AVANCE HACIA LA BARBARIE. (FJP VEALE).pdf

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' EL CRIMEN DE NUREMBERG

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ANTES

La «Rendición de Rreda•. de \'clMquez ( 159 el interés del público, y ~ concedió poca importancia al anuncio hecho el 16 de octubre de 1946 de que, como todo el mundo habla supuesto desde el primer momento que iba a ocurrir, entre los distinguidos prisioneros de guerra ahorcados en las primeras horas de aquel dla se encontraba el mariscal de campo Wilbelm Keitel, jefe del Mando Supremo alemán. Aunque por otras razones muy distintas de las aceptadas popularmente, el ahorcamiento de este eminente soldado por a~tos profesionales al servicio de su país, bien podría ser calificado de acontecimiento que «hace época», Marcó la culminación de un movimiento que había empezado a hacerse per· ceptible unos treinta años antes, un movimiento digno de ser tenido en cuenta, porque representa un cambio total de la política tradicionalista que, con fluctuaciones periódicas, se habla venido observando desde tiempos prehistóricos. Naturalmente, al principio, esto se habla considerado como otea ñuctuación transitoria, pero, aumentando con asombrosa velocidad, este movimiento inverso culminó, el 16 de octubre de 194«¡, con la muerte en la horca del mariscal de campo Keitel, en medio de las ruinas de lo que, poco antes, habla sido la hermosa ciudad medieval de Nuremberg. Del juicio en sí podrían decirse una serie de adjetivos adecuados, pero no se puede decir precisamente que «hace época», Para los juristas no es ninguna sorpresa que, en un determinado caso, los atusadores encuentren sus acusaciones justificadas.

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Aunque la aplicación de este descubrimiento aboliría indiscuublememe la ,gloriosa incertidumbre de la ley, resulta muy diCicil que tal innovación llegue a gozar del favor de los círculos legales. Según concepciones establecidas desde hace mucho tiempo, un juicio de los vencidos realizado por los vencedores no resulta, per se, satisfactorio. Incluso la gratitud de los historiadores por la enorme cantidad de información que ha sacado a la luz el juicio, se verá aminorada ante la idea de la irresistible tentación de cometer perjurio, y por las facilídades, sin precedentes. concedidas a la falsificación. , Con excepción de aquellos que se dediquen a estudiar las costumbres, los usos, creencias e ideas del hombre primitivo, lo!t detalles de este juicio único no interesan a nadie que quiera valorar esta época. Su verdadera importancia proviene del hecho de que constituye el síntoma más espectacular de un mo• vimiento evolutivo que había cmj)uado unos treinta años antes y que, en este corto espacio de tiempo, ha transformado ecmpleramente todo el carácter de Ju guerras y de las relacienes internacionales en general. LQ más notable de esta evolución es que se desarrolla en un ICDtido totalmente opuesto a las tendencias establecidas en acóntecimientos anteriores. A través de todas hu épocas hasta 1914, con ciertas fluctuaciones temporales, las maneras se han ido haciendo cada vez más suaves y. en la guerra particularmente, los métodos del salvajismo primitivo se han ido roodi· ficando mediante una serie de medidas restrictivas para contener los desmanes propios de la misma. El sometimiento a esas restricciones y contenciones es considerado, por lo general, como una distinción humana que se levanta entre la guerra salvaje y la guerra civilizada. En la pri¡nera no existían reglas y el enemigo podía ser dañado físicamente de cualquier manera. En la guerra moderna se .han reconocido, desde hace mudto tiempo, ciertas consideraciones con relación a los he, rid~ y prisioneros. mientras que las hostilidades son dirigidas tuticamente conti:a.Jas fncrz,is cemhaiíentes enemigas, De este modo se fué estableciendo, en forma gtadual, un código de .

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conducta que llegó a estar oficialmente reconocido por todos los países civilizados. Una historia sobre los métodos de guerra 'escrita en 191 S habría sido un simple relato de progresos lentos y iluctuantes, pero, en conjunto, continuos. Los reyes guerreros de Asiria se lanzaban a la batalla contra sus vecinos, primero en una di· rección y luego en otra, según les venía en gana: incendiaban las ciudades, mataban en masa a sus habitantes, torturaban a los prisioneros y deportaban y esclavizaban a poblaciones ente· ras, incluyendo la deportación en rnasa; en escala menor, pero cori la..misma brutalidad, fueron empleados recientemente es· tos métodos por los Gobiernos roso, checo y polaco. En la Edad .Media las guerras se iniciaban alegando sólo un pretendido derecho, aunque fuese una mera sombra de tal; ocasionalmente, habla incendios y matanzas, pero, por medio de un rescate, podía comprarse la seguridad general; l51s prisioneros, si eran de sangre noble, eran tratados con refinada cortesía, aun cuan· do los simples soldados fuesen asesinados. Durante la mayor pane del siglo xv111 y a lo largo del xix, fué generalmente observado un rlgido código de conducta por parte de las fuer· zas armadas de los países europeos, o al menos, cuando este .código no fué respetado, se le rindió· el tributo de negarlo con tndignación. Las personas civiles tenían pocos motivos para temer por sus vidas o por sus propiedades, como no sucediese que tuviesen la desgracia de vivir en un lugar elegido como campo de batalla. La derrota en la guerra no entrañaba ni ruina ni esclavitud, sino principalmente un aumento en los impuestos para pagar las indemnizaciones de guei:ra. ¿Q.mo ha podido ocurrir que en poco más de tres décadas se haya convertido en un término comúnmente aceptado que el medio más adecuado dé ganar una guerra es hacer caso omiso de las fuerzas armadas del enemigo y, por el contrario, para· Iizar la vida de la población civil enemiga mediante ataques devastadores y sistemáticos desde el aire?, El destino del mariscal de campo Keitel establece un precedente que nadie duda que será fielmente seguido, en adelante, con todos los futuros.

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,oldados profesionales de alto rango· que se. encuentren en el bando de los vencidos. Se ha aceptado el principio de que las propiedades de las personas civiles cuyo pafs ha sido derrotado en una guerra, pertenecen automáticamente a los conquistadores. Los prisioneros de guerra, si no son lo bastante distinguí· dos como para merecer un juicio y. una ejecución, se enírentan con la perspectiva de trabajar como esclavos, durante un período de tiempo indefinido, para sus conquistadores. . Este repentino y completo cambio en el proceso de mejora de los métodos de guerra que se ha venido desarrollando desde hace más de dos. mil años, necesita, desde luego, cierta expliación. ¿No se merece que se le aplique la gastada frase de que «hace época»? En el proceso de N uremberg, que terminó CXll'I la muerte del mariscal de campo Keitel y de los miembros aupervivientes del Gobierno alemán, a cuyas, órdenes había actuado como soldado profesional, se subrayó repetidas veces que el procedimiento seguido era totalmente nuevo: Pero, sean justos o injustos los procedimientos y el veredicto en este caso particular, la adopción del principio que entraña ha de tonclucir a un cambio completo de la antigua costumbre. En los tiempos primitivos, los prisioneros de guerra eran extermina· dos indefectiblemente, y con preferencia los jefes enemigos capturados. Siempre se consideró como un gran paso en bien de los derechos humanos el que se extendiese la costumbre de no matar a los prisioneros de guerra, sino de detenerlos spla· mente hasta el fin de las hostilidades. Por lo tanto, la muerte del mariscal Keitcl no Iué una innovación, sino, en realidad, la vuelta a las prácticas primitivas. Este juicio ·no revela des· cubrimientos sensacionales en la jurisprudencia. No tiene gran Ullj>nancia el saber si, en realidad, el mariscal de campo era culpable de las acusaciones que centra él se hicieron. Lo ,im· portante es que Iué condenado mientras era un prisionero de guerra y que el tribunal que le conden6 se componía de re· praen~nr.e., de las potencias victoriosas contra las cuales ha· bta estado luchando como soldado profesional, Los llamados juicios de Nuremberg no son más que un '

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síntoma, aunque el más evidente de todos, del .retroceso súbito y completo en el proceso que venía desarrollándose a lo largo de las edades, y que consistía en ir mejorando las crudezas y barbaridades de la guerra primitiva, Al principio 'de este siglo, la mejora gradual de las condiciones de la guerra, que se venía produciendo desde hacía varios miles de años, cesó de pronto sin causa aparente, y los métodos de guerra volvieron, en el . espacio de cincuenta años, a su original y prístina simplicidad, y, con ella, a la barbarie. Esto se habrta puesto de manifiesto de una manera notable si hubiese venido ligado a un endure· cimiento de las maneras en general. En la Edad Obscura la guerra en Europa se realizaba con la cruda brutalidad de miJ años antes, pero esto no era un fenómeno aislado. Las maneras, en general, estaban brutalizadas. · No hay ningún slntoma - por lo menos bafta el presente - de que asistamos a una regresión de las costumbres al nivel de Jos primeros tiempos. Por el contrario, en la vida civil, se presta gran atención al trato dado a los criminales, los enfermos, los pob\'es, los niños y los animales ; una atención mayor que nunca hasta ahora en la Historia. La opinión pública se excita rápidamente ante cualquier crueldad. Las condiciones de trabajo de los niños en las minas y en las fábricas, que existían en tiempos tan recientes como los victorianos, no serían toleradas ahora, o lo serían en todo caso que se trate de niños penenecientes a una nación que hubiese estado en el bando derrotado en una guerra y que, por lo tanto, no deben ser mimados. Simultáneamente con la indiferencia que se siente durante las hostilidades ante las matanzas en masa sin consideración de edad o ·sexo, Horece un interés creciente por el respeto a la vidf humana. La ejecución de los asesinos más notorios y en· durecidos nunca deja de provocar ansiosas discusiones sobre la justificación moral de la pena capital. Quilás este extraño contraste puede verse aún mejor en relación con la acútud adoptada coq respecto a los animales, que, hasta hace muy poco tiempo, eran tratados en todos los países con despiadada dureza. Aaí, Paul Hentzner, viajero -ale•

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mán que visitó Londres en 1598, recuerda que entre los pasa·

tiempos que se ofrecían a los visitantes de la capital de la reina Isabel, figuraba el espectáculo del oso al cual habían cegado, y que, atado a un poste, era muerto a palos por los chicos jóve· nes, Se limita a recordar, sin comentarios, esta manera de paur la tarde y, por lo tanto, es lógico, pensar que se podrían ver espectáculos en su propia ciudad natal de -Renania y probablemente también por toda Europa. Tampoco le Ilarnó la atención, como extranjero, que el mismo público qui: disfrutaba con este espectáculo, constituyese el auditorio de las obras de Shakespeare. El apaleamiento de osos y íoros, y las peleas de gallos siguieron floreciendo en Inglaterra hasta el comienzo del reinado di: la reina Victoria. ' Por razones que ,;10 son del caso exponer aquí, las maneras IUfrieron un descenso general en Inglaterra durante los reina· dGt de los dos primeros Jorges, como testimonian las pinturas de Hogart, Pero, cosa curiosa, este descenso coincidió con una l!Obble mejora de la conducta de los combatientes en la guena, si se la compara con la que era habitual hasta finales del aiglo anterior. En 1770 esta mejora habla llegado tan lejos que el conde de Guihert se sintió movido a escribir lo siguiente:

11Hoy, toda Europa está civilizada. Las guerras se han he-

menos crueles. No se derrama sangre, salvo en combate ; prisioneros son respetados; ya no se destruyen las ciudades; dlmpos no son arrasados; a los pueblos conquistados sólo b obliga a pagar cierta clase, de contribuciones que con uencia son menores que los impuestos que tenían que pa· á su propio soberano.» l.ste cuadro parecerá fantástico e irreal a los lectores de , mientras no estudien y contrasten los detalles de una a del siglo xvru, tal corno la Guerra de los Siete Años 6-óg), primero con los acontecimientos de una guerra del anterior. como la de los Treinta Años, y luego con lo ocuen la Segunda Guerra Mundial de 1939·45. En las gue-

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rras del siglo XVJU nada puede encontrarse comparable, de un lado, a las matanzas de Magdeburgo o ·Drogheda y, de otro, al bombardeo de Dresden. Sin embargo, difícilmente podrían calificarse de suaves las maneras en general, en la época en que el conde de Guibert se complace en describir los métodos de guerra de su tiempo, según he= citado anteriormente. Todavía se aplicaban la muerte y la tortura por muchos delitos, y, en particular, el quebrantamiento en la rueda, en Francia y en muchas partes de Europa. En .Ingtarerra había más de doscientos delitos capitales y, aunque la muerte por tortura no era aplicada por delitos cometidos en la vida civil, la disciplina en el Ejército y la Marina era marucnida con sentencias que ordenaban azotes. que equivallan a penas capitales, ejecutadas con gran severidad hasta la muerte por agotamiento. Respecto a la manera que tenlan de tratar el delito de alta traición los contemporáneos del conde de Guibert, tenemos que hacer referencia a los detalles completos de la ejecución pública de Damieru en París, en 1757, y de Anckarstrérn en ·Estocolmo, en 1792. Conviene señalar que muchas personas que seguían la moda, fueron dé Inglaterra a París, única y ex· dusivamente para presenciar el terrible fin del joven idiota que había tratado de apuñalar a Luis XV con un cortaplumas, y probablemente disfrutaron con aquel espectáculo. E.s bastante dudoso que muchos de los que lanzaron una lluvia de potentes explosivos y bombas de fósforo sobre los refugiados apiñados en Dresden. en la noche del 15 de febrero de 1945, hubiesen podido resistir de cinco minutos, acomodados en un asiento de primera fila en la Plaza de la Greve, durante la ejecución de Damiens, en 1757. Si reconocemos que el cortar y hacer trozos un cuerpo en público, las tenazas al rojo, él aceite hirviendo y el despedazamiento de un hombre arado a dos caballos salvajes eran más espectaculares y que, por lo tanto, resultaban mucho m:u excitantes para los nervios, los dos incidentes citados anteriormente no son comparables en horror. Además, las víctimas, en uno de los casos - más de

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hombres, mujeres y niños indefensos - no eran culpa· bles de delito personal de ninguna clase, mientras que en el otro caso, Damiens habla hecho,· por Io menos, algo que no se debía hacer, aunque fuese con un cortaplumas, Sea como fuere, resulta indiscutible que ha tenido lugar un súbito y profundo cambio en la manera de hacer la guerra desde el comienzo de este siglo. Un cambio tan súbito y tan profundo, y que se manifiesta de manera tan clara y de tantos modos distintos, tiene seguramente que ser una lógica consecuencia de causas'que, mediante la investigación, será posible descubrir y examinar, 100.000





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CAPITuto .PRJMtto SIMPLICIDAD PRIMAVERAL . La Historia, según se escribe generalmente, consiste, sobre todo,. en la simple narración de una serie ininterrumpida .de guerras, desde los días en que los reyes asirios libraban batallas. El sociólogo de fa historia, Jacques Novicow, ha calculado que, tlurante los tres mil años últimos, ha habido trece años de perra por cilaa año de pai. «Entre el año r500 antes de Jesu· uiato y el año 186o de nuestra Era-escribe-, fueron con· du.fdos más de 8 ..000 tratados de paz, todos ellos con la intención de que permaneciesen en vigor para siempre. El t&mino medio de su duración Ira sido de dos años.» Indiscutiblemente, la guerra ha sido siempre uno de lot ratgos más destacados de la vida civi:lizada: como dice el economista inglés Walter Bagehot en su Physic.i and Politics («Fl· IÍca y Política»), «la guerra· es el hecho más notorio de la hisr(IOll'i.ia humana». Durante mucho tiempo se creyó sin discusión algt,¡na que la guerra era precisamente tan antigua .como la misma Humanidad. En su lntenuuional Law {«Derecho Interlladonal»), el famoso jurista sir Henry Maine se refiere casual· mente a la «beligerancia universal del hombre primitivo», y declara, sin temor a que. le contradigan, que uen el hombre primitivo lo natural era la guerra, no la paz¡>. · Hasta la guerra de 1914-1918, a la cual se llamó «Guerra para acabar con la guerra», no empezó a ser puesta en duda la l'Cracidad de semejante suposición, especialmente por parte del psicólogo Havelock Ellis. La vida del hombre primitivo en el



• 18 remoto pasado, arguye Havelock Ellis, puede determinarse de la mejor manera a base de la vida de 10$ hombres más primiti-

vos de las razas modernas. «Cuando Australia fué visitada por primera vez por los europeos - señala -, la guerra, en el sen· tido de toda una tribu puesta en campaña contra otra tribu, era cosa desconocida de los abortgenes australianos ( 1 ). » El doctor R. L. WorraU afirma en su obra Foouteps of Warfare C,,Pasos en 10$ métodes de guerra»), que hasta que la humanidad ernpezé a asentarse 'cn comunidades que dependían de la agricultura para su sustento, la guerra fué desconocida. «En aquellos días de salvajismo-escribe-. los hombres y las mujeres careclan de todas las caracrerísticas de la vida moderna, incluidas todas las salvajadas de la civilización. Sólo cuando se acabó la Edad de Piedra y el comunismo primitivo, se llegó al su· premo salvajumo de la guerra ( t ).» Describe a la escasa poblaci6n en sus correrías durante el período de caza. marchando libremente por regiones en las cuales abundaban los animales de todas clases, y considera absurda la idea de que deben de haber ocurrido choques entre varios grupos de cazadores, puesto que no existían motivos de conflicto en aquellas condiciones. Hay, señala, una Ialta total de pruebas de que se hiciera la guerra en Jos tiempos primitivos, aunque admite que si se hu· biese producido alguna serla difícil imaginar qué pruebas ha· brían podido sobrevivir en época' tan distante de la nuestra. Es indudable que de vez en cuando, en ciertas zonas, estas condiciones idílicas persistieron durante largos periodos, y libremente podemos imaginarnos que, durante esos largos perlo.dos, el hombre pudo haber estado a punto de parecerse al Noble Salvaje de Rousseau, Así, en el continente australiano, durante decenas de miles de años, la Humanidad vivió sin ser turbada por vecinos intrusos, ni, probablemente, por ningún cambio cíimatológico. En estas condiciones estáticas, rara vez

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preeentarían ~siones de entrar en ~erra: los aborígenes auatnlianos eran ciertamente unos salvajes pacíficos, aunque no fuelCD nobles, y así han seguido hasta los tiempos ~ernos. Por otra parte, en Europa, en Asia Central y en el norte de }.frica, el clima sufrió grandes cambios durante el período del Pleis«>oeno, con una inusitada frecuencia dentro de los regulares períodos geológicos. Hubo un periodo en que Europa gozó de un clima templado, incluso hasta en Laponia; la Europa meridional era tropical. M.ú tarde, empezó una serie de q,oca, glaciales, separadas por períodos suaves que duraban milet de años. Durante estas épocas glaciales, el clima de Euro· •• pa. al norte de los Alpes, podía compararse con el que tiene Groenlandia hoy día. ¿Cómo se comportarían las comunidades de audores del norte de Europa, al producirse el. advenimiento de un período glacial, con las comunidades que ocupasen ya laa tierras a las cuales se iban retirando gradualmente al hacer· ee cada vez menos habitables sus cotos de caza propios? No cabe duda de que estarían acostumbrados a actuar en forma enérgica cuando., por ejemplo, se encontrasen con una -caverna deseada ocupada ya por osos o lobos. No cabe duda de que, eo circunstancias iguales, tratarían a los intrusos humanos de -oera similar. ¿ Y puede dudarse de que los habitantes indípaa de esas tierras más .hab_itables adop~la~ la natural a~titud de defender sus territorios en la, convicción de que ellos nada tenían que ver COljl el cambio de clima y sustentar la opinión de que los intrusos debían resignarse a morir tranquilamente de hambre y de frlo en sus propias tierras natales, lio causar molestias a.sus vecinos? Indudablemente. puntos de Yieta tan diferentes y tan irreconciliables entre sí sólo podían tener un desenlace. La Naturaleza habla 'condenado a morir a uno de los bandos y, francamente, cada uno de ellos prefería que semejante suerte la sufriesen sus semejantes. Probablemente, todos los grandes cambios de clima, en la Edad de Piedra, dieron como resultado uqa serie de guerras lllleoóres; menores porque en .cada una de ellas sólo participa· flan unos pocos centenares de hombres, o quizá menos, pero le

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que, por lo demás, presentarían todas las caracrerísticas de la guerra moderna. Es un error muy popular creer que el hombre de los tiempos prehistóricos era estúpido, una criatura medio animal, totalmente dife rente del hombre moderno. Algunos tipos de hombre de hasta so.ooo aílos de antigüedad- el hombre de Cro-Magnon que habitaba en el sur de Francia en la tpoca Auriñaciense -, tenlan un cerebro de Igual o mayor capacidad aún que el de un europeo moderno de tipo medio. (El término medio de la capacidad de un cráneo de un CroMagnon 'era de 1.590 centímetros cúbicos; el de un europeo moderno es de 1.48-0.) De esto podemos deducir que, asl como los cerebros europeos han-demostrado ser capaces de compren· der el hecho de que resulta mejor desmantelar :y trasladar al propio pala una fábrica perteneciente a un pueblo conquístado que construirse una por su cuenta, tampoco habrá estado fuera del alcance del cerebro dél hombre de Cro-Magnon el com~render el hecho de que costaba menos trabajo apropiarse del li\lcha de piedra del enemigo vencido que construirse una nueva. Por esta misma argumentación, la tan cacareada con· quina del razonamiento moderno no ha debido estar fuera del alcance de los ascendientes del hombre moderno en la Edad de Piedra, los de la célebre especie humana de Neandcrthal que, a pesar de su paso vacilante, de los gruesos y sobresalientes arcos de las cejas, parecidos a los del mono, y de sus roan· díbulas macizas y sin barbilla, poseían un cerebro de una capa· cidad correspondiente a un tipo que no debla de ser, ni mu· cho menos, idiota. De hecho, algunos típicos ejemplares del hombre de Neanderthal poseían cerebros superiores al tamaño normal actual, por término medio. El cráneo encontrado en La Chapelle tenla una capacidad de más de 1.600 centímerros CÚ· bicos; por lo menos 120 mú por encima del promedio actual, según sir Arthur Keitb (1). Tenemos ~ivos para creer, por --(;)· $u Anhu~ lldth The

if•liq;.,ty

of ...,. (,La _.,rlgOedad del hombreo). deodc luqo • mffl1. Es probable que cada una. de estas luchas aisladas fuera -decidid(\ en última instancia por el peso de la superioridad numérica. Si aceptamos las conclusiones de las autoridades anteriormente citadas, es posible decir con seguridad que tuvo lugar ea Europa, en la vieja Edad de Piedra, según los técnicos hace '-. de 30.000 años, una lucha decisiva entre los representantes cié dos ramas distintas de la raza humana, los de Neanderthal 'J los 1. R. Davie expresa la opinión de que «la mi· tigación de la guerra recibió su mayor únperu con la institución de la esclavitud, que puso fin a las matanzas y alív.ió las torturas, con el fin de no perjudicar la eficacia del cautivo como trabajador» (!.!). 4s consecuencias directas, y aún más las indirectas, de esta innovación, tuvieron un extraordinario alcance. El botín transportable dejó de ser el único premio atrayente, o, por Jo menos, el principal de los atractivos ofrecidos por una gi,\erra victoriosa. Las expedicíones de castigo emprendidas por las comunidades civilizadas contra los vecinos bárbaros, dejaron de (1) La i.nljgua actitud respeao al p.rlsiOtictOéogido en la guerra se UJ>N» pttl«(amffltoe en la definición dada recientemente pol mb. era de esperar, los asirios tenían verdadera pasión por trOfcos, pasión que indudablemente heredaron de sus anpaados prehistóricos. Como. no tienen piezas grandes, como ejemplo un cañón, los salvajes se ven obligados a elegir sólo dos cosas. La mayor/a de los salvajes, entre ellos pueblos separados como los maoríes de Nueva Zelanda, los indios norte de Méjico y los negros de Dahomey, han elegido el eo humano como trofeo o símbolo de la victoria. Las armas • itlvas pueden ser reproducidas o robadas, pero el cráneo enemigo es una prueba concluyente de su derroca. t.fien· lá guerra se mantuvo en pequeña escala, los cráneos de los igos muertos sólo servían pata ser exhibidos: los héroes 'viduales los ponían en las puntas de unos palos frente a las s de sus casas. Pero cuando las matanzas alcanzaron maproporciones, -se hizo posible reunir colecciones mejor ~radas. Según creencia popular se atribuye al conquistadnarO medieval Tamerlán, la idea original de levantar ides formadas por Jos cráneos de los enemigos caldos. Pero de dos mil años antes de la época de Tamerlán, nos enconcon que los asirios las levantaban ya llenos de otgullo. el rey Tiglath Pilser recuerdo que mientras se encontraba pa.ña «por las costas del mar de Arriba» (probablemenmar Negro), capturé una ciudad e «hizo un montón con bezas de sus habitantes, delante de las puertas de la mis• La única originalidad que se le puede reconocer a Ta· n es la de que levantó pirámides de cráneos de un tamaño cional, o por lo menos ése era el firme convencimiento contemporáneos. mo alternativa frente a la colección de cabezas, alguno, han preferido coleccionar ciertas partes particulares de migos. En los tiempos modernos, han dado muestras de predilección los somalís y los gallas del norte de M:rica, tribus de Arabia ySiria, y los karffirs del sur de África

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sin olvidar, desde luego, a nuestros valientes aliados de, la última guerra, los abisinios. El inmoderado desenfreno con que se entregaron a esta afición suya, después de su gran victoria de Adowa sobre los italianos en 1896, suscitó un horror tan intenso en toda Italia que, unos cuarenta años más tarde. facilitó grandemente los esfuer .os de Benao Mussolini para lanzar a sus conciudadanos a la empresa -de reconquistar AbiBinia. Los gustos difieren mucho tanto en ésta como en otras muchas cuestiones, y por razones que nos son desconocidas parece que los asirios se han limitado a coleccionar cráneos. Los asirios nada tendrían que aprender de la técnica más moderna en relación con la expoliación de un pals vencido, para asegurarse de que no quedara abierto el camino a un nuevo ataque en el futuro. Como departamentos permanentes del E$tado, debieron de funcionar una comisión de reparaciones y ' una comisión de desarme, ambas militares. Uno de los bajo relieves más interesantes, que se encuentra ahora en el Museo Británico, muestra, en el fondo, las murallas de una ciudad capturada que esrán siendo demolidas con pico y pala por los zapadores asirios. para que no vuelvan a ser una amenaza para la. seguridad de Asiria. ,Erl primer término, una fila de soldados marcha en formación militar a lo largo de un camino, al borde de un do, y cada hombre lleva algún artículo conquistado en el saqueo. En contraste con esta unidad, que se ve claramente .que actúa a las órdenes de la comisión de reparaciones, hay ·una extraña linea formada también Por soldados cargados de botín, pero, en este caso, se van escondiendo por un bosque. El pequeño faroaño de sus figuras y su marcha precipitada por entre el bosque, simbolizan evidentemente la apropiación de objetos de los vencidos por parte de saqueadores individuales, que es dudoso que contasen con la plena aprobación de las autoridades, aunque se basase en las repetidas exbortacjones oficiales de no tratar con miramientos a los vencidos. Todo d conjunto, de gran maestría en la ejecución, debe ser considerado como el primer ejemplo de cartel de propaganda de reclutamiento. En relación con la guerra en sus diversos aspectos, los

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¡¡,ilriol mantenían un rígido sentido de la proporción; nunca ~111iúan que uno de los aspectos fuese exagerado hasta el pun· de entorpecer todo el conjunto. En un pueblo religioso que ~ saquea~ una ~udad ni cjecuta~a a un criminal de gue· 1lll enenugo sm asociar píameme a Dios con sus deseos y, en ~Ido momeiito, actuaban de común acuerdo con la práctica re· l"p tradicional ;. por otra parte, nunca permitían que sus tldividades bélicas quedasen supeditadas a la religión, como ~a con los aztecas de Méjico, cuyas guerras eran libradas · cipalmente con el fin de hacer prisioneros para usarlos para eacrificios humanos en honor de su dios, Huitzilopochrli, asirios sentían un justo orgullo en coleccionar trofeos mi· )itam-y cuidaban con gran esmero la erección de cualquier pi11111n'de de cráneos de tamaño excepcional, pero nunca consinfderon que, como ocurría con los diaks de Borneo, la guerra erase en una simple cacería de cabezas. Es evidente que uirio& sentían una gran satisfacción con los ritos crueles de «Olas V», pero, para ellos, seguían siendo una ceremonia ~"ti.ida que marcaba sencillamente el fin de una campaña. es una actitud muy diferente, por ejemplo, de la de los ceses de Norteamérica, para los cuales una campaña no era que un preliminar enojoso, aunque necesario, de la acosbrada orgía alrededor del poste de las torturas. Para l~ asila religión, el afán coleccionista e incluso la s;itisfaccióo los impulsos sádicos, seguían siendo emociones cotidianas adornaban la snerra, pero q ue no eran, en modo alguno, iales para realizarla. Para ellos, lo mismo que en opinión Nietzsche, una buena guerra era su propia justificación. Ninguna de las prácticas de los asirios resulta de mayor in• para la generación actual, que su método de deportadoen masa. No se sabe con certeza, si los asir/os iniciaron esru ·ca pero, lo que si es seguro, es que la adoptaron como imiento rutinario y que la llevaron a cabo en una escala precedentes hasta nuestros días. La honradez nos obliga a señalar en defensa de los asirios. hay diferencias fundamentales entre las deportaciones. en

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masa realizada, por ellos y las efectuadas en tiempos recientes. En primer lugar, la intención es totalmente diferente en ambos casos. El propósito de los gobernantes asirios era crear una población homogénea y, ron este ñn, tenían la costumbre de trans· ferir a la población superviviente de un pals conquistado a al· guna parte alejada del Imperio, al mismo uempo que llenaban las plazas vacantes con ha bitan Les de ocro distrito, también conquistado, mezclados con colonos voluntarios de la misma Asiria, con el fin de proporcionar a la nueva población un núdeo leal. Estos traslados de población podrían calificarse más acertadamente de mudanzas en masa. Desde luego, en su totalidad son diferentes de las recientes deportaciones en masa que sirven al doble propósito de sausíacer la, venganza sobre los miembros restantes de la raza vencida y al mismo úempo robarles todo lo que poseen. Una vez ws los métodos adoptados en ambos casos son totalmente distintos. La prueba de los bajo relieves asirios in· dica que las persona, trasladadas a la fuerza de un país a erro,' podían llevarse a sus nuevos hogares los muebles y el ganado. No debió escasear la brutalidad, pero ésta no debía contar con la aprobación oficial, puesto que la intención era que los pueblos transferidos, C' sus descendientes, acabasen por convertirse en súbditos leales y partidarios del rey de Asiria. No puede hacerse una verdadera comparación entre este procedimiento, por muy duro que haya podido ser, y 1a práctica contemporánea de reunir gran cantidad de personas indefensas, hombres, mujeres y niños, hasta sumar varios millones, contra los cuales no se hace ninguna acusación de tipo personal (pues a los acusados en este grado se los juzga mediante un juicio sumarísimo), ele· gidos sólo porque su lengua nativa es la misma de los habitan' del otro lado de la frontera que ha dado la ca· tes del Est.ado sualidad que ha resultado derrotado en la guerra¡ se les roba Lodo lo que poseen y [ucgo se los envía a un pa($ extraño, super· poblado y escaso de alimeruos, para que vivan o mueran allí, ,egún disponga su destino. En nuestros dlas, el motivo no es otra

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que el robo. combinado con el deseo de venganza, aunque .ea contra los parientes. Cabe señalar otro punto en descargo de los asirios. tstos caban generalmente con pueblos seminómadas o pueblos que baban de afianzar la conquista de las tierras de las' cuales se deportaba por la fuerza. La injusticia y el sufrimiento que JelfO entrañaba, por lo tanto, debían ser mucho menores que en las deportaciones en masa realizadas por checos y polacos ._. e] calO de los habitantes de Pomerania, Silesia y la región los Sudetes, lps cuales eran expulsados de tierras que ha'lfan sido ocupadas por sus antepasados durante muchos siglos. blemente, las deportaciones en masa de los asirios se re~wi. por lo general, a agricultores primitivos, pastores y pal· ele escasa densidad de población, y el traslado ~ hada a una lejana pero igualmente deseable. que habla quedado vapara recibirlos. No puede haber comparación entre esta lsión y. por ejemplo. la de la población de Silesia. la de población cuyo derecho se basaba en la posesión indiscu, desde los días en que los reyes Plamagenet gobernaban Inglaterra y la mayor parte de Francia, cuando Moscú era tapital de un pequeño Principado que pagaba tribute a los t,naros, y cuando sólo los pielesrojas andaban por Nue~ort. que todavía faltaba mucho para que fuese eonstruída. tres millones de víctimas expulsadas de, la región de los podían aducir un titulo posesorio aún más extenso. ya lllS antepasados ocupaban este rincón de Bohemia antes los primeros piratas anglosajones desembarcasen en In· y mucho antes de que el resto de Bohemia fuese ocupor los checos. nee tres siglos," 1a sombra de los asirios se ab.ó como negra nube sobre todo el occidente de Asia. Primero se en una dirección y luego en otra. Sus ejércitos, esplénte organizados y equipados, no encontraron nunca un capaz ele resistirlos en campo abierto, ni siquiera en • iones de igualdad. En cambio, arrollaron a los ramosos de guerra de Siria. " la infamerln pesada de Babilonia

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y a los arqueros de Egipto. Fueron aplanadas muchas revueltas y deshechas poderosa, alianzas. En el año 645 antes de Je·

sucristc, el rey Asurbanipal, después de una victoriosa campaña en la cual fue aplastado y devastado sistemáticamente el Estado de Eiam, celebró el. triunfo con particular esplendor. Tres reyes cautivos marchaban encadenados detrás de su carro. En aquel orgulloso tJ m.ú ta.rd~. tJ •S de Iebrer, de 1945. Cicrr.a.ao llrw•ba armas uno de c.1.da cincut1.1t.a, entre aw mujere1 y niAoi: rttu.-. fllffoo matadOI ee dkba ocasión.

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Europa, y que el cristianismo es y ha sido durante muchos siglos la religión de los europeos. Nunca subrayaremos demasiado el hecho de que, lo que se llama uguerra civilizada», es un producto europeo y nunca se ha practicado fuera de Europa o en países que no estuviesen bajo la inftucncia europea. En el Este, la guerra continuó llevándose a cabo exactamente igual que lo hadan los asirios. Cuando Nadir Sbah invadió la India, en 17g9, actuó exactamente igual que Asurbanipal cuando invadió Elam. Cuando los turcos se dedicaron a reprimir la revuelta de los griegos en 1 8a 1 o la revuelta de los búlgaros en 1876, aplicaron exactamente los mismos métodos que habrlan aplicado en esas circurutancias los persas de la época de Darlo. Por lo tanto, la _guerra civilizada puede definirse como una acción lley.ada a cabo de acuerdo con ciertas reglas y restricciong.. bajo cuya sujeción se acostumbraron a luchar entre s1 las naciones de Europa, Cuando consiguieron el predominio militar insistieron en que estas reglas y restricciones fuesen observadas también por los Estados no europeos en ·sus guerras contra Europa. Ciertamente, requiere una explicación el por qué sólo Ios pueblos de Europa, entre todos los de la tierra, llegaron a elaborar gradualmente un código de conducta que regía la forma de hacer.Ia guerra, código que según reconoce la mayoría de las autoridades antiguas y también muchas de las modernas, es totalmente contrario al espíritu mismo de la guerra. ¿Por qué no se contentaron con hacer la guerra en la forma sencilla en que la hablan hecho sus antepasados, con la cual se mostraban contentos tantos otros grandes pueblos militares de otros continentes? Para contestar a esta pregunta hay que tener en cuenta el singular desenvolvimiento político de Europa. Lo siguiente no es mis que un simple relato de hechos, muchos de los cuales no han aido nunca ni total ni parcialmente explicados. En la época del nacimiento de Cria!'.9, en la superficie de tierra mayor del globo (dividida por los gcógrafot en los con·

EL CRIM.EN ­O.E NUREMBERG

1111w de Europa, Asia y Africa) existían tres centros princide población sedentaria, que vivían independientes unos GUOI y cada uno de los cuales había. cristalizado recienteieotll: en un imperio. El primero, conocido como Imperio ro' IC centraba en tomo a esa entidad geográfica única lla11121' Mediterráneo y comprendía un centenar de millones habitantes aproximadamente. El segundo gran centro de ~iaci"ón estaba situado en los valles del Indo y del Ganges, el norte de la India. No nos han llegado estadísticas del 11111:ro de sus habitantes, pero se trata de una zona ml.ty amy que siempre ha sido extraordinariamente fértil, por lo no hay inconveniente en suponer que ,su población era IIIJ)arable a la del Imperio romano, y después el tercer gran de población, situado muy lejos, en el este, en el valle rfo Amarillo, en el norte de China que, según muestran ~dlsticas, incluso en tan temprana fecha, no tenla menos millones de hombres. detcnvolvimiento político de estos tres centros princíde población mostró curiosas diferencias. En la India, el • conocido con el nombre de Imperio mauraya, estableen el siglo m antes de J. C., alcanzó su cenit bajo el fa. emperador budista Aso]l.a (del 264 antes de J. C. al 228). se disolvió, formando cierto número de divisiones que IO entraron en conflicto. entre si. No tuvo sucesor duunos t.Boo años, hasta que fué fundado el Imperio me> ,or el conquistador Barbar. Este imperio se disolvió taro· en el transcurso de un siglo, dejando a la India a merced invasores de Europa, de los cuales, los ingleses fueron e lograron la supremada después de una dura lucha los franceses. China, por otra parte, la dinastía ~an (:10:1 antes de J. C. de nuestra era), después de florecer durante 400 años. "ó aproximadamente por la misma época en que se el Imperio romano. Después de un periodo de guerra 1 anarquía, fué sucedida por la dinastía 'I'ang, que flore· annte soo años. Desde los primeros tiempos hasta el día

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de hoy, la historia china ha consi.stido en una sucesión de larp periodos de gobierno central fuerte, separados por períodos relativamente conos de desunión y desorden interno. En 1958, la COIJ.'ligna de Hitler Ein Vo!Jt., ein Reich, ein Fürher (Un pueblo, un imperio, un caudillo), constituyó un llamamiento nuevo y atractivo para los pueblos de Europa central. Para los chinos. desde el comienzo de su dilatada historia, la proposición, «un pueblo, un imperio, un emperador» resultaba algo vital para ellos, aunque reconocían francamente que las incursiones de los bárbaros o los defectos paruculares de algún emperador podían ocasionar alguna perturbación temporal y desagradable del orden. Como consecuencia de esto, en China, la unidad ha sido considerada como una condición .oonna.l y natural, sujeta únicamente a fallos temporales y pe· riódicos de anarquía, mientras que en la India, una experiencia. más larga y mi, amarga ha acostumbrado al pueblo a considerar la anarquía como 006a normal. Así, cuando fué resta· blecida la unidad india por los emperadores mogoles, se consideró esto como un único, ya que la unidad india bajo los emperadores budistas habla desaparecido hada tanto tiempo que aólo era un vago recuerdo entre las pcrsonu ilustradas. Las poblaciones sedentarias de la India y de China, cuando se encontraban en germen, cristalizaron rápidamente en imperios centralizados y fuerces. Pero micmras en el caso de China sobrevivió el Estado formado -de esta manera, con ligeros eclipses temporales, hasta el día de hoy. en la India, esta cristalizacíón tuvo una existencia efímera y han prevalecido allí unas condiciones poHticas amorfas. con excepción de periodos relativamente cortos. En Europa, el desenvolvimiento pol!tico siguió un curso totalmente distinto. Lo mismo que en la India y en China, y casi en la misma época, Europa (o al menos la parte que bordea el Mediterráneo) cristalizó en un fuerte Estado centraliza· do. Como el Imperio mauraya en la India y el Imperio Han en la China, el imperio romano decayó y se hundió. Pero, al con· trario de lo que ocurrió con el Imperio Han, el Imperio ro-

roto

no fué nunca restablecido. Su calda fué de6.nitiva. Y, al

jlatirari"o de lo que ocurrió en la India, tampoco continuó por Po indefinido un Estado político amono. Los pueblos de

luJl)pll empezaron a cristalizar en pequeños Estados indepen-

tes, basados generalmente, cada uno de ellos (aunque no pre), en una zona geográfica má! o menos bien definida. cristalización local es la característíca distintiva del deseilW!vimiento político de Europa. Los europeos se han acostumbrado durante tamo tiempo a aistalización local, que les resulta dificil comprender la inaria evolución de la India. En la India, hasta el esta. íemo de la supremacía británica, se sucedieron sin Intepción las guerras civiles, pero eran siempre acontecimientoa itas y sin continuídad. Un gobernante local o forastero, capacitado o nw ambicioso que S\IS vecinos, establecía su · sobre una zona de IIl2)'0r o menor extensión y sus ao,ra mantenían el Estado formado así durante varias gene­ es. Si!! embargo, cuando finalmente eran arrollados, loe ildU01 de ese Estado no hablan llegado a considerar dicha como su «patria». Era dividida en medio de la indifegeneral, o fusionada con otra zona formada por un sisigualmente arbitrario, y pronto quedaban olvidadas las ltier1"íores fronteras. Los hombres luchaban por el placer de , por ambición personal, por botín, por lealtad a cienos de familia o clan, pero nunca por la gloria y el engran:aa·icnto de una zona geográfica representada en una entidistinta, tal como Inglaterra, Francia, Alemania. Ni siuna zona geográficamente tan bien delimitada como el • b, ,,la Tierra de los Cinco Ríos», llegó a desarrollar jauna «conciencia nacional», De manera similar, en China, ando no se ha visco nunca turbado por las ambiciones te~·ales contrapuestas de Sze-chwan y Kweichow, la razón o 1Úlnzón del pequeño y valiente Honan, o la integridad de fronkt'as de Chan-Tung. Ningún primer ministro extranlC ha sentido nunca movido a aclamar a Honan como 111blime en las fauces del peligro» y ningún eclesíáseico

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extranjero. se ha interesado nunca 1por rezar, ni siquiera· durante el más breve momento, por Hu-Peh como «defensor de la libertad religiosa». En Europa, por otra parte, Estados con tan poca justificación geográfica como Portugal y Holanda han surgido y han sobrevivido, con fronteras prácticemenre inmutables, durante siglos. En Suiza, tres razas distintas que hablan tres lenguas distintas hace tiempo que han llegado a considerarse como «una nación», mientras, de manera aún 111.l.s notable, unión artificial realizada tardíamente, en 1850, de los ftamencos que hablan un dialecto holandés, y de los valones de habla francesa, ha florecido en forma de conciencia nacional de Bélgica. Todos están de acuerdo en que el conglomerado valón· flamenco, bajo el nombre de belgas, «se unió a la familia europea de naciones» eh 1830. Sin embargo, no hay acuerdo sobre Jo que es exactamente una nación, en el sentido especial que tiene este término en Europa. «El nacionalismo - admite sir John Marriott -, es un término singularmente escurrídíso.» Lo define como «el sentimiento que liga a un número indeterminado de personas que tienen ciertas cosas en común y que con frecuencia produce antagonismo entre un grupo de perso­ nas así formado y otro de ideas opuestas». Este antagonismo, con frecuencia violento y siempre casi irracional, es, por lo general, su característica más destacada. El profesor Alfred E. Z.imn1ern insiste en que «siempre está relacionado con un país propio bien definido». Pero este «país propio», según ad· mite, no necesita tener fronteras naturales y puede estar, desde luego. habitado por extranjeros. Aunque en lo esencial gozan de la misma civilización y profesan la misma religión, los pueblos de Europa han perdido gradualmente el sentido de la unidad heredado de los días del Imperio romano. Este sentido de la unidad, tan fuerte en China, ha sido subsritutde por la «conciencia nacional». ligada a zonas geográficas. Una vez desarrolladas las conciencias nacionales en Inglaterra, Francia y en los demás sitios, las guerras ci viles dejaron de ser acontecimientos fortuitos y discontinuos.

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EL CRIMEN OE 1'!UREMBERG



La.a derrotas tenían que ser vengadas y las victorias inspiraban ·

atnbiciones para lograr victorias aún mayores. De esta forma, cualquiera que fuese el resultado, cada guerra allanaba el camino de la siguiente. • Al contrario de sus contemporáneos de la 1 ndia y de China, loa habitantes de Europa fueron capaces de lanzarse a guerras civiles entre sí sin otras consecuencias que las naturales en C$tas luchas. En China, cualquier debilitamiento del gobiereo central a causa de desórdenes .internos, era seguido inevitable111ente de una invasión por parte de los pueblos nómadas que esperaban siempre tras la Gran Muralla la oportunidad de un ataque. En la lndia, el peligro que entrañaba la continua1 guerra civ:il era una sucesión de invasiones, a través de los paSQ5 montañosos del Hi·malaya, por los pueblos guerreros de} Asia Central, y. cada una de estas invasiones, provocaba or.g1as ,de muerte y rapiña. Sin embargo, hasta 1945, los .habitantes de Europa no pagaron el precio natural de la guerra, civil. Sólo tres veces, después de la caída del Imperio romano, Europa ....•. ,:. \lió amenazada por la guerra primaria, en gran escala. En todas eataa ocasiones el peligro fué conjurado, no tanto por los esfuerzos de.Ios mismos europeos, como por su buena suerte. La primera ocasión fué al final de la Edad Obscura, cuando Europa se vió amenazada por la invasión y conquista por los sarracenos. España fué conquísiada y Francia invadida. Peto los sarracenos fueron rechazados en Poitiers por Carlos 'MaMel y pasó el peligro, más bien como consecuencia noc1do con el nombre de «guerra civilizada». Ahora que el desastre, en mayor o menor grado, ha afecta·

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do a rodos aquellos pueblos de Europa, ya no interesan para nada los detalles-de aquellas guerras civiles, Se sucedieron unas a otras de una manera tan natural, que apenas merecen ser objeto de estudio individual. Probablemente se adoptará, por fin, una nueva nomenclatura para indicar su uuidad esencial. , Desde la Edad Obscura hasta el final de la Guerra de los Treinta Años, en 1548, la guerra civil en Europa fué continua; las guerr.u locales y las contiendas privadas nunca cesaron y las explosiones políricas en _gran escala, como la Guerra de los Cien Años, tuvieron lugar de vez en cuando. Después de 164c8, las guerras menores fueron cesando gradualmente, pero al mismo uempo empezaron una serie de levantamientos generales, separados entre si por varias décadas de incómoda tranquilidad. Primero vino la serie de guerras para frustrar la ambición de Luis XIV de dominar Europa. Podemos agruparlas, en conjunto, como Guerra Civil Europea núm. 1. Siguió la Guerra de Sucesión austríaca, o sea la Guerra Civil núm. R. La Guerra de los Siete Años puede ser calificada de Guerra Civil Euro· pea núm. 3, y la guerra de 1775·1783, en la cual Gran Bretaña sobrevivió a un ataque de una coalición europea, pero que, en cambio. perdió sus colonias americanas, la Guerra Civil Europea núm. 4. Las guerras de la Revolución y las napoleónicas, fueron las Guerras Civiles Europeas núms. 5 a y 5 b, respecuvamente. La Guerra de Crimea, aunque no envolvió a toda Europa, puede considerarse tomo la Guerra Civil Europea núm. 6, porque tuvo el importante resultado de poner fin, en 1815, a la supremacía militar lograda por los zares. El grupo de guerras comprendidas entre 1864 y 1871, que estableció el Imperio alemán como principal potencia militar de Europa. puede considerarse como la Guerra Civil Europea núm. 7. Si desestimamos las guerras balcánicas de 1877 y 1912, como cono ictos menores entre europeos y asiáticos, representada por el decadente Imperio turco, puede decirse que Europa disfrutó de paz por un período sin precedentes de 4S años, después del establecimienro del Imperio alemán, en 1871. La adopción por los historiadores de una nomenclatura pa·

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recicla a la expuesta no sería ninguna innovación asombrosa.

Expresarla lo que en tiempos pasados fué distinción üniversalmente reconocida entre guerra primaria, osea la guerra entre civilizaciones rivales, y guerra entre pueblos que comparten una civilización común, o sea, en esencia, guerra civil. A Jo largo de la Edad Media, la unidad esencial de la cristiandad era seconocida sin discusión. Los conflictos de los Hohenstaufen, Valois, Plantagener y otras casas principescas, nunca fueron vislXII fuera de su verdadera proporción: suscitaban un iruerés y un apasionamiento que, sin embargo, rara vez impedía al ejá-cito feudal dispersarse cuando expiraba el período de serYicio militar debido por cada vasallo a su señor. Estos conllictol eran asuntos internos que nunca debían confundirse, por IU importancia, con el deber primario de defender las frontena de Europa de los ataques de los enemigos de la cristiandad, Actualmente, a muchos les parece una consecuencia de menor importancia de la guerra de 1939-1945, el que la vieja dudad universitaria de'Konig:sberg, la antigua capital de PruriL Oriental ·y ciudad natal de un pensador europeo tan grancomo Manuel Kant, se haya convertido en la base de subinos y arsenal de Kaliningrado. Pero, para sus contempo' el episodio más Carnoso de la vida de Enrique de Bo­ broke, que después había deser Enrique IV de Inglaterra, ,W el período en que sirvió, en 11190, como voluntario, con 1os Caballeros Teutónicos, defendiendo Prusia Oriental contra las hordas lituanas y polacas ( 1 ). En el mejor de los casos, la guerra entre cristianos era considerada como un acontecimiento lamentable, atribuído por los teólogos a la naturaleza retrógrada del hombre. Los papas y los concilios de la Iglesia laickron todo lo que pudieron por acabar con esta guerra, o bien (1)

Et Interesante scfta.J.ar que Enrique part~pó. en t,!90, en el primer ucdio "'?eCuerda dt \11J:na, ta accna de t-arnu luchas poetertcres entre to, puebio, de

los babi1antcs dtl hfoter-lond eurasU1tMX>. Enaban tn juego fu mismu cuando Cark>e xn de Suecia a.pturó la dudad en 1.70t, wando Na~ ll'6la luehó en aus pToxtmidad.u, en 181t. C'llando Hindmburg pnó su gran yktorla .. Vilaa, ffl 1915, y cuando Mamtcin hb.o ,u fa.n)osa iff\lpcióo con loa ~quea • ..... de la dudad. "' ~··

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para restringirla y humanizarla. E.s cierto que las regulaciones rara vez'fueron observadas, pero fueron publicadas de vez en cuando para regular la conducta en las guerras civiles de la cristiandad. Asl, en 1159, el' Concilio de Leerán denunció la ballesta, recién inventada, como arma «odiosa a Dios y que no. debe emplearse entre cristianos». Pero esta prohibición sólo se extendía a la matanza de hermanos cristianos, El Concilio permitía expresamerue el uso de la ballesta para matar infieles, labor meritoria en .la cual se permitían incluso las armas «odiosas a Dios». Algunos rasgos de esta manera de pensar son perceptibles, incluso hoy, y explican el hecho de que el cumplimiento de la sentencia en la persona del mariscal de campo Keitel parezca mucho más lamentable que el hecho de ahorcar al general Yamashita : y el bombardeo de los refugiados de Dresden, más repugnante que el haber arrojado la bomba atómica sob~e Hiroshima. De manera popular, e incluso ofilial, la guerra .de 1914· 1918, es conocida por el nombre de Primera Guerra ·Mundial. Se trata de un nombre enteramente equivocado. Empezó como una guerra civil .europea que no se diferenciaba en lo más esencial de ninguna de las precedentes. De un lado, estaban los pueblos de Europa Central, y del otro las principales potencias atlánticas, Gran Bretaña y Francia, aliadas al Imperio ruso. Siguió siendo una guerra civil, aunque entraron ea ella dos potencias no europeas: el Imperio japonés, al principio, con el fin de aprovechar la oportunidad de adquirir sin resistencia las posesiones alemanas del Pacífico, y los Estados Unidos, al final, con el decidido propósito de proteger los enormes empréstitos que habían hecho a Gran Bretaña y Francia para que se armasen. La participación del Japón estuvo en todo momento estrictamente limitada, mientras que, tan pronto como quedaron asegurados por la victoria los intereses financieros de \Va,11 Street, el público americano se opuso violentamente eorxra roda intervención en los asuntos europeos, desautorizó al presidente Wllson y toda su obra, e insistió en que se apro·

EL ClllMEN

D'E: NOREMBERC

J,ase la legislación de neutralidad destinada a impedir que los

~dos Unidos volviesen a ser arrastrados a otra guerra civi\, europea. La llamada Primera Guerra Mundial, debe ser, pues, clasificada como Guerra Civil Europea núm. 8; y la guerra que oulló en 19119, después de un precario intervalo de veintiún aflos, realmente no era. más que una continuación de la lucha que se creía que habla terminado el 11 de noviembre de 1918. Por lo tanto, la guerra de 1914-1918, deberla llamarse Guerra Civil Europea núm. 8 a, y la guerra de 1959 a 1940, Guerra Civil Europea núm. 8 b ( 1 ). La guerra de 1940 a 1945 merece realmente el titulo de Primera Guerra Mundial, pues, durante ella y por primera vez en la historia, entraron en conflicto continentes enteros en vez , ele sólo países, De un lado estaban agrupados el Imperio bri- ' tinico, Norteamérica y la gran potencia eurasiática establecida p primera vez en la Edad Media por el conquistador mogol .... ­Scn,gisKhan, y recientemente restablecida por Lenin bajo el ~mbre de Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Del otro lid se agrupaban la mayor parte de las naciones de Europa ~gidas por el 111 Reich alemán, al cual se unió, en 1941, el Imperio japonés. Lá guerra de 1940 a 1945 no se realizó con arreglo al cédí­ to de guerra con sujeción al cual los europeos 'hablan estado IIClOltUmbrados a luchar entre .sí en los dos siglos precedentes. Ni los americanos ni los eurasiáticos de la Unión Soviética tenfan para nada en cuenta lo que a los europeos de las generaciones pasadas les habla gustado considerar permisible en la guerra. En todo momento lucharon de acuerdo con sus propias opiniones sobre este tema. Además, cuando por último llegó el fin, no hubo una selecta reunión de estadistas europeos como la que se 1'CUnió al final de cada una de las guerras civiles de Europa, para decidir coh dignidad y decoro la forma que habla de adoptar el último acuerdo de paz, de conformidad con (1) El ctkbre auld 4e propa¡mci, de rcduumlOl)l(I, deba'la habo "'" .Jlia uacchud: ,i¿Qué hlio tu padre .ea la Guerra Civil Europea n6m. 8a?• •



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los principios reconocidos desde ba:da mucho tiempo en Europa. Por primera vez en la historia, los pueblos de Europa se encontraron con que no tenían que tomarse la molestia de adoptar decisiones respecto a sus propios asuntos, ya que todas las cuestiones de importancia habían sido decididas en Wáshington y en Moscú. Este libro no se ocupa de las calamidades sufridas por la actual generación de europeos. La situación existente no es más que una consecuencia natural de Saberse permitido el lujo de la guerra civil. La pena que esto entraña estuvo a punto de llegar cuando los sarracenos arrollaron España e invadieron Francia en el siglo v111. El peligro fué aún más agudo en el siglo xnr, cuando los mogoles conquistaron toda Europa hasta la linea que hoy marca el Telón de Acero. Finalmente, durante los siglos xvi y xvu los sultanes turcos fueron una seria amenaza para la civilización europea; por dos veces, sus ejércitos penetraron hasta Viena y sus Dotas dominaban el Mediterráneo. Todos estos peligros pas3Ton, pero en 1939 se había hecho ya burla con demasiada frecuencia de Némesis. Las guerras civiles de Europa interesan aqul porque en fonna gradual, durante su fase final, se fué estableciendo un código con sujeciót. al cual se acordó tácitamente que de bían hacerse la guerra los vecinos cristianos. Este código logró aceptación general.en Europa a principios del siglo XVIII, o sea, algo más de 200 años antes de 1939, fecha en que estalló la última guerra civil de Europa, que quizá no lo sea sólo en fecha, sino que también tal vez sea la última. El principio fundamental die este c6digo era que las hosti· lidades entre los putblos civilizados d-eben limitarse 4 las fuer· uu armados empleadas e11 la lucha. En otras palabras, trazaba u.na distinción entre combatientes y no combatientes, estipulando que lo único que tienen que hacer los combatientes es combatirse unos a otros, y. por consiguiente, que los no com· batientes deben quedar excluidos de las operaciones militares. El mérito de formular un código basado en este principio fundamental no puede sereatribuído a ningún estadista o pen-



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,ador político ni, de hecho, a ninguna nación en panicular. Con sorprendente rapidez nos encontramos con que había sido tácitamente aceptado por las naciones de la Europa occidental y central, y observada en sus guerras entre sJ, aproximadamente a principios del siglo xv111. La guerra rea litada con arreglo a este código ha sido conocida como «guerra civilizada». Su aceptación nunca se extendió más allá de Europa o de los pal· .,. que estuviesen bajo 1a inHuencia europea, peto fué reconocida durante soo años por todos los Estados europeos, En rérminos generales se observaron sus reglas, y cuando éstas eran in&ingidas se les rendía el tributo de indignadas protestas. Después de ir afianzándose durante dos siglos fué repudiada mú fácil y misteriosamente aún que cuando fué aceptada. He aquí, pues, dos hechos que requieren explicación. lCómo fué posible que las naciones europeas llegasen finalmente, con tanta rapidez y facilidad, a I~ decisión de aceptar 111 código? ¿Y cómo fué posible que las naciones europeas, ~!Spués de haber practicado la guerra de acuerdo con este cé.., durante zoo años y de haber tachado de bárbaros a todos Ji¡ii pueblos que se negaban a reconocerlo cambiaron su posOlra en el espacio de unas décadas, sin la menor vacilación Jlparentc, volviendo a lo que, en opinión del capitán Líddell 'Han, es «el método más incivilizado de guerra que ha conocido d mundo desde las devastaciones de los mogoles» (1)?.

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Han, T.ht Rn,olution ín ff.'ot/nrt, (111..a .rc\•ofucl6n ee la guara•}, p41· ?!r ata dc:,.agradable opinión de los milOdc» des-na adoptado, en 19.fiº• cuando se k recuerde qh" mtster lJoyd Goorgc, en ,pu. Wodaró 9uc COl'ltxlcnba al capit1u LlddcU Han como 11la m» dta y aana 1u1otidad • ~lona. de guan modcm-a». En opinión del marfr,éal de campo \\'ncll, -el

.11 leaor "aciJ.art mfflos en a