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no. 15:en 57-64, julio-septiembre 1998. Familia, ética y valores la realidad cubanadeactual

Familia, ética y valor es valores en la r ealidad cubana actual realidad Patricia Arés Muzio

Profesora. Universidad de La Habana.

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etapas posteriores de la infancia que se incorporan valores culturales, patrióticos, estéticos; y en la adolescencia, valores ideológicos, políticos y filosóficos, de forma sentida y pensada. La formación ético-moral surge y se sedimenta, por tanto, en la familia. Los valores más enraizados en el individuo son aquellos captados desde las prácticas cotidianas de la vida familiar —y no solo los trasmitidos desde la intencionalidad explícita o la voluntad de los adultos. Quizá porque la familia es un grupo cuya comunicación, narrativa y dinámica diaria discurren en el marco de relaciones significativas y de carácter preponderantemente afectivo, constituye una de las instancias más poderosas dentro de los agentes socializadores y productores de sentido. En tanto institución y grupo humano, aquella es portadora de valores instituidos desde lo social (culturales, éticos, morales, religiosos, políticos, económicos), a la vez que se vuelve instituyente de sus propios valores, concebidos como síntesis única e irrepetible entre lo particular y lo general.

a familia constituye el primer grupo de referencia para el ser humano. En su seno, el individuo no solo nace, crece y se desarrolla, sino también va adquiriendo las primeras nociones de la vida, sus primeros conceptos morales, e incorpora a través de las relaciones afectivas con los adultos, vivencias de amor, de respeto, de justicia y de solidaridad, o en su defecto, si carece de estas influencias socializadoras, va acumulando un déficit o deterioro moral. Las orientaciones primarias de valor son aportadas por la familia de origen, aunque sean resignificadas continuamente a través de otros grupos a lo largo del desarrollo humano. A su vez, la familia se vuelve valor en sí misma. Si tomamos en cuenta la psicología del desarrollo, podemos decir que en los primeros años, antes de que el niño pueda pensar sobre la realidad, ya son incorporados de manera no consciente valores éticos (los relacionados con su propia vida, el desarrollo humano y la preservación de su existencia). En etapas subsiguientes, se van sedimentando los rudimentos de los valores morales (lo que está bien o mal, las normas de comportamiento, las reglas de relación). No es hasta

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La familia y los valores

múltiples sistemas de influencias, tales como la comunidad, otras instancias educativas, los medios masivos de comunicación, el discurso político, las leyes, los preceptos morales instituidos, las generaciones precedentes. Los estudios de valores familiares no se centran solo en el análisis de su contenido y jerarquía, sino también en la eficacia de su transmisión y en su capacidad de regular el comportamiento individual y colectivo. Por otra parte, los valores no son absolutos, no son dados per se y para siempre, no están desconectados de la práctica ni de la reproducción material de la vida. Su análisis, por tanto, conduce inevitablemente a la lectura de la interacción principios-práctica. Los valores no son solo principios. Estos se traducen en práctica en la medida en que tengan una eficacia social; al mismo tiempo, las prácticas constituyen espacios de gestación de valores. Esta dialéctica entre principios y práctica aporta una visión esencial para el análisis de las contradicciones actuales en el terreno de los valores y de por qué hablamos de crisis de valores. La palabra crisis, en el sentido popular, se asocia a caos, debacle, destrucción o aniquilamiento. Sin embargo, desde la perspectiva de la psicología, sugiere, más que una visión apocalíptica, un momento que define la necesidad de un cambio. Este cambio siempre va a ser portador de un potencial de riesgo, así como de un potencial de desarrollo humano. Las crisis son oportunidades peligrosas, pues marcan un momento de transición entre una pérdida segura y una adquisición incierta. Pero de lo que se trata es de disminuir el potencial de involución, deterioro, estancamiento o surgimiento de anti-valores; en este caso, de los que niegan los valores gestados y fomentados por el proyecto revolucionario cubano, y valores universales, que cambian en sus prácticas de acuerdo con el contexto histórico y social, pero que no pierden su esencialidad para el desarrollo humano —como la solidaridad, la tolerancia, el altruismo y el respeto, entre otros. Los valores no son un puro mecanismo reflejo de la realidad. Están en el dominio de las representaciones y poseen una autonomía relativa. Es por ello que un modelo cultural no se desarticula necesariamente de modo instantáneo con solo cambiar las bases económicas de una sociedad. No obstante, cuando cambia la base material, se presenta el escenario para una crisis de valores. Como concepto, la llamada crisis de la familia ha estado asociada a la de los valores culturales gestados por el modelo de familia patriarcal tradicional. Con los cambios socioeconómicos y las nuevas exigencias históricas se comienza a producir una ruptura de los

El tema de los valores familiares y de la familia como valor, adquiere especial relevancia en la realidad cubana actual. Mucho se habla de la crisis de la familia, de la crisis de valores, e incluso de la crisis de valores familiares y de la familia en tanto valor. Sin embargo, se hace necesario hacer algunas distinciones al respecto. Se vuelve preocupación para padres, educadores, funcionarios, líderes y científicos sociales, la presencia de determinados comportamientos indeseables y algunos indicadores de cambio que sugieren prácticas deformadas en la familia, y también —aunque no corresponda analizarlas en este artículo— en otras instancias educativas en las que, evidentemente, se observan fallas o déficit en su función socializadora. Constituye entonces un desafío para la sociedad cubana desentrañar las complejas cirscuntancias actuales y encontrar caminos que permitan potenciar las vías de transmisión de valores, y sus contenidos y jerarquías, de manera tal que no se pongan en riesgo los más altamente apreciados y conquistados por el proceso revolucionario cubano. Los estudios de familia en Cuba muestran que esta sigue siendo un valor muy importante para el cubano. Estos estudios, así como los dedicados a la familia en otros países, permiten aseverar que potenciarla como grupo humano, desde políticas sociales coherentes, y atender a su jerarquía de valores, es una vía nada desdeñable para fortalecer la moral y el proyecto ético de nuestra sociedad. La categoría valor, desde la perspectiva de la psicología, constituye una vía teórica y metodológica que permite desentrañar los procesos sociales de permanencia, cambio y crisis. Los valores constituyen principios o fines que fundamentan y guían nuestro comportamiento individual, grupal y social. Diversos autores consideran los valores familiares como los sistemas de creencias, las actitudes que expresan una jerarquía en tanto importancia concedida por los miembros a propósitos colectivos, que sugieren necesidades y deseos preponderantes y se expresan en sus comportamientos grupales y rutinas cotidianas. Resultan formaciones psicológicas que se vuelven potentes mecanismos reguladores del comportamiento. En la constitución de los valores familiares coexisten diversos campos de influencia, dentro de los que se puede mencionar lo cultural, lo político, lo económico, lo jurídico, lo social y lo educacional. La familia como categoría histórica no es un grupo cerrado; muy por el contrario, mantiene un continuo intercambio dialéctico con la sociedad en general. De ahí que interactúa con lo macrosocial a partir de sus

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Constituye entonces un desafío para la sociedad cubana desentrañar las complejas cirscuntancias actuales y encontrar caminos que permitan potenciar las vías de transmisión de valores, y sus contenidos y jerarquías, de manera tal que no se pongan en riesgo los más altamente apreciados y conquistados por el proceso revolucionario cubano. roles tradicionales de género, de los arquetipos sexuales, de las formas de crianza y de los modos de relación de pareja. Es un proceso que ocurre a nivel mundial. También ha sido consignado como de desacralización de la familia y de tránsito hacia la denominada familia de responsabilidad individual. Las nuevas prácticas familiares ocurridas a partir de la incorporación de la mujer al mercado del trabajo y a la vida pública y social con una sustentación ideológica en los movimientos de liberación femenina (feminismo) y las conquistas alcanzadas en la adquisición de los derechos reproductivos y sexuales de la mujer (lo que se ha denominado también «revolución sexual»), se convirtieron en nuevos escenarios para la gestación de valores de equidad entre los géneros y de relaciones más democráticas entre los miembros de la familia. Sin embargo, según la dialéctica principios-práctica, en los valores culturales de la familia aparecen elementos arcaicos y residuales (valores del pasado, pero que todavía tienen vigencia), así como aspectos emergentes que representan lo más nuevo, lo que se está valorando desde el propio presente. La combinación de estos elementos no siempre se expresa de forma coherente en la formulación de los valores; muy por el contrario, entran en contradicción. Estas contradicciones se pueden expresar, por ejemplo, entre el discurso y la práctica («hagan lo que digo, pero no lo que hago»), como doble moral («lo que se le censura a una mujer, se le aplaude a un hombre»), o en formas diferentes de comportamiento de un mismo individuo en la vida pública y en la privada. Las prácticas comienzan a ser instituyentes de nuevos valores; y los principios, si no son funcionales a esas prácticas, pierden su importancia y esencialidad: pasan a existir como lo deseable, pero no como lo posible. La crisis de la familia —que derivó en nuevas formas de organización familiar, tanto en su composición y estructura (diversificación, disminución del número promedio de hijos, incremento del divorcio), como en su dinámica— es considerada universal, y se expresa en los cambios de valores en la denominada familia de la posmodernidad. No obstante, en gran parte del mundo persiste la desigual distribución de papeles y funciones en la familia,

la incoherencia entre lo que se declara y lo que se hace en relación con los géneros, la presencia de prácticas discriminatorias; todo lo cual denota la persistencia de elementos arcaicos y residuales en la cultura. El impacto del proceso revolucionario cubano, catalogado también como una revolución cultural, aceleró y potenció la crisis de la familia, lo que representó riesgos (como todo proceso de cambio), pero también grandes conquistas. Las transformaciones de índole socioeconómica y las políticas sociales prioritarias en materia de salud, educación y seguridad social, gestaron las bases para una transformación cultural y una consolidación, en la familia, de valores en los que se sedimentó el proyecto revolucionario, como la equidad, la justicia social, la dignidad humana, el derecho a la autodeterminación y a la autorrealización. Diversas investigaciones aseveran que en la familia cubana (o en las familias cubanas, porque ya no es posible hablar de una familia única) se democratizaron las relaciones entre generaciones y entre géneros; los niños y los ancianos son atendidos y priorizados, se realizan más colectivamente las tareas domésticas, aunque las mujeres sigan llevando el mayor peso. Sin embargo, a pesar de la crisis de valores culturales, salvo algunas excepciones, el potencial de riesgo de la crisis —entendida como transición y ruptura de un modelo— no condujo al surgimiento de marcados índices de deterioro moral para la familia cubana, o de presencia de anti-valores; más bien se produjo un proceso de dignificación creciente. El riesgo estuvo vinculado a la estabilidad de dicho grupo humano, por los altos índices de divorcios, y a prácticas aún discriminatorias en el seno familiar, en relación con la mujer. En un estudio realizado en el año 1988 por el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas sobre orientaciones de valor en la familia (en una muestra de 80 familias con hijos entre 12 y 19 años, y de diferentes inserciones socioclasistas), se constató que tanto en padres como en hijos las orientaciones se relacionaban con valores tales como afán de conocimiento, familia, trabajo, valor estético y, por último, el valor de lo material. 1 Los padres, independientemente de su inserción socioclasista, consideraban importantes, en la educación de sus hijos, la puntualidad, el

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válida, como casi «natural». Aparecen valores emergentes que amenazan con volverse anti-valores éticos y morales. Cuba no ha estado exenta de esta situación. La crisis económica de los años 90, producida por el derrumbe de los países socialistas de la Europa del Este y el recrudecimiento del bloqueo, condujo inevitablemente a introducir una serie de medidas de ajuste socioestructural para atenuar sus impactos. Estas medidas dieron una mayor cobertura a la familia para enfrentar los efectos de la situación económica, pero a la vez han potenciado un costo social que no debe dejar de evaluarse. Es aquí donde ocurre una crisis de valores a nivel de la representación y las prácticas sociales y familiares. En Cuba, los impactos de la globalización no han conducido a la dramática situación de los países de la región en cuanto a los niveles de pobreza y de salud de la población. El Estado cubano ha mantenido, dentro de las posibilidades existentes, un principio justo de distribución, y se mantienen como prioritarios —a pesar de las grandes carencias materiales— los programas de salud, educación y seguridad social. Sin embargo, algunas medidas han tenido impactos negativos en cuanto al surgimiento de valores emergentes que, de instituirse, podrían atentar contra la fuerza moral del proyecto revolucionario. La crisis de valores en la familia cubana a partir de los 90, como expresión de la crisis de la sociedad en su conjunto, no marca un momento de ruptura con décadas anteriores, ni implica que antes no existieran contradicciones en relación con algunos valores. Si tomamos en cuenta que una revolución social, en cuarenta años de existencia, no puede desterrar todos los elementos arcaicos y residuales de la cultura patriarcal y de la familia burguesa, tendríamos que pensar que las actuales condiciones sociales han activado en algunas personas y grupos humanos comportamientos que ya venían gestándose en décadas anteriores, aunque con formas de expresión y magnitudes diferentes. Diversas investigaciones sobre la familia cubana de la década de los 90 han constatado los siguientes cambios:

comportamiento en la escuela, la casa, los paseos; que tuvieran buena apariencia personal; que fueran respetuosos con los padres, maestros y otras personas; que dijeran la verdad y respetaran las cosas de los demás; que llegaran a ser alguien en la vida, entre otras características.2

La crisis de valores y la familia en los 90 La actual crisis de valores constituye un fenómeno que comienza a ser denominado como tal a partir del derrumbe del socialismo en las naciones de Europa del Este y a la génesis del denominado Nuevo Orden Mundial. Este fenómeno está asociado a la crisis de paradigmas, llamada también el fin de la Historia, de las ideologías o de las utopías. Esto tiene un impacto diferente al producido por lo que ha solido denominarse la crisis de la familia. Tal impacto es resultado de factores de tipo económico y también en el orden de la subjetividad; ambos interrelacionados, pero que operan con cierta autonomía. El concepto de globalización se refiere a la unificación del mundo occidental y parte del Oriente, bajo la hegemonía de los Estados Unidos. Se pretende garantizar a nivel planetario la continuidad y desarrollo de una forma económica de dominación, al mismo tiempo que se trata de estandarizar la cultura. Esto tiene un impacto en la subjetividad, ya que aquello en lo que nos apoyábamos y nos orientábamos, que formaba parte de nuestro «ser en el mundo» y de «ser el mundo» se vive hoy como insatisfactorio o destruido. A la vez, la globalización ha traído severas consecuencias sociales, en tanto produce un desempleo estructural que afecta sensiblemente los ingresos de gran cantidad de personas y familias. Esto provoca un deterioro en la calidad de vida y en los indicadores de salud —designado por la OMS como desastre epidemiológico. Las familias han tenido que desarrollar estrategias de vida para atenuar los efectos de la crisis económica. La industrialización y la estandarización cultural exhiben el rostro de la cultura del mercado como la única posible. Esta es antagónica a la cultura familiar. Sin embargo, hoy día pugna por imponer sus prácticas de consumo, egoísmo, individualismo, competitividad y racionalidad no solo en el ámbito laboral, sino también en la familia. Las estrategias familiares, como prácticas de vida para la producción de la necesaria existencia material, comienzan hoy a funcionar en torno a un proyecto de tener, más que de ser; de excluir, más que de incluir; del «todo vale», del «sálvese quien pueda». Lo más lamentable es que esta cultura comienza a ser vista como

1. En los inicios de la crisis económica se produce un acelerado descenso de las condiciones de vida para la gran mayoría de los hogares cubanos. Se manifiesta una hiperbolización de la función económica de la familia. La subsistencia comienza a ser el elemento preponderante. Ello va en detrimento de su función cultural-espiritual, al reducirse los espacios de encuentro y de esparcimiento. 2. Las medidas de ajuste socioeconómico que se toman en el país para atenuar los efectos de la crisis,

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introducen desigualdades sociales en los niveles de ingreso y consumo de los diferentes hogares cubanos. Con un proyecto de equidad como el cubano, y el derecho a la autorrealización y calidad de vida conquistado por la población durante las décadas precedentes, estas diferencias no son aceptadas pasivamente, sino percibidas como conflicto y con carga emocional.

misma familia, existen trabajadores asalariados estatales, otros por cuenta propia e insertados en el sector revitalizado de la economía. Algunos miembros desocupados viven de lo que se suele llamar «resolver», o «inventar», lo cual sugiere formas de trabajo precarias, no legalizadas. l

3. Las diferencias de acceso y consumo no se sustentan sobre la base del valor trabajo ni de la calificación profesional o técnica alcanzada, lo cual descalifica este valor y lo desconecta del salario y de las aspiraciones de desarrollo profesional (sobre todo en aquellos sectores de la economía donde no se cumple el principio socialista de distribución con arreglo al trabajo, tales como en el sector productivo no revitalizado y el sector no productivo).

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4. La penetración inevitable de la cultura del mercado a través de las empresas mixtas, el turismo, los medios masivos de comunicación y el estrechamiento de los vínculos con la emigración; su legitimación en el mundo como criterio de éxito y eficiencia a través del consumismo, el individualismo y la competencia; la inevitable introducción del tema del mercado en la vida familiar (precios de los productos en la economía sumergida, ascenso o descenso del dólar, compra y venta de productos), hace que surjan valores que distan de otros también legitimados dentro del proyecto social y político cubano. Esto trae como consecuencia dobles discursos y una distancia entre práctica y principios.

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5. Las investigaciones realizadas sobre estrategias familiares en Cuba, relacionadas con la crisis de los 90, expresan que si bien muchas han servido para mejorar las condiciones de vida de la familia, atenuar los impactos de la crisis y generar ingresos, también han producido un cambio en las orientaciones de valores familiares, que se expresan en la transgresión de normativas jurídicas y morales, así como en conductas proclives a la desintegración y desarticulación social y severas confrontaciones entre generaciones en relación con los contenidos de dichos valores.

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La intensificación de las ayudas mediante las redes de parentesco con la familia emigrada, que envía remesas, medicinas y artículos de primera necesidad, lo que estrecha los vínculos de los residentes en Cuba con la emigración, en un intercambio que no solo aporta ayuda material, sino valores y estilos de vida. El incremento de la búsqueda de redes informales de apoyo en detrimento de las formales; es decir, familia extensa, amigos, padrinos de religión, vecinos. El alquiler de la vivienda a extranjeros. El convertir a la familia en una microempresa, como en el caso de las paladares. El matrimonio con extranjeros, aceptado como una vía de generación de ingresos, sin que medien relaciones de auténtico amor en algunos casos. El vender el cuerpo, o sea, la prostitución de hombres y mujeres jóvenes, con complicidad familiar. De ahí que pueda hablarse de «familias prostituidas», y no solo de la prostitución vista como fenómeno individual. El asedio de los niños al turista para obtener determinados artículos que, una vez llevados a sus casas, son aceptados con beneplácito. Incremento de hábitos tóxicos y creciente aparición de jóvenes adictos y traficantes de drogas.

Se podrían mencionar muchas otras prácticas actuales que corren el riesgo de instituirse en nuevas orientaciones de valor, distantes de las promovidas por el proyecto revolucionario. Las estrategias de consumo —no solo las de generación de ingresos— también han cambiado. Las familias con condiciones socioeconómicas desfavorables invierten los ingresos en las necesidades más elementales y postergan otros planes y proyectos futuros como ahorro, arreglo de la casa, vacaciones, entre otros. Esto es motivo de frustración, pues tener

Estas estrategias no solo están encaminadas a la sobrevivencia, sino también a la acumulación de bienes en aquellas familias con condiciones socioeconómicas menos desfavorables. Dentro de las estrategias de generación de ingreso podemos mencionar las siguientes: l

El trabajo por cuenta propia, tal y como está estipulado, es solo una vía para la subsistencia. Pero se vuelve un medio de acumulación de riquezas a través de mecanismos ilegales, como la desviación de recursos, la compraventa ilícita de productos, el hurto o, sencillamente, la violación de lo establecido, traspasando las fronteras de lo legal.

Diversificación del trabajo familiar, combinando formas de insertarse en el mercado laboral. En una

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vivienda, vestido, y protección decorosa para todas las personas, sin discriminación de ninguna naturaleza.

estas aspiraciones fue un derecho adquirido en el propio proceso revolucionario. Dentro del patrón de consumo, y con la introducción del mercado, se eleva cada vez más, como aspiración, la tenencia de artículos suntuosos y de marcas; lo cual genera una distancia entre la necesidad y su satisfacción. Se constata una desarticulación entre aspiración y posibilidades de adquisición para gran parte de la familia y, con mucha más fuerza, en el caso de los jóvenes. Este proceso está condicionado en gran medida por la desconexión existente en la realidad cubana actual entre salarios y propuestas de consumo. Ello genera la búsqueda insaciable de medios y vías, no importa cuáles, para acceder a estas propuestas. El problema radica en que las propias conquistas del proceso revolucionario cubano —que dignificó al hombre y elevó su calidad de vida— hicieron que en Cuba no se desarrollara la denominada «cultura de la pobreza» que identificara el sociólogo norteamericano Oscar Lewis, caracterizada por la resignación, la pasividad, la ausencia de planes futuros, la falta de organización, la marginalidad psicológica y social y el sentimiento de exclusión. Muy por el contrario, cualquier indicador de desigualdad es percibido como injusto. Estas nuevas estrategias de vida, configuran nuevas estructuras y dinámicas familiares, así como arreglos de convivencia: se observa un deterioro de las relaciones afectivas, de reciprocidad y cooperación, sustituidas en muchas ocasiones por contratos, sustentados en la racionalidad, en la ley de «vale todo». La legitimación de la existencia de contratos atravesados por intereses materiales o económicos, en relaciones que debieran funcionar con una lógica afectiva, son fenómenos que hoy están dañando sensiblemente la vida familiar, y generando conflictos entre padres e hijos, parejas y generaciones. Tales comportamientos familiares están expresando riesgos en la fuerza moral de la familia y en su ética relacional. No quiere esto decir que sea el caso de la totalidad de las familias y hogares cubanos; mucho menos que las familias no tengan sus fortalezas y no ostenten valores que las dignifiquen y las mantengan unidas y en condiciones de educar lo mejor posible a sus hijos. Se destacan aquí los problemas, pues es sobre estos que se debe trabajar, y proyectar los programas de intervención. Lo importante acerca de estas estrategias familiares es detectar qué tipo de necesidades satisfacen, y de ahí determinar sus valores implícitos preponderantes. Las necesidades de las familias pueden clasificarse sobre la base de: l

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Necesidades que incrementan o desarrollan la calidad de vida. Corresponden a la educación y formación en lo humano, los valores (reciprocidad, solidaridad, apoyo mutuo, justicia), el arte, lo político, lo filosófico, lo ecológico, así como a las relaciones interpersonales, en los niveles familiar, comunitario e institucional. Necesidades de ostentación, que finalmente crean situaciones de discriminación y de exclusión; la obtención de poder y prestigio a costa de otros; la acumulación de bienes con afán de poder y lucro.3

Esta clasificación permite diferenciar lo necesario de lo que puede considerarse superfluo. A partir de las que se consideran verdaderas necesidades familiares, se podría distinguir en qué medida muchas de las actuales estrategias de vida familiar están gestando valores emergentes con algunos contenidos superfluos y cambios en las orientaciones de valor. Algunos problemas más recientes detectados en la consulta de orientación familiar que hace varios años brinda la Facultad de Psicología, aportan nuevos elementos de la disfuncionalidad familiar en la realidad cubana actual; los que, si bien no tienen una representatividad estadística, están afectando a algunas familias, ya que se constituyen en nuevas demandas de atención por parte de los psicólogos. Algunas de ellas son: a) Resistencia a la disolución de una unión por conveniencias económicas al no poder renunciar a las ganancias que brinda el estar casado(a), a pesar de la intención explícita de un miembro de la pareja de separarse. Mayor tolerancia incluso a la infidelidad, para no romper la pareja que brinda seguridad económica, específicamente en el caso de las mujeres. Se revierte un valor conquistado a nivel social: el derecho a la autodeterminación. b) Parejas que se mantienen, a pesar del deterioro afectivo, por arreglos de vivienda, inmovilismo, resignación y pasividad en la solución de problemas. c) Criterios de cuánto se tiene o cuánto se da en relación con la elección de la pareja, lo que cambia los conceptos del «buen partido». No vale solo ser, también es necesario tener, mayormente en el caso de los hombres. d) Hombres descalificados y desconfirmados (este criterio afecta más al hombre por su condicionamiento histórico de proveedor). Se piensa que no tienen «mercado», a pesar de sus valores como seres humanos, al carecer de recursos económicos. Emergen elementos arcaicos y residuales de la cultura patriarcal.

Necesidades de sobrevivencia biológica física: apuntan al logro de condiciones de salud, alimentación,

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No debe dejarse el tema de la transmisión de valores en la familia y otras instituciones a la mera espontaneidad. Las instituciones educativas no pueden ser eficaces en sus funciones moralizantes o de socialización cuando las prácticas en donde se desarrolla la vida marcan otras conductas. Pero hay que instituir el diálogo como práctica y producción de valores. más valor que el trabajo, y ello como vía para tener, más que para ser (de ahí la palabra astucia).

e) Padres desautorizados o sometidos porque sus hijos jóvenes los mantienen, por tener acceso a la divisa y con ello adquieren un lugar jerárquico más importante. Por ese contrato implícito, aquellos no pueden reclamar derechos, lo que les genera pérdida de dignidad, por no «tener».

Retos y desafíos Los cambios no han traído solo deterioro e involución para la familia. Algunas situaciones actuales han beneficiado a muchas de ellas en el aumento de su capacidad de autogestión, despliegue de creatividad y dinamismo en la solución de problemas cotidianos. La familia, en su valor como refugio, se ha fortalecido. Gran cantidad de personas pasan mayor tiempo en sus hogares, si se compara con décadas atrás, por diferentes razones (subempleo, trabajo por cuenta propia, incremento de ancianos jubilados, dificultades de transporte, etc.), lo que promueve una mayor convivencia familiar. Sin embargo, un análisis de los riesgos actuales se vuelve prioritario. De ahí que este artículo se haya centrado en los posibles riesgos y alternativas. Los retos no pueden circunscribirse solo al área de la psicología. El tema de los valores es de confluencia interdisciplinaria. Tampoco se puede trabajar la familia descontextualizada de otras políticas sociales, que en ocasiones la afirman, pero otras la debilitan en su papel socializador. Potenciar la familia es una vía poderosa para fortalecer el desarrollo moral del individuo; pero esta no puede ser el chivo expiatorio de otras contradicciones sociales que resulta necesario enfrentar. La familia tampoco debe ser vista como receptora pasiva de políticas sociales, sino como protagonista activa y crítica de sus propios cambios. Sin embargo, si se potencia una cultura familiar para la convivencia y la cotidianidad desde políticas coherentes, y se llenan de contenido humanista los valores que aporta la familia como modelo de existencia humana, ello puede servir de antídoto a la cultura de la racionalidad que se impone hoy día en este mundo globalizado, del cual Cuba no está ajena. Se hace necesario ver los valores familiares no como principios, doctrinas o preceptos desconectados de sus

f) Hijos adultos que tienen que pagar a sus padres (dueños de la vivienda) para tener su pareja en la casa —en la que, por demás, vivieron desde niños. g) Padres que estimulan a los hijos a tener relaciones de pareja con extranjeros, empresarios y en general personas con acceso a divisas y bienes de consumo. h) Concesiones sexuales para obtener un puesto (acoso sexual) y nepotismo en algunas vías de obtención de empleo. i) Criterios de identificación de jefe de hogar en función del dinero o bienes que posea uno de los miembros de la familia. Tras la aparición de estas relaciones contractuales está la mano de la hegemonización de la cultura del mercado, de su hipnotismo y encantamiento, de la precariedad económica, que sustenta su necesidad; pero que se vuelven prácticas instituyentes de nuevos valores. El riesgo para estas familias es que tales formas de relaciones y prácticas de generación de ingresos van haciéndose sobre la base de grandes concesiones éticomorales. Lamentablemente, el deterioro moral está apareciendo en la realidad social y familiar cubana con cierta aceptación acrítica, con complicidad y aprobación —lo cual, a mi modo de ver, constituye el mayor riesgo. En una investigación realizada por la Facultad de Psicología sobre valores familiares4 a través del análisis de los escudos familiares (técnica de expresión gráfica) se pone de manifiesto un cambio en las orientaciones de valor, así como en el contenido de estos. En relación con los resultados obtenidos en la investigación antes citada, aparecen como valores familiares, en su jerarquía, la inteligencia, la astucia, la familia, la salud, el éxito. Es significativo el hecho de que la inteligencia aparece con

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prácticas y rutinas cotidianas. Las propias prácticas, si están regidas por contratos mercantiles y patrones de consumo, desvirtúan el contenido de otros valores que pueden ser sustentados a través del discurso. Los valores se vuelven hoy día espacio de continuo debate, contradicción y diálogo entre principios y prácticas. La realidad social cubana es en sí misma, por su propia coyuntura histórica y situación económica, compleja y contradictoria. Hay estrategias económicas que conducen a desarrollar prácticas que no tienen que ver con los principios; las necesidades económicas se satisfacen a través de medios que en ocasiones no se corresponden con los esfuerzos, dentro de un proyecto de ser. El confort y el acceso a medios necesarios de vida están en ocasiones en manos de quienes no han sido precisamente los que más se han sacrificado por edificar una sociedad mejor. Estos y otros problemas muestran la complejidad de las circunstancias cubanas actuales. La familia y la sociedad deben promover esos espacios de debate y análisis de contradicciones. La cultura del diálogo, de la apropiación activa de la realidad, se impone como necesidad. La contradicción entre principios y prácticas, entre lo jurídico y lo económico, y su mediación política e ideológica, adquiere carácter de emergencia social. No debe dejarse el tema de la transmisión de valores en la familia y otras instituciones a la mera espontaneidad. Las instituciones educativas no pueden ser eficaces en sus funciones moralizantes o de socialización cuando las prácticas en donde se desarrolla la vida marcan otras conductas. Pero hay que instituir el diálogo como práctica y producción de valores. Las prácticas se orientan a la satisfacción de necesidades. Pero hay que preguntarse quiénes y qué

están marcando la pauta de lo que constituyen las verdaderas necesidades: los valores del mercado o los de nuestro proyecto social, que tiene en su esencia un profundo sentido humano. Se impone promover, a través de todas las vías de acción social, el ejercicio crítico en las instancias socializadoras, la construcción crítica de un saber y un hacer, «apoderarse de lo propio», negarse a aceptar las condiciones que hacen posible la impunidad; no en forma de palabras o discursos, sino a través de respuestas. Es necesario resistirse a una realidad enajenante que distancia cada día la necesidad de su satisfacción; para poder continuar, tal y como dice el psicólogo social Pichón Riviere, planificando la esperanza y apostando a la utopía.

Notas 1. Consuelo Martín y Gilda Castillo, Estudios de las orientaciones de valor en la familia, Informe de pilotaje en una muestra de 80 familias, CIPS, 1988. 2. Ibídem. 3. D. Goulet, «La familia en la era de la mundialización», Resumen. La familia y la mundialización, Montreal, junio de 1998. 4. Patricia Arés, «Aproximación al estudio de nuevas configuraciones familiares ante el impacto de la crisis económica» [inédito], 1997.

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