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UN MAL PERSISTENTE

DANIEL LAPAZANO

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Ateísmo UN MAL PERSISTENTE

Daniel Lapazano

Luna Blanca

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© 2013 Luna Blanca © Daniel Lapazano ISBN 978-987-26527-4-6 Diseño de portada: Daniel Lapazano e-mail: [email protected] Safe Creative Global Copyright Registry Nro.1307025364650

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“El egoísmo es el único ateísmo verdadero; el anhelo y el desinterés, la única religión verdadera” Israel Zangwill (1864-1926)

¿Qué es el ateísmo? El ateísmo es definido por la Real Academia Española (RAE) como la “negación de la existencia de Dios”. Esta definición es un poco ambigua pues deberíamos explicar que significa o qué entendemos por negar. Volviendo a la RAE, negar significa “decir que algo no existe”, pero también significa “dejar de reconocer alguna cosa, no admitir su existencia”. Esta segunda definición es más significativa que la anterior, pues mientras que la primera apunta a lo que el sujeto piensa sobre la figura de Dios, la segunda apunta directamente a su sentimiento, a una percepción más honda en relación al supuesto Creador. Reconocer, entonces, no es lo mismo que afirmar. Según la RAE la palabra reconocer significa “examinar con cuidado algo o a alguien para enterarse de su identidad, naturaleza y circunstancias”. Está más que claro, según la RAE, que cualquiera puede afirmar o negar la existencia de Dios,

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incluso con mucho fervor, pero no haber “examinado con cuidado” las bases de dicha proposición. Cuando uno examina con cuidado algún fenómeno, debe poner en juego algo más que meros procesos “lógicos”. Examinar implica utilizar toda nuestra percepción metal (psíquica) sobre el objeto estudiado. En ese reconocimiento ponemos en juego no sólo nuestro pensamiento sino también nuestro sentimiento. Cuando en una determinada idea se involucra también la certeza profunda, la pasión persistente o el convencimiento, esa idea deja de ser algo que flota en nuestra mente como algo inerte y pasa a convertirse en una fuerza que nos empuja a conducirnos de una determinada manera. A actuar. De esa fotma, el verdadero ateísmo no se reduce a pensar o “creer” que Dios no existe, sino a comportarse en la propia vida como si Dios no existiese. Como si no hubiera ningún ser supremo u omnipotente que regula y ordena el Universo y, en consecuencia, nuestra propia vida. Y esto mismo podemos decir de su contrario: el teísmo. El creyente, si lo es de verdad, debe conducirse conforme a lo que dicta su convicción. En esa convicción está, como sabemos, la vieja idea de la vida después de la muerte. Eternidad vinculada a nuestra propia naturaleza divina que es imperecedera (pues se supone que provenimos de

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Dios). La perdurabilidad del espíritu es una condición necesaria en la vinculación del hombre con su Creador. Sin vida después de la muerte, la idea de Dios (o al menos la necesidad de Dios) carece del menor sentido. ¿Cuánta gente atea existe en el Mundo? Según un informe elaborado por la Comisión Europea en el año 2005 sobre valores sociales, ciencia y tecnología (Eurobarometer) la gran mayoría de los europeos creen en Dios o en algún tipo de “espíritu o fuerza vital”. Este grupo representaba la apabullante suma del 79%. Muchos de ellos confesaban no tener una creencia religiosa determinada (61%). Los ateos aparecían en el informe como una pequeña minoría; sólo un 18% (el restante 3% no quiso contestar). La mayor cantidad de ateos parecen estar en Francia (33%) y la República Checa (30%) También hay algunos en Bélgica y Países Bajos (27%), Estonia (26%), Alemania (25%), Suecia (23%). En España y Gran Bretaña hay muchos menos (18% y 20% respectivamente) y en Italia e Irlanda casi no existen (6% y 4% siguiendo el orden). Cruzando el Atlántico y aterrizando en EE.UU, el porcentaje de creyentes es enorme: 91%. Sólo un 9% se considera “ateo”. En América Latina la población teísta es muy alta también, probablemente, por la acción evangelizadora de

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la Iglesia Católica: más del 90%. Y en África el porcentaje de ateos es menos del 1%. Inexistente. En China (el país más poblado del mundo) los teístas rondan el 53% contra el 47% de ateos. Aquí es evidente el accionar “evangelizador” del Partido Comunista Chino, aunque según mis informes, las religiones están creciendo mucho en ese país debido a la mayor libertad de culto permitida por el PCCH. Es decir que el ateísmo, en China, va en picada… En Japón los ateos son, según la encuestadora Gallup Internacional, un 31% (es decir 69% de creyentes). En el balance general, los ateos no parecen superar el 7% del total de la población mundial. Si a esto le restamos los ateos “programados” que existen en la República China, donde la persecución religiosa es criminal (ya que incluye prácticas como la tortura), los ateos se ponen muy por debajo del 5%... Es decir que apenas existen. Para una persona creyente como yo, estos resultados deberían ponerme “contento”. Da la sensación de que el Mundo en su mayoría abraza alguna forma de divinidad. Y en ese abrazo a lo “eterno” uno debería pensar por qué nuestro Mundo no es mejor... Si es cierto que la gran mayoría de las personas creen en algún tipo de Dios y en la trascendencia del alma humana, no se explica porqué nuestra sociedad está tan dominada por paradigmas

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culturales tan ajenos a dicha creencia. El éxito y la expansión del Capitalismo, el avance de la sociedad de consumo, la creciente desigualdad social en todas partes, la inevitable escalada de violencia e inseguridad que sufrimos a diario, la xenofobia de los países más ricos hacia los inmigrantes, la destrucción progresiva de la familia y las parejas etc. etc. ponen en duda la validez de las encuestan en donde marcan que el “teísmo” es la inmensa mayoría. ¿Cómo podemos explicar esta contradicción? Para explicar esta clara contradicción, me vi obligado a reformular la definición corriente de ateísmo. Antes de elaborar este ensayo, mi idea del ateo era la de aquel que negaba intelectualmente la figura de Dios. Un ateo era para mí alguien que afirmaba, desde su pensamiento, que Dios no existe. También alguien que decía no “creer” en Dios (ateísmo débil). En esta nueva formulación que construí, y que propongo en este ensayo, el ateo pasa a ser alguien que actúa en la vida bajo la convicción (quizás no enunciada) de que Dios no existe. Esto es que no es suficiente “afirmar” la inexistencia de Dios. Negarla de palabra o pensamiento. Es necesario también que el sujeto “sienta” en su corazón esa ausencia divina. Esa falta de Dios. Ese es para mí el verdadero “ateísmo”. No el que sale de la “boca” sino del “corazón”.

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Cuando uno es un ateo de verdad, su conducta pasa a estar regida (y debe estar regida) por patrones ajenos a toda idea de trascendencia. Su vida es el aquí y el ahora. La experiencia cotidiana de todos los días. No existe un “más allá”. Lo único que importa, para el ateo, es este Mundo material. Por lo general los ateos creen en el poder absoluto de las leyes naturales. Muchos de ellos sienten especial predilección por la Ciencia. Llegan a creer, en muchos casos, que la Ciencia justifica su ateísmo. Suelen usar las teorías y los descubrimientos de la Ciencia para atacar o ridiculizar a las religiones. Un caso emblemático de ello es el zoólogo y predicador ateo Richard Dawkins. Dawkins es un ateo convencido que dedica grandes esfuerzos en propagar el ateísmo por todo el Mundo. Este hombre afirma estar convencido que el erradicar la idea de Dios mejorará por mucho a la Humanidad (¡qué equivocado está…!). Si uno lo busca en el You Tube, lo encontrará dando infinitas conferencias por todos lados y debatiendo a brazo partido con los creyentes de todas las latitudes. Es un ateo fundamentalista. Nada parece hacerlo cambiar ni un ápice su opinión. Dawkins es para mí uno de los mejores prototipos de ateos que he podido encontrar. No sólo niega enérgicamente a Dios sino que parece vivir

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conforme a esa convicción. En mi pequeño libro “Circo de Títeres” demostré que la Ciencia no es un obstáculo para la fe y que los ateos como Dawkins distorsionan la verdad. Ahora bien, ¿podemos decir que todos los ateos son tan conscientes de su ateísmo como en el caso de Dawkins? Mirando con sano juicio al Mundo podemos estar seguros que no… Para entender bien esto he recurrido a usar el siguiente ejemplo. Muchas personas se autodefinen como cristianos y sabemos que el Cristianismo enseña que las personas no mueren realmente sino que se desprenden de su cuerpo y vuelven a Dios (salvo que no se hayan arrepentido de sus pecados). Como todos algún día vamos a “morir” nos encontraremos al final de nuestra vida, según la fe cristiana, con nuestros familiares ya fallecidos en el Cielo, que es la morada de los espíritus. Sin embargo, yo me he cansado de ver a gente supuestamente religiosa que llora sobre la tumba de su ser amado recientemente fallecido y que no parece poder desprenderse de la idea de que el ser fallecido está allí dentro del féretro… Acompañan los restos del familiar hasta el cementerio y observan como sus restos son cubiertos con tierra. Pasado un año ese creyente, en un tono muy serio y “espiritual”, dice: “Voy a llevarle unas flores a mi padre al cementerio…” ¿Cómo

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interpretamos esto que no concuerda en absoluto con la fe que, supuestamente, se profesa? Otro ejemplo muy común de “religiosidad” es el siguiente. El teísmo enseña que nuestro cuerpo es un simple traje y que nuestro verdadero ser (cuerpo) es el espíritu. También enseña que nuestro ser espiritual (cuerpo real) puede ser bello o feo. Y también enseña que a Dios le gusta que nuestra alma brille con el esplendor de sus virtudes. Pero lo cierto es que hasta en los lugares más religiosos como los países árabes los hombres se deshacen por poseer a las mujeres más bellas en detrimento de las mujeres menos bonitas. Las mujeres, a su vez, buscan casarse con los hombres más adinerados en detrimento de los hombres menos pudientes. Esto es un PATRÓN social que lo observamos en todas partes del mundo y a lo largo de todas las épocas. ¿Qué está pasando con lo espiritual entonces? Si ánimos de desmerecer a las mujeres “bellas” ni de dejar de reconocer la ventaja que supone esposarse con un hombre adinerado, está claro que esas conductas mundanas no tienen correspondencia con lo que enseñan dichas religiones. Podemos continuar también con los ricos y empresarios. Y también con los políticos. Muchas personas acaudaladas o poderosas afirman creer en algún tipo de

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ser “superior”. En alguna forma de divinidad. EEUU es un país lleno de gente rica y “cristiana”. Ya habíamos dicho que la creencia en la divinidad está vinculada con la idea de la trascendencia; la idea de una vida mejor en un remoto plano celestial. Resulta que vemos, según informan los economistas y medios de comunicación, que un empresario se aprovecha de la crisis económica de su país para pagarle mucho menos a un trabajador. Su actitud no se apoya, lógicamente, en una falta de dinero, ya que tiene mucho capital acumulado en su cuenta bancaria, inversiones de todo tipo y bienes inmuebles. ¿Qué necesidad hay entonces de pagarle menos a un pobre asalariado? ¿No sería más razonable, según la moral cristiana, pagarle más para ayudarle a salir de sus deudas? Pero sabemos que esta actitud cristiana raras veces ocurre en las relaciones económicas. Jesús no parece estar presente en los manuales de economía… Hasta en países “religiosos” como los EE.UU y España los ricos se aprovechan de los pobres en situaciones de crisis. Los economistas explican esto por la vía del la ley de “oferta y demanda”. Dicen que en épocas de crisis lo empresarios no tienen “necesidad” de pagarle más a un trabajador puesto que hay mucha mano de obra disponible. Si algún trabajador se niega a trabajar por un

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magro salario saben que habrá otro que sí lo hará. Puede verse claramente, y los mismos economistas lo reconocen, que no es una cuestión de falta de dinero sino de falta de consideración y respeto por aquél que trabaja en relación de dependencia. Por ese pobre hombre y por la familia de ese pobre hombre. ¿Alguien con dos dedos de frente puede imaginar que un tipo va a ganarse un lugar en el Cielo teniendo este tipo de actitudes mercantiles con los más necesitados? Cabría preguntarse en qué clase de Dios creen los ricos. No parece quedar dudas de que ese tipo especial de Dios que adoran los ricos en España y en distintas partes del Mundo nada tiene que ver con el célebre Dios judeocristiano. “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un rico entre en el reino de los Cielos” (Jesús) Y así, como en el caso de los ricos, podemos seguir poniendo miles de ejemplos semejantes en donde el discurso social pro-creyente tiene muy poca relación con lo que ocurre en los hechos cotidianos. La explicación de esta aparente “contradicción” en la conducta de las personas “creyentes” la encontramos en la definición de ateísmo que, osadamente, he propuesto.

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Esto es el ateísmo como sentimiento de ausencia de Dios además, o más allá, de pensamiento de negación Dios. He preferido usar la palabra “ausencia” en vez de “negación” para la primera proposición pues considero que en el plano sensitivo más que negarse una determinada figura lo que ocurre es que no se la siente. Por ejemplo cuando digo “no te amo” (negación del verbo amar) estoy queriendo decir “no te siento en mi corazón”. La negación del amor como verbo es experimentada en el plano emocional (cuando hay total correspondencia) como ausencia de dicho sentimiento. Así pues lo que para el pensamiento es la negación de la divinidad, el desconocimiento intelectual de la forma de Dios, para el corazón humano es la falta de conexión emotiva con el ser divino. Una conexión emotiva que presupone un condicionamiento de la propia conducta hacia un fin más elevado. El verdadero ateísmo debe ser entendido entonces como la ausencia de Dios en el corazón. ¿Y qué hay en nuestro corazón si no está Dios? Si no está Dios lo que hay es EGO. Un EGO que a veces se oculta bajo la sombra de un Dios falso. Un ÍDOLO. Esta es la parte más importante de este ensayo

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ya que tiene implicaciones muy profundas. La idea del “ego” y del “ídolo” como fuerzas dominantes en nuestra cultura. El ego es el aspecto de la psique que los psicólogos reconocen como “yo”. Según el psicoanálisis es parcialmente consciente y controla, con ciertas restricciones, las motivaciones del sujeto. El “egoísmo” es un inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que atiende desmedidamente al propio interés sin cuidarse del interés o necesidad de los demás. El ídolo es el término que utilizaré para señalar aquello que considero “dioses falsos”. Los dioses falsos, en este ensayo, serán definidos como todo tipo de deidades construidas mediante la proyección del yo (o súper yo) del individuo, o de un determinado grupo social, hacia la totalidad cósmica o hacia una parte muy grande o importante de esa totalidad. También utilizaré la palabra laico para referirme a esas teorías científicas o instituciones políticas que se construyen y se han construido al margen de toda concepción religiosa. Un ejemplo conocido de esta proyección del yo al plano divino lo tenemos en la antigua Grecia. Los griegos proyectaban sus propios males y tragedias mundanas en un universo ficticio dominado por dioses. De esa forma, el hombre infiel o mujeriego era representado por el dios Zeus, quien frecuentemente tenía problemas

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con su iracunda esposa Hera a causa de sus recurrentes infidelidades. El hombre bello, orgulloso y ensimismado era representado por el resplandeciente dios Apolo, el dios solar del Arte y la Profecía. El hombre licencioso y bucólico era representado por el dios Dionisio, dios del vino y de las fiestas desenfrenadas. Afrodita representaba a la mujer hermosa y enamorada pero también irresponsable y vanidosa. Diana era el arquetipo de la mujer salvaje, protectora de los bosques y los animales. Marte era el arquetipo del hombre viril y guerrero. Hefaistos, en cambio, el hombre artesano e industrioso. Esto mismo que decimos de los griegos lo podemos aplicar a los romanos, que importaron el panteón helénico cambiándoles los nombres a los dioses. Cuando estudiamos la mitología griega vemos como sus dioses suelen estar poseídos por sentimientos de celo u envidia hacia los seres humanos. También de desprecio u odio. Apolo no soportaba que alguien digiera que un mortal tocaba el arpa mejor que él y Afrodita no soportaba lo mismo cuando la comparaban con una mujer de gran belleza. Además de eso, las diosas, impulsadas por la competencia y la supremacía, solían entrar en conflicto entre ellas lo que provocaban tragedias como la guerra de Troya, relatada por el célebre poeta Homero. Suponer que

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una entidad omnipotente puede sentir celos por la belleza o el talento de un simple mortal (mortal que procede, dicho sea de paso, de los mismos dioses) es algo que no cabe en la cabeza de ningún ser mínimamente razonable. Todos los dioses griegos son, evidentemente, dioses falsos. Simples ídolos. Un verdadero Dios no puede estar contaminado de las pasiones y debilidades humanas. Pero el panteón griego no es el único que está poblado de ídolos. La religión Islámica (el Islam) también es otro caso de proyección del propio ego al plano divino. El Islam es una religión monoteísta (a diferencia de la griega que era politeísta) fundada por el profeta Mahoma. El Islam se inició con la predicación de Mahoma en el año 622 en La Meca (en la actual Arabia Saudita). Bajo el liderazgo de Mahoma y sus sucesores, el Islam se extendió rápidamente por tierras árabes. Esta expansión del Islam no fue siempre pacífica. Fue necesaria muchas veces usar la violencia, la persecución y las amenazas para imponerse con el tiempo en esas tierras. De esa forma pudo establecerse el llamado “califato”, donde los primeros seguidores de Mahoma detentaron la suma del poder. No contentos con dominar tierras árabes, los poderosos califas se expandieron por el norte del continente africano

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hasta ocupar el sur de la península ibérica allá por el siglo VIII. En ese primer período de expansión, el Islam fue atravesado por cruentas guerras entre clanes que luchaban por detentar el poder. La separación entre sunitas y chiitas es histórica y proviene de esa antigua contingencia no resuelta hasta el día de hoy. Esa fue la herencia “santa” que dejó Mahoma (supuesto enviado de Dios) para su querido pueblo del desierto: una población diezmada por interminables luchas intestinas. De hecho que el profeta Mahoma era, además de un líder religioso, un político y hábil militar. Junto a su grupo de fanáticos seguidores libró grandes batallas para someter a los infieles, en su mayoría politeístas aunque también judíos y cristianos. En al caso del Cristianismo (religión hermana del Islam), ya sabemos que se impuso a sangre y fuego en las tierras de la vieja Roma, logrando eliminar con éxito a todos los paganos y cristianos herejes en nombre de una supuesta “cruzada santa contra el demonio”. Y eso que Jesús (maestro fundador de la Cristiandad) había predicado y PRACTICADO en vida el amor al prójimo (reflejado en el mandamiento nro. 11), prohibiendo, además, el asesinato (el mandamiento nro. 5). Es decir que la Santa Iglesia faltó a los mandamientos de Dios. Mucho antes de que la Iglesia romana barriera a

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los “infieles”, la cúpula eclesiástica se había encargado de separar de la Biblia ciertos libros sagrados que eran conocidos y leídos por los primeros cristianos. Esos libros que fueron apartados arbitrariamente del Nuevo Testamento en el Concilio de Cartago en el año 397 se conocen con el nombre de evangelios “apócrifos”. Los evangelios apócrifos son textos cuyo acceso fue ocultado ante las grandes masas de cristianos pues hacían referencia a etapas de la vida de Jesús y los apóstoles que no convenía, al parecer, a los intereses políticos de la Iglesia. Se trataba de otras enseñanzas de Jesús que fueron difundidas por los otros discípulos de Cristo además de los conocidos Juan, Mateo, Santiago y Marcos. También historias de la niñez de Cristo y de sus padres José y María, incluyendo María Magdalena. En estos textos se encuentran el Evangelio de Pedro, de Felipe, de Nicodemo, de María Magdalena, el Libro de la Natividad de María e Historias de José el Carpintero. Muchos de estos textos fueron redescubiertos durante los siglos XIX y XX y generaron una intensa oleada de especulaciones y polémicas en torno a su grado importancia en los inicios del Cristianismo. Este rollo que se armó debilitó mucho más, en los sectores más cultos de la sociedad, el prestigio de todas las iglesias cristianas, ya que puso en evidencia la cruda manipulación que hacía y HACE la curia católica (madre de todas las variantes

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evangélicas) de los textos sagrados y de la supuesta “palabra de Dios”. Como los medios de comunicación del mundo siempre se han encargado de proteger los intereses de las Iglesias cristianas (católica y protestante), estos textos son desconocidos por la inmensa mayoría de los fieles, pero se los puede encontrar en Internet o en algunas librerías o bibliotecas. Todas las religiones mosaicas (Judaísmo, Islamismo y Cristianismo) se basan en la supuesta revelación de Dios a un determinado individuo o grupo de individuos. En el caso del Islam Dios se le reveló a Mahoma. En la religión Judía y Cristiana Dios se le revela a Abraham, a Isaac, a Moisés, a David, a Salomón, a Elías, a Daniel… Incluso Jesús es considerado por los cristianos como la encarnación del mismo Dios. Para los musulmanes (practicantes del Islam) Jesús es considerado un profeta y para los judíos, en cambio, fue un falso profeta. Un farsante desvirtuador de la sagrada palabra de Dios. ¿Qué es un profeta? Un profeta puede ser muchas cosas. Una de ellas puede ser la de un sujeto un poco desequilibrado que le anuncia al mundo un supuesto “castigo divino”. Otro caso puede ser la de una persona corriente que experimenta

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extrañas visiones místicas que no buscó y que tampoco comprende pero que opta por comunicarlas a su comunidad. También puede ser algún tipo de charlatán oportunista que quiere obtener beneficios económicos mediante supuestas “profecías divinas”. En cualquier caso, el sujeto poseído por esas presuntas revelaciones no se convierte en profeta “solo”. Un verdadero profeta es un producto colectivo, nunca individual. Uno de esos profetas era Daniel, quien la Biblia lo señala como alguien poseído de visiones apocalípticas que anunciaban al Mundo la venida del reino de Dios. De hecho que la palabra Daniel significa “el juicio de Dios” o “Dios es mi juez”. Su nombre, curiosamente, coincide con su particular don. Mahoma y Moisés son señalados también como hombres que tuvieron un diálogo directo con Dios. ¿Cómo se convierte un hombre en profeta? Para que aparezca un profeta primero tiene que existir una crisis colectiva. Si esta crisis colectiva no existe entonces se inventa. Es decir se busca conspirar contra un sector de la sociedad. La historia de los grandes profetas es la historia de las grandes conspiraciones. En el caso del Judaísmo, se inventó la historia de un supuesto pueblo que estaba diezmado sobre la faz de Tierra y que había sido elegido por Dios para unirse en un lugar llamado “la tierra

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prometida”. La estrategia fue la de inventar un paradigma que sirva para aglutinar a las masas (cooptarlas). Esta idea fue formulada por el famoso arqueólogo judío Israel Finkelstein, director del Instituto de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv y co-responsable de las excavaciones en Megido al norte de Israel. Respecto del Pentateuco nos dice que: “es una genial reconstrucción literaria y política de la génesis del pueblo judío, realizada 1500 años después de lo que siempre creímos” En una entrevista que le hicieron para el diario argentino La Nación (nota de Luisa Corradini; Enero 2006) Finkelstein afirmó: “La arqueología moderna nos permite asegurar que el núcleo histórico del Pentateuco y de la historia deuteronómica fue compuesto durante el siglo VII antes de Cristo. El Pentateuco fue una creación de la monarquía tardía del reino de Judá, destinada a propagar la ideología y las necesidades de ese reino. Creo que la historia deuteronómica fue compilada, durante el reino de Josías, a fin de servir de fundamento ideológico a ambiciones políticas y reformas religiosas particulares... La arqueología

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ha probado que en esa época no se produjo ningún movimiento masivo de población. El texto bíblico da indicios que permiten precisar el momento de la composición final del libro de los Patriarcas. Por ejemplo, la historia de los patriarcas está llena de camellos. Sin embargo, la arqueología revela que el dromedario sólo fue domesticado cuando se acababa el segundo milenio anterior a la era cristiana y que comenzó a ser utilizado como animal de carga en Medio Oriente mucho después del año 1000 a.C. La historia de José dice que la caravana de camellos transporta “goma tragacanto, bálsamo y láudano”. Esa inscripción corresponde al comercio realizado por los mercaderes árabes bajo control del imperio asirio en los siglos VIII y VII a.C. Otro hecho anacrónico es la primera aparición de los filisteos en el relato, cuando Isaac encuentra a Abimelech, rey de los filisteos. Esos filisteos -grupo migratorio proveniente del mar Egeo o de Asia Menor- se establecieron en la llanura litoral de Canaán a partir de 1200 a.C. Esos y otros detalles prueban que esos textos fueron escritos entre los siglos VIII y VII a.C... Según la Biblia, los descendientes del patriarca Jacob permanecieron 430 años en Egipto antes de iniciar el éxodo hacia la Tierra Prometida,

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guiados por Moisés, a mediados del siglo XV a.C. Otra posibilidad es que ese viaje se haya producido dos siglos después. Los textos sagrados afirman que 600.000 hebreos cruzaron el Mar Rojo y que erraron durante 40 años por el desierto antes de llegar al monte Sinaí, donde Moisés selló la alianza de su pueblo con Dios. Sin embargo, los archivos egipcios, que consignaban todos los acontecimientos administrativos del reino faraónico, no conservaron ningún rastro de una presencia judía durante más de cuatro siglos en su territorio. Tampoco existían, en esas fechas, muchos sitios mencionados en el relato. Las ciudades de Pitom y Ramsés, que habrían sido construidas por los hebreos esclavos antes de partir, no existían en el siglo XV a.C. En cuanto al Éxodo, desde el punto de vista científico no resiste el análisis.” Respecto de la presencia judía en Egipto nos dice: “Desde el siglo XVI a.C., Egipto había construido en toda la región una serie de fuertes militares, perfectamente administrados y equipados. Nada, desde el litoral oriental del Nilo hasta el más alejado de los pueblos de Canaán, escapaba a su

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control. Casi dos millones de israelitas que hubieran huido por el desierto durante 40 años tendrían que haber llamado la atención de esas tropas. Sin embargo, ni una estela de la época hace referencia a esa gente. Tampoco existieron las grandes batallas mencionadas en los textos sagrados. La orgullosa Jericó, cuyos muros se desplomaron con el sonar de las trompetas de los hebreos, era entonces un pobre caserío. Tampoco existían otros sitios célebres, como Bersheba o Edom. No había ningún rey en Edom para enfrentar a los israelitas. Esos sitios existieron, pero mucho tiempo después del Éxodo, mucho después de la emergencia del reino de Judá. Ni siquiera hay rastros dejados por esa gente en su peregrinación de 40 años. Hemos sido capaces de hallar rastros de minúsculos caseríos de 40 o 50 personas. A menos que esa multitud nunca se haya detenido a dormir, comer o descansar: no existe el menor indicio de su paso por el desierto.” Esto último indica que los hebreos nunca conquistaron Palestina y que ya vivían allí desde varios siglos atrás. Los estudios de Finkelstein están respaldada por numerosos estudios arqueológicos que desmienten categóricamente el relato bíblico. La conclusión de estos

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expertos es que muchas cosas que figuran en la Biblia no son completamente ciertas. Los relatos contenidos allí, si bien remiten a muchos sucesos que han ocurrido ciertamente, están escritos de una forma que tergiversan o distorcionan los hechos. Algo de todo esto nos muestra también el investigador J. J. Benítez en sus famosos libros “Caballo de Troya” pero, más allá de esta referencia (apenas eché un vistazo a las obras de Benítez) la opinión de los expertos en estos temas es que la Biblia no puede tomarse bajo ninguna forma como una referencia histórica fiable. Su contenido es muy inexacto y sólo persigue fines políticos. La conclusión “colosal” de este hecho es que si la Biblia fue escrita dejando a un costado la verdadera historia, entonces no puede considerarse como la palabra sagrada de Dios, salvo que a Dios le dé por mentir. Desde luego que la opinión de los arqueólogos no invalida los fundamentos espirituales del Cristianismo ni prueban que Dios no existe. Sólo prueban que la Biblia fue dictada por hombres y que no hay que tomarla, como enseñanza religiosa, a “pie de puntillas”. Mi consejo, para aquellos que leen la Biblia, es que traten de extraer “ese contenido místico y espiritual que llega al alma”, que se comprende desde “adentro”, y omitan esos párrafos dogmáticos que evocan tiempos arcaicos ya pasados de moda y no aplicables a nuestra época.

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Volviendo al tema de los profetas, debemos saber que siempre existirán condiciones sociales para la aparición de estos mensajeros de Dios. La más común es la pobreza y la marginalidad. También el enfrentamiento o la rivalidad entre los pueblos. El profeta o enviado divino canaliza, en su mensaje religioso, la resignación, el miedo o el odio acumulado de un sector determinado de la sociedad que se siente amenazado u oprimido por algún mal existente en el Mundo. Es un experto en manipular las más diversas situaciones para fortaleces su mensaje sagrado. Por ejemplo, una catástrofe natural o la muerte de un rey despótico lo presenta frente al gran público como un claro “designio de Dios”. Aveces recurre a fraudes o falsos testimonios para convencer a sus seguidores de su verdad (supuestas curaciones milagrosas, apariciones mágicas y resurrecciones de muertos). Sus seguidores, desde luego, no poseen a Dios en su corazón. Son, según mi definición, ateos. Acá aparece el otro elemento que se complementa con el fenómeno del ídolo: el ego [lastimado] del creyente o devoto. Por ejemplo algún hombre atravesado por una crisis familiar, enfermedad terminal o falta de trabajo. El seguidor, seguramente, es un sujeto que ha vivido su vida sostenido en su propio ego. Colgado de su propia individualidad. Siempre se ha sentido separado del Mundo y ha permanecido indefenso en un medio social

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al que considera hostil. Un mundo sin Dios y gobernado por fuerzas maquiavélicas que no comprende. En esa soledad lucha contra el vicio del alcohol, trabaja duro por conseguir su sustento, debe lidiar con los problemas familiares y se siente explotado por el poderoso de turno. En ese cuadro desesperanzador aparece la figura del profeta, que le presenta la imagen de un Dios “salvador y vengador”. En la historia del pueblo judío Dios le promete a su gente que castigará a los enemigos de Israel y les dará en el Cielo la vida eterna. En la religión Islámica, al igual que en la religión judía, los imanes le dicen a sus fieles que Alá echará fuego contra EE.UU y Europa como venganza por la dominación padecida. Para los musulmanes los países de la OTAN son sociedades corrompidas que pisotearon las leyes de Dios. Así lo testifican la Biblia y el Corán que ordenan a la gente a vivir en la “virtud”. En ambas religiones, el enemigo aparece bajo la forma impura del hombre “pecador”. El pecador es la mujer impía que le roba a otra mujer el marido, el borracho que busca reyerta en una fiesta, el ladrón que amenaza la propiedad privada, el licencioso que hace aquellas cosas que muchos desean pero que pocos se atreven a hacer, el homosexual o afeminado que pone en

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duda la virilidad del macho tradicional, el político que miente o el patrón que adeuda el justo salario. El supuesto profeta (que en su corazón desprecia a esos “pecadores”, según dice) erige un Dios a su imagen y semejanza como si éste fuera una especie de SÚPER EGO y luego lo proyecta sobre la gente que quiere cooptar. Las supuestas “visiones” o llamados “divinos” afianzan la confianza en su mensaje. Intenta convencer a sus oyentes de que viven en la Tierra “para algo” y de que Dios le mandó a cumplir la misión de salvarlos (la figura del pastor que va en búsqueda de la oveja perdida). Desde luego que esa figura de Dios que el profeta construye en su mente está lejos de ser el Dios verdadero. En su corazón sólo existe un ego sobredimensionado. Una forma mística del egoísmo humano. A mí me gusta llamarle “egoísmo místico”. Pero ese sobredimensionamiento del ego (tan característico de los falsos profetas) le otorga una fuerza enorme para trasmitir con elocuencia su mensaje. Todos los profetas son, en general, grandes oradores y poseen una fuerte personalidad. Frente a él se encuentra una plebe desahuciada. Una plebe acosada por los problemas mundanos (falta de empleo, magro salario, viviendas precarias, enfermedades, drogas y políticos corruptos). El profeta hace de las miserias humanas su leña para encender el fuego de la fe. Con sus promesas de un futuro

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maravilloso en una tierra celestial y el duro castigo a los malvados del Mundo traslada arena para su cantera. Del lado de la plebe, el ego desvalido de sus seguidores se ve de alguna forma protegida o resguardada por un Padre todopoderoso y protector. La riqueza negada en la Tierra será recompensada con la riqueza en el Cielo; la justicia negada en el mundo de los hombres será recompensada con la justicia divina. El poderoso rico y opresor será despojado de toda su riqueza en el día del juicio divino y condenado al infierno como a un vil ladrón. Es fácil ver que este tipo de religiones basadas en el castigo del que actúa diferente o del que representa algún tipo de amenaza para ese sector de la comunidad termina resultando para estos sujetos [débiles] una especie de bálsamo psíquico que consuela sus maltratados egos. Los bienes que el Estado o la misma Naturaleza les privan les serán dados – a futuro – por un Dios justo y vengador. Esa es la razón de por qué la historia de estas religiones está plagada de fanatismos, de guerras y persecuciones a herejes o supuestos infieles. También de culpas y abstinencias. El Dios verdadero es remplazado por un burdo ídolo que parece encajar a la perfección en el ego engordado de estos sujetos. El antiguo ateísmo reinante en estas hordas de espíritus desconcertados es

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enmascarado ahora por una falsa espiritualidad que los protege superficialmente de un mundo regido por las fuerzas salvajes. Esas fuerzas de las que hablaba Darwin cuando hacía referencia a la supervivencia del “más apto” o a esa falta de “propósito” en la Vida a la que hacen referencia, a menudo, los ateos materialistas. Falta de propósito que parece habilitar, dicho sea de paso, toda suerte de atropellos y desmanes. La característica principal de estas “religiones” es la creencia de que ellos son los poseedores de la única verdad y que todos los demás credos son falsos e incluso abominables. Partiendo de esta certeza, dichas religiones, por lo general, se aíslan del resto de la sociedad y se nuclean en grupos cerrados. Un ejemplo de este exclusivismo ideológico son los mormones y los testigos de Jehová. La religión mormona fue fundada hace menos de doscientos años por un hombre llamado José Smith. Este hombre aseguraba haber recibido una visita personal de Dios el Padre y de Jesucristo, quienes le dijeron que todas las iglesias y sus creencias eran una abominación. Smith se propuso fundar una nueva religión que aseguraba ser “la única iglesia verdadera en el mundo”. Como si ya no tuviéramos demasiado con una Biblia, Smith sentó las bases de un nuevo libro: El Libro del Mormón, que fue

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publicado en 1830. Esto se debió a que él afirmó haber hallado unas planchas de oro que tenían grabadas una supuesta “revelación” de Dios al profeta Mormón y que estaban escondidas en unas colinas donde Dios le indicó. Smith tradujo esas planchas con la cual compuso ese nuevo libro (nueva revelación). Smith aseguraba que el libro de Mormón es el “libro más correcto” del mundo y que una persona puede acercarse a Dios siguiendo sus preceptos “más que con cualquier otro libro” (es decir incluido el Nuevo Testamento, quien sienta las bases del pensamiento de Jesús…). Los mormones llaman Cristiandad apóstata al resto de las doctrinas cristianas y predican que su doctrina es el único camino para llegar a la salvación. Luego tenemos a los Testigos de Jehová, que tienen una historia menos “fascinante” que la de los mormones. Esta secta fue fundada por Charles Taze Russell en la década de 1870, quien nació en el seno de en una familia presbiteriana en Pensilvania, EE.UU. Russell, un interesado por el estudio de la Biblia, formó con un grupo de amigos en esa ciudad una congregación de estudio de las Escrituras cuyos miembros se identificaban como “Estudiantes de la Biblia”. Ellos sentaron las bases de una nueva religión cristiana, por medio de una reformulación de la vieja doctrina, que se opone al Catolicismo y al resto de las religiones cristianas. Una de las ideas de los Testigos

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de Jehová es que el ser humano no posee un espíritu que existe independientemente del cuerpo (como se muestra en mi libro “Viajeros del Tiempo” basados en las NDE). Ellos piensan que somos seres puramente materiales y que cuando morimos dejamos de existir. Sólo resucitaremos en el día del Juicio Final y viviremos eternamente si Dios considera que merecemos la vida eterna (los que no la merezcan morirán para siempre…). Al igual que los mormones, los Testigos de Jehová también se sienten poseedores de la verdad “única” y sostienen que todas las demás religiones son falsas. La “verdad” es propiedad única de ellos, no del resto. Una verdad, como hemos visto, no salida de la mente de Cristo sino de la interpretación bíblica de la mente del señor Russel… Pero los cristianos protestantes, a diferencia de los testigos y de los mormones, no se quedan para nada atrás. Las iglesias cristianas protestantes son muchas pero algunas de ellas tienen ideas fundamentalistas y desopilantes como esta (sacada de una página web perteneciente a una congregación cristiana norteamericana de nombre Ministerios Got Questions). En su página se lee lo siguiente: “Está claro que sólo hay una manera de recibir la salvación - conociendo a Dios y a Su Hijo, Jesús

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(Juan 17:3). No es obtenida por obras, sino por fe (Romanos 1:17, 3:28)... “Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hechos 4:12).” Es raro que Dios, que se supone que pretende que vivamos en el amor a nuestros semejantes, tenga en cuenta exclusivamente nuestra fe en Él sin considerar en absoluto nuestras propias obras... Aunque suene increíble, para muchos cristianos las obras no son importantes (un ejemplo de ello es la doctrina de Luthero). No importa a cuántos hambrientos les demos de comer, a cuántos ignorantes les demos nuestro saber, a cuántos enfermos curemos, a cuántos sin techo le demos cobijo, etc. etc. Eso “no importa” para el poderoso Dios. Lo único que nos salva – según estos cristianos – es leer la Biblia, ir a la iglesia y creer que lo que está escrito es verdadero. Un ateo diría que estos cristianos piensan de esa manera porque a esos pastores sólo les interesa que sus fieles depositen el diezmo. “No importa que no hagas buenas obras siempre y cuando me des tu dinero”. Está claro, por si alguien no entendió el chiste, que un buen ateo (o un cristiano de otra religión) no va a poner su dinero en dicha iglesia (por eso se remarca la importancia en la “creencia” [en dicha

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religión] en vez de las “obras”). Según esta manera de entender la mente de Dios (la idea de que sólo la fe nos hará salvos), concluimos que la auténtica religiosidad pareciera quedar reducida a una cuestión de mera “creencia”. Se supone, según esta manera de ver, que la simple “creencia” en un texto sagrado nos va a convertir en personas más buenas. Mucha gente dudaría de semejante afirmación viendo cómo se comportan muchos cristianos. Pero aunque sea cierto que la fe en Dios nos vuelva personas más buenas (podemos suponer que esa fe es muy profunda), no veo por qué esa fe tenga que ser administrada e inculcada por un grupo reducido de creyentes. No veo por qué simple humanos tengan que interceder entre Dios y todos nosotros en vez de permitir que cada persona se acerque a Dios por sí mismo e indague sobre Dios por sí mismo… Es indudable que individuos que se creen con la capacidad (por no decir autoridad) de conocer a fondo el pensamiento de algo tan inmenso como la mente de Dios son individuos poseedores de una confianza y fe en sí mismos tan grande como su propio ego. Y lo mismo podemos decir de los musulmanes − una de las religiones más numerosas del mundo – que piensan que el Corán (su libro sagrado) es la verdad revelada de un único y verdadero Dios: Alá. Para

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los musulmanes (al igual que para los cristianos) todas las demás religiones son falsas. Ellos se creen los dueños de la verdad. En base a tantas religiones diferentes desparramadas por todas partes del mundo, nos vemos tentado a pensar que cualquier sujeto buscador de la verdad, alguien que ansía de corazón conocer a Dios, se sentiría extraviado entre tantas verdades reveladas. No tendría la menor idea de en dónde encontrar la ansiada “verdad”. Todo parecería depender, al fin y al cabo, de la iglesia que esté más cerca de su casa o del pastor que le toque el timbre una mañana… Religiones como el Islam, el Cristianismo, el Mormonismo, los Testigos de Jehová, incluso el Judaísmo, más que auténticas religiones se parecen a sectas. Lejos de ir en la búsqueda de la divinidad (como lo debería hacer una verdadera religión) estos grupos religiosos definen al Creador según patrones mentales arbitrarios. Según la idiosincrasia de sus líderes religiosos. Por lo tanto no podemos considerarlas verdaderas religiones sino la proyección del ego humano sobre la inmensidad. Una suerte de metafísica del ego. Un intento desafortunado de comprender a Dios desde la propia pequeñez humana.

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Las personas verdaderamente religiosas nunca se consideran elegidas ni se refieren al Creador como alguien a la cual se conoce “perfectamente”. Ni siquiera las personas que pasaron por una NDE (Near Death Experience) afirman tener una concepción perfecta del Creador, pese a que afirman haber estado en contacto con “la Luz”. Las personas realmente religiosas tienen una concepción muy vaga o abstracta de la personalidad divina, aunque todos parecen ponerse de acuerdo en una cosa: que Dios quiere que aprendamos a amar al prójimo. El Amor, según ellas, es lo más importante en materia de religión. Cuando se les piden definiciones sobre la naturaleza de Dios, éstas pueden definirla como el “todo”, el “conocimiento supremo”, el “hacedor de Universos”, el “gran benefactor”, el “Alfa y el Omega” etc. En realidad no interesan las definiciones personales que se tengan de Dios. El “cómo es Dios” es lo menos importante para una persona verdaderamente religiosa. Ese aspecto de la divinidad (el cómo es realmente Dios) el individuo lo va descubriendo a medida que evoluciona (evolución que supone la experiencia de muchas vidas). Para dar un ejemplo, un religioso occidental puede definir a Dios como el creador de todo lo existente. El Gran Artesano cósmico. Y un monje tibetano puede definir a Dios como el “no sufrimiento”, el “nirvana”, el “silencio interior”. Si es un

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aborigen, puede decirnos que Dios es el espíritu que anima todas las cosas (el Ánima). Cada cultura posee distintos grados de evolución y representa a Dios de una manera particular. De hecho, podemos definir a la Religión como una representación humana de lo divino, lo mismo que la Ciencia es una representación humana del Universo. La Ciencia utiliza el método lógico deductivo como herramienta para explicar el funcionamiento de la Naturaleza y las religiones utilizan la filosofía metafísica unida a experiencias místicas individuales y grupales para explicar la cosmología espiritual y el carácter y forma de Dios. Esto indica que toda religión está formulada, en última instancia, por los valores culturales del grupo que la profesa. Por el paradigma metafísico que gobierna al cuerpo social. Vemos que los occidentales se relacionan con el Universo en términos más intelectuales. Un europeo o un norteamericano se pregunta “para qué sirve” tal o cual cosa. Es un utilitarista. Supone que alguien importante debe tener algún tipo de ocupación o actividad. Entonces imagina a Dios como a un gran arquitecto cósmico que creó el mundo para nosotros. El hombre es el fin de la creación divina según su manera occidental entender, y es así como lo representa y adora. Pero el indio americano, a

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diferencia del hombre europeo, es un gran observador de la Naturaleza más que un inventor de máquinas. El indio construye su identidad a partir del medio en que vive, como si él fuera un elemento más del lugar que habita. Es un estudioso de su entorno natural. Entonces se da cuenta que en cada cosa que existe a su alrededor hay una fuerza inicial que lo impulsa. Hay un motor inicial. Nada es inerte ante sus ojos y por ende nada está MUERTO. Descubre que todo está VIVO y por ende define a Dios como el Gran Espíritu. La fuerza que anima todo lo existente. Finalmente tenemos al oriental, mucho más introspectivo que los dos anteriores. El oriental se pregunta: “¿soy feliz con lo que hago?”, “tiene algún sentido mi existencia”. Al indagar sobre sí mismo, el sujeto inicia una búsqueda de su propio ser, apartándose de la apariencia de un cuerpo cambiante hasta llegar a aquello que no cambia (atma). El atma (alma) no son los pensamientos. Tampoco las emociones. El alma es lo que existe detrás de toda ilusión externa e interna (maya). Es lo permanente en uno mismo. Es el propio ser. Y en esa alma descubre a Dios, pues todas las almas están vinculadas a una única fuente, como vinculado están todas las ramas del árbol a su tronco. Es por eso que para los orientales es tan importante la meditación. Porque en la meditación nos reencontramos con Dios. La voz de Dios se escucha cuando las emociones

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se aplacan y los pensamientos se desactivan. Esto es el “silencio total y paz interior”. Dios aparece cuando cesan las preguntas… Lo importante, en materia de religión, no es cómo el sujeto se imagine a Dios sino cómo éste se relaciona con los seres vivos. Cuál es el rol que considera que debe desempeñar en el Universo. No sólo con las personas que le rodean sino con todas las demás entidades: animales, plantas, minerales, la Tierra, el Sol, las estrellas… absolutamente todo. Incluso el propio cuerpo. El cuerpo también es importante pues podemos verlo como el templo del alma. Entonces la religión (cuando es verdadera) la podemos redefinir no como un conjunto de “creencias” sobre Dios sino como el ejercicio de una vida espiritual vinculada al convencimiento de la existencia de un ser Divino (sin importar cómo se lo defina) como también al convencimiento de una vida después de la muerte física (es decir la convicción de que nuestro verdadero ser trasciende el mundo VISIBLE). Fíjense que usé los términos convencimiento y convicción para definir la palabra “religión” en vez de creencia, pues para mí sólo se puede llegar a ser religioso cuando uno está convencido de lo que se cree. Si no hay

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un profundo convencimiento de aquello que se cree, el corazón del supuesto “creyente” pasa a estar ocupado por otro tipo de intereses y preocupaciones y ya no es posible ser un alma “religiosa”. El hombre religioso, como tal, desaparecería. Y sin la existencia personas religiosas es absurdo decir que existe algún tipo de “religión”. Deberíamos preguntarnos religión de qué. Buena parte de las religiones han sido construidas mediante el mecanismo de proyección del YO sobre el ser divino y la religión griega y romana es un caso típico de ello. Aunque no me animo a decir que esto ha ocurrido en TODAS las religiones, pues no me considero un especialista en este tema, sí me animo a afirmar que es algo típico de las religiones que dominan la fe en occidente (las religiones mosaicas). Sin embargo, lo sorprendente de todo esto es que este mecanismo de proyección de nuestra propia imagen sobre las cosas es algo que lo encontramos también en la misma Ciencia, por lo que el problema ya deja de suscribirse solo a aspecto espiritual del ser humano sino también al intelectual (y por ende a la cultura en general). Retomando de nuevo la cuestión del antropomorfismo religioso explicado líneas atrás, tanto el Zeus de los griegos como el YAHVEH de los judíos poseen características y conductas que podemos

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encontramos tranquilamente en cualquier persona de la calle. Como muchos de nosotros ya aprendimos en nuestra adolescencia, el poderoso Zeus, divinidad máxima del panteón helénico y rey de toda la Creación, se enamora y seduce a hermosas doncellas, se pelea a menudo con su iracunda esposa Hera, castiga a sus hijos cuando éstos se atreven a cuestionar sus actos y dictamina una condena brutal contra el titán Prometeo después de que éste osara robar el fuego sagrado del Olimpo para dar vida a sus estatuillas de barro y crear así a la especie humana. YAHVEH, por su parte, se enfurece cuando Caín mata a su hermano Abel, echa maldiciones a los pobres pueblos paganos por ser licenciosos y adorar ídolos falsos, declara a los judíos como su “pueblo elegido” y amenaza con condenar al fuego eterno a aquellos que no cumplas sus sagrados mandamientos. Amor, odio, sumisión y venganza son rasgos que los hombres han albergado en su corazón durante siglos y proyectado, sin cuidado, sobre sus demonios y dioses. De esta manera, mediante este eficaz mecanismo egocéntrico, los humanos han podido sortear el antiguo misterio de lo insondable para sentirse abrazados por los cálidos brazos de la inmensidad. Dios “me ama a mí” porque yo lo complazco, porque ama “lo que yo amo” y odia o margina a aquel que “yo considero peligrosos o diferente”. Incluso puedo “manipularlo” pidiéndole que

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castigue a mi enemigo o que me conceda tal o cual deseo, pues no nos olvidemos que los dioses creados por los hombres son entidades tan “humanas” que se permiten hacer concesiones o pactos con sus adeptos. Así pues, con esta manera egocéntrica de comprender la divinidad, hay un dios para cada comunidad, para cada grupo étnico, para cada necesidad e incluso para cada individuo en particular que se le ocurra fundar una nueva “religión”. La Ciencia moderna, por su parte, al igual que la religión grecoromana y cristiana, como si estuviera afectada por el mismo estigma cultural, no parece escapar a este clásico egocentrismo. El objeto de adoración de la Ciencia no es Dios sino el Universo. La Ciencia se encarga de describirlo y definirlo en base a un conjunto de teorías y leyes. Así como las religiones tienen a sus sacerdotes, monjes o brujos; autoridades encargadas de escribir y administrar las tablas de la ley, la Ciencia tiene por autoridades a los científicos. Los científicos son los únicos autorizados en poder definir y modificar los principios que constituyen el núcleo de la Ciencia. El antropomorfismo de los científicos consiste en pensar o creer que la mente humana, con su inteligencia racional y sus limitados órganos de percepción, es suficiente o basta para describir correctamente a todo el Universo. El científico, al igual que el religioso, proyecta mentalmente sus facultades lógicas sobre el mundo y cree

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(o se persuade) de que el Universo está gobernado por esas mismas propiedades lógicas que él experimenta en su mente y aplica en sus asuntos cotidianos. Piensa, con una dosis fuerte de confianza, que las fuerzas que gobiernan el vasto Universo pueden ser comprendidas por su humana inteligencia y que esas fuerzas, que él representa en sus esquemas teóricos, pueden guiar, como verdaderos dioses paganos, todo el orden de las cosas. Así pues el darwinismo (una de las teorías más difundidas y apoyadas por la Ciencia) les ha hecho creer a muchos científicos que un mecanismo tan incipiente como la variación aleatoria de los genes sumada a la selección natural (y algunas otras cosas más como la “deriva genética”) son suficientes para explicar la aparición de TODAS las especies. Desde la primera bacteria que apareció supuestamente hace millones de años hasta la Biósfera entera. Un mecanismo tan simple y muy comprometido con eventos azarosos o circunstanciales (pequeños cambios sin dirección) asume, en la mente del científico, poderes transformistas tan espectaculares y efectivos como los que podría tener cualquier DIOS creador…. Es tan enormemente indemostrable la macroevolución por este tipo de “leyes”, que cualquier tipo de organismo vivo que encontráramos a nuestro paso bien podría explicarse por este modesto mecanismo. Nada súpercomplejo y extraordinario se

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le resiste a la máquina darwiniana. Y es justamente en esa definición vaga y generalizante de la teoría donde radica la razón de su gran fuerza. Su gran poder explicativo. Poder explicativo que, como muchos pasajes del Génesis, es puramente VERBAL y no trasmite ningún conocimiento. Entonces, mediante la aceptación de este mito científico, se asume que las leyes de Darwin (azar y selección natural) son las responsables del origen de lo vivo. Y lo mismo que decimos de la Biología lo podemos decir de las leyes de la Física, que intentan explicar el origen mismo del Universo mediante cuatro leyes básicas: electromagnetismo, gravedad, fuerza nuclear fuerte y débil. Dichas leyes son el cuerpo teórico de la teoría del Big Bang. Teoría que supone que las mismas leyes que gobiernan un átomo pueden explicar la Vida e incluso algo tan inescrutable como la conciencia… Vemos aquí que los científicos, al igual que lo hacen los religiosos o los viejos alquimistas de la Edad Media, a la hora de explicar nuestros orígenes parecen apelar al “misterio”. Debemos creer que esos simples modelos científicos pueden dar respuesta a todo (al menos a todo lo más importante, que es nada menos que aquellas preguntas que tienen que ver con nuestros ORÍGENES). De esa forma el Universo, Ciencia mediante, deja de ser algo inescrutable para pasar a ser algo más familiar. Algo muy cercano al hombre. De

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la misma forma que un pastor evangelista nos invita a leer la Biblia para “conocer” el pensamiento de Dios, el físico nos invita a leer a Einstein para conocer como “es” el Universo. Y a Darwin para “saber” de dónde provienen los seres vivos. El Universo se pone a nuestra altura y nos “mira”, y, evocando las palabras del célebre divulgador de la Ciencia Carl Sagan, ya no es necesario apelar a mitos y sofismas para poder comprenderlo (al menos a mitos religiosos…). El paso a seguir, una vez “conocido” el Universo, es la manipulación de ese hermano Universal. Sólo que en este caso no apelaremos a velas ni exóticas danzas o oraciones. La Ciencia nos provee de otro tipo de instrumentos para ello. Una vez desnudado el Universo y saber cómo funciona cada una de sus partes, el hombre buscará sacarle el máximo provecho para beneficio propio y, si es necesario, mal ajeno. Una mujer que vive sólo para sí misma y que se planteó vivir la vida sin un hombre al lado que la acompañe buscará, mediante la inseminación artificial, quedar embarazada para lograr su sueño “personal” de ser mamá. Pedirá que ese espermatozoide provenga de un hombre caucásico, de origen anglosajón si es posible, y que no tenga los genes de la homosexualidad ni del síndrome de Down. Una empresa biotecnológica

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fabricará semillas transgénicas y distintos tipos de pesticidas esperando obtener con ello, no más comida para la gente sino cuantiosas ganancias de dinero. Un país desarrollará un tipo de bomba de gran poder expansivo para destruir grupos terroristas que amenacen los intereses económicos de su propia nación. Una nueva y revolucionaria tecnología intentará debilitar los tornados, aplacar huracanes y bloquear la acción de las tormentas, para proteger a un sector de la población del impacto atmosférico generado por el cambio climático. Resulta que ahora, antropomorfismo mediante, el Universo deja de ser algo complejo y pasa a ser algo más simple que no sólo podemos manipular sino también temer o amar. Si sacamos provecho de él entonces le amamos, pero si nos amenaza con inundaciones o plagas, entonces le tememos y nos tenemos que defender. Vemos cómo el Universo (o la madre Naturaleza), gracias a la manera en que nuestra Ciencia nos “revela” su rostro, se transforma en un personaje que bien podría formar parte de nuestra larga y dolorosa historia. Al igual que los mitos griegos, donde los dioses convivían con los humanos y se batían a duelo con éstos, el Universo creado por la Ciencia se inmiscuye diariamente en nuestras vidas para robar nuestro futuro o darnos la bendición. Compite con nosotros y trata de aplastarnos, pero si logramos domarlo como a una fiera

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salvaje puede transformarse en nuestro mejor aliado. Ya no existe diferencia entre el rostro del hombre y el rostro del Universo. Éste se manifiesta frente a nuestros ojos como una criatura tan bella como cruel, repleta de estructuras algorítmicas como de extraños caprichos y oscuras contradicciones. El hombre y el Universo son UNO gracias a esta metafísica creada por la Ciencia. Llegado a este punto podemos comprender con facilidad por qué la Ciencia parece haberse transformado en una rival más de la Religión. Si bien en apariencia son aspectos del saber bien diferenciados (una hace referencia a un supuesto Dios y la otra a definir el Universo) ambas están enraizadas en un mismo paradigma cultural. Parten del mismo origen. Y este es el ego del hombre. Un ego generado por un desequilibrio interno. Por un desbalance entre su aspecto femenino y su aspecto masculino. Ambos sistemas (científico y religioso), lejos de describir correctamente el Universo o la divinidad, son un espejo perfecto de la propia dimensión humana. Y no de cualquier dimensión sino tal vez de la PEOR dimensión, ya que tanto desde el campo de las religiones mayoritarias (cristiana y musulmana) como del campo de la metafísica científica, se han producido en la Tierra las peores barbaridades. Si miramos la historia de estas religiones (dominantes en

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la cultura occidental) y de algunas religiones paganas, las encontramos repletas de fanatismos y guerras. De sacrificios humanos abominables. En el caso de la Ciencia, ésta, más que haberse trasformado en una herramienta inofensiva para comprender contemplativamente el Cosmos y ponernos en armonía con la Naturaleza, se ha transformado en una eficaz herramienta expoliadora para sacar provecho de los recursos de la Tierra sin considerar el terrible impacto medioambiental causado a ella. ¿Y con qué fin? se preguntaría uno. Con el único fin de forjarnos una vida acomodada y opulenta. Viviendo del derroche y la fastuosidad material. De una vida de lujos con el alma empobrecida. Sin duda nos hemos convertido en la octava plaga del planeta. En el peor azote infernal que pudiera padecer un sistema viviente. La conclusión que podemos sacar de todo esto es que tanto la Religión como la misma Ciencia han hecho de su objeto de estudio algo insignificante y pequeño. Bajo esta nueva definición de ateísmo, definición que surge de una redefinición del concepto de Religión cuyo sentido es distinto de aquel que hemos aprendido en sociedad, podemos ver que los ateos, lejos de ser un grupo minoritario y sin influencia social en nuestro mundo son, por el contrario, la comunidad más abundante del planeta.

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Visto que la mayoría de las personas que se autodefinen como religiosas parecen seguir una filosofía de vida más laica, laicismo que los deja muy desamparados frente a un mundo tan competitivo e injusto, ya no es válido seguir suponiendo que aquello que predomina en la sociedad mundial son los valores que predica la Religión. Muy por el contrario, es la falta de fe en un sentido más profundo de la vida, en un más allá que nos espera tras la muerte y en un Dios que nos premiará al final de todo por las virtudes cosechadas en vida lo que parece abundar en casi todos los grupos humanos. La Ciencia, con su lobbie a favor del ateísmo o del agnosticismo, bien ha ayudado a que este espíritu laico crezca. La cuestión que ahora nos atañe es pensar en cómo queda la postura de los ateos frente a ésta flagrante realidad. Porque han sido justamente ellos los que han denunciado el supuesto “mal” de las doctrinas religiosas y han venido esperando desde hace décadas que ese supuesto mal algún día acabe. Qué podrían decir ahora si se enteraran que ese supuesto “mal” llamado religión nunca ha sido el patrón principal que ha guiado la conducta humana en éstos últimos siglos y que ésta, lejos de apoyarse en certezas metafísicas, se ha apoyado más bien en una lógica práctica y hasta yo diría “rudimentaria”

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del sentido del vivir buscando siempre satisfacer toda clase de deseos, vicios y demás necesidades “mundanas”. Que la religión ha sido usada en realidad como un paraguas temporario para proteger el ego humano de todo tipo de males sociales o para espantar fantasmas como la Muerte y la propia culpa y que, para concluir, las instituciones religiosas han operado más como partidos políticos aliados al poder imperante (o sea con una lógica laica) que como instituciones nobles abocadas a construir puentes para ayudarnos a alcanzar metas más supremas. ¿Qué dirían los ateos AHORA? ¿Seguirían insistiendo con eso de que los seres humanos nos podemos arreglar bien solos y que no necesitamos creer en ningún Dios ni esperar que ningún Dios nos encamine y nos salve? Visto que la especie humana ha fracasado a lo largo de su Historia en su objetivo de forjar una sociedad más justa, no veo como el laicismo, o lo que es peor, la profundización del laicismo, pueda promover esas utopías sociales de un “mundo más justo” como las promovidas por el marxismo, el socialismo, el liberalismo, el anarquismo, el humanismo y todos esos “ísmos” habidos y por haber que hemos venido escuchado y que habremos de seguir

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escuchando vaya a saber uno hasta cuándo. Está claro que muchos ateos (o sus primos hermanos los agnósticos), con su larga perorata anticlerical, nos vienen prometiendo inútilmente la venida de un mundo mejor. El marxismo es el más claro ejemplo de esas utopías que nunca se realizan (y que dicho sea de paso NUNCA se realizarán…). Pero hay otros ateos que son menos utópicos y, a diferencia de los anteriores, sostienen que el mundo está condenado a ser una bola de caca por el resto de su existencia. Sutil argucia ésta demostración de “pragmatismo” pues aquellos que se encargan de hacer caca por todas partes son los mismos que hacen las leyes políticas para después cagarnos a todos. ¿Estarán obligados por sus propias leyes a cagarnos encima, o es que nos cagan porque se les da la gana? Allí tenemos al liberalismo económico, claro exponente del “yo hago las reglas del juego pero después esas reglas se gobiernan solas…”. Creo que a eso le llaman “las leyes del mercado”. Para terminar de ponerle la frutilla a este postre, concluyo por afirmar que resulta gracioso escuchar por los medios a estos “liberales” quejarse a diario del populismo de sus gobiernos y pedirle al mismo que cambie sus políticas sociales y clientelísticas para favorecer, con ello, el funcionamiento del Capitalismo. No veo por qué el Estado

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no deba responder a su propia lógica interna (marcada por intereses partidarios y pactos políticos) y joder con ello al mercado si el mercado hace lo mismo jodiendo a los políticos y al Estado siguiendo sus reglas también ¿se entiende? Es una ridiculez separar al mercado del Estado, pues la naturaleza humana es la misma en ambos lados. Parece claro, según lo visto hasta ahora, que el ateísmo es amplia mayoría en el mundo y que, desde el punto de vista de las religiones, es necesario una amplia “evangelización” a nivel mundial para recomponer el alma rota de los humanos. También sabemos (o deberíamos saber) que el predominio del ateísmo no ayuda en lo absoluto para lograr una sociedad mejor. Marxismo, Socialismo, Humanismo, etc. son todas utopías ateas que nunca han conducido a nada. Ni conducirán tampoco a futuro. Reemplazar el pensamiento metafísico, como proponen ideólogos como Dawkins, por otro más mundano y materialista no nos ha ayudado a ser personas mejores. No ha servido para erradicar la corrupción de los Estados ni la injusticia y el “rapiñaje” de los mercados. Yendo al otro polo, una Religión que está comprometida más con sus ministros que con el mismo Dios no nos sirve para nada tampoco. A eso yo le llamo “falsas religiones” y,

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como tal, son otra manifestación del ateísmo. Camuflada, claro está. Si Dios está ausente en el corazón humano no hay teísmo verdadero, sino simple “postura religiosa”. Pero este ensayo no ha respondido aún a la última y más importante pregunta. Y esta es ¿Es el ateísmo un mal? (palabra que está en el subtítulo del libro). ¿Por qué he osado definir al ateísmo como un mal en vez de definirlo como un camino intelectual legítimo a seguir? Sostengo que el ateísmo es un mal por dos razones. La primera es porque en un mundo donde la realización de las grandes utopías se ha vuelto una tarea tan difícil (a punto de que algunos ya hablan del “fin definitivo de las utopías”) la necesidad de devolverle a los seres humanos la gran esperanza de la trascendencia y del sentido profundo de la Vida podría y debería ayudarles mucho para que estas utopías sociales que parecen inalcanzables pasen a ser una meta menos remota o distante. No son pocos los que piensan que la Religión, entendida como yo la entiendo y no como la describen algunos textos académicos, es una gran conspiradora contra esas fuerzas oscuras que han dominado desde hace mucho la vida humana. La certeza verdadera en un Creador y en una Vida después de la Muerte ayuda mucho a mitigar los dolores cotidianos y asiste diariamente al sujeto para que

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éste viva con más fuerzas y alegría. Además, cuando un ser humano se acostumbra a vivir con una perspectiva de vida más profunda, y en consecuencia con menor egoísmo, ayuda a los demás a vivir mejor porque les hace la vida menos difícil. Está claro que es más fácil ser mejor persona cuando los demás te ayudan a serlo. La famosa frase que hemos escuchado más de una vez “ser bueno no sirve de nada” o la otra frase muy común “no se puede vivir del amor” muestra a las claras la dificultad que tiene el hombre contemporáneo en abrazar valores más elevados en un mundo en donde la mayoría parece “tirar para abajo”. La ausencia, en la mente de las personas, de un Dios que tienen planes para nosotros, que pone límites a nuestras acciones y que premia al que “hace las cosas bien” mientras se encarga orientar (no necesariamente «castigar») a aquel que hace las cosas mal, tiene, como consecuencia, que el mundo pase a regirse exclusivamente por leyes creadas e impuestas por los hombres. El ateísmo predica justamente eso; invita a los hombres a descreer en un ser superior y a encomendarse a la ardua tarea de llevar adelante la utopía social de un “mundo mejor” sin otros valores que los determinados por nosotros, esto es por nuestra Ciencia y nuestras instituciones laicas. Para

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el ateo, sólo el hombre salvará al hombre, ya que no existe un ser superior que lo asista. Pero este discurso profano, embebido de tanto “humanismo”, tiene un talón de Aquiles, y es que en un mundo regido por leyes “humanas” donde las únicas preocupaciones que acosan al sujeto son el de vivir para lo “material” (porque no hay trascendencia humana) es un mundo que va a estar dominado por aquellas personas que detenten el poder. Se necesita poder para cambiar el mundo, para reformularlo y disciplinarlo. Y estos grupos poderosos no estarán sometidos a nada, más que a su propia ideología y sus propias pasiones… En un mundo ateo el “poderoso” es la ley, es la fuerza que construye la Historia y da forma al cuerpo social. Al ser él el auténtico constructor de la Historia, se deduce que él será el verdadero artífice de eso que llamamos “realidad” (ya que no existe una realidad “superior”). Esta identificación del “poderoso” (o los poderosos) con las fuerzas dinámicas de la Historia le otorgan al poderoso cierta autoridad para actuar. Una autoridad que se hará carne con la ley, pues no debemos ser tan ingenuos de creer que aquellos que gravitan en la cúspide del sistema se van sentir en pié de igualdad con los otros que no lo están. Puede que desde el discurso político se sientan igual a sus conciudadanos y vivan todos una suerte de sociedad “igualitaria” (como la que predica

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ideologías como el Comunismo) pero no igualdad desde los actos. En ninguna dictadura del mundo (haya sido de izquierda o de derecha) el aparato estatal trató de la misma manera a un campesino o simple trabajador que a un poderoso o líder político de ese mismo Estado. Ni en la China de Mao, ni en la Rusia comunista, ni en la Alemania Nazi, ni en la aristocrática Inglaterra o en el “país de la Libertad (corporativa)” que es EE.UU. Ni siquiera en los países “democráticos y laicos” de la Unión Europea, donde vemos que los gobernantes muelen a palos en las calles a estudiantes y miles de obreros para proteger los intereses usurarios de los bancos. Tampoco son todos iguales en el impecable socialismo de Cuba, donde la presencia de un Estado vigilante sumado al nacimiento de una pequeña burguesía comercial (beneficiada por el turismo y la importación de bienes de consumo) nos habla de una estratificación de poderes políticos y de diferenciación de clases sociales. Ningún sistema político “laico o ateo” trata a todos los seres humanos por igual. Tampoco, para ser justos, ha habido igualdad en estados “religiosos” como el Vaticano. Y un buen cristiano diría, con razón, que eso fue así “porque Cristo estuvo ausente en el corazón de aquellos que dirigieron la Santa Iglesia…”. Ya habíamos hablado anteriormente que la religión vivida como “postura” deriva en males sociales que aquejan por

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igual al mundo laico. No existen diferencias de fondo entre un estado que funciona sin religión y otro en donde la religión es tan sólo una fachada. El resultado final es siempre el mismo porque la lógica del Capital siempre se impone en ambos bandos, y el mejor ejemplo de ello fue el escándalo del Banco Ambrosiano. Fiel reflejo de que la lógica del dinero no respeta velas ni santos. Por lo tanto, retomando con el tema de un mundo sin Dios, parece evidente que una sociedad atea va a tomar la forma de aquellos hombres que graviten en la cúspide del sistema. Los intereses de la gente van a reflejar los intereses del grupo dominante. Por lo tanto queda claro que el ateísmo perpetúa el elitismo, siendo el populismo la cara política opuesta a las políticas sociales establecidas por la elite pero que nunca puede imponer su proyecto porque viola las leyes naturales que gobiernan el cuerpo social. Por lo tanto se produce allí una lucha permanente entre una sociedad igualitaria que nunca se logra y una sociedad elitista que nunca se destierra. En consecuencia podemos decir que la ausencia de lo divino en la Humanidad más que hacernos la vida más fácil ha por el contrario conspirado contra ese sueño de sociedad feliz. Pese a todo lo que pueda expresar en este ensayo,

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siempre vamos a encontrar en la vida a “humanistas” o “izquierdistas” que se opongan tajantemente a esta afirmación. Incluso hasta algunos de “derecha”. Ellos seguirán insistiendo desde los medios de comunicación y las Universidades que es posible lograr la utopía de un mundo laico y feliz. Pero, más allá de las buenas intenciones que tengan (y no dudo que las tengan), les será casi imposible torcer el curso de la Historia. Y es que el querer mejorar el mundo sin contar con la ayuda de una fuerza “ahistórica” (una fuerza que no provenga del SISTEMA) resulta para la inmensa mayoría de las personas una tarea ciclópea… Se nos está haciendo muy difícil (y eso lo vemos desde hace rato) intentar coordinar intereses y fuerzas individuales a nivel “macro” cuando existen tantas fuerzas culturales bien organizadas y anegadas en nuestra mente tironeando fuertemente para abajo. Digo “culturales” porque tienen que ver con la economía, la educación, la diferenciación de clases sociales, la psicología de los distintos grupos humanos, las diferencias generacionales, o sea con todo. Por más que existan miles de pequeñas fuerzas tirando “para arriba”, en la lucha esperanzada por alcanzar la utopía, SIEMPRE van a haber millones de pequeñas fuerzas tirando simultáneamente “para abajo”, y otra docena de grandes fuerzas tirando para abajo también (la fuerza de los grupos poderosos que no tienen la menor

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intención de que las cosas cambien para bien de todos). No parece difícil de ver que esta lucha es muy desigual. Que es como remar contra la corriente a la espera de que ocurra un MILAGRO. Y aquí parece explicarse por qué nada ha cambiado en siglos. ¡No hemos cambiado el PARADIGMA! Hablo de ‹‹paradigma›› porque la cultura moderna ha estado moviéndose en círculos desde hace más de 300 años. Todas las teorías (o al menos las que prevalecieron) que se han formulado en el área de la educación, de la Ciencia y de la economía (y socioeconomía) se han basado en el mismo supuesto; esto es que el Universo es un sistema material y que el hombre es un producto de las fuerzas materiales e históricas. Esta idea “materialista” ya regía en el mundo occidental antes que Marx. Marx lo que hizo fue interpretar la Historia y formularla en una teoría. Digamos que visibilizó algo que la metafísica cristiana ocultaba desde hacía siglos. En “El Hipermacho”, por ejemplo, la dinámica YIN-YANG no es una fuerza material ni histórica. Tampoco es una fuerza en sí mismo. Podemos comprenderla como un campo en donde se mueven los elementos complementarios del sistema. La Ciencia occidental considera que toda filosofía “taoísta” (que es la que expuse en mi libro) es pura metafísica y que está

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relacionada con los sistemas religiosos. La propuesta del libro fue la de equilibrar el espacio en el que se mueven los humanos para allanar el camino a la resolución de conflictos. El diagnóstico que hice fue “el Mundo está muy descompensado” y la solución que di fue “hay que armonizar”. Si no armonizamos primero no podremos avanzar. La propuesta religiosa es más “fuerte” y apuesta a la trascendencia y al vínculo con la divinidad. Es decir a la autosuperación. Una propuesta que no se contrapone con la otra pues para alcanzar la trascendencia primero hay que tener armonizado el alma… El equilibro interno YIN-YANG es el primer paso para conectar con lo divino, ya que cuando el intelecto y el corazón están unidos y libres de conflictos dialécticos la luz de la divinidad entra mejor (es decir sin bloqueos). Es por eso que mis tres libros (El Hipermacho, Feminismo o Matrismo, Viajeros del Tiempo) se complementan perfectamente y son una “mónada” en sí mismos. La sociedad occidental se ha venido moviendo en un sentido totalmente opuesto a estas propuestas y a las propuestas de los sistemas religiosos (esto involucra a las mismas instituciones religiosas, claro está), apostando a un paradigma que no le ha dejado ninguna salida. Se ha cavado su propia tumba moviéndose en círculos como la Tierra alrrededor del Sol.

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A causa de esta evidencia que parece incuestionable, pienso que estos utopistas laicos no nos pueden seguir pidiendo que nos pasemos toda la vida viviendo de esta manera; luchando contra la tormenta para ver algún día un mundo mejor… Es por eso que debemos encontrar, para tener alguna chance de alcanzar la utopía, alguna cosa disponible a nuestro alcance que aliviane nuestra “carga” y nos aumente el optimismo. El optimismo no es una fórmula mágica pero nos hace más fácil la vida. Las revelaciones dadas por la Tanatología (y mostradas en “Viajeros del Tiempo”) es una herramienta poderosa para alivianar nuestra pesada carga, pero desde luego no es la única. Otra cosa que debemos hacer para que nuestra vida sea más liviana es eliminar de nuestro vocabulario cotidiano la palabra lucha. Su sola mención ya nos desalienta y nos condiciona a la hora de realizar cosas importantes. Lucha es una palabra muy fea. Esfuerzo suena mucho mejor. Y es que el esfuerzo es algo que hacemos a diario. Permanentemente hacemos esfuerzo para conseguir cosas tanto materiales como espirituales. A veces mucho esfuerzo cuando sabemos de antemano que obtendremos algo que deseamos (o sea cuando existe un “incentivo”). Esa perorata conocida de la izquierda (incluso del feminismo) “¡Debemos luchar por la liberación!” es una frase espantosa que sólo sirve para ahuyentar a medio

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mundo, ya que el efecto que menos consigue es sumar más adeptos a la causa. Con los problemas que tiene la gente a diario y encima le vamos a proponer más “lucha”. Estamos realmente locos. La gente necesita alegría y conocimiento. Necesita que le devuelvan la autoestima, aunque su rol sea la de limpiar baños públicos. Lo que degrada realmente a una persona no es la tarea de “limpiar baños” sino que la sociedad no reconozca y dignifique esa tarea (y la pague como corresponde). Pensemos cuando Jesús se arrodilló frente a los apóstoles y les lavó los pies. Si Dios es digno fregando mugre, los humanos somos dignos también. Cuando despreciamos a un pobre o a alguien que realiza esas tareas despreciamos también a Dios. Ese fue el mensaje de Jesús. Las religiones, cuando son verdaderas, ponen mucho hincapié en eso de fortalecer la autoestima y vivir la vida con optimismo. Y esto es así porque cuando uno se siente hijo del Creador (o la Creadora) no se siente menos que nadie y sabe que el destino le depara un futuro luminoso. Que nuestra “existencia” puede parecerse a un túnel, donde parece que reina la oscuridad, pero que al final de ese túnel nos esperará la luz. Esta visión optimista de la Vida, tan distinta a esa visión árida y cadavérica que la Ciencia materialista tiene de ella, le devuelve al sujeto la confianza en el ‹‹sistema cósmico›› en el que vivimos y a su vez la hace ser una persona menos “envidiosa”.

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Menos preocupada por lo que hacen y poseen los demás. ¿Por qué menciono la palabra envidia? Porque es una de las palabra más importantes que hemos inventado y, curiosamente, la menos reconocida. Aquí volvemos a examinar a la anacrónica izquierda política echando guante a una de sus peroratas más reproducidas: “¡Los ricos nos roban y disfrutan de la riqueza mientras nosotros los trabajadores vivimos pobres y en desazón!” ¿Cuál será el mensaje encubierto de esta frase tan “revolucionaria”? El mensaje encubierto es muy sencillo de codificar (más si tomamos en cuenta el acento emocional que la izquierda le pone): la riqueza material es la base de la felicidad humana; si vives como un rico tendrás pocas preocupaciones y mucho por disfrutar pero si vives como un pobre la escasez te acompañará y poco de la vida disfrutarás. Otra frase que podemos codificar es (y esto le viene bien a las mujeres) la siguiente: “Si te casas con un rico tendrás la vida ‹asegurada››”. También tenemos otra frase: “Los ricos le roban a los pobres para darse la gran vida”, lo cual deducimos de eso que “pasarse la gran vida y joder a la gente pueden llegar a tener, según las circunstancias, una profunda relación”. Está claro que los ricos no están “locos” y que joden a la gente “para algo”. De alguna manera, las leyes del Universo (porque suponemos que Dios no existe para la izquierda),

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habilitan a los ricos para hacer lo que hacen. Las leyes de Newton y de Darwin conspiran impasiblemente a favor de la elite. Una vez codificada la revolucionaria frase y grabada en el inconsciente del pueblo, no se ve a las claras cómo los pobres del mundo decidan ponerse a luchar “desde su pobreza diaria” combatiendo al Capital, con el objeto de alcanzar la Utopía, cuando es infinitamente más fácil alinearse con el sistema y encontrar la salvación individual trepando en la escala social (como le propone el Capitalismo). Volverse rico no es fácil pero de ninguna manera UTÓPICO. Recibirse de médico y ponerse una clínica privada tampoco. Cambiar el Mundo (por lo visto) sí lo es… Por lo tanto ya en el discurso mismo de la izquierda parece haber un “guiño” oculto (y maléfico) hacia la derecha… Un elogio a la opulencia burguesa y una mirada desgraciada hacia las clases más humildes. De hecho que la izquierda ha sido siempre la mejor propaganda que ha tenido la derecha en toda su historia. Una glorificación permanente a los malos de turno. A aquellos que han sabido fundar su propio paraíso aquí en la Tierra a costa de los pobres. Y todo eso sin sumar “El Capital” de Carl Marx que, como herramienta para entender la economía, les ha servido más a los empresarios y banqueros que a los propios trabajadores. ¿Alguien se preguntó quien le ha sacado más “jugo” a ese monumental

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libro? Dudo que la gente que perdió sus casas en España y el resto del mundo… La izquierda no se da cuenta que al atacar la imagen sagrada de Dios está enterrando a los pobres. El rico va a desaparecer cuando el pobre no quiera ser como él… Al rico no hay que envidiarlo, hay que IGNORARLO, porque no es nada. Y hay que hacerles saber que no son nada… “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un rico entre en el reino de los Cielos.” Las palabras de Jesús son contundentes y no dejan lugar a dudas: Son una condenación categórica a la vida opulenta que predica el Capitalismo. Y es por eso que la misma Iglesia Católica ha pecado y ha sido condenada por el mismo Dios. Condenada a vivir en el descrédito social y en una desintegración permanente e imparable de sus corrompidas instituciones. Cada día que pasa menos jóvenes se unen a sus filas para formarse como sacerdotes (antesala de su futura e inexorable extinción…). Y esto ha pasado porque es una institución que, con el correr de los años, ha perdido su mística. Fue perdiendo con el tiempo su tradicional poder aglutinante. Ha dejado de ser una Iglesia que enamora a los jóvenes, como Jesús enamoraba en aquellos tiempos a los jóvenes judíos de Jerusalén. Esa

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ha sido su falta más grave, porque Jesús dijo: “Felices los niños porque de ellos será el reino de los Cielos”. Y cuando Jesús menciona a los niños está mencionando también a esos niños que están camino a hacerse adultos: los adolecentes. Está claro que si el Catolicismo no regresa desesperadamente a sus fuentes estará condenada a la desaparición. Dura tarea le queda al Papa Francisco… Aunque los humanos pocas veces hemos seguido las enseñanzas de los grandes maestros espirituales, actitud que nos ha alejado de la verdadera y única religión, me parece claro que la propuesta de estos sistemas es un mejor camino para logran una sociedad más justa y solidaria a ese camino que propone el ateísmo (o su primo hermano el agnosticismo) que es la de construir una sociedad utópica evocando a la lucha y al sacrificio individual en pos de la causa social. Sacrifico y lucha son palabras que se deshacen en la inmensa mayoría de los corazones proletarios, cuando se enfrentan al resplandor de la riqueza burguesa. Esta verdad la vemos diariamente en la gran corrupción que opera en toda la esfera pública. La corrupción es un cáncer social al que todavía no le hemos podido encontrar la vuelta… Parece claro entonces que es muy difícil seguir luchando en estas condiciones. Sería como pedirle peras al olmo. Es por eso que, para

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alcanzar con éxito la utopía social, ayuda mucho vivir en la trascendencia del espíritu y en la certeza de una vida con propósito. En la realización de esa agradable tarea (porque si se la practica se comprenderá que es agradable) puedo asegurar que son mucho más efectivos los sistemas religiosos que cualquier sistema laico y materialista que se jamás se haya inventado. “Son pocos los que pueden ser felices en el ateísmo o el agnosticismo, pero no hay ninguno que no pueda ser feliz sintiendo la presencia de la divinidad.” DL La fuerza de los sistemas religiosos, cuando entran en acción sobre el individuo, son más poderosos que cualquier psicología laica, llegando a sacar del infierno a millones de personas hundidas en la droga o en la desolación en menos que canta un gallo y encima, para ofrecer más datos, con menos o nulo gasto de dinero. Incluso hasta han podido curar enfermedades tremendas como el cáncer que ni la misma Ciencia con todo su arsenal tecnológico ha podido combatir. La prueba de ello la tenemos frente a nuestros ojos; basta observar la cantidad de gente que todos los años visitan santuarios como los de la difunta Correa o el gauchito Gil en la Argentina, la Virgen de Lourdes en Francia o la Virgen de Fátima en Portugal y escuchar los

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testimonios estremecedores de la gente que retornan a esos lugares para agradecer los bienes recibidos, basta todos eso para comprobarlo por uno mismo. Regresando a la cuestión de buscar la utopía por medio de una sociedad laica, sociedad que como sabemos más que promocionar la “libertad de conciencia” hay promocionado “el ego, el materialismo y la importancia personal”, si alguien produce un conocimiento o saber profundo (como el que produce la Ciencia) debería saber que eso le va a servir más al que tiene poder que al que no lo tiene. Por ende, el progreso del conocimiento científico está emparejado inequívocamente con el progreso de los grupos de poder. Los grupos de poder se vuelven más poderosos porque tienen a su alcance un conocimiento más poderoso; aquel proporcionado por la Ciencia. Y ese conocimiento poderoso no puede de ninguna manera estar en manos de gente inescrupulosa. De gente que piensa que Dios no existe y que el hombre es el único artífice de su destino. El ateísmo y el Estado laico, sea de izquierda o de derecha, proponen una sociedad sin Dios donde el individuo sea un engranaje más del sistema. Un objeto sin otro valor que el dado por los bienes materiales que produce. Lo vemos claramente en dos sociedades aparentemente desiguales en cuanto a sus políticas de Estado pero idénticas en cuanto a

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su PARADIGMA ideológico. Me refiero a EE.UU y China. La primera, supuestamente democrática, cristiana y libre; la segunda supuestamente comunista, atea y regulada. Tanto en un país como en el otro los individuos tienen una vida controlada por poderosas corporaciones. La libertad brilla por su ausencia. El bienestar común también. En EE.UU los millonarios controlan la educación y la política norteamericana. Los ciudadanos son idiotas útiles al servicio de un Estado absoluto. Sería ingenuo pensar que allí un rico es igual que un pobre… El gran predomino de la “cristiandad” no ha eliminado el racismo y la gran desigualdad social (que se ve muy claramente en el sistema educativo y de salud). Tampoco la pena de muerte, que está vigente en muchos de sus estados (el quinto mandamiento cristiano dice claramente “no matarás”). Además de eso, cuando los gobiernos ven que el pueblo sale a la calle en demanda de sus derechos, el gobernante de turno manda a las fuerzas de seguridad para reprimir a los manifestantes y establecer “el orden”. En vez de atender los reclamos de la gente devuelven con palos protegiendo a los ricos. En China (el otro país) el PC es el que domina. Allí las cosas están peor para el pueblo que en su homólogo EE.UU. Después de la muerte de Mao Zedong, su sucesor Deng Xiaoping puso fin a las políticas socialistas impuestas por la Revolución e implantó una

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política económica capitalista que generó profundas desigualdades sociales. Las políticas burguesas que llevó adelante en su país les arrebataron a los trabajadores y campesinos el control del Estado para dejarlo en manos de los grandes burócratas y empresarios locales y extranjeros. El resultado de eso es que un trabajador chino posee gran parte de la deuda de un ciudadano norteamericano pero éste posee los bienes que el trabajador chino produce en su país. “Quédate con mis bonos que yo me quedo con tu casa” es la consigna moderna del gigante de oriente. Después de todo lo mostrado por la Historia, debería quedarnos claro que una sociedad donde predomina tanto el ateísmo como el agnosticismo es una sociedad donde prevalece “la ley del más fuerte”. Y no precisamente fuerte por su amor al prójimo… La segunda razón de por qué pienso que el ateísmo es un mal (y con esto concluyo mi ensayo) es porque lo considero una consecuencia de un desequilibrio entre los dos principios supremos que rigen la Vida: el principio masculino y el principio femenino. A escala social, la expansión del ateísmo y/o el agnosticismo deben ser entendidos como un declive en la moral y en la espiritualidad de nuestra civilización. Una llaga profunda en la epidermis de una sociedad cada vez

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más corrompida y desentendida de todo. Mis razones para suponer esto las encuentro en las raíces mismas de la civilización occidental, es decir su carácter fálico. El falismo ha provocado en el hombre moderno una fractura interna con su costado femenino. Lesión que ha mutilado gravemente su conexión con la divinidad. Esa desconexión con la divinidad ha permitido la aparición de un sin número de teorías disparatadas (la mayoría pertenecientes a la Ciencia) en donde el hombre apenas parece distinguirse de esos guijarros que se encuentran en la playa o de un algoritmo escrito en un pizarrón. Y no sólo los hombres han sido víctimas de esas extrañas teorías sino los animales también. Toda la biósfera terrestre ha sido arrastrada por la desgracia humana. Considero por mi parte que es imposible alcanzar lo divino de una manera completa, es decir no solamente “ideológica”, sin echar mano a nuestras fuerzas emocionales más profundas. Esas que brotan de lo profundo de la conciencia y nos conectan con la “totalidad”. De existir una dimensión superior, como sostienen todas las religiones, la vía de comunicación con dicho plano trascendente debería lograrse superando el pensamiento racional permitiéndonos bucear en nuestro yo interno. En esos abismos arcaicos de nuestra mente que quedan tan lejos de nuestra percepción ordinaria. Sabemos que ese trabajo de profunda introspección ya

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lo hacían antaño los místicos y los chamanes, que en sus retiros espirituales o rituales sagrados lograban conectarse con la divinidad. Después de estudiar largo rato todo lo concerniente al mundo espiritual (religión, metafísica, esoterismo), entré en la cuenta que las fuerzas “femeninas” están siempre presentes en ese mundo. El mundo de las religiones está poblado de entidades o entelequias femeninas. Entidades que despliegan todo su poder y, en ocasiones, desafían el poder patriarcal. He notado que las personas que suelen ser profundamente religiosas hasta parecen más andróginas que el resto. Existe una androginia (a veces no claramente visibilizada) en todas las personas que practican con devoción su religión. Es como que si al abrir su conciencia a las esferas superiores permitiesen que entren en ella la fuerza andrógina de la divinidad. Según Mircea Eliade, el célebre historiador rumano de las religiones y además filósofo, dijo al respecto de esto: “La androginia expresa la coexistencia de los contrarios en el seno de la divinidad divina, es la fórmula arcaica de la biunidad divina. El pensamiento mítico y religioso, antes de expresar el concepto de la biunidad divina en términos metafísicos o teológicos, lo expresó

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en términos biológicos (bisexualidad). Toda la mística erótica india tiene por objetivo específico alcanzar la perfección del hombre por su identificación con una pareja divina, es decir, por vía andrógina. La androginia divina tiene como consecuencia la monogenia o antogenia, muchísimos mitos cuentan cómo la divinidad se dio a sí misma la existencia, manera simple y dramática de indicar que la divinidad se basta plenamente. El mismo mito apoyado esta vez en una metafísica refinada, vuelve a aparecer en las especulaciones neoplatónicas y gnósticas del final del mundo antiguo.” Sobre el mito de la androginia humana, Eliade dice lo siguiente: “En muchísimas tradiciones, el hombre primordial, el antepasado, es andrógino y versiones míticas más tardías hablan de parejas primordiales. Comentarios rabínicos dan a entender que Adán se había concebido como andrógino, siendo Eva la escisión del andrógino primordial en dos seres, varón y hembra. La bisexualidad del primer hombre es una tradición todavía muy viva en las llamadas sociedades primitivas (Australia, Oceanía) y aparece

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conservada o reformada en una antropología tan elaborada como la de Platón y la de los gnósticos. El andrógino primordial era muchas veces concebido como esférico (Australia, Platón), este mito andrógino esférico se funde con el huevo cosmogónico. La necesidad que el hombre siente de anular periódicamente la condición diferenciada y fija, para volver a encontrar la totalización primordial (ritual cambio de vestiduras en India y Persia...) tiene la misma explicación que las orgía periódicas en las que todas las formas se desintegran para poder volver al todo vivo de antes de la creación.” Muchos consideran a Mircea Eliade como uno de los fundadores del estudio de la historia moderna de las religiones. Escribió una obra monumental: el Tratado de Historia de la Religiones; Morfología y dialéctica de lo sagrado. Fue un erudito en el estudio de los mitos y elaboró una visión comparativa de las religiones, hallando relaciones de proximidad entre diferentes culturas y momentos históricos. Dada su inmensa formación como historiador de lo sagrado profundizó en el estudio de los mitos, sueños y visiones. Consideraba al misticismo y el éxtasis como un elemento primordial de la religión.

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Estando en la India, estudió el Yoga y leyó directamente en sánscrito textos clásicos del hinduismo que no habían sido traducidos a lenguas occidentales. Ello es así porque escribía y hablaba en ocho lenguas. Su nivel de erudición era sin dudas más que notable. Es interesante lo que dice Eliade respecto del ateísmo cuando hace referencia a lo profano. En su libro “Lo Sagrado y lo Profano” escribió lo siguiente: “Para el hombre religioso, la muerte no pone un término definitivo a la vida: la muerte no es sino otra modalidad de la existencia humana. Para el hombre religioso la Naturaleza no es nunca exclusivamente ‹‹natural››. La experiencia de una Naturaleza radicalmente desacralizada es un descubrimiento reciente. La secularización definitiva de la Naturaleza no es un resultado querido más que para un número limitado de modernos: los que están desprovistos de todo sentimiento religioso… Para los modernos desprovistos de religiosidad, el cosmos se ha vuelto opaco, inerte, mudo: no transmite ningún mensaje, no es portador de ninguna ‹‹clave››.” Más adelante añade:

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“Sólo en las modernas sociedades occidentales se ha desarrollado plenamente el hombre irreligioso. El hombre moderno irreligioso asume una nueva situación existencial: se reconoce como único sujeto y agente de la historia, y rechaza toda llamada a la trascendencia. No llegará a ser él mismo hasta el momento en que se desmitifique radicalmente. No será verdaderamente libre hasta no haber dado muerte al último dios. En última instancia, el hombre moderno irreligioso asume una existencia trágica y que su elección existencial no está exenta de grandeza. Pero este hombre irreligioso desciende del homo religiosus y, lo quiera o no, es también obra suya, y se ha constituido a partir de las situaciones asumidas por sus antepasados. En suma, es el resultado de un proceso de desacralización.” Este proceso de desacralización, como señala Eliade en su libro, viene acompañado de un proceso de masculinización de la cultura. Masculinización que parece iniciarse en la antigua Roma y que alcanzó su pico culminante a partir del siglo XVIII con la aparición de la revolución industrial, proceso que se vino perfeccionando hasta el día de hoy.

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El hecho de que yo considere que el ateísmo o el agnosticismo es un “mal” no implica que una persona sea mala por la sola razón de ser atea. La no creencia en Dios, por sí solo, no hace malo a nadie. Existen personas que son reconocidas por la comunidad como seres altruistas o preocupados por las cuestiones sociales y son (o han sido) ateos. Uno de ellos fue el célebre escritor portugués José Saramago, autor de una novela memorable que tuve la satisfacción de conocerla (La Ceguera). También hay ateos o agnósticos que han donado gran parte de su fortuna en instituciones de beneficencia, por ejemplo Warren Edward Buffett, uno de los hombres más ricos del mundo que donó, según los medios, el 99% de su fortuna. No me siento con autoridad ni conocimiento para poner en duda la moralidad de estas personas. Sin embargo, aunque no me caben dudas de que el ateísmo es inofensivo a “pequeña escala”, no parece ser tan inofensivo a escalas mucho “mayores”. Para contrastarla con un ejemplo más claro, podemos aludir al caso de las personas que pertenecen a las clases más altas. Si bien siempre encontramos entre los ricos sujetos preocupados por los “pobres” (muchos de ellos alineados a los partidos de izquierda) son la excepción a la regla frente una inmensa mayoría alineada a la “derecha”. Esto lo vemos mejor cuando observamos la diferencia de ingresos entre los que más tienen y los

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que menos. En general, todos están de acuerdo en que el Capitalismo conspira contra la igualdad ciudadana (los “Buffett” son la rara excepción). Podemos decir lo mismo de las mujeres ricas que se casan con un hombre pobre. ¿Existe algún impedimento físico para que esta unión no se concrete? Obviamente no. Y más cuando vemos que hay hombre pobres “bien parecidos”. La cuestión es ¿cuántas veces ocurre este tipo de uniones? Y así podemos seguir sumando ejemplos. Considero que la actitud solidaria y altruista de los ateos o personas no religiosas es una conducta «desviada» de la normalidad. No es para nada la regla sino la excepción. La prueba la tenemos a la vista… Por ende es inútil seguir insistiendo con esta idea moderna de que las religiones no son necesarias. Las religiones son necesarias, lo que no son necesarios son los dogmatismos. Para finalizar, transcribo una frase del gran taoísta Lin An que ejemplifica, a mi modo de ver, la gran diferencia entre un corazón profano y un corazón religioso. La frase dice así: “La gran mayoría de las personas se sienten mal y vacías porque usan las cosas para deleitar su corazón, en lugar de usar su corazón para disfrutar de las cosas.”

Otras Obras del Autor

El Hipermacho (Bubok 2010)

Feminismo o Matrismo (Bubok 2010)

Bubok

Poesías de Víctor Luna (Bubok 2010)

De Esto no se Habla (Bubok 2010)

Darwin Ha Muerto ¿Y ahora qué ? (Bubok 2011)

Viajeros del Tiempo (Bubok 2011)

Fuegos Fatuos (Bubok 2012)

¡Que Vuelva la Peseta! (Bubok 2012)

Desmontando al Kirchnerismo (Luna Blanca 2012)

Circo de Títeres (Luna Blanca 2013)

De Esto no se Habla II (Luna Blanca 2013)

En preparación:

De Esto no se Habla III (Luna Blanca)

El Nuevo Paradigma Biológico (Luna Blanca)

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