguas extrañas salían a pelear unos con otros sobre las tierras de labor o por otras causas y se mataban muchos de ellos [...] con todo lo cual iban triunfando a lo alto de los cerros donde tenían sus castillosr. (Segund.a parte de la Crónica del Peú, por Pédro Cieza de León, Madrid, 1880, p. 2).

ulos huamachucos, que habitaban en la parte baja del valle Marañón, recibieron su nombre por Ia media luna de plata que llevaban en la cabeza. No tenían aldeas pero vivían en cabañas diseminadas en ]as laderas de 1as montañasr. (Las posiciones geográfcas dt las tribus que formaban el imperio de los incas, por Clemente R. Markham, Colección lJrteaga-Romero, vo1. l'lI, 2." serie, p. 95).

II

religioso-política, pues el germen del núcleo urbano fue la casa de Dios: en el cerro Huanacauri se hundió la barreta de Ia leyenda, se construÉ después el Coricancha, germen inicial de la nueva ciudad6. Hubo en el Cuzco un período inicial de luchas dentro de su recinto, así como de invasiones externas que se liquidan en la época de Pachacútec, quien, según Betanzos, repartió de nuevo las tierras y los barrios de la ciudad haciendo primero su plano con figurillas de barro, la reedificó íntegramente y la consagró como ciudad nla más insigne de toda la tierrarT. Cuzco ofrece desde entonces mayor valor que Pachacámac y Chanchán, ala Iarga sometidos bajo su infuencia, que Tiahuanaco, correspondiente a una borrosa época anterior, que Machu Picchu y Huayna Picchu, donde Bingham ha creído encontrar el Thmpu Tocco de donde salió el fundador del imperio de los incas, 6.

Luis E. Valcárcel, en su notable libro Del altllu al imperio, da una descripción detallada del tránsito del altllu a la ciudad, nacida, según é1, por la evolución del altllu-hordaal ayllu-frarría o clan, al ayllu-gens, a la fase agnática del vínculo del ayllu, a la federación tribal. Luego, nacida la ciudad, vienen el ayllu-jefe,la monarquía, Ia expansión conquistadora. Este proceso, sin embargo, no está nítidamente revelado en los documentos que quedan de aquel inseguro pasado. La última evolución del ayllu, la fijación en los pueblos, se caracteriza, según Bautista Saavedral que en esto no es secundado por otros autores, por la marca. Lo cierto es que la divisió n en ayllus subsiste en las ciudades y aldeas: a cada uno corresponde un recinto cerrado: en Machu Picchu cada ajtllu ocltpaseis a diez casas y cada grupo de casas se caracteriza por una peculia¡idad, especialmente por el tallado de las piedras (Hiram Bingham, uln the wonderland of Perú,, The National Geograpbical Magazine, abril de 1913). Valcárcel acierta, por otra parte, al estudiar 1as tres necesidades que dan origen a la ciudad. La vinculación del origen del Cuzco con el cerro Guanacauri y con el templo de Coricancha, ver en Garcilaso, primera parte, edición de 1723, p. 19; Juan de Betanzos, Suma I narracidn de los incas, edición de 1880, p. 13; Pedro Sarmiento de Gamboa, Historia de las Indias, cap. 74, p.40; Relación de los qui?ucamalos d Vaca de Castro, p. 133.

7.

Cuenta Betanzos que hubo luchas entre Uscovilca, señor chanca que por breve tiempo dominó en el Cuzco, y Viracocha Inca, que se rindió. Pero Inca Yupanqui prendió y mató a Uscovilca. Convertido en jefe de su nación, Yupanqui hizo juntar a todos 1os señores de las tierras vecinas ya sometidas e hizo repartir las tierras en torno del Cuzco; más tarde hizo reparar los arroyos y luego reedificar esta ciudad (ob. cit., pp.26 y ss., 72 y ss., 106 y ss.).

mientras José Gabriel Cosio sostiene que pertenecen a un período intermedio entre la caída de Tiahuanaco y la constitución del Incario, y lJriel García se basa en su arquitectura, perteneciente a los últimos ciclos cuzqueños, para considerarlos productos de la civilización de esta ciudads. No llegó el Cuzco a semejarse a la ciudad griega o romana, pues sus habitantes no fueron el demos libre en las discusiones del ágora y del foro ni tuvieron el concepto visual del patriotismo reducido a lo que los ojos abarcan desde la torre urbana; Keyserling, hablando de Roma, que a pesar de su expansión no romanizó ni siquiera a Italia, ha comparado al ciuis rzmAnus, por su carácter exclusivo diflcil de alcanzar, a la mafia o Ia camorra más que a lo que se entiende por nación moderna. Si el imperialismo incaico no fue de ciudad, no fue tampoco de clase, concepto vasto y variable en sus exponentes; fue, en cambio, de casta, basándose en la yuxtaposición de una tribu sobre otra, mediante la conquista sedimentada por el hermetismo de los descendientes y continuadores de la tribu vencedora. El Cuzco sirvió para agrupar a esta casta en palacios. nAIlí acudían los caciques de todas partes Zárate- así a llevar los tributos del señor como a -dice tratar de sus negocios y a pedir su justicia unos contra otrosre. «La ciudad del Cuzco, diciendo la famosa descripción de Pedro Sancho- «por -empieza ser la principal de todas donde tenían su residencia todos los señores, es tan grande y tan hermosa que sería digna de verse .run en España y toda llena de palacios de señores porque en ella no vive gente pobre y cada señor labra en ella su casa y asimismo todos los caciques aunque éstos no habitaban en ella de continuorl0. Pero teniendo mucho de Nínive o de Babilonia, también el Cuzco tuvo mucho

Inca Land, Explorations in the Highknds of Peru,Hiram Bingham, ciudad cle los incas, por José Uriel García, Ct¡zco, 1922, p. 63 y ss. 9.

Agustín de Zárate, Historia Perui 1t de las guerras

I

p.306. La

y conquista de la prouincia del ella, Bibliorcca de Autores Españoles,

¿lel ¿lescubriruiento

cosas señaladas en

tomo )«v, Madrid, 1853, p.470. Relación de Pedro Sancho, Colecctón Urteaga-Romero, tomo

v,

1

." serie,

p. 192.

r)

de La Meca. El Coricancha no era sino un conjunto de santuarios y, aunque dedicado al Sol, divinidad máxima de los pueblos agríco-

la oficina postal de donde salían los chasquis con órdenes y avisos y regresaban con mensajes, noticias, fruta del trópico ypescado fresco

las, lo estaba también en honor de las divinidades subordinadas, de las

del mar.

huacas principales de cada uno de los pueblos someddos, que eran

Todo esto fue el Cuzco con sus tres fases arquitectónicasl3: el estilo ciclópeo, el estilo poligonal de piedras pequeñas de variadisima irregularidad que expresa la transición de las masas brutas a las formas geométricas, y el estilo de sillares de pequeñas piedras pulidas de ángulos regulares y seis o más caras; con cultivos de maizales en sus andenes y terrazas con techos de pala cubiertos por tallos de plantas y ramas arborescentes; con la población distribuida en tal orden que, según Garcilaso, ubien mirados aquellos barrios y las casas de tantas y tan diversas naciones, se veía y abarcaba todo el Imperio junto como en el espejo o en una pintura de cosmografíarra.

llevadas como séquito del Sol; y como si fuera otra huaca, la tierra de la costa fue trasplantada allí para sembrar sus frutos típicos11. Adoratorios en las calles cuidados por los particulares y misterios en cada una de las fuentes, pozos y paredes de Ia ciudad acentuaban su carácter sagrado: «casa y morada de los diosesr, la llama por eso Polo de Ondegardo. Pero el Cuzco era algo más todavía. Era el corazón del Imperio. Corazón significa su nombre según la reciente interpretación de José Ángel Escalante. Era el meridiano que determinaba las cuatro regiones político-geográficas; la Universidad y la escuela don-

de la nobleza recibía las normas imperiales; el centro de acarreo y distribución de los mejores tributos; el mercado más vasto y permanente'2; el punto de partida y el punto de llegada de todos los caminos;

11

oCuando el Inca conquistaba de nuevo una provincia o pueblo, lo primero que hacía era tomar la Huaca principal de tal provincia o pueblo y la traía al Cuzco, así por tener a aquella gente del todo sujeta y que no se rebelase, como Porque contribuyesen cosas y personas para los sacrificios y guardas de las huacas y para otras cosas [...] Y en 1o que toca a la veneración de fuentes, manantiales, ríos, cerros, quebradas, angosturas, collados, cumbres de montes, encrucijadas de caminos, piedras, peñas, cuencas y en lo del arco del cielo y en la abusión acerca del canto de la lechuza, búho y otras cosas, se hacía y ter-ría en las demás partes del Reino y se tenían en reverencia al modo del Cuzco ['..] E anssi afirma-

ban que a toda aquella plaza del Cuzco le sacaron la tierra propia y se llevó a otras pártes por cosa de gran estima e la yncheron de arena de la costa de la mar como hasta dos palmos y medio (Informaciones acerca de la religitin 7 gobierno de los incas, por Juan Polo de Ondegardo, Colección Urteaga-Romero, tomo III, 1.'serie, pp. 42,43 y 109). uTenían la casa del So1 y en ella una huerta hecha con tierra tralda de Chincha, términos de Lima, que está a cien leguas de allí, donde se daban bien los mejores pepinos de Castilla y porque se diesen mmbién en el Cuzco, siendo Ia misma». (Descripción de la ciudad de la Plata, Cuzco 7 Huamanga 7 otros puebhs d.el Peú, Colecctón Urteaga-Romero, tomo v, 2.'serie, p. 140). se hacía mercado en una plaza ancha y longa llamada cabían en la dicha plaza cien mil personas; cada oficio y cada

t2. uDe cinco en cinco días Cuci-Pata

r4

[...]

Lavasta extensión de las ruinas que quedan de las ciudades atestigua aún hasta en nuestros días su importancia; aunque no debe olvidarse,

mercadería tenían su lugar señalado, a la cual dicha plaza llaman los indios Catu, en la cual hay de ordinario muchas mercaderías de todos géneros, en donde van unos y otros a rescat¿r, porque como en riempos del Inca no corría moneda, rescataban una cosa por otrar. (Historia de hs incas, reyes del Peni, por fray Martín de Murúa, 1." parte, Colección Urteaga-Romero, tomo v, 2." serie, p. 13).

t3. José Uriel García, ob. cit., pp. 72 y 73. 1a Vega, ob. cit., capítulos titulados ula descripción de la lmperial Ciudad del Cuzco, y nla Ciudad contenía la descripción de todo el Imperio, (pp.230 y 232 en la edición de 1723). nLos que provenían del Oriente [estaban colocados.] al Oriente y 1os de1 Poniente al Poniente, y así a los

14. Inca Garcilaso de

demás. Conforme

a esto estaban 1as casas de aquellos

primeros vasallos en la redon-

dez de la parte de adentro de aquel gran Cerco y los que se iban conquistando,

iban poblando conforme a los sitios de sus provincias. Los Curacas hacían sus casas para cuando viniesen a la Corte y cabe las de1 uno hacía el otro 1as suya^s y luego otro y otro gurdando cada uno de ellos el sitio de su Provincia; que si estaba a mano derecha de su vecina, labraba sus casas a la mano derecha y si a la izquierda, a la izquierda, y si a las espaldas, a las espaldas,. El gran erudito don Carlos A. Romero cuenta que en un capítulo de Murúa que se ha perdido, éste relata que la clasificación era más detallada aún; estaban juntos de un lado los varones y de otro las mujeres, por orden de edad, según las diferentes tribus.

rt

ruinas, que ellas suelen referirse, a veces, a poblaciones preincaicas y que frecuentemente, aún al tiempo de los incas, las a

propósito de

estas

ciudades abarcaban dentro de sus murallas campos cultivados. Sin embargo, las ciudades eran construidas generalmente en terrenos que no pudieran perjudicar lalabranza: Cuzco y Ollantaytambo, en cuestas rocosas; Pachácamac y Chincha, fuera del territorio irrigado, y esto se explica por Ia densidad de la población y por la necesidad de proveerla de medios de subsistencia, circunstancias que explican asimismo el perfeccionamiento de los métodos de cultivo mediante las irrigaciones y los trabajos ejecutados en común. La importancia de muchas ciudades dependía de que eran bases de operaciones militares; así, Huánuco en relación con las guerras contra quiteños y chimúes. Las vías de acceso al Imperio estaban cerradas por plazas fortificadas que abarcaban una ciudad entera con sus casas, sus templos y sus campos de cultivo para prolongar indefinidamente la resistencia en caso de asedio; así, Písac, Ollantay'tambo.l5 Pero otras ciudades se caracterizaban, sobre todo, por sus ferias y mercados. Las ciudades, en general, tenían un valor comercial en Ios días de fiesta, aunque el comercio era mínimo por la incipiencia de la propiedad individual; sirviendo también las ferias como ocasiones para romerías y para que los funcionarios del Inca reunieran a los habitantes de una región para hacerles conocer sus mandatosr6. La gradual expansión del Incario fue llevando como un emblema de civilización, alas tribus y comarcas atrasadas, las ureducciones, en pueblos. Pero estas reducciones en su mayoría apenas alcanzaban a ser amontonamientos de casas usin trabar ni continuarse entre sí, de modo que no formaban calles ni plazasrlT . Y más bien los incas, 15. Clemente R. Markham, Los incas del Peni, cap. 10. Bingham, uln the wonderland of Perur, ya citado. Otras veces en las fronteras habla simplemente recintos fortificados y puestos de avanzada.

t6. Luis Baudin, L'empire 17.

t6

socialiste des Inha,

p. 170.

en las regiones ya desarrolladas, aprovechaban de los centros ya poblados en lugar de destruirlos, como hicieran asirios y tártaros; y les imponían tan solo sus funcionarios, el traslado de las huacas al Cuz' co, el confinamiento de los mitimaes, la constucción de fortalezas o posadas reales para los viajes imperiales, la construcción del templo del Sol. Pachácamac, santuario, convento y oráculo, es el caso típico de

la uciudad incorporadarl8. Ciudades irregulares, propias de pueblos donde larazón no primaba en la vida; simétricas en sus edificios, como que el más absorbente de los despotismos las hubiera uniformado. Calamarca fue la primera

que avistaron los españoles. Rodeadas por un campo que presentaba un tablero de trozos de diferente cultivo favorecido por el río que se deslizaba entre las sementeras, dando origen a canales y acueductos subterráneos; y rodeadas, de otro lado, por las masas de los Andes,

trabar ni continuarse entre sí; de modo que ni formaban calles ni plazas. Eran pequeños como aldeas de cien vecinos para abajo; y raros los que pasaban de este número (Bernabé Cobo, Historia ¿lel Nueuo Mundo, tomo III, p. 163)' *Verdad es que aunque damos nombre de pueblos a estos asientos o rancherías en que eran reducidos los pueblos del Inca, solo merecen este nombre comparados con los caseríos en que antes vivían; que a la verdad ellos eran de ordinario tan pequeños y ma1 trazados (sacando las cabeceras de provincias que solían ser mayores y más bien formada$ que no tenlan que ver con las más humildes aldeas nuestras, (Cobo, tomo ttt,p.22B).

IB.

Pachacámac fue lundamentalmente un santuario, quizá con neutralidad polltica durante las primeras guerras de los chimúes (Ernst §(4 Middendorf, Di¿ Chimu Sprac h e, Leipzig, 1 890- 1 B92, p. 2 1 ). Originariamente constituida por

una civilización de tipo tiahuanaquense, luego destruida y vuelta a construir por un pueblo que tenía afinidades con el norte, Pachacámac, según Garcilaso, a quien sigue Uhle, fue incorporado al imperio incaico sin luchas, construyéndose un templo al So1 en la posición más prominente. La ciudad interior era residencia de un número de jeles o gente principal; cada residencia estaba rodeada por una serie subordinada de lugares de hospedaje. Había un conjunto de templos familiares, regionales o imperiales y muchísimas hospederías. Probablemente residían al1í diversas comunidades religiosas. Como en el Cuz-

nSacando la ciudad del Cuzco y algunos otros lugares grandes que tenían forma de pueblos, todos los demás no la tenían sino que las casas estaban amon-

co, cuatro cuarteles correspondían a las cuatro subdiüsiones del lmperio (Pachacamac, por Max Uhle, el maravilloso intérprete de esta ciudad. George Squie¡

tonadas sin orden ni correspondencia de unas con otras cada una aparte sin

The Land ofthe Incas,

p. 428). 17

aparecían las casas, de arcilla endurecida al sol, con techos de paja o

de madera. El humo de los baños termales quedaba a una legua lejos, de manera que podían contemplarse bien. uAlgunas de las casas principales eran de piedra yhabía un convento de las vírgenes del Sol y un templo dedicado a la misma deidad. En el barrio que miraba hacia el campamento indio, había una plaza casi triangular de extensión inmensa, mayor que cualquiera de las de España y cercada por dos puertas. Los edificios tenían grandes salones con puertas muy anchas que comunicaban con la plaza. Probablemente su objetivo sería servir de cuarteles a los soldados del Inca. En la extremidad de Ia plaza, mirando al campo, había una fortaleza y una entrada particular por el lado de los arrabales. Otra fortaleza había, además, en el terreno elevado que dominaba a la ciudad de piedra también y rodeada por tres murallas circulares o, más bien, por una sola muralla que la rodeaba en forma de espiralrle. Las ciudades incaicas han dejado rastros mediante sus ruinas: Ias ruinas son la venganza que toma la naturaleza contra el espíritu que la moldeó a su manera, envuelven una tragedia, pero acompañada de un sosiego metafísico, como si procediese de un profundo a priori, ha dicho Simmel. La piedra que hizo a aquellas ciudades no fue frínebre, como en Egipto, ni tuvo, como en Grecia, la espiritualidad lúcida que huye de las dificultades, ni se transformó, como en el gótico, en un afán de profundidad y de ascensión. Reveló a un pueblo solemne y ritualista sin ser lúgubre; vencedor de la materia, pero sin lo deleitoso de la gracia depurada y sin lo trémulo de las luchas interiores; con un sentido de profunda permanencia en Ia obra, de sumisa escrupulosidad en la acción, de tendencia hacia la uniformidad, pues todas las construcciones que tienen un mismo objeto se parecen como se parecen los rostros de quienes las hicieron. La ciudad significa en todas partes el desasimiento de Ia vida campesina. Este desasimiento no fue completo en el Perú incaico porque

19.

Wrdadzra relación de la conquista del Peni 1 prouincia del Cuzco, por Francisco de Jerez (Biblioteca de Autores Españoles, fuvadeneyra, Madrid, 1862, Historiadores de Indias u, p. 330).

r8

no llegó a conocerse el dinero, que reemplaza al trueque, cuyo carácter es esencialmente rural, y no llegó a surgir tampoco la máquina, que es típicamente de urbe. ¿Qué ocupaciones podía tener el avecindado en la ciudad? Nobles, funcionarios, sacerdotes, sirvientes, artesanos, formaban la población urbana estable. El industrial y el comerciante, tipos fundamentales de Ia ciudad, no existían sino en ínfimo grado. Bajo el sentido político y guerrero de la expansión incaica, en la inferestructura, perduraba la economía descentralizada en muchas regiones. El tipo de vida del común de los habitantes no sufrió generalmente cambios sustanciales con el advenimiento incaico que, por lo demás, tenía relativamente data reciente en Ia costa y en la sierra del norte. Los incas encontraron la comunidad de tierras y su caracterlstica típica estuvo en el funcionarismo, en Ia estadlstica, en la utilización de cada hombre para los fines estatales, en la obra de unir lo local sin destruirlo. Y es así como también en aquella época predorninó Io campestre sobre Io urbano. El milagro de que en un territorio excepcionalmente heterogéneo surgiera un socialismo de Estado típicamente centralizador fue favorecido por la existencia previa de l¿s comunidades agrarias regionales. El culto a la Tierra, a la Mamapacha, fue vasto y ancestral. En días solemnes, el Inca cogía el arado y lo hundía en el campo sagrado de Colcampatapara iniciar las faen¿rs de toda la nación; las fiestas coincidían con las alternativas de la .. osecha y la siembra: y cuando los indios morían, un saco con granos l)xra que sembraran su campo en el otro mundo era puesto a su lado. lrl fondo del alma peruana fue, pues, desde tiempos antiquísimos, lrrbriego; labriego quiere decir ndocilidad, recogimiento en lo coti,lieno, imperio del hábito, gravitación hacia el pasado, falta de indivitlualidadr.20

'0.

Está al margen de1 presente esquema panorámico el estudio del significado y de las modalidades del a/luy del régimen de producción y de distribución de la riqueza agrícola en tiempo de los incas; por lo demás, hay abundante bibliografía sobre estos temas. Sobre el carácter exúaincaico de la economía local, vet entre otros, oDer Kollektivismus der Inkas in Perúr, por el doctor Herrrann Tiimborn (Anthropos, 1923-1924).

t9

En la civilización occidental, el libertarse del campo que implica la aparición de la ciudad, alavez que se produjo en forma completa, trajo consigo la anunciación de todo lo que en épocas posteriores bulle en los movimientos espirituales, sociales y nacionales bajo el nombre de libertad. Pero una tupida red de múltiples funcionarios creada por Ia necesidad de gobernar un territorio de estas características y por el régimen político social seguido por los incas, hizo que lo mismo no ocurriera aquí. Funcionarismo, burocracia: otro síntoma de falta de individualidad2'. Que el desasimiento del campo no

se

cumplió del todo en las ciudades del

Perú prehispánico .lo comprueba 1a subsistencia en eilas de 1a división entre Hurin+a1,ay Handil4/t)/r1, división que además es social (enlos a\llus o tribu$ y geográfica (en las tierras ocupadas por ellos). Se ha discutido mucho sobre el

origen de esta división, debida, según unos a la necesidad de reglamentar los tributos, según otros a flnalidades militares, sin que falte quien la atribuya a los descendientes de dos ¡amas del mismo tronco lamiliar o dinástico. En un reciente estudio sobre nlos incas, sus orígenes y sus ayllusr, don fucardo E. Latcham comprueba que dicha diüsión no fue originaria ni exclusiva del Cuzco, sir-ro que existió tanto entre las tribus aimaras como entre las tribus chilenas; y manifiesta que su explicación está en la separación entre ori§narios 7 forasteros en cada región. Los hurin u originarios ocupaban la banda de abajo de 1os va.lles por la posición geográfica de dichos valles, viéndose obligados los que venían después a establecer sus cultivos en 1as partes altas. A veces los hanan o forasteros, después de desplazar a los primitivos ocupantes, se creían hurin en relación con épocas posteriores. Esta división fue utilizada por los incas para la recolección de tributos y aun impuesta a los pueblos vencidos en las últimas etapas de su acción conquistadora (Anales de la Uniuersidad de Chile, I.* trimestre de 1 928). 21

.

No existían por ello

ni regatear a otra», dice Santillán, salvo cuando era cosa que había ('n las provincias vecinas y tenían de ella necesidad para su oficio; y el (lue nada tenía que tributar, triburaba piojos en un canasro22. Nadie car

f)odía moverse libremente de un lado a otro del territorio y ni siquienr podía vestirse a su modo23. Ni existían los factores capitales que

,rriginan Ia diferenciación de los hombres: el dinero y la escritura.

la fuente que parece habe¡ servido a Capitan y Lorín. Acosta, Historia natural 1,

zo

moral de

las

Indias, Madrid, 1894, tomo u, p. 178.

Ni

Aun a este funcionarismo se agregaba e1 que representaban los gobernadores regionales, los jefes de cada una de las cuatro regiones del Imperio, los veedores o pesquisadores que recorrían todo el territorio periódicamente, los investigadores especialmente dedicados a la estadística, los matrimonios, los delitos, etcétera; y los incas mismos en sus viajes.

'.1. RelacióndelLicenciadoFernandodeSantillán, pp.40,41y42.'Iodostributaban ropa porque la hacían las mujeres, pero se turnaban en este tributo. uDe cada provincia le traían lo que había en ella escogido; de las Chinchas le servían con madera olorosa y rica; de las l,ucanas con arrieros para llevar sus literas; de los Chumbivilcas con bailadores y así en 1o demás que cada provincia se aventa.jaba y esto fuera del tributo general que todos contribuían, (José de Acosta, Historia narurallt moral de las Indias, romo il, p. 185). La manera como procedían los funcionarios de1 Inca para clasificar y ordenar a 1os habitantes de las nuevas regiones que conquistaban está descrita en la «Relación del modo que este va1le de Chincha y sus comarcas se gobernaban anres que hubiese incas y después»,22 de febrero de 1558, Documentos inéditos para la Historia le España, tomo 50, p. 206.

y 122). N refe¡irse los cronistas

ellas 1as que determinaran la estadística administrativa. Sin embargo, se habla de ciudades enteras constreñidas a hacer determinados trabajos (ver, entre otros,

turbas de las buhardillas, de los figones,

grandes agitaciones colectivas; cada sujeto esraba clasificado, distribuido, vigilado. Y así por eso cada uno daba su Íiburo según los frutos cle su provincia y según su propio oficio, pues nadie tributaba nar, agrega, «creáronse grandes monarquías sobre las ruinas de las clases feudales, la aristocracia y las ciudades. En los demzís grandes Estados de Europa, la monarqula absoluta apareció como un centro de civilización, como un agente de unidad social. Fue como un laborato¡io en el cual de la sociedad se mezclaron y se transformaron: hasta los distintos

"I.-.rrto,

tal punto que les fue posible a las ciudades sustituir su independencia medieval por la superioridad y la dominación burguesa. En España, por el contrario, la aristocracia cayó hasta un nivel extremo de degradación, sin dejar por ello de conservar Ios peores privilegios, mientras que las ciudades se veían privadas de su poder medieval, sin conservar ninguna influencia,. La decadencia comercial e industrial, disminuyendo el intercambio interiot favoreció, sin embargo, la diferenciación de la vida local (Carlos Marx, La reuolución española, Cenit,

Madrid, 1929, pp. 70-79).

io

riorío jurisdiccional sobre los tributarios indios en segunda instan, i:r; la concesión de títulos de baronías; la venta de Ia vinculación de l,rs varas de regidores y otros cargos concejiles, escribanías, alguacil.rzgos mayores, alferazgos, tenencias y alcaldías de las fortalezas; la .r.lc¡uisición de pastos y la de ejecutorias de hidalguía. Correspondió r,¡rrí también papel importante a las ciudades y villas, pues sus ayunr,rnrientos y procuradores entablaron negociaciones con Carlos v, priilrcro, y con Felipe II, después, representados por los virreyes y , ornisarios especiales. Fracasaron estas negociaciones por el sentido ( ntonces imperante en España del despotismo estatal sin cuerpos inr.rmedios, sin grandes vasallos, acentuado por el temor de robustecer ,r Hentes lejanas y turbulentas. Fracasaron también por la campaña .,,

'6.

MemorialdeFranciscod¿Toledo,Coleccióndedocumentosinéditosparalahixoria fu España, tomo )o(u, pp.122. Colzcción de la memorias o relaciones que escribieron los uineys dzl Peni, tomo r publicado por R. Beltrán y Rózpide, Madrid, 1921, p.72.

tr

del clero sobre que el Papa tenía la suprema atribución sobre los indígenas y que, en su nombre, solo a las autoridades eclesiásticas tocaba protegerlos; por las representaciones de los caciques; y, sobre todo, por la incapacidad en que, a causa de las guerras civiles recientes, se hallaron los conquistadores para ofrecer sumas exorbitantes a cambio de dichos privilegios. Tan solo se consiguió la prórroga de las encomiendas por una vida más; pero la nobleza quedó sin fuerza frente

r,rl de que

,'x('rzan y midan actualmente por sus personas», debiendo preferirse ,r los descendientes de descubridores y pacificadores2s. Pero en su importancia política, cívica y autónoma, el cabildo vinr¡ a menos con el Virreinato. Entre las atribuciones que le fueron , ('r'cenadas, estuvo Ia de dar tierras a quienes las pedían2e. Cuando

al Estado, sin ocasión para el entrenamiento político; y, más tarde, en Ios siglos

xul y xuII fue suplantada en parte por la creación

de los

consemayorazgos civiles, de los títulos nobiliarios de mero ^patato y buroAl así cesarista volverse y por donativos. compra guidos por militar feudal, y crát.ica la sociedad colonial, después de haber sido «nada Riva Agüero-, nada limitó ni contuvo a la autoridad -dicela apoyó más tarde efrcazmenterrzT. regia: nada Fue así cómo el hecho democrático de que laplaza pública fuera el lugar más importante en el momento de la fundación de las ciudades, no fue seguido por otros síntomas análogos en la época virreinal: la plaza se convirtió en escenario de la vida cortesana en las ciudades uncidas a la metrópoli. El progreso material de las ciudades, entre las que Lima descolló sobre todo por ser el centro de la Corte, coincidió con la decadencia de su autonomía. La institución del cabildo no desapareció. Se renovaba cada año por elección que los miembros salientes hacían de los entrantes; y era presidido por los alcaldes de primero y segundo voto que de su sen eran elegidos. Gobernaba el distrito poblado y sus suburbios; hacía la policía; entendía en el abasto y en la expedición de vlveres y de granos; administraba sus bienes y rentas propias; los alcaldes tenían primera instancia en los pleitos civiles y causas criminales y juzgaban de las deudas de habitación, alimentación, vestido, etcétera. La elección de los alcaldes debía hacerse en libertad, nombrándose vecinos idó-

27.

Audiencia de Lima, correspondencia de presidentes y oidores publicada por Roberto Levillier, tomo I, prólogo de José de 1a Riva Agüero. Notable trabajo sobre la transición entre la Conquista y el Virreinato, pP. rxv, Ixu, LxvIII,

rxrx, I-xxII, txxv. 52

escribi¡ con no tuvieran oficios como «tiendas de mercaderías en que

r,,',rs, honrados, hábiles, suficientes, que supieran leer y

li,lcdo llegó en su visita al Cuzco y a otras ciudades del Virreinato, ,rl scr preguntado en la ceremonia de recepción si juraba guardar a

dijo: uHaré y cumpliré lo que entenlrt'r'e eue es servicio de Dios y del Re¡ nuestro señor», y tal respuesta, ¡,ltlntica a la que diera Blasco Núñez de Vela en Lima y que tantos r r)rnentarios indignados o descontentos suscitara, fue aceptada su,risamente3o. La elección del primer alcalde de encomenderos o vel,r c:iudad sus preeminencias,

r

segundo alcalde de ciudadanos y posteriormente de naturales , . riollos, el llamado paseo de los alcaldes en que los recién electos ' , r,ur conducidos por el gentío a la alameda y en algunas partes ob,., ,¡uiaban refrescos y presidían bailes populares, son como los esterr r ros, del

r,res d€ un miembro amputado3l. Se puede considerar un slmbolo el hecho de que en aquel paseo ,1,' los alcaldes, que se celebraba el 6 de enero de cada año y que, por , ir'r'to, también estaba acompañado por repiques, camaretas, cohetes, ,l,'sfiles, el alférez real cargo era hereditario o vinculado a

-cuyo

Ruiz Guiñazu, La Magistratura Indiana, Buenos Aires, p. 286. Ordenanzas en I audiencias que han gobernado el Peni, tomo I, Imprenta del Estado, Lima, 1867 , pp. 351.-355.

Relaciones de los uirrqtes

k

r().

Colección de documentos inéditos

10.

Fundacitin española del Cuzco 7 ordenanzas para su gobiento. Rest¿tur¿lciones mandadas hacer del primer libro de cabildos por el uirrey don Francisco de Toledo; publicada por Horacio H. Urteaga y Carlos A. Romero, Lirna, 1926, p. wtt, nRelac.ión de

ll

tistán

para

historia de España, cít., p. 137.

Sánchez,.

Colección de algunos documentos sobre los primeros tierupos de Arequipa

cación del Concejo Provincial de del paseo de los alcaldes.

esa

(pt$li-

ciudad, 1924). Nlíhay una descripción

t3

determinadas familias- sacase y batiera públicamente el estandarte real (de distintos colores según las ciudades), que por una noche era dejado en un altar en casa del alcalde electo, donde se le cosía un pedazo de tela con una inscripción alusiva, siendo al día siguiente depositado en el cabildo Para ser luego recogido por el alférez. Además áe lucirse en la fiesta que era vn Íezago de la identificación entre el

cabildo y el vecindario, un exponente de la liquidada autonomía, exhibíase en la jura de los nuevos monarcas y en otras ceremoni de carácter áulico este estandarte «testimonio de lealtad y monumento de conquista» en un «acto positivo de inferioridad,, como dijeron Ias Cortes de 1812 al abolirlo. Por lo demás, el cabildo se preocupó

mucho por formulis

preeminencias, derechos adquiridos, cuidando de sus prerrogativas áe ordet jerárquico, inclusive en lo que respecta a los asientos en las funciones de tabla, en las cuales el de Lima tenía derecho de usar alfombra. Pero cuán distinto todo esto a las cartas forales español reconociendo Ia jurisdicción directa de la autoridad real sobre vecinos, las facultades omnímodas de ellos, inclusive lafuerza, defender sus derechos, la igualdad ante la ley, la inviolabilidad domicilio, el sometimiento a los justicias elegidos por ellos o su concejo, la libre elección de los magistrados concejiles, la responsabili de los funcionarios públicos; todo ello respaldado por las milicias

la Hermandad, ejército de ciudadanos32' Con el tiempo, fue entronizándose Ia venta de los oficios co jiles oficio era susceptible de ser gravado con derechos reales -un ejecutable para el pago de deudas-. Se fue extendiendo también I institución de los cargos perPetuos y por directo nombramiento. El derecho de confirmar las elecciones, que el poder político tenía, implicó su revisión y anulación. Pero aun en el nombramiento mi de alcaldes no siempre hubo autonomía: el mero acto de presenci que debía hacer la autoridad política solía convertirse en una presión.

32.

t4

Manuel de Mendiburu, Apuntes históricos.]uan Agustín García', La Ci Indiana, Buenos Aires, Estrada editor, pp. 156-193. Laureano Vallenilla, ula ciudad colonial, (CuburaVenezolana, setiembre de 1920).

párrafo del Diario de Lima de Mugaburu es elocuente al respecto: Viernes primer día del Año Nuevo de mil y seiscientos sesenta y ,,cis fue la elección del Alcalde ordinario de esta ciudad, en Palacio l)orque el Señor Virrey Conde de Santisteban estaba achacoso de la 1iota, el Cabildo eligió por Alcalde a don Graviel de Castilla y a don t In

,,

lrran de la Presa, Regidor de esta ciudad de los Reyes y Escribano Mar,,,r del Mar del Sur. Y cuando Su Excelencia vido los votos dijo: "Bue-

Alcaldes han elegido los señores del Cabildo al señor don Graviel lc Castilla y don Josephe Costilla de Mendoza ', los cuales salieron ¡,,rr Alcaldes; y don Juan de Ia Presa se quedó a oscurasr33. En Ia Conquista, la ciudad fue un baluarte de los invasores. Repre,r,rs

,

consistente en una era de inseguridad, dio cohesión y robusinfiltración europea. La población urbana indígena desapareció ,, fue desplazada de la ciudad o arrinconada en suburbios. (En Lima, Srrn Lázaro inicialmente y el Cercado). Con ello resultó que desapari'cieron o decayeron las industrias indígenas, frutos netamente url,rrnos. No hubo ya lugar a diferencias entre los descendientes de las r,rzas creadoras de las maravillosas civilizaciones peruanas y los des, r'ndientes de las tribus atrasadas. Los indios en general resultaron

'cntó

1o

rt'z a la

rirricamentey'llahs, gleba. En el campo se refugió el pasado. Desaparr'cieron gran parte de los andenes, caminos y acueductos, el orden , n la distribución del trabajo y de las cosechas, por lo cual el licen, irdo Falcón decía con sutil melancolía: utodo lo que se sacava de , stos trabajos y tributos que los indios daban, se gastaba y convertla , n provecho de los mismos indios que los trabajaban [...] el Inca no ( r)viaba el oro ni la plata a reinos extraños y todo lo que tenía saca,l,r en multitud de años era poco más oro y plata que al presente son

\\.

de Lima (1640- 1694), Crónica de la época colonial por Josephe y Francisco de Mugaburu, publicada por Carlos A. Romero, propietario del manuscristo, y H. H. Urteaga (Colección cit., tomos \4I y \¡In, primera serie), tomo vrr, p. 1 1 5. La elección de alcaldes fue suspendida por el virrey Conde de Villar Pardo en 1586, nombrándose presidentes del AJrrntamiento. Esto duró

Diario

hasta 1589 (Enrique Torres Saldamando, Cabildos de LimA, tomo

t, pp. 323

y ss')'

5t

la cadena a los que en ella entraban, para echarles fuera, algunos cortaban la cabezacon poco temor de Dios. De esta suerte fueron nruertos muchos indios; porque solía haber en estos valles mucho

compelidos a sacar cada año'3a. Fueron desapareciendo los últimos

..le

ullautun sober' incas': Atahualpa, dejando en el umbral de la muerte su bio y vistiendo .l ,roÁbr. de Juan o Francisco, anodino como un sayal; con la nobleza cuzqueña, aunque sin llegar a

lcs

M"..o,

sublevándose

apuntalar el poder de sus penates, viendo morir luego su esperanza fue también teatro del nacimiento del ..r Sr.rrh,r"mán, que "caro Imperio, y retirándose con majestad bravía a Vilcabamba para acabar áe españoles a quienes habla dado acogida generosa;^Sayri Túpac, p".,r.rdo con los españoles y entrando entre vltores al Cuzco y r"-bien solemnemente a Lima, aunque, según la anécdota que ,.1",".t Garcilaso y Llano Zapata,enseñó ciettavezel hilo de un mantel diciendo qt. u..o se le daba aPenas» cuando le correspondía todo; Titu Cusi, ..b.ld. primero, converso luego; Túpac Amaru' bobo e irresponsable, cuyo iuplicio injusto en1572 aPaga este Incanato pós-

"

á".ro,

,r.r-o, salteador y frrgiti ro en la plaza del Cuzco ante una muchedumbre gimiente y estentórea que quedó en religioso silencio ante una sola-señal del reo, para luego llorar inconsolablemente ante su excabezadegollada, po. lo .u^l hubo de ser suprimida tan horrenda hibición. Pero perduró la muchedumbre, ya no tranquila e isóc¡ona sino p.rr.g,riá", espantada, desplazada Por punas, quebradas' huaycos.y Cieza de cerros. Ella colaboró en las guerras civiles: uPasaron -dice contra e fuerzas León en su Guerra dr Las Salinas-grandes maldades los naturales, cometidas por los españoles, tomándoles sus mujeres es, que por llevar e aun a algunos sus haciendas' E Io que m¿ís de llorar en cadenas; e echaban los sus cargas e cosas que pudieran excusar,

por espesos arenales e las cargas fuesen crecini das y el sol fuese g.r.d" e no había árbol que les diese sombra'

.o-o iÉrr."-ina.rdo

f.r.rrt. que les p.o,r.y... de agua, los pobres indios se cansaban; ¡ .., l.rg". d. dejarles iomar huelgo, dábanles muy grandes palos' di.i.rd-o que de bellacos Io hacían. Tanto los maltrataban' que caían en el suelo muchos de ellos, e, viéndolos caídos, por no

34. Relación i ." serie). 56

de

pararse a sacar

Antonio Falcón, p.145 (Colección Urteaga-Romero' tomo xI'

rrúmero de esta gente e por los malos tratamientos que han recibido ..le los gobernantes y capitanes pasados, vinieron a la disminución (lue agora tienen e muchos de los tales valles están despoblados e trrn desiertos que no hay que ver otra cosa que los arruinados edifi.. ios e las sepulturas de los muertos e los ríos que por los valles corren,35. Pero ningún testimonio mejor que el del propio rey Felipe r, ahora en que españolistas tenaces tratan de presentar a la Con.¡uisa primordialmente como una obra de colonización. «Nos sonros informados el rey en Ia cédula de 27 de mayo de l5B2 -dice ,lirigida al Arzobispo de Lima- que en esas provincias se van acaban,lo los indios naturales de ellas, por los malos tratamientos que sus ,'ncomenderos les hacen, que habiéndose disminuido tanto los di, hos indios, que en algunas partes faltan más de la tercia parte, les llevan las tasas por entero, ques de tres partes, las dos más de lo que s,rn obligados a pagar; y los tratan peor que esclavos y como tales rc hallan muchos, vendidos y comprados de unos encomenderos a orros I algunos muertos a azotes y mujeres que mueren y revientan ,'.rn las pesadas cargas y a otras y a sus hijos les hacen servir en sus ¡iranjerías y duermen en los campos y allí paren y crían mordidas de srrbandijas ponzoñosas, y muchas se ahorcan y otras se dejan morir sin comer y otras toman yerbas venenosas y hay madres que matan .r sus hijos en pariéndolos, diciendo que lo hacen por librarlos de los rra.bajos que ellas padecen, y que han concebido los dichos indios rnuy grande odio al nombre cristiano y tienen a los españoles por ('ngañadores y no creen cosa de las que les enseñan: así todo lo que ha( cn es por fiterua; y que estos daños son mayores a los indios que están ,'n mi real corona, por estar en administracióny porque habiéndose

¡,roveído tan cumplidamente lo que ha parecido cumplir al bien .spiritual y temporal y conservación de los dichos indios, teniendo

\5.

Guerra de Las Salinas, tomo I, pp. 58 y 59

t7

ranto cuidado de procurar que fuesen doctrinados e instruidos en las cosas de nuestra santa fe católicay mantenidos en justicia' amparados en su libertad, como súbditos y vasallos míos, entendíamos que nuestros ministros cumplían lo que les habíamos ordenado; y de no haberlo hecho y llegado por esta causa al estado de tanta miseria y

clo con Ia capacidad del sitio y sus conveniencias. La elección del lugar debía responder a las necesidades de la colectiüdad y estar do-

trabajo, nos ha dolido como es razóny fuera justo que vos y vuestros antecesores, como buenos ciudadanos pastores no hubieseis mirado por vuestras ovejas, solicitando el cumplimiento de lo que en su favor está proveído o dando aviso de los excesos que hubiere, que los mandáramos remediar; y, ya que, por no haberse hecho, ha llegado tanta corrupción y desconcierto, conviene que de aquí en adelante se repare con mucho cuidado; y para que así se haga, escribimos apre-

virrey o la audiencia; ni los indios podían vivir fuera de sus reduccionesr. Con 80 familias o casas en una reducción, correspondía la designación de un alcalde, o dos si pasaba de dicho número, con jurisdicción civil y criminal: se le llamaba justi ciay eru su atributo la vara con cabo de plata. Los alcaldes y regidores, que no podían ser más de cuatro, constituían el cabildo del pueblo, renovable anualmente. Se aisló también a los indios de las otras castas, prohibiéndose la residencia de españoles, mestizos, mulatos y negros; los comerciantes. no habían de estar de paso más de tres días y no hospedados en casas de familia sino en la posada común. Los pueblos debían ser de cuadras anchas

tadamente a mis virreyes, audiencias y gobernadores, advirtiéndoles que, si en remediarlo tienen o tuvieren algún descuido, han de ser castigados con mucho rigor. ' . »36.

agregaron los ejemplos individuales de crueldad de los españoles con los indios, como el de aquel Francisco de Chávez qu. mató a todos los niños de un pueblo haciéndoles decir antes de que

A-.rro

se

tado de «aguas, tierras, montes, entradas, salidas ylabranzas, debiénprocurar fundar pueblos de indios cerca de donde hubiese minas.

close

Las reducciones no podían mudarse de un sitio a otro sin orden del

y derechas, dejando una plazay sitio para Ia iglesia, casas de sacerdores y solar para casa de comunidad, cabildo, juzgado de alcaldes y

Á.r.i.rrrr,

cárcel. Estableció también Toledo una nueva reglamentación de los tributos y sus tasas. Estableció, igualmente, la mita o trabajo de los in-

que necesariamente tuvieron que traer consigo la destrucción de los caminos, andenes, almacenes, tambos y sementera§. Y las pestes -así, la viruela y epidemias desconocidas en 1546, 1589, 1597, 7700 y 17t9- que asolaron comarcas enteras3T. Cañete, Nieva y Toledo señalan el afianzamiento de un nuevo senrido del orden sofrenando el esplritu feudal que se encarnó en las

dios, reglamentando sus turnos, primero para la provisión de manrenimiento, y luego para las minas y obrajes3s. los indios debían estar así aislados bajo la triple autoridad de los alcaldes indios, del cura y del funcionario real, más la de sus propios caci ques, cuyos títulos fueron reconocidos y reglamentados. Procurose que [a prédica de Ia religión progresase con estas reducciones, pues antes las dificultades de la naturaleza, la sicología huraña de los indios y la mala distribución de los repartimientos la dificultaban; muchos de los clérigos

uChávez, efivez de uJesúsr. Y las víctimas causadas por Ia cuanríay el transporre de los tributos exigidos, por lo cual solían morir de hambre quienes pagaban esos tributos en alimentos. Y las crisis

ciudades, aunque aumentado en éstas el progreso material' Toledo buscó la ordenación del régimen de vida de los indios en la campiña cuando estableció las reducciones, lo más numerosas posible, de acuer-

y frailes que estaban en las doctrinas no sabían ni entendían Ia lengua de

38. 36.

Cedulario del Arzobispado de Lima. Juan Polo de ondegardo, nlas epidemias pp.56y 58.

en el Perú»,

37. GermánleguíayMartínez, 58

Historiade Arequipa, tomo Il, pp' 191-218'

Ruiz Guiñazu, La magistratura indiana, p. 301. Horacio H. Urteaga, ol-a colonización del Perú y del virreyToledo,, en Fundación española del Cuzco, citada. O¡denanzas citadas, Relaciones de uirreyes, Lima 1867,lmprenta del Estado, tomo r, pp. 155-253. Coleccitin de las memorias o rekciones, pubiicada en Madrid en 1921, ya citada, pp. 7 3, 82, 86 a 90. La ciudad indiana, citada, pp. 35 y

ss.

t9

los indios, sabiendo, sí, que debían volverse ricos y regresar a España' pero la realidad se burló una vez más de la ley escrita. La autoridad real y la autoridad eclesiástica estuvieron en constante competencia, pero aliándose para expoliar a los indios y, en general, Ias reducciones fracasaron por completo, salvo las misiones que en algunas partes de Améríca realizaron los jesuitas, análogas a las cooperativas de trabajo. Pero los españoles no sólo realizaron una labor desorganizadora, proditoria y nefasta en lo que respecta al agrarismo aborigen. Hubo lambién, en algunas villas, labradores españoles; así, Arnedo, a diez leguas de la capital, mandada poblar por el virrey conde de Nieva; Val-

.,

lca, poblada en tiempo del gobernador licenciado Castro; San Miguel de la Rivera, en el valle de Camaná. Los españoles, además, introdujeron desde los primeros tiempos de la Conquista en la campiña peruana sus sembríos, sus animales, ria clara, sus instrumentos de labranza. El trigo fue traído al Perú

,r.rde,

el valle de

-glo

sin sombras- por una mujer; también se implantó la cebada; la vid fue primero tan rara que ni había vino para la misa; don Antonio de fubera, de regreso de España, a donde fue como procurador general de Lima, trajo el olivo, y aunque lo hacía cuidar por cien negros y treinta perros, algunas semillas le fueron hurtadas, siendo sembradas en Chile, y a causa de la excomunión contra los ladrones, éstos las

restituyeron al cabo de un año, aunque ya Ia planta estaba extendida. En tiempo de los incas no había granadas, cidras, naranjas, limas, manzanas, peras, camuesas, membrillos, duraznos, albérchigos, albaricoques, ciruelas, melones, pepinos, calabazas, aunque más tarde pareció imposible que ello hubiera sido cierto, tal fue la abundancia á. .ra" fruta. tmpoco había guindas, cerezas, almendras ni caña de azicar, sobre {a que decía Garcilaso uya dan hastío y donde a los principios fueron tan estimadas, son ahora menospreciadas y tenidas en poco o nadar. El melón fue causa de aquella anécdota en que,

conduciendo a algunos de los primeros que se dieron en el Perú, los cargadores indios se los comieron pensando que no serían descubiertos, pues en el momento de comerlos echaron tras de un paredón Ia carta que daba cuenta del envío. Antes las legumbres y hortalizas se reducían a frijoles y pallares y no había lechugas, escarolas, rábanos, 6o

coles, nabos, ajos, cebollas, berenjenas, espinacas, acelgas, yerba buerra,

culantros, perejil, cardos, espárragos ni garbanzos, habas, lentejas,

nrostaza, alcatavea, ajonjolí, arroz, alhucema, cominos, orégano, man-

,.anilla, etcétera. Támpoco eran conocidas las rosas, clavelinas, jazmines, azucenas ni mosquetes. El lino fue introducido por otra mujer, rloña Catalina de Retes; el anís, en los primeros tiempos de la Conr¡uista, se echaba en el pan «por cosa de mucha estima como si fuera

cl néctar o Ia ambrosía de los poetas». En cuanto a animales, vinieron los caballos, objeto permanente del miedo de los indios, por lo .'ual durante mucho tiempo ninguno se dedicó al oficio de herrador y no se vio a indios montados. Las vacas y los bueyes empezaron a realizar su labor en el agro ante muchedumbres que, atónitas, murrnuraban acusando a los españoles de perezosos; también vinieron camellos, pero no se aclimataron. Los puercos alcanzaron precios alt ísimos, «que como fuesen cosas llevadas de España no paraban en c[ precio para los comprar y criar que les parecía que no podían vivir sin ellosr. El canto de los gallos, insólito como estos animales misrnos, para los indios implicaba, según las regiones, la infamia y la rrbominación o la honra y fama de Atahualpa. Igualmente exóticos lueron los asnos, las cabras, las ovejas, los conejos, algunas especies de l)erros, los pavos, los canarios3e. Dentro de la categoría de los animales podría englobarse a otra introducción que los españoles realizaron: Ia de los negros. Ya en su capitulación con la reina doñaJuana, obtuvo Pizaro licencia para traer 50 negros, un tercio de los cuales debían ser hembras. Ocho meses ,lespués de fundada la ciudad de Lima, el cabildo de Lima daba or.lenanzas sobre los daños que los negros causaban a los indios; otras ,rrdenanzas les prohibían andar de noche por las calles sino con sus ,rmos. No podían andar a caballo ni en mula, ni tener casa, ni ostentar scdas o joyas. En las guerras ciüles ya exhiben su crueldad con los vencidos: decapitan a Núñeiz de Vela, en Pucará un escuadrón formado ¡ror Hernández Girón se dedica a saquear el real de los leales. 19. Inca Garcilaso de la Vega,

Comentarios reales, primera parte, libro Ix, caps. 16-30. José de Acosta, Historia natural y moral de las Indias, cit.

6t

las haciendas de la El destino inicial de los negros fue el laboreo de severidad; .oro y su régimen de trabajo"y de castigos.tuvo tremenda reincidla' si y' azotes 1 00 d'bi^ ,ob*.

;r, J;.g- [,r.

^plicársele ^uí había patalafuga' el debla cortár5sls «su natura»' Anáiogas penas con hierro canamancebamiento con indias, etcétera' Se les marcaba o ,. les empadronaba. Negros cimarrones en pandilla' robando

i..ra.,

en los matorrales

y

matando, apar.cie.on desde lo*s primeros-tiempos cimarrones' Las vencaminos; y irubo p..mios para la caceríade estos ncostal de hue,", d. .t.iro, udlr.t bát"', con todas sus tachas' de mulas y caballosao' se ,Jdir"b".t normalmente, como las sos»,

Concluyó, pues, la Conquista y

se

inició el Virreinato que' mo-

no hizo sino proseguirdificándola en rigrr.ro, d.,t'i"tgot esenciales' un hecho la. Y es que la óonqui.t" f'''e p"ra nuestra nacionalidad misma' Detiénense alcapital, quizá más aun que la Émancipación g*ot .., los horrores y crímenes qit l" acompañaron; y otros' enal Los unos' fambio, se fijan.".t roío .t"t" bt"ficios civilizadores' el Incario, en condenarla ábsorbiéndose, en cambio, con nostalgia ;;;r"" una actiud análoga a la de aquel labriego ruso:ue en pleno Neiandro' Los triunfo revolucionario fue a Moscú a conocer al zat a la de aquel análoga otros, al entonarle loores, adoptan una actirud por calentadas viandas noble medieval que se hizo servir un festín con

laslucesdeunfuneral.SobreSusConsecuenciastremendasobenéla conquista en el hecho fatal, ineludible, fundamental, de ficas está

Aluvión fue la Conquista'

en efecto'

comienzo de la siembra: la cosecha recién está

viniendo'

sí, con sus caracteres de aluvión'

iambién con la nacionalidad integral' ,r,

y

3

",r.rri,

Al reglamentarse el Virreinato quedó fijado el tipo de la economía colonial: la tierra, sobre todo la mina, como única fuente de riqueza; Falta de capital, de valores muebles y de crédito; comercio pequeño y estrecho trabado por los monopolios y por la falta de producción industrial en el país. Quedó fijado, asimismo, el origen de las fortunas privadas: la explotación del trabajo humano en los inmensos territorios acaparados por unos pocos, los privilegios emanados de las funciones administrativas o de los monopolios dando lugar a provechos

ilícitos.

Como los principales españoles avecindados permanentemente eran dueños de minas y de dilatadas encomiendas y repartimientos

avivir en ciudades la En el Perú no tuvieron tanta aplivivir en capital. ¡ cabilidad como en Chile, por ejemplo, las órdenes reales que ordeclue ellos no trabajaban, acentuaron su tendencia

sobre todo, a

naban reducciones de españoles en ciudades y poblaciones para evitar su desmigajamiento en ranchos, haciendas y chacras. La fundación de las ciudades chilenas, incluso la capital, se había debido a la necesidad estratégica, convirtiéndose más tarde de militares en rurales y religiosas; en cambio, Buenos Aires fue favorecida

por su posición geográfr,ca de entrada y salida natural de inmensas zonas en un país de pampas, sin guerras, sin minas y con ganadería, todo lo cual determinó en la región del Plata precozmente una orien-

40.

Carlos A. Romero, Negros

I

caballos' 3'' edición' 1905' Tipografla Nacional' la a Ia esclavitud bajo el régimen colonial',en

Manuel de Mendiburul "d;t"d^ y Ugarteche' Estadl social del Peni Reuista de Lima, 1862, iomá v' Javier Prado Anales {Jniuersiarios' pp' l42y ss' 7894' española,iima' la dontimción durante

6z

tación comercial. Y, sobre todo, allá en Norte América, los colonizadores, según la ftrase de Martí, araban el trigo que comlan, cargaban mosquetes para defender las siembras, traían en sus barcos arados, semillas, telares, 61

arpas, salmos, vivían en casas hechas con sus manos y cuando, de cata al üento, iban de dos en dos por los caminos, ellos de cuero y escope-

ta, ellas de bayeta y devocionario, iban a oír al reverendo nuevo que negaba al gobernador poder sobre las cosas privadas o a elegir.sus jrá", o a r*esidenciarlor. C,rár, distinto el efecto que el estudio de la historia de su país debe inspirar al norteamericano, historia que comienzapob.e y sin relieve para ir produciendo luego ese desenvolvimientl que da lugar a la democraciay al auge más grande que la humanidad ha producido; cuán distinto al sentimiento que surge ante aquella grandeza del Perú de entonces, transitoria, pfecoz, caramente pagada más tarde.

No llegaban a cien los vecinos que con Pízarro fundaron Lima; y hiro éste dibujar su planta en papel con las medidas de calles ",rrrrdJ señaló la ubicación de los solares que a cada uno otorga-

y cuadras y .", ,r.rrq,rá dividió la población en trece cuadras de largo y nueve de ancho, áib,r;0, previendo el aumento inminente, ciento diez y siete cuadras, siempre a manera de casilleros de qedreu el cabildo debía ir repartiendolr, .r..d..rtes a los que vinieran a avecindarse a cambio en gallinas que luego se transformó en dinero' Después d. u., "err.o de la estagnación producida por las guerras civiles, implantado definitivam-ente el virreinaro, a partir del gobierno del marqués de Cañete, Lima, cuyas casas inicialmente cuPieron en las dos primeras cuadras en torno delaplaza, inició su progreso en forma rapidísima' Los cercos de tapias.o, q,'r. inicialmente se habían formado muchas cuadras y tras de los que se habían hecho rancherías de indios y negros'

fueron dando lug"ia calles edificadas, quedando poco a poco los huertos tan solo án los extramuros para ceñir como un cordón a Ia ciudad todavía sin murallas. Los edificios de adobes de ruin fábtica, cubiertos de esteras tejidas de carrizos y maderas toscas de mangles' con poca majestad y primor en las portadas y patios, fueron poco a poco derribándose. Edificáronse, en cambio, casas desahogadas y amplíri-"r, con enmaderamientos fuertes y curiosos de gruesas vigas y 64

tablones de roble hechos por artífices primorosos: presea y orgullo de las casas fueron desde entonces los portales de piedra y ladrillo, Ios lralcones de morunas celosías, los zaguanes amplios y hospitalarios, los oratorios suntuosos, los jardines con sus fores y sus fuentes, los varios salones y alcobas, las azoteas o los miradores típicosr. Lal:elleza de Lima fue creándose desde entonces en los interiores más que en las

láchadas y en las casas mismas por la ausencia de la piedra: mientras l.ima fue hecha de adobe, en México, construida en el centro mismo de la ciülización aborigen, imperó la piedra. Pero también mejoró la

fisonomía edilicia: en tiempo de Toledo empezaron a construirse los portales; del tiempo de Montesclaros son el puente y la alameda; del tiempo de Salvatierra, la fuente de la Plaza de Armas, con sus leones y sierpes. El entronizamiento definitivo del Virreinato fue para Lima Io que e[ reinado de Francisco t para Francia: la aparición de la Corte. Y es que Lima fue asiento del virrey, de sus empleados y dependientes; de la audiencia con sus oidores, abogados, procuradores y escribanos; .lel arzobispo, el cabildo metropolitano y su séquito; de la Universidad y sus doctores y colegiales; de las familias más nobles y acaudaladas. Irue, asimismo, un centro de intercambio, Io que, según la geografía social, trae siempre consigo un factor de crecimiento: enjambres de rnercaderes, que bien pronto llenaron con sus tiendas las calles vecinas t la plaza, no solo surtían a estos consumidores máximos que eran Ios funcionarios, burócratas y nobles, y no solo negociaban con las regiones cercanas los pequeños objetos de industria manual hechos cn Lima, sino manejaban el comercio continental, pues Lima presidió en los siglos xu y xul el movimiento comercial del Virreinato rún no desmembrado y el de toda América meridional con la descarga de mercaderías de Europa, China y Nueva España. Juntríndose en la ciudad nobles orgullosos, funcionarios decorativos, fiailes y comerciantes, el trabajo correspondía aI pequeño número de gremios que más tarde fue desapareciendo, a los indios y a los esclavos.

1

.

Bernabé Cobo, Historia de k fundación de Lirna, ediada por M. González de la Rosa, Lima, 1882, Imp. Liberal, pp. 46 y ss. 65

donde moraban Pasando el río, formose el barrio del Cercado' los padres de la Comsus propios ministros, y adoctrinados por.

con

en las pr"f", É¿t ie mil familiasindígenas-destinadas a los trabajos 'h""i.rdm de los valles; el Cerádo fue incorporado más tarde a Ia

rústicas albergaban a gran número de negros empleados en el servicio de Ia ciudad' Porque -como Montalro- uio, españoles en saliendo de sus tierras difícilmen-

ciudad. Por los demás arrabales,

casas

dice

te se acomodan a servir'2. mar cercaEl clima suave en que el cielo opalino y el domesticado «tan solo es rocío' y en no ignoran las tempestades y en que la lluvia sombra no faque «con una caPa ,ro ,. ,i.,ttt el hielo y en cualquier cobijara bajo no se t'iga el solr; l" ,"r" circunstancia de que la ciudad

tti"p^d"' colinas altas con laderas murallas naturales -montañas ni de,br,rpa"r, rocas dominantes d'el llano vecino' islas' etcéteraposit.á, á. las murallas artificiales de piedra o ladrillo; Ia eventual suPremo y amenaza bilidad de terremotos y piratas como máxima tales los síntomas reveladores de que la

hI

frr" r,r, -or"ior.,, ;G; '""rír¡ér"y

y selos hombres coadyuvarían a esta primacía muelle en Europa nacía dante. Precisamente en los siglos xlt y x\1I también núcleos numede Ia gran ciudad como resultadá de h concentración de los funcionarios' del rosos de consumidores que vivían de la Corte'

,rdmira cómo podían pagar los maridos, no eran la única manifestación de lujo: en los días de fiesta no se podía distinguir a los nobles .le los que no lo eran: hasta los mulatos, dicen Montalvo y Meléndez, vestían sedas y diferenciaban el vestido en las estaciones del año, y lun en las casas de gente sin blasones veíanse joyas y vasos de plata rr oro. uO Lima!. . . Quantos traman oro y plata en sus telares Milan y Sevilla, quanto castiga lino Francia, quanros vellones cardan Inglarerra y Olanda, quantos laberintos enreda en hebras de oro de encaxe y puntas Flandes, quantos delicados vidrios fabrica Venecia y Barcelona, quantos abre láminas y sella tórculos Bélgica o Romano buril, (luantos el Cairo dibuxa tapetes y China filigranas, tributos recibes cn la feria universal de Portobelo ua. En 7559, cuenra Cobo, había cuatro o cinco coches y al cabo de treinta años eran más de doscientos, y adornados con listones de oro y forrados interiormente de seda. uVerdaderamente», dice el mismo, «que si en esra profanidad hubier¿ moderación, excusando gastos superfuos, pasaran los moradores rle esta República con más descanso, sin el afán y congoja que trae el sustentar más lustre y autoridad que ellos sufren y pueden tener». Las causas que explican análogo proceso en Europa, y que han sido estudiadas por \Terner Sombart, influyeron también aquí. Si en l¿r Edad Media el lujo había sido público (de él vienen los rorneos,

crédito público y de las rentas territoriales' fo, i*pti.".ii-r rob.. todo una-concentración de consumidola rudeza Suerrera res, tuvo ,,i.r" ."r".a.rística precoz: el lu.!o' De .rárrrd, de los conquistadores no quedó sino el recuerdo y la herenLos,resiidos costosos de las mujeres' que Lizártagase

rrió con ei consumo de dulces en Lima. «La templanza y severidad de los fundadores y padres de esta República» hicieron que se prohibiera hacer confiruras

primeravezy de multa y destierro perperuo la segunda; pero con el aumento del azicar en el país y el cambio de carácter vino un superabundante y excesivo consumo de confituras (ob. cit., p. 42). A la misma obra peftenece el párrafo transcrito más abajo, p. 79. Yer lo que dice sobre dulces en Lima Montalvo, p. 21. para vender, bajo pena de multa la

cia pingüe3.

2.

esclaraidas operaciona-del bien' El Sol del Nuevo Mundo, idzadt lt cornpue*o en Lx Antonio de Montalvo' Francisco por Lima' auenturado Tbribio Arzobispo entusiasta y prolija descripanimada' mtís la hace Montivo 20. p. 1658, Roma, por fray Juan Melénción de Lima. Esta descripción fue copiada íntegramente ltt Gran Prouincia d¿ de en lalistoria Indias las dr ¿.r..r ,rr Trsoros uerdad.eros 1686' tomo tr ( Roma' Ar"t¡tu del Perti d'el orden dz predicadores'

i'

i* im

pp.156-168).

3. 66

según Cobo' el que ocuUno de los episodios de la relajación del carácter es'

4.

La Estrella d¿ Lima conuertida en Sol sobre sus tres coronas, Amberes, 1688, relación de las fiestas habidas en Lima por la beatificación de Santo Toribio, con algunas consideraciones.hiperbólicas sobre esra ciudad. La obra, escrita en cuidadoso estilo gongórico, tiene elegancias de expresión acordes con el espíritu de la época, que revelan que el autor pudo hacer una obra perdurable si hubiera buscado otros temas. Firma Francisco de Echave yAssu, pero no se le atribuye a é1.

67

los primeros años corridas, paseos y juegos tan suntuosos en el Perú en fines del siglo xvt de la Conquistay aun en el Virreinato), a Partir de .r, catácter privado o doméstico y al mismo tiempo esta.. "..rr,,ró en las comidas' ble y no periódico, ,.,r.Iá.,do,. ello en el mobiliario' nace en los vestidos, en las alcobas, etcétera; y es !lue' como entonces concentránla gran ciudad, se reduce el espacio parulaconvivencia' del confort el sentido extendiéndose h gente y, por consiguiente,

Por las calles se

en

el contrario, no es dispendiosa sino acumulativa5' acInsistiendo en esto último, Ia mujer alcanzó prematuramente está su repreción primordial en Lima. Como exponente-de su relieve inconfundible e inmortal: Ia tapada' Ningún tipo masculino

sent¿ión

en Lima la ha igualado en importancia'

Lizi^l:aga'habia uDe las mujeres nacidas en esta ciudad no ten-

Ya una pl,rr.rá piadosa y discreta, la del P Reginaldo

escrito .., .l .iglo *.: perdónengo que de.i, .i".o que hacen mucha ventaja a los varones; En su notísimo'6' fuera no si ir" po. escribirlo, y no lo escribiera y sommístico po.*" La Argentin'a, publicado en 1602, en el siglo brío de la Colonia, decía Barco Centenera: 5.

68

Occidente' pp' 100' V/erner Somba rr, Lujo y capitalismo' F'diciones Revista de 101, 130, 137, 152, 153, 158' 769, etcétera' de k Plata 7 Chile' Descripción breue de toda la tierra del Perú, Tucumán' Río p' w' 516' tomo Españoles, Autores Nrrri Bibliotrra de

ponen, que es contento de mirallas

Ni

se

muestran esquivas ni tiranas,

que escuchan a quien quiere requebrallas

dole

ante.o, y,r..t.."bl.s troncos; la diferencia entre los enriquecidos seguían ellos antes .iorl. y los posteriores al siglo xvlll está en que lr. ,roi-", impuestas por la nobleza y ahora ésta tiene que adaptarsocial' Por último' la se a esas normas o Ponerse al margen de Ia vida y fomenta' consimpulsa creciente importanci" de la mujer también los lugares todos cientemente o no, el lujo; por eso él domina en intersexual; donde al mismo tiempo (,r. l" riq,.r.ra se desarrolla la vida por riqueza' la disminuyen' amor del cambio, cuando las relaciones

plaza a las ventanas

con ricos aderezos muy galanas y pueden los que quieran, bien hablallas.

y dicen so el rebozo chistecillos

y abriéridose .trr.,r", porfilid"d.s de vida placentera' Este desenvolíi^i..tao del lujo, como siempre en Ia Historia' se opera al aparecer

sino de todas los enriquecidor, qr. no son piodt'cto de nuestra época' ser ramas de añoIas épocas, aunque sus descendientes crean luego

y

con que engañan a yeces a bobillosT. Más de cien años después, Terralla caracterizará también a Ia limeña utoda remilgos y quiebros, toda cotufos y dengues, toda quites y arrurnacos»; y a fines del siglo xx Paul Groussac dirá que, así como Flo-

rencia es la ciudad-artista y Liverpool la ciudad-mercader, Lima Ia

es

ciudad-mujer.

multitud callejera fue en Lima, hasta el siglo XVII, sobre todo de multitud religiosa y multitud áulica. Como el culto era aquí excepcionalmente suntuoso por su propio contenido espectacular y [.a

dos clases:

¡ror la riqueza de la capital, y como tenía un absorbente poder en Ia vida privada y pública por la abundancia de conventos y monasterios, lrailes y monjas, por su vinculación con el Estado y la familia y hasta

por la incipiencia de distracciones, la multitud religiosa resultó a rnenudo multitud de fiestas. La inauguración de una iglesia, la subida de una campana, la consagración de un obispo, el bautizo de los hijos clel virre¡ eran motivos litúrgicos análogos a Ia resolución favorable cn los juicios de residencia que se seguía a éstos, la proclamación del

7.

y 193. Támbién relata las medidas de un concilio limeño contra 1as tapadas y la negativa de las limeñas para cumplirlas. Véase el bando del duque de la Palata contra la relajación de los trajes (1688) y la orden de la Inquisición sobre el mismo asunto (1734) en JoséToribio Medina, La Imprenta en Lima, tomo rr, p. 175. La Argentina, ediciónfacsímil de 1a de I 602, pp. 192

69

nuevo rey, el cumpleaños del virrey o de la virreina y hasta las nuevas del buen asiento del socavón de una mina o de que no había en la costa fortificaciones de los piratas. Y eran celebrados con misas solemnes, toros, fuegos y sobre todo procesiones' ya las religiosas, que son la representación pagana y cristiana, en forma mímica, de los autos sacramentales, de la apoteosis del misterio de Ia Redención; ya las profanas, en que salían por las tardes a veces los caballeros, incluso el virrey, a agarrochar toros o a jugar alcancías y de los balcones se echaban fuentes de colación a la plebe y por la noche volvían a salir los caba-

lleros por las calles llenas de luminarias y hachas en los balcones y ventanas. Excepcional realce alcanzaron las fiestas de la Purísima Concepción, Iargamente celebradas de acuerdo con prácticas establecidas para los grandes acontecimientos: en 1656 no solo con luminarias de brea y copé por las noches, y en el día con misas y procesiones, sino también con toros y iuegos de cañas y, sobre todo, con mascaradas parecidas a los carros alegóricos que ahora se emplean en Carnaval. En octubre, los comerciantes Presentaron, entre clarines Y c{as, seis carros figurando, respectivamente, una sierpe de siete cabezas con cuatro negros de librea con sus montantes de fuego cada uno, la pila delaplazade la misma suerte, un monte con dos salvajes, otra sierpe con un ángel encima, Adán y Eva con el árbol de la manzanay una sierpe y, por último, una imagen de la Limpia Concepción. Dos meses después, en diciembre, se realizó la fiesta de los plateros, también en honor de Ia Virgen, con ocho carros enramados de yerbas y flores derás de los cuales venían una nave grande a Ia vela con muchachos vesddos de marineros y un león sobre un mundo representando al rey Felipe rv con una imagen de Ia Concepción y una espada desnuda defendiendo su limpieza; y al final venían otros carros con un ave fénix, representando al mismo tiempo a la Virgen con ángeles cantando sus alabanzas, y a la Fama y tres ninfas sentadas. Días más tarde salió la mascarada de la Universidad con sus carros y mil personas de lucimiento y galas y quinientas de ridículo que, por lo mucho que gustó, el virrey ordenó, como se diría en argot teatral de nuestro tiempo, hiciera su ureprisso, al día siguiente. Y por último, los herreros y sastres presentaron un castillo y cuatro galeras de fuego sobre cuatro carro7o

que embestían al castillo. «Y era cosa que no ha habido más que verr, dice con boba alegría el cronista Mugaburus. Anrílogas fueron las fiestas con que Lima celebró Ia canonización de Santa Rosa y la beatificación de Santo Toribio. Se iniciaron estas últimas desde que se supo la noticia el 16 de abril de 1680, en plena Semana Santa, pero uni el tiempo tan sagrado como serio ni la hora tan importuna como incómoda pudieron contener los ánimos a no desahogar su alborozo en públicos regocijos: pues al primer festivo clamor de las campanas esparcida por la ciudad la noticia, sembrando goces en los corazones, cogió cosechas de aplausos [...] Desmintiose al punto la noche en claro día y a pesar de las sombras todo el sol se vio a deshoras nacer en las plazas, torres y galerías de Lima, Vesuvios se ardían en las calles, firmamentos de estrellas parecían los balconesr. Y así continuaron las fiestas, no sólo en la iglesia, que se puso «vestida de gala como esposa en su tálamo a recibir los placeres y enhorabuena de su felicidadr, sino en las calles con desfiles, fiestas sucesivas por las diferentes corporaciones, noches iluminadas con la llama de oro de las hogueras, fuegos artificiales que «inocentes abortos del Etna, eran claridad y no peligrore. Unánime transformación de la ciudad en multitud de fiesta después de una no menos vasta consternación, todo por obra de la credulidad religiosa, ofreció en Lima un hecho que, conrra lo que su importancia pudiera dar a entender, en nada afectaba a Ia vida, a Ia seguridad, a la fortuna ni a los intereses de nadie: el robo de la custoclia y de las sagradas formas en la iglesia del Sagrario el29 de enero de 17ll. Las misas se hicieron sin canto llano y sin acompañamiento; las campanas de la Catedral, de las iglesias y de los monasterios rocaron llamando a plegaria; los canónigos salieron de dos en dos en procesión vestidos de luto; las torres y portadas de la Catedral fueron cubiertas con bayetas y paños negros; un bando con tropa enlutada conminó al culpable. l,a conjura de toda la ciudad no hizo demorar zas

Ia captura del

ladrón. Y cuando a esta fausta noticia siguió la del

Francisco de Mugaburu, obra citada, tomo I, pp.

39,41,42.

Echave y Assu, La Estrella de Lima conuertida en Sol, citada, pp. S-20.

7t

la.alaencuentro de las sagradas formas enterradas bajo un árbol en multitud una meda, los vecinos iedían unos a otros las albricias' sin sombrero, sin capa' sin espada corrió al sitio del .tri.ro -¿lgun65, Ios canónigos o sin peluca- inquiriendo dónde estaba su rey y señor: y desafiando sudoroso Guevara, .l virrey arzobispo Ladrón de y "l.r., echaban al muchos .ol ,i.t ,r, .pir.op"l gd.ro, corrieron también;

"l

aire sombreror,

"gii*b".

'i-pá.,.rr..

puñados' gritaban; sagradas formas a la Catedral fue

sus pañuelos, daban plata a

y la procesión que acomp"R¿

l"t

la precedía el risible uCagaleche'' tipo popular de "rr.qtr.y luminarias en portales y en balcones con repiques .rri.r..r, y l*".,

cada hora durante tres días prolongaron este júbilor0' llePero esta muchedumb.. qt. tales extremos de suntuosidad " entutanto jubileos y que los y gaba celebrando las canonizaciones ir.*o demostraba al recuperarse las sagradas formas robadas después

tremenda consternación, tuvo también de haber visto ese .obo "án acaso a instantes de lucha religiosa. Boba era su ingenuidad' debido tan casi español' no Io con falta de contacto con el extranjero, su

había tenido cerrada como la falta de contacto con Io no incaico que

la muchedumbre prehispánica, análogamente homogénea y sumisa' operaSi el exceso de duices y confituras era el símbolo del cambio luminarias Ias la Conquista' con relación do en la vida en general en externa' eran el símbolo áe aquellos feste.ios religiosos: una alegría fuegos los de decorativa, infantil que vibraba en el inane alboroto por las artificiales. Y es así cómo en aquel ambiente no podía haber' de religión' mismas razones sociales, la viril envergadura de otras luchas

10. El29

enero de 171 1, Fernando Hurtado,

hijo natural del conde de Cartago'

robóelvasodelacustodiadelaiglesiadelsagrarioconl50formas.Consumado impulso de entrar su delito, el ladrón, según propiá testimonio, no resistió al

a

Virgen' a la que halló