Autoritarismo Ensayo

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FECHA 17/05/2016 UNIVERSIDAD LA GRAN COLOMBIA FACULTAD DERECHO AREA: HISTORIA DE LAS IDEAS POLITICAS PROFESOR: LUISA MARGARITA RAMIREZ ALUMNO: LAURA VANESSA GIRALDO GRUPO 73

AUTORITARISMO SIGLO XX

El término autoritarismo surgió después de la Primera Guerra Mundial y es uno de los conceptos que como el de dictadura y totalitarismo se han utilizado en oposición al de democracia. Sin embargo, los confines de dichos conceptos son poco claros y a menudo inestables en relación con los diversos contextos. Con respecto a los regímenes políticos, el vocablo autoritarismo se utiliza con dos significados: el primero comprende los sistemas no democráticos, incluyendo los totalitarismos; el segundo, más específico, se antepone al totalitarismo y comprende los sistemas no democráticos caracterizados por un bajo grado de movilización y de penetración de la sociedad. Este último significado se vincula, en parte, a la noción de ideología autoritaria. En términos generales, una modalidad del ejercicio de la autoridad en las relaciones sociales, por parte de alguno o algunos de sus miembros, en la cual se extreman la ausencia de consenso, la irracionalidad y la falta de fundamentos en las decisiones, originando un orden social opresivo y carente de libertad para otra parte de los miembros del grupo social. En ciencia política el autoritarismo se refiera a "la doctrina política que aboga por el principio del gobierno absoluto: absolutismo, autocracia, despotismo, dictadura, totalitarismo." El término se utiliza para calificar a organizaciones o estados que pretenden conservar y gestionar el poder político mediante mecanismos que se encuentren en abierta contradicción con la libertad. En un sentido estrictamente técnico, es la forma política en la que el Estado, es decir, el conjunto de instituciones que ostentan el poder político en una delimitación territorial sobre un conjunto de ciudadanos, se identifica con un

partido político, cuya función sería servir de nexo entre el poder político y el ciudadano. El autoritarismo no es totalitarismo fascista y cuando convergen con este se trasforman en un simple elemento del mismo, pierde su naturaleza más íntima ( en la ideología fascista el principio jerárquico no es el instrumento del orden, sino el instrumento de la movilización total de la nación por la trasformación de la sociedad y la lucha hacia el exterior) dentro del fascismo la ideología autoritarista se extingue, y se transforma en algo diferente, afirman que los actuales regímenes autoritarios no se caracterizan por ideologías sino por simples “mentalidades”. Después de la segunda guerra mundial y de las consecuencias que derivaron de ella, la ideología autoritaria se encuentra frene a un mundos ya demasiado ajenos como para poder echar raíces profundas, no faltan regímenes autoritarios de tipo conservador, pero es difícil que encuentren su justificación en una ideología autoritarias explicitas y decidida. Lo que el siglo XIX y parte del XX dejaron de herencia en Latinoamérica, en términos de conducta política, fue el autoritarismo. Finalizada la época colonial (inicios del siglo XIX) los ejércitos que se formaron para las guerras de la Independencia, una vez alcanzado tal propósito, asumieron el control de sus países como lógica consecuencia de ser las únicas fuerzas organizadas y con poder real. Asociados con facciones civiles altamente politizadas se dieron a la rápida tarea (para no desentonar en lo formal con las nuevas ideas liberadoras que llegaban del primer mundo) de elaborar para sus Estados normas constitucionales que observaran rigurosamente las ideas nacidas de las revoluciones del siglo XVIII. Por eso adoptaron, en la generalidad de los casos, una organización política basada en la preponderancia de la ley, como un Estado constituido por los tres poderes clásicos: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Más aún, siendo la filosofía liberal la inspiradora de aquel movimiento emancipador en Latinoamérica, se hizo énfasis también en el respeto por los derechos individuales, tanto como del principio de la propiedad privada, central en la organización económica moderna.

Así fue en cuanto a lo formal, porque en la realidad y de forma absolutamente comprensible, el poder nunca fue dividido entre los tres poderes del Estado y por supuesto mucho menos ejercido de esa forma. Quienes asumieron el control de los gobiernos fueron, en la generalidad de los casos, si no los propios jefes de los ejércitos de liberación, personas muy vinculadas a estos grupos de fuerza. Como eran ellos los mejor organizados y como además detentaban la fuerza real, no les fue difícil subordinar a los otros poderes y hacerse del control bajo el argumento de la unidad nacional. Así comenzó la historia del autoritarismo moderno en muchos de los países del tercer mundo latinoamericano. En general y de una forma apresurada se culpa del fenómeno del autoritarismo a los grupos de poder en las sociedades, lo cual es cierto sólo a medias, porque la otra razón constitutiva del fenómeno es la carencia de una auténtica convicción democrática en la gente, como sobre el impacto que el ejercicio pleno de las libertades tiene en la vida de las naciones. Y esto porque la inmediata experiencia colonial del pasado, que no era otra que la del autoritarismo (no olvidemos la estricta subordinación que las colonias tenían con respecto a la corona española) formó en la gente una estructura mental donde la idea del jefe o caudillo todopoderoso, como responsable de tomar decisiones, era la cosa más natural. A nadie se le ocurría por entonces (incluso hoy en día tampoco está muy claro para muchos) que el ejercicio del poder debe responder a los intereses de la sociedad, y que el mejor marco para su ejercicio viene dado por las normas constitucionales democráticas. Estas dos razones (fuerza corporativa y ausencia de cultura sobre el valor de la libertad y los derechos básicos) facilitaron el nacimiento de los Estados autoritarios que dominaron el mapa político del último siglo y medio en los países subdesarrollados de Latinoamérica. Nacidos de la fuerza, concentraron el poder de tal forma que impusieron su voluntad incluso hasta en los asuntos relativos a los temas económicos, impidiendo de esa forma que los recursos se reasignaran de acuerdo a un criterio más natural, como el que dan los mercados que funcionan con poca interferencia. En otras palabras, su control sobre las sociedades fue tal que no se dejó en manos de ella casi nada, todo fue direccionado al servicio de la política; es decir, de los intereses predominantes.

Excluidos entonces los pueblos del ejercicio democrático en la toma de decisiones, la política se convirtió en el privilegio de los sectores poderosos. En los hechos, todo el estupendo ideario heredado de la revolución francesa, así como de las otras luchas de liberación precedentes, quedó como letra muerta en nuestras Constituciones. No hubo la necesaria inteligencia para comprender el enorme impacto que tiene en el desarrollo de un país la subordinación a las leyes y el respeto por las libertades individuales, como principios rectores de la vida social. Así el caudillismo no dio paso más que a gobiernos con poca visión de país y con casi ningún respeto por la ley. Se cree también que el único detentador del poder en los regímenes autoritarios es el caudillo, pero esto tampoco es exacto. El verdadero poder es siempre detentado por un sector social al que el autócrata responde. Sin fuerza económica y sin el apoyo de las armas, es inconcebible la figura del autócrata. Por eso en la historia latinoamericana las milicias han jugado un rol tan importante. El autoritarismo es sinónimo de fuerza, no de acuerdo social. Y ahí la fuerza juega un papel determinante. La tolerancia y el respeto por los derechos de las minorías, la negociación y el diálogo como forma de solución de los conflictos sociales nunca fue una práctica en la política latinoamericana y por eso lo más natural en el juego político era el atropello y la imposición, incluso por encima de los más elementales derechos universales. Por eso también hoy en día a los partidos políticos les cuesta tanto regirse por auténticas prácticas democráticas. Una rápida mirada al panorama de las Democracias latinoamericanas muestra que, aunque en el aspecto formal los Estados poseen un adelantado andamiaje jurídico e institucional, en la práctica el poder nunca ha sido genuinamente democratizado, sigue aún concentrado en facciones que oponen una fuerte resistencia a la adopción de una organización basada en los principios de libertad, legalidad y participación. Aunque suene extraño, muchos pueblos que se piensan demócratas viven todavía bajo la férula de un autoritarismo encubierto. Sólo que el autócrata ya no es tan visible como antaño. Hoy vive arropado con las prendas de la Democracia, porque no otra es la realidad de gran parte de Latinoamérica, que

vive bajo la amenaza constante de un sindicalismo de izquierda que se define mejor por su conservadurismo y su odio a las sociedades libres, ya que no se les escapa que en razón a los principios que las rigen (competencia y esfuerzo personal) aquellos quedarían rezagados y sin las canonjías que disfrutan actualmente. ¿En qué ha derivado la práctica autocrática de gobierno en nuestros países? En pobreza y debilidad institucional. El autoritarismo deja en los pueblos una secuela sicológica nefasta; induce a la gente a creer en las soluciones forzadas y radicales, e impide que las personas adquieran un sentido de la responsabilidad sobre sus propias vidas. Luego la segregación y la imposición –que es lo que define a los autoritarismos de izquierda como de derecha- son enemigos de la libre actividad privada (sinónimo de derecho individual) que constituye la base del florecimiento de las sociedades modernas. Bien mirado el asunto, aunque estos grupos sociales no siempre tienen el poder en sus manos, ejercen el mismo de una manera indirecta y siempre a través de la fuerza y la intimidación, ya que no hay gobierno democrático que los enfrente por temor a ser visto como represor o antipopular. Eso ha tenido una consecuencia nefasta sobre la capacidad productiva de nuestras naciones. Al no haber logrado organizar sociedades regidas por las ideas liberales, la actividad productiva nunca pudo desarrollarse con la desenvoltura y la seguridad que ofrecen las verdaderas Democracias. Y como en el camino tampoco permitieron la flexibilización de las normas laborales (un asunto clave para el despegue económico de los países, ya que según la moda del izquierdismo recalcitrante que profesan aquellas deben ser entendidas como conquistas sociales inamovibles) obstruyeron indirectamente la actividad productiva de sus países, afectando a quienes ellos dicen representar, es decir, al mismo pueblo trabajador, porque la imposibilidad de despedir fácilmente hace que los empleadores terminen evitando la formalización de los contratos de trabajo, con lo que el empleo formal, es decir, aquel que tributa y tiene todos los beneficios de ley, incluida la seguridad social, no se dinamiza como debiera. Al

final el autoritarismo no sólo obstruye el desarrollo social, sino la misma expansión de los negocios, es decir, el progreso mismo.