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Miguel Mendoza Luna Asesinos en serie: Perfiles Criminales ePub r3.0 xFullMetalx (Freddy Elric) 30.08.2018 Para el grup

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Miguel Mendoza Luna

Asesinos en serie: Perfiles Criminales ePub r3.0 xFullMetalx (Freddy Elric) 30.08.2018 Para el grupo LIBROS ASESINOS SERIALES REALES EPUB, PDF , ETC

Presentación entrar en la mente de un asesino en serie El presente libro es producto de la investigación desarrollada a lo largo de diez años en el curso Asesinos en Serie-Asesinos de Masas, asignatura electiva del Departamento de Comunicación de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Durante todo este tiempo me he dado a la tarea de recopilar información sobre el complejo tema de los denominados asesinos múltiples. A partir de diversas fuentes y de diferentes enfoques, he construido una serie de clasificaciones y de categorías para descifrar el enigma de la maldad propia de la mente de un tipo especial de asesino cuya violencia, crueldad y sadismo sobrepasan los límites de lo imaginable. El continuo diálogo con los estudiantes de diferentes carreras (Comunicación Social, Psicología, Derecho, Ciencias Políticas, Literatura, Enfermería, etc.), el aporte de sus valiosas preguntas y sus indagaciones particulares han contribuido, por supuesto, a la búsqueda de respuestas frente a los fenómenos del comportamiento antisocial y violento. Asesinos en serie: perfiles de la mente criminal expone, desde un enfoque descriptivo y analítico, las características patológicas del perfil del asesino en serie. La información aquí expuesta no pretende convertirse en un tratado especializado sobre la mente del criminal, pero ha procurado nutrirse de diferentes conceptos y teorías psicológicas y psiquiátricas relacionadas con los estudios en torno al fenómeno global de este tipo especial de criminal. A partir de las indagaciones del agente del FBI Robert Ressler y su larga experiencia con asesinos en serie, de los referentes fundamentales del estudio sobre psicópatas aportados por el profesor Robert Hare (investigador en el campo de la psicología criminal, profesor emérito de la Universidad de British Columbia) y por el doctor Vicente Garrido (reconocido criminólogo y psicólogo español), de las biografías recopiladas por autores de crímenes reales como Colin Wilson y David Everitt y de otras fuentes sobre criminales famosos -como el Diccionario del crimen, de Oliver Cyriax-, se configura en estas páginas la

síntesis informativa más completa posible sobre las características psíquicas, el modus operandi, las tipologías, las formas de capturar a las víctimas y las intrincadas biografías de asesinos en serie de diferentes partes del mundo. En ningún momento el tono y la intención del texto pretenden ser apologéticos; por el contrario, se busca exponer de forma crítica la crueldad de seres carentes de compasión a los que ningún ser humano debería imitar jamás. Su intención es la de guiar al lector e introducirlo en un territorio informativo que le revelará las claves para descifrar el complejo funcionamiento de la mente de algunos seres humanos que han hecho del asesinato su fuente de placer. En una primera parte, el libro define con precisión qué es un asesino en serie y cuáles son sus características más generales, así como sus posibles clasificaciones. En una segunda etapa (que se inicia con el caso más impactante y enigmático de todos los tiempos y que se ha aceptado como el primer ejemplo moderno de un asesino en serie: Jack el Destripador), se hace un extenso recorrido por categorías relacionadas con el crimen serial, como son los caníbales, los estranguladores, los doctores de la muerte y los vampiros, donde el lector encontrará detallada información biográfica sobre varios criminales famosos y otros menos reconocidos. Asesinos colombianos y de otros países latinoamericanos y una lista denominada “Los once más peligrosos del mundo”, se suman a los anteriores archivos para conformar un completo panorama del crimen serial. Casos de mujeres, niños, parejas homicidas, asesinos nunca atrapados e incluso asesinos propios de las ficciones literarias y cinematográficas completan el extenso recorrido por los diferentes tipos de asesinos en serie visibles a lo largo del siglo xx y hasta nuestros días. Aclaremos desde ya que muchos casos incluidos en el libro no obedecen exactamente al concepto más típico de asesinos en serie, pero sus características de violencia sexual y depredación los acercan a esta tipología; el lector incluso encontrará casos en los cuales se cometió un único homicidio que, no obstante, presenta móviles similares a los de los prolíficos asesinos en serie. Asomémonos entonces a los abismos de la mente del asesino en serie bajo el precepto que Robert Ressler, parafraseando a Nietzsche y refiriéndose a su actividad de investigador de crímenes violentos, ha convertido en su escudo de combate: debemos tener cuidado al mirar al fondo del abismo porque el abismo también nos mira: el que lucha contra monstruos no debe convertirse en uno de

ellos. Internarnos en los laberintos criminales de los asesinos en serie es también una forma de reconocer y afirmar nuestra gran diferencia con tales monstruos; reconocer la peor forma de crueldad humana, la peor anomalía de nuestra especie, es una oportunidad para comprender la necesidad de aferrarse y defender los valores sobre los que hemos edificado la emocionalidad, la compasión y el respeto por la vida.

¿Qué es un asesino en serie? El bautizo de un monstruo Según el FBI, los asesinos en serie (o asesinos seriales, según traducción literal del inglés serial killers) son personas que matan por lo menos en tres ocasiones con un intervalo de tiempo entre cada asesinato. A diferencia de otro tipo de asesinos, en la mayoría de casos, se hace evidente el uso de violencia sexual y la expresión de un carácter sádico sobre las víctimas. Desde el punto de vista psiquiátrico, de acuerdo con los estudios del profesor Robert Hare (Canadá, doctor en Psicología y profesor emérito de la Universidad de British Columbia), la mayoría de asesinos en serie son psicópatas sexuales: sujetos sin conciencia, incapaces de ponerse en el lugar del otro, que encuentran placer en los actos de violar y matar. El término asesino en serie fue acuñado a finales de la década de 1970, por el entonces agente del FBI y experto en criminología Robert Ressler (estadounidense nacido en 1937), como analogía con las series de televisión donde de manera dramática se deja al espectador en suspenso y a la espera del desarrollo del siguiente episodio. Al reconocer un tipo de casos en los cuales los asesinos repetían comportamientos (rituales) y su nivel de agresión hacia las víctimas iba en aumento, Ressler intuyó que este tipo especial de criminal con cada nuevo homicidio perfeccionaba su modus operandi e introducía nuevos niveles de violencia. En varios expedientes -como en los casos de David Berkowitz, Ted Bundy, Edmund Kemper y John Wayne Gacy-, el agente Ressler identificó cómo, homicidio tras homicidio, resultaba claro el aumento de la violencia física y sexual e incluso la sistematización de la forma de raptar y abusar de las víctimas. Esta situación le sirvió como evidencia para reconocer que la fantasía sádica de este tipo especial de criminal se iba perfeccionando con cada nuevo ataque. Por medio de entrevistas con diferentes asesinos convictos (como Richard Chase el Vampiro de Sacramento), Ressler logró refinar un perfil del asesino en serie prototípico. Ayudado por diferentes agentes con formación en psicología criminal, estableció diferentes parámetros para identificarlos y ayudar así a su captura. El término asesino en serie se popularizó muy rápidamente en diferentes escenarios. El mismo Ressler en el libro El que lucha con monstruos y en

diferentes declaraciones cuenta que, por medio de sus conferencias en diferentes facultades criminológicas y su intercambio de información con detectives y policías de todo el mundo, ha logrado generar conciencia y conocimiento acerca de ese tipo particular de homicida. Si bien la mayoría de asesinos en serie han sido detectados en los Estados Unidos, a medida que los cuerpos policiales y los criminólogos de todo el mundo se han dado a la tarea de estudiar casos similares a los de asesinos estadounidenses, se ha reconocido que el fenómeno es una especie de pandemia. Tanto en países orientales como en Latinoamérica, se han dado muchos casos de este tipo de asesino episódico.

¿Antisociales, psicópatas, monstruos humanos? La crueldad sexual, la perversión con sus víctimas, el placer que les produce torturar y matar y, por supuesto, el carácter episódico y ritual de sus crímenes convierten a los asesinos en serie en una tipología especial de homicida que requiere un análisis psicológico, psiquiátrico y criminológico diferente. Una parte de teóricos del tema definen a los asesinos en serie según el trastorno antisocial de la personalidad (TAP), cuyos parámetros son definidos en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM), de la Asociación Psiquiátrica de los Estados Unidos, manual que contiene una clasificación de los trastornos mentales y que va por la quinta edición. Este trastorno de personalidad se caracteriza por la pérdida de la noción de la importancia de las normas sociales (leyes y derechos individuales). Los sujetos que sufren TAP carecen de empatía y remordimiento, poseen una visión de la autoestima distorsionada y están en constante búsqueda de nuevas sensaciones (la mayoría de las veces mediante actos criminales); además, deshumanizan a las personas que los rodean (cosifican) y no se preocupan por las consecuencias de sus actos. Entre otros rasgos típicos de este trastorno se cuentan el egocentrismo, la megalomanía, la extroversión, la vanidad extrema, la impulsividad y la motivación por experimentar sensaciones de control y poder. El factor que suele poner en tela de juicio que todos los asesinos en serie coincidan con el TAP obedece a que dentro de sus criterios se señalan patrones delictivos durante la juventud (robos, piromanía, etc.), así como una personalidad irritable y agresiva, situaciones que no siempre se presentan; por el contrario, es muy frecuente que muchos asesinos en serie antes de sus actos homicidas no tengan historial alguno de comportamientos antisociales, y su personalidad no denote ningún tipo de carácter violento previo.

Otro sector de la comunidad científica insiste en que los asesinos en serie son en su mayoría psicópatas, más exactamente psicópatas sexuales, un tipo especial de personalidad hasta el momento considerado incurable. Los estudios de Robert Hare, la autoridad mundial en el tema, y los preceptos de Harvey Cleckey (presentados en su libro La máscara de la sanidad) exponen que los psicópatas se caracterizan por no entablar relaciones emocionales verdaderas; son sujetos que no experimentan remordimientos, por eso interactúan con los demás como si fueran un objeto al cual pueden utilizar para conseguir sus objetivos y satisfacer sus propios intereses. No necesariamente tienen que causar algún mal, pero si actúan en beneficio de alguien o de alguna causa aparentemente altruista es sólo por egoísmo, para su único y exclusivo beneficio. La falta de remordimientos del psicópata radica en la cosificación que hace del otro. Los psicópatas crean sus códigos privados de comportamiento, por lo cual sólo sienten culpa al infringir sus propios reglamentos y no los códigos comunes. Ellos disciernen entre el bien y el mal; en consecuencia, su comportamiento es adaptativo, y fingen comportarse adecuadamente, estrategia que les permite pasar inadvertidos. Aunque no presenten alucinaciones perceptivas ni trastornos cognitivos (alteración de la memoria, delirios psicóticos), los psicópatas se caracterizan por poseer necesidades especiales y formas atípicas de satisfacerlas, que por lo general implican comportamientos repetitivos (ritualización) y, por supuesto, actos de sadismo y perversión. El psicópata tiene claridad de sus actos, pero no experimenta piedad alguna por aquellos a quienes usa o ataca. Además, tienen la denominada empatía utilitaria, que consiste en una habilidad para captar la necesidad del otro y utilizar esta información para su propio beneficio, lo que constituye una mirada en el interior del otro para reconocer sus debilidades y así manipularlo. Vicente Garrido, criminólogo y psicólogo español del Instituto de Criminología de la Universidad Complutense de Madrid, insiste en que no todos los psicópatas son asesinos en serie, y viceversa; pueden ser estafadores, ladrones de cuello blanco e incluso personas exitosas que usan su poder para manipular y sacar provecho de otros. Algunos encuentran a través del homicidio, la violación y otros actos de extrema violencia (mutilación, canibalismo, actos de necrofilia) la forma de expresar su falta de empatía y de sentirse gratificados emocional y físicamente. Aquí ubicaríamos al psicópata sexual del tipo asesino en serie, el cual experimenta placer mediante impulsos sádicos, combinando sexo y muerte en sus rituales homicidas. Los criterios de diagnóstico de la psicopatía nos muestran a un sujeto que después de cometer un acto violento o cualquier tipo de acto delictivo no

experimenta el menor remordimiento y, de hecho, puede pasar con tranquilidad a otro tipo de actividad. En las entrevistas a los asesinos en serie se han reconocido declaraciones en las que se evidencia dicha situación: David Berkowitz (conocido como el Hijo de Sam) declaró que después de disparar a sus víctimas se sentaba a ver televisión sin siquiera pensar en lo ocurrido. Se ha calculado que el 1% de la población mundial sufre de este trastorno; se afirma que la psicopatía aparece entre los tres y los cinco años, tanto en familias estables como inestables (el psicópata puede proceder de cualquier familia y entorno). También se acepta que la psicopatía es incurable; de hecho, Robert Hare ha visto a lo largo de muchos años de investigación cómo los programas de rehabilitación de psicópatas son contraproducentes, pues estos individuos aprenden, durante las terapias, sobre sí mismos y sobre otros psicópatas para así perfeccionar sus formas de enmascararse y posteriormente cometer delitos sin ser atrapados. Walsh, Swogger y Kosson señalan que es factible sugerir que los psicópatas se involucran en una violencia instrumental, premeditada y a sangre fría, mientras que las personas que sufren de un TAP se concentran en una violencia defensiva. Ante estas ideas, resulta evidente que los crímenes de la mayoría de los asesinos en serie están más motivados por un carácter utilitario: extraer placer de la situación de control y poder sobre una vida humana. Su perfil, entonces, se ajusta más a la psicopatía, especialmente en relación con la idea de su total incapacidad de empatía y en la fuerte carga sexual de sus actos.

¿Qué no son los asesinos en serie? En los medios y en las narrativas de ficción es frecuente que se confunda al asesino en serie con el asesino de masas (en inglés, massive killer), tipología criminal que, si bien puede guardar elementos en común, resulta muy diferente. Los casos de masacres en colegios o universidades, cultos homicidas o suicidas, asaltos armados en cafeterías, francotiradores, etc. suelen responder a motivaciones de índole diferente de las de los asesinos en serie. En este tipo de crímenes en masa, el componente de perversión sexual no resulta tan evidente, aunque algunos líderes de culto, como Charles Manson o David Koresh (responsable de la masacre de Waco Texas), usaban su poder para tener sexo con los miembros de sus “familias”; en estos casos se manifiesta más un odio contra la sociedad y contra sus convenciones. Es frecuente que se trate de individuos desadaptados que se sienten excluidos de la sociedad, a la cual culpan de todos sus males.

En la jerga psiquiátrica se suele aceptar que, mientras los asesinos en serie son psicópatas, los de masas se ajustan más al concepto de sociópata. Otra tipología intermedia que genera confusiones es la de spree-killer, traducido al español como asesino frenético o asesino relámpago, que, a diferencia del asesino en serie, no actúa motivado por sadismo sexual o por el ansia de someter a sus víctimas a perversas fantasías de poder, sino por una frustración interior y una sensación total de asimetría con el entorno, las cuales terminan convertidas en una ira irrefrenable y un deseo de venganza que lo consume. Tales situaciones lo conducen a un asalto final (por lo general armado con suficiencia) que contempla la destrucción de vidas humanas y la suya misma. En algunos casos planifica detenidamente su ataque final adquiriendo armas o explosivos; en otros, su ira se detona de manera irracional y caótica. Puede escoger lugares como colegios, universidades, oficinas, restaurantes, etc., que simbolizan para él cierta identificación y seguridad o, por el contrario, escenarios que han definido su fracaso y su infelicidad. Una variante de este tipo de ataques es el de los llamados McMurders, denominados así por escoger como sitio de asalto un lugar de comida rápida. En 1984, James Oliver Huberty entró en un McDonald’s en California y con un rifle asesinó a veintiuna personas; en 1991, George Hennard (en Bell, Texas) irrumpió con una camioneta en la cafetería Luby’s y con una ametralladora semiautomática asesinó a veintitrés clientes del lugar; en 1986; en Bogotá, Colombia, Campo Elias Delgado, después de asesinar a unas mujeres conocidas, así como a su madre y a algunos vecinos, disparó en un restaurante y mató a veintinueve personas. Otra situación de confusión, debida en gran medida a películas como Psicosis, El resplandor e incluso El silencio de los inocentes y El dragón rojo, es la de un esquizofrénico convertido en asesino en serie. El esquizofrénico por lo general muestra un pensamiento desorganizado, delirios, alucinaciones y alteraciones en el ánimo, las emociones, el lenguaje y su conducta. Son raros los casos de personas que sufren esta enfermedad mental y se conviertan en verdaderos asesinos en serie. Por supuesto que, afectados por un delirio psicótico, los seres humanos pueden pasar a acciones violentas como las de los acosadores de famosos (stalkers) también denominados erotomaniacos, trastorno mental en el que un sujeto mantiene la creencia ilusoria de que otra persona, generalmente de un estatus social superior, está enamorada de él. Su obsesión puede conducirlo a eliminar a su objeto de deseo (el caso de Mark Chapman, el asesino de John Lennon, o el de John Hinckley Jr, que intentó matar al presidente Ronald Reagan para llamar la atención de la actriz Jodie Foster). Pocos asesinos en serie capturados, como Richard Chase, han sido

diagnosticados con esquizofrenia. En otros casos apenas se han reconocido rasgos propios de la psicosis, como son la pérdida de contacto con la realidad, las alucinaciones y los delirios. Los casos del estadounidense Ed Gein o del caníbal venezolano Dorancel Vargas son ejemplos de tales rasgos como detonantes de los crímenes.

En la mente del asesino en serie: dieciocho puntos para descifrarla Para tener mayor claridad sobre los asesinos en serie, veamos a continuación elementos y situaciones propios de estos criminales que nos permitirán descifrar el funcionamiento de su compleja y perversa mente criminal.

Ausencia de motivo real directo Si bien el asesino en serie puede dar fe de un interés o motivo especial que lo mueve a matar (la idea de que una fuerza oscura le ordena matar o que su deber es eliminar a la raza humana impura, por ejemplo), su relación causal con las víctimas es casi nula; las víctimas pueden presentar características comunes, pero no tienen una relación directa y especial con el asesino; es decir, no estamos ante crímenes pasionales por venganza, en los que el asesino cobra a su víctima una afrenta causada con anterioridad. Los motivos obedecen a móviles más complejos, instalados en la mente del asesino. Al no existir una relación directa entré atacante y víctima, es muy difícil dar con pistas circunstanciales que permitan rastrear el paradero del asesino. En otras ocasiones el asesino destruye a aquellos que le resultan bellos o atractivos; aunque los desea y ansia acercarse a ellos de manera convencional, se siente incapaz de relacionarse afectivamente. Entonces, al no poder entablar una relación, procede a someterlos y posteriormente a aniquilarlos. Asesinos famosos como Edmund Kemper y Dennis Nilsen han relatado a los investigadores cómo en muchas ocasiones intentaron entablar diálogo con diferentes personas, pero al sentirse bloqueados para entablar una conversación decidieron asesinarlas. En muchos casos, conocer en profundidad la biografía de los asaltados por asesinos en serie sencillamente no sirve para nada; en cambio, entender la forma como las ha atacado puede dar mayores luces sobre el tipo de asesino que hay que buscar. Si las víctimas son niños (como las de Pedro Alonso López) o mujeres (como las de Gary Heidnik), importará más el tipo de violencia

empleada, para reconocer la condición psíquica del asesino, la cual puede denotar las características sociales del perpetrador. Otra motivación real para atacar a una clase específica de víctima (más allá de las teorías psicoanalíticas que insisten en un modelo que el asesino identifica inconscientemente con una figura de afecto de su pasado), y que muchos asesinos han confesado, es escoger cierta clase de personas que pertenecen a grupos sociales o raciales que no llamarán la atención de las autoridades y cuyas muertes no serán investigadas con seriedad. Tal fue el caso de Jeffrey Dahmer, quien eligió víctimas afroamericanas, anticipando que las autoridades, por motivos de racismo, no se interesarían por investigar esos asesinatos. Podemos concluir que el asesino en serie escoge a sus víctimas motivado por una condición genérica especial (prostitutas, mendigos, niños, mujeres) o por una atracción física de algún tipo (edad, sexo, color del pelo, rasgos fisionómicos, contextura, etc.). Es común que escojan a personas más frágiles, como niños, en el caso del asesino pedófilo, o sujetos desvalidos o habitantes de la calle.

Una no es suficiente y muchas no bastarán La voracidad del asesino en serie rara vez se detiene por su propia voluntad. En la mayoría de los casos, los asesinos en serie son detenidos por la policía; pocos son los casos de suicidio o entrega a las autoridades. La continuidad episódica de los asaltos obedece a una suerte de necesidad de calmar sus impulsos brutales sólo de manera parcial. Al parecer, la agresión sexual y el crimen violento desencadenan en el asesino una adicción a la ultra violencia: actos de agresión física brutal sin límite alguno ni piedad hacia la víctima. Según Vicente Garrido, con cada nuevo ataque el asesino sufre una experiencia subjetiva que le proporciona placer y que, por consiguiente, buscará repetir. En los crímenes de diferentes asesinos en serie reconocemos cómo la crueldad aumenta gradualmente, lo que nos hace pensar en una necesidad compulsiva de obtener placer a toda costa. Un asesino en serie puede matar una vez, detenerse por años y reincidir para entrar en periodos más prolíficos. El matar según un patrón repetitivo es una especie de vicio que consume al asesino; a medida que va aprendiendo sobre su propio placer, atacará de manera más específica para obtenerlo. Muchos asesinos, una vez detenidos, han exagerado el número de asesinatos cometidos. Este fue el caso de Henry Lee Lucas, quien interrogatorio tras interrogatorio aceptó todo tipo de crímenes de los cuales en realidad no tenía

conocimiento. Se le adjudicaron hasta seiscientos asesinatos cometidos en lugares distantes dentro de los Estados Unidos, pero la cifra real no pasaba de diez. De igual manera, la información mediática y la información exhibida en Internet contribuyen a exagerar los números de víctimas. Lamentablemente, como lo evidencia el Diccionario del crimen, de Oliver Ciryax, en muchos casos las escandalosas cifras que se publican coinciden con la realidad, como las más de 70 víctimas del colombiano Daniel Camargo Barbosa o las 190 de Luis Alfredo Garavito. Lo que resulta indudable ante tales cifras de víctimas es la creciente voracidad del asesino en serie. Algunos asesinos, como Edmund Kemper, han declarado que tras cometer varios asesinatos literalmente se aburrieron; al parecer, las diferentes torturas y actos grotescos de violación terminan provocando insatisfacción en el asesino y esta decepción lo lleva a detenerse. Otros llegan hasta la vejez como asesinos activos, tal fue el caso de Albert Fish, quien pasados los 60 años de edad cometió el brutal homicidio de una pequeña de diez años.

Lo de menos es matar: poder y control Este apartado suena escabroso, pero, según las confesiones de diferentes asesinos, como ocurrió con Ted Bundy, lo que menos placer causa al asesino es privar de la vida a sus víctimas; el placer real deriva de las diferentes atrocidades provocadas a sus presas antes, durante y después del ataque mortal. La necrofilia -atracción sexual y actos de perversión hacia los cadáveres- es común en los asesinos en serie. Algunos, como Ed Gein y Jeffrey Dahmer, fabricaron objetos con las partes extraídas a sus víctimas y convivieron con los cuerpos durante largos periodos. En conclusión, el placer del asesino deriva más de los diferentes procedimientos de “tortura” que ejerce sobre sus víctimas. La galería de atrocidades de los asesinos en serie es inmensa. Resulta atípico encontrar un asesino que se centre en una única forma de ataque: pueden combinar desmembramiento, extracción de órganos, canibalismo, etc. Matar a la presa es el paso inicial de la necesidad de tener el control sobre el cuerpo atacado, es el primer escalón de lo único que en realidad les interesa: invasión y poder total ejercido sobre otro ser humano. El asesino disfruta todo el proceso de atrapar y reducir a la víctima hasta tenerla bajo su total control. Jeffrey Dahmer declaró que sentía placer durante el momento de matar, pero su verdadera gratificación surgía en la extracción post mórtem de órganos y el posterior canibalismo. La galería de asesinos que presentamos más adelante evidencia diferencias en la motivación real de sus actos; muchos violadores seriales no se sienten atraídos

por el asesinato; eliminan a sus víctimas para evitar ser descubiertos. Otros atacan con violencia usando cuchillos para obtener placer por medio del asalto frenético; aunque su intención más explícita no es la de matar, por supuesto provocan el deceso con el brutal ataque. Para Dennis Nilsen resultaba más importante la conservación e incluso la transformación del cadáver que el acto de asesinar. El asesino en serie mata para sentirse poderoso, para experimentar el control total sobre una vida humana.

Relación entre el asesino y su víctima en el proceso de escogencia y eliminación: despersonalización Los asesinos en serie no ven a las víctimas como personas, como seres humanos. De hecho, todos sus actos tienden a restarles identidad, a convertirlas en objetos de los cuales pueden extraer placer; las despersonalizan, es decir, no las reconocen como seres con una existencia y una identidad propias. El asesino puede evocar perfectamente cómo atrapó a la víctima y describir con detalle todos los actos terribles que cometió, pero rara vez recuerda su nombre. El asesino se puede sentir atraído por su futura víctima debido a una característica especial de su físico (Ted Bundy prefería mujeres bellas de pelo castaño) y de ahí en adelante su relación con ella tendrá la intención de restarle identidad psicológica y emocional: desde la captura hasta el asesinato, incluidos los actos de necrofilia, serán procesos de cosificación de la víctima. Encontramos un ejemplo claro de este proceso de despersonalización en el uso de fotografías por parte de muchos asesinos. Harvey Murray Glatman tomaba fotografías de todo el proceso de asesinato: estas imágenes le permitían objetualizar a las víctimas, verlas como simples cosas sobre las que podía tomar el control. Las cartas de Jack el Destripador evidencian que el asesino no reconocía a las prostitutas asesinadas como personas; las veía como simple “basura, desechos”, que no le importaba eliminar. Ted Bundy hablaba en tercera persona de sus crímenes, es decir que incluso se despersonalizaba a sí mismo en relación con sus actos de violencia. Dennis Nilsen se maquillaba como cadáver y se acostaba junto a un espejo, para convertir su reflejo en un ser extraño diferente de él; una vez empezó a matar, llenó su casa de cadáveres como si fueran objetos de decoración. John George Haigh despersonalizaba a sus víctimas sometiendo los cuerpos a baños de ácido; Luis Alfredo Garavito representaba a cada nueva víctima con

una fecha y una cruz marcada en una libreta, no usaba nombres; para Robert Hansen, las personas capturadas eran simples presas de cacería, trofeos para su colección de animales muertos. Existe el término desfeminización (usado por investigadores de crimen sexual y perfiladores de asesinos en serie, como el estadounidense Robert Roy Hazelwood), que hace referencia a la despersonalización de las víctimas mujeres, la cual se reconoce en las formas de ataque brutal del criminal contra el rostro, los senos y en especial la genitalidad, tal como ocurrió en el caso sin resolver de Elizabeth Short, llamada la Dalia Negra; su cadáver resultaba irreconocible, el asesino cortó su boca y sus mejillas para trazar una especie de sonrisa macabra.

El hombre es su estilo: modus operandi Cada asesino tiene su propio modus operandi: se trata de los procedimientos usados para actuar sobre sus blancos y que se van definiendo a lo largo de su vida criminal. Si bien presentan elementos en común (por ejemplo, el típico uso de armas blancas), es difícil, como en el caso de la grafología, encontrar dos asesinos con la misma “letra”. Presentan matices especiales sobre su forma de atrapar y tratar a las víctimas. Resulta claro que el asesino a lo largo de su vida va refinando tales rituales introduciendo nuevos elementos, hasta el punto de crear un estilo que lo hace diferente de otros. Jack el Destripador escogía prostitutas a las que atacaba en un callejón, para luego cortarles el cuello y finalmente extraerles órganos como el útero y un riñón. Albert DeSalvo escogía mujeres mayores, a las que abordaba en sus propias viviendas para estrangularlas con sogas; Angelo Buono y Keneth Bianchi solicitaban telefónicamente el servicio de prostitutas, a las que torturaban, violaban y finalmente estrangulaban. Charles Ng y Leonard Lake, grababan en video los crímenes y mantenían cautivas a las víctimas (hombres y mujeres) durante largos periodos antes de eliminarlas. Muchos conservan partes específicas del cuerpo, otros se masturban con los cadáveres. Gary Heidnik usaba descargas de electricidad para torturar a las mujeres cautivas en el sótano de su casa. Para someter a las víctimas, algunos usan armas de fuego (como Richard Ramírez), otros se valen de drogas (como Marcel Petiot, el Doctor), y algunos, de su propia fuerza (como Edmund Kemper). John Wayne Gacy se sentía atraído por hombres jóvenes de rostro muy hermoso a los que estrangulaba, el médico Harold Shipman asesinaba ancianas adineradas usando medicamentos e inyecciones letales de morfina, Armin Meiwes usó

Internet para contactar con alguien que quisiera ser devorado. El ritualismo, la repetición, la introducción de nuevos elementos de crueldad, el tipo de víctimas y la manera de atraparlas definen el estilo de cada asesino.

Etapas del asesino Como anotamos en el punto 2, el asesino puede tener épocas prolíficas y otras en las que no actúa. Sus periodos homicidas (el tiempo transcurrido entre los asesinatos) pueden alargarse o reducirse. Días, meses, incluso años pueden pasar entre cada crimen. Podemos trazar una serie de etapas para comprender la evolución del deseo homicida del asesino en serie: a. Etapa de tranquilidad El asesino mantiene su vida normal, incluso puede desempeñar actividades sociales aparentes y pacíficas (escuela, matrimonio, trabajo, etc.). Por ejemplo, Andrei Chikatilo trabajó como maestro de escuela, se casó y tuvo un hijo. Esta etapa entra en crisis con fantasías de muerte y perversión que rondan la cabeza del asesino; fantasías que pueden desembocar en torturas a animales, actos de necrofilia (robo de cadáveres en cementerios) o prácticas masturbatorias compulsivas que brindan al sujeto algo de tranquilidad que no durará mucho tiempo. Es difícil trazar un promedio de edad en la cual el sujeto empieza a experimentar la necesidad de atacar o matar; algunos criminales actuaron antes de los 18 años, otros lo hicieron pasados los 30. Los perfiladores del FBI han trazado un promedio que va de los 20 a los 25 años, aceptada como la etapa estadística donde la mayoría inicia su vida criminal. A medida que las fantasías sádicas se tornen más vividas y fuertes, el sujeto que las sufre tendrá la irrefrenable necesidad de llevarlas a la realidad. b. Etapa inicial crítica (asalto relámpago) Las fantasías de muerte y destrucción se hacen incontrolables, la mente del asesino está invadida por episodios donde somete a sus víctimas; el estado de angustia amenaza con desbordarse. Es entonces cuando sucede el asalto relámpago, en el cual el asesino escoge una víctima al azar -de hecho, no ha planeado el asesinato-, y luego, el estrés mental lo lleva a descargar su ansiedad

por medio de la agresión (se ha comparado la ansiedad por matar o agredir sexualmente con un apetito incontrolable que causa malestar, irritabilidad, ansiedad, etc.). En la mayoría de biografías abordadas se reconoce que el asesino en serie inicialmente no tiene clara su intención de matar; de hecho, su motivación más típica es la de someter sexualmente a una persona. Generalmente esta etapa se caracteriza por una extrema violencia sobre las víctimas y un descuido total por parte del asesino. En vista de que el crimen se cometió de manera intempestiva -por ejemplo, con las armas encontradas en la casa de la víctima-, el asesino deja huellas. El desorden en la escena -el descuido del asesino- es el mejor signo para entender que se está ante un homicida primerizo, aún sin experiencia. Una vez cometida la agresión sexual o el homicidio, la fantasía ha sido puesta en escena real y suele resultar decepcionante, de tal manera que en el futuro el nuevo asesino buscará refinar y perfeccionar el crimen hasta que se corresponda de forma precisa con su perversa imaginación. c. Etapa prolífico-episódica El asesino empieza a matar de manera serial y en periodos cada vez más cortos. En el caso de Jack el Destripador tenemos un récord considerable: un periodo de dos meses y medio durante el cual asesinó a cinco mujeres. La etapa prolífica puede durar mucho tiempo (meses, incluso años); de hecho, puede mantenerse de manera continua, periodo en el cual el asesino refina su modus operandi y donde sus acciones se tornan cada vez más violentas y perversamente creativas. Esta etapa a su vez podría dividirse en pequeños periodos determinados por el aumento de brutalidad hacia las víctimas; en el caso de Jack el Destripador, cada nuevo crimen resultaba más grotesco que el anterior. Muchos asesinos, como Daniel Camargo Barbosa, se inician como violadores en serie y con el tiempo pasan al homicidio, ya sea por conveniencia para no ser identificados o para prolongar los actos de sadismo. El ciclo episódico, si no es interrumpido por la detención del asesino u otros factores que le impidan seguir atacando, se estanca en esta tercera etapa, en la que alcanza una suerte de equilibrio. Incluso puede retornar a la primera etapa y olvidar por un tiempo la necesidad de matar. El alemán Joachim Kroll asesinó sin detenerse durante más de 20 años. Los episodios homicidas a veces se determinan por ciertos elementos que

interesan al asesino o por simple conveniencia: John Wayne Gacy aprovechaba sus constantes viajes de negocios para cometer nuevos crímenes. Al respecto el cine ha especulado en exceso y es así como nos ha ofrecido relatos de asesinos que matan con un patrón definido: jugadas de ajedrez, fases de la luna, signos zodiacales o números específicos. Realmente son muy pocos los que tienen un organigrama tan cuidadoso. En el caso de Jack el Destripador tenemos una preferencia por la primera y última semana del mes. d. Etapa de tedio El asesino en serie en realidad no se deprime; sencillamente entra en un estado de letargo, de vacío e inactividad. Tras llevar sus perversas fantasías a la realidad, puede terminar decepcionado y presa del aburrimiento. En ese momento deja de matar; no obstante, en el futuro puede reiniciar todo el ciclo descrito, de seguro con mayor violencia.

El asesino puede ser tu amigo: las máscaras del mal Es común pensar en el asesino en serie como un monstruo incluso en relación con su aspecto físico externo. Las teorías criminales de los albores del siglo xx, abanderadas por el italiano Cesare Lombroso (el atavismo, la regresión, el criminal como una involución humana), nos presentaban al asesino como un sujeto de aspecto descuidado con claras señales de desprecio por la etiqueta y el aspecto. No obstante, la galería fotográfica de los asesinos en serie nos ha enseñado que tales monstruos podrían pasar por modelos de belleza, como fue el caso de Paul John Knowles apodado el Casanova, o el carismático Ted Bundy. Por lo general, pueden ser sujetos comunes y corrientes, incluso atractivos. Ante el asombro sobre la posibilidad de la existencia de un ser capaz de asesinar y violar de manera tan salvaje como lo hizo Ted Bundy, las personas se negaban a reconocer que podía tratarse de uno de los suyos, un igual, uno cercano. Ante la perspectiva de un asesino, se piensa comúnmente en la figura de un extraño ser caracterizado incluso por una deformidad. Los asesinos en serie contemporáneos más famosos han sorprendido al mundo justamente por poseer un impecable aspecto e incluso un aparente encanto social. La peligrosidad, la maldad, la distorsión del asesino en serie suelen reconocerse a través de sus actos homicidas. En el resto de sus días pasa inadvertido. Nadie en Hannover sospechaba que el amable tendero Fritz

Haarmann les estaba vendiendo carne de sus propias víctimas; Renée Hartevelt jamás sospechó que el sensible, inteligente y tierno Issei Sagawa planeaba asesinarla para comerse su cuerpo.

¿Inteligentes, genios o ignorantes? Desde ya anunciemos que estamos ante individuos cuya mente funciona de manera diferente, por lo cual su inteligencia, entendida como desarrollo cognitivo, perceptivo y capacidad para responder creativamente frente a la transformación de su entorno, es sin duda especial. En la larga lista de monstruos humanos tenemos todo tipo de coeficientes intelectuales (ci), puntuación que es el resultado de pruebas para medir la inteligencia y estimar las capacidades generales de un individuo para razonar y adaptarse eficazmente en todas las situaciones; el promedio normal de ci se establece en 100 puntos. Sujetos como Ted Bundy y Edmund Kemper evidenciaron estar muy por encima del promedio, lo que se supone los catalogó como personas muy inteligentes. Otros asesinos puestos a prueba registraron pruebas promedio e incluso muy bajas (Manuel Delgado Villegas, por ejemplo). Puntajes altos y bajos, profesiones y estudios de todo tipo, incluso analfabetas (Issei Sagawa era experto en literatura clásica, Teet Haerm era psiquiatra forense, Armin Meiwes se graduó como técnico en sistemas, Daniel Camargo Barbosa era un lector consumado, Manuel Delgado Villegas nunca aprendió a leer, Henry Lee Lucas era un completo ignorante, el niño asesino Jessey Pomeroy reprobó todas las asignaturas), nos desconciertan sobre la certeza de que todos los asesinos en serie son inteligentes. El asunto de la formación intelectual no es relevante para definir el grado de inteligencia de un ser humano y menos la de un asesino en serie. Su tipo de inteligencia se centra en la capacidad para aprovechar recursos en su propio beneficio: manipulación, seducción, y todo tipo de simulacro que le permita cazar a sus víctimas. En síntesis, estamos frente un tipo especial de inteligencia, una similar a la astucia de un animal depredador. El instinto de ataque parece haberse mantenido intacto en este tipo de seres humanos. Robert Ressler insiste en que la inteligencia del asesino en serie está sobrevalorada, ya que no han hecho nada provechoso ni positivo con sus vidas; los califica de astutos, mas no de inteligentes. Robert Hare, en una entrevista con Eduard Punset, explica que, si a un psicópata se le muestra la palabra “violación” en la pantalla de un computador, la trata como una palabra neutra, como las palabras “mesa”, “silla” o “árbol”. Parece ser que hay muy poca diferencia en la forma como responden o en las partes del

cerebro que se activan. En varios experimentos Hare les enseñó a los psicópatas imágenes muy desagradables, como escenas de crimen, frente a las que respondieron, en cuanto al funcionamiento del cerebro, como si estuvieran mirando algo normal y corriente, como un perro o un árbol. Los psicópatas analizan lingüísticamente las escenas y las palabras violentas, pero no emocionalmente. Carecen de inteligencia afectiva. Los psicópatas son hábiles para calcular con mayor rapidez las situaciones que les traen provecho; su astucia depredadora les da ventaja sobre aquellos a los que quieren usar o someter (pensemos en la forma de actuar de un estafador). Los asesinos en serie se valen de todo recurso posible (su aspecto físico, su habilidad oral, su encanto superficial o su aparente fragilidad y timidez) para alcanzar su objetivo criminal. Sujetos como John Wayne Gacy y Gary Heidnik eran muy hábiles para los negocios y ganaron mucho dinero; de igual manera, eran muy astutos para pasar inadvertidos y seguir adelante con sus carreras secretas de homicidas.

Crimen sexual e identidad Eros y Tánatos (deseo y muerte) se confunden en la mente del asesino en serie. Su violencia extrema, aberrante, perversa, sádica es su forma de ejercer poder sobre la vida de otro. Convencidos de su superioridad o temerosos de su inferioridad, experimentarán de forma cruel con sus víctimas. El terror infundido en ellas, a través de perversiones sexuales de todo tipo, será el núcleo de su experiencia de poder. Podemos apreciar en las características de la mayoría de las escenas de crimen de los asesinos en serie un componente extremo de violencia: extracciones de órganos (en el caso de Jeffrey Dahmer), mordeduras, marcas y cortes por todo el cuerpo (como lo hizo Ted Bundy), y por supuesto, la violación sexual, incluso por medio de objetos. En suma, un exceso destructivo que por lo general es un medio para que el asesino se excite y alcance la satisfacción orgásmica. “No se necesita de tanta violencia para matar a alguien”, reza la consigna principal de los perfiladores de Quantico, expertos en asesinos en serie, cuando se reportan víctimas a las cuales, además de segárseles la vida, se les practicaron mutilaciones u otro tipo de actos que claramente no tuvieron que ver con el deceso. Ante tal evidencia se habla de crimen sexual. La psicología moderna ha demostrado que los ataques destructivos típicos de la gran mayoría de asesinos en serie contemplan componentes sexuales muy complejos; el concepto de crimen sexual implica entonces tipologías de agresión física diferentes de la violación. Citemos como ejemplo la mutilación, rasgo más

evidente de los ataques de Jack el Destripador o de Ted Bundy, que usaba objetos para sodomizar a sus víctimas, y la ya mencionada desfeminización, practicada por Douglas Daniel Clark y su pareja, Carol Bundy, quienes mutilaban los órganos sexuales de sus víctimas. Para una mente perturbada, como es la de un asesino en serie, la obsesión del poder sobre los otros proviene de una sexualidad confusa que se desarrolla en factores de odio hacia los otros, en algunos casos del mismo sexo. El sexo normal, consensuado, no resulta interesante para el psicópata; una suerte de impotencia (no necesariamente fisiológica) lo somete y sólo la supera mediante la carga de violencia expresada sobre otro. Algunos asesinos en serie, como Andrei Chikatilo, tenían problemas de impotencia sexual; otros, como Albert DeSalvo, por el contrario, eran hipersexuales (apetito voraz por el sexo y con una respuesta fisiológica igualmente insaciable). El rasgo común entre los dos polos era que tan sólo se excitaban mediante actos de agresión y crueldad. Para el violador, asesino en serie y esclavista sexual Charles Ng, el sexo en sí no resultaba interesante; lo excitaba el terror infundido en sus víctimas mediante amenazas verbales y el uso de armas. Según Oliver Cyriax (abogado, graduado en literatura inglesa, autor de textos de medicina y crimen), el deseo de intimidad invasora se refleja típicamente en la preferencia de los asesinos en serie por el uso de cuchillos o armas corto punzantes en lugar de la impersonal pistola. Para Peter Kurten y Andrei Chikatilo apuñalar repetidamente a sus víctimas en diferentes partes del cuerpo era la forma de alcanzar el orgasmo. Dahmer sólo se excitaba con cadáveres; Pedro Alonso López encontraba placer en el estrangulamiento; Issei Sagawa combinaba masturbación con canibalismo; Ian Brady para interesarse en tener relaciones con su novia, Myra Hindley, violaba primero a otra joven, y, tras matarla y enterrarla, tenía sexo con Myra sobre la improvisada tumba. El asesino en serie según su preferencia sexual en su vida no criminal (heterosexual, homosexual, bisexual) escogerá a sus víctimas (Paul John Knowles era heterosexual tanto en su vida normal como en su preferencia criminal). También es posible que la identidad sexual del asesino en la vida pública se modifique en la actividad criminal: John Wayne Gacy fingía ser heterosexual, pero mataba hombres; Henry Lee Lucas y su pareja, Ottis Toole, tenían preferencias homosexuales, pero mataron mujeres. No sobra aclarar que la identidad homosexual absolutamente nada tiene que ver con la maldad o la perversión del asesino en serie; es apenas un factor que determina el género de las víctimas que buscará.

¿Culpa? ¿Sin conciencia? Un elemento que sin duda caracteriza al ser humano “normal”, integrado, adaptado a las normas es la presencia de un sentimiento de culpabilidad hacia sus acciones negativas que puedan afectar a otros; se trate o no de un elemento cultural aprendido por el hombre o pertenezca a una estructura esencial de la condición de la psiquis humana, la culpa hace parte central del comportamiento social moderno (recordemos en la obra Crimen y castigo el arrepentimiento gradual de Raskolnikov tras cometer dos homicidios). En muchos de los archivos de asesinos en serie estudiados encontramos que tras las primeras víctimas los asesinos entraron en periodos de aparente depresión, los cuales se desvanecieron rápidamente al reconocer el placer que el crimen les había brindado. Erróneamente podíamos interpretar este aparente arrepentimiento como presencia de culpa, e insistir en que el psicópata experimenta dicho sentimiento reconociendo que ha hecho algo malo. Recordemos que el psicópata no puede distinguir los significados emocionales (sólo los lingüísticos) de lo bueno y lo malo; incluso identifica con claridad las leyes y castigos para sus actos, lo cual no quiere decir necesariamente que se arrepienta de sus crímenes. Después de su primer homicidio, Jeffrey Dahmer dio señales de integrarse positivamente a la sociedad, incluso empezó a asistir a una iglesia. Su aparente arrepentimiento era simplemente que se sentía a gusto consigo mismo por haber llevado a cabo su fantasía necrofílica. La manera de interpretar el “arrepentimiento” del asesino es un poco más compleja. Efectivamente puede experimentar un grado de malestar tras cometer un primer crimen, pero lo que realmente le molesta no es haber segado una vida humana, sino darse cuenta de que encontró placer y felicidad en ello. Así que la culpa del asesino en serie se reduce a una especie de “me siento culpable por no sentirme culpable”. Una vez superada esta fase, los asesinos idearán un mundo personal donde posiblemente existan nuevas leyes y moralidades privadas que justifiquen sus actos. Hasta el final de sus días Ted Bundy culpó a la sociedad y a los medios por su comportamiento, en especial a la pornografía violenta; era incapaz de comprender la gravedad de sus actos. Luis Alfredo Garavito lloró durante sus confesiones, pero esa escena era tan sólo una máscara más para lograr condescendencia con las autoridades. En su libro Sin conciencia, Robert Hare expone que los psicópatas carecen de resonancia emocional, de esa “voz” que nos alerta sobre lo que está bien o está

mal. Al no poder mirarse a sí mismo y no experimentar arrepentimiento genuino, el asesino en serie sigue adelante con sus crímenes.

Justificaciones de la maldad Es común que los asesinos en serie inventen para sí mismos un mundo privado donde son amos y señores que controlan la vida humana. Carentes de moral o con una muy personal, se convencen de que sus acciones antisociales son adecuadas. En ese mundo fundan nuevas leyes y una nueva moral donde sus actos son buenos y necesarios. El psicópata, de manera cínica, cree que actúa a favor del bienestar común. Algunos inventan para sí mismos proyectos homicidas o misiones especiales que justifican sus horribles actos. Ed Gein mataba para hacerse un traje de mujer con la piel de sus víctimas; Richard Chase asesinaba para obtener sangre y, según él, no morir; en las cartas de Jack el Destripador se manifiesta un convencimiento de llevar a cabo una tarea benéfica para el colectivo: “limpiar al mundo de las mujerzuelas”. En realidad, la mayoría de los asesinos en serie son más básicos y triviales, y no reparan en justificaciones complejas de sus actos, a diferencia de lo que muestran muchas películas, como Severi (1994), en la cual el asesino mata según una misión, o la serie de televisión Dexter (2006), en la cual un forense psicópata ejecuta a otros asesinos en serie. Simplemente creen que están más allá de la comprensión humana. El asesino chicano Richard Ramírez declaró orgulloso: “Ustedes no me entienden. Tal y como suponía, no son capaces de hacerlo. Yo estoy más allá de su experiencia. Estoy más allá del bien y del mal...”. Los crímenes son cometidos por causas egoístas, que no requieren para ellos justificaciones elaboradas. La extraña moralidad del asesino en serie (o su amoralidad) le permite convencerse de que no hay nada incorrecto en sus crímenes.

Trofeos igual a recuerdos Toda persona normal en algún momento de su vida guarda un objeto material que le recuerde a alguien ausente; es la forma de evocarlo. Para el asesino en serie el asunto resulta similar. Guardan recuerdos de sus víctimas, ya sea para actualizar el momento del homicidio y la agresión sexual o para sentirse orgullosos de haber sumado una presa más a su lista.

Uno de los rituales típicos del asesino en serie es coleccionar, llevarse consigo elementos pertenecientes a las víctimas, que van desde prendas de ropa o documentos, hasta partes del cuerpo. Las fotografías o los videos también pueden funcionar igual. Jeffrey Dahmer se masturbaba al contemplar las fotografías de sus víctimas, así recreaba la situación original; Robert Ressler relata que John Wayne Gacy marcaba los lugares de los crímenes en un mapa de los Estados Unidos que contemplaba como una especie de tablero deportivo de puntajes. Los trofeos guardados por los asesinos también funcionan como metonimias de los cuerpos ausentes, son “partes” que representan un todo que ha sido eliminado; son claros fetiches con los cuales la víctima es representada por un objeto o imagen que al ser contemplado le permiten una renovación ilusoria del placer experimentado en el momento del ataque. Daniel Camargo Barbosa guardaba prendas de las víctimas (medias, zapatos), mientras que Jeffrey Dahmer mutilaba y transformaba los cadáveres para conservarlos. Armin Meiwes grabó en video todo el proceso de canibalismo de su víctima consensuada. Una vez se agota el poder evocador del trofeo, los asesinos en serie irán por una nueva presa.

Tácticas predatorias La antropología nos ha enseñado que el hombre primitivo se dividía en dos, según su necesidad de alimento: cazador y recolector. El primero actuaba decididamente para atacar presas y obtener así alimento; el segundo simplemente esperaba tener algo de suerte encontrando alimentos caídos de los árboles o presas en descomposición abandonadas por los cazadores. La mayoría de asesinos en serie pertenecen al primer grupo; se valen de estrategias para atrapar a sus “presas”, ya sea con emboscadas o trampas bien elaboradas que les permitan capturarlas o con procesos de seducción que atraigan a sus potenciales víctimas. Como anotamos en el apartado de la inteligencia, sacarán provecho de sus recursos para cazar. Esta analogía entre predador y asesino nos da una clara idea de por qué casi nunca las presas escapan de la muerte, y de paso evidencia la peligrosidad del asesino serial (sin embargo, afortunadamente, algunos han fallado en sus tácticas predatorias y son un total fracaso). Usar disfraces, simular discapacidad, prometer recompensas, etc., son las diferentes tácticas usadas para conducir a las víctimas a un destino fatal. Los niños asesinos Robert Thompson y Jon Venables esperaron en un centro

comercial a que una señora soltara la mano de su pequeño hijo de dos años; ante el primer descuido de la mujer, le dijeron a su pequeña víctima que la llevarían a dar un divertido paseo. Luis Alfredo Garavito usaba la fachada de vendedor ambulante y prometía a los niños regalarles comida o juguetes; Ted Bundy usaba un cuello ortopédico para solicitar ayuda, en otras ocasiones fingía ser policía; Cameron Hooker viajaba en su auto junto con su esposa y su bebé y así recogió a una mujer que por supuesto no desconfió de la situación; Hooker la convirtió en su esclava sexual.

Organizados-desorganizados Robert Ressler, tras varios años de investigación, propuso dos categorías clave para determinar el comportamiento de los asesinos en serie en cuanto a su manera de actuar sobre sus víctimas e incluso durante su vida cotidiana: desorganizados y organizados. Los primeros carecen de un modus operandi claro, actúan de manera poco premeditada y nada sistemática; no utilizan tácticas predatorias elaboradas, asaltan a sus víctimas de manera casual sin reparar en no dejar huellas o pistas que puedan conducir a su captura. Muchos casos de desorganizados coinciden con enfermedades mentales graves, como la esquizofrenia paranoide, situación por la cual el trastorno mental del asesino se transmite en sus formas de actuar. Richard Chase el Vampiro de Sacramento es un claro ejemplo de asesino desorganizado: usó armas de la casa de sus víctimas y dejó todo tipo de huellas de su paso por el lugar. Los organizados, por el contrario, resultan más peligrosos. Su control mental les permite planificar sus crímenes; suelen elaborar metódicamente un plan de acción. Canalizan sus impulsos a través de elaboradas estrategias de caza, de tal manera que aguardan el momento perfecto para atacar. Albert Fish, por ejemplo, al leer en un periódico que se necesitaba alguien que cuidara de una niña, planeó con antelación cómo raptar a la pequeña; el estafador y asesino John George Haigh estudiaba con antelación la condición económica de mujeres mayores a las cuales mataría para finalmente deshacerse de los cuerpos con ácido; Gary Heidnik creó una supuesta iglesia como fachada para capturar a mujeres y torturarlas; el asesino de la Dalia Negra, nunca atrapado, limpió el cadáver de toda huella posible. Los organizados resultan más peligrosos y difíciles de atrapar; es común que se burlen de las autoridades enviando correspondencia o dejando falsas huellas (como el Asesino del Zodíaco), incluso cambian de modus operandi para despistar a los expertos. Un aspecto significativo de los organizados es la

perfecta sincronización de su vida normal con su vida criminal: el dinero que les provee una les sirve para sostener cómodamente la otra; los conocimientos aprendidos en una son explotados provechosamente en la otra; la primera es una coartada perfecta para no ser descubiertos en la segunda. Esta combinación armónica entre de vida social aparente y la vida como asesinos en serie les permite, al no ser descubiertos fácilmente, no levantar sospechas de sus allegados o conocidos y, sobre todo, estar activos durante largo tiempo, aumentando su siniestro marcador. La clasificación organizado/desorganizado también se puede fragmentar de acuerdo al antes (captura) durante (el homicidio) y el después del crimen (forma de deshacerse del cuerpo), de tal manera que podemos tener asesinos mixtos. Veamos algunos ejemplos: Ted Bundy era muy organizado en la captura, pero las escenas de los homicidios resultaban caóticas e improvisadas, en el tercer momento por lo general era sistemático para ocultar los cuerpos; en sus últimos crímenes se confió y se tornó desorganizado, así que dejó muchas huellas que terminaron por inculparlo. Andrei Chikatilo era organizado tan sólo para capturar a sus víctimas, al momento de matarlas en un bosque se descontrolaba y finalmente dejaba los cuerpos sin ocultar ni limpiar sus huellas. David Berkowitz se limitaba a acechar parejas para luego disparar sin control (desorganizado); posteriormente, al enviar misivas que retaban a la policía sobre su plan homicida daba señales de comportamientos organizados.

Factores típicos Muchos casos estudiados por la comunidad psiquiátrica arrojan datos sobre comportamientos de los asesinos en serie en su infancia, tales como la incontinencia urinaria (que, si bien no es un rasgo de crueldad, evidenciaría incapacidad para controlar impulsos) y la maldad con animales. Otras investigaciones han encontrado que en muchos casos la violencia familiar, especialmente el abuso sexual, aparece como signo claro de traumatismo (Pedro Alonso López sufrió abuso sexual). En varios casos se han encontrado evidencias de accidentes físicos donde el asesino sufrió algún tipo de golpe severo en el cráneo (Gary Heidnik, por ejemplo). Son varios los casos en los que estos elementos se conjugan sumando un cuadro complejo de desarrollo emocional. Antecedentes familiares de enfermedad mental también hacen parte del historial médico de muchos asesinos. Si bien el diagnóstico de muchos criminales de este tipo no concuerda exactamente con los parámetros de las patologías tradicionales, es frecuente encontrar rasgos de diferentes enfermedades mentales.

Todos estos factores, que llamaríamos típicos, si son tomados por separado difícilmente serían una causa primaria y explicativa de comportamientos violentos. Por ejemplo, los cuadros clínicos de tipo psicótico no suelen derivar en comportamientos homicidas; de igual manera, podríamos afirmar categóricamente que un sujeto que ha sufrido agresión sexual en la infancia no necesariamente se convierte en violador. Es muy probable que la suma de varios de estos factores típicos sea la ecuación peligrosa que provoca un grave trastorno de la personalidad y una consecuente acción violenta. La tríada de factores más típicos que podría iluminarnos sobre las causas del comportamiento homicida son: Daño cerebral provocado por un golpe que afecta el comportamiento neurotransmisor del cerebro, lo cual hace imposible cierto tipo de respuestas o dificulta el reconocimiento de cierto tipo de emociones, así como bloquea respuestas violentas; algo así como la imposibilidad de un buen funcionamiento moral del cerebro. Traumatismos psicológicos en la infancia (de tipo sexual, principalmente), que generan una distorsión grave de la estructura psíquica, especialmente en el campo afectivo. Factores sociales negativos a lo largo de la vida del sujeto que acrecientan su crisis, como exclusión, maltrato, rechazo, fracaso emocional y económico. Presumiblemente, estos factores sumados pueden dar como resultado un psicópata. No obstante, también hay muchos asesinos cuyo pasado no evidencia ningún tipo de traumatismo especial (Jeffrey Dahmer fue querido y protegido por su familia). Importantes neurólogos afirman que el comportamiento violento, decidido por el asesino en serie, también puede modificar la forma como funciona el cerebro y su respectiva química neuronal.

Más sobre la psicopatía y su relación con factores neurobiológicos Como ya se ha señalado, el concepto de psicopatía es sin duda el que más se adecúa al de los asesinos en serie, hasta el punto de que los dos tecnicismos parecen significar lo mismo cada vez más. Los umbrales de sensibilidad física del psicópata también parecen ser diferentes: su límite de dolor, por ejemplo, es alto, y obviamente también lo es su umbral de

placer. Al parecer su condición neuronal “especial” lo mantiene distante del mundo; en situaciones de alerta o peligro su sistema nervioso no responde con la misma efectividad que la de un sujeto normal. Tal condición, así como le impide sentir fácilmente un estímulo externo fuerte haciendo que literalmente necesite estímulos más altos de lo normal para así poder experimentar sensaciones, también le otorga una ventaja sobre sus víctimas: se mantiene bajo control en situaciones críticas o estresantes. Un defecto neuronal se vuelve un arma de ataque. Los investigadores del funcionamiento del cerebro, como Eduardo Mata, autor de varios artículos sobre neurobiología del psicópata, han insistido en que las conductas antisociales están relacionadas con daños cerebrales graves y factores genéticos como: Disfunciones en el sistema cortico-límbico-cerebral, frontal y temporal, que se traducen en incapacidad para controlar impulsos violentos. Lesiones prefrontales del cerebro, que se expresan en factores de irritabilidad, agresividad y desinhibición. Trastornos neuroquímicos, deterioro de los neurotransmisores que impide la regulación adecuada de los sistemas serotoninérgico, noradrenérgico y adrenérgico (los encargados de regular y supervisar el funcionamiento de importantes procesos mentales y fisiológicos de los seres humanos), lo que implica un desajuste de las respuestas y reacciones emocionales, y, por lo tanto, la generación de personalidades conflictivas, antisociales, y la búsqueda de experiencias extremas y de conductas trasgresoras. Trastornos en los genes del cromosoma x, lo cual provoca niveles bajos de monoaminooxidasa A (MAO-A), enzima que controla los transmisores químicos cerebrales, lo que genera un cortocircuito en las respuestas emotivas y la propensión a respuestas violentas. Sin duda, la genética, los neurotransmisores y las hormonas influyen en el funcionamiento de las estructuras cerebrales y la conectividad entre ellas, y la interacción deficiente de estos sistemas puede repercutir en las conductas antisociales. Se afirma que si estos factores de predisposición o desajuste se suman a factores de contexto (familia disfuncional, agresividad familiar, traumatismos físicos o psicológicos, carencia de afecto, rechazo emocional) se puede producir finalmente una personalidad psicopática. Para Robert Hare, los criterios que definen la personalidad psicopática pueden evaluarse mediante una lista de veinte características denominadas lista de

verificación psicopático (psychopathy checklist [PLC]): Gran capacidad verbal y encanto superficial Autoestima exagerada Constante necesidad de obtener estímulos y tendencia al aburrimiento Tendencia a mentir de forma patológica Comportamiento malicioso y manipulador Falta de culpa o de cualquier tipo de remordimiento Afectividad frívola, con respuesta emocional superficial Crueldad, insensibilidad y falta de empatía Estilo de vida parasitario Falta de control sobre la conducta Vida sexual promiscua Historial de problemas de conducta desde la niñez Falta de metas realistas a largo plazo Actitud impulsiva Comportamiento irresponsable Incapacidad patológica para aceptar responsabilidad sobre sus propios actos Historial de varios matrimonios de corta duración Tendencia hacia la delincuencia juvenil Revocación de la libertad condicional Versatilidad para la acción criminal Por supuesto, estos factores deben ser analizados sólo por un especialista, y para hacerse un diagnóstico debe evaluarse la totalidad de los criterios.

Nómadas-sedentarios En los asesinos en serie las tácticas predatorias se compaginan con un comportamiento territorial frente a la cacería de sus víctimas; así, definen una especie de espacios y lugares en los cuales habrán de escoger, atrapar y, finalmente, matar. Algunos asesinos prefieren víctimas de su territorio más inmediato (barrio, ciudad), evitan desplazamientos largos y centran su operativo en un sector reducido. Otros se desplazan de su territorio de vivienda (fingiendo viajes de negocios, usando pretextos, etc.), y se dan a la tarea de escoger víctimas que difícilmente se vinculen con su lugar de origen. Obviamente, estos últimos son muy difíciles de detectar, pues su continuo desplazamiento homicida deja un mapa difícil de determinar. Este nomadismo suele acompañarse de disfraces y

adopción de identidades, incluso los trabajos reales que consigan les permiten desplazarse con coartadas que dificultan relacionarlos con los crímenes. Tanto Andrei Chikatilo como Luis Alfredo Garavito se desplazaron por diferentes territorios (nómadas), mientras que Jeffrey Dahmer y Ed Gein se concentraron en sus lugares de residencia (sedentarios). En el caso de John Wayne Gacy, se dio una combinación entre sedentarismo y nomadismo: realizaba viajes de negocios por diferentes partes de los Estados Unidos en los cuales aprovechaba para matar, y en otra etapa de su vida secreta pasó a matar jóvenes en la propia residencia de ellos.

Hedonistas, tipo anzuelo y narrativos La mayoría de asesinos matan por placer y diversión: son hedonistas, sujetos que configuran rituales de muerte para auto gratificarse. Otros asesinos entran en un juego de pistas retando a las autoridades a que sean capaces de atraparlos; son asesinos tipo anzuelo, que extraen placer de tal situación al sentirse más inteligentes y astutos que aquellos que los persiguen, como David Berkowitz el Hijo de Sam. Estos dejan notas en la escena del crimen y, al igual que el Destripador, envían cartas a las autoridades y usan los medios de comunicación (periódicos, programas de televisión e incluso Internet) para expresar abiertamente que son los mejores y nadie podrá detenerlos. El Asesino del Zodiaco envió a las autoridades varios acertijos sobre su identidad. Un tercer tipo (muy habitual en el cine, mas no siempre en la realidad) hace de sus crímenes un proyecto especial, una suerte de relato macabro con sentido dramático. Este asesino narrativo puede combinar motivos místicos (salvar al mundo, educar bajo su extraña lógica, limpiar la sociedad, etc.), razón por la cual también ha sido bautizado como asesino visionario. Ian Brady creía que con cada nuevo homicidio se hacía más poderoso; John Linley Frazier estaba convencido de que sus asesinatos liberarían al mundo de la maldad ecológica; Adolfo de Jesús Constanzo combinaba magia negra y rituales homicidas; las asesinas del clan Manson (asesinato de masas) fueron motivadas con la idea de que debían iniciar una guerra racial. La mayoría de doctores asesinos se han justificado en la eutanasia. El odio, el racismo y la xenofobia también pueden ser matices de justificación absurda de algunos crímenes. Son más los casos de asesinos de masas que creen llevar a cabo una misión especial, como ocurrió en 1978 con Jim Jones, cuyo nefasto influjo incitó el suicidio de más de ochocientas personas por envenenamiento. Como hemos visto, la mente del asesino en serie es un complejo entramado que requiere muchos puntos de vista para ser comprendida. Su habilidad para pasar

inadvertido y no ser descubierto ha exigido que también existan personas que dediquen sus días a identificarlos y así permitir su captura, cazadores de la mente criminal que paradójicamente tienen la habilidad contraria del psicópata: son capaces de penetrar en la mente de otros.

Los que luchan contra monstruos: perfiladores de la mente criminal El 70% de los asesinos en serie del mundo está en tierras estadounidenses, y provocan un escandaloso promedio de 6.000 víctimas anuales, situación que ha obligado a sus autoridades policiales a especializarse en la investigación de crímenes cometidos por asesinos en serie. Existen varias escuelas que imparten cursos de psicología criminal, como la Universidad John Jay, en Nueva York, y la George Mason, en Virginia. En ese país, los investigadores de la mente (psicólogos forenses, criminólogos, psiquiatras, agentes especiales expertos en psicología criminal, etc.) se han especializado en penetrar la mente de los asesinos en serie; para lograrlo usan los llamados perfiles criminales. Un perfil criminal es un retrato psicológico de un asesino a partir de los indicios de la escena del crimen y de las características del ataque homicida, incluida la forma específica como fue raptada, atacada y abandonada la víctima. Rangos de edad, actividad laboral o escolar, condición emocional e incluso rasgos fisiológicos son algunos de los datos que constituyen un perfil. Es una reconstrucción del comportamiento de un sujeto desconocido a partir del análisis de las pruebas de la autopsia, de las fotografías del lugar del crimen y de los informes preliminares que realiza la policía. El perfil de un asesino en serie no es una ciencia exacta; de hecho, son muchos los casos enfrentados por el FBI en los cuales éste no ha coincidido con las características reales del asesino; de ahí que Robert Ressler insista en que hacer un perfil está más cerca del arte de la interpretación del código del asesino que de una ciencia exacta. A partir de parámetros previos, el perfilador estudia toda la información obtenida de la escena del crimen y lo va refinando para ofrecerlo a las autoridades policiales. Perfilar a un asesino implica un talento proyectivo que permita al investigador que lo realiza ponerse en el lugar del asesino, entender sus motivaciones y su relación con el mundo; literalmente debe pensar como él, sentir como él, para así descifrar la estructura psíquica manifiesta en su comportamiento antisocial. Perfilar consiste en descifrar cómo transcurre la vida cotidiana y pública de una mente siniestra.

El Programa para la Detección de Crímenes Violentos (PDCV; en inglés Violent Criminal Apprehension Program [VICAP]) es el más importante del mundo, encargado de estudiar y analizar información de casos de crimen violento, para realizar un perfil del posible asesino y ofrecer así a las autoridades una herramienta de investigación. Constituye el componente esencial de la Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI en Quantico, estado de Virginia, y brazo conjunto del Centro Nacional para el Análisis de la Violencia Criminal (CNACV; en inglés National Center for the Analysis of Violent Crime [NCAve]). Este programa nació como consecuencia de las actividades del Proyecto de Investigación de la Personalidad Criminal, liderado por Ressler. El PDCV se constituyó a principios de los años ochenta como respuesta al creciente número de asesinatos de tipo violento y episódico. Entre los perfiladores más destacados y pioneros de este programa, que han tenido la tarea de investigar cientos de casos de asesinos en serie, están el ya mencionado Robert Ressler (agente del FBI actualmente retirado, instructor de psicopatía criminal en la Unidad de Ciencias del Comportamiento y consultor privado), Pierce R. Brooks y Ray Hazelwood, agentes especiales del FBI encargados en sus inicios de refinar los métodos de perfilación, y Ken Lanning, experto en perfiles de secuestradores y abusadores de menores. Otro nombre famoso es John E. Douglas, quien trabajó para el FBI durante 25 años, de los cuales estuvo 15 a la cabeza de la Unidad de Ciencias del Comportamiento. Llevó a cabo estudios sobre los distintos tipos de crímenes sexuales. Desde que se retiró del FBI, sigue participando en conferencias y seminarios, y también ejerce como asesor privado. En una entrevista, reproducida por Latino Seguridad, Douglas aconseja a los futuros perfiladores de asesinos en serie: [...] estudia el crimen, y si es posible estudia fotografías de la escena, las autopsias. Uno debe ser capaz de entrar en una prisión y encontrarse con los criminales, o ponerse en contacto con la policía para obtener información. Hay que estudiar los informes psiquiátricos para ver cómo son realmente, para reconocer su lado oscuro. Si uno no va a entrevistarlos de manera fría, como mucha gente en la profesión de la salud mental, te acabarán manipulando. Son expertos manipuladores. La gente que se dedique a la perfilación ha de tener madera de actor, porque no se puede estar entrevistando a un asesino con la boca abierta y los ojos como platos. Hay que permanecer con una actitud indiferente, atacando sus egos, pero siendo muy respetuoso con su intelecto. Para entablar la conversación, puedes recordar el caso de una víctima determinada, por ejemplo, pero no se puede hacer un interrogatorio como si se llenara un cuestionario.

Douglas es coautor del Manual de clasificación de crímenes (título original: Crime Classification Manual) y también ha contribuido a construir y divulgar la clasificación de organizados y desorganizados, categorías consideradas más útiles para los detectives que los habituales conceptos psiquiátricos. Mark Safarik es otra de las autoridades mundiales en la técnica del perfil criminal. Trabajó durante 22 años en la Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI y asesoró películas como El silencio de los inocentes y series de televisión como Criminal Minds. En la actualidad trabaja con la firma consultora de Ressler. En la página Derecho y Cambio Social, Safarik declara en una entrevista sobre la complejidad de los perfiles: “Mucha gente cree que la confección de un perfil criminal va a identificar a los responsables. Lo que realmente se logra es identificar el tipo de personalidad, comportamiento y características demográficas del agresor con el fin de reducir la cantidad de sospechosos para el proceder policial”. En Rostov, Rusia, así como existe un asesino mítico (Andrei Chikatilo), se conoce también a un famoso psiquiatra forense que se ha dado a la tarea de investigar el crimen violento que aqueja a diferentes territorios de su país. De hecho, fue el encargado de perfilar a Chikatilo, del cual extrajo valiosa información para diseñar un perfil psicológico modélico del asesino en serie ruso, que por cierto no es muy diferente del occidental; su nombre es Alexander Bukhanovski. Este importante investigador no sólo ha dedicado su trabajo a la creación de perfiles, sino que ha entrado en una fase más audaz trabajando con jóvenes que desde edad muy temprana ya manifiestan signos claros de psicopatía, con el-fin de impedir que pasen a la acción violenta. En la comunidad internacional su posición frente a la posible curación de los psicópatas no es bien recibida. La herramienta principal de los perfiladores estadunidenses es el reporte de análisis criminal (crime analysis report [CAR]), suerte de cuestionario sistemático que se aplica a la escena del crimen y los detalles de un homicidio; los elementos constitutivos del CAR indagan sobre utilización de armas, disposición del cuerpo, utilización de elementos, agresión sexual, desmembramiento, canibalismo, etc. Toda esta información, por lo general recogida por la policía, le permitirá posteriormente al perfilador redefinir el retrato psicológico del agresor. El PDCV ha permitido que se sistematicen en diferentes estados del país las informaciones obtenidas de los CAR y de esta manera se ha buscado cruzar información entre instituciones policiales, de tal manera que permita la detección y captura de los asesinos en serie y de otros criminales peligrosos. Actualmente los perfiladores no sólo se apoyan en conocimientos psicológicos o

psiquiátricos para construirlos perfiles, sino que también aprovechan avanzadas técnicas forenses cuyos estudios de fluidos, ADN o partículas especiales como fibras de ropas o tejidos encontrados en la escena del crimen contribuyen a corroborar las investigaciones. Es importante señalar que los perfiladores son cazadores de la mente humana y no son los encargados directos de atrapar a los criminales, contrario a lo que suelen poner escena el cine y las series de televisión. Su labor detectivesca se basa en evidencias y fotografías, mas no en acciones de persecución y captura. Los perfiladores del FBI tienen entrenamiento táctico y de manejo de armas, pero su campo de acción es la mente del criminal. Son personas que soportan mucha presión, ya que, como declara John E. Douglas, el potencial de fallar siempre está presente; ellos toman decisiones que pueden equivocar el rumbo de una investigación, lo que puede representar el despilfarro de fondos y, en el peor de los casos, la pérdida de vidas humanas. Por otro lado, la imagen ficcional de los perfiladores obsesionados y afectados por su trabajo (en series como Criminal Minds) no está tan alejada de la realidad. Al respecto, tanto Ressler como Douglas revelan cómo en los primeros años de trabajo sus compañeros y ellos mismos sufrieron ataques de ansiedad, pánico y fuertes estados de depresión. Este trabajo exige una dedicación total y exhaustiva que puede deteriorar la salud y las relaciones familiares de los perfiladores. Mucho antes de que existieran estos valientes y consumados cazadores de la mente criminal, un hombre armado con un largo cuchillo, convencido de llevar a cabo un perverso proyecto homicida contra las prostitutas, se encargaría de definir para siempre el paradigma del asesino en serie.

Jack el Destripador el origen del mal ''Jack el Destripador era un asesino moderno, nacido un siglo antes de que pudieran atraparlo.'' Patricia Cornwell, Retrato de un asesino: Jack el Destripador, caso cerrado

Otoño infernal de 1888 (cae la primera víctima) El hombre, de seguro convencido de conocer la naturaleza de sus víctimas y hasta de escuchar los latidos de sus corazones, se internó en el callejón de Buck’s Rou y siguió los pasos de la prostituta. Al sentir su presencia, la mujer, con unas pocas monedas en el bolsillo y la botella de ginebra a punto de acabarse, sabía que no podía dejarlo escapar. Sonriente, le explicó la tarifa y le advirtió que tendrían que hacerlo allí mismo. Él, impasible, le entregó las monedas y la siguió hasta el fondo del lugar. Ella conocía de sobra su oficio, era una más entre las miles de mujeres arrojadas a la prostitución por culpa del hambre en el distrito de Whitechapel, en el este de Londres. Repitiendo la situación de todas las noches, la mujer apoyó sus manos contra la pared, a la espera de que el cliente levantara su falda para penetrarla y acabar rápido con el asunto. Escuchó su respiración agitada, así que le dijo algunas palabras para animarlo. El hombre pasó su brazo izquierdo para sujetarla por el cuello. La prostituta intentó zafarse, pero dos corrientes heladas pasaron por su garganta, y el frío, el más intenso jamás experimentado, la dominó. Sus ojos se dirigieron hacia el cielo de Whitechapel. El hombre dejó que el cuerpo se escurriera hasta el piso. Sin pensarlo, dirigió su largo cuchillo contra el vientre de la mujer. Limpió el arma con el interior de su abrigo y contempló con orgullo la cabeza de la mujer prácticamente separada del cuerpo. Deseó quedarse, pero resultaba demasiado arriesgado. Así como emergió de las sombras, desapareció en medio de indigentes, marineros ebrios y el aire enfermo de los puertos mercantes de Londres.

En las primeras horas de la madrugada del viernes 31 de agosto de 1888, el cadáver de Mary Anne Nichols, de 43 años, conocida como Polly, fue descubierto por los habitantes de la zona. Era habitual que en Whitechapel las prostitutas fueran víctimas de maleantes o de sus “propietarios”, que descontentos con la renta obtenida pasaban a castigarlas, así que no se prestó demasiada atención al suceso. Podemos especular, según las investigaciones de Colin Wilson y Patricia Cornwell, que el doble corte asestado a Nichols en el cuello fue cometido, al parecer, durante el simulacro de coito; los cortes se trazaron de izquierda a derecha lo que hizo creer a muchos teóricos sobre un asesino zurdo al imaginar que el corte se había provocado frontalmente. La fuerza con la que se cometió este ataque, casi hasta el punto de decapitar, se ajusta mejor a un asalto realizado desde atrás de la víctima, posición que le permitiría al atacante más vigor y mayor control con su brazo libre. El consenso general de expertos en el tema acepta que primero fueron los cortes en el cuello; resulta difícil precisar si la muerte sobrevino de inmediato o si la mujer agonizó durante el resto del ataque. La investigación, no muy juiciosa, del asesinato de Nichols fue liderada por el inspector y detective Edmund Reid, y encargada a los agentes Frederick Abberline, Henry Moore y Walter Andrews, miembros del Departamento de Investigación Criminal (en inglés, Criminal Investigation Department [cid]), división de la Policía Metropolitana de Whitechapel (conocida como Scotland Yard y con apenas diez años de creada). Nadie en Londres, mucho menos los policías armados con silbato, bastón y una incómoda linterna de aceite, podía sospechar que el asesinato de Polly fuera el inicio de una larga pesadilla que no estaban preparados para comprender.

El estremecimiento El año 1888 estaba enmarcado en una época de fuerte descomposición social en las zonas marginales de Londres; Whitechapel era un peligroso territorio conocido como “lo peor de lo peor”. Tráfico de drogas, trata de blancas y prostitución infantil eran comunes en sus calles. Tal desajuste social, moral y económico contrastaba, por supuesto, con los altos valores exhibidos por el agonizante siglo de la reina Victoria (1819-1901), mujer que reinó durante 64 años, el reinado más largo de la historia de Gran Bretaña.

Su mandato estuvo marcado por la gran expansión del Imperio británico, la Revolución Industrial y una serie de cambios significativos en los ámbitos social, económico y tecnológico que consolidaron a su nación como la primera potencia de su época. Se calcula que, en Londres, en la época de los crímenes, hubo alrededor de 10.000 mujeres obligadas a prostituirse, debido a las condiciones económicas precarias. Las enfermedades y las condiciones higiénicas del East End eran lamentables; la mayoría de prostitutas deambulaban en los callejones, aceptando una suma ridícula (dos peniques) por sus favores sexuales, normalmente requeridos por ebrios y criminales de toda clase. Oliver Cyriax comenta al respecto que prácticamente la “casa” de la mayoría de estas mujeres era su propia ropa. Un elemento cultural contextual importante es el imaginario Victoriano sobre la sexualidad, el cual limitaba el placer a los hombres. El estremecimiento, palabra con la que se calificaba el orgasmo, se aceptaba en las mujeres sólo como condición para procrear; el disfrute sexual femenino estaba prácticamente vetado, así que las prostitutas, “libertinas” por excelencia, eran señaladas erróneamente como enfermas sexuales, sin tomarse en cuenta que su actividad era consecuencia lamentable de su condición económica. Sumado a lo anterior, renacieron en esta época absurdas ideas retrógradas sobre el útero femenino, que afirmaban que era una especie de órgano independiente que podía enloquecer a las mujeres y conducirlas a la histeria, palabra que viene del griego hyster (útero), o a la ninfomanía (supuestamente, útero ardiente), como se suponía que les había ocurrido a las prostitutas. Es probable que el Destripador creyera tales tonterías, lo que podría explicar tanto su odio hacia estas mujeres en especial como el posterior desarrollo de su perverso ritual.

El Destripador: primer criminal mediático y primer asesino en serie moderno (segundo asesinato) El sábado 8 de septiembre de 1888, al final de la noche, Annie Chapman, una prostituta de 47 años, aquejada de varias enfermedades, recorrió la zona de Hanbury Street. Su feo aspecto le dificultaba encontrar clientes. Para ella sería suficiente con ganar algunas monedas para alquilar una litera en una de las malolientes pensiones comunales del distrito Whitechapel.

Cansada de esperar, se introdujo en un callejón para tomar un respiro. El caballero, por lo menos eso creyó ella que tenía enfrente, se acercó sonriente y se retiró el sombrero de copa para saludarla. Annie se acomodó el desordenado cabello; era su día de suerte, pensó. Esta vez fue él quien señaló el camino para el supuesto intercambio sexual, y así la condujo a la puerta de un patio trasero. Antes de darse cuenta de la verdad de la situación, Annie ya se desangraba en el suelo. En esta ocasión el asesino se tomaría tiempo para liberar su fantasía: primero cortó desde el cuello hasta la zona abdominal. Con parsimonia separó los intestinos y los dispuso en dirección al hombro; extrajo el útero y amputó la vagina. Como acto final, recogió las piernas de la mujer y las abrió en una posición grotesca. A pocos metros arrojó un delantal empapado en sangre, probablemente de la víctima. Las primeras personas que vieron el cadáver dieron la alarma general y corrieron la voz de que un cruel homicida de prostitutas deambulaba por los callejones de Whitechapel. Los diarios locales tenían ante sus imprentas un tipo de material nunca antes publicado. La serie inicial de crímenes del Destripador generó una alerta entre los habitantes de Whitechapel, quienes, aunque habituados a la violencia, se escandalizaron con los detalles informados por los diarios londinenses sobre el ataque contra Annie Chapman. Algunos diarios de la época que cubrieron los crímenes del Destripador fueron: Daily News, Daily Telegraph, East and West Ham Gazette, East London Advertiser, East London Advertiser, East London Observer, Evening News, The Illustrated Pólice News y Famous Crime. La Policía Metropolitana de Londres desplegó a varios de sus hombres para requisar las casas, tabernas y pensiones del distrito. Las torpes investigaciones de la policía, lideradas esta vez por su máxima autoridad, el comisionado Charles Warren, pronto generaron un descontento general. Los comerciantes de la zona, decepcionados con la labor de Scotland Yard, crearon un grupo al que bautizaron Comité de Vigilancia de Whitechapel, el cual se encargó de patrullar en las noches para atrapar al asesino. A la cabeza estaba el comerciante George Lusk. Tanta atención despertada debió de excitar la imaginación del asesino.

El 27 de septiembre de 1888 llegó a la Agencia Estatal de Noticias en Fleet Street una extraña carta escrita con tinta roja y dirigida al presidente del comite.1 ''Querido Jefe: Constantemente oigo que la policía me ha atrapado, pero no me echarán mano todavía. Me he reído cuando parecen tan listos y dicen que están tras la pista correcta. Ese chiste sobre el Delantal de Cuero me dio risa2. Odio a las putas y no dejaré de destriparlas hasta que me harte. El último fue un trabajo grandioso. No le di tiempo a la señora ni de chillar. ¿Cómo me atraparán ahora? Me encanta mi trabajo y quiero empezar de nuevo si tengo oportunidad. Pronto oirán hablar de mí y de mis divertidos juegos. Guardé algo de la sustancia roja en una botella de cerveza de jengibre para escribir, pero se puso tan espesa como el pegante y no la pude usar. La tinta roja servirá igual, espero, ja, ja. En el próximo trabajo le cortaré las orejas a la dama y se las enviaré a la policía para divertirme. Guarden esta carta en secreto hasta que haya hecho un poco más de trabajo y después tírenla sin rodeos. Mi cuchillo es tan bonito y afilado que quisiera ponerme a trabajar ahora mismo si tengo la ocasión. Buena suerte. Cordialmente, Jack el Destripador No se molesten en ponerme un apodo'' Con esta firma nacía el asesino más famoso de todos los tiempos, que consciente del ya establecido poder de los periódicos, divulgó a través de sus páginas su plan siniestro. Los afiches con el texto y la letra de la carta que presuntamente el asesino de prostitutas había enviado se reprodujeron en las comisarías y en diferentes escenarios de la vía pública. Representaciones caricaturescas de los crímenes despertaron la imaginación de los habitantes de Whitechapel y, pronto, la del resto de Inglaterra. El tono cínico de sus misivas, la visibilidad ganada en los diarios londinenses, su atrevimiento al bautizarse a sí mismo, el anzuelo arrojado a las autoridades, su proyecto homicida y el tipo de víctimas escogidas nos dan una idea del impacto de Jack el Destripador en la cultura popular y del magnetismo que hasta hoy lo rodea. Sin duda, fue un asesino en serie que nació al mismo tiempo que la espectacularidad que caracterizará por siempre a la divulgación mediática.

En la vida real no existía un detective de la talla de Sherlock Holmes capaz de encontrar al asesino. Como una sombra imperturbable, Jack tomó el control de las noches de Whitechapel. En un teatro popular de Londres, paradójicamente, se estrenaba una versión teatral de El extraño caso del doctor Jekyll y Míster Hyde, libro publicado en 1886 por Robert Louis Stevenson. Puesta en abismo siniestra, broma cruel del arte: un asesino en la calle va siguiendo el libreto de un personaje de ficción.

El doble acontecimiento (víctimas tercera y cuarta) Esta vez el hombre estaba seguro de prolongar el ritual. A su favor tenía que un domingo (el 30 de septiembre) a la una de la mañana nadie pasaría por Church Passage. Frente a él tenía el cuerpo agonizante de Elizabeth Stride, una prostituta de 45 años. Separada la cabeza con el doble corte en el cuello, se dispuso a cortar el vientre, pero unos pasos de transeúntes lo detuvieron. De inmediato huyó del lugar, decepcionado y con ansias de sangre. Después de caminar varias calles y pasar la frontera de Whitechapel, casi media hora después (en Goulston Street), la frágil y cansada Catharine Eddowes, de 46 años, dispuesta ya a abandonar el trabajo, le ofreció al hombre una segunda oportunidad. Esta vez no tuvo freno alguno para la violencia: tras cortarle el cuello, procedió a extraerle el útero y el riñón izquierdo. Mutiló su nariz y atacó con agresividad la zona genital; también le provocó dos cortes en v en ambas mejillas. Dispuso el cuerpo boca arriba con las piernas recogidas y rodeado por sus pocas pertenencias: un peine y un espejo. Los que descubrieron el cuerpo, unos comerciantes de la zona, en una primera visión dudaron de que se tratara de un ser humano. En la pared contigua se leía una inscripción trazada con tiza que contenía la extraña alusión a que los judíos serían los hombres a los que no se culparía de nada: “The Juwes3 are not the men to be blamed for nothing”. El texto se convirtió en un proto-graffiti que generó muchas especulaciones sobre el autor o autores de los crímenes, génesis de las teorías de conspiración que involucrarían a los jubelos (palabra asociada a Juwes) masones: los asesinos del maestro

masón en el templo de Salomón. Es posible que el texto nada tuviera que ver con el crimen. Una vez descubierto el cadáver al amanecer, por orden del comisionado Warren el texto fue borrado por la policía para evitar represabas contra la comunidad judía. De nuevo, a pocas calles, se encontró parte de un delantal manchado de sangre. El 28 de septiembre se recibió una nueva y sorprendente carta: ''Doble acontecimiento esta vez. El número uno chilló un poco. No pude acabar limpiamente. No tuve tiempo de cortarle las orejas para enviárselas a la policía. Gracias por ocultar la última carta hasta que realicé mi nuevo trabajo.'' La nueva misiva llegó a oídos de los periódicos, los cuales siguieron llenando sus páginas con titulares de alerta: un extraño monstruo seguía suelto. El pánico se difundió en las calles de Whitechapel, y las prostitutas temían por sus vidas. Scotland Yard y sus agentes del orden poco tenían que hacer ante un sujeto astuto que conocía a la perfección las calles de Londres, cuyo aspecto pasaba inadvertido y se confundía con el de cualquier amable caballero de la época. Tras el homicidio de Eddowes, la Policía Municipal, dirigida por James McWilliam, se involucró en la investigación. Las pesquisas se vieron truncadas debido a que Robert Anderson, el recién nombrado jefe de la cid, se hallaba de vacaciones entre el 7 de septiembre y el 6 de octubre (periodo de los casos Chapman, Stride y Eddowes). Para subsanar la situación, sir Charles Warren nombró al inspector Donald Swanson como coordinador general de la investigación. Presionados y desesperados frente a los reclamos del público, los policías recurrieron al uso de sabuesos para que siguieran el rastro del olor del asesino, pero la estela del mal era inalcanzable. El 16 de octubre de 1888 el presidente del Comité de Vigilancia de Whitechapel recibió una nueva carta, acompañada de una caja de cartón: ''Desde el Infierno. Estimado señor Lusk: le envío la mitad del riñón que arranqué a una mujer. Lo había guardado para usted. La otra mitad la freí y me la comí. Estaba exquisita.

Si espera un poco más quizás le envíe el cuchillo ensangrentado con el que lo corté. Firmado: Atrápeme si puede, señor Lusk'' El señor Lusk descubrió con horror que el paquete adjunto contenía la mitad de un riñón humano conservado en alcohol. Se presume que el órgano pertenecía a Catharine Eddowes. La especificación del lugar de procedencia de la carta (“Desde el Infierno”) era otra metáfora siniestra usada por Jack para evidenciar la dimensión de su maligno ego. En el Diccionario del crimen se hace referencia a la protesta de la mismísima reina Victoria frente a la ineficacia de las autoridades para detener al asesino del antes anónimo y olvidado Whitechapel.

El acto final de desaparición (la quinta víctima) La hermosa irlandesa Mary Jeannette Kelly, de 25 años, no tenía problema alguno para obtener dinero de los hombres. Su reputación la precedía. No era común que las prostitutas de la peligrosa zona de Whitechapel lucieran bien, así que tenía ventaja sobre las demás. Tal vez, confiada en su aspecto, no temía por la presencia del tal Jack el Destripador. Incluso pudo pensar que se trataba de una invención de los periódicos para ganar compradores. El viernes 9 de noviembre, hacia las tres de la mañana, Mary Kelly condujo a su habitación en alquiler, ubicada en Miller’s Court (a las afueras de Dorset Street), a un amable caballero que solicitó sus caros servicios. Al igual que en los anteriores episodios, sólo podemos especular sobre el curso de los hechos: la transacción habitual, la falsa amabilidad del hombre, incluso con chistes sobre el asesino de Whitechapel y luego el sometimiento sorpresivo. Pero esta vez la situación se tornó aún peor: en la privacidad de la habitación de Mary Kelly el Destripador tenía el tiempo de su parte. La fotografía que se conserva de la escena sigue siendo hasta nuestros días la imagen más perturbadora de un crimen sexual: la desfeminización brutal de Mary Kelly, su sangre y órganos esparcidos por las paredes de la habitación, la extracción del corazón y la destrucción total de su rostro culminaron el relato de sangre y odio del Destripador.

En el informe de la autopsia realizada por el médico Thomas Bond (quien hizo parte de las autopsias de los otros casos) se ofrecen otros terribles detalles (extracto tomado del Diccionario del crimen): “[...] un seno se hallaba debajo de la cabeza y el otro junto al pie derecho, el hígado entre los pies, los intestinos a la derecha y el bazo a la izquierda del cuerpo”. Patricia Cornwell cita otro apartado de la impresionante autopsia: “La vía respiratoria se seccionó en la parte inferior de la carótida, a través del cartílago cricoides”. El comisionado Warren y su larga lista de detectives fracasaron en el intento por detener al culpable de tan atroz crimen. El ansia de sangre del Destripador al parecer se había detenido. Tras el cubrimiento del entierro de Mary Kelly, los diarios poco a poco perdieron el interés en el caso, pues otros nuevos sucesos violentos se encargaron de llenar titulares. Homicidios similares a los de Whitechapel se registraron por todo el Reino Unido, pero nadie quería saber nada más sobre este asesino. El Destripador quizás había enfermado, muerto, se había marchado del país o sencillamente había concluido su proyecto. El mundo estaba lejos de comprender que no era el final y que había nacido un nuevo tipo de asesino al que tendría que enfrentarse una y otra vez.

Oscura inmortalidad Jamás se encontró al asesino de las cinco prostitutas de Whitechapel. Autores como Patricia Cornwell insisten en que fueron seis crímenes, y que antes del asesinato de Polly Nicholls estuvo el de Martha Traban, el 6 de agosto; la mayoría de “destripadorólogos” (expertos en el Destripador, como Colín Wilson) prefieren, apoyados en las cartas atribuidas al asesino, quedarse con los cinco crímenes más conocidos. Hasta el momento no se ha determinado con certeza su identidad. Desde la época de los crímenes hasta nuestros días las teorías son inagotables; van desde la posibilidad de un ruso esquizofrénico, un judío zapatero, nobles conspiradores, mujeres vengadoras y médicos desequilibrados hasta sectas secretas. Tales hipótesis han producido cientos de volúmenes en los que se especula sobre la identidad de Jack. Incluso se discute sobre la secuencia de los sucesos, y no hay consenso sobre si

los homicidios fueron perpetrados en el lugar exacto en que se hallaron los cuerpos. La versión más aceptada insiste en que así ocurrió. Otras versiones han incluido la presencia de un carruaje siniestro en el cual las prostitutas eran recogidas e incluso asesinadas para luego ser arrojadas en los callejones. La dinámica social de Whitechapel, sumada a la vigilancia atenta de las autoridades y del Comité, hace poco probable la versión sobre de dicho vehículo; resulta más factible el desplazamiento silencioso y a pie del Destripador. Veamos una disímil galería de los sospechosos señalados por investigadores de la época y por diferentes autores contemporáneos.

Dementes favoritos de un funcionario que nunca investigó Sir Melville Macnaghten, asistente del jefe de la Policía Metropolitana y director del CID, escribió en 1894 un reporte que organizaba gran parte de los archivos relacionados con el Destripador. Sin duda su informe permitió tener claridad sobre los cinco crímenes canónicos del Destripador. De forma similar, las cinco víctimas fueron relacionadas mediante una carta fechada el 10 de noviembre de 1888 por el médico de la policía, Thomas Bond, a Robert Anderson, jefe del CID de Londres. El trabajo de Macnaghten fue más intelectual que detectivesco, ya que no participó directamente en las investigaciones. En los textos que redactó emitió una lista de sospechosos que analizamos a continuación: Montague John Druitt (1857): Su única relación con los crímenes fue suicidarse a principios de 1889 y dar así una coartada al final de los ataques; se aseguró que era médico, profesión que lo calificaba para ser el asesino del cuchillo. Finalmente se ha establecido que era un abogado fracasado, presa de una gran depresión y que, más allá de las sospechas de su propia familia, no está relacionado con los crímenes. Aaron Kosminsky (1865-1919): De origen polaco, esquizofrénico, candidato perfecto (propuesto por los informes del inspector Donald Swanson), pero con comportamientos erráticos y de aspecto descuidado, factores que contrastan con un asesino que tuvo que pasar inadvertido y cuya relativa lucidez le permitió escabullirse frente a los ojos atentos de los vigilantes y de las prevenidas prostitutas. Michael Ostrog (1833-1904): Ruso, como parte de sus delirios y su fachada de estafador fingía ser médico de la Armada. Estuvo preso muchas veces.

Al igual que Kosminsky, su comportamiento habría llamado la atención de inmediato; aunque vulnerables, las prostitutas de Whitechapel eran mujeres duras y capaces de defenderse y de reconocer a un sujeto de tales características.

El diario del Destripador Otro sospechoso apenas visible en la década de 1890 y que surgió a raíz de un supuesto diario del Destripador, es James Maybrick. El diario (cuyos derechos fueron comprados por la Editorial Smith Gryphon en 1993 a un tal Michael Barrett, distribuidor de chatarra de Liverpool) fue descalificado por muchos expertos que le hicieron pruebas y dataciones químicas e incluso grafológicas, para finalmente catalogarlo de fraude. Años después fue revindicado por Paul Feldman en el libro Jack el Destripador, capítulo final. James Maybrick, nacido en 1838 en Liverpool, Inglaterra, era un hombre de clase media-alta, comerciante algodonero con relativo éxito en los negocios y una fortuna considerable. Feldman lo describe como un sujeto de carácter conflictivo, reservado e hipocondriaco, adicto al arsénico y a la estricnina bajo pretexto medicinal. A los 39 años contrajo la malaria y le recetaron los elementos mencionados, una práctica habitual de la era Victoriana. Su rostro severo pero amable y su vestido impecable no habrían levantado la menor sospecha. Maybrick murió como resultado de envenenamiento gradual con arsénico en 1889 (fecha ideal para explicar el cese intempestivo de los crímenes). Su esposa, Florence, enfrentó un juicio por el presunto homicidio e inicialmente fue encontrada culpable, pero luego fue liberada por falta de pruebas. Feldman destaca que el diario contiene datos que sólo el asesino pudo manejar y también sugiere que la combinación de la primera sílaba de su nombre y la última de su apellido combinan el nombre del Destripador. Jack. En el libro de Feldman se analizan imágenes amplificadas del cuarto de Mary Kelly, donde se señala la identificación de las letras f y m, que en el diario se relacionan con Florence Maybrick, cuya infidelidad sería el detonante de la ira del Destripador contra las mujeres. Esta teoría sigue en tela de juicio. Algunas fuentes, como el libro Jack the Ripper: The 21st Century Investigation, de Trevor Marriot, informan que el tal Barrett confesó el fraude.

El pintor que odiaba a las mujeres

La última publicación que causó revuelo acerca de la identidad de Jack el Destripador es obra de la escritora de crimen Patricia Cornwell, titulada Retrato de un asesino: Jack el Destripador, caso cerrado, libro que está basado en una millonaria investigación que presumiblemente arrojó la identidad definitiva de Jack: nada más ni nada menos que Walter Sickert (1860-1942), pintor de origen alemán instalado en Inglaterra, fascinado con dibujar escenas de mujeres sometidas y en posiciones con connotación sexual, imágenes -según afirma la autora- análogas a los crímenes de Whitechapel (se menciona una pintura de Sickert titulada La habitación de Jack el Destripador). La evidencia más fuerte esgrimida por la autora es un estudio de ADN tomado de la saliva de los sellos postales de Sickert (su cuerpo fue cremado), confrontado con material genético encontrado en cartas atribuidas al Destripador y en otras que los estudios grafológicos contratados por la autora consideraron de Sickert-Destripador, guardadas en museos y en manos de coleccionistas. Aunque el libro es muy interesante, escrito con pasión investigativa y promete poner en escena evidencias irrefutables, termina acomodando argumentos y forzando especulaciones; al final, las pruebas científicas de ADN mitocondrial no resultan concluyentes. Dado el número de personas que manejaron las muchas cartas, encontrar una coincidencia con cualquier muestra de ADN mitocondrial sería altamente probable. Los críticos también notan que la mayoría de las cartas recopiladas por la escritora podrían ser simples bromas o ejercicios perversos de mentes perturbadas, mas no de Jack; incluso, si a la postre Cornwell pudiera probar que Sickert escribió una o más de las cartas firmadas por el Destripador, ésa no sería prueba de que él fuera el asesino. Lo más problemático para esta teoría radica en el hecho de que varias cartas de la familia Sickert ubican al artista de vacaciones en Francia en un periodo que coincide con las fechas de la mayoría de los asesinatos del Destripador.

Conspiradores En el libro de Stephen Knight: Jack el Destripador, solución final, se presenta una complicada trama que también involucra a Sickert el pintor. Veamos: El príncipe Eduardo (Alberto Víctor Cristian Eduardo, 1864-1892), duque de Clarence y Avondale, nieto de la reina Victoria y futuro rey de Inglaterra, de 24 años y aburrido de la vida palaciega, para entrenar para su matrimonio se enreda con una plebeya llamada Annie Crook, cuya mejor amiga es la prostituta Marie Kelly. Crook queda embarazada, y Eduardo no sabe qué hacer; el asunto llega a oídos del primer ministro, lord Salisbury. Se avecina un escándalo real, y sólo

dos hombres de confianza pueden evitarlo. Walter Sickert y el doctor de la corte, William Gull (1816-1890), experto en lobotomías y hábil destripador (para la época ya estaba cerca de los 70 años), ayudados por su cochero, John Ackley, se dieron a la tarea de hacer desaparecer a la madre del niño y luego a sus amigas, quienes tras conocer el asunto intentaron chantajear a la familia real, por lo cual fueron silenciadas por el grupo (nunca se ha demostrado que las víctimas del Destripador se conocieran entre sí). Los homicidas se dieron la tarea de proteger la reputación de Eduardo, evitando que su hijo ilegítimo fuera dado a conocer públicamente, y para esto eliminaron a las cinco mujeres y enviaron cartas a los periódicos y a la policía para crear el pánico. En otros relatos de la misma línea (en una de las versiones analizadas por Colín Wilson) se menciona a James Kenneth Stephen (1859-1892), poeta y tutor de Eduardo, como otro de los conspiradores asesinos. Como toda teoría conspirativa: fascinante, truculenta y demasiado compleja para ser verdad. Falla por un motivo: si todo el asunto se reducía a silenciar a una mujer, el dinero habría sido el mejor mediador; no era necesaria una carrera homicida tan escandalosa capaz de despertar el interés de toda la nación. Sir William Gull era, presumiblemente, masón (una vez más, como en novelas recientes, se señala injusta e infundadamente a los masones de prácticas oscuras), lo que supone que la crueldad de los crímenes obedecía a ritos secretos simbolizados en cortes y desmembramientos. Según la definición de crimen sexual, antes revisada, sabemos que la crueldad de las agresiones de un asesino en serie está motivada por la búsqueda de placer a partir de infligir dolor, y no implica, como en esta rebuscada teoría, complicadas conspiraciones. Mucho se ha especulado sobre la habilidad quirúrgica de Jack, en especial, en torno a la mutilación del útero, órgano que sin duda exige conocimiento anatómico para la extracción, debido a su ubicación custodiada por otros órganos. Sin entrar en discusiones inútiles sobre si Jack era o no un médico enloquecido, aceptamos que el asesino de Whitechapel contaba con eficiente destreza y conocimiento para manejar su cuchillo (que de acuerdo a las autopsias podría medir cerca de 15 centímetros), lo que nos lleva a afirmar que el interés del asesino por la anatomía humana sí existía, pero no en relación con su profesión (médico, carnicero, etc.), sino con su deseo perverso de invadir y destruir por completo a su víctima. Jack conocía la anatomía humana, ya fuera por libros o por su propia experiencia “investigativa”. Los conocidos actos de tortura de animales o la manipulación de

cadáveres de los asesinos modernos nos dan evidencia de cómo pudo obtener el Destripador tales macabros conocimientos. La identidad del Destripador seguirá fascinando por siempre al mundo. Teorías de todo tipo, como algunas que lo ubican en Suramérica o guiones de ficción que lo mezclan con vampiros inmortales o con el mismísimo Van Helsing (como ocurre en la novela Drácula, el no muerto, de Dacre Stoker, sobrino biznieto de Bram Stoker), seguirán luchando por atraparlo y hacerles justicia póstuma a las mujeres de Whitechapel. Lo único de lo que podemos estar seguros es de que con Jack el Destripador se perfiló el modelo del asesino en serie del siglo xx hasta nuestros días. Lo que no podía anticipar el monstruo de Whitechapel era la larga lista de imitadores que lo seguirían, llevando su número de víctimas y sus crueles métodos a límites insospechado.

Asesinos caníbales y vampiros El canibalismo en asesinos en serie representa una apropiación voraz de la víctima; una invasión suprema de un cuerpo ajeno al que se desea. Es un perverso código de relación del asesino con su presa. Implica un comportamiento atávico en el cual la víctima es reducida a alimento. Expresa el poder supremo de anulación del otro y del odio profundo por la supuesta inferioridad de la víctima. También aparece como un elemento partícipe del frenesí sexual o puede hacer parte de los rituales post mórtem. Es también una respuesta agresiva ante el miedo o el deseo de ser devorado. El canibalismo, consumo de carne humana, y el vampirismo, consumo de sangre, son prácticas que suelen hacer parte de los rituales de los asesinos en serie. Muchas declaraciones de homicidas convictos han dado evidencia de cómo estos atroces actos implican un medio de gratificación sexual. Es una forma más de la cruel puesta en escena de las fantasías necrofílicas del asesino en serie. El placer sexual derivado del consumo de carne o de sangre es, por supuesto, la imagen que emparenta a los asesinos en serie con los vampiros de la literatura y el cine. De manera inversa, a personajes de la historia - como Gilles de Rais (1404-1440, héroe de guerra francés, asesino de al menos 600 niños), Vlad lll Drácula, el Empalador (1431-1477, héroe de la guerra contra los otomanos en el actual territorio rumano del que se calculan más de 100.000 víctimas del castigo del empalamiento) y la mítica condesa Erzsébet Bathory (1560-1614, acusada de asesinar a más de 400 jóvenes doncellas)- se los relaciona con prácticas de vampirismo. Estos primigenios asesinos de masas y en serie, que amparados en su poder político y económico dieron rienda suelta a sus fantasías, se actualizan en los nuevos asesinos en serie atraídos por el poder que se supone les otorgará quitar una vida humana.

Albert Fish (1870-1936, Estados Unidos): El Niñero Caníbal No estoy desquiciado, sólo soy un poco raro Albert Fish, citado por David Everitt, Human Monsters

Anciano en apariencia encantador, proveniente de una prestigiosa familia neoyorquina y devoto de sus nietos, escribió a los padres de una de sus víctimas de 10 años: “Grace se sentó en mi regazo y me besó. Entonces decidí comérmela”. Se calcula que Fish asesinó cerca de treinta personas; esta cifra proviene de especulaciones nacidas de sus vagas confesiones. Sólo fue procesado por un crimen cometido en 1928.

Adicto al dolor Los reportes de la infancia y adolescencia describen a Fish como conflictivo y extraño. A los 5 años, ante la muerte de su padre, fue enviado a un orfanato, donde fue golpeado con frecuencia. A medida que fue creciendo, Fish descubrió el placer físico que le causaba el dolor. A los 12 años ya tenía relaciones homosexuales. En la adolescencia se sintió atraído por las prácticas de urofagia y coprofagia (ingesta de orina y de heces). En 1890, Fish llegó a la ciudad de Nueva York; se ganaba la vida pintando y reparando viviendas. Después se supo que durante un largo periodo violó a varios niños, la mayoría, de raza negra. Muchas veces fue despedido del trabajo cuando surgían rumores de acoso a los jóvenes del lugar. En 1898 se casó con una joven nueve años menor que él, con quien tuvo seis hijos. Según David Everitt, Albert Fish fue un buen padre, aunque sus hijos fueron testigos de innumerables actos extraños: lo vieron subir a una colina cercana a su casa, alzar el puño al cielo y gritar “¡Soy Cristo!”. También les pedía que le golpearan las nalgas con un palo con punta afilada hasta que lo hicieran sangrar. Los hijos recuerdan los extraños juegos que proponía su padre, en los cuales siempre perdía para recibir el anhelado castigo de los golpes. En 1903 fue arrestado por malversación de fondos y sentenciado a prisión; purgó su delito en la cárcel estatal de Sing Sing. Se cree que su primer asesinato ocurrió en 1910 en Wilmington Delaware; también se tiene información sobre un crimen cometido en 1919 en Georgetown,Washington D. C. En enero de 1917, su esposa lo abandonó por otro hombre. Más adelante él se casó en dos ocasiones más. Con el paso del tiempo se intensificó su fanatismo religioso, combinando la imagen del dolor místico con actos de sadomasoquismo. El rastro homicida de Fish se pierde hasta 1928.

Un clasificado de muerte

Fish, ya abuelo y con 58 años, leyó por azar en un periódico un aviso clasificado en el que Edward Budd, un joven de clase media, habitante del distrito Chelsea de Manhattan, se ofrecía para trabajar en una granja a las afueras de Nueva York. La larga, experiencia de Fish en el rapto, violación y asesinato lo convenció de que tenía ante sí una presa fácil, así que atendió el llamado y concertó una cita con Edward. El viejo se presentó ante el joven como Frank Howard. Pronto se decepcionó al descubrir que éste vivía con sus padres, y si bien se sintió atraído físicamente por él, intuyó que la situación sería más difícil de lo imaginado. A punto de abandonar la cacería, descubrió que Edward tenía una hermana de 10 años, así que dio paso a un plan alternativo. Como su aspecto era el de un tranquilo y amable anciano, pronto se ganó la confianza de los padres de Edward, Delia Flanagan y Albert Budd. Les prometió que en efecto contrataría a su hijo y para ello concertó una segunda visita. En el siguiente encuentro, Howard regaló dinero a los hijos mayores de los Budd y acabó de ganarse su confianza. Cuando se ofreció a llevar a Grace a una fiesta de cumpleaños en casa de su hermana, ni Edward ni sus padres sospecharon nada malo y dieron el permiso. Howard jamás regresó con la pequeña. Tras el rapto, la asfixió para posteriormente comerse su cuerpo. Los padres hicieron todo lo posible para recuperar a su hija, pero el rastro del amable Howard era invisible. La policía no tenía más pistas que el retrato hablado del secuestrador. Seis años más tarde, en 1934, Fish escribió a los padres de Grace una escalofriante carta en la que relataba los pormenores del asesinato de la niña. En el texto resaltaba el hecho de no haberla violado y cómo se había alimentado de su cuerpo durante nueve días. También hacía referencia a un relato de un amigo suyo sobre el consumo de carne humana en China, situación que al parecer había despertado su fantasía antropófaga.

El detective obsesionado Por fortuna, la investigación del rapto de la pequeña recayó en manos del inspector Will King, quien día y noche se dedicó obsesivamente a encontrar al culpable. Fish no tuvo cuidado en escoger el sobre que contenía la carta; particularidad que se convertiría en una pista clave. Las autoridades forenses descubrieron la presencia de un sello de la Sociedad de Socorros Mutuos de Choferes de Nueva York. Allí acudió de inmediato King para interrogar a un chofer de apellido

Siscosky, quien confesó haber robado papel de oficina para depositarlo en una pensión. Esta nueva pista llevó al detective a una habitación en el 200 Este de la calle 52. El lugar estaba abandonado, pero en los registros de propiedad (a nombre de Albert Fish), King reconoció una letra idéntica a la de la carta del secuestrador de Grace. Según la declaración de un vecino, el lugar no estaba habitado, pero un hombre mayor lo visitaba de vez en cuando. El detective se apostó en su auto a esperar a que el sospechoso apareciera. Pasaron tres semanas sin novedad, hasta que por fin obtuvo su recompensa. King interceptó a Fish, quien de inmediato intentó escapar. El anciano en apariencia desvalido se opuso al arresto empuñando una navaja. Tras una confrontación física, el policía logró someterlo.

Galería de perversiones Durante los largos interrogatorios psiquiátricos que le hicieron a Fish, descubrieron aspectos alarmantes de su personalidad secreta; emergieron relatos sobre terribles prácticas sexuales masoquistas, como la de introducirse agujas por el escroto. Sobre su incapacidad mental nunca se llegó a un consenso; de hecho, el mismo Fish se enfurecía cuando se le insinuaba la posibilidad de que estuviera loco. Su cordura y lucidez eran notorias. Su rasgo más impactante era el de ser un magnífico abuelo que adoraba a sus nietos. De forma paralela a esta aparente normalidad, argumentaba que sus crímenes eran inspirados por Dios, quien le ordenaba matar. En realidad, era una argucia para escapar de la justicia. Otros dos casos de niños desaparecidos en 1924 y 1927, vistos por última vez en compañía de un sujeto similar a Fish, se vincularon a la investigación. Su pasado de homicida en serie nunca se logró demostrar, pero quedó claro que Grace no era ni su primera ni su única víctima. Tras un largo proceso, en el cual se mostró cínico y aburrido frente a las declaraciones, finalmente fue condenado a la pena de muerte. A pesar de las grotescas descripciones de las prácticas sexuales del asesino, el jurado lo encontró sano. La ejecución de Fish, en la correccional de Sing Sing en 1936, no transcurrió con normalidad: el anciano manifestaba estar ansioso y feliz de probar la silla eléctrica. Cuando llegó el momento, las agujas acumuladas en su cuerpo (alojadas en el escroto) provocaron un corto circuito, lo que obligó a las autoridades a un segundo choque que por fin cumplió con su cometido.

Edward, sus padres y la pequeña Grace, por fin habían obtenido justicia.

Fritz Haarmann (1879-1925, Alemania): El Carnicero de Hannover Condénenme a muerte, sólo pido justicia, no estoy loco. Fritz Haarmann, citado por Oliver Cyriax, Diccionario del crimen Haarmann, de profesión carnicero, devoró a más de 30 jóvenes cuyas edades oscilaban entre los 12 y los 18 años. Vendió como salchichas o como carne de caballo partes de los cuerpos. Hasta su ejecución, en 1925. alegó que no estaba loco. Sacó provecho de su placer secreto: además de saciar su deseo caníbal y homicida, vendió los restos de los cuerpos a buen precio; en ocasiones vendió incluso las pertenencias de sus víctimas. Haarmann era de estatura mediana, ancho y fuerte, pero delicado en su voz y en los movimientos, de rostro redondo y mirada intensa, orgulloso de su grueso bigote. Hablaba sin pausa y con elocuencia, y en apariencia era un sujeto amigable y cortés.

Desapariciones habituales La infancia de Haarmann fue traumática: padre agresivo, hermanas involucradas en prostitución y pobreza extrema. Desde muy joven dio señales de perversión sexual al atacar a muchachos de su edad. A los 17 años fue fichado por la policía por acoso de otros adolescentes, exhibicionismo e intento de abuso sexual. La Depresión posguerra fue el ambiente perfecto para los crímenes de Haarmann. Las muertes por hambruna y las desapariciones de personas eran frecuentes, lo que permitió que nadie notara sus actividades durante mucho tiempo. En el Diccionario del crimen se hace referencia a que en esta ciudad desaparecían, en promedio, 100 jóvenes al año. En 1919, a los 40 años, comenzó su faceta más perversa de caníbal. Su modus operandi consistía en prometer trabajo a los jóvenes en la estación de autobuses de la ciudad. Una vez los conducía a una buhardilla que poseía en el barrio de Neustrasse (peligroso sector a espaldas del río Leine), los sometía, los violaba y de un mordisco les seccionaba la carótida y la tráquea. Según Oliver Cyriax, Haarmann era informante de la policía, incluso tenía una placa oficial que usó para capturar a sus víctimas.

Haarmann no estuvo solo en su carrera caníbal, para ello contó con la ayuda de su amante, Hans Grans, un ladrón y gigoló al que conoció en 1919. En compañía de Grans, cambió de táctica predatoria, seleccionando víctimas entre los homosexuales que se reunían en los cafés gays de Hannover: el Café Kropcke, adonde acudían muchachos de clase alta, y el Café Zur Schwülen Guste, frecuentado por jóvenes de escasos recursos. Fue junto a su amante-socio como se dio a la tarea de vender la carne de las víctimas y a fabricar salchichas con ésta. Los consumidores de la “mercancía” ofrecida por Haarmann no sospecharon el raro color blanco de los huesos. Se contentaron con la idea de que era carne de caballo. Los vecinos de la carnicería se quejaron por el ruido producido al cortar los huesos a altas horas de la noche.

Alegatos de locura El 17 de mayo de 1924, la policía local, alertada por unos niños, encontró en el río Leine un cráneo. El 13 de junio fueron hallados otros restos humanos los forenses informaron que pertenecían a jóvenes entre de 12 y 20 años y que los cuerpos habían sido decapitados y la carne, eliminada por completo. Los pobladores de la región creyeron inicialmente que los restos provenían del cercano Instituto de Anatomía de Gottingen. Las continuas desapariciones de jóvenes y las pistas halladas, más una nueva acusación por conducta indecente de un joven al que Haarmann conocía, terminaron por conducir a la policía a la vivienda del caníbal. El 22 de junio, el Vampiro de Hannover (otro de sus apodos) por fin fue detenido. En su casa se encontraron diferentes pertenencias de las víctimas. Después de un vago intento por decir que sólo había tenido sexo con las víctimas, no tuvo más remedio que confesar sus crímenes. Lo único que alegó en su defensa fue que al matar y al devorar a sus víctimas entraba en un trance especial, hasta el punto de que no recordaba ni tenía claro lo ocurrido; sin embargo, aceptó la total culpabilidad. Durante las audiencias del juicio, realizado a puerta cerrada ante la expectativa despertada en el público, se mostró arrogante y cínico. Oliver Cyriax relata cómo ante el reclamo de un hombre que le enseñó la fotografía de una de sus víctimas Haarmann había dicho con desprecio que jamás habría aceptado a un joven tan feo. El 15 de abril de 1925, en Berlín, Haarmann fue decapitado en la guillotina. Juan Antonio Cebrián, en Psicokillers, asesinos sin alma explica que su socio fue condenado a cadena perpetua, pero finalmente se lo conmutó a 12 años de prisión.

El London Daily Express del 17 de abril de 1925 tituló: “Cerebro de vampiro: se especula acerca de su conservación para ser estudiado por científicos”. En la mente de los habitantes de Hannover duró mucho tiempo el miedo a comer carne.

Joachim Kroll (1933-1991, Alemania): el Cazador Antes de emprender su vida de caníbal, el alemán Joachim Kroll tuvo un largo periodo de violador y estrangulador en serie. Cometió su primer crimen en 1955. Pasaron 21 años antes de que fuera detenido, situación que lo convirtió en uno de los asesinos que más tiempo estuvieron libres sin despertar sospecha. Según John Dunning en el libro Strange Deaths, en su extenso periodo de actividad criminal Kroll asesinó mujeres de todas las edades (se calculan que fueron mucho más de 14). La más joven tenía 4 años, y la mayor, 70. Atacó en varias ciudades de Alemania Occidental; el sector que más sufrió su paso homicida fue el distrito de Ruhr, donde fue apodado el Cazador. En las escenas de los crímenes, la violencia sexual de Kroll resultaba evidente. En su casa tenía muñecas inflables, a las que vestía con las ropas de las mujeres agredidas. El hecho de que en un principio Kroll sólo violara y estrangulara hizo difícil a la policía percatarse de que esta serie de crímenes pertenecía a un sólo asesino; su modus operandi cambió a lo largo de estos años y el canibalismo fue el último carácter en manifestarse. En la Alemania de la época, por supuesto, el concepto de asesino en serie no estaba ni cerca de acuñarse, pero las nociones de violador, pervertido y pedófilo eran suficientes para guiar una investigación.

Bajo coeficiente intelectual Joachim fue el último de ocho hijos de una familia cuyo padre era minero de carbón. Asistió a la escuela durante 3 años, pero nunca aprendió a leer ni a escribir. Su aspecto era frágil. Los psiquiatras que en el futuro lo estudiaron descubrieron que su coeficiente intelectual apenas alcanzaba 76 puntos (muy por debajo del promedio). En 1955, a los 22 años, Kroll estranguló y luego violó a una joven cerca de una carretera rural de la ciudad de Walstedde. Cuatro años después Kroll perdió de nuevo el control y cometió otros dos crímenes. En este punto se sintió atraído por el sabor de la carne de sus víctimas. Al segundo cadáver le había arrancado parte de los muslos y los hombros (en el futuro se sabría que el asesino se llevó consigo las partes para comérselas en su casa).

En 1962 Kroll deambulaba por las calles convertido en un vagabundo marginal. Su figura resultaba desagradable: usaba lentes oscuros demasiado grandes para su ratonesco rostro. En ese año cobró dos víctimas más en la región de Bruckhausen, una de 12 años y la otra de 13. De nuevo las estranguló, las violó y se llevó partes de sus cuerpos. Dos sujetos fueron arrestados, declarados culpables y encarcelados por estos asesinatos. Tres años después, en un sitio apartado de Grossenbaum, Kroll atacó a una pareja de enamorados que se besaban dentro de un auto. El joven se bajó para ver qué quería el sujeto, y de inmediato recibió varias puñaladas letales. Tras encender el auto, la mujer logró escapar.

Inocentes En 1966 Kroll asesinó a Ursulla Rohling, de 20 años. La policía consideró que el culpable era el novio de la víctima; la investigación no pudo demostrar la responsabilidad del joven, y éste quedó en libertad. Sin embargo, se suicidó por causa del repudio de la gente de su región. Meses después, Kroll asesinó a una pequeña de apenas cinco años. Luego, a una mujer de 61 años y a otra de 13 años. En 1976, al igual que muchos otros asesinos en serie, Kroll fue descubierto por taponar las cañerías con restos de los cuerpos tras cocinar las partes que le resultaban agradables. Esta situación puso en alerta a los vecinos y posteriormente a las autoridades que allanaron su humilde vivienda, ubicada en Laar, para descubrir horrorizados partes de cuerpos humanos, envueltos en papel, guardados en el congelador. Al ser atrapado, el Cazador confesó su largo prontuario de crímenes (se refirió a trece homicidios, pero fue procesado por ocho); fue condenado a cadena perpetua (no existe en Alemania la pena capital). Murió en 1991 de una insuficiencia cardíaca en la prisión de Rheinbach. El caso Kroll es la prueba más clara de que la inteligencia del asesino en serie no está ligada a su intelecto, y se limita a una característica depredadora que le permite atrapar a sus víctimas usando la máscara de un débil y desvalido sujeto. En 1993 Danny Devos, un artista belga, creó un proyecto plástico y visual en relación con la vida de Kroll; visitó escenarios de los crímenes y recopiló artículos de prensa y fotografías de los asesinatos. El explícito y agresivo trabajo se expuso en la tierra natal de Devos, así como en Alemania y Holanda.

Issei Sagawa (1949, Japón): El Escritor Caníbal

París, Francia, mayo de 1981. Soy, en mi estilo, horrible. Tengo manos y pies pequeños, una voz filosa como la de un eunuco y una cabeza desproporcionada por la cual circula un único pensamiento. Mido un metro cuarenta y cojo al caminar. Ella en cambio es alta. Su nombre:Renée Hartevelt. Holandesa, rubia. Por sobretodo rubia. Issei Sagawa, En la niebla, citado en el blog “Escrito con sangre” Desde muy joven el pequeño y frágil Issei Sagawa (nacido en Kobe, prefectura de Hyogo) estaba descontento con su desagradable y feo aspecto (llegó a medir 1,50 metros). Así mismo, estaba fascinado con la belleza de las occidentales. Su fantasía secreta era poseer a una hermosa mujer blanca para devorar su carne. Hijo de Akira Sagawa, presidente de Kurita Water Industries en Tokio, contaba con la solvencia económica suficiente para dedicarse a sus pasiones. En sus años escolares fue un estudiante destacado, en especial en artes y en literatura. Un consumado lector que, como afirma el escritor Julio Ramón Ribeyro, tomó al pie de la letra la metáfora caníbal del amante.

El despertar de un caníbal Su primer episodio criminal ocurrió a principios de los años setenta, cuando estudiaba literatura inglesa en la Universidad de Wako, en Tokio. Allí se obsesionó con una mujer que daba clases de idiomas. Atraído por el aspecto de la joven, y sin tener claro el sentido de sus acciones, la siguió hasta su vivienda. Esperó la caída de la noche. Por una ventana abierta ingresó sigilosamente, al descubrirla en su cama, dormida y medio desnuda, comprendió el curso de su ilegal travesía. Buscó algún objeto para apuñalarla o golpearla. Lo único que encontró fue un paraguas. La sombra del pequeño japonés, ante la vulnerabilidad de la durmiente, se hizo gigante y fuerte. Era el momento de la posesión definitiva. Atrás quedarían los días de ansiedad por poseer un bello cuerpo blanco. La mujer despertó y sus gritos provocaron la huida del intruso. El deseo frustrado esa noche se replicó mucho tiempo después. Las fantasías caníbales con hermosas damas blancas serían llevadas a la realidad.

Una fantasía En 1981, pasados los 30 años, Sagawa viajó de Japón a estudiar literatura comparada en la Sorbona de París. Allí conoció a Renée Hartevelt, una bella

holandesa de 25 años. Sagawa dedicó su tiempo a conquistarla. Una vez ganó su confianza, la invitó a la ópera y a diferentes exposiciones. Él la consideraba una obra de arte y, como tal, se dedicaba a contemplar y alabar su belleza. Renée se sentía a salvo con el frágil Issei: la bella y la bestia. Uno de los momentos más significativos fue la noche en que frieron a bailar; al sentir su cercanía física, el japonés creyó que era correspondido por Renée. En realidad, ella tan sólo lo veía como un amigo con el cual conversar y pasar el tiempo. Por supuesto que lo consideraba inteligente y encantador, pero eso nada tenía que ver con la atracción física. El rechazo sentimental de la mujer introdujo más aspectos sádicos en su fantasía de posesión. Sagawa, el 11 de junio de 1981, invitó a Renée a cenar a su apartamento. La trampa final estaba dispuesta. De nuevo, el japonés le declaró su amor. De nuevo, Renée definió sus límites como amiga. Luego de comer, se sentaron a tomar té a la manera oriental (en el suelo, sobre una mesa baja). Él le sugirió a su invitada que leyera un poema. Encendió una grabadora para registrar su magnífica voz. pronto esas palabras, las últimas, le servirían a Sagawa como fondo para recrear una y otra vez el asesinato de la bella Renée. La mujer no tuvo la oportunidad de anticipar los sucesos. El disparo de escopeta llegó por detrás; en la nuca. Su alma, por fortuna, se desvaneció de inmediato para no asistir a las atroces cosas que él le haría a su cuerpo. La fantasía había llegado a su peor fase: la puesta en escena de un largo ritual caníbal que incluyó cortar el cuerpo para almacenarlo en la nevera y así poder ingerirlo durante varios días. Sagawa encontró deleite y gratificación sexual en el consumo de las partes cortadas. Lo único que lo perturbó fue la descomposición de la carne: el aviso evidente del fin de su asquerosa comunión. Tres días después, cuando agotó los restos que consideraba comestibles, empacó en dos maletas lo que quedaba del cuerpo. En la tarde tomó un taxi hasta el bosque de Boloña. El lugar estaba lleno de caminantes, así que Sagawa, decepcionado, regresó a casa. Al caer la noche viajó de nuevo al bosque y esta vez, bajo el anonimato de las sombras, arrojó las valijas. Minutos después, unos caminantes descubrieron con horror los restos humanos y alertaron a la policía. La marca japonesa de las maletas y la conexión con la denuncia de la desaparición de una estudiante holandesa, junto con las pruebas de identificación forense de los restos hallados, señalaron a los investigadores franceses el nombre del japonés como sospechoso. Al ser detenido, el tímido y sonriente, Issei Sagawa confesó su crimen de forma tranquila como si se tratara de algo común.

Ineptitud y negligencia En 1983, tras la investigación del caso y de sus declaraciones explícitas del acto caníbal, Issei Sagawa fue declarado demente por el juez Jean-Louis Bruguière diagnóstico apoyado por varios psiquiatras que impidió que fuera procesado por asesinato. Se lo confinó, entonces, al Asilo Paul Giraud. Tras un año de reclusión, la poderosa familia Sagawa hizo un trato para que Issei fuera transferido al Hospital Psiquiátrico Matsuzawa en Japón. El fiscal creyó que allí estaría preso de por vida, así que accedió. Escandalosamente, sólo permaneció detenido durante 15 meses. La sombra del caníbal vio la luz en agosto de 1985. El dolor y el sufrimiento de Reneé y, por supuesto, de su familia no importaron. El que se creyera que no estaba loco resultó ser razón suficiente para dejarlo en libertad. Se obvió absurdamente que se estaba ante un terrible asesinato. Ante cámaras, reporteros y programas de televisión, el acto del pequeño caníbal se robó el protagonismo. Una vez en libertad, la celebridad de Sagawa emergió. Escribió sus memorias tituladas En la niebla; el libro, morbosamente, tuvo gran acogida. Juro Kara, reconocido autor japonés, a partir de la correspondencia epistolar con el asesino escribió en 1987 el libro La carta de Sagawa. El asesino caníbal incluso empezó a aparecer en programas de televisión dando declaraciones sobre el canibalismo.

Celebridad y olvido Sagawa se ha convertido en un reconocido artista plástico cuyos temas, por supuesto, se relacionan con su atroz crimen. Incluso ha participado en películas pornográficas en los que se celebran sus perversiones. Sus diferentes libros, que se mueven peligrosamente entre la ficción y la realidad del crimen cometido, se siguen publicando. A su alrededor se ha tejido una desagradable apología de lo ocurrido. El sufrimiento y la dignidad de la víctima y sus familiares parecen no importarle a nadie en Japón. Jamás ha manifestado arrepentimiento por lo ocurrido; en sus declaraciones siempre hace gala de haber alcanzado su sueño más preciado. No ocultó nunca el placer experimentado al probar la carne humana. En su narración grotesca del proceso caníbal no evita evidenciar su asqueroso éxtasis. Según sus propias palabras, espera ser devorado por una beba occidental debido a que sólo un acto así lo redimiría. Esa es su nueva fantasía. Un documental realizado en el 2003 muestra a un tranquilo y placido Sagawa (jamás supervisado por las autoridades), dedicando sus días a alternar con

prostitutas occidentales y a escuchar a Bach.

Jeffrey Dahmer (1960-1994, Estados Unidos): El Caníbal de Milwaukee Un día de mayo de 1991, en medio de un vecindario de clase media de Milwaukee, Wisconsin, apareció un joven en ropa interior que deliraba y apenas pronunciaba monosílabos inconexos. Los vecinos trataron de indagar qué le ocurría, pero el sujeto tan sólo emitía sonidos guturales. La policía fue alertada sobre la situación. Al interrogar al errático joven, los patrulleros no comprendieron lo que trataba de explicarles. Jeffrey Dahmer, un apuesto joven rubio, apareció en la escena. De forma amable les explicó que el sujeto era su novio y que sencillamente se había embriagado. Los vecinos le reclamaron. El hombre se mantuvo bajo control. Los homofóbicos policías lanzaron una mirada de reproche a la pareja y apenas se asomaron a la puerta del apartamento donde Dahmer explicó que vivía con su amigo. Una vez se convencieron de que el joven estaba borracho y de que su acompañante lo cuidaría, se marcharon molestos. Dahmer se despidió de los oficiales y cerró la puerta. Fue la última vez que se vio vivo a Konerak Sinthasomphone. Era un nuevo cuerpo para la colección del hombre rubio. El proyecto homicida de Jeffrey Dahmer, que contemplaba la creación de una familia de amantes-cadáveres dispuestos por toda la casa, empezó 13 años antes de este incidente.

¿Cómo nace un monstruo? Los padres de Jeffrey han declarado que, más allá de las típicas discusiones familiares, siempre le dieron afecto y protección a su hijo y que jamás hubo un acto de agresión de ningún tipo. En 1967, los Dahmer se trasladaron a una nueva casa en Bath, Ohio, donde transcurrió la feliz niñez de Jeffrey. Cuando tenía cerca de diez años todo cambió en su antes extrovertida forma de ser: se tornó asocial y gradualmente se aisló de todo contacto con otras personas. Lionel Dahmer se preocupó por esta nueva y extraña personalidad de su hijo, pero todo esfuerzo por lograr que Jeffrey socializara resultaba inútil: era un joven ensimismado al que casi ni se le escuchaba hablar y al que nada parecía importarle. Desde muy joven sintió fascinación por los animales muertos; coleccionó en

secreto diferentes ejemplares, desde diminutos insectos hasta mascotas más grandes. No se limitó a esconderlos: le interesaban las entrañas y huesos de los cadáveres. En la escuela era el bicho raro. Sencillamente los vivos no le interesaban. Durante la adolescencia se aficionó a la masturbación y a la colección de pornografía masculina. El alcohol y las drogas eran sus únicos amigos de entonces. A los 17 años, se enamoró platónicamente de un apuesto deportista que pasaba a diario en frente de su casa en Ohio. Dahmer deseaba conocerlo, pero no era capaz de hablarle. En su extraña lógica le pareció correcto tomar un bate de béisbol y apostarse estratégicamente a la espera del joven para someterlo con un golpe. Por fortuna, ese día no apareció el corredor. Las fantasías violentas de un cuerpo sometido a su control se hicieron más frecuentes, hasta que invadieron completamente su mente. Por esta época los padres de Jeffrey se separaron.

El primer crimen El 18 de junio de 1978, Dahmer recogió en su vehículo a un joven que pedía un aventón; en el trayecto lo convenció de ir a su casa para beber y comer algo. Jeffrey sabía que su padre y su madrastra, con los que ahora vivía, estaban fuera de la ciudad. Una vez en la residencia, Jeffrey intentó seducir al joven, pero éste se negó y expresó no ser homosexual. Entonces, Dahmer lo golpeó con un bate y luego lo estranguló con una barra de ejercicios. Ante el regreso inminente de su familia, envolvió el cuerpo en bolsas de basura y se trasladó a casa de su abuela, en Wisconsin. En el sótano de la casa, dio rienda suelta a su instinto y le extrajo los órganos internos para luego masturbarse. Finalmente ocultó el cadáver en las tuberías de la casa. Después de este crimen vendría una desconexión total con el mundo. El padre de Jeffrey, que acababa de casarse por segunda vez, ajeno a la situación y sin sospechar el monstruo en el que su hijo se estaba transformando, lo obligó a estudiar en la universidad. Aunque se inscribió, las clases no le atraían en lo más mínimo. Su vida en los apartamentos universitarios fue un desastre: se entregó a la bebida y se enclaustro aún más en la fantasía de poseer un nuevo cadáver. La segunda medida disciplinaria tomada por el padre fue enlistarlo en la Marina en 1979, lugar donde el retraído Jeffrey aguantó algo más de dos años (realizó un largo viaje a Alemania) y donde sólo le interesaba beber alcohol y fumar

marihuana. Ante su incapacidad social, apenas mediada por encuentros homosexuales, finalmente fue expulsado. La acción desesperada fue enviarlo con su abuela a West Allis, Wisconsin. La abuela de Dahmer era una mujer enferma que no salía de su habitación, así que no se preocupaba mucho por la salud mental de su nieto. En este lugar tuvo una temporada de fanatismo religioso que redujo su adicción al alcohol. Jeffrey dio señales de enderezarse al trabajar en una fábrica de chocolates de Milwaukee. En esta época, intentó relacionarse con otros hombres en sitios de encuentro gay, como eran los baños públicos. Deseaba un compañero sexual, pero en el momento en que sus posibles parejas le entablaban diálogo se sentía bloqueado. Si bien se excitaba eróticamente al recrear fantasías sádicas, frente a personas reales era impotente. Desesperado, robó el cadáver de un joven recién enterrado y con él practicó actos necrofílicos. El freno sobre sus fantasías eróticas estaba perdido. Había reconocido que la única forma de sentirse a gusto era obteniendo sus propios compañeros. A los escasos amantes casuales les empezó a proporcionar somníferos para poder tener sexo con ellos. Pronto los sujetos que se expusieron a dicha situación se asustaron ante la agresividad física de Dahmer, que por lo general intentaba estrangularlos durante el coito. El primer homicidio le había proporcionado a Dahmer cierta tranquilidad durante un largo tiempo. Recrearlo una y otra vez en su mente le permitía fantasear, pero tarde o temprano se agotaría su poder evocador. En 1986 intentó fallidamente robar un nuevo cuerpo de un cementerio. Ese mismo año fue arrestado por exhibicionismo público.

Años de ansiedad El 20 de noviembre de 1987, pasados nueve años del primer homicidio, ocurrió el segundo crimen, el cual dio inicio a una larga lista de homicidios. La víctima fue un joven de raza negra llamado Steven Toumi. Dahmer intimó con él en un bar y luego lo convenció de ir a un hotel. Iba preparado con un somnífero que le proporcionó en una bebida. Cuando hizo efecto el sedante, lo estranguló dormido para después atacar el cuerpo en medio de un éxtasis brutal. Para no despertar sospechas, sacó el cuerpo del hotel a hurtadillas y lo llevó a su casa. La abuela de Dahmer, aislada en su habitación, no se percató de lo ocurrido. Jeffrey conservó el cuerpo desmembrado durante varios días; separó la carne del cráneo y se quedó con éste como recuerdo. Fue su primer trofeo. A principios de 1988 asesinó a Jamie Doxtator de 14 años y a Richard Guerrero de 23 años, cuyos cuerpos también canibalizó.

La soledad del lugar y las escasas visitas del padre le permitieron convertir el sótano de la casa en una galería personal del horror.

Oxford 213 A mediados de 1988 Dahmer asesinó a Anthony Sears, tuvo sexo con su cadáver y lo desmembró. El 25 de septiembre de 1988 Dahmer se trasladó a un apartamento en Milwaukee: Oxford 213. Al día siguiente le ofreció 50 dólares a un chico laosiano de 13 años por posar para unas fotografías; tras drogarlo, abusó de él. Los padres del muchacho realizaron la denuncia y el 30 de enero de 1989 Dahmer fue encontrado culpable de abuso sexual. Sólo permaneció en la cárcel 10 meses (este caso se relacionó más adelante con otro crimen). Tras ser liberado, entre 1990 y 1991, en el apartamento de Oxford, sin importarle que los vecinos sospecharan, mató a doce hombres más, comió su carne y guardó algunas partes. Continuó con su habitual táctica predatoria de conducirlos a su casa para luego matarlos y desmembrarlos. Las partes conservadas, dispuestas por todo el apartamento, se convirtieron en su tétrica familia. Con los huesos fabricó objetos de decoración. Otro de sus placeres solitarios era tomar fotos de los cuerpos decapitados en extrañas posturas. Una mesa negra de madera era el centro de sus rituales. Su excitación máxima provenía de los intestinos, con los cuales se masturbaba. También coleccionó las cabezas. La nevera se convirtió en un templo de conservación. En este apartamento tuvo lugar el suceso narrado al inicio: Dahmer, mediante una inyección al cerebro de ácido muriático, había convertido en un muerto viviente a Konerak Sinthasomphone, original de Laos; estado que le resultó ideal para así poder tener un compañero silencioso. Para colmo, este joven resultó ser hermano de la víctima de violación por la cual había estado en prisión en 1989. El 19 de julio de 1990, Tracey Edwards, presa del modus operandi de Dahmer, logró escapar del apartamento 213 cuando apenas empezaba el efecto de los somníferos. Ya Dahmer lo tenía esposado y le había enseñado partes de su colección, también le había dicho que le sacaría el corazón para comérselo. Edwards luchó por su vida golpeando a su captor. Logró salir a la calle para pedir auxilio. La policía creyó su historia. De inmediato se allanó el apartamento 213. Colin Wilson narra en el libro True crimen que los macabros hallazgos causaron estupor en todo el país, y hace referencia a que los vecinos de Dahmer siempre se quejaron de un mal olor, pero se contentaron con disculpas insulsas del reservado vecino.

La compleja patología del caníbal El juicio de Dahmer, sindicado por diecisiete asesinatos (la mayoría de víctimas, 11, eran de raza negra y en edades entre 14 y 33 años), fue todo un suceso para los medios estadounidenses. Las investigaciones psicológicas especularon sobre una operación de hernia que se le practicó a los 4 años, situación que, se suponía, se había fijado en su psiquis inconscientemente provocándole un grave trauma de invasión interna, incidente que explicaría su fascinación por las entrañas y que simbólicamente se expresaba con las víctimas en la mencionada mesa negra de “operaciones” hallada en el apartamento. Dahmer nunca intentó demostrar inocencia, pero, eso sí, insistió en que era un ser lúcido, para nada loco. Entre el repudio y el dolor de los familiares, el juicio terminó en una condena por 957 años. El caníbal de Milwaukee no duró mucho tiempo vivo: dos años después de ser sentenciado en la cárcel, un hombre negro, presumiblemente como venganza por la muerte de varios de su raza a manos del psicópata, le aplastó el cráneo contra una pared. El monstruo encontró al final a uno peor que él. Según Nick Yapp en Crímenes: los casos más impactantes de la historia, la ciudad de Milwaukee, ante la intención de algunas personas inescrupulosas que querían vender o exhibir los objetos de Dahmer (como la nevera o las canecas con ácido donde limpiaba los huesos de las víctimas), gastó 400.000 dólares para adquirir el material y destruirlo.

Peter Kürten (1883-1931, Alemania): El Vampiro de Dusseldorf Así es el amor. Frase cínica dicha por Kürten tras abandonar los cuerpos de sus víctimas. Citado por Oliver Cyriax, Diccionario del crimen Una vez me corten la cabeza, ¿podré oír, aunque sea por sólo un momento, el sonido de mi sangre brotar? Pregunta obsesiva de Kürten antes de morir en la guillotina, citado por Oliver Cyriax, Diccionario del crimen Kürten fue un ciudadano modelo y un esposo ejemplar durante mucho tiempo. Era un hombre vanidoso y preocupado por su aspecto físico, siempre se mantuvo

muy elegante y bien perfumado. Claro está que antes de su primer crimen humano el joven Peter practicó actos de zoofilia y asesinó a varios animales para satisfacer su perverso deseo sexual; a los nueve años fue el culpable de que dos amigos se ahogaran en un río. Ya siendo adulto estuvo preso por delitos menores. La sangre siempre fue el centro de su deseo, lo que lo convierte en un vampiro prototípico; en su juventud, al cortar el cuello de animales, mientras copulaba con ellos, se excitaba al verla brotar; años después hizo lo mismo con víctimas humanas.

Crepúsculo Kürten nació en Mülheim y fue el tercero de trece hermanos. Su familia era muy pobre y, según la información aportada por David Everritt, su padre violó a sus hermanas menores. A los ocho años, Kürten escapó y pronto se convirtió en delincuente. Se afirma que a los nueve años Kürten ahogó a dos amigos mientras se bañaban en el Rin. En la adolescencia trabajó como perrero, labor que le permitió torturar a los animales abandonados. También cometió actos de piromanía. El primer ataque homicida fue contra una joven de 13 años (Christine Klein), el 25 de mayo de 1913. Tras asaltar una vivienda para robarla, encontró a la joven dormida y entonces la estranguló y la degolló. Durante la Primera Guerra Mundial, Kürten fue condenado por delitos de hurto y por agresiones sexuales, también por desertar del Ejército. En 1921 se trasladó a Altemburgo, donde se casó con una prostituta y consiguió trabajo como camionero. Más delante administró una floristería. Vino una larga etapa de tranquilidad que explotó el 9 de febrero de 1929, cuando apuñaló brutalmente a una niña de ocho años (después de beber su sangre incineró el cuerpo). A partir de ese momento cometió una larga serie de atroces ataques contra mujeres de diferentes edades, en los cuales usó tijeras y otros elementos cortantes para apuñalarlas y obtener así la sangre. El 23 de agosto, mató a dos hermanas de 5 y 14 años. En septiembre, a una mujer, a la que golpeó con un martillo. El 7 de noviembre asesinó a una pequeña de cinco años. El Vampiro enviaba cartas a los periódicos para informar el paradero de sus víctimas. Los cuerpos hallados por la policía produjeron escándalo en la región, y el nombre del Vampiro de Dusseldorf reseñado en los diarios alemanes excitó el imaginario sobrenatural de los pobladores.

Retrato hablado El sentido principal de los crímenes de Kürten era la satisfacción sexual, así que, si él alcanzaba el orgasmo antes de que su víctima muriera, era muy probable que la dejara vivir. Según Nick Yapp en Crímenes: los casos más impactantes de la historia, esto ocurrió el 14 de mayo: en un bosque de la región (Grafenberger Wald Woods) Kürten atacó a la joven María Budlick, empleada de servicio doméstico; durante la violación (mientras la sometía con sus manos en el cuello) alcanzó el orgasmo y detuvo el ataque. Cambió su modus operandi vampírico y permitió que la mujer se marchara. María denunció lo ocurrido a la policía y dio una descripción del agresor. Ante el cerco de las investigaciones, y con el retrato hablado proporcionado por Budlick en diferentes periódicos, Kürten le confesó a su esposa que él era el Vampiro de Dusseldorf y le propuso que lo entregara a las autoridades para así cobrar la generosa recompensa ofrecida por su captura. La sorprendida esposa no tuvo más remedio que aceptar y denunció a Peter ante la policía el 24 de mayo de 1931. Una vez capturado y posteriormente enjuiciado por los diferentes asesinatos (se presume que fueron nueve en total y otras cuantas agresiones sexuales, la mayoría de mujeres muy jóvenes), fue condenado a morir en la guillotina. Durante los interrogatorios, la lucidez y frialdad de Kürten para narrar sus crueles acciones alarmaron a la comunidad psiquiátrica de la época. Al igual que Albert Fish, Kürten expresó inquietud placentera frente a la idea de morir; quería, en el momento de la decapitación, escuchar y sentir su propia sangre derramada. Dedicó los dos meses previos a la guillotina a protestar por las pésimas condiciones de la cárcel y a fantasear, como lo hizo en la juventud cuando estaba preso, con accidentes ferroviarios y todo tipo de aniquilaciones masivas. Oliver Cyriax comenta que Kürten incluso encontró placer en leer las noticias de sus crímenes y en contemplar el estupor del público frente a sus actos. El 2 de junio de 1931, a las seis de la mañana, en el patio de la prisión de Klügelpüts (Klingelputz, Colonia), fue ejecutado. El vampiro no era inmortal. Al rodar su cabeza, su hematodixia -fantasía mental de la excitación sexual asociada con una necesidad compulsiva de ver, sentir o ingerir la sangre- así finalizaba. Kürten también será recordado por ser el personaje que inspiró la película de Fritz Lang: M, el Vampiro de Dusseldorf (1931).

Richard Chase (1950-1979, Estados Unidos): El

vampiro de Sacramento Una de las escenas más horrendas del crimen serial contemporáneo fue el apartamento de Theresa Wallin, de 22 años y embarazada: se encontró su cuerpo con tres disparos, varios cortes en el vientre por donde le extrajeron los intestinos y varios órganos principales. También fue víctima de coprofagia. Un vaso de yogur daba prueba de que el asesino había bebido su sangre en él. Tal vez Chase no habría cometido tan horrendo crimen si sus padres no se hubieran cegado ante la clara evidencia de que su hijo estaba gravemente perturbado. Desde la infancia Richie dio señales de trastorno mental, piromanía e incapacidad para relacionarse con otros, aunque no fue violento. Los años de adolescencia fueron aún más críticos, Chase empezó a manifestar dolores de cabeza y extrañas anomalías; aseguraba que la sangre no circulaba bien por su cerebro.

Loco de atar Como muchos asesinos en serie, en su infancia Richard Chase torturó todo tipo de animales pequeños. En su adolescencia empezó a sufrir de delirios paranoides. En 1973, los médicos no tardaron en darse cuenta de que Chase era un caso grave de locura; sus padres no podían creerlo, así que se llevaron a su hijo de nuevo a casa, una buena sopa casera aliviaría sus males. Richard empezó su afición por la sangre de animales, cambió la dieta de mamá por vísceras crudas, pero enfermó y fue conducido a un hospital. Nuevamente los médicos confirmaron su diagnóstico: esquizofrenia paranoide. Chase fue internado por un tiempo en una institución mental; sometido a tratamiento con fármacos, dio señales de recuperación que le permitieron regresar a casa. Su madre de nuevo se equivocó al apoyarlo en la idea de que se sentiría mejor sin tomar los medicamentos. Al cumplir los 21 años, ella insistió en que ya era hora de que madurara y se fuera a vivir solo. Una vez instalado en su nueva casa, Richard decoró las paredes con consignas y esvásticas nazis y dedicó sus días a alimentarse de sangre animal para, presumiblemente, evitar su inminente deceso. Estaba convencido de ser perseguido por varias organizaciones secretas y creía que su jabón de baño estaba envenenado. Mantenido por su madre, Chase no tenía preocupaciones económicas, así que le quedaron suficientes ahorros para comprar una pistola calibre 22, arma que, a

pesar de sus antecedentes de enfermedad mental, no tuvo problemas para adquirir, otro absurdo más de esta historia. Richard estrenó su pistola disparando al azar contra las ventanas de sus vecinos. Fascinado por los crímenes de los asesinos en serie Kenneth Bianchi y Angelo Buono (los Estranguladores de la Colina), guardó los recortes de prensa relacionados con su caso. El 28 de diciembre de 1977, se cruzó con un hombre, Ambrose Griffin, al que disparó sin piedad. La investigación de este caso no se relacionó con Chase. El 23 de enero de 1978, se atrevió a tocar a la puerta de un tranquilo hogar sin tener claras sus intenciones; Theresa Wallin cometió el error de abrirle y ser la primera víctima del vampiro.

Perfil de un asesino desorganizado Cuatro días después, el 27 de enero, cometió el más sangriento y último de sus crímenes: tras entrar en una casa disparó a la cabeza de una mujer de 36 años, Evelyn Miroth, luego asesinó a su pequeño hijo Jason (de seis años) y a su sobrino de meses, Michael Ferreira. Finalmente disparó contra Daniel Meredith, de 51 años, un amigo de la familia. Chase violó el cuerpo de la mujer y bebió su sangre. Un vecino llamó a la puerta, ante lo cual Chase huyó con el cuerpo del bebé. Una vez regresó a su casa culminó el ritual vampírico en la humanidad del pequeño raptado. El modus operandi de Chase nunca se refino, por fortuna era tal vez el asesino más descuidado de la historia, y su desorganización permitió a las autoridades rastrearlo rápidamente. Robert Ressler cuenta cómo el perfil realizado por los agentes del FBI, según la forma como había asaltado los dos hogares, presentaba a un sujeto con una total distorsión de su mente, cuyo aspecto debía de estar deteriorado (probablemente sucio y descuidado en su forma de vestir) y era muy probable que viviera cerca a las personas agredidas. Tras de delinearse el perfil, de inmediato se emitieron boletines con esta información, así las autoridades contaban con una herramienta nueva para indagar por el perpetrador. Efectivamente, con aspecto de vagabundo, dientes amarillentos y sin bañar, Richard andaba de compras en un supermercado. Allí se encontró con una antigua compañera de clase a la que intentó abordar, pero ésta lo rechazó al notar su camiseta manchada de sangre y, asustada, se alejó del lugar. La joven notificó a las autoridades el incidente, lo cual generó una valiosa pista. La policía allanó la vivienda de Chase, que efectivamente estaba ubicada a pocas calles de las residencias de las víctimas. Al ingresar, en medio de un

nauseabundo olor, los agentes se encontraron con restos humanos y sangre embotelladas. Las provisiones de Chase eran diferentes órganos humanos y animales. Mientras los policías y forenses procesaban, con el estómago revuelto, la casa de Chase, el vampiro regresó y fue capturado.

Desorganizado y enfermo mental Chase fue procesado por los asesinatos (también se logró determinar su responsabilidad en el caso Griffin); los defensores trataron de probar su demencia, pero todos los alegatos sobre la incompetencia mental del asesino se rebatieron en la mente del jurado al conocer las fotografías de los horrendos crímenes. Chase fue condenado a pena de muerte. Una vez recluido en San Quintín, el Vampiro de Sacramento fingió que tomaba las drogas psiquiátricas que se le suministraban como tratamiento para, en secreto, almacenarlas. Finalmente obtuvo el número suficiente para provocarse una sobredosis el día de Navidad de 1979. En los meses previos, Chase mantuvo largas conversaciones con Robert Ressler; en estos diálogos el agente extrajo valiosa información para la futura detección de asesinos en serie de tipo desorganizado.

Roderick Ferrell (1980, Estados Unidos): Lestat Decidí tomar el camino del mal para ver qué sucedía. No me importa morir en la silla. Además, Murray es un lugar malvado: supuestamente es este sitio de armonía, pero, como en una película de Stephen King, debajo se esconde un demonio. Roderick Ferrell, citado en “Jóvenes vampiros o el lado oscuro de una sociedad puritana”, artículo de Mariana Enríquez, publicado en Página 12. De igual manera como sucede en el argumento del libro Entrevista con el vampiro, de Ann Rice, Rod Ferrell creó su grupo de seguidores a quienes inició como vampiros haciéndolos tomar su sangre y dándoles a beber la suya. Claro que Rod, como ocurrió con Lestat, tuvo antes quien lo convirtiera en vampiro.

Ciudad gótica Nadie podía imaginar que el apacible Murray, pequeño pueblo de Kentucky,

parte del Cinturón Bíblico de los Estados Unidos (término con el que se hace referencia a una extensa región donde el cristianismo evangélico tiene un profundo arraigo social, con las consecuentes costumbres conservadoras, que incluso prohíben el consumo de alcohol) y lugar que alberga el museo nacional de los Boy Scouts, terminaría convertida en la capital rural de los vampiros. Efectivamente, en medio de las más de trescientas iglesias de diferentes religiones que pululan en la conservadora región, a principios de los años noventa varios grupos de jóvenes, como rechazo a la actitud puritana, se declararon abiertamente góticos, y dieron paso a una subcultura caracterizada por usar trajes negros, maquillaje para resaltar la palidez y exaltar la nocturnidad y la muerte como valores estéticos. Estos jóvenes “vampiros”, más interesados en el cine de horror, la literatura gótica y en la música oscura que, en la maldad, también se regían bajo la ética del chupasangre moderno: no matar, pues la vida es lo más preciado. La verdad, los jóvenes vampiros de Kentucky no pasaban de ser adolescentes rebeldes de un pueblo conservador que reaccionaban contra las costumbres tradicionales y con afán de cosmopolitismo. Hasta el momento el único peligro respecto a las sectas de Murray, fascinadas con el juego de rol “Vampiro: la Mascarada”, era la posibilidad de contraer enfermedades hepáticas graves debido al consumo de sangre humana; aparté de esto, el asunto no era para preocuparse.

Jaeden Uno de los líderes góticos más fuertes de la zona era Stephen Murphy, un joven apodado Jaeden, quien estaba completamente convencido de que en realidad era un vampiro con superpoderes, aunque inmune al ajo y a la luz del día. Vestido de luto perpetuo y con emblemas antiguos, afirmaba que podía leer la mente gracias a la sangre consumida de manera consensuada con sus amigos. A principios de 1996, Jaeden fue el iniciador de Roderick Ferrell, de 16 años, en el asunto gótico. Rod acababa de llegar de Eustis, Florida, en donde dejó a su novia, Heather Wendorf. Jaeden no contó con el perfil de malignidad de su discípulo. Si bien se sorprendió cuando vio a Ferrell matar un gato golpeándolo contra un árbol, no sospechó que su amigo fuera un peligroso asesino en potencia. Eso sí, Jaeden, aunque vampiro y sin conocimientos de psicología humana, tenía conciencia ecológica (¿o eco gótica?), y le pareció que las acciones violentas de Rod hacia el pobre animal eran nocivas, así que discutió fuertemente con él, hasta el punto de que por este conflicto rompieron relaciones.

Rod no abandonó el asunto de la sangre y, al igual que Lestat (el personaje literario creado por Ann Rice), se dio a la tarea de iniciar a nuevos jóvenes en el vampirismo, así que creó una familia conformada por Charity Keesee, de 16 años; Dana Cooper, de 19 años, y Howard Scott Anderson, de 16 años. Convencido de ser un vampiro de 500 años llamado Vesago, Rod copió el modelo de su maestro e hizo que su grupo consumiera sangre, unos a otros se cortaban las muñecas con navajas de afeitar y bebían directamente de la herida en medio de actos orgiásticos y de consumo de ácidos. También visitaban cementerios en los que leían poemas Victorianos. Ferrell fue protagonista de un incidente grave: asaltó una perrera, no para liberar a los caninos, sino para mutilarlos. La policía, que investigó el extraño e inusual suceso, no encontró pistas que conectaran lo ocurrido con Ferrell. Por supuesto, las autoridades temían por posibles acciones violentas de los góticos y los mantenían en continua vigilancia; tras este penoso incidente, la comunidad repudió toda actividad social de los “jóvenes de la noche” y así el rechazo social se acrecentó.

La sombra del vampiro Según el documental Kentucky Teenage Vampires, el lunes 25 de noviembre de 1996, Roderick Ferrell, ante el llamado de su ex novia, Heather, quien se quejó del encierro al que la tenían sometida sus padres, viajó con sus tres seguidores hasta la distante Eustis. Al llegar a la residencia (Fleather no estaba presente), Rod entró junto con Howard, mientras que las dos jóvenes esperaban en el auto. Con una barra metálica mató a golpes a los padres de la joven. Con un cigarrillo marcó una V (de Vesago) en el pecho del hombre asesinado. Junto con Howard bebieron la sangre de los Wendorf. Luego, convencidos de ser más poderosos por haber tomado vidas humanas, robaron los objetos de valor que encontraron en la casa. Esperaron el regreso de Heather, que al llegar a casa por supuesto se escandalizó, pero así mismo celebró las acciones de Rod. Charity y Dana también apoyaron a su maestro. El grupo tomó la camioneta de los Wendorf y huyó del lugar. Al cuarto día de travesía por varios estados, llegaron a Lousiana, donde se alojaron en un motel. Desde allí, Dana Cooper telefoneó a su madre para pedirle dinero; la mujer prometió llevárselo, pero en vez de hacerlo se comunicó con la policía. El viernes 29 de noviembre el Clan Vampiro fue capturado por el FBI en medio de un amplio cubrimiento mediático. El avergonzado pueblo de Murray salía del anonimato y el público estadounidense estaba de nuevo ante un caso que recordaba los crímenes de la Familia Manson a finales de los años sesenta.

Rod lució su larga melena ante las cámaras y, a la manera de Charles Manson, hizo gestos ridículos para evidenciar su maldad. Su grupo lo imitó enfrentando las cámaras con morbosa teatralidad. Rod Ferrell declaró que se había hecho vampiro con la idea de abrir las puertas del Infierno para que así el Diablo pudiera descender. Dijo que tenía que matar a un gran número de personas para consumir sus almas al beber su sangre. El resto del grupo, ya sin maquillaje y ante la posibilidad de ser condenados a muerte, reveló su verdadera identidad: jóvenes confundidos, necesitados de afecto, que no tenían claro el sentido de sus crueles acciones. Los discípulos del clan fueron procesados por cargos de complicidad: las dos jóvenes recibieron 17 años de arresto; Anderson, quien participó más activamente en el ataque, recibió cadena perpetua. Heather, asesorada por un hábil abogado, fue exonerada de toda culpa, incluso recibió una indemnización millonaria. Jaeden y sus seguidores, aunque sin responsabilidad en lo ocurrido, recibieron el repudio total por parte de los habitantes de Murray, así que se marcharon para siempre. Ferrell fue condenado a morir en la silla eléctrica; en su momento fue la persona más joven sentenciada a la pena capital en el estado de Florida. Posteriormente la pena se le conmutó a cadena perpetua. Según la escala del profesor Michael Stone, reseñada en el programa del canal Discovery índice de maldad, Ferrell está ubicado en el número 10, en dicho punto se ubican sujetos egocéntricos que asesinan a personas que les estorban.

Armin Meiwes (1961, Alemania): El cibercaníbal Mi idea era que él se convirtiera en parte de mi cuerpo. Armin Meiwes El alemán Armin Meiwes, de 43 años, declaró haberse comido a un individuo que conoció por Internet, el cual aceptó libremente ser devorado. En la primera sesión del juicio por asesinato, expresó que su interés por el canibalismo se remontaba a la pubertad, cuando fantaseaba con comerse a los compañeros de colegio. A punto de cometer un segundo crimen, atípico en la forma de conseguir a sus víctimas, fue detenido. “Espero encontrar rápidamente otra víctima, la carne se está acabando”, escribió en un correo electrónico a un amigo. Los investigadores descubrieron que Meiwes cortó a su víctima en pedazos y los guardó en bolsas de plástico, y los fue comiendo uno tras otro. En total, calculan que consumió unos 20 kilos de

carne humana.

El solitario caníbal en el estrado En el 2004, Armin Meiwes, un técnico informático al que la prensa alemana bautizó como el Caníbal de Rotemburgo, se mostró tranquilo y lúcido al describir ante la Audiencia Provincial de Kassel (centro de Alemania) el origen de sus fantasías caníbales. La fiscalía acusó a Meiwes de “asesinato por placer” y de “perturbación de la paz de los muertos”. La defensa alegó que se trató de un “homicidio a pedido”, una forma de eutanasia que se castiga con penas de entre seis meses y cinco años. En el proceso se estableció que a la edad de 18 años Meiwes se mudó con su madre a la enorme mansión que la familia poseía en las afueras de Rotemburgo. El lugar tenía 44 habitaciones, lugar al que sus amigos llamaban “La Casa de los Espíritus”. Tras su servicio en el Ejército, Meiwes trabajó como técnico de computadores en un centro informático de Kassel. En su trabajo se le consideraba responsable y eficiente. La madre de Armin murió en 1999, momento desde el cual se intensificaron sus deseos de comerse a un ser humano. A diferencia de todos los asesinos en serie del mundo, Meiwes deseaba encontrar una víctima que por su propia cuenta se sometiera a un ritual de canibalismo.

Canibalismo.com En marzo del 2001, la víctima, Bernd Juergen Brandes (un ingeniero berlinés un año mayor que Meiwes), respondió a un aviso en Internet que convocaba a “hombres jóvenes y robustos, de entre 18 y 30 años, para ser devorados”. Sujetos perturbados o fanáticos de temas caníbales habían respondido el aviso. Antes del crimen, Meiwes se contactó directamente con otros cinco hombres que habían respondido a sus anuncios en Internet. Según él, tres de ellos sólo querían participar en un “juego de rol”, en el que se interpreta a víctimas y a victimarios. Otro quería ser decapitado, pero a Meiwes le resultó demasiado gordo y no le cayó simpático, y el quinto desistió después de que le advirtió que, si visitaba su casa, sería la última vez. Bernd Brandes, cuya fantasía (ser devorado) era la complementaria de la de Meiwes, acordó un encuentro con él y viajó a su domicilio, en la pequeña localidad de Rotemburgo del Fulda. Una vez allí, Meiwes le explicó que el asunto iba en serio; le hizo firmar un documento en el que aceptaba que quería

morir siendo devorado y que de ninguna manera se trataba de un homicidio.

“Era como comulgar” Según la declaración de Meiwes, Brandes murió el 10 de marzo de 2001 en la buhardilla de su casa, en Rotemburgo. La víctima ingirió 20 tabletas de somníferos y media botella de whisky. Luego, Meiwes le cortó el pene, del cual comieron juntos. Cuando Brandes se desmayó por la abundante pérdida de sangre, Meiwes lo degolló y lo descuartizó. Posteriormente congeló unos 30 kilos de su carne, 20 de los cuales comió durante las siguientes semanas. En el jardín enterró los huesos. “Lo recordaba -a Brandes- en cada pedazo de carne que me comía. Era como comulgar”, aseguró Meiwes. La Audiencia de Kassel, donde se desarrolló el juicio contra Meiwes, rodeó de fuertes medidas de seguridad las cintas que contienen las escenas del crimen, que en el mercado negro pueden alcanzar los 50.000 o 60.000 euros. Frente al morbo que despertó el caso, las autoridades han custodiado los videos. La filmación sólo fue exhibida el 8 de diciembre ante los jueces, el jurado y los abogados. Según la información que se ha filtrado en Internet, en los videos se ve a Meiwes cortándole el pene a su víctima y comiendo su carne con papas, verduras y vino. En la apertura del proceso, el 3 de diciembre del 2003, Armin Meiwes declaró: “Durante el acto sentí odio, rabia y felicidad a la vez. Toda mi vida había deseado esto; Bernd me dijo que desde niño deseaba de ser descuartizado e ingerido”. Las autoridades incautaron en la casa de Meiwes 16 computadores personales, 221 discos duros y 307 videos de contenido relacionado con prácticas caníbales. Foros de Internet como Gourmet o The Cannibal Café le proporcionaron al caníbal el lugar virtual perfecto para compartir sus sádicas fantasías.

Una obsesión de infancia Durante su juventud Armin vivió sólo con su sobreprotectora madre en la enorme casona del siglo XVII. Ha declarado que debido a su aislamiento empezó a fantasear con tener a su lado un compañero imaginario. En su madurez dedicó su tiempo libre a coleccionar material relacionado con prácticas caníbales. Poco a poco la fantasía de comer carne humana se apoderó

de su ser; llegó a tragar partes de unas muñecas que había coleccionado. A diferencia de otros asesinos, Meiwes decidió encontrar una víctima que estuviera dispuesta a ceder a su deseo. Contrario a lo que se podría pensar, la encontró; incluso pudo escoger. Conversó sobre canibalismo con al menos 280 personas en Internet. Alrededor de 200 personas en Alemania se ofrecieron para ser víctimas. Había 30 individuos dispuestos a matar a otros, mientras que entre 10 y 15 deseaban participar como espectadores. Bernd Brandes, por su parte, tenía una pareja estable (era homosexual), con quien nunca habló de su deseo de ser castrado vivo y luego morir devorado, y por supuesto no le contó su convenio con Meiwes; a esta persona le heredó todas sus pertenencias antes de su destino fatal. Cuando se encontró con Meiwes le dijo: “Yo soy tu carne”.

Internet: el medio es el mensaje Las autoridades dieron con la pista del presunto caníbal de la red gracias a la advertencia de un estudiante de la ciudad austríaca de Innsbruck, quien, tras descubrir en Internet un anuncio en el que Meiwes buscaba a nuevas víctimas, alertó a la central de la Oficina Federal Criminal (Bundeskriminalamtes [BKA]). Los agentes allanaron el domicilio de Meiwes en el 2002; encontraron cuatro bolsas de plástico con restos humanos en el congelador, varios huesos y un cráneo humano enterrados en el jardín. Meiwes se entregó a la policía y confesó haber matado y descuartizado a su víctima, así como haber grabado todo el ritual con una cámara de video que usaría como prueba en el juicio. Insistió en que no hizo nada en contra de la voluntad de Brandes.

Un absurdo fallo El caso representó un enorme desafío legal, precisamente porque la víctima parecía haber consentido el acto, sumado a que el canibalismo no estaba tipificado como delito en la ley alemana. En la audiencia, Meiwes admitió la ferocidad e inmoralidad de su acto, pero rechazó las acusaciones de homicidio, pues, desde su punto de vista, fue un caso de eutanasia. La fiscalía de la ciudad de Kassel dijo que en un examen psiquiátrico se reveló que Meiwes no estaba demente, pero que su víctima sí era incapaz de pensar racionalmente. El abogado de Meiwes contó que su cliente tuvo a otros huéspedes en su casa, pero que los dejó marchar: “Había un maestro, un cocinero, un empleado de

hotel y un estudiante. Los tenía colgados del techo por los pies y no podían librarse por sí mismos. Uno se sintió indispuesto, otro no quiso continuar y entonces los dejó ir a todos”. Esta declaración pretendía demostrar que el acusado no había sometido ni obligado a su víctima. Meiwes fue condenado en enero de 2004 a ocho años y medio de prisión por homicidio. La ridícula condena parecía señalar que el plan de Meiwes había dado resultado.

El segundo juicio La corta sentencia del primer proceso obligó a los estamentos alemanes a llevar el caso a una nueva instancia legal. El Tribunal Supremo Alemán anuló la primera condena y ordenó al Tribunal de Fráncfort procesar de nuevo a Meiwes. A pesar de las insistentes estratagemas de la defensa y del show mediático que despertó su caso, en el segundo juicio el caníbal fue desenmascarado y así se mostró al mundo su verdadera identidad: un cruel y cínico psicópata que esperaba salirse con la suya, y que actuó motivado por móviles egoístas. En mayo del 2006 finalmente fue condenado a cadena perpetua por cometer un asesinato con motivos sexuales. Este tipo de canibalismo coincide con la cosificación típica del psicópata; es un medio por el cual se priva a la víctima de los atributos que lo hacen persona y se la degrada al concepto de objeto. Así el psicópata tiene una mayor libertad de acción sobre el cosificado, lo puede manipular y usar para conseguir sus fines y luego desechar. Usar al otro como alimento es el grado máximo de cosificación. Meiwes comprendía lo que hacía y dirigió lucidamente sus acciones a un fin premeditado. Oculto las pruebas que lo podían incriminar en un intento por evitar el castigo, incluso tomó precauciones: publicó su aviso en Internet con la suficiente claridad como para que no quedaran dudas de sus intenciones, realizó un video e hizo dejar constancia del pacto caníbal.

Bernd Brandes, el devorado La madre de Bernd se suicidó cuando él era un niño. Su padre lo dormía leyéndole cuentos de hadas aterrorizantes; su cuento favorito era Hansel y Gretel, en el que dos niños son engordados por una bruja para ser devorados. Antes de morir dejó en orden sus papeles, compró un pasaje sólo de ida a Rotemburgo e incluso tuvo que seducir a Meiwes para que lo escogiera (él tenía 43 años, y Meiwes exigía máximo 40). Le ordenó cortarle el pene y le exigió que

le provocara dolor cortándole el cuerpo. El lento desangrarse, que duró cerca de diez horas, de seguro le dio tiempo suficiente para retractarse, pero no se detuvo. Despreciaba su vida hasta tal punto que deseaba ser un alimento. Es probable que fuera una rara especie de psicópata pasivo: poseía códigos propios, tenía necesidades distintas y maneras extrañas de satisfacerlas, demostró comportamiento sexual perverso, sedujo y manipuló a su verdugo para su propio provecho, disfrutó el autocastigo, cosificó a Meiwes al usarlo como instrumento de muerte y finalmente se autocosificó.

Máscaras del encanto Estamos de acuerdo en que ningún asesino puede resultarnos encantador, incluso nos inclinamos a pensar en ellos como monstruos de aspecto horripilante, caracterizados por signos claros de maldad. No obstante, el siguiente capítulo está conformado por una lista de sujetos que por sus actitudes y cualidades superficiales más parecen un grupo de ciudadanos modelo, que un grupo de brutales asesinos. Enmascarados en su aspecto atractivo o en una imagen de desamparo, sedujeron a sus víctimas hacia un horrible final. Los casos narrados a continuación nos muestran a hombres alabados por su comunidad o, por lo menos, tenidos como seres amables y apreciados, cuyo aspecto físico, actitudes sociales e inteligencia están por encima del promedio; asesinos dotados de encanto, que gracias a esa cualidad pasaron inadvertidos para las autoridades, fueron asediados por las mujeres o simplemente fueron considerados buenos sujetos dentro de su comunidad. La medida del encanto de estos “monstruos bellos” es directamente proporcional a su maldad; su astucia es análoga a su poder destructor, y su exceso de virtudes es equiparable a su inhumanidad. Las características físicas de estos asesinos, su habilidad para infiltrase en la sociedad o sencillamente su aparente amabilidad e inocencia son aspectos que nos alertan sobre las máscaras que puede adoptar el mal.

John George Haigh (1909-1949, Inglaterra) Soy sensacional. John George Haigh, citado por Steven Chermak y Frankie Y. Bailey, Crimes and Trials of the Century John George Haigh asesinó a cinco personas, de las cuales logró apropiarse de sus bienes y sumar una pequeña fortuna de 12.000 libras esterlinas. Lo más interesante de este asesino no son sólo sus artimañas legales para apoderarse de los bienes, sino también su perversión sangrienta: Haigh eliminó los cuerpos en baños de ácido.

Estafador en serie

En 1949, Haigh vivía en una cómoda y apacible pensión londinense. Era un hombre corpulento y muy bien parecido, siempre vestido con elegancia y a la moda. Con su agradable sonrisa se ganaba la simpatía de mujeres mayores. A sus vecinos y conocidos les había hecho creer que era el respetable dueño de una fábrica metalúrgica. La señora Olivia Durand-Deacon, que habitaba en la misma pensión de Haigh, era una de las elegantes viudas adineradas que ante las adulaciones del hombre se sintió atraída por él. La mujer, convencida de estar frente a un negociante honesto, quería que le sirviera de intermediario para llevar a cabo un negocio de uñas artificiales. Con su encanto, Haigh logró que la mujer le confiara sus cuentas bancarias. Después de varias transacciones en las que se aseguró de apoderarse del dinero bajo el pretexto de establecer nexos con otro agente comercial, dio paso al acto final. Compró varios litros de ácido sulfúrico y un tonel de acero diseñado para resistir la corrosión de los ácidos, que instaló en un almacén abandonado. Haigh pactó una cita con la mujer en la supuesta fábrica donde se sellaría el trato. Fue la última vez que se vio con vida a la viuda. Al día siguiente, la desaparición de Olivia alarmó a sus vecinos de la pensión. Haigh argumentó que la mujer no había asistido a la cita convenida. Se ofreció junto a otros pensionistas para denunciar ante la policía la desaparición de la viuda. Una vez establecida por la policía la supuesta secuencia de sucesos, el detective a cargo del caso interrogó a Haigh. Este declaró con tranquilidad su falsa coartada, pero la intuición del agente le señalaba que estaba ante un mentiroso. Pronto descubrió que el sospechoso tenía antecedentes penales por estafa y robo, y además descubrió que no era dueño de ninguna empresa.

¿Crimen perfecto? La policía estableció que Haigh tenía a su nombre una bodega. Una vez allanado el local, encontraron varias canecas con ácido sulfúrico, un delantal, unos guantes de caucho y un revólver que según los estudios forenses había sido disparado recientemente. También hallaron huellas de sangre y un charco de grasa. Expertos de Scotland Yard analizaron cuidadosamente los restos de grasa y dos partes casi intactas de una dentadura femenina. Haigh mantenía su máscara de inocencia y respondía con amabilidad a cada nuevo interrogatorio. Las primeras pruebas halladas permitieron que fuera procesado por el homicidio. En el libro Crimes and Trials of the Century se nos cuenta cómo Haigh, como

buen psicópata, estaba convencido de salirse con la suya. Con cinismo declaró durante el juicio: ¡La señora Durand Deacon ya no existe!, ha desaparecido completamente y jamás encontrarán ningún rastro de ella, la destruí con ácido; el rastro ha desaparecido ¿Cómo pueden probar el asesinato si no hay cuerpo? Le disparé a la cabeza mientras estaba mirando unas hojas de papel para confeccionar sus uñas postizas, después fui por un vaso y le hice un corte con mi navaja en la garganta. Llené el vaso de sangre y me lo bebí hasta saciar mi sed. Luego introduje el cuerpo en el tonel y lo llené después con ácido sulfúrico concentrado. Después me fui a tomar una taza de té. Al día siguiente el cuerpo se había disuelto por completo, vacié el tonel y lo dejé en el patio. Tras la sorprendente confesión, Haigh insistió en que al no haber cuerpo no tendrían pruebas condenatorias en su contra.

Nuevos crímenes, nuevas pruebas La policía sospechó de otros cinco crímenes ocurridos un año antes. Haigh se declaró culpable de estos asesinatos, pero continuó afirmando que la justicia no podría procesarlo al no existir los cuerpos. En el juicio, su abogado defensor intentó demostrar que estaba loco y no era responsable de sus actos, pero los psiquiatras consultados por la fiscalía desestimaron el argumento al señalar la lucidez de Haigh para llevar a cabo la estafa y la consecuente habilidad para sacar provecho económico de sus crímenes. Finalmente, la primitiva ciencia forense de la época derrocó el plan perfecto del psicópata. El patólogo encargado del caso Keith Simpson, encontró en la escena del crimen cálculos biliares y restos de dentadura que daban testimonio de la existencia previa de un cuerpo humano. Una vez se compararon las piezas con los moldes dentales de la señora Duran-Deacon, Haigh estaba acorralado. Fue encontrado culpable y condenado a muerte en la guillotina. La ejecución tuvo lugar el 6 de agosto de 1949. Otra de sus frases recordadas es: “No todo el mundo puede causar más sensación que una estrella de cine. Sólo la princesa Margarita o el señor Churchill podrían suscitar semejante interés”.

Daniel Camargo Barbosa (1931-1999, Colombia): el Sádico

Entre 1984 y 1986, decenas de niñas y jóvenes de Guayas y Pichincha (Ecuador) aparecieron muertas y con signos de violación. Cuando se capturó al asesino, a finales de 1986, el propio presidente de la República, León Febres Cordero, anunció la captura del sádico criminal que había secuestrado y asesinado de forma sangrienta a varias mujeres. Barbosa ha sido olvidado por la prensa y los medios colombianos; sin embargo, libros como el Diccionario del Crimen, de procedencia inglesa, lo registran como uno de los asesinos en serie más peligrosos, incluso varias páginas de Internet le tienen reservado un lugar donde sus más de setenta asesinatos y violaciones de menores le garantizan un puesto en el escalafón de los más prolíficos. Su máscara de hombre amable y buen conversador y su aspecto delgado y frágil fueron sus tácticas predatorias.

Detonación de la perversión La madre del bogotano Daniel Camargo murió cuando él aún era muy pequeño. Apareció entonces en escena la arquetípica madrastra cruel, que lo golpeaba y lo castigaba reiteradamente usando cinturones y alfileres. También lo obligaba a vestirse de mujer, una situación que por supuesto perturbó el desarrollo de su identidad sexual. Su padre era un hombre severo, déspota y poco interesado en él. Durante su adolescencia Camargo no dio señales de malignidad, incluso terminó sus estudios de secundaria como un alumno promedio. Su historia criminal al parecer empezó tardíamente. El 24 de mayo de 1958 fue detenido por robar. Hasta los 26 años fue un hombre en apariencia normal; incluso se casó con una mujer con la cual tuvo dos hijos. Camargo descubrió que su esposa le era infiel, así que decidió separarse. Conoció entonces a una joven de 28 años, Esperanza, con quien entabló una relación. Al descubrir que su nueva pareja no era virgen, absurdamente se sintió traicionado. La mujer no quería romper con Daniel, incluso se sentía atraída por su maldad, así que convino con éste en que, para reparar su inocencia perdida, juntos ofrendarían la virginidad a través de otros cuerpos de muchachas vírgenes. Durante meses, mediante engaños, Esperanza condujo a varias niñas a su apartamento; allí las adormecía con cápsulas de seconal sódico para que luego Camargo las violara. Tras el crimen, Esperanza tenía sexo con Daniel para simbolizar así la pérdida de su virginidad. La familia de la quinta víctima violada denunció ante la policía lo ocurrido y logró ubicar la vivienda de sus agresores. Camargo y su novia fueron capturados y llevados a prisiones distintas. Nunca más se volvieron a ver. Camargo fue

sentenciado a ocho años de prisión. Al salir de la cárcel Camargo trabajó como vendedor ambulante. Un día de 1975 pasó en frente de una escuela y observó a una joven cuyo físico le atrajo. Logró convencerla de que lo acompañara a tomar un café. Una vez la condujo a un lugar apartado, la amenazó con una navaja y la violó. Pensó que si la dejaba con vida ella podía denunciarlo, como ya le había ocurrido anteriormente, así que para silenciarla cometió su primer homicidio. Al día siguiente, cuando regresó, al lugar de los hechos para recuperar la mercancía que había olvidado junto a la víctima, fue atrapado por la policía.

Gorgona, fuga imposible Por el asesinato, Camargo fue condenado a 25 años en la isla prisión Gorgona (ubicada en el Pacífico), cárcel de la que se suponía nadie escapaba con vida: los tiburones y la distancia hasta la costa la hacían una de las más seguras del mundo. Como la mayoría de los psicópatas, durante su estancia en prisión no dio señales de rebeldía ni peligrosidad; de hecho, se dedicó a leer todas las novelas disponibles en la precaria biblioteca de la isla. También le gustaba pintar, y sus motivos eran escenas oscuras y siniestras. Después de siete años de prisión, como en un guion absurdo de película del tipo Alcatraz, fuga imposible, el astuto Camargo logró escapar en una pequeña balsa. Nunca se ha establecido la forma exacta en que ocurrió la fuga; se ha especulado que aprovechó la presencia de un equipo de filmación que visitaba la isla; ante un descuido de las autoridades que custodiaban el lugar, robó una balsa en la que logró huir. Se cree que, tras la huida, al llegar a la costa continental, viajó por varios lugares de Suramérica. Estuvo un tiempo en Brasil, donde rápidamente aprendió portugués (ya leía en inglés). En 1973 fue detenido por indocumentado. Allí se registró con un nombre falso. Debido a una tardanza en el envío de los archivos criminales de Camargo desde Colombia, fue deportado y puesto en libertad con su falsa identidad. Recorriendo el continente llegó a Guayaquil, Ecuador, y luego se trasladó a Quito, la capital, a finales de 1984.

Táctica predatoria La ola de violaciones y muertes de jóvenes cometidas por Camargo entre 1984 y 1986 asoló la vía Perimetral, en Guayaquil, y la vía a Nobol, en Quito, lugares

de donde eran la mayoría de las víctimas. La cifra aceptada de asesinatos cometidos en Ecuador es de 71; la edad promedio de las víctimas osciló entre 15 y 25 años, entre las que se cuentan universitarias, colegialas y empleadas domésticas. Él no era un hombre atractivo, así que usaba en su favor un aparente aspecto desgarbado e indefenso. Con una Biblia en la mano, les pedía a las jóvenes que lo acompañaran a encontrar “la iglesia del pastor George”. Tomaban un bus y viajaban en busca de ese lugar hasta adentrarse por parajes desolados. Usando un cuchillo, sometía finalmente a sus víctimas. Después de violarlas, las degollaba. A veces guardaba como trofeo alguna prenda de la víctima. En varias ocasiones les extrajo el corazón; cuando se le interrogó al respecto, declaró con cinismo: “Es el órgano del amor”. Para ganar dinero, Camargo cargaba bultos en un mercado público; dormía en unas bancas del lugar y apenas se mantenía con 40 sucres diarios.

Una cifra macabra En febrero de 1986 fue detenido en Quito, minutos después de asesinar a la niña Elizabeth Telpes, de 9 años de edad. Un policía lo abordó a la altura de la avenida Los Granados. Fue conducido a una oficina de seguridad política y a mediodía fue trasladado a Guayaquil para su identificación. Camargo fue identificado por María Alexandra Vélez, una de sus víctimas guayaquileñas que milagrosamente sobrevivió a su ataque. El 31 de mayo de 1986 se declaró como único culpable de los delitos y negó tener cómplices. Una vez se comprobaron varios de sus crímenes, fue sentenciado a 16 años, de reclusión. En abril de 1986, él Sádico, como se lo apodó popularmente, colaboró en la identificación de otras víctimas en la zona de Guayas y El Oro. Muchas fueron encontradas en osamentas ocultas en densos bosques. El asesino recordaba la ubicación exacta de cada cuerpo con nombre y apellido. En mayo hizo lo mismo en Quito. Según un periodista ecuatoriano que logró entrevistar a Camargo durante su estadía en la prisión, éste tenía una respuesta para todo y podía hablar con fluidez de cualquier tema. Citaba a Herman Hesse, Vargas Llosa, García Márquez, Guimaraes Rosa, Nietzsche, Stendhal y hasta a Freud. Al parecer su libro favorito era Crimen y castigo, de Dostoievsky (siempre lo llevaba consigo). El 14 de noviembre de 1994, en el penal García Moreno, de Quito, Camargo fue asesinado a puñaladas por Giovanny Arcesio Noguera Jaramillo (alias Luis Germán Masache Narváez). Ante los demás prisioneros el asesinó exhibió, orgulloso, una oreja de Camargo.

El Monstruo de los Mangones o el Sádico del Charquito (sobrenombres con los que fue bautizado mediáticamente en diferentes escenarios colombianos) languidece en el olvido colectivo de los colombianos, mas no para las muchas familias destruidas por su perversa maldad.

Ted Bundy (1946-1989, Estados Unidos) Lástima que sea usted un asesino, de lo contrario sería un gran abogado. Palabras dirigidas por un juez a Ted Bundy, citado por Steven Chermak y Frankie Y. Bailey, Crimes and Trials of the Century Una carta de recomendación escrita por Dan Evans, entonces gobernador de Washington, para el ingreso de Ted Bundy a la facultad de leyes en 1973, nos da una idea de cómo lo percibía la gente (tomada del Diccionario del crimen): ''Quienes dirigimos la operación opinamos que la actuación de Ted fue sobresaliente. Dotado de un papel esencial en los temas, la investigación y la estrategia, demostró una gran capacidad para definir y organizar sus proyectos, para realizar una eficaz síntesis y comunicar claramente la información práctica, así como para sobrellevar la presión y ciertas situaciones críticas. Es probable que, en el fondo, fueran su compostura y discreción las que le permitieron llevar a cabo sus objetivos de manera brillante. Un año después de la misiva comenzó una larga Esta de homicidios y otras cuantas agresiones sexuales. Bundy asesinó a más de 20 mujeres entre 1974 y 1978.'''

Nace una estrella La información sobre la infancia de Theodore Robert Bundy en medio de una familia religiosa y de clase media no revela datos sobre maltrato o abuso. Su padre biológico lo abandonó en cuanto nació; sus abuelos, temiendo que su hija fuera estigmatizada socialmente como madre soltera, asumieron el rol de padres. Durante su niñez Ted creció convencido de que sus abuelos eran sus progenitores. Su apellido fue heredado de un hombre con el cual su madre contrajo matrimonio, pero que nunca hizo las veces de figura paterna. Desde la adolescencia tuvo dos rostros: en la escuela parecía un joven promedio que se adaptaba bien a las normas; de forma paralela robaba autos y objetos de lujo con los que alardeaba de pertenecer a una clase social superior a la real.

En la secundaria mantuvo un bajo perfil académico y no fue muy popular, pero una vez ingresó en la Universidad de Washington a estudiar psicología, se reinventó a sí mismo. En su carrera pronto se destacó como un buen alumno y como un líder natural. En 1967 entabló una relación sentimental con Stephanie Brooks, una joven hermosa y de buena familia, también estudiante de psicología. El apuesto Ted terminaba así de conformar el cuadro ilusorio de una vida perfecta. En 1969 Stephanie obtuvo el título de psicología; decepcionada de Ted por su falta de ambiciones y de proyectos claros para el futuro, dio por terminada la relación. Bundy, presumiblemente deprimido por la ruptura, abandonó la carrera. Al año siguiente se inscribió de nuevo en la misma universidad para cursar estudios de derecho. Debido a su excelente desempeño se hizo aún más popular entre profesores y alumnos. Consiguió una nueva pareja, otra bella joven llamada Meg Anders, con quien duró cerca de cuatro años. Con Meg, Bundy también manifestó dos facetas: la de tierno novio y la de promiscuo infiel. También le exigía prácticas de sexo sadomasoquista o simplemente que se quedara quieta durante el sexo. Desde 1969 hasta 1972 Bundy alternó los estudios con diferentes actividades comunitarias. Se hizo miembro activista del Partido Republicano, en el cual, al ser reconocido por su entusiasmo y dedicación, fue asignado a colaborar en la Oficina del Gobernador, preparando la campaña electoral del estado. También trabajó en la Clínica de Atención a Personas en Crisis de Seattle, donde hizo parte de programas de prevención del crimen. En cierta ocasión, en una piscina pública, salvó a un pequeño de tres años de morir ahogado; por esta acción recibió una condecoración de la policía. Según David Everitt en Human Monsters, de forma simultánea a su exitosa vida, Bundy seguía robando en casas y en centros comerciales, más atraído por el peligro que por motivos económicos. También empezó a espiar a las mujeres en los dormitorios universitarios y se hizo adicto a la pornografía violenta. En 1973 viajó a California y se encontró con su ex novia. La joven, al reconocer el éxito que emanaba de Ted, cayó de nuevo tendida en sus brazos. En realidad, Bundy deseaba vengarse de la ruptura anterior, así que pronto la abandonó. La mayoría de las víctimas de Bundy serían en el futuro similares a Stephanie: atractivas, blancas, de cabello negro lacio peinado por la mitad. Esta situación crearía un cliché tanto para la psicología como para el cine: el asesino obsesionado con mujeres idénticas que le recuerdan a una amante perdida. En realidad, la escogencia de las víctimas obedeció a la ambición de Bundy, que aún en su vida como criminal deseaba poseer lo “mejor” para sí mismo.

Un asesino en el campus universitario El 4 de enero de 1974, Bundy perdió el control de sus fantasías sádicas y dejó que su máscara de perfección definitivamente se destruyera. Entró en la residencia universitaria donde vivía Joni Lenz, de 18 años; con una vara metálica la golpeó en la cabeza para luego violarla. Arrancó una pata de la cama y la agredió sexualmente con el objeto. La joven no murió, pero su daño cerebral, producto de los golpes, resultó irreversible. La siguiente víctima, el 31 de enero del mismo año, fue Lynda Ann Healy, de 21 años, también estudiante de psicología. Después de violarla, la asesinó a golpes. Esta vez se deshizo del cuerpo en las montañas cercanas. Las directivas de la universidad y por supuesto los padres de la joven denunciaron la desaparición a la policía, pero los agentes a cargo no investigaron con profundidad, al considerar que, a pesar de los rastros de sangre hallados en la habitación, no había pruebas suficientes para considerar que se había cometido un homicidio. Ante la vigilancia constante en las residencias del campus universitario, Bundy cambió de táctica predatoria y de territorio: usando yesos falsos o muletas, fingía necesitar ayuda para subir objetos a su auto; con su atractivo natural las mujeres no lo pensaban dos veces y accedían. Una vez se distraían, él las golpeaba con una varilla y las introducía en el auto para finalmente conducirlas a un lugar apartado, donde las violaba y luego las asesinaba. A otras la recogió en su auto y de igual manera las condujo a un bosque apartado. Durante la primavera y el verano de 1974 raptó y asesinó a ocho mujeres, todas eran jóvenes atractivas. Ante la avalancha de denuncias, por fin la policía tomó en serio la investigación. El 14 de abril de 1974, una joven que lo ayudaba a subir unos libros en el auto se percató de la situación y logró escapar. Los testimonios de esta mujer y de algunos testigos consultados empezaron a arrojar información sobre un sujeto joven y guapo que simulaba necesitar ayuda. Otro testigo contó que vio a un hombre pedir ayuda a una joven mientras intentaba arrancar su auto Volkswagen (el auto de Ted). El 14 de junio de 1974, un domingo de verano en la playa de Lake Sammamish, raptó a dos mujeres y las condujo a su casa para violarlas y asesinarlas una frente a la otra. Otra de las víctimas de ese año fue Brenda Ball, de 22 años; tras estrangularla, la condujo a su apartamento y conservó el cuerpo durante una semana, tiempo en el cual abusó de éste. Ni la novia ni la familia de Ted sospechaban de sus travesías homicidas. La población de Washington no supo de más desapariciones entre septiembre y

octubre. Bundy se había mudado a Salt Lake City para matricularse en la Facultad de Derecho de la Universidad de Utah.

Nueva ola de crímenes El 2 de octubre de 1974, cometió el primer asesinato en Utah: una joven porrista de 16 años. En esta zona, antes de terminar el año, asesinó a cuatro mujeres más. El 8 de noviembre, Carol DaRonch al ser atrapada por Bundy, que en esta ocasión se hizo pasar por policía, luchó por su vida y logró escapar. En el futuro su testimonio fue crucial. En la noche de ese mismo día Bundy asesinó a su víctima número 14. En los meses siguientes cometió tres homicidios más. En agosto de 1975, un agente de policía de Utah lo vio conducir sin rumbo fijo por un barrio residencial a altas horas de la noche y le ordenó detenerse. En el interior del Volkswagen encontró unas esposas, una varilla, una media, un pasamontaña, varios metros de cuerda y algunos jirones de sábana blanca. El agente requisó el material como posible prueba inculpatoria y advirtió a Bundy que le llegaría una orden judicial por posesión de instrumentos de robo. Tras ser arrestado, el 23 de febrero de 1976 comenzó el juicio por secuestro agravado en relación con el caso de Carol DaRonch. La joven, valientemente, señaló a Bundy como su agresor y su contundente testimonio fue suficiente para que lo condenaran a 15 años con posibilidad de libertad condicional. En la prisión se le efectuaron a Bundy las pruebas psicológicas que el juez había ordenado y los médicos determinaron que no era psicótico. Las pruebas forenses realizadas al Volkswagen de Bundy habían tomado un poco de tiempo, pero las muestras de cabello halladas coincidían con las de algunas mujeres asesinadas. Exámenes posteriores revelaron que las marcas de las lesiones craneales podían haber sido causadas por la palanca hallada en su auto. La Policía de Colorado emitió el cargo de asesinato el 22 de octubre de 1976.

El escapista En 1977, Bundy fue trasladado a la cárcel del condado de Garfield para encarar este nuevo proceso. Durante los preparativos del juicio decidió defenderse a sí mismo. El 7 de junio de 1977 se le permitió visitar la Biblioteca de la Corte de Aspen; tras un descuido de los guardias saltó por una ventana de un segundo piso y huyó. Una semana después de su fuga la policía lo capturó. Durante los seis meses siguientes Bundy trató de evadir las acusaciones de la

Fiscalía sobre la larga serie de asesinatos ocurridos en Utah. El 31 de diciembre de 1977, se descubrió que por segunda vez Bundy había escapado por un ducto del techo de su celda. Estaba tan delgado que le resultó fácil escabullirse. El prófugo atravesó los Estados Unidos en busca de una ciudad universitaria en la cual establecerse, y finalmente llegó a Florida. Allí alquiló una habitación en Tallahassee haciéndose pasar por estudiante de posgrado en la Universidad Estatal.

Escalada homicida En las primeras horas del 15 de enero de 1978 el edificio de la fraternidad femenina Chi Omega estaba casi desierto, debido a que la mayoría de estudiantes estaban de fiesta. Bundy, vestido con ropa oscura y armado con una cachiporra, aprovechó una cerradura defectuosa en la puerta de la hermandad para ingresar. Fue de habitación en habitación atacando, sin hacer ruido, a las jóvenes dormidas. Su víctima número 18 fue Lisa Levy a la cual le aplastó el cráneo con la porra, le arrancó con los dientes uno de sus pezones y le dio un profundo mordisco en las nalgas antes de violarla. Cruzó luego el vestíbulo y entró en otra habitación, donde golpeó brutalmente a cuatro jóvenes más. Pasó a otro cuarto donde estranguló a Margaret Bowman, su víctima mortal número 19. A las tres de la mañana Bundy huyó del lugar, pero fue visto por Nita Neary, una joven que regresaba a la fraternidad con su novio. Mientras volvía a la seguridad de su habitación, Bundy, todavía absurdamente ansioso de violencia, hizo una parada frente al apartamento de Cheryl Thomas, a la cual violó y dejó lisiada de por vida. El 9 de febrero de 1978, asesinó a Kimberly Leach, una niña de 12 años de edad. El país entero estaba conmocionado con lo sucedido.

Tácticas dilatorias En la madrugada del 15 de febrero su auto fue detenido por la policía, Bundy intentó escapar, pero finalmente fue atrapado. Bundy enfrentó dos juicios por asesinato, ampliamente cubiertos por la prensa y la televisión. El primero comenzó el 25 de junio de 1979 en Miami, Florida. En este caso, la Corte se centró en los crímenes contra la fraternidad Chi Omega. El segundo juicio se realizó en Orlando, Florida, en enero de 1980, y fue por el homicidio de Kimberly Leach. Frente a las cámaras y los jurados Bundy intentó ganarse la simpatía del público, y hay que reconocer que con muchos lo logró,

hasta el punto de recibir cientos de cartas de jóvenes que le declararon su amor. El testimonio de Nita Neary demostró que Bundy era el agresor de la hermandad Chi Omega. El otro testimonio contundente fue aportado por un odontólogo que demostró que las marcas de la mordida en el cuerpo de Levy correspondían con los dientes de Bundy, quien con falacias argumentativas intentó demostrar lo contrario. El 23 de julio, tras siete horas de deliberación, el jurado decidió que Ted Bundy era culpable. El juez Cowart recomendó la pena de muerte; dirigió unas palabras a Bundy en las que se lamentaba de que un hombre tan brillante y hábil para litigar fuera un cruel asesino. El 7 de enero de 1980 comenzó el juicio por la muerte de la niña Kimberly Leach. Esta vez Bundy decidió no defenderse a sí mismo y quedaron como sus representantes dos abogados. Durante el juicio sorprendió a todos cuando anunció su matrimonio con Carole Ann Boone, antigua compañera de trabajo. Gracias a una argucia legal del estado de Florida era posible sellar un matrimonio en el estrado. En este juicio de nuevo fue encontrado culpable. Bundy pasó su luna de miel en el pasillo de los condenados a muerte de la cárcel Raiford. Cuando ya no podía cambiar su situación jurídica, adoptó la decisión de confesar sus crímenes al doctor Bob Keppel, jefe de investigadores del Departamento de Justicia del Estado de Washington. Finalmente fue ejecutado el 24 de junio de 1989 en medio del júbilo de una muchedumbre que clamaba por su muerte. Pero no todos lo odiaban; en los años de apelación varias mujeres lo visitaron y se convirtieron en sus amantes por correspondencia. En sus palabras finales echaba la culpa de su comportamiento a la pornografía. En Crimes and Trials of the Century, Chermak y Bailey citan una de sus perturbadoras declaraciones, que por cierto terminó de convencer a muchos incrédulos sobre su verdadera identidad: ''Soy el miserable más insensible que jamás conocerán; a mucha gente le estorba el mecanismo llamado culpabilidad, yo no me siento culpable de nada; siento pena por los que se sienten culpables. No podía evitarlo, utilizaba mi tiempo tratando de hacer que mi vida pareciera normal, pero no era normal; todo el tiempo sentía la fuerza creciendo en mí, estoy enfermo, no puedo seguir aquí y ahora, lo sé.'''

John Wayne Gacy (1942-1994, Estados Unidos): El Payaso Asesino

Cuando te disfrazas de payaso es genial, puedes bromear y hacer cosas que de otra manera no podrías, la gente permite que le hagas chistes, siendo payaso te liberas, vuelves a ser niño. John Wayne Gacy, citado por Robert Ressler, Asesinos en serie Una fotografía de John Gacy sonriente junto a la futura primera dama de los Estados Unidos, Rosalynn Carter, es la evidencia definitiva de su capacidad para enmascararse en la sociedad. Sus coloridas e infantiles pinturas de artista aficionado, así como las fotografías en las que aparece disfrazado de payaso mientras animaba las fiestas de los hijos de sus empleados, son el recuerdo de su personalidad dividida que engañó a muchos. Iowa e Illinois de la década de los setenta fueron el escenario de la mayoría de su larga lista de crímenes y violaciones.

Máscaras de sanidad La carrera homicida de John Wayne Gacy creció a la par con su carrera de hombre de negocios. En ambos campos fue prolífico. En el primero segó la vida de 33 jóvenes (probablemente muchos más), en el segundo contribuyó al progreso de su comunidad. Gacy es un caso típico de doctor Jekyll y míster Hyde: en apariencia, un dedicado gerente de una compañía constructora, con alto coeficiente intelectual y hábil con las palabras, pero en realidad, un cruel homicida. Según sus propias declaraciones (extraídas por Robert Ressler), su padre era un alcohólico que lo golpeaba y que también maltrataba a su madre; acusaba a John de ser un perdedor que fracasaría en la vida. Cansado del abuso, Gacy huyó pronto de su casa y trabajó por un corto periodo en Las Vegas. En Illinois estudió en una escuela de negocios y comenzó una exitosa carrera como vendedor de zapatos en Springfield. En 1964, como parte de su acto de fingirse exitoso y adecuado para la sociedad, Gacy contrajo matrimonio. En ese mismo periodo también tuvo su primera experiencia homosexual. Se mudó a Waterloo, Iowa, donde ascendió como gerente de un restaurante de la cadena Kentucky Fried Chicken. El primer matrimonio de Gacy terminó luego de ser declarado culpable por abuso sexual a menores en 1968. Fue sentenciado a diez años de prisión por este crimen, pero luego de 18 meses y debido a su buen comportamiento, salió en libertad condicional. Después de abandonar la cárcel se trasladó a Illinois. Durante un largo periodo violó a varios hombres para luego liberarlos, no sin antes amenazarlos con que si lo delataban los mataría. Una de estas víctimas de

Gacy, Jeffrey Rignall, lo acusó formalmente, pero a pesar de la evidencia de abuso sexual la demanda no fue escuchada; las autoridades no repararon en su testimonio. Al fin al cabo, Gacy era un hombre de negocios prestante y querido por su comunidad.

Nueva fachada En 1971 adquirió una casa en Norwood Park Township, Illinois. Allí estableció su propio negocio dedicado a la construcción: PDM Contracting. Nadie sospechaba de la verdadera identidad de Gacy, incluso alegró las fiestas de cumpleaños de sus hijos disfrazándose de payaso. Cubierto con un excesivo y elaborado maquillaje rojo y blanco, se hacía llamar Pogo. Gacy se casó por segunda vez con una mujer que conoció en la secundaria. Se hizo miembro del Partido Demócrata; allí participó como voluntario para limpiar las oficinas de la campaña presidencial de Jimmy Cárter. Pronto se convirtió en vocal de mesa, situación que le hizo posible conocer y fotografiarse con la futura primera dama, Rosalynn Carter. El segundo matrimonio de Gacy terminó a mediados de 1976. Al año siguiente la policía recibió una denuncia contra Gacy por intento de abuso sexual. El testigo, David Daniel (de 28 años), declaró que John le ofreció llevarlo a la estación de buses, pero Daniel se rehusó. Para entonces, Gacy había pasado de violador en serie a asesino, y había refinado su modus operandi: frecuentaba bares gays donde seducía a algún joven guapo (estaba obsesionado con la belleza masculina) para luego conducirlo a su casa. En el sótano de la vivienda (cuidadosamente insonorizado y diseñado por su propia compañía), le daba a beber licor y exhibía cintas de video pornográficas. Después de ganarse la confianza del joven, se ponía unas esposas falsas demostrando lo fácil que era soltarse, luego le proponía que él lo intentara, cambiando secretamente las esposas por unas verdaderas. Luego empezaba la tortura y el infierno hacia la muerte: drogaba al joven para que permaneciera dócil pero aun consciente de la violación. Finalmente lo estrangulaba.

Cae el maquillaje del payaso Gacy fue cuidadoso al principio (organizado), escogió víctimas fuera de su comunidad e incluso se cree que asesinó en otros estados del país. Escondió los cuerpos debajo de su casa; cuando el lugar no dio abasto para más cadáveres, los

arrojó en un río cercano. Con el tiempo, confiado de su inteligencia, escogió a un joven que deseaba trabajar para su empresa. Gacy lo llevó a su casa con el pretexto de darle trabajo. El joven nunca volvió a ser visto. El muchacho había dicho a su madre que se entrevistaría con Gacy, así que tras su desaparición la mujer alertó a la policía. El 12 de diciembre de 1978, las autoridades interrogaron a Gacy. Con su habitual encanto, se mostró dispuesto a colaborar, aunque por supuesto negó conocer el paradero del joven. Por fortuna los policías a cargo sintieron que el hombre ocultaba algo. Conectaron otros casos de reportes de jóvenes desaparecidos y finalmente obtuvieron una orden de cateo. El primer allanamiento reveló diversos artículos relacionados con dichos casos. El cerco se había cerrado. El 22 de diciembre de 1978, Gacy acudió a sus abogados y aconsejado por éstos confesó sus crímenes. Declaró haber asesinado por primera vez en enero de 1972. También confesó haber matado a 33 individuos e indicó la ubicación de 28 de los cuerpos: estaban enterrados en su propiedad. A las otras cinco víctimas las había arrojado al cercano río Des Plaines. El individuo más joven tenía sólo 9 años y el mayor tenía cerca de 20. Ocho de las víctimas estaban tan descompuestas que nunca fueron identificadas. Las autoridades y todo un equipo de forenses desmantelaron la casa durante varios días, descubriendo poco a poco el aterrador cementerio privado de Gacy.

¿Locura? En Chicago, el 6 de febrero de 1980, se inició el juicio contra Gacy; éste se declaró no culpable, alegando demencia. Su abogado argumentó que sufría de lapsos de locura temporal en el momento de asesinar. También intentó demostrar que los asesinatos fueron muertes accidentales como parte de una asfixia erótica, pero el forense evidenció que tales aseveraciones eran falsas. John Wayne Gacy fue hallado culpable el 13 de marzo y sentenciado a la pena de muerte por inyección letal. Durante los años de apelación, Robert Ressler lo entrevistó en varias ocasiones para refinar su perfil sobre el asesino en serie. Gracias a estos interrogatorios, el agente del FBI reconoció cómo Gacy guardaba documentos de sus víctimas (incluso tenía un mapa del país con marcas de lugares de sus viajes) que funcionaban como recuerdos (trofeos) que le permitan evocar, cual cazador orgulloso, su siniestro récord. Gacy fue ejecutado el 10 de mayo de 1994 en la penitenciaría Stateville en Crest Hill, Illinois. Luego de su muerte, muchas de las pinturas realizadas por Gacy fueron vendidas en una subasta.

Paul John Knowles (1946-1974, Estados Unidos): El Casanova Asesino Se veía como un cruce entre Robert Redford y Ryan O’Neal. Sandy Fawkes, en Telegraph Paul Knowles se valió de su atractivo físico para capturar a sus víctimas. Su alias en inglés de “Casanova Killer”, respaldado por su fotogénica apariencia, no fue gratuito. Ladrón, violador y, por supuesto, asesino fueron las facetas de un sujeto cuya fisonomía estaba muy lejos de parecer monstruosa. Atlético, pelirrojo, de sonrisa y mirada cautivadoras, Knowles aterrorizó varios estados de su país. Su periodo criminal fue relativamente corto, en apenas cuatro meses asesinó a dieciocho personas. Extraña mezcla de asesino en serie con un asesino frenético (spreekiller).

Vida de ladrón Desde muy joven, Paul nunca logró adaptarse a las normas. Después de haber sido condenado por un robo menor, su padre lo internó en un reformatorio. Durante toda su adolescencia continuó robando y fue encerrado en prisión. Como muchos psicópatas, Knowles no era capaz de trazarse una meta en la vida, y su impulsividad lo condujo a convertirse en estafador y ladrón. En 1974, se le concedió la libertad condicional. A continuación, se casó con la señora Angela Covic, una mujer con la que había mantenido correspondencia desde la cárcel. El matrimonio no duró mucho. Después de la separación, Knowles viajó al norte de Florida, donde se desató su carrera de asesino en serie. El 26 de julio de 1974, en Jacksonville (Florida) estranguló a Alice Curtis, de 65 años, en la residencia de la mujer. En agosto mató a las hermanas Lillian y Mylette Anderson, de 11 y 7 años, respectivamente. Abandonó sus cuerpos en un pantano. Su táctica predatoria cambió muchas veces; por lo general se valía de su encanto natural y tocaba a las puertas de sus víctimas, las cuales, ante su aspecto, no sospechaban de sus intenciones. Su sonrisa jovial era su arma de seducción. En Atlantic Beach, Florida, cometió el asesinato de Marjorie Howe, a quien robó sus electrodomésticos. A su quinta víctima, una joven a la que recogió en su auto (robado por supuesto), la violó y la estranguló. El 23 de agosto estranguló a otra joven con un cable de teléfono. La mujer tenía un hijo de tres años que por

fortuna no fue atacado por Knowles. Entre octubre y noviembre asesinó a doce personas más. Uno de estos crímenes ocurrió el 16 de octubre, cuando Knowles violó y estranguló a Karen Wine y a su hija de 16 años. El 6 de noviembre, en Macon, Georgia, se repitió la situación: conoció a Carswell Carr, quien, confiada, lo invitó a su casa; una vez allí Knowles la violó y la asesinó, y lo mismo hizo con su hija. Knowles también usó armas de fuego y mató a varios hombres, a los cuales les robó todas sus pertenencias. Los estrangulamientos por lo general fueron cometidos con medias de nailon. Combinaba el allanamiento y el robo de viviendas con el homicidio serial. Ante tal escalada homicida, retratos hablados de Knowles fueron difundidos por todo el país. David Everitt en Human Monsters cuenta que en septiembre de 1974 Knowles intimó con Sandy Fawkes, una reportera inglesa con la cual tuvo un romance durante una semana. En el futuro, la mujer, al conocer la verdadera identidad de su fugaz pareja, escribió un libro titulado Killing Time sobre su experiencia al lado de quien ignoraba que era un asesino. Allí contó cómo él fue amable con ella, pero que era sexualmente impotente. El Casanova Killer, como ya se le había denominado en los periódicos, intentó violar a una conocida de Fawkes. La mujer denunció a su atacante y su llamado permitió que se le siguiera la pista de nuevo. En su huida, Knowles asesinó a un policía y a un civil, a quienes les disparó en la cabeza. En Georgia se le tendió un cerco policial de doscientos agentes. Ante una barricada de autos, Knowles se salió de la carretera, pero fue capturado. El desenlace de su historia fue cinematográfico: dentro de la patrulla que lo conducía de regresó a la prisión en Florida, Knowles intentó quitarle el arma al sheriff, que estaba sentado a su lado. El agente del FBI que lo custodiaba le propinó un disparo mortal. Su falsa sonrisa se extinguió para siempre.

Andrew Cunanan (1969-1997, Estados Unidos): Prêtà-porter killer Tal vez Andrew Cunanan no tuviera un modus operandi brillante y no pasara de ser un gigoló que asesinaba a sus amantes presa de un resentimiento total, pero el hecho de haber matado a Gianni Versace, el genio de la moda, lo puso en la mira de todos los medios de comunicación del mundo.

Fachada

Andrew Cunanan, que a lo largo de su juventud había sido un don nadie incapaz de ganarse la vida legalmente (sin una moneda en los bolsillos), se creó una nueva imagen a partir de engaños y mentiras para fingir el éxito. Para lograrlo, ideó un personaje encantador, aparentemente rico y culto capaz de mantener cualquier conversación y de moverse en las altas esferas sociales. Esta fachada ocultaba también el odio a sí mismo y el resentimiento contra las personas adineradas. Cunanan también se convirtió en gigoló, situación que le permitió acceder a clubes sociales y a círculos adinerados, en los que por primera vez en su vida se sentía tomado en serio. El dinero ganado con sus favores sexuales y su nueva acomodada forma de vida no fueron suficientes para reprimir su odio. A principios de 1997, en un rapto de ira, asesinó a un ex amante. Al poco tiempo eliminó a otro conocido, también pareja suya. A diferencia de la mayoría de asesinos en serie, Cunanan eliminó a personas que conocía y con las que había intimado. Al matar a estos adinerados hombres, tenía la ilusión de apoderarse del prestigio y de la vida exitosa de sus víctimas. Su tercer asesinato ocurrió el 4 de mayo de 1997, esta vez fue un anciano millonario que al parecer había contratado sus servicios sexuales. En todos los casos combinó disparos con puñaladas para matar; ataques excesivos que denotaban su resentimiento. El arma utilizada para los asesinatos era una pistola semiautomática Taurus calibre 40 S&W. Cinco días más tarde, Cunanan, que conducía el auto robado de su anterior víctima, disparó mortalmente a un vigilante de un cementerio en Pennsville, Nueva Jersey, para llevarse su camioneta. En este crimen se expresó abiertamente su personalidad psicopática: no le importó quitarle la vida a un ser humano con tal de obtener un beneficio propio; siguió la ecuación de este tipo de personalidad: Hacer lo que puedas sin que te descubran y lo que sea beneficioso para ti. A raíz de este asesinato, el FBI lo añadió a la famosa lista de “Los diez más buscados”. La cacería de las autoridades se concentró en hallar el nuevo vehículo robado. Cunanan lo condujo tranquilamente por las calles de Miami Beach durante dos meses. En Florida reinició su actividad social frecuentando discotecas y bares. Incluso utilizó su propio nombre para empeñar un artículo robado, a sabiendas de que la policía rutinariamente comprueba la mercancía robada en los registros de las tiendas de empeño.

Crimen de la moda

Su cuarto asesinato, el que lo. sacaría del anonimato y a la vez intensificaría su cacería, fue el del famoso diseñador de modas italiano Gianni Versace. Este crimen despertó inicialmente una serie de especulaciones conspirativas que vinculaban a Versace con la mafia, pero el asunto resultó ser más simple: el diseñador había conocido a Cunanan (para entonces de 27 años) en la zona de Miami Beach; de hecho, los dos fueron vistos días antes del crimen; no hay claridad sobre si fueron amantes o no, el caso es que el 15 de julio Cunanan lo mató a balazos. Versace representaba la cúspide de lo que Cunanan jamás sería. Tras el suceso, se tendió un cerco por todo el estado de Florida, inundando las calles de volantes con la imagen del asesino. Cunanan tinturó su pelo para cambiar de aspecto y se dejó el bigote. El 23 de julio de 1997, unos vecinos de la casa de Cunanan, al reconocer el auto reportado como robado, alertaron a la policía. Ante el cerco policial, Cunanan se quitó la vida con un disparo en la boca. Según los expertos de Quantico, Cunanan decidió acabar su vida no como expresión de culpa, sino para demostrar que hasta el final tuvo el control y el poder, decidiendo cuándo acabaría todo. En realidad, se odiaba a sí mismo.

Christopher Bernard Wilder (1945-1984, Australia): De corredor de autos a asesino nómada Antes de ser un homicida serial Wilder fue un millonario dedicado a negocios a gran escala y, en su tiempo libre, a conducir autos de velocidad; su favorito era un Porsche. En su mansión de Boynton Beach disfrutaba de la naturaleza y de una vida cómoda. Aunque ya había sido acusado por hostigar sexualmente a mujeres en su nativa Australia y un par de veces en los Estados Unidos, Wilder se mantuvo a raya hasta los 39 años. No obstante, en su natal Australia cometió varios delitos sexuales (llegó a los Estados Unidos en 1969).

Carrera homicida Los lujos fruto del dinero obtenido en negocios de bienes raíces, su afición por las carreras y por la fotografía al parecer no fueron barrera suficiente, y algo en su cabeza se quebró, su libido homicida se desbordó el 26 de febrero de 1984 con una modelo que conoció durante el Miami Grand Prix. Por entonces Wilder tenía planes de matrimonio con Elizabeth Kenyon, pero ella finalmente le rechazó, y sería su segunda víctima. Las autoridades estuvieron al tanto de la desaparición de las dos mujeres; pronto

se relacionó a Wilder con los raptos y se emitieron boletines con su retrato, señalándolo como sujeto peligroso. Wilder corrió con suerte y logró escapar; tomó dinero de su cuenta y empezó una travesía homicida por Georgia, Texas y Oklahoma. Para ese momento se encontraron los cuerpos de las dos mujeres, que revelaron el modus operandi de Wilder: violación, tortura con electricidad y uso de arma blanca. Tres jóvenes más, todas caracterizadas por ser bellas, desaparecieron al paso de Wilder por diferentes ciudades. En Indiana, Wilder, usando el truco del fotógrafo profesional en busca de modelos en un centro comercial, contactó a una adolescente llamada Tina Marie Risico. Wilder, tras engañarla ofreciéndole 100 dólares por unas fotos, la llevó, a punta de Magnum 357, a su auto; Wilder condujo hasta San Diego y se instaló allí con la joven en un motel, donde la violó repetidas veces y le infligió varias torturas. Cuando el momento de la muerte se hacía evidente, Wilder vio por televisión que lo buscaban en relación con la desaparición de las mujeres; entró en pánico y huyó con Tina.

Estocolmo Una semana después Tina estaba completamente sometida al poder de su captor, tras repetidas violaciones su voluntad se había quebrado, así que seguía sus órdenes sin reparos, y aceptó ayudarlo a conseguir una nueva víctima con el pretexto de no ser asesinada. El 12 de abril la pareja abordó a una bella joven en un centro comercial y le soltaron el mismo truco de las fotos de modelaje. La joven cayó en la trampa, el modus operandi se repitió. En esta ocasión Wilder obligó a Tina a observar la violación y la tortura a la joven. En el transcurso de la noche se emitió un mensaje televisivo en el que aparecía la madre de Tina suplicando por su vida. Wilder, al ver que estaban tras su pista, nuevamente huyó con las dos jóvenes en su auto. En la carretera se detuvo, ordenó a Tina que lo esperara. Se llevó a la otra joven al interior del bosque, allí, a pesar de las suplicas, la apuñaló dos veces en el pecho. Mientras tanto Tina observaba las llaves del auto, pero su voluntad estaba destruida y no intentó escapar. Wilder regresó y retomó el camino, a pocos metros decidió regresar para confirmar que la joven había muerto. Una vez más bajó del auto y se dirigió al bosque; Tina tuvo una nueva oportunidad de escapar que no aprovechó. Wilder regresó alarmado, la joven había huido, milagrosamente sobrevivió al ataque y había logrado pedir ayuda al conductor de un auto que cruzaba por la carretera.

El más buscado A las pocas horas del reporte del asalto, apoyados en cámaras de seguridad y testigos de las desapariciones, las autoridades daban como sospechoso a Wilder, lo que hizo que su búsqueda se hiciera más frenética y entrara a formar parte de la lista de “Los diez más buscados del FBI”. Wilder sabía que tenía que cambiar de auto, así que se dirigió a un centro comercial, donde abordó a la conductora de un Pontiac Firebird dorado y la obligó con su pistola a conducir. Mientras tanto Tina conducía el otro carro (sobra decir que en este punto Tina estaba bajo el completo dominio de su captor, y aunque al volante y sola, no escapó). A pocos kilómetros, Wilder ordenó a la mujer del Pontiac detenerse, la condujo al bosque y le disparó mortalmente. El episodio siguiente es sin duda inexplicable y sorprendente Wilder dio dinero a Tina para comprar un boleto de avión de regreso a casa y la dejó marchar sin hacerle daño. Este suceso serviría para replantear todo el perfil de un psicópata. Lo único que podemos atrevernos a especular es que Wilder sabía que el final estaba cerca, así que, en los últimos momentos de su lamentable existencia, que sólo había provocado dolor y sufrimiento, tuvo un rapto de humanidad. Una vez solo, siguió su huida; estando en New Hampshire el 13 de abril se detuvo en una estación de gasolina. Un par de policías reconocieron su rostro y lo abordaron, Wilder intentó desenfundar la Magnum, pero uno de los agentes se abalanzó sobre él. Vino un forcejeo, luego un disparo que atravesó el pecho de Wilder y lo mató instantáneamente.

Los once más peligrosos del mundo Al artista se le juzga por sus mejores momentos, al asesino, por los peores. George Bernard Shaw Sin duda, este capítulo no estará completo jamás, y por desgracia parece nunca querer detenerse, pues la brutalidad de los asesinos en serie modernos se asemeja a una competencia mundial de crueldad. Noticias como la del austríaco Josef Fritzl, que mantuvo cautiva a su hija en el sótano de su casa durante 24 años, violándola y teniendo hijos con ella, o la de un violador en serie en Cali, Colombia, que tatuaba a sus víctimas con mala ortografía: “propiedad del zorro”, son el tipo de titulares que nos enfrentan día tras día a nuevas formas de la maldad humana. Ojalá que, en algún momento, en las diferentes sociedades, el crimen en todas sus absurdas manifestaciones haga parte de los libros de historia y no de los noticieros. La siguiente lista biográfica nos demuestra que en el comportamiento homicida del ser humano no hay límites y que la naturaleza humana guarda profundos secretos sobre un lado siniestro que sobrepasa toda imaginación. La organización va de menor a mayor en crueldad según el tipo de víctimas y a sus formas de matar; aunque la mayoría son estadounidenses, hay diferentes nacionalidades y abarca varias épocas del siglo xx, para así señalarle al lector que la voracidad destructora del asesino en serie no es exclusiva de una raza o región y puede emerger en el lugar y tiempo menos esperado. He aquí la lista de los monstruos humanos más temibles de nuestro tiempo.

Luis Alfredo Garavito (1957, Colombia) Más de 190 víctimas es la aterradora cuota de asesinatos cometidos por Luis Alfredo Garavito a lo largo de casi una década. Con engaños, conducía a los niños y jóvenes a un lugar apartado, donde los amarraba, los torturaba y los violaba, para finalmente acabar con sus vidas de manera salvaje. Durante varios años transitó por diferentes ciudades y municipios de Colombia dejando su huella de terror y crueldad. Estaba convencido de que Satanás, con el que había hecho un pacto, le había dado el poder de la invisibilidad y lo protegía de ser atrapado. En el 2010 se conoció que Garavito asesinó niños en Ecuador, situación que

aumentaría aún más su nefasto número de víctimas. Algunos apodos y alias de Garavito eran: el Loco, Tribilín, Conflicto, el Cura, el Mendigo, Alfredo Solazar y Bonifacio Morera Lizcano. Por ocupar el primer lugar en esta nefasta lista y por la complejidad de su carrera delictiva, le dedicaremos más páginas.

El modus operandi Garavito cazaba a sus víctimas en las plazas públicas o de mercado y en las terminales de transporte. Prefería niños de rostro bello y de constitución delgada, cuya edad estuviera entre los 5 y los 15 años, aproximadamente. La mayoría de ellos eran vendedores ambulantes o jóvenes muy pobres a los que engañaba comprándoles una gaseosa o un cuaderno. A veces les decía que los contrataría para realizar trabajos en fincas cercanas. Cuando se ganaba la confianza de los niños, los conducía a su destino final. Para someterlos e intimidarlos usaba cuchillos, machetes y sogas. Los conducía a lugares apartados, como las afueras de las ciudades; una vez allí, los desnudaba y los hacía caminar en círculos para cansarlos. Les decía que los iba a matar. Según las investigaciones del periodista Mauricio Aranguren, a los primeros niños que atrapó les dio una puñalada en el corazón. Más adelante, cambió el sitio y la cantidad de cuchilladas para así prolongar el sufrimiento de los jóvenes. Los violaba y finalmente los estrangulaba. En muchos casos les mutiló el pene y lo introdujo en la boca de ellos; a otros los decapitó. Durante el proceso de tortura, se emborrachaba con aguardiente. Arrojaba los restos y a veces los ocultaba con tierra o con matorrales. Cada nueva víctima era registraba en una libreta. Constantemente cambiaba su aspecto físico para no ser identificado. La Bestia era un asesino nómada, ya que se desplazaba por diferentes territorios del país. Para ganar dinero vendía lotería y pedía limosna. Planificaba sus crímenes cuidadosamente para no levantar sospechas; se disfrazaba y no dejaba pistas. Era un asesino organizado. Por el tipo de víctimas que escogía, a Garavito se le considera un pedófilo: un sujeto adulto que siente una atracción sexual hacia niños o adolescentes.

La ruta del demonio A principios de 1994, en la Tebaida, Quindío, se encontró el cadáver de un niño. Le habían cortado la cabeza y presentaba varios cortes. Era la firma siniestra del

monstruo. En los tres años siguientes, en Pereira, Risaralda, cerca de cincuenta cuerpos mutilados y decapitados se recuperaron en diferentes fosas. El 18 de octubre de 1997, en Rio Frío, Valle del Cauca, se encontró otro cuerpo: el de un joven de 13 años. Presentaba marcas de más de 30 puñaladas. Estos hallazgos no eran ni las primeras ni las últimas víctimas de Bonifacio Morera Lizcano (como se hacía llamar Garavito), pero fueron las que empezaron a despertar la atención del Cuerpo Técnico de Investigaciones (CTI) de la Fiscalía General de la Nación. Entre 1993 y 1998, el CTI encontró centenares de restos en Risaralda, en especial en Pereira. La mayoría presentaba una cuerda atada al cuello y señales de tortura. Durante mucho tiempo, los investigadores no sospecharon que el responsable de todos los crímenes ocurridos en diferentes zonas del país fuera un único hombre. Al parecer, los primeros crímenes cometidos por La Bestia de Génova (otro de sus apodos mediáticos) ocurrieron en 1992 en Jamundí, Valle del Cauca. Por mucho tiempo, adoptó el nombre de Bonifacio Morera Lizcano, con el cual despistó a las autoridades. El 24 de junio de 1998, en Génova, Quindío, fueron hallados los cuerpos de tres niños de 9, 12 y 13 años. Los habían torturado y mutilado. Cinco días antes, los menores fueron vistos en compañía de un hombre que les ofreció plata para que le ayudaran a buscar una res en una finca cercana. Un grupo de investigadores del CTI fue enviado desde Armenia para identificar posibles pistas que permitieran relacionar estos casos con otros similares ocurridos en su territorio. En todas las escenas se identificó un ritual de sangre que parecía no acabar nunca. Se obtuvieron descripciones físicas del sospechoso. La cara del monstruo empezaba a esbozarse. En un principio, los crímenes de Garavito pasaron casi inadvertidos para los colombianos, hasta que cometió una cadena de asesinatos en el departamento del Valle y luego en Pereira que alertaron a todo el país y estremecieron al mundo. Amnistía Internacional, el Parlamento Europeo y la ONU enviaron misiones para seguir el caso. Las autoridades se preguntaron si era posible la presencia de un asesino en serie en Colombia, uno similar a los estadounidenses.

Casos sin resolver En 1998, una funcionaría de Armenia mencionó a los investigadores del CTI una orden de captura emitida en Tunja tres años atrás para un tal Luis Alfredo

Garavito Cubillos por la violación y muerte de un niño al que le habían cortado la cabeza y cercenado el pene. Los detectives tomaron nota del caso y lo sumaron a la lista de sospechosos. Este nombre pronto sería importante. En septiembre de 1998 se reconocieron tres crímenes similares en Florencia, Caquetá. A finales de ese año, se descubrió una docena de restos infantiles en las afueras de Villavicencio, Meta. El ansia asesina iba a terminar por condenarlo. El caso del Monstruo se hizo visible definitivamente en noviembre de 1998, cuando un joven encontró una fosa con huesos humanos: eran los restos de 13 niños, cuyas edades oscilaban entre los 8 y los 14 años. Una semana después se hallaron otros doce cuerpos y nueve cráneos; algunos conservaban en el cuello una soga. Ante la brutalidad de los crímenes, cuatro equipos departamentales de investigadores y varios detectives dispuestos por todo el país trabajaron en el caso. Al principio no sabían que estaban persiguiendo a un mismo asesino. Los investigadores de Tunja, Armenia y Pereira compartieron información y descubrieron que los casos de desaparición de menores presentaban rasgos similares. Una soga atada al cuello de las víctimas era una de las marcas especiales que se reiteraban. En un comienzo se orientó la investigación hacia el satanismo y la prostitución infantil, y hasta se pensó en una red de tráfico de órganos. Se investigaron casos de abusadores y violadores de niños. Pronto se descubrieron muchísimos casos similares en los departamentos de Meta, Cundinamarca, Antioquia, Quindío, Caldas, Valle del Cauca, Huila, Cauca, Caquetá y Nariño. Si el culpable de todas estas atrocidades era un único ser humano, era uno muy astuto. Tres cadáveres hallados en Florencia (Caquetá) hicieron pensar al CTI en Bogotá que estaban frente a un solo asesino. Los restos hallados presentaban las mismas señales de tortura que varios cuerpos descubiertos en Pereira y Villavicencio. Varios investigadores se reunieron en Pereira para fortalecer la teoría de un asesino en serie. Hicieron una lista de más de cien sospechosos, que finalmente se redujo a diez.

Tras las huellas del mal En Armenia, desde finales de 1998, los investigadores del CTI establecieron contacto con familiares y conocidos de Luis Alfredo Garavito, el hombre que tenía orden de captura en Tunja. Luz Mary Ocampo, mujer con la que Garavito vivió en una época, les dijo a los detectives que él era una persona amable y cariñosa. La hermana de Garavito les entregó a los agentes una bolsa que contenía un

montón de libretas, talonarios, pasajes de bus, etc. El contenido, los trofeos guardados por Garavito, era un valioso material de indicios que les permitió a los investigadores reconocer el itinerario del homicida. Las pistas reconocidas en sus pertenencias apuntaban a que Garavito era el culpable de muchos de los crímenes de niños cometidos por todo el país. “¿Dónde estará ahora?”, era la pregunta que atormentaba a los detectives. En julio de 1999 se convocó una cumbre en Pereira con todos los fiscales y equipos científicos e investigativos relacionados con los casos de niños asesinados. Se determinaron pistas importantes: en todas las escenas analizadas se identificaron ataduras, bolsas plásticas, botellas y tapas de bebidas alcohólicas.

Un investigador solitario y los niños de los cañaduzales Carlos Hernán Herrera, morfólogo (estudioso de la forma y estructura del cuerpo humano) que trabajaba en Buga, Valle del Cauca, envió un informe a la Dirección General del CTI para que se buscara a un asesino que abordaba a niños en las plazas de mercado y terminales, para luego violarlos, decapitarlos y cercenarles los genitales. Los cuerpos investigados por Herrera habían sido hallados en plantíos de caña de azúcar. En una escena analizada por el morfólogo, el cañaduzal se había incendiado. Al parecer el asesino tuvo que huir y dejó al lado del cadáver unos pantaloncillos, unos zapatos, una peinilla, un destornillador, unas gafas y algunos billetes. Con el análisis minucioso de esa evidencia, concluyó que el asesino debía de tener 40 años, 1,65 metros de estatura y contextura delgada, y que cojeaba de la pierna derecha (uno de los zapatos estaba más gastado). Del seguimiento de los billetes, concluyó que habían sido puestos en circulación en Cauca, Nariño, Caqueta, Valle y Antioquia. Logró una aproximación del rostro del asesino a partir de los puntos donde los anteojos hacían contacto en la cara. El 14 de julio de 1999, pudo exponer sus conclusiones en la cumbre de investigadores citada en Pereira. Los detectives del CTI de Armenia escucharon estas nuevas pistas y se convencieron de sus propias teorías: estaban tras la huella de un único asesino en serie.

Infancia y juventud de un asesino Luis Alfredo Garavito nació en Génova (Quindío) el 25 de enero de 1957, y es el mayor de siete hermanos. Fue maltratado y humillado por su padre. Estudió

hasta quinto de primaria en el Instituto Agrícola de Ceilán (Valle del Cauca). Cansado de pelear con su papá, se fue de la casa a los 16 años. Trabajó como ayudante en un supermercado, de donde lo despidieron por ser conflictivo. A los 21 años estuvo en Alcohólicos Anónimos. Durante cinco años recibió tratamiento psiquiátrico en una clínica del Seguro Social de Manizales. Ya se sentía atraído por menores de edad y tenía fantasías sádicas en las que imaginaba que los violaba. Los médicos pensaron que su caso era uno más de tantos alcohólicos y no prestaron atención a su inclinación perversa. Después de ese tratamiento, comenzó su vida de vendedor ambulante y estafador. Entraba a los colegios con documentos falsos de instituciones para pedir plata en nombre de los más desfavorecidos. Adoptaba la identidad de mendigo, discapacitado (usaba muletas o cuellos ortopédicos) y hasta de monje. Fingía ser humilde y espiritual. Garavito vivió con dos mujeres mayores que él, a cuyos hijos siempre cuidó y respetó. Sus compañeras dijeron que sólo cuando se emborrachaba era problemático y agresivo. En varias ocasiones regresó de visita a la casa de su papá, pero siempre discutía con él. Estuvo en la cárcel de Tunja por sospecha de violación y asesinato de un menor; fue liberado por falta de pruebas. Para sobrevivir, a veces vendía estampitas de imágenes religiosas. Vivía en cuartos de casas humildes en barrios marginales. En estas zonas, empezó a engañar a los niños con dulces, cuadernos y bebidas para luego violarlos y matarlos. El 27 de noviembre de 1998, los niños de Pereira marcharon de noche para exigir que no los siguieran matando. Mediante el cruce de información entre los diferentes investigadores, surgió el nombre de Bonifacio Morera Lizcano, con antecedentes de violación y acoso de menores. Su fotografía les hizo reconocer a los detectives que Morera era el mismo Luis Alfredo Garavito Cubillos, un sujeto con orden de captura de la Fiscalía 17 Especializada de Tunja por el homicidio de un menor. Todos los expedientes analizados de los diferentes casos ocurridos por todo el país por fin se empezaron a organizar y a señalar al culpable. El monstruo por fin tenía un nombre y un rostro, pero por ahora estaba ocupado con su última víctima.

La lotería de la muerte El jueves 22 de abril de 1999 en la plaza de los Centauros, en Villavicencio, el joven John Iván Sabogal fue abordado por un hombre amable que deseaba comprarle un billete de lotería. El niño no sospechó nada raro. El sujeto fingió buscar su número favorito y con agilidad le puso un cuchillo en el costado. Era

Luis Alfredo Garavito, el peor asesino en serie del mundo, y él muchacho sería su última víctima. Gritar para pedir auxilio significaba la muerte, así que el joven obedeció la orden de su captor de abordar un taxi. Garavito fingía ante el conductor ser familiar del muchacho. Era un experto actor. Después de 20 minutos de recorrido hizo detener el carro en las afueras de la ciudad. Pagó la carrera y condujo al joven hacia unos matorrales. Era el principio del fin.

Un mendigo heroico La tarde llegaba a su fin. Garavito condujo al muchacho por una pendiente. Cruzaron una cerca de alambre y se internaron en una zona de matorrales espesos. Obligó al muchacho a desnudarse y sólo le dejó los calzoncillos. Le amarró las manos y los pies. Mientras lo hacía caminar en círculos, le iba diciendo todas las horribles cosas que le iba a hacer. Cuando estaba a punto de violarlo, John Iván gritó pidiendo auxilio. Un chatarrero, que estaba cerca fumando marihuana, escuchó los gritos y al reconocer la situación intercedió por el muchacho. Garavito le cortó las sogas de los pies a John Iván y lo arrastró del lugar para alejarlo del hombre. En un acto de valentía, el joven se soltó de las garras del monstruo y corrió junto a su salvador para emprender la huida. Garavito, enfurecido, los persiguió, pero tras correr varios metros finalmente lograron escapar y lo hicieron perder el rastro. John Iván era la segunda víctima de Garavito que escapaba con vida. A 800 metros del lugar donde pretendía matar a John Iván Sabogal, las autoridades descubrieron entre junio y noviembre del año anterior 12 cadáveres de víctimas anteriores. Brand Ferney Bernal Álvarez, entonces un joven de 16 años, después de ser violado y apuñalado siete veces por Garavito, logró desamarrar las cabuyas que lo ataban de pies y manos para huir de la muerte.

El monstruo es humano La mamá de John Iván, al saber la historia por la que acababa de pasar su hijo, alertó a la policía. De inmediato se dispuso un operativo para atrapar al violador. El agente Pedro Babativa, encargado de la búsqueda, ordenó crear un anillo de agentes alrededor de la zona en la que aún podía estar el violador. Al ver que no aparecía ningún sospechoso, ordenó a sus hombres fingir que se retiraban para así despistar al criminal.

Garavito, confiado como siempre y sobreestimando su inteligencia, salió de los matorrales. Una patrulla lo detuvo. Se identificó como Bonifacio Morera. John Iván estaba en una patrulla listo para identificar a su secuestrador. Al ver al hombre no dudó en señalarlo: “Ese es el hijueputa que intentó violarme”. Babativa revisó la mochila del hombre y encontró un metro de cuerda roja, varios papeles, un cuchillo de mesa y un tarrito de vaselina. En los pantalones traía 200.000 pesos en billetes de 20.000. El policía no supo en ese momento que había detenido a uno de los asesinos en serie más prolíficos del mundo. Faltaba una pieza final para completar el rompecabezas. Los investigadores de Villavicencio reconocieron que el aspecto del tal Bonifacio Morera (quemaduras en un brazo y en la espalda, además de una plantilla en el tobillo izquierdo que de seguro usaba para no cojear) coincidía con los análisis del morfólogo de Buga. Le tomaron huellas dactilares y las compararon con las del sospechoso Garavito. Al ver los resultados, se dieron cuenta de que no había duda alguna: el hombre al que buscaban era el mismo y ya lo tenían tras las rejas. Los investigadores se pusieron de acuerdo en hacer creer a Garavito que desconocían su verdadera identidad. Lo seguirían llamando Bonifacio Morera Lizcano, para así poder tenderle una trampa que permitiera hacerlo responsable de todos los crímenes. En Pereira, una amiga de Garavito, ubicada gracias a las pesquisas relacionadas con su caso, les entregó a los detectives un segundo paquete de papeles que les permitió identificar el itinerario homicida de Garavito hasta mediados de 1998. El 28 de octubre de 1999, en Villavicencio, la Fiscal Octava de Armenia tenía un folio con 118 casos de niños asesinados, cuyas fechas y lugares de muerte concordaban perfectamente con la información extraída del material guardado por los familiares de Garavito. El supuesto Bonifacio se sorprendió cuando lo llamaron por su nombre real: Luis Alfredo Garavito Cubillos. Durante casi ocho horas, las autoridades lo interrogaron. Le hicieron ver que conocían su modus operandi. Uno de los agentes encargados de reunir la información, lo confrontó al revelarle que conocía su lugar de origen verdadero: Génova, Quindío, no Neiva, Huila. Le dijo que tenía 42 años, no 36. Garavito se vio atrapado; por fin se derrumbó y llorando empezó a confesar su larga lista de crímenes. Como la mayoría de los asesinos en serie, a simple vista, Garavito parece un tipo normal, hablador, dicharachero y hasta chistoso e incluso astuto.

La confesión de un ser sin piedad “Yo les quiero pedir perdón por todo lo que hice y voy a confesar. Sí, yo los maté

y no sólo a esos, maté a otros más”, fueron las primeras palabras de una larga confesión en la que reveló su terrible forma de asesinar. Tenía una libreta donde había consignado con rayas cada uno de sus crímenes. Al parecer, no había cometido 118 homicidios, sino 142, y probablemente muchos más. Gracias a las pruebas recogidas por la Fiscalía y a su propia confesión, Garavito Cubillos resultó ser el responsable no sólo de la muerte del menor de Tunja, sino también del homicidio de 3 niños en Génova y de 162 crímenes cometidos entre 1992 y 1998 contra menores en 11 departamentos del país. De los 162 casos judicializados, 138 tienen fallo condenatorio, 32 están en instrucción, 1 se encuentra en apelación y 1 va para sentencia. Aunque las condenas suman 1853 años y 9 días, en la ley colombiana existe una figura conocida como unificación de penas, que dice que cuando un reo está condenado por múltiples procesos, éstos no son acumulables: se juntan y se lo condena por el delito más grave, que en este caso significa una condena de 52 años. Como Garavito confesó y además colaboró con la justicia, tiene derecho a beneficios y rebajas que pueden ser hasta de una tercera parte de la condena. La ley actual obligaría a un juez a concederle la libertad condicional dentro de 25 a 30 años a partir de su captura, beneficiándolo con una rebaja de la mitad de la pena o más. Trabajo y buen comportamiento le pueden dar más beneficios, y así podría salir libre muy pronto. La Fiscalía ordenó a sus seccionales investigar si hay expedientes pendientes contra Garavito para procesarlo por nuevos casos, e impedir así su pronta liberación. En su carta de apelación, dirigida al juez quinto penal del Circuito de Tunja, reproducida por la página Latino Seguridad, se puede reconocer su carácter manipulador: Hay que tener en cuenta que por muchos factores el promedio de vida en el momento actual es de 70 años; tengo 43, más 52 años de condena serían 95 años que sería una cadena perpetua; según tengo entendido en nuestro país no hay cadena perpetua; eso es lo que más he pedido, un trato humanitario y formas de rehabilitarme, de poder ser alguien en la vida ya que la vida y las personas y desde el vientre de mi madre siempre se manejaron muchas cosas, si a mí se me hubiera brindado afecto, cariño, orientación desde niño y más adelante cuando fui adulto; si no hubiera sido por los traumas de mi infancia y muchos hechos dolorosos que siempre me rodearon, había podido realizarme como un ser humano, como lo que mandó Dios, dejarás a tu padre y a tu madre y formarás tu propio hogar y tendrás tus propios hijos, eso fue lo que siempre anhelé, tener una esposa unos hijos y ser alguien en la vida, sirviéndole a la familia, a la sociedad y al Estado, sin causarle daño a nadie. El número real de víctimas a manos de Garavito puede sobrepasar las

doscientos. Una vez fue dictada la condena, dejó de revelar más crímenes, al darse cuenta de que nuevos casos podrían prolongar su encierro en prisión. Según documental realizado en el 2006 por el periodista Guillermo Larrota (conocido como Pirry), Garavito, que aparece con aspecto saludable, se declara convertido al cristianismo y hasta recita de memoria pasajes de la Biblia. Finge ser un pastor que ha puesto su corazón al servicio de Dios y que se ha arrepentido de sus pecados. Ser el preso modelo es otro de sus engaños para preparar su salida de la cárcel. Ahora niega haber violado a sus víctimas y asegura que cometió los crímenes por órdenes del Diablo. Afirma haberse convertido y estar “en manos de Dios” al hacerse miembro de una iglesia pentecostal que ingenuamente lo ha acogido. En la actualidad está preso en la Cárcel de Máxima Seguridad de Cómbita (Boyacá). En marzo del 2010, La Fiscalía General de Colombia informó a la opinión pública que Garavito había sido pedido en extradición por Ecuador, país donde está acusado de asesinar a varios menores. El funcionario subrayó que hay varias condenas a Garavito que no se acumularon, así que le faltaría más tiempo por cumplir en las cárceles colombianas antes de ser extraditado.

Gary Heidnik (1943-1989, Estados Unidos) Técnicamente, Heidnik no fue un asesino en serie, más bien debíamos llamarlo un esclavista sexual. Estaba más interesado en mantener a sus víctimas cautivas y vivas para así prolongar su elaborado plan de poder y control. La infancia de Heidnik presenta los factores típicos de muchos asesinos en serie: violencia doméstica, maltrato por parte del padre, incontinencia urinaria. Tenía una deformidad facial leve provocada por un accidente de la infancia. La adolescencia de Gary fue relativamente estable; a dos años de terminar la secundaria ingresó al Ejército, donde terminó sus estudios, y por entonces se interesó en la enfermería y la medicina. De Ohio fue transferido a San Antonio, Texas, para educarse como médico. Gary siempre se inclinó por el dinero, así que inició un negocio de prestamista entre los soldados. En 1962 fue trasladado a un hospital de Alemania Federal. Una vez allí, se manifestaron los primeros síntomas de trastorno mental. Tras este episodio fue dado de baja del Ejército con el diagnóstico de “trastorno esquizoide de personalidad”, y fue pensionado por inhabilidad laboral. Al regresar a los Estados Unidos se radicó en Pensilvania, donde pretendió continuar sus estudios de enfermería; pronto logró trabajar en un hospital universitario, donde colaboró con pacientes de tipo psiquiátrico. Gary pasó por

un momento de lucidez que se vio alterado por estados depresivos fuertes y comportamientos erráticos que lo marginaron socialmente y provocaron su despido. En 1970 su madre se suicidó, factor que muy seguramente contribuyó al deterioro mental de Heidnik. A lo largo de su vida, antes de ser atrapado por sus crímenes, ingresó por su propia voluntad en varias ocasiones a centros psiquiátricos. En 1971 fundó en North Marchall Street, Filadelfia, la Iglesia Unida de los Ministros de Dios. A la edad de 35 se casó con una mujer negra con retraso mental, posteriormente se llevó a vivir con ellos a la hermana de ésta, convirtiendo a las dos mujeres en sus esclavas sexuales. Por este crimen Heidnik estuvo en la cárcel, pero salió libre en 1984. En 1986, como pastor principal y único miembro real de su congregación se dio a la tarea de conseguir fieles para su culto; realmente deseaba crear una familia con diez esposas con las que tendría hijos. Para ello raptó periódicamente a mujeres negras con retraso mental y a prostitutas a quienes mantuvo cautivas en el sótano de su vivienda-iglesia sometiéndolas a torturas físicas y actos sexuales perversos. Presa del síndrome de Estocolmo y tras recibir torturas extremas, Josefina Rivera, prostituta recogida por Heidnik en su Rolls Royce el 26 de noviembre de ese año, se convirtió en su “ayudante” para conseguir más esclavas. Dos de las seis mujeres raptadas por esa época murieron debido a las condiciones precarias en que eran mantenidas. David Everitt, en Human Monsters, narra que posteriormente Heidnik secuestró a Sandra Linsay, a quien había conocido con anterioridad en un centro psiquiátrico e incluso había tenido relaciones con ella. Dos semanas después raptó a otra prostituta de nombre Deborah Dudley, la cual intento resistirse a los abusos, lo que resultó peor para las demás mujeres, ya que provocó el aumento de las medidas de seguridad y las torturas. En febrero de 1987 Linsay intentó escapar en una de las ausencias de Heidnik, pero fracasó. Como represaba, Heidnik la colgó de una viga apenas sostenida de un brazo; a los pocos días murió. Luego cortó el cuerpo con una sierra eléctrica. Dudley murió el 18 de marzo como consecuencia de las descargas eléctricas proporcionadas a través de las cadenas con las que las mantenía cautivas. Otra de las prácticas aterradoras de Heidnik era perforar los tímpanos a las mujeres para evitar que escucharan a un posible visitante que las rescatara o se comunicaran entre sí. En marzo de 1987 Heidnik, confiado en la lealtad de Josefina, la dejó visitar a su familia para que los tranquilizara sobre su paradero, pero la mujer reaccionó y no

regresó a su lado, corrió a informar a las autoridades de la situación real de la iglesia de Marshall Street. La policía allanó la residencia el 25 de marzo de 1987 y rescató a tres mujeres en situación lamentable. Heidnik no opuso resistencia ante el arresto. Tras un proceso relativamente corto fue condenado a muerte. Desde su condena se intentó suicidar un par de veces. Fue ejecutado en Pensilvania el de 6 de junio de 1989.

Andrei Chikatilo (1936-1994, Ucrania) El fenómeno de los asesinos en serie en Rusia y en otros países de la ex Unión Soviética ha sido una constante contemporánea. En 1978, Andrei Chikatilo, a la edad de 42 años empezó a matar en la zona de Rostov (edad tardía en comparación con otros asesinos en serie). Chikatilo creció en medio de las lamentables condiciones de hambruna de la región de Ucrania; las historias de canibalismo eran comunes a su alrededor, incluso se cree que uno de sus hermanos pudo haber sido raptado para ser comido. En este ambiente malsano, desarrolló una personalidad huraña y tímida; en la escuela fue maltratado por sus compañeros. A los 27 años, sin haber podido relacionarse con mujer alguna, fue obligado por su hermana a casarse con la hija de un minero con la que tuvo dos hijos, la sexualidad de la pareja se limitó a la procreación. Chikatilo era impotente y sólo mediante la masturbación compulsiva llegaba al orgasmo. En 1971 logró un grado universitario con el que podía ser maestro, pero con su débil carácter no supo controlar los grupos de estudiantes, así que trabajó como una especie de prefecto disciplinar encargado de supervisar el orden y el aseo de las dependencias escolares. Empezó a espiar a los jóvenes para masturbarse; llegó a provocar un escándalo cuando en una piscina pública intentó tocar a una pequeña niña. En el libro Crímenes: los casos más impactantes de la historia se cuenta que a finales de 1978, tras adquirir una cabaña a las afueras de los tupidos bosques de Rostov, Chikatilo raptó a una niña de nueve años, inicialmente trató de violarla, pero su ira despertó y la apuñaló repetidas veces en el vientre hasta alcanzar el orgasmo. Este primer crimen le descubrió a Chikatilo la fuente de su placer. Tres años después mató por segunda vez, la víctima fue una joven de 17 años de edad. Después de apuñalarla y eyacular sobre el cuerpo, la canibalizó y bebió su sangre. En adelante, durante diez años, cometió más de cincuenta horrendos crímenes de características similares. Sus víctimas fueron prostitutas,

vagabundos y niños de ambos sexos. Chikatilo usó las estaciones de trenes para encontrar a los jóvenes, a los que les prometía comida y dinero y los conducía a un paraje desierto. La policía rusa, confundida por el número y la variedad social de las víctimas, se demoró en darse cuenta de que el modus operandi y el tipo de agresión de los cuerpos hallados eran similares y provenían de un solo hombre (en la Rusia de entonces también se estaba lejos de comprender el comportamiento de un asesino en serie). Tras realizar un perfil a la manera rusa, con datos sobre el tipo sanguíneo del esperma del asaltante y con 25.000 sospechosos en el papel, desplegaron un operativo de vigilancia que permitió que Chikatilo fuera detenido el 20 de noviembre de 1990. La ley rusa exigía que el acusado confesara sus crímenes en la escena misma en que se perpetraron; así ocurrió con Chikatilo, que narró de fría manera sus múltiples agresiones sexuales. El psiquiatra Alexander Bukhanovsky, el Robert Ressler ruso, ayudó a elaborar el perfil inicial de Chikatilo, acertando en todos los aspectos. Bajo el repudio de los padres de las víctimas, la Bestia de Rostov fue ejecutado el 16 de febrero de 1994. Rostov se ha convertido desde los años noventa en la capital mundial del crimen en serie, arrojando cientos de nombres de violadores y homicidas; son ya famosos Constantin el Bárbaro y Viktor el Animal, entre muchos otros.

Wayne Williams (1958, Estados Unidos) La peligrosidad de este asesino, más allá de su crueldad y del tipo de víctimas escogidas, radicó en su característica racial, la cual despistó por mucho tiempo a las autoridades y lo hizo prácticamente invisible e inatrapable. La comunidad negra de un deprimido sector de Atlanta fue presa entre 1979 y 1981 de una serie de homicidios de jóvenes menores de 20 años (en total 29), que fueron estrangulados o asfixiados con cuerdas. La investigación inicial estaba marcada por la idea de crímenes raciales perpetrados por grupos blancos de extrema derecha, situación que ha aquejado a los Estados Unidos desde siempre; además, los perfiles de asesinos en serie suponían hasta entonces que rara vez un negro cometía este tipo de asesinatos. Los expertos de la naciente Unidad de Ciencias del Comportamiento, Roy Hazellwood y John Douglas, se dieron a la tarea de realizar un perfil del asesino de Atlanta. La ciencia del perfilador era nueva, así que contaban con recursos limitados. Cuando el número de víctimas ascendía a 28, Hazellwood visitó la

zona de los crímenes; notó que la gente lo miraba con desconfianza, él no entendía lo que ocurría. El agente de policía que lo acompañaba le explicó: “Lo que pasa es que usted es blanco”. De inmediato, el detective comprendió que, en una comunidad tan cerrada y renuente a la presencia de caucásicos, el asesino tenía que ser de raza negra, de lo contrario su presencia habría sido advertida por cualquiera. Los perfiladores se jugaron su naciente reputación al proponer a las autoridades policiales la teoría del asesino negro. La hipótesis no fue bien recibida; sin embargo, se tomó en cuenta. Otro elemento de aporte de los perfiladores en este caso fue sugerir a la policía que se vigilaran las riveras de los ríos permanentemente. En efecto, a finales de julio de 1979, los policías que vigilaban el río Chattahoochee escucharon un chapuzón en el agua; al parecer algo había sido arrojado sobre sus aguas. Después vieron pasar un auto y procedieron a detener a su conductor, no surgió nada, así que lo dejaron marchar; no obstante, registraron sus datos. Dos días después se descubrió un nuevo cadáver que emergía del río (un joven de 27 años), de inmediato se relacionó el suceso con el sujeto del auto del día anterior. Los policías revisaron sus datos y fueron a interrogarlo, era Wayne Williams, de 23 años, un apacible hombre de raza negra, miembro de la comunidad. El perfil del FBI estaba por verificarse y empezaba a coincidir. Poco a poco la investigación fue acorralando a Williams y una vez se logró procesarlo empezó la lucha psicológica de la parte acusadora por demostrar que tras el apacible aspecto del reo se ocultaba una bestia cruel. El punto clave del juicio fue el enfrentamiento de John Douglas con Williams en el estrado; el agente del FBI le preguntó: “¿Sentiste pánico al matar a estos jóvenes, sentiste terror cuando los sujetaste con tus manos?”, Williams de manera automática respondía en voz baja: “No”. Pronto comprendió la trampa del perfilador y permitió que emergiera su lado siniestro, tornándose hostil, agrediendo al agente. Su aspecto antes pacífico se desdibujó ante los ojos del jurado; este suceso fue clave para determinar su culpabilidad. Finalmente, el 27 de febrero de 1982 fue condenado a cadena perpetua; los niños de Atlanta volvieron a estar tranquilos en su propia comunidad.

Ng Charles Chiat (1961, Hong Kong), y Leonard Lake (1946-1985, Estados Unidos)

Precursores del video snuff o de violencia real. Ng provenía de una adinerada familia de Hong Kong; emigró a los Estados Unidos, donde se hizo marine. En 1981 robó un par de armas y tuvo que huir de la Armada. Aficionado a la pornografía y a las revistas de guerra, estableció contacto postal con un fanático de las armas ex combatiente de Vietnam: Leonard Lake. El dúo simpatizó de inmediato, juntos tenían fantasías similares: su sueño dorado era construir un búnker antinuclear, teniendo a mano armas, comestibles y mujeres esclavas. Contrario a lo que el lector pudiera pensar, estos dos lograron llevar a la realidad tan macabro sueño. Se debe aclarar que Lake pasó por varios psiquiatras tras la guerra, y nadie dio alerta sobre su perfil; se lo consideró otro caso más con síndrome posguerra; no se tomó en cuenta que ya antes andaba mal de la cabeza, incluso tenía un cuadro traumático en la infancia: abuelo violento, incesto con sus hermanas, etc. Igual ocurrió con Ng, que también fue un adolescente con graves problemas de adaptación social; enfrentó cargos por robo en su país natal. Sin embargo, ambos ingresaron en la Armada estadounidense sin dificultad. Lake tenía un rancho al norte de San Francisco de considerable extensión (en realidad pertenecía a su ex esposa). Él y su pareja oriental modificaron el establo y otras habitaciones de la casa principal para retener a sus víctimas. Secuestraron mujeres, hombres e incluso a dos bebés, con quienes simularon situaciones de guerra y argumentos pornográficos que fueron registrados en video. La novela El coleccionista, de John Fowles, donde una joven llamada Miranda es raptada por un hombre, les sirvió como inspiración para bautizar su misión de repoblar el mundo una vez éste se acabara. La “Operación Miranda” consistió en mantener esclavas a muchas mujeres a las que, tras violar, torturar y encerrar en espacios inhumanos, asesinaron (se calcula que más de 20 personas desaparecieron en el rancho habitado por los asesinos). La siniestra caza de familias y parejas duró entre 1984 y 1985, hasta un error de Ng, quien tras robar un torno de una tienda de San Francisco huyó dejando a Lake en su camioneta en manos de la policía. Lake no lo dudó un momento, pidió un vaso de agua a un policía y se tragó una cápsula de cianuro que siempre había llevado consigo en caso de ser atrapado. Entró en coma para finalmente morir un par de días después. Ng huyó rumbo a Canadá. Una vez allanada la propiedad de Lake se descubrió el nefasto búnker de guerra virtual y los restos de sus víctimas. Ng no duró mucho tiempo en libertad, las autoridades canadienses lo capturaron, pero retardaron su extradición por motivos morales en contra de la pena de muerte de su vecino país. Sólo hasta 1991 fue entregado a las autoridades estadounidenses. Los interrogatorios con Ng arrojaron una idea clara de la intención de la pareja:

producir pánico en sus víctimas, eso era lo que más los excitaba. En 1999, tras varios intentos de desviar el caso y llegar incluso a demandar al estado de California por maltrato, Ng fue sentenciado a morir. Aún espera la fecha de ejecución en la prisión de San Quintín, en California. En la página de Internet California Death Row Prisoner Pen Pal Requests, Ng expone a los posibles lectores su caso y se presenta como un ser sensible que ha sido víctima del maltrato del sistema; ofrece la dirección de la prisión para entablar relación con las personas del mundo exterior. También ofrece una dirección de contacto donde recibir donaciones para comprar material con el cual poder pintar. En ningún momento da señales de arrepentimiento o de culpa por los terribles crímenes cometidos.

Edmund Emil III Kemper (1948, Estados Unidos) Este californiano de dos metros de estatura y más de 120 kilos de peso, de inteligencia extrema, decapitó a seis mujeres jóvenes y practicó canibalismo con sus restos. Según se lee en el Diccionario del crimen, una de sus frases favoritas era “En la cabeza es donde está todo, está la personalidad”. Ed Kemper empezó muy temprano su vida como asesino. La relación difícil con su madre provocó que se fuera a vivir con sus abuelos. El mismo Kemper narró el temor y el odio sentido hacia su madre, la veía como un ser odioso que lo reprendía. En casa de los abuelos la situación no mejoró. A los 15 años (24 de agosto de 1963), Kemper los asesinó a balazos, crimen por el que fue recluido en un sanatorio de Santa Cruz, California. En 1969, fue dejado en libertad; al parecer se había curado, los psiquiatras consideraron que Ed no representaba peligro para la sociedad. Sin duda otro absurdo más en la historia del sistema legal de los Estados Unidos. Sus años más prolíficos fueron 1972 y 1973. En este periodo asesinó a seis colegialas, a las que capturó mediante la estrategia del autoestop (las recogía en la carretera). Siempre quiso relacionarse de manera normal con mujeres, pero no era hábil socialmente y su aspecto de brutal gigante asustaba a cualquiera. Así que descubrió que asesinándolas podía tener el control absoluto, no sólo sobre sus cuerpos, sino también de sus espíritus, los que creía poseer dentro de sí tras devorar la carne de las víctimas. Ed también asesinó a su madre decapitándola de un hachazo para luego violar el cadáver; finalmente destruyó su cuerpo en un triturador de basura. Este crimen, siniestramente, anuló la motivación destructiva de Kemper. Robert Ressler explica que, al reconocer la vulnerabilidad de su madre, Ed perdió

interés en matar. Posteriormente decapitó a una amiga de su progenitora, su último crimen, en el que ya no encontró mayor placer. Tras éste dejó una nota a la policía y emprendió la huida. Cruzó el estado y finalmente fue capturado. Una vez detenido, expresó su tedio frente al asesinato, matar ya no le interesaba; por eso se había entregado. Kemper fue condenado a ocho cadenas perpetuas en la prisión de Vacaville, donde al igual que muchos otros asesinos psicópatas es un preso modelo. Robert Ressler cuenta cómo durante una de sus entrevistas con Kemper cometió el error de quedarse a solas con él. Al presionar el botón para que un guardia le abriera la puerta del recinto, éste no funcionó. Kemper aprovechó la situación para intimidar al agente con suposiciones sobre arrancarle la cabeza para presumir ante los demás presos. Ressler, a pesar de sentir temor, apeló a toda su experiencia con psicópatas para mantener el control de la situación. Ganó tiempo hablando sin parar y sin prestar, atención a las amenazas de Ed, señalándole que, si bien era mucho más fuerte, él podría tener un arma oculta. Un guardia por fin apareció, Ressler pudo respirar y Kemper puso su poderosa mano en el hombro del agente y sonrió diciendo que todo lo dicho había sido una broma.

Robert Hansen (1940-2014, Estados Unidos) Sus reglas eran simples: si era aceptado sexualmente y no le pedían dinero por el intercambio sexual y además le practicaban sexo oral, las mujeres raptadas por Hansen salían ilesas, de lo contrario serían sus presas de caza con rifle, y las nuevas reglas serían más estrictas: correr para salvar la vida. Al llegar a la adolescencia, el severo acné que padeció se sumó al marcado tartamudeo. Era objeto de burlas y de los abusadores de la escuela. A pesar de haber nacido zurdo, sus padres lo obligaron siempre a usar la mano derecha. Estuvo varias veces en la cárcel por robos menores. Se casó en dos ocasiones y tuvo dos hijos. Robert Hansen se trasladó de Iowa a Alaska a la edad de 20 años, desde muy joven se aficionó por la cacería y se destacó como hábil con el rifle y el arco. Era famoso por la hazaña en la cual con un arco y una flecha dio caza a una cabra salvaje. La cacería le permitió ganar amigos y ser reconocido. Desde 1973 sus presas fueron mujeres, la mayoría prostitutas o bailarinas nudistas recogidas en la carretera o raptadas una vez salían de los clubes nocturnos en los que trabajaban. Los cuerpos eran ocultados en fosas improvisadas. Algunas de sus cautivas, tras ser sometidas a sus deseos sexuales, lograban salir

ilesas. Varias de estas mujeres reportaron el abuso a las autoridades, pero sus bajos perfiles sociales las ponían en desventaja frente al buen ciudadano, esposo y padre que se suponía que era Robert; además, sus amigos de cacería lo cubrían para inventar coartadas que lo ubicaban fuera de las escenas del crimen. Durante toda la década de los setenta Hansen se dio a la tarea de matar, repitiendo una y otra vez el complejo y sádico ritual. En algunos casos atrapaba a las víctimas en medio del bosque, ocultándolas de nuevo para luego, un par de días después, repetir la cacería; disfrutaba de la angustia de sus presas retardando su muerte. Hansen no enterró debidamente el cuerpo de una de sus víctimas (Sherry Morrow, de 23 años), así que la policía encontró en su improvisada tumba casquillos de rifle calibre 223. La investigación se desató cuando desenterraron nuevos cuerpos. Las autoridades fueron tendiendo un cerco a Hansen, hasta que sus propios amigos dejaron de apoyar su coartada temiendo ser señalados como cómplices. Un allanamiento a su vivienda permitió cotejar su rifle con los casquillos encontrados. Entonces el mapa que tenía de Alaska, marcado con cruces en diferentes puntos, cobró sentido. No todas las víctimas de Hansen fueron trabajadoras sexuales, algunas fueron contactadas por correos sentimentales. Hansen confesó 4 de 17 homicidios posibles, los de prostitutas; se presume que otras mujeres con las que se relacionó por otros medios también cayeron en su trampa. Fue condenado a 461 años de prisión.

Richard Ramírez (1960, Estados Unidos) Richard Ramírez, el Merodeador Nocturno, siempre presumió de disfrutar del sufrimiento, dolor y sangre de sus víctimas, que en total fueron 20. Parafraseaba a Nietzsche esgrimiendo ante la prensa: “Estoy más allá de su experiencia, estoy más allá del bien y del mal”. Hijo de inmigrantes mexicanos, Richard tuvo un prontuario delictivo desde muy joven. En plena adolescencia ya era un adicto a las drogas y ladrón de poca monta, preso en varias ocasiones por posesión de drogas y asalto a mano armada. Su vida de asesino en serie duró tan sólo un año, pero fue suficiente para que Ramírez destrozara la vida de muchos. Ramírez era adicto a diferentes drogas, aspiraba pegamento y era descuidado con su higiene. Tuvo varias detenciones por posesión de drogas y purgó un delito menor por robo de carga. En California fue detenido dos veces por robo de auto. Instalado en Los Ángeles, se dio a la tarea de matar por doquier. Su modus

operandi era muy simple: detectaba hogares de mujeres solitarias, tocaba a la puerta e ingresaba armado con una pistola, luego pasaba a la violación. La primera víctima fue Jennie Vincow, de 27 años. La mayoría de sus víctimas fueron mujeres de diferentes edades; se incluye en su lista una anciana y dos parejas de esposos. Ramírez andaba todo el tiempo conectado a los audífonos de un Walkman y era fanático de la banda AC/DC, cuya canción “Night Prowler” describe el miedo de una joven que está sola en su casa. Los medios, al conocer la referencia, ratificaron su apodo de el Merodeador Nocturno (The Night Stalker). Tenía tatuado un pentagrama en la palma de su mano, la cual exhibía cada vez que podía. Ramírez dejó huellas en todos sus asaltos, descuido que pronto proporcionó un registro dactilar y un retrato hablado gracias a algunos testigos; todo el estado se empapeló con su imagen, hasta el punto de que su detención fue hecha por un grupo de civiles, que, tras reconocerlo, lo siguieron y estuvieron a punto de lincharlo. La lista de crímenes de Ramírez finalmente establecida resulta escabrosa: 14 asesinatos, otros varios intentos de homicidio, 9 violaciones, 2 secuestros, 2 felaciones forzadas, 4 actos de sodomía y varios robos y asaltos a mano armada. Ramírez apareció ante las cámaras en su juicio transformado en un guapo caballero latino -truco clásico de la defensa-; ya no parecía el desaliñado metalero flaco de la época de los crímenes. Sin embargo, esto no sirvió de nada, pues Ramírez fue sentenciado a muerte. Como muchos otros asesinos famosos, atrajo la atención de las mujeres, y se casó con una de ellas en la prisión de San Quintín. Espera en el corredor de la muerte la fecha de su ejecución.

William Heirens (1929, Estados Unidos) Si no prolífico, sí uno de los más crueles; destripó el cuerpo de una pequeña de seis años y una vez desmembrado, lo esparció por toda la ciudad de Chicago en tapas de alcantarilla. En el Diccionario del crimen leemos que, de forma atípica, Heirens deseaba ser atrapado; escribió en una pared, escena de su segundo crimen: “¡Por todos los cielos, atrápenme antes de que siga matando, no puedo controlarme!”. Desde muy joven, Heirens, maltratado por una madre obsesiva con el comportamiento pecaminoso, dio señales de desviación sexual: travestismo, voyerismo y fascinación por los nazis. A los 11 años vio a una pareja practicando

sexo en un parque, se lo contó a su madre y está le contestó que el sexo era sucio y que si tocaba a una mujer se le transmitiría una enfermedad. Su carrera criminal empezó a temprana edad. A los 13 años andaba armado y ya era asaltante, situación que le producía extremo placer. Aunque no necesitaba el dinero, pues su familia era bastante acomodada, ésta era su forma de excitarse. A los 16 años, ya como estudiante en la Universidad de Chicago, en uno de sus asaltos a mano armada cometió su primer asesinato sexual, el 3 de junio de 1945. La víctima era Josephine Ross; en el segundo crimen, cometido el 19 de octubre, la víctima fue Francis Brown, de 33 años. Ambos ataques estuvieron caracterizados por todo tipo de actos brutales contra los cuerpos. El tercero fue el de la pequeña de seis años arriba mencionada, raptada en uno de los asaltos a viviendas perpetrado por Heirens. Tras apuñalar los cuerpos, Heirens experimentó estados orgásmicos. La policía recibió una llamada en la que avisaban que había alguien merodeando su casa, en la parte norte de Chicago. Los agentes llegaron al lugar y tuvieron un enfrentamiento armado con Heirens, quien les disparó dos veces. Margaret Houster, una curiosa vecina, abrió la ventana y desde su segundo piso pudo observar la situación. La mujer tomó una de sus macetas y la lanzó sobre la cabeza del desconocido. Así la policía consiguió detenerlo. Era un adolescente cuyos ojos eran tristes a la vez que despedían furia. Una vez capturado, Heirens habló de un maligno ser que lo invadía, llamado George Murman, verdadero autor de los crímenes. Se lo condenó a tres cadenas perpetuas. Según el libro Asesinos en serie de Robert Ressler, Heirens, ya de 81 años, insiste en su inocencia y su caso se está revisando.

Peter Sutcliffe (1946, Inglaterra) Conocido como el Destripador de Yorkshire, asesinó a trece mujeres. Sutcliffe, camionero de profesión, se caracterizó por su extrema brutalidad con sus víctimas, todas mujeres y prostitutas, razón por la que se le ha llamado el Jack del siglo xx. Creció en una comunidad machista, donde el sexo parecía ser lo más importante como indicativo de hombría. Sutcliffe siempre fue tímido, jamás se le escuchaba palabra alguna, de milagro logró casarse en 1974 con una joven igual de silenciosa, aunque más inteligente que él. Su aire reservado le daba un aura inquietante y seductora, pero al momento de comunicarse con las mujeres era un perfecto idiota.

De adulto lo único que hacía era beber en bares. A partir de 1969, una serie de episodios de impotencia y rechazo por parte de prostitutas desencadenarían su odio reprimido. Entre 1975 y 1980 se definió su vida de asesino en serie. En la mayoría de las agresiones usó objetos contundentes, como piedras, martillos o varillas, para golpear en la cabeza a sus víctimas y así someterlas para posteriormente apuñalarlas repetidas veces y luego cortar sus cuerpos. Las autoridades persiguieron durante meses al denominado mediáticamente Destripador de Yorkshire que, al igual que Jack, estableció contacto con las autoridades, está vez por medio de llamadas telefónicas. No obstante, en este caso se trató de algún sádico bromista que, por cierto, desvió la investigación. En Crímenes: los casos más impactantes de la historia, se afirma que fue una de las investigaciones más arduas y caras de la historia inglesa; se realizaron cientos de interrogatorios, se crearon perímetros de búsqueda sobre las áreas de acción de los crímenes y se hicieron varios perfiles fallidos; el mismo Peter fue interrogado varias veces, y salió libre sin levantar la menor sospecha. Absurdamente, la detención de Sutcliffe no fue producto de las pistas seguidas por 150 agentes de policía, sino que podría resumirse en la suma de empeño, torpeza y algo de mala suerte. Sutcliffe fue detenido por un policía en su auto, donde se encontraron un martillo y un cuchillo. Creyéndose descubierto Peter de inmediato aceptó ser el Destripador. Una vez procesado vino la clásica discusión sobre si estaba loco o no, finalmente fue sentenciado a prisión perpetua.

Mujeres asesinas Las mujeres también tienen su lugar en el crimen en serie, pero bajo parámetros diferentes de los que impulsan a los hombres; su motivación no siempre es de orden sexual (aunque cuando actúan en pareja con un hombre sí puede ocurrir) y puede estar relacionada con otros factores de maldad. El sadismo, la crueldad sin límites, en cambio, sí son iguales que en los hombres, y pueden llegar a sobrepasarlos. La pasión enfermiza por la sangre y por controlar la vida de otros, típica de personajes como Erzsébet Bathory, está presente a lo largo de la historia encarnada en muchos casos de mujeres homicidas. Estadísticamente, los asesinatos cometidos por mujeres ocurren en una menor proporción que los crímenes cometidos por hombres (teóricamente uno de los factores que implican acciones de violencia sexual es la deficiente regulación de la testosterona, de ahí que el porcentaje de mujeres que matan por motivación sexual sea inferior). Muchos casos de asesinatos cometidos por mujeres se relacionan con el llamado síndrome de Münchausen por transferencia (o poder), que consiste en que la progenitora, induce enfermedades en su hijo (o hija) intencional y deliberadamente; les proporciona a los médicos información falsa acerca de la salud de su hijo, inventa enfermedades o síntomas que no padece. Pueden provocar hemorragias, inducir vómitos, administrar fármacos, producir lesiones, inyectar sustancias nocivas, etc., actos cuya finalidad primaria es la de obtener la atención del personal de salud, y que pueden desembocar en la muerte de sus hijos. Viudas negras, envenenadoras, crímenes motivados por ira, por resentimiento o por la búsqueda de emociones y placer conforman las siguientes historias, en las que se nos revela que cuando la mujer es una asesina tampoco existen límites para la crueldad.

Jane Toppan (1854-1938, Estados Unidos): Envenenadora en serie He aquí parte de su confesión (tomada de The Encyclopedia of Serial Killers): “Sí, yo los maté, voy a morir y no quiero cargar con esto en mi conciencia: yo

maté a Mattie, y luego a Annie, usé un veneno. Maté al señor Davis. Maté a la señora Mary Gibbs y, oh sí, mate a muchos otros”. Su rostro más bien masculino, pero de delicada boca y mirada despierta generaba una confianza inmediata en sus pacientes.

Resentimiento Nació en Boston en 1854 (su nombre original era Nora Kelly). Su madre murió cuando era aún una niña pequeña y su padre, un sastre, fue internado en un hospital psiquiátrico por tratar de coser los párpados de su hija. Pasó un breve tiempo en un orfanato y después se fue a vivir con la familia Toppan, quienes le cambiaron el nombre a Jane. Creció resentida con su madre adoptiva y odiaba a su hermanastra Elizabeth, la preferida. En la adolescencia fue abandonada por un novio, lo que le produjo una crisis nerviosa que terminó en un fallido intento de suicidio. Jane fue enfermera del Hospital General de Massachusetts, y aunque nunca se graduó, logró el cargo y durante mucho tiempo trabajó como tal sin levantar sospechas sobre sus acciones. Se valio de su labor para envenenar a muchos pacientes terminales; se especula que como enfermera asesinó a más de cincuenta personas. Para matarlas se especializó en el uso de morfina y atropina; aprendió a administrarlas de tal manera que la dosis se hiciera letal. Manifestó sentir hondo placer al ver morir a otros. En el futuro juicio expresó que quería ser la mayor asesina de todos los tiempos. Según explica Owen en el libro 40 casos criminales y cómo consiguieron resolverse, la atropina se extrae de plantas como la belladona; produce dolores de cabeza, mareos, alucinaciones y, en altas dosis, insuficiencia cardíaca o respiratoria. En dosis muy concentradas hace que los ojos se vuelvan negros. Jane no solamente asesinó a sus pacientes. En 1895 envenenó a sus caseros, y en 1899, a su hermanastra Elizabeth, a quien le administró una dosis letal de estricnina, veneno cuya agonía es dolorosa: la muerte sobreviene en medio de terribles dolores y convulsiones, con espasmos continuos que curvan por completo el cuerpo hacia atrás (el enfermo, acostado, se arquea apoyando la nuca y los talones). Finalmente, explica Owen, ya sea por insuficiencia cardíaca o respiratoria, la persona muere con una mueca fijada en su boca, la llamada “risa sardónica”. La dosis letal es de 15 a 25 mg, y las manifestaciones aparecen de 10 a 30 minutos después de haberse ingerido.

Nuevas víctimas En 1901, Toppan se hizo cargo del anciano Alden Davis y se instaló en su casa. Mediante veneno lo asesinó a él, a su esposa y también a sus dos hijas. Luego regresó a su ciudad natal y comenzó a seducir al viudo de su hermanastra. Asesinó a la hermana de éste y luego enfermó con atropina, en bajas dosis, a su nuevo pretendido para poder hacerse cargo de él y tomar el control fingiendo que lo cuidaba. Incluso se envenenó a sí misma con el objeto de provocar lástima en el hombre. Sin embargo, el engaño no funcionó y fue expulsada de la casa. Para entonces, las sospechas en torno a Toppan habían crecido considerablemente y los sobrevivientes de la familia Davis pidieron un examen toxicológico de la hija menor del difunto Alden. El examen demostró que ella había muerto por una dosis letal de atropina y morfina. Toppan fue arrestada el 29 de octubre de 1901. Estando bajo custodia, confesó haber cometido 31 asesinatos. Su caso tuvo un amplio cubrimiento en los periódicos de la época, como en The New York Journal, propiedad de William Randolph Hearst. Tras alegatos sobre su incompetencia mental y su complejo desarrollo emocional, fue hallada “no culpable” por razón de locura y fue enviada al asilo de Tauton, en Massachusetts, donde pasó el resto de su vida hasta que murió en agosto de 1938 a la edad de 84 años. Según The Encyclopedia of Serial Killers, aunque los trabajadores del hospital la recuerdan como una anciana callada y tranquila, aún tenía fantasías homicidas. Algunas de las cuidadoras recuerdan haberla oído decir: “Traiga algo de morfina, querida, y vayamos al pabellón. Usted y yo nos divertiremos muchísimo viéndolos morir”. La motivación de Toppan fue sentirse poderosa; por medio del envenenamiento experimentaba una sensación de superioridad que asimilaba a una especie de fuerza divina. En realidad, era un patético ser, incapaz de crear lazos emocionales verdaderos, presa del resentimiento de nunca haber sido querida ni aceptada por nadie.

Belle Gunnes (1859-1908, Noruega): viuda negra Su nombre completo fue Belle Brynhilde Paulsetter Sorenson, inmigrante noruega que llegó a los Estados Unidos a probar suerte. Según su amante y cómplice, Ray Lamphere, ella asesinó a 42 personas, incluidos hijos, pretendientes y varios maridos. Aunque no era una mujer atractiva (pesaba 90

kilos y medía 1,70 metros), su fuerte carácter era un gancho efectivo para los hombres. Siempre se hizo en casa lo que ella ordenaba.

Pólizas de seguros Bella Gunnes nació en 1859 en Trondheim, Noruega, donde vivió hasta 1883. Se cree que, en su juventud, estando embarazada, fue pateada en el vientre por un hombre; dicho golpe le indujo un aborto. Este fatal evento en adelante transformó su antes cálida personalidad. A los 24 años emigró a Chicago invitada por su hermana en busca de una vida mejor. Allí se casó con Mads Sorenson, un hombre conservador y deseoso de formar una familia. Belle no pudo quedar embarazada (probablemente el incidente ocurrido en Noruega fuera la causa médica), así que adoptó a cuatro pequeños. La nueva familia vivía en una granja en condiciones muy precarias. Dos de los pequeños hijos murieron con síntomas de envenenamiento. Misteriosamente el suceso coincidió con la previa adquisición de Belle de seguros de vida. Al iniciarse el nuevo siglo, los Sorenson tenían graves problemas económicos. Pusieron un local de venta de dulces el cual se incendió. El suceso fue inmediatamente posterior a la adquisición de Belle de una póliza por accidentes. En 1900 su esposo Mads Sorenson murió por causas misteriosas, el único síntoma que se le notó fue un leve dolor en el pecho. A pesar de las sospechas de envenenamiento, el parte de los médicos fue insuficiencia cardíaca producida por el crecimiento excesivo del corazón. La viuda cobró cerca de 8 000 dólares por la póliza de vida de su esposo, una enorme suma de dinero para la época. También vendió la granja. Belle compró una pensión que extrañamente se incendió, y por la cual recibió una cuantiosa suma de dinero gracias a la póliza de seguros que había tomado la precaución de comprar. Su siguiente propiedad fue una pastelería, próspero negocio, que también fue presa de las llamas. La compañía aseguradora de las propiedades de Gunnes por supuesto sospechó que los siniestros habían sido provocados. La viuda se mudó entonces a Indiana, donde se casó por segunda vez, con un hombre que le cedió el apellido: Peter Gunness. Meses después de contraído el matrimonio, Peter murió tras “resbalar” en las escaleras de la granja.

Clasificados de muerte Gunnes, ya instalada con sus hijos en una nueva granja, puso un anunció en el periódico: “Viuda rica, atractiva, joven, propietaria de una granja, desea entrar en contacto con caballero acomodado de gustos exquisitos con el objeto de contraer matrimonio”. A este anuncio contestaron muchos hombres; Gunnes seleccionó algunos que le parecieron más adecuados, a los que les envió una carta idéntica en tono comercial en la que les describía sus posesiones. Como buena estafadora, anticipó la posibilidad de que algún timador quisiera pasarse de listo con ella, así que en la misiva aclaraba que ella valía un mínimo de 20.000 dólares, y exigía que los hombres llevaran consigo la suma de 5.000 dólares para demostrar que tomaban el asunto en serio. Al parecer Gunnes recibió en su nueva granja a cerca de 14 incautos pretendientes, de quienes se había percatado de que no tenían familia cercana, y desaparecieron sin dejar rastro. Una de sus víctimas fue Andrew Holdgren, cuyo hermano, ante la misteriosa desaparición, decidió investigar. Mediante cartas, Gunnes le explicó que simplemente la había abandonado. El 28 de abril de 1908 la granja Gunnes ardió bajo el fuego. La policía encontró cuatro cuerpos calcinados: uno fue identificado como el de Belle, y los otros tres eran los de sus hijos. Las investigaciones posteriores vincularon a Roy Lamphere, uno de los amantes de Belle, y empleado ocasional en las tareas de la granja. El hombre sólo fue acusado por el incendio. La policía halló en la granja el cuerpo desmembrado de Andrew Holdgren envuelto en una tela, y otros nueve cadáveres más, todos ellos despedazados. El amante de Belle confesó los crímenes de la viuda y que él había sido su cómplice. También reveló que el cuerpo calcinado que se creía que correspondía al de Belle era en realidad el cuerpo de una mujer pobre a la que habían golpeado para simular el deceso. Sobre la identidad de los hijos no se dijo nada nuevo. Nunca se resolvió por completo el misterio. Es probable que la astuta Belle haya huido a buscar nuevas agencias matrimoniales, su modus operandi habitual, para atraer nuevos esposos o que haya muerto presa de su propia codicia. Queda claro que su astucia predatoria y el beneficio económico obtenido de los crímenes responden a una típica personalidad psicopática. Estudios forenses contemporáneos no han podido precisar la identidad de los cuerpos exhumados, ni siquiera la de los niños.

Winnie Ruth Judd (1909-1993, Estados Unidos): ''Ese hombre es mío” No fue una asesina en serie, pero el hecho de matar a dos amigas suyas e intentar deshacerse con total frialdad de sus cadáveres mediante baúles enviados por correo nos ofrece un perfil único que nos obliga a narrar su historia. Rubia, de ojos azules y atractiva, Winnie también fue famosa por su habilidad para escapar de los centros psiquiátricos.

Una vida imperfecta Winnie Ruth Judd estaba casada con el médico Williams Judd. Vivían en un cómodo apartamento en Phoenix, Arizona. En varias ocasiones quedó embarazada, pero perdió a los bebés. Su esposo, adicto a la morfina, no pudo conseguir trabajo, así que se marchó a Los Ángeles. Winnie, que trabajaba en la Clínica Grunow como recepcionista, decidió compartir los gastos del apartamento con dos mujeres: Agnes Anne LeRoi, de 32 años, y Hedvig Samuelson, de 24. A principios de 1930, se hizo amante de un adinerado hombre llamado Jack Halloran, propietario de un aserradero. En el libro Winnie Ruth Judd: The Trunk Murders, de John Dwight Dobkins y Robert Hendricks, se menciona que las fiestas y las reuniones en su apartamento se volvieron comunes; Halloran, junto con algunos amigos, frecuentaba la residencia de las tres mujeres. Se creó un grupo que parecía ideal, pero al parecer Winnie no opinaba lo mismo: creía que sus compañeras estaban interesadas en “quitarle” a su amado. Tras reiteradas discusiones con Agnes y Hedvig, se marchó del apartamento y alquiló una nueva residencia. Esta separación permitió que se reconciliara parcialmente con sus amigas. Las sospechas reiteradas sobre las relaciones de Halloran con sus ex compañeras de vivienda detonaron su ira. El 17 de octubre de 1931, sin mayor reparones disparó con una pistola calibre .25. Se cree que Halloran la ayudó a cortar los cuerpos y cubrirlos con madera para ocultarlos en baúles, pero no fue procesado por este crimen. Esa misma noche Winnie llamó a la compañía Lightning Delivery Co. para que retiraran dos baúles de su casa y los llevaran la estación de trenes. Winnie explicó a los hombres de mudanza que contenían libros. Los encargados del envío informaron a Winnie que el baúl era demasiado pesado para enviarlo por el correo normal y que tendría que esperar hasta la mañana

siguiente. Obedeció la sugerencia y le pidió a su arrendador, M. G. Koller, que le ayudara a llevar su equipaje a la estación de trenes, ya que se marchaba a Los Ángeles. Koller y su hijo depositaron un baúl grande y uno pequeño en el vehículo y la condujeron a la estación. Los baúles fueron depositados en el tren Golden State Limited, al cual Judd subió con su equipaje personal. En el trayecto, los empleados del tren empezaron a notar el desagradable olor que emanaba de los dos baúles. El más grande estaba chorreando un líquido marrón bastante repulsivo. Al llegar a su destino, los encargados ordenaron abrir los contenedores. Adentro estaban los restos de dos mujeres. Winnie había huido, por supuesto, sin reclamar el equipaje.

Escapes Winnie fue juzgada, declarada culpable de asesinato y sentenciada a muerte. Después de muchas revisiones, fue declarada desequilibrada mental e internada en el Hospital Estatal de Arizona para dementes. El 24 de octubre de 1939, ocho años después del doble asesinato, Winnie engañó a sus cuidadores y se escapó de la institución. Unos días más tarde, tras visitar a su enfermo padre, se entregó a las autoridades. Durante los siguientes años, Winnie escapó siete veces. En 1962, se las arregló para desaparecer durante seis años. Irónicamente, fue encontrada durante una investigación rutinaria de un asesinato en el vecindario donde vivía. En 1971, Winnie fue puesta en libertad condicional. Diez años más tarde (50 años después del crimen), recibió la libertad total a los 76 años. El 23 de octubre de 1998, Winnie Ruth Judd murió por causas naturales en Arizona. Tenía 93 años. Ruth es recordada en los archivos del crimen como: The Tiger Woman.

Gertrude Baniszewski (1929-1990, Estados Unidos): el mal absoluto La aterradora historia de Baniszewski es clara evidencia de los insospechados limites de la crueldad femenina. Aunque no fue una asesina en serie como tal, su condición de torturadora y esclavista sexual la asemejan en crueldad a asesinos como Leonard Lake o Gary Heidnik. Su crimen fue uno de los casos más impactantes de maldad colectiva.

Infeliz Desde la infancia, Gertrude Baniszewski pasó una vida de pobreza y austeridad. Su padre murió cuando ella tenía 11 años, y su madre quedó a cargo de seis niños. Cinco años más tarde, a los 16, Gertrude dejó el colegio y se casó con John Baniszewski, de 18 años. Tuvo cuatro hijos. Se divorciaron luego de diez años de relación. Gertrude se casó de nuevo, esta vez con Ed Gutherie, pero esta unión sólo duró tres meses. Volvió a casarse nuevamente con su primer marido, y tuvo dos hijos más antes de divorciarse en 1963. La mujer se mudó con un tal Dennis Lee Wright, con el que tuvo su séptimo hijo. Al nacer el bebé, Wright la abandonó. A lo largo de su juventud Baniszewski sufrió varios abortos. Para 1965, por su aspecto descuidado, Gertrude, de 37 años, parecía mucho mayor. Fumaba sin parar, bebía constantemente y además sufría de asma. Su única entrada económica provenía de los padres de sus hijos. Para completar sus gastos, planchaba la ropa de los vecinos. La pareja de Betty y Lester Likens le pidió a Gertrude que cuidara de sus dos hijas mientras ellos trabajan para un circo instalado en Florida. Las dos niñas ya conocían a los hijos de Gertrude (los habían visto a la salida de la iglesia). Los padres le ofrecieron 20 dólares a la semana, y Gertrude aceptó complacida.

La prisión En el verano de 1965, Sylvia, de 16 años, y Jenny, de 15, se mudaron con Gertrude y sus hijos al 3850 de East New York, en la pacífica ciudad de Indianápolis, Indiana. Sylvia era una chica agradable y callada a quien todos querían. Su hermana Jenny era una adolescente tímida (había nacido con la pierna izquierda encogida). La primera semana en la casa de Gertrude no ocurrió nada fuera de lo normal; incluso ésta se mostró cariñosa y amable. Las dos jóvenes Likens parecían llevarse a la perfección con los jóvenes Baniszewski. Según ilustra David Everitt en Human Monsters, siete días después de instalarse, el cheque prometido por los padres de las niñas se retrasó. Gertrude amenazó a las jóvenes: “Bien, perras, he cuidado de ustedes durante una semana por nada”. A continuación, las condujo al sótano de la casa y las azotó con un cinturón. Jenny no aguantó el castigo y Sylvia se ofreció para recibir los golpes dirigidos a su hermana menor; Gertrude accedió. Al día siguiente, llegó un sobre con los 20 dólares por correo (se había retrasado

por una confusión del cartero). Dos días más tarde, los Likens se tomaron un tiempo libre del empleo en el circo para pasar por la residencia de los Baniszewski para ver cómo estaban sus hijas. Las jóvenes temían las represalias de Gertrude, así que no dijeron nada de lo ocurrido. Tiempo después, Gertrude se convenció de que Sylvia estaba pasando demasiado tiempo en la tienda de alimentos. Ella trató de explicarle que había encontrado unas botellas de refresco vacías y estaba devolviéndolas para ganar un poco de dinero adicional. Gertrude encargó a su hija mayor, Paula, una chica de 80 kilos, de castigar a Sylvia con una tabla. De ahí en adelante, a la hora de la cena, a Sylvia generalmente no se le daba comida. Gertrude la obligaba a observar cómo comían los demás. A veces, en secreto, su hermana Jenny robaba un poco de pan para ella. El 28 de julio de 1965, el reverendo Roy Julián pasó a saludar a Gertrude. Se fue bastante preocupado por la salud de la señora Baniszewski y su precaria condición económica para mantener a sus hijos. Una enfermera de salud pública llamó a Gertrude para indagar sobre su hogar; Gertrude, ebria, le explicó que una de las niñas a su cuidado era una prostituta y estaba corrompiendo a sus hijos. La mujer se compadeció, pero no revisó el caso.

El barrio del mal La casa de los Baniszewski era el lugar donde se reunían varios adolescentes de la zona; uno de ellos era amante de Gertrude e incluso tuvo un hijo con ella. Cuando varios jóvenes observaron que Sylvia soportaba sin resistirse el abuso al que era sometida, ellos también comenzaron a burlarse de ella y a infligirle castigos físicos. Coy Hubbard, de 15 años, experto en judo, disfrutaba maltratando a Sylvia. En el sótano de los Baniszewski, había un viejo colchón que supuestamente evitaría que Sylvia se hiciera daño. Coy la arrojaba sin piedad. Todos los asistentes se reían, especialmente Gertrude. Paula, injustificadamente, acusó a Sylvia de hablar mal de ella. Gertrude, como represaba, tomó a la joven frente a todos sus hijos y la sometió en el suelo para quemarle los brazos con un cigarrillo encendido. Gertrude decidió que Sylvia no debía dormir con el resto de la familia, así que la obligó a dormir en el sótano. Desde ese momento, sólo la alimentaron con galletas saladas y agua. Los hijos Baniszewski y sus amigos la sumergían en baños hirvientes. Paula le pasaba sal por las heridas. Gertrude obligó a Sylvia escribir una carta donde destacaba escabrosos asuntos sexuales y confesaba que era una prostituta. Le

arrancó la ropa y la dejó desnuda de ahí en adelante. En varias ocasiones Gertrude le ordenó a Jenny que golpeara el rostro de su hermana. Atada en el sótano, sufría hambre y sed. Los Baniszewski y otros adolescentes de la zona convirtieron en rutina su viaje vespertino al sótano para golpearla, quemarla, tirarla al piso, patearla y abusarla sexualmente. John Baniszewski Jr., de sólo diez años, también gozaba al torturar a Sylvia. Una noche, Gertrude obligó a Sylvia a que se introdujera por la vagina una botella de Coca-Cola, a obligó ante la mirada lasciva y divertida de sus hijos. El suceso, por supuesto, provocó una grave lesión a Sylvia. En otra ocasión, el adolescente Richard Hobbs le apretó el cuello a la joven y le hizo perder el conocimiento; creyeron que había muerto. Hobbs también la sostuvo mientras Gertrude tomaba un alambre al rojo vivo y grababa en el estómago de la chica: “Soy una prostituta y estoy orgullosa de serlo”. Esa misma tarde, Coy Hubbard pasó por la casa. Golpeó a Sylvia en la cabeza con un palo de escoba y la dejó inconsciente. A la mañana siguiente, Sylvia estaba incoherente y hablaba sobre irse con sus padres y alcanzarlos en la feria donde se encontraban. Tenía moretones por todo el Cuerpo. Gertrude decidió que debía mojarla con la manguera. Sus hijos se rieron mientras el agua salpicaba sobre su demacrado cuerpo. Estaba muerta. Richard Hobbs llamó a la policía. Al ver el cuerpo, los médicos declararon que estaban frente al peor caso de abuso físico que habían visto.

La familia se defiende Todos los Baniszewski y los adolescentes involucrados aceptaron su culpabilidad y detallaron ante el horrorizado jurado los castigos en los que habían participado. Gertrude intentó zafarse de las acusaciones y culpó a sus hijos y a los visitantes. Declaró no saber lo ocurrido. Los acusados la señalaron de ser la incitadora de todas las agresiones. Jenny, la hermana de Sylvia, afirmó lo mismo. Paula Baniszewski fue hallada culpable de asesinato en segundo grado y sentenciada a cadena perpetua (obtuvo libertad condicional en 1973). Coy Hubbard y Richard Hobbs fueron hallados culpables de homicidio impremeditado y fueron sentenciados a 21 años de cárcel en el Reformatorio del Estado de Indiana. Hobbs murió a los 20 años de edad, de cáncer de pulmón. John Baniszewski, pese a tener diez años de edad, fue sentenciado a cumplir 21 años de cárcel. Gertrude Baniszewski fue hallada culpable de asesinato en primer grado y sentenciada a cadena perpetua. Fue recluida en la Prisión de Mujeres de Indiana. Obtuvo libertad condicional en 1985.

Antes de morir, en 1990, Gertrude Baniszewski declaró que la culpa de lo ocurrido se debía a su triste condición de mujer abandonada y a una serie de medicamentos que ingería. No se manifestó arrepentida. En honor de Sylvia Likens en Indianápolis se erigió un monumento con su foto. En el año 2007 Tommy O’Haven hizo una película basada en el caso titulada An American Crime.

Lydia Sherman (1824-1877, Estados Unidos): La reina del veneno En su lista aproximada de veinte víctimas envenenadas se cuentan sus propios hijos, esposos y amantes (y los hijos de éstos). De nuevo aparece el veneno como arma favorita de las mujeres asesinas: forma cruel y silenciosa de invadir y poseer la vida de un ser humano. En apariencia cobarde, pero más una expresión de control en la que el placer del sufrimiento gradual de la víctima le permite a la asesina consumar su fantasía. En los dibujos de prensa de la época y en las fotografías que se conservan de ella, se evidencia una mirada oscura carente de expresividad.

La semilla del mal El perfil criminal de Lydia se empezó a tejer desde los nueve años; una vez quedó huérfana pasó al cuidado de un tío en la ciudad de Nueva Jersey, el cual abusó sexualmente de ella. El continuo maltrato la obligó a huir. Ya en la adolescencia conoció a Edward Stuck, con el que tuvo, en un lapso de 15 años, siete hijos. Stuck era policía y apenas lograba mantener a la familia, además Lydia se quejaba de sentirse aprisionada por él. Lydia envenenó paulatinamente a su familia con arsénico. Empezó en 1864 con Stuck, luego siguió con sus hijos: primero, un bebé de brazos; continuó con un pequeño de cuatro años y una niña de seis; siguió George, de 14 años, y un año después fue el turno de Ana Lisa, de 12. En este punto sólo quedaba la mayor, de 18 años, y una pequeña de tres, pero no duraron vivas mucho tiempo. El libro 40 casos criminales y cómo consiguieron resolverse explica que el arsénico es un elemento presente en la naturaleza que al usarse como veneno no tiene color, ni sabor, ni olor; por lo tanto, no se puede detectar si está presente en el agua o en la comida. No obstante, su disolución es difícil y deja un pozo visible. La dosis letal es de unos 120 miligramos; su efecto es acumulativo, así que Sherman se tomó tiempo en proporcionar pequeñas dosis que desembocaron

en las muertes. Los síntomas se confunden con enfermedades como la gastroenteritis, el cólera o la disentería. Ardores en la garganta, náuseas, vómito, calambres son algunos de sus síntomas. Después de la muerte, se deposita en todo el cuerpo. Las pruebas de envenenamiento en la época de los homicidios Sherman, aunque existentes, no eran muy eficaces. Según aclara el Diccionario del crimen, el destino de los crímenes de Lydia era obtener la libertad. Su coartada eran las continuas enfermedades sufridas por los miembros de su familia; cuando caían en cama por una gripe o fiebre, les suministraba la dosis letal. Una vez cometidos los macabros asesinatos, en 1868 se trasladó a Connecticut, donde consiguió trabajo como empleada doméstica en la casa de Dennis Hulrburt, acaudalado hombre de negocios de New Haven. Pronto Lydia logró seducir al hombre, y tras eliminar a la madre de éste, se casó con él. El matrimonio duró apenas dos meses, Lydia de nuevo empleó el arsénico con su esposo, esta vez se lo dio a beber disuelto en café. Heredó de Hulrburt una suma considerable de dinero que malgastó rápidamente, situación que la obligó a encontrar un nuevo benefactor. En 1870 buscó trabajo también como empleada doméstica en la mansión de Nelson Sherman (del que tomaría el apellido con el que se la conoce), un hombre viudo con catorce hijos, entre ellos un bebé. La historia se repitió: contrajo matrimonio con Nelson, un año después envenenó a dos de sus hijas y a su bebé, y finalmente a él. Ante la extraña muerte del saludable señor Sherman, el médico de la familia se dio a la tarea de investigar, y fue así como, tras exhumar el cadáver, la presencia de arsénico delató las acciones de Lydia. Se hicieron nuevas autopsias a las dos hijas de Nelson, y el resultado fue el mismo. Lydia logró escapar en primera instancia, hacia Nueva York, pero finalmente fue atrapada y procesada en Connecticut. No fue condenada a muerte, pero sí a cadena perpetua, y murió en prisión el 16 de mayo de 1878. Lydia Sherman es una de las asesinas que han logrado en la cultura popular la imagen de la mujer envenenadora; ha sido el modelo original para muchos libros y películas.

Aileen Wuornos (1956-2002, Estados Unidos) Su infancia fue muy traumática, incluso su padre fue acusado de pedofilia y se suicidó en 1969. Aileen Wuornos utilizó armas de fuego para deshacerse de sus víctimas, actuó entre Florida y Michigan a finales de los años ochenta. Declaró

que en todos los hombres que mataba reconocía a su odiado padre. Ha sido tipificada como la primera asesina en serie de Estados Unidos.

Vida en las calles Aileen Carol Wuornos nació en Rochester, Michigan. Sus padres eran un par de adolescente que se separaron meses antes de su nacimiento (un año antes tuvieron un niño). Aileen quedó al cuidado de su madre, pero cerca de cumplir los dos años ésta la abandonó junto con su hermano en casa de sus abuelos. Su abuela era una mujer alcohólica muy agresiva, y su abuelo, cuando Aileen cumplió diez años, empezó a abusar sexualmente de ella. A los seis años de edad sufrió quemaduras en el rostro cuando jugaba con su hermano. En el futuro su aspecto nunca sería atractivo, su dentadura descuidada y sus ojos desorbitados le darían un aire de maldad. Apenas cumplidos los 15 años quedó embarazada de un hombre del que no se conoce su identidad. Ella dio en adopción a su hijo. Aileen y su hermano se marcharon de la casa de los abuelos. Para sobrevivir, Aileen empezó a trabajar en la calle como prostituta. En 1974, era conocida como Sandra Ketsch. Ese año fue encarcelada en Colorado por conducta impropia, conducir ebria y disparar una pistola calibre .22 desde un vehículo en movimiento. En 1976, en Michigan, fue arrestada por golpear a un barman con una bola de billar. Pocos días después, su hermano Keith murió de cáncer en la garganta y Aileen heredó 10.000 dólares de su seguro de vida. Con el dinero se compró un auto nuevo y viajó a Florida.

Descenso al infierno Aileen tuvo la oportunidad de tomar un nuevo camino, pero su personalidad antisocial la dominó: en 1981 fue arrestada por asalto a mano armada de una tienda. Salió de prisión 13 meses más tarde, en junio de 1983. En mayo de 1984 fue de nuevo arrestada por el intento de cobrar cheques falsos en un banco de Key West. Siguieron detenciones por conducir sin licencia, robar un automóvil, resistirse al arresto, obstruir a la justicia y amenazar a un hombre con una pistola para robarle. A finales de 1986, en un bar de Daytona, Aileen Wuornos conoció a Tyria Jolenne Moore, una joven desadaptada que se convirtió en su pareja. A su lado sintió por primera vez el amor de un ser humano, pero en vez de reordenar su vida junto a Tyria dio paso a su etapa como asesina.

El 30 de noviembre asesinó a un electricista de 51 años, Richard Mallor, con tres disparos en el pecho. El auto de éste fue encontrado junto con su billetera, documentos personales, una botella vacía de vodka y varios condones en los bosques cercanos a Daytona Beach. El 1 de junio de 1990, se descubrió el cuerpo de un hombre desnudo en las cercanías de Tampa, con seis disparos de una pistola calibre .22. Aileen, en su rol de prostituta, conducía a sus víctimas a un sitio despoblado, luego les apuntaba con la pistola y los obligaba a arrodillarse frente a ella. Los golpeaba hasta que lloraran y le suplicaran que no los matara. La tercera víctima fue un hombre de 40 años al que le disparó nueve veces. La cuarta víctima fue Peter Siems, de 65 años. Algunos testigos informaron a la policía que a bordo del auto que recogió a Siems iban dos mujeres: una rubia y otra de pelo castaño oscuro. Un año después, otros cuatro cuerpos de hombres, asesinados en forma similar, fueron descubiertos. El calibre del arma era el mismo y también se habían encontrado cajas de preservativos. El FBI sospechó desde un comienzo que los crímenes habían sido perpetrados por una o dos mujeres. El móvil de los homicidios, sin embargo, no estaba claro. Se empezó a hablar de asesinatos en serie. En noviembre de 1990 se obtuvieron los primeros retratos hablados de la posible pareja de asesinas. Los nombres de Tyria J. Moore, de 28 años de edad, y Aileen Wuornos, de 34, estaban ya en los reportes de la policía y el FBI.

Ruptura y captura Tyria, cansada de huir y de las continuas discusiones con Aileen, la abandonó para dirigirse a Pennsylvania. El odio de Aileen creció, y el consumo de drogas se intensificó. En enero de 1991, la policía arrestó a Tyria y la acusó del robo de un coche. Presionada por las autoridades, decidió entregar a su ex amante y confesó todos los crímenes cometidos por su pareja. Declaró que con el dinero robado a las víctimas Aileen le compraba a ella ropa y caras joyas. La policía detuvo a Wuornos en el exterior del bar El Último Recurso. Estaba dormida en un coche estacionado, completamente ebria. No tenía la menor idea de que la policía conocía todos sus crímenes y tampoco sospechó que su amada Tyria la había traicionado. Durante la investigación y el posterior juicio, Aileen confesó haber cometido los siete homicidios por los que se la acusaba; argumentó que había sido en defensa propia, ya que todos estos hombres habían intentado violarla.

En el Diccionario del crimen se lee que una vez en prisión Wuornos trató de sacar provecho vendiendo su historia al cine y la televisión; quería ser reconocida como la primera asesina en serie de su país. Su compañera resultó libre de cargos. En diferentes declaraciones frente a las cámaras, Wuornos culpó a los hombres de su agresividad. Dijo odiar a toda la humanidad y que no se arrepentía de lo ocurrido. El 27 de enero de 1992, el jurado la declaró culpable de homicidio en primer grado y recomendó la pena de muerte. El 30 de enero de 1992, fue sentenciada a morir. Murió bajo los efectos de la inyección letal el 9 de octubre del 2002. La película Monster (estrenada en el 2003), basada en la vida de Wuornos, fue elogiada por la actuación de su protagonista, pero también generó gran controversia debido a que dramatiza los crímenes mostrando que algunos de los asesinatos fueron en defensa propia.

Susan Atkins (1948-2009, Estados Unidos), Patricia Krenwinkel (1947, Estados Unidos), Leslie van Houten (1949, Estados Unidos): los Ángeles de Charlie Manson Tres bellas chicas de clase media-alta de finales de los años sesenta atraídas por las ideologías hippies han sido opacadas en la historia del crimen por su “líder espiritual”, Charles Manson. La prensa y la cultura de masas se han centrado en la figura de Manson, mitificando su poder, pero no se han detenido a estudiar la maldad de las tres jóvenes de “la familia”. Los dos crímenes de masas cometidos por la familia Manson fueron posibles por el sadismo que habitaba en estas mujeres.

El líder Sin duda Charles Manson (nacido en 1934) era un sujeto peligroso, que, si bien no mató a nadie con sus propias manos, por medio de la persuasión de sus palabras sí reunió a muchos jóvenes que lo creían Jesucristo; creó a su alrededor, en un rancho de California, una especie de familia de más de treinta miembros a los que también sometió a sus fantasías sexuales. Aunque la historia de los crímenes de la familia Manson se ha enredado a lo largo de los años, según la información proporcionada por Truman Capote en su

texto de no ficción “Y luego todo sucedió”, el caso puede resumirse así: Robert Beausoleil y Charles Manson asesinaron a un músico de nombre Gary Hinman, al parecer por negarse a unirse a su comuna y a darles todo su dinero; en la casa que el músico tenía en Los Ángeles lo torturaron durante varios días y dejaron un mensaje de sangre en la pared: “Muerte a los cerdos”. Beausoleil fue detenido cuando conducía la camioneta de su víctima. De inmediato fue arrestado y se convirtió en el sospechoso número uno del asesinato. A Charlie se le ocurrió la idea de cometer otros crímenes similares para desviar la investigación y salvar así a su amigo. Fue entonces cuando envió a sus tres lindas amigas, junto con Tex Watson, un errático joven hippie, a la mansión de un sujeto que no había querido producirle su disco, pero resultó que la casa tenía nuevos ocupantes. La mansión había cambiado de dueño, ahora pertenecía al famoso director de cine Román Polansky. El 8 de agosto de 1969 las dóciles jóvenes dieron rienda suelta a su perversión matando despiadadamente a cinco personas que se encontraban en la casa, entre ellas a la esposa de Polansky, la hermosa actriz Sharon Tate de 26 años, que además estaba embarazada. El 10 de agosto repitieron el asalto en la mansión de Leño Labianca, lo asesinaron a él y a su esposa; de nuevo escribieron con sangre en las paredes: “Muerte a los cerdos” La prensa cayó en la trampa haciendo escándalo sobre una guerra racial.

Bellas asesinas Dejando de lado a Manson, nos encontramos con tres mujeres despiadadas que, bajo el efecto de drogas (LSD), pasaron de escuchar a los Rolling Stones a convertirse en crueles asesinas; Truman Capote las denominó: “Las jovencitas degolladoras”. Susan Atkins fue la peor de las tres. Confesó sentir hondo placer sexual al apuñalar a Sharon Tate repetidas veces y comparó el crimen con un orgasmo. Patricia Krenwinkel no se quedó atrás, pues declaró sentir que con los crímenes se había liberado; Leslie van Hauten sintió que su amor por Manson se había puesto a prueba al destazar a sus víctimas. Durante los juicios cantaban estribillos de devoción hacia su líder, sonreían todo el tiempo y parecían felices por sus acciones. Cuando Manson se rapó el pelo, ellas hicieron lo propio imitando a su “padre’. La “familia” fue condenada a morir en la cámara de gas, pero durante las largas apelaciones ocurrió que el Estado de California abolió la pena de muerte en 1971 (fue restablecida en 1977), razón por la cual el castigo se les conmutó por cadena

perpetua. En varias ocasiones Susan Atkins pidió a la justicia que la dejara libre. En el 2008 se le diagnosticó un tumor cerebral terminal y solicitó clemencia, pero la libertad condicional le fue negada. El desarrollo de la enfermedad le hizo perder una pierna y le creó graves dificultades para hablar. Falleció en la prisión estatal de Chowchilla. Krenwinkel y Van Houten continúan en prisión; la imagen de las antes bellas jóvenes por supuesto se ha alterado con los años; aparecen como mujeres mayores en apariencia arrepentidas de sus inexplicables actos. No pierden la esperanza de ser liberadas.

Otras asesinas menos famosas A continuación, breves sinopsis de casos menos conocidos, pero igualmente impactantes que involucraron a mujeres homicidas.

Héléne Jegado (1803-1851, Francia): Envenenó al menos a 23 personas entre 1833 y 1851. Todo aquel que la ofendía, que le caía mal o que se metía en su camino terminaba envenenado. Fue decapitada en 1852.

Amelia Dyer (1829-1896, Inglaterra): Asesinó a varios bebés (sufría del síndrome de Münchausen por transferencia); escudó sus horrendos crímenes en una agencia de adopción.

Enriqueta Martí Ripollés (1868-1912, España): Llamada la Vampira de Barcelona y autoproclamada bruja llevaba doble vida: fingía ser mendiga y obligaba a los niños de la calle a prostituirse. Por otro lado, ella misma trabajaba como prostituta, con lo cual ganaba dinero para vestirse elegantemente. Mató a seis niños.

Mary Elizabeth Wilson (1893-1953, Inglaterra): Asesina en serie de sus esposos (típica viuda negra); los envenenó con fósforo contenido en Rodine, un raticida que por suerte salió del mercado.

Las Fabricantes de Ángeles de Nagyrev: Entre 1914-1929 en Nagyrev (pueblo al sudeste de Budapest, Hungría), en medio de la Primera Guerra Mundial, cerca de cincuenta personas, casi todos hombres, fueron envenenadas. Julia Fazekas, matrona de la región, que hacía las veces de “médico” del pueblo, y su cómplice, Susana Oláh, convencieron a varias mujeres de envenenar con arsénico a sus esposos (la mayoría ex combatientes lisiados que regresaban a sus casas) para así ser libres y poder tener relaciones con los extranjeros que habitaban la zona (prisioneros de guerra que deambulaban por la región sin estar en realidad encarcelados). No sólo esposos, sino también suegras, hijos, vecinos empezaron a ser eliminados con el veneno proporcionado por Fazekas. La letal sustancia se extraía de papeles matamoscas. Un hombre denunció a las autoridades locales que su mujer había intentado envenenarlo; ésta, a su vez, acusó a Fazekas. Finalmente se detuvo a 38 mujeres acusadas de los homicidios. La matrona se suicidó con arsénico antes de ser detenida. Ocho mujeres fueron ejecutadas, siete fueron condenadas a cadena perpetua y el resto recibió condenas menores.

Pilar Prades Santamaría (1928-1959, España): Empleada doméstica de Valencia que envenenó con pesticida a su patrona; casi mata a otra mujer que la contrató y a su cocinera. Fue una de las últimas víctimas ejecutadas en el garrote vil, especie de cruel horca.

Juana Barraza Samperio (1954, México): Conocida como la Mata viejitas, trabajó como enfermera y también practicó la lucha libre. Se calcula que mató a cerca de cincuenta mujeres mayores, aunque sólo fue condenada por diecisiete casos. Usó cuchillos y también estranguló a sus víctimas; en algunos casos se encontró evidencia de abuso sexual. Fue detenida en el 2006. Cuando la arrestaron, llevaba consigo un estetoscopio, formas de solicitud de pensión para adultos mayores y una tarjeta que la identificaba como trabajadora social, elementos con los cuales lograba ingresar en las casas de mujeres mayores, para luego estrangularlas y apuñalarlas salvajemente. En marzo del 2008 fue sentenciada a 759 años de prisión.

Delfína de Jesús González Valenzuela (1912-1968, México):

Junto con sus hermanas menores, María de Jesús, Carmen y María Luisa Eva, todas conocidas como Las Poquianchis, a finales de los años cincuenta y hasta 1964 torturaron y ordenaron matar a cerca de cien 100 personas. Las hermanas González manejaban un prostíbulo ubicado en la zona de Guanajuato, en el Rancho Loma de San Ángel, municipio de San Francisco del Rincón. Allí, ayudadas por dos hombres y por otras mujeres sometidas a su servicio, asesinaron a sus empleadas y a varios clientes. Reclutaban prostitutas en las ciudades de León y San Francisco; si las jóvenes no complacían a los clientes, ordenaban matarlas. A las mujeres que quedaban embarazadas las obligaban a abortar. En su negocio se hallaron enterrados varios restos de fetos. En 1964 Las Poquianchis fueron condenadas a 40 años de prisión en la cárcel de Irapuato, Guanajuato. Delfina murió a los 56 años, tras sufrir el golpe de un bote de cemento de 30 kilogramos que le fracturó la cabeza. El informe oficial estableció que se trató de un accidente.

Mary Bell (1957, Inglaterra): A los 11 años mató con claro sadismo a dos pequeños de su comunidad. Marcó los cuerpos con unas tijeras, firmando “M”. Se pudo saber que durante su infancia su madre la usó como prostituta y permitió que varios hombres abusaran de ella. En 1980 fue liberada.

Nannie Doss (1905-1965, Estados Unidos): Envenenadora de cuatro esposos, dos hijos, dos hermanas, su madre, un nieto, y un sobrino. Estos crímenes fueron cometidos durante 20 años; usó veneno para matar ratas. Mientras confesó los homicidios a las autoridades, no paró de reírse, de ahí que la bautizaran la Abuela Risitas.

Verónica Lynn Compton (1956 - ?, Estados Unidos): Kenneth Bianchi, asesino en serie convicto (uno de los Estranguladores de la Colina), convenció a esta joven, escritora aficionada, de matar a una mujer y depositar el semen de él en la escena del crimen para así despistar a las autoridades y demostrar su inocencia. Bianchi le proporcionó su semen contenido en un guante. Por suerte, el plan no resultó bien. Verónica escogió como víctima a una experta en defensa personal que la sometió cuando ésta

intentó atacarla. Compton fue condenada por intento de asesinato. En prisión estableció contacto epistolar con Douglas Clark, otro famoso asesino en serie. En 1988 escapó de la prisión, desde entonces no se conoce su paradero.

Crímenes sin resolver: Asesinos en serie nunca atrapados Este capítulo está integrado por enigmáticas y apasionantes historias de crímenes sin resolver; casos de asesinos en serie que desaparecieron sin dejar rastro tal vez para cambiar de modus operandi y seguir con su tarea de exterminio en otros lugares (por ejemplo, ha surgido recientemente la teoría de que Jack el Destripador emigró a los Estados Unidos, donde siguió asesinando mujeres). En el pasado, el desconocimiento del modus operandi de los asesinos en serie generó en muchas ocasiones que este tipo de homicidios no se investigara debidamente. En la Antigüedad muchos casos atribuidos a demonios, monstruos o vampiros sobrenaturales probablemente fueron cometidos por primigenios asesinos en serie. Es común encontrar en el cine y en las series de televisión policíacas la imagen de un detective obsesionado con un asesino en serie al que jamás logró atrapar. Esta figura ha sido tomada de la realidad, de casos en los cuales las investigaciones fracasaron y las víctimas languidecieron en el olvido de los archivos que no se pudieron clausurar. Falsas pistas que nunca condujeron a nada y en las que se invirtieron cientos de horas y dinero, víctimas sin victimario que siguen reclamando justicia, asesinos impunes que superaron en inteligencia a las autoridades y se esfumaron dejando a las víctimas y a sus familias sin justicia alguna integran este capítulo. Este apartado cierra esperanzadoramente con un caso que se resolvió mucho tiempo después de una larga serie de homicidios gracias a pruebas forenses de ADN.

¿Hombres lobo en París? Asesinos licántropos En siglos pasados muchos asesinatos con motivaciones sexuales fueron atribuidos a criaturas sobrenaturales, incluso a hombres lobo. Antes de Jack el Destripador, el exceso de violencia y las extracciones de órganos no se relacionaban con formas de crímenes sexuales, así que el sospechoso más probable de tales aberraciones tenía que ser una extraña criatura de la noche o del Más Allá.

La bestia de Gevaudan Entre 1764 y 1767 los habitantes de la comarca de Gevaudan fueron presa del terror al ser azotados por una serie de brutales crímenes: alrededor de 70 mujeres y niñas sufrieron una terrible muerte al ser atacadas por una extraña bestia, fueron mutiladas y, en algunos casos, decapitadas; otras tantas escaparon del ataque con graves heridas. El exceso de violencia denotado en las marcas de los cuerpos hizo pensar a las autoridades de la región que se trataba de asaltos perpetrados por un animal salvaje, de seguro un lobo, animal presente en la región. La aristocracia local se preocupó por la racha excesiva de crímenes, alrededor de dos por semana, así que exigieron la intervención de la corte de Luis xv. El rey ofreció una generosa recompensa a quien atrapara al lobo de Gevaudan; la movilización de cazadores no se hizo esperar, y la masacre de lobos inocentes tampoco. Este esfuerzo fue inútil, pues la bestia continuó sus ataques, ante lo cual Luis XV, siendo presa de chistes sobre la ineptitud de su ejército, ordenó marchar a la región a sus mejores hombres para dar muerte a la bestia. El 19 de junio de 1767, Jean Chastel, veterano cazador, dio muerte a la bestia con un disparo de bala fabricada con el metal fundido de una imagen de la Virgen María. El cuerpo del lobo fue llevado a París, pero llegó descompuesto y sólo quedó el esqueleto, que el rey ordenó exhibir en el Museo de Ciencias Naturales, lugar que se incendió en 1830, con lo cual se extinguió la prueba física de la existencia de la bestia. Esta, por lo menos, es la historia oficial. A la luz moderna, y después de conocer el potencial destructor de los asesinos en serie, podemos reconocer la alta probabilidad de que la bestia de Gevaudan haya sido un psicópata de la época. Muchas marcas. provocadas en las víctimas sugieren a los investigadores modernos señales de ataque sexual, que nada tienen que ver con ataques de animales o de lobos (que, a propósito, rara vez atacan a los humanos), y sí coinciden con el tipo de ataque propio de caníbales, vampiros y destripadores de nuestra galería de asesinos en serie. La bestia de Gevaudan pasará a la historia como uno de los casos de crímenes más enigmático de la historia. Ya antes, en el siglo XVI, Francia había sufrido una serie de crímenes similares; Gilles Garnier fue acusado en 1573 de cometer una serie de horrendos crímenes caracterizados por mutilaciones, canibalismo y estrangulamiento, adoptando la forma de un enorme lobo. Las autoridades lo condenaron a morir quemado, creyendo hasta al final que estaban ante un caso real de licantropía. A principios del siglo XVII se conoció el caso de Jean Grenier, un joven de 13 años, con

discapacidad mental y con una fisonomía canina muy marcada, que asesinó a varios niños. Insistió que tras hacer un pacto con el Diablo recibió una manta que lo transformaba en lobo.

Romasanta España también tuvo su hombre lobo, Manuel Blanco Romasanta (1809-1854). Entre 1846 y 1852, este sujeto que fingía ser guía de travesías entre los caminos montañosos de Galicia, León, Asturias y Cantabria, se valió de su rol para engañar a los inmigrantes de la zona y luego atacarlos en medio del camino. Asesinó a nueve personas (la mayoría mujeres y niños), a las que apuñaló para beber su sangre. Romasanta, tras ser detenido, dijo ser un hombre lobo presa de una maldición que lo convertía en una bestia deseosa de carne y sangre. Incluso narró con detalle la forma como se transformaba. La psiquiatría de la época logró desmentir la idea de un hombre lobo; ya los médicos presumían que la licantropía era una anomalía mental mediante la cual el enfermo creía transformarse en una criatura que daba paso a sus más bajos instintos. Tras largos interrogatorios la corte española, apoyada por el testimonio de diferentes médicos, determinó que Romasanta era un individuo dotado de gran astucia, sin sentimientos de probidad, carente de toda moral. Muy parecido, por supuesto, al concepto moderno de psicópata. Romasanta fue, entonces, condenado a la pena capital. Los abogados defensores, insistiendo en la falta de pruebas contra el acusado, se dirigieron a la reina Isabel II y le solicitaron que ordenara al Tribunal Supremo que revisara el caso. Posteriormente se emitió una orden para que se conmutara la pena de muerte por cadena perpetua. Romasanta murió en la prisión de Allariz.

Un cinturón mágico Otro caso que involucra licantropía fue el de Peter Stubbe, originario de Colonia, Alemania, quien alrededor de 1589, en la región de Bedburg, según documentos de la época, adoptó la forma de lobo y mató a trece jóvenes, así como a dos mujeres y a un hombre. Stubbe confesó poseer un cinturón mágico que le permitía transformarse en una poderosa bestia, forma mediante la cual había cometido los horribles asesinatos. Las autoridades de la época se aferraron a la idea de una posible posesión demoníaca de Stubbe. Los archivos documentados del proceso de este hombre lobo aseguran que la mayoría del tiempo Stubbe era un hombre normal, incluso

conocido por los vecinos y padres de las víctimas, que jamás notaron nada raro en él; también aparecen datos de asesinatos de animales y mutilaciones rituales a sus víctimas. Todos estos datos confirman el perfil típico de un psicópata sexual del siglo XXI. Para la época en la que actuó Stubbe, el demonio y el mal eran los causantes de la crueldad humana, así que la explicación mágica a las acciones violentas de este alemán era perfectamente lógica para ese entonces. Peter Stubbe murió en 1589 torturado en una rueda de estiramiento mientras era quemado con varas ardientes y se le mutilaba su cuerpo hasta finalmente decapitarlo.

Sin Sherlock en Ratcliff A principios del siglo XIX tuvo lugar un espeluznante crimen de rasgos similares a los de los asesinos en serie modernos. Siete asesinatos sin móvil aparente y de extrema violencia sencillamente tenían que ser obra de una mente criminal y cruel. La autora británica de novelas policíacas P. D. James escribió una novela sobre este caso titulada La octava víctima, en la cual pone en tela de juicio los procedimientos de la investigación de la época. Los crímenes de la carretera Ratcliff, vía de salida del este londinense, fueron inmortalizados por Thomas de Quincey en su famoso ensayo El asesinato como una de las bellas artes.

Callejones oscuros El año 1881 no era una buena época para las zonas marginales del este de Londres; la pobreza se esparcía junto con las enfermedades, los criminales abundaban por doquier y la muerte era cotidiana, normalmente producto de robos o riñas callejeras. En medio de esta situación, el 7 de diciembre, los habitantes permanentes y casuales de la casa número 29, perteneciente a la familia Marr, fueron atacados. El núcleo familiar estaba integrado por Timothy Marr, su esposa y su bebé de pocos meses; normalmente estaban acompañados por una criada (que por suerte no estaba presente en el momento del asalto). El padre se dedicaba a comerciar paños que elaboraba en un taller instalado en la casa. En su tarea le ayudaba un joven. Estas cuatro personas fueron brutalmente masacradas, sus cráneos fueron destrozados con un mazo de hierro (arma que el asesino dejó abandonada en la casa); al bebé, además del golpe mortal, se le practicó con un cuchillo un corte

profundo en el cuello. La criada llamó a la puerta y ante la falta de respuesta alertó a un vecino. Este entró por una valla trasera y descubrió los cuerpos. El dinero no fue tocado y ningún objeto significativo fue robado.

Escalada homicida A pocas cuadras, y casi de inmediatamente después de los crímenes de la casa Marr, otras tres personas fueron atacadas de manera similar en el local de hospedaje King’s Arms; murieron por un golpe contundente con una barra de hierro y sufrieron cortes de arma blanca en la garganta. John Turner, huésped presente en el local, interrumpió las acciones del asaltante y pidió auxilio de inmediato; el sujeto escapó saltando por una ventana. Turner fue el único testigo fiable que describió al asesino como un sujeto muy alto, que lucía un abrigo; no logró ver bien su rostro.

Arde Londres Londres fue presa del terror y la indignación por los crímenes; los ecos de la carretera Ratcliffe se extendieron por todo el reino. Los investigadores improvisados de entonces (no existía la policía, y la seguridad se limitaba a vigilantes y uno que otro detective aficionado; sólo en 1929 se creó el Cuerpo Metropolitano de Policía), pusieron sus ojos en John Williams, marinero de profesión. Se sospechó de su participación en los crímenes por circunstancias casuales y nada definitivas; sin embargo, fue procesado como culpable, aunque su aspecto físico no coincidía para nada con el testimonio de Turner. Williams fue apresado y al parecer se suicidó en la prisión el 27 de diciembre; las circunstancias de su muerte fueron también sospechosas. La ciudad descansó en paz: si Williams se había suicidado era porque sin duda era culpable. La negligencia de las autoridades tal vez permitió que un hombre inocente muriera, mientras que el Monstruo de Ratcliff siguió libre. Ochenta años después el Destripador de Whitechapel volvió a demostrar la ineficacia de los investigadores ingleses; al parecer sólo en la ficción, con tipos como Sherlock Holmes, se resolvieron crímenes en Inglaterra durante la época victoriana.

¿Quién mató a la Dalia Negra? Las características de crueldad y sadismo de este asesinato nos obligan a

considerarlo no solamente un crimen sin resolver, sino probablemente uno de los más crueles jamás cometidos, con rasgos claramente similares a los de un asesino en serie. Las autopsias de la joven y hermosa víctima demostraron que antes de morir sufrió un largo y sistemático proceso de tortura y violencia sexual que culminó con el desmembramiento.

Sueños de fama La mañana del 15 de enero de 1947, en un terreno baldío de Los Ángeles, fue descubierto un cuerpo de mujer partido en dos por la cintura, sin órganos internos, con mutilaciones en los senos y la vagina, marcas de quemaduras de cigarrillo en varias zonas, contusiones en la cabeza y totalmente sin sangre, como si hubiera sido lavado y limpiado meticulosamente. Según Kenneth Anger en su libro Hollywood Babylonia II, en su boca le habían provocado un corte desde la comisura de los labios hasta las orejas; también le cortaron parte de la piel de su muslo izquierdo, donde tenía grabado el tatuaje de una rosa, este fragmento sería posteriormente hallado en su interior. En la frente, con una navaja le grabaron una especie de letra B (posiblemente de Beth, diminutivo de Elizabeth). Su pelo había sido lavado con champú y tinturado de rojo. La policía estableció que la mujer había desaparecido el 10 de enero. Las autoridades tardaron en identificar el cuerpo, se trataba de Elizabeth Short, de 22 años, una joven, según evidenciaron sus fotografías, muy hermosa. Elizabeth Short nació en un pequeño pueblo de Massachusetts el 29 de julio de 1924. Sus padres se llamaban Phoebe y Cleo Short, y tenían un modesto negocio de minigolf que quebró, como tantos otros, con el desplome de la Bolsa de 1929. Su padre intentó suicidarse. Debido al asma que sufría desde muy pequeña, el clima local no era conveniente para Elizabeth, razón por la cual fue enviada muchas veces a Florida, a casa de unos amigos de su madre. Los Short se separaron, y Elizabeth se quedó al cuidado de su madre. Una vez convertida en una bella adolescente, su nuevo espíritu rebelde la llevó marcharse de casa para buscar suerte fuera de su pueblo. En 1943 Elizabeth se mudó a vivir con su padre en Vallejo, California. La convivencia resultó imposible y a las tres semanas ella se marchó a Santa Bárbara, donde consiguió trabajo como mesera en la base militar de Camp Cooke. Poco después perdió el trabajo al ser detenida por beber siendo menor de edad (contaba 19 años por entonces). Ya era conocida por acostarse con todo militar que se cruzara en su camino. Al ser fichada le tomaron las huellas, de ahí que exista una fotografía suya, previa al crimen, en los expedientes de la policía. Tras ser liberada fue enviada a Massachusetts.

En 1945 recibió una propuesta de matrimonio de uno de sus tantos novios, el mayor Matthew M. Gordon, pero la sombra negra que perseguía a Elizabeth se manifestó y el hombre murió el 10 de agosto de ese año en un accidente aéreo. Posteriormente, Short se trasladó a Santa Bárbara, donde vivió en hoteles baratos. Para mantenerse trabajó inicialmente como mesera o cajera en restaurantes. Su belleza la hizo popular en los clubes nocturnos. El alcohol se convirtió cada vez más en su refugio emocional, al igual que los amantes pasajeros de bajo perfil social de los que empezó a aceptar dinero a cambio de favores sexuales. Como muchas jóvenes de la época, Elizabeth, segura de su fotogénica apariencia, decidió probar suerte en Hollywood, esperando convertirse en estrella de cine, y también, al igual que muchas otras, acabó prostituyéndose y actuando en películas pornográficas de bajo presupuesto. Elizabeth Short medía 1,65 metros, pesaba 48 kilos y tenía los ojos azules. Según sus amigos, se vestía siempre con ropa negra, su pelo también era de este color. Después del crimen, al conocerse esta información, un periodista poéticamente la bautizó la Dalia Negra, como paráfrasis de la película de moda por esos días La dalia azul, con la actriz Verónica Lake. La dalia es la flor sin olor. Tabloides como Los Ángeles Examiner explotaron las características del caso y pronto hicieron del crimen de la Dalia una mitología más de la historia secreta de Hollywood. La Dalia fue vista con vida por última vez la noche del 10 de enero en el Hotel Biltmore, donde estaba hospedada. Al salir, según el portero del local, aseguró tener una cita con un hombre. Lo único claro en su crimen es que las heridas y torturas provocadas le fueron infligidas en vida, probablemente durante unos tres días (esto se determinó en la autopsia al establecer que los daños al cuerpo ocurrieron antes de la muerte); se hallaron excrementos humanos en su estómago y una parte de su pierna dispuesta en la vagina. La manera como su cuerpo fue desmembrado denota una motivación sexual; la extrema y caótica violencia mezclada con una meticulosa forma de limpiar el cuerpo de sangre nos permiten pensar, en términos de la clasificación usada por el FBI, en un asesino mixto.

Sospechosos de siempre La policía asignó el caso de la Dalia Negra a unos 250 oficiales; también recibió mucha atención por parte de los medios periodísticos. El glamur de Hollywood se desmintió con este crimen. Los principales sospechosos de la muerte de Elizabeth Short fueron dos de sus antiguos novios: el ex convicto Arnold Smith y un sujeto con antecedentes de

violencia llamado Robert Manly, que superaron la prueba del detector de mentiras. Cientos de chiflados se atribuyeron el crimen, pero todos fueron descartados; tan sólo una carta que contenía detalles específicos sobre el caso y los documentos de identidad de Short hizo reconocer al FBI que el emisario era el verdadero asesino. El remitente, con letras recortadas de periódicos, firmó la misiva The Black Dalia Avenger. El sobre también contenía una hoja de una libreta perteneciente a Short; se investigaron los nombres allí registrados, pero no se obtuvo mayor información. El caso de la Dalia ha inspirado muchas hipótesis sobre la identidad de su asesino; algunas han llegado a proponer que el crimen fue cometido por Orson Welles, famoso en su tiempo por ser responsable de la crisis de pánico colectivo en Nueva York en 1938 al transmitir por radio una adaptación de La guerra de los mundos, y director de la película Ciudadano Kane (estrenada en 1941). No se han hallado indicios concluyentes al respecto. A finales del siglo xx, un policía californiano afirmó que su propio padre, el médico George Hodel, artista aficionado, era el asesino. Hodel era amigo del artista Man Ray, y el cadáver de la Dalia Negra supuestamente guardaba similitudes con la obra El minotauro. Para el hijo de Hodel, su padre había hecho del asesinato una perversa expresión artística. La versión ficcional más famosa es la del escritor James Ellroy, quien en su novela La Dalia Negra propone que los homicidas fueron una pareja de millonarios presos de una fantasía perversa. Ellroy en el pasado había sufrido la pérdida de su madre en circunstancias análogas a la muerte de Short. Cuando tenía tan sólo diez años, su madre, Geneva Hilliker Ellroy (1915-1958), fue violada, estrangulada y arrojada en un callejón de Los Angeles; fue vista por última vez con un sujeto de aspecto latino, única pista de este crimen no resuelto. Al igual que en el caso de Elizabeth Short, jamás se encontró al culpable. Ellroy, perseguido por el fantasma de su madre, ha escrito varios libros de ficción y de crónica sobre temas relacionados. Incluso, como cuenta en su autobiografía, Mis rincones oscuros, contrató a un detective para resolver el caso 40 años después, pero las pistas se habían enfriado, los testigos habían fallecido o su avanzada edad no les permitía recordar con claridad. Igual ha ocurrido con la Dalia Negra, que, a pesar de los intentos de novelas magistrales como la de Ellroy, seguirá sin recibir justicia.

¿A quién pertenecían los torsos de Cleveland?

Este caso, además de configurar uno de los primeros asesinos en serie en tierras estadounidenses, involucra a políticos, traficantes de drogas y hasta al mítico intocable Eliot Ness. Al Asesino de los Torsos se le atribuyeron doce muertes de mujeres y hombres de clase muy baja. Sólo dos de las víctimas fueron identificadas; hubo diez sospechosos y la investigación duró diez años. Estos crímenes se han comparado con los de Jack el Destripador.

Torsos El 5 de septiembre de 1934, a orillas del lago Erie, se encontró un cuerpo femenino dividido en dos: el torso hasta la cintura y desde la cintura hasta las rodillas. Además, se encontraban a una distancia considerable entre sí. Quince días después, unos niños en Kingsbury Run, sector marginal de Cleveland, descubrieron dos cuerpos más. Está vez eran de hombres, ambos decapitados y uno castrado. Una de las cabezas se encontró a pocos metros. Se necesitó que aparecieran tres cuerpos más, en circunstancias similares, para que la alarma sobre un asesino se disparara. Para la época la idea de un asesino en serie estaba lejos de existir, así que las investigaciones se centraron en la relación posible entre las víctimas y móviles de tipo pasional. La prensa explotó las características del caso para vender más periódicos. En la radio se habló del Carnicero de Kingsbury Run o sencillamente del Asesino de los Torsos. El por entonces director de Seguridad Pública, Eliot Ness, ya famoso por su intervención en el caso del mafioso Al Capone, se dio a la tarea de encontrar al asesino. Según El Diccionario del crimen, Ness organizó varias redadas al estilo antimafia, revolviendo las diferentes zonas marginales de Cleveland. Usó casi toda la fuerza policial disponible, pero más allá de decomisar armas y descubrir que la miseria era total, no encontró pistas sobre el asesino. Quedó en ridículo, y sus enemigos políticos aprovecharon su fracaso para desacreditarlo. Hay que anotar que Eliot Ness no era precisamente el sujeto amable y sonriente como el personaje protagonizado por Kevin Costner en la película de Brian De Palma Los intocables (estrenada en 1987). Por el contrario, fue un sujeto ambicioso de fama y reconocimiento político, que, aunque incorrupto, pasó por encima de muchos para conseguir su puesto.

Los cálidos treinta

En la Cleveland de finales de los años treinta continuaron apareciendo partes de cuerpos, muchos sin cabeza, que jamás fueron identificados. Desesperado, Eliot Ness ordenó prenderle fuego al asentamiento de los vagabundos de Kingsbury Run. Inmensas zonas de bodegas y casas improvisadas ardieron. Ness ordenó arrestar a todos los habitantes de la zona. Eran las tácticas típicas de los intocables que habían funcionado en Chicago para debilitar a los hombres de Al Capone, pero no sirvieron en Cleveland. El suceso generó una honda indignación pública que condenó a Ness. Su siguiente errático paso fue arrestar a Frank Sweeney, un médico diagnosticado como esquizofrénico. Se cree que lo sometió a torturas para extraerle una confesión. La caótica investigación arrojó por fin un sospechoso en 1939: Francis Dolezal, un sujeto a quien mediante brutalidad policíaca le arrancaron una confesión, que obviamente resultó falsa. Ness quedó mal parado y jamás volvió a tener el esplendor de su época de intocable; el caso quedó abierto. El Asesino de los Torsos de Cleveland, tras 12 cuerpos mutilados, desapareció de la escena en 1938. Una de las cartas recibida por la policía, escrita por el supuesto asesino, informaba que se marchaba a matar a otro Estado. Más adelante vendría un incidente en el que Ness, de aspiraciones políticas, fue detenido por conducir ebrio; su carrera se hundió, terminó como vendedor y sin un centavo en el bolsillo. Diez años después de que los asesinatos de los torsos cesaron, recibió varias tarjetas postales de un paciente en una institución mental en las que el remitente se burlaba de su incompetencia. Ness creía que aquel hombre era el verdadero asesino.

¿De qué signo era el Zodiaco? A finales de los años sesenta, el norte de California sufrió los crímenes de un asesino en serie atraído especialmente por parejas de jóvenes enamorados. Entabló correspondencia con los periódicos locales, firmando sus cartas, escritas a mano, con una cruz encerrada en un círculo y con el nombre “Zodiaco”. En estas cartas, de forma críptica, con todo tipo de símbolos anunciaba sus crímenes en un tono de superioridad y excitación por sus actos; sin duda buscaba publicidad, pues llegó a exigir la publicación de sus cartas con la amenaza de que si no se cumplia su petición, habria más asesinatos.

¿Un nuevo tipo de asesino en serie?

El Zodiaco empleó un arma calibre 9 milímetros para segar la vida de todas sus víctimas, aunque también usó un cuchillo. Por lo general acechaba a jóvenes parejas que estacionaban sus autos en sectores apartados de la ciudad. Las primeras víctimas fueron una pareja de novios adolescentes asesinados el 20 de diciembre de 1968 en Lake Herman Road, en las cercanías de los límites de la ciudad de Benicia. Los siguientes fueron un joven 19 años y su pareja, de 22 años, el 4 de junio de 1969 en Blue Rocks Springs, en un campo de golf a las afueras de Vallejo. El joven sobrevivió, pero la joven no. El 1° de agosto de 1969 llegaron, tres cartas firmadas preparadas por el Zodiaco, a los tabloides San Francisco Chronicle, Vallejo Times Herald y The Examiner. El autor de las misivas se atribuía los homicidios e incluía un criptograma con un total de 360 caracteres, los cuales afirmaba que contenían su identidad. Estaban firmadas por “Zodiaco”. El asesino exigió que los mensajes aparecieran en primera plana o de lo contrario eliminaría a una docena de personas el siguiente fin de semana. En efecto se publicaron y no ocurrieron los asesinatos. Pero eso sí, el pánico cundió y todas las personas temían ser presas del asesino.

Rompecódigos por diversión El 4 de agosto de 1969, otra carta fue recibida en The Examiner con un saludo dirigido al editor. El 8 de agosto de 1969, Donald y Bettye Harden, de Salinas, California, una pareja de rompecódigos empírica y atraída por los acertijos, descifraron el criptograma, el cual decepcionantemente no contenía el nombre del Zodiaco. Según el periodista Robert Graysmith, los Harden lograron a manera de entretenimiento lo que los expertos del Servicio Naval de Investigaciones Criminales (Naval Criminal Investigative Service [NCIS]), el FBI y la Agencia Nacional de Seguridad (National Security Agency [NSA]) no pudieron hacer. David Everitt en Human Monsters cita una parte de la carta descifrada: “Me gusta matar gente porque es mucho más divertido que matar animales salvajes en el bosque, porque el hombre es el animal más peligroso de todos. Matar algo es la experiencia más excitante, es aún mejor que acostarse con una joven”. El significado de los últimos dieciocho símbolos del mensaje no fue determinado. El 27 de septiembre el Zodíaco volvió a actuar, pero esta vez cambió de arma homicida. En Lake Berryessa, empuñando una pistola, le entregó a Bryan Calvin Hartnell, de 20 años, y Cecilia Ann Shepard, de 22 años, unas sogas para que se

ataran. Luego procedió a apuñalarlos. Hartnell sobrevivió, pero Shepard murió dos días después. El Zodíaco robó el auto de Hartnell en el cual, antes de abandonarlo, grabó con un cuchillo su símbolo habitual y la fecha del crimen. En el último asesinato, el 21 de octubre, disparó a la cabeza de un taxista. Antes de huir del lugar, el criminal limpió las huellas del auto; unos jóvenes que pasaban por allí se fijaron en su rostro y posteriormente su información permitió establecer un retrato hablado del asesino: un sujeto obeso con lentes de marco muy grueso. Dos policías, antes de descubrir este último homicidio, se dirigían al auto del taxista y al parecer se cruzaron con el Zodiaco. Meses después hubo otros reportes de personas abaleadas, pero no se confirmó que el Zodíaco fuera el responsable. En una nueva carta, el asesino amenazó con poner una bomba en un colegio en caso de que no se publicaran sus mensajes. Con el paso de los meses, el Zodíaco dejó de enviar cartas. Sólo algunos periodistas siguieron expectantes de sus acciones. El sospechoso número uno de la policía fue un hombre con antecedentes de agresión sexual de menores llamado Arthur Leigh Allen (1933-1992), señalado a la policía por uno de sus amigos. Las pruebas en su contra no pasaron de ser circunstanciales, su letra no coincidió con las cartas y pasó la prueba del polígrafo. En el 2002 se hicieron pruebas de ADN a las cartas (en la época de los crímenes no eran posibles), pero tampoco demostraron la relación de Allen con el Zodíaco. De los misteriosos signos sin resolver de las misivas del asesino, ha surgido la interpretación de un nombre que resultó ser un reconocido enemigo de Allen, lo que supondría una broma del Zodíaco. El periodista Robert Graysmith, dibujante de historietas, escribió un libro producto de su investigación sobre Allen: Zodiac, que fue la base para la película El Zodíaco (estrenada en el 2007), dirigida por David Fincher. En la indagación de Graysmith se vinculó el testimonio de Michael Renault Mageau, sobreviviente del ataque del 4 de julio, quien ante la fotografía de Allen lo señaló como su agresor. El mismo Fincher, para el desarrollo del guion, contrató a un experto en análisis de cartas y códigos para comparar el material del Zodíaco con el de Allen. Las pruebas no fueron concluyentes, pero apuntan a que es probable que sí fuera el autor de las cartas. Otras teorías insinúan que el asesino cambió de identidad y se trasladó para seguir matando. Según el Diccionario del crimen, en los noventa surgió un imitador que de igual manera enviaba cartas con signos zodiacales, pero éste era más elaborado que su modelo, ya que las víctimas coincidían con el signo zodiacal que correspondía a su calendario de doce homicidios, cometidos cada veintiún días. Afortunadamente no era tan diestro como su homónimo y falló en sus ataques, pues después de cuatro intentos desapareció de la escena, igual que

su original.

Jack, el Imitador Lo que más interesa a los asesinos en serie es su originalidad: la famosa imitación de otros asesinos (en inglés denominados copycats) es otra invención más del cine sobre el tema; es cierto que toman elementos de asesinos anteriores o que han leído libros y han tomado tácticas predatorias de otros, pero están obsesionados con ser únicos y diferentes. Jack el Desnudador, como se conoció en la prensa sensacionalista, fue un asesino en serie londinense de los años sesenta que apenas se parece a su original Victoriano en la escogencia de prostitutas como víctimas.

Callejones sin salida Jack el Desnudador fue un nombre otorgado por la prensa británica amarillista debido a que el asesino estrangulaba prostitutas a las que dejaba semidesnudas, con sus pantimedias enrolladas en sus piernas. La primera víctima apareció el 2 de febrero de 1964 a la orilla del Támesis, en la zona oeste de Londres (otra diferencia con el Destripador, que atacó en el este). Se trataba de Hannah Tailford, de 30 años, hallada sin ropa, excepto por sus medias que estaban anudadas a sus pies y sus bragas halladas dentro de su boca. Tailford era prostituta y había hecho fotografías pornográficas, así que una primera pista hizo pensar a las autoridades en un crimen por chantaje, pues era probable que la mujer hubiera utilizado las fotos para venderlas al mejor postor. La autopsia reveló que estaba embarazada. El 8 de abril, de nuevo a orillas del Támesis, se descubrió otro cuerpo: Irene Lockwood, de 24 años, otra prostituta, había sido arrojada a pocos metros del sitio donde se había hallado la primera víctima. Las circunstancias de su muerte eran similares a las del anterior: estrangulamiento, ausencia de ropa y pantimedias anudadas. En esta ocasión se encontraron muestras de semen y fragmentos de pintura adheridos a la piel.

Nuevos indicios El tercer cuerpo apareció en un callejón el 24 de marzo. Era Hellen Barthelemy, de 22 años, y presentaba señales similares a las de la anterior víctima, pero le habían extraído cuatro dientes delanteros. Según el libro Grandes crímenes sin

resolver, los investigadores y criminólogos consultados especularon que el asesino obligaba a sus víctimas a practicarle sexo oral y para evitar ser atacado extrajo los dientes o probablemente esto ocurriera post mórtem. Las marcas de pintura se convirtieron en la pista número uno. La policía dirigió su atención hacia talleres y locales que utilizaran este tipo de químico, en especial pinturas para automóviles. En medio de las pesquisas, surgieron falsas confesiones y sospechas equivocadas y también un nuevo cuerpo desnudo en un callejón, el de Mary Flemming, de 30 años, el 14 de julio. Para entonces el apodo de Jack el Desnudador alarmó a la población, en especial a las prostitutas, que empezaron a permanecer en grupos, desconfiando de sus habituales clientes. Scotland Yard, comandado entonces por el superintendente John Du Rose, desplegó sus mejores hombres; con este nuevo cadáver era clara la presencia de un asesino sistemático y repetitivo (aún no se hablaba de asesino en serie). Sin embargo, las investigaciones seguían recayendo sobre el pasado y las rutinas de las víctimas. El terror llegó a su clímax el 25 de noviembre, cuando se encontró el cadáver de Margaret McGovan, de 20 años, en un viejo deshuesadero de autos; según los informes de la autopsia, su muerte había ocurrido aproximadamente un mes atrás, condición que se confirmó al establecerse, gracias a testigos, que la mujer había sido vista por última vez el 23 de octubre. El último cuerpo con la marca del Desnudador, incluidas las huellas de pintura para auto, apareció al año siguiente, el 16 de febrero; se trataba de otra prostituta, Bridget O’Hara, reportada desaparecida el 11 de enero; la última vez fue vista bebiendo en un bar. En esta ocasión el cuerpo fue abandonado en una vía férrea, cercana a un taller. Se realizaron varios allanamientos a locales de mecánica, hasta que por fin se estableció mediante pruebas químicas el lugar donde se habían mantenido los cuerpos de dos víctimas (Helen y Bridget). Este local estaba ubicado muy cerca de un taller de pintura para coches. El perímetro de búsqueda se cerró, pero Jack había dejado de matar. El jefe Du Rose creó una larga lista de posibles sospechosos, uno de ellos curiosamente se había suicidado en una fecha posterior al último crimen: se trataba de un celador que había trabajado en un taller de pintura, casado y con hijos, que dejó una ambigua nota suicida pero que no era una confesión. Para Du Rose, éste era el hombre; sin embargo, nunca obtuvo pruebas suficientes, así que el caso se guardó en los archivos sin resolver.

El Asesino del Río Verde es atrapado

Tan pronto como el estado de Washington se libró de la pesadilla de Ted Bundy, de nuevo fue azotado por un homicida en serie entre 1982 y 1984, especializado en mujeres jóvenes, la mayoría prostitutas. Arrojaba sus cuerpos en el río Verde (Green River), que colinda con Seattle y King County. En total 48 mujeres habían muerto por estrangulamiento. El mayor asesino en serie estadounidense parecía haberse salido con la suya, pero el tiempo no estaba de su parte.

Bundy finge colaborar Para el caso del Asesino del Río Verde (nombre mediático que se le dio al asesino), se destinaron muchos hombres de la policía y mucho dinero para atraparlo, pero jamás se dio con una pista plausible, incluso se tejió la teoría de que el homicida podía ser un policía, pues dadas las circunstancias de los crímenes era factible que conociera a las víctimas e intimara con ellas antes de matarlas. En el libro Serial Killers: Issues Explored through the Green River Murders, se cuenta cómo para las investigaciones de este caso el FBI recurrió a la ayuda del asesino en serie convicto Ted Bundy para refinar el perfil del Asesino del Río Verde. Bundy con gusto colaboró, esperando que esto pudiera contribuir a conmutar su pena capital o por lo menos a cambiar su ya destruida imagen ante la opinión pública. Los medios explotaron la situación para insistir en que Bundy sentía “celos” del Asesino del Río Verde por haber matado más personas. La información proporcionada por Ted no resultó útil. Hacia finales de 1984, la cifra de posibles víctimas de este asesino se acercó a las cincuenta, número que significaba la presencia del mayor asesino en serie de los Estados Unidos de todos los tiempos. Un año más tarde, San Diego, California, presenció varios homicidios con un modus operandi similar; tampoco se atrapó a su perpetrador.

ADN de un eterno sospechoso La mayoría de las víctimas del Asesino del Río Verde fueron prostitutas, jóvenes que se habían escapado de su casa o drogadictas. Fueron vistas por última vez en la zona de bares de la autopista 99, cercana al Aeropuerto Internacional de Seattle-Tacoma. Durante años, un tal Gary Ridgway, nacido en Utah en 1949, formó parte de la lista de sospechosos, debido a que varias prostitutas lo denunciaron por intentar golpearlas. Ante estas acusaciones, alegó haberlas atacado porque le habían

hecho daño durante la práctica de sexo oral. Los conocidos de Ridgway lo tenían por un hombre pacífico y muy religioso. En 1984 pasó la prueba del polígrafo, y en 1986 se negó a someterse a una segunda prueba. Ese mismo año declaró al FBI que llevaba 18 meses sin mantener relaciones con prostitutas porque le habían contagiado enfermedades venéreas al menos en quince ocasiones. Su arresto, en noviembre del 2001, supuso el fin una de las investigaciones más largas de los Estados Unidos. Los forenses descubrieron que el ADN del esperma encontrado en tres de las primeras víctimas coincidía con el de una muestra de saliva que le habían tomado a Ridgway en 1987. Se estableció que Ridgway había estado casado tres veces y tenía un hijo. Utilizaba la fotografía del niño para atraer a las víctimas, a quienes llevaba en su camioneta a los alrededores del río Verde. Según su confesión, antes de iniciar su carrera homicida, analizó la trayectoria de otros asesinos en serie y concluyó que las prostitutas eran presas fáciles de atraer y sus familiares tardaban más tiempo en denunciar la desaparición o sencillamente eso no ocurría. En diciembre del 2003, Ridgway fue condenado a cadena perpetua y a pagar una multa de 480.000 dólares. Consiguió librarse de la pena de muerte al ofrecerse a informar dónde estaban los cadáveres que todavía no habían aparecido.

Casos en el olvido Otros casos que involucran a posibles asesinos en serie y que nunca se resolvieron son: El Asesino del Alfabeto (Estados Unidos): asesinó a tres mujeres jóvenes en el área de Rochester, Nueva York, durante la primera mitad de los años setenta. El Estrangulador de Cincinnati (Estados Unidos): violó y estranguló a siete ancianas en Cincinnati, Ohio, entre 1965 y 1966. Asesino en Serie de Claremont (Australia): asesinó a dos mujeres jóvenes en 1996 y 1997, y está relacionado con la desaparición de una tercera. El Acechador Nocturno Original (Estados Unidos): asesino y violador que mató a seis personas en el sur de California de 1979 a 1986. Richard Ramírez también fue llamado de esta manera. Los Asesinos de la Cara Sonriente (Estados Unidos): uno o varios asesinos en serie que asesinaron desde 1997 a varios hombres jóvenes a lo largo de la parte Sur de los Estados Unidos.

El verdadero rostro del perdedor Sin duda, todos los asesinos en serie compensan su patetismo e inconformidad consigo mismos a través del asesinato: buscan gratificar su impotencia erigiéndose fuertes ante el débil o alcanzando la fama al ser reconocidos por sus actos. El panorama biográfico de los asesinos en serie nos revela a muchos sujetos fracasados, sujetos que no tuvieron más opción que matar para lograr un lugar en el mundo, que creyeron que el crimen en serie los convertiría en superhombres reconocidos por las masas. Este capítulo está integrado por sujetos de bajo perfil intelectual e incluso cercanos a la imbecilidad, y por otros cuyo aspecto los convirtió en seres marginados que encontraron en el asesinato su única forma de reconocimiento y aceptación; reconocimiento que al final se reduce al lamentable suceso de engrosar la lista de víctimas. A diferencia de los asesinos estudiados en el capítulo de “Máscaras del encanto”, los casos abordados a continuación nos enfrentan a historias donde el fracaso y el resentimiento se convirtieron en el detonante de la maldad; sujetos que estúpidamente creyeron dejar de ser perdedores al matar y que no supieron enfrentar la vida y decidieron entonces destruir la de otros.

Edward Theodore Gein (1906-1984, Estados Unidos): El psycho original Mi madre era buena en todos los sentidos. Gein, citado por Oliver Cyriax, Diccionario del crimen Edward Gein, originario del pacífico y pequeño poblado de Plainfield, es más conocido en la cultura contemporánea por los personajes que inspiró que por su propia biografía: el demente Norman Bates, de Psycho, la novela de Robert Bloch y posteriormente la película de Hitchcock; LeatherFace, de La masacre de Texas, y Buffalo Bill, el asesino en serie de El silencio de los inocentes (El silencio de los corderos en la novela original) que coleccionaba piel femenina para confeccionarse un nuevo cuerpo. Su verdadera historia sobrepasa cualquier ficción imaginable y, a diferencia de

los personajes que han derivado de su biografía, Ed era de aspecto inofensivo y su timidez apenas le permitía balbucear algunas palabras. Era tenido por sus vecinos como responsable y cuidadoso en su desempeño como trabajador de reparaciones locativas.

Madre sobreprotectora Al igual que el personaje de la versión cinematográfica de Psycho hecha por Hitchcock, el pequeño Ed creció atormentado por el fanatismo religioso de su madre, Augusta (luterana), quien tenía la extrema idea de que la sexualidad era algo pecaminoso y abominable. Nunca se separó de ella, y le tuvo una devoción obsesiva aun al llegar a la vida adulta. Su padre murió en 1944; el mismo año, su hermano Henry, que se oponía a las ideas de Augusta, falleció en extrañas circunstancias en un incendio que ocurrió cerca de la granja Gein. Nunca se pudo demostrar la responsabilidad de Ed en este deceso, pero siempre hubo sospechas al conocerse que ante las llamas no ayudó a socorrer a su hermano. Durante su juventud, Edward jamás fue capaz de acercarse a una mujer; de hecho, su madre se lo tenía prohibido. En la apacible granja de Plainfield su vida se centraba en las actividades de caza y en asistir a la iglesia. En secreto Ed se sentía atraído por el misterioso cuerpo femenino, el cual nunca había visto desnudo. Ante la represión de la madre, su desarrollo emocional hasta la vida adulta fue deficiente, y Ed, a los 40 años, se comportaba aún como un niño tímido. La madre de Ed murió en 1945, y desde entonces su cuarto estuvo clausurado e intacto; para él era un templo intocable donde pervivía el espíritu de su progenitora, la cual se le aparecía de vez en cuando para recordarle su buen comportamiento. Su única distracción era la televisión. Una noche vio un documental sobre una operación de cambio de sexo y desde entonces se fascinó por la posibilidad de transformar su propio cuerpo. También se dedicó a buscar artículos de revistas dedicados a temas relacionados con cadáveres y conservación de cuerpos. El nuevo paso en la curiosidad temática de Gein, fue el de robar cadáveres del cementerio de su pueblo. Ayudado por sus conocimientos previos de taxidermia de animales, empezó a experimentar con los cadáveres de mujeres extraídos de tumbas recientes. Poco a poco descubrió cómo conservar y modificar diferentes partes del cuerpo humano. Su especialidad fue la de fabricar objetos con pieles humanas; así llegó a “confeccionar” una especie de traje femenino que usaba en las noches de luna llena, en el patio de su cabaña, en medio de un tremendo estado de excitación.

Nunca fue probado ni admitido por Gein que cometiera canibalismo, y también negó haber practicado sexo con los cadáveres, insistiendo en que el olor era insoportable.

La cabaña del terror Cansado de experimentar con cadáveres descompuestos, en 1954 Ed asesinó a su primera víctima, Mary Hogan, dueña de una taberna. Ed era cliente asiduo del local atendido por Hogan. Allí pasó muchas horas fantaseando con poseer su piel. Una noche, apostado en su camioneta afuera de la taberna, esperó a que todos los clientes se marcharan. Cuando finalmente Mary salió del local, la golpeó con su escopeta. Posteriormente la condujo a su cabaña y con un disparo terminó con su vida. Le tomó varios días extraerle la piel y limpió sus huesos para fabricar diferentes elementos. Su segundo homicidio fue el de Bernice Worden, el sábado 16 de noviembre de 1957, dueña de una ferretería y a quien varios testigos vieron por última vez con Gein, situación que puso en alerta a las autoridades. Al allanar la granja, descubrieron el cuerpo de Worden mutilado, colgado y eviscerado; su cabeza había sido arrojada dentro de una bolsa (con un disparo). Otros “objetos” encontrados fueron cinturones hechos con pezones humanos, una silla forrada con piel humana, un chaleco de piel femenina, vaginas curtidas, cráneos con diferentes formas, una lámpara y una caneca hechas con piel humana, cuatro máscaras de rostros humanos y varios cráneos convertidos en platos para sopa. La mayoría del material usado por Gein provenía de robos de cadáveres. En torno a su caso hay sospechas de la desaparición de otras tres personas. Sólo fue procesado por los casos de Hogan y de Worden. En The Mommoth Book of True Crime, de Colin Wilson, se informa que la “Casa del Horror” fue destruida ante la posibilidad de ser explotada como museo; sobrevivió la camioneta de Ed, que se vendió bastante bien en una subasta. Gein colaboró de manera diligente en la confesión de sus crímenes, siempre se mantuvo tranquilo y amable. Fue recluido en un centro psiquiátrico tras diagnosticársele demencia. Fue un paciente modelo hasta su muerte, el 26 de julio de 1984. En torno a Ed Gein hay un verdadero culto en los Estados Unidos, incluso tiene su propio club de fans. Diferentes bandas musicales e incluso artistas plásticos se basan en sus crímenes y en su cruel y morbosa estética del “diseño”.

David Berkowitz (1953, Estados Unidos): el Hijo de Sam Este asesino ha sido mitificado una y otra vez en diferentes libros y películas. No hay serie de televisión o documental de asesinos en serie que no lo evoque, incluso su nombre intimida a las nuevas generaciones. Pero la verdad es que David Berkowitz fue un imbécil que se topó con el rol de homicida en serie por azar.

El tímido David David Berkowitz era un joven obeso y tímido, rechazado socialmente por su aspecto. Cansado de su condición de fracasado, se dio a la tarea de ser un nuevo hombre imaginando que era un atractivo seductor de mujeres. Esto sólo ocurrió en su imaginación. Su primer delito, cometido a los 22 años de edad, fue un disparo azaroso hacia una ventana, luego decidió que tal vez podría disparar a un ser humano más de cerca. El asunto le resultó excitante, así que entre 1977 y 1978 disparó contra diecisiete personas, la mayoría, jóvenes hermosas de cabello negro o parejas que se besaban dentro de sus autos. Mató a seis personas e hirió gravemente a las restantes, dejó a muchas lisiadas de por vida. La cifra pudo ser mayor, pero, por fortuna, David era un pésimo tirador. Uno de los casos ocurrió el 29 de enero de 1977: John Diel y Christine Freund acababan de salir de un bar a media noche y estaban dentro de su vehículo cuando fueron atacados por Berkowitz. Otro homicidio similar ocurrió el 17 de abril: Valentina Suriani y Alexander, de 18 y 20 años, respectivamente, fueron atacados en su auto a las tres de la mañana. Berkowitz confesó luego a Robert Ressler que después de cometer los crímenes y ver en televisión el seguimiento, se masturbaba. Destruir vidas nunca le ocasionó la menor culpa, sólo le importaba ser reconocido. La ciudad de Nueva York entró en pánico cuando el Asesino del Calibre .44, su primer sobrenombre mediático, entabló comunicación con las autoridades, a la manera obviamente del viejo Jack el Destripador. Pero incluso sus cartas resultaban tontas, en una de las primeras intentó que los medios lo llamaran por el estúpido apodo de El Señor Monstruo. En otra carta escribió: “Soy el hijo de Sam, soy un pequeño travieso, volveré, volveré, bang, bang, bang-ugh”. El nombre de Sam más adelante sería

descifrado y fue el que los medios hicieron famoso. En la torpeza de David radicaba su peligrosidad. Sus acciones caóticas, desorganizadas, crearon el pánico de la ciudad de Nueva York. Se creó un grupo élite para detenerlo (el Escuadrón Omega). Pero gracias a su propia ineptitud fue atrapado: estacionó su auto cerca del escenario de su último crimen en una zona prohibida, acción por la cual fue multado. Al regresar por el auto, tomó el boleto del parquímetro aceptando la multa, posteriormente fue identificado por un testigo; el registro de parqueo arrojó su nombre y dirección. Veinte días después de la infracción, la policía obtuvo una orden de cateo; revisó su auto y encontró la pistola calibre .44 y un rifle, material suficiente para arrestarlo.

Crear un monstruo Una vez procesado por los crímenes, Berkowitz intentó fingir locura, dijo a la policía que el perro de su vecino, Sam Carr, era un antiguo espíritu que le ordenaba matar, de ahí su famoso apodo. Los psiquiatras, en conjunto con el agente del FBI Robert Ressler, se dieron cuenta de que esas historias eran sólo un ardid ingenuo para escapar de la pena en prisión. Berkowitz, como siempre, sonrió infantilmente aceptando su charlatanería. No había un componente de locura que lo obligara a matar, las supuestas voces de perros que le ordenaban atacar eran sólo patrañas; lo único realmente oscuro en el Hijo de Sam fue su insensibilidad y su deseo de ser famoso. Con el tiempo se reveló un cuadro más simple: David tan sólo era un solitario que deseaba reconocimiento, pues desde su infancia se había sentido rechazado por todo y por todos; su madre lo había dado en adopción para ser aceptada por un amante. Berkowitz sabía de la fama adquirida por los ahora llamados asesinos en serie, razón por la que decidió ser uno más; era su posibilidad de ser reconocido. Su paso por la guerra de Corea, donde experimentó con drogas, fue otra pieza más de su historial. Son famosas las imágenes en las que sonríe pleno de infantil alegría ante las cámaras, como si simplemente hubiera roto el escaparate de una tienda. En su sonrisa se pude leer una especie de “finalmente soy aceptado por el mundo”. Fue condenado a 365 años en la prisión de Ática. En la actualidad se ha declarado pastor religioso.

Harvey Murray Glatman (1928-1959, Estados Unidos): La modelo y el fotógrafo Si Berkowitz tenía inseguridades con su aspecto, el caso de Glatman era aún más complejo: en realidad era un sujeto físicamente desagradable, aunque de un coeficiente intelectual de 130. Tal vez lo único a su favor era su sensibilidad visual, que le permitió ser fotógrafo, aunque sus motivos no eran muy artísticos, pues su oficio le procuraba la posibilidad gratuita de poder observar mujeres.

De ladrón a fotógrafo asesino El pasado criminal de Glatman se inició con robos menores en la ciudad de Nueva York, especialmente asaltos a mujeres. En algunos de estos atracos obligó a sus víctimas a desnudarse. En 1947 fue arrestado y permaneció en prisión hasta 1951. Glatman emigró a Los Ángeles, donde consiguió un trabajo en un local de reparación de televisores. Glatman se topó con el pasatiempo de la fotografía y se hizo parte de un club de aficionados donde tuvo la posibilidad de tener en frente bellas modelos. Pronto se tomó el asunto de manera más profesional y se hizo corresponsal fotográfico de revistas de crimen y pasquines de detectives, que normalmente incluían imágenes de rubias seductoras. Este trabajo le sirvió de coartada perfecta para atraer a sus víctimas, como efectivamente sucedió con Judy Ann Dull, su primera modelo particular, a la que condujo a su apartamento para realizar la sesión. Una vez en su vivienda, la convenció de ser atada y amordazada para darles más realismo a las fotografías, pero entonces perdió el control y a punta de pistola la obligó a desnudarse totalmente para proceder a violarla. Posteriormente Glatman actuó como si Judy fuera su pareja. Horas después la sacó del apartamento en su auto y la condujo al desierto, donde antes de ahorcarla con una cuerda le tomó más fotografías, captando su horror final. Glatman regresó a su casa para esperar ser arrestado, pero esto no sucedió, al parecer nadie había reportado la desaparición de la modelo. El paso siguiente fue fantasear con las fotografías de la mujer.

Contactos de muerte Superada la depresión, Glatman se dio a la tarea de seguir matando; temiendo ser rastreado, cambió su modus operandi: utilizó una revista con una sección de

contactos sentimentales. Una mujer de 24 años, Shirley Ann Bridgeford, leyó su mensaje y acudió a curar el corazón de “George Williams”, falso nombre usado por Harvey. El 8 de marzo de 1958 Glatman la violó, la fotografió y segó su vida con una soga. Cuatro meses después encontró en el Times de Los Ángeles mensajes de contactos muy sugestivos, en los que bellas mujeres ofrecían compañía. Ruth Rita Mercado, nudista de profesión, atendió el llamado de Glatman. La historia se repitió el 23 de julio, aunque en esta ocasión estuvo a punto de dejarla marchar tras la agresión sexual. Harvey confesó después que sintió una fuerte atracción por Ruth y que no quería matarla, pero el temor de ser delatado e ir a prisión pudo más que su rapto de buena conciencia. El episodio final, por suerte, tuvo la marca del perdedor. En septiembre Glatman volvió a su táctica predatoria original y contactó a la modelo Lorraine Vigil. Después del falso trato para fotografiarla, la encañonó y la llevó en su auto a las afueras del pueblo de Tussin. Glatman aparcó el coche en la carretera; Lorraine, al contrario de las víctimas anteriores, no suplicó por su vida, presentía el desenlace fatal, así que forcejeó con su agresor intentando quitarle el arma. Glatman accionó el percutor de la pistola e hirió a la mujer en una pierna; ella logró lanzarse del auto, para ser vista por una patrulla de policía que acudió de inmediato a salvarla. Glatman fue arrestado y con el paso de los días se descubrió su relación con los otros crímenes; él mismo dio detalles de lo sucedido. El juicio fue rápido, la condena a muerte era inevitable, y Glatman quería terminar con todo, así que no apeló. Fue ejecutado en la cámara de gas el 8 de agosto de 1959.

Dennis Nilsen (1945, Escocia): la muerte y la soledad La parte más excitante del pequeño enigma era cuando levantaba los cadáveres; levantar, transportar y ejercer el control de los cuerpos constituía la afirmación de mi poder, y los miembros colgantes una expresión de su pasividad. Nilsen, citado por Oliver Ciryax, Diccionario del crimen Además de una gran sensibilidad literaria y madera de poeta, Nilsen siempre fue tomado por sus vecinos como un sujeto modelo, lleno de virtudes y buenas costumbres. Lo que sus vecinos tardaron en notar fue que trece hombres invitados por él a su casa a tomar el té nunca volvieron a salir. Nilsen fue un joven solitario, lánguido, que se arrojaba al mar para ahogarse. Sólo se sentía atraído por la muerte.

Un lugar mejor El rasgo más inquietante de este asesino fue su fascinación por los cadáveres, situación que se ha intentado explicar a partir de un episodio de la infancia: Nilsen no conoció muy bien a su padre, así que su abuelo materno adoptó el rol paternal; el vínculo entre ambos se hizo muy fuerte. Poco después de que Nilsen cumpliera seis años, su abuelo murió. Dennis, presa de la curiosidad infantil, frente al cadáver de su pariente indagó sobre el destino del alma de su adorado abuelo, y los adultos le respondieron que se había marchado a un largo viaje hacia un lugar mejor. Dennis nunca lo aceptó, no entendía por qué su padre y luego su abuelo lo habían abandonado, marchándose a un lugar mejor, a la tierra de los muertos, sin llevarlo a él. Durante la adolescencia Nilsen, de inclinación homosexual, empezó a masturbarse compulsivamente y a fantasear con torsos y cadáveres. Entre 1961 y 1972 se alistó en la Armada británica, luego trabajó como oficial de vigilancia, pero duró poco tiempo y entró a trabajar en una agencia de empleos en Londres, donde laboró hasta su futuro arresto. En 1975 vivió con un joven pandillero al que rescató de la vida callejera. Durante dos años Nilsen intentó llevar una vida hogareña de pareja, pero su infiel compañero lo abandonó.

Convertido en cadáver Pasados los 30 años, Dennis era un hombre alto, delgado, con los hombros ligeramente inclinados hacia delante, pelo castaño y mirada penetrante. Obsesionado con la muerte y en completa depresión debido a la soledad, empezó a simular su propio deceso: maquillado como un cadáver, se recostaba por largos periodos con un espejo al lado de la cama sin parpadear siquiera. Así buscaba reconocerse como otro sujeto que había muerto en su lugar y que se convertía en su compañero. Estas extrañas puestas en escena, expresión de sus fantasías de muerte, no frenaron el deseo de poseer su propio cadáver. Tras fracasar en los intentos de mantener una pareja estable rondando en el mundo gay londinense, el 30 de diciembre de 1978 sedujo a un hombre al que condujo a su casa ubicada al norte de Londres. Después de tener sexo con él, temió que lo abandonara, y ante la perspectiva de quedarse solo, mientras éste dormía lo estranguló con una corbata. Convivió con el cadáver siete meses. Durante este tiempo, con maquillaje y

fragancias, intentó disimular la descomposición. Sin importarle el avanzado estado de putrefacción, constantemente Nilsen tuvo sexo con el cuerpo. El 11 de agosto quemó lo que quedaba del hombre. Entre 1980 y 1983, Nilsen asesinó a quince hombres más, la mayoría de las veces estrangulándolos, para posteriormente tratar de conservar sus cuerpos y mantener relaciones sexuales de todo tipo. Maquillaba y limpiaba a sus nuevos “compañeros”; pero la descomposición de los cuerpos era inevitable y tarde o temprano se tenía que deshacer con profundo dolor de sus amantes. En el Diccionario del crimen se afirma que siempre creyó que, a pesar de segarles la vida, su espíritu y personalidad se mantenían intactos, permaneciendo silenciosamente en los cuerpos inertes. Se deshacía de los restos quemándolos en el patio de su casa o arrojando partes por la cañería. Algunas de sus parejas sexuales no fueron agredidas, y en otras ocasiones se limitó a intentar estrangularlos para luego liberarlos e incluso curarlos.

Cañerías delatoras En febrero de 1983, un vecino de Nilsen, cansado de los continuos taponamientos de las cañerías y del mal olor, contrató a un fontanero para resolver el asunto. Aterrados, los dos sujetos descubrieron un tubo bloqueado por restos humanos. De inmediato alertaron a la policía. Al llegar la policía a la casa de Nilsen, él apenas regresaba del trabajo. Al reconocerlos, sin resistencia alguna confesó sus acciones con naturalidad indicándoles a los sorprendidos policías en qué parte de la casa tenía guardados los cuerpos descompuestos. En su defensa sólo dijo que lo había hecho para que esos hombres no lo abandonaran. También se descubrieron dibujos, diarios y poemas dedicados a los cadáveres de sus víctimas. Lo aterrador de leerlos es que en ellos nada es metáfora. El 11 de febrero comenzó el interrogatorio, que duró once días. Nilsen brindó a los agentes más de treinta horas de confesión. Apenas tuvieron que indagar, pues él mismo había trabajado como policía en periodo de pruebas y sabía de sobra cómo se desarrollaba un interrogatorio. Confesó con pesar (más por la separación de los cuerpos que por el asesinato en sí) que había asesinado a trece personas cuando vivía en la avenida Melrose y a tres más en su última residencia en Cranley Gardens. Durante el juicio, en cual Nilsen cambió de abogado tras negarse a aceptar el consejo de basar su defensa en un trastorno mental, fue condenado a cadena perpetua.

Henry Lee Lucas (1936-2001, Estados Unidos): El barón Münchausen del crimen Este texano en algún momento de su vida llegó a ser considerado el mayor asesino en serie de todos los tiempos. Estuvo a punto de convencer al mundo de que era el asesino más aterrador de la historia del crimen, situación que nos habría obligado a incluirlo en este libro como el número uno de los más peligrosos, pero nada de esto resultó ser cierto. No obstante, cometió horribles crímenes y su historia como uno de los asesinos más prolíficos aún continúa en la memoria popular.

Confesiones falsas Tras ser capturado en 1983, Henry Lee Lucas elaboró una detallada lista de crímenes que con el paso de los días de interrogatorio pasó de dos a setecientos homicidios. Estas confesiones le producían hondo placer, disfrutaba narrando a las autoridades cómo había violado, mutilado, canibalizado y torturado a sujetos de toda clase y edad. Fue así como Lucas llegó al primer lugar de las listas del crimen en serie. Pero cuando dijo haber participado en la matanza de Guyana (ocurrida el 18 de noviembre de 1978 y liderada por Jim Jones), sin saber siquiera dónde quedaba el país, argumentando ignorantemente que había llegado en carro, cuando equivocó datos precisos de diferentes crímenes y, fuera de esto, cuando se demostró que no había estado presente en ciertas ciudades donde había asegurado cometer varios asaltos, la investigación del FBI tomó otro rumbo. Las autoridades, que antes estaban entusiasmadas al haber encontrado al autor material de varios crímenes estadounidenses sin resolver, se dieron cuenta de que estaban frente a un mentiroso a quien al interrogarlo con la fórmula “¿Fue usted quien asesinó a.…?”, les había respondido simplemente: “Sí, yo fui”.

Una madre cruel La infancia de Lucas, transcurrida en una cabaña miserable en Blacksburg, Virginia, conforma un cuadro perturbador. Su madre, llamada Viola, era una prostituta que lo golpeaba y lo obligaba a vestirse de niña; su padre, Anderson Lucas, era alcohólico y resultó herido en un accidente ferroviario donde perdió las piernas. Ante la discapacidad de Anderson, Viola lo maltrataba y lo obligaba

a vender artículos en cualquier esquina; no tenía reparo en llevar a sus clientes a la casa ante la vista de todos. En 1959, Anderson se quedó dormido en un bosque aledaño a su vivienda y murió congelado. En la infancia, durante un juego peligroso con uno de sus nueve hermanos (la mayoría habían sido dados en adopción) recibió una herida de navaja en su ojo izquierdo. Viola no se apresuró a llevarlo a un hospital, razón por la que perdió el ojo y su párpado siempre lució caído. Henry nunca logró progresar socialmente, y se convirtió en vagabundo y alcohólico. Como otros asesinos, empezó con prácticas de zoofilia y tortura de animales; desde muy joven se convirtió en ladrón y pasó la mayoría de su adolescencia en reformatorios. Poco después de la muerte de su padre, Lucas, de 24 años, asesinó a su ya anciana madre de una puñalada en el cuello. Por este crimen estuvo en la cárcel y luego cuatro años en un centro psiquiátrico sometido a electrochoques. Aparentemente rehabilitado, salió libre en 1970. Vivió durante un tiempo con su hermana y el esposo de ésta; posteriormente se casó con una mujer madre de dos hijas adolescentes. Lucas abusó sexualmente de estas jóvenes. Abandonó el hogar, y en su auto viajó por varios estados. En 1976 conoció en un comedor social de Jacksonville, Florida, a Ottis Toole, otro vagabundo y alcohólico con tendencias sádicas y presa de fantasías perversas, con el que hizo dúo para delinquir y con el que también entabló una relación física. Vivían y dormían en autos y rara vez se bañaban; fingían ser dos simpáticos e inofensivos desadaptados. Lucas y Toole cometieron varios robos y violaciones. Toole era pirómano, así que junto con Lucas incendiaron la casa de un hombre anciano, y disfrutaron al verlo morir quemado. La pareja de amantes se fue a vivir en 1980 a casa de Toole, junto a su madre y a su sobrina Frieda Powell, Becky, de 15 años y con un retraso mental leve, quien se convirtió en su nuevo cómplice criminal. Becky golpeaba a la puerta de una casa y por supuesto los habitantes no sospechaban de una joven, así que abrían; de inmediato Toole y Lucas irrumpían para asaltar el lugar, robar y en ocasiones violar a las personas que se encontraban allí (Toole violaba a los hombres). En 1981 murió la madre de Toole, así que los tres fueron expulsados de la casa y empezaron a vivir transitando las carreteras interestatales. Henry tuvo una relación amorosa con Becky, lo que generó una fuerte discusión con Ottis que terminó en su ruptura definitiva. Lucas y Becky partieron al oeste del país. En Ringgold, Texas, consiguieron trabajo cuidando a una anciana llamada Kate Rich. La familia de la mujer pronto se alarmó al reconocer que Lucas y su novia

habían engañado a la solitaria anciana para robarle sus pertenencias, así que los expulsaron del lugar. Retornaron a la vida nómada hasta que conocieron a Rubén Moore, un pastor y contratista en reparación de techos. Moore les permitió vivir en su iglesia y le dio trabajo a Lucas. A mediados de 1982, Becky expresó con insistencia que deseaba a regresar al lado de su familia en Florida. Aunque molesto, Lucas accedió e iniciaron el viaje solicitando que algún auto los llevara. El 23 de agosto de 1982 discutieron en medio de la carretera. Becky le propinó un golpe en la cara, ante lo cual Henry le clavó un cuchillo a la joven en el pecho. Luego violó el cadáver. Posteriormente visitó a la señora Rich, su anterior empleadora, a la cual también asesinó. Estos dos homicidios permitieron su captura, paralela a la de Toole. Luego vino todo el asunto de las falsas confesiones en las que Henry llegó a afirmar absurdamente que había matado en Japón y España. Finalmente, fue procesado por diez crímenes. En una entrevista concedida en 1985 sostuvo que tan sólo había matado a su madre, a Becky y a la señora Rich. Ottis Toole fue encontrado culpable de cuatro homicidios (uno en complicidad con Lucas, el del incendio de la casa del anciano) y fue condenado a morir, pero su pena se cambió a prisión perpetua. Igual ocurrió con Lucas, cuya sentencia de muerte se fijó para 1988, pero fue aplazada a última hora; posteriormente se conmutó a cadena perpetua. Toole murió de cirrosis hepática en 1996, y Lucas, de un paro cardíaco en el 2001. Según El Diccionario del crimen, en el argot del crimen se habla de Lucas como el barón Münchausen del crimen serial, debido a su capacidad de inventar y crear historias fantásticas de su pasado criminal.

Manuel Delgado Villegas (1943-1998, España): El golpe fatal Manuel Delgado, atlético y orgulloso de parecerse al popular Cantinflas, incluido el bigotito que caracterizaba a este personaje, una vez instruido en las artes marciales se dio a la tarea de golpear a personas desvalidas hasta matarlas, y a violar jóvenes con retraso mental. Es conocido en su natal España como el Estrangulador del Puerto. También fue llamado el Arropiero (su padre vendía arrope, una especie de mermelada a base de higo). Es considerado el peor asesino de la historia criminal española.

Golpe mortal

Su madre, que tenía 24 años, murió al darlo a luz. Manuel y su única hermana, Joaquina, fueron criados por su abuela. Aunque fue matriculado en la escuela, nunca logró aprender a leer ni a escribir. Creció en condiciones de humildad y rechazo. En 1961 Delgado ingresó en la Legión Española, donde aprendió un golpe mortal de karate que le ayudó en su carrera criminal. Poco después desertó del Ejército y viajó por España, Italia y Francia, dejando tras de sí un rastro de víctimas. Atacó principalmente a personas indefensas como expresión de su resentimiento por ser un total perdedor. Cometió el primero de sus asesinatos comprobados en Cataluña el 21 de enero de 1964, en la playa de Llorach (Garraf): le destrozó el cráneo con una piedra a un hombre de 49 años. Su segundo crimen (20 de junio de 1967) fue el homicidio de una estudiante francesa de 21 años y después violó el cadáver. Luego mató a Venancio Hernández Carrasco con el golpe de karate el 20 de julio de 1968. El cuarto asesinato ocurrió en Barcelona, el 5 de abril de 1969; esta vez mató a un conocido que se negó a prestarle dinero. El 23 de noviembre asesinó con un ladrillo a una mujer mayor, y de nuevo cometió necrofilia. El 3 de diciembre de 1970 asesinó a un amigo con el golpe de karate, presumiblemente por hacerle propuestas sexuales. En el último crimen conocido estranguló a su propia novia, Antonia Rodríguez, una mujer de 38 años con discapacidad mental. La condujo en una moto a un lugar apartado donde la estranguló mientras tenían sexo. Delgado fue detenido el 18 de enero de 1971 en el puerto de Santa María. Se le impugnaron siete homicidios, estuvo en prisión preventiva por siete años. Nunca se lo procesó, ya que fue declarado demente. Sólo en 1978 la Audiencia Nacional ordenó que fuera recluido en un centro psiquiátrico. Según el Diccionario del crimen, desde que fue detenido suplicó ser curado de una enfermedad que lo obligaba a matar. En las pruebas médicas se le detectó el cromosoma XYY, que en la época se creía el factor determinante de la criminalidad, teoría que siempre ha sido puesta en duda, ya que muchos individuos con esta característica genética no han dado evidencia de comportamientos violentos e incluso su desarrollo sexual es normal, si puede incidir en el desarrollo cognitivo. Delgado pasó los últimos años de su vida internado en el hospital psiquiátrico de Santa Coloma de Gramanet (Barcelona), de donde podía salir a pasear libremente. Falleció en 1998, víctima de una afección pulmonar producto de su compulsión por fumar.

Parejas asesinas ‘’ La unión hace la fuerza’’, frase de cajón que para el siguiente archivo resulta macabra. A continuación, los Mike y Mallory Knox (Natural Born Killers) de la vida real: parejas heterosexuales que se han apoyado en planes de asesinato en nombre del amor; perversas relaciones unidas por el placer de eliminar a otros, uniones basadas en pruebas de poder en las que un sujeto se ve en la tarea de conseguirle víctimas a su compañero para demostrarle lealtad. La combinación del romance y la violencia propios de las historias de parejas criminales hacen parte del imaginario popular y se han fortalecido gracias al cine. La historia de los jóvenes estadounidenses Bonnie Parker y Clyde Barrow, asaltantes de bancos, tiendas y gasolinera de principios de los años treinta, es probablemente la imagen popular más conocida de una pareja criminal. No obstante, las historias que conoceremos a continuación están muy lejos de ser poéticas y melodramáticas, y, por el contrario, nos muestran cómo la maldad puede crecer exponencialmente a partir del encuentro de dos almas ansiosas de sangre. Las parejas homicidas se conforman ya sea a partir de un sujeto dominante que seduce o arrastra a su contraparte hacia el lado oscuro, o a través de la azarosa reunión de dos mentes psicopáticas que encuentran entre sí la fuerza para matar. En las siguientes historias, ya sean parejas que el destino oscuramente unió para desatar una fuerza incontenible o que nacieron de un juego de manipulación, resulta indudable que ambas partes fueron igual de responsables por sus terribles actos.

Martha Beck (1921-1951, Estados Unidos) y Raymond Martínez Fernández (1916-1951, Hawái, de padres españoles): El Club de los Corazones Solitarios Sin duda, una pareja dispareja en lo que respecta al físico, ella pesaba más de 100 kilos y él era un menudito hispano de unos cuantos kilos, con aires de galán; pero en cuanto a la pasión por el crimen eran el uno para el otro.

Corazones rotos

Martha Beck tuvo una madre dominante y represiva. Una enfermedad glandular le provocó un aumento de peso excesivo y un desarrollo sexual muy prematuro. Fue víctima de burlas y de acoso de hombres mayores. Su desarrollo emocional en la adolescencia se complicó debido al aislamiento y a su sensación de fealdad. A los 22 años Martha aprobó los exámenes de enfermera en una escuela de Pensacola, Florida, pero no logró que la admitieran en ningún hospital. Finalmente, trabajó en un servicio de pompas fúnebres donde lavaba y amortajaba los cadáveres. Pasaba su tiempo libre leyendo revistas del corazón. Martha se trasladó a California. Allí por fin encontró trabajó en un hospital. Se dedicó a acosar a los hombres que esperaban en las paradas de autobús; quedó embarazada de uno de estos extraños que aceptó su proposición. La unión terminó cuando el hombre intentó suicidarse y Martha sufrió un colapso nervioso. Al volver a Pensacola, mintió a su familia y a sus amigos: dijo que se había casado con un oficial de la Marina que había muerto en la guerra. Después de dar a luz a su hijo en 1944, trabajó en el hospital en el que había nacido el pequeño. El 13 de diciembre de ese mismo año se casó con un conductor de autobús llamado Alfred Beck, pero seis meses después, cuando estaba embarazada de nuevo, Martha pidió el divorcio. El 15 de febrero de 1946, ella comenzó a prestar servicio en la residencia para niños minusválidos de Pensacola y fue nombrada directora. Después de dar a luz, Martha bebía licor y comía compulsivamente. En noviembre un conocido del trabajo le hizo una broma y escribió en su nombre al Club de Corazones Solitarios de Nueva York, solicitando ser inscrita. De esta manera Raymond llegó a su vida en 1947 en Pensacola.

La escotilla El Diccionario Espasa de Asesinos nos cuenta que Raymond Fernández era hijo de padres españoles (vivió en España entre 1932 y 1945). Se casó y tuvo cuatro hijos. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó para el Servicio de Inteligencia Británico. Al acabar la guerra decidió regresar solo a los Estados Unidos. Hasta entonces era un tipo aparentemente normal, pero en la travesía de vuelta recibió un golpe en la cabeza con una escotilla que se soltó en cubierta; se ha especulado que este golpe fue el que dañó su cerebro y desencadenó una conducta antisocial. Estuvo preso en Tallahassee, Florida, por contrabando. En la cárcel se interesó por la magia negra y el vudú, y se convenció de tener poderes telepáticos con los

que sería irresistible para el género femenino. Por coincidencia, el Tribunal de su caso lo liberó; Raymond creyó que en efecto era un adivino. En 1947 se hizo amante de una mujer llamada Lucilla Thompson, con la cual viajó a España; allí tuvo el descaro de presentarle a su primera esposa. Thompson aguantó la situación de bigamia unos días, pero pronto explotó. Al parecer Raymond la envenenó. En diciembre de 1947 regresó a Nueva York y con documentos falsos reclamó a la familia de Lucilla su dinero y se instaló en la casa de la compungida madre. Desde este momento en adelante, Fernández se dedicó a seducir a varias mujeres, especialmente mayores, a las que robó su dinero y sus joyas. Para conocer a sus víctimas utilizaba el método de poner anuncios en la sección Corazones Solitarios de las revistas y periódicos de la época. Martha Beck era una de sus posibles presas. Una vez la sedujo, y después de un corto romance, al descubrir que ella no tenía dinero, la rechazó. Martha intentó suicidarse. Por medio de cartas le insistió en volver a ser su amante. La última medida desesperada fue seguirlo a Nueva York, acompañada de sus dos hijos. Una vez reunidos, Raymond le confesó que era un gigoló estafador, pero ella estaba tan obsesionada que no le importó y le propuso ser su socia incondicional. Ante el reproche de Raymond por no venir sola, dejó a sus pequeños en casa de su madre y nunca los volvió a buscar.

Socios del crimen Martha se entusiasmó con la idea de ser cómplice de Raymond estafando mujeres; juntos idearon un plan en el que haciéndose pasar por hermanos contactarían a posibles candidatas para contraer matrimonio con Raymond; una vez seducidas, las matarían para apoderarse de su dinero. La primera mujer en caer en la trampa notó que la relación entre Raymond y Martha iba más allá de ser hermanos y ante la insistencia de éste de firmar pólizas de seguros huyó de su lado. La siguiente víctima fue Myrtle Young, de Greene Forrest, Arkansas. Durante la luna de miel, la anciana mujer protestó por la presencia de la “hermana” de su nuevo esposo. Martha, enloquecida de celos, insultó a la mujer. Raymond logró quitarle unos pocos dólares y después la abandonó. La mujer murió posteriormente de una hemorragia cerebral. Luego siguió una mujer de 60 años, Janet Fay, a quien Raymond sedujo para quitarle el dinero; siguiendo el modus operandi, se trasladó a casa de la mujer acompañado por Martha, que en esta ocasión no fue tan paciente y mató a la mujer con un martillo. Finalmente, los Asesinos de la Luna de Miel, como los

llamaron en la prensa y en el cine, pusieron la misma trampa a Delphine Downing, una viuda de 41 años que vivía en Grand Rapids, Michigan, con su hija de dos años. Este crimen fue aún más siniestro, Raymond le disparó a Delphine con un arma propiedad de su difunto esposo. Poco después Martha ahogó en la alberca a la niña. La investigación policial de la desaparición de la señora Downing condujo a la detención de la pareja. En su última casa se encontraron los cuerpos cubiertos con cemento. Se presume que la pareja cometió más crímenes. Ambos fueron ejecutados en la silla eléctrica el 8 de marzo de 1951 en la cárcel de Sing Sing. Antes de morir mantuvieron correspondencia en la que se juraban amor eterno.

Ian Brady (1938, Escocia) y Myra Hindley (1942-2002, Inglaterra): Los asesinos de los bosques de Moors Este caso es la patética demostración de la influencia nociva que puede llegar a tener un sujeto sobre otro en una relación sentimental. Ian, con sus ideas dementes de poder, destruyó la conciencia de la puritana Myra y la convirtió en cómplice de cinco horribles crímenes. Myra cedió a la manipulación y, por consiguiente, a permitir que su propia maldad la dominara.

Love story Como en una típica historia de amor, Myra Hindley, joven puritana de 19 años, aburrida de los hombres mediocres e idiotas de su comunidad, conoció al amor de su vida por avatares del destino. En 1962 ella era una muchacha de clase media de Manchester, preocupada por su aspecto y por encontrar un buen hombre como esposo. Era inteligente y había estudiado en la Ryder Brow Secondary Modern School, donde era considerada una buena alumna, atleta, buena redactora y responsable. Todos los sujetos que cruzaban por su vida eran un verdadero fiasco; hasta que por fin apareció el para ella magnífico Ian Brady, motociclista vestido a lo Elvis dispuesto a desafiar al mundo con su arrogancia. El lugar del encuentro fue una empresa de transporte de mercancía; Ian organizaba los despachos y Myra era mecanógrafa. El destino tendió una de sus trampas y reunió al hermoso cruel con la bella ingenua, desatando un nuevo episodio del eterno combate entre el bien y

el mal, para confirmar el fastidioso triunfo del segundo. Myra cayó rendida a los pies del sombrío rebelde, un Elvis a lo escocés. En su diario personal ella registró de manera inocente la evolución romántica de la relación con Ian. Poco a poco su aspecto físico fue cambiando, para hacerse más acorde con el estilo de Ian: la ropa de cuero negro y el cabello rubio transformaron su imagen inocente en furiosa y peligrosa gata. Myra se llevó a vivir a Ian a la casa de su abuela.

Malas influencias La obsesión de Ian con el mundo nazi pronto invadió la esfera mental de Myra; creyó ver en la cruel seudofilosofía política de su novio una verdad nunca revelada. Después de presentarle a Hitler, Ian trajo a la vida de Myra al ilustre marqués de Sade, que con el tiempo se convertiría en guía sexual de cabecera de la pareja. Myra consideraba a Ian un iluminado; por él creyó entender que “Dios había muerto” y que en la crueldad y la maldad estaban las únicas verdades del hombre. Después de leer Mi lucha y otros libros sobre el exterminio judío, Myra estaba lista para el paso siguiente. En el libro Crimes and Trials of the Century se explica que con el paso del tiempo Myra pasó de aceptar las perversiones sexuales de su novio -que incluían sexo anal, masturbación con objetos, sesiones fotográficas de tono sadomasoquista, etc.- a conseguirle víctimas para sus más enfermos deseos. Ya no quedaba mucho de la buena Myra del pasado, así que, aunque un poco temerosa, pronto encontró víctimas para el proyecto homicida de su amado. La primera, el 12 de julio de 1963, fue Pauline Reade, una joven de 16 años, conocida de Myra, a la cual interceptó en la calle y con una disculpa ingenua logró que la acompañara a buscar un guante perdido. Montaron en la camioneta de Ian, se alejaron a la desierta zona de los brezales o campos de Moors. Allí Ian procedió a violar y luego estrangular a la joven. El 23 de noviembre Ian mató a John Kilbride, de 12 años, igualmente engañado por Myra. Enterraron su cuerpo en los campos de Moors, cerca de la anterior víctima. Siete meses después, en junio, vino el asesinato de Keith Bennet, de 12 años, y seis meses después, el más horripilante de todos, el de Lesley Ann Downey, de apenas 10 años. La participación de Myra en este último episodio no se limitó al secuestro, pues grabaciones de audio registraron su presencia en la escena de muerte de la pequeña, donde su voz suplicante estremeció a los jurados del caso. Los asesinos también tomaron fotos escalofriantes antes de matarla (este

material fue encontrado en un casillero de la estación de ferrocarriles de Manchester).

Un nuevo socio para el mal En 1964 Ian quiso vincular a su grupo a David Smith, casado recientemente con la hermana de Myra; Smith, de apenas 16 años, se dejó influir rápidamente por las ideas destructivas de Ian. Al año siguiente, el 6 de octubre de 1965, Ian consideró que David ya estaba lo suficientemente dominado por su pensamiento como para hacer parte de un homicidio. Ian preparó un espectáculo de muerte esperando fascinar al joven; trajo a casa a un sujeto homosexual de 27 años, y en frente de Myra y David lo ahorcó y después cortó el cuerpo con un hacha. David, que había fanfarroneado con ser un chico malo, no daba crédito a lo visto. Temiendo por su vida, guardó falsa compostura, se marchó a su casa y dio aviso a la policía. Denunció a la pareja, la cual de inmediato fue encarcelada y procesada por este último crimen. La policía confiscó todas las pertenencias de la pareja, entre ellas el diario de Myra, en el cual encontró datos sobre crímenes anteriores. La pareja se unió en la negativa de aceptar culpabilidad en otros asesinatos. La policía, al no tener cuerpos para probar los crímenes, se dio a la tarea de levantar toda la tierra posible de los campos de Moors. La grabación de audio de la muerte de Lesley Ann Downey sirvió de prueba.

Amor inquebrantable Durante los primeros años en prisión y mientras esperaban el desarrollo de las investigaciones, la pareja se mantuvo unida por cartas; su supuesto amor parecía unirlos a toda costa. Brady intentó hacer creer a las autoridades que su novia era inocente. Myra al principio recibió con felicidad el gesto heroico de Ian, pero algo en su ego había cambiado; al notar que el mundo la miraba con lástima, comentando que era una simple víctima más del cruel Ian, empezó a insistir en que ella había sido parte activa de los planes y entonces dio más información sobre los asesinatos ulteriores. Inglaterra entera afianzó su odio contra Myra. La mujer, al reaccionar y entender que sus revelaciones la habían hundido, intentó echarse para atrás y culpar decididamente a su novio y mostrarse como víctima; ante lo cual Ian respondió señalando al mundo que ella efectivamente era cómplice de los crímenes. El

padre de una de las víctimas quiso matar a Ian durante los juicios.

Crímenes ocultos Sólo hasta 1985 Brady confesó los asesinatos de Pauline Reade y Keith Bennet. De nuevo, los campos de Saddleworth se levantaron en busca de los dos cuerpos. En 1987 se halló el de Pauline, pero nunca el de Bennet. El odio colectivo contra Myra Hindley aumentó, ya que había intentado convencer a la nación de haber sido sometida psicológicamente por su novio y ahora resultaba que había ocultado otros dos horrendos crímenes. Ian Bradley fue condenado a cadena perpetua al ser encontrado culpable de dos asesinatos premeditados; sin embargo, su estado mental se deterioró tanto que fue trasladado a un centro psiquiátrico. Su lenguaje se tornó incoherente, hasta el punto de perder contacto con el mundo. La sentencia de Myra estuvo bajo la mirada atenta del público, hasta la reina de Inglaterra exigió severidad en la pena impuesta. A pesar de no haber participado directamente en los asesinatos, su complicidad en el secuestro y, en la posterior tortura de los jóvenes permitieron que recibiera cadena perpetua. Su historia no termina ahí; años después de estar en prisión, Myra se hizo amante de una guardiana, llegaron a tener contactos sexuales y casi logra escapar con la ayuda de ésta. En 1985, tras 19 años en prisión, Ian fue declarado mentalmente insano y enviado al hospital psiquiátrico de Broadmoor. Actualmente se encuentra en el hospital de Ashworth (Liverpool, Merseyside, Inglaterra). Ha intentado suicidarse varias veces e incluso ha hecho huelgas de hambre. Hasta el final de sus días Myra insistió en su inocencia y en la absurda influencia de Ian en su vida, siempre a la espera de quedar en libertad. Murió como consecuencia de una enfermedad pulmonar a la edad de 64 años.

Charles Starkweather (1939-1959, Estados Unidos) y Caril Ann Fugate (1943, Estados Unidos): “Después de lo de Charlie quiero ser una buena ama de casa” El 30 de noviembre de 1957 el joven Charles Starkweather, recolector de basura, peinado y vestido al estilo James Dean, quiso comprar a crédito un muñeco de peluche para su novia Caril, de 14 años. El vendedor se negó a la propuesta. Al día siguiente, Charles, armado con la escopeta robada a un primo, regresó al

local y lo asaltó; tomó todo el dinero de la caja, se marchó con el vendedor y lo condujo en su auto a un lugar apartado. Una vez allí, le disparó. Al recibir el muñeco Caril no sabía que estaba frente a una prueba extrema de amor.

Carretera de la perdición Michael Newton, en su libro Waste Land, explica que días después del asesinato del almacén de regalos, por el cual la policía no obtuvo pistas claras, el “rebelde sin causa” Charles Starkweather visitó la casa de su novia Caril Ann Fugate (ella presumiblemente estaba ausente en ese momento), ubicada en un sector deprimido de Lincoln, Nebraska. Su plan inicial era salir de cacería con el padrastro de Caril, pero al parecer éste había discutido con la madre de ella. Charles explotó de nuevo y les disparó con un rifle a la mujer y al hombre. Preso de la ira, golpeó con el arma a la hermanastra de su novia, de apenas dos años de edad, y luego la apuñaló. Para él estos crímenes eran un gesto de amor con el que liberaba a su chica de la opresión de su madre y su padrastro. Caril regresó a casa, y tras conocer lo ocurrido, en vez de huir o alertar a la policía, se aferró a su novio. Escondieron los cuerpos envueltos en sábanas en el establo de la casa. La pareja pasó varios días en la casa haciendo el amor y viendo la televisión. A varios visitantes de la familia, incluida la abuela de Caril, la joven les informó que la familia tenía gripe y que era mejor que se fueran. Una vez se les agotó la comida y cuando el olor de los cuerpos se hizo insoportable, decidieron huir en el auto de los padres. Tomaron el dinero de la casa y una pistola. Inicialmente se refugiaron en la granja de August Meyer, un amigo de la familia de Starkweather, a quien al día siguiente Charles asesinó con un disparo en la cabeza. En la huida del lugar, el carro quedó atascado en una zanja. Robert Jensen y Carol King, una pareja de 17 y 16 años, respectivamente, intentaron ayudarlos. Charles los encañonó y los condujo al sótano de la vivienda de Meyer y luego los mató a tiros. La responsabilidad y participación de Caril en estos crímenes no se conoce con claridad; Carol King presentó unas heridas en el vientre con arma blanca que presumiblemente le propició la joven. La pareja regresó a Lincoln en el coche de Jensen, pero ante la cacería policial que se había desatado, huyeron de nuevo. Charles compró municiones para sus armas. Salieron de la ciudad y se dirigieron rumbo al oeste. El hermano de Charles vivía en Washington, a unos 500 kilómetros de distancia, así que creyeron que allí estarían a salvo. En el camino, el martes 28 de enero, se detuvieron en una casa lujosa que resultó

ser propiedad de C. Lauer Ward, un industrial amigo del gobernador. Asaltaron el hogar, Charles amarró a la esposa de Ward y a su empleada doméstica. Esperó que Ward regresara a casa, y cuando éste llegó, le disparó. Carol apuñaló a las mujeres. Robaron todo el dinero encontrado, se cambiaron de ropa y reemprendieron la huida.

Malas Tierras Tras encontrar los cuerpos en la mansión Ward, el gobernador movilizó a toda la policía y al FBI del estado para atrapar a los asesinos. El 29 de enero de 1958 la pareja se dirigió a las Badlands (“Malas Tierras”), en el estado de Wyoming (el lugar se conocía así por ser en el pasado el habitual refugio de bandidos). Alrededor del mediodía arribaron a la ciudad de Douglas; en la radio escucharon que su auto había sido identificado por la policía. A continuación, Starkweather le disparó en la cabeza a un hombre que estaba aparcado en su auto. Dispusieron su cadáver en el puesto junto al conductor; Caril se sentó en la parte de atrás. Charles no logró encender el carro. Otro vehículo se detuvo para auxiliarlos. Starkweather le apuntó con su pistola al conductor, pero éste se resistió y forcejeo con él. Un ayudante del sheriff de Wyoming que pasaba por allí intervino. Caril salió del coche gritando que el hombre armado era Charlie Starkweather y que era un asesino. Starkweather huyó en el otro auto; pero pronto fue interceptado por varias patrullas de la policía.

Amor tras las rejas Una vez en prisión y procesados por separado, se puso en tela de juicio la participación de Caril en las acciones de su novio. La antes feliz pareja empezó una disputa por el grado de culpabilidad de cada uno en los crímenes. La joven, viendo que podía ser condenada a la pena capital, insistió en su inocencia. Argumentó, entre lágrimas y el apoyo de su familia, que había sido persuadida y manipulada por su novio, y que si lo había acompañado era porque temía por su vida. Ante estos argumentos, Charles se defendió, y esgrimió entonces que, tras descubrir los primeros asesinatos, la “inocente” Caril le preparó un sándwich sin inmutarse ante la escena de terror y luego vio con él televisión abrazándolo tiernamente; también afirmó que mientras que él descuartizaba los cuerpos para desaparecerlos, ella veía tranquilamente sus programas favoritos.

Charles insistió en que Caril era la que recargaba el rifle y que de vez en cuando le sugería matar a ciertas personas e incluso había apuñalado a las mujeres. Caril contraatacó, dramatizó ante el jurado y ante las cámaras de televisión, que seguían su historia paso a paso, el rol de una jovencita asustada y presa del pánico. Pero en una entrevista seguida por todo el país, apareció vestida más como una mujer mayor que como una adolescente ingenua. Dejó entrever un fuerte y astuto carácter que se contradecía con la figura de la niñita engañada que había representado al inicio del proceso. Al final de nada le sirvieron sus lloriqueos y fue condenada a prisión perpetua. Después de varias apelaciones, Starkweather fue ejecutado en la silla eléctrica el 24 de junio de 1959. Caril fue ingresada al reformatorio de York, en Nebraska, para cumplir su condena. Fue una presa modelo, que incluso completó sus estudios. Salió en libertad condicional en 1976. Su primera declaración a la prensa, ya con aires de mujer mayor, fue: “Yo sólo quiero ser una dedicada y buena ama de casa”.

Douglas Daniel Clark (1959, Estados Unidos; a la espera de ser ejecutado) y Carol Mary Bundy (19472003, Estados Unidos): Los fans de Ted En esta historia, a pesar de que el papel del hombre también fue dominante, la mujer no tuvo un rol tan pasivo como en los casos anteriores (de hecho, era 12 años mayor que él). Douglas y Carol se declararon fans del asesino Ted Bundy, aunque el apellido de la mujer no tiene nada que ver con él. Su unión se consumó en un pacto de sangre para matar por placer.

Colecciones Douglas Clark, operario en una fábrica de jabón, y Carol, enfermera, se conocieron en 1980 en Los Ángeles. Carol se quejaba de que su vida era aburrida, así que él decidió transformarle la vida inmiscuyendola primero en prácticas sexuales perversas y después en crueles homicidios. Según Peter Vronsky en su libro Female Serial Killers: How and Why Women Become Monsters, Carol aceptó ayudar a conseguirle víctimas a Clark para no ser abandonada por él; su baja autoestima era tal que prefirió participar en homicidios que ser rechazada. Decidida a entrar en su perverso plan, Carol acompañaba a Clark en su auto y

recogían en la calle a prostitutas rubias, el gusto preferido de Douglas. Mientras éstas le practicaban sexo oral a su compañero, Carol le entregaba una pistola y Clark les disparaba en la nuca. En total Carol fue cómplice de diez asesinatos. Clark mutilaba posteriormente los cuerpos e incluso copulaba con los cadáveres de las víctimas. Bundy disfrutaba del horror: jugaba con las cabezas decapitadas de las mujeres y las maquillaba como si fueran muñecas Barbies; también las coleccionaba dentro de una nevera. Además de ser admirador de Ted Bundy, Clark deseaba que sus crímenes fueran reconocidos por los medios. La prensa lo denominó The Sunset Slayer y él mismo inventó un apodo para sí: The King of the One-Night Stands. Carol se reunió con John Robert Murray, un ex novio, con quien tomó unas copas; una vez afectada por el licor le soltó todos los detalles de su vida secreta al lado de Douglas. Murray, alarmado, amenazó con avisar a la policía. Carol de inmediato trató de desmentir el relato, pero su amigo no quedó convencido. Un par de días después, Carol, temiendo ser delatada por Murray, le contó a Douglas lo sucedido; de inmediato fueron a eliminar a John. Ella misma se encargó de silenciarlo con un disparo en la cabeza. Douglas decapitó el cuerpo y se llevó la cabeza para evitar la investigación balística. A continuación, Carol entró en un profundo estado depresivo y nuevamente contó sus atroces actos a una enfermera, compañera de trabajo, que a diferencia de John se comunicó de inmediato con la policía. Carol fue arrestada y en su apartamento se encontraron fotografías de las mujeres asesinadas y de las orgías de sangre con Clark. La investigación posterior permitió establecer que antes de la relación con Carol, Clark podía haber asesinado a varias mujeres. Bundy aceptó su participación en varios de los asaltos y homicidios, y se atribuyó el crimen de John Murray, por el que recibió 52 años en prisión. Falleció por insuficiencia cardíaca en el 2003. Clark fue condenado a la pena de muerte.

Cameron Hooker (1953, Estados Unidos) y Janice Hooker (1958, Estados Unidos): Pareja busca esclava por contrato Para sus vecinos, los Hooker eran el matrimonio perfecto. Cuando llevaban cerca de dos años de casados, Cameron le expresó a Janice, su joven y tímida mujer, que no se sentía pleno en su vida sexual, así que deseaba tener una esclava sexual, todo esto bajo su consentimiento y aprobación. Este caso (que

incluso no implicó homicidio y sólo presentó una víctima) no se enmarca como asesinato en serie, pero la personalidad psicopática de sus perpetradores y la maldad que ellos ejercieron sobre un ser humano lo asimilan a los peores crímenes de este tipo. Como esclavistas sexuales, los Hooker fueron asesinos del alma de una mujer.

Contrato infernal El 19 de mayo de 1977, Colleen Jean Stan, de 20 años, fue recogida en la carretera, en algún punto entre Oregon y el norte de California, por el matrimonio Hooker. ¿Cómo sospechar de una pareja de esposos que además llevaban consigo a un pequeño bebé? Ante la visión del pequeño, Collen abordó el auto confiada. No sabía que había iniciado la peor pesadilla de su vida. En el Diccionario del crimen se describe cómo Hooker mediante torturas físicas y psicológicas convirtió a la joven Collen en su esclava sexual por más de seis años. Su esposa siempre estuvo de acuerdo; aceptó todo tipo de perversiones por parte de su marido y no intercedió en favor de la joven. Sólo le exigió que no la penetrara. Cameron encerró a Collin en una trampa de madera diseñada por él mismo, dispuesta cerca de su cama. Sólo la dejaba salir de la estrecha caja por breves momentos durante el día. Azotes con látigo y descargas de electricidad eran algunos de los castigos que le propiciaba periódicamente. Hooker le hizo firmar a Collen un supuesto contrato de una empresa que le garantizaba que ella era su esclava. La joven, presa de la irrealidad producto de las continuas agresiones, creyó tal absurdo y firmó el documento. En el texto Hooker exigía que Collen estuviera siempre desnuda y disponible, con las piernas separadas en presencia del amo. Cuando él exclamara “¡Atención!”, ella debía ponerse de puntillas y levantar las manos. En 1981, Hooker adquirió un poder total sobre la personalidad de Collen, hasta el punto de llevarla a visitar a sus padres para que los tranquilara sobre su paradero; era tal el control sobre su espíritu que durante el encuentro con su familia Collen no intentó escapar ni comunicar a sus padres lo que sucedía, estaba convencida de que le pertenecía a Hooker y debía guardar el secreto de su extraña relación; además, él la convenció de que la “organización” vigilaba todos sus movimientos y cualquier intento de rebelión sería detectado y, por supuesto, castigado. Excepto por exclamaciones de los padres de la joven sobre su delgadez, la visita transcurrió normalmente. Collen regresó a su casa-prisión junto con su “amo” por tres años más.

Sueños de libertad En 1984, Janice, molesta y celosa porque su esposo había tenido sexo con Collen, le explicó a la joven que la “Agencia de Esclavas” era una total mentira. Después de convencerla de que se marchara, la hizo jurar que no contaría nada de lo ocurrido. Otra versión de lo ocurrido hace referencia a que Janice sintió que la esclavitud iba en contra de sus principios religiosos, así que pidió a Cameron que terminara el asunto y matara a Collen, éste se negó y entonces ella decidió liberar a Collen. Lo único cierto es que Collen huyó de la casa para regresar junto a sus padres. Janice también se marchó de la casa, pero regresó semanas después al lado de Cameron. La psiquis de Collin, totalmente quebrada por el abuso, estaba desconectada de cualquier principio de realidad, así que tuvo que pasar casi un año para que comunicara la agresión que había sufrido. Janice empezó a salir de la alienación y contó lo ocurrido a la recepcionista de un médico al que pidió consulta; esta mujer, aterrorizada por la historia, la remitió al pastor de la localidad y éste, a su vez, a la policía. En ese momento empezó la investigación por esclavismo y violación contra los Hooker. Al ser arrestados los Hooker, el proceso legal se complicó debido a que el abogado defensor alegó que Collen no estaba encerrada contra su voluntad, explicó que ella había sido “liberada” en repetidas ocasiones y de igual manera había regresado al lado de Cameron por voluntad propia. Insistió en que el amor y la obsesión por él eran la verdadera causa de la dependencia de Collen. Los psicólogos de la defensa lograron demostrar el abuso y el lavado de cerebro al que habían sometido a la prisionera. Las fotografías de los dispositivos de tortura y la caja en la que la mujer era encerrada encontradas en casa de los Hooker fueron evidencias definitivas para mostrar al jurado el infierno que tuvo que pasar Collen. La indiferencia de Janice frente al sufrimiento de la víctima, así como su extraño sistema moral, la hicieron igualmente responsable del crimen. La justicia triunfó al final: los Hooker fueron condenados a 104 años de prisión.

Doctores de la muerte Los médicos y científicos nazis, como el famoso Ángel de la Muerte, Josef Mengele, no han sido los únicos que se han valido de la profesión para su propio placer perverso. A continuación, conoceremos terroríficas historias de hombres de ciencia que traicionaron el juramento de Hipócrates y eliminaron a sus pacientes por motivaciones de poder y control. Algunos casos sugerirán eutanasia, pero no se confundan: estamos ante mentes enfermas que han preferido extinguir una vida a salvarla, que han confundido su deber de salvar vidas por el de tomarlas, encontrando placer e incluso beneficio económico o simplemente una gélida indiferencia frente al valor de la existencia humana. Sin duda lo peor de la historia de estos psicópatas es la evidencia de que el benéfico disfraz de agentes del bien les permitió pasar inadvertidos durante mucho tiempo, de ahí que estén entre los asesinos en serie más prolíficos. Médicos titulados, otros empíricos o con títulos falsos e incluso enfermeros constituyen este capítulo donde la vulnerabilidad de las víctimas fue total. El popular doctor Hannibal Lecter (psiquiatra), creado por Thomas Harris en sus novelas, sin duda es una suma de todos estos sorprendentes perfiles y con seguridad también su maldad se queda corta ante las historias reales de estos personajes.

John Bodkins Adams (1899-1983, Irlanda): Dr. Dealer De antemano aclaremos que el doctor John Bodkins Adams, de origen irlandés, murió de viejo por causa natural, millonario y, excepto por una breve suspensión de su licencia, sin sufrir castigo alguno.

Enigma médico Adams estudió medicina en la Universidad de Belfast desde 1916. Comenzó a trabajar en 1922 en Eastbourne, Inglaterra. Jamás se supo el número exacto de víctimas asesinadas por el doctor John Bodkins Adams; se sospechó de una docena y se llegó a especular que sobrepasaron el centenar. Fue médico durante más de 35 años en Eastbourne,

Sussex, tiempo en el que se desempeñó de manera activa y gozó de excelente reputación entre sus pacientes, casi todos de clase alta y adultos mayores. Aunque regordete y bajito, resultaba atractivo para las millonarias ancianas de la población. Al parecer a nadie le molestaba que más de 130 pacientes le hubieran dejado cuantiosas herencias o que algunos de ellos hubieran iniciado un tratamiento para una simple gripe, pero hubieran muerto a las pocas semanas, diagnosticados por hemorragias cerebrales. La muerte de la anciana Edith Morrell, ocurrida en 1951, fue el único caso por el que se lo procesó, pero absurdamente salió libre de toda culpa. El juicio tuvo lugar en 1957. Su abogado defensor puso en ridículo a la fiscalía desviando las pruebas que sugerían que el médico había suministrado altas dosis de morfina a su paciente con el fin de matarla para asegurarse su dinero. No se pudo practicar una segunda autopsia porque el cuerpo había sido cremado. Sin duda, los investigadores que querían la cabeza de Adams no se equivocaron de caso para detener al siniestro galeno; detrás del crimen de la señora Morrel tenían pruebas más contundentes sobre otros crímenes perpetrados por el médico, incluso habían exhumado cadáveres de pacientes erróneamente diagnosticados por él, pero nunca pudieron llevar al estrado estos casos. Adams fue declarado inocente de todo cargo.

Morfina El historial médico de Adams es aterrador al parecer su modus operandi más típico era enganchar a sus pacientes al consumo de morfina, y una vez adictos le suministraba la droga a cambio de grandes beneficios en sus testamentos; con el tiempo le resultaba muy fácil darles una dosis letal. Otras muertes fueron más crueles; al parecer dejó morir a una anciana por pulmonía desvistiéndola y abriendo de par en par las ventanas para que el frío matutino terminara de matarla. No sólo mató a ancianos, sino que también envenenó paulatinamente a personas jóvenes y de buena salud. Se podría pensar que su móvil era el dinero, pero hubo un punto de su “carrera” en la que adquirió demasiado dinero (incluso tuvo dos Rolls Royce), más que el necesario para vivir cómodamente. Adams no sólo disfrutaba del dinero de sus pacientes, sino también del poder de decidir hasta cuándo vivirían. Según Patrick Devlin en el libro Easing the Passing: The Trial of Doctor John Bodkin Adams, en 1961 se le devolvió su licencia con la única restricción de prohibirle la prescripción de medicamentos peligrosos.

Marcel Petiot (1897-1946, Francia): Doctor de la Resistencia Petiot no asesinó en su consulta médica, sino que usó una táctica predatoria de la que nadie sospechó durante mucho tiempo. Estuvo a punto de ser considerado un héroe de la Resistencia Francesa.

Pasaporte a la muerte En enero de 1933, Petiot estableció un consultorio en París en el número 66 de la Rue, Caumartin; allí practicaba abortos y vendía drogas. Tras la ocupación de la ciudad por las tropas alemanas en 1940, se trasladó a una casa ubicada en la Rue La Sueur. Aprovechando las convulsas condiciones de la Segunda Guerra Mundial, el médico francés Marcel Petiot ideó un modus operandi aparentemente infalible: contactaba a sus víctimas, la mayoría judíos pudientes, haciéndose pasar por miembro de la Resistencia; les prometía sacarlos del país y les aplicaba una “vacuna” (pretexto sanitario para poder ingresar en zona libre). Era en realidad una inyección letal que acababa con la vida de sus dientes, que fueron cerca de 30. Después de apoderarse del dinero y de las pertenencias valiosas, Petiot ocultaba los cuerpos en su propia casa, tratándolos con cal para luego incinerarlos. Nick Yapp en Crímenes: los casos más impactantes de la historia, narra que el 11 de marzo de 1944, estando ausente Petiot de su vivienda, los vecinos notaron una columna pestilente de humo que emanaba del lugar y alertaron a los bomberos y a la policía. Las autoridades, al ingresar al sótano de la casa de Petiot, fuente del precario incendio, encontraron un horno en llamas donde aún se podía reconocer un brazo humano. También identificaron huesos y restos de cuerpos desmembrados. Partes de cabello emergían de montículos de cal viva. El médico regresó en medio del siniestro. De inmediato el policía, al mando le preguntó por el origen de los restos humanos encontrados en diferentes grados de descomposición; Petiot, de forma tranquila, bajó la cabeza y confesó ser miembro de la Resistencia y ejecutor de criminales nazis. Esta fue su absurda coartada para escapar que resultó bien recibida por la policía, incluso recibió felicitaciones por su labor. Previendo una investigación más exhaustiva, Petiot se marchó de París. Tiempo después, cuando Francia fue liberada de la ocupación, su caso saltó a la

luz pública, Petiot pasó de ser héroe a colaborador nazi, pero tampoco esto resultó ser cierto; este médico actuó por voluntad propia y sin pertenecer a ninguna causa, era sencillamente un homicida en serie amparado por su rol profesional. Se descubrieron un par de muertes sospechosas en su historial médico. La captura de Petiot fue sencilla, el médico escribió a un periódico insistiendo en su labor heroica, afirmaba que sus víctimas eran nazis y enemigos de Francia. Se interceptó su correspondencia y fue arrestado. Petiot intentó manipular el curso de su juicio y estuvo a punto de convencer al jurado sobre su insólita versión. David Everitt, en el libro Human Monsters, señala que entre sus afirmaciones más escandalosas durante el juicio estuvo la de insistir en que no había matado a 27 personas sino a 63. Se reveló un cuadro infantil traumático, también se conoció que Petiot desde muy joven torturó mascotas y que en la adolescencia cometió actos delictivos. Fue decapitado el 26 de mayo de 1946.

Thomas Neill Cream (1850-1892, Escocia): El Doctor Estricnina El inglés Thomas Cream se valió de la estricnina para eliminar a sus pacientes. Como ya se explicó en el caso de Jane Toppan, el envenenamiento por estricnina genera una agonía al extremo dolorosa, caracterizada por espasmos y crispaciones violentas del cuerpo que desembocan en una insuficiencia cardíaca o respiratoria; una terrible agonía que aparece confirmar el deseo del envenenador de hacer sufrir a su víctima. La estricnina se extrae de un fruto similar a la naranja, la nuez vómica. En el siglo XIX se usaba medicinalmente en bajas dosis, y producía bienestar y euforia.

El peor de los venenos Cream estudió en la Universidad de McGill en Montreal, Canadá; fue a Londres en 1876 para estudiar en el St Thomas's Hospital Medical School, y finalmente se graduó como médico y cirujano en Edimburgo en 1878. Desde el inicio de su práctica realizó abortos de manera ilegal. Regresó a ejercer a Ontario, en Canadá. En agosto de 1879 una amante de Cream, Kate Gardener, apareció muerta en un callejón ubicado detrás del consultorio de Cream. Los peritos del caso demostraron que, además de estar embarazada, había sido envenenada con cloroformo. Cream se defendió diciendo

que un importante empresario local era el padre de la criatura. Ante el cerco de las investigaciones, huyó a los Estados Unidos. Con un nuevo consultorio en Chicago, en 1880, Cream continuó practicando abortos. Dos mujeres que acudieron a la consulta de Cream murieron; aunque se investigaron los casos, él quedó libre por falta de pruebas. El 14 de julio de 1881, en Boone County, Illinois, se encontró muerto a Daniel Stott. La autopsia reveló que había sido envenenado con estricnina. Paralelamente a la investigación, Cream chantajeó al farmacéutico encargado de fabricar la receta para Stott, preparación que obviamente había sido cambiada por el Doctor Estricnina. La policía arrestó a la viuda de Stott, que resultó ser amante y cómplice de Thomas Neill Cream. Por este homicidio fue condenado a cadena perpetua. Diez años después fue liberado por el gobernador Joseph W. Fifer. Se cree que el hermano de Cream sobornó a varios funcionarios para lograr la liberación.

Recetas Al establecerse definitivamente en Londres, Inglaterra, en 1891, recibió la herencia de su padre e inauguró un consultorio en el sector de Lambeth Palace Road. Una zona pobre y de prostitución. Cream se valió de su posición de galeno para matar periódicamente. Sus dos primeras víctimas fueron jóvenes prostitutas a las que ofreció pastillas supuestamente medicinales que en realidad contenían estricnina. Una vez en sus residencias, las mujeres tomaron la receta y murieron dolorosamente. Tras los dos primeros asesinatos, Cream envió cartas a diferentes colegas a los que les pidió dinero a cambio de no denunciarlos por los crímenes. También ofreció a un juez investigar y resolver los homicidios a cambio de una gruesa suma de dinero. El 11 abril de 1892, Cream llevó dos prostitutas a su casa y les ofreció licor envenenado. Esta vez asistió en directo a la horrible agonía de las víctimas. En el Diccionario del crimen se hace referencia a una denuncia que hizo Cream en la cual acusó al doctor Walter Harper de su segundo homicidio (una mujer llamada Ellen Donworth) y de haber matado a una tal Louise Harvey. Harper se había negado a pagar los chantajes de Cream. Scotland Yard investigó las acusaciones. Al cuerpo de Donworth, que se creía que había muerto por alcoholismo, se le hizo una nueva autopsia que reveló envenenamiento por estricnina. La policía se llevó una sorpresa mayor al descubrir que Louise Harvey estaba viva, ya que no se había tomado las “píldoras” que el doctor Thomas le había recetado para arreglar su piel.

Esta fue la prueba definitiva que permitió el arresto de Cream. Después de un juicio rápido, donde se relacionaron todas las muertes, fue colgado en la horca de la prisión de Newgate en 1892. En el libro El monstruo de Londres. La leyenda de Jack el Destripador, de Gabriel Antonio Pombo, se hace referencia a que Cream hace parte de los candidatos a ser el asesino de Whitechapel, todo al parecer por haber pronunciado justo antes de ser colgado: “Soy Jack...”. Sin embargo, la teoría de Cream como el Destripador se derrumba, pues él estaba preso en los Estados Unidos en la época de los eventos de Whitechapel y, además, su modus operandi era muy diferente.

Teet Haerm (1953, Suecia): El doctor Lecter original Si hemos de buscar un sujeto similar al fascinante doctor Hannibal Lecter, personaje de ficción de los libros de Thomas Harris, de seguro éste es el hombre. Al igual que el caníbal intelectual de la novela y película El silencio de los inocentes, Haerm gozó de gran credibilidad dentro de la comunidad médica, especialmente en el área de psicología forense. Fue consultor en varios casos de asesinato como patólogo experto en la ciudad de Estocolmo, Suecia; sus artículos sobre medicina forense fueron publicados en importantes revistas científicas.

Psicología forense del criminal Al igual que el doctor Lecter, Haerm tenía un lado oscuro: entre 1984 y 1986, fue responsable de la muerte de varias prostitutas, a quienes desmembró y mutiló salvajemente, y también practicó canibalismo con ellas. Contactaba a las mujeres en bares, clubes nocturnos o en las calles; después de matarlas en su casa, las arrojaba en ríos de los suburbios de la ciudad. Haerm no estuvo solo en sus crímenes, sino que se alió con otro médico (dermatólogo), un abusador de menores llamado Thomas Allgren, cuya fachada era la de un buen hombre de familia. Haerm vivía solo con su pequeña hija, ya que su esposa se había suicidado. La comunidad médica le tenía respeto y admiración por su pronta superación de la tragedia. En el libro Human Monsters se cuenta que el doctor Haerm, tras los dos primeros homicidios (a mediados de 1984). tuvo el cinismo de aceptar la investigación forense de las escenas de crimen perpetradas por él. Al enfrentarse

a las autopsias de sus víctimas, frente a las marcas de cortes y mutilaciones provocadas a las prostitutas, se atrevió a afirmar que el asesino debía de tener entrenamiento médico, ya que sabía ubicar perfectamente ciertos órganos extraídos a las mujeres; también estableció que los casos eran similares y probablemente el asesino era el mismo. De la primera víctima no se encontró la cabeza. El 1° de agosto de 1984 se encontró un tercer cuerpo: una joven de 27 años a la que habían violado y estrangulado. Pocas semanas después aparecieron tres cadáveres con características similares. En marzo de 1985 se encontraron dos cuerpos de prostitutas dentro de un auto sumergido cerca del mar (en Hamarby); las habían estrangulado. El 7 de enero de 1986 apareció en Copenhague el cuerpo mutilado de una estudiante japonesa. Una joven prostituta que fue golpeada por Haerm, dio a la policía una descripción del agresor y les señaló el número de matrícula del auto que conducía, un Volkswagen blanco. La vigilancia recayó sobre Haerm y se allanó su vivienda. La policía encontró varios ejemplares de la revista médica The Lancet, en las que el patólogo había publicado estudios sobre los crímenes de las prostitutas. Esta pista lo relacionó con los crímenes, pero sólo eran pruebas circunstanciales, así que quedó en libertad.

El pedófilo Allgren De forma paralela, el socio de Haerm fue denunciado por su esposa con el cargo de abuso sexual de su hijo de cinco años. Durante los interrogatorios, Allgren confesó la violación y también su participación en los asesinatos cometidos por Haerm. Las investigaciones en torno a los crímenes, revelaron que en realidad Haerm había estrangulado a su esposa y había hecho pasar su muerte por un suicidio. En su consultorio se encontraron partes humanas conservadas en alcohol, entre éstas el corazón de su esposa. El juicio fue llevado a cabo en 1988. Su hija, para entonces de cuatro años, testificó haber observado la decapitación de una mujer cuando tenía dos años. Haerm fue condenado a prisión perpetua, al igual que su socio. No obstante, en un juicio de revisión del caso llevado a cabo en 1988, los médicos fueron dejados en libertad. Varios tecnicismos sobre la forma como se procedió en el primer juico (incluida la aceptación del jurado de la declaración de una menor) favorecieron la absurda decisión.

Richard Angelo (1964, Estados Unidos): El enfermero de la muerte Angelo no fue médico, pero sí enfermero estrella durante la década de los ochenta, en el Good Samaritan Hospital de Long Island, Nueva York.

Primeros auxilios Richard Angelo, de 26 años, trabajó en el área de cuidados intensivos, donde se caracterizó salvar vidas en estado crítico con primeros auxilios. En sus ratos libres era bombero voluntario y scout, siempre dispuesto a salvar y ayudar a las personas de su comunidad. Pero estas facetas benéficas sólo eran el lado luminoso de una cara más siniestra. Angelo llegó a matar incluso a pacientes salvados previamente por él mismo; por lo general les suministraba inyecciones letales. En septiembre de 1987 ayudó a estabilizar a un paciente crítico, Angelo literalmente le salvó la vida. Posteriormente, en la noche, le suministró una inyección letal. El 11 de octubre de 1987, un caso de un paciente extranjero, Gerolamo Kurich, de 75 años, puso en alerta a las directivas del hospital; este sujeto entró en estado crítico justamente en el turno de Angelo, y por suerte no murió. A Kurich se le practicaron exámenes y se pudo determinar que se le habían suministrado Pavulon y Anectina, drogas que producen parálisis muscular y pueden provocar un paro cardiaco. Las autoridades, llamadas por el hospital, arrestaron a Angelo, quien no tardó en confesar otros asesinatos; también hallaron en su casa muestras de las sustancias usadas en los crímenes. Angelo reveló la muerte de cuatro pacientes “a su cargo”, pero es probable que hayan sido más de veinte. Expresó que su intención inicial era proporcionarles las letales sustancias para luego proceder a salvarlos y así ser un héroe, pero que durante la agonía no se sentía capaz de salvarlos. Durante el juicio, los abogados de Angelo alegaron que él sufría de un trastorno disociativo de la identidad, es decir, que tenía múltiples personalidades, una la cuales era la personalidad homicida. Este recurso, usado en la defensa de muchos casos de asesinos en serie, no ha pasado de ser una artimaña más de estos criminales para no ser llevados a la cárcel sino a cómodas instituciones mentales. El Ángel de la Muerte, denominación que se ha dado a este tipo de asesinos que amparados en su posición de salvadores disfrutan controlando el destino de los enfermos a su cuidado, fue condenado a pasar por lo menos 60 años en prisión.

Uno de los casos similares más recientes es el de Stephan Letter (nacido en 1978), un alemán condenado en el 2006 a cadena perpetua por la muerte de veintinueve pacientes del hospital en el que trabajó entre febrero del 2003 y jubo del 2004. Letter fue descubierto cuando intentó proporcionar una inyección letal a un paciente que se negó a recibir la droga al insistir en que no era una droga recetada. Otro caso similar fue el de la enfermera austríaca de 32 años Waltraud Wagner, quien, con la colaboración de tres compañeras (María Gruber, Irene Leidolf y Stephanija Mayer), asesinó a 42 pacientes entre 1983 y 1989 en el pabellón V del Hospital Lainz de Viena. Se cree que pudieron ser más víctimas. Wagner y sus socias llevaban a cabo el ritual que denominaban “cura de agua”, que consistía en cerrar las fosas nasales de los pacientes y presionarles la lengua hacia abajo para obligarlos a beber agua o yogur hasta que sus pulmones colapsaran. En otros casos suministraron fármacos fuertes en dosis muy altas. Wagner se mostró cínica en su defensa, alegando que los pacientes eran una molestia. Wagner y Leidolf fueron condenadas a cadena perpetua; Meyer y Gruber, a 15 años de prisión.

Harold Shipman (1946-2004, Inglaterra): Doctor Eutanasia El número probable de víctimas por inyección letal (morfina y heroína) a cargo de Harold Shipman sobrepasa fácilmente la cifra de 200. Fue procesado por quince asesinatos. Tenía una apariencia afable y era padre de cuatro hijos. Su aspecto inspiraba confianza: pelo blanco, barba tupida y mirada lánguida y profunda. Ha sido el mayor asesino en serie de la historia de Inglaterra y probablemente también ocupe uno de los primeros lugares en el mundo.

Consultorio del mal En 1970, Harold Shipman se graduó de médico en la Universidad de Leeds. Trabajó en los hospitales Pontefract General Infirmary y West Riding de Yorkshire. En 1974, se trasladó a Halifax, West Yorkshire. En 1975 fue arrestado por falsificar documentos para conseguir meperidina; era adicto a su consumo. Shipman fue obligado por un tribunal a rehabilitarse en una institución de North Yorkshire. En 1987, trabajó en el centro médico de Hyde, Gran Manchester. En 1993 fundó su propia clínica en Market Street, y se convirtió en un hombre querido por sus

pacientes; la mayoría, ancianas adineradas. El procedimiento de Shipman para matar siempre fue el mismo: identificaba víctimas preferentemente ancianas y solitarias; se ganaba la confianza de estas mujeres con una actuación de ternura y comprensión. En su propia clínica les administraba una dosis elevada y letal de morfina, y asistía al espectáculo cruel de los cinco minutos que tardaba en producirse su fallecimiento. Luego falsificaba los informes certificando la defunción por causas naturales, así como los testamentos en los que se hacía acreedor del dinero de las fallecidas. En 1998, la doctora Linda Reynolds de la Brooke Surgery en Hyde, investigó los altos índices de mortalidad registrados en la consulta de Shipman y se comunicó con la policía. Los agentes asignados al caso eran novatos, así que no lograron extraer pruebas para acusar a Shipman. El caso se cerró en abril. Libre del yugo policial, Shipman mató a dos mujeres más. El 24 de junio de 1998, asesinó a otra paciente: la anciana Kathleen Grundy. Shipman firmó el certificado de defunción en el que informaba que había muerto por fallo cardíaco. La hija de Grundy, la abogada Angela Woodruff, se sorprendió ante el testamento de su madre en el cual la desheredaba y le legaba su fortuna (386.000 libras esterlinas) al doctor Shipman. Woodruff fue a la policía e informó su caso. El cuerpo de Grundy fue exhumado y en la nueva autopsia se descubrieron rastros de morfina. Shipman fue arrestado el 7 de septiembre de 1998.En su casa se encontró una máquina de escribir que coincidía con la usada para el supuesto testamento de Grundy. Las autoridades revisaron varios decesos firmados por Shipman y establecieron 15 homicidios.

Cifras médicas Shipman fue procesado por 15 muertes, pero la magistrada del caso, Jane Smith, investigó otros 200 asesinatos cometidos a lo largo de la vida profesional de Shipman en Hyde y en West Yorkshire. Un informe oficial del gobierno inglés del 2002, determinó un mínimo de 215 víctimas (171 mujeres y 44 hombres, entre 41 y 93 años de edad) y dejó abierta la probabilidad de que esta cifra se elevara a 260. Se estudiaron más de 500 muertes en las que se sospechaba que el médico pudo haber tenido alguna relación. Shipman fue condenado a cadena perpetua. Él nunca reconoció sus crímenes ni manifestó arrepentimiento alguno. Los psiquiatras que lo examinaron llegaron a la conclusión de que nunca hablaría de los homicidios porque era incapaz de reconocer su culpabilidad. Shipman

disfrutó el poder de controlar la vida y la muerte de seres humanos. El 13 de enero de 2004 apareció colgado en su celda; al parecer se suicidó usando una sábana. Había decidido su propio destino. En enero del 2005, un nuevo informe elevó el número de víctimas probadas a 218.

Estranguladores Los estranguladores, ya sea con sus manos o con sogas sustituías, controlan el sufrimiento y la duración del terror de sus víctimas. Hacen del proceso de muerte una escena lenta y aterradora; controlan a voluntad, con su propia fuerza, el deceso de sus presas. La muerte por estrangulamiento se caracterizada por la presión con algún tipo de soga o las manos mismas en la zona del cuello, que impide el paso del oxígeno al cerebro y cuya lesión más clara es la fractura del hioides, hueso superior del cartílago tiroideo. Este tipo de ataque, propio de muchos asesinos en serie, combina dos componentes básicos: poder y resentimiento. Es así como odio y deseo, placer y venganza, castigo y liberación se combinan y confunden perversamente en una única forma de expresión: cortar el aliento vital de la presa. El estrangulador enfrenta su mirada a los ojos sin aliento de la víctima; disfruta al reconocer cómo la vida se extingue gracias al poder de sus manos. Este aterrador acto de violencia física es, por lo general, su forma de obtener placer sexual. La agonía y la asfixia le proporcionan la experiencia del éxtasis.

Earle Leonard Nelson (1897-1928, Estados Unidos): El Gorila Estrangulador Si hay un asesino que posea un aspecto atemorizante debido a su tamaño y fortaleza física, ése es Earle Nelson, una fuerza incontenible de la naturaleza, alimentada con la furia por extinguir la vida de otros. Combinó estrangulamiento con necrofilia.

Bestial Como su sobrenombre lo sugiere, Nelson fue un sujeto físicamente descomunal de aspecto simiesco y de manos enormes que aterrorizó a varios estados a finales de los dorados años veinte, estrangulando a varias mujeres con cuyos cuerpos practicó actos de necrofilia. Debido a que sus padres murieron cuando él tenía dos años, su infancia transcurrió en los orfanatos. En la adolescencia era un masturbador compulsivo.

En 1915 fue condenado a dos años de prisión por introducirse en una casa que creía abandonada. Se enlistó en la Armada, pero fue expulsado muy pronto. En 1918 estuvo internado en un centro para deficientes mentales, acusado por la violación de una mujer. De allí escapó; luego fue atrapado y esta vez fue a prisión, de donde huyó de nuevo. En 1921 intentó violar a una niña de 12 años, pero ésta grito y atrajo la atención de varios vecinos. Fue internado otra vez en el hospital mental. Tras varias fugas y capturas fue finalmente dado de alta en 1925. Al siguiente año, bajo una nueva identidad, contrajo matrimonio con una joven maestra a la que maltrató y atormentó acusándola constantemente de serle infiel; para entonces Earle era un lector asiduo de la Biblia e hizo de sus pasajes una interpretación fanática del comportamiento sexual y moral del hombre. La obsesión y la sobreprotección de Earle terminó por enloquecer a su esposa, hasta tal punto que la mujer fue internada en el hospital tras un ataque de nervios. Nelson sacó a la mujer del centro médico y, una vez en casa, la violó. Ante el denuncio de lo ocurrido, el gorila fue encarcelado, pero pronto escapó.

Collar de perlas Nelson reapareció en escena en 1926, en San Francisco, cometiendo su primer asesinato conocido: el 20 de febrero de 1926 estranguló a su casera con un collar de perlas usado por la mujer; tras el homicidio violó el cadáver. En el área de Oakland asaltó, estranguló y violó a otras tres caseras. Nelson volvió a atacar en Portland, cobrando dos víctimas más. Regresó luego a San Francisco y sumó una víctima nueva. De vuelta a Oregón cobró una víctima más. Hasta entonces usó el mismo modus operandi: contactar una pensión, conmover a la casera con citas continuas de la Biblia, luego estrangularla y finalmente practicar necrofilia. Su paso por Filadelfia, Kansas City, Buffalo, Detroit y Chicago dejó otras cuantas mujeres en su registro personal, que según los informes de la policía sumaba veinte (entre las víctimas se cuenta un bebé, hijo de una de las mujeres agredidas). En este punto de la historia, la policía tenía descripciones físicas del asaltante; de hecho, era muy fácil de reconocer. Sin embargo, el gorila se escabulló a Winnipeg, Canadá, donde asesinó a dos mujeres más, nuevamente una casera y una joven que habitaba la pensión. Estos crímenes condujeron a su captura a manos de las autoridades canadienses; como ya anticipará el lector, el Gorila volvió a escapar. Esta vez no fue muy lejos y un par de horas después fue recapturado.

Su juicio empezó en noviembre de 1927. Su abogado intentó alegar que Nelson era presa de un grave trastorno mental; hizo referencia a un golpe recibido en la infancia que, se suponía, era el origen de su maldad. A pesar de estos alegatos, fue declarado apto para el juicio. Earle confesó que no sólo era el responsable de las dos muertes, sino que se atribuyó cinco crímenes más de ciudadanas canadienses ocurridos en un lapso de tan sólo diez días. También confesó 17 homicidios en territorio estadounidense. Nelson fue declarado culpable y condenado a muerte. Murió en la horca en la prisión de Vaughan Street, en Winnipeg, el 13 de enero de 1928. Hasta el final, con Biblia en mano, alegó ser inocente ante Dios.

Albert Henry DeSalvo (1931-1973, Estados Unidos): El Estrangulador de Boston Ya nadie recuerda al Hombre Verde o al Hombre de las Medias, sobre-nombres mediáticos de Henry de Salvo, pero en cambio el Estrangulador de Boston es un nombre que permanece inmortalizado en la memoria colectiva. Este asesino en serie y violador, presa de una libido incontenible, aterrorizó a su ciudad con el cobro de trece víctimas.

Infancia precoz En la infancia, Albert DeSalvo tuvo que presenciar el maltrato violento de su padre hacia toda su familia. Su desarrollo sexual fue precoz, incluso tuvo relaciones con sus hermanas. En la adolescencia su deseo sexual lo consumía por completo, hasta el punto de que sus jóvenes amantes se quejaron de su insaciable apetito. El joven DeSalvo deseaba a todas las mujeres y no podía controlarse. En 1948 abandonó la escuela y se alistó en el Ejército, de donde fue expulsado por conducta indebida con una mujer de rango superior. A los 25 años, adoptando el falso rol de promotor de modelos, lograba convencer a las amas de casa de abrirle la puerta de sus casas para tomarles medidas a ver si coincidían con el cuerpo ideal. Una vez instalado en las viviendas, iniciaba su juego perverso de tocar a las mujeres con el pretexto de medirlas; luego las intimidaba sexualmente con proposiciones obscenas (en algunas ocasiones obtuvo sexo consensual con sus agredidas, otras en cambio lo rechazaron). El Hombre de las Medidas, apodo que le dio la policía ante las múltiples denuncias, fue detenido a principios de 1960 y procesado por conducta indecente y obscena.

A los 29 años DeSalvo estaba casado con una mujer (que había conocido durante su estancia en el Ejército en Alemania), tenía cuatro hijos y trabajaba como empleado en una fábrica de caucho.

Sogas Entre mediados de 1962 y finales de 1964, DeSalvo entró en una etapa más violenta en la que llegó a estrangular a trece mujeres con sogas o con prendas de vestir tomadas de la casa de las mujeres. Sus primeras 6 víctimas fueron de edad avanzada, luego pasó a matar a cinco jóvenes entre los 19 y los 23 años. Este cambio de modus operandi acabó de confundir a los investigadores. Después de violarlas, algunas veces con objetos, les anudaba alguna prenda de vestir en el cuello. Según el libro The Mammoth Book of True Crime, cometió uno de los peores crímenes el 4 de enero de 1964: Mary Sullivan, de 19 años, fue encontrada sentada sobre la cama, con rastros de semen en su boca y un palo en su vagina; en el cuello tenía sus medias atadas, y dispuesta entre los dedos de su pie izquierdo una tarjeta que decía: “Feliz Año Nuevo”. Durante la larga serie de homicidios se generó el pánico total en las mujeres habitantes de Boston; cerraduras reforzadas, perros guardianes e incluso armas de fuego fueron los nuevos compañeros de toda mujer de Boston. La policía, presionada por los medios, dedicó a todos los hombres disponibles para investigar a los sujetos que tuvieran antecedentes de delitos sexuales y a todo sujeto que les pareciera sospechoso. El fiscal general de Boston, desesperado ante la ineficacia de los agentes, acudió a Peter Hurkos, un reconocido vidente. El presunto parapsicólogo proporcionó información que condujo a la captura de un pervertido sexual que nada tenía que ver con el caso. En noviembre de 1964, una mujer alertó a la policía que patrullaba vigilante por las calles de Boston acerca de un hombre que había intentado entrar en su casa, pero que al ver que estaba con su esposo había huido. La descripción que dio la testigo coincidía con el hombre que buscaban, y al poco tiempo Albert DeSalvo fue detenido. Ante el arresto, DeSalvo se mostró errático e insistió en que no recordaba nada de lo sucedido. Aún no se sabía que él era el Estrangulador de Boston. Sin pruebas definitivas en su contra, y apenas con un cargo por intento de allanamiento de morada, fue recluido en un sanatorio de Bridgewater para su observación. A los cinco días regresó a la cárcel en Cambridge; internado allí le contó su historia como estrangulador a su compañero de celda, el cual terminó delatándolo con las autoridades del hospital.

De inmediato aparecieron en escena el fiscal y la policía; así la identidad del estrangulador saltó a la luz pública. Para las memorias del crimen en serie existen dos imágenes de DeSalvo en la cárcel que aún sorprenden: la primera, una en la cual el Estrangulador baila, en 1972, amablemente con una anciana mujer en un soleado día de visitas de damas de caridad; la segunda, en la cual DeSalvo exhibe una serie de collares fabricados por él, nada casual que se hubiera entusiasmado en prendas para usar en el cuello. El 26 de noviembre de 1973 fue apuñalado 16 veces por un prisionero desconocido. Sus familiares y descendientes siempre han insistido en su inocencia.

Angelo Buono (1934-2002, Estados Unidos) y Kenneth Bianchi (1951, Estados Unidos): Los estranguladores de la colina La escena tiene lugar en un cuarto de interrogatorios: Kenneth Bianchi bajo hipnosis frente a su psiquiatra, de repente su voz se torna ronca y maligna, emerge la otra personalidad de Bianchi; dice llamara Steve, sujeto cruel que desea matar y autor de cuatro asesinatos. El dictamen preliminar: Bianchi sufre de síndrome de personalidad múltiple, está poseído por un álter ego cruel que toma el control sobre su personalidad habitual y lo obliga a asesinar.

Terror en Los Ángeles Kenneth Alessio Bianchi nació en Rochester, Nueva York, fue hijo de una prostituta adicta al alcohol que lo dio en adopción. Tres meses después fue adoptado por un matrimonio de apellido Bianchi que lo bautizó con su apellido. En su adolescencia demostró ser un joven inteligente, pero era de temperamento irritable. Bianchi era atractivo, así que no tuvo problema para conseguir novias a las cuales reprochaba que se vistieran con escote o faldas altas y exigía que fueran vírgenes. Fingía fidelidad, pero era promiscuo. Después de graduarse de la preparatoria, estuvo casado dos veces. Bianchi ingresó a una academia de estudios policiales, pero no terminó los cursos. Convertirse en una figura de autoridad era su gran sueño. Por algún tiempo saltó de un empleo a otro, generalmente en puestos de seguridad y vigilancia.

Al cumplir 26 años, se trasladó a Los Ángeles junto a su primo Angelo Buono. Este era oriundo de Rochester, Nueva York, y tras el divorcio de sus padres vivió con su madre y una hermana mayor en Glendale, California. A lo largo de su vida había sido delincuente. Se casó varias veces y tuvo numerosos hijos con sus parejas, a quienes amenazaba con asesinarlas si lo abandonaban. Desde adolescente ya alardeaba con sus amistades sobre violar y sodomizar mujeres. Una vez reunidos y convencidos de haber encontrado el uno en el otro la pareja ideal para delinquir, Bianchi tuvo la ocurrencia de armar un fraude haciéndose pasar por un psicólogo, así que instaló una suerte de consultorio donde explotaría los pocos conocimientos de psicología que había adquirido en el curso de ciencias policiales que había abandonado en Nueva York. Afortunadamente muy poca gente cayó en su trampa y tuvo que cerrar el negocio. Los primos decidieron convertirse en “chulos” y así obligaron a prostituirse para ellos a Sabra Hannan y a Becky Spears. Las jóvenes, ante las continuas golpizas y abusos sexuales de los primos, escaparon de su lado. A principios de 1977, buscaron una nueva prostituta que se sometiera a su poder, así conocieron a Deborah Noble, que en efecto trabajó para ellos e incluso les vendió una larga lista de clientes. Pronto se dieron cuenta de que la lista que les garantizaba dinero fácil era falsa. Enojados por haber sido engañados, decidieron descargar su furia contra Noble, pero ella huyó, así que atacaron a una amiga suya. Esta fue la primera víctima. Desnuda y violada, su cuerpo fue hallado cerca del cementerio Forest Lawn. Desde ese momento, la pareja de primos Angelo Buono y Kenneth Bianchi aterrorizó a la población femenina de Los Ángeles; llegaron a matar a cerca de doce mujeres, la mayoría menores de 25 años. Para cometer los crímenes, se establecieron en un local de tapicería en Glendale. Los primos interceptaban prostitutas y bailarinas nudistas, fingiendo ser agentes de policía, luego las violaban y sodomizaban, a veces usando objetos; las torturaban con electricidad, para finalmente eliminarlas por estrangulamiento con una cuerda; de esto se encargaba por lo general el primo menor, Bianchi. Los cuerpos sin vida, limpios de huellas, pero no de rastros de semen y con marcas de ligaduras, eran arrojados en las colinas de California, de ahí el apodo que los periódicos les otorgaron. Por la forma en que habían sido trasladados y depositados los cuerpos, los investigadores asignados al caso intuyeron que eran dos los asesinos. El 13 de noviembre los primos cambiaron su modus operandi y atacaron a dos jóvenes estudiantes de secundaria. El 28 de ese mismo mes mataron a Lauren Wagner, estudiante de artes que vivía con sus padres. El cuerpo de la joven apareció en las colinas de Glendale con marcas de ligadura en tobillos, muñecas

y cuello. Una mujer fue testigo del rapto y proporcionó las descripciones de los secuestradores. El cruel dúo pasó de interceptar mujeres en la calle a contactar vía telefónica a sus víctimas, llamando a líneas de contacto que en realidad eran fachadas de prostitución. A lo largo de 1978 los crímenes cesaron por un tiempo. Durante ese periodo Kenneth Bianchi se mudó a la ciudad de Bellingham, Washington, junto con su novia Kelli Boyd, con quien había tenido un hijo, pero que no sospechaba de la faceta criminal de su pareja. El 12 de enero de 1979 la policía local fue reportada acerca de la desaparición de dos estudiantes universitarias: Karen Mandic y Diane Wilder, que al parecer habían atendido un llamado para servir de niñeras. En la casa donde supuestamente trabajarían se hallaron huellas recientes de sangre. Un vecino informó a la policía que un guardia de vigilancia le pedía que echara un vistazo a la casa todos los días, excepto, claro está, el día de la desaparición de las jóvenes, argumentando que se iba a efectuar un mantenimiento al sistema de seguridad. Una mujer informó sobre un auto abandonado cerca de su domicilio. Desgraciadamente dentro de la cajuela hallaron los dos cadáveres. La policía ordenó detener al oficial de seguridad, que por supuesto era Kenneth Bianchi. En un principio su novia no podía creer que él estuviera implicado en la investigación de un crimen. El Departamento de Policía de Bellingham encontró en su residencia joyas que habían pertenecido a las víctimas de California. Las pruebas en pelos y fibras también lo incriminaban. Las autoridades de Washington y de California se pusieron en contacto y a partir de pruebas forenses y descripciones de los sospechosos pudieron relacionar a Angelo Buono con los homicidios. Bianchi intentó manipular la investigación asegurando que tenía múltiples personalidades y que no era consciente de sus actos homicidas. Por supuesto se trataba de una farsa propia de un astuto psicópata que recurrió a las teorías psicológicas de moda aprendidas en el pasado para fingir locura. Este argumento fue echado abajo cuando se consultó a un experto en hipnosis, el cual pudo descubrir la actuación del acusado. El fiscal ofreció un trato a Bianchi: testificar en contra de su primo y declararse culpable de los dos homicidios de Washington a cambio de purgar sentencia de por vida en California y no morir ejecutado. Bianchi aceptó y recibió la sentencia. El 22 de octubre de 1979 se detuvo a Angelo Buono. Sin embargo, su proceso enfrentó numerosas dificultades legales a pesar de la evidencia presentada y de la confesión de Kenneth Bianchi, aparte de la rápida identificación por fotografías. Parte del problema fue que Bianchi dejó de cooperar para incriminar

a su primo. A mediados de 1982 comenzó el juicio contra Buono, y después de muchas vicisitudes y retrasos fue declarado culpable en 1983 por la serie de violaciones y asesinatos. El juez del caso, decepcionado, emitió la sentencia de prisión perpetua, y reclamó al jurado su ineptitud ante un claro caso de crueldad y premeditación homicida que exigía un castigo mayor. Bianchi fue encerrado en la prisión de WallaWalla. Angelo Buono murió en el 2002 en la prisión estatal de Calipatria, en Palm Beach. El director de la penitenciaría declaró que su muerte fue producida por causas naturales como consecuencia de una dolencia cardiaca y que en la celda no se apreció ninguna señal de violencia. En 1986 había contraído matrimonio en la cárcel con una mujer a la que no le importó que él fuera un cruel homicida. Este fenómeno es muy frecuente; muchas mujeres con baja autoestima se sienten atraídas por estos criminales.

Pedro Alonso López (1949, Colombia): El estrangulador de los Andes Si acaso el demonio estuviera personificado y encarnara en un cuerpo humano, ese sería el de Pedro Alonso López, asesino que tiene a su cargo el deshonroso récord mundial del mayor número de víctimas cobradas por un asesino en serie (en un territorio en el que el término era desconocido por las autoridades), calculado por el Diccionario del crimen en 350. López emprendió su carrera homicida a través de Perú, Bolivia y Ecuador, donde sumó jóvenes víctimas durante los años setenta, la mayoría de ellas tenían entre 8 y 13 años de edad. Hasta el día de hoy su paradero es un misterio.

Una infancia traumática Pedro Alonso López nació en Tolima en 1949. Era hijo de una prostituta y el séptimo de trece hermanos. En 1957, a la edad de ocho años, su madre lo sorprendió manteniendo relaciones sexuales con su hermana más joven. Pedro fue expulsado de su casa e hizo de las calles su nuevo hogar. Un hombre mayor lo recogió, le ofreció comida y un lugar donde vivir. El sujeto lo condujo a un edificio abandonado, donde lo violó para luego abandonarlo a su suerte. López volvió a dormir en las aceras y edificios abandonados. Había transcurrido casi un año desde la salida de su casa, cuando se decidió a viajar por el país. Fue

así como acabó en la ciudad de Bogotá, la capital colombiana, donde mendigó para sobrevivir. Después de varios días de pedir comida y limosna, un residente estadounidense lo adoptó y lo animó para que siguiera estudiando. Por un tiempo parecía que Pedro se adaptaba a su nueva vida de comodidades. En 1963, a la edad de 12 años, un maestro de su nuevo colegio lo agredió sexualmente. El odio alimentado en el pasado renació. Poco tiempo después, robó dinero de las directivas de la escuela y a continuación huyó de su hogar. López volvió al único lugar seguro que conocía: las calles, crudo escenario donde pasó los siguientes seis años en la mendicidad y robando para sobrevivir. Empezó a robar carros y pronto se ganó una reputación en el mercado negro; a los 18 años de edad fue arrestado y sentenciado a siete años de prisión.

El infierno López, una vez en la cárcel, fue violado por cuatro presos de mayor edad. En el siguiente ataque, Pedro se juró a sí mismo que nadie lo tocaría de nuevo. Construyó un cuchillo con los utensilios de la prisión y dos semanas más tarde cumplió su venganza, matando a cada uno de sus agresores. Las autoridades juzgaron el caso como defensa propia y no por el cargo de asesinato, simplemente se le agregaron dos años a la condena inicial. A su salida de prisión, en 1978, Pedro viajó extensamente por varias partes del Perú. Durante este tiempo empezó su carrera como asesino en serie; atacó por lo menos a 100 muchachas jóvenes de diferentes poblaciones, especialmente indígenas, a las cuales violaba y luego estrangulaba disfrutando el momento en que las veía perecer.

Los ayacuchos En el momento en que López intentaba secuestrar a una muchacha de tan sólo 9 años de edad, fue capturado por un grupo de ayacuchos (población indígena ubicada en el norte del Perú). Los indígenas lo despojaron de su ropa, sus pertenencias y lo torturaron durante varias horas antes de decidir enterrarlo vivo. No obstante, tuvo la suerte de su lado: una misionera estadounidense intervino y convenció a sus captores de que el asesinato era un acto salvaje, así que debían entregarlo a la policía. Las autoridades judiciales y policiales no quisieron invertir el tiempo en investigar las denuncias de los ayacuchos; así que tras unos pocos meses en

prisión el gobierno peruano deportó a López a Ecuador.

Un nuevo territorio para el mal En su retorno a Ecuador, López empezó a viajar alrededor de la región y se estableció en Ambato (para la época era una población rural e indígena). Con frecuencia retornaba al territorio colombiano, donde al parecer también cometió varios homicidios. En abril de 1980, un río de Ambato se desbordó y desenterró los restos de cuatro niñas. Las autoridades del lugar decidieron investigar. Días después, una mujer de la localidad, Carvina Poveda, se encontraba en un supermercado con su hija de 12 años de edad. Un hombre desconocido intentó raptar a la pequeña. La madre pidió ayuda para detener al secuestrador; en medio de los gritos de auxilio, los comerciantes del mercado capturaron al hombre. La multitud se agrupó en torno a López y pidió que se lo linchara. Finalmente, las autoridades lo encarcelaron.

La confesión de un demonio Una vez en la oficina principal de la Comisaría, Pedro se negó a cooperar con las autoridades y permaneció en silencio en todas las preguntas del interrogatorio. Los investigadores pronto se dieron cuenta de que tendrían que emplear una estrategia diferente para lograr una confesión. Uno de los funcionarios sugirió llamar a un sacerdote, al padre Córdoba Gudino. El sacerdote, en efecto, se ganó la confianza de López, quien poco a poco le reveló una serie inagotable de actos salvajes y repulsivos de violencia contra jóvenes de diferentes lugares. Las sesiones con el religioso proporcionaron a los investigadores claras pistas sobre la actividad criminal de López. Finalmente, el Monstruo de los Andes, como los periódicos empezaron a llamarlo, confesó que había asesinado por lo menos a un centenar de muchachas en Ecuador, otro tanto en Colombia y aún más en Perú. López explicó a la policía por qué prefería matar en territorio ecuatoriano: “A mí me caen bien a las muchachas en Ecuador; son más dóciles y más confiadas e inocentes, no son como las muchachas colombianas que sospechan de extraños”.

¿Justificaciones para la maldad? De acuerdo con la información condensada en el libro El estrangulador de los

Andes, de Jairo Gómez Remolina, en el curso de sus confesiones López justificó sus atroces crímenes debido a un pasado tortuoso: “...perdí mi inocencia a la edad de ocho años, así que decidí hacerles lo mismo a tantas muchachas jóvenes como pudiera”. Cuando se le preguntó cómo seleccionaba y convencía a sus víctimas para después cometer sus crímenes (tácticas predatorias), explicó que buscaba a las muchachas de aspecto más inocente. Explicó que primero violaba a su víctima, y entonces la estrangulaba mientras miraba fijamente a sus ojos para excitarse con el momento en que la luz se extinguía en las pupilas. La policía estaba inicialmente escéptica ante las espantosas confesiones. Como López se dio cuenta de que los investigadores dudaban de su relato, ofreció llevarlos a varios lugares donde él mismo había enterrado a los cadáveres. Las dudas se extinguieron cuando López los condujo a una zona apartada de Ambato, en la cual se descubrieron los cadáveres de 53 muchachas, de edades comprendidas entre 8 y 12 años. En 1980, Pedro Alonso López fue encontrado culpable del delito de asesinato múltiple. Las absurdas rebajas de penas y la fragilidad del sistema legal ecuatoriano permitieron que López saliera libre en 1993. Desde entonces su paradero sigue siendo un misterio. La Policía Nacional, el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) y la Fiscalía de Colombia, junto con la Interpol, fueron puestas en alerta a mediados del 2001 sobre crímenes similares al modus operandi de López en tierras colombianas (en la zona de Leticia, Amazonas). Como hemos advertido, un asesino en serie no se detiene por cuenta propia e incluso en la vejez puede seguir violando y matando.

Pequeños monstruos: niños asesinos Los niños malignos han sido uno de los personajes más aterradores a lo largo de la historia del cine. Puestos en escena como seres poseídos por fuerzas invasoras, como hijos del demonio o sencillamente como mentes perversas, los niños abandonan su habitual inocencia para convertirse en poderosas entidades del mal. Desafortunadamente tales ficciones no están lejos de la realidad. A continuación, veremos escabrosas historias que nos revelan que las mentes criminales más perversas pueden habitar ocultas detrás de rostros inocentes y en apariencia vulnerables. Muchos rasgos psicopáticos adultos se dibujan en estos pequeños monstruos. Sadismo, planificación, tácticas predatorias son elementos típicos del asesino en serie adulto, que aparecen explícitamente en los casos de niños asesinos. Tal evidencia nos alerta sobre la posibilidad de que el asesino probablemente nace y no se hace, y que la maldad puede ser una condición innata del ser humano. Anticristos, hijos del demonio, fantasmas vengadores propios de las ficciones de terror palidecen frente a estas historias en las que el contenedor del mal es un niño. Los estudios sobre personalidad psicopática del profesor Robert Hare insisten en que la conducta manipuladora, predadora y carente de empatía se manifiesta a edad muy temprana. De tal manera que un niño psicópata puede pasar de actos de manipulación y sadismo a crímenes sexuales e incluso a homicidios.

Jesse Pomeroy (1859-1932, Estados Unidos): Contenedor del mal Uno de los primeros casos conocidos acerca de niños asesinos es el de Jesse Harding Pomeroy, nacido en Charleston, Massachusetts. Fue el segundo hijo de Thomas y Ruthann Pomeroy. Se afirma que su padre castigaba con violencia a sus hijos. De estas palizas, Jesse no asimiló la idea del buen comportamiento, sino una forma perversa de placer y diversión.

El rostro del mal A sus 12 años, la apariencia de Pomeroy inspiraba pavor. Su ojo derecho carecía

de iris y pupila, lo cual le confería un aspecto amenazante. El mismo era consciente de su diferencia, la cual asumió como forma de amenazar e intimidar a los demás. Su cuerpo resultaba muy grande para su edad, así como su cabeza. Su poder maligno emanaba de su extraña apariencia, que incluso provocó el rechazo de su madre. Pomeroy era un sujeto retraído y solitario. En su mundo particular, escape de las burlas de los otros niños debido a su fealdad, se gestaba una pasión homicida. Su violencia primaria explotó en contra de los animales. Los canarios de la señora Pomeroy aparecieron con las cabezas arrancadas; también se descubrió que Jesse torturaba al gato de los vecinos. Esta conducta violenta forma parte de la conducta inicial de gran parte de los asesinos en serie. Los animales constituían la experimentación del sadismo que pronto Pomeroy aplicaría a seres humanos.

Juegos perversos A finales de diciembre de 1871, dos hombres que caminaban por una calle solitaria escucharon un lamento infantil proveniente de una pequeña cabaña abandonada. Al ingresar al lugar descubrieron a William Paine, un niño de 4 años, semidesnudo y suspendido del techo por una soga atada a sus manos. Apenas estaba consciente y presentaba golpes por todo el cuerpo. Al ser interrogado por las autoridades, Paine no pudo dar mayores indicios sobre su atacante. La siguiente víctima fue Tracy Hayden de siete años. En febrero de 1872 fue engañado por Jesse bajo el pretexto de ir a observar un comando de soldados. Una vez ubicados en un sito aislado, Pomeroy procedió a amarrarlo y a torturarlo con la misma furia que a la víctima anterior. Ojos morados, dientes partidos, la nariz rota y el torso cubierto de heridas y verdugones fueron las marcas de la crueldad del atacante. Este episodio arrojó a la policía un retrato muy vago del agresor. A mediados de abril de 1872, Pomeroy prometió llevar al circo a Robert Maier, de ocho años. Con este pretexto, lo condujo a un bosque donde lo desnudó casi por completo para golpearlo con una vara. Posteriormente, Maier explicó a las autoridades que durante el ataque Pomeroy se masturbó. Al terminar la tortura le juró que lo mataría si llegaba a delatarlo. La policía comenzó a interrogar a varios adolescentes de la zona. En junio de 1872, se dio alerta sobre un caso similar cometido contra un pequeño de siete años. La policía ofreció una recompensa de 500 dólares a quien ayudara en la captura del Sádico Bribón, apodo que se hizo popular en los diarios de Boston.

Los Pomeroy se mudaron al sur de Boston. Se cree que el desplazamiento se debió a las sospechas de la madre de Jesse sobre la participación de su hijo en las diferentes agresiones. El pequeño George Pratt fue abordado por Pomeroy con la promesa de recibir dinero. Una vez lo amarró, procedió a golpearlo sin piedad. Le enterró una larga aguja en diversas partes del cuerpo y le mordió la cara y un glúteo. Poco después, Harry Austin, de seis años, cayó en la trampa de Pomeroy. En esta ocasión usó una navaja para apuñalarle los brazos y los hombros. Se disponía a castrarlo cuando fue interrumpido por la cercanía de unos transeúntes. Joseph Kennedy y Robert Gould (ambos alrededor de los cinco años) fueron las siguientes víctimas. Según sus declaraciones, el agresor los obligó a recitar oraciones religiosas mezcladas con obscenidades; de nuevo usó la navaja para herirlos en diferentes partes. A partir de estos ataques emergió la descripción del ojo blanco del niño agresor.

El monstruo es capturado A finales de 1872, la policía condujo a la víctima Joseph Kennedy por diferentes escuelas públicas de Boston con la esperanza de atrapar al atacante. Las autoridades entraron en la escuela de Pomeroy, pero el niño no logró identificarlo. Horas más tarde, Jesse pasó en frente de la estación policial. Por suerte Kennedy continuaba declarando y logró señalarlo. Al instante, unos agentes corrieron para atraparlo. Una vez interrogado, Jesse se mantuvo tranquilo insistiendo en su inocencia. Al caer la noche, los agentes lo amenazaron con encarcelarlo por 100 años. Fue el momento en que aceptó sus crímenes. A partir de ahí, los padres de las víctimas y los niños abusados sobrevivientes acudieron a la policía para identificar a Pomeroy. Sólo faltaba que un magistrado dictara sentencia. La señora Pomeroy, en medio de lágrimas, juró que su hijo era inocente; no obstante, fue sentenciado a ingresar en un reformatorio juvenil hasta cumplir los 18 años. El reformatorio juvenil Westborough se convirtió en el siguiente hogar de Jesse Pomeroy. En un ambiente hostil, lleno de jóvenes antisociales, Pomeroy astutamente se comportó como preso modelo. Tras quince meses de encierro (durante los cuales su madre abogó desesperada por su inocencia), ante el excelente comportamiento de Jesse, el Comité de Libertad Condicional aprobó su salida. Los Pomeroy prometieron esmerarse en la vigilancia de su hijo. La señora Pomeroy tenía una tienda de ropa, y su hijo mayor, un puesto de periódicos, negocios en los cuales emplearían a Jesse.

No pasaron ni dos meses de libertad cuando Pomeroy volvió a atacar. El 18 de marzo de 1874 Jesse efectuaba la limpieza del local de su madre y charlaba con un empleado de apellido Kohr. Apareció en el lugar la niña Katie Curran, de diez años, a comprar un cuaderno. Pomeroy le explicó que sólo quedaba uno, pero debían buscarlo en el sótano de la tienda. Antes de bajar, mandó al ayudante Kohr con el carnicero a conseguir comida para las mascotas. Jesse condujo a Katie al oscuro desván. Allí cortó su cuello y la atacó de forma frenética. Dejó abandonado su cuerpo y simplemente se lavó las manos y regresó a sus labores. La madre de la pequeña alertó a las autoridades sobre la desaparición. La búsqueda resultó infructuosa. A pesar de la declaración del ayudante Kohr y del turbio pasado de Pomeroy, la policía desistió, asumiendo que se trataba de un secuestro aislado.

Sed de maldad Harry Field fue conducido por Pomeroy a un apartado lugar. Por suerte se cruzaron con un conocido de Jesse, ante lo cual Field, sospechando que algo malo ocurría, aprovechó para huir. No sucedió igual con Horace Millen, de cuatro años, quien siguió a Jesse a un lugar apartado convencido de que allí vería pasar un barco de vapor. En medio de los espesos pantanos de Boston, Pomeroy descargó su ansia homicida con el pequeño. Unos niños que jugaban en la playa descubrieron el cuerpo. Pronto la autopsia revelaría datos escabrosos del ataque. Las autoridades pensaron en Pomeroy como sospechoso, pero creían que éste todavía se encontraba en el reformatorio. Al revisar la información se sorprendieron sobre su paradero y de inmediato ordenaron su captura. De nuevo la señora Pomeroy lo defendió. Jesse permaneció relajado frente a los largos interrogatorios. No pudo inventar una buena coartada sobre su paradero durante el tiempo en que se presumía que se había cometido el último crimen. Mientras tanto los oficiales tomaron su calzado (en el que tenía adheridos pastos y tierra del pantano). Con los zapatos de Horace Millen y los de Pomeroy reconstruyeron la escena que los ubicaba a ambos en el lugar del crimen. Mediante yeso compararon las huellas más grandes, que coincidieron a la perfección con las de Pomeroy. Ante las contundentes evidencias, Jesse se derrumbó y confesó; entre falsos sollozos pidió que no le contaran nada a su madre. Tras la detención de Jesse, sobrevino la ruina para su familia. Ya nadie se acercaba a la tienda de la señora Pomeroy, y finalmente la competencia

comercial de enfrente le compró el negocio. Durante las remodelaciones y adecuaciones del local, los obreros hallaron en el sótano el cadáver descompuesto de Katie Curran. Cuando le informaron a Jesse sobre el nuevo caso que recaería sobre su cabeza, negó toda relación con el suceso. Pero al saber que su madre y su hermano serían implicados aceptó ser el homicida. Después de un rápido juicio, se lo condenó a la horca; sin embargo, no hubo gobernador alguno que se atreviera a firmar la sentencia debido a la corta edad del acusado (para entonces 14 años). Finalmente, el gobernador Alexander Rice le impuso la cadena perpetua. Durante su encarcelamiento la única persona en visitar a Pomeroy, mes tras mes, fue su madre. Permaneció en prisión durante 40 años. En 1929, ya muy enfermo, fue sacado de su celda para ser conducido a un hospicio de la policía donde pasó los dos últimos años de su vida. Jamás se le escuchó que sintiera arrepentimiento por los crímenes cometidos. Su siniestro ojo blanco nunca derramó una lágrima de culpabilidad.

Cayetano Santos Godino (1896-1944, Argentina): El petiso orejudo Tenía sólo siete años cuando cometió su primer acto violento contra una persona. A pesar de su aspecto desgarbado, sus orejas prominentes de las que todo mundo se burlaba y su baja estatura, Godino tenía un gran poder de atracción sobre los menores. Los invitaba a sus juegos, les ofrecía caramelos y así lograba llevarlos a zonas aisladas. También era un ladrón habitual. Su familia descubrió que coleccionaba pájaros muertos, pero no alcanzó a sospechar el curso de su crueldad.

Juegos de muerte La primera de sus víctimas, aunque tuvo la suerte de que nada grave le sucediera, fue Miguel de Paoli, un niño de casi dos años, que fue golpeado por el Petiso Orejudo (como se le llamaría más adelante) y después arrojado sobre una zanja llena de espinos. Un agente que circulaba por la zona se percató de lo ocurrido y rescató a Paoli. Un año más tarde, sería el turno de Ana Neri, una vecina suya que apenas tenía 18 meses de edad. Cayetano la golpeó con una piedra que por fortuna no le provocó la muerte; un policía que pasaba por el lugar advirtió la situación e

intervino. Godino salió de prisión esa misma noche debido a su corta edad. Apenas recibió una reprimenda por sus actos. A los diez años era un masturbador compulsivo y un completo antisocial. Sus padres no sabían cómo controlarlo; fue el mismo Fiore Godino, su papá, quien lo denunció ante las autoridades. Cayetano pasó dos meses tras las rejas, para volver a su vida habitual: la de la vagancia y los robos menores. Después de agredir a Severino González Caló, a quien intentó ahogar, y a Julio Botte, a quien le quemó los párpados con un cigarrillo, nuevamente sus padres lo entregaron a las autoridades. En 1908, al cumplir 12 años, fue enviado a la Colonia para Menores de Marcos Paz. Durante tres años de convivencia con otros jóvenes antisociales, se convirtió en un criminal aún peor. Al salir de la reclusión, sus padres le consiguieron trabajo en una fábrica, esperanzados en su transformación. Su siguiente víctima mortal fue Arturo Laurora, de trece años, que apareció brutalmente golpeado, semidesnudo y con un cordel atado al cuello. Días antes Godino había incendiado una bodega de la calle Corrientes. Cuando más adelante se le interrogó por sus actos de piromanía, declaró con cinismo: “Me gusta ver trabajar a los bomberos. Es lindo ver cómo caen en el fuego”. El siguiente homicidio fue el de la pequeña Reina Vaínicoff, a la que le prendió fuego. La niña agonizó durante cinco días. Godino causó tres incendios más que fueron controlados, incluyendo una estación de trenes. Dos niños sobrevivieron milagrosamente a los brutales ataques del Petiso Orejudo. El 3 de diciembre de 1912, Cayetano, prometiéndole caramelos, condujo a Jesualdo Giordano, de tres años, a un final aterrador. En un lugar apartado lo golpeó sin piedad y lo estranguló.

Restos de culpabilidad Dos agentes de policía, de apellidos Peire y Bassetti, ya habían unido acertadamente las pistas de todos los crímenes: el culpable tenía que ser Cayetano Santos Godino. Al registrar su casa encontraron restos de la cuerda que utilizó para estrangular a Jesualdo Giordano y un recorte del periódico La Prensa que relataba los detalles del crimen. Tras largos interrogatorios, Godino confesó algunos de sus crímenes. En un primer momento, fue internado en un hospital de salud mental. En este lugar trató de matar a un invalido postrado en una cama y a una persona que paseaba en sillas de ruedas. Ante su evidente peligrosidad e incurabilidad, en 1923 fue conducido a la cárcel

de Ushuaia (la ciudad más austral del mundo, conocida como “la prisión del fin del mundo”); allí están recluidos los delincuentes más peligrosos de Argentina. En 1927, los médicos del penal le hicieron una cirugía estética en las orejas, porque creían que allí radicaba su maldad. Basados en la idea de que el resentimiento de Godino se originaba en el rechazo, creían que probablemente al ser aceptado físicamente por otros aumentaría su autoestima y disminuiría el odio por los demás. En 1933 quemó al gato mascota del penal, suceso que desató la ira de los reclusos. Recibió tantos golpes que duró un mes en el hospital. Cayetano falleció en 1944, víctima de una hemorragia interna. Se supone que fue producto de las continuas palizas y agresiones sexuales que recibió por parte de los otros reclusos. En sus detalladas declaraciones, confesó que en 1906 había asesinado a una pequeña de sólo 18 meses de edad. En el terreno baldío donde declaró haberla enterrado, se construyó un edificio, razón por la cual nunca pudo corroborarse el atroz crimen. La maldad del Petiso Orejudo nunca fue explicada psiquiátricamente.

Robert Thompson (1983, Inglaterra) y Jon Venables (1983, Inglaterra): Muñecos diabólicos Nacidos en Liverpool, Robert Thompson y Jon Venables tenían diez años de edad cuando dieron paso a su plan homicida. Provenían de familias con dramas de alcoholismo y divorcios en proceso. Siempre reprobaban en el colegio y tenían dificultad para relacionarse con otros niños e incluso sufrían el acoso de sus compañeros. Más allá de indicios de problemas emocionales típicos de hogares disfuncionales, nadie podía anticipar que sus hermosos rostros albergaban una rabia infinita. Sólo una cámara de un centro comercial sería testigo de su macabro plan.

Juegos dementes El 12 de febrero de 1993, Robert Thompson y Jon Venables faltaron a la escuela. Días antes habían intentado robarse a un niño, pero la madre había regresado pronto y no lo habían conseguido. En sus precoces mentes ya se había gestado la idea de llevar a cabo el rapto de un niño menor que ellos. Ese día lo intentarían de nuevo. Dieron vueltas por los alrededores del Centro Comercial Strand, de Boode, Merseyside (Liverpool, Inglaterra). Para pasar el

tiempo se burlaban de las personas mayores que pasaban por allí y molestaban a los vendedores de diferentes locales. Mientras tanto, a las 3:37 p.m., Denise Bulger y su hijo de dos años y medio, James Patrick Bulger, entraron en una carnicería del centro comercial. Robert y Jon vigilaban a los transeúntes. Reconocieron que la mujer se separó de su hijo. A las 3:38, el pequeño Denise estaba junto a la puerta de la tienda, esperando a que su madre regresara. A las 3:39, los dos niños lo tomaron de la mano y se marcharon del local. A las 3:40, Denise salió de la tienda y buscó con desespero a su hijo. James caminaba por la galería principal rumbo a la puerta del centro comercial en compañía de dos niños mayores que él.

El brutal crimen Robert y Jon condujeron al pequeño a un descampado junto a una vía férrea, cerca de un río. En el trayecto, 38 testigos los vieron pasar. Fueron cuatro kilómetros, durante los cuales James, desamparado, lloró reclamando la presencia de su madre. Una mujer testificó haber visto cómo los otros dos niños cogían a James de las manos, uno a cada lado, lo balanceaban con fuerza y lo arrastraban. El aspecto ingenuo de los secuestradores impidió que los testigos sospecharan que estaban frente a dos de las mentes criminales más crueles. Cuando llegaron a una vía férrea del paraje de Walton, Robert Thompson y Jon Venables dieron rienda suelta a su ira, golpearon al niño hasta matarlo y colocaron el cadáver sobre los rieles para simular un accidente.

¿Un asesino en serie? Ante la desaparición del pequeño, se dirigió una investigación exhaustiva apuntando, por supuesto, a un depredador sexual adulto. Tras angustiosas horas de búsqueda nacional, el cadáver del niño, destrozado por un tren, fue hallado el 16 de febrero. Los investigadores de Scotland Yard examinaron las cintas de los videos de seguridad del centro comercial. Al principio se pensó que se trataba de dos cómplices inocentes enviados por el verdadero secuestrador (probablemente un violador o un asesino en serie), pero pronto la cadena de eventos demostró con horror la autoría del crimen. Robert Thompson y Jon Venables fueron arrestados de inmediato. Por decisión

expresa del gobierno, y ante las evidencias forenses que denotaban una planificación del crimen, fueron procesados como adultos. Durante el juicio, los dos acusados asistieron impasibles a la reconstrucción efectuada por el fiscal. El jurado examinó las imágenes grabadas por la cámara de seguridad del Centro Comercial Strand. Con la hora sobreimpresa en las imágenes, resultó sencillo ordenar la secuencia de los hechos. Varios psicólogos de la defensa sostuvieron que los asesinos pensaban que sólo se trataba de un juego. Pero las evidencias ponían en escena claros rasgos de psicopatía: comportamiento predatorio, planificación, crueldad sexual, etc. Incluso en el estrado se mostraban indiferentes frente a lo ocurrido. En su defensa, se hizo referencia a la nefasta influencia que recibieron de la película Chucky, el muñeco diabólico, cinta que supuestamente los animó a cometer el secuestro. Sin importar los argumentos de la defensa y con la contundencia de las declaraciones de la fiscalía, Thomson y Venables fueron condenados a cadena perpetua; primero serían recluidos (por separado y con expresa orden de nunca permitir que se reunieran) en centros especiales y posteriormente en prisiones estatales. A los jueces británicos les bastó que los niños no diferenciaran el bien del mal para aplicarles la condena. La máxima concesión que los acusados recibieron fue que sus nombres no se conocieran, pero los periódicos se encargaron de lo contrario.

Rehabilitación Jon Venables y Robert Thompson pasaron ocho años y cuatro meses en prisión. Ambos estuvieron rodeados de fortísimas medidas de seguridad y de una larga legión de especialistas. El gobierno inglés gastó en sus rehabilitaciones cerca de tres millones de libras esterlinas (cuatro millones de dólares). A pesar de que los niños se pasaron durante años acusándose entre sí como responsables, al parecer la intervención terapéutica logró que finalmente asumieran su culpabilidad. A quien más le costó adaptarse a la vida en la cárcel fue a Jon Venables, quien en prisión siguió evadiéndose de la realidad. Pero en noviembre de 1997, la psiquiatra Susan Bailey informaba que había asumido todo lo ocurrido. En prisión, Venables terminó la escuela primaria y varias asignaturas de la secundaria. Sus educadores afirmaron que podría ir a la universidad. Durante el largo proceso de recuperación, todos los fines de semana recibió la visita de su progenitora, Susan, y de su padrastro, Neil. Robert Thompson, a quien le costó trabajo superar el bachillerato, dio señales de habilidad artística, decorando su celda con diferentes pinturas y manualidades.

En el 2001, una comisión independiente dirigida por el Ministerio del Interior decidió que los dos muchachos (ahora de dieciocho años) estaban rehabilitados. El Ministro del Interior comunicó la decisión de la Comisión, presidida por un juez de la Alta Corte, con una respuesta escrita a una interrogación parlamentaria. Se insistió en que, si bien el crimen había sido atroz, los responsables ya no eran sujetos peligrosos para la comunidad. Cuando se enteraron de la decisión de liberarlos, la madre y el padre del pequeño James (ya divorciados), expresaron con dolor su inconformidad. Por otro lado, las familias de los asesinos, desde el inicio del caso, han recibido amenazas y han sido acosados por vecinos iracundos. Robert Thomson y Jon Venables ya no existen; la justicia británica invirtió mucho dinero para otorgarles una nueva identidad y una continua vigilancia para supervisar su rehabilitación (no se los pudo extraditar y al parecer permanecen en suelo británico). Su paradero es desconocido, así como su aspecto físico actual. La madre de James Bulger, que se declara todavía presa del odio, la ira y el miedo, está segura de que Jon Venables y Robert Thompson acabarán por ser encontrados a pesar de la nueva identidad de la que disponen y de la protección de su anonimato. El padre de la víctima ha jurado encontrarlos para cobrar venganza. Fotos digitales de cómo serían en la actualidad los asesinos han sido difundidas por Internet a la espera de que algún vengador los encuentre. La historia del pequeño Bulger seguirá generando dolor y resentimiento en el espíritu de Liverpool. Nunca ha existido consenso de si en realidad la personalidad sádica y antisocial de los dos niños haya sido rehabilitada para siempre. No sabemos si en sus conciencias de adulto albergan verdadera responsabilidad de sus imperdonables actos. A principios del 2010, se filtró en la prensa inglesa la información de que Jon Venables había sido ingresado a prisión por estar involucrado con un circuito de pornografía infantil. Periódicos como el Sunday Mirror afirmaron que Venables, supuestamente, era drogadicto y alcohólico. Ante la presión mediática, las autoridades informaron acerca del encarcelamiento de Jon Venables (de 27 años), al haber vulnerado las condiciones de la libertad condicional, pero se negaron a dar detalles del motivo del arresto. La historia de los dos muñecos diabólicos aún no termina.

Otros asesinos en serie del mundo A continuación, se presentan unas listas de algunos asesinos que no fueron nombrados anteriormente. Si bien no son tan famosos, su crueldad y maldad fueron igualmente aterradoras.4

Alemania Karl Grossman (1863-1922): carnicero que violó y mató a cincuenta mujeres; vendió la carne de los cuerpos en el mercado negro. Norbert Poehlke (1951-1985): policía que disparó a tres personas en la cabeza; también mató a su hijo antes de suicidarse. Volker Eckert (1959-2007): camionero que mató prostitutas en Francia y España; confesó el asesinato de seis mujeres, se cree que en total fueron diecinueve. Guardaba mechones de pelo y tomaba fotos de las víctimas.

Argentina Carlos Eduardo Robledo Puch (1952): el Ángel Negro o el Ángel de la Muerte, con apenas 18 años y una cara de niño indefenso, empezó su carrera delictiva. Asesinó a once personas antes de ser arrestado en 1972. Combinaba robos y violación.

Australia Eric Edgar Cooke (1931-1964): asesinó al menos a siete personas, la última de ellas en el oeste del país. Usó todo tipo de armas para matar: cuchillos, hachas y pistolas. Paul Denyer (1972): llamado el Asesino de Frankston, mató a tres jóvenes mujeres en 1993 en los suburbios de Melbourne. Afirmó que lo hacía por odio. John Bunting (1966): junto con otros tres hombres, torturó y asesinó a discapacitados mentales y a homosexuales. Los Asesinos de Snowtown mataron a once personas entre 1992 y 1999.

Brasil Marcelo Costa de Andrade (1966): llamado el Vampiro de Niteroi, entre 1991 y 1992, a los 23 años de edad, cometió catorce asesinatos de niños. Además de violarlos, confesó haber bebido la sangre de las víctimas; los decapitó y les extrajo el corazón. Fue recluido en un manicomio. Asesinos de la secta satánica LUS (Lineamento Universal Superior): Anísio Ferreira de Sousa, ginecólogo; Amailton Madeira Gomes, comerciante, Carlos Alberto dos Santos, el ex policía militar; Cesio Flavio Caldas y Anisio Ferreira, médicos, y Valentina de Andrade, líder de la secta, fueron acusados de realizar ritos satánicos entre 1989 y 1993 en Altamira, municipio de Pará. Sacrificaron a cinco víctimas que tenían entre 8 y 14 años de edad. Se sospecha de la desaparición de otros catorce niños en Altamira, veinte en el estado de Maranhao y cuatro en Paraná.

Canadá Paul Bernardo (1964): fotogénico joven, violador en serie, que mató a tres mujeres con la ayuda de su bella esposa Karla Homolka, una de ellas fue la hermana de Karla. Fueron bautizados como Barbie y Ken. Gilbert Paul Jordan (1931-2006): abusador sexual; mató entre ocho y diez mujeres por intoxicación etílica: las obligaba a beber sin parar hasta provocarles la muerte. Allan Legere (1948): el Monstruo de Miramichi, asesino de cinco personas. Fue uno de los primeros casos de Canadá en los que se usaron pruebas de ADN para condenar a un asesino.

Colombia Manuel Octavio Bermudez (1961): llamado el Monstruo de los Cañaduzales, confesó veintiún asesinatos y violaciones de niños cometidos entre 1998 y el 2003 en Palmira, Pradera, Florida, Yotogo y Tuluá. Trabajaba como vendedor de helados; prometía a sus víctimas (niños pobres de entre 9 y 13 años) darles dinero si le ayudaban a cortar caña de azúcar; una vez los conducía a un sembrado solitario, los violaba y los asesinaba. Usó inyecciones para paralizar a los jóvenes. Fue sentenciado a 26 años de cárcel.

China Huang Yong (1974-2003): entre septiembre de 2001 y 2003 mató al menos a 17 jóvenes. Shen Changyin (1975) y Shen Changping (1983): hermanos que entre 2003 y 2004 asesinaron y canibalizaron a once prostitutas. Fueron condenados a muerte. Yang Xinhai (1968-2004): confesó haber acabado con la vida de 65 personas entre el 2000 y el 2003.

España Juan Díaz de Garayo (1821-1881): llamado el Sacamantecas, violó y mató a seis mujeres. Su sobrenombre se usó para asustar a los niños que se portaban mal. Francisco García Escalero (1954): asesino de al menos once mendigos. Fue internado en un hospital psiquiátrico penitenciario. José Antonio Rodríguez Vega (1957-2002): violó y mató a dieciséis ancianas. Tenía un rostro amable, pero fue diagnosticado como psicópata. Fue asesinado en prisión.

Estados Unidos John Linley Frazier (1946): considerado asesino frenético, eliminó a cinco miembros de una familia con el pretexto de enviar un mensaje sobre el daño ecológico producto del capitalismo. Herman Mudgett o H. H. Holmes (1861-1896): mató a veintisiete personas entre 1890 y 1894 en Chicago durante la Feria Mundial, en un hotel diseñado por él mismo para atrapar y torturar a sus víctimas; envenenó con gas a varias mujeres. Dennis Rader (1945): se bautizó a sí mismo como el Asesino BTK, sigla en inglés para asfixiar, torturar, matar; asesinó a diez personas entre 1974 y 1991. Arthur Shawcross (1945-2008): conocido como el Asesino del Río Genesee; condenado por doce asesinatos. Alegó múltiples personalidades, traumas de infancia y de guerra y daños cerebrales como detonadores de su violencia.

Francia Martin Dumollard (1810-1862): llamado L’Assassin des Bonnes, violó y estranguló a seis mujeres. Henri Désiré Landru (1869-1922): llamado Barba Azul, mató por lo menos a once mujeres; su móvil aparente era el dinero. Charles Chaplin se inspiró en él para crear su personaje de Monsieur Verdoux. Michel Fourniret (1942): entre 1987 y el 2000, violó y asesinó a nueve niñas y adolescentes. Se presume que fueron más víctimas. Su esposa lo denunció al temer ser acusada de complicidad.

Italia Donato Bilancia (1951): llamado el Monstruo de Liguria, asesinó a diecisiete personas, la mayoría, prostitutas, entre 1997 y 1998. Pietro Pacciani (1925-1998): agricultor llamado el Monstruo de Florencia, mató a varias parejas de jóvenes. Luigi Chiatti (1968): asesino pedófilo llamado el Monstruo de Foligno, fue detenido en 1993 y cumple una condena de 30 años.

Japón Futoshi Matsunaga (1961-2005): junto con Junko Ogata torturaron y asesinaron mínimo a siete personas (incluidos dos niños) entre 1996 y 1998. Fueron condenados a la horca. Hiroaki Hidaka (1962-2006): asesinó a cuatro prostitutas en 1996; fue ejecutado el 25 de diciembre del 2006. Hiroshi Maeue (1968-2009): llamado Suicide Website Murderer, atrajo a sus tres jóvenes víctimas a través de un grupo de Internet prometiéndoles que cometería suicidio junto a ellas. Luego las estranguló.

México José Luis Calva Zepeda (1969-2007): llamado el Poeta Caníbal, quería ser escritor; la policía encontró los restos de múltiples víctimas femeninas en su casa; la última fue su novia, de 32 años, cuyo cuerpo canibalizó. Se suicidó en prisión.

Adolfo de Jesús Constanzo (1962-1989): conocido como el Padrino de Matamoros, nació en los Estados Unidos, pero creció en México. Junto con Sarah Aldrete fueron los líderes de un grupo de narcotraficantes conocidos como Los Narco satánicos. Se cree que asesinaron a 34 personas, algunas en medio de rituales de magia negra. Raúl Osiel Marroquín Reyes (1981): responsable de varios secuestros y de cuatro homicidios. Todas sus víctimas fueron hombres homosexuales. Angel Maturino Resendiz o Resendez o Recendis (1956- 2006): también identificado como Rafael Ramírez y llamado el Asesino de las Vías del Ferrocarril, asesinó a catorce personas (hombres y mujeres) en diferentes estados. Las autoridades mexicanas creen que también pudo ser responsable de varios asesinatos cometidos en Ciudad Juárez. Se entregó por su voluntad a las autoridades. Fue ejecutado por inyección letal en la cámara de la muerte del estado de Texas. Antes de morir pidió perdón a Dios y a las víctimas.

Inglaterra John Christie (1898-1953): entre 1943 y 1953 mató a siete mujeres, incluida su esposa, y probablemente a un niño; los restos de las víctimas fueron encontrados en el jardín de su casa. Frederick Walter Stephen West (1941-1995): entre 1967 y 1987, junto con su esposa, violó, torturó y asesinó a doce mujeres jóvenes en su casa, ubicada en Gloucester. Graham Frederick Young (1947-1990): envenenador en serie y experto en química que asesinó a su madre y a dos compañeros de trabajo usando talio y antimonio proporcionado en una taza de té.

Rusia Maxim Petrov (1965): médico que acabó con la vida de doce pacientes y también violó a varias personas. Alexander Pichushkin (1947): llamado El Asesino del Ajedrez porque deseaba cometer 64 asesinatos, como el número de cuadros del tablero. Fue condenado por 48 muertes, aunque confesó 63. Anatoly Onoprienko (1959): nacido en Ucrania, estudiante y guardia forestal que en 1996 confesó haber matado a 52 personas; mató a los hombres con una pistola y a las mujeres con un cuchillo. Su supuesto móvil

era el robo.

Venezuela Dorangel Vargas (1957): llamado el Comegente, mató y se comió al menos a diez personas. La mayoría de sus víctimas fueron mendigos, como lo era él mismo; dijo preferir la carne de hombres delgados.

La ficción y los asesinos en serie Un modus narrativo En un apartamento universitario la policía encontró el cuerpo de una mujer, una joven y bella estudiante de veinte años. Fue estrangulada y golpeada brutalmente, también fue agredida sexualmente. Presentaba marcas de mordeduras en diferentes zonas; una media fue atada a su cuello y su cuerpo fue ubicado en el sillón de la sala frente al televisor, de manera aparentemente apacible. La cerradura no fue forzada, así que debió confiar en el asesino para permitirle entrar. Este es el tercer crimen de una serie con características similares, y los investigadores aún no tienen pistas claras sobre el perpetrador. Lo único seguro es que volverá a atacar, de seguro con mayor violencia. Frente a esta noticia, típica del crimen en serie, cualquier guionista o escritor de ficción se enfrenta a todos los elementos básicos para armar una historia compleja. Sin embargo, dicho narrador tendrá que entender las motivaciones del asesino, su forma de pensar, las actitudes antes, durante y después de la agresión; deberá descifrar los códigos con los que se ha manifestado en las escenas de crimen para así darle un lenguaje propio que lo diferencie de otros asesinos. El escritor de ficción deberá organizar el desarrollo dramático de los crímenes consecutivos, contrastándolos con la vida cotidiana, con las máscaras públicas del asesino. Tendrá que imaginar el funcionamiento de sus pensamientos y de su extraño sistema moral, y por supuesto describir cómo percibe la realidad. También el escritor deberá ponerse de parte de las víctimas para equilibrar el relato, no vaya a ser que su historia resulte convirtiéndose en una apología al asesinato. Tendrá que decidirse radicalmente por la elipsis y el símbolo o por la descripción y la crudeza para presentar los crímenes y la brutalidad de los ataques, y lo más difícil de todo, al final deberá sorprender al lector con un giro inesperado de la trama. No todos los narradores han seguido este proceso; en muchos “casos” se han limitado a tomar prestados los elementos más básicos del crimen en serie para construir una historia, sin tomar en cuenta ni siquiera aspectos patológicos coherentes con la realidad del asesino en serie. Son muchos los ejemplos de la ficción en los cuales los narradores se han limitado a copiar los caprichos de los asesinos en serie al organizar sus crímenes (el zodiaco, el ajedrez, las fases lunares, los siete pecados capitales, etc.), sin preocuparse por el desarrollo

psicológico y emocional de los personajes. Si la “fórmula” del asesino en serie no está acompañada de una construcción argumental bien diseñada, que juegue de forma inteligente con la relación entre asesino, investigador, víctimas, tipo de crímenes, etc., al final el resultado narrativo y dramático de seguro será un fracaso. Por el contrario, si la construcción de los personajes de este tipo de narrativas (tanto del asesino, como de los demás personajes que lo rodean), además de basarse en una verosimilitud psicológica, logra sincronizar el desarrollo episódico de los crímenes con el desarrollo dramático y también con la complejidad de los personajes, el producto final puede ser una historia contundente y conmovedora. Los crímenes de Jack el Destripador continúan siendo un “guion” difícil de adaptar. El carácter dramático, progresivo, de su proyecto homicida, lo convierte no sólo en el primer caso de asesino en serie moderno, sino el primer relato de su género. Las narrativas audiovisuales y literarias han tomado muchos elementos del fenómeno de los asesinos en serie. Mencionemos los aspectos más importantes que le permiten al escritor configurar sus historias: La distribución temporal y espacial de los crímenes como base estructural de un argumento sólido. Las pistas dejadas por el asesino que funcionan como indicios narrativos que permiten tejer una historia inquietante. El carácter episódico creciente y dramático de los crímenes que da la tensión de un guion que se sostiene desde el inicio hasta su resolución. La ambigüedad emocional y mental del psicópata en la que una siniestra personalidad convive con un lado en apariencia bueno, como modelo perfecto para configurar un personaje inquietante y complejo; así como la inteligencia y astucia de los asesinos en serie como perfiles básicos para la construcción de un rol siniestramente seductor para el lector o el cine vidente. El sufrimiento de las víctimas como mecanismo emotivo de identificación del espectador con el drama que se le presenta. La tensión generada por la impunidad, la persecución fallida y el sadismo sufrido por las víctimas del asesino en serie permite involucrar a fondo al lector-cine vidente de la historia. En conclusión, podemos afirmar que el crimen en serie le ha prestado a la narrativa un modus operandi para contar historias. Los casos tomados de la realidad, una vez convertidos en argumentos, no siempre han sido bien

estructurados y adaptados por los narradores, y no siempre han sido llevados a la ficción en concordancia con la verosimilitud de la patología del asesino; pero, eso sí, todas las historias que involucran a asesinos en serie están dispuestas a valerse del poder que emana de estos siniestros sujetos para atraer y conmocionar al público. A continuación, nos encargaremos de “perfilar” a varios criminales de ficción para determinar sus aciertos y desaciertos. Analizamos aquí la presencia protagónica, secundaria, verosímil, impostada, bien o mal actuada del asesino en serie en las narrativas de ficción tanto del cine (algunos casos de televisión) como de la literatura.

Asesinos en serie en el cine Presentamos tres categorías para clasificar las películas relacionadas con el tema de los asesinos en serie o influidas por éste: biográficas- documentaleshipotéticas, thriller-suspenso-detección y psicológicas.

Biográficas-documentales-hipotéticas Son películas basadas en asesinos y hechos reales que incluso proponen hipótesis sobre los hechos históricos de los crímenes narrados. M, el Vampiro de Dusseldorf (Fritz Lang, 1931) Reconstruye de forma magistral los terribles crímenes de Peter Kurten, el Vampiro de Dusseldorf. Presenta en clave policíaca y con una iluminación propia del cine de terror la evolución de la ansiedad vampírica del asesino, así como el temor de la población, que decide tomar la ley en sus manos. El enigmático actor Peter Lorre encarna al asesino de forma controlada, sin excesos teatrales, llegando a jugar emocionalmente con el espectador al enfrentarlo a la complejidad moral de su maldad. El estrangulador de Boston (Richard Fleischer, 1968) Está basada en la investigación que permitió la detección de Albert DeSalvo, asesino de varias mujeres de diferentes edades que generó el pánico en Boston. Narrada con la entonces original pantalla dividida, logra una reconstrucción

inteligente de los pormenores de la historia. El rostro del asesino se le oculta al espectador durante gran parte de la película, centrando la narración en el cubrimiento mediático y las acciones desesperadas de las autoridades. Magníficas actuaciones de Tony Curtis como el estrangulador y Henry Fonda en el papel del fiscal encargado de la investigación. El guion es fiel a la interpretación psicológica aceptada en la época: trastorno de múltiple personalidad. Los asesinos de la Luna de Miel (Leonard Kastle, 1970) Versión de bajo presupuesto y basada en noticias periodísticas y datos judiciales del plan homicida de Martha Beck y Raymond Fernández, asesinos de mujeres a las que también estafaron. Con un estilo frío, directo, explícito, sin concesiones, logra construir una atmosfera sombría y enfermiza. La banda sonora incluye fragmentos de Mahler para marcar el momento de los asesinatos. Película de culto del llamado “cine B”. Fue objeto de una versión de Arturo Ripstein, titulada Profundo carmesí (1997). Henry, retrato de un asesino en serie (John McNaugton, 1986) Reconstruye apartes de la vida de Henry Lee Lucas y su pareja de crimen, Ottis Toole. Lejos de la narrativa típica del thriller del asesino en serie y más cerca de las técnicas del documental (sonido directo, escasez de planos, secuencias largas, etc.), ésta es una de las mejores del género. Henry es interpretado por el actor Michel Rooker, ni demasiado teatral ni demasiado estupendo, punto perfecto para un asesino documental. El snuff, video de violencia real, es el punto focalizador de la historia: la pareja de asesinos tiene una cámara de video con la que registrará sus crímenes. La escoptofilia (la perversión del mirón) se le impone al espectador, el cual deberá salirse de la sala de cine, apagar su aparato de DVD, adelantar la película o aguantar con criterio la maldad humana que se le exhibe por medio de la cámara sádica que registra los crímenes. Rampage (William Friedkin, 1988) El director de la mítica El exorcista quiso con esta cinta retornar al cine de horror, ya no con el demonio, sino a través del más moderno contenedor del mal: el asesino en serie. Argumento basado en los crímenes de Richard Chase, el Vampiro de Sacramento, más en relación con los actos de sadismo que con el

desarrollo de su historia. También presenta el punto de vista moral de las autoridades y del jurado encargado de juzgar al asesino Charles Reece. Como las buenas cintas de Friedkin, tensa, asfixiante, teatral, efectista. Asesinos por naturaleza (Oliver Stone, 1994) Sin ser biográfica retoma muchos elementos de sucesos reales de la historia del crimen en los Estados Unidos. Mickey y Mallory Knox (personajes basados en los asesinos Charles Starkweather y Caril Ann Fúgate) después de asesinar a los padres de ella, viajan por la carretera matando a todo aquel que se atraviese en su camino. A lo largo de la cinta se hace referencia a asesinos famosos en los Estados Unidos: Richard Ramírez, Charles Manson, Charles Whitman (el Francotirador de Austin). Stone hace del guion original de Quentin Tarantino una película que critica el papel de los medios de comunicación en el consumo de la violencia. Visualmente interesante. Citizen X (Chris Gerolmo, 1995) Cinta estadounidense basada en los asesinatos de jóvenes cometidos por Andrei Chikatilo en la población de Rostov, Rusia. La historia se construye a partir de las investigaciones, erráticas y caóticas, que se hicieron del caso. La historia se desarrolla intercalando el paso homicida de Chikatilo con la gesta heroica de un detective (Stephen Rea) que insiste, a pesar de la incredulidad e ineptitud de sus superiores, en la presencia de un asesino en serie en el bloque soviético. Magnificas actuaciones de Donald Sutherland en el rol de un oficial de alto rango encargado de la investigación y Max von Sydow en el papel del psiquiatra Bucharovski (inspirado en el médico real que hizo el perfil de Chikatilo). En la luz de la luna/Ed. Gein (Chuck Parello, 2000) Esta cinta trata de ser fiel a la historia de Ed Gein, el asesino en serie que también inspiró a Robert Bloch para su novela Psycho (génesis de la famosa película de Alfred Hitchcock). Recordemos que Gein también fue tomado como modelo para crear el personaje de Buffalo Bill en El silencio de los inocentes, y sin duda su reconocida obsesión con los cadáveres generó ideas para la configuración del asesino de la película La masacre de Texas (Tobe Hopper, 1974).

Desde el Infierno (Albert Hughes y Alian Hughes, 2001) Versión contemporánea del caso del Destripador (en realidad, adaptación de un cómic de Allan Moore de 1991); publicitada al público como una idea original y novedosa, simplemente repite la teoría de la conspiración masónica que tomó forma especialmente con el libro de 1976 Jack el Destripador: la solución final, de Stephen Kmght. La introducción del romance y el amor, manía gringa de solucionar todas las narrativas con esta fórmula, desvía la dirección de la historia. El personaje de Jack (Iam Holm), que más parece un asesino de la tercera edad, termina en caricatura al evidenciar su maldad con el truco de los ojos negros. Bien la actuación de Johnny Deep como investigador adicto al opio, pero el ritmo de la narración no logra salvarlo. Para colmo de la tergiversación de los hechos, tenemos un final feliz donde la bella Mary Kelly se salva para vivir con el hijo fruto de la aventura del duque de Clarence (el nieto de la reina Victoria) y de la prostituta Annie Crook, origen de todo el problema y razón por la cual se asesinaron a las otras cuatro mujeres. Las películas clásicas más conocidas sobre el Destripador son Jack The Ripper, de Robert Baker (1973); Murder by Decree, de John Hopkins (1980), y Study in Terror, de James Hill (1965). Las dos últimas introducen al ente de ficción Sherlock Holmes para que resuelva los crímenes en medio de la “bruma” londinense. Monstruo (Patty Jemkins, 2003) A partir de las versiones de la vida de Aileen Wuornos, se presenta en esta cinta el infierno personal sufrido por una mujer que terminó liberando su odio contra la humanidad matando hombres. Impresionantes transformaciones físicas y actuaciones de la bella Charlize Theron para encarnar a Wuornos y de Christina Ricci en el papel de su amante. La forma en que se narran las motivaciones de los crímenes (hombres que maltratan con violencia a Wuornos una vez ésta les ha ofrecido sus servicios como prostituta) generó indignación en algunos familiares de las víctimas reales. Aileen siempre insistió en esta versión y se quiso mostrar como la verdadera víctima; en otras ocasiones explotó ante las cámaras y soltó insultos y maldiciones. Zodiaco (David Fincher, 2007) Película que decepciona al espectador que espera una típica historia intensa y

truculenta de asesinos en serie. Al basarse en un caso real abierto y sin resolver, la premisa de la cinta de Fincher (que investigó con profundidad la historia real) no se basa en la resolución de los crímenes ni mucho menos en la captura del asesino, sino que se construye a partir de la gesta casi solitaria de un periodista que pudo o no tener razón sobre la identidad del Zodiaco. Carece de verdadero suspenso y de giros sorprendentes, pero es una inteligente y bien narrada historia de la impunidad de unos de los asesinos que lograron hacer de los medios masivos su arma más letal.

Thriller-suspenso-detección Son películas en la que los crímenes del asesino generan una tensión dramática en el espectador, el cual espera que el criminal sea atrapado o detenido. ManHunter (Michael Mann, 1986) William Graham, agente retirado del FBI que posee una especial habilidad para penetrar en la mente de los asesinos, es requerido por su antiguo jefe, Jack Crawford, para reincorporarse y detener a un asesino en serie que sólo ataca los días de luna llena. Con el fin de intentar comprender las motivaciones del impredecible psicópata, rinde visita a un viejo conocido con el que tuvo un enfrentamiento en el pasado que le causó graves secuelas: el doctor Hannibal Lecter. Interesante primera adaptación de la obra de Thomas Harris El Dragón Rojo. El pasajero de la muerte (The Hitcher, Robert Harmon, 1986) Rutger Hauer, que será por siempre recordado por ser el replicante malo de la cinta Blade Runner (un tanto psicópata también), encarna aquí a Jhon Ryder, un psicópata autoestopista que asesina a los buenos samaritanos que lo recogen en medio de la carretera. Un muchacho comete el error de detenerse a llevar a este pasajero homicida. El joven logra escapar, pero desata una cacería obsesiva por parte del autoestopista, que llegará incluso a involucrarlo en sus crímenes. La trama es perfecta y la tensión se mantiene hasta el final. Hauer cumple con lo suyo. Jennifer 8 (Bruce Robinson, 1992)

Un policía de Los Ángeles (Andy García) llega a un pueblo de California donde descubre una cadena de crímenes de mujeres invidentes. En su investigación conoce a la bella compañera de cuarto (Umma Thurman) de una de las jóvenes asesinadas. Romance, tensión y al final un giro sorpresa. La construcción del suspenso a partir de la vulnerabilidad de la víctima, el núcleo del argumento, se olvida rápidamente y da paso a un tono melodramático. Película mediocre que no profundiza en la mentalidad del criminal y pretende sostenerse sobre los ambientes creados por la cámara y la tensión sexual de la pareja. Enigma mortal (Carl Schenkel, 1993) Un genio ajedrecista traumatizado en la infancia por perder una partida regresa, ya adulto, a cobrar venganza contra su antiguo rival de juego (Cristopher Lambert); el plan incluye una serie de asesinatos basados enjugadas de ajedrez que incriminan a su contrincante. De esta manera la ciudad se convierte en el tablero, y las víctimas, en piezas que perecerán bajo jugadas maestras. Buena intención, pero al final el dispositivo narrativo resulta aburrido, aparece el romance entre el sospechoso número uno y la sexy mujer policía; y el asesino, inicialmente brillante, se desquicia y termina disparando para salvar su vida. Truculenta y predecible; típico thriller en el que la trama se enreda tanto que termina resuelta a punta de golpes y disparos. Tesis (Alejandro Amenábar, 1995) Ángela, estudiante de comunicación, prepara una tesis sobre la violencia audiovisual; su director de tesis descubre accidentalmente una película y al día siguiente aparece muerto. Ella pronto descubrirá que la cinta es una snuff-movie (video de violencia real) en la que una joven es torturada y asesinada. Ayudada por un compañero de la universidad, se entrega a la peligrosa tarea de desenmascarar a los asesinos. Ópera prima de este importante director español. En su momento, película de culto que hizo visible el fenómeno del video real de violencia, usado por algunos asesinos en serie; vista con lupa está llena de defectos arguméntales. Siete pecados capitales (Seven, David Fincher, 1995) Puesta en escena de la construcción de una máquina de justificación homicida, la cual le permite al asesino actuar de manera libre creando su propia moralidad

justiciera. John Doe (nombre genérico que se les da en los Estados Unidos a los NN) ha tomado la tarea mesiánica de ejemplificar al mundo sobre su descomposición y sobre sus horribles pecados, cometiendo siete crímenes brutales, cada uno con un sentido supuestamente místico y edificante, alegoría de los pecados capitales medievales. El policía veterano a cargo del caso (Morgan Freeman) es experto en la Divina Comedia y amplio conocedor de la obra de Milton y Chaucer, si no jamás se habría resuelto el caso. La película posee un ritmo denso que se acelera en su momento justo, la simbología de los crímenes resulta inquietante, los ambientes y las escenas de los crímenes refuerzan el crecimiento dramático, pero el psicópata, aunque bien esquematizado por Kevin Spacey, resulta un tanto caricaturesco. Final sorprendente focalizado en el policía novato (Brad Pitt) que hace saltar al espectador de la silla y le deja una amarga sensación del triunfo del mal. Kiss the Girls (Gary Fleder, 1997) Interesante propuesta en la que se recupera la siniestra figura de los asesinos esclavistas. Una bella mujer (Ashley Judd) es raptada por un moderno Barba Azul, pero logra escapar. Se verá en la misión de ayudar a un policía (Morgan Freeman) a encontrar la guarida en la que estuvo cautiva y así salvar a la sobrina del agente, que cayó en las redes del asesino. La primera parte se sostiene gracias las actuaciones, pero cae precipitadamente por culpa de un guion esquemático, torpe y predecible. Intenta un giro sorpresa que el espectador atento anticipa, y que se empobrece tanto por la sobreactuación del segundo asesino como por la resolución a punta de golpes y disparos. Millenium (serie para televisión creada por Chris Carter, 1998-2000) Estupenda narrativa del tema del asesino en serie combinado con la conspiración gubernamental, la pugna gnóstica entre el bien y el mal y la presencia del demonio en el mundo moderno. El héroe de Millenium es Frank Black, ex agente del FBI, experto en asesinos en serie (Robert Ressler fue el modelo para este personaje), que al ser acosado por un asesino en serie que él encarceló en Nueva York, se traslada en Seattle. Frank tiene un don vidente: puede leer la mente del asesino y entrar en sus más horribles pensamientos, este es su don y su maldición que le permitirá entender las motivaciones del asesino y adelantarse a su siguiente asalto. Es la precursora de series como Criminal Minds (empezó en el 2005), en la que

un grupo de agentes especiales del FBI caza a los asesinos en serie a partir de perfiles (serie interesante, pero demasiado explicativa y con exceso de escenas de acción), e incluso de la ingenua, torpe y predecible Dexter (empezó en el 2006), en la cual el protagonista es un asesino en serie forense que a su vez mata asesinos en serie. Es muy común que series de televisión no relacionadas directamente con el tema recurran al asesino en serie como fórmula para rescatar audiencia; ha ocurrido desde Melrose Place (1992) hasta NipTuck (2003), con su asesino el Tallador. El coleccionista de huesos (Phillip Noyce, 1999) Un asesino en serie de Manhattan deja pistas que solamente el agente Lincoln Rhyme (Denzel Washington), un famoso criminalista que sufre una parálisis total producto de un accidente en servicio, podrá resolver. Para poder detener al asesino (que en realidad no colecciona huesos) tendrá que instruir a Amelia Donaghy (Angelina Jolie), una novata policía, en los secretos del perfil del asesino en serie. Argumento reforzado, lejos de la verdadera complejidad de las motivaciones y del modus operandi de los asesinos en serie reales. Llena de lugares comunes: la pareja dispareja que al principio se odia y luego se aprecia, los policías ineptos, el asesino brillante que deja pistas que no logran sostener la trama. Los ríos de color púrpura (Mathieu Kassovitz, 2000) Fotografía impecable, simbolismo equilibrado para manejar la oscura estética de la muerte, personajes antagónicos bien delineados, ritmo cambiante y tenso; adecuado manejo de los indicios que se le lanzan al espectador y lo enganchan en la búsqueda de la resolución del misterio. Pero el final, cuando por fin se sabe quién es el autor de los elaborados crímenes de varios estudiantes en un prestigioso campus universitario (endogámico), es rebuscado, torpe, decepcionante. Bien Jean Reno en su papel de experto investigador de asesinos en serie. La película tuvo una segunda parte aún más desastrosa. 15 minutos (John Herzfeld, 2001) Una pareja de asesinos del antiguo bloque soviético trata de saltar a la fama y de paso convertirse en millonarios grabando sus crímenes para luego venderlos a los medios; descubren que en los Estados Unidos el crimen sí paga. Interesante

el tratamiento del tema de la explotación de los medios sobre el crimen, que evidencia el afán de los asesinos por sus 15 minutos de fama, pero el desarrollo argumental es un fracaso y las actuaciones de los dos criminales rayan en la caricatura. The Watcher (Joe Charbanic, 2001) Aunque con actores de primera línea, esta es una de las peores de la lista. Su director nos presenta una historia que más parece una película de serie B para festivos que un thriller serio. Lugares comunes hasta el cansancio: un policía obsesionado e hipocondriaco perseguido por el asesino de su esposa; una relación tormentosa entre el asesino y el policía; un asesino superdotado e inatrapable que juega con sus raptores dejando pistas que no resolverán; un asesino sin carácter definido: baila, toma fotos, usa pistolas, cuerdas de piano, es incendiario y medio poeta, un revuelto que no deja nada claro. En suma, un asesino insoportable en medio de una cinta mediocre resuelta con resurrección sorpresiva del asesino cuando “nadie lo espera”.

Otras películas con asesinos sobrenaturales En esta galería encontramos películas como Hallowen (1978, John Carpenter), Viernes 13 (1980, Sean S. Cunningham), Sé lo que hicieron el verano pasado (Jim Gillespie, 1997), Scream (Wes Craven, 1996), Leyendas urbanas (Jamie Blanks, 1998) y Saw (James Wan, 2004) En Viernes 13, Jason, el supersicópata preternatural e inmortal, armado con máscara de hockey y sierra eléctrica o en su defecto un hacha, persigue incansablemente a voluptuosas jovencitas para cortarlas en pedazos. Sus variantes noventeras, como Sé lo que hicieron el verano pasado, cayeron en el mismo efecto de un asesino indestructible al que nunca se le conoce la cara y que siempre cuenta con la suerte de encontrar a mano una sierra eléctrica en medio de una fiesta de secundaria. Otro asesino similar que usa máscara es el joven Michael Myers de Hallowen (y su eterna saga). Estos asesinos sobrenaturales tienen el don de resucitar, jamás pronuncian palabra y, lo más importante, aunque sus víctimas corran a toda velocidad, ellos, con sólo caminar sin afán, las atraparán escondidas en clósets. Sobre Scream anotamos que, aunque su primera parte fue inteligente y logró jugar con los

clichés del cine ochentero de terror deconstruyendo el género para volver a asustar, cayó en la truculencia de sus antepasados con crímenes gratuitos y sangre por doquier, repitiendo la fórmula de despistar al cinevidente sobre la verdadera identidad del asesino. Leyendas urbanas, cuyo título prometía una premisa interesante al retomar estos interesantes relatos del imaginario urbano, se autoelimina con una trama predecible cuya única apuesta interesante es que el asesino resulta ser una mujer. Saw (en español El juego del miedo), película que vino a sustituir a las anteriores, retomó elementos del asesino en serie esclavista. El asesino del rompecabezas, conocido como Jigsaw, somete a sus cautivos a elaborados juegos sádicos de supervivencia. La construcción psicológica del personaje, así como la del suspenso se sacrifican y son sustituidas por terror explícito de escenas de tortura; los giros dramáticos y el enigma planteado no se sostienen en un juego de ocultar información, sino en la sucesión constante de actos de violencia. Su saga llega a la sexta parte y parece no querer terminar nunca.

Psicológicas Son películas que centran su desarrollo argumental en la mentalidad y patología del asesino en serie. Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) Aunque lejos de su referente biográfico (Ed Gein, que inspiró el libro en el que se basó el guion), esta película crea para la historia del cine a uno de los asesinos más famosos. El esquizofrénico Norman Bates que mata bajo la identidad de su madre muerta. El travestismo de Gein era con piel humana, el de Bates es más teatral. A Hitchcock le importaba poco la patología del asesino; lo suyo era narrar para generar tensión y, por supuesto, lo logra con la famosa escena de la bañera. Imperdonable para Bates reaparecer en una saga dirigida por directores de tercera, siempre se debió quedar en el motel Bates, blanco y negro. Gus Vant Zant hizo su copia en 1998, nada nuevo, sólo parte de la ola remake de fin de milenio. Esta película es una de las primeras en crear el cliché de la locura como fuente de maldad. Vestida para matar (Brian de Palma, 1980)

Travestismo homicida: Michael Caine, sin duda uno de los grandes actores, encarna a un psiquiatra que se viste de mujer para estrangular de manera episódica. Cinta por supuesto influida por modelos psicoanalíticos. Se supone que sólo hasta el final descubrimos que el asesino no era una mujer, sino el mismísimo Caine. Resulta interesante que el asesino, además de estar obsesionado con la imagen femenina, sea un conocedor de las patologías de la mente. Buen ritmo y tensión dramática, logra construir ambientes asfixiantes que complementan la patología del asesino. El silencio de los inocentes (Jonathan Demme, 1991) Esta es una de las películas del género mejor logradas, y fue sin duda la que sacó al tópico del serial killer de la serie B, en la cual normalmente el asesino trabajaba en un gimnasio donde se obsesionaba con las mujeres o era jurado de un concurso de belleza que eliminaba a las concursantes. Antony Hopkins se ganó para siempre el derecho de interpretar al doctor Lecter, le aportó ciertos tics faciales intimidantes, un acento estupendo y un aire ambiguo de atracción y maldad. Si se mira con detenimiento es todo un curso de psicología criminal que retoma los tópicos de los tipos de asesinos identificados por el FBI. El asesino Buffalo Bill, que se está haciendo un cuerpo femenino con piel humana, también está estupendamente caracterizado por Ted Levine, un asesino más perturbado que su psiquiatra. Combina a la perfección desarrollo dramático, acción y construcción emocional de los personajes. Man Bites Dog (C’est arrivé prés de chez vous, Rémy Belvaux y André Bonzel, 1992) Película belga, atípica y difícil de clasificar. Un grupo de cineastas decide acompañar a Ben, un asesino en serie, y filmar un documental sobre su vida. Bajo el estilo del falso documental, de forma cruda expone los crímenes de Ben. El equipo que realiza la película también termina involucrado en los asesinatos. ¿Acida parodia satírica de la televisión amarillista y del morbo que suscita la violencia?, ¿humor muy negro que busca mostrar la insensibilización y explotación de los medios frente a la muerte?, ¿puesta en escena sin mediaciones ni filtros morales de la violencia extrema del asesino en serie? En los Estados Unidos fueron vetadas dos escenas: una de violación y otra de la masacre de una familia.

El imitador (Copycat, John Amiel, 1995) Curso abreviado de asesinos famosos. Un asesino atormenta a una psicóloga agorafóbica (Sigorney Weaver), que ahora no es perseguida por un alien, sino por un peligroso psicópata que está imitando a los asesinos más populares del crimen en serie. Aunque logra condensar elementos interesantes de los perfiles más típicos del asesino de los ochenta, cae en lugares comunes, no de los asesinos, sino del thriller moderno, como resolver una intricada y bien tejida trama a punta de karatazos y salidas rocambolescas. En relación con el asesino, poco que decir, demasiado teatral, el director no supo retomar la verdadera personalidad de los asesinos imitados. The Cell (Tarsem Singh, 2000) Con una mezcla de ciencia ficción con thriller de suspenso, el espectador es conducido por los laberintos de la mente de un asesino en serie. Comparten “habitación” un niño indefenso y un estupendo monstruo, cruel y poderoso. El trabajo de diseño de los escenarios mentales en los que se desarrolla la historia es impresionante. Magnifica caracterización de Vincent D’Onofrio, que logra, apoyado por efectos especiales espectaculares, realmente intimidar. La puesta en escena es una metáfora perfecta de la condición psíquica del asesino: las mazmorras donde mantiene a sus víctimas virtuales convertidas en muñecos mutilados, las formas plásticas que adopta para expresar su sentimiento de superioridad y el niño indefenso que vive escapando del abuso de su padre nos dan un claro ejemplo de cómo puede, tal vez, funcionar la mente de un asesino en serie. Harry, un amigo que te quiere bien (Dominik Molí, 2001) Tratamiento inteligente del tema del psicópata a cargo de un francés. Harry Ballesteros, interpretado magistralmente por el español Sergi López, es un millonario que va de viaje con una rubia ingenua; el destino permite que se encuentre con un viejo amigo del colegio al que él admiraba. A lo largo de la trama, Harry trata de hacerle recobrar a toda costa a su viejo amigo el espíritu de escritor, aunque para ello tenga que asesinar a toda su familia. Tres tópicos perfectos definen la complejidad de Harry: el insomnio, la comida exótica y la memoria prodigiosa. Sin duda este asesino de ficción es uno de los mejor construidos argumental y actoralmente. Película perversa que juega con la

moralidad del espectador, pero que al final se decide por una extraña forma del triunfo del bien. Hannibal (Ridley Scott, 2001) Aunque en esta película Ridley Scott se mantiene fresco innovando con velocidades narrativas y juegos de imagen, está más preocupado por el efectismo estético que por la construcción de una trama interesante. A Hannibal, la película, le celebramos la actuación de Hopkins, que de todos modos por culpa del guion acaba convertido en un superhéroe que ni las bestias salvajes pueden tocar. Presenta tantos villanos paralelos (el ansioso de venganza y deforme millonario Manson Verger, el agente ambicioso del FBI que acosa a Clarice, el policía corrupto que va tras la recompensa que se ofrece por atrapar al Caníbal) que el doctor Lecter truculentamente termina convertido en un partido ideal para la solitaria Clarice. Se salvan las metáforas visuales y ciertos momentos de tensión generados por la presencia del asesino, más como eco de la primera parte que por mérito propio. El Dragón Rojo (Brett Ratner, 2002) Casting impecable, reaparición de Antony Hopkins como Lecter, fidelidad aceptable a la novela, narración ágil; en suma, una buena película que logra cumplir expectativas. El guion recupera aspectos psicológicos interesantes del libro, como la relación de competencia entre el agente del FBI Will Graham y el doctor Lecter. Resulta, en relación con el libro, demasiado sucinta sobre la compleja génesis del trauma psicológico de Francis Dolarhyde (Ralph Fiennes), asesino en serie especializado en familias y cuya figura tutorial es una pintura de William Blake. Locura y psicopatía se vuelven a contrastar para crear una jerarquía ilusoria de los asesinos en serie. Identidad (James Mangold, 2003) Ingeniosa historia de un asesino en serie procesado por varios crímenes y a punto de ser ejecutado. Aunque retoma el cliché de las personalidades múltiples como eje de su argumento, el desarrollo psicológico de los personajes es cuidadoso y bien soportado en las actuaciones de un casting impecable (John Cusáck, Amanda Peet, Ray Liotta, entre otros). Desde el principio, con ágiles flashbacks, ambientes caóticos y otros anzuelos bien dispuestos, logra sumergir

al cinevidente en una aparente situación del clásico misterio a puerta cerrada: en esta ocasión, un viejo hotel de carretera donde sus huéspedes empiezan a ser asesinados. La tensión aguanta hasta el final, los diferentes conflictos que se han dado entre los personajes han logrado su cometido de distraer al espectador para arrojarlo a un final inesperado. Hannibal Rising (Peter Webber, 2007) El misterioso Hannibal (ahora encarnado por el joven Gaspard Ulliel) termina con esta última entrega. Se explica el origen en la infancia de su maldad y su voracidad caníbal. La historia justifica toda su futura crueldad. La teoría de la psicopatía natural del doctor Lecter se derrumba: el asesino se hizo, no nació. Con un guion inteligente y una dirección lúcida este argumento podría sobrevivir, pero como no ocurrió así, terminó de rematar al ya agónico Lecter. Funny Garnes (Michael Haneke 1997/2007, existen dos versiones casi exactas, salvo por los actores) Un par de jóvenes atacan a una familia adinerada a la que torturan psicológica y físicamente hasta que se aburren y los asesinan. Entonces tocan a la puerta de la siguiente. Sin duda es una cinta cruel, despiadada, sin concesiones ni consideraciones con el espectador, que termina presa del tono cínico de sus personajes. Rompe por completo el esquema tradicional: la pareja de asesinos es de aspecto infantil e ingenuo, muy lejos de la imagen tipo Resplandor (en ambas versiones cuenta con excelentes actores), su motivación no es sexual, pero aun así sus crímenes son igualmente perversos; no hay ningún detective ni héroe que los detenga; de forma explícita se muestra el asesinato de un menor. Su cercanía a las verdaderas dinámicas morales y emocionales de los psicópatas la hacen perturbadora, difícil de asimilar. Mister Brooks (Bruce A. Evans, 2007) Earl Brooks (Kevin Costner) tiene una vida en apariencia perfecta, una familia que lo adora y un próspero negocio. Sin embargo, es el Asesino de la Huella del Pulgar. Su álter ego perverso (encarnado por William Hurt) le susurra al oído que ya es hora de volver a matar. Sin duda esta película tiene elementos muy interesantes, en especial la forma de presentar la maldad del asesino, que, aunque parece ser un caso de doble personalidad, es en realidad la manera de

hacer visible la conciencia oscura del psicópata. Se excede argumentalmente y enreda un tejido que podría haber sido más simple y, por lo tanto, más contundente. Desde mi cielo (Peter Jackson, 2009) Adaptación de la novela de Alice Sebold The Lovely Bones, narra la historia de una niña de 14 años que es violada y asesinada por un asesino en serie. La joven víctima desde el cielo observa a sus familiares y amigos, del mismo modo que vigila tanto al detective encargado de su caso y al asesino que se prepara para volver a matar. Conmovedora historia en clave de thriller policíaco, que logra dimensionar el dolor causado por un crimen de este tipo.

Asesinos en serie en la literatura Cronológicamente, según la fecha de su primera publicación, presentamos una lista de cuentos y novelas que involucran a asesinos en serie o criminales con motivaciones similares. Barba Azul (cuento, Charles Perrault, 1697) Cuento infantil supuestamente edificante y leído ya por varias generaciones de jóvenes que trata sobre un aristócrata de aspecto aterrador que colecciona esposas a las que tras asesinar embalsama y esconde en un cuarto secreto. Variación literaria de Gilles de Rais, quien prefería matar niños. La pequeña Roque (cuento, Guy de Maupassant, 1886) Renardet, miembro prestante de la comunidad de Rouy leTours, es un asesino cuya única víctima fue una pequeña niña a la que estranguló a orillas del río Brindille, le cubrió el rostro con un pañuelo y abandonó su cuerpo desnudo. El mismo Renardet se encarga de la investigación, con el paso del tiempo las imágenes de la pequeña Roque empiezan a atormentarlo, situación que lo conducirá al suicidio. A la luz moderna este caso incluye muchos elementos del crimen sexual. Como todos los cuentos de Maupassant que involucran la muerte, es impresionante.

El coleccionista (novela, John Fowles, 1963) Frederick Clegg es un tímido contador inglés que secuestra a Miranda, una estudiante de arte a la que mantiene encerrada en el sótano de su casa. El joven permite que la muchacha tenga algunas comodidades e incluso le proporciona elementos para pintar e intenta relacionarse con ella, sin percatarse de que en realidad la ha convertido en su prisionera, como ha hecho con las bellas mariposas sin vida que colecciona. A sangre fría (novela, Truman Capote, 1965). Perry Smith y Richard Hickock son asesinos reales (spree killers) que mataron a cuatro miembros de una apacible familia de Holcomb, Kansas (la novela deja entrever que fue Perry quien asesinó a todos). Asesinato sin motivo aparente es la tesis fundamental de la naturaleza de los crímenes: Perry, cuya intención inicial era cometer un robo a una casa de un próspero millonario, se encuentra por azar con un apacible grupo familiar que representa lo que él nunca tuvo en su infancia, pero al que debe matar para eliminar simbólicamente a sus odiados padres y a su hermana. La magistral novela de Capote reconstruye las vivencias de los asesinos y la de los relacionados con el caso. Hacia el final de la novela, aparecen otros asesinos interesantes, compañeros de la pareja en el pasillo de la muerte. El más complejo es el joven Lowell Lee Andrews, gigante de 140 kilos, miope y de inteligencia excesiva, estudiante brillante de biología que un día, cansado de su familia, la elimina con un rifle para después manifestar indiferencia ante sus brutales actos. Los otros asesinos son George Ronald York, de 19 años, y James Douglas Latham, de 20 años, pareja de atractivos jóvenes condenados a muerte por una saga de crueles asesinatos argumentados en la idea de “en un mundo podrido sólo se puede responder con maldad”. Paseo Nocturno (cuento, Rubem Fonseca, 1974). Un ejecutivo próspero y buen padre de familia sale en las noches a conducir su lujoso coche para atropellar a los que en su camino se atraviesen, simplemente para liberarse del estrés de la oficina. Contraparte de El cobrador, que nos revela el odio de los ricos hacia los desfavorecidos. Días de combate (novela, Paco Ignacio Taibo II, 1976)

Un estrangulador de mujeres anda suelto por la ciudad de México. Héctor Beloascoarán Shayne, ingeniero auto jubilado y reconvertido en detective privado, intenta detener al asesino, incluso participa en un programa de televisión para establecer contacto con su némesis. Con mala ortografía el asesino intenta despistar a su perseguidor. Al final, el lector se lleva una gran sorpresa sobre la verdadera identidad del criminal. El cobrador (cuento, Rubem Fonseca, 1979). Asesino en serie cuya justificación homicida es todo aquello que le deben en la vida, desde una fiesta de cumpleaños hasta una rubia hermosa. Estupendo cuento que retrata las diferencias sociales brasileñas que sin duda han generado conflictos de violencia y resentimiento por parte de los menos favorecidos. El cobrador recorre las calles matando y violando a los bellos y ricos por poseer lo que él considera que le debieron dar a él también. Hacia el final de la historia el cobrador hace pareja con una mujer que está dispuesta a seguir su credo y castigar a la sociedad por su injusticia. Matías van den Cruys o la apología del realismo (cuento, Fernando Lleras de la Fuente, 1979) En 1432 Florencia, Basilea y Nápoles fueron escenarios de tres crímenes excepcionales: un hombre atravesado por flechas, una bella mujer envenenada y una masacre de seis bebés. Detrás de los horrendos crímenes estaba Marías van den Cruys, pintor obsesionado con plasmar imágenes de un realismo sobrecogedor. Tal obsesión por la pintura hecha vida lo llevó a matar a sus modelos para lograr encarnar el dolor de la muerte, el rojo de la sangre, el éxtasis de una virgen y el dolor de la masacre de los inocentes. A pesar de sus esfuerzos, el resultado fue incomprensible; sus lienzos no reflejaban las escenas copiadas, su pincel creaba extraños demonios y trazos confusos. Marías van den Cruys ha quedado en el olvido, pero aquél a quien vendió el último de sus cuadros y presumiblemente adoptó la identidad de su creador fue nada más ni nada menos que El Bosco. Féretros tallados a mano, narración verídica de un crimen americano (crónica ficcional, Truman Capote, 1980) Entre la crónica y la ficción (esto ya es redundante al pensar en Capote), nos

enfrentamos a uno de los asesinos más intimidantes de la literatura, y a uno de los mejor narrados: Bob Quinn. Este sujeto de 50 años sencillamente cree ser Dios y por ello tiene el poder de decidir quién vive y quién debe morir en su territorio. Quinn domina el agua del río que alimenta las tierras de su pueblo. Cuando ve amenazado su poder ante la posibilidad de que el cauce del río sea desviado para favorecer a cultivadores menores, mata a quienes se oponen a sus proyectos. Antes les envía a las futuras víctimas un pequeño féretro de madera tallado por su propia mano que contiene fotografías tomadas de manera imprevista. Robert Quinn es un apacible e inteligente terrateniente que jamás podrá ser juzgado; apenas hay pistas circunstanciales sobre su participación en la serie de asesinatos. El Dragón Rojo (novela, Thomas Harris, 1981) En esta primera entrega, Harris logra condensar todo su conocimiento sobre asesinos en serie para construir un thriller psicológico y de suspenso. Francis Dolarhyde, traumatizado desde su infancia por su aspecto y el maltrato de sus seres más cercanos, llega a la adultez para explotar en una carrera homicida de familias perfectas a las que mutilará brutalmente. Dolarhyde ha establecido contacto con el Dragón Rojo, criatura representada en una pintura de Francis Blake, que le ordena destruir a sus víctimas. Asesino metódico e inteligente, cuya única huella la ha dejado en la retina de una de sus víctimas, estudia a sus familias por medio de un local de fotografías y revelado por donde pasan todos los rollos de la ciudad, situación que le permite conocer de antemano las características de sus futuras presas. El gran arte (novela, Rubem Fonseca, 1983) Esta magistral novela del brasileño Rubem Fonseca tiene como centro a un asesino en serie que es el sujeto más poderoso de la ile¬galidad y la legalidad brasileña, Limas Prado, un sujeto que se siente solo y busca refugio en prostitutas. La marca que define sus crímenes es una P, letra que imprime con un cuchillo en la piel de sus víctimas; su identidad paralela: Ajax, el héroe trágico griego que muere presa de locura. Alrededor de este personaje Fonseca nos revela el brutal mundo de los bajos fondos brasileños, donde la mayor de las artes es matar y la técnica por excelencia es la del “percor”, la del arma blanca. El perfume, historia de un asesino (novela, Patrick Süskind, 1985)

Jean-Baptiste Grenouille, protagonista de esta novela, es uno de los personajes de ficción que el público más identifica con la idea de un asesino en serie. Grenouille no despide ningún olor, condición que lo sentencia al rechazo y lo convierte a la vista de los demás en un demonio; paradójicamente posee un olfato prodigioso con el que percibe al extremo todos los aromas de la naturaleza. Atraído por el perturbador aroma de una hermosa joven, al tratar de arrebatarle su magnífica esencia virginal comete el primer asesinato. Una vez convertido en un afamado perfumista, capaz de manipular con sus fragancias el comportamiento y los sentimientos humanos, sigue adelante con el proyecto homicida de bellas jóvenes, de las cuales extrae las esencias para fabricar sus poderosas creaciones. Aunque en apariencia es un personaje desprovisto de maldad, su motivación para matar oculta un perverso deseo de extraer el poder de la vida, de llenarse con aquello que él jamás poseerá: alma. La Dalia Negra (novela, James Ellroy, 1987) “Jamás la conocí en vida. Existe para mí a través de los otros, mediante la evidencia de lo que su muerte los obligó a hacer”. Este es el inicio de la obra maestra de James Ellroy en la que reconstruye ficcionalmente el brutal asesinato de la hermosa y joven Elizabeth Short (apodada por los medios la Dalia Negra), quien llegó a Los Ángeles a buscar fortuna. Su cuerpo mutilado fue encontrado el 15 de enero de 1947 en un barranco. Ellroy nos conduce por el submundo del Hollywood naciente, revelando el lado siniestro del esplendor del cine y la fama. A través de dos policías asignados a la investigación del cruel homicidio, el lector conocerá los móviles del crimen que termina por señalar la faceta perversa de “Hollywoodland”, que hoy en día se ha vuelto a ocultar tras un letrero más corto. American Psycho (novela, Breat Easton Ellis, 1991) El psicópata yuppie de los años ochenta, Patrick Bateman, corredor de bolsa, cuya parafernalia de arreglo y aseo personal puede durar más de dos horas en aplicación de productos para el cuidado de la piel. A Bateman sólo le interesa el buen uso de la etiqueta, asistir a los sitios de moda y escribir reseñas personales de sus grupos musicales favoritos. Narrada en primera persona, esta novela nos conduce por la corriente de conciencia de una mente que más parece un catálogo de moda y diseño que una psiquis humana. Bateman asesina indiscriminadamente a mendigos, modelos, niños, animales; utiliza elementos de

tortura que van desde ratas hambrientas hasta caros electrodomésticos. Desde Harry’s, su bar favorito, Bateman diserta sobre los valores del hombre contemporáneo después de guardar una cabeza humana en el casillero de su exclusivo gimnasio. Inquietante personaje que cuestiona al lector sobre la fragilidad de la estructura de la personalidad contemporánea que se reduce a una serie de figuras en las que ser asesino está a la par que ser un yuppie. Bateman socialmente raya en el límite de la normalidad al estar a la última moda y ser encantador; ésta es una de las formas menos sospechosas de la locura moderna que obviamente pasamos por alto. Su versión cinematográfica (Mary Harron, 2000) no fue muy afortunada; resolvió la crueldad de Bateman mediante el recurso del defirió y la alucinación: todos los crímenes sucedieron sólo en su mente. La aceptable actuación de Christian Bale se pierde en medio de una pésima adaptación de la década de los ochenta. Wally, el asesino agrario (cuento, Carlos Chernov, 1993) El argentino Carlos Chernov construye un magnífico relato de un obeso gurmé, traumatizado por su aspecto y su impotencia sexual que descubre que matar le procura placer. Su modus operandi se centra en la comida: tras sedar a sus presas, las llena de alimento a través de un embudo; cuando éstas despiertan sienten la necesidad de tomar agua y al hacerlo mueren por afrechamiento, como ocurre con los caballos. Wally es un personaje que nos recuerda a Ed Kemper. Torsos (novela, Jhon Peyton Cooke, 1993) Reconstrucción novelada de los atroces crímenes del Cleveland de los años treinta, cuyo perpetrador nunca fue identificado. Narra el proceso de investigación de los asesinatos en el cual se desmitifica al Eliot Ness de los Intocables, revelándonos una década de fuerte descomposición social. Buena construcción del asesino, Mott Hessler, un próspero comerciante de la zona, apuesto, fuerte y astuto que somete a sus víctimas a horribles mutilaciones. Al final la historia flaquea y pierde peso. Los confidentes (novela, Breat Easton Ellis, 1994) Sólo un par de capítulos de esta novela nos interesan y son los que se relacionan con un grupo de millonarios y bellos jóvenes dorados por el sol de Los Ángeles que están plenamente convencidos de que son inmortales vampiros, lo que les da

derecho a matar y beber la sangre de sus conquistas. Lenguaje brutal para crímenes brutales. Ellis no da concesiones, asistimos a la narración de una brutal agresión sexual con características vampíricas. El asesino de mi madre (crónica, James Ellroy, 1996) James Ellroy perdió a su madre Geneva Hilliker a la edad de diez años, a manos de un psicópata sexual. El crimen fue similar al de la Dalia Negra: fue estrangulada y arrojada en un lote vacío. Ellroy, marcado de por vida por el suceso, 40 años después, tras intentar por medio de la ficción literaria de crímenes extirpar el dolor, se ve en la tarea de iniciar una investigación para encontrar al asesino nunca descubierto, pero apenas cuenta con una descripción física del posible asesino; varios testigos vieron a la mujer tomar unas copas con un sujeto moreno y de pelo oscuro horas antes de morir, el resto de pistas son simples conjeturas. Ellroy se encuentra con el fantasma de su madre, prometiendo la solución final que permitirá a ambos descansar en paz. Grammatical Psycho (cuento, Jorge Aristizábal, 2000) A cargo de Miguel Rufino Cuervo está la tarea incansable de velar por el buen uso de la lengua y por su correcta ejecución. La misión de este complejo asesino será erradicar de la tierra a los detractores de la lengua de Cervantes, señal que él ha identificado como la condena del hombre moderno a una segunda Sodoma y Gomorra. Miguel Rufino escribirá una larga tesis sobre los errores gramaticales cometidos a lo largo de la historia usando para ello la sangre de sus mal habladas víctimas, que van desde choferes incultos, pasando por presentadoras de televisión, hasta presidentes que usan mal el gerundio y las formas más difíciles de participios. Mientras esto sucede, Miguel Rufino tendrá que soportar el mal uso lingüístico de su esposa, vendedora de una plaza de mercado, la única que lo quiere y que además cocina bien y lo mantendrá económicamente mientras él libera al mundo de los desastres de la lengua. Este personaje fue “perfilado” por el colombiano Jorge Aristizábal, que nos ilustra sobre otra forma más de violencia en Colombia: la del lenguaje.

Ficciones sobre Jack el Destripador The Lodger (originalmente cuento y luego novela, Mary Belloc Lowndes, 1911)

Recreación ficcional sobre los crímenes de Jack el Destripador; matriz de muchas películas y obras de teatro sobre el Destripador. Tuvo una versión cinematográfica en 1944 dirigida por John Brahm. Suyo sinceramente, Jack el Destripador (cuento, Robert Bloch, 1945) Magnífico cuento que mezcla hechos verídicos con una interesante hipótesis sobre la identidad del Destripador de Whitechapel. El narrador es un psiquiatra de Chicago llamado John Carmody; allí conoce a sir Guy Hollis, de la Embajada británica, quien tiene una teoría sobre la identidad del inmigrante asesino. Ritual en la oscuridad (novela, Colin Wilson, 1960) Wilson, experto autor de crimen real, recrea los hechos de Whitechapel en una época más moderna (1950). Sherlock Holmes contra Jack el Destripador {A Study in Terror, novela, Ellery Queen, en esta ocasión en la pluma de Paul W. Fairman, 1967) Recreación ficcional de los crímenes del otoño de 1888; Sherlock descubre que el asesino era el duque de Clarence. El libro presenta un complejo juego abismal donde Ellery Queen, detective -y supuesto autor de sus propias aventuras (en realidad una identidad ilusoria de muchos escritores, los originales fueron: Frederick Dannay y Manfred Bennington Lee)- encuentra un presunto manuscrito de Conan Doyle en el que se narra una aventura de Sherlock Holmes, pero que carece de final. El nuevo detective resuelve el misterio a partir de las conjeturas de Sherlock. La historia se basa en una película británica de 1965: A Study in Terror, de James Hill. En la cinta Murder by Decree (1979, Bob Clark) se retoma la teoría conspirativa abanderada por el libro Jack the Ripper: The Final Solution, de Stephen Knight (1976).

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Sobre el autor Miguel Mendoza Luna (Bogotá, 1973) es Magíster en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia y Profesional en Estudio Literarios de la Pontificia Universidad Javeriana. Ganador del concurso nacional de cuento Ciudad de Bogotá en 2009, SDCT-Fundación Gilberto Alzate Avendaño, con el libro Cruentos Cruzados, Ha publicado el libro Truman Capote: las horas negras (Panamericana, 2005): su relato ''Domingo para tres'' está incluido en el libro cuentos para no olvidar el rastro (Fundación Dos Mundos, 2009). Desde hace trece años es profesor de la Facultad de Comunicación Social y del Departamento de Literatura de la Universidad Javeriana, donde dicta los cursos Asesinos en Serie, asesinos de masas; La escritura del crimen; Narrativas del mal; Relatos del futuro y escribir para publicar.

1.- Las cartas aquí expuestas son una traducción libre hecha a partir de los textos recopilados en Jack the Ripper: Letters from Hell. También se compararon con otras versiones consignadas en sus libros por Patricia Cornwell, Colin Wilson y Oliver Cyriax. 2.- Debido al delantal de cuero hallado en la escena, había surgido en los diarios un primer sobrenombre del asesino que al parecer no le gustó. 3.- Se presume que Juwes se escribió erradamente a propósito, pues la forma correcta de escribir judíos en inglés es Jews. 4.- La mayoría de nombres y datos fueron extraídos de los libros The Mammoth Book of History of Murdery The Mammoth Book of Tme Crime, de Colín Wilson; del Diccionario del crimen, de Oliver Cyriax, y de The Encyclopedia of Serial Kíllers, de Brian Lane y Wilfred Gregg.

Índice de contenido Asesinos en serie: Perfiles Criminales Presentación entrar en la mente de un asesino en serie ¿Qué es un asesino en serie? El bautizo de un monstruo ¿Antisociales, psicópatas, monstruos humanos? ¿Qué no son los asesinos en serie? En la mente del asesino en serie: dieciocho puntos para descifrarla Ausencia de motivo real directo Una no es suficiente y muchas no bastarán Lo de menos es matar: poder y control Relación entre el asesino y su víctima en el proceso de escogencia y eliminación: despersonalización El hombre es su estilo: modus operandi Etapas del asesino a. Etapa de tranquilidad b. Etapa inicial crítica (asalto relámpago) c. Etapa prolífico-episódica d. Etapa de tedio El asesino puede ser tu amigo: las máscaras del mal ¿Inteligentes, genios o ignorantes? Crimen sexual e identidad ¿Culpa? ¿Sin conciencia? Justificaciones de la maldad Trofeos igual a recuerdos Tácticas predatorias Organizados-desorganizados Factores típicos Más sobre la psicopatía y su relación con factores neurobiológicos Nómadas-sedentarios Hedonistas, tipo anzuelo y narrativos Los que luchan contra monstruos: perfiladores de la mente criminal Jack el Destripador el origen del mal Otoño infernal de 1888 (cae la primera víctima)

El estremecimiento El Destripador: primer criminal mediático y primer asesino en serie moderno (segundo asesinato) El doble acontecimiento (víctimas tercera y cuarta) El acto final de desaparición (la quinta víctima) Oscura inmortalidad Dementes favoritos de un funcionario que nunca investigó El diario del Destripador El pintor que odiaba a las mujeres Conspiradores Asesinos caníbales y vampiros Albert Fish (1870-1936, Estados Unidos): El Niñero Caníbal Adicto al dolor Un clasificado de muerte El detective obsesionado Galería de perversiones Fritz Haarmann (1879-1925, Alemania): El Carnicero de Hannover Desapariciones habituales Alegatos de locura Joachim Kroll (1933-1991, Alemania): el Cazador Bajo coeficiente intelectual Inocentes Issei Sagawa (1949, Japón): El Escritor Caníbal El despertar de un caníbal Una fantasía Ineptitud y negligencia Celebridad y olvido Jeffrey Dahmer (1960-1994, Estados Unidos): El Caníbal de Milwaukee ¿Cómo nace un monstruo? El primer crimen Años de ansiedad Oxford 213 La compleja patología del caníbal Peter Kürten (1883-1931, Alemania): El Vampiro de Dusseldorf Crepúsculo Retrato hablado Richard Chase (1950-1979, Estados Unidos): El vampiro de Sacramento

Loco de atar Perfil de un asesino desorganizado Desorganizado y enfermo mental Roderick Ferrell (1980, Estados Unidos): Lestat Ciudad gótica Jaeden La sombra del vampiro Armin Meiwes (1961, Alemania): El cibercaníbal El solitario caníbal en el estrado Canibalismo.com “Era como comulgar” Una obsesión de infancia Internet: el medio es el mensaje Un absurdo fallo El segundo juicio Bernd Brandes, el devorado Máscaras del encanto John George Haigh (1909-1949, Inglaterra) Estafador en serie ¿Crimen perfecto? Nuevos crímenes, nuevas pruebas Daniel Camargo Barbosa (1931-1999, Colombia): el Sádico Detonación de la perversión Gorgona, fuga imposible Táctica predatoria Una cifra macabra Ted Bundy (1946-1989, Estados Unidos) Nace una estrella Un asesino en el campus universitario Nueva ola de crímenes El escapista Escalada homicida Tácticas dilatorias John Wayne Gacy (1942-1994, Estados Unidos): El Payaso Asesino Máscaras de sanidad Nueva fachada Cae el maquillaje del payaso ¿Locura? Paul John Knowles (1946-1974, Estados Unidos): El Casanova

Asesino Vida de ladrón Andrew Cunanan (1969-1997, Estados Unidos): Prêt-à-porter killer Fachada Crimen de la moda Christopher Bernard Wilder (1945-1984, Australia): De corredor de autos a asesino nómada Carrera homicida Estocolmo El más buscado Los once más peligrosos del mundo Luis Alfredo Garavito (1957, Colombia) El modus operandi La ruta del demonio Casos sin resolver Tras las huellas del mal Un investigador solitario y los niños de los cañaduzales Infancia y juventud de un asesino La lotería de la muerte Un mendigo heroico El monstruo es humano La confesión de un ser sin piedad Gary Heidnik (1943-1989, Estados Unidos) Andrei Chikatilo (1936-1994, Ucrania) Wayne Williams (1958, Estados Unidos) Ng Charles Chiat (1961, Hong Kong), y Leonard Lake (1946-1985, Estados Unidos) Edmund Emil III Kemper (1948, Estados Unidos) Robert Hansen (1940-2014, Estados Unidos) Richard Ramírez (1960, Estados Unidos) William Heirens (1929, Estados Unidos) Peter Sutcliffe (1946, Inglaterra) Mujeres asesinas Jane Toppan (1854-1938, Estados Unidos): Envenenadora en serie Resentimiento Nuevas víctimas Belle Gunnes (1859-1908, Noruega): viuda negra Pólizas de seguros Clasificados de muerte

Winnie Ruth Judd (1909-1993, Estados Unidos): ''Ese hombre es mío” Una vida imperfecta Escapes Gertrude Baniszewski (1929-1990, Estados Unidos): el mal absoluto Infeliz La prisión El barrio del mal La familia se defiende Lydia Sherman (1824-1877, Estados Unidos): La reina del veneno La semilla del mal Aileen Wuornos (1956-2002, Estados Unidos) Vida en las calles Descenso al infierno Ruptura y captura Susan Atkins (1948-2009, Estados Unidos), Patricia Krenwinkel (1947, Estados Unidos), Leslie van Houten (1949, Estados Unidos): los Ángeles de Charlie Manson El líder Bellas asesinas Otras asesinas menos famosas Héléne Jegado (1803-1851, Francia): Amelia Dyer (1829-1896, Inglaterra): Enriqueta Martí Ripollés (1868-1912, España): Mary Elizabeth Wilson (1893-1953, Inglaterra): Las Fabricantes de Ángeles de Nagyrev: Pilar Prades Santamaría (1928-1959, España): Juana Barraza Samperio (1954, México): Delfína de Jesús González Valenzuela (1912-1968, México): Mary Bell (1957, Inglaterra): Nannie Doss (1905-1965, Estados Unidos): Verónica Lynn Compton (1956 - ?, Estados Unidos): Crímenes sin resolver: Asesinos en serie nunca atrapados ¿Hombres lobo en París? Asesinos licántropos La bestia de Gevaudan Romasanta Un cinturón mágico Sin Sherlock en Ratcliff Callejones oscuros Escalada homicida

Arde Londres ¿Quién mató a la Dalia Negra? Sueños de fama Sospechosos de siempre ¿A quién pertenecían los torsos de Cleveland? Torsos Los cálidos treinta ¿De qué signo era el Zodiaco? ¿Un nuevo tipo de asesino en serie? Rompecódigos por diversión Jack, el Imitador Callejones sin salida Nuevos indicios El Asesino del Río Verde es atrapado Bundy finge colaborar ADN de un eterno sospechoso Casos en el olvido El verdadero rostro del perdedor Edward Theodore Gein (1906-1984, Estados Unidos): El psycho original Madre sobreprotectora La cabaña del terror David Berkowitz (1953, Estados Unidos): el Hijo de Sam El tímido David Crear un monstruo Harvey Murray Glatman (1928-1959, Estados Unidos): La modelo y el fotógrafo De ladrón a fotógrafo asesino Contactos de muerte Dennis Nilsen (1945, Escocia): la muerte y la soledad Un lugar mejor Convertido en cadáver Cañerías delatoras Henry Lee Lucas (1936-2001, Estados Unidos): El barón Münchausen del crimen Confesiones falsas Una madre cruel Manuel Delgado Villegas (1943-1998, España): El golpe fatal Golpe mortal

Parejas asesinas Martha Beck (1921-1951, Estados Unidos) y Raymond Martínez Fernández (1916-1951, Hawái, de padres españoles): El Club de los Corazones Solitarios Corazones rotos La escotilla Socios del crimen Ian Brady (1938, Escocia) y Myra Hindley (1942-2002, Inglaterra): Los asesinos de los bosques de Moors Love story Malas influencias Un nuevo socio para el mal Amor inquebrantable Crímenes ocultos Charles Starkweather (1939-1959, Estados Unidos) y Caril Ann Fugate (1943, Estados Unidos): “Después de lo de Charlie quiero ser una buena ama de casa” Carretera de la perdición Malas Tierras Amor tras las rejas Douglas Daniel Clark (1959, Estados Unidos; a la espera de ser ejecutado) y Carol Mary Bundy (1947-2003, Estados Unidos): Los fans de Ted Colecciones Cameron Hooker (1953, Estados Unidos) y Janice Hooker (1958, Estados Unidos): Pareja busca esclava por contrato Contrato infernal Sueños de libertad Doctores de la muerte John Bodkins Adams (1899-1983, Irlanda): Dr. Dealer Enigma médico Morfina Marcel Petiot (1897-1946, Francia): Doctor de la Resistencia Pasaporte a la muerte Thomas Neill Cream (1850-1892, Escocia): El Doctor Estricnina El peor de los venenos Recetas Teet Haerm (1953, Suecia): El doctor Lecter original Psicología forense del criminal

El pedófilo Allgren Richard Angelo (1964, Estados Unidos): El enfermero de la muerte Primeros auxilios Harold Shipman (1946-2004, Inglaterra): Doctor Eutanasia Consultorio del mal Cifras médicas Estranguladores Earle Leonard Nelson (1897-1928, Estados Unidos): El Gorila Estrangulador Bestial Collar de perlas Albert Henry DeSalvo (1931-1973, Estados Unidos): El Estrangulador de Boston Infancia precoz Sogas Angelo Buono (1934-2002, Estados Unidos) y Kenneth Bianchi (1951, Estados Unidos): Los estranguladores de la colina Terror en Los Ángeles Pedro Alonso López (1949, Colombia): El estrangulador de los Andes Una infancia traumática El infierno Los ayacuchos Un nuevo territorio para el mal La confesión de un demonio ¿Justificaciones para la maldad? Pequeños monstruos: niños asesinos Jesse Pomeroy (1859-1932, Estados Unidos): Contenedor del mal El rostro del mal Juegos perversos El monstruo es capturado Sed de maldad Cayetano Santos Godino (1896-1944, Argentina): El petiso orejudo Juegos de muerte Restos de culpabilidad Robert Thompson (1983, Inglaterra) y Jon Venables (1983, Inglaterra): Muñecos diabólicos Juegos dementes El brutal crimen ¿Un asesino en serie?

Rehabilitación Otros asesinos en serie del mundo Alemania Argentina Australia Brasil Canadá Colombia China España Estados Unidos Francia Italia Japón México Inglaterra Rusia Venezuela La ficción y los asesinos en serie Un modus narrativo Asesinos en serie en el cine Biográficas-documentales-hipotéticas M, el Vampiro de Dusseldorf (Fritz Lang, 1931) El estrangulador de Boston (Richard Fleischer, 1968) Los asesinos de la Luna de Miel (Leonard Kastle, 1970) Henry, retrato de un asesino en serie (John McNaugton, 1986) Rampage (William Friedkin, 1988) Asesinos por naturaleza (Oliver Stone, 1994) Citizen X (Chris Gerolmo, 1995) En la luz de la luna/Ed. Gein (Chuck Parello, 2000) Desde el Infierno (Albert Hughes y Alian Hughes, 2001) Monstruo (Patty Jemkins, 2003) Zodiaco (David Fincher, 2007) Thriller-suspenso-detección ManHunter (Michael Mann, 1986) El pasajero de la muerte (The Hitcher, Robert Harmon, 1986) Jennifer 8 (Bruce Robinson, 1992)

Enigma mortal (Carl Schenkel, 1993) Tesis (Alejandro Amenábar, 1995) Siete pecados capitales (Seven, David Fincher, 1995) Kiss the Girls (Gary Fleder, 1997) Millenium (serie para televisión creada por Chris Carter, 1998-2000) El coleccionista de huesos (Phillip Noyce, 1999) Los ríos de color púrpura (Mathieu Kassovitz, 2000) 15 minutos (John Herzfeld, 2001) The Watcher (Joe Charbanic, 2001) Otras películas con asesinos sobrenaturales Psicológicas Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) Vestida para matar (Brian de Palma, 1980) El silencio de los inocentes (Jonathan Demme, 1991) Man Bites Dog (C’est arrivé prés de chez vous, Rémy Belvaux y André Bonzel, 1992) El imitador (Copycat, John Amiel, 1995) The Cell (Tarsem Singh, 2000) Harry, un amigo que te quiere bien (Dominik Molí, 2001) Hannibal (Ridley Scott, 2001) El Dragón Rojo (Brett Ratner, 2002) Identidad (James Mangold, 2003) Hannibal Rising (Peter Webber, 2007) Funny Garnes (Michael Haneke 1997/2007, existen dos versiones casi exactas, salvo por los actores) Mister Brooks (Bruce A. Evans, 2007) Desde mi cielo (Peter Jackson, 2009) Asesinos en serie en la literatura Barba Azul (cuento, Charles Perrault, 1697) La pequeña Roque (cuento, Guy de Maupassant, 1886) El coleccionista (novela, John Fowles, 1963) A sangre fría (novela, Truman Capote, 1965). Paseo Nocturno (cuento, Rubem Fonseca, 1974). Días de combate (novela, Paco Ignacio Taibo II, 1976) El cobrador (cuento, Rubem Fonseca, 1979). Matías van den Cruys o la apología del realismo (cuento, Fernando Lleras de la Fuente, 1979) Féretros tallados a mano, narración verídica de un crimen

americano (crónica ficcional, Truman Capote, 1980) El Dragón Rojo (novela, Thomas Harris, 1981) El gran arte (novela, Rubem Fonseca, 1983) El perfume, historia de un asesino (novela, Patrick Süskind, 1985) La Dalia Negra (novela, James Ellroy, 1987) American Psycho (novela, Breat Easton Ellis, 1991) Wally, el asesino agrario (cuento, Carlos Chernov, 1993) Torsos (novela, Jhon Peyton Cooke, 1993) Los confidentes (novela, Breat Easton Ellis, 1994) El asesino de mi madre (crónica, James Ellroy, 1996) Grammatical Psycho (cuento, Jorge Aristizábal, 2000) Ficciones sobre Jack el Destripador The Lodger (originalmente cuento y luego novela, Mary Belloc Lowndes, 1911) Suyo sinceramente, Jack el Destripador (cuento, Robert Bloch, 1945) Ritual en la oscuridad (novela, Colin Wilson, 1960) Sherlock Holmes contra Jack el Destripador {A Study in Terror, novela, Ellery Queen, en esta ocasión en la pluma de Paul W. Fairman, 1967) Bibliografía Sobre el autor