Arequipa y Los Viajeros

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Biblioteca Juvenil Arequipa

AREQUIPA Y LOS VIAJEROS

PROYECTO DE EDICIÓN DE LIBROS DEL GOBIERNO REGIONAL DE AREQUIPA Presidente del Gobierno Regional Juan Manuel Guillén Benavides Encargado del proyecto César Delgado Díaz del Olmo Coordinador Misael Ramos Velásquez Comité Editorial Oswaldo Chanove Zabala Willard Díaz Cobarrubias Eusebio Quiroz Paz Soldán Alonso Ruiz Rosas Cateriano Diseño y diagramación de portada Jaime Mamani Velásquez Fotografía de portada Arim Almuelle Andrade Revisión de textos Percy Prado Salazar AREQUIPA Y LOS VIAJEROS © De esta edición. Gobierno Regional de Arequipa Diseño de carátula, diagramación y composición de extos: Centro de Ediciones – Editorial UNSA Universidad Nacional de San Agustín Arequipa, Perú. 2009

AREQUIPA Y LOS VIAJEROS Antología básica edición a cargo de césar delgado díaz del olmo

MAREA BLANCA

AREQUIPA Y LOS VIAJEROS

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l viajar ha ejercido siempre sobre el hombre una fascinación extraña. Parece consustancial con la naturaleza humana el afán de desplazarse físicamente de un lugar a otro y si ello encuentra obstáculos o impedimentos, entonces el desplazamiento frustrado encuentra consolación en el viajar imaginario. Otra actitud respecto al viaje merece señalarse también. Aquel que viaja tiende a compartir sus experiencias con los demás. En unos casos entretiene o agobia con sus relatos verbales más o menos verídicos acerca de sus experiencias en el país lejano o desconocido. Otras veces, ansioso de mayor círculo de adeptos a su afición, escribe sus impresiones con el secreto designio de perpetuarse. Así ha surgido desde antaño la literatura de viajes que tienen como tema o escenario todo el mundo conocido y aún hoy los espacios extraterrestres. Todo esto explica que desde tiempos antiguos las mejores y más notables obras de la literatura universal, como La Odisea de Homero, La Eneida de Virgilio, El Quijote de Cervantes, el Gulliver de Swift, el Huckleberry Finn de Mark Twain, etc., constituyan en realidad, relatos de viajes. También se explica que conociéndose esta inclinación humana hacia el viaje y el cambio de panoramas, se haya desarrollado, con el incremento de los medios de comunicación, en tiempos modernos, la industria del turismo, hoy tan próspera y poderosa en todas partes del mundo. A veces los libros de viajes muestran semejanza con los libros de aventuras pues hay una interrelación muy estrecha entre el viaje y la aventura. Y resulta difícil deslindar cuándo la aventura deja de ser viaje o el viaje deja de ser aventura. Lo cierto es que una supone la otra, pues el hombre persigue siempre vivir experiencias extrañas y vivencias nuevas. Lo nuevo y lo desconocido ejercen una influencia extraña sobre la mente humana. La curiosidad o la inquietud intelectual inducen a viajar tanto como el afán de I

Arequipa y los viajeros

evasión que obsesiona a muchos hombres que persiguen realizarse en lugares distintos a los de su origen, no obstante las diferencias de costumbres o de lenguas que pudieren encontrar. Con sus obstáculos o sus sorpresas, con sus dificultades o sufrimientos, con sus hallazgos y fracasos, resulta evidente que la experiencia del viaje confiere al hombre madurez y superioridad, cultura en campos inesperados y prestigio singular. El europeo podría decirse que encontró nuevos medios de lograr conocimientos y razón de existencia recorriendo países extraños, bien fuesen los de Asia, los de África o los de América, bien fuesen los polos o las zonas tórridas. Logró así un acopio de experiencias que puso al servicio de sus países nativos y al progreso de la ciencia. Muchos problemas de la civilización europea u occidental se resolvieron con los elementos traídos por los viajeros en tierras extrañas. De Asia se trajeron inventos nuevos; como la pólvora o el papel, la seda o los condimentos culinarios, que satisficieron necesidades en otra forma insalvables. De América a Europa llevaron los viajeros metales y plantas que suplieron muchas carencias, como la papa que resolvió el problema del hambre o el oro y la plata que en el siglo XVI conjuraron la crisis económica. En lo tocante a América, debe también anotarse que muchas de sus instituciones creadas por el hombre americano al ser reveladas en Europa, transformaron por lo menos la mentalidad política y social del mundo europeo, dando lugar a las nuevas ideologías políticas que plantearon en el siglo XVIII las ideas de democracia y libertad. De otro lado, los viajeros europeos en América inician con sus relatos una suerte de literatura de reflexión sobre los propios países americanos, desde el siglo XVII. Ellos ejercen por ejemplo un magisterio ejemplar sobre la generación del Mercurio Peruano, periódico que incubó la primera inquietud independentista en el Perú y que tanto hizo por afirmar la idea de Patria en los años que preceden a la Independencia. Inaugurada la república en el Perú y afirmada la independencia en toda América Latina, las narraciones de viajes escritas por los europeos enseñan a valorar muchos aspectos de nuestras realidades y a meditar sobre los problemas propios entrevistos con ojo avizor por los viajeros. Viajeros que escribieron sus impresiones de lo visto y vivido en su ruta, existieron en todas las épocas y desde la antigüedad, tanto en Oriente como en Occidente. Pero el género de viajes se fue perfilando en los países de Europa y se hizo más profuso desde la época del Renacimiento, o sea desde el siglo II

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XVI. A esta época corresponden los llamados «cronistas de Indias», aquellos que como Garcilaso o Cieza de León, escribieron la narración de sus aventuras en América, bien fuesen mestizos como el primero o españoles como el segundo. Pero aun las «crónicas» tienen mucho de «memorias», en las cuales más importancia se da al acontecer temporal que a la captación de impresiones de la realidad. Además, aquellos cronistas, sobre todo los españoles, no dieron tanta validez al viaje en sí sino a su finalidad conquistadora. Pero desde mediados del siglo XVIII, con la aparición del «viajero ilustrado», el género adquiere mayor autonomía y coherencia. Comienza entonces a cultivarse una literatura de viajes que concibe el viaje como un valor en sí mismo, sin otra finalidad aparente, aunque en algunos casos el viajero suele actuar con propósitos muy definidos de penetración económica. Aparece entonces el viajero científico, a quien guía un propósito desinteresado de estudio o de investigación. El Romanticismo marca la edad de oro de la literatura de viajes. Al contacto con América el escritor viajero adquiere conciencia de que en el Nuevo Mundo se encuentra el germen de nuevas cosas y experiencias. El contacto entre el hombre europeo civilizado y la naturaleza virgen y espléndida de América, adquiere resonancia insospechada para el progreso científico y cultural del mundo. Es así como, en el siglo XIX, el género de viajes (gracias al desarrollo de la imprenta que permite grandes tirajes y al progreso de la ciencia y su universalización) se hace popular y favorito de los grandes públicos. El escritor sedentario es superado por los escritores que se desplazan. Para muchos de ellos el viaje constituye un fin en sí mismo. No está solamente al servicio de otros propósitos como lo era el viajero antiguo imaginativo y fantasioso; o con la finalidad proselista y religiosa como la tuvo el viajero medieval (el hombre de las cruzadas que se dirige a Oriente a rescatar el sepulcro de Cristo caído en manos mahometanas) y aun el misionero de los siglos XVI y XVII (que en las selvas del Amazonas o del Orinoco o en el Paraná persigue su obra evangelizadora); o el cronista de la conquista de América con su afán de dominio. El viajero romántico, entre el XVIII y el XIX, persigue captar los caracteres y peculiaridades de tierras desconocidas a las que se idealiza poco y a las que se describe detalladamente para solaz de lectores amantes de lo ignorado y lo lejano. El mayor caudal de libros de viajes se da en esos años del XIX. Pero ese viajero curioso y universal, observador y sensible, se ha troIII

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cado en el viajero especialista y científico de nuestros días. El viajero emotivo se ha convertido en un meditador más exacto y profundo. De esta suerte, la literatura de viajes de nuestra época ha perdido en gracia y en imaginación lo que ha ganado en precisión, certeza y actitud científica. El volumen de los testimonios existentes sobre Arequipa en los siglos XVI y XVII es considerable, si tomamos en cuenta los relatos descriptivos coetáneos de españoles o mestizos, y además los modernos, que han reconstruido el ambiente en gracia a los textos históricos adobados a veces con escenarios imaginarios. La fuente testimonial de estos últimos es así mayormente historiográfica y literaria, o sea indirecta. No podemos dejar de plantear la dificultad de ubicar relatos de Arequipa en el siglo XVIII. Parecería que por entonces Arequipa no constituyó suficiente atractivo para los escritores de viajes, o que éstos no dirigieron su atención a una ciudad postrada por la crisis económica general, principalmente por el descenso de la explotación minera y por la preponderancia del Cuzco y Puno, la dificultad de las comunicaciones, o la escasa importancia de la producción agrícola, todo lo cual determinó por entonces su marginación y relativo aislamiento. En cambio, el siglo XIX ofrece un caudal impresionante de testimonios provenientes de escritores del país y el extranjero, sugestionados por el auge logrado por la ciudad que la colocó en esa centuria en situación dominante, Arequipa republicana adquiere una importancia política de la que había carecido en el siglo precedente, se consolida como centro rector de la vida cultural del sur andino, y la ciudad logra indudable prestancia socio-económica y arquitectónica. Las comunicaciones se facilitan con la construcción del ferrocarril de Mollendo a Arequipa (1870) y más tarde con su prolongación a Puno (1876) y Cuzco, y con el desarrollo de la navegación a vapor que, por sus puertos, la puso en rápido contacto con el exterior. Se produce la penetración mercantil europea mediante grandes empresas comerciales que controlan el comercio de todo el sur, incluyendo Cuzco y Puno, gravitando muy especialmente, en esta coyuntura, la exportación de lanas (Cf. Alberto Flores Galindo, Arequipa y el sur andino, siglos XVIII y XIX, Lima, 1977)

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presentación

Fue así como en el transcurso del siglo XIX Arequipa habría de convertirse como dice Basadre en la más importante ciudad del Perú, después de la capital. Todo este proceso coincidía con la proliferación de la literatura de viajes en el mundo, género que engolosinó a los lectores de todas partes del globo. Los libros de viajes se generalizaron gracias a la creciente celeridad de los medios de comunicación y al afán romántico de recorrer países lejanos. La literatura de viajes alcanzó los más grandes tirajes. El Perú era uno de los países más favorecidos en este tipo de descripciones, no siempre halagüeñas o exactas, pero indudable e igualmente valiosas para mostrar diversos aspectos vivientes del país. De tal suerte, Arequipa ofrecía un atractivo especial como sede de un intenso comercio de exportación de materias primas y de importación de mercadería de procedencia sobre todo inglesa y francesa. Recordemos que en 1834 Eugenio de Sartiges decía que «el comercio extranjero es el alma de la población de Arequipa». Y así resultó la hegemonía de esta ciudad sobre todo el sur peruano. Al decir de Mario Polar «la aldea agrícola se trocó en una ciudad de tránsito que centralizó y dirigió todo el comercio del sur del país» (Mario Polar, Viejos y nuevos tiempos, Lima, 1969, p. 31). En síntesis, según Flores Galindo, «las bases regionales quedan sentadas en el siglo XVIII, en la articulación entre Cuzco, Arequipa y el Alto Perú (Arequipa en un lugar secundario). En el siglo XIX, la dirección del circuito comercial varía, en beneficio de Arequipa, que se convierte en la ciudad hegemónica: consecuencia del desarrollo del comercio lanero» (Flores Galindo, op. cit.) Si bien en el siglo XX ese auge hegemónico ha decrecido, su importancia espiritual se mantiene intacta y su originalidad telúrica sigue dando a Arequipa la prestancia señorial de que goza en la actualidad, a pesar de resistir en sus entornos urbanos el agobio de los asentamientos humanos originados en las migraciones provenientes de los pueblos interiores de la región sur-andina. De tal suerte que su crecimiento demográfico alcanza altos índices que ponen en evidencia las nuevas condiciones de vida de la sociedad contemporánea: la ciudad despuebla el campo. Los griegos acostumbraban grabar en las puertas de sus ciudades, que por entonces tenían la jerarquía de naciones, leyendas que ponderaban la tierra y el clima, o sus características originales. Pues bien, Arequipa ofrece un paisaje original y colorido, gracias a las especiales condiciones de su atV

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mósfera nítida y clara, que acerca a la vista la imagen de los objetos lejanos y produce la sensación óptica de que sus volcanes se precipitan sobre la ciudad. Por ello, y por otras razones, y glosando la afortunada frase de un escritor mexicano, bien podríamos estampar a la entrada principal de la ciudad, viniendo del norte, una inscripción que dijera: «Viajero, has llegado a la ciudad más acogedora del Perú; has llegado a la región más transparente del aire peruano». Estuardo Núñez

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Primeros Viajeros: siglos xvi-xvii

siglos xvi - xvii

Pedro Cieza de León Cronista español, 1520-1554. Poco tiempo después de la Conquista, recorrió los antiguos territorios del Tahuantinsuyo y escribió sobre su historia, geografía, flora, fauna. Su monumental obra se llama: La crónica del Perú.

arequipa, ciudad apacible (1553)

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esde la ciudad de Los Reyes hasta la de Arequipa hay ciento veinte leguas. Esta ciudad está puesta y edificada en el valle de Quilca, catorce leguas de la mar, en la mejor parte y más fresca que se halló conveniente para el edificar. Es tan bueno el asiento y temple de esta ciudad, que se alaba por la más sana del Perú, y más apacible para vivir. Se da en ella muy excelente trigo, del cual hacen pan muy bueno y sabroso. Desde el valle de Acarí para adelante, hasta pasar por Tarapacá, son términos suyos, y en la provincia de Condesuyo tiene asimismo algunos pueblos sujetos a sí, y algunos vecinos españoles tienen encomienda sobre los naturales de ellos. Los ubinas y chiquiguanita y quinistaca y los collaguas son pueblos de los sujetos a esta ciudad, los cuales antiguamente fueron muy poblados y poseían mucho ganado de sus ovejas1. La guerra de los españoles consumió la mayor parte de lo uno y de lo otro. Los indios que eran serranos de las partes ya dichas adoraban al sol y enterraban a los principales en grandes sepulturas, de la manera que hacían los demás. Todos, unos y otros, andan vestidos con sus mantas y camisetas. Por las más partes de estos lugares atravesaban caminos reales antiguos, hechos para los reyes, y había depósitos y aposentos, y todos daban tributo de lo que cogían y tenían en sus tierras. Esta ciudad de Arequipa, por tener el puerto de la mar tan cerca, es bien proveída de los refrescos y mercaderías que traen de España, 1 Los cronistas españoles llamaban “ovejas” a las llamas. También las designaban como “corderos y carneros de la tierra”.

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y la mayor parte del tesoro que sale de las Charcas1 viene a ella, de donde lo embarcan en navíos que lo más del tiempo hay en el puerto de Quilca, para volver a la ciudad de Los Reyes. Algunos indios y cristianos dicen que por el paraje de Acarí, bien adentro en la mar, hay unas islas grandes y ricas, de las cuales publica la fama que se traía mucha suma de oro para contratar con los naturales de esta costa. En el año de 1550 salí yo del Perú, y habían los señores de la audiencia real encargado al capitán Gómez de Solís el descubrimiento de estas islas. Se cree que serán ricas, si las hay. En lo tocante a la fundación de Arequipa, no tengo que decir más de que cuando se fundó fue en otro lugar, y por causas convenientes se pasó de donde ahora está. Cerca de ella hay un volcán, que algunos temen no reviente y haga algún daño. En algunos tiempos hace en esta ciudad grandes temblores la tierra. La cual pobló y fundó el marqués don Francisco Pizarro, en nombre de Su Majestad, año de nuestra reparación de 1540 años.

El oráculo y templo del Coropuna ...Sin estos templos se tuvo otro por tan estimado y frecuentado como ellos, y más, que había por nombre la Coropuna, que es en la provincia de Condesuyo, en un cerro muy grande cubierto a la continua de nieve que de invierno y verano no se quita jamás. Y los reyes del Perú con los más principales de él visitaban este templo haciendo presentes y ofrendas como a los ya dichos. Se tiene por muy cierto que, de los dones y capacocha que a este templo se le hizo, había muchas cargas de oro y plata y pedrería enterrado en partes que de ello no se sabe. Los indios escondieron otra suma grande que estaba para servicio del ídolo y de los sacerdotes y mamaconas, que también tenía muchos el templo. Como haya tan grandes nieves, no suben a lo alto ni saben atinar a donde están tan grandes tesoros. Mucho ganado tenía este templo y chacras y servicio de indios y mamaconas. Siempre había en él gente de muchas partes y el Demonio hablaba aquí más resueltamente que en los oráculos dichos, 1 Charcas. Nombre con que se conocía el territorio de Bolivia, que antes se llamaba Alto Perú y pertenecía al Virreinato del Perú.

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porque a la continua daba mil respuestas, y no a tiempos, como los otros. Y aún ahora en este tiempo, por algún secreto de Dios, se dice que andan por aquella parte diablos visiblemente, que los indios los ven y de ellos reciben gran temor. Y a cristianos he yo oído que han visto los mismos en figura de indios y aparecérseles y desaparecérseles en breve espacio de tiempo. Algunas veces sacrificaban mucho en este oráculo y así mataban muchos ganados y algunos hombres y mujeres.

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Dibujo de Guaman Poma de Ayala, con el siguiente texto. LA CIVDAD DE ARIQVIPA: Rebentó el bolcán y cubrió de zeníza y arena la ciudad y su juridición, comarca; treynta días no se bido el sol ni luna, estrellas. Con la ayuda de Dios y de la uirgen Santa María sesó, aplacó.

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Guaman Poma de Ayala Cronista indio, 1536-1616. Escribió al rey de España una carta que se convirtió en un libro: Primer Nueva Crónica y Buen Gobierno, que acompañó con gran cantidad de dibujos e ilustraciones.

la ciudad de arequipa

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eventó el volcán y cubrió de ceniza y arena la ciudad y su jurisdicción, comarca. Treinta días no se vio el sol ni luna, estrellas. Con la ayuda de Dios y de la virgen Santa María cesó, aplacó. La dicha ciudad de Arequipa la fundó el teniente general de don Francisco Pizarro, siendo papa Paulo quinto, emperador y rey don Carlos. Esta dicha ciudad tiene muy nobles caballeros y vecinos y soldados, grandes seguidores de Dios y de Su Majestad. Y no ha habido sospecha en ellos ni pleito ni mentira, revuelta. Y tienen iglesias y viven contentos muy aderezados y con toda policía y cristiandad, son humildes y bien criados, temerosos de Dios y de la Justicia y de Su Majestad. Y tienen mucha caridad y amor de prójimos. La tierra es de buen temple, abunda la comida, hay mucho pan y mucho vino y poca carne y mucha fruta y rica gente de plata de Potosí y de oro de Carabaya. Todos se quieren como hermanos, así españoles como indios y negros. Y tiene jurisdicción comarcanos a esta dicha ciudad y a su villa de Arica y provincias. Le fue castigado por Dios cómo reventó el volcán y salió fuego y se asomó los malos espíritus y salió una llamarada y humo de ceniza y arena y cubrió toda la ciudad y su comarca adonde se murieron mucha gente y se perdió todas las viñas y ajiales y sementeras. Oscureció treinta días y treinta noches. Y hubo procesión y penitencia y salió la Virgen María toda cubierto de luto y así estancó y fue servido Dios y su madre la Virgen María. Aplacó y apareció el sol pero se perdió todas las haciendas de los valles de Majes. Con la ceniza y pestilencia de ella se murieron bestias y ganados. 7

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Antonio de la Calancha Chuquisaca, Bolivia, 1584-1654. Sacerdote y cronista. Escribió: Crónica moralizada de la Orden de San Agustín con sucesos ejemplares en esta monarquía. Fue prior de los agustinos en Arequipa por el tiempo de la erupción del Huaynaputina.

arequipa: amena y deleitosa (1600)

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stá Arequipa en 16 grados y 30 minutos a esta parte del trópico de Capricornio; sus estrellas verticales son la esgtrella del Can Sirio o Canícula, es de primera magnitud, y de naturaleza de Marte, pasa por el meridiano de Arequipa, con 6 grados y 33 minutos de Cáncer. La estrella que está en el vaso cráter, que también es común a la Hidra, es de cuarta magnitud, y de naturaleza de Mercurio, pasa por el meridiano de Arequipa con 8 grados y 45 minutos de Virgo. De éstas y de otra estrella de las espaldas de Sagitario, se verán sus dimensiones e influencias en el fin de esta Crónica, y ya quedan dichos en el primer libro sus signos y planetas. Su propio nombre es Arequepay, que quiere decir bien está, quedáos; y se llamó así, porque pasando por aquel asiento uno de sus Reyes Ingas con numeroso ejército, volviendo victorioso, le pidieron sus Capitanes en nombre de muchos indios que, aficionados del país, deseaban fundar allí una población, que les diese licencia para fundarla y quedarse; y les respondió su Rey: Está bien, quedáos; y a esta devoción se le quedó el nombre al pueblo, que hoy corrupto le llamamos Arequipa. La tierra es del temple mejor que se halla en este Reino, ni el frío es grande en invierno, ni el calor es enfadoso en verano; no es del todo sierra, ni del todo llanos, que en el Perú se llaman Chaupiyungas, si bien es más seco que húmedo. Llueve a sus tiempos copiosos aguaceros, pero ni truena en la ciudad, si bien se oyen los truenos de la sierra, no llegan allí los rayos, y al punto que escampa el mayor aguacero, se salen a pasear por las calles con el zapato blanco, porque es arenisco su terruño, y embebiendo el agua, deja enjuta y firme la superficie, es tierra muy sujeta a terremotos. En el año de 1582 8

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hubo un temblor que casi asoló a toda la ciudad; después el año de 1600, hubo una reventazón de un volcán, en que se vieron cosas extrañas, que por haber trabajado tanto en el servicio de Dios, y en la caridad de los prójimos nuestros frailes, dejo los portentos para contarlos el año que reventó el volcán. En el año de 1604, en que otro temblor la asoló, están sujetas a iguales lástimas las ciudades y pueblos convecinos al mar; dista de ella por el camino de Vítor 16 leguas1, y por el camino de las Lomas está a 18 leguas del mar, y lo más conjunto es 12 leguas. Está Arequipa distante de Lima casi al sureste 130 leguas como corre la costa, y a 60 del Cuzco al sudoeste, y tiene por antípoda el puerto de Banda, que está entre Goa y Carapata en la India Oriental, según la tabla 94 de Abraham Ortelio. El aire que la baña ordinario es el sur, y es tan sano país, que viven con salud los que la habitan, y llegan a la decrépita muchos que no la dejan. Su cielo es claro, y de día muestra hermosos celajes, y de noche brillantes y alegres estrellas. Fue aquesta ciudad antes del terremoto del año de 1582, como dice el doctor Solórzano, y del diluvio de la ceniza, alegre en sus plazas, calles y edificios, los más labrados de piedra, y todos de buena cantería, las vistas del campo agradables por lo ameno y deleitosas por lo florido, las huertas rodeaban la ciudad, y la diversidad de frutas castellanas y criollas, con la variedad de flores, formaban en cada casa un recreable jardín, fue tan abundante en sus cosechas, que las viñas pagaban su agosto con 130 mil arrobas de vino en los valles de Vítor y de Siguas. En su jurisdicción están las Provincias de Condesuyo, de los Ubinas, Collaguas y Chuquiguanitas, y se contaban 50 mil indios tributarios, y vecinos españoles en la ciudad cerca de 600, y entre éstos casas muy nobles de caballeros lustrosos y familias principales, tan ostentosas en su fausto, que remedaban a las casas de un Título o Señor. Entre una docena de damas le dieron en joyas una gran suma de oro en servicio gracioso al Rey, que pasó de 30 mil ducados. De todo abundaban las cinco Ordenes Mendicantes con la Compañía de Jesús, dos Conventos de Monjas y un Hospital. Derribó el temblor lo mejor de los edificios, y abrasó la ceniza las raíces de las cepas; pero si antes daban las sementeras ocho hanegas 1 Legua, antigua media de longitud, que equivalía 4 kilómetros y un poco más.

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por una, dieron con la ceniza 32, piedad del castigo, multiplicando el pan lo que quemaba al vino la fertilidad de la tierra; fue cobrando fuerzas aunque la sujetaban el parte las cenizas, pero poco a poco recobró su fecundidad, y hoy se cogen el valle de Vítor de 70 a 80 mil botijas; en los Majes de 10 a 12 mil; en la ciudad se cogen de 15 a 16 mil hanegas de trigo, y de 2500 a 3000 de maíz. En sus lomas hay grandes olivares, y dan 16 mil botijuelas de aceite. Lo generoso en los caballeros y plebeyos es casi el que fue, porque queriendo fundar allí la Orden un Convento de Recolección, pedí yo la limosna, y en solos cinco días ofrecieron por escrituras 65 mil pesos, dando más de 7 mil don Diego de Cabrera, antiguo bienhechor de nuestra Orden, y doña Paula de Peralta su mujer, que en rentas y limosnas en veces dio más de 20 mil ducados. Por raro es fuerza encarecer lo que se ve en una peña prodigiosa que está en Guasacache legua y media de Arequipa; está por partes levantada del suelo tres estados y más, y por otra contigua con la tierra, aquí no tiene agua, y por la parte cóncava está continuamente destilando agua por infinitas partes a la traza y al modo mismo que un rostro y un cuerpo cuando abochornado de calor suda por todos sus poros, no se le halla a esta peña acueducto ni humedad a que se pueda atribuir esta destilación, sino sólo a la hermosura de las obras de Dios. Hoy aunque en algunas quebradas se aglomera tanta ceniza, que se miran algunas con dos o tres estados, y los cerros de su contorno, a trechos son nevados por ser cordillera, algunos de los que más cerca la ciñen, compiten en la blancura con éstos los que cubren las cenizas, y no está libre la ciudad de las que en ella quedan; con todo es deleitosa floresta su terreno, pártela un río de agua sana, tiene dos manantiales que acá se llaman puquios, y son tan copiosos, que mueve un molino cada uno, y es el agua la mejor del Perú; con estas aguas se fertiliza tanto la tierra, que cría muchas y regaladas frutas y flores todo el año, y los perales que dan las mejores peras del reino, todo el año las producen, porque todo él están los árboles con flor, con fruto verde y con fruto maduro, ¡cosa notable! La ciudad no ha vuelto a edificarse a su antigua hermosura, mucho está mostrando la ruina de su antiguo estrago. Se llevó un convento de monjas a la ciudad del Cuzco de Santa Catalina de Siena, en que se ve la santidad de la mayor clausura. La pobreza con que las 10

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dejó el temblor y la ceniza, las obligó a pedir mudanza al Obispo del Cuzco, que entonces no era catedral y cabeza de obispado como lo fue después, y estaba en la jurisdicción del obispado del Cuzco. El virrey don Francisco de Toledo mandó cerrar las puertas del convento que se edificó, y que no tañesen campanas por no haberle pedido licencia para fundarlo; los clérigos desenterraron el cuerpo de Diego Rodríguez Solís, que nos había dado renta y capellanía. La república clamó en nuestra defensa, y la Religión pidió su desagravio al Rey Filipo, que por cédula del año de 1581, a cinco de marzo mandó al virrey don Martín Enríquez le informase, y sabida nuestra justicia, y el gran fruto que allí hacían los religiosos de San Agustín en leer gramática a los mozos, y enseñar virtudes con la predicación a los ciudadanos y a los indios (que así lo expresa en su cédula), mandó que el convento se prosiguiese, y el difunto se llevase, y que diesen vino, aceite y medicinas al convento de Arequipa. Nuestro convento va acabando una iglesia de cantería bien labrada, y tiene hasta las cornijas de las bóvedas, que hechas serán de lo primero del Perú; está acabada la capilla mayor, y muchas buenas celdas en tres lienzos, porque el cuarto es de la iglesia, es claustro de piedra blanca, no permite arcos el miedo de los temblores, es de sillería el claustro con curiosas almenas, y rematándolas unas bolas y puntas de diamante, con que es vistosa la curiosidad, y el jardín que cercan un huerto de alegre recreación. Hay frailes allí que a veinte y treinta años que asisten con salud. Allí tomó el hábito el padre fray Gabriel de Jesús, gran varón en virtudes, penitencias, oración, caridad y consuelo de la república, porque teniéndole por santo, se confesaba todo el pueblo con él, y vivió fraile más de cuarenta años, sin haber visto otro convento de la provincia, y allí murió con la opinión que en vida tuvo.

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La sandalia de Santo Tomás

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n la Guarca casa de los Padres de Santo Domingo en la Provincia de Parinacocha, adelante de Nasca hacia la ciudad de Arequipa, tienen aquellos benditos religiosos con gran devoción una sandalia, calzado que usaban los Apóstoles de casi catorce puntos, de un tejido que jamás se uso entre los Indios. La trajo a ruego de sus religiosos a esta ciudad de Lima, el que cuida de aquella casa llamado Fray Alonso de Oballe, y en una cajita curiosa y bien adornada la volvió a llevar. Inquiriendo yo qué noticias había para que se dijese que era del Apóstol Santo Tomás, me han dicho religiosos de todo crédito de este insigne Convento, que después de haber reventado aquel celebrado volcán de Arequipa, se halló entre las cenizas que arrojaba sobre una peña en que batía el mar, aquella sandalia nunca otra vez vista allí. Y viendo el que la halló lo peregrino del tejido, lo mucho del pie y la antigüedad que mostraba, la llevó, y traída de una en otra mano juzgando sería del Apóstol Santo Tomás por ser el tamaño del pie que en tantas partes dejó esculpido, y hoy está señalado, y por la forma de su hechura y materia de la suela y puntos, le comenzaron a dar esta estimación; y la calificó Nuestro Señor, con que ha hecho muchos y grandiosísimos milagros, de que en toda aquella comarca hay aprobación. El Padre Predicador Fray Alonso Ramos dice, que cuando cayó la ceniza de Arequipa y Camaná en el puerto de Quilca, en un cerro que está en el propio valle cerca del mar, un hombre que tenía cuidado de una hacienda, vio venir de lo alto de él mucha ceniza que corría cual caudaloso río, esperó sosegase su furiosa y crecida corriente, que acabada algo cerca del mismo cerro, vio una túnica, la cual no se pudo averiguar si era de lana o algodón, larga, y al parecer inconsútil, que parecía haber sido tejida toda de una pieza; tiraba a color de tornasol, y con ella dos zapatos como sandalias cosidas con el mismo cuero, que parecía de badana blanca, y de tres suelas hechos con mucha curiosidad; y en la propia suela por la parte de 1 La Iglesia sostenía que el apóstol Santo Tomás había predicado en América, donde habría dejado sus huellas en muchas partes. Este milagro que relata el padre Calancha se supone que sucedió cerca de Arequipa, después de la explosión del Huainaputina.

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adentro el sudor del pie, y era de hombre grande, que puso espanto y admiración a todos los que lo vieron. A este hombre le cogieron el un zapato, y con el otro, y la túnica se quedó teniendo a buena dicha y ventura, llevar consigo a España (por estar de partida para allá) reliquias tan estimadas y de tan subido valor; porque siempre se entendió eran del Santo de quien tratamos. De este zapato o sandalia fue dueña dona María de Valencia, señora de la Guarca en Carabelí, y la tenía en un cofre de plata. Sanó y curó muchos enfermos; y al Padre Juan Ángel de Rebolledo cura del pueblo de una grave enfermedad. El Padre Gaspar de Arroyo Rector del Colegio de Chuquiago de la Compañía de Jesús, publicaba haber visto el zapato, y que era tan levantado el olor y fragancia que de sí despedía, que dejaba atrás otro cualquier olor. Esta sandalia y cofre dejó esta señora al Convento de Santo Domingo. Deseando yo más especiales noticias, se ha ofrecido a mi ruego el Padre Maestro Fray Gabriel de Zarate Provincial de Santo Domingo, de que a vuelta de su visita me traería auténtica relación, con la verdad de sus milagros, que pondré aquí cuando me la hayan dado.

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Fray Diego de Ocaña Sacerdote español que durante ocho años recorrió el continente difundiendo el culto de la Virgen de Guadalupe y recogiendo limosnas para el monasterio de San Jerónimo de Extremadura. Visitó Arequipa tres años después de la explosión, y entonces todavía «no se veía el sol, sino la luna muy colorada, y a las dos de la tarde ya es de noche y es necesario encender velas».

la explosión del huainaputina (1603)

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elación del portento y casos prodigiosos que sucedieron en la ciudad de Arequipa, de las provincias del Perú, con la reventazón de un volcán que reventó a 19 de febrero del año de 1600 hasta hoy, veinticuatro de julio de 1603, hecha por el padre fray Diego de Ocaña, que entró en esta ciudad a sólo ver y saber lo que había sucedido. Primeramente, viernes, que se contaron 18 de febrero del dicho año de 1600, comenzaron a las siete horas de la noche algunos temblores de tierra, con tanta frecuencia que casi se alcanzaban unos a otros, aunque aquella noche no hicieron daño en los edificios; pues no fue cosa de consideración algunas paredes que cayeron. Y el sábado siguiente arreciaron los temblores de la tierra, con tanta furia, fuerza y violencia y tan a menudo, que aunque las remezones que daban las paredes de las casas eran de rato en rato, jamás el suelo dejaba de estar alterado y temblando de continuo movimiento, de manera que hicieron sentimiento algunos edificios, y parecía cosa sobrenatural el tenerse y no caer, según era la fuerza que traían los temblores recios que hubo aquella noche y todo el día del sábado. Fueron más de ciento cincuenta temblores que movían las paredes de una parte a otra, que cada uno traía la apariencia de asolar la ciudad, dando con esto Dios nuestro señor aviso a la gente para que se comenzasen a apercibir para el mayor daño que después vino. El dicho sábado, entre las cinco y las seis de la tarde, estando el cielo muy condenso de nubes y una niebla como las que suele haber en España en tiempos de invierno, se oyeron unos truenos tan grandes, que pareció que la máquina de los cielos se disolvía; y 14

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no eran como suele otras veces, sino como si disparasen piezas de artillería, los cuales se oyeron en muchas leguas alrededor; y así los oí yo yendo caminando más de doscientas leguas de Arequipa. Y miraba el cielo y como lo veía claro y advertía que no eran truenos, dije a los compañeros que iban conmigo ¿qué artillería es ésta que dispara el cielo? Por gran portento tengo esto. Hasta que llegamos a la ciudad de Santiago de Tucumán y supimos la pérdida de esta ciudad de Arequipa. Y como aquel ruido de aquellos truenos había sido un pedazo de cordillera que había reventado, el cual arrojó de sí tanta ceniza que por todo el Perú se tendió, comenzó pues en Arequipa a llover una arena un poco gruesa, como la que hay en las playas de la mar, excepto que ésta no era redonda sino pedacitos partidos de piedra pómez, como purificados por fuego, muy blanca y sequísima, y entre ella alguna margarita resplandeciente plateada y alguna ceniza entre ella. Y la gente, viendo llover aquello lo cogían y envolvían en papelitos para guardar y enviar por curiosidad a otras partes; y fue tanto aumentando el llover ceniza y con tanta abundancia, que en poco espacio cubrió los tejados y suelo y campos más de media vara en alto, y se descaían las casas y los techos con el grandísimo peso, y la que envolvían en papelitos para enviar a otras partes, la envió el viento hasta Méjico, y en Sonsonate dañó la fruta del cacao, que aquel año se perdió toda. Y fueron más de mil y tantas leguas las que por la parte de abajo y por la parte de arriba llegó hasta el Tucumán, que hay más de quinientas leguas, quedando todos los campos y árboles cubiertos de ceniza, que cosa semejante después que Dios creó el mundo no ha sucedido. Y toda aquella noche del sábado hubo unos truenos tan espantosos que no se sabe haber oído cosa de mayor ruido que lo que entonces se oía todas las veces que el volcán disparaba aquel fuego. Y así no hubo persona que en toda aquella noche ni en los ocho días siguientes durmiese ni reposase, porque en cuarenta horas estuvieron en perfectas tinieblas sin saber si era de día o de noche, ni qué hora era por no haber quedado reloj ni cosa con cosa, entendiendo todos que era el fin del mundo por el fuego grande y globos que el volcán arrojaba. Y entonces no sabían que había sido el volcán, sino que era fuego del cielo; y como tenemos por fe que ha de ser por fuego el último fin, entendieron realmente que entonces era y que ya era llegada la última hora.

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El domingo por la mañana –al parecer, porque todo era oscuro y andaban por las calles con antorchas–, determinaron de descargar los tejados, porque los techos se caían con el peso de la ceniza; y no se pudo hacer enteramente por falta de los indios, que todos habían acudido al remedio de sus maíces, que estaban por el suelo y cubiertos de cenizas. Y así aquel año no hubo cosecha de nada, y como la hierba quedó cubierta de aquella ceniza, hasta el día de hoy todo el ganado pereció, y las cabalgaduras en que podíamos huir murieron de hambre, y los pájaros y las demás aves se venían a las casas y se metían entre la gente y se dejaban tomar. Valieron después las comidas mucho: daban por una fanega de trigo doce ducados, que son dieciocho pesos de plata corriente más medio real, porque peso y medio corriente son doce reales, y valía cada fanega dieciocho pesos; y el maíz y las demás comidas, por este modo fue subiendo. Y los indios se huyeron a otras partes. Fue la falta que hubo de confesores, grande, porque aunque había muchos religiosos de todas órdenes para confesar a toda una ciudad y de tanta gente, los bastaban en un día, y así se confesaban de cuatro en cuatro sin poderlos detener; y se hincaban de rodillas a los pies de los confesores y decían sus culpas a voces, todos cubiertos de ceniza barbas y cabeza, entendiendo todos ser hundidos aquel día. Las acequias de la ciudad por donde venía el agua se cegaron de todo punto y el río, con la mucha ceniza, se estancó y estuvo sin correr todos aquellos días, porque el agua que corría se embebía en la mucha ceniza que caía; y dejaron de moler los molinos, y el trigo que había, que era mucho, quedó enterrado en las eras; y así fue grande la hambre que había, aunque la gente andaba tal que no se acordaban de comer. Hubo este sábado y domingo tanto globo de fuego en el aire, que causaba espanto; y en estos dos días no vino persona ninguna de fuera que pudiese dar noticia de dónde había procedido tan grande daño. Y así, pasaron en perpetuas tinieblas hasta el lunes, que el día amaneció con un poquito de claridad, como cuando hay luna y está el cielo nublado. Lunes después de las nueve, al parecer de la mañana, volvió el día a obscurecerse, tanto que con las luces andaban por las calles las personas, y lloviendo siempre ceniza, aunque ya más delgada. Y comenzaron a hacer algunas procesiones y a pedir a Dios misericordia, porque hasta este día no se atendió a otra cosa más que a las confesiones; y se hizo una procesión de sangre en la cual iban todos descalzos, así frailes como seglares, todos con reliquias en las 16

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manos, porque cada uno tomaba aquello con que más devoción tenía. Iban todos las cabezas descubiertas, llenas de ceniza cara y barbas y vestiduras; todos tan desemejados, que los que se iban azotando no tenían necesidad de capirotes porque no se conocían los unos a los otros; tantas cadenas, tantos grillos, tantos hombres aspados, tantas penitencias y tan ásperas hubo en esta procesión cuanto jamás ha habido en el mundo. Se derramó mucha sangre; todos los niños y mujeres con piedras en las manos dándose golpes en los pechos y todos dando voces y gritos con lágrimas en los ojos, no habiendo rostro de ninguna persona enjuto por de duro corazón que fuese. Y así esto es más para llorar y sentir que no para escribir; y así lo dejo a la consideración del que lo leyere, que fue mayor el sentimiento y espectáculo de la gente, de cuanto se puede decir ni encarecer porque faltan razones y palabras, no para exagerar esto sino para poder decir algo de lo que pasó en esta procesión, en la cual llevaron a la imagen santísima de nuestra Señora de la Piedad, que no se oía otra voz ni otro canto sino esta palabra de piedad, la cual todos iban pidiendo. La Santa imagen no se parecía, aunque llevaban muchas antorchas, sino de muy de cerca; toda blanqueando de ceniza. Y todos los hombres descubiertas las cabezas, y en ellas y en las barbas tanta ceniza que no se conocían los unos a los otros; y las luces de la procesión apenas se parecían. Y volvieron con la procesión a la iglesia mayor, quedándose todos en aquella plaza sin saber qué hora era, ni si era de noche o era de día. Y con verse todos allí juntos, parece que se consolaban unos con otros; y así fueron pocas las personas que se fueron a sus casas. Por intercesión de la santísima imagen que sacaron en procesión, amaneció el día con un poco de claridad; y por el tiempo que habían estado sin luz les pareció que era el martes. Este día fue algo más claro, aunque no vieron el sol en todo el día. Cayó este día menos ceniza y más delgada que al principio; pero hubo muchos temblores de tierra. Y el miércoles siguiente fue de la misma manera; con alguna claridad, pero el sol como si no le hubiera. Y hubo también algunos temblores; pero no tan recios ni con tanta violencia como los pasados. La necesidad de comida fue grande. El agua que bebían era toda llena de ceniza. El jueves siguiente hubo también temblores y el día amaneció con más claridad y se comenzaron a ver los cerros circunvecinos a la ciudad, y no llovió ceniza. 17

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El viernes siguiente fue el día nubloso, de suerte que no pareció por parte ninguna del cielo claridad alguna; y llovió tierra muy menuda. Se hizo este día una procesión general, pero no de sangre, desde la iglesia mayor a nuestra Señora de las Mercedes. Llevaron en esta procesión la imagen devotísima de Nuestra Señora de la Consolación; y todos los religiosos de los conventos, descalzos y con mucha devoción; y todo el pueblo iba de la misma manera. Hubo sermón, y aquel día y otros atrás se hicieron algunos exorcismos y conjuraron las nubes algunos sacerdotes con vestiduras sacras. El sábado siguiente fue uno de los más espantosos días que los humanos han visto ni oído decir, porque amaneció con tan extraordinaria oscuridad como la más oscura noche por oscura que haya sido, porque encontraban los unos con los otros por las calles y si no traían luces ni velas, no se veían, y así andaban por las calles con luces. Y fue tanta la tierra que llovió, que entendieron ser enterrados vivos, de suerte que subió por algunas partes dos varas y ya no se podía andar por parte ninguna ni conocían las casas sus dueños. Y así se recogió toda la gente a la iglesia mayor para que allí quedasen los cuerpos de todos enterrados; y por ser sábado se dijo misa de Nuestra Señora y se celebraron los divinos oficios, tratando todos que se dijese misa de réquiem por todos, por la poca esperanza que tenían de vida, contándose ya todos por muertos, y viendo que con el mucho peso de la tierra y ceniza se venía abajo la iglesia mayor por ser el techo de madera, como se cayó después que salieron. Se sacó la imagen devotísima de nuestra Señora de la Consolación, y la de Santa Marta, que la tiene la ciudad como abogada de los temblores, y el Santísimo Sacramento con el cual estuvo en las manos don Martín, abad vicario que era en aquella sazón de Arequipa, en medio de la plaza, cayendo ceniza sobre todos, porque no dio lugar a que sacasen un palio porque toda la iglesia vino al suelo; y así estuvieron todos allí cercados de Madre y de Hijo hasta que se trajo un toldo con que se cubrió el Santísimo Sacramento, después que por el reloj vieron que ya era noche; que siempre lo fue, sólo había distinción por las horas. Llevaron a San Francisco el Santísimo Sacramento y la imagen de Nuestra Señora y de Santa Marta con mucho trabajo, por no poder ya andar, hasta la cinta la ceniza de las calles; y se llevaron allí por ser iglesia de cantería y fuerte. Se ha de advertir que en todos estos ocho días que duró esta tormenta, no entró en la ciudad ninguna otra persona, ni español ni 18

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indio, para que diese nueva de dónde había procedido tanto daño, porque no estábamos persuadidos a que había sido volcán que había reventado. Y de donde nos podían traer la nueva era del pueblo de Omate y Puquina y de otros que por allí hay, pueblos de indios. Y de aquí no pudieron porque de repente cayó tanta ceniza y piedra pómez, que quedaron, como estaban cerca del volcán, todos encerrados. Y como fue de noche y estaban los indios ya recogidos en los pueblos, todos quedaron allí con los clérigos y españoles que había en aquella ocasión, porque la ceniza fue tanta, que el día de hoy, de aquellos pueblos no se parecen sino los tejados de las torres de las iglesias. Que cosa semejante no ha sucedido después que Dios creó el mundo ni las historias cuentan semejante acaecimiento, que hayan quedado pueblos enterrados en ceniza. Y así quedó toda la gente allí que era de donde nos podía venir el aviso de lo sucedido. Pasada, pues, esta gran tormenta del sábado, comenzó a mejorar el tiempo y vino un hombre español del pueblo de Omate. Dijo que venía caminando por cerca de allí y toda la ciudad acudió luego a saber de él qué nuevas traía del camino. El cual vino a pie y con mucho trabajo por habérsele muerto el caballo, como se murieron de hambre en aquellos ocho días todas las cabalgaduras; y así aunque quisieran salir de la ciudad no tenían en qué. El cual hombre había andado en todos aquellos ocho días, perdido por el campo, desatinado de la ceniza, por haber cubierto los caminos; hasta que caminando, vuelto rostro al aire que venía de hacia la mar, como hombre que era muy cursado de aquella tierra, vino a dar con la ciudad. Y dijo que, viniendo él caminando con dos indios que con él entraron por aquel paraje de Puquina, vino de repente tan grandísima tempestad de piedras vivas como piedra pómez, y tanta tierra, que parecía que todo el mundo se hundía; y que en breve tiempo se hallaron todos cercados de piedra y tierra, que no podían caminar; y que venía esta tierra revuelta con tanto fuego, que quemaba donde caía; y que no pudiendo sufrir los golpes de las piedras, se metieron debajo del caballo para repararse de la tempestad; y que viendo que duraba tanto el caer tierra, temiendo quedar allí enterrado, quitó la silla al caballo y se la puso en la cabeza para defensa de las piedras que caían de las nubes; y que venía diciendo a los indios que debiera de haber algún mando allá arriba y que se venía abajo, pues tanta tierra y piedra llovía. Y venían las piedras culebreando con tanto ruido e ímpetu, que no estaban en sí de espanto y admiración que tenían; 19

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y que llegando a un río, que está allí cerca, que suele llevar mucha agua, que lo halló todo cegado de la mucha tierra que había caído en él, como si nunca allí hubiera habido agua ni parecer que hubiese tomado otro camino. Y que con esta tempestad vino caminando siempre hacia la mar, con mucha oscuridad, y que no sabía qué día era ni podía decir otra cosa porque aún a los compañeros los indios no veían muchas veces, y que por eso venían asidos unos de otros. Después, acá, lo que se sabe es que reventó un gran pedazo de cordillera, a la cual no ha podido llegar nadie para ver de cierto qué parte fue la que reventó, con haber tres años y medio que sucedió esto que escribo, por estar algunas leguas antes la ceniza, tan alta que hay cerrillos de ella como sierras de arena. El daño que causó no se puede decir; pues de sólo el valle de Vítor se cogían cada año cincuenta mil arrobas de vino, y todo este valle está perdido porque la mucha piedra pómez que cayó represó y detuvo el río, que no corrió en doce días, y después reventó el agua y se llevó todas las viñas, quedando todo asolado y con tantas piedras que, aunque el tiempo mejorara, no fuera más de provecho. En la mar, por la parte donde entra este río, fue tanta la ceniza que cayó y piedra pómez, que con tener el río de Tambo –que así se llama– más de dieciocho brazas por la mar en hondo, ha hecho allí una isla como si en toda la vida allí hubiera habido mar, sino que parece que desde el principio fue isla; y ha quedado tan firme que no se ha disminuido. Y así los pilotos en muchos días no pudieron tomar el puerto, porque lo desconocían por aquella nueva isla que la ceniza hizo en la mar. Tiene una propiedad extraña esta ceniza; que es tan sutil, que no hay cosa que esté guardada de ella; y en las cajas muy cerradas y guardadas están las ropas llenas de esta ceniza; y cuando de algún cerro se desmorona alguna cosa de esta ceniza, corre como arroyo de agua y se lleva cuanto topa por delante; y así derribó muchas bodegas y paredes; pasaba de una parte a otra; y cosas sucedieron de gran maravilla, como era sacar de las bodegas las tinajas del vino y llevarlas a otra parte con tanta facilidad y presteza como si fuera una avenida de un río muy caudaloso. Sucedió que estando un hombre muy enfermo en la cama, bajó un golpe de aquella ceniza, que venía corriendo por una cuesta abajo como si fuera agua, y sacó la cama del aposento donde estaba con el enfermo y se la llevó hasta en medio de un llano. De suerte que la gente que estaba en las chacras, cerca de algunos cerros, perecieron 20

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porque la ceniza que bajaba se llevaba las casas, como se llevó la casa de doña Leonor de Peralta, mujer de Jerónimo Ran. Esta relación que aquí se contiene escribí en el convento de San Francisco, en la ciudad de Arequipa, dictándome estas cosas el contador de la hacienda real Sebastián de Mosquera y otras personas, todas honradas y fidedignas; y así, lo que hasta aquí he escrito es como en efecto pasó. Sea Dios bendito que tan gran castigo envió sobre esta ciudad, tomando por instrumento una cosa tan leve como es un poco de ceniza; pero ésta fue tanta que durará toda la vida. Lo que yo puedo decir de esta ciudad es que tiene vestigios de haber sido de las mejores del Perú, la más rica y más regalada, porque un año con otro entraban en ella setecientos mil pesos para emplear en vino, y ahora no alcanzan un poco de maíz; pero trigo se coge y se da lo que es menester; las viñas no llevan fruto, todo se les va en rama y no madura la uva por falta del calor del sol; pues en todos los días que allí estuve nunca vi el sol, sino la luna muy colorada; y a las dos de la tarde ya es noche, y es menester encender velas, y me decían a mí, viéndome afligido, que aquéllos eran días de gloria para ellos. Y es la ceniza tan sutil, que en haciendo un poco de viento la levanta en tanta abundancia que oscurece el sol, y tarda todo el mes en volverse a asentar y así, como siempre hay viento, siempre hay ceniza en el aire. El temple de la ciudad era bueno y de mucha frescura y frutas, y de muchas huertas y recreaciones; las mujeres hermosas y en el tiempo de su prosperidad bien tratadas y de muchas galas y joyas, y en lo que toca a vicio, como en las demás partes de las Indias, amigas de fiestas y de holguras. Y gente muy caritativa y limosnera; y gente principal y muchos caballeros que todo el año gastaban en fiestas. Yo no veía la hora de salir de allí, porque temía mayor castigo que el pasado por las muchas enemistades que entre los ciudadanos había; y así me partí otro día después de Santiago. Y este día me hicieron los padres de la Compañía que cantase la misa en su casa. Hay en esta ciudad frailes de San Francisco y de Santo Domingo, de San Agustín y de la Merced, y padres de la Compañía de Jesús; hay dos monasterios de monjas. Hay mucha ceniza y con ella mucha mala ventura y necesidad. Dios los remedie y se compadezca de ellos.

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Reginaldo de Lizárraga Sacerdote español, 1545-1615. En sus inspecciones eclesiásticas desde Quito hasta Tucumán visitó Arequipa. Escribió: Descripción breve de toda la tierra del Perú.

breve descripción de arequipa

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esde Camaná nos comenzamos a meter la tierra adentro, caminando para la ciudad de Arequipa, distante de él veintidós leguas y más, en las cuales hay dos valles, uno llamado Siguas, de muy buena agua y mejor vino, ya casi sin indios, por haberse consumido, como habemos de los demás referido. Cinco leguas adelante entramos en el valle llamado Vítor; éste es más ancho, y donde los más de los vecinos de Arequipa tienen sus heredades; cogen mucho vino y muy bueno, que se lleva al Cuzco, 65 leguas, y a Potosí, a más de 140, y se provee todo el Collao. Esta ciudad de Arequipa fue los años pasados de mucha contratación, hasta que don Francisco de Toledo, virrey de estos reynos, le quitó el puerto y lo pasó a Arica; digo mandó que todas las mercaderías que se desembarcaban en el puerto de Arequipa para Potosí se desembarcasen en el puerto de Arica, por lo cual la contratación ha cesado porque no llega allí navío, sino el que forzosamente va fletado para el puerto de aquella ciudad, con mercaderías para ella misma o con algún balume, hierro, jabón, aceite y otras cosas así llamadas, para el Cuzco, de donde se lleva por tierra con carneros de la tierra. Los navíos surgen más de una legua en el mar, lejos de la caleta, donde se embarcan y desembarcan, que dista de la ciudad dieciocho leguas de no muy buen camino y faltísimo de agua, y es cosa de admiración que con surgir tan en el mar, en aquel paraje nunca hay tormenta ni los navíos han garrado, y aunque es así que en el tiempo del invierno, que es en el de las garúas, anda la mar tan brava, que no se puede entrar ni salir de la caleta, la mar donde el navío tiene echadas sus anclas no se alborota. Después de entrado el batel en la caleta la mar es llanísima, y es tan angosta que se recogen los marineros los remos de una parte y 22

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Puerto de Islay. Dibujo de Mauricio Rugendas

otra porque no se hagan pedazos con las peñas, hasta que se abre un poco más, y así llegan a tierra o salen a lo ancho; pero en cualquier tiempo es peligroso entrar o salir de ella si los marineros no bogan con mucha fuerza. Se tiene este cuidado en comenzando a entrar en lo peligroso: que viendo venir la ola de tumbo, antes que quiebre se dan mucha prisa a bogar, porque la ola no quiebre en el batel, porque si en él quiebra, lo aniega y se pierde sin remedio. Conocí en este puerto un hombre extranjero, residente en él, el cual tenía ya tanta experiencia y conocimiento de cuando se podía desembarcar y venir a tierra, que en surgiendo el navío levantaba una banderilla blanca, y si no, los marineros no venían hasta verla. Sin embargo, en cualquier tiempo, como sean aguas vivas, por tres días antes y tres días después es muy peligroso desembarcar. Tiene este asiento poca agua; una fuentecilla hay en él, que para deshacer la piedra de los riñones es muy apropiada. Es combatido de muchos temblores de tierra, y lo que más admira, que la mar también tiembla. Volviendo a la ciudad de Arequipa, es del mejor temple de este reino, por estar fundada a la falda de la sierra, de buen cielo, aunque un poco seco; dentro del pueblo se dan muchas uvas y todas las frutas nuestras, en particular peras no mayores que cermeñas; son malsanas, en conserva son buenas. El agua del río es malsana por ser cruda; desciende de la sierra y pasa por lugares salitrosos. 23

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Se fundó al pie de un volcán, llamado de Arequipa, a cuya causa, y por ser la tierra cavernosa, es combatida por frecuentes terremotos, y tantos, que acontece tres o cuatro veces temblar al día, otras tantas a la noche, una veces con más violencia que otras. Los años pasados, gobernando don Francisco de Toledo, sucedió uno, y tal que arruinó toda la ciudad; en nuestro convento echó todo por el suelo, sin quedar celda donde se pudiese vivir, ni donde decir misa; las casas que no cayeron quedaron peores que si totalmente dieran consigo en el suelo. Se ha tornado a reedificar, aunque mal; es faltísimo de madera para edificios. Cotidianamente la puesta del sol es muy apacible por la diversidad de arreboles en los celajes a la parte del Poniente. Se comienzan a plantar olivares, y son bonísimas las aceitunas; es abundante de pan, vino y carnes y demás mantenimientos, y todo de riego; llueve poco y no con mucha tempestad. Los indios de este asiento, que son en cantidad, usan del trébol en lugar de estiércol, con lo cual los maíces crecen y multiplican mucho; lo siembran de propósito, y maduro lo cogen y entierran en la tierra que han de sembrar; la fertiliza mucho, en lo cual nosotros no hemos advertido, y la razón lo dicen porque el trébol es calidísimo; y antes, aunque sus chácaras estercolaban con otras cosas, no eran tan fértiles; se crían gran cantidad de pájaros dañosísimos al trigo ya granado; el enemigo es muchos muchachos con voces y hondas ojearlos, y no aprovecha tanto como quisiéramos. Porque no haya cosa sin alguacil, si no fuera tan combatida de temblores hubiera crecido mucho. Sustenta cinco conventos: Santo Domingo, San Francisco, San Agustín, La Merced, Los Teatinos, que aunque llegaron tarde, tienen el mejor puesto. Los vecinos viejos eran ricos; sus hijos son pobres porque no siguen la prudencia de sus padres, y los nietos de los conquistadores y vecinos serán paupérrimos. El año 1604 otro temblor lo destruyó; el mismo que a Camaná.

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Antonio Vázquez de Espinoza Eclesiástico e historiador español, visitó Arequipa en 1618. Escribió Compendio y descripción de las Indias Occidentales.

un pedazo de paraíso terrenal (1619)

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a ciudad de Arequipa dista de la ciudad de Los Reyes al Sur 150 leguas. La fundó el Marquez don Francisco Pizarro año de 1534, 18 leguas de la mar la tierra adentro a las riberas del río Víctor1 que la hace fértil amena y regalada, a la banda del sur del río en un llano, es de los mejores temples del Pirú2, y aun de todo el Mundo. En aquel Reyno le llaman Chaupiyunga, que quiere decir entre frío y caliente, muy regalado y templado, todo el año de un ser, hay por la banda del oriente un cerro, o volcán muy alto a modo de Pan de Azúcar, que sus faldas llegan al sitio de la ciudad, tiene de subida más de dos leguas, (y no es éste el que reventó, porque no tiene fuego), en la cumbre de él hacían los gentiles en tiempo de su gentilidad sus sacrificios, junto a él de la banda del Norte está otra sierra casi tan alta como el volcán, y por entre ambos pasa el río de Víctor corriendo del este a oeste que hace toda la tierra rica, fértil, regalada, y amena, cuando llueve se cubren el volcán y sierra de nieve, y en la ciudad que está fundada en sus faldas al poniente no llueve, ni hay mudanza de temple, ni de tiempo. La ciudad tendrá 300 españoles sin negros, indios, y demás gente de servicio. Tiene muy grande sitio, y extendido, por ser las casas grandes, y tener todas dentro de sus cercas huertas, y jardines con todas las frutas de la tierra y de España, que parece un pedazo de paraíso, donde hay muy buenas peras camuesas, manzanas, duraznos, melocotones, y las demás de España en abundancia. La fuerza

1 Se refiere al río Chili. 2 Los cronistas españoles usaban este nombre de Pirú para referirse al antiguo territorio del Tahuantinsuyo. El Inca Garcilaso preferió usar el nombre de Perú, que por su infuencia al final fue el que se impuso.

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de ellas, es por Navidad, hay todo el año claveles, rosas, azucenas y todas las flores de España. El sitio que coge es de una muy populosa ciudad con muy buenas casas de teja, edificios, hay Iglesia Catedral, por ser cabeza de Obispado, que se dividió, y sacó del Obispado del Cuzco, el año de 1610, por la grande jurisdicción que tenía, y porque no se visitaba en tiempo del Marquez de Montes Claros; y como es tierra nueva cada día pide nuevo remedio hasta asentar las cosas; al presente tiene grande jurisdicción, y conviene que se le ponga otro Obispo en la ciudad de Arica. El primer Obispo que fue proveído a esta iglesia fue el Arzobispo Don fray Cristóbal Rodríguez que lo fue de Santo Domingo, y viniendo a su iglesia murió, habiendo entrado en el Obispado en la villa de Camaná, 24 leguas de la ciudad, luego fue promovido a esta iglesia el Maestro Perea de la orden de San Agustín, que entró a gobernarla el año de 1619, y de presente la gobierna, tiene sus prebendados y dignidades que la sirven, conventos de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín, La Merced, y La Compañía, todos muy buenos, y bien sustentados, tiene un Monasterio de Monjas de Santa Clara, hospital para curar los enfermos, y otras iglesias, y ermitas de devoción. Tiene muchas cequias por las calles sacadas así del Río Víctor, como de otros ríos que vienen de otros pueblos y valles que están cerca de la ciudad al sur para limpieza de ella, y para regar sus huertas, frutales y hortalizas; la cual es de las más regaladas del mundo, y parece un pedazo de paraíso terrenal, todo el año está florida, y llena de frutas, tiene una ribera muy buena, y alegra mucho las huertas, o chacras, de perales, duraznos, manzanos, y las demás frutas de España y de la tierra, que cierto cuando estuve en ella me pareció lo primero y mejor del mundo, por el buen sitio, temperamento, y lindas aguas que tiene a vista de la ciudad. Cerca de ella hay muchos pueblos a una y a dos leguas, a más, y a menos, en alegres y fértiles valles por donde vienen ríos de dulces y cristalinas aguas, que además de las huertas y frutales que tiene se siembra, y coge mucho trigo, maíz, garbanzos y habas, y otras semillas de España, y de la tierra, la principal cosecha es por navidad, llegando a esta ciudad por este tiempo, vi una parva de trigo en una era, que sólo tenía las espigas de trigo, que siegan como no 26

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hay necesidad de paja en aquella tierra, y a la hora de vísperas vi entrar en ella dos corros de indios, e indias por las manos tomados cantando, y holgándose, muchos de ellos descalzos, y cuando mucho traían unas ojotas que son unas suelas, y a la oración tenían la parva de trigo trillada y aventada, y un montón de trigo de más de 100 hagenas, que cuando lo vi me causó admiración, esto vi al fin del año de 1618. Sin lo referido tiene la ciudad en los arrabales muchas casas cubiertas de paja de la gente pobre, hay en ella muchos mercaderes, y tiendas y se hacen muchas medias de lana de punto que valen a 4 reales el par. Demás de lo referido tiene la ciudad de la otra banda del río al norte, que se pasa por un puente de piedra, un pueblo de indios que se dice Santa Ana que lo adoctrinan religiosos de Santo Domingo, por este puente sale el camino para Camaná, Lima, y toda la tierra de abajo de esta ciudad hay corregidor proveído por el consejo para su buen gobierno, y en el distrito del Obispado ocho corregidores los tres que son el de la ciudad de Arequipa, Arica y Collaguas, proveído por el consejo y los cinco que provee el virrey, que son Camaná, Víctor, Condesuyos, Ubinas, Moquegua; y cerca de la ciudad muchos pueblos y provincias como son Chiquiguanita, Quimistaca, la provincia de los Collaguas, y la de los Condesuyos, y Ubinas para el servicio de la ciudad, y sus vecinos que vienen por semanas conforme están señalados, el corregidor de Arequipa los reparte, para hacer sus labores y menesteres. Cerca de la ciudad a noreste está la provincia de los Condesuyos de muchos pueblos, y gente; donde hay muy buenas minas de oro, y muchas crías de ganado de la tierra, en esta provincia pone el Virrey un corregidor para el buen gobierno de ella, estos indios acuden por mitas al servicio de la ciudad, porque son de su jurisdicción y encomendados a los vecinos de ella.

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Marcos Jiménez de la Espada Zoólogo, explorador y escritor español, 1831-1898. En 1897 publicó los 4 volúmenes de su obra Relaciones geográficas de Indias, con documentos sobre el antiguo Virreinato del Perú, donde se encuentra esta relación del Obispado de Arequipa, fechada el 15 de diciembre de 1649.

relación de obispado de arequipa (1649)

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requipa, ciudad de este Pirú y una de las primeras que el marqués don Francisco Pizarro fundó en el año de 1540 con el antiguo nombre que sus naturales daban a su sitio; por más de setenta años, después de su fundación, tuvo Iglesia parroquial servida de un cura y dos beneficiados simples y un sacristán; la erigió en catedral a instancia del señor Rey Filipo tercero, la santidad de Paulo quinto el año de 1612, desmembrándola de la Santa Iglesia del Cuzco. La iglesia catedral de Arequipa tiene por patrona a la Virgen Nuestra Señora en el misterio de su Asunción gloriosa. Se labró de suntuosa fábrica de cantería, siendo parroquial, y la arruinó hasta los fundamentos el terremoto grande que padeció esta ciudad el año 1604; se va reedificando con mayor grandeza, y está hoy suspensa su fábrica, por haberse gastado ya la limosna que con real magnificencia le aplicó el señor Rey Filipo tercero; se oficia, en tanto, en lugar extremamente incómodo y humilde. Están sepultados en esta Iglesia dos de sus obispos: maestro don fray Christóbal Rodríguez y maestro don fray de Perea. Se trasladaron de la ciudad a Lima, donde murió este segundo, y de la villa de Camaná, donde se depositó el primero; y es digno de advertencia, que siendo en extremo húmedo el asiento de aquella villa en que se experimenta brevísima la corrupción de los cuerpos, se halló no sólo incorrupto y entero el dicho maestro don fray Christóbal Rodríguez, pero sin rastro de las comunes fealdades de la muerte; porque lavado con vinagre y otros licores para limpiarlo de la cal y tierra sobrepuestas, menos lo animado, todo pareció el mismo que vivo; milagro que mucho tiempo antes indicaban el privilegio de su notoria virginidad y su inculpable vida. 28

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Tiene, fuera de la catedral, una parroquia de indios con título de Santa Martha; y (a distancia de legua y media la que más) está coronada de cinco doctrinas, que sirven religiosos, cuatro de la orden de Santo Domingo, y uno de la Merced. El número de sus feligreses ha venido mucho a menos y así es hoy muy corto. Hay seis conventos de religiosos y uno de monjas. El primero y de más antigua fundación es el de Santo Domingo, la advocación de San Pablo; tiene ordinarios diez y doce religiosos, y este mismo número tiene el de San Francisco; fundóle don fray Bernardo de Barnuevo, de la misma orden, obispo que fue de Santiago de Chile, y ambos conventos, con poca diferencia, tienen antigüedad de noventa años. El de San Agustín, de advocación de San Nicolás de Tolentino, tiene ordinarios de ocho a diez religiosos; fue fundación de don fray Luis López de Solís, de la misma orden, obispo que fue de Quito y primer arzobispo de Charcas; se fundó el año de 1575. Casi la misma antigüedad de San Francisco tiene el convento de La Merced y el mismo número de conventuales que el de San Agustín; lo fundó un gran siervo de Dios, fray Alexo Daza. El colegio de la Compañía de Jesús, con advocación de Santiago, tiene ordinarios 16 sujetos; le fundaron Diego Fernández Hidalgo, Antonio de Llanos y María Cermeño, su mujer. El convento de Santa Catalina de Sena, del orden de Santo Domingo, está sujeto al ordinario; lo fundó doña María de Guzmán, noble y religiosa matrona, setenta y cuatro años ha. Hay en él cuarenta religiosas de velo negro, seis u ocho de velo blanco, algunas donadas y muchas grandes siervas de Dios. El último y más moderno convento es de la Santa Recoleción de San Francisco, de singular edificación y utilidad espiritual de esta república; fundador un gran religioso de muy acreditada santidad, llamado fray Pedro de Mendoza; concurrieron con la limosna de su fábrica el doctor fray don Fulgencio Maldonado, chantre de esta Santa Iglesia, con la cantidad ya referida, y Andrés Pérez de Castro, caballero del orden de Santiago, con treinta mil pesos. Hay también un hospital, fundación del cabildo y regimiento de esta ciudad, con la advocación de San Juan Baptista; tiene de renta cerca de siete mil pesos, que constan de posesiones que le adjudicó de sus propios la ciudad y también de la parte que en los novenos reales responde a la merced de Su Majestad. Tiene conveniente iglesia y las salas ordinarias a la enfermería. Se curan en él toda clase de enfermedades, y lo administran de un tiempo a esta parte los religiosos de San Juan de Dios. 29

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El Misti visto desde el camino a Cangallo. Dibujo de Mauricio Rugendas.

Entre las cosas notables que se inquieren en el interrogatorio, contamos: primero, los volcanes de esta provincia, singulares entre los muchos que tiene este Perú. Está sitiada Arequipa a las faldas de uno de estos volcanes de tan incomparable grandeza y altura, que señorea toda la cordillera y se deja ver a tanta distancia en el mar, que sirve mucho al gobierno de los navegantes de estas costas. Tiene éste en la cumbre una ancha, horrible y profundísima boca. No se escribe que haya reventado, pero las lenguas, que fueron mucho antes que las plumas, afirman con su tradición que reventó tremendamente en edad no muy distante de la nuestra. Y averíguase bien la copia, no del vómito o reventazón, porque de cuanto alcanzó la memoria de los que hoy viven, no la hay de que se haya visto ni fuego ni humo en su cumbre, como generalmente le tienen otros. Tal fue como este el que el año de 1600, a los 19 de febrero reventó en esta cordillera hacia el Este, a distancia de veinte leguas de esta ciudad, arrojando de sí tanta ceniza, que a no haberla esparcido el Norte, que por aquellos días sopló impetuosísimo, arruinara esta ciudad y todos los pueblos de su comarca sin dejar rastro de su sitio. Alcanzó parte de esta ceniza distancia de más de trescientas leguas, y en las cincuenta más vecinas al volcán referido, cubrió la tierra y edificios con cuerpo de casi media vara, que bastó a cerrar los 30

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caminos, a esterilizar los campos, a matar los ganados y entorpecer de manera las aves, que se precipitaban de su región, quizá porque la ceniza les abatía las alas. Pareció el día antes de esta monstruosa lluvia de ceniza un globo de fuego, entre la una y dos de la noche, de extraña grandeza, sobre esta ciudad, que habiéndola bojeado toda, encaminándose al Occidente, desapareció o se deshizo; y luego el domingo, que se contaron veinte de dicho febrero (día que se siguió al de la ceniza), como a las dos del día, se oscureció el aire con tan palpables tinieblas, que se representaban las que se creen de Egipto y duraron espacio de tres horas; y habiéndose continuado la lluvia de la ceniza hasta el viernes 25 del mes, volvió a oscurecerse el aire con la misma tenebrosidad que el domingo antes, pero con tan porfiada duración, que perseveraron por espacio de más de 40 horas hasta el domingo a las ocho o nueve de la mañana. Suplía en este tiempo por la alegría del sol la melancólica luz de las candelas, también hoy inútil, porque a la ceniza que en este tiempo caía más copiosa, ninguna defensa impedía el paso a los retretes más secretos, que penetraba impelida de un como animado movimiento, formando unos raudales tan impetuosos, como los de las aguas que en avenida descienden de los montes. A estas calamidades se acrecentaba, como su último y mayor cúmulo, la miserable turbación que causaban los continuos temblores de la tierra que, más o menos violentos, nunca cesaron desde el principio de estas tempestades, y se averigua que en un solo día natural tembló sobre doscientas veces. Consta todo lo referido en este rarísimo caso de auténtica información que cinco días después de él hizo el maese de campo don Juan Hurtado de Mendoza, corregidor que a la sazón era de esta ciudad, en que depusieron todos los superiores de las religiones, prior de Santo Domingo, San Agustín, rector de la Compañía, guardián de San Francisco y comendador de la Merced, testigos oculares de todo. Abundan las provincias de este obispado de manantiales de aguas delicadas y saludables; de ríos caudalosos que crían regaladísimos peces, y en especial unos que, por merecerlo su sabor, llaman comúnmente peces reyes; son saxátiles y no se niegan a los enfermos. Hay muchos baños naturales que obran milagrosa salud en los que han menester. Y es calidad singular del río que riega estos valles de 31

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Arequipa y Vítor, que importan los frutos de pan y vino que cría, más de quinientos mil ducados al año. Los frutos generalmente son los mismos que los de España y se acrecientan grandemente con los naturales a estos países, que son muchos y muy substanciales. Esta ciudad abunda mucho de carnes, pan, vino y aceite, con que no desea nada de fuera. Ha gozado muchos favores de los señores reyes por su constante lealtad y la Majestad del señor emperador Carlos quinto se dio por muy servido de una amorosa fineza de vasallos; y fue, que en ocasión de servirle con un donativo para los gastos de las guerras, las matronas de esta ciudad, con magnánima franqueza, dieron todas sus joyas, que fueron de muy considerable valor, cuyo imperial retorno fue honrarlas con una cédula, que como el mayor de sus tesoros guarda en su archivo esta ciudad, en que hermanó su majestad y grandeza de señor a agasajos de amigo. Tiene Arequipa por armas, que el mismo señor emperador Carlos quinto le señaló, un volcán cercado del río referido. Arequipa, 15 de diciembre de 1649 años. Por mandado del obispo mi señor Francisco de Palacio Alvarado, secretario.

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Tadeo Haenke Naturalista y botánico austriaco, 1761-1817. Destinado a dar la vuelta al mundo en la expedición científica española de Alejandro Malaspina, se quedó en Sudamérica, haciendo estudios botánicos y geológicos. Sobre Arequipa, escribió: Observaciones sobre el volcán de Arequipa y Estudio de las aguas termales de Yura.

la excelencia de arequipa1 Partido de Arequipa e halla situada la ciudad de Arequipa, cabeza de la Intendencia de este nombre, en los 16º 13’ 20” de latitud S y 66º 6’ 30” de longitud. Se fundó, por primera vez, en un sitio que tenía el mismo nombre, por el capitán Pedro Anzueros de Camporredondo, el año de 1540, de orden del marqués don Francisco Pizarro, dada en el año anterior; pero, no logrando allí ventajosas conveniencias, se mudó después al valle de Quilca, donde permanece, distante de la marina veinte leguas. Habían sido conquistados los países de su dependencia y unidos al imperio de los Incas, hacia fines del siglo XIII, por Mayta Capac, cuarto soberano del Perú, quien viendo la admirable disposición del terreno hizo poblar el valle de Arequipa con 3.000 familias, entresacadas de las provincias inmediatas, formando allí cuatro o cinco pueblos. Quieren algunos que su nombre original fuese Arequipa, que quiere decir, según ellos, si os está bien, quedaos, por la licencia que el Inca dio a algunos de sus capitanes para que lo poblasen. Pero el padre Blas Valera interpreta trompeta sonora, pudiendo muy bien haberse deducido el nombre de la voz quepau, que significa el pututu o caracol marino de que usaban los indios.

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1 El texto completo de Descripción del Perú de Tadeo Haenke se encuentra en internet, Biblioteca Virtual del Perú, de la Biblioteca Nacional.

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Es esta ciudad, por su capacidad, una de las mayores que pueblan los vastos países del Perú. Su planta es admirable, por estar en llano, y a esta ventajosa disposición acompaña la hermosura de las casas, que siendo todas de piedra y abovedadas ofrecen a sus habitantes viviendas cómodas, y a la vista un aspecto agradable, por el universal cuidado e inclinación de aquel vecindario para conservarlas con aseo y decencia. Su temple es de lo más lisonjero que se puede apetecer para la vida, pues nunca llega el caso de que se experimente un frío excesivo, ni tampoco causa molestia el calor, siendo todo el año, en la apacibilidad y alegría que ofrecen los campos a la vista, una incansable primavera. Cerca de la ciudad pasa un río, cuyas aguas, conducidas en parte por medio de Arequipa, atraviesan las calles, y arrastrando las inmundicias las mantienen limpias y aseadas. En estos últimos años se ha formado una hermosa alameda que sirve de recreo a los habitantes. Disminuye tanta excelencia como tiene Arequipa la pensión a que está sujeta, como todas las de aquella América, de los continuos temblores de tierra, los cuales han causado en ella estragos espantosos. Sucedió el primero el año de 1582, y el segundo en el de 1600, reventando al mismo tiempo un volcán que le cae inmediato llamado Huaynaputina, continuando en los años posteriores de 1604, 1687, 1715 y 1784 con grande daño de los moradores y de sus edificios. El volcán Huaynaputina tiene de elevación sobre el nivel del mar 3.180 toesas1, y es a la verdad uno de los volcanes mas majestuosos y respetables del orbe. Abraza la vista, desde su cima, una distancia inmensa. El cerro se compone, en su cumbre, de una áspera peñolería, y allí tiene tres leguas de circunferencia sobre una de diámetro en donde están abiertas dos bocas formidables. De ellas se ha visto salir, en algunas ocasiones, un denso vapor de más de 400 varas de grueso2, a veces en forma de pirámide, y otras en la de nube siempre prolongada y continuada, formando hacia arriba diversas figuras y promontorios globulosos que corrían por la atmósfera a donde las llevaba el viento a manera de nubes, y de la misma especie y color que éstas aparentan. 1 Toesa: la toesa era una antigua medida de longitud francesa que equivalía a 1,949 m. 2 Si la vara tiene 83 cm, entonces la columna de vapor medía más de 300 metros de ancho.

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En un reconocimiento ejecutado el año de 1788 (de orden del Intendente de la provincia) sobre el boquerón principal, se explican así los observadores: «Su vista fue de bastante terror, tanto por el vapor denso que exhalaba con ímpetu y violencia aquella concavidad, cuanto por el fuerte ruido que se oía, a manera de un río caudaloso, a ratos muy recio y a ratos algo remiso, según las ondulaciones del aire y la impresión que hace el eco en las peñolerías cóncavas. En esta especulación vimos que las columnas de vapor, no obstante ser de bastante corpulencia, no llenaban toda la oquedad de la expresada boca, y que salía unas veces por un lado y otras por otro, tomando diversas direcciones, pero sin dividirse ni separarse hasta la mayor altura a que se elevaba». Este volcán ha tenido dos erupciones, y es ciertamente el vecino más terrible que puede tener una ciudad. Consta en el día la población de Arequipa de 23.988 almas, entre las cuales hay gran número de familias nobles, por haber sido allí donde más han subsistido los españoles, tanto por la comodidad del temple y la abundancia de los víveres, como por la oportunidad para el comercio por medio del puerto que solo dista veinte leguas. Su gobierno político y civil está a cargo del Intendente, que hace también cabeza al puerto de la ciudad. Tiene una caja real con los ministros y oficiales dotados para su manejo, una administración de alcabalas, otras dos de tabacos y de correos, una contaduría de diezmos, y entre los cuerpos civiles hay establecida una sociedad mineralógica formada de un director, el tesorero, el secretario y cuatro diputados, cuyo instituto tiene por objeto el adelantamiento de la mineralogía y el fomento de las minas de aquel reino. El Cabildo secular se compone del Intendente, de dos alcaldes ordinarios, de un alférez real, de un alguacil mayor, de un alcalde provincial, un depositario general y siete regidores. Tiene por armas un escudo, y en él un volcán arrojando llamas, rodeado de ríos; a los lados dos árboles, y encima de ellos dos leones de oro en campo rojo; por orla, flores de lis de oro en campo azul; por timbre, un yelmo cerrado, y por divisa un grifo con una bandera en las manos y el lema Del Rey. Le concedió el título de muy noble y muy leal el Virrey don Francisco de Toledo, en 7 de noviembre de 1575 y lo confirmaron después los reyes don Felipe II y don Felipe III, siendo notable la cédula expedida por el primero, a 29 de setiembre de 1587, en la cual compara a las señoras arequipeñas con las matronas romanas, cuyo ejemplo imitaron oblándole hasta sus joyas en un donativo. Arequipa 37

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fue fundada con el título de Villa de la Asunción del Valle hermoso; pero el emperador Carlos V la concedió, el 22 de Diciembre, al año de su fundación, el título de ciudad. Ella fue la primera que admitió las alcabalas introducidas en aquellos dominios el año de 1596. Perteneció la ciudad de Arequipa a la diócesis del Cuzco hasta el año de 1609, en que desmembrándose de ella se erigió en Iglesia episcopal el 20 de julio de aquel año. Ahora se compone su Cabildo, además del obispo, de cinco dignidades que son deán, arcediano, chantre, maestre-escuela y tesorero, dos canónigos de oposición (doctoral y magistral), uno de presentación y dos racioneros. Las rentas de este Cabildo ascienden anualmente a 39.468 pesos, y las de la mitra a 20.153. Las capellanías colectivas que hay en todo el obispado son 540, y su principal 1.444 .406 pesos, reditúa al año a razón del 5%, 72.220; las cofradías son 10 y producen 5.948 pesos. Para el servicio de la Catedral y enseñanza de los que en ella se ocupan, erigió en 1616 un colegio seminario, donde se enseñan Latinidad, Filosofía y Teología. Hay en la ciudad tres monasterios de monjas que son: Santa Catalina, Santa Rosa y Santa Teresa, y contienen 175 religiosas, con 38.614 pesos de renta. También hay un beaterio de San Francisco, una casa de recogimiento con su abadesa, que sirve para recogimiento voluntario de mujeres españolas y reclusión de delincuentes, fundada en 1745, y una casa de ejercicios de mujeres que se estableció en 1762. Los conventos de religiosos son seis, a saber: Santo Domingo, San Francisco, la Merced, San Agustín, San Juan de Dios y el Hospicio de Buena Muerte. En todo 200 religiosos, cuyas rentas están graduadas en 50.000 pesos. Posteriormente se ha fundado por el señor Obispo una casa provisional de expósitos, y por providencia del Intendente se trabaja un suntuoso camposanto en lugar proporcionado, a fin de que los despojos de los muertos no infesten a los vivos ni llenen de podre al santuario. Para la enseñanza de la juventud religiosa y seglar hay establecidas cinco escuelas gratuitas, en las que les enseñan las primeras letras y la latinidad, y se leen cursos de Artes y Teología. Una de estas escuelas es fundación del ayuntamiento, con el único fin de que sirva para la educación de niñas. Se extiende la jurisdicción de Arequipa a todos aquellos arrabales o pueblos de su inmediación, y en todos ellos se goza del mismo 38

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temple que en la ciudad, no experimentando en ningún tiempo la esterilidad del estío, porque todo el año anuncian los matices de las flores la hermosura de una igual y benigna estación. Producen estos pueblos, granos, vinos, aguardientes, azúcar, algodón, aceite, ají, alfalfa y raíces comestibles, teniendo pocos árboles frutales, aunque para las fábricas y muebles de casa emplean el sauce. Estos frutos los expenden parte en la misma provincia y parte en las inmediatas, principalmente los vinos de Vítor, que reducidos a aguardiente los transportan a Potosí, Oruro, el Cuzco y la Paz, conduciendo de ésta algunos efectos de Castilla, aunque la mayor parte se introducen por Lima. Entre estos renglones, cuyo líquido valor está calculado en 638.800 pesos anuales, el ramo más pingüe y de pronta salida que tiene Arequipa es el maíz, el cual lo expende en tanta cantidad que, según los derechos que rinde, se ve que se consumen al año 68.224 fanegas, únicamente en la bebida que llaman chicha, que, al precio de 3 pesos, que por lo regular tiene la fanega, sube a 204.672 pesos el importe de dichas fanegas. Los géneros europeos de más consumo en este partido son paños, lencería corriente y rasos; y el mayor lujo está entre las mujeres en lanas, terciopelos y espolines. Las enfermedades más comunes en los valles son las tercianas, y en los demás pueblos catarros, dolores reumáticos y algunos tabardillos. Su población comprende 37.721 almas, en esta forma: 98 clérigos, 225 religiosos, 162 religiosas, 5 beatas, 22.687 españoles, 5.929 indios, 4.908 mestizos, 2.477 pardos libres y 1.225 esclavos. Los delitos dominantes de la plebe no son de consideración, por ser toda aquella gente apacible y de buena inclinación. Partido de Camaná Siguiendo la costa del Sur, aunque algo apartado de sus playas, continúa el partido de Camaná, cuya jurisdicción, si bien dilatada, participa de muchos despoblados que corresponden hacia la parte de mar. Sus tierras se dilatan por el Oriente hasta los primeros cercos de la Cordillera, y se componen de muchos valles, de los cuales los más terminan en la costa. El temperamento es semejante al de Lima; pero hacia la parte de sierra llueve algo, y en aquellos parajes se hallan quince minas de oro, de ley tan escasa que apenas sufragan el costo de su laboreo. El territorio de valles produce aceite, ají, azúcar, vinos, 39

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trigo, maíz, papas y alfalfa, cuyos ramos se expenden dentro y fuera de la provincia, estando graduado el valor líquido de ellas en 300.000 pesos anuales. Todos estos valles están regados por riachuelos que bajan de la Sierra, y algunos se hacen caudalosos en los meses que llueve en ella; pero lo demás del año escasea el agua, a excepción de algunos pocos que la tienen siempre abundante, como el de Majes y el de Ocoña. En éstos se crían pejerreyes, que pescan. La capital de este partido es la villa de Camaná que está situada a dos leguas del mar, en un paraje delicioso a la vista por la fertilidad, amenidad y colocación de sus tierras, a las que riega el río Majes que entra en el mar por aquella parte formando un soto en donde se crían varios pájaros. Antiguamente fue más considerable esta villa. Hay un convento de mercedarios y Cabildo secular, el cual preside el subdelegado. Hay también administraciones de alcabalas, tabacos y correos, pero todas están sujetas a las respectivas de Arequipa. Su comercio principal lo forman, con el ají y aceite que sacan para otras provincias, y consumen entre sí algunos efectos de Castilla. El vicio dominante en el pueblo es la borrachera; y las enfermedades comunes, las tercianas. Comprende este partido 7 doctrinas y 8 pueblos anexos, habitados por 10.052 almas: 34 clérigos, 9 religiosos, 5.105 españoles, 1.249 indios, 1.021 mestizos, 1747 pardos libres y 887 esclavos. Esta gente se aplica a la labranza, y algunos pocos a la arriería, criándose en la jurisdicción del pueblo de Arequipa crecido número de ganado de toda especie y muchos borricos que sirven para el tráfico. Partido de Condesuyos Hacia la parte N de Arequipa, y distante de ella cosa de treinta leguas, está el partido de Condesuyos de Arequipa, cuya jurisdicción se extiende como otras treinta leguas. Su temperamento es universalmente frío, aún en aquellos pueblos que situados en la falda de la Cordillera están en parajes menos altos. Sin embargo, se recoge bastante trigo, maíz, papas y otras semillas en los parajes bajos, y algunas frutas como uvas, peras, etc. Abunda en pastos, con los cuales se mantiene algún ganado mayor y menor, y se encuentra también ganados, vicuñas y vizcachas. Se cría allí la cochinilla silvestre, principalmente en el pueblo de Chicuas, 40

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aunque por falta de cultivo es inferior a la de otras partes: con todo la venden los indios en cambio de coca y bayetas de la sierra, y la emplean en los tintes de lana. Para esto la reducen a polvo, moliéndola y mezclándola cuatro onzas de éste con doce de maíz morado; forman después unos panecillos cuadrados, de cuatro onzas cada uno, a los cuales dan el nombre de magno, y en esta forma lo despachan, siendo el precio regular de la libra un peso de aquella moneda. Está calculado en 26.458 pesos el líquido valor de los frutos principales que se crían en este partido, los cuales se consumen todos dentro de su jurisdicción. Ésta comprende 9 doctrinas y 18 pueblos anexos habitados por 20.145 almas: 35 clérigos, 3.603 españoles, 12.011 indios, 4.358 mestizos, 34 pardos libres y 44 esclavos. La ocupación principal de estos moradores es la de llevar los efectos desde el valle de Majes, en el partido de Camaná, como vinos, aguardientes, etc. a otras provincias de la Sierra. Se ocupan también en el cultivo de sus sementeras, y algunos en la labor de minas. De estas hay varias de oro que dan algún producto, pero tan escaso que apenas basta para costear el trabajo. Todo el terreno de este partido es muy quebrado y de malísimos caminos, y la capital bastante desapacible, aunque solo dista cuatro leguas de la provincia de Camaná. Cerca de Orcopampa hay unos baños de agua caliente, que aseguran son muy útiles para el gálico y la lepra. Partido de Collaguas A la parte NE de Arequipa, y distante de esta ciudad unas treinta leguas, está el partido de Collaguas, llamado también de Caylloma por un famoso cerro que tiene el mismo nombre, del cual se sacan, desde tiempos antiguos, crecidas porciones de plata. El terreno de este partido es una quebrada por la cual se despeña un río de bastante agua, que nace en la misma provincia, y lo llaman Patacapuquio, que quiere decir cien ojos de agua. Cerca del pueblo de Hambo, en la mitad del partido tuerce su curso y entra en la provincia de Condesuyos, desde donde sigue al mar por la provincia de Majes. A las cinco leguas de su origen tiene un puente natural de una sola piedra de ocho varas de largo y cuatro de ancho, y a 41

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pesar de ser profundo el cauce del río suele rebalsar el agua por cima en tiempo de lluvias. Además de este río hay otros riachuelos que vierten en él sus aguas, y otros que se unen con el Apurimac. Entre éstos es particular el que riega el valle de Sihuas, adonde baja por una quebrada diversa de la grande. Nace, o por mejor decir, brota a manera de penacho grande de la cima de un pequeño cerro que tendrá diez a doce varas de alto, por ciento cincuenta de circuito. En sus serranías no se ven señales de humedad por estar rodeado de peñas, y parece una cascada hecha por el arte para diversión y recreo. Su temperamento es frío en lo general, a excepción de aquella parte que confina con el partido de Camaná y de unas cinco leguas que le pertenecen del valle de Sihuas. Sus frutos son cebada, papas, habas, maíz, quinua, alfalfa y los vinos que se cogen en el valle de Sihuas. Todos estos frutos se consumen en el partido y otros de la misma Intendencia, y su valor líquido se computa anualmente en 70.000 pesos que los producen 75 haciendas. Se crían también bastante ganado mayor y menor, carneros de la tierra, vicuñas y algunos animales montaraces; pero la principal ocupación de sus habitantes es la minería, por las muchas vetas del metal precioso en que abundan sus cerros. De ellos se han sacado en otro tiempo muchas riquezas, llegando a dar cada cajón ochenta y cien marcos de plata. En el día han escaseado mucho por la gran profundidad en que se hallan las minas, sin embargo de que se trabajan todavía con bastante utilidad. El cerro principal de estas minas, y que como llevamos dicho dio motivo a la fundación del pueblo y asiento de Caylloma, está a dos leguas de este asiento. En sus contornos hay muchas vetas que se trabajan actualmente, y otras que han dado en agua. Este real de minas es uno de los más antiguos del reino, y aunque se han extraído porciones crecidísimas de plata se cree será de larga duración, porque muestran las apariencias de que aún quedan muchas por descubrir. Los metales se muelen en trapiches con el agua de un arroyo que nace a cuatro leguas de este pueblo, y para que no falte agua hay en las cercanías una laguna nombrada Vilafro, de una legua de circunferencia, de la cual por medio de compuertas se deja salir el agua necesaria para las moliendas en tiempo de secas, y se cierra cuando llueve, a fin de que sirva en aquellas necesidades.

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El terreno comarcano a este asiento es muy estéril; ni aún pasto produce para los ganados, por estar en medio de dos cerros sumamente áridos y fríos. En el pueblo se venera una cruz bastante perfecta, de cristal opaco y cenicienta que, según tradición, se encontró con otras dos en una mina, a cuarenta estados debajo de tierra, por un tiro que dió un barretero. Hay en este partido una diputación territorial del real tribunal de Minería, una administración particular de alcabalas, otra de tabacos y una de correos, sujetas todas a las respectivas de Arequipa. Su población distribuida en 16 doctrinas y 10 pueblos anexos consta de 13.905 almas: 40 clérigos, 212 españoles, 11.872 indios, 1.417 mestizos, 335 pardos libres y 29 esclavos. El vicio dominante de la plebe es la embriaguez, y sus enfermedades comunes tabardillo y dolores de costado. Es muy corto el número de efectos de Castilla que consumen, y el producto de las minas que trabajan se computa en tres mil marcos anuales. Es necesario advertir que todas estas minas son de plata, y aunque las hay también de oro, estaño, plomo, cobre y azufre, no se trabajan porque no producen el costo de su trabajo Las aguas de Yura Entre los mayores beneficios que la naturaleza concedió a los terrenos inmediatos a Arequipa, se deben sin duda referir las diferentes aguas minerales, o fuentes medicinales que se encuentran en varias distancias de dicha capital. Estas fuentes medicinales aunque se hallan en toda especie de terreno sin diferencia, y en todas las partes del orbe, se observan más frecuentemente en los terrenos volcánicos, en cuyas entrañas minadas, y por diferentes modos preparadas a la disolución, participan dichas aguas de elementos muy heterogéneos, terrestres y aéreos, tomando ordinariamente un grado de calor mayor del natural, o por la inmediación al foco del fuego subterráneo, o por la descomposición de varios minerales puestos en actividad por el acceso del aire y del agua, sin cuyos resortes hubieran quedado sin ella por muchos siglos. No permite la ocasión hablar aquí en general del origen de las aguas minerales, sus diferentes principios constitutivos, su diferente grado de calor, sus subdivisiones cuanto al uso de la 43

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medicina y economía humana, y paso inmediatamente a la descripción y análisis de las aguas de Yura, únicamente movido del celo para la pública utilidad. Las aguas de Yura distan de la capital de Arequipa seis leguas hacia el NorOeste, en una elevación de cuarenta y dos brazadas del terreno sobre el nivel de dicha capital. Su situación distante una legua del pueblo de Yura, es un vallecito angosto de ambas bandas, rodeado de colinas áridas, secas, estériles y ardientes, en cuyo fondo verdoso y alegre baja un arroyuelo que tiene su origen más arriba de las aguas termales, y se aumenta con los diferentes ojos de aguas que nacen a su banda izquierda. El agua de este arroyuelo es impura aun más arriba de los baños, por venir impregnada de diversas especies de aguas que se le juntan en su decurso. Todos los contornos, particularmente una pampita, medio cuarto de legua más abajo de los baños, brotan en su superficie una inmensa cantidad de una sal impura, blanquisca, o medio amarilla, que es casi un verdadero álcali mineral, se lava el jabón sólido con que se provee la capital, y esta sal se llama aquí salitre. Así cargado de esta sallixibiosa que disuelve en todas las partes de su decurso, e impregnado de tan diferentes especies de aguas minerales, baja dicho arroyuelo a la profundidad de la quebrada inmediata, en que se juntan sus aguas con las del río de Yura. Aun el agua de este arroyuelo es muy recomendable para las personas que no quieran una curación formal, por la pequeña porción de sales que contiene, por su buen gusto, su ligereza y otras muchas buenas cualidades que se derivan de la abundancia del ácido aéreo (el alma de las aguas) y una gran porción de diferentes principios constitutivos que se hallan aquí disueltas en un menstro tan abundante, tan puro y saludable. Las aguas que con el vulgar nombre se llaman aguas de Yura, y que se hallan unidas en un terreno muy corto, son en consideración a su naturaleza, sus principios constitutivos y otras cualidades intrínsecas, muy diversas entre ellas; y por este motivo en tres diferentes especies, de las cuales llamo a la primera, que se encuentra en el mismo camino subiendo el valle, el agua ferruginosa, o marcial, agua termal y agua nueva.

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Antonio Álvarez y Jiménez Funcionario colonial nombrado en 1784 Intendente de Arequipa. Como parte de sus funciones, que asumió en 1785, visitó los partidos de su jurisdicción, y dejó una serie de relaciones de tipo monográfico, redactadas con ayuda de sus subordinados.

memoria de arequipa (1785) M emoria legalizada, de la visita que en cumplimiento de las Ordenanzas de Intendentes hizo a la Provincia de Arequipa, su Gobernador Intendente, Don Antonio Álvarez y Jiménez. Intendencia de Arequipa, 1° de marzo de 1792. Excelentísimo Señor: Aunque ha sido infatigable mi deseo en procurar por todos los medios y arbitrios posibles adquirir completamente las noticias verídicas que sirviesen para formar un cabal concepto, y pleno conocimiento del terreno que comprenden los siete Partidos de este Gobierno e Intendencia desmenuzando no solamente sus particulares producciones en los tres Reynos: Animal, Vegetal y Mineral, sino también la dedicación de sus habitantes al comercio e industria para proporcionar con esta firme baza la felicidad que respiran los artículos de la Real Ordenanza del establecimiento de estos nuevos Gobiernos; no los he podido conseguir con la brevedad que mi anhelo apetecía, por depender de las que debían de pasarme los Empleados subalternos en los lugares de toda esta jurisdicción; mas hoy que he recopilado aquellas con las conseguidas en la Visita que he practicado en varios Pueblos, manifieste a V. E. con alguna individual, la situación de esta provincia en todos sus ramos, esperando de su grandeza acepte esta noticia, en prueba del desvelo con que me he conducido al desempeño de la grande confianza que nuestro Soberano ha puesto en mis manos, y que en vista de todo me ilustre con su sabia penetración lo que sería más propio al mejor servicio del R. E. O., único objeto que me mueve en todas mis acciones. 45

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Así lo espero alcanzar de la benignidad de V. E., bajo cuya poderosa protección confío tengan feliz éxito mis tareas. El día 10 de noviembre de 1785 me recibí en el mando, y tomé posesión del gobierno de esta Provincia, y desde ese tiempo sin perderlo comencé a expedir las órdenes oportunas para establecer un nuevo Plan de Intendencia, según los Artículos de su instituto, esclareciendo por ella los derechos Reales que pudiesen haber usurpados, u obscurecidos; arreglando sus Tesorerías, Administraciones, y Recaudatorios, bajo del pie que manda la citada Instrucción; poniendo en cumplimientos los Artículos que la componen con toda prudencia y sagacidad; y haciendo ver a los habitantes de este distrito la benignidad de nuestro Soberano, que movido del paternal amor que le merecen propendía a felicitarlos, y proporcionarles la Paz y Justicia con la mejor Policía. Con lo cual después de haber tomado algún conocimiento de los moradores de este Departamento, de sus costumbres y dedicaciones, expedí el Auto de buen gobierno ordenando en el santo temor de Dios, la adoración y culto a las santas Imágenes, prohibiendo los trajes escandalosos en el sexo femenino, con arreglo a las Leyes que lo detestan, mandando se recogiesen los vagos y mal entretenidos para evitar robos, pendencias y demás delitos que éstos suelen cometer. Que las Casas donde se vendiesen licores y brebajes se cerrasen a hora cómoda, y al que necesitase de ellos fuera de aquel término se le administrase por Portañuela, siendo obligados así éstos, como todos los demás Oficios y Artesanos a mantener un Farol en la puerta de su casa, cuya luz alumbrase hasta las diez de la noche. Que los Casados que existan en diversos lugares de los de su residencia no hallándose con justa causa saliesen a vivir luego con sus mujeres: Que ninguna persona sin excepción tuviese ni permitiese en su casa Juegos de Banca, Sacanete, ni otros semejantes de Naipes, Apuestas, y Dados, no permitiese en ellos hijos de Familia, Criados, Sirvientes o esclavos, ni personas sujetas por derecho a potestad ajena no recibiese de ellas cosa alguna con título de préstamo, no les fiase ni hiciese tratos, o confianzas, bajo el apercibimiento de incurrir en las penas prevenidas por las Leyes y Reales pragmáticas de la materia. Que siendo abominable por todos los derechos el contrato usurario, se detestase del Comercio racional, en la inteligencia de que tendrían exacto cumplimiento en los contraventores las Leyes Reales, Pragmáticas y Ordenanzas de S. M. Que ninguna persona 46

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pudiese llevar espada desnuda, ni con vaina abierta, ni usar de otras cualesquiera armas de acero, o de fuego, ni otros Instrumentos agudos o cortantes prohibidos por las Leyes, como el que dentro de la Ciudad, o fuera de ella no se disparasen con pretexto alguno Armas de fuego, ni otro cualesquier artificio de pólvora, sin permiso de este Gobierno, precaviéndose de este modo los inconvenientes que podían seguirse, y particularmente los incendios, a cuyos accidentes se mandó que luego que por el toque de campanas se haga notorio en cualesquiera lugar, ocurran a apagarlos con estrecha obligación los Maestros carpinteros, albañiles, herreros y demás artesanos con las herramientas correspondientes. Que todo Maestro u Oficiales de cualesquiera Arte u Oficio estuviesen obligados a cumplir el trato que hubiesen celebrado con cualquiera persona para trabajarle alguna obra de sus respectivos Oficios, sin ocasionarle los diversos y graves perjuicios que se originan en la falta de lo que estipulan, ocurriendo para su propio remedio a los Comisarios de Barrios, o al señor Juez que les parezca más conveniente, o a este Gobierno por quien se haría ejecutar inviolablemente lo ordenado en este asunto, como el que los Maestros Armeros, o Cerrajeros, ni sus Oficiales, pudiesen fabricar Armas vedadas, ni hacer llaves a persona alguna que no fuese conocida, entregándoles para ello la Cerradura o Chapa, sin que de ningún modo lo verificasen por estampa, impresión, dando parte en caso de sospechar al señor Juez, o Comisario de Barrio para proceder a la averiguación o captura. Que los Negros, Negras y demás gente de color, Esclavos que se hallasen cimarrones, y fuesen encontrados en la fuga sean aprehendidos inmediatamente, dando parte antes de la entrega a sus dueños, a este Gobierno para que por él se determinase lo más conveniente, apercibiendo a los Amos y Criados que en caso de repetir la fuga, o que se congregasen en Cuadrillas en lugares solitarios, se les aplicara irremisiblemente la pena de las Leyes recopiladas en el Tit. de Mulatos y Negros; que ninguna persona pudiese atar ni poner Cabalgaduras a las Puertas de las Casas, ni que éstas se corriesen sueltas, o montadas por las calles, como asimismo Vacas ni Novillos envetados por las desgracias que podían ocasionarse, e igualmente que los Mayordomos de Recuas, o Arrias tuviesen cuidado que luego que depusiesen sus cargas en los lugares de sus destinos, las separasen y apartasen de las Plazas y Calles públicas para no estorbar 47

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el trato y comunicación de las gentes: Que todas las Personas así de dentro de la Ciudad, como fuera de ella, que encontrasen algunas Bestias sueltas que por contingencia suelen salirse de las Casas de sus dueños, tuviesen la obligación de manifestarlas a la Justicia inter que pareciesen estos, precaviendo el desorden perjudicial al bien común, y contrario a las Reales Instrucciones en los malévolos dedicados a robarlas, imponiéndoles a éstos, y a los compradores la pena conducente a contener tan odioso contrato. Que los Plateros u otras personas no comprasen Plata, Oro, Alhajas, ni otra cosa semejante en pasta, labrada ni en chafalonía a los hijos de familia, Esclavos ni otros individuos que pudiesen causar la más leve sospecha sin expresa licencia por escrito de quien se la debiese conceder y quando se tubiese la menor desconfianza se le pidiese seguridad con persona que lo abonase, llevando el Comprador o Platero en un cuaderno sentadas las compras con sus individualidades, poniendo de manifiesto por el término de ocho días en los bastidores de sus tiendas las referidas Alhajas bajo la pena de que se les aplicaría de poco observadores del buen orden. Que ningún revendedor, regalón, Pulpero, o Atravesador de los renglones de abasto, víveres y mantenimientos pudiese comprar alguno de éstos, de los que los conducían para el consumo de la Ciudad, hasta las once de la mañana, en cuyo tiempo se consideraba surtido el público, y que en las ventas no hubiese diferencia de sujetos, pues todos debían de ser bien tratados por su dinero, especialmente los pobres por ser dignos de lástima, prohibiendo a toda persona el salir a los caminos a conciertos y tratos en esta materia, dejando entrar libremente a los abastecedores: Que todos los dueños o Administradores de Posadas, o Casas de alquiler debiesen dar cuenta y puntual razón al Comisario de Barrio del vecino o vecinos que se mudasen a otra parte, o los que viniesen de nuevo a la Ciudad para que se supiese en el Gobierno los sugetos que componían la República y descubriesen los desconocidos, o sospechosos. Que ninguna persona pudiese vender, ni comprar ropas usadas por las calles o Plazas, sin tener Certificación cumplida de su buen proceder por el Comisario de Barrio, evitándose de este modo los contagios resultantes de expenderse las ropas de enfermos infestados, dando cuenta los Médicos y Cirujanos al Juez o Comisario de Barrio de los que falleciesen éticos, para practicarse con toda prontitud las diligencias convenientes, participando igualmente 48

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estos facultativos el sujeto herido para quien fuesen llamados con expresión de la herida, Arma de su incisión, y Casa del paciente, para facilitar la averiguación del hecho a quien correspondiese: Que ningún individuo arrojase en las calles aguas inmundas, ni botase animales muertos, escombros, basuras ni otras inmundicias que las desaseasen, y pusiesen incómodo el tránsito, debiendo ejecutarlo en el río para conseguirse la limpieza de ellas tan conveniente al bien común y salud de los habitantes. Que los Tintoreros, Zurradores y otros semejantes oficios, y Lanbandurías hiciesen sus labores río abajo del puente; y no en otra parte por el perjuicio de que se infestasen las aguas con sus ingredientes: Que nadie tuviese perros bravos sueltos, y asegurados, para que no hicieran daño alguno. Que los Escribanos y Procuradores asistiesen con puntualidad a sus oficios en los días no feriados para el más pronto y puntual despacho de los negocios en beneficio del público: Que los Comisarios de Barrios cuidasen con vigilancia sobre la consecución de llevarse a debido efecto lo contenido en cada uno de los Capítulos del bando, pues todos los Jueces y Ministros debían propender al beneficio de la sociedad humana, y a que el público se mantuviese en paz, tranquilidad y Justicia por ceder este objeto en honra y gloria de Dios Nuestro Señor y agrado de S. M. Católica, y por consiguiente al buen gobierno de sus pueblos, y al más favorable interés de ellos mismos, siendo del cargo de dichos comisarios pasar de cualesquiera novedad ocurrente exacta y pronta noticia a este Gobierno, para expedirse por él las providencias que fuesen necesarias, en la inteligencia de que los contraventores a cualquiera de los puntos contenidos en dichos Capítulos, incurrirían en las penas establecidas por las Leyes, Pracmáticas y Ordenes particulares, además de las ya expuestas; todo con estrecha prevención a los Individuos de Justicia, como que en su exactitud pendía la mejor policía y gobierno, que hasta el presente, y como se irá demostrando en sus respectivos lugares se ha conseguido en la mayor parte, logrando por ello los moradores de esta Provincia, tranquilidad y Justicia qua manda nuestro amabilísimo Soberano (que Dios guarde).

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ascenso al cráter del misti en

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1787

aliéndome de la ocasión de esta Visita, cuya estación era la más propia para mandar levantar los Mapas Topográficos que ordena el Art. 53°, y noticias que previene el 54, llevé conmigo, y a costa de mi peculio a Don Francisco Vélez, Secretario de esta Intendencia, quien podía llenar la Soberana intención en este particular, como se ejecutó levantando las Doctrinas de Chiguata y Characato con distinción de sus términos, montañas, ríos y demás particularidades, practicando también la relación individual del temperamento y calidades de sus tierras, de sus producciones en los tres Reinos, de la industria y comercio activo y pasivo con todo lo demás que encarga el último citado Artículo. Se levantaron asimismo Planos de una famosa Salina que hay dentro del término de la primera Doctrina, y del Volcán a cuyas faldas está situada por la parte del Sur, y por la del Sudeste esta Ciudad de Arequipa, no contentándome se manifestase la corpulencia de este monte por el Plan levantado, sino que se reconociesen y especulasen las materias de que se componía, como se ejecutó y aparece en la siguiente relación, y en el Anadiplosis de su inspección que en el año de 1787, se volvió a ejecutar de mi orden con motivo de exhalar la boca de su cima porción de humo que puso en consternación a los habitantes inmediatos temiendo alguna irrupción, o alguna desgracia, para cuya tranquilidad de ánimo tuve por conveniente y oportuna la segunda indagación. Hallándose este Pueblo del Espíritu Santo de Chiguata situado a la falda del Volcán, con atención a que este ha sido siempre, y es el común terror y espanto de los vecinos moradores de Arequipa y sus contornos, ya por el recelo de que reventando ocasionase su última ruina, o ya porque se ha juzgado, y tiene como origen de los continuos movimientos de Tierra que se experimentan en esta Provincia, señaladamente en dicha Ciudad, donde sintiéndose casi sin intermisión se han padecido por tiempos lamentables estragos y ruinas, si no semejantes poco menores a la padecida en el 13 de Mayo del año pasado de 1784, cuyas funestas consecuencias y destrozos todavía se lamentan, y en mucho tiempo no acabarán de repararse sino a costa de los imponderables desfalcos que sus vecinos han tenido: deseando principalmente por una parte satisfacer de algún modo al común anhelo con que todos suspiran por saber 50

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El Misti visto desde el pueblo de Chihuata, que es desde donde se hace el ascenso al volcán.

asertivamente si el dicho Volcán había en la antigüedad reventado, o no, como algunos lo infieren, y cual, o de qué especie sea la materia que en sus entrañas se fermenta e inflama, y consultando por otra al justo y más cabal desempeño de lo prevenido en el Artículo 54 de la Real Ordenanza en lo tocante a describirse, e individualizarse los Montes Urca parecería sino efecto de la debilidad de ánimo con que se ha juzgado siempre inaccesible dicho volcán, por lo menos gravemente desidioso, y tal vez culpable omitirse la especulación y descripción más segura y cierta de un Monte, cuyo examen se interesa a los apuntados objetos no menos que puede contemplarse del Real agrado. En esta virtud fue destinado el Matemático Don Francisco Vélez, Secretario de esta Intendencia para que asociado del Teniente Coronel Don Francisco Suero, del Alférez Don Manuel de Clos, de Don Laureano José Maldonado Oficial de dicha Secretaría, del Alcalde Naturales Domingo Vásquez, y otros varios indios, emprendiese dicho examen y reconocimiento al que así destinados salieron todos de aquel Puerto surtidos de lo necesario el Domingo 3 del mes de Diciembre con resolución de avanzar hasta la Cima, y explorarla 51

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igualmente que su entraña si pudiesen, con prevención de no omitir cuanto en este caso estimasen digno de memoria y noticia. Entre las Provisiones de que se surtieron para esta operación, tuvieron preferencia los fuegos artificiales que llevaron para con ellos hacer ver puestos en la Cima no sólo desde dicho Pueblo, sino también desde la Capital el más seguro convencimiento de haber subido, disparándolos por parte de noche desde la boca que tiene el Volcán en su última y mayor elevación. Así fue visto que el lunes 4 de aquel mes a la primera noche, y 7 horas de ella aparecieron en el aire, arrojados desde la Cima del Volcán dicho fuegos que con intermediaciones de tres a cuatro minutos se disparaban. La admiración que sólo esta visita causó a todos los Naturales y vecinos del expresado Pueblo creció sobremanera al descubrirse una hoguera encendida en la misma Coronilla del Volcán, y que se mantuvo ardiendo vivamente hasta las 8 y 5 minutos, de modo que ninguno pudo en esta situación dejar de verla, aun contando con el supuesto de que aspirándose a que desde la Ciudad fuese más bien reconocida, era regular cumpliesen los destinados a esta empresa con la prevención que se les hizo de presentar dicha hoguera más extendida y visible hacia la parte de la Ciudad. Esto que a la verdad era nunca visto, y sin tradición de que alguna vez sucediese que hombre alguno (por muchos que subiesen) se mantuviese hasta tales horas con señal tan manifiesta en región tan rigurosa y destemplada, sólo puede deberse al celo y eficacia con que en la Visita se propende al desempeño de las confianzas del Soberano, presentándole un tan cumplido, fiel y verdadero plano topográfico cual no le hay de dicho Volcán, y siempre se esperaba le formase el sobredicho Matemático. El martes 5 del citado mes a las 10 y cuarto de la mañana regresaron a dicho Pueblo los arriba mencionados a excepción del Alférez Don Manuel de Clos (del Regimiento de Soria, y destinado en las Tropas que guarnecen la Ciudad de Arequipa), e hicieron la siguiente menuda relación. Que encaminados para el Volcán siguiendo el rumbo del Nordeste por él espacio de dos leguas hasta dominar el alto llamado de los huesos, cuya cima para vencerse es trabajosa por lo quebrado del camino y sus pendientes subidas, terminaron en ella la salida de la Ciudad a las Cordilleras. Desde dicho paraje, al que llegaron a las dos y media de la tarde, siguieron el rumbo inclinándose al N. faldeándole hasta las 5 y 3/4 de dicha tarde, en que hicieron pascana para dormir esa noche después de haber avanzado montados una décima parte 52

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de la misma falda, de cuyo paraje se demarcó la cima del Volcán al Oeste Sudeste. En este tránsito reconocieron desde el alto de los huesos hallarse Cenizas, y crecidas piedras, que inspeccionadas con la debida prolijidad patentizan las primeras haber sido vomitadas de la Cima y las segundas derrumbadas de ella misma, dejándose ver por una parte calcinadas y escoriadas, y por la contraria tan sólidas y de grano más fino que las de Ala de mosca, siendo en su sustancia un bajo pedernal. Hasta la inmediación de la Pascana donde hicieron noche se halla vestido el Cerro de unos montes de paja brava y espinosa que levanta una tercia formando manchones y de alguna tuna brava, que aunque se eleva sobre la tierra en altura de una vara sin demostración del tronco, es de extrañar que no teniendo más de dos dedos cada una de ellas, se multiplican unas sobre otras a capas hasta formar el citado cuerpo. Aseguran, que para poder mantenerse todo el discurso de la noche donde hizo la pascana, y para disponer sus camas, fue forzoso que abrigados de una peña que represa las Cenizas que descienden desde la elevación, cavasen hasta levantar pared de piedra entrapada con la misma arena, para formar terreno capaz de encerrar los cuerpos con el manifiesto riesgo de ser sepultados de las Cenizas que descienden: lo que era de temerse a causa de los vientos recios, que allí baten de lo feble de las escorias y gran declive de la situación. Pero habiendo proporcionado la casualidad un día y noche tan benigno, que pocas veces podrá lograrse, según lo expuso el citado teniente Coronel, práctico ya del paraje, pasaron al fin la noche sin novedad, encendiendo fuego con unas champas o verdines, que se producen sobre las piedras y distinguen los Naturales con el nombre de Yareta, experimentándose que forma un fuego activo de mucha subsistencia y fortaleza en que excede a cualquiera materia combustible. La fatiga y sofocación que experimentaron sin embargo de estar acostados, dicen era tan vehemente, que impidiendo y atrasando la respiración, a esfuerzos de la naturaleza extraían el ambiente necesario para no ahogarse, efectos todos de los antimonios, o diversidad de materias ígneas y sulfúreas de que se compone aquel Cuerpo. El siguiente día Lunes 4 a las 5 de la mañana en punto se encaminaron a ganar un Arrecife, o Peñolería muy escabrosa, que corre Este Oeste, ya a pie dejando en la pascana tres Indios, y haciendo que los restantes siguiesen a los citados Suero, Vélez, Clos y Maldonado, y todos después de un inmenso trabajo que les ocasionó el tránsito 53

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y piso de una cuadra de ceniza, que era indispensable vencer, hasta la dirección de la Peñolería, lograron trepar a ella, y seguir la misma que constaría de tres cuartos de legua hasta concluirla. Siguieron por unos Médanos de Cenizas perpendiculares donde cada paso era un retroceso, y enterrándose hasta media pierna consiguieron con mucho esfuerzo vencerlos por constar de un cuarto de legua. Eran ya las siete y media de la mañana, cuando se hallaban en este lugar, y siguiendo el mismo rumbo por un crestón de piedra suelta que manifestaba estar desquiciado desde su centro, por efecto del cruel estrépito que causaría la reventazón de él; anduvieron dos cuadras, y reconocieron en la parte del Norte de este Crestón un respiradero, cuyo diámetro en la superficie era de una tercia, y especulando llevaba su dirección al centro: metió por él un brazo el referido Vélez, y asegura que la piedra suelta de dicho Crestón, y Cenizas corridas cegaron sin duda aquella tronera o respiradero, que indicaba ciertamente haberlo sido al tiempo de la inflamación. A corta distancia de este paraje se fatigó el Alférez Don Manuel Clos, de suerte que el crecido mareo, trémula convulsión de nervios, y ahogo que experimentó fueron tales, que desfigurándole confesó no hallarse capaz de seguir, le repuso Don Francisco Suero se aquietase allí, y alentado viese si después podría continuar, en inteligencia de que no habiendo vencido hasta entonces ni la octava parte del Monte, les restaba lo más fragoso y difícil. Resuelto Clos a retroceder y los demás a seguir la ruta por el mismo Crestón en que adelantaron el espacio de media legua tropezaron con las mayores dificultades que se les presentaban, resultando de esto la decadencia en todos por la sofocación que padecían. Sin embargo de esto esforzados del práctico Don Francisco Suero, y haciendo una corta mansión para respirar acometieron a una lafería que se dilataba por espacio de una milla y por su escarpe ascendieron a gatas con tanto trabajo, que en sus resultas les quedaron muy maltratadas las manos. Acabado este paso en el de una legua de Peñolería suelta tan pendiente, que aseguran, que con inminente riesgo de que el más leve movimiento de tierra serían milagrosos sus escapes; y cuando de ella salieron asomaron a un precipicio de donde reconocieron la profundidad del río de Arequipa, y en la parte opuesta la Calera nombrada Charcani, demarcándola al Norte siendo ya las diez del día.

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Cráter del Misti. La parte más prominente del cráter mira a la ciudad.

Aquí los ánimos por instantes decaían a presencia de unos gigantones que allí existen pendientes solo de su propio equilibrio, y por eso capaces de aterrar al más esforzado espíritu. Colocado Suero en este sitio, y sobre una de aquellas Peñas juntó la gente y ordenó reconociese si por los costados se hallaban modo de salir de aquella peñasquería, pues el precipicio por donde había transitado era casi inaccesible, pero desengañados de no encontrarle, prosiguieron descendiendo por un Callejón al pie del indicado precipicio con declarado riesgo. De aquí fue de donde todos concibieron vencerlo con mucha dificultad a vista de su elevación, que no apea de doce varas en forma del raso paderón que representa. Advirtiendo Suero que los Españoles ni los Indios se determinaban a subirle, con desafuero e intrepidez, no menos que con evidente peligro, le subió, y luego que estuvo en la Cima le arrojó a Don Francisco Vélez un lazo, que sólo en segunda vez y por el aire pudo afianzar el dicho Suero, y afirmándose con él, quitándose Vélez los zapatos acertó a subir conducido por el mismo lazo, por cuya doblada fuerza que aumentaba Vélez, siguiendo Don Laureano. Este ejemplo que parecía bastante para que los demás se animasen a subir obró en la pusilanimidad de los Indios contrario efecto, porque no alcanzando fuerzas humanas, 55

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ni las más dulces persuasiones para reducirlos, pareció conveniente que Suero y los demás los apercibieran con rigor, consiguiendo así que se alentasen y siguiesen. En este estado no era imaginable se ofreciera igual peligro; mas no fue así porque el descenso de las Cenizas sueltas, que terminan en este paso, demostraba mayor riesgo, y la situación no preparaba una sola piedra en que afirmar un pie, y lo muy empinado de la Loma, que a la vista se presentaba, dilataba el paso más de lo que en sí era, pues no pasaba de medio cuarto de legua hasta llegar a una reventazón escariada que tendría de longitud media cuadra su rumbo N.S. sigue otra Lomada de la misma especie toda de escorias, y del porte más o menos que nueces, por la extensión de dos millas. Aquí fue donde haciendo todos mansión reconocieron y confesaron lo imposible de la empresa, no encontrando cosa que no conspirase a impedirle: el ahogo los desfallecía, el viento aunque suave era tan pesado, o ingrato al olfato y respiración, que recibir lo muy preciso a ella era inevitable volver el rostro en contra y disponer las manos a impedir el que corría. Los Indios colocados en aquella región fueron los que más decayeron, y dos de ellos en tanto extremo, que prudentemente se juzgó perecerían, pero socorridos con agua lograron un corto alivio. La experiencia que del paraje tenía Don Francisco Suero le instruyó de que sólo subiera el socorro de Agua y Vinagre: La primera para humedecer la boca, que con los antimonios y cansancio padecen sequedad y amargura, y la segunda para que confortando por el olfato el cerebro se disipe y no dañase la corrupción, que a pesar de la más industriosa diligencia se hacía muy perceptible. Desde la tercera parte del Cerro mandó Don Francisco Suero como lenguaraz a los Indios cargasen a las espaldas Yareta para formar la hoguera que queda dicho se divisó en la cima, y la condujeron en corta cantidad por no permitir peso alguno los expresados inconvenientes, y sólo por no haber en adelante esto, ni otra materia combustible. No obstante el apuntado desaliento y fatiga siguieron después de pasadas aquellas dos millas por otra lomada de la misma especie, aunque con mayor riesgo, porque los dos costados que la formaban, el uno a la derecha daba precipitada vista al río de Arequipa, cuya profundidad bastaría a desvanecer la más fuerte cabeza, y el otro a la izquierda a un rodadero que descendía hasta el pie. Regulada esta 56

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Lomada se contempló de poco más o menos longitud que la anterior, y de aquí sigue el mismo piso y precipicio hasta el primer labio que forma la boca del Volcán, siendo imponderables los crecidos ahogos que padecían, y que no permitían dar libremente diez pasos sin que la fatiga no subiese a tanto punto, que les obligaba a tenderse para descansar con muy poco alivio por el soroche que en la eminencia tiene mayor y más eficaz fortaleza, y porque siendo ceniza suelta y pendiente, retrocedía cada uno la mitad de lo que avanzaba el paso. De esta suerte lograron ponerse en dicho primer labio, después de haber caminado legua y media desde la última Lomada; y siendo ya las dos y media de la tarde descansaron en el citado labio un corto espacio, admirando aquella horrible representación y el viento infestado que respiraba la boca; por lo que sin embargo de necesitar mayor descanso fueron compelidos a separarse de allí, y tomar la dirección a la punta más elevada que cae al Oeste, adonde llegaron a las 3 y 11 minutos, caminando una milla, y se presentaron con el rostro a la Ciudad alabando al Señor Todopoderoso por haberlos libertado de tantos y tan manifiestos peligros. Acabada la deprecación y descanso que tomaron como de media hora, emprendieron a inspeccionar el modo de descender del primer labio de la boca, y después de registrado por diferentes parajes se reconoció que la menor altura de sus farallones será de 70 brazas, que imposibilitan el descenso por ellos, y sólo sí por una quiebra, que hace al Sudeste, pero con un escape de menuda ceniza incapaz de transitarla con mucho tiempo y trabajo, y más cuanto lo hasta allí padecido no les permitía emprender aquella nueva fatiga tanto más grave, cuanto ya les desalentaba el corto resto del día, y el ver que aunque consiguiesen bajar el primer labio se reconocía otra no pequeña dificultad, cual era tener que subir el segundo formado de arena que se eleva lo bastante para desde allí registrar la profundidad y dirección de la principal boca. Hechas todas las apuntadas reflexiones, y confesado por el imposible de vencerlas, se determinaron a registrar desde dicha punta dominante todo cuanto pudieron, y hasta donde alcanzaba la vista. Lo primero fue calcular la circunferencia de la Cima o boca que por no haber visuales no pudo medirse, y sí se conceptuó tres leguas en figura de círculo: Los farallones que la forman son rectos y de diversos colores, Amarillo, Pardo, Aurora y Blanco, según la calidad de las piedras y donde más o menos reverberaban las llamas de cuanto ardía. 57

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Al pie y plan de ellos se divisa porción de fermentaciones, formando en la superficie del plan espumas de cenizas elevadas unas más que otras, aunque a la vista no se percibe movimiento. Desde este plan, o callejón que circunvala las dos tercias partes de la principal boca sale una Loma de Ceniza que se eleva, y forma semicírculo a la boca principal, y a la parte de Leste Sudeste. La cierra un farallón de las mismas materias y colores que las del primer labio haciendo con él la boca oval y conceptuando su circunferencia se reputó por de legua y media, y su diámetro por un cuarto. La profundidad de dicha boca no puede especularse por los impedimentos que la rodean, y sólo por el farallón que a plomo se conceptúa por el que cubre la boca, y se ve 125 estados. Sin embargo de todo esto, según la figura de su boca, su circunferencia y diámetro, aunque las arenas sueltas que la forman en su semicírculo bajen hasta llenar el punto centro de aquella, debe de dilatarse su profundidad 48/12 avos de legua, esto es si su circunferencia en lo que no alcanza la vista forma la arena su figura. A los dos extremos del farallón que cierra la boca principal, y a lo último que alcanza la vista se demuestran unas manchas que formalmente no se distingue si son manantiales de algunos acueductos, que depositando en el Invierno las Nieves en la cima tienen su destilación por aquella parte. Este es un concepto, y no más, por no poderse registrar lo que contiene la espalda de dicho farallón, y sólo si se manifiesta la boca a la parte del Este dejando el cuerpo del cerro con menos fortaleza que en lo demás. Desde la hora en que se presentaron en la Cima comenzaron a hacer señas con mantas que enarbolaban los Indios alternativamente, y el resto de ellos se ocuparon en levantar una Cruz de fierro, que se halló caída, y había mandado subir el Iltmo. Señor Obispo de esta diócesis Don Fr. Miguel Pamplona en 22 de Julio del año pasado de 1784, la cual se clavó nuevamente afianzándola con piedras para su mayor subsistencia, y para que los crecidos vientos no la volteasen. Tiene de altura dicha Cruz 3 varas y de brazos 1 y 1/2 con el peso poco más o menos de 40 libras, es bien labrada y en forma de bandera del mismo fierro, representa bajo dichos brazos el Escudo Carmelitano. Desde dicha Cima reconocieron todos los elevados Cerros hasta el de Illimani que está en los Andes cerca de la ciudad de la Paz, y la Mar; asegurando que las demás montañas y cordilleras distantes 25 ó 30 leguas se ven planas haciendo Horizonte por todas partes. Y 58

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concluidas estas observaciones se demarcó la Ciudad de Arequipa al Sudeste, Chiguata al Sur, las Salinas al Sudeste, y al Volcán de Ubinas al Este. El temperamento que experimentaron en toda la tarde fue más cálido, que frío; el viento suave pero grueso y desagradable. La sofocación no obstante de no hacer ejercicio era notable, pues aún recostándose se experimentaba lo mismo, todos sentían dolor y desvanecimiento de la cabeza. Los Indios eran los más decaídos y tímidos, no atreviéndose ni aun a levantar la cabeza a ver el boquerón por el terror pánico que desde sus antepasados tienen al Cerro. Se mantuvieron en la Cima los que subieron desde las 3 y 11 minutos de la tarde, hasta las 7 y 20 de la noche, y para dejarse ver desde la ciudad no menos que de este Pueblo encendieron la hoguera a la misma hora en que fue vista y arrojaron los fuegos artificiales con la intermediación de tres a cuatro minutos, hasta que con el último que echaron a las 7 y 20, resolvieron descender compelidos no del viento que siempre fue el mismo, sino del intolerable frío, que desde la entrada del Sol les acometió en tanto extremo, que aun arrimados a la hoguera no encontraban arbitrio que pudiera manifestarlo. Retrocedieron desde la cima dominante a todo el primer labio de la boca inferior a los demás, y desde allí enlazados de dos en dos se pararon en un rodadero de suelta ceniza que precipitadamente corre desde aquel paraje hasta la falda, y dejándose ir de pies enterrándose hasta la rodilla, con sólo tal cual esfuerzo o movimiento que hacían, bajaron con suma aceleración, obligándolos ésta a que por trechos doblasen las rodillas para contenerse, tendiéndose de espaldas. Así concluyeron la bajada hasta el Real a las 8 y 18 minutos de la misma noche sin novedad alguna, y sólo sí mortificados del polvo, que de la ceniza levantaban al impulso de la bajada, el que era tan denso que embarazaba la vista del uno al otro compañero con ir enlazados, sintiéndose todos bastantemente doloridos de las piernas. En el restante discurso de la noche, nada más experimentaron que algún adormecimiento de nervios, y el propio ahogo que desde el principio ocasionaron los antimonios, amaneciendo el martes cinco, dispusieron su regreso, y entre tanto que lo verificaban quisieron registrar con la vista el paraje por donde habían descendido, y al considerarlo fue tal la admiración que de verdad protestaban que sólo con la noche sin conocimiento y engañados pudieron exponer sus vidas 59

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a un tan evidente riesgo pereciendo entonces, que aun despreciando el precipicio se expusieron a encontrar alguna oquedad, o respiradero del Volcán por los muchos que tiene más cubiertos, y a sumergirse en él. Dieron gracias a la Omnipotencia y Piedad Divina por haberles librado, e incontinenti emprendieron su marcha a las 6 horas de la mañana, y en las y cuarto siguientes descendieron a paso violento hasta este pueblo de Chiguata, en donde por común observación, y con este aviso que se ha comunicado de la Ciudad de Arequipa, se sabe que la sobredicha hoguera se veía en figura y porte de un gran Lucero, y desde este Pueblo era vista a manera y tamaño de un farol regular, siendo todo lo expresado lo mismo que con la verdad, seriedad y pureza que se requiere han expuesto unánimes y conformes los destinados a esta especulación.

descripción topográfica del volcán de arequipa nombrado miste por los naturales

E

n virtud de la Comisión que a impulsos de su activo celo al mejor servicio del R.E.Q. y a la tranquilidad de estos Vecinos se sirvió V. E. darnos para que reconociésemos segunda vez este Volcán a causa de hacerse observado en su cumbre desde el día 28 de Julio un grande humo caliginoso y denso, que poniendo en consternación toda la Ciudad, ha dado motivo a que el Estado Eclesiástico empezase a hacer públicas Preces y Rogativas, citando a las Gentes de ambos sexos para Procesión de Sangre. El día 8 del presente mes de Octubre a las dos de la tarde salimos de esta Ciudad para el pueblo de Chiguata, situado cerca del pie de este volcán a donde llegamos a las cinco. El 9 siguiente a las seis y media de la mañana seguimos nuestro destino faldeando el Cerro con el ánimo de avanzar todo lo posible a Mula, y a las cinco y media de la tarde hicimos alto en un sitio, que nos pareció proporcionado. Para formar un Alojamiento capaz de sostener treinta y cuatro personas que compusimos entre todos, se hizo descender una gran porción de arenas sobre una Risquería, componiendo una especie de meseta o plano donde pusimos las camas, y a una corta distancia se colocó 60

siglo XVIII

Cráter del Misti, en el fondo está el domo de rocas formadas por las continuas emanaciones de azufre.

una buena copia de yareta para que encendida nos mantuviese fuego toda la noche. Esta la pasamos con grande incomodidad por haber experimentado mayor mareo, y más descomposición de cabeza que la vez primera, tanto por la mayor altura, cuanto por la percepción aunque corta del antimonio. El diez a las seis de la mañana, dejando aquí las Mulas, tomamos a pie la dirección antigua, teniendo en las manos el Plan Topográfico: y observando en todas las partes de esta ruta lo mismo que en la otra ocasión, llegamos al Labio primero a las doce del día, en donde estuvimos por espacio de media hora admirando la horrorosa porción de aquel material metereófico que salía por la grande boca del medio. En este paraje experimentamos una hediondez tan fuerte y molestosa, que causando mayor mareo en muchos de los que subimos, tuvieron a bien los más de ellos de bajarse; y solo seguimos la punta superior Suero, Vélez y Ojeda, con doce Indios cargados de Yareta: todos los cuales nos presentamos a la parte de la Ciudad, cerca de la una del día. En esta eminencia de Risquería que domina a toda la cumbre, y parte principal de la citada boca observamos por espacio de seis horas que del centro de ella salía impelido un gran trozo de vapor del grueso 61

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de más de nueve cuadras, unas veces en forma de Pirámide, y otras en la de Nube, siempre prolongada, y continuado, sin embargo de su forma hacia arriba en su dilatación diversas figuras y promontorios globosos, según el impulso de la expulsión de la gravedad y dirección del aire, que elevándose en grande altura se reunía y condensaba hasta formar cuerpos separados; los cuales corrían por la Atmósfera, a donde los llevaba el viento a manera de Nubes, de aquella especie de solidez y color que éstas aparentan. Nuestra estabilidad en este paraje, tanto por su situación a barlovento del vapor o humo, fue menos incómoda que en el sitio antecedente, y así nos mantuvimos en él con algún sosiego y menos fatiga. En el mencionado espacio de seis horas hicimos las observaciones físicas que permitieron las circunstancias. Los efectos que experimentamos en las naturalezas, dimanados de la horrible corrupción que incomodaba al olfato, fueron muy vivos: el Aire estaba en calma: los rayos del Sol herían con mucha vivacidad en la superficie de nuestros cuerpos hacia su frente, pero en el lado opuesto sentimos un frío extraordinario. Continuaba el ahogo y fatiga del pecho, y para sostenernos era preciso no separar de las narices el espíritu de vinagre, que en algún modo nos confortaba. Puestos los ojos en el medio de esta extensa cumbre, se nos presentó el gran boquerón principal. Su vista nos fue de bastante terror tanto por el vapor denso que exhalaba con ímpetu y violencia aquella concavidad, cuanto por el fuerte ruido que se oía a manera de un Río caudaloso a ratos muy recio, y a ratos algo remiso, según las ondulaciones del Aire, y la impresión que hacía el eco en la cóncava pañolería. En esta especulación vimos que la columna de vapor, no obstante ser de tan grande corpulencia, no llenaba toda la oquedad de la expresada boca, y que salía unas veces por un lado, y otras por otro, tomando diversas direcciones, pero sin dividirse ni separarse hasta la mayor altura a que se elevaba. La distancia que hay del sitio en que estuvimos al labio de la sobredicha boca por elevación, es de doscientas varas poco más o menos. La superficie de toda la cima es cóncava de una cuadra de profundidad u hondura. Ya se ha dicho en descripción Topográfica referida, que la boca del medio formada por la una tercia parte de risquería de diversos colores y calidades a manera de farallones, y por las otras dos tercias partes de una lomada de cenizas sueltas; está circundada por estas dos de un callejón profundo que hace 62

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otra boca grande, según demuestra el citado Plan, pero se advirtió constantemente en toda la tarde que por ésta no salía humo absolutamente. La profundidad de la boca principal, por donde sale el humo, no puede especularse con facilidad, pues entre el labio primero y segundo se divisa porción de escorias y cenizas sueltas, que no se sabe si tendrán solidez para prestar por la parte contigua un paso firme hasta el labio o farallón de la segunda boca. Este insuperable obstáculo, y el sumo frío que empezamos a experimentar a las cinco de la tarde, pues las cuatro horas anteriores fue preciso emplearlas en el descanso y sosiego de la grande agitación que padecimos, nos impidió intentar la barbaridad de descender al medio, y subir al farallón a descubrir el fondo; aunque esto no era imposible venciendo muchas dificultades, para lo que era muy corto el espacio de seis horas. Y como el designio únicamente se dirigía a indagar las causas y el origen de este raro Meteoro para aquietar los ánimos de estos vecinos, nos reducimos solamente a hacer desde esta Superior eminencia las reflexiones correspondientes para formar el sistema, o la idea más verosímil sobre la materia. De los diversos objetos presentados a nuestra vista en esta observación, resultan diferentes principios filosóficos, que tanto por su contradicción, cuanto por su contrariedad dejan no sólo vacilante el discurso, sino tímido e indeciso para hacer un juicio o dictamen, serio, fijo y verdadero. Primeramente advertimos, que no se percibía hedor alguno a Azufre, ni cosa semejante; antes por el contrario la fetidez era muy grande como de cuerpos podridos. Tenía sí algún antimonio, porque era a manera de ácido fermentado a semejanza de la herrumbre, o del carnillo, que da el cobre mohoso, o a modo del hedor de las Tintorerías, cuando están hirviendo los Tintes de diversas especies y calidades, que de todo punto causa una inexplicable hediondez. Aunque algunas veces batía un poco de aire hacia nosotros, no sentimos absolutamente calor alguno, ni aun tibieza sino una fuerte frigidez. Si el grande ruido, o el estruendo de las explosiones fuese causado del movimiento vibratorio de las llamas, en caso de ser un fuego activo, o algún grande Pirofilacio el que ardía en aquel centro, era forzoso que causase estos inceyarables efectos, con que se conjetura que no todo es fuego. Sin embargo, parece que hay allí algún fuego central o elemental, que sirve de un poderoso agente a los materiales que están sin duda en fermentación; pues de otra 63

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suerte no podría originarse un tan espantoso vapor ni un tan formidable ruido. Por otra parte se ha observado constantemente, según las más exactas relaciones y tradiciones de los Ancianos de esta Ciudad, que en las estaciones de Aguas es Infinito lo que de ellas cae en esta grande y abierta cumbre. Estas por consiguiente se habrán acopiado allí en mucha cantidad, como en un extraordinario depósito; mayormente cuando la oquedad del cerro es de una inmensa profundidad, como se ha dicho. Está también demostrado que este grande cerro fue ciertamente Volcán, pero que reventó en la antigüedad, y que dejó aquellas formidables bocas. Por consiguiente debemos inferir que fue criadero de antimonios, nitros, salitres, azufres, vitriolos, cachinas y demás sales volátiles; y en especial de azufres, pues al pie del cerro en la parte del río hay una grande veta de este material. Todas estas especies ígneas son según los físicos y Matemáticos las que forman y constituyen el fuego elemental. Pero si sólo esto hubiera en el Cerro y no agua, los efectos fueran muy diferentes: salieran llamas, glóbulos, centellas; calcinado el cuerpo del medio cerro, se derrumbara para el propio centro: saliera el humo por todos los boquerones y respiraderos que tiene y están señalados en el Plan Topográfico. A esto se agrega, que a principios del mes de Julio cayó en esta cordillera una inmensa Nevada, que cubrió no sólo todo el Volcán hasta su último pie, sino también los Cerros colaterales, hasta una grande distancia y se mantuvo la Nieve más de quince días. Se sabe que la Nieve trae Nitro, y que esto es uno de los principios esenciales para dar la última disposición a poner en agitación al fuego elemental. De donde se puede inferir que ésta fue la que dio todo el movimiento a las demás materias inflamables. Con que podremos persuadirnos a que hay allí muchas aguas, que combatidas por el fuego central causan fermentación y evaporación tan copiosa, capaz de causar al mismo tiempo aquel grande ruido, por la horrible efervescencia que a las veces según la fuerza del agente batirá con ímpetu y violencia en las cavernas interiores, y risquería o peñasquería, de aquella inmensa oquedad. Estas conjeturas nos han parecido las más verosímiles en la inspección de este Fenómeno; y a confirmarnos en este concepto nos quedamos en la superior eminencia ya referida hasta cerca de las ocho de la noche ayer si divisábamos alguna claridad en la superficie 64

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bajo del humo para conocer si eran llamas de fuego activo las que lo causaban: y no advertimos ni notamos sino una lobreguez como la de las Tinieblas sin embargo de la oscuridad de la noche; pues este mismo día 10 fue la confusión de la Luna a las doce y cincuenta y dos minutos de la precedente. Y hechas las señales de fuego desde las siete de la noche, así por la hoguera de más de tres varas de Yareta en montón, como por los fuegos artificiales, que arrojamos para desengaño de la Ciudad en manifestación de la subida, logrando allí la satisfacción de ver la contraseña por la gran Pira de fuego que mandó U. S. poner en la Plaza mayor, como indicantes de estar cercioradas todas las gentes del feliz éxito de nuestra empresa por la que pusimos nosotros en la referida elevación; regocijados de haberlo conseguido todo determinamos ponernos en el Rodadero, por el cual como en la primera vez descendimos al Alojamiento predicho, donde encontramos toda la demás Gente de convoy, y pasamos la noche sin novedad. Asentados estos principios físicos y matemáticos, parece que no hay riesgo notable; y si se ha de formar pronóstico relativo y conforme al diagnóstico fundado sobre las reflexiones hechas con la debida atención, exactitud y maduro acuerdo, somos de dictamen que dentro de un mes poco más o menos quedará enteramente desvanecido el Meteoro, y extinguido por sí mismo el Agente o pirofilacio que lo ha causado. Es cuanto podemos informar a U. S. con la sinceridad y verdad que debemos. Arequipa, 12 de Octubre de 1787. Francisco de Suero. — Francisco Vélez.

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Viajeros del siglo xix

Plano de Arequipa Colonial, por A. Pereyra y Ruiz

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Antonio Pereira Pacheco y Ruiz Sacerdote español, 1790-1858. Residió en Arequipa de 1810 a 1816. De vuelta en su tierra, Tenerife, en las Islas Canarias, escribió Noticia de Arequipa, en donde recoge interesantes datos sobre la historia, cultura popular, música y tradiciones. En su curiosidad por el habla popular, crea el primer glosario de arequipeñismos. Dejó además una serie de dibujos sobre la ciudad.

noticia de arequipa

L

a Ciudad de Arequipa, una de las más principales y hermosas de las que pueblan los vastos Países del Perú, está fundada en un sitio que tenía el mismo nombre el año de 1536, distante del mar 20 leguas. La fundó por los años de 1536 el Marqués Don Francisco Pizarro, quien fio esta comisión a uno de sus Capitanes más bizarros, de su mayor confianza, llamado Pedro Anzures de Campo Redondo, natural de Cisneros. Está en los 16 grados y 13 minutos de latitud al Sur, situada en una gran llanura a la falda de un alto monte, que se eleva entre otros, y de cuya elevación hablaré por separado, conocido en el día por el nombre de Volcán de Arequipa; y es tradición constante que reventó en tiempo de la gentilidad. El título de Ciudad, y Armas, que son, un Volcán arrojando humo, a su falda un Río, y por timbre un grifo con una bandera, y en ella un letrero que dice Yo el Rey, se las dio el Emperador Carlos Quinto; y los epítetos de Muy Noble y muy Leal, los Señores Reyes Felipe II y Felipe III. Su temperamento aunque bastante seco, es muy benigno, y sus aires muy puros y sanos: así es que viendo la admirable disposición de este ameno terreno el cuarto Inca del Perú Maita Capac para dar mayor fomento a sus naturales, pobló este Valle con tres mil familias que trajo al efecto de las provincias inmediatas que no lograban este temple, ni fertilidad, fundando con ellas cuatro o cinco pueblos bien numerosos. Su cielo es despejado: no hay tempestades ni truenos: la

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nieve ni el granizo tampoco se ve caer en su suelo. No hay sabandijas ponzoñosas ni animales nocivos. Baña la Ciudad el Río llamado Chili1 , o de Arequipa, del cual después de sacar varias grandes acequias para el riego de sus campos, dan curso perenne a otras acequias que diariamente corren por todas sus calles, de cuya agua se valen para asearlas, arrastrando estas las inmundicias; bien que en esta parte hay mucho descuido, y no se logra de todo el aseo que franquea tan bella proporción. El famoso químico Don Tadeo Aenk2 al experimentar la sequedad de Arequipa, dijo, que a no haber por todas las calles acequias, debía morir mucha gente. Mas sin embargo de lo dicho, Arequipa goza de una primavera continuada, pues ni se experimenta frío con exceso, ni llega el calor al grado de causar molestias; así es, que se puede, y hay muchos, que tanto en el verano, como en el invierno llevan un mismo traje. De aquí es que todo el año se ve su campiña verde, produciendo de estío a estío tres frutos en el año, cuya alegre vista con lo blanco de la ciudad, hace sea muy agradable y pintoresca. Pero todas estas prerrogativas de que goza Arequipa se disminuyen por el peligro a que está sujeta de los continuos terremotos que se experimentan. En el año de 1720, que fue el último, hubo de arruinarse toda la ciudad, de cuyos estragos hay hasta el día vestigios, y otros que recién se están reparando; y lo que es temblores los hay casi todos los meses; y cuando retardan está la gente muy cuidadosa, porque entonces vienen más recios, y así quieren que sean con alguna frecuencia. Algunos creen, y no sin fundamento, no sea esto efecto de los volcanes, como opinan muchos, sino del ímpetu de los mares, pues es claro que siendo la causa del temblor las exhalaciones y vientos que se introducen en las concavidades de la tierra, los que oprimidos por la humedad, hacen este estrépito para buscar la salida, es consiguiente sea más fácil de engendrarse y de salir en las inmediaciones al mar; así es que se sufren estos movimientos generalmente en esta costa del Sur, lo que no sucede en lo interior del Perú, sin embargo, de tanto volcán como hay, pues todos, o la mayor parte de los cerros tienen la apariencia de ser volcanes, y cuando han reventado algunos nunca han arrojado lavas, si no azufre, y arenas, 1 Toma este nombre de la Quebrada llamada Chilina, por donde pasa antes de entrar en la Ciudad. (N. del A.). 2 Se refiere a Tadeo Hanke, viajero del siglo XVIII cuya crónica registramos en la página 35.

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con mucho movimiento de tierra a gran distancia en contorno. Hace 27 años reventó uno en el Pueblo de Candarave, distante 30 leguas de esta ciudad, desde cuyo tiempo se le observa continuamente humear; pero ahora 14 años hizo una explosión tan formidable que sus cenizas y ruido alcanzaron más de 100 leguas. Las calles están tiradas a cordel: de bastante anchura, y empedradas y enlosadas por sus veredas casi todas. Está la ciudad circunvalada por la parte del Norte de elevados cerros nevados, cuyos vientos de noche, y brisas del mar por el día, atemperan los ardores del sol. Esta cordillera de cerros de mayor a menor corre del Este a Noroeste, con su prospecto hacia el Oeste. El Gobernador Intendente La Plaza mayor es espaciosa; con de Arequipa. (Dibujo de la portales de piedra labrada al contorno, época por A. Pereyra y Ruiz) y con una fuente elevada de bronce en su centro, trabajada con tanto primor, que pudiera lucir en cualquiera ciudad de Europa. Frente de la Iglesia Catedral están las Casas Consistoriales contiguas a la del Gobernador Intendente.

Su puente mayor es de seis elevados arcos de piedra labrada, y en su inmediación hay una alameda o paseo público, con dos Fuentes y un arco triunfal en medio, cuya obra merece el aprecio de los que la entienden, que son pocos. Hay buenos templos. Pero se les nota la falta de altura que no pueden tener por los temblores, y de aquí es que sus torres son todas imperfectas. Todos son de bóveda, y se distingue entre las demás por su escultura y solidez el Colegio de los Jesuitas. La Catedral no es en su fachada del mejor gusto, pero es el mejor templo en su capacidad, aunque es ya corto para la población de Arequipa en el día. Además de la Parroquia del Sagrario, hay otra de Santa Marta, 71

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a cuyo curato pertenecen todos los indios que habitan en la ciudad. Hay 10 conventos de religiosos y de monjas: los de los primeros son: San Francisco, Santo Domingo, San Agustín, La Merced, San Juan de Dios, La Recolección Franciscana y San Camilo. Los monasterios de monjas son: Santa Catalina fundado en 1580, Santa Teresa (1710) y Santa Rosa en 1747, todos tres sujetos al ordinario, con tres capellanes cada uno bien dotados, y cuyas plazas ocupan siempre los eclesiásticos de mayor representación. Hay varias vice-parroquias y capillas públicas. Una casa de recogidas fundada en 1545, bajo la jurisdicción eclesiástica y civil, cuyo Patronato ejerce el Sr. Obispo; y su actual Administrador ha formado un plan de arreglo, que se aprobó por el Prelado y por el Virrey como Vice-Patrono Real, para su mejor gobierno, utilidad del público y honra de Dios. Dos casas de ejercicios para hombres y mujeres, y se acaba de plantificar un colegio para niñas educandas, a expensas de un venerable eclesiástico. Un Hospital General a cargo de los Padres Hospitalarios de San Juan de Dios bajo la inspección del ilustre Ayuntamiento, quien en cada año nombra uno de sus regidores para velar sobre el arreglo y buen desempeño de los encargados; y se está fabricando otro muy aseado a expensas del actual Arcediano, para Clérigos ancianos y pobres, con todos sus auxilios espirituales y temporales, para que tengan este decente, y piadoso asilo en el último tercio de sus vidas. El templo de San Camilo de Lelis, que actualmente se está concluyendo, fue principiado con el mejor gusto, solidez, y magnificencia, cuyo plan formó un excelente arquitecto romano, pero habiendo este faltado, faltó también el que la obra se concluyese bajo las exactas reglas que se principió. Se ha construido este templo con solo las limosnas del vecindario de Arequipa, estimulado por el ardiente celo del R. P. Prefecto Fray Juan José González, cuyos cimientos se abrieron el año de 1795, destinado para padres que llaman de la buena muerte, para el mejor y más pronto auxilio de los agonizantes. Las casas son de cal y piedra labrada, con bóveda de cantería o de ladrillo; todas bajas por la causa de los movimientos de tierra, y aunque algunas tienen sus altos, no habitan en ellos, pero tienen bastante capacidad, y aunque su escultura por lo exterior no ofrece ningún gusto, pero están por adentro generalmente bien pintadas al temple y al óleo, y estucadas todas ellas. El Palacio Episcopal, fabricado por el Ilustrísimo Sr. Aguado, está muy retirado de la Catedral, en los confines de la ciudad, que puede 72

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mirarse como una quinta de la misma. Su situación local hace disfrute un aire puro y sano. Tiene por patrono a San Juan Nepomuceno, y se nomina Palacio del Buen Retiro. Hace poco se estrenó un camposanto, fabricado a expensas del penúltimo deán Santa María, con una buena capilla, que hizo a las suyas el actual, un cuarto de legua fuera de la ciudad; en el cual se encuentra para modelo y ejemplo de muchos preocupados en esta materia, el del virtuoso y perfecto pastor ilustrísimo Sr. Encina, cuyo epitafio, lleno de su característica humildad, dictó él mismo, y mandó por cláusula testamentaria se le pusiera. Tiene un colegio seminario para Regidor indio del Cabildo la educación de la juventud, y estude Santa Marta dios públicos, agregado a las Reales Universidades de Lima y del Cuzco. Fue erigido por el Ilustrísimo Sr. Aguado, y reformado después con nuevas constituciones que hizo el ilustrísimo Sr. Chávez, y aprobó Su Majestad. Se estudia en él la latinidad, filosofía, teología, matemáticas y algo de derecho para cuyos estudios está provisto de una buena biblioteca. Cuenta en el día varios alumnos que hacen por sus talentos honor al colegio y a Arequipa; pero la mayor parte se han dedicado a las leyes, cuyo número actual dentro de la ciudad pasa de 67 Abogados, de suerte que hay más doctores que en Salamanca; hay entre estos muchos buenos, pero no son pocos los perjudiciales a la sociedad, como lo ha hecho ver la experiencia en estos tristes años de revolución. Habían corrompido en tales términos a los colegiales con las ideas de liberalismo e independencia que se vio el ilustrísimo Sr. Encina en la necesidad de cerrar el colegio, echar fuera a todos los colegiales, y después de haber hecho unas nuevas constituciones, en las que entre otras cosas se manda, que para entrar a ser colegial preceda una información secreta de los sentimientos de fidelidad del joven 73

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y de sus padres, se abrió con nuevas plantas, examinadas escrupulosamente, y privados de la comunicación con los antiguos colegiales, que hasta a sus padres aborrecen por ser europeos. La Casa Para los Niños Expósitos fue también fundada por el Ilustrísimo Sr. Chávez. Tiene su capellán, y el Rector es regularmente un canónigo, cuyo nombramiento hace el Sr. Obispo. Para el gobierno de esta ciudad y su provincia hay un intendente, quien reúne el mando político y militar, con su asesor letrado, ambos puestos por Su Majestad; y se nombran además en cada año dos alcaldes ordinarios, otro de aguas, y otro asimismo provincial o de campo; y los regidores cuidan del abasto de la plaza. Estos tienen un cuarto muy decente al bajar las gradas de la catedral, desde donde el regidor de semana inspecciona todo, y está a mano para administrar justicia. Hay Caja Real, con dos Ministros de Real Hacienda, que son tesorero y contador; y un balanzario, a cuyo cargo corre la fundición de barras de plata y oro. Un administrador de Aduana, otro de la Renta de Tabacos, y otro de Correos, con sus respectivos contadores y oficiales, todos bien dotados. En Arequipa solo se habla la lengua castellana, pero con tanta finura, suavidad y propiedad, como pudiera en las ciudades más cultas de España: hay si sus nombres provinciales, como sucede en todas partes. La gente arequipense es generalmente de buena estatura, de facciones labradas, color blanco que tira a rubio, muy halagüeña, poco afecta al interés, y de corazón compasivo para todo forastero, quedándose todo escritor corto con respecto al general cariño de estos naturales, siendo constantes en esta parte, como me lo ha hecho ver la experiencia en siete años que piso este suelo, a pesar de las contrariedades que ofrece la presente época contra los que no hemos nacido aquí. Bien persuadidas las señoras de Arequipa de que el verdadero adorno de una dama consiste, después de la virtud cristiana, que es el cimiento de todas, y el que las hace apreciables a la sociedad, es la lectura, el dibujo, el piano, y el manejo económico de sus casas, ninguna se desdeña en tomar con ahínco estos deberes, enseñando con su ejemplo a otros pueblos que desconociendo esta virtud, se vana74

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glorian de ser eternas ociosas, creyendo hallarse bastantemente adornadas con el vestido y las alhajas, que solo deslumbran al necio, pero que no atrae el aprecio del sensato. No les enseña poco esta verdad el ver diariamente llegar a Arequipa los jóvenes de Europa, que habiendo vivido anteriormente por largo tiempo en otros pueblos del Perú, de más riqueza y más recreaciones, llega un día que todo lo abandonan, y no bien entran en esta ciudad, cuando prendados de las virtudes ya dichas de estas señoras, se unen a ellas, y se establecen para siempre aquí. No hace mucho vi llegar un ejército1 que habiendo corrido en sus conquistas desde el Tucumán hasta esta provincia, siendo recibido por las damas en las anteriores con bailes, refrescos y guirnaldas a sus triunfos, llegaron solteros a Arequipa sus oficiales, de donde a los ocho meses Un regidor con uniforme. salieron muchos casados. En el bordado (Dibujo de A. Pereyra y Ruiz) y costura han llegado a tanto primor, que desprecian los de Europa, y se adornan con los suyos. No es menos el primor con que trabajan toda clase de dulces2 , y lo mismo sucede con los helados de todas las frutas. La disposición para la música y el baile es buena, pero no progresan en esto por falta de maestros. Sin embargo, el Minué, el Vals, el Bolero, el Zapateo, el Rin, la Contradanza, y otros bailes de Europa los bailan bien, pero nunca dan a su cuerpo la elegancia que en los bailes propios del país. Los perfumes y aguas de olor, a pesar de ser extremado y común su uso, las de Europa tienen poca salida, porque rara es la casa donde las señoritas nos sacan estas esencias. Con ellas hacen también ricos jaboncillos. 1 Hace referencia al ejército del general español Juan Ramírez, que se vino a Arequipa después de vencer a Pumacahua y fusilar a Melgar en Umachiri, 2 Dan al manjar blanco tal punto de conservación, y tal excelencia, que es uno de los regalos de gran aprecio en Lima, a donde lo llevan en cajitas hechas a este fin. (N. del A.).

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Otra virtud heroica se ve radicada en el bello sexo de Arequipa. Ningún vasallo les aventaja en el amor y lealtad al Soberano. Cuantas veces se ha visto el erario en necesidad de auxilios para sostener los derechos del trono español, otras tantas han sabido las arequipeñas desprenderse con generosidad voluntariamente de sus alhajas, cediéndolas en donativo. En la defensa que hizo esta ciudad para oponerse a la entrada del Ejército Revolucionario del Cuzco, comandado por el insurgente Mateo García Pumacahua, impuestas las damas de la escasez de agua y víveres que tenía nuestra tropa después de cinco días de campamento en una pampa rasa, unidas todas, y llenas del mayor entusiasmo por la libertad de su suelo, no menos heroínas que las matronas romanas, corrieron al campo llevando cuanto sus fuerzas podían resistir, y llegadas al sitio donde estaban sus padres, sus maridos, hermanos, e hijos, los exhortaban a la pelea, ofreciéndose ellas mismas, siempre que las permitiesen; heroísmo que obligó al gobernador intendente Don José Gabriel Moscoso a ponerles un lazo de cinta blanca en el brazo, para distinción del patriotismo con que defendían su suelo y derechos. Para sus enlaces prefieren los europeos a sus mismos compatriotas, a que coadyuvan sus padres. Este es uno de los orígenes por qué el criollo odia al europeo, sin conocer que ellos mismos son la causa. El europeo que abandona su país por venir a este sin destino, claro es que no trae consigo otro tesoro que su industria, y el trabajo de su brazo: que nacido para él, o ya por educación, o por necesidad sabe un oficio, ejerce un arte. No menos precisado a comportarse bien para proporcionarse la protección del país, y siéndole característica la honradez, manifiesta en sus acciones una conducta arreglada. Si ayudado de la fortuna luce su trabajo y sus desvelos, procura de todos modos adelantar su caudal, fincarlo, y desviarse cuerdamente de aquellas diversiones que son las ruinas de las casas más fuertes. Establecidos, y casados aquí, hacen un vecino útil, un buen marido, un verdadero padre, un fiel amigo de su consorte. Por el contrario se advierte, con gran dolor, de los naturales de este Reino, pues aunque debo confesar es Arequipa en esta parte menos desgraciada que sus convecinas, no deja de experimentar mucha parte. Nace el criollo en medio de la mayor opulencia y lujo: su juventud es contemplada, y no sólo se mira como por no necesario el inclinarle al estudio de las ciencias, al conocimiento de su verdadera riqueza, sino que se mira a menos hacerles aprender las bellas artes. El juego de 76

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naipes, dados y otros, es el primer libro que aprenden. El lujo no tiene límites: se gasta sin saber cuánta es la entrada. A la ociosidad se siguen de tropel todos los vicios. Casado este joven, le es odioso entender en la economía de su casa, cuyo ejercicio ignora: haciendo de la noche día la pasa en la casa del juego perdiendo, no ya solo el caudal que heredó de sus padres, el dote de su esposa, si no las prendas mismas que a esta le adornan, quien si se resiste es maltratada: el amor que les debía unir a sus mujeres, lo tienen en el juego, y así ellas viven mártires. La educación de sus hijos es consiguiente a la que ellos tuvieron, y al desorden en que ellos viven. Caudal de padres nunca llega a nietos. A vista pues, de esto tan Una dama arequipeña con traje de tarde, en la Colonia. general en la América, toda joven prefie(Dibujo de A. Pereyra y Ruiz) re al europeo, y todo padre lo busca para su hija, prescindiendo muchas veces de su linaje, atendiendo, como deben, a su conducta, que siendo buena, es la mejor y verdadera nobleza. Los talentos de los arequipeños son muy finos, y sus ingenios muy perspicaces. Estudian con rapidez la Filosofía, Teología y el Derecho; consiguen los grados de doctor a los dieciocho o veinte años, y luego calman. Los manufactores y artistas de Arequipa trabajan sin principios, y sin instrucción; y así solo saben imitar las obras, sin que se vea en ellos algún rasgo de invención; y ninguna persona algo decente se dedica a estas nobles facultades 1. Si algún muchacho andrajoso, o muchacha, es rogado por algún caballero para que le sirva, prometiéndole comida, vestido, y aún sa1 Las ejercen los indios, o zambos, quienes solo aspiran a tener con qué pasar el día, y como tengan para beber, y una mala ropa con que taparse, están contentos. Estas gentes jamás acostumbran poner un remiendo a sus vestidos, prefiriendo el andar andrajosos. No se encuentra en ellos honor, verdad, ni vergüenza. Es muy raro el que no toma adelantado, cuando no el todo, la mitad de lo que vale su trabajo, sin cuyo uso no verifican la obra; siendo el mayor trabajo de Arequipa el haber de tratar con oficiales. (N. del A.).

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lario, responden con gran denuedo, que ellos andan buscando quien los sirva; y más quieren pedir limosna por las calles, que sujetarse a servir en una casa honrada; de cuya ociosidad proviene la suma relajación de costumbres; y esta es la causa de que los más se sirvan de esclavos forzados, y que siempre están mal servidos, pudiéndose decirse en esto, que los amos viven mártires, y los criados mueren vírgenes. De curanderos, sangradores, barberos, cirujanos y médicos hay lo sobrante, y matan aquí con la misma libertad que en Paris y Londres. Hay asimismo muchos oficiales de platería, albañilería, carpinteros, escultores, pintores al temple y al óleo, alfareros, herreros, sastres, doradores, sombrereros, tintoreros, relojeros, y otros oficios, sin contar el gran número de músicos y danzantes. Los comerciantes son muchos, en cuyos almacenes y tiendas se encuentran cuantos efectos producen la Europa y el Asia, sin que el comercio sea incompatible con la nobleza. La arquitectura civil, o punto de policía se halla poco adelantada: son pocos los Jefes que cuidan de este importante ramo. Todos por lo regular tiran solo a enriquecerse, con despachar grandes papeladas de sus servicios a la Corte, quedan muy satisfechos. Encierra la ciudad de Arequipa con los ocho pueblos suburbios que le rodean, más de cincuenta mil almas. Las cuarenta mil de españoles, entre los cuales hay gran número de familias nobles1 , y los restantes de indios muy civilizados. Tiene asimismo un gran número de esclavos, negros, mulatos y otros mixtos: y todo el obispado tiene 136,812 almas. Entre todos los obispados del Perú, es singular el de Arequipa en no tener en toda su extensión indios algunos salvajes, o por conquistar, porque desde el establecimiento del catolicismo en este Imperio, se redujeron todos a la cristiandad y se han mantenido en ella. En el suelo de las provincias de Arequipa depositó la naturaleza con profusión riquezas inmensas, como lo han visto sus habitantes en los años anteriores en los minerales de oro y plata de Guantajaya, 1 Es común Proverbio del Perú “que Arequipa se compone de caballeros, doctores, dones, pendones y muchachos sin calzones”.(N. del A.).

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Caylloma, Orcopampa, Ichuña, Choco, Salamanca, Caravelí, Palca, Andaray y otros. En los altos de Pica hay vetas de oro y finísimo cobre; mas ni unas ni otras se pueden beneficiar a causa de la falta de agua, siendo preciso llevar el metal a larga distancia para beneficiarlo, cuyos gastos son incalculables, e imposibilitan a sus dueños de llevar al cabo la empresa. Y por desgracia se halla en el día en la más decaída constitución este ramo de industria, que es la única subsistencia del Perú, por falta de brazos, por estar unos en favor, y otros en contra con las armas en la mano. A esto se sigue la precisa consecuencia de la destrucción del Reino, y la ruina del comercio, que es lo que hace florecientes, y respetables las provincias é imperios. No deja de haber en este obispado variedad de piedras de jaspes, y alabastros, pero nadie sabe darles pulimento.

Maestro colonial, con látigo y palmeta. (Dibujo de Pereyra y Ruiz)

En los curatos de Paucarpata y de Yura, se encuentra excelentes aguas termales, unas de hierro, y otras de azufre, las que analizó el mencionado Aenk, dejando una instrucción sobre ellas, sus propiedades, virtudes y el modo de usarlas; cuyos prodigios se experimentan todos los días con gran provecho de la salud pública. Para el mejor éxito de estas, y mayor beneficio de la humanidad, ha construido inmediato a estos baños el cura de la catedral Don Luis Iglesias unas casas de bóveda, donde se acogen los enfermos después de haber salido del baño, pues estando estos retirados mucho del pueblo, la caminata que antes y después de entrar al baño tenían que hacer los enfermos, les hacia desmerecer de los buenos efectos que debía producir. A una legua de distancia de la ciudad, en la doctrina o curato de Paucarpata, hay otros baños minerales de agua calinosa, 79

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en los cuales ha fabricado cuartos de bóveda el Deán actual, para el bien común de los que vayan a tomarlos. DE SUS FRUTOS Y COMERCIO Al paso que otras ciudades del Reino se hallan en decadencia, Arequipa ha tomado el mayor incremento: lo atribuyo al adelantamiento de la agricultura, cuyo ramo ha llegado a más perfección que en otras partes, ya por la bella disposición que les franquea el terreno, y ya también por la mayor aptitud y aplicación de sus naturales. Tanto en Arequipa, como dos leguas en circunferencia de la ciudad todas las tierras son de regadío y pan llevar no pudiendo extenderse más su cultivo por no alcanzar el agua de su río. Se da con abundancia trigo, cebada, maíz1, arroz, quinua, maní, frijoles, abas, calabazas, papas, garbanzos, batatas2 y otros frutos propios del país. De las frutas de Europa se dan cuantas se planten, pero en su gusto y olor siempre desmerecen, por más que digan algunos autores que son tan buenas como las de Europa. Las que en el día hay son: manzanas, camuesas, membrillos3, uvas de cuatro clases, duraznos abridores4, damascos, guindas, sandías, melones, granadillas, tunos, naranjas dulces y agrias, limones dulces, sutiles y agrios, limas dulces y agrias, tumbos5, peras de solo tres clases, papayas de 1 El Maíz se emplea en la bebida de la Chicha, que es especie de una cerveza, cuyo uso es tan común en la gente de la plebe que no pueden pasar sin ella, siendo indecible el consumo que hay de este licor, pues por cálculos exactos se ha computado invertirse en este caldo en cada año 200 mil fanegas. Se hace este licor poniendo a remojar el maíz tres días en agua pura, y a crecer en tinajas y bajo de tierra 8 días, luego se pone a secar al sol dos días, y hecho harina en el molino se pone a hervir al fuego, se cuela, y puesto el caldo en otras tinajas fermenta, y entonces usan de él. En los monasterios y en algunas casas suelen hacer este mismo licor, y obsequiar con él, pero lo aderezan poniéndole azúcar, canela, hojas de laurel, y a veces lo agarapiñan. (N. del A.). 2 Batata, camote (del Náhuatl camohtli). 3 Hay además de los membrillos comunes otros que llaman lucmos, los cuales son insípidos al paladar, y solo los usan en dulce. (N. del A.). 4 Llaman aurimelos a los duraznos mollares, que en España dicen abridores. 5 El tumbo tiene la figura de un huevo, su cáscara es blanca realvida, la comida es de color naranjado, llena de granillas como el tuno, y su sabor agrio-dulce.

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Dibujo de la Catedral de A. Pereyra y Ruiz, antes del incendio de 1844.

olor1, fresas2, brevas negras, y blancas, higos, aceitunas3 , lúcumas, palillos, granadas, moreras, paltas4, guayaba, chirimoyas , pacaes, capulíes y otras propias del país. Con las berzas sucede lo mismo que he dicho antes de los frutos, pues se ven con abundancia muchas que son de Europa, crecen aquí más que allí, pero no conservan el mismo gusto y substancia. Y lo mismo diré de las flores, cuyo olor es casi imperceptible5: pero esto sin duda dimana de la sequedad tan grande del aire, pues sin Su flor a manera de una campanilla de color carmesí, y sus hojas que son delgadas y con muchos yelos se enredan en los árboles frutales. (N. del A.). 1 Son estas papayas chicas y de un olor muy fragante; se toman en dulce, y también adornan con ellas los interiores de las fuentes de flores con que cubren sus mesas. (N. del A.). (Se refiere a nuestras famosas papayas “arequipeñas”) 2 Fresas. La Fresa de Arequipa es mayor que una aceituna gordal de Sevilla, pero no es tan suave ni olorosa como la de Europa. (N. del A.). 3 Las del puerto de Ilo son tan grandes como un huevo de Paloma. (N. del A.). 4 Es del tamaño y hechura de una pera grande; se come con sal, y su carne es tan suave que se come con cuchara; su sabor se asemeja a la almendra en leche. En su centro tiene una gran pepita. (N. del A.). 5 Acostumbran en todas las casas de Arequipa obsequiar flores a sus visitas, particularmente si es de cumplimiento, como en demostración del aprecio que se hace del sujeto, y a este fin en su presencia las rocían primero con aguas de olor. (N. del A.).

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embargo de ser el sol uno de los principales agentes para producir y hacer resaltar los aromas, careciendo en las plantas la humedad necesaria para preparar y retener las substancias volátiles, el mismo calor con un continuado ambiente seco, es bastante para extraer de las plantas el gas aromático, perdiendo toda su pungencia, siendo por consiguiente este gas menos sano, que el puro que respira la planta cenagosa. En el mismo obispado hay pueblos en donde siendo el temperamento húmedo y caluroso, estas tienen tanto olor como en Europa. En el curato de Cayma, distante media legua de Arequipa, es tanta la abundancia de flores de Europa y del país, que esta misma las hace tener menos valor que en Lima y otros pueblos; sin embargo las gentes de Arequipa son muy amantes a ellas, y acostumbran en sus funciones cubrir las mesas de primorosos ramilletes, y mixturas1 de exquisito gusto, y lo mismo los altares; y las mujeres de Cayma llevadas del sebo procuran cultivar sus huertas y jardines con algún cuidado, de modo que abundan flores todo el año, y es uno de los comercios de este pueblo con Arequipa. Pero toda la subsistencia, y el principal nervio de sus Provincias consiste en los vinos y aguardientes que producen sus valles de Vítor, Siguas, Majes, Moquegua y Locumba, que llevan al Cuzco, a la Paz, Oruro, Potosí, y demás provincias de la sierra; y lo mismo el azúcar, y los dulces en cajitas. Se transporta también el sobrante de los granos, y se hace un comercio con gran utilidad. También contribuye mucho a la felicidad de Arequipa, sus manufacturas. Se tejen muchos lienzos ordinarios de algodón, y bayetas de todos colores, de cuyas telas se viste la gente plebeya, y los campesinos. Se hacen buenos sombreros de todas clases. El curtimbre de pieles es otro ramo de industria. Se hacen suelas, baquetas, cordobanes, gamuzas de todos colores, pergaminos y antes.

1 Llaman así a un conjunto de flores chicas y sin hojas, puestas en fuentes de plata, formando alfombras, y figuras distintas con la variedad de colores. (N. del A.).

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DE LOS ANIMALES Hablo de los irracionales No hacen ventaja los mejores caballos andaluces, a los que desde Chile y de Lima pasan a esta provincia. Su estampa, diversidad de pasos, fogosidad, y mansedumbre les hace recomendables; y es gala entre los currutacos y los curas el tener para sus paseos un buen caballo, sin perjuicio de las demás bestias para su servicio. Las mulas son no menos apreciables. Con ellas se hace todo el tráfico del comercio de vinos y aguardientes de los valles a la ciudad, y particularmente a la sierra. Todos los caudales que en barras pasan desde estas Reales Cajas a Lima para la fundición de moneda, van en estas bestias: y lo mismo sucede con los géneros que de aquella capital traen a esta los comerciantes. No menos sirven para cabalgar, para cuyo fin son enseñadas al paso castellano, y otros, siendo el animal que más trabaja en esta provincia1. Los burros son como en todas partes, mohínos, chicos, y nada bien hechos; pero de todos modos desempeñan con ayuda del azote su mártir destino, y son bastantes útiles para conducir las harinas hasta Arica, en cuyo continuado ejercicio acaban apresurados su vida, poblando con sus huesos tan inmensos arenales, en que solo esto se ve, y cuyos descarnados cadáveres sirven varias veces de descanso, y aún de mesa a los caminantes. La Llama es el animal en que el indio hace todo su tráfico, y el más análogo a su carácter. Cargan éstas hasta el peso de tres arrobas: son mansos en extremo, y se mantienen con las yerbas secas que encuentran en

Llama. Dibujo de M. Rugendas.

1 Es común proverbio aquí, cuando se ve un hombre muy entregado al trabajo decir: “trabaja como un macho”, con referencia al mulo. (N. del A.)..

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los caminos. Ellos sin freno ni soga, van siempre siguiendo los pasos del amo, que a pie camina adelante. Su retozo o relincho parece un suave quejido. Inutilizados para el servicio, sirve para el alimento de los indios. Ningún perro escasea en Arequipa, mereciendo siempre el justo epíteto de leal para su amo. Mas a pesar de esta cualidad, por la que es elevado sobre los demás Asno de aguatero. Dibujo de animales, son perseguidos por M. Rugendas punto de policía todos los años, en términos de llevarlos a enterrar en serones, a causa de haberse introducido en ellos la hidrofobia traída a estos países por los cochinos ingleses, cuya epidemia revive en cada año en estos animales, y que sería sumamente perjudicial su propagación, si el gobierno no velara tanto en este punto que ni los mimados falderos son rescatados de este tributo llegado el tiempo prescrito para la matanza. En las inmediaciones a ríos en los caminos hay algunos lobos, pero no se separan de aquellos que son de su camada. Se ven también alguna zorra, pero huyen luego que ven algún caminante, aunque el que ven venir sea de las de dos pies. Como no hay montes por falta de aguas llovedizas, tampoco hay animales feroces ni extraños. Las vacas, bueyes, carneros, cabras, cochinos, conejos y ovejas abundan mucho todo el año. El guanaco, la alpaca y la vicuña solo sirven para tejer con su finísima lana los ponchos, paños de pescuezo, mantas, medias, escarpines, gorros; y hacer muy buenos sombreros de todas clases.

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Guillermo Zegarra Meneses Historiador arequipeño, escribió este episodio de la historia local en su libro Arequipa, en el paso de la colonia a la República (1970).

bolívar en arequipa

E

l 10 de Abril de 1825 partió Bolívar de Lima, con dirección a Arequipa, con su Estado Mayor, Escolta y el Capellán Pedro Antonio Tórrez, por el camino de la Costa. Ésta, dice el Gral. Daniel F. O’Leary, que formó parte de dicho Estado Mayor, en sus “Memorias”: Es “un desierto desapacible e inhospitalario, interrumpido, de trecho en trecho, por arroyos, que, desprendiéndose de las montañas, forman anchas quebradas, donde el viajero fatigado encuentra alivio, contemplando los verdes campos cultivados, cuya belleza resalta más por el contraste que forma con los estériles arenales”. El Gral. Guillermo Miller, que la recorrió en diferentes direcciones y oportunidades, expresa, por su parte: “Que ningún forastero podía viajar por ella sin ir acompañado de un guía, porque todas las señas y trazas que presenta.... es algún montón de huesos, restos de bestias que han perecido en ella. Muchas veces el viento levanta inmensas nubes y remolinos de arena, que causa grande pena y fatiga.... cuando el viajero o su caballo se cansan, echa pie a tierra, y si el sol brilla, con su acostumbrado ardor, extiende su poncho en el suelo, debajo de la barriga del caballo o mula y se tiende sobre él para gozar de la sombra que hace el animal, única que puede procurarse en aquél desierto arenoso” (Memorias del General Miller. Vol II). Sin un “vaquiano” (guía), agrega, nadie que estimara su vida podía arriesgarse, atravesando los desiertos. “Los vaquianos son muy diestros, dice, y marcan su camino por cosas que no puede observar un viajero”. Cuenta que, cuando él atravesó el desierto de Siguas, “manifestó algunas dudas sobre si iban por el camino verdadero, y ellos le contestaron que, mientras vieran una estrella reluciente que 85

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les señalara, no había peligro de que se perdieran. También le hicieron notar “que, como el viento sopla siempre del mismo lado, no tienen más que cuidar que les dé siempre en el ojo izquierdo para ir al valle de Vítor. Con todo, destacamentos y aun cuerpos enteros de ejército han estado perdidos por mucho tiempo en los desiertos”. Cuando Bolívar pasó por Pisco, fresco estaba el recuerdo de la tragedia vivida por los soldados patriotas, que escaparon del desastre de la primera Campaña a Intermedios y que, al ser varados por el mar, cuando se destrozó su navío, vagaron muchas horas por el desierto, soportando las mayores torturas del sol y de la sed, habiendo perecido varios de ellos, antes de ser socorridos. Según O’Leary, la comitiva pasó por Lurín, Mala, Chincha Baja, Pisco, Ica, Palpa, Nasca, Acarí, Yauca, Atiquipa, Chala, Lobos, Atico, Tambillo, Caravelí, Ocoña, Camaná, Quilca, Pachaqui, Vítor y Uchumayo. Y, de acuerdo con el mismo cronista: “El viaje fue una verdadera marcha triunfal. Al acercarse a las poblaciones salían los habitantes a su encuentro. Los indios se señalaban más que todos por su entusiasmo en estas festividades, vestidos con los ricos y vistosos trajes que, según la tradición, usaban sus antepasados. Cuando la distancia entre dos pueblos era mayor de la que podía rendirse en una jornada, se improvisaban alojamientos a la vera del camino; y tanto se esmeraban en procurar lo necesario, que ni en aquellos desiertos se echaban de menos las comodidades de las ciudades, anticipándose los habitantes a los deseos del ilustre viajero. En muchas ocasiones, en medio de aquellas soledades, cuando menos se esperaba y entrada ya la noche, multitud de luces anunciaban a la fatigada comitiva, después de una larga marcha, que las autoridades de algún pueblo vecino le aguardaban con su cortés hospitalidad”. En la ruta encontraron los viajeros vestigios de los acueductos, andenes y ciudades de los incas, así como de la gran calzada, que éstos construyeron como camino. Los ríos de aguas bajas eran vadeados y los de mayor volumen, pasados por medio de balsas, las cuales, a estar por el relato de Miller, eran “una plancha o bastidor de madera, asegurado sobre cuatro pieles de toro cosidas, secas, muy estiradas y llenas de viento”. 86

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Calle del Puente (hoy Puente Bolognesi), por donde ingresó Bolívar.

Según O’Leary, los viajeros estuvieron en Quilca el 10 de Mayo, y en 3 días se pusieron en Uchumayo, llegando a Arequipa el 14, fecha inexacta, pues Bolívar, en su carta al Gral. Santander, indica que fue el 121. ENTRADA A LA CIUDAD Tres rutas principales tenía Arequipa, en la Colonia: la del Sur, que seguía por Puquina y Omate o bien por Tambo y la Clemesí; la de la Sierra, que, por un lado, arrancaba de Cayma, para seguir por Cabrería; y del otro, se iniciaba en Miraflores, para continuar por Chiguata; y la de la Costa, que comenzaba en la Antiquilla y, llegando a determinado punto, se bifurcaba, para seguir, por un lado, a Islay, pasando por Congata; y para continuar, por el otro, por Uchumayo, cuando se quería ir a Camaná y otras provincias. Por la última ruta arribó Bolívar y, por la de Congata, poco después, Flora Tristán y Eugene de Sartiges, autores de los primeros y más interesantes relatos de la Arequipa de esa época. 1 “He llegado a esta ciudad hace 8 días”. Carta de 20 de Mayo de 1825, dirigida a Santander. Colección Lecuna. Volumen 29.. (Notas del autor)

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Saliendo del pueblecito de Uchumayo 1 —verdadero refrigerio, en la estación de la fruta—, se llegaba a la Pampa del Intendente, donde existía un gran tambo, para pernoctar; y, vencido este breve desierto, se ingresaba a la campiña de los distritos aledaños de la ciudad. Finalizaba el Otoño, cuando Bolívar llegó a Arequipa. Contrastando con otras tierras, que comienzan a entristecerse con la proximidad del Invierno, las de Arequipa, por tal época, lucen todavía primorosas. Sus huertos han agotado ya sus frutos; pero la floresta se mantiene lozana y es plácido albergue para los pájaros que la encienden de fiesta con las multicolores luces de sus vivos plumajes y su alegre sinfonía. Al ingresar a Pampa de Camarones, Bolívar fue pasando por estrechos caminos que cruzaban campos de maíces, ya cortados, que lucían, sonrientes, sus apretadas mazorcas; de tiernos trigales de temblorosos tallos; y de extensos y floreados alfalfares. Y, al llegar a “Bella Vista”, súbitamente se le presentó Arequipa como una urbe de oriental encanto. Sus albos edificios, relampagueantes cual cristales de cuarzo, contrastaban, en una sorprendente y audaz policromía, con el encendido rojo de las tejas y los variados matices de sus huertos, que comprendían todos los verdes e iban desde el áureo carmesí de los ciruelos, hasta el pálido ocre que el Otoño pone en los damascos y albaricoques. Un cuadro así, de suyo bello, y que se hallaba realzado por el fascinante marco de la campiña, de seguro que en él cobró la nota de grandioso, cuando sus ojos se posaron en las montañas de su fondo, que se alzaban, cual sus propios sueños: ¡atrevidas, esbeltas, azulinas y coronadas de impolutas nieves! 2. Impresiones como ésta, fueron, sin duda, las que movieron a decir a este prodigioso hombre, con corazón de guerrero, pero con 1 Hasta Uchumayo, se adelantó el Crnl. Manuel Amat y León, comisionado por el Ayuntamiento, para preparar, ahí, las atenciones a Bolívar (“Relación de Méritos de Amat”, impresa en Arequipa el 6 de Nov. de 1828). 2 Refiriéndose a este mismo cuadro, Flora Tristán, decía que su visión era realmente sobrenatural y que “no se creería dada producir por las cosas de este mundo”. Peregrinaciones de una Paria (Cf. Biblioteca Juvenil Arequipa, cap. 7 ).

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alma de artista, que el país era “bastante hermoso” y Arequipa, “espléndida” 1. Un numeroso concurso de gente representativa, según el mismo cronista Gral. O’Leary, salió a recibirlo a varias leguas de la ciudad, para saludarlo y entregarle, a nombre de ésta, un magnífico caballo, ricamente enjaezado, con estribos, brocado, pretal y adornos de silla y de brida de oro macizo. Montado seguramente en esa preciosa bestia ingresó a Arequipa y, de acuerdo a ese relato, pasó por debajo de arcos triunfales y por entre inmensos gentíos, que “cubrían el camino, interrumpiendo el paso” y lo aclamaban con delirio. “La 1ra. División del Ejército, dice O’Leary, estaba formada, en las calles que conducían a la casa en que iba a desmontarse; el gozo el amor y el entusiasmo se retrataban en los semblantes de los veteranos, al ver, de nuevo, al Jefe idolatrado; y no eran menos intensos los sentimientos de éste, al recibir las silenciosas congratulaciones de los soldados a quienes tanto debía la América”. A grandes personajes, como virreyes2, gobernadores y obispos, había dispensado suntuosos recibimientos Arequipa; pero es indudable que a todos ellos sobrepasó en el fervor y, sobre todo, en la calidad del significado, el de Bolívar. En esos momentos, en que el júbilo por la victoria desbordaba los corazones y la admiración por la proeza cumplida corría pareja con la conciencia que ya iba tomando el pueblo de lo que para él valía la libertad, nadie, fuera de Bolívar, habría sido capaz de enfervorizar a tan alto grado esos sentimientos, ni de hacerlos volcar con tanta euforia y esplendidez. El Libertador tenía, por entonces, 41 años. Estaba en el pináculo de su gloria y poderío. Ninguna voluntad se le oponía y todas convergían más bien a su exaltación y homenaje. Su salud se mantenía aparentemente firme y nadie habría podido presagiar que, a corto plazo, se iba a desatar la tormenta contra ese faro inconmovible. Que una cruel tuberculosis ya estaba minándole los pulmones y que 1 Carta de Bolívar a Santander, de 20 de Mayo de 1825. 2 Visitaron Arequipa, los Virreyes Toledo, Conde de Lemos, Avilés, Abascal y La Serna.

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su corazón sería herido por las desbordadas pasiones de los propios pueblos que él más amaba. Toda la población, puede decirse que salió a las calles, y cuando Bolívar apareció por el Puente, el júbilo se hizo indescriptible. Las campanas se lanzaron al vuelo, las salvas atronaban los aires y de las azoteas y ventanas, adornadas con encajes, tapices y banderas, de las cuatro naciones combatientes, las damas arrojaban flores, mientras que el pueblo, con emotiva sencillez, se descubría, aclamándolo como su verdadero Libertador. el desaire al dr. cuadros Sólo una sombra empañó la limpidez del recibimiento, y quienes la sufrieron —al llegar la comitiva a la calle de la Soledad, hoy “Beaterio”— fueron los munícipes, especialmente el distinguido miembro de la Academia Lauretana y, a la vez, Alcalde de 1ra. Nominación Dr. Manuel Ascencio Cuadros. Cuando éste se disponía a hablar, fue dejado por Bolívar, que siguió de largo, con el discurso en los labios. ¿Qué explicación cabe para esta conducta? —Indudablemente que la de haber sido indispuesto Cuadros por sus servicios a la Corona o presentado como contrario a Bolívar. En casos semejantes se recuerda que éste hizo más de un desaire, pero como, en esos días, su poder era omnímodo, no había lugar para las protestas y el desairado tenía que tragarse, en silencio, su resentimiento. homenaje de las educandas Cuando ya ingresó a la casa de la familia Rivero, destinada para su alojamiento, en la calle “Billota”, hoy “Mercaderes” N° 317, el gran concurso que lo rodeaba —Obispo y su Cabildo, autoridades, militares y vecinos notables— tuvo que abrir paso a dos preciosas niñas, del Colegio de Educandas, que, precedidas por su Capellán, llevaban, en bandejas, las joyas y monedas que ellas y sus condiscípulas, habían logrado reunir o adquirir con su trabajo, para ser entregadas, como un homenaje suyo, al Ejército Libertador.

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Casa de la calle “Mercaderes”, donde se alojó Bolivar.

Al llegar frente a Bolívar, las dos pronunciaron enternecedores discursos, y se despojaron de las joyas que llevaban consigo, para acrecentar el donativo, diciendo que todo era poco para pagar el inmenso bien que su Patria había recibido con la Libertad. Su candoroso encanto y la dulce emoción que pusieron en su acento, conmovieron tanto a los oyentes, y especialmente al Libertador, que, cuando éste se levantó para agradecer, un silencio general se percibía en el ambiente. Según se dice, Bolívar no se manifestó de inmediato. Mientras que brillaban sus ojos con la chispa del genio, su espíritu, como un mar, se recogía. Y, cuando irrumpió, sus palabras fueron como olas de una conmovedora elocuencia: “En 15 años de combate por la libertad —expresó—, vuestra suerte ha estado constantemente alimentando el valor de nuestros soldados. ¡Las hijas de América sin patria! ¡Qué! ¿No había hombres que la conquistaran? ¡Esclavos vuestros padres..., por esposos, humildes esclavos..., esclavos también vuestros hijos! ¿Hubiéramos podido sufrir tanto baldón? ¡No! Antes era preciso morir. Millares y millares de vuestros compañeros han hallado una muerte gloriosa, combatiendo por la causa justa y santa de vuestros derechos, y esos soldados, que hoy reciben de vuestras manos un premio celestial, vienen desde las costas del Atlántico, buscando a 91

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vuestros opresores para vencerlos o morir. ¡Hijas del Sol! ¡Ya sois tan libres como hermosas! Tenéis una patria iluminada por las armas del Ejército Libertador: ¡libres son vuestros padres y vuestros hermanos; libres serán vuestros esposos y libres daréis al mundo los hijos de vuestro amor!”. Como decía Miller: “En la improvisación, Bolívar no conocía rival. En un día le vi —agrega—, contestar diecisiete arengas sucesivas con la más asombrosa propiedad y con un colorido que es preciso renunciar a dar de él la más ligera idea. ¡Qué poesía! ¡Qué lujo de imágenes! ¡Qué viveza de imaginación! Y, con esto, ¡Qué palabra tan llena de gracia y suavidad! ¡Qué epítetos tan propios! ¡Qué giros tan sorprendentes! Proponiéndose un brindis, dando gracias o hablando sobre cualquier materia, Bolívar no puede quizás ser excedido”. El Ejército, conmovido por el gesto, adoptado en su honor, correspondió, cediendo la parte de sus haberes, retenida durante la guerra, para las niñas del Colegio de Educandas y los huérfanos del Orfelinato 1. arequipa, gentil pastora El 20 de Mayo, Bolívar le escribió una carta al Gral. Francisco de Paula Santander, el “soldado de la ley de Colombia”, que, por referirse a Arequipa y no haber sido antes divulgada, la transcribo: “He llegado a esta ciudad hace 8 días —dice—: el país es bastante hermoso y las gentes agradables”. “Nuestros colombianos habían sido antes bien tratados aquí, y les agradaba tanto, que me habían hecho concebir la idea de que rivalizaba a Lima; pero es falso: las reliquias de Lima son preferibles a la esplendidez de Arequipa. Esta ciudad es una gentil pastora y Lima, una hermosa matrona, despojada por los ladrones y un poco ultrajada por el tiempo...”. 1 Este relato es rigurosamente auténtico, pues lo he redactado a base de la información que hace el Ayudante del Estado Mayor de Bolívar. Manuel Antonio López, quien lo presenció y reprodujo la improvisación.

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“Pasaré aquí 15 ó 20 días, arreglando los negocios domésticos que estaban en bastante confusión...”. Refiriéndose a la División de Lara, anota: “La he visto en el pie más brillante del Mundo, lo mismo dicen que está la de Córdova. Estas tropas están muy bien vestidas, pagadas y alimentadas: la División de Colombia ha costado más de medio millón en 3 meses y quién sabe si muchos más de 400,000 duros. Así es que todo el Ejército de Colombia, bien puede haber costado un millón de pesos en los meses de este año, sin contar las raciones, que casi todas las ha dado el pueblo. Bien lo merece este bello Ejército y espero 2 millones de pesos de Inglaterra para completar su pago...” El baile del comercio Dentro de las fiestas ofrecidas a Bolívar, parece que ninguna destacó tanto como el baile del Comercio, realizado en la noche del 2 de Junio, en la Galería Cívica (altos del Portal “San Agustín”). Por su gran concurrencia, animación y suntuosidad de él se habló por mucho tiempo como de la fiesta más brillante de Arequipa. No contándose con un local suficientemente amplio y adecuado, se escogió ese lugar por las apreciables condiciones que, por entonces, debió tener. Como no era posible usar la incómoda escalera, que partía de los pasadizos interiores, se preparó una especial, que arrancaba de la Plaza. Y, como no estaba debidamente dispuesto, hubo que improvisarlo, amoblándolo, adornando sus cobertizos y proveyéndolo de la respectiva vajilla, con el concurso de las familias de los oferentes, ya que, en esa época, no había otra forma de hacerlo. No bastando los manjares, mandados a preparar en las casas particulares, se recurrió, según tradición, a los monasterios, cuyos dulces han tenido siempre fama de verdaderas golosinas. Y de

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licores se hizo también gran acopio, figurando, junto al codiciado champagne y los buenos vinos extranjeros, los aguardientes de los valles arequipeños y moqueguanos 1. Días antes, circuló esta original invitación, impresa en raso: “Cuando los antiguos dieron a Maya, por Madre de Mercurio, al atribuirle a ésta la protección del Comercio, alcanzaron ser muy justo hacerle descender de una ninfa tan hermosa, porque, a la verdad, que nada puede estar excluido del dulce imperio de la belleza. Si con la que Ud. adorna sus modestas gracias, se sirve Ud. realzar el precioso conjunto que este Comercio convida para el baile, dedicado a S. E. Libertador, en la Galería Cívica de la Plaza, verá cumplidos sus deseos; el buen gusto, lo sublime del primor; las fábulas, realizadas sus fantasías; y Arequipa, nunca con más grandioso fin reunidas sus generosas georgianas2. En la tarde de ese día, la Plaza se llenó de un público ávido de percibir los resplandores de la fiesta. Por sus extasiados ojos desfilaron los invitados y oferentes, luciendo los militares, brillantes uniformes con áureos entorchados y condecoraciones; los civiles, albos cuellos y pecheras, arrogantes corbatones y medias de fina seda, pantalones a la rodilla, zapatos de cordobán con hebillas de metal y casacas o levitones de terciopelo; y las damas, jubones de sutil encaje y faldellines de terciopelo, tisú o espolín, chapines de raso y profusión de alhajas y piedras preciosas, que, en algunos casos, representaban verdaderas fortunas. Como el baile era ofrecido por el gran Comercio de Arequipa y éste se hallaba ejercido por la gente “copetuda”, se vieron obligadas a concurrir, por no perder posiciones en el nuevo orden creado, las damas de la alta sociedad, pese a que en el fondo, ellas eran convencidas realistas. Y como no podían faltar las esposas e hijas de los servidores de la Patria, que eran generalmente de modesta cuna, por primera vez, puede decirse, que se vio a unas y otras. en una fiesta social, en un medio tan conservador y de tan profundas separaciones sociales, como siempre ha sido Arequipa. La reunión, 1 Según Renato Morales, en “Cronicones del Terruño”, los licores extranjeros, para agasajar a Bolívar, fueron traídos de los buques surtos de Arica. 2 En la Sala de investigaciones de la Biblioteca Nacional se conserva un ejemplar de esta invitación, que fue donado por la familia del Dr. Francisco Gómez de la Torre, cuyos antepasados la recibieron para concurrir al baile.

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Dragón de la escolta. Dibujo de M. Rugendas

está demás decirlo, careció del menor calor vinculativo, y cada cual buscó su grupo, para mirarse a distancia, con desconfianza, desdén o antipatía. Considerándose las altas damas como las únicas dignas de ser atendidas, cuenta la tradición que no pudo soportar doña Bárbara de Rivero, que preciaba ser de las más nobles, que el Libertador elogiase, a sus oídos. la belleza, sencillez y gracia de las chicas que no eran de su alcurnia, pues, picándole la víbora del orgullo y el egoísmo, de inmediato intervino, para decirle: —Si sólo son mistura1 de corpus, mi General.

El banquete de alvarado y otros agasajos Otro gran agasajo fue el banquete ofrecido por el Gral. Rudecindo Alvarado, de las fuerzas expedicionarias del Río de la Plata, en la Quinta “Tristán” 2, en plena campiña, a poca distancia de la ciudad, La mistura de corpus era de toda clase de flores, incluyendo las silvestres. 2 La Quinta, sita en Porongoche, perteneció a don Pío Tristán, quien la vendió a don Juan de Goyeneche. Constaba de una amplia casa, hoy en ruinas y de 129 topos de terrenos de cultivo. 1

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la cual, en sus tiempos, era el lugar más cómodo y ameno para una reunión de campo. Por eso, la escogió años después Santa Cruz, como su centro de esparcimiento y a ella eran llevados todos los principales personajes que llegaban a Arequipa. Bolívar y los principales jefes de su comitiva y de la Guarnición, fueron los invitados. El principal potaje fue una ternera asada con pellejo y sin sal, como acostumbraban comerla los llaneros del Apure. Como en la reunión no había damas, se hablaba sin miramientos y se bebía con largueza. Cuando tomaban el café, Bolívar se levantó a brindar, y dirigiéndose a Alvarado, le dijo que pronto tendría el placer de pisar el suelo de la Argentina. Uno de los más bebidos —el Coronel Dehesa— no entendió el cumplido, y, tomándolo a ofensa, replicó, expresando que la Argentina no admitía dictadores. Oírlo y encenderse Bolívar fue una sola cosa. Saltando sobre la mesa, caminó con los ojos rojos por la ira y, a la par que destrozaba la vajilla, gritaba: ¡Así pisotearé la Argentina! Como todavía quedaban algunos cuerdos, se hizo desaparecer a Dehesa, y Alvarado procuró amenguar la tormenta. El episodio es increíble si se le traslada al presente y si se piensa que su actor es una figura excelsa, coronada por la gloria; pero resulta explicable, situándolo al momento y conjugándolo a través del carácter del héroe, que, hombre al fin, tenía sus flaquezas y los desbordes propios de su volcánica energía. Y resulta, además, digno de fe, supuesto lo refiere el propio Gral. Alvarado, en sus Memorias Atraído, seguramente, por el prestigio del santuario de Cayma y por la belleza del lugar, Bolívar visitó este paraje. Como recuerdo perdurable del hecho y del ágape que se le brindó, se conserva, a un costado de la Iglesia, y tras el huerto de la casa cural, un corredor de modestas dimensiones, con piso de ladrillo y techo de tejas, el cual es conocido como el “Comedor de Bolívar”. Una mesa, unas bancas y un sillón en la cabecera, con el estilo y la construcción de la época, contribuyen a hacer más viva la evocación 96

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del momento, y a que surjan ante nuestros ojos la figura deslumbrante del Libertador, presidiendo la reunión y la del modesto Cura, esmerándose en sus atenciones. También cabe consignar –por lo brillante y suntuoso– el banquete ofrecido por el Obispo Goyeneche, con la concurrencia de las más altas autoridades y de las figuras más representativas del Clero, y en el cual sólo se usó servicio de oro y plata. En el No. 14 de la “Estrella de Ayacucho”, se publica este comentario, que no puede ser más expresivo de la forma y modo cómo fue homenajeado Bolívar en Arequipa. “Si nos fuera dado describir, con propiedad, una por una, las funciones públicas con que Arequipa ha demostrado su respeto y gratitud hacia S. E. el Libertador, llenaríamos muchas de este periódico con bellos documentos, cuya lectura sola obligaría a los demás pueblos a competirse en entusiasmo y demostraciones de júbilo a la vista de sus heroicos libertadores”.

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Samuel Haigh Comerciante inglés. Visitó el Perú entre 1825 y 1827 y tuvo ocasión de conocer a San Martín y a Bolívar. Escribió: Sketches of Buenos Aires, Chile and Peru (1831).

viaje a arequipa

T

odo estaba listo para la partida, y el capitán Ferguson, mister Andrews y yo, el sirviente y el arriero, montados en mulas, salimos para Arequipa. Hay dos caminos de Quilca a Arequipa, uno por la aldea de Siguas y otro por la llanura de Pampas Coloradas y el valle llamado Los Infiernos. Una montaña empinada se levanta junto a Quilca, que se sube en hora y media; arriba la llanura se extiende casi hacia Arequipa; pero es un arenal en que no se ve ni un parche de vegetación y la arena es de blancura deslumbrante muy mala para la vista al menor viento, y cuando el día está sereno y un sol rajante cae sobre las cabezas, excesivamente molesta. Innumerables montículos de arena, formados por el viento, están desparramados en el llano; con frecuencia cambian de posición. Los arrieros temen estos vientos, pues, una vez perdido el camino, es a menudo muy difícil y dudoso volverlo a tomar, y lo mismo sería hallarse en medio del desierto africano. Aquí, cuando se soporta un sol tropical ardiente, con las patas del caballo sumidas en la arena hasta la ranilla, con nada en que descansar los ojos fuera de esta fina arena blanca, limitada a lo lejos por rocas y montañas desiertas, filosofaba hasta dónde llega la avidez humana. La sola vista de esta región del Perú es bastante para apagar los bríos del más osado. La naturaleza parece haber colocado aquí sus tesoros minerales para impedir que el hombre llegue a ellos; no alcanzo a comprender que ningún ser de inteligencia mediana, para acumular bienes que conseguiría en su país con la mitad de dificultades y privaciones, consienta en enterrarse vivo entre los indios, privado de sociedad, a veces medio hambriento por falta de víveres, sujeto a un clima horrible, en peligro de atrapar una perlesía en las minas, diariamente expuesto al riesgo de salir del mundo temblando en un ataque de 98

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calentura o expirar con los tormentos de una fiebre devoradora; sin embargo, tal es el destino del minero blanco en esta comarca. Habíamos marchado por la llanura arenosa casi hasta ponerse el sol y todavía podíamos solamente percibir un espantoso desierto ante nosotros, limitado por la sierra, en distancia de veinte leguas, cuando súbitamente vimos que el guía que iba delante se detuvo. Al reunirnos le vimos que estaba al borde de una garganta de profundidad inmensa; el lado opuesto, a dos millas, estaba exactamente a nivel del lugar donde nos encontrábamos. En el fondo corría un riachuelo, con orillas cubiertas de maíz, viñas y algunos frutales. El efecto de estos valles rodeados por un espantoso arenal es tan agradable como debe ser una palmera o manantial cristalino en el desierto del Sahara. La villa de Siguas está mil pies abajo; después de seguir un angosto zigzag que lleva al fondo del valle, llegamos a una especie de casa india, al oscurecer. Aquí conseguimos un par de pollos aderezados con maíz y papas; un candil de barro alimentado con un poco de grasa derretida y mecha de algodón nos sirvió para alumbrarnos. Después de comer disfrutamos un sueño profundo. Por la mañana temprano, salimos del hondo valle de Siguas y en media hora llegamos al llano superior. Hicimos jornada semejante por la arena hasta llegar a Vítor que es precisamente igual al valle de Siguas, solamente mucho más grande y con comodidades quizás mejores. De Vítor a Uchumayo hay ocho leguas, y cuatro más a Arequipa. La divisamos primero junto a una gran cruz de piedra levantada a guisa de mojón y vimos una ciudad extensa con paredes blancas como nieve, brillando a los rayos de la luna llena. El efecto era bello. Entramos en Arequipa a las ocho y, por la brillantez de la luna, veíamos completamente las calles. Las de la entrada, en los arrabales, son muy angostas y tortuosas, pero una vez sobre el puente hay gran coup d’oeil1 de la capital. Pasamos el puente y, a poco, estábamos felizmente alojados en mi casa, pues por entonces yo tenía establecimiento comercial en Arequipa. La ciudad está construida de piedra blanca, tan blanda que cuesta al obrero muy poco trabajo labrarla para construcción o molduras, y expuesta al aire se endurece, por lo que se dice ser más fácil edificar una casa nueva que demoler una vieja. Las calles, como de costumbre en ciudades españolas, trazadas en ángulo recto, son 1 Coup d’oeil. Golpe de vista.

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bien pavimentadas pero no se mantienen tan limpias como sería de desear, aunque el agua corre en las principales. La ciudad está mal alumbrada, exceptuando las calles principales donde cada propietario está obligado a encender una linterna en su puerta. La plaza es grande y allí se instala el mercado. Las casas, como las de Santiago, tienen un gran portón que da al patio. Por ser escasa la madera, los techos son de bóveda de piedra, formando un arco en cada habitación, lo que da a la mansión un aspecto muy sombrío. La guerra revolucionaria había pasado. El poder español fue aniquilado en Ayacucho, victoria decisiva en que el virrey, ocho generales y todos los oficiales cayeron prisioneros de los Independentistas, y fueron enviados inmediatamente a España, bajo palabra. El único lugar en que la bandera real flameaba todavía eran los castillos del Callao, donde el general Rodil hacía el esfuerzo final por su país y, encerrado allí con seis mil hombres, estaba sitiado por mar y tierra. El general Bolívar proseguía su gira triunfal desde Lima al Alto Perú hasta Chuquisaca; acababa de dejar Arequipa, camino de Potosí; en todas partes se le recibía con honores principescos; en la entrada de cada ciudad se erigían arcos triunfales y damas de primer rango, vestidas de blanco, esparcían flores en el camino de su corcel cuando avanzaba. En Arequipa se fabricó especialmente una vajilla de oro puro para adornar su mesa en una gran fiesta dada por la municipalidad. Su nombre en tema de elogio universal; en el lenguaje de sus aduladores, el Libertador poseía todo el genio militar de Napoleón, muchas más virtudes patrióticas que Washington y las habilidades de estadista de algún otro. En esta y otras fiestas de Arequipa, Puno, Oruro, La Paz, etc., se pronunciaban brindis improvisados en verso, largos como la balada «La caza azuzada» con nueve veces nueve ¡Hip! ¡hip! hurra que sacudían los macizos edificios del Perú cual terremotos. Se le ofrecía incienso y adulación en todas partes, y los parásitos y buscadores de empleos derramaban a sus pies discursos hiperbólicos, pero Bolívar, que tenía penetración muy aguda, sabía cómo apreciar la asquerosa lisonja de quienes, un año después cuando dejó el país, le lanzaron todos los epítetos que el odio puede sugerir o el escándalo inventar; tan inestable es la fama militar, tal la popularidad de la turba, y así fue la gratitud que conquistó el Libertador en el Perú.

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Día de “Feria” en la Plaza de Armas. Al fondo el Portal de la Cárcel.

A la sazón era prefecto de Arequipa el general Antonio Gutiérrez de la Fuente, peruano, aunque decidido partidario de Bolívar; debió su elevación a sus propios méritos y a la circunstancia siguiente: cuando San Martín, cansado de las facciones reinantes en Lima, abandonó la causa retirándose a la vida privada, Bolívar, que se había substituido al poder español en Quito y Guayaquil, fue invitado a cooperar en la emancipación del Perú, invitación que se apresuró a aceptar y con su ejército entró en el Perú por la provincia septentrional de Trujillo. Después de renunciar San Martín, surgió un aspirante al poder y fama militar, en la persona de Riva Agüero, primer magistrado de Lima que, asumiendo el mando de las tropas peruanas, rehusó someterse a Bolívar. La Fuente era entonces coronel de caballería y, en previsión de que la emancipación de su país acaso se malograse, por este paso de Riva Agüero, arrestó a éste y lo entregó a Bolívar que, en consecuencia, hizo embarcar a Riva Agüero para Europa. La Fuente fue premiado por este servicio con el grado de brigadier general y en seguida con la prefectura de Arequipa. Muchos consideraron lo anterior como una acción indisculpable de La Fuente, quien para justificar su conducta, sostenía que las pretensiones de Riva Agüero eran perjudiciales a la causa independiente contra el enemigo común. Sea lo que fuere, el general La Fuente era hombre 101

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perspicaz, activo, sensible, en extremo diligente en los negocios y resultó prefecto excelente para Arequipa. Bajo su gobierno, los diversos departamentos civiles y militares, fueron hábilmente dirigidos y las finanzas provinciales mejoraron mucho. Se abrió el puerto nuevo de Islay y se construyeron aduanas allí y en Arica. Bajo sus auspicios también se proyectó la gran obra de Vincacaya, para desviar un río situado a catorce leguas de Arequipa, mediante un inmenso dique de sólida mampostería, con el propósito de irrigar un llano estéril como el desierto que la rodea, por falta de agua. Se dividieron los lotes y fueron vendidos en acciones a quinientos pesos que habilitaban al adquirente a tantos topos que, una vez con riego, decuplicarían aquel valor. La obra progresaba rápidamente, las acciones se vendían con premura y se calculaba que más de cien mil acres se harían así aptos para el cultivo. Arequipa estaba particularmente alegre en esta época debido en especial al número de militares allí acuartelados que, después del feliz éxito de una guerra larga y penosa, fueron recibidos con banquetes, bailes y otras diversiones. Las maneras y costumbres en estas fiestas no diferían esencialmente de las antes descritas al tratar de otras ciudades sudamericanas. Seis mil soldados colombianos estaban en el Perú; de éstos, tres regimientos acuartelados en Arequipa, además de otros tantos regimientos peruanos en cuarteles separados. Ya empezaban a manifestarse grandes rivalidades entre los oficiales y soldados de ambos países. A los peruanos no les agradaba la presencia siquiera de una fuerza auxiliar, después de haberse conseguido el fin de la guerra, y decían que Bolívar debía cumplir la proclama, publicada al asumir el mando: que cuando terminara la guerra, se retiraría a Colombia, y no tomaría ni un solo grano de arena del Perú. Por otra parte, el gobierno peruano, mediante un tratado, había convenido en indemnizar a Colombia todos los gastos de guerra y reemplazar hombre por hombre en las filas colombianas, a los que habían caído en las campañas del Perú. Hay en Arequipa muchas familias de grande opulencia, la de Goyeneche es considerada como la más rica. La forman tres hermanos y una hermana. Uno es obispo, otro general al servicio de España y el tercero, un comerciante. El padre se hizo rico muchos años ha, como tendero y adquiriendo tierras en las cercanías, cuyo valor ha aumentado enormemente. Como no hay bancos ni banqueros, la gente da el dinero a interés o guarda el oro y plata en zurrones de102

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positados en alguna pieza segura de sus moradas. Una vez, alguien envió a pedir prestado a un vecino un zurrón de duros; se accedió a su pedido cuando, con gran asombro del prestamista, se encontró que contenía doblones de oro en vez de pesos plata; naturalmente el zurrón fue devuelto. Esto servirá para probar la riqueza de algunas casas. Pero más dinero se ha hecho en el comercio y el producto de propiedades que en las minas. Arequipa está todavía sujeta al dominio de clérigos, muchos de los que representan la ciudad en el Congreso. De éstos, en este período, era Luna Pizarro que por sus principios liberales había sido desterrado de Lima. Uno de los grandes inconvenientes de la ciudad es el toque constante de las campanas, en los conventos e iglesias. Comienza a las dos y media de la mañana cuando los frailes se levantan para los rezos matutinos; y con muy poca interrupción tañen el día entero; y como hay los conventos de Santo Domingo, San Francisco, La Merced, San Juan de Dios y varios otros de menor categoría, además de los monjíos y la catedral en la plaza, el discordante retintín de tantas campanas a la vez, se concibe fácilmente. Hay una casa de expósitos. Las mujeres de Arequipa no igualan en encantos personales a ninguna que haya visto en ciudades americanas; y al mismo tiempo hay una fascinación en ellas de que es difícil darse cuenta. Durante mi residencia de 19 meses, casi la mitad de los ingleses (20 en número) se habían casado o comprometido con damas arequipeñas. Estaba construyéndose un panteón o cementerio a una legua de la ciudad, cuyo estilo era hermoso; ocupaba uno o dos acres, con compartimentos y nichos en el muro para poner los cadáveres. El

Dama de gala. P. Marcoy

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más desagradable reglamento respecto a los protestantes o quienes no mueran en la fe católica, era prohibir enterrar los cuerpos en tierra consagrada; por tanto en vez de sepultarlos en las iglesias, se llevaban a algún campo vecino. Como la clase baja cree que, cuando muere un inglés, sus amigos ponen provisiones y dinero en el ataúd para que le sirvan para el largo viaje, nunca han dejado de desenterrar el cadáver para robar; y desengañados en cuanto a dinero han robado la mortaja del muerto y el paño negro del ataúd. A pesar que la renta general del Perú no bastaba para los gastos del Estado, la de Arequipa florecía, y La Fuente remitía a Lima una cantidad crecida trimestralmente. Desde que los patriotas se apoderaron de Arequipa, los principales comerciantes españoles se vieron obligados a huir o permanecer ocultos en sus casas con sus bienes. A consecuencia de esto los principales compradores eran unos cincuenta tenderos que vivían simplemente de manos a boca; de modo que si no podían revender lo que compraban, no eran bastante honrados para pagar las cuentas al vencimiento, el vendedor se veía precisado a esperar su comodidad; no había nada parecido a leyes de quiebra. El único remedio para el acreedor era trabar embargo en la tienda, lo que es a menudo un estorbo puesto en el camino, pues impide que el deudor venda nada. El juez de comercio casi siempre se inclina al lado del tendero, lo que está en su propio interés. El juez principal cuando yo estaba en Arequipa, era un italiano y tenía tienda de lencería. Fue primero sirviente y barbero de un obispo consagrado en España, y en esa calidad acompañó a su reverencia al Perú; quien, para recompensar sus servicios, lo estableció de comerciante en América. La conducción por tierra a lomo de mula desde Quilca a Arequipa es carísima; ningún vehículo puede recorrer esta ruta. A veces se usa un palanquín, dispuesto en dos mulas, una tras otra, con una vara larga a cada lado y en el centro suspendida la incómoda carga. Todos los bultos pesados de muebles se conducen de esta manera. El día de Bolívar (28 de octubre) se celebró en Arequipa durante mi permanencia. Formaron de parada los regimientos en la plaza mayor e hicieron descargas. El retrato del Libertador, adornado con laureles, fue paseado y cada oficial lo saludaba con la misma cortesía que si se tratase del original. Ocurrió algo curioso en esta ocasión. Cuando la procesión pasaba por la cárcel, ubicada en la plaza, un 104

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soldado negro condenado a muerte se precipitó y asió el retrato, gritando: «¡estoy salvo!». Se le ocurrió esto y quizás por la regla del ejército que cuando un soldado va al sitio del suplicio, si consiguiese tomar la bandera de su regimiento, se le perdona. Sin embargo, aunque muchos se interesaron por salvar la vida del negro, nada se consiguió: la clase de su crimen merece referirse. Un capitán de su regimiento se le acercó, estando de centinela, y le dijo que había algunas mercaderías en la aduana que le pertenecían y le daría seis pesos si le permitía llevárselas ocultamente. Consintió el soldado, y dos o tres cajones de mercaderías fueron llevados por el capitán. El robo se descubrió tres o cuatro días después, y ofreciéndose públicamente recompensa a quien delatase al culpable, se presentó una mujer y traicionó al capitán con quien vivía. Esta Millwood peruana denunció al hombre que había cometido un crimen para costear sus extravagancias. Capitán y soldado fueron sometidos a consejo de guerra y condenados a muerte, y una semana después los vi fusilar. Fue de los más imponentes espectáculos que yo haya presenciado. Todas las tropas, que subían a tres mil hombres, formaron a las ocho de la mañana en la plaza, lugar señalado para la ejecución. Dos bandas de música tocaban a intervalos; por fin, el bordón de la catedral empezó a doblar y los reos fueron sacados de la cárcel; el capitán estaba casi vencido y tan débil que no podía tenerse en pie sin ayuda: iban cuatro sacerdotes auxiliándole, y le ponían un crucifijo ante los ojos, gritando: «¡amo a Dios!» que el reo repetía. Le seguía el negro acompañado por sacerdotes pero el contraste entre el porte de ambos era grandísimo. El soldado era de los más lindos negros que yo hubiera visto, de seis pies de alto; con aire marcial, altivo, avanzaba con paso firme a compás de la música que tocaba una marcha fúnebre. No hacía caso de los confesores, pero en ocasiones miraba en torno con porte digno, y distinguía a sus amigos entre la multitud: cuando era traído a la plaza en que estaban las tropas, saludaba a los oficiales al pasar, despidiéndose de ellos: casi no había un ojo seco en su regimiento. Llegando al banquillo fatal, rehusó sentarse, ni permitió le vendasen los ojos, pero cuando tocaron atención con un redoble de tambor, se dirigió a la multitud en los siguientes términos: «Tengo veintiséis años de edad y he estado nueve años en el regimiento de rifleros. Nunca cometí ningún crimen fuera del presente por el que perderé la vida. He desafiado la muerte en el campo de batalla y no temo 105

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ahora mirarla de frente. El único pesar que siento es verme obligado a morir en compañía del cobarde y bellaco que me ha acarreado esta desgracia». Al pronunciar la última palabra señaló a su compañero de suplicio que estaba sentado en el banquillo con los ojos vendados y tan débil que parecía ya muerto y se encaró con el pelotón encargado de fusilarlo. En un segundo se oyó la descarga fatal y cuando se disipó el humo, vi el cadáver en el suelo; su compañero estaba también muerto, pero no había caído del banquillo a que estaba atado. Las bandas luego tocaron un aire alegre y todas las tropas desfilaron ante los cadáveres y luego marcharon a sus cuarteles. A la media hora llegó una carreta en busca de los cuerpos, se cargaron y fueron sacados de la ciudad y sepultados.

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Franz J. F. Meyen Médico y botánico alemán, 1804-1840. Visitó el sur del Perú, como jefe de una expedición científica prusiana, en 1831, y de retorno del Collao se detuvo unos días en Arequipa. «Su descripción de Arequipa –dice el Dr. Estuardo Núñez– es una de las más animadas y nutridas escritas por un viajero hasta su época».

arequipa en

1831

E

l 13 de abril de 1831 arribamos a Arequipa y nos alojamos en la casa de un comerciante alemán, para el cual teníamos recomendaciones, pero quien no se encontraba en casa. Arequipa, una de las más bellas ciudades de toda América del Sur, es más pequeña que Lima y algo más que Santiago, pero está construida regularmente como todas las restantes ciudades de estos países. Las calles muestran en su centro unas acequias por donde corre el agua, como observamos en Santiago. Sobre la fecha de su fundación hay gran imprecisión. Herrera ofrece el dato de que Francisco Pizarro la fundó en 1539, a quien sigue Ulloa. Alcedo siguiendo a Calancha, ofrece el año 1536. Sobre Arequipa existe una leyenda de que fue ya fundada en 1509 (o sea 321 años antes de 1830). Pero como la conquista del Perú data sólo de setiembre de 1532, se ha referido seguramente a la fundación de una ciudad india, que se había establecido aun antes, en la proximidad de la actual Arequipa. Un nombrado Pedro Anchures Campo Redondo debió ser el fundador. Pero no se debe tomar con certeza aquellos números, pues en el calendario de la ciudad hemos leído que lo fue en el año de 1830 antes de Cristo, o sea el año 7829 de la creación o en el año 4788 del diluvio, o en el año 339 del descubrimiento de América o en el 9º año de la independencia del Perú1. 1 El autor o no lleva bien sus cuentas o quiere ironizar sobre este tema de la fecha de fundación de Arequipa. Antes se creía que Anzures de Campo Redondo fundó Arequipa, pero luego se aclaró que el verdadero fundador de Arequipa es Garcí Manuel de Carvajal. El historiador Francisco Javier Delgado dio a conocer en 1891 el acta de fundación, que corrigió esos errores.

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Se calcula la población en unos 30,000 habitantes pero eso no está bien probado. La plaza principal es grande y bella y tiene por norte la catedral y en los restantes tres lados uniformes casas de dos pisos, en cuya parte baja hay corredores o portales usados por los peatones. En estas casas se encuentran los establecimientos de los comerciantes y durante todo el día se advierte una gran actividad. En el medio de la plaza se encuentra una hermosa fuente, en la que el agua brota de caños en forma de campana. La catedral con sus dos torres pertenece a las más antiguas y bellas edificaciones de América del Sur; en uno de sus lados se ha perennizado en una placa una inscripción sobre la presencia de Malaspina y sus expedicionarios. Aquella célebre expedición se detuvo en Arequipa y algunos de sus miembros ascendieron al volcán de Arequipa y se realizaron observaciones de las que se sabe poco. Nuestro connacional Haenke realizó la primera medición barométrica de la altura del volcán, que dio 19,000 pies que coinciden más o menos con las cifras dadas por Pentland y Rivero.

Mujeres en el mercado. Dibujo de M. Rugendas

El mercado que se establece diariamente en esa plaza es bastante activo y dura hasta muy entrada la tarde. Allí se establecen mujeres mestizas y zambas que ofrecen gran cantidad de artículos 108

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alimenticios. Se pueden comprar papas, camotes, probablemente los más hermosos de toda América del Sur, maíz, habas, frijoles, avena, naranjas, higos, manzanas, uvas, cuatro o cinco clases de ají, cebolla, ajos, sal, granadas, aceitunas crudas y cocidas, también plátanos, los cuales son malos, y otros productos del mismo jaez. La carne es vendida tanto fresca como seca e igualmente aves y pescado seco. Entre los peces los hay de mar y de río y entre estos últimos destacan el pez-real, habiendo del mismo muchas variedades. Al lado de estos artículos alimenticios se venden también hojas de coca al peso, y al lado de vajilla de cerámica expuestas en gran cantidad, se encuentran pequeños panes que son vendidos por las mujeres. Al otro lado de la plaza se encuentran puestos con cientos de productos de procedencia europea y hombres de todos los colores concurren a ellos en gran mezcolanza. Allí va orgullosa la negra libre con medias blancas, pues su clase es la sola que trabaja y casi sola la más útil. El gordo mestizo, por lo general de gran volumen, que nosotros no volvimos a ver salvo en Oahu, va con pecho descubierto, orgulloso en pos de la zambita, y a quien ésta se adelanta. Durante nuestra estada en Arequipa, el pequeño comercio era próspero, sostenido por las ricas minas de oro de Huaylluca. Estas minas situadas cerca de Pauza, al norte de Arequipa, fueron descubiertas por Angelino Torres, un soldado desertor, el cual en su huida se había refugiado en la cordillera de esta región. En dos años de trabajo las minas han producido anualmente una cantidad de oro de 2 millones de piastras y al presente en el tercer año de trabajo, no será tan productiva pero aún se extraen algunas libras de oro cada día. A causa de que el soldado descubridor era desertor, el gobierno ha tomado una gran parte de su riqueza para sí, quedando para Angelino Torres sólo una cantidad de 70,000 táleros; muy grandes sumas le han sido robadas. El clima de Arequipa sería muy agradable para los habitantes de la parte norte, pero para los de aquí es frío y desagradablemente seco. Tanto en la ciudad como en las alturas, la época de lluvias es el verano, particularmente en los meses de diciembre, enero y febrero. En los meses de junio, julio y agosto, en pleno invierno de aquí, se siente frecuentemente un frío muy acentuado. Se siente frío con el despejado cielo de las noches, ya que el sol al mediodía, es extraordinario y frecuentemente abrasante; de aquí la razón de que los arequipeños temen tanto al clima, y especialmente los varones usan día y noche, y aun en las horas de sol radiante, pesados abrigos. El catarro es una 109

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enfermedad muy frecuente, especialmente entre las damas, ya que éstas, por simple frivolidad, suelen salir sin abrigos y con la cabeza descubierta. El extranjero que viene de Arica a Arequipa, debe atravesar el desierto de arena que separa la costa de la fértil altiplanicie, pero después de una estada de 6 a 10 meses en Arequipa, puede estar seguro de que de tal viaje caerá con la fiebre terciana. Cuando nosotros llegamos a Arequipa, después de nuestro viaje sobre la cordillera, y cuando nos disponíamos a tomar un descanso bien ganado después de las dificultades del viaje, nos embargó por muchos días una predisposición al sueño y una sensación de vértigo. Los habitantes lo atribuyen a la acción de la atmósfera, que actúa sobre los que no están acostumbrados. Es muy difícil comprobar exactamente tales experiencias de la gente, cuando no se ha permanecido en la zona un tiempo apreciable y no se ha observado el clima con exactitud. Según las observaciones barométricas del Sr. Rivero, Arequipa se encuentra en una altitud de 7753 pies ingleses sobre el nivel del mar y Pentland señala por su parte 7797. En consecuencia, la rica Arequipa muestra una altitud semejante a la cúspide del gran San Bernardo en los Alpes. Aunque la temperatura de Arequipa es muy reducida, los rayos del sol, con buen tiempo, producen un calor extraordinario, sobre todo en el centro de la ciudad. Las casas son construidas con una roca traquita con cristales de cuarzo y feldespato, extraída de los yacimientos que se encuentran a una media hora de distancia. Todas las casas son de aspecto blanco y con techos planos, sobre los cuales en las noches se puede pasear, pero en el día el sol no lo permite. Aparte de las más o menos 16 grandes y hermosas iglesias, es digno de mención el bello puente sobre el río, así como el casino, en cuyo recinto existen amplios salones, algunos dedicados al juego de billar y un pequeño teatro. No existe un hotel importante como correspondería a una ciudad de 30,000 habitantes y el extranjero que carece de buenas recomendaciones pasa por grandes apuros para encontrar alojamiento. Las restantes casas de la ciudad tienen un solo piso. En las esquinas de la mayor parte de las calles hay fuentes de agua potable que se accionan con una bomba y ofrecen buen servicio. 110

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Eugène de Sartiges Viajero francés que visitó Arequipa a fines de 1833. Su estancia en Arequipa coincidió con la de Flora Tristán. Escribió: Viaje a las Repúblicas de América del Sur.

arequipa, linda ciudad

E

n Islay dejamos el monótono Océano Pacífico para desembarcar en la costa del Perú. Entramos en la rada de Islay escoltados por un tropel de ballenas negras que jugueteaban como dioses marinos, en torno de la corbeta La Favorita, hasta tocar el cabestrante y se sumergían por un lado para reaparecer por el otro, exactamente como las marsopas que se encuentran en las bahías de Nápoles o del Pireo. Las ballenas nos vieron anclar y siguieron mar adentro. La rada de Islay está expuesta a los vientos del norte y mal defendida de ellos por algunos islotes rocosos que forman una punta avanzada en el mar. Para desembarcar a los pasajeros y las mercaderías, las chalupas se colocan contra una roca, en medio de las rompientes; los hombres suben por medio de una escala de cuerda y las mercaderías, levantadas por una grúa, son depositadas en la playa. La ciudad es un hacinamiento de chozas de caña y de barro; pero todo el comercio de las provincias de Arequipa, de Puno y del Cuzco se hace por este puerto, lo cual le da movimiento y hace circular abundante numerario. En todas las plazas, en todos los recintos, se ven recuas de mulas llegadas de Arequipa y que deben regresar sin demora, cargadas o no, pues no hay una brizna de hierba en una distancia de diez leguas. Al salir de Islay se sigue un camino encerrado entre montañas desnudas, cuyo fatigoso brillo está interrumpido aquí y allá por ramilletes de olivos, a cuya sombra se ha establecido inevitablemente una taberna en la que se vende aguardiente y chicha. Seis leguas más lejos, se dejan atrás las montañas para entrar en una inmensa llanura de arena: es el desierto con su horizonte sin límites, sus montículos de arena, y su polvo fino y movedizo. Pero la marcha en medio del desierto la había yo imaginado más poética. En el desierto de mi fantasía, había largas filas de camellos, vestidos orientales y árabes que galopaban en torno de la caravana para robarla o protegerla. 111

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¡Ay! ¡Seis miserables mulas, un arriero y yo, un parisién desarraigado, seguido por mi sirviente a quien sus largos bigotes le daban el aire de un vendedor charlatán, en realidad formábamos una lastimosa caravana! Al avanzar, se sorprende uno al distinguir a lo lejos cultivos indicados por vastos campos cuya superficie está diversamente matizada. El agua parece abundante, pues se divisan grandes charcos en todas direcciones y hasta arroyos serpenteantes. Más de cerca, esa naturaleza se muestra tal como es, absolutamente muerta: esos campos y esa agua, están formados por eflorescencias de salitre y capas de arena gris y azul. Aquella árida llanura está cortada por un ancho barranco, en el fondo del cual están ocultos el valle y la aldea de Vítor. El arriero anunció que estábamos en el centro mismo del pueblo y corrió de puerta en puerta a pedir hospitalidad. Pero las gentes a quienes se despierta a media noche están de muy mal humor. Nos mandaron a paseo. Fui, pues, a refugiarme a un tambo y puedo asegurar que después de una marcha forzada de trece horas, se duerme perfectamente sobre una manta y bajo un techo de cañas. Los poetas árabes cantan los oasis del desierto con sus ramilletes de datileras que dan sombra a pozos de agua salobre. ¿Qué dirían de Vítor, encuadrados por gigantescas montañas de arena y que se extiende, verde y fresco, a lo largo de su lindo arroyuelo, desplegando sobre media legua de ancho sus campos de viñas, de olivos y de alfalfa? Al día siguiente de mi llegada a Vítor, empleé algunas horas en vagar por la campiña, como si en mi vida hubiese visto uvas y aceitunas. El recuerdo de las arenas de la víspera y la desagradable perspectiva de tener que seguir el mismo camino, me hacía retroceder ante la sola idea de montar en mi mula. Mas el arriero juraba y se quejaba. Fue preciso continuar nuestra ruta en pleno desierto. Ya se distinguía, sin embargo, el volcán de Arequipa, al pie del cual está edificada la ciudad que yo buscaba. Las mulas corrían para llegar a su caballeriza, todos teníamos buen ánimo, y recorrimos sin apearnos ese trecho de camino que duró catorce horas. Llegó la noche y no habíamos salido aún de esa interminable estepa. Unas luces a poca distancia y los ladridos de los perros nos anunciaron la vecindad de Arequipa y atravesamos los arrabales y el gran puente en medio de los torbellinos de polvo que levantaba el trote menudo de nuestras bestias. Me esperaba un compatriota en cuya casa encontré cómoda hospitalidad. Tenía en verdad gran necesidad de ella. 112

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Caravana de llamas seguida por sus conductores indios

Estaba impaciente por saber qué aspecto tendría la primera gran ciudad peruana que encontraba. En cuanto amaneció me instalé en el balcón de mi departamento. La calle estaba obstruida por una caravana de llamas seguida por sus conductores indios. Aparte del gusto por lo pintoresco, la llama es la más hermosa especie lanar que conozco, tienen el cuello graciosamente inclinado, sin ser jorobado como el del camello; lleva la cabeza erguida y echada hacia atrás; sus ojos son de una dulzura admirable, sus ancas son rectas, sus piernas delgadas y finas. La caravana llegaba de la sierra y traía carbón de palo. Cada llama iba cargada con dos pequeños sacos que pesaban juntos de sesenta a cien libras. La llama en ese país es de una gran utilidad. Pasa por donde las mulas no podrían pasar y come, mientras camina, las hierbas escasas y los tallos desecados de los arbustos que encuentra en el trayecto. Como tiene una bolsa en el estómago al igual que el camello, puede quedar varios días sin beber ni comer, privación a la que está expuesta cada vez que deja las montañas para ir a los desiertos arenosos de la costa. La llama es paciente, lenta y obstinada. Cuando se la carga más allá de la medida, se echa al suelo y a pesar de los golpes redoblados, no se levanta sino cuando el fardo le ha sitio quitado. Se dice en el país que la llama ha sido hecha para el indio y el indio para la llama. 113

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La caravana avanzaba lentamente, empujada por sus pacíficos conductores, dos indios con sus mujeres, las cuales llevaban a la espalda un niño envuelto en un poncho. Eran los primeros indios que contemplaba con mis ojos de europeo recién llegado y los rasgos que distinguen su raza de la nuestra me sorprendieron singularmente. Los indios son de talla pequeña, bien proporcionados, pero poco musculosos. Tienen la piel de un rojo oscuro; los cabellos negros, lacios y gruesos; la cabeza pequeña; la frente poco desarrollada; los pómulos salientes; los ojos negros, pequeños y abiertos horizontalmente; la nariz aquilina y el rostro ovalado y sin barba. Los hombres usan un gorro redondo y chato de paño azul, una camisa de algodón, un saco y un pantalón de grueso paño y sandalias de cuero atadas con correas en la parte baja de la pierna. Cuando hace frío, se cubren con su poncho, pieza de paño o algodón cortada en ambos lados hasta la cintura. Todo cuanto un indio puede llevar lo envuelve en el poncho, luego se lo quita y lo echa sobre la espalda con ambas extremidades anudadas sobre el pecho. Los rasgos de las mujeres indias se asemejan a los de los hombres; pero son menos angulosos y respiran una gran dulzura. Llevan los cabellos divididos en medio de la cabeza y caen sobre la espalda en dos gruesas trenzas. Una pieza cuadrada de género, en general de lana negra, cubre sus hombros y se junta sobre el pecho con un largo alfiler de cobre o de plata. Una chaqueta de mangas largas y estrechas abierta por delante, que unas cruzan y otras anudan, les ciñe la cintura; una falda de lana que cubre media docena de fustanes de lana o de algodón, les baja hasta el tobillo y medias de lana y sandalias completan su indumentaria. Las telas que se usan para estos vestidos se hilan y tejen en la familia de cada indio. El aire de todos, ya sean hombres o mujeres, es humilde y triste y cuando un blanco los mira, se descubren respetuosamente y saludan con un Ave María purísima taitita. Salí para seguir a los indios y su ganado hasta la plaza del mercado, vecina a la casa en que yo vivía. Descargaron los sacos de carbón, las llamas se echaron al suelo y los indios, en espera de los compradores, comenzaron a preparar su sobria comida, compuesta de maíz tostado y de un plato de chupe. Era un espectáculo divertido ese mercado de Arequipa. Los melones, las uvas, las aceitunas, las piñas, las naranjas, los albaricoques, los melocotones y todas las frutas de Europa y América estaban apilados sobre esteras extendidas bajo cada 114

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escaparate y protegidas del sol por ramadas de todos los colores. Las mujeres esperaban, silenciosas y en cuclillas, que vinieran a comprar sus mercaderías. Como el mercado de Arequipa era el lugar de cita de los habitantes de la campiña y de las aldeas circunvecinas, de los indios de la sierra y de la costa, los vestidos eran variados y pintorescos. Encontré allí, con gran asombro de mi parte, el pañuelo rojo doblado en cuatro sobre la cabeza y el corpiño cruzado por delante de las mujeres de la campiña de Roma y las faldas con gruesos pliegues alrededor de la cintura de las campesinas tirolesas. Vi en medio del mercado, a un comprador de una especie singular. Pasaba de un escaparate a otro y tomaba sin empacho las cebollas, las coles y los melones que encontraba conveniente; era simplemente un caballo sin montura ni cabestro, el caballo que cabalga el sacerdote cuando lleva el viático a los enfermos. Tal es el respeto religioso de aquellas pobres gentes por la iglesia y por todo cuanto se relaciona con ella, que el animal que lleva al sacerdote depositario de las santas vinajeras se ha convertido él mismo en objeto de veneración. Una mujer indígena no se atrevería a oponerse a que el caballo de Nuestro Amo, como llaman a Dios, viniera a consumir los frutos y legumbres de su escaparate. Arequipa es una ciudad pequeña y en ella se conocen muy pronto todas las noticias. La llegada de un caballero francés que viajaba por curiosidad y no vendía mercadería alguna, produjo cierta sensación y me vi colmado de atenciones. La costumbre del país es que los hombres vengan a hacer una primera visita al extranjero recién llegado y pongan su casa a su disposición. Las mujeres que llevan vida social envían a sus maridos, a sus hijos, a sus hermanos o a su mayordomo, si están solas, a dar la bienvenida y poner igualmente su casa a disposición de usted, frase consagrada. Recibí, pues, visitas directas o en nombre de otro de una parte de la sociedad del lugar, de españoles o extranjeros. Los comerciantes extranjeros no forman una sociedad aparte. Muchos de ellos, sobre todo los ingleses, están casados con mujeres del país. La tranquilidad exterior de las mujeres españolas y su disgusto por todo ejercicio violento que no sea el baile o la equitación, está de acuerdo con las costumbres caseras de los negociantes ingleses, muchos de los cuales acaban por establecerse para siempre en el Perú. Aunque el comercio extranjero es el alma de la población de Arequipa, la conducta prudente de los negociantes europeos en 115

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medio de las frecuentes perturbaciones del Perú, el crédito abierto por ellos a los comerciantes de la ciudad y de la provincia y sus costumbres honorables, bastan apenas para hacerles tolerar por las gentes del país. Un europeo puede casarse con una arequipeña, pero siempre es un extranjero. Es un extranjero bueno o malo, pero no se convierte por completo en hijo del país, en uno de los suyos. Los americanos-españoles tienen pocos productos indígenas que dar a cambio de las mercaderías de Europa y se ven forzados a pagarlas en dinero. Ese dinero una vez que está en la caja del negociante extranjero, infaliblemente se traslada a Europa. Por eso muchas veces se ha presentado peticiones a las cámaras peruanas, tendentes a expulsar del país a los comerciantes extranjeros a fin de impedir esa exportación de divisas monetarias y el mismo pedido se renueva en cada conmoción política. Los extranjeros no tienen derecho de practicar el comercio más que en los puertos de la costa. Si son tolerados en Arequipa es porque se considera esta ciudad como el depósito de Islay, su puerto marítimo. La provincia de Arequipa envía al interior del país vinos espirituosos y aguardientes muy estimados que se elaboran en los valles de la costa: Pisco, Moquegua, Vítor, etc. Para la exportación al extranjero proporciona plata en barras, oro en polvo y en lingotes, salitre, chinchona (que viene desde el fondo de Bolivia) y lanas. Las lanas provienen de la sierra y las proporcionan cuatro especies de animales: el carnero, la llama, la alpaca y la vicuña. La lana de carnero es de la calidad de las lanas corrientes en España, las de la llama y de la alpaca son más gruesas y más abundantes, la de la vicuña es sin exageración tan hermosa como la lana de cachemira. He visto muestras de una admirable finura. Me admira que no se haya tratado de aclimatar en Francia la vicuña y la llama. Los pastos y la temperatura de los Pirineos, de los Alpes y de las montañas de Auvernia, les convendría perfectamente. La llama se ha convertido en un animal doméstico. En cuanto a las vicuñas, en el tiempo de los Incas se las encerraba como a los carneros y he visto a dos que corrían por las calles y jugaban con los niños. Estos animales son de carácter tímido y muy dulce. Sería un gran regalo para nuestras manufacturas de paños importar vicuñas a Francia y nada sería más fácil. Se podría, sin dificultad, reunir en Arequipa un rebaño de cien vicuñas que se embarcarían en el mes de julio, que es el invierno en América y llegarían a Francia en los meses de octubre o noviembre. 116

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Calle “La Merced” en el siglo XIX.

Francia, además, descuida mucho sus relaciones con el Perú. Envía a Arequipa sedas, tules, tejidos de algodón, vinos y azúcares, pero casi todos estos objetos encuentran una temible competencia en las mercaderías similares de fabricación inglesa. No quería detenerme en Arequipa sin conocer a los hombres importantes de la localidad. Me presentaron a las autoridades civiles y militares que se asemejan a los funcionarios de todos los países que tienen una constitución. Esos señores hablaban mucho de la política americana. El Prefecto que acababa de ser ascendido de golpe a general por el Presidente Gamarra, repetía de buen grado que el mejor gobierno era el del sable. Sentía curiosidad por saber lo que se pensaba en París acerca del Presidente Gamarra. Me atreví a contestarle que en París no se conocía al Perú más que en forma de proverbio. Vi después al General Nieto, el jefe de la oposición militar constitucional y el mayor obstáculo a los proyectos que se atribuían al Presidente Gamarra, quien lo tenía alejado de Lima lo más que era posible. Simple soldado en un principio, era por su valentía que Nieto había llegado al grado de General de División y se citaba con elogio su lealtad y la firmeza de su carácter. Si la guerra civil 117

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empezaba de nuevo, se decía que el general Nieto estaba llamado a representar un gran papel. Conversé mucho con los funcionarios peruanos sobre el estado del país y sobre la revolución que le había permitido constituirse. En general respondían: La revolución contra España no fue hecha por el pueblo y para el pueblo, pues los indios que forman el pueblo de nuestras provincias han quedado bajo el régimen de la República tal como estaban bajo el régimen monárquico: gente sujeta a tributo y a trabajo obligatorio. El viejo sistema de gobierno estaba manchado con numerosos abusos; pero españoles, americanos y mestizos, todos se aprovechaban de él. En todo tiempo hubo un odio violento y declarado entre los españoles llegados de España y los españoles nacidos en el país. Los virreyes estaban obligados sin cesar a interponer su autoridad entre ambos partidos que a veces se iban a las manos. Fue este odio de los criollos, justificado o por lo menos explicado por la conducta de los españoles venidos de Europa y por los cargos públicos y favores con que se les colmaba con exclusión de los hijos del país, que estalló en cuanto encontró una ocasión propicia. Fueron los criollos quienes tomaron las armas contra los españoles y no los republicanos contra el Rey de España. Los propietarios españoles y los empleados del gobierno estuvieron tranquilos durante la lucha, favoreciendo en secreto al partido del rey. En el país, no se tenía idea alguna republicana, pero como se necesitaban palabras para atraer a los mestizos y a los cholos, se habló a nombre de la república, lo cual tenía para sí el encanto de lo desconocido. A los pequeños empleados se les prometió grandes cargos; a los mestizos y a los cholos, cargos y dinero. Cuanto a los indios nada se les dijo ni prometió. Los dos partidos les obligaron por igual a enrolarse en sus filas y los indios se batieron como si hubiesen tenido una causa que defender. Luego vino la victoria y con ella la hora de cumplir las promesas hechas en el momento del peligro. Era cosa imposible y los descontentos fueron innumerables. El sistema monárquico constitucional era el único que tenía posibilidades de perdurar si hubiese podido servir de estandarte. ¿Pero qué príncipe de Europa habría querido venir a reinar en estos países en discordia? Bolívar lo sabía bien y sin pretender hacerse rey, quería gobernar a todos, pues comprendía que solo una mano firme podría restablecer el orden y las leyes. Escuché el mismo lenguaje entre todas las gentes más considerables del país; pero nadie tenía algo que proponer para salir de esta situación. 118

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En una docena de casas en que fui presentado, los hombres me recibieron con urbanidad y reserva, las mujeres con una amabilidad perfecta. No sé cómo han adivinado las peruanas las maneras de la buena sociedad. El hecho es que ellas tienen la compostura y la gracia de las mujeres educadas en los salones de nuestras capitales. Nada extraordinario en su vestido: trajes de telas ligeras cortadas a la última moda de París; flores naturales en sus cabellos que son negros y brillantes; la mano blanca y cuidada; el pie pequeño y bien calzado con zapatos de raso; la carne morena, pero de buen color y los ojos negros. No son personas notablemente bellas, pero sí muy agradables. La conversación en general giraba en torno de París, el París del Journal des Modes, de la música y de la toilette. Les dije de las modas lo poco que sabía. Sin embargo, la sencillez de las interrogaciones que atestiguaban la inmensa distancia que me separaba de ese París siempre querido, me hicieron echarlo de menos y me puse a charlar sobre él con tal animación que más de una de aquellas señoras habría partido al instante para ir y ver las maravillas de París, si no hubiese mediado entre Arequipa y Europa cuatro mil leguas de plena mar. Esas señoras no podían entender que se dejara, sin verse obligado a ello, esa maravillosa morada para viajar por comarcas en las que no hay ópera, ni música, ni hoteles, ni coches, ni caminos. Para no aparecer en culpa, habría sido preciso hacerles una larga disertación sobre el cansancio que producen las cosas buenas frecuentadas indefinidamente, y sobre la desgraciada pasión del movimiento que hace que el hombre poseído por ella se parezca a una rueda sobre una pendiente. Pero hubiera sido largo y aburrido, y aquí como en París las mujeres tienen horror al aburrimiento. Encontré en una de las buenas casas de la ciudad a una joven señora medio francesa, medio española, que tenía que reclamar no se qué de una familia de la ciudad de la que era pariente1. Su vivacidad parisiense contrastaba singularmente con la tranquilidad aparente de las otras damas que la rodeaban, quienes parecían comprender mejor el espíritu del corazón que el del cerebro. En cuanto a los hombres, los más jóvenes no se quedan atrás del movimiento intelectual de nuestro siglo. Estudian leyes y se ocupan 1 Se refiere a Flora Tristán, quien presenta al Visconde de Sartiges como un hombre de aspecto excesivamente delicado, muy dado a cortejar a las mujeres. (Ver en nuestra colección: Pereginaciones de una paria, pág. 180).

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algo de literatura. Tienen el buen espíritu de preferir los antiguos autores españoles, Cervantes, Vallejo, Quevedo, Jovellanos, a los escritores de Europa. En materia de literatura francesa están todavía en Voltaire y en la literatura escéptica del siglo XVIII. Los hombres de más edad, cuya educación se hizo en los tiempos del Virreynato, juegan mucho, fuman aún más y se dedican al comercio cuando tienen tiempo para ello. Un tema de conversación que reaparece sin cesar es el del volcán que domina la ciudad. Si no hace erupción, por desgracia no ha dejado de estar en actividad y como el orificio del cráter no ofrece ya salida al esfuerzo subterráneo de la lava, cuando llega el día de la explosión, la tierra tiembla y se agrieta irregularmente. Las casas que se encuentran sobre las líneas fatales son absorbidas o derribadas. En la época de mi estada en Arequipa, el recuerdo de un reciente desastre causado por el terrible volcán entristecía aún a la población. Las casas de Arequipa están todas construidas según el mismo modelo: un gran pórtico que da a la calle; un patio pequeño pavimentado con guijarros de diferentes colores, rodeado en sus cuatro lados por una maciza construcción; en el fondo del patio, frente al pórtico, la sala de recibo y detrás, en un pequeño jardín sembrado de flores por las que las arequipeñas sienten una verdadera pasión. El mobiliario, por lo general muy sencillo, parece extraordinariamente rico si se considera que la mayoría de los muebles vienen de Europa y que de Islay a Arequipa hay treinta leguas de desierto. En cada salón se encuentra un piano pero pocas personas saben tocar otra cosa que no sean valses y contradanzas. Se tiene la sencillez de convenir en que la educación de Europa es infinitamente superior a la educación peruana y las madres de familia, cuando pueden, ponen a sus hijos, sean hombres o mujeres, profesores de idiomas, de dibujo y de música. Me acordaré siempre de un baile dado en gran parte en honor mío. La dueña de casa, después de haberme presentado a muchas jóvenes señoras sentadas en sillones colocados en semicírculos a ambos lados del canapé de honor, fue a recibir a sus relacionados dejándome que saliera de apuros lo mejor posible con ayuda de cincuenta palabras españolas que formaban todo mi repertorio. Las señoras se divertían mucho del atrevimiento con que combinaba mis cincuenta palabras. Había allí algunos conocidos míos que sabían el francés, pero mis nuevos amigos me dejaban con cierto placer chapurrear el español 120

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y en vez de venir en mi ayuda, se reunieron al grupo de los otros hombres que, silenciosos, rígidos y sin sombrero, esperaban en el otro extremo del salón que llegara el momento de bailar. Estaba ya en el límite de mis combinaciones de palabras, entonces me levanté y me fui a perder entre la masa de vestidos negros y de corbatas blancas. Allí, nuevas presentaciones y apretones de manos a la inglesa. Mis nuevos conocidos quisieron saber lo que pensaba de los vestidos de los hombres, de la toilette de las mujeres y más o menos la diferencia que se podía encontrar entre esta recepción y una recepción dada en

Zamacueca. Dibujo de Rugendas

Europa. Naturalmente dije que todo estaba muy bien y en realidad todo estaba regularmente bien. Una vez que llegaron los invitados, la dueña de casa fue a buscar a una señora a la que llevó al piano. La dama cantó Di tanti palpiti. Ciertamente lo había oído yo cantar peor en otras partes. En cuanto terminó los hombres invadieron el círculo de las mujeres. Cada cual eligió a su pareja y se comenzó una contradanza española. Es un baile muy gracioso en el cual se conversa poco, pero los bailarines se cogen muy a menudo de la cintura. Los hombres se ponen en un lado, las mujeres en el otro, de frente a su compañero. En seguida, con un movimiento de vals muy lento, las primeras parejas hacen figuras que se parecen a las del cotillón y van luego a alinearse en la otra extremidad de la doble línea, siempre en el mismo orden. Las 121

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dos parejas siguientes los imitan y de este modo las demás parejas, hasta que todos hayan bailado. Después de hacer media docena de nuevas figuras, que dura media hora, las mujeres van a ocupar su puesto en el semicírculo y los hombres a su primer sitio en el otro extremo del salón. Conozco a muchas personas en París que, siendo por primera vez espectadoras de una danza española, podrían difícilmente contener una sonrisa ante ese lujo de movimientos de los brazos y de las piernas. Estarían en un error, pues es la imitación pretenciosa y torpe lo que constituye el ridículo y no hay que buscarlo donde existe la naturalidad. Confieso, sin embargo, que hubo un momento en que me costó trabajo guardar seriedad. Por lo demás, mi castigo estaba a la mano, pues comenzó el vals y quise valsar a la alemana, como se baila en todas partes en Europa. Mi compañera, después de tres o cuatro saltos fuera de compás, declaró sin aliento que jamás había oído hablar de un movimiento de vals tan violento y que le era completamente imposible seguirme. A propósito de esto me hicieron muchas preguntas sobre el vals en Europa y me rogaron valsar como en París. Una señora más valerosa que las demás se decidió a servirme de pareja y empezamos. No habíamos recorrido la mitad del salón cuando mi compañera se detuvo de improviso y se sentó en un sillón riendo a carcajadas. Los espectadores hicieron coro y yo con ellos de buena gana. Su vals es muy lento, con muchos contoneos y está enriquecido con toda clase de movimientos de los brazos y de los hombros. A las diez se pasó al comedor, en donde sobre una mesa elegantemente servida, había café, licores, bizcochos y golosinas de toda especie. Entonces comenzaron las atenciones y las galanterías a la usanza del país. Se ofrece a una señora un bizcocho o un confite del que ella divide un pedazo con el oferente o bien un vaso de licor en el cual ha mojado los labios. Durante una hora es un vaivén interminable de confites y licores. Los hombres hacen brindis que hay que corresponder y se sale de este té, infinitamente más alegre de lo que estaba uno al principio del sarao. Ya no hay círculos de sillas, ni grupos de hombres y cada uno se sienta cerca de quien le conviene. Las danzas son entonces no más rápidas, pero sí más animadas. A las doce de la noche llega un diluvio de champagne y de bizcochos que los hombres se apresuran a ofrecer a las damas. Rechazar sería una descortesía que la mujer más a la moda no se atrevería a cometer. 122

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Hasta he visto, al fin de la tertulia, a un señor de una calurosa amabilidad presentar su tabaquera a una señora y la dama agradecerle, tomar con sus lindos dedos rosados una pulgarada de ese desagradable tabaco y echarlo en cuanto el señor se había volteado para pasear por otro lado su tabaquera y su champagne. Resulta de esta costumbre que, por poco que una mujer siga la moda, está obligada a atiborrarse de bizcochos, helados y licores. Puede decirse que no puede más y pedir gracia, mas a pesar de ello los galanes inoportunos la obligarán a saborear el vino o las golosinas que le presentan. Las cuadrillas, importación muy reciente, se ensayan siempre que se encuentra a alguno capaz de dirigirlas. Bailamos una, no sé con qué música. Era casi nueva y, por consiguiente, muy gustada. El minuet está a la moda y se admiraron que yo no lo supiera bailar. Me vi obligado a jurar que jamás lo había visto a no ser en la Opera o en algún ballet de fantasía. Siguieron los bailes de Arequipa: el londou, el fandango, el mismis, etc. encantadores boleros con acompañamiento de castañuelas, principalmente el londou. ¡Qué lástima que por nuestra fría y monótona cuadrilla los peruanos abandonen poco a poco sus lindos bailes nacionales! En una pieza vecina se hallaba cierto número de mujeres más que sencillamente vestidas y con la cabeza cubierta por un chal. Creí que serían las sirvientas de la casa o de las casas vecinas; pero me dijeron que eran las madres de las bailarinas y otras señoras enfermas o perezosas que querían ver el baile y no preocuparse por el vestido. Es un uso generalmente aceptado en la América Española y en un baile hay a menudo tantas tapadas (es el nombre de las señoras que conservan el incógnito) como bailarinas. Otra costumbre más extraordinaria, pero igualmente aceptada en todas partes, es la de dejar abiertas las puertas de la casa en donde se da tertulias. Está permitido a cualquier blanco que pasa acercarse al salón de baile. Los que llegan al fin empujan a los primeros y acaban generalmente por invadir, a la derecha e izquierda de la puerta, una gran parte de la habitación. En tiempo de los virreyes, todo español, a título de blanco y de hidalgo, se creía igual al más rico negociante y al más poderoso señor del país. Es de este principio, admitido por la opinión pública, que ha provenido la costumbre a que me refiero y una infinidad de otras de un gran abandono. Una vez terminado el baile, todos regresan a pie. Los profundos arroyos que atraviesan las calles no permiten el uso de coches en 123

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la ciudad. Las distancias son cortas, las calles limpias y el tiempo siempre seco. Tampoco se emplean las sillas de manos. Para salir de la ciudad y para viajar, las mujeres montan a caballo a horcajadas como los hombres. Los jardines y la campiña de Arequipa gozan de una reputación debida, según mi opinión, al contraste que forma con ellos la extensión de arena que los rodea. Por cualquier lado que se sale de la ciudad, se encuentra enseguida la arena y es en medio de un polvo que ahoga que va uno a esos jardines encantados. Son sencillamente sembradíos de viñas y de olivos vivificados por el río Chili, especie de torrente que atraviesa los arrabales de Arequipa, o por algunos arroyos pequeños cuyas aguas se compran a alto precio y van a perderse más lejos en el desierto. Pero la temperatura es encantadora, el aire seco y puro y se pasa con delicia algunas horas paseando, comiendo y bailando, si se desea. Hay algunas pulperías en los sitios en donde el arroyo es más caudaloso o la sombra más densa. Como en las tabernas de los arrabales de nuestras grandes ciudades, los paseantes se colocan al fresco y todos los que no pertenecen a la muy alta sociedad consumen jarros de chicha, como estímulo para comer ají rojo y de nuevo comen ají para beber chicha. La chicha es una bebida hecha de maíz fermentado que a los habitantes del Perú, blancos, rojos y negros les gusta muchísimo. Una vez habituados al gusto acidulado de la chicha, los europeos la encuentran agradable y la toman con gusto si viajan por el interior del país, pues es la única bebida que se encuentra por doquiera y en todo tiempo en la sierra. Tomada en grandes cantidades, la chicha produce una embriaguez bestial, como la causada por la cerveza. Se va a buscar también, por los alrededores de la ciudad, baños de agua fría que dicen ser muy buenos para la salud. La utilidad de esos baños está puesta en duda por muchas gentes que observan que, como Arequipa está a cinco mil pies sobre el nivel del mar, la temperatura no es absolutamente debilitante y los baños de aguas termales o simplemente de agua caliente serían mejores. Mas la gran mayoría no quiere convenir en ello, porque esos baños son, durante los meses de calor (noviembre, diciembre, enero y febrero), lugares de reunión muy divertidos, en los cuales, con pretexto de salud, la gente distinguida de la ciudad viene en pos de diversiones. He dicho toda la gente distinguida y estoy en un error, no porque la buena sociedad no esté contenta aquí como en otras partes y trate de formar 124

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círculos, sino porque estos baños son establecimientos creados por el gobierno o la municipalidad y por consiguiente son públicos. Quiero decir simplemente que, entre los diferentes baños, hay siempre uno más elegante y más concurrido que los otros. Por lo demás no es más que un vasto reservorio enlosado con tres o cuatro pies de agua. Para vestirse y desvestirse están obligados a levantar tiendas o chozas de ramas, en los bordes. Estos obstáculos y los episodios cómicos a que dan lugar no disminuyen en manera alguna el gusto de los arequipeños por los baños al aire libre. Los principales edificios de Arequipa son los conventos y las iglesias cuya arquitectura es igualmente pesada y bastarda. Es una triste necesidad para un arquitecto hacer entrar dentro de los planos de un edificio público los cálculos para un temblor. El orden a que pertenecen las construcciones de este país ha tenido su origen en la influencia de ese terror. Se le podría llamar el orden de los temblores. Las iglesias son, como los conventos y las casas de los particulares, abovedadas y con arcos macizos; las pilastras están reforzadas y las paredes son gruesas como nuestros viejos muros feudales. Encima de cada altar se levanta un trofeo de columnas del trabajo más pesado y más retorcido, todo entremezclado con santos de madera o de piedra, inevitablemente dorados. En ninguna parte se ha ido tan lejos en la manía de los dorados. El vestido de San Lucas está bordado en oro; San Mateo con su barba en punta, su sombrero sobre la oreja y su jubón de terciopelo rojo, está igualmente cubierto de estrellas de oro de arriba abajo. En la iglesia de los jesuitas se ve una Adoración de los Magos en la cual el pesebre, el asno y la paja son igualmente dorados. Muchos cuadros representan alegorías: los vicios personificados o bien animalizados devoran el corazón de un galante caballero vestido a la francesa; la Ira, la Blasfemia y la Impiedad, monstruos de dimensiones colosales, se lanzan sobre la boca de otro caballero; la Lujuria juega sobre el seno de una cortesana echada sobre la Pereza; la Voluptuosidad está representada por la figura de una culebra y el nombre está abajo: Voluptas. En medio de aquella exposición esperaba encontrar algunos cuadros de la escuela española; mas no vi sino imágenes pintadas cuya principal fábrica se hallaba antiguamente en la ciudad del Cuzco. En tiempos de la revolución, el gobierno republicano se apoderó de los bienes de los conventos y convirtió los edificios en cuarteles. Hoy las cosas se hallan todavía en el mismo estado. Se paga a cada 125

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monje una pensión de 15 pesos al mes y la mayoría de ellos no vive ya en congregaciones. Los conventos de mujeres no han sido suprimidos. Esos establecimientos forman parte de las costumbres de los españoles ya sean monárquicos o republicanos. Al cambiar la forma de gobierno no se han modificado las leyes españolas. Los mayorazgos se han conservado y las hijas de familias nobles que a menudo no encuentran con quien casarse por falta de dote, entran en el convento. Es en general contra su voluntad y a veces resultan de ello fugas y escándalos. Pasé un día bajo un balcón de Arequipa en donde una media docena de mujeres, negligentemente sentadas, se dejaban ver de los transeúntes so pretexto de mirarlos a ellos. Mi compañero me dijo: –¿Se fija usted en la persona sentada en aquel rincón? ¿Qué le parece? –Más bien que mal, tiene el aire de ser muy buena persona. –¡Ah! ¿le parece? Es doña Mercedes, la religiosa quemada. –¿Qué religiosa? –¡Cómo! ¿no sabe usted? –¡Dios mío, no! –Es una curiosa historia y voy a referírsela: Doña Mercedes pertenecía a una familia noble de Arequipa. En momentos de tomar el velo y en la visita de despedida que hizo como novicia, fue fácil ver que su vocación era ficticia, pues no respondía sino con llantos a las felicitaciones triviales de sus amigas por la santa profesión que iba a abrazar. El padre de doña Mercedes era un viejo hidalgo que había decidido que la fortuna de la familia pasara íntegra a su hijo y que su hija entrara al convento. Un amor contrariado, decían, había hecho a doña Mercedes más dócil ante la voluntad de su padre. Pero vivas lamentaciones sucedieron muy pronto a esas primeras resoluciones. Ya era tarde. Como mujer de carácter, se resignó. La resignación fue tan completa, que la nueva religiosa mereció por su conducta ejemplar el cargo de portera del convento. Una noche, el fuego se declaró en la celda de la portera. Se apagó con facilidad; mas cuando entraron donde la monja, encontraron su cuerpo consumido a medias por las llamas. Se efectuaron las exequias, la familia recibió el pésame por la muerte de la santa joven y se comenzaba a olvidar el doloroso acontecimiento, cuando una sirvienta del convento creyó 126

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reconocer a doña Mercedes en persona en la ventana de una casa de la ciudad. Se hicieron averiguaciones. En realidad era ella. Parece que se había puesto en relación con un médico español que entraba en el convento y él le había conseguido en el hospital un cadáver que ella untó con espíritu de vino y le prendió fuego. El médico debía casarse con ella y conducirla a otro lugar. Una vez resucitada la monja, el pobre doctor se asustó ante las consecuencias de la aventura. Temió la venganza de la familia y las persecuciones del clero. Le faltó el valor y fue a revelar la cosa al obispo de Arequipa. El obispo quiso hacer entrar a la joven en el convento; la ex-monja resistió. Se retiró a casa de una de sus amigas en donde recibe las visitas de toda la ciudad y ha declarado que si la obligan a entrar de nuevo en el convento se matará esta vez. Terminada la historia, como no estábamos todavía más que a algunos pasos del balcón de doña Mercedes, me puse a mirar a la antigua monja con más atención y encontré que tenía hermosos e insolentes ojos negros con una frente de una audacia maravillosa. Aunque muy debilitada, la influencia del clero es aún considerable y lucha vigorosamente para ganar lo que ha perdido en crédito y en bienes. Reclama, como cosa que le incumbiera en todo tiempo, la educación de la juventud. El gobierno del Perú ha fundado un colegio nacional bajo la dirección de profesores franceses, otorgándole como local un convento de la ciudad con una renta de 10,000 pesos (50,000 francos) tomada de los bienes del mencionado convento. La instrucción es gratuita para los externos que son en número de doscientos. Los internos, que son treinta en la actualidad, pagan más o menos 700 fr. de pensión anual. Los maestros encargados de la educación de esos niños encuentran en ellos disposiciones, pero un gran fondo e indolencia. En cuanto crecen, nada puede hacerse con ellos. Son hombres demasiado pronto. El obispo y el clero repiten en coro que el nuevo colegio está dirigido por gentes educadas en París, por lo tanto ateas e inmorales y que sólo su pequeño seminario puede dar a la juventud de Arequipa una educación religiosa y moral. El colegio se defiende lo mejor que puede de esas acusaciones y la educación de la juventud se ha convertido de este modo, en el Perú, así como en Francia, en un campo de batalla para los partidos políticos. Una mañana y casi en vísperas del día en que debía dejar Arequipa, las campanas empezaron a repicar. A las diez hubo una gran procesión. Vi salir la imagen de la Virgen precedida de doce indios grotescamente 127

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vestidos y que saltaban como osos, sin gracia ni compás. Coros de niños, coro de religiosos de San Francisco, coro de indios hombres y mujeres, de blancos, de negros, todos cantaban en tono diferente, acompañados por un buen número de violines, de grandes cajones, de arpas y de guitarras. Nada faltaba a la fiesta. Los espectadores estaban de rodillas. Cohetes y petardos estallaban por todos lados. Creí primero que esa bulliciosa procesión tenía lugar en honor de la batalla de Ayacucho; pero parece que el clero no tiene entusiasmo alguno por el estado de cosas que aquella batalla hizo nacer y celebra aquel aniversario lo peor que puede. Los regocijos eran en honor de la fiesta religiosa del día. Al día siguiente, debía haber misa con Te Deum, revista de tropas y gran banquete a los funcionarios públicos, todo por orden del Prefecto. Pero como estaba ya harto de las fiestas oficiales, resolví escapar de esta y emprender sin más demora un viaje que era preciso realizar de todos modos antes de la estación de las lluvias. Quería conocer con todas sus peculiaridades las costumbres de esas repúblicas españolas que la mayoría de los viajeros sólo observa en las ciudades de la costa. Franquear las cordilleras, visitar primero Puno y las minas, después La Paz y la República Boliviana, y dirigirme luego a Lima, atravesando el Cuzco. Tal era el plan trazado de antemano para un largo viaje que debía mostrarme una vasta región de América del Sur en todos sus aspectos: sus distritos mineros y sus centros políticos, su vieja civilización y sus costumbres modernas. Para ir de Arequipa a Puno, encontré un compañero de ruta muy complaciente, un negociante inglés propietario de la mina de plata del Manto, de la que prometió hacerme los honores. Dejé, pues, Arequipa con M. B. llevando el más grato recuerdo de esa linda ciudad y sus habitantes.

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Juan Espinosa Militar uruguayo, 1804-1871. Tomó parte en la expedición libertadora de San Martín y se halló en la batalla de Ayacucho. Se estableció en el Perú y llegó a ocupar funciones militares y políticas elevadas. Amigo y ferviente admirador del pintor alemán Juan Mauricio Rugendas, le dirigió numerosas cartas desde diferentes lugares. A instancias de Espinoza, Rugendas visitó Arequipa en 1844, dejando algunos dibujos con sus impresiones.

cartas desde arequipa

P

ensando en voz, y deseando seros útil de algún modo, ando buscando objetos que puedan interesaros. La plaza de Arequipa es inagotable en observaciones para el viajero. Se reúnen tantos accidentes que cada día admiro más la originalidad de este pueblo. Sin disputa es más abundante la plaza de Arequipa que la de Santiago de Chile, en cuanto a la cantidad de comestibles y a la variedad de objetos. A más de las frutas que os indiqué en mi anterior carta, hay plátanos, chirimoyas y otras que ahora no tengo presente. Después un frente de la plaza está ocupado de manufacturas tejidas en el país, cordellate, tocuyo, jerga, bayetas del país y otros muchos tejidos. Aquí se reúnen de muchos puntos de la sierra, los habitantes con las manufacturas que allá trabajan, distinguiéndose, por la variedad de su traje, los de cada provincia; de suerte que en un solo pueblo, se observan las costumbres de muchos. Hasta en las tiendas de los mercaderes hay su originalidad. Desde que se traen los efectos a las tiendas se desenvuelven las piezas y se ostentan al que pasa con toda profusión. Pañuelos, bayetas, quimones todo está a la vista y como descuidadamente tirado. En el suelo, en medio de la plaza, se ve por aquí veinte cabos de bayeta en batalla, formando con la variedad de colores una agradable vista, por allá rollos de tocuyo, jerga, cordellate, etc., más acá algodón, lana y otras cosas en montones.

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Sabéis que en los pueblos pequeños se confunden los oficios en un solo individuo a causa de que con un solo oficio no habría quien pudiera sostenerse por falta de ocupación, por ejemplo ¿qué haría un relojero en un pueblo donde no hubiera más relojes que el del Cura, el del gobernador o alcalde y el del vecino más pudiente? Morirse de hambre sin duda. Así sucede que el barbero es sangrador, cirujano, sacamuelas, y a veces el hombre de más consecuencia por su profunda política y la erudición que ha adquirido viendo los cuadros que tiene en su tienda; a cada uno de los cuales ha trazado una historia de su cabeza, que la refiere a todos y de diez hay 9 que se la creen. Napoleón, pasando los Alpes, es Bolívar que en su caballo blanco derrota a los españoles en Ayacucho, y los nombres que están abajo de Aníbal, Carlo-Magno, etc. o son los de los generales que derrotó, o de los que lo seguían, o las batallas que ganó, u otro disparate cualquiera. Todo esto sucede en los pueblecitos, ¿pero quién os dijera que en Arequipa, ciudad de entre 1º y 2º orden (los paños se distinguen entre nosotros por de 1ª, de 2ª, entre 1ª y 2ª y ordinarios) en la América del Sur, había de suceder lo mismo? Aquí tenéis, mi querido Rugendas, un relojero que hace de alambre muy malas jaulas, y peores trampas de cazar ratones, y por supuesto es carpintero, y su poco de hojalatero. El cómo compone los relojes, juzgadlo vos, por lo que os digo, que yo he querido hacer la prueba, dándole mi reloj a componer. Hay otro que es carpintero y compone relojes, cajitas de música, echa a perder pianos y graba sellos, da charol a las latas, es tornero o torneador, encuaderna libros, hace tarjetas, dora y retoca cuadros de pintura al óleo. Es hombre muy curioso, lo buscan para todo y vive siempre pobre. Tiene un caudal en herramientas de todos los oficios, y andan tras de él para meterlo en la cárcel, porque no paga el alquiler de su habitación hace cuatro meses. Podré haceros su retrato que es el siguiente: cara enjuta, sucia y barba de dos semanas; frente despejada, pelo desaliñado y repartido al acaso en mechones, corbata que deja traslucir que fue blanca, con una gruesa almohadilla dentro, el cuello de la camisa retirado atrás del cogote, como si tuviera vergüenza de mostrarse tan sucio; chaleco chorreado y falto de botones, pero sobrado de rasgones; fraque (eso sí fraque) gemelo del chaleco, y que habiéndose marchitado, o ajado el alma, cae el cuello y delanteras como la cabeza y patas de un gato ahorcado; pantalón contemporáneo de los anteriores aun que 130

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parece de más edad, zapatos muy rozados aunque no enteramente rotos, pero sin cinta en las orejas; estatura mediana, y cierto aire de suficiencia en el sujeto; ved aquí mi artesano comodín. Escuchad ahora esta anécdota. “Vi unas llamas en la calle y se me ocurrió haceros notar lo particular de su color rojo sobre blanco, y traté de pillar uno de estos animalitos para arrancarle un mechón, pero no pude; entonces rogué al indio que las arreaba, que me arrancara un mechoncito de lana, el cual indio, todo lleno de desconfianza, no quería hacerlo, diciéndome “¿y pará qué, pues?” con un acento que les es propio. “Lo necesito, para remedio”, le dije, y le insté. A fuerza de fuerzas, consintió en pillar una llama y le arrancó un mechón, que por lo sucio no lo quise y le indiqué que de tal parte quería; entonces, como si le pidiera una pierna del animal, empezó a resistirse diciéndome: “¡Oh, no pues! ¿para qué pues?” Mas yo, viendo que no le hacía ningún daño, tiré el mechón que os mando, y el cuitado indio se quedó pronunciando un “¡Oh...!” prolongado y mirándome como a quien le había robado la bolsa.

Llamas. J.M. Rugendas

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Para acabar de llenar este pliego, os trazaré dos vestidos que he visto y apuntado entre otros muchos. Un sargento mayor vestido en día de fiesta: Sombrero de paisano color café muy claro de felpa de seda muy lustrosa. Frac –verde esmeralda– chaleco colorado con botones de metal dorado. Corbata con flores color de ante en fondo blanco. Pantalón mezclilla o gris celeste con franja colorada al costado y un bordado de trencillo negro por delante, charratera al hombro izquierdo, capona al derecho. Cuerpo alto y enjuto, rostro acartonado, mucho bigote. Vestido de un paisano: Sombrero de ala ancha forrado en hule verde. Levita azul claro con pieles de marta en cuello, botamanga y faltriqueras, forro de seda blanco, –chaleco de solapa color café– pantalón de paño plomo claro, con refuerzos de paño azul en la parte de adentro, en las rodillas, y abajo como botas, así corbata celeste. De suerte que en punto a trajes, aquí tenéis de lo más raro y bonito que darse pueda; a imitación de los loros, urracas, papagallos, y todo pájaro vistoso. LA CIUDAD Arequipa está situada a la falda del Misti, volcán apagado hace doce años lo menos, pues ahora catorce lo vi humear. La ciudad está en el centro de un valle que tendrá a lo más seis leguas de largo y poco menos de ancho. Aunque la población no esté en el hoyo, sin embargo se ve elevarse la campiña por algunos lados en forma de anfiteatro, y como está muy bien cultivada hace una vista de las más pintorescas, con sus lindas casas blancas como la nieve, en medio de lo verde o amarillo de las sementeras. El terreno todo es tan quebrado, que va uno andando continuamente teniendo a un lado un terreno sembrado más alto que su cabeza y al otro lado otro más bajo que el suelo que pisa. A pesar de esto no faltan sembrados en terreno plano, que se extienden a muchas cuadras. Son infinitos los pueblecitos que rodean a Arequipa en medio de su vistosa campiña, a más de innumerables casas aisladas en las diferentes propiedades particulares. 132

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Estampa de Arequipa a mediados del siglo XIX. Acuarela de J. Pendergast (1855)

La población de Arequipa se mantiene del producto de su valle, pero las frutas se traen de las quebradas de Vítor, Siguas, Majes y otras; estas frutas son la uva, guayaba, plátano, naranja, etc. La carne viene de la sierra y de la costa en su mayor parte, aunque no falta de los alrededores del ganado que se cría en las chacras: el carnero es bastante bueno, pero la vaca es seca y de poco gusto. El pan es muy gustoso y sano; el vino, principalmente de Majes y Moquegua es exquisito y abundante; una gallina vale 4 reales, una perdiz 2, pero estas son muy hermosas y de un plumaje lindísimo. La arroba de carne vale 12 reales, la fanega de trigo 5 pesos; la arroba de vino de 25 libras de 2 a 3 pesetas, término medio, un carnero gordo 3 ps., la fanega de papas de dos a 3 pesos. Basten estos datos para formar idea de lo barato o caro de esta plaza. Ella es abundantísima en todo, siendo sus frutos muy variados, aunque no de muy buen sabor y venir generalmente maltratados, por venir de afuera. Los habitantes se ocupan del comercio, artes y agricultura como en todas partes; siendo sólo de notar que no hay haraganes sin oficio como en otros países. La plebe se ocupa de toda clase de oficio, y así como hay hilanderas y costureras en otras partes aquí hay chicheras, que hacen la jora o chicha de maíz, la que venden siempre con un 133

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agregado de ají y unas papas, o pedacitos de carne, pescado u otra cosa, que a esto llaman causa, y es el excitante para beber. Los oficios están bastante adelantados, aunque los materiales no sean siempre muy buenos; por ejemplo la suela es muy mal curtida. Las familias acomodadas tienen, a más de algunas chacras en la campiña de Arequipa, sus haciendas de viña, generalmente, en Vítor, Siguas y Majes, y en arriendo a veces en la sierra, por Lampa, Puno, el Collao, etc. Estos son sus recursos. Mandan a la sierra aguardientes y traen ganados o plata. Las chacras en la campiña de Arequipa, están medidas por topos, que cada uno tiene 5000 varas cuadradas (media cuadra de Chile) y se venden de 800 a mil pesos el topo, arrendándose al año, por 40 ó 50 ps. (el doble que en Chile a las inmediaciones de Santiago). En general, este país es pobre, pues en él se come casi todo lo que se gana, y no se engorda. Hay aseo y decencia en algunas casas; lujo en media docena, y regular comodidad en las más. Las señoras se visten o con mucho lujo cuando hay gran reunión, o muy llanamente en días de trabajo. A misa van con el traje de dentro de casa, casi nunca con basquiña. Es muy raro que asistan a las iglesias por funciones cívicas, como sucede en Santiago, pero concurren a las de Semana Santa y otras, casi siempre en trajes de color. El trato de las gentes es demasiado cariñoso, hasta dar en cara. Mi Juanita o Juanitay, mi Petitay, mi Santitoslay, son sus modos de nombrar a las personas; y cuando hablan de ellas con formalidad, no dejan de decir mi Pepa, mi Juanito, etc. Se lo meten a uno en el corazón y llegan a fastidiarlo con agasajos y cariños. Esto no quita que luego traten de averiguar su vida y milagros; y aunque uno no quiera, le cuentan la historia de una fulana que tuvo un hijo del cura tal, otro del canónigo cual, otro de un abogado, y haciendo que cada hijo tenga un padre diferente. Costumbre de aldea, amigo Rugendas. Es tal la manía de poner sobrenombres, que sin andar con mucha precaución no puede uno dejar de caer en el equívoco ofensivo; pues nadie conoce a las personas por sus verdaderos nombres, y oye V. nombrar La Guaisquirisco, las señoras Pellejas, el señor Pisquiro, las Leonas, los Carosos sin que haya quien le dé noticia por otro apellido. Esto se estila en todas partes con la gente del bronce; como la bala de fuego en Santiago, la Sara la suerte y la perjuicio en Lima etc., pero aquí se ponen un nombre al hijo del Sol y se lo pegan también como parche en ojo tuerto. Los Carosos por ejemplo, son unos comerciantes de los de mejor crédito en Arequipa; el señor Pisquiro es un propietario rico; 134

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Niños indígenas. J.M. Rugendas. “Hay cien niños para un trompo: y en eso consiste precisamente la falta de bondad de los gobiernos del Perú” dice Juan Espinosa, autor de esta crónica de viaje.

y así hay personas que valen tanto como otras y porque a uno se le antojó bautizarlo con un nombre ridículo, ya no hay quien no guste de confirmárselo. Pocos se escapan de ir a esta pila; y en este número me cuento sin saber cómo. Hay un teniente coronel muy bien puesto y perfumado a quien llaman don Jazmín. Un día en una casa preguntó a una niñita cómo se llamaba él, prometiendo una fruta si sabía su nombre y la chica de 4 ó 5 años le dijo el mal nombre, dejando a toda la familia fría de vergüenza y al preguntón confundido; y tanto más, cuanto que recién empezaba a entrar a la casa. Pero la chica tuvo curiosidad de saber quién era aquel caballero, que tal vez le gustaba, y una de las criadas le dijo que se llamaba don Jazmín.

El volcán de Arequipa presenta diariamente los accidentes más bellos y variados. Un día amanece limpio de nieve y despejado de nubes, medio azulejo y campeando solo en el fondo del más puro cielo; otro se levanta con un inmenso plumaje de nubes, que hacen vacilar si 135

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Jóvenes mestizas. J.M. Rugendas.

serán vapores del cráter o simplemente nubes; otro con una inmensa cúpula de nubes blancas, que parecen posadas sobre su cabeza, tersa y ausente completamente de toda otra nubecilla; otro, por el contrario, echándose al cuello una hermosa pelliza blanca de argentadas nubes, semejante a la del cóndor, levanta su cabeza erguida sobre los cielos. Tan pronto aparece con manto de nieve y algunas manchas negras, sembradas de trecho en trecho a manera de manto regio de armiño; ya con gorro sobre su cabeza y así siempre variando. Si es digno de atención, de admiración debo decir, al amanecer, no lo es menos al anochecer. Unas veces se presenta sacando la cabeza por entre nubes de rosa, otras en medio de un inmenso fuego de nubes, que podrían dar una buena idea de la boca del infierno, o del incendio de un gran bosque o ciudad, vistos de lejos; el color es el mismo de la llama; otras en fin nada hay que impida verlo, pero se presenta, al frente de una atmósfera de púrpura que no hay más que ver. Pintad el fondo del lienzo de púrpura, un tanto quemado el color, como ladrillo que sale del horno o hierro de la fragua enrojecido, y colocad en medio el azulado volcán y tendréis una representación de él. Son tan estupendos y magníficos los accidentes de la atmósfera de este país, que cada vez que me arrebata un espectáculo de estos, siento pena de que tal vez no se renueve en presencia vuestra, y me tengais por embustero.

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AFICIONES Y OCUPACIONES Mientras que en Arequipa se ocupan los hombres una tercera parte del año, a lo menos, en andar danzando por las calles vestidos de turcos, ya en pandillas sueltas con una bandera o guión, ya en procesiones de iglesia o por cualquier motivo, que nunca falta; y todas las noches del año, mezclados con mujeres perdidas, tocando y cantando por las calles hasta el amanecer, entrándose a beber en todas partes; el honrado campesino con su mujer, sus hijos e hijas, labran la tierra de enero a enero, sin que para ellos haya domingo ni día de fiesta, ni carnavales, ni aniversario a docenas, ni Madre e hija mestizas. cuaresma, ni otra distracción que su J.M. Rugendas labor. Si acaso se levanta de noche, es para regar sus plantitas, pues le llega el turno del agua, y es preciso que no lo pierda. Este contraste resalta a primera vista. Hay más, en la ciudad veréis a los hombres del pueblo, sucios, desaliñados, andrajosos, mostrando su incuria a cada paso; salid al campo, veréis los vistosos faldellines colorados y amarillos, formar el más bello contraste con la perenne verdura de la campiña. Las ocupaciones del labrador son todas de pura utilidad. De las del ciudadano no puede decirse otro tanto. Quien, se ocupa una semana en picar papel, para hacerle por devoción un gran farol al santo tal; quien, se viste de mojiganga y pierde otra semana en andar danzando por todas partes; el que prepara la función de Nuestra Señora, la otra que viste un altar; y así pierden la mitad del año sin saberse de dónde sacan para vivir y mantener sus familias; aunque se sabe demasiado bien, y cada uno por su experiencia propia, que hay tanto ladrón ratero, que no puede V. descuidarse ni aún de día, que no le roben cuanto tenga mal puesto en su casa. De noche, la ciudad es

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un cementerio, porque todas las puertas se cierran a la oración, y ya no se abren hasta el otro día. INDUSTRIA Por lo que hace a la industria fabril, no están tan adelantados aquí, como en otros pueblos de América, adonde la concurrencia de artesanos extranjeros ha contribuido a que ciertos oficios se perfeccionen más. En Chile, por ejemplo, se hacen zapatos y muebles muy buenos, y hay sastres que lo visten regularmente a uno. Aquí se hacen sillas de montar muy regulares (aunque la suela no sea bien curtida), con resortes de acero que hacen que la silla se plegue al lomo del caballo con la mayor facilidad; del mismo modo todos los adherentes como correajes. espuelas, estribos y chapeado de metal amarillo; todo, sino tan pulidamente trabajado como en Europa, al menos mucho más barato que en cualquiera otro pueblo de este continente. Aquí son muy aficionados a sobrecargar de piezas de metal amarillo todo el ajuar de la montura: las cabezadas del freno, llevan por todo el largo de las correas planchas de metal amarillo, y encima, entre las dos orejas del animal, una plancha de dos, tres y a veces cuatro dedos de ancho, donde meten poner el nombre de su dueño con todas sus letras; en las riendas entre nudo y nudo va un canuto del mismo metal, y así por todo, de suerte que si es charro a la vista de un extranjero acostumbrado a ver la elegancia en el aseo y la sencillez, no por eso deja de ser muy vistoso y original. Hay zapateros que no trabajan mal, sin llegar a la perfección de los de Chile, pero el material no es bueno, la suela mal curtida, y el becerro comúnmente seco, que no dura dos meses, y quizás 15 días, sin partirse. Los sastres, visten regularmente pero no se tiene con ellos la facilidad de dejarles un vestido mal hecho, aunque no falta alguno que lo pide para hacer otro. Los herreros son muy chambones. Los plateros trabajan piezas muy buenas a cincel, e imitan cualquier obra europea; mas carecen de instrumentos, y trabajando más, ni lo hacen tan bien ni a tan poca costa como en Europa. 138

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En suma, las artes están poco más adelantadas que lo que las dejaron los españoles, que no son los más adelantados del continente europeo, y aunque la industria y talento de imitación de los naturales suele ir un poco más adelante, no pasa todo de mediocre. Hay uno que se llama Egidio, que tiene talento para todo: es carpintero, dorador, relojero, tornero, pianista, dibujante, grabador, retratista. Él hace retratos de colores, en planchas de cobre grabados a buril, da jaspe a la lata, India de Arequipa. dora vidrios, hace y Dibujo de Juan Mauricio Rugendas deshace cuanto le traigan, y si no muy bien, a lo menos no muy mal. Es un comodín. AREQUIPA Y LIMA No tenéis razón, mi querido Rugendas, en quejaros de mi indolencia por no escribiros sobre Lima aquellas cartas de tantas páginas que os mandaba de Arequipa. Ese divino cielo de Arequipa, su campiña, la originalidad del país en todo, sus tropas de gallardas llamas, las lindas indias y otros mil objetos, que llaman la atención, de un modo agradable al viajero observador, no los encuentro aquí. En su lugar, una ciudad ruinosa 139

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Limeñas en hamaca. Cuadro donde queda reflejada la indolencia de la vida criolla limeña. Por H. Valentín sobre dibujo de Rugendas

por todas partes, las casas y edificios públicos cayéndose, y hendidos por mil partes: dilatados suburbios, desiertos; todo el aspecto de la ciudad semiportugués, semibárbaro. Todas las casas con enormes balcones que sobresalen más de una vara de los edificios, todos cubiertos de celosías y vidrieras, que dan a la población un aspecto tétrico, pesado, monótono. La miseria se suda por encima de la ropa; no véis por todas las calles más que hombres ávidos de vuestra bolsa, y que tratan de participar de ella de cualquier medio posible. A nadie alcanza aquí la renta que tiene, pues en una población en la que hay una tercera parte, lo menos, de gente ociosa, sin oficio ni beneficio, fuerza es que el que trabaja la mantenga. En cuanto al aseo y elegancia de las sociedades ilustradas, no encontráis aquí eso sino por contrabando: una barba de tres días, una camisa de 4 las encontráis en los más pintiparados; cierto aire de desgreño y de abandono reina por todas partes, que hasta para lavarse la cara tienen pereza. Mucho acostumbran salir de madrugada (a eso de las 9 de la mañana) a pasear 140

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las calles envueltos en sus capas, con los pantalones amarrados con un pañuelo, sin chaleco, chaqueta ni corbata, y se están de vestirse hasta las 2 ó 3 de la tarde, por pereza. A excepción de 4 negociantes, el que más hace, con trabajar es mantenerse. La hacienda pública no se da abasto con tanto rentado superfluo como tiene que pagar, y es convenido que con decreto de págueselo a don fulano o a doña fulana, no importa más que una bula de la Santa Cruzada. La canalla más insolente y vociferadora del mundo, son los zambos y negros de Lima: tienen mucho talento para decir desvergüenzas y crasidades y el espectáculo de sus riñas en media calle se renueva a cada momento. La miseria y la pereza se dan la mano para pensar en todo, menos en trabajar; así tenéis cafés hasta cinco en el espacio de 200 pasos, garitos por todas partes, y la lotería, que sostiene la holgazanería, con la esperanza de sacarse una suerte de mil pesos para gozar sin trabajar. Difícilmente habrá país en donde el hombre se sienta más inclinado a la dulce holganza que éste. La miseria y la pereza para el trabajo crea las compañías de ladrones que son tan frecuentes en este país. En estos días se formó una compañía de 20, que iban recorriendo de noche toda la ciudad, en forma de patrulla, saqueándola de un cabo al otro, hasta que los han pillado; pero no será la última, así como no es la primera, y no faltan otras en actual servicio que las remplacen. He aquí el cuadro que me rehusaba trazaros, y que he diferido tanto tiempo, porque temía que no os agradaría. Sin embargo, no os he puesto todo a la vista, pues apenas habré desenrrollado una esquina, y no continúo por no molestaros más. ¿Queréis ahora el reverso de la medalla? Justo es que os le mando y os le mandaré en otra ocasión; porque, participando yo del alma del país ya no tengo alientos para seguir escribiendo, pues estoy cansadísimo con estas dos páginas que he escrito sin descansarme.

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Paul Marcoy Viajero francés, 1815-1888. Escribió: Escenas y paisajes de los Andes. Dejó también una nutrida serie de dibujos sobre las costumbres, los personajes y los escenarios de la época.

ingreso a arequipa

P

ara el viajero que llega jadeante y empolvado desde Islay al umbral de la región de los cerros, esa larga banda de verdor que varía de aspecto a cada legua es como una tierra prometida que regocija su espíritu y reanima sus fuerzas; mas sin embargo este opulento valle, tan notable por tantos títulos, tan pintoresco en su conjunto y en sus pormenores, no tiene nada o casi nada digno de interés para el naturalista. Un sendero estrecho y escarpado nos llevó al valle por la orilla izquierda del Tampu, una de las dos corrientes de agua que lo riegan, y que vadeamos por delante de Ocongate, grupo de chozas a que dan sombra unos sauces piramidales. Estos árboles puntiagudos y muy juntos, velaban con un verde cortinaje la base de una loma en cuya cumbre aparecían la iglesia y las casas de Tiabaya, lugarejo muy afamado en otro tiempo por sus solemnidades báquicas y danzantes. Hasta allí las dificultades del terreno nos habían obligado a caminar en fila, pero a la revuelta de una cuesta pudimos desplegarnos de frente por una carretera perfectamente nivelada y desde la cual se descubrían cultivos variados y ranchos de indios más o menos desmantelados; ya no teníamos que temer ni el hambre ni la sed, ni las arenas movedizas, ni las insolaciones, y esta certeza nos había puesto a todos muy alegres. Muy luego llegamos a la aldea de Sachaca, compuesta de unas quince guaridas abiertas en las fragosidades de un peñón traquítico que corta el camino. Sachaca es lugar de mala fama, pues la tradición local lo ha convertido en punto de reunión nocturna de brujas y duendes, mas nuestros arrieros, sin duda como era de día, no tuvieron reparo en detenerse a vaciar un jarro de chicha, que saborearon con delicia. De Sachaca a Yanahuara, que dista una legua, el camino es admirable, el terreno es llano y está cultivado con esmero. Los campos 142

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Escena rural: De Sachaca a Yanahuara. Alegre festejo bajo las calabazas. Dibujo de Paul Marcoy, 1868.

de maíz, de trébol y de patatas, los cuadros de doradas espigas, los arroyos con altos sauces en sus orillas, las casas blancas, azul claro y rosa, componen un conjunto bellísimo. De trecho en trecho, bajo un cenador de rubias calabazas coronado con un pendón que ostente los colores peruanos indicando una taberna rústica, veíamos hombres y mujeres bailando, cantando y tocando la guitarra, hasta que cansados de gritar y de reír, se dormían con la cabeza a la sombra y los pies al sol, en actitudes que habrían maravillado a un pintor de escenas características. Más allá de Yanahuara, que no tiene de notable más que sus fuentes de agua viva que corren en acequias de granito, las casas se van juntando y siguen por ambas orillas del camino. Las tabernas abundan y sus banderines blancos y encarnados se agitan en el aire convidando a los aficionados. Manadas de llamas cargadas de higos secos, de pimienta, sal o carbón, se cruzan con recuas de mulas, y los indios de ambos sexos van y vienen charlando a porfía. A medida que se adelanta aumenta la multitud y el bullicio también; por último, el repiqueteo lejano de las campanas anuncia la proximidad de una gran población. De repente, a la revuelta de la Recoleta, un grupo de casas negras y miserables, donde las chicherías humean de día y 143

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de noche como fábricas, y los terrenos cortados bruscamente, dejan ver en una perspectiva de luz y de azul la ciudad de Arequipa, situada al pie del volcán Misti y coronada como con una diadema por las nieves de la sierra. El espectáculo es bellísimo; únicamente Méjico

El “Puente Viejo”, actualmente Puente Bolognesi. Dibujo de Delamare, publicado en el Atlas Geográfico del Perú, de Mariano Felipe Paz Soldán. París, 1865.

con su llano y Santiago de Chile pegado a la cordillera de Mendoza, pueden compararse en esplendor de aspecto con Arequipa. Del arrabal de la Recoleta bajamos hacia un puente de seis arcos que le pone en comunicación con la ciudad; puente que parece un acueducto romano y domina de más de cien pies el cauce del río Chili, hermano del Tampu, que corre por delante de Ocongate. Torrente furioso en la época en que se derriten las nieves, el Chili no es más que un arroyo al que acuden las lavanderas durante el resto del año. A la hora en que pasamos nosotros, que era el mediodía, no había nadie ni a orillas del río ni en el puente, pues hacía ya mucho calor y la gente dormía la siesta. La calle del Puente, que se encuentra a la salida de éste, está consagrada al comercio de comestibles y bebidas: cada casa de esta calle es una tienda donde se exponen a la vista del público la aceituna negra, el requesón, la manteca en vejiga, el pescado salado, los chicharrones, las ensaladas picadas muy menudo y los buñuelos revueltos en melaza, todo esto acompañado de pellejos y frascos de vino y de aguardiente. De la calle del Puente desembocamos al trote de nuestras mulas en la Plaza Mayor de Arequipa. Cada uno de nosotros tenía que tomar allí una dirección opuesta para encaminarse a su alojamiento, y de 144

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Catedral de Arequipa. P. Marcoy

un común acuerdo nos paramos comprendiendo que había llegado el momento de separarnos. El almuerzo que habíamos hecho la víspera en la rada de Islay nos evitaba el cacharpari o fiesta de despedida que nuestros amigos no habrían dejado de ofrecerme, y así fue que se contentaron con estrecharme en sus brazos con efusión haciéndome prometer que les escribiría. Un cuarto de hora después de esta tierna escena entraba yo en mi casa de Huaynamarca. LAS CASAS DE AREQUIPA En general las calles son anchas, están bien empedradas, cortadas en ángulo recto, provistas de aceras y divididas por acequias por las que corren con estrépito los arroyos que bajan de la cordillera y se dirigen al río. El caserío es bastante igual: todas las construcciones son de piedra, de forma abovedada, y tienen anchas aberturas con rejas y postigos interiores reforzadas de planchas de hierro batido. Su puerta de entrada alta y de dos hojas, y convenientemente guarnecida de S mayúsculas de hierro y cabezas de clavos, ofrece una apariencia monumental; dos carruajes podrían pasar de frente sin tocarse. Estas casas no tienen más que los bajos y a veces un piso principal casi siempre deshabitado y con un balcón saliente, larga y pesada caja de 145

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madera pintada de encarnado oscuro o verde botella; estos miradores, donde no se muestran las mujeres sino en las ocasiones solemnes, proyectan sobre las fachadas de las casas sombras vigorosas. El interior de estas viviendas se compone de dos patios seguidos empedrados con piedra menuda y con anchas veredas o aceras; las paredes del primer patio están blanqueadas con cal y suelen tener pinturas de un estilo primitivo que representan combates navales, paisajes imposibles o escenas de la Cruz. Las piezas de recibo y los dormitorios de la familia se hallan en las dos caras laterales de este patio de entrada. En la mayor parte de los cuartos de dormir la cama se encuentra bajo un arco de cuatro o cinco pies de grueso, medida de precaución dictada por el terror de los terremotos. Estos aposentos carecen de ventanas, pero en sus puertas macizas de dos hojas tienen un postiguillo por donde penetran el aire y la luz. Más allá de los patios hay un jardín al que caen los arcos de una vasta pieza enlosada que sirve de comedor. No es nada extraordinario el lujo que se ve en estas habitaciones. Salvo algunas casas de comerciantes extranjeros y de personas distinguidas del país, donde las principales piezas están empapeladas, en las demás partes las paredes se hallan blanqueadas con arabescos encarnados o azules. Los pocos muebles que las guarnecen son de dos clases, a saber: los de gusto antiguo español, sólidos y macizos, pintados de blanco o azul celeste, sembrados de rosas y margaritas, y realzados con algunos dorados; y los de estilo greco-imperial, como aquellos que fabricaba por gruesas Jacobo Desmalter en 1804, sofás de caoba con cabeza de esfinge y pies de grifo, sillas con lira en el respaldo y coronadas con un casco o un trofeo de armas, todo cubierto de casimir más claro o más oscuro con rosetas estampadas. Al examinar este mueblaje el ojo descubre aquí y allá, perdido en la sombra o relegado en un rincón un arca esculpida con finura, un aparador de encina trabajado como un encaje, y algún sillón de grandes dimensiones guarnecido de cordobán, cuyas flores doradas se hallan casi borradas. Algunas litografías parisienses con marco de caoba completan el adorno de los salones. En primer término brillan los Recuerdos, sentimientos de Dubuffe, el alfabeto poético de Grevedon, Amanda, Cecilia, Delia, etc., las cuatro partes del mundo y las cuatro estaciones. En las moradas donde la civilización no ha difundido sus luces todavía, las paredes de la sala ostentan cuadros ennegrecidos 146

siglo XIX

Iglesia de San Francisco. P. Marcoy

pintados hace medio siglo por artistas de Quito y de Cuzco que se llamaban tío Nolasco, Bruno Farfán, Ñor Egidio, y que generalmente no son más que mamarrachos, pues los buenos cuadros de la escuela española, bastante comunes en otro tiempo en el país, han venido a escasear muchísimo, con tal empeño han sido buscados por los aficionados y los especuladores de todos los países. En todas las iglesias y conventos de Arequipa apenas se encontrarían hoy diez pinturas notables. LAS MUJERES Las damas de Arequipa hacen una vida bastante retirada; apenas se las ve más que el domingo, primero en la misa, y luego en las ventanas de los pisos bajos de sus casas, donde se distraen mirando a la gente que pasa por la calle. Por lo general se visitan, contentándose 147

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con corresponder entre sí por medio de sus sirvientas y regalándose a menudo flores, frutas y dulces, acompañados de cumplidos más dulces todavía. Para que se reúnan en una misma sala una docena de personas del bello sexo se necesita nada menos que una gran fiesta, una Pascua florida, un carnaval o alguna boda. Estas damas cuyo retrato no han hecho los viajeros en sus relaciones, están dotadas, comúnmente hablando, de esa robustez regular que es tan favorable a la hermosura, y bajo este concepto Dama de gala. Paul Marcoy. se puede decir que forman un término medio entre el majestuoso desarrollo de las chilenas y la apasionada esbeltez de las limeñas. No son bien altas, pero sí bien configuradas; tienen los hombros de un bello contorno, el pie diminuto y un andar garboso. Si a esto añadimos un semblante expresivo, facciones delicadas, ojos negros y rasgados, cuyas miradas son otras tantas flechas, una boca encarnada y un incomparable gracejo en la palabra, habremos dado quizás alguna idea de estas criaturas verdaderamente hechiceras. Tan aficionadas son a los perfumes y a las flores como a la música y al baile; y delicadas e indolentes son también de una volubilidad de espíritu extraordinaria, y así es que pasan con facilidad del más vivo entusiasmo a la indiferencia más completa. Su modo de vestir exige algunas explicaciones. Como aún se desconocen en Arequipa las modistas y los peluqueros, las mismas señoras se cortan y se cosen sus vestidos y se hacen los peinados que están en boga. A decir verdad, el gusto dominante no es muy moderno, pues tiene mucha analogía con el que reinaba en Francia en la época de la 148

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Restauración. Algunas elegantes de Arequipa llevan con la peineta de concha de las andaluzas, esos bucles postizos procedentes de Inglaterra cuyo color no suele corresponder con el de su cabello, y se ponen también a guisa de adorno el pájaro del paraíso o una de esas espigas-mariposas montadas sobre un alambre en espiral que llaman tembleque, porque en efecto tiemblan al movimiento más leve. Como el clima del país hace casi inútil el abanico, las damas lo han reemplazado con el ridículo de seda o terciopelo. Las telas más en moda en la ciudad y la provincia de Arequipa son la seda lisa y estampada de un color vivo, la indiana con ramajes y la muselina de anchas rayas o de ramilletes multicolores. Añadiremos que la indiana y la muselina con que se adornan las últimas señoras de la clase media1 y las chacareras sólo sirven para vestido de interior entre la aristocracia. En las ocasiones solemnes o los días de gran fiesta, las principales damas de Arequipa salen en cuerpo y de manga corta, o cuando más se ponen un chal de crespón de China de color vivo. Sus pies diminutos y de una forma perfecta van siempre calzados con medias de seda y zapatos de raso blanco, elegante costumbre que da a su andar un no sé qué de gracioso y de ligero que hechiza al ojo y a la imaginación al mismo tiempo. No es esto decir que en Arequipa no se usen también las modas parisienses, pero aun cuando debamos excitar la ira y la indignación del sexo amable cuya breve monografía estamos haciendo, confesaremos que la generalidad de esas lindas mujeres no han sido hechas para el corsé de alta presión y los aros de hierro de la crinolina. Con sus trajes de calle, sus negligés de interior que consisten en anchos peinadores de triples volantes, chal anaranjado o punzó y una rosa en el pelo, su más bello adorno, y sus vestidos de montar a caballo, pues la mayor parte de estas damas montan perfectamente, poseen un vestido de iglesia todo negro con la correspondiente mantilla de blonda que les sienta a las mil maravillas. En el Perú no hay bancos ni reclinatorios en las iglesias, y ellas van seguidas a cierta distancia por una joven sirvienta cargada con la alfombra en donde se arrodillan. Es de gran tono en Arequipa tener para este servicio un indiecito de la Sierra Nevada, varón o hembra, pero eso sí, muy pequeño y vestido con el traje tradicional, que exageran de intento 1 Paul Marcoy, es el primero que habla de “clase media” en Arequipa a mediados del siglo XIX..

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para hacerlo grotesco. Algunas señoras llevan dos, lo que constituye la elegancia suprema. El regalo más apreciado que pueda hacer un hombre a una mujer es el de uno de estos indios de cuatro o cinco años, y por eso no hay recomendaciones ni zalamerías que dejen de emplear con todo viajero que se dirige a la Sierra: —¡Por Dios, oh vida mía, no se olvide Ud. de mandarme un indiecito! LOS CARNAVALES Arequipa, que los viajeros modernos presentan al público europeo como una ciudad floreciente animada por el comercio y la industria, las diversiones de todo género y la alegría y buen humor de sus habitantes, no es más que la sombra de sí misma bajo este concepto. Los trastornos políticos y las quiebras comerciales, al despojarlas poco a poco de sus tesoros, le han dado un aspecto de tristeza, y la ciudad que durante largo tiempo rivalizó en esplendores con Lima, no es hoy sino una crisálida encerrada en su oscura concha esperando la transformación que le prepara el porvenir. Sus bailes, sus reuniones, sus cabalgatas tan ponderadas no existen ya más que por tradición. En otras épocas todo le servía de pretexto para diversiones y gastos, pero hoy se necesita un suceso mayor, una gran solemnidad, para que salga de su inercia. Pero eso sí, cuando llega una de estas festividades, Arequipa sabe divertirse y arrojar el oro a puñados, y entonces la ciudad recobra por un momento su antiguo brillo. Tal es por ejemplo el martes de carnestolendas, día en que los huevos de gallina representan un papel tan importante que nos vemos en la precisión de consagrarles aquí unas líneas. Se ha calculado que el martes de carnaval se gastaban en Arequipa sobre ochocientos mil francos en huevos, cifra tanto más elevada cuanto la yema y la clara de estos huevos han desaparecido hace tiempo y sólo quedan las cáscaras. Ahora bien, saben sacar de las cáscaras muy buen partido las comunidades de religiosas y las mujeres hacendosas. He aquí lo que hacen: durante todo el año tienen buen cuidado de romper ligeramente por un extremo los huevos que necesitan, que no son pocos, y van reuniendo los cascarones hasta que llegan los días de carnestolendas. En la semana a la que precede a la del carnaval preparan estas cáscaras, para lo cual se reúnen tres personas, y mientras una de ellas deslíe en un cubo de agua goma, añil 150

siglo XIX

Los carnavales. Paul Marcoy.

o carmín, la otra llena los cascarones con este líquido, y la otra cierra las aberturas con pedacitos de lienzo untados con una cera blanda que se hace sólida inmediatamente. Preparados de este modo los venden a razón de un cuartillo y aun de medio real cada uno, y los puestos que improvisan en las calles para el despacho de esta mercancía permiten a los aficionados hacer sus provisiones. El martes de carnaval, apenas amanece cuando las personas de ambos sexos se visten de blanco de pies a cabeza, y seguidamente los más madrugadores corren a la cabecera de los que duermen aún, consistiendo el saludo aquel día en la aplicación de tres o cuatro huevos de variados colorines que estrellan en la cara del dormilón, arrojándole a mayor abundamiento una buena capa de harina. Este se desembaraza como puede de su pastosa careta, se planta a su vez la blanca armadura del combate y bien cargado de huevos y de harina venga sobre todos los que le rodean la afrenta que ha recibido. Toda la mañana se emplea en estas escaramuzas; los amos en la sala y los criados en la cocina se bombardean a más y mejor, sin que dejen de tomar parte en la fiesta los viejos y los chicos. Este día memorable es casi el único del año en que se abren los balcones de las casas. Desde las doce se establece en cada uno de ellos una batería de tubos de inyecciones, y los habitantes de las casas se inundan mutuamente al estallido de los huevos y de los cucuruchos de almidón en polvo que describen en los aires blancas trayectorias. Las 151

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horas se suceden y en tanto que la aristocracia continúa combatiendo de balcón a balcón, la clase media que no se halla a sus anchas en las casas sale fuera como un torrente que rompe sus diques. Las parejas de personas desprovistas de paraguas para resguardarse de los aguaceros de los balcones recorren la ciudad al sonido de las guitarras, y un tanto excitadas por las libaciones, acompañan sus gritos y cantares con las muecas y las contorsiones más carnavalescas. A eso de las tres de la tarde Arequipa no es más que una boca inmensa de donde se escapa un rugido continuo. A esta hora traen de la Pampilla, un desierto situado al Norte de la población, una cantidad de caballos caducos, tuertos, éticos o hidrópicos para ponerlos en venta en la plaza Mayor, donde se despachan a razón de uno o dos pesos por cabeza. En un instante se organizan destacamentos de esta caballería de carnaval para ir a sitiar aquellos balcones cuya artillería líquida ha hecho más destrozos en la muchedumbre. Cada jinete después de haber montado su rocinante se cuelga del brazo un cesto de huevos, que ágiles chiquillos tienen misión de llenar cuando está vacío, y seguidamente el destacamento corre a tomar posición ante el balcón se152

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ñalado, que suele estar defendido por personas del bello sexo. Estas, armadas de bombas, regaderas, etc., sostienen con valor el asalto y contestan a los huevos enemigos con torrentes de agua más o menos cristalina. A menudo el combate se prolonga más de una hora sin que se declare el triunfo por uno de los dos partidos. Los hombres, chorreando como tritones, las mujeres despeinadas como bacantes, rivalizan en valor prodigándose epítetos de un sabor homérico. En lo más fuerte de la pelea se oye un grito estridente en el balcón sitiado, y este grito, al que responden los hombres con una risotada colectiva, quiere decir que ha sido lastimada alguna persona, lo cual da nuevo ardor a la lucha, y esta vez nuestras amazonas, que quieren vengar a la víctima de los sitiadores, dejan el agua y les arrojan pedazos de platos y botellas, tiestos de flores y todo cuanto les cae a la mano, proyectiles más respetables que no tardan en poner en fuga al enemigo. El primer toque de la oración da fin a la bacanal de las calles; todos los actores de la comedia del martes gordo se refugian entonces en el interior de las casas, donde continúan divirtiéndose bulliciosamente hasta que raya el alba del miércoles expiatorio.

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Heinrich Witt Comerciante alemán, llegó a Arequipa en 1824. Realizó muchos viajes por diferentes partes del país, registrando sus observaciones en un minucioso diario personal, durante 60 años. Sus notas sobre Arequipa son de los años 1824, 1843 y 1846.

arequipa en

1824

Domingo 14 de noviembre de 1824.- La población de Arequipa según me dijeron sumaba alrededor de 30,000, de la cual la proporción de gente verdaderamente blanca es muy pequeña. Los habitantes del campo y aldeas, así como la clase baja, son en Arequipa en gran parte cholos, lo que quiere decir una casta formada del cruce entre los hombres blancos y las mujeres indias. Son generalmente de corta estatura, de color oscuro, cabellos largos y lacios, pequeños ojos negros, pómulos prominentes, nariz aguileña y finos dientes blancos; sus piernas son bien formadas y sus pantorrillas bien proporcionadas. Las mujeres tienen las mismas facciones que los hombres, son bajas, bien robustas y sus senos de un tamaño poco común, les cuelgan hasta la cintura. La bebida favorita tanto de los cholos como de las cholas es la chicha, licor fermentado de maíz (cereal indígena) del cual 200,000 fanegadas son consumidas anualmente en la provincia de Arequipa, sólo para este propósito. Los hombres están continuamente mascando coca, hoja seca de un pequeño arbusto, cultivado en su mayor parte en las «Yungas» o valles en la vecindad de La Paz y en menor extensión y de inferior calidad cerca al Cuzco. Tiene un efecto regocijante y estimulante, por lo que los cholos y los indios, cuando mascan su coca, pueden soportar grandes fatigas y caminar largas distancias sin mayor alimento.

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Peón. P. Marcoy

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Estas hojas de coca las mezclan con las cenizas secas de las raíces de la «quinua» o mijo, con lo que ellos hacen una pasta, a la que llaman «llucta». Los cargadores de quienes hablé antes son cholos; llevan sus cargas sobre sus espaldas, amarradas con una soga o «huasga» que es una cuerda hecha de lana de llama, que amarran con un nudo a su pecho. Los indios que vienen del interior son fácilmente reconocibles por sus trajes diferentes y aspecto sombrío. Tanto los cholos como los indios hablan quichua, la lengua original de los indios. Los primeros están más familiarizados que Mujer campesina. P. Marcoy los segundos con la lengua española. Negros y descendientes de negros no hay muchos en Arequipa; un zambo es un cruce de un negro con un indio, un mulato el de un blanco con un negro. La distancia de Arequipa al puerto de Quilca es de 32 leguas; a Arica 134, a Potosí 200, a La Paz 100, al Cuzco 90 y a Lima por el camino de la costa 350; 221 de acuerdo a lo que el gobierno paga a la Dirección de correos, pero en realidad considerablemente más. Enero de 1843.- La ciudad de Arequipa, hasta donde yo podía juzgar, había cambiado muy poco, si algo, desde mi última visita a fines de 1833. La cantidad de su población nunca la había sabido exactamente, pero pienso que la ciudad difícilmente excedía los 30,000 habitantes, y si se incluían las villas vecinas esta cifra quizás podía incrementarse en 10,000 más. Un río de poco caudal en un lecho profundo, cuyo curso principal va de este a oeste, divide la ciudad en dos partes muy desiguales. La de la ribera izquierda es largamente la mayor. El viajero de Islay pasa primero la ribera de la derecha, que puede ser llamada de los suburbios. Justo antes de llegar al puente, una buena estructura, el río deja a su derecha, es decir corriente abajo, la llamada alameda, un pequeño tramo de suelo pavimentado, con algunas casas. En un lado hay un viejo arbusto en el frente; en el otro, un muro bajo 155

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de barro con una vista sobre el río hacia la ribera opuesta. Al otro extremo de la alameda un sendero lleva al Vallecito, laberinto de granjas, y a sus campos aledaños por los que, de no tener que parar, se podría llegar a la villa de Sachaca, mencionada en mi viaje de Islay como situada entre Tiabaya y la ciudad. En el mismo, es decir en el lado derecho del río, corriente arriba y a lo largo de las calles, la alta ribera lleva a la villa de Yanahuara; de ahí, más tierra adentro, a Cayma, Carmen Alto y Acequia Alta. En estos alrededores el General Castilla venció al General Vivanco en 1844 y puso fin al gobierno del Directorio. Todavía más allá, en la misma dirección, la pampa se abre árida e infértil, únicamente por la ausencia de agua, ya que cuando estos aparentes desiertos son irrigados, se asegura que crece una exuberante vegetación. Después de pasar el puente uno se encuentra en la Plaza Mayor, cuyo lado este está ocupado por la Catedral; los otros tres por hileras de casas cuyos frentes son los pórticos o portales, no tan limpios ni tan lindos como los de Lima. En el centro de la gran plaza hay una fuente de piedra. Temprano por la mañana el área presenta una apariencia alegre y festiva, ya que a esa hora el sol brilla abiertamente (aunque en los primeros meses del año ocasionalmente llueve, en Arequipa nunca hay nubes antes del mediodía, las que generalmente se descargan con fuertes lluvias). A eso de las 6 ó 7 a.m. la plaza se convierte en un mercado. Vendedoras de todo tipo de provisiones, cholas de los alrededores, se reúnen y colocan debajo de tiendas portátiles que traen consigo, dispersando su mercadería en el suelo. Están vestidas con alegres colores: escarlata, rosado, amarillo y verde, entremezclados, de vez en cuando, con el azul oscuro de sus enaguas. Bayetas de pellón y bayetillas de Halifax son las telas de sus vestidos, estas últimas de las enaguas y las primeras de los rebozos. Las mujeres caminan, haciendo sus compras para el día; todas son más o menos de la misma clase y se visten de manera similar. Muchas de las cholas son de contextura corpulenta, ya que son muy afectas a tomar la bebida fermentada llamada chicha que tiende a producir engrosamiento corporal. Por otro lado los trabajadores, tanto del pueblo como del campo, se visten con una chaqueta y pantalones de tocuyo ordinario, con un pequeño poncho de jerga que les cubre los hombros; ésta constituye toda su vestimenta y en la cabeza llevan la gorra o montera, que son dos alas cosidas juntas 156

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que van siempre bordadas. No necesito agregar que tanto hombres como mujeres de las clases más altas siguen las modas inglesa y francesa, aunque en 1843, y aun más tarde, algunos caballeros y damas de la vieja escuela preferían llevar la capa española y una chaqueta bajo el moderno saco, y el rebozo de bayeta de pellón o, como también es llamado, de Castilla, antes que el chal de moda. Arequipa, como otros pueblos españoles, está planificado de manera regular, las calles se interceptan en ángulo recto, y en medio de cada una de ellas corre una profunda acequia, que probablemente constituya el principal impedimento para el uso de carruajes.

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La ciudad está abierta por todas partes, sin embargo las casas están construidas de manera tan sólida, cada una un castillo en sí misma, que de ser defendida por una entusiasta población, como en 1857 y 1858,1 puede soportar un largo ataque y sólo puede ser tomada a costa de ríos de sangre. Las casas, no sólo en la ciudad sino en las afueras, y las villas de los alrededores, están todas construidas del mismo material, el sillar, una piedra blanca que en un principio es suave al ser cortada, pero que se endurece al ser expuesta al aire. Esta se encuentra en una cantera cercana. Cada habitación es abovedada y cuesta, de acuerdo a su tamaño, entre $ 400 y $ 1,000. Últimamente se ha puesto de moda, con el fin de ocultar la apariencia sombría de los techos, el tener un falso techo que consiste en una lona estirada y empapelada a lo largo. La puerta de calle permanece abierta todo el día, como en Lima; ésta lleva a un patio cuadrado de regular extensión, alrededor del cual se encuentran las habitaciones. Del primer patio hay un pasaje que lleva al segundo, y algunas veces a un tercero que puede ser convertido en un corral o un jardín; el aprovisionamiento de agua es abundante; rara vez se construye un segundo piso. 1 Se refiere a la revolución que relata María Nieves y Bustamante en su novela Jorge, el hijo del pueblo,

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LOS ALREDEDORES El camino más hermoso de Arequipa, tan romántico y solitario, que los ingleses en su primera llegada le dieron el nombre de «El paseo de los amantes», va por el lado derecho del río. Para llegar allí uno pasa la iglesia de San Lázaro y el molino de agua de La Ripacha y llega a un hermoso y amplio sendero preparado para caminar, no para vehículos de ruedas. Al lado derecho hay una ribera alta, algunas veces protegida por un muro de piedra y otras nivelada en terrazas que producen una pequeña pero buena cosecha de maíz indio. Aquí y allá se ve una casa de campesinos. Esta ribera es tan alta que en las tempranas horas de la mañana recibe una agradable sombra contra los rayos del sol. Hacia la izquierda la vista vaga por el río, hacia el lado opuesto, por las blancas casas de Yanahuara y Cayma. Mirando hacia atrás uno observa los arcos del puente, mientras que enfrente, el estrecho fondo está cerrado por las montañas siempre nevadas del Pichu Pichu. El pequeño camino que queda entre el camino y el río está ocupado por campos de maíz, a través de los cuales corre la indispensable acequia de irrigación, delineada por enormes cactus y sauces que crecen como álamos. El camino tiene tal vez 2 millas de longitud. Cuando la ribera se acerca tanto al río como para impedir el paso, si éste está bajo uno puede cruzarlo y subir por el otro a Cayma o, permaneciendo en el lado derecho del río, doblar y llegar pronto a la cantera de arenisca. De ahí en adelante, yendo hacia la derecha, el explorador llega a un grupo de pequeñas viviendas construidas de sillar; aquí pasa el camino hacia la sierra, cerca al viejo panteón o cementerio. Este vecindario lleva el nombre de Miraflores, donde, como ya conté, San Román fue repelido por el General Nieto el 2 de abril de 1834. Continuando el recorrido en la misma dirección, el camino real lleva a Sabandía y luego se presentan dos filas de casas que son La Ranchería. Luego se encuentra la villa de Paucarpata, famosa por la paz que se firmó ahí en noviembre de 1837; después uno desciende al profundo curso del río, usualmente tan seco, que difícilmente se ve algo de agua. Algunas veces, cuando caen fuertes lluvias en el interior, este riachuelo, que difícilmente se distingue, de pronto se convierte en un fuerte torrente que corre en olas de espuma negra, arrastrando piedras, árboles e incluso ganado; más o menos por horas la comunicación entre Paucarpata y Sabandía es

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Paisaje campestre: Yumina.

interrumpida; doce horas después las aguas se aquietan y no queda nada más que un insignificante riachuelo. Sabandía es una villa muy respetable y bastante frecuentada por arequipeños que van a bañarse en sus pozos artificiales de aguas congeladas, limpios y con azulejos, a la sombra de hermosos árboles. Siguiendo el camino real de Sabandía las villas se suceden una a otra, Yumina (aquí, en 1857, San Román fue una vez más repelido, en esta oportunidad por Vivanco), Characato, Pocsi, etc. Este camino a Moquegua es llamado «el Camino de Callejones», a través de los pueblos. Más allá, hacia la derecha del camino real a Sabandía, por las bien cultivadas campiñas intermedias, hay otra salida de la ciudad que pasa la bien conocida casa de campo de don Pío Tristán, y por el Postrerío, siguiendo un poco hacia la derecha, también conduce a Moquegua. Por este camino regresé de Tacna en noviembre de 1826. Una vez más, a la derecha, el camino real por excelencia, el camino grande, cruza la ciudad hacia el oeste, en su curso a la villa de Socabaya, a 2 leguas; pasa el nuevo cementerio católico, con un bajo muro de barro y una reja de fierro. Cerca de 159

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él está el cementerio protestante. De ninguno de los dos hay nada especial que decir. Cerca de Socabaya, Salaverry fue vencido por Santa Cruz en la memorable batalla de febrero de 1836. Un poco más allá comienza el, para mí inolvidable, descenso a la villa de Tambo que recorrí el 31 de octubre de 1828. Al oeste de este camino alto, a cierta distancia, se ve bajos cerros negros conectados con las altas montañas que se pasa cuando se viene del puerto de Islay. Frente a Sachaca está la villa de Tingo, que es también un lugar favorito para baños. Es así que he completado el círculo, que comienza y termina con el río, a todo el rededor de la ciudad. LA GRANJA DE BARREDA 22 de enero de 1843.- Ahí nos sentamos en el pasillo a disfrutar del hermoso escenario, desde una casa situada entre campos de maíz; nuestros ojos descansaban en los perales que, una vez más, trajeron a mi memoria los recuerdos de años anteriores. Por el nombre de perales se entiende el trozo, o mejor dicho pequeño pedazo de terreno que va al lado de un rico valle, un poco elevado encima de éste, cercado por el otro lado por una hilera de bajos y pelados cerros que los separa de la pampa mencionada más de una vez, como un desierto, por la falta de cultivo y en especial de irrigación. En esta franja de tierra se encuentran hileras de árboles de pera, cuyos frutos, debo decir, son inferiores en calidad. Bajo la sombra de estos árboles se encuentran, a cierta distancia, las cabañas de los habitantes de la villa. En frente de cada una de ellas hay un pequeño retazo de tierra dura y llana. Aquí, en los meses de diciembre a enero, los jóvenes tiabayanos de uno y otro sexo se encuentran los domingos y feriados a hora temprana en la tarde, toman su chicha y bailan. Más tarde los jóvenes arequipeños hacen su aparición a caballo. Al menos ésta era la costumbre durante los primeros años de mi residencia en Arequipa y supongo que las cosas no han cambiado. Yo muchas veces formé parte de estos grupos; primero permanecíamos en nuestros lugares y mirábamos a los bailarines, y, cuando encontrábamos una dama arequipeña, o alguna conocida que hubiera venido desde la villa en la que estaba pasando con sus parientes la temporada, desmontábamos, nos sacábamos las espuelas y el poncho, y vestidos con nuestra ropa de montar nos mezclábamos con los bailarines. Esto duraba hasta el atardecer, luego se oía el rumor de que en alguna de 160

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las casas se daría un baile y hacia allá se dirigían los invitados y los no invitados. En un gran salón, escasamente amoblado y con luces bajas, se encontraban los músicos, dos violinistas o un solo violín y una guitarra y, sin más preparación, el alegre grupo disfrutaba la velada. También los refrescos eran bastante primitivos: agua fría, de vez en cuando algo de coñac o tal vez unas cuantas botellas de vino tinto. Las muchachas vestidas de manera simple y los jóvenes, como va dije, en su ropa de montar. Generalmente a las 11 p.m. el grupo se separaba, ya que éramos de la ciudad y teníamos que regresar 2 leguas de distancia. 30 de enero de 1846.- Hasta donde yo podía ver, Arequipa no había mejorado desde 1843. No se había construido casas nuevas y muchas de las antiguas se veían como si no se les hubiera prestado mucha atención. La pintura y el enlucido rara vez habían sido renovados. Los tres lados de la Plaza Mayor estaban tan descuidados como siempre; y la de San Agustín emitía el mismo olor desagradable que tenía años atrás, proveniente de los distintos tipos de provisiones que se exponían para la venta. Pero, en general, me parecía que la ciudad continuaba teniendo una apariencia respetable. Los indios y las indias no eran tan escasos como lo eran en las calles de Lima. Ellos vienen de la sierra con sus rebaños de llamas cargados de lana, papas, carbón y otros productos del interior. Los hombres se vestían con jerga, la tela común que se hacía en el país. Llevaban chaquetas con pantalones, medias de lana y ojotas. En sus cabezas, una montera que consistía en dos pequeñas solapas hechas de terciopelo bordado. Las indias, al igual que las cholas y las chacareras, se visten con bayeta y bayetilla. Las primeras prefieren los tonos sombríos; las segundas, los colores vivos. Comparada con la capital, Arequipa se quedaba muy atrás en varios aspectos. Es así que, por ejemplo, no había colegio para las chicas de familias respetables. LAS CERCANÍAS DE TIABAYA Domingo 1° de febrero de 1846.- Luego de un desayuno bastante tardío, monté el caballo que Went había tenido la amabilidad de poner a mi disposición durante mi estancia en Arequipa para cabalgar por las afueras de Tiabaya, uno de los lugares más hermosos de todo el Perú. Una calle en pendiente lleva de la Plaza Mayor al puente 161

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“Lo que los arequipeños llamaban su Alameda”. (Alameda Pardo)

que se extendía sobre el río Chili, cuyo cauce en esta estación lucía más piedras que agua. Al otro lado, a la derecha del Chili, quedaba lo que los arequipeños llamaban su Alameda, la cual a un lado tiene una hilera de casas con un viejo árbol de mora al frente, y cuyo lado opuesto da hacia el río y el pueblo, situado en la ribera izquierda. Ahora el camino desde el puente ascendía quizás tanto como había descendido en el lado opuesto. Ahora yo tenía, a mi derecha los alrededores de los pueblos de Yanahuara y Cayma; y a mi izquierda una iglesia y el camino que viene de Tiabaya y Sachaca. Más adelante el camino corre en la arenosa y desértica explanada que, como ya dije más de una vez rodea a Arequipa y a sus inmediatos aledaños, poblados de granjas y campos de maíz.

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Clements R. Markham Explorador, botánico, escritor, y geógrafo inglés (1830-1916). Estudioso de primera línea y viajero universal, sus inquietudes lo condujeron también al Tibet, a Groenlandia, a las regiones árticas, a Persia, y a otros países.

arequipa y los arequipeños

F

inalmente nuestros ojos se alegraron a la vista del verde valle de Tiabaya, en la campiña de Arequipa. Las filas de altos sauces, los campos de alfalfa de un verde brillante, y las blancas alquerías, eran un bendito alivio después de la monótona visión de rocas desnudas y arena: pero no fue hasta tarde en la noche, y después de una cabalgata de más de cincuenta millas, que llegamos a nuestro hospitalario alojamiento de Arequipa. Arequipa, segunda ciudad del Perú, se levanta en las riberas del torrentoso río Chili, y al pie del gran volcán llamado Misti, que se alza, en forma de un perfecto cono, hasta la altura de 17,934 pies, cuya mitad superior se halla cubierta de nieve. Arequipa misma se encuentra a 7,427 pies sobre el nivel del mar, de manera que la montaña asciende de un solo vuelo unos 10,500 pies. El clima, durante mi estancia del 11 al 22 de marzo, fue como sigue: –Temperatura promedio –Temperatura promedio por la noche –La más alta observada –La más baja –Amplitud de variación

64.1/3 60.1/2. 67 58 9

La ciudad está construida con una piedra blanca de origen volcánico, que es una tufa traquitica que contiene pómez y lava, extraída de canteras situadas al pie del volcán. Las casas son por lo general de un solo piso, construidas sólida y firmemente, con techos de piedra abovedados, que son los que mejor resisten las sacudidas de los frecuentes temblores. Tal como sucede con casi todas las ciudades hispanoamericanas, las calles son rectas y se cortan en ángulos también rectos, con una acequia que corre por el centro. Se desconoce 163

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Calle San Francisco. P. Marcoy.

toda clase de vehículos, y el tráfico consiste en caballos, caravanas de mulas, burros cargados de alfalfa y rebaños de llamas. Las calles principales conducen todas a la gran plaza, que por las mañanas ofrece una atareada y de las más interesantes escenas, pues es la hora del mercado. Se llena entonces de indias vestidas alegremente, unas sentadas a la sombra, con sus productos extendidos en el piso ante ellas, y otras en constante movimiento, abriéndose paso por entre las vendedoras. Sus prendas de ropa son de bayeta, fabricada en Halifax, de los colores más alegres – y consisten de un faldellín y de una manta de dos de los más brillantes colores que pueden encontrar, rojo y azul, verde y carmesí, o púrpura y anaranjado. El efecto que producen estos vivos colores, en constante movimiento, cuando ellas se desplazan para comprar frutos o vegetales, papas, maní, hierbas medicinales, trigo, prendas de vestir, y otros artículos, es muy agradable. El telón de fondo lo provee la nueva catedral, de la piedra más blanca, detrás de la cual el noble volcán, y los picos de Charcani (18,558 pies s. n. d. m.) deslumbran los ojos por el brillo de su cubierta de nieve. La campiña de Arequipa, que rodea a la ciudad, tiene más o menos una anchura de cinco millas desde el pie de la cordillera hasta la árida cadena de colinas que la separa de las inhabitadas 164

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extensiones de la costa; y más o menos diez o doce millas de largo, extendiéndose a cada uno de sus extremos en un desierto de arena. La riega el río Chili, que desciende de una quebrada en la cordillera, en el lado noroeste del volcán, y donde van a dar las corrientes llamadas Posterior y Sabandía, que corren desde las montañas de Pichu-pichu hacia el oriente del volcán. Estos varios cursos se unen al dejar la campiña, y finalmente desembocan en el río Quilca. La campiña incluye, además de la ciudad de Arequipa, un número de pequeños pueblos y numerosas alquerías. En marzo la vista que se tiene desde las colinas que se alzan arriba de la ciudad es de las más hermosas. El verde brillante de la campiña, con sus campos de maíz y de alfalfa, sus hileras de altos sauces, y sus huertas de árboles frutales, se ve salpicada de casas y caseríos, al mismo tiempo que forma un engaste de esmeralda a la blanca ciudad. Mirando desde el otro lado de Arequipa, la vista, aunque no tan bella, es más imponente, con el volcán que alza su majestuosa cima por encima de las achaparradas torres de la ciudad. Hay una gran cantidad de maíz en el valle, y se usa mucho guano como abono; pero la riqueza de la campiña proviene principalmente de sus mulas, que monopolizan el transporte de mercancías de la costa a Arequipa, y de Arequipa al interior. Se cultivan grandes extensiones de alfalfa para su mantenimiento, y los arrieros o muleros constituyen un grupo de individuos acaudalados, que por lo general poseen una chacra de su propiedad, además de considerables sumas en efectivo. Son, por lo general, de buena figura, hombres maduros, de complexión robusta, y poca mezcla de sangres, lo cual se hace también evidente por la apariencia comparativamente agradable de sus esposas e hijas. Las familias de las clases altas de Arequipa usualmente poseen vastas propiedades en los vecinos valles cálidos de la costa, como Vítor, Tambo, Siguas, Majes y Camaná, donde ricos viñedos les producen apreciables ganancias por la venta de aguardiente. Sus casas en la ciudad están construidas en torno a un patio, hacia el cual se abren las principales habitaciones. Sus hijos son con frecuencia los dirigentes de turbulentos cholos en revuelta, y siguen las profesiones de abogados o políticos, comerciantes y hacendados, mientras que los más ambiciosos optan por la carrera de las armas. Las mujeres son consideradas las más bellas e inteligentes del Perú, y, en Lima, las mujeres más atractivas son usualmente arequipeñas. Quizás la mayoría no ha ido nunca más allá de la campiña y de los valles cálidos 165

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adyacentes, y muchas no han visto nunca el mar. Y, sin embargo, son vivaces y simpáticas en sociedad, plenas de una inteligente curiosidad, y, casi siempre, sobresalen en la música. A menudo cantan las tristes despedidas, y los sonetos de su paisano el poeta Melgar, cuyo amor por una bella citadina no fue correspondido, y cuyo melancólico destino ha rodeado su nombre de un halo novelesco. Fue fusilado bárbaramente después de ser tomado prisionero por los españoles en la batalla de Umachiri en 1815, primer intento que realizaron los peruanos en pro de su independencia. Durante los meses de invierno las familias de las clases altas más acomodadas se trasladan a los pueblos de la campiña, ya sea a Tingo, Tiabaya o Sabandía, llevando consigo sus muebles. Al comienzo de la estación dejan la ciudad caravanas de mulas cargadas de catres, sillas y mesas, para hacer habitables sus casas de campo. Aquí los arequipeños disfrutan de los placeres del campo y de bañarse en amplias albercas enchapadas de mampostería, y rodeadas por hileras de altos sauces. Las cabalgatas por el campo que rodea a esas aldeas son muy bonitas. Los árboles consisten, principalmente, en altos sauces y Scbinus molle, con sus racimos de bayas rojas, mientras que arbustos de fragantes y blancas Daturas y de la hermosa Bignonia fulda se aprietan en los cercos, y los cursos de agua se hallan bordeados por masas de Nasturtiums. Las parcelas producen ya sea cosechas de vívida y verde alfalfa, o un alto trigo indio, de seis a ocho pies de alto, sobre el cual el Tropeolzem canariensis serpentea en masas doradas, y a cuyo pie el brillante y azul lupias, y un Solanrim con ricas flores purpúreas, crecen como maleza. Desde muchos puntos de vista las rápidas aguas del río Chili completan el cuadro, mientras que a lo lejos las nevadas cumbres de Chuquibamba, Charcani y el Baños Termales de Yura.

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volcán brillan a los rayos del sol. Más arriba de Arequipa el río corre a través del valle de Chilinos, en cuyas escarpadas riberas se alinean las andenerías, o plantaciones de maíz en terrazas, en las cuales, aquí y allá, se alza un pintoresco grupo de cabañas de piedra de los indios, a menudo ocultas del todo por las hojas de un verde obscuro y las flores doradas de las plantas de calabaza que las cubren. Los patios de las casas se hallan ornamentados con frecuencia por una hermosa planta de granadilla, que trepa por las entramadas verandas y se cubre de flores. Es una especie de Tacsonia, que los nativos llaman tumbo. La flor tiene un largo tubo, y es de un suntuoso y obscuro color rosa, en tanto que del fruto ovoide se hace un delicioso fresco. Además de los baños de las puras aguas del manantial de Tingo y Sabandía, los baños medicinales de Yura constituyen un lugar de descanso en los meses de invierno. Yura se halla a treinta millas al noroeste, y está situada, como Arequipa, justo debajo de la cadena de las cordilleras. El camino corre sobre un terreno muy accidentado, en que las abruptas estribaciones de los Andes se proyectan en el desierto. En marzo el fatigoso y árido desierto se vivifica con flores silvestres, arbustos de Solanums de color amarillo o púrpura, Comnpositoe de un anaranjado brillante, y, en un paraje, con una alfombra de iris purpúreas y minúsculas. Los baños se hallan en un gran barranco, con altos sauces y maizales, regados por un arroyo. En esta estrecha cañada, que limita por un lado con cerros arenosos, que forman aquí la base del volcán, y por el otro por un espolón de traquita, hay dos sitios en que las aguas termales brotan burbujeando de las rocas, siendo una ferruginosa y la otra sulfurosa. En los baños sulfurosos hay algunas edificaciones de piedra, que se supone son alojamientos para los bañistas, con pesadas arcadas y largas habitaciones abovedadas sin ventanas ni muebles, pues, como sucede en Tingo y en Sabandía, todos los visitantes traen consigo sus camas, mesas, sillas, cacharros y utensilios de cocina. En el cuarto de baños hay cuatro pozas, enchapadas de piedra, de diferentes temperaturas, y que se llaman Vejeto (87º Fahrenheit), Desagüe (88º), Sepultura (89º) y el Tigre (90º). Se dice que curan la disentería, el reumatismo y las enfermedades de la piel. El riachuelo corre hacia la parte baja de la quebrada y se une al río Yura, cerca de una aldea llamada Calera, donde se fabrica la mayor parte del jabón que se consume en Arequipa. Grandes cantidades de carbonato de soda se recogen de las rocas areniscas, lo cual da trabajo a los habitantes 167

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del pueblo. La tierra se divide en topos (5000 pies cuadrados), cada uno con un valor estimado en mil dólares, y cada seis semanas se recoge una cosecha de salitre (carbonato de soda). Desde Calera se tiene una hermosa vista del verde valle de Yura, y de una gran cadena de montañas porfídicas. La población de la campiña y ciudad de Arequipa se estima en más o menos 50,000 habitantes. El lugar fue colonizado por primera vez por el Inca Mayta, que estableció allí un cuerpo de mitimaes o colonos, del pueblo de Cavanilla, cerca de Puno, y ordenó que permanecieran y se establecieran en el lugar. De allí proviene el nombre de «Ari quepay» «Sí, quedarse», o más probablemente se deriva de las palabras «Aric quepa», «Detrás de un picacho.» Esos mitimaes fueron los antecesores de los indios actuales, o cholos, como se los llama, y fueron distribuidos en pueblos por la campiña, ocupados en el cultivo de maíz; pero la ciudad es puramente española, y fue fundada por Pizarro en 1540, época en la cual se empezó a trabajar las canteras. Los cholos o indios de Arequipa han sido desde hace mucho conocidos por su turbulencia, y por la avidez con que se unen a todo intento de revolución, aparentemente por puro amor al alboroto. Son adictos a la chicha —un licor fermentado que se hace con el maíz— en tal medida que se dice que casi todo el maíz que se cosecha en la campiña se destina a la elaboración de esta bebida, bajo cuya influencia los cholos han establecido la fama de que Arequipa es el gran foco de las revoluciones del Perú. Pero el hábito de beber en exceso ha hecho a los cholos, aunque capaces de combatir sin desmayo tras de las murallas, gente sin ningún valor como soldados en campaña; y su constitución corporal es tan mala que una pequeña herida es en ellos a menudo fatal. Hay una muy marcada diferencia, sin embargo, entre los cholos de Arequipa y los indios del interior, que se ven en las calles con sus llamas cargadas con la sedosa lana de la vicuña: aquéllos son una raza turbulenta y excitable, que lucharán hasta el fin detrás de las murallas, pero que carecen de vigor y son por completo incapaces de soportar la fatiga; los últimos son un pueblo paciente, sufrido, capaz de una extraordinaria resistencia, y, como soldados, habituados a recorrer distancias que parecen increíbles a quienes cuya experiencia se limita a los movimientos de las tropas europeas. Hay una evidente mezcla de sangre española en el pueblo que habita Arequipa y su campiña, mientras que los indios del interior son en su mayor parte de pura raza. 168

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Antonio Raimondi Geógrafo, escritor y viajero italiano (1824-1890). Viajó por casi todo el territorio del Perú durante 18 años, haciendo observaciones y conociendo su naturaleza y sus habitantes. Escribió una monumental obra que llamó El Perú.

una vuelta por arequipa I El Perú : itinerarios de viajes Día: 12 de diciembre de 1863 De Cocachacra al Tambo de la Joya Hora 8.13: Salida de Cocachacra al NorOeste. 3.40: Llegada al Tambo de la Joya. Desde el Tambo de la Joya se distinguen 5 nevados cuya forma y dirección son las siguientes: Solimana

Nevado de Chuquibamba

Chachani

Misti

Pichupichu

El Tambo de la Joya llamado también de la Hoya, consiste en una casa de madera con varios cuartos que sirven de alojamiento a los transeúntes; y una especie de fonda, para el servicio de los pasajeros. 169

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Esta casa u hospicio situado en medio de una gran pampa desierta, es bastante útil para los que transitan por el camino de Islay a Arequipa. Verdad es que los recursos se pagan bastante caros, pero más vale pistar un poco que estar completamente privado de toda clase de auxilio en este despoblado camino. En el Tambo de la Joya se encuentra buena cama, agua, comida y forraje para las bestias. El cuarto vale 2 reales por noche, la cama 1 peso y la vela otros 2 reales; de manera que por la habitación se paga 12 reales por día. El agua la traen desde Vítor y vale 3 reales la arroba, de manera que solamente para apagar la sed de una bestia se necesita de 3 a 4 arrobas y de consiguiente otros 9 ó 12 reales. En ninguna parte del mundo creo que se pague más este tan indispensable elemento. El forraje vale un peso y a veces 12 reales el tercio. Este consiste en Alfalfa seca que la traen del valle de Tambo o de Vítor. La comida para los transeúntes tiene un valor en proporción con el de las materias indicadas. Los arrieros no paran en el Tambo de la Joya porque les saldría demasiado caro. Los de Arequipa que bajan a Islay para tomar guano, paran un rato en la Joya en las inmediaciones del Tambo y dan a comer a sus bestias un poco de alfalfa que mandan desde Arequipa los dueños, calculando el día que están de regreso a este lugar. Este poco de alfalfa que dan a las bestias se llama el alcance. En las inmediaciones del Tambo de la Joya empiezan a aparecer los médanos. Con este nombre se conoce en el Perú unas eminencias o cerritos de arena producidos por la acción de los vientos. Los méda-

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nos que se notan en las inmediaciones de la Joya tienen la forma de una media luna: anchos y elevados en la parte media, van bajando y adelgazándose en las extremidades que terminan en punta. Su altura varía mucho, habiendo algunos de pocos pies de elevación y otros que alcanzan a más de 40 de altura en su parte media.   Día 13 de diciembre de 1863 De Tambo de la Joya a Arequipa (15 leguas en 10 horas) Hora 6.45 a.m.: Salida del Tambo de la Joya con dirección hacia el volcán Misti. 6.21 p.m.: Se pasa el puente y se entra en la parte central de la ciudad. Arequipa.- La ciudad fue fundada en 1539 a petición de algunos españoles, los que pidieron permiso a Francisco Pizarro, que en aquella época se hallaba en Yucay. Sin embargo los primeros españoles que habitaron este lugar se establecieron, antes de la fundación de la ciudad, en el pago que actualmente se llama Lloclla de San Lázaro. Pero el nombre de Arequipa tiene su origen desde mucho tiempo antes remontándose hasta la época del cuarto Inca llamado Mayta Capac el que de paso por el lugar después de su conquista de los indios de Chumbivilcas, Parinacochas, Condesuyos y Collaguas, permitió a sus soldados que se quedasen, pronunciando las palabras de Are quepay sí quedaos, (Calancha). Otro historiador dice que Arequipa indica trompeta sonora. Sea lo que fuere, los españoles modificaron un poco la palabra y dieron el nombre de Arequipa a la ciudad que fundaron en 1539. Arequipa se halla situada en la orilla izquierda del río Chili o Chiri, el que toma su origen en la pampa del Confital y baja entre el Volcán Misti y el Chachani. La ciudad se halla rodeada de un gran llano, que parece haber sido en otra época el fondo de un lago interrumpido por varios cerritos que formaron en aquella época otros tantos islotes, como ahora lo son con su aspecto árido en medio de la hermosa y verde campiña. 171

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Hacia el E NE se eleva majestuosamente el colosal volcán llamado Misti, de una figura cónica bastante regular y con su cumbre casi siempre cubierta de un poco de nieve. Este inmenso cerro se halla flanqueado hacia el NO por el nevado Chachani y al SE por otro nevado llamado Pichupichu. Desde la misma ciudad el terreno se eleva rápidamente hacia los flancos de estos gigantes que dominan Arequipa con sus elevadas y frígidas cumbres. La vasta llanura que forma la campiña de Arequipa se halla diseminada de numerosos pueblos y pagos, los que son tan aproximados unos de otros que parecen formar a veces una sola población; no pudiéndose distinguir en donde termina uno y principia el otro. La mayor parte de estos pueblos tienen manantiales de agua que sirven de baño y adonde concurren continuamente por recreo los habitantes de la ciudad. Día 22 de diciembre de 1863 Paucarpata y Sabandía.- El pueblo de Paucarpata es muy largo y forma como dos calles principales: una es casi llana y es la que se sigue en el camino de Arequipa a Sabandía, la otra, corre paralela pero pasa la lomada cerca de la iglesia, de manera que es inclinada. Pasando la otra banda del río, se entra luego en el pueblo de Sabandía. Este pueblo es de regular extensión, tiene varias casas decentes y es un lugar frecuentado por los arequipeños, que vienen a veces a establecerse por algún tiempo con el objeto de tomar baños. Varios señores establecidos en Arequipa tienen su casa de campo en Sabandía, tal por ejemplo don Guillermo Moller, el que posee en Sabandía una hermosa finca. A unas pocas cuadras del río marchando al E SE se hallan los baños, que consisten en dos pozos o estanques artificiales de unas 20 varas de largo por 10 de ancho, construídos en piedras de cantería con sus gradas para entrar y salir y pequeñas compuertas para llenarlos. El agua es de infiltración y forma manantiales que vienen a brotar al pie de un cerrito formado por una roca, traquítica de color gris con feldespato vítreo y algunos cristales de augita. 172

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Lago de Tingo.

En este cerrito casi no se veía roca que lo forma, sino que se halla cubierto de tierra, y mi gran número de masas erráticas de la roca arriba citada. El agua de los baños de Sabandía es muy cristalina, pues pasa a través de un filtro natural. No tiene muchas materias minerales en disolución y es pues muy buena agua potable. Los pozos tendrán como una vara y media de profundidad. Día 26 de diciembre de 1863 Tingo.- Tingo es un lugar en donde van a bañarse los arequipeños; no dista 1 legua de la ciudad y la distancia se hace todavía más fácil por ser el camino entre Arequipa y Tingo el mejor de todas las cercanías de la ciudad. Los baños de Tingo son fríos y aunque les atribuyen distintas propiedades, sus aguas no tienen en disolución muchas materias minerales y no son más que agua de infiltración, que se puede emplear como agua potable. Si ha habido algunas curaciones, se deben atribuir a la fe que tenían los bañantes más bien que a la cualidad de las aguas.

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Para bañarse hay tres pozos de piedra provistos de una grada; y los que concurren a estos pozos, quedan enteramente expuestos al aire libre porque los pozos no tienen ni siquiera techo. El lugar llamado Tingo va creciendo todos los días por la numerosa concurrencia de bañantes que parece haber abandonado Tiabaya para trasladarse a Tingo. Uno de los pozos lo llaman del fierro, aunque no tiene sino la pequeñísima cantidad de fierro que pueda tener cualquier agua común. Sin embargo, es tanta la fe que ponen en este baño que difícil sería hacer comprender a la gente, que carece de fierro. Hora 4.20: Llegada al pie de los cerros que se dirigen de Alata a Tiabaya. Al pie de estos cerros y a la izquierda del camino se halla el lugar llamado Los Perales, porque se encuentra en este punto un bosquecillo de Perales que producen muy buenos frutos. En este lugar hay muchas casitas en donde en otra época venían como de recreo un gran número de familias arequipeñas. En el día este lugar no es tan concurrido y solamente en los días festivos se ve una que otra familia.      Día 31 de diciembre de 1863 Baños de Yura.- En una quebrada de cerros de conglomerado raquítico salen a la superficie del terreno varios manantiales de agua termal que por su composición química gozan de propiedades medicinales bastante notables. Parece que desde mucho tiempo se ha conocido la importancia de estas aguas; pero después que un sabio alemán (Tadeo Haenke 1796), al fin del pasado siglo, hizo el primer análisis e indicó el modo de hacer uso de estas aguas, se empezó a aplicarlas con más seguridad en la curación de varias enfermedades. Un español natural de Galicia, llamado don José Nadal y Nogerol, después de haber recobrado su salud con el uso de estos baños, dio una gran muestra de gratitud y caridad al fabricar a su costa, en las inmediaciones de los principales manantiales, un edificio de cal y 174

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piedra con muchos cuartos para que sirviese de alojamiento a todos los que concurrieran a estos baños. Además, construyó una capilla en la que actualmente se observa el retrato de su fundador junto con el de don Domingo José de la Peña, otro hombre caritativo que ayudó a Nadal en esta empresa. En 1846 se construyó un edificio de cal y piedra en cuyo interior se hallan los 4 pozos que sirven para bañarse. A estos pozos se aplicaron los nombres de Tigre, Végeto, Sepultura y Desagüe: al primero, por ser de agua caliente y más cargada de gas; al segundo, por el color blanquizco de sus aguas que se asemeja un poco al végeto (acetato de plomo básico diluido con agua); al tercero, por su profundidad; y al cuarto, porque en él desaguan los demás baños. En 1848 se construyó otro edificio para el agua ferruginosa situada a 6 cuadras más abajo. En éste se hicieron dos pozos de los que uno es desagüe del otro. Las aguas termales de Yura se pueden dividir en dos grupos: sulfurosas y ferruginosas. Las primeras comprenden los cuatro pozos más arriba mencionados, las otras los dos pozos situados a seis cuadras de las primeras. Además de estos pozos que constituyen los baños, hay muchos otros manantiales entre los cuales citaremos uno de agua sulfurosa situado delante de la misma puerta de los baños y otro situado atrás, conocido con el nombre de Agua Nueva. De las ferruginosas hay muchísimos ojos de agua que se han abierto paso en medio de un terreno pantanoso cubierto de Grama. Los vecinos del lugar creen que cada ojo es de distinta agua que goza de virtudes especiales. Así, a una la llaman Agua de Ojos, a otra Agua de Muelas, a otra Agua para el Estómago, etc. Todas estas aguas son notables por las grandes cantidades de ácido carbónico que tienen disuelto al estado libre y a favor del que se halla también disuelta una fuerte proporción de carbonato de cal, de magnesia y de protóxido de fierro. Todas las aguas termales de Yura no tienen ácido sulfúrico ni libre ni combinado, pero sí tienen una regular cantidad de silicato de cal, de cloruro de sodio y de carbonato de soda.

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Día 12 de enero de 1864 Pueblo de Yura.- El pueblo de Yura, es enteramente de indígenas y tiene un aspecto muy ruinoso; si no se viera alguno que otro individuo, parecería un pueblo enteramente abandonado. Mas si no está todavía abandonado, parece que lo estará entre poco tiempo, porque sus habitantes van disminuyendo continuamente, acabados por las tercianas de Palca, lugar que dista 6 leguas de Yura, en la confluencia del río Yura con el de Arequipa y en donde tienen sus chacaritas los habitantes de Yura. Pasando por el pueblo no se ve sino cercos de piedras y casitas del mismo material con techos de paja destruidos o caídos, en donde reina la miseria y la suciedad. Para completar el estado miserable de este pueblo, la iglesia de Yura se quemó el año pasado.     Día 19 de enero de 1861 Pueblecito de Yumina.-  El lugar llamado Yumina se halla situado sobre una eminencia de vista muy pintoresca. El lugar se compone de varias casitas agrupadas sin orden formando como un pequeño pueblo. Actualmente se está construyendo una iglesia. Yumina tiene una campiña muy hermosa y sus terrenos son regados por el agua que sale de 3 manantiales situados a unas pocas cuadras hacia el E. El agua de estos manantiales corre por medio de una acequia a una especie de estanque situado cerca de las casas y de allí pasa a los terrenos que se extienden con cultivos hasta el mismo Sabandía.      Characato.- Characato es un pequeño pueblo situado en la orilla izquierda de un riachuelo que en su mayor parte sale de un manantial llamado Agua del Milagro. La iglesia de Characato tiene un cementerio con una pequeña reja de madera destruida provista de 8 estatuas de yeso muy mal hechas. En el interior hay 12 estatuas que representan los apóstoles y que se hicieron venir de Italia; también hay una imagen en bulto de Nuestra Señora de la Purificación, copiada de la que existe en el pueblo de Copacabana y a la que atribuyen muchos milagros.

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El pueblo de Characato deriva su nombre de Saraccato que quiere decir «mercado de maíz». Este pueblo parece haber sido fundado por los indios gentiles de Chucuito. Llegada al manantial del «Agua del Milagro». El manantial llamado «Agua del Milagro», nace en medio de un monte al pie de unos cerros. El agua sale de un fondo de arena. Es bastante buena; y de las aguas de Arequipa, es la que tiene menos materias orgánicas.      La quebradita de Characato es muy pintoresca siendo cultivada con esmero. A los lados se notan sembríos en andenes o escalones. II

El Perú : Libro 1 Valle de Tambo.- Dejé a Islay y sus áridos cerros, pasando al rico y fértil valle de Tambo, verdadera despensa de la ciudad de Arequipa. Allí visité el pueblo de Cocachacra, que por su nombre recuerda que en otro tiempo se cultivaba en este lugar la preciosa coca; recorrí los numerosos caseríos diseminados como islotes en este lago de verdura; vi sus sembríos de arroz, ají y caña; subí a sus verdes lomas, donde hallé algunas familias del valle de Tambo que habían venido a vivir bajo toldos para gozar de su agradable temperamento. Después de haber recorrido el valle en todos sentidos, subí por la quebrada de Cahuintala para tomar el camino de Arequipa, dirigiéndome al Tambo de la Joya. Desde este hospicio, en medio del desierto, se ve a lo lejos en el horizonte levantar su cabeza cinco elevados cerros cubiertos de nieve: Solimana, Ampato, Chachani, Misti y Pichu-pichu, cuya naturaleza volcánica pude reconocer más tarde contemplándolos de cerca. Seguí mi marcha al través del desierto admirando y estudiando los movedizos cerrillos de arena que llaman médanos y atravesando la cadena de cerros de la Caldera, bajé al risueño valle de Arequipa. Ciudad de Arequipa.- La ciudad tiene un aspecto bastante agradable y aunque no se notan palacios ni casas que tengan una arquitectura elegante y suntuosa, sin embargo presentan una vista regular. 177

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Vista de Arequipa. Dibujo de Delamare, 1865.

Las calles son rectas y cortan la ciudad en manzanas bastante regulares. Las casas están fabricadas de piedra sillar (conglomerado traquítico), que se saca de unas canteras situadas a poca distancia de la población y son todas de bóveda, de manera que aquí no se emplea madera para la construcción de los techos. Como la piedra de construcción es aquí algo porosa y de consiguiente permeable al agua, usan cubrir la parte superior de la casa con argamasa de cal. Siendo las piedras porosas y estando reunidas con cal, llegan a cementar tan fuertemente que forman una sola masa y le dan una solidez que no tienen las casas de las otras partes del Perú. En el interior, las casas tienen sus paredes cubiertas de tapicerías; pero algunas de construcción moderna, en vez de tapicería tienen las paredes estucadas y pintadas al fresco. Las casas de Arequipa, a excepción de unas pocas, tienen un solo piso, de manera que carecen de balcones y sólo tienen grandes ventanas de reja hacia la calle. Esta costumbre de edificar las casas de un solo piso, se debe a que se teme mucho los temblores que son muy frecuentes. La mayor parte de las calles tienen una acequia en el medio. De esta acequia salen pequeños canales que pasan por el interior de 178

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las casas y salen a desaguar a la acequia que corre por otra calle. El agua no corre continuamente por estos canales, sino que se da a cada casa, en ciertos días, según un arreglo establecido. Así las casas tienen esos días una pequeña acequia de agua corriente que es de gran utilidad para la limpieza interior. Arequipa es uno de los puntos del Perú en donde el agua está muy bien distribuida y economizada. La que sirve para el consumo de la población se toma de una acequia que a su vez la saca del río a 2 leguas de la población. De esta acequia es conducida a la ciudad por medio de una cañería de fierro y es repartida en los diferentes barrios por medio de 2 pilas y 7 piletas. Actualmente se están construyendo otra pila y 6 piletas, de manera que entre poco tiempo habrán 3 pilas y 13 piletas. La gente acomodada hace traer el agua para el consumo, de un manantial situado a pocas cuadras de la población en el mismo cauce del río y conocido con el nombre de Puquio de Samaná, porque tiene la creencia que el agua del río es muy mala, siendo así que su agua transparente es mucho mejor que la de Samaná. En la estación de lluvias, el agua del río y de consiguiente la de las pilas de la ciudad es casi siempre turbia, llevando en suspensión una arcilla muy fina que se deposita muy difícilmente aun dejando descansar el agua por algunos días. Para evitar que el agua de la pila, en tiempo de lluvia salga turbia, se está actualmente construyendo un gran filtro formado de varios depósitos en donde el agua que sirve para el consumo de la población deberá pasar a través de varias capas de piedra y arena filtrando de arriba para abajo como de abajo para arriba. Para abastecer actualmente de agua a la población, se necesitan 35,000 quintales diarios; y con el nuevo filtro y la cañería, se tendrán disponibles 50,000 quintales. Casi todas las aguas de las cercanías de Arequipa tienen una fuerte proporción de materias orgánicas, cuyo origen es muy difícil de explicar. A estas materias orgánicas se debe atribuir los desarreglos de estómago que experimentan casi todas las personas que vienen de afuera. Es creencia muy común que estos efectos del agua son producidos por las sales calcáreas y magnesianas que contiene el agua; pero si 179

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se hace un análisis químico del agua de la cañería, se ve que sólo tiene en disolución una pequeña cantidad de sales y que con respecto a las materias minerales, el agua de las pilas de Arequipa se puede considerar como una de las mejores. Al contrario, el agua de los manantiales de las inmediaciones de la ciudad, que se toma de preferencia por su frescura y transparencia, está mucho más cargada de sales terrosas. De consiguiente, no se pueden atribuir los malos efectos del agua a las materias orgánicas cuya proporción pasa de gramos 0.003 por cada litro de agua, cantidad que es más de 3 veces mayor de la que debe contener una buena agua potable. En algunas regiones del Perú me ha sucedido ver el barómetro aneroide marchar de un modo muy irregular. Un aneroide, cuyas indicaciones iban en bastante acuerdo con las de un barómetro de mercurio, al acercarse a Arequipa empezó a funcionar de un modo muy caprichoso, paralizándose la marcha del puntero aún cuando cambiaba de nivel, y variando en seguida bruscamente de 10, 15 hasta 20 mm. Esta marcha anormal del aneroide duró todo el tiempo que permanecí en Arequipa y sus contornos, volviendo en seguida a dar indicaciones exactas al cambiar de región. No he podido descubrir la causa de este fenómeno. Y como el clima de Arequipa es excepcional, por su gran sequedad y a veces por el estado eléctrico de su atmósfera, pregunto: ¿Tendrá alguna influencia sobre la marcha del aneroide una atmósfera muy seca y cargada de electricidad? Arequipa y baños de Yura.— Heme aquí llegado a la bella ciudad de Arequipa, con sus sólidas casas de piedra y sus techos de bóveda, que dan a la población un sello especial. Las cómodas casas, la verde y bien cultivada campiña, los numerosos baños situados en las inmediaciones de la ciudad, y la pintoresca vista de su cónico volcán llamado Misti, hacen de Arequipa una agradable mansión para el viajero. En Arequipa se abría para mí un ancho campo de estudio, en la formación geológica de sus terrenos, en su especial climatología, debida a la suma sequedad de la atmósfera, y en el examen y análisis de sus numerosas aguas, tanto potables como minerales.

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Arrieros tomando chicha.

Empecé por recorrer los variados pueblecillos que rodean la capital, con el Señor Eugenio Boech, que tuvo la bondad de acompañarme y hacer al mismo tiempo numerosas observaciones meteorológicas. Ocupado en esta agradable tarea, me sorprendió el fin de año 1863; de manera que el último día de dicho año, me dirigía a los baños de Yura, con el objeto de hacer el análisis de aquellas saludables aguas minerales. De regreso a Arequipa y analizadas las aguas minerales de Jesús y las potables de la ciudad, me fui al tambo de Corralones en el camino de Vítor, para ver unos grabados sobre piedra situados en el alto de la Caldera e inmediatos al Tambo. Hechos algunos dibujos de esos antiguos jeroglíficos, continué mi marcha hacia Vítor para conocer el valle del mismo nombre, y luego regresé a Arequipa para continuar mi ruta hacia el Sur. De Arequipa me trasladé al pequeño pueblo de Chacahuayo, y de allí a Omate, viendo de paso algunos pueblecitos. A poco más de tres leguas de Omate vi los baños termales, y llamó mi atención un 181

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chorro de agua termal que, saliendo con mucha fuerza en la orilla del río, como si fuese impelido por una bomba de incendio, forma un arco que atraviesa el río y cae en la otra banda, depositando en el suelo una materia rojiza formada en su mayor parte de óxido de hierro. Volcanes de Ubinas y Huayna-putina.- De Omate hice un pequeño viaje al pueblo de Ubinas, situado a catorce leguas de distancia, para ver de cerca el volcán del mismo nombre que tiene su cráter destrozado. De regreso a Omate, emprendí mi marcha al pueblo de Quinistaquilla sobre terrenos cubiertos de una espesa capa de piedra pómez. En este pueblo ninguno me dio razón del volcán Huayna-putina que se cita en muchas obras; sin embargo, tomé guías y recorrí toda la región elevada en busca del volcán, y después de algunas horas de fatigosa marcha, parte a bestia y parte a pie, sobre un terreno movedizo, me encontré de repente con un cráter, que en el país conocen con el nombre de Morro-Putina. Este volcán es sin duda el que hizo su erupción en 1,600 y que arruinó los pueblos de Omate, Quinistaca y Quinistaquilla. De este último seguí mi camino hacia Carumas. A tres leguas y media de este pueblo hay manantiales de agua termal que, a pesar de llamarse agua termal de Carumas, se conocen en el lugar con el nombre de Baños de Putina, por hallarse cerca de la población que lleva el mismo nombre. Esta agua termal sale a la superficie tanto en la orilla como en el mismo cauce del río que pasa al pié de Putina. Un ruido casi igual al que produce la salida del vapor cuando se abre la llave del caldero de alguna máquina, anuncia la cercanía del agua termal: existiendo casi en el mismo nivel del agua del río un pequeño cono provisto de una angosta abertura, de donde sale con ruido el agua casi reducida a vapor, y a la temperatura de 91º del termómetro centígrado. La superficie del terreno es tan caliente, que casi no se puede pisar el suelo cerca del punto de donde sale el agua. Antonio Raimondi. El Perú : itinerarios de viajes 1 1 La versión completa se encuentra en internet en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=5440

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Eugenio Larrabure Y Unanue Periodista, historiador, diplomático y político peruano (1844-1916). Escribió Un viaje en 1870, de Lima a Arequipa.

la pampa de la joya y sus médanos

A

la vegetación silvestre y variada de las lomas sucede casi repentinamente el desierto de La Joya, cuyo límite no se percibe, arenoso, estéril, mudo: al atravesarlo le preguntaba un vecino nuestro a otro pasajero: —¿Qué juzga usted de estas soledades? —Parece que el Creador –contestó–, al formar el mundo, se olvidó de esta parte y desde entonces la ha abandonado completamente. Nada es, sin embargo, menos cierto, pues en estos lugares donde parece habitar la muerte y existir una quietud constante, la naturaleza está en continuo movimiento y llena de vida, como verán nuestros lectores en los párrafos siguientes. Con el nombre de La Joya se conoce no sólo la pampa a que hemos hecho referencia, sino además un tambo o pascana, situado en medio del desierto, entre el camino de Islay a Arequipa. La Joya es un establecimiento fundado hace muchos años por un buen inglés y adonde todavía llega a hospedarse el pobre pasajero que sale de Islay y tiene que atravesar a caballo noventa millas infernales hasta Arequipa, o viceversa. Se encuentra en dicho establecimiento, aunque a precios fabulosos, los mismos artículos que en uno de los hoteles de segundo orden en Lima, y además pasto seco para los caballos. El viajero que llega a él, después de sufrir un sol ardiente, o víctima del viento frío de la noche, no puede menos que juzgar delicioso, por muy triste y desaseado que sea, el lugar donde halla alojamiento seguro y provisiones. Como se ve, La Joya ha sido durante mucho tiempo el punto de descanso en el viaje de Arequipa a Islay, y seguirán tocando en él, hasta que se haya terminado el ferrocarril, los arrieros que hacen el tráfico entre ambos pueblos. Cualquier descuido del dueño del 183

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establecimiento en surtirse de los artículos más necesarios, suele costar muy caro a los transeúntes. Hace pocos meses que toda una división de mil hombres que regresaban de Arequipa, siendo inútil su permanencia en dicha ciudad por haberse arreglado honrosamente la cuestión con el Gobierno de Bolivia, estuvo a punto de perecer por falta de agua; felizmente las locomotoras habían llenado algunos tanques el día anterior, y la tropa pudo salvarse, gracias a esta circunstancia. No debe llamar la atención el caso que hemos narrado, pues antes de ahora han sucedido otros muchos semejantes. Tampoco se debe atribuir la causa que los origina a fulano ni a zutano, sino al atraso en que estamos y del que, a Dios gracias, vamos saliendo poco a poco. No hace mucho tiempo que dos pasajeros salieron a caballo de Islay y se extraviaron en la pampa: cuando partió gente de Arequipa en busca de ellos, ya era tarde, pues sólo encontraron sus cadáveres, que servían de pasto a los buitres a tres leguas del camino. Si es fácil no perderse durante el día, bastando para ello ir junto a los postes del telégrafo o cerca de la multitud de esqueletos de mulas y caballos, que forman un inmenso cordón en casi todo el camino, no sucede lo propio durante la noche, en que los guías más expertos suelen extraviarse de la vía pública. De esta circunstancia se deriva la palabra empamparse, que es un modismo o un peruanismo, que equivale a «perderse o extraviarse en la pampa, muriendo las más veces de hambre y sed». Pero continuemos nuestro viaje, interrumpido algunos minutos en la estación provisional de La Joya. Después de haber tomado algún alimento, los tres o cuatro pasajeros que habíamos, nos colocamos lo mejor posible en los carros, y el tren se lanzó de nuevo devorando las distancias y bramando por entre los arenales. ¡Cuán agradable es escuchar el estruendoso ruido de la máquina en medio de la soledad del desierto! Ese bramido es el grito de la civilización que va a despertar a los pueblos. En ese momento nos dirigíamos hacia Vítor y Huasamayo. Entonces, se principia a gozar de un nuevo espectáculo: la inmensidad de médanos que pueblan el desierto. Francamente, después de haber conocido a estos habitantes de la costa de Arequipa, no recordamos a poeta alguno que haya cantado los médanos de un modo digno del asunto. Y este asunto es muy importante para nuestros poetas y muy digno de la poesía. Porque al cabo no sólo hemos de hacer versos 184

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por los pajaritos que cantan en los árboles, las flores y la luna. Hay mucha inspiración en los médanos: la forma graciosa y casi perfecta de éstos; el brillo que despiden a los rayos del sol; sus colores de esmalte y de plata; el movimiento constante de los granos de arena que los forman; su hermosa perspectiva cuando se juntan varios y forman una cadena, como la línea de batalla de un cuerpo de infantería, o bien una larga serie de personas que se toman de las manos; las formas caprichosas que les dan los vientos contrarios, en fin, ese trabajo continuo en medio de la quietud aparente del desierto, eran otros tantos motivos de sorpresa y de placer para nosotros. Esos montones de arena, que a los ojos del vulgo nada significan y sólo sirven para borrar constantemente los caminos perjudicando a los viajeros, son por lo contrario objeto de curiosidad para el hombre de mediana inteligencia, inspiran al poeta y al artista y merecen un estudio especial. Creemos que no sería difícil calcular, después de algunas observaciones, el tiempo que dura la formación de un médano de seis a ocho metros de altura y la distancia que recorre en un número de años determinado, hasta llegar a la quebrada de Huasamayo, que limita la pampa por el Oriente y que es como una inmensa barrera formada por la naturaleza, donde se estrellan los médanos, no presentándose ya otro alguno en el camino de Arequipa. A propósito de la marcha constante de los habitantes del desierto hacia la quebrada de Huasamayo, nos refirió el dueño del tambo de La Joya un caso bastante curioso. El año de 1856, cuando el Mariscal Castilla pasaba con su ejército por esas soledades a sofocar la revolución de Arequipa, como supiese que en el tambo había una gran olla de fierro, se la exigió al dueño para el servicio de la tropa; pero el tambero, negando que tal olla existiese, la ocultó cerca de un médano inmediato. Inútiles fueron más tarde sus esfuerzos para sacar la vasija, pues el médano la había cubierto por completo y fue preciso esperar dos años, durante los cuales avanzando el médano majestuosamente algunos pasos, dejó tras de sí la gran olla. Por lo que ya hemos dicho, se ve que este suceso es muy posible y muy natural.

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Simón Camacho Escritor venezolano, 1824-1882. Acompañó al Presidente Balta en su viaje de inauguración del ferrocarril de Mollendo a Arequipa, a finales de 1870. En su crónica hace un relato del recorrido del tren presidencial desde el puerto de Mollendo hasta su triunfal entrada en Arequipa. Escribió: El ferrocarril de Arequipa. Lima, 1871.

la visita del presidente balta

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l Presidente y su séquito entran en el carro que se les tenía preparado y a las seis y media de la mañana arranca la locomotora en su viaje de inauguración. Empezando por el interior, el carro presidencial conduce a S. E. y su familia, a los Ministros de Estado, al Ilustrísimo Señor Obispo de Arequipa y sus familiares, al de Puno, al Cuerpo Diplomático y a varias otras personas que han sido favorecidas con invitación especial. Frente al carro marcha otro con letrero de “Segunda Clase” por fuera; mas por dentro todo en él va diciendo que es de primera, por cuanto en su centro lleva cierta mesa con mantel blanco, flores y frutas y en un andén superior botellas con la marca de Chateau Rose y de la Viuda Cliquot. La mesa promete. Entre tanto la máquina corre apresuradamente por la orilla del mar, sobre rieles tendidos en un piso de arena que en otro tiempo (se conoce al verlo) ha sido bañado por el agua salobre. El convoy pasa la tienda de campaña en que se guarnece un peón caminero, solitario habitante de aquella soledad sahárica. El pobre hombre cría alrededor de su tienda algunas gallinas, cuyo ruido acaso le distraerá en el silencio del desierto, apenas interrumpido por el eco temeroso de las olas del mar lejano. Muy cerca de donde éste revienta, van caminando lentamente algunos arrieros por el que todavía se llama camino real. El hombre a caballo luce muy pequeño a causa de la distancia, y la lentitud de su arria delata la dificultad que, en todas partes le presenta el piso blando y mal seguro. Pronto cesará ese tráfico, absorbido por el tren 186

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a vapor, excepto en algunas comunicaciones locales de muy poca importancia. ¡Un árbol! ¡el oasis! Al salir de un estribo de la cordillera y al pie de la falda oriental, se presenta aquel espectáculo que ya empezaba a ser apetecible ante el de la playa desolada. Hemos recorrido más de once mil metros sin ninguna variante y aquel árbol junto al cual nacen otro y otro, que van saliendo por detrás del estribo conforme avanza el tren, refresca la vista y hace pensar inmediatamente en el cambio que se operaría si aquellos terrenos pudieran recibir agua, por cualquier medio artificial, ya que la naturaleza no les promete absolutamente el beneficio de la lluvia. Hemos hecho una hora de camino hasta Punta Mejía y la máquina ha parado al mismo empezar la subida de la cordillera, dejando súbitamente la playa arenosa. —¿Qué sucede? Es la pregunta que sale de todas las bocas al sentir la falta de movimiento. Los ejes se han recalentado, como acontece en todo carro nuevo (y los nuestros son cual de estreno) siendo necesario enfriarlos con agua y un poco de grasa azufrada. Terminada la operación que necesariamente despertó la curiosidad general, empezamos a subir la cuesta. Un ciego podría siempre decir cuándo su caballo anda en camino pendiente, con sólo poner atento oído a la respiración del animal. Lo mismo acontece con la locomotora; siéntese el esfuerzo que hace el repecho y se oye el incesante resoplido del vapor que sale recargado de la máquina, cuya tracción aumenta sensiblemente. La ruta serpentea en grandes rodeos, vueltas y revueltas, ganando sin cesar altura sobre altura en una gradiente que no llega al cuatro por ciento, pero que se mantiene a más de dos y medio. Hablo de lo que representa a la simple vista. Bien valía la pena sufrir las incomodidades del carbón lanzado de la chimenea, del viento y a ocasiones del polvo mismo, para admirar de cerca los esfuerzos colosales de la ingeniería con el objeto de sobreponerse a la continuada dificultad que por todas partes le presenta el ascenso; siendo entendido que para encontrar el paso a la ruta conservando el nivel y sin abrir ni un solo socavón, se han practicado cortes de primera magnitud, banqueos extraordinarios, rellenos y otros trabajos, cuya sola vista demuestra con cuánta 187

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conciencia se ha procedido para llevar a cabo una obra que puede calificarse de romanos, por usar la frase común, aún cuando la realidad de hoy deje muy atrás el recuerdo que tal frase evoca en capítulo de trabajos monumentales. En cuanto a la parte poética, ya se deja comprender que la aparición y desaparición inesperada por entre los cerros, del mar dejado a gran distancia y que forma horizonte a retaguardia; el mar Pacífico con su niebla blanquecina que apenas si deja divisar a lo lejos una fragata a toda vela, y la cinta de plata que forman las olas al reventar en la orilla; eso contemplado desde las cumbres que recorre serena la locomotora, imprime con el espectáculo de las áridas montañas, una especie de sobrecogimiento que predomina por momentos a la misma admiración de los trabajos del hombre. Ellos por sí, aisladamente, son grandes; comparados con la obra de Dios –las montañas, el mar, y el cielo– son pigmeos; el gran ferrocarril no pasa de ser un camino de hormigas, y el pensamiento se absorbe, casi con miedo, al contemplar la osadía del hombre, nuevo gigante cuya soberbia aspira otra vez a escalar los cielos. No, ¡oh! no, su ambición se reduce a enlazar los pueblos unos con otros para promover hasta donde cabe, su felicidad terrestre, bajo el amparo del Todopoderoso. De la meseta que recorre la línea al salir del paradero (de Tambo), se divisa hacia la mano derecha, verde, lozano, risueño, como si dijéramos riente, el valle del Tambo, asentado en una hondonada que arrancando de las montañas va a morir a la orilla de la mar. El panorama visto a vuelo, ofrece tanto mayor atractivo cuanto que sin querer, se compara su frescura con el yermo y aridez de las montañas que lo avecinan, formando fuerte contraste, en el que gana la belleza del valle con usura. Más ganará desde luego en valor positivo con el ferrocarril y en las haciendas y chacras que Tambo guarda como ocultas en su estrecho terreno, amenazado por las aguas del río, gracias a la facilidad que le ofrece la comunicación expedita. En el sitio llamado Posco no encuentra uno palabras para pintar el laberinto de curvas que encimándose una tras otra por las faldas de las montañas, puede decirse que llevan el camino de torre en torre o de atalaya en atalaya, cambiando de esta base a la otra, buscando rodeos extensos, brincando quebradas cuyos rellenos suceden a cor188

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Primer ferrocarril en Arequipa. 1870.

tes atrevidos, pegándose a los estribos más empinados, raspando el terreno lateral, robándole el paso a los cerros, disputando sin cesar con los obstáculos, allanando aquí una colina para formar un poco más allá el terraplén, horadando túneles pequeños por donde arrojar el material sobrante y valiéndose de cuantos recursos y arbitrios se conocen. a fin de conseguir el paso que las montañas han disputado palmo a palmo, atrincherándose más lejos cada vez y cuanto el genio del hombre vencía los semi-imposibles con que más cerca se había querido paralizar su marcha hacia adelante. Nada ha detenido a la ciencia. Al apartarse la vista de aquella escena muda, elocuente en su impenetrable silencio, se encuentra con el soberbio panorama de las montañas andinas que sobrepuestas las unas a las otras forman la escala gigantesca cuya cúspide se esconde entre las nubes. Estamos en Cocotea y sólo el ruido que hacen las ruedas del carro al pasar sobre las curvas y la respiración casi jadeante de la máquina interrumpen el silencio imponente de las montañas sin árboles, sin yerba, sin animales, sin más signo de vida que el que nosotros damos al profanar su inmensa soledad y su misterio. 189

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El Capellán anuncia los nombres de los sitios por donde vamos pasando y nos señala las profundidades del abismo por cuyo coronamiento atravesamos rápidamente. Los pasajeros de los carros no apartan los ojos de las ventanas, abiertas a pesar de la fuerte reverberación del sol, para no perder ni el más insignificante incidente de aquel panorama cuyo interés aumenta según avanzamos. Sólo el guardafrenos o “palanquero”, como se le dice, permanece indiferente a lo que pasa en su alrededor. O está acostumbrado ya, o es inaccesible, a la grandiosidad del cuadro y solamente encuentra su alma aplicación a la parte útil del oficio. El Ingeniero Mr. Hill, ya se dijo, ha tenido la galantería de encargarse de la dirección del tren por deferencia a sus distinguidos pasajeros, nos da cada vez las explicaciones más claras y precisas sobre todo lo relativo al camino; esto, sin olvidar los deberes del destino que tan complaciente como gallardamente se ha impuesto. Él nos anuncia la pampa de Cachendo. En ésta cesa la subida que hemos traído desde las playas del mar y empieza el llano que dicen pampa, donde hemos de dar agua a nuestro caballo de vapor y algún alimento a la humanidad viandante que había llevado hasta allí largas horas de ayuno. La pampa de Cachendo merece su descripción competente; más antes que a mirarla, todos acudimos a la mesa del refrigerio, en la que la amabilidad del empresario había hecho preparar con viandas suficientes un suculento tente-en-pie hasta llegar a Arequipa. Que se hizo honor al desayuno no hay para qué explicarlo con mucha minuciosidad: buenas carnes, excelente pan y mejor vino, un viaje de cuatro horas y el ánimo esparcido con la contemplación de las grandes obras de Dios y de las maravillosas de los hombres, motivos había para dar al cuerpo el pábulo que necesitaba en buena ley. Hubo brindis, como que era natural expresión de las emociones del alma. Entre ellos singularizaré únicamente el de S. E. por el ingeniero del camino Mr. Hill, quien, dijo, había llevado la ciencia a la aplicación más perfecta y útil a los hombres. Mr. Hill, hombre de acción más que de palabra, contestó con una cortesía profunda y su rostro reveló en la expresión que el brindis le había conmovido.

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Con precisión militar el tren se puso en marcha a la hora prefijada de las 10 y media atravesando en línea casi recta toda la pampa de Cachendo, y el llano de Camarones, frente a los cerros de Huajri. En la pampa logramos observar por algún tiempo el raro fenómeno del espejismo o miraje, viéndose claramente en la llanura árida y cubierta de arena lagunas de agua, capaces de tentar a cualquier viajero más sediento que nosotros. Más lejos se divisaban los médanos, esos habitantes de la llanura que luego veremos más de cerca, y al fondo, cerrando el horizonte y en altísimo anfiteatro, las montañas, blancas de arena y sobre las cuales descuella el Misti con sus dos guardianes colocados a ambas manos. ¡La pampa! ¡el desierto! Verdad es que hasta ahora no se han encontrado en toda la línea recorrida más habitantes que los empleados de la empresa, de manera que toda ella puede calificarse racionalmente de desierta, es decir, inhabilitada; pero ahora la vista descubre el desierto tal como lo concebimos por la narración de los viajeros. “Cuando lees u oyes hablar de un desierto –dice el capitán Mayne Reid en su inapreciable obra para los niños, The Dessert Home– te ocurre al momento la idea de una vasta llanura, cubierta de arena y sin árboles, ni yerba, ni especie alguna de vegetación; también piensas que la arena se levanta en nubes espesas y en que por ninguna parte se encuentra agua; tal te figuras tú el desierto”. Y tal es el que empezando en la pampa de Cachendo se extiende por las de Islay formando horizonte aparentemente ilimitado hacia la izquierda, aun cuando a la derecha cierra aquel escenario de desolación el anfiteatro de montañas que se suceden y enlazan formando un solo cuerpo y reverberando a los rayos del sol cual si estuviesen cubiertas de nieve. De nieve no, de arena blanca y menuda, que se esparce en anchas sábanas sobre las faldas y produce la refracción que maltrata los ojos. En las pampas peruanas no hay yerba, no hay ganado, no hay aves, ni más individuo de la creación animal que el lagarto estirado en la arena calentándose al sol y la aguachadiza que vuela al parecer sin objeto y cuyo nido no han descubierto aún los que atraviesan el desierto. La pampa peruana no es la imagen de la desolación, únicamente porque en su fondo se descubren los altos montes que 191

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traen idea de ríos en sus quebradas, vegetación y vida. Seca, desnuda, inclemente, sin más variantes para el observador que el esqueleto de algún animal, tendido en la arena; sin agua en parte alguna, condenada a la esterilidad por falta de este elemento vivificador, sola, muda, triste de mortal tristeza, representa la agonía de la naturaleza, cuya fecundidad inagotable allí ha sido impotente y se ha rendido sin lucha, ofreciendo solo un seno calcinado e inhospitalario. Nuestro Divino Redentor dijo al expirar: Tengo sed, con lo que expresaba lo más hondo de su angustia mortal. Esas palabras se leen en toda la pampa, escritas con caracteres que suspenden el aliento. En medio de la desolación y la muerte, por sobre la arena incandescente, tostada, el hombre manda la locomotora viva, poderosa, llena de las promesas de una transformación que no puede dejar de efectuarse, por poco que los pueblos quieran conservar las ideas de paz en el trabajo, que hoy los anima. El gigante de Watt y Fulton aparece como un pigmeo en la inmensidad del llano estéril; es un gusano que en su cólera suelta resoplidos, apenas perceptibles si se les compara con el campo sin fin, cuya atmósfera recalentada empañan por un momento. Orgullosos nosotros, engreídos con nuestra ciencia, juzgamos el universo pequeño. En la pampa con tren y todo somos imperceptibles. “La Joya”, el dije de las locomotoras del camino, va a escape por delante haciendo de pilotín y no parece sino un punto negro que se mueve; una bola echada a rodar en la mesa ilimitada de la pampa. Un médano luce más que ella. El médano es el habitante del desierto; un ser que pertenece a la creación animada, mandado allí para dar señales de vida en medio de tanta desolación. Los médanos nacen, crecen, andan, viajan y van a morir en las montañas, cuyas faldas dejan cubiertas de esa arena que parece nieve o plata. Nadie sabe cuándo nace el médano, ni los años de su vida, ni el sitio en que termina su carrera lenta, pero jamás interrumpida, porque como Jesús el Mago anda, anda siempre. Supongo que el primer grano de arena se unió a otro y más tarde vino un tercero y luego llegó el cuarto, por virtud de esa fuerza de asimilación y unidad que la naturaleza tiene con tanta igualdad distribuida en todo su imperio. El diminuto montecillo de arena creció poco a poco y se levantó del suelo; el viento le peina la espalda llevando hacia su cúspide los granos más menudos, que allí se sostienen por un instante en equilibrio y luego caen del otro lado, 192

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hacia el frente, mientras nuevos granos ascienden por el talud de la espalda del médano, llegan a su cabeza y caen a su turno como los primeros, formando así la sucesión incesante, ni más ni menos que el chorro de una ampolleta para medir el tiempo. Es decir que el médano anda a razón de un grano; este constituye la medida de su paso o de su tranco; pero como ese tranco jamás se interrumpe, como siempre hay un grano que cae delante de los que le precedieron en la caída, el médano avanza sin cesar. Como el avaro acumula su tesoro, el médano sigue su marcha, que una vez emprendida, no cesa hasta tropezar con la alta barrera de las montañas, las cuales sin embargo escala resueltamente en tanto que no se lo impide en lo absoluto la fuerza de la gravitación que lo despeña. El médano tiene la figura de una media luna, como la más natural en la formación de su marcha, porque el viento tiende a aglomerar la arena en el centro, peinando los extremos; esa forma se conserva inalterable como la del bastión de una fortaleza o mejor dicho, como la más adecuada para la acción de la fuerza motriz que le impele. Siendo esta uniforme, sus efectos lo son: el grano de arena que re193

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montando la espalda del médano, llega a su cúspide y rueda hacia adelante, obedece siempre al mismo impulso y no deforma la figura. Así que, todos los cuernos de la media luna están vueltos hacia el mismo punto; todas las espaldas de estos gnomos del desierto dan hacia el mar, de cuyo seno salieron y a quien nunca volverán a ver, porque el regreso a la casa paterna les está vedado desde que abandonan su dintel. Los médanos son las almas errantes del desierto; unas veces se les ve viajar en compañía, como si se juntasen para compartir la pena de su martirio en tamaña soledad; otras veces se encuentra un médano anacoreta que va solo con su miseria a buscar la muerte en las montañas. Su condena es irremisible; no hay exención para ninguno. Los hay que se acercan a los rieles del camino y allí se están, cual si hubiesen ido a inquirir la novedad ocurrida en el desierto que ellos tenían por herencia con privilegio exclusivo. Grano a grano, a paso de grano avanzan y las más veces se desploman al tocar la orilla de una zanja que la nivelación ha exigido; caen y cubren los rieles y quitan el camino a la locomotora, ni más ni menos que si defendieran su propiedad. Allí se quedarían por mucho tiempo, si la empresa que no reconoce títulos, abolengos, ni importunos entremetidos, no enviase en seguida una cuadrilla de peones que armados de lampas, sin maldito respeto por la formación de los cuerpos, y sin pensar en qué especie de señorías atormentan, los hacen volar por sobre el reborde de la zanja para que sigan norabuena su viaje sin novedad. Efectivamente, aquella masa de arena informe que la lampa del trabajador ha maltratado, poco tarda en asumir sus perfiles de media luna y como un verdadero resucitado reemprende la marcha, sin volver nunca el rostro para ver “quién fue tan su amigo para tratarlo tan mal”. Hay médanos grandes, chicos, algunos que se tocan por las puntas o se dan la mano, otros que se confunden para formar uno mayor: el pueblo de los médanos atraviesa el desierto de todas maneras, guiado por una ley constante, por un sino inexorable que lo conduce a la tierra alta, que no es la de Canaán. En medio de aquel desierto cuya vista espanta y cuya tradición, como se ha visto, abunda en tristes memorias, se presentó el caso de ver las arrias que subían desde Islay a paso de tortuga, en el mo194

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mento y punto en que la locomotora pasaba por encima de una de las llamadas travesías o caminos que hicieron los indios en la pampa para bajar al mar, los cuales se conservan en las arenas del desierto tales como el día en que fueron hechos, sin que ni los médanos los borren ni las arenas removidas por el viento hagan desaparecer la obra de tantos siglos. Las mulas cargadas de mercancías y avanzando lentamente hacia la ciudad por la huella de la travesía, representaban –con respeto sea dicho– una civilización que va desapareciendo y que será olvidada desde el día en que se realice el proyecto del señor Ministro de Hacienda para hacer por Mollendo las importaciones de Arequipa, como es natural. Puede decirse que aquellas arrias ocupan precisamente el centro o medio camino del progreso entre la travesía, entre la senda informe de los indígenas y la de los rieles que el actual gobierno ha echado para marcar el cuatrienio de su existencia como sello del grado de adelanto sorprendente a que ha llegado el Perú. Las 45 millas de pampa se hallan para el viajero divididas por la parada que se hace en la estación con el objeto de proveer de agua y carbón a la máquina. Ambos elementos de vida para el “caballo de hierro” son hasta allí transportados en carros especiales que tienen tanques expresamente hechos para llevar el agua y sin cuyo auxilio no se comprende cómo pudiera haberse abastecido a los trabajadores del camino. Días hubo, y muchos, en que el agua costó a la empresa cien soles, porque no había todavía medios de llevarla que costasen poco, y es un hecho que aquella pobre gente pasó hasta dos meses sin lavarse la cara, mientras no se pudo acarrear más agua que la necesaria para beber y cocinar. Al salir de la estación Mr. Hill recordó y señaló el sitio en que accidentalmente volaron 250 barriles de pólvora, despedazando un tren y matando a dos trabajadores que se hallaban cerca. Este fue el desastre de mayor consideración ocurrido en la obra, si bien no el menos sensible, pues todavía se lamenta la triste suerte del ingeniero Sothers, quien se desbarrancó por un precipicio de mil pies de altura cerca de Corralones. Su tumba rodeada de una sencilla cerca, llama sobremanera la atención al pasar por el desierto. Extática se queda ante el espectáculo producido por su afán en una sucesión, al parecer sin término, de curvas labradas en el peñasco, 195

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que se vuelven y forman herraduras de amplísimo radio, ora hacen retroceder el camino desandado largas distancias para encontrar el paso, ora circunvalando la alta y extensa colina, cuya horadación habría costado demasiado; ya pasando a la orilla de la profunda barranca, cortada a pico y a cuyo fondo se ve correr el río Chili como un arroyo de comedia, como delgada cinta de plata, perdida en el cajón que forman sus dos márgenes perpendiculares. Los quioscos o cactus asoman de cuando en cuando la cabeza por entre los peñones, acaso para hacer promesas de futura vegetación a los siglos venideros, puesto que al presente le ha tocado la peña estéril que forma la espina dorsal de la tierra y cuya impenetrabilidad ha puesto a prueba, no diré dura, que sería poco, a prueba inquebrantable la maestría del hombre que le ha arrancado jirones y los ha empatado unos a otros para echar por encima los rieles conductores, en que el tráfico material e inmaterial desarrollará esplendorosa la dicha de los pueblos. Si Cahuintala absorbe la imaginación, Huasamayo la anonada, por más que el Superintendente de la obra se limite a decir tan solo que el último ha sido “más duro”. Desde Corralones se distingue la línea que forma el ferrocarril de Arequipa a Puno, complemento de este que vamos recorriendo, y al que el último dará mano fraternal para su construcción. Día llegará nada tardío, en que la tarjeta del Empresario de Ferrocarriles invite a sus amigos para esta nueva inauguración. Entre tanto, los ojos se fijan sucesivamente en las cumbres que más adelante aguardan el tren, ceñidas con su cinturón de hierro; en los cortes por cuyo centro pasa la máquina como entre muros de piedra; en los caminos provisionales que bajan serpenteando hasta el fondo del barranco en busca de las aguas del río; en la lejana perspectiva de las montañas. Uchumayo recibe al Presidente con muchedumbre de lindas muchachas, todas provistas de canastillos de peras. ¡Qué buenas! (las peras). El plátano “desmaya al peso de su dulce carga”. Luce el acueducto que lleva la vida con el agua de regadío a una chacra vecina. En el costado de la barranca se abre a un valle estrecho y pequeñito con su gran máquina de vapor para subir agua. Grande por sus hechos si no por su tamaño. 196

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En Tinajones, que fue la siguiente parada del tren (paradas en espera del señor Meiggs) se notan mayores señales de cultivo; un acueducto roto, con sus dimensiones está anunciando que en aquel sitio han procurado de antiguo los vecinos hacer rendir fruto a la tierra. La quebrada de Huaico pasa por debajo de un puente de calicanto. Todo avisa que está cerca el mercado cuyo consumo anima los esfuerzos de la producción. Desde que llegamos a Congata empezaron a verse las señales de regocijo con que el pueblo recibía a su Presidente: el camino estaba adornado por ambos lados con astas que en lugar de banderas, de que naturalmente carecía la gente pobre, tenían mantas y pañuelos de todos colores y tamaños; con sauces se habían hecho arcos de triunfo, o se había aumentado la alameda; los árboles naturales que estaban a la orilla del camino aparecían empavesados como barcos de guerra. En toda la ruta salían los vecinos a dar vivas; los muchachos quemaban triquitraquis, y por todas partes se veían señales de ese gozo que el pueblo expresa a su manera y que siempre queda bien expresado. Siguió el tren su marcha por entre los árboles naturales y las banderas que ornaban el camino, a cuya vera cada vez en mayor número se agrupaba la gente vitoreando. Nueva sorpresa: a través de la honda barranca en cuyo fondo corre el río Chili, sobre el panorama que se forma en su margen derecha, lejos de ella y teniendo como fondo del cuadro el alto nevado del Misti, asoma Arequipa la frente por entre los cerros de Alata y Guacochana, como asoma una linda doncella su rostro puro por entre las persianas de su balcón. La vista era mágica. El General Vivanco en ocasión memorable dijo que Arequipa es un diamante rodeado de esmeraldas, y a fe que tuvo razón para la frase poética; solo sí que aquella multitud de matices verdes que rodean a la ciudad de reflejos diamantinos y que desde su primera aparición deslumbran la vista, no puede compararse en toda regla con el matiz único de la esmeralda, porque en la campiña se mezclan y confunden todas los tintes del verde, desde el más subido hasta el más claro. 197

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Postrerío nos salió al encuentro, coronadas de pueblo sus altas barrancas y con un saludo larguísimo de cohetes. Un grito, un solo grito: ¡Viva Balta!, acogió la aparición del tren. Tingo Grande, con sus hombres, mujeres y niños vestidos de gala, sus manadas de carneros y caballos, sus sembrados, y su notable actividad, está diciendo que allí la industria de los habitantes imparte vida a la naturaleza. Sus cercas de sauces demuestran la abundancia de agua que gozan los vecinos y sólo duele ver en medio de la gala de la naturaleza los escombros con que dejó el terremoto marcada la dirección de su espantosa marcha. Tingo Chico es el Chorrillos de Arequipa; las bandas de la Guardia dejaban oír sus acordes cuando el convoy volvió a detenerse. Lindas son las tinganas, ¡y tanto! El pueblo se presentó jubiloso en medio de repiques y disparos. Indudablemente más que sus predecesores llamaba la atención el riente sitio de los baños. El Presidente da a todos las gracias y apenas puede hablar sobre las voces de tantos para decirles: “Mucho agradezco todo esto, porque es muy sincero”. Quien le regala una naranja, quien le trae unas flores; todos se disputan el paso para tocarle la mano. Por fin arranca el tren acompañado por el estentóreo viva del pueblo y los disparos incansables y el repique de las campanas. Una nueva sorpresa: al lado del convoy corre una cabalgada improvisada: son los chacareros que saludan al huésped. El tren marcha lentamente por debajo de los arcos de triunfo y en medio de la alameda que corre a lo largo de la carrilera. Un momento más y Arequipa entera, grande, poderosa, alborozada, descubre el gentío numeroso que sale a sus puertas, movido por un solo sentimiento, para recibir en palmas al hombre a quien dedica la más brillante de sus fiestas cívicas. El espectáculo es espléndido: aquella masa compacta se agita en toda la línea con animación simpática y unísona que respira un solo sentimiento, que sólo tiene un viva para manifestarlo, un ademán para hacerlo más expresivo. Es Arequipa, la altiva, la indomable, la rebelde a la amenaza, que viene sumisa a la razón, dócil al llamamiento hecho a sus intereses, 198

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entusiasta al espectáculo de su grandeza, para dar la bienvenida al hombre que ha sabido apoderarse del corazón del pueblo y dirigirlo de la única manera que se gobierna a los pueblos, haciéndolos felices. En Arequipa, galana y alegre entre sus escombros, que sale para aclamar al que encontró voluntad enérgica y perseverancia sin fin, para borrar hasta donde cabe, la huella de una catástrofe inolvidable. Es Arequipa, decía un sacerdote en la multitud, que sale a recibir como debe, a una visita que se anuncia mandándole por tarjeta una de hierro que se extiende desde su plaza hasta Mollendo.

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Santiago Estrada Hombre de letras, diplomático argentino (1835-1891). Escribió un diario de viajes: De Valparaíso a La Oroya.

viaje en ferrocarril de mollendo a arequipa

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l puerto de Mollendo, situado entre los de Islay e Ilo, fue declarado principal, por ser el punto de partida del ferrocarril de Arequipa. El pueblo, agrupado en una roca inmensa y árida, no pasa de un puñado de casas endebles. Como el puerto está erizado de escollos, la reventazón de las olas, continuamente agitadas, impide con frecuencia el embarque y desembarque de mercaderías y pasajeros. El mar, manso y sereno a media milla, bravío y turbulento al llegar a la ribera, envuelve, bate y cubre de espuma la roca de Mollendo. El Pacífico es la imagen verdadera de las pasiones: hermoso, mirado a la distancia; terrible, contemplado de cerca. A pocos pasos del desembarcadero, se encuentra la primera estación de la vía férrea, cuya extensión es de ciento siete millas. El antiguo camino de herradura, mide, de Mollendo a Arequipa, treinta leguas de longitud. Los viajeros empleaban veinticuatro horas en recorrerlo. En este camino estaba comprendida la travesía de la llanura de Islay, cubierta de médanos de arena, entre los cuales era fácil perder el rumbo y el tino, lo que, en lenguaje del país, se llama empamparse. El costado de la playa entre Mollendo, Mejía y Ensenada, es plano y arenoso. Todavía es perceptible la señal que dejó la mar en el desbordamiento ocurrido el 13 de agosto de 1868. Las aguas invadieron como dos millas y ascendieron a una gran altura. De trecho en trecho se encuentran grandes aglomeraciones de tierra blanquecina. Los naturales la suponen ceniza volcánica, pero en realidad es una espectatita que cubre casi todos los cerros inmediatos. El cloro del aire del mar la descompone, y el viento la 200

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arrastra después de desprendida. Esta tierra se parece a la caulina, que se emplea en la fabricación de porcelanas; pero carece de la parte plástica, necesaria para ese uso, que puede suplirse con aluminio. Las dificultades del camino empiezan en Tambo, continúan en Posco y terminan en Cachendo. La gradiente es de cuatro y medio por ciento. El corte colosal de la cuesta del Cahuintala, formada por un archipiélago de cerros, franquea el paso a la locomotora, hasta la pampa de Cachendo. Todas las quebradas han sido niveladas con piedra desprendida de las montañas. Las estaciones de la pampa, Huari, la Joya, San José y Vítor, están edificadas sobre la seca y cálida arena de Islay. En el lugar llamado Quishiruaní, se presentan nuevas barreras de piedra. El corte del Huasamayo, y una gradiente de cuatro por ciento, vuelven a abismar al ya asombrado viajero. Cuando el tren ha dejado a su espalda las estaciones de Uchumayo y Tingo, y penetra en el valle de Arequipa, se encuentra a dos mil trescientos veintinueve metros sobre el nivel del océano. Una fila de osamentas de animales, esparcidas en ambas veras del camino, advierte la inclemencia de esta región. El sacrificio de los obreros del progreso ha sido señalado con cruces, que recuerdan las peregrinaciones de la Meca. Aquellos sitios son una verdadera necrópolis del trabajo. Un canal de agua dulce sacado del río Chili, en la altura de Uchumayo, provee a las locomotoras en las estaciones pampeanas. Algunos grupos de naranjos y plátanos, deleitan la vista del viajero hasta la estación del Tambo. La bruma del mar ciñe, como larga e interminable banda de azulada gasa, el confín de la derecha. La transparencia vaporosa de este velo, contrasta con las macizas, obscuras, abruptas, salvajes montañas de la izquierda. Al empezar la cuesta del Cahuintala, Calvario del progreso industrial en América, hay algunas canteras, en las que algunos picapedreros labran sillares. La piedra es una especie de trachite descompuesto, semejante al que se encuentra en la falda del Misti. Al salir de Cachendo, aparece la trinidad imponente del sistema peruano: el Chachani, a la derecha, el Misti en el centro, y el Pichu201

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Vista panorámica de Arequipa.

Pichu a la izquierda. Las cúpulas centrales de los dos satélites del coloso, miden, desde su base, dos mil seiscientos noventa y nueve metros. El reposado volcán, gigante de venerable y cana frente, está, según Pentland, en una posición astronómica que corresponde a los 16, 17’ de latitud Sur, y a los 83, 46’ y 22” de longitud occidental de París. Su nevado vértice domina sobre el nivel de Arequipa, una elevación de tres mil doscientos setenta y un metros. Hasta la fecha, nadie ha puesto el pie en la cumbre del truncado cono. El soroche, que es una enfermedad producida por la rarefacción del aire; el surumpi, que consiste en una inflamación de los ojos, que termina regularmente con la ceguera, ocasionada por el vivísimo reflejo de la nieve de los flancos de la montaña, y las escarpaduras y las rocas talladas a pico de la parte superior, han cerrado el paso a los exploradores, menos animosos que los compañeros de Cortés, que escalaron el Popocatepell, «para descubrir el secreto del humo», y poner pavor con su audacia en el ánimo de los indígenas. (Los mejicanos contemplaron en estos hombres audaces, seres superiores. pues los vieron escapar ilesos de la mansión de sus malos jefes, aprisionados y tostados en el Popocatepell, según constaba de una supersticiosa conseja.) El Misti inmóvil, forma espléndido contraste con la movible pampa de Islay. «Los médanos —dice Simón Camacho en su obra El ferrocarril de Arequipa— nacen, crecen, andan, viajan y van a morir en la montaña. Nadie sabe cuando nace el médano, ni el sitio, en que termina su carrera lenta, pero jamás interrumpida, porque como Jesús el Mago, anda, anda siempre. Supongo que al primer grano de arena se unió otro, y más tarde vino un tercero, y luego llegó el cuarto, por virtud de la fuerza de la asimilación y unidad, 202

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que la naturaleza tiene con tanta igualdad distribuida en todo su imperio. Efectuada esta lenta acumulación, se forma una especie de montecillo de figura de media luna, la más natural en la formación de su marcha, porque el viento tiende a aglomerar la arena en el centro, peinando los extremos. Los cuernos de la media luna, están vueltos hacia el mismo punto; todas las espaldas de estos gnomos del desierto, dan hacia el mar, de cuyo seno salieron». Las ondulaciones del desierto, y estos islotes movibles (los médanos), brillan heridos por el sol, como si estuvieran formados por grandes aglomeraciones de polvos de cristal. Uno que otro médano se inclina hacia la vía férrea, donde lo aguarda el hombre para decirle: «de aquí no pasarás». El riel es la barrera que el obrero ha puesto al mar de arena del desierto. La locomotora deja echada en la pampa la caravana de médanos, y penetra en el pequeño oasis de Víctor, mercado de uvas, higos, maíz y ají. Un grupo de mujeres la rodea, mientras ella apaga su sed, y detenida momentáneamente, piafa como un corcel árabe, ávida al parecer de lanzarse a la cuesta de Huasamayo, dividida por el brazo hercúleo del hombre de los Andes. Debajo de una piedra, socavada en el centro y saliente en el extremo superior, se esconde el caminero, especie de incrustación humana en la roca viva. Delata su existencia, la banderola roja, clavada en un montón de gruesos guijarros. La garita o el cancel del guarda, ostenta, en la parte superior, elevados cactus, de troncos delgados y ramas bifurcadas a la manera de los cirios en el candelero tenebrario. En el fondo de las quebradas, una que otra pirca señala los lugares ocupados por los campamentos de los peones. El río Chili se despeña impetuosamente a la izquierda del corte, y al salir de Huasamayo. Chiri o Chilli, equivale en la lengua quechua a «región fría». Un camino que le costea, llámase chilina, corrupción de la chirimán, que en nuestro idioma quiere decir «camino de la región fría». Los naturales llaman chilles a los metales fríos. Está casi averiguado que ese camino fue el que siguió, hasta las riberas del Maule, el Inca Yupanqui, conquistador de Chile, detenido en este último punto por la indomable fiereza de los araucanos. 203

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Don Manuel Vicuña, vecino de la ciudad de Arequipa, y constructor de una parte del camino de esa ciudad a Puno, observa que el nombre de Chile debe derivarse de la palabra chiri o chillí, y creo bien fundada su pretensión. Cuando el tren llega a Quishuarani, un vallecito precioso, cubierto de higueras y guayabos, explica prácticamente la abundancia de vendedores de frutas de la estación. Por entre los árboles asoman muchas y blancas cabañas, de techos cónicos, construidas a la usanza de las primitivas del imperio peruano. Dos cerrillos, color de rosa el uno, blanquizco el otro, parecen los estribos de un arco derribado, y preceden a la entrada de la aldea de Uchumayo. En el fondo del valle descansan las cenizas de muchos obreros chilenos. Un cementerio rodeado de sauces, tumbas sobre las cuales extiende sus brazos la cruz, aves que cantan melancólicamente desde la cerca, pobreza, humildad, cierta luz de celeste gloria... Ahora descúbrese el espléndido valle de Arequipa, tan fecundo como la Sicilia, el antiguo granero de Roma. El cauce del río Chili, que corta el valle, es la aorta del corazón de Arequipa. Las acequias que lo sangran, riegan y fertilizan sus plantaciones. Corpulento el árbol, verdes los oteros, bien labrada la tierra, plantas y almácigas, ostentan a competencia su hermosura y su fecundidad. Se diría que Dios envió las semillas de la tierra de promisión, a aquel valle de dobles cosechas, del ciento por uno, pletórico de savia. El Misti lo contempla como petrificado de asombro. La calma y el silencio que rodean al volcán, magnifican su grandeza. La mudez del Misti es más imponente, que el ruido que formaban los herreros de Vulcano en las cavernas del Etna, o que el hervor de la lava que salpica la campiña napolitana. Un surco, formado por la torrentera, abierta por las lluvias y las nieves derretidas, acentúa la fisonomía adusta del coloso. El sol corona con diadema de fuego al gran dominador de los Andes y del valle de Arequipa. Mestizo (Misti) lo llamaron en el expresivo lenguaje quichua, porque lo cubre la vegetación de las costas y la vegetación de las punas. La naturaleza le ha tejido un manto, en el cual repartió las mejores partes de su propia vestidura. Si algún día desaparecieran los pueblos que hoy lo admiran, el Misti quedaría en pie, como monumento fúnebre, para decir a las nuevas gentes, con más verdad que los sepulcros de los faraones: «¡Yo soy trono de la eternidad: desde esta cumbre os contemplan los siglos 204

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Paso del tren por el Puente de fierro.

que pasaron, sepultando razas, tribus y generaciones!» ¡Salud al dominador del valle de dobles cosechas, del ciento por uno, del valle de Arequipa! ...Parecen mucho más reducidas de lo que en realidad son, las aldeas de Congata, Tiabaya, Tingo y Sachaca (que escapó ilesa del último terremoto) si se las contempla en detalle, después de haber abarcado el conjunto del valle y admirado los imponentes perfiles del Misti. Arequipa con sus glorias y sus desgracias, maltratada por los cataclismos en la misma falda del volcán, y el Cuzco con su antiguo esplendor y su decadencia presente, es lo único grande que a los ojos y a la imaginación puede presentarse, después de contemplar, desde las márgenes del Chili, las torres cuarteadas de la primera ciudad y la estación del ferrocarril que va a llegar a las orillas del lago Titicaca. La entrada a Arequipa trae a la memoria los pueblos de Oriente. De la misma manera, en el Cairo y Constantinopla asedia el fellah1 al viajero con súplicas y monturas. 1 Fellah. Campesino árabe.

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La palabra Arequipa está formada por dos voces quichuas, ari y quepay, «sí, quedaos», que fueron la respuesta que el Inca Maita Capac, su poblador, dio al regresar de una campaña, a los soldados que, sorprendidos por la belleza del valle, quisieron detenerse a reposar. Los españoles ocuparon las chozas de los indígenas, próximas a la torrentera o lloclla de San Lázaro. Estos buenos señores pidieron permiso a don Francisco Pizarro en 1539 para fundar una villa, a lo cual accedió, encomendando la empresa a Pedro de Anzures. Arequipa ha sido arruinada en trece ocasiones1. Una tradición, referida por boca del Obispo Montenegro, asegura que el apóstol Santo Tomás estuvo en Arequipa, y que en esa época, muy anterior al cataclismo de Pompeya, acaecido durante el reinado de Nerón, descrito por Plinio el Joven, el Misti arrojaba lavas. Se supone que la trachita descompuesta, que todavía se encuentra y emplea en los edificios, fue formada por los despojos de esa erupción. El terremoto de 1868, que puso en actividad el Ubinas, apenas arrancó al Misti un poderoso mugido, proporcionado al pulmón y a la boca del coloso; pero el sacudimiento derribó la parte superior de todos los edificios, resquebrajó la «Compañía», edificada en el siglo XVI, cuarteó el ábside de la dórica y bella Catedral, conmovió los machones de San Francisco, y no dejó en los demás templos, estribo ni torre que no redujera a polvo. Hasta los meandros churriguerescos, esculpidos en los macizos frontales, se desenlazaron y esparcieron por el suelo. La antigua Catedral de Arequipa, construida en la época de Carlos V, se quemó en 1844. Lucas Poblete, alarife de Arequipa, la reedificó, siendo de notar que este albañil no sabe leer; y es de admirar que no le pervirtiesen el gusto los modelos de la decadencia del arte español, debidos a Rivera y Churriguera, de que hay tantos ejemplares en Arequipa. Poblete fue dirigido por el señor Valdivia, dignísimo Deán de aquella Catedral. El terreno volcánico de Arequipa, y los pueblos de los alrededores, está lleno de vertientes muy celebradas por sus virtudes medicinales. Yura y Jesús son los baños más recomendados.

1 En 1582, 1600, 1603, 1613,1666, 1668, 1687, 1715,1784, 1812, 1821 y 1868.

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Un dicho popular expresa con elocuencia el carácter de los hijos de Arequipa, cuna de los mejores pensadores peruanos: «Lima ríe, la Sierra llora, Arequipa piensa». Los colegios de San Agustín y San Marcos, han disfrutado, y disfrutan, de una bien probada nombradía. En las primeras horas de la mañana cruzan las calles de Arequipa los indios arrieros, que conducen de la sierra lanas, metales y cereales. El animal que emplean para carga es la llama, clasificada como sus congéneres la vicuña, el huanaco y la alpaca, de «camello americano». Los Incas destinaban los machos de esta familia a los sacrificios del Sol. Su lana y la del huanaco, era empleada en tejidos groseros. Los vellones de la vicuña y de la alpaca, pertenecían a los reyes y curacas. Las vírgenes del Sol tejían las ropas del Inca, tan primorosamente que, según lo aseguran los cronistas, Felipe II usó en su cama alguna de las mantas o cobertores enviados a España por Pizarro. Existe otra variedad de la familia del auchenia de los naturalistas, obtenida por el cruzamiento de la alpaca con la vicuña, llamada vulgarmente pacovicuña. La llama, a pesar de que no puede soportar mucho peso, es por su frugalidad y resistencia, el animal más apropiado para carguíos en los lugares montañosos. El manso y humilde cuadrúpedo, pasa días enteros sin comer ni beber. La llama sufre todo, menos que le echen encima más peso del que puede o quiere llevar; si se le carga demasiado, no hay fuerza humana que la haga caminar; se echa al suelo y espera que la aligeren o la maten. Muy curiosa era la legislación de los Incas respecto de la llama y de la alpaca, especies domésticas del auchenia; pero más curiosa era todavía la manera de cazar la vicuña y el huanaco, especies silvestres de esta familia. Formaban con este fin un medio arco de cuerda, y le ponían de trecho en trecho jirones de telas de colores vivos. En seguida, más de cincuenta mil personas formaban medio arco para completar el círculo; y echándose a andar, estrechaban los animales comprendidos entre las cuerdas y los individuos. Los espantajos detenían a los tímidos cuadrúpedos, y entonces los mataban o esquilaban. Llamaban chaco a esta cacería. Todavía se valen los naturales de un procedimiento semejante, para coger ánades y gansos en las 207

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lagunas. Les forman círculos con canoas, estrechándoles, los arrojan a la orilla, donde los cazadores los matan a palos. Los indios que frecuentan la ciudad de Arequipa, se cubren las piernas con un calzón corto, y la cabeza con sombreros de paja o fieltro. Las mujeres, sumamente laboriosas, visten un faldellín estrecho, llamado anaco, acinturado con una faja de colores, de la cual suspenden una pequeña bolsa que contiene la puchicana y la coca. Llevan el cuerpo cubierto con una manta de vara y cuarta por costado, denominada lliclla, prendida en el pecho con el topo, cucharilla de oro, plata o cobre, de paleta larga, redonda y puntiaguda; y usan en la cabeza, una montera que llaman pana, y que, según Paz Soldán, es una especie de sombrero de dos hojas semicircular. Les he visto también usar grandes y caprichosos sombreros, cuyas alas formaban sombra al niño que conducían a la espalda, sujeto por medio de una faja cruzada sobre el pecho. Estos trajes, salvo el género, discrepan poco, en cuanto a forma, con los que usaban antiguamente los indios, como puede verse en las ilustraciones de Rivero y Tschudi. Entre los Incas era señal de servidumbre la carga a la espalda, sin la cual no podían presentárseles sus súbditos. Reputada la mujer entre ellos como ser inferior al hombre, el hijo cargado a la espalda, simbolizaba la servidumbre de la esposa.

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James Orton Naturalista norteamericano, 1830-1877. Viajero incansable, recorrió el Perú en diferentes direcciones. Murió en una balsa, en el lago Titicaca. Sus restos reposan en una de sus islas. Escribió: Los Andes y el Amazonas.

viaje en tren

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or primera vez en la historia se ha lanzado una locomotora por sobre los Andes. «El tren deja el Pacífico con destino al lago Titicaca a las siete y media». ¡Qué anuncio tan extraño! Un ómnibus a Damasco, un tren a Jerusalén, y un vapor en el Nilo, son novedades asombrosas; pero es aún más difícil creer que un tren de vagones Troy, halados por una locomotora nueva de Nueva Jersey, efectúe un servicio regular desde la costa y por las cordilleras hasta las mismas orillas de ese elevado y misterioso lago, hasta hoy casi inaccesible. En varios aspectos ésta es una proeza de ingeniería más estupenda que el Ferrocarril del Pacífico [en los Estados Unidos] o el túnel del Monte Cenis. Se trata de la línea férrea más larga del hemisferio meridional, con una extensión de 325 millas, siendo así que la distancia del mar al lago, en línea recta, es de 175. Es también el ferrocarril más alto en funcionamiento (el de Oroya será mil pies más alto), y no hay ninguna otra vía en el mundo que pueda mostrar tal cantidad de yardas cúbicas excavadas. Fue construido para el gobierno por Henry Meiggs, a un costo total de $ 44,000,000; y, como es de esperar, casi todo es norteamericano, desde las palas Ames hasta los superintendentes. Tuve la fortuna de ser el primer viajero en trasladarse por tren desde el Pacífico al lago Titicaca, y me propongo ofrecer un esbozo de este viaje sin par. El término occidental se halla en el pueblo de Mollendo, justo al sur de Islay, y que es una creación súbita del ferrocarril. Delante se halla el ininterrumpido océano; y detrás un perfecto desierto. No hay ningún puerto. La rocosa costa ha sido recortada por el furioso y constante embate del oleaje; y es realmente una hazaña desembarcar 209

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sin darse un chapuzón. Al dejar la elegante estación, desde la cual se ve y se oye el mar, el tren, con más o menos un centenar de pasajeros, rodó por la costa, salpicada con los restos de volcanes extintos y las huellas del maremoto de 1868, y enrumbó luego hacia el noreste para escalar en zigzag las desnudas colinas. La pendiente más fuerte es de 4 por ciento; y los frenos son tan esenciales para el descenso que se les coloca nuevas zapatas después de cada recorrido de ida y vuelta entre Mollendo y Arequipa. El difícil trabajo de construcción realizado se grafica en el hecho de que se emplearon 3,000,000 de libras de pólvora, aunque no hay ningún túnel. Aquí se puede ver, también, otro triunfo de la ingeniería, pues de modo paralelo a la vía corre el más largo acueducto de hierro en el mundo, un tubo de ocho pulgadas a lo largo de ochenta y cinco millas, ondulando montañas abajo, para proveer con agua fresca a Mollendo desde una altura de 7,000 pies. Ascendiendo aún, aferrándonos a los flancos de las montañas, y desplazándonos a lo largo de vías casi paralelas, teníamos ocasionales y rápidas vistas del imponente océano, pero de sólo un poco de verdor en todo el paisaje, el valle cultivado de Tambo. Señales del viejo y eterno conflicto entre el fuego y el agua, y del triunfo final del primero, se hallan inscritas en toda esa vertiente de la cordillera, hasta hundirse casi a pico en el Pacífico. El tren se detuvo para el almuerzo en Cachendo. La estación consiste en tres casas y un tanque de agua, al centro en apariencia de una arenosa inmensidad, aunque realmente se trata del borde occidental del gran desierto de Islay. El tren tomó después, a través de esa cálida y nivelada pampa, una línea recta con gran velocidad, levantando una nube de polvo que le siguió como la cola de un cometa. Este yermo desierto –antes del ferrocarril–, sin huella visible alguna, está salpicado de finas y salinas incrustaciones; y la melancólica y polvorienta, desnuda y calcinada superficie ofrecía una fría y antipática apariencia, a pesar de la riada de luz de un sol en el cenit. «La pureza del aire –en palabras de un escritor francés– la intensidad de la luz, el inalterable azul del cielo, hacían destacar en agudo relieve todos los detalles del fantástico escenario, y, a no dejar ninguno de sus rasgos en sombra, impresiona al contemplador con un sentido de cegadora inmensidad, de melancólico esplendor e implacable inmovilidad». Nada rompe la monotonía sino, aquí y allá, una duna, y el tipo más salvaje de colinas metamórficas a la distancia, cubiertas por una capa de blanco polvo volcánico; pues 210

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Tren del Ferrocarril Trasandino, que unía Arequipa con la Sierra, y que fue creado en 1876.

la superficie de este mar de arena se comporta realmente como el océano, pues se halla siempre en movimiento. Las dunas tienen de quince a treinta pies de alto y una forma lunar, con el lado convexo mirando siempre hacia el mar, y viajan lentamente, desplazándose con el viento. Pueden originarse artificialmente, plantándose un poste, o cualquier otro objeto fijo, como núcleo. Apenas si hay vestigios de vegetación, salvo, de trecho en trecho, cactus de una apariencia cenicienta y desvaída; y, no obstante, en torno al rezumante tanque de agua del ferrocarril, la hierba crece exuberante. Es tal la extrema sequedad de la pampa, que se produce una pérdida de cien libras de peso en un cargamento de madera que se transporta por tren desde la costa a Arequipa. Por otra parte, la lana aumenta de peso antes de llegar a Liverpool. Antes del ferrocarril, el comercio y los viajes se realizaban con bestias, y la travesía del desierto (sesenta millas) se efectuaba por lo general de noche, ya que en cuanto se levanta el sol, cada faceta de los gránulos de cuarzo envía un rayo quemante. Un viajero que había hecho el recorrido hacía poco a caballo, y que por desgracia no pudo llegar a Arequipa antes del amanecer, da la siguiente descripción: «Hacia las cinco 211

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apareció en el cielo una diáfana blancura, palideció el brillo de las estrellas, y asomó el día. Pronto un matiz de encendido naranja se extendió por sobre el suelo de la pampa, ahora firme y compacto. En pocos minutos el disco del sol apareció encima del horizonte; y a medida que nos desplazábamos de frente al dios del día, nos encontramos en medio de un torrente luminoso que nos deslumbró e incomodó de tal modo que, para huir de esa nueva tortura, nos encogimos como erizos. Esta posición, anómala e inconveniente, nos hizo incurrir en injusticia frente a los reclamos del sol naciente. En lugar de saludar su aparición con entusiasmo, nos sentíamos inclinados más bien a maldecirlo; pero, a pesar de mis sentimientos al respecto, no pude dejar de reír viendo a mis ayudantes peruanos, que con un sinnúmero de palabras mandaban al demonio al dios que adoraban. No fue sino hasta las ocho que el sol, ya alto en el horizonte, nos permitió levantar las cabezas». El primer relieve fue una serie de montañas nevadas a lo largo el horizonte del este, cuyas cumbres alcanzan de dieciocho a veinte mil pies por encima del Pacífico. A la derecha se extendía la dentada cadena de Pichu-pichu; a continuación se alzaba el hermoso Misti, uno de los más bellos volcanes que coronan los Andes; seguía luego el escarpado Chachani, y, más lejos hacia el norte, el altísimo Coropuna. Teniendo siempre a la vista estos picos dominantes, que parecían acrecentar su altitud a medida que nos aproximábamos, pasamos a lo largo de vertiginosos terraplenes por los baños ferruginosos de Tingo, y, súbitamente entramos en la ciudad de Arequipa, a 107 millas, u ocho horas, desde Mollendo. Arequipa –«lugar de descanso», como significa su nombre– es uno de esos brillantes sitios que a menudo se ve en los Andes, de los más cautivantes por el contraste con el salvaje carácter del escenario circundante. Como Damasco, es un retazo de verdor sustraído a la esterilidad de la naturaleza por medio del riego. Su brillante verdor se hace más intenso por las colinas de un triste amarillo que lo rodean. Arequipa aparece, por lo tanto, en gran ventaja, ya que para llegar a ella hay que atravesar, por cualquier lado que sea, el desierto; y, para el polvoriento y acezante viajero, esta faja de verdor es una tierra de promisión. En las blancas colinas del entorno, cubiertas de polvo volcánico, crecen solitarios penachos de cactus grises; pero en el regado valle se alza la sonriente ciudad, rodeada por numerosas aldeas y granjas, y campos de cereales, trébol y papas, bordeados por 212

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altos sauces. El valle tiene diez millas de largo por cinco de ancho. El pequeño río Chili, que nace a un lado del Misti, es un río de vida: si llegase a secarse, Arequipa moriría de sed. Justo detrás de la ciudad, y en amenazante actitud, se alza el hermoso y, afortunadamente, ahora silencioso volcán del Misti. Nada puede ser más pintoresco que la visión de esta montaña simétrica desde la Plaza de Armas, cuando su nevado domo refleja el sol de la mañana

El Misti es una montaña de primera clase, que se alza a casi 11000 pies sobre la ciudad. Esta foto fue tomada en el puente del río Sabandía, después de una inusual tormenta.

Es una montaña de primera clase, que se alza a 18,538 pies. La altitud de Arequipa es de 7,560 pies, y el clima es delicioso, aunque en junio, julio y agosto hay a veces escarcha, y el agua muestra una ligera capa de hielo. Pero casi no hay otro lugar en el Perú más famoso por sus frecuentes terremotos. El espantable sismo de 1868 dejó huellas indelebles, y hoy la ciudad presenta una apariencia 213

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pompeyana, como si aquél hubiera tenido lugar ayer, iglesias en escombros, arcos a punto de desplomarse, casas llenas de cascotes, y comerciantes que exponen sus mercancías en tiendas, frente a sus ruinosas viviendas. La catedral, que ocupa un lado de la Plaza, es realmente imponente, incluso sin sus torres, que fueron derribadas por el terremoto. Las ocho macizas columnas jónicas que adornan la fachada resistieron el movimiento sísmico. La catedral, la universidad (ahora un montón de ruinas) y los mejores edificios públicos y privados, son de traquita blanca; el resto es de adobe blanqueado. Los techos y cielo rasos son abovedados de piedra, así que cuando empieza un terremoto, se vienen abajo los domos. Se comienza a usar el fierro galvanizado, con lo cual los sismos no tendrán ya tantas consecuencias. Las casas son de un mismo tipo, de un solo piso y abovedadas, con ventanas protegidas por rejas. El amplio zaguán con arco conduce a un patio abierto, de forma cuadrangular. Hace poco se abrieron dos hoteles. Las calles son por lo general anchas y están pavimentadas, y provistas de aceras y alcantarilla. Fundada por Pizarro en 1540, Arequipa es la segunda ciudad del Perú y rival de Lima. Sus habitantes, en número de 40,000, son conocidos por su espíritu revolucionario como su suelo por sus terremotos. Depende, para la mayor parte de su alimentación, de ciudades más favorecidas, a lo largo de la costa. El agua de riego es tan escasa que el acre de tierra laborable vale $ 1,200. No hay industria; es sólo un puerto seco para el interior. El principal objeto de comercio es la lana de alpaca, de la cual se exportan 25,000 quintales cada año. Las firmas mercantiles más importantes son unas pocas inglesas y alemanas. La ciudad ha despertado a una nueva vida desde que el ferrocarril y el telégrafo la acercaron al litoral.

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charles wiener Viajero francés, visitó el Perú en 1875 con el fin de realizar investigaciones arqueológicas y etnográficas, y llevar a su país antigüedades prehispánicas. Osado, emprendedor, realizó un impresionante viaje por toda la sierra, desde Cajamarca hasta el Collao y Bolivia.

cosas de arequipa

A

las tres de la tarde la locomotora hacía su ingreso a la estación de la segunda ciudad del Perú realmente maravillosa por su situación en una vasta llanura cultivada, dominada por el cono del Misti, cuyo cráter, apagado desde hace siglos, está colmado hoy por nieves eternas. La actividad subterránea del volcán produce en la ciudad temblores continuos. Las sacudidas se repiten una o dos veces por semana. La gente está acostumbrada; las casas están construidas con las previsiones del caso; no obstante, con frecuencia los temblores las derriban, las torres de las iglesias se vienen abajo, y se mencionan estos hechos menudos sin asignarles la menor importancia. Se entierra a las víctimas, se reconstruyen las casas, y se vuelve a levantar, con obstinación digna de mejor suerte, los templos del Señor. El arequipeño ama su ciudad, que disfruta de la temperatura cálida de los trópicos, pero moderada por una evelación de 2,000 metros sobre el nivel del mar. Los habitantes no son tan flemáticos como los de la costa, ni tan melancólicos e inactivos como en el interior. En el Perú se es muy católico, muy prácticamente, y lo hemos comprobado durante nuestro viaje. Sólo en Arequipa el peruano es fanático. En todas partes del país el cura es poderoso; en Arequipa es soberano; su palabra inflama a las masas; rodeado y sostenido por la sociedad, seguido por el pueblo, el religioso goza en esta ciudad del papel de amo absoluto, venerado sin reflexión y obedecido sin escrúpulos. Es por eso que Arequipa ha sido desde la independencia un continuo foco de revueltas, que más de una vez han derribado el gobierno de Lima: por eso el orgullo de sus hijos no conoce límites. Cuando dicen que son arequipeños, creen sinceramente haber dicho la última palabra. Para ellos, Lima es apenas una copia de su 215

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ciudad; y desde que un tranvía pasa dos veces al día por sus calles, desde la estación a la catedral, nada podría dar una idea de su íntima convicción de que París y Londres deben poner mucha atención si quieren seguir a la altura de su ciudad. E incluso, por boca de sus diputados en el congreso nacional, Arequipa ha hecho declarar que Arequipa es una ciudad de la costa, y no admitía que se tomaran en cuenta los cientos sesenta kilómetros que la separan de las orillas del mar. Este chovinismo, que tiene quizás ribetes ridículos, se justifica desde ciertos puntos de vista. Por su cielo incomparable, por la fertilidad de su suelo, la línea grandiosa de su paisaje, y aun su existencia entera, confiada a la benevolencia riesgosa de un volcán. Arequipa recuerda la peligrosa belleza de Nápoles y la despreocupada alegría de sus habitantes. Una gran parte de esta admirable región pertenece a la misma familia Goyeneche de la que hemos hablado a propósito de nuestra excursión de Chorrillos a Lurín, pasando delante de su hacienda de Villa, fuera de los palacios que poseen en Arequipa, son propietarios de las tierras de Sachaca. La hacienda misma presenta el carácter típico de las construcciones señoriales del Perú español, que el Perú peruano no ha podido hacer olvidar.

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Ernst W. Middendorf Lingüista y antropólogo alemán, 1830-1909. Visitó Arequipa en 1870, poco después del gran terremoto de 1868, y posteriormente, en 1884 y 1887, cuando se dedicaba ya a los estudios de lingüística y antropología.

la ciudad de arequipa

A

requipa está situada a los 16°24’ de latitud sur y 74°24’ al oeste de París sobre una planicie fuertemente inclinada de norte a sur, a las márgenes del pequeño río Chili. La altura de la Plaza de Armas, que tiene cierto declive, se estima en 2,325 metros sobre el nivel del mar. Si se viene de la costa, o si uno se encuentra en el lado sur de la Plaza, se distingue detrás de la ciudad, o sea al norte de ella, una fila de cerros de gran altura. Al centro, un poco hacia el este, está el volcán Misti, un cono de forma regular, cuya obtusa y oblicua cima, se eleva a 5,685 metros sobre el nivel del mar, y 3,350 metros sobre el centro de la ciudad. Las casas de ésta se extienden hasta la zona ondulada cerca de la base del volcán. Al lado del Misti, un poco hacia el oeste, está el conjunto de cerros que forman el Chachani: varios picos, muy cercanos unos de otros, que se elevan sobre una base común, y son un poco más altos que el volcán; se estima la altura del pico central en 5,790 metros, aunque probablemente es un poco más alto. Al noreste se encuentra un lomo extenso, el Pichu-Pichu, que es más largo que el Misti y el Chachani juntos, pero más bajo que los dos, pues su altura es sólo de 5,400 metros. En las quebradas de las cimas del Chachani hay siempre nieve, y también en la cumbre del Misti las manchas blancas sólo desaparecen en los meses de verano; el Pichu-Pichu está libre de nieve casi durante todo el año. Por el este y el oeste, la región es relativamente abierta; por el sur se divisa la cadena rojogrisácea de Barrera, que pasa el ferrocarril, pero que vista desde la ciudad, parece ser sólo un poco más alta que ésta. Aunque por Arequipa pasa un río, la ciudad no está situada propiamente en un valle, sino en un ensanchamiento en forma de hoyada, que parece haber sido antes un lago. En Tiabaya, allí donde el ferrocarril deja el estrecho valle de Uchumayo e ingresa a la ex217

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tensa llanura de leve pendiente, se observa que el valle consiste en parte de guijarros y de barro endurecido. Estos materiales se habían acumulado en el fondo del antiguo lago, y el río después de haberse abierto a través de las rocas una salida hacia el mar, se labró un lecho en éstos. La cuenca de Arequipa, llamada la Campiña, es algo más larga que ancha, y mide, de este a oeste, aproximadamente 14 Km. y 12 Km. de sur a norte. La Campiña, regada por el río Chili, es fértil, y produce maíz, trigo, cebada, papas, legumbres, así como alfalfa y otras plantas de forraje, pero el paisaje es monótono y carece de variedad. Los árboles son escasos y se ven sólo pocos grupos de arbustos; únicamente, hileras de delgados sauces dividen los campos o bordean los caminos. Como estos árboles no forman copas espesas, sino que son esbeltos como los álamos italianos, con su parco follaje de angostas hojas, poco contribuyen a la belleza del paisaje. Con respecto al clima de Arequipa, las opiniones están divididas. Muchos lo ponderan y les sienta muy bien, mientras que a otros ni les sienta ni les gusta. Por su altura de más de 7,000 pies, Arequipa ya no puede considerarse como costa, pero todavía no pertenece a la Sierra. En el verano llueve, aunque no tanto ni tan prolongadamente como en la Sierra, pero sí tan a menudo que este factor debe tenerse en cuenta en la construcción de las casas. Debido al viento que sopla generalmente del sur, hasta en los meses de verano, muy poco se sufre del calor, y en el invierno las noches son bastante frías. Lo peculiar del clima es que el aire es extraordinariamente seco. El pan fresco se endurece en el curso del mismo día, los cigarros y el tabaco se desmenuzan y pierden su aroma; los cabellos se ponen a veces tan secos que chispean al pasarles

Vendedor de pan con mantequilla. P. Marcoy

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el peine; en la nariz se tiene permanentemente una desagradable sensación de aspereza y los labios se resquebrajan; los nervios fácilmente se excitan y, sobre todo las mujeres padecen a menudo de enfermedades nerviosas. También para las personas que padecen enfermedades pulmonares, el clima de Arequipa es menos indicado que el de otros lugares de igual altura. Las inflamaciones de las vías respiratorias afectan tanto a la gente del lugar como a los forasteros. A pesar de que hay personas que ponderan este clima, tienen que admitir que el agua potable es dañina, especialmente para los recién llegados. Contiene tantas sales que si toman el agua sin hervir les produce siempre trastornos digestivos. Si la gente del lugar es menos afectada por éstos, se debe indudablemente a que el bajo pueblo bebe casi siempre chicha y rara vez agua fresca. Arequipa es la segunda ciudad de la República, capital del Departamento y de la Provincia del mismo nombre, sede de una Corte Superior y de un Obispado; tiene muchas iglesias, tres conventos de frailes y dos monasterios de monjas, todavía habitados y un seminario para sacerdotes; la situación de la antigua Universidad es precaria y actualmente está reducida a la Facultad de Derecho. Según el último censo, Arequipa tenía 21 mil habitantes y toda la provincia 54 mil, pero desde entonces la población de la capital ha disminuido notoriamente, esto se debe a que la ciudad ha sufrido mucho, no sólo a causa del último gran terremoto, sino también en época reciente, durante la guerra con Chile, y quizá más aún en la guerra civil que estalló después. El autor visitó Arequipa en tres oportunidades, primero a fines de 1870, y por último en el otoño de 1887, y entre estas dos fechas, en 1884, después de la celebración de la paz. Al visitarla la primera vez, una parte de la ciudad estaba todavía en ruinas a causa del terremoto del 13 de agosto de 1868 que destruyó Arica y afectó seriamente todas las regiones del sur del Perú. Aunque entonces había transcurrido año y medio, la reconstrucción de muchos edificios de importancia ni siquiera había comenzado. En la Plaza de Armas, la Catedral era una masa de ruinas: allí yacían las destrozadas paredes y los muros de las torres, que al derrumbarse rompieron la bóveda, y llenaron el interior de la iglesia con una informe masa de escombros. También los portales alrededor de la Plaza cayeron, y no se había retirado todavía los escombros. La 219

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mayor parte de las iglesias ofrecía el mismo espectáculo. A pesar de que los habitantes no se habían recuperado aún del desastre, estaban animados, alegres y llenos de esperanzas. Con la inauguración del ferrocarril se había realizado un viejo anhelo, ya nadie pensaba en la desgracia y confiaban en el futuro promisorio. Cuando el autor volvió después de 17 años, encontró todo muy cambiado, se habían borrado las huellas del terremoto, la Catedral había sido restaurada, en gran parte construida de nuevo, al igual que la mayoría de las iglesias. La arquería de la Plaza era más bella que la antigua, y las casas particulares habían sido reconstruidas. Mas este aspecto externo de aparente bienestar encubría un profundo empobrecimiento, una total paralización de las industrias y del comercio, situación de la cual los habitantes sólo podrán recuperarse lentamente y siempre que la paz del país sea duradera. Las pérdidas que en rápida sucesión, el Perú había sufrido, fueron demasiado grandes pues el Estado no sólo tuvo que ceder a Chile las principales fuentes de sus ingresos, sino que además ocurrió que los productos del país tales como el azúcar, la lana, el algodón, corteza de la quina, cobre y plata, con cuya exportación el Perú había costeado hasta entonces una parte de sus importaciones, habían sufrido una baja tal que los precios obtenidos en el mercado apenas cubrían los costos de producción. En Arequipa, como segunda ciudad de la República, los efectos de la crisis económica general eran todavía más visibles que en la capital, especialmente por el hecho de que esta ciudad, lo mismo que las demás provincias, no pueden sustraerse a la perniciosa atracción de Lima. Muchas de las familias acomodadas se han establecido definitivamente en Lima o viven en la capital porque los hombres desempeñan algún cargo en la administración pública. Aunque los arequipeños son muy regionalistas y ponen su ciudad por encima de todas las demás, se trasladan a Lima, si pueden hacerlo. Pero aún allí, no dejan de elogiar a Arequipa, y sólo regresan cuando las circunstancias los obligan, por lo que un arequipeño dijo al autor, en una oportunidad, «que la actual Arequipa se encontraba en Lima». La población blanca, pero que sin excepción tiene un mayor o menor porcentaje de sangre indígena, es en general, despierta, activa, dada al estudio y ambiciosa. Los arequipeños siempre han desempeñado, un papel sobresaliente en la vida de la República, ya como abogados, jueces, funcionarios públicos y militares. Las mujeres 220

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son agradables, francas y desenvueltas en el trato, «tienen gancho», modismo peruano que quiere decir que saben impresionar a los hombres. La mayor parte de la población está formada por mestizos en los que predomina la ascendencia indígena, y a éstos se designa en todo el Perú con el nombre de cholos. Aunque los cholos arequipeños no aventajan a los otros en su aspecto físico, son mentalmente más rápidos y más trabajadores que los de la Costa, quienes sufren los efectos debilitantes del clima cálido. Son presa fácil de la agitación y del fanatismo, por lo que, especialmente en épocas pasadas, fueron siempre dóciles instrumentos en manos de agitadores políticos o del clero intolerante. Hay en Arequipa muy pocos negros o mulatos. Todas las clases de la población hablan únicamente el español; el quechua o idioma de los Incas, que antiguamente predominaba entre los indios y mestizos, ha caído en completo desuso y olvido. Lo único que ha quedado de esta lengua es cierto dejo en la pronunciación del español, que se nota especialmente en el habla de las mujeres, así como en un número de palabras y modismos que provienen de la antigua lengua del país, y que han sido incorporados al español, tal como sucede también en otras provincias de la República. El plano de la ciudad es regular. Ocho calles, que corren en la misma dirección del río, hacia el volcán, o sea de sur a norte, son cortadas en ángulo recto y en iguales distancias, por el mismo número de calles transversales. Las cuadras formadas de este modo –las manzanas– tienen 150 varas de largo y otras tantas de ancho. El ancho de las calles es de 12 varas, o sea aproximadamente diez metros y por el centro de casi todas, corre una acequia. El pavimento es malo, pero las aceras son buenas, por lo menos en las zonas céntricas de la ciudad. No exactamente en el centro de la ciudad, sino más cerca del extremo inferior que del superior, se encuentra la Plaza de Armas, que ocupa el espacio de una manzana, y por tanto sus lados miden, como las de éstas, 150 varas. Está pavimentada y sus lados cubiertos de losas, para los peatones, adornada en el centro con una fuente que rodea un pequeño jardín octogonal y que está cercado. En el contorno hay árboles de diversas clases y de desigual tamaño que no son precisamente el ornato adecuado de este conjunto. En el lado superior, el septentrional, se eleva la Catedral, cuya fachada, con sus torres sobresalientes, ocupa todo el ancho. En los tres lados restantes se extienden los nuevos portales, de buena y sólida 221

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construcción, mucho mejor que los de Lima. Los pilares y los arcos son de diorita, y de ladrillos la parte interior de la arquería. Bajo los portales se encuentran tiendas, en las que se ofrecen mercaderías de toda clase; las más elegantes son las situadas en el lado este, por lo que las damas prefieren ese portal para pasearse, cuando en las tardes la banda militar ofrece sus retretas. De la esquina sudoeste de la Plaza, una calle conduce hacia el río, que está a una distancia de sólo cien pasos más o menos. El lecho de éste se halla mucho más bajo que las calles de la ciudad, está cubierto con guijarros y es bastante ancho, pese a que el Chili tiene generalmente muy poca agua. Un puente de piedra de seis altos arcos, une la parte principal de la ciudad, situada en el lado izquierdo, con la del lado derecho, que comparada con aquella, es pequeña, aunque se incluya el cercano suburbio de Yanahuara. Las calles de este lado son irregulares y empinadas, ya que la orilla de la parte derecha va ascendiendo hacia una pequeña colina. Entre los edificios públicos, merece ser mencionada en primer lugar la Catedral. Su reconstrucción estaba casi terminada, cuando el autor visitó Arequipa por última vez (1887), y hay que reconocer el celo religioso y el espíritu de sacrificio de los habitantes, cuando se considera que la iglesia se incendió en 1844 y que 24 años después ya terminada por completo la restauración del interior, fue totalmente destruida por el terremoto. El lado de la Iglesia que delimita la Plaza por el norte, tiene 76 metros de largo. Esta longitud poco común se debe a que no es la parte frontal de la Iglesia la que da sobre la Plaza, sino el lado más largo. En proporción con esta longitud, el edificio es demasiado bajo. Este defecto, que probablemente no ha podido evitarse, en consideración de los frecuentes terremotos, ha sido compensado de algún modo por dos campanarios que se elevan a los lados, sobre la parte frontal. Las torres, como el resto del edificio, son construidas de sillares blancos, y tienen sobre el campanario una superestructura trunca de líneas curvas. Las torres antiguas, que remataban en puntas piramidales, se precipitaron en el último terremoto sobre el techo y rompieron la bóveda. La fachada se compone de dos plantas adornadas con columnas de orden corintio. Ambas plantas están unidas por ocho grandes columnas que se extienden desde el suelo hasta la cornisa; cuatro de estas columnas están entre las torres, y dos al lado externo de cada una de éstas.

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Delante de toda la fachada, se extiende un amplio espacio cubierto con losas de mármol: es el atrio, desde el cual una hermosa escalinata de sillares conduce a la plaza. En los extremos del atrio se levantan arcos aislados, que tienen la misma altura que la iglesia, y se apoyan en el edificio, como contrafuertes de la bóveda. Estos arcos son de gran originalidad y animan el aspecto del conjunto. El interior de la iglesia se compone de una nave central y dos Iglesia de La Compañía. naves laterales de menor altura. Las paredes son simplemente blanqueadas, y para una iglesia católica, algo desnudas. Llama la atención un púlpito hermoso, tallado en madera de roble. La antigua iglesia de los jesuitas, que todavía se llama la Iglesia de la Compañía, se encuentra en el ángulo sudeste de la Plaza de Armas. La fachada, algo retirada de la calle, y separada de ésta por un pequeño atrio, está recargada de ornamentos arquitectónicos, pero ni sus formas revelan buen gusto, ni son de buena talla, ya que en general el blanco sillar volcánico empleado en la construcción de todos los edificios de la ciudad, no se presta para esculturas finas. El interior, de la iglesia tiene hermosas proporciones, y se compone de una nave central y dos naves laterales, cada una de las cuales comunica con la primera por medio de tres arcos, sobre el crucero se alza una cúpula. Es de lamentar que los colores chillones, con que están pintadas las columnas y dinteles, hagan desmerecer la buena impresión que el visitante podría tener de este monumento. Entre las iglesias de los conventos, la más grande es la de los mercedarios; el claustro principal del convento es espacioso y los 223

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corredores, con ocho arcos cada uno, dan en los cuatro lados sobre un jardín cercado de rejas. Actualmente viven 30 frailes en las celdas recientemente restauradas. La iglesia de los dominicos, próxima al mercado, se parece en su construcción a la que acabamos de mencionar, es más grande que la iglesia de la Compañía, pero su interior es pobre y desprovisto de adornos. Dos claustros y un noviciado sirven de morada a diez frailes y algunos legos. También los franciscanos tienen su iglesia en Arequipa y ésta es una de las más grandes, pero actualmente la están restaurando. El convento de San Agustín, antiguamente uno de los más famosos, ha sido suprimido y su iglesia está en ruinas. En las espaciosas salas de este convento funcionaba antes la Universidad, pero ahora no se las utiliza. Además de los mencionados conventos de frailes, existen en Arequipa tres monasterios de monjas: Santa Catalina, Santa Rosa y Santa Teresa. El autor entró una tarde en la iglesia de Santa Catalina, en el instante en que las monjas cantaban las vísperas. En el coro inferior se hallaban congregadas alrededor de 20 religiosas y la cortina delante de la reja estaba descorrida. Sólo minutos después, cuando se advirtió que había alguien en la iglesia, una de las monjas corrió la cortina. La regla de las monjas de Santa Catalina es menos severa que la de los demás conventos. Con ocasión de las festividades celebradas al inaugurarse el ferrocarril, recibieron no sólo la visita del Presidente, a quien, de acuerdo con la Constitución, está permitida la entrada, sino la de todo su numeroso séquito, conversaron detenida y animadamente en sus jardines y agasajaron a los visitantes con pasteles en el refectorio, tenían el rostro cubierto sólo con el simple velo que deja ver claramente las facciones. Las casas particulares en Arequipa muestran peculiaridades arquitectónicas, que se deben al constante temor a los frecuentes terremotos. Desde que existe la ciudad, el Misti no ha tenido ni una sola erupción, sin que esto signifique que el volcán está inactivo; al contrario, parece que es el foco de donde, repetidas veces, han partido los más violentos temblores. Por consiguiente, los habitantes han tratado de proteger en lo posible, sus casas contra los peligros de los terremotos. Ahora bien, hay sólo dos maneras para lograr este objeto: o se construyen casas de madera muy liviana, de modo que puedan oponer al movimiento del suelo una resistencia elástica, o se las edifica de piedra, y se trata de dar a los muros la mayor firmeza posible, haciéndolos muy gruesos. En Arequipa se ha preferido este 224

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último tipo de construcción, ya que en la región no hay madera apropiada, pero sí un material muy bueno que se encuentra muy cerca de la ciudad y en grandes cantidades. Se trata de una toba volcánica de color grisáceo, muy fácil de labrar y muy resistente a la acción destructiva del tiempo, además con argamasa se une firmemente. Todos los edificios públicos y particulares de la ciudad están construidos con esta piedra. Las casas tienen muros anchos, casi todas de un solo piso, y los techos de los cuartos, abovedados. Esto último da a las habitaciones una forma peculiar que no agrada a Iglesia de San Agustín. los forasteros. Todos los cuartos, así como las salas, tienen bóvedas cilíndricas, y su aspecto recuerda el de esos grandes baúles que antes se usaban, Podría decirse, que las casas arequipeñas se componen de salasbaúles, comedores-baúles y dormitorios-baúles. En muchas casas de gente acomodada se ha extendido sobre los cuartos, un cielo raso de lona o de tela de algodón para ocultar estas bóvedas desnudas y poco agradables. Últimamente se ha comenzado a reemplazar las bóvedas con techos compactos y planos, ya que el transporte por ferrocarril hace posible traer materiales pesados. Los cuartos no se techan ya con vigas de madera, sino mediante rieles, en cuyas acanaladuras se encajan los sillares. Uno no se siente muy a gusto debajo de estos techos planos de piedra, pero se afirma que su resistencia a los terremotos es mayor que la de las bóvedas.

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Por lo demás, el plano de las casas grandes es igual al de las de Lima. A través de un gran portón se ingresa de la calle a un pequeño vestíbulo (zaguán); en las casas antiguas, los pórticos están provistos de columnas o pilares toscamente labrados, y un escudo de armas adorna el frontón, lo que indica que éstas pertenecían antes, o aún pertenecen, a familias de la antigua nobleza. Del zaguán se entra al patio, en torno al cual están las habitaciones; la sala de recibo se encuentra frente a la entrada. Detrás de la sala se halla generalmente un segundo patio, que tiene a menudo un pequeño jardín. En las partes centrales de la ciudad, especialmente en las inmediaciones de la Plaza de Armas, donde se encuentran las tiendas, la mayor parte de las casas tienen una planta alta de maderamen, ya que actualmente es fácil de transportar, desde la costa, madera californiana. Como las bóvedas de los cuartos son impermeables, las casas no requieren otra clase de techo, y se puede caminar sobre éstas cómodamente. Paseándose de este modo, se tiene oportunidad de advertir que todavía deja mucho que desear el aseo. Se arrojan sobre los techos toda clase de inmundicias y además éstos parecen ser el lugar favorito para ciertos menesteres, que por lo general suelen hacerse en otros lugares, y es natural que cada uno dé preferencia al techo del vecino, quien a menudo lo retribuye con la misma moneda. El centro del movimiento comercial es además del ya mencionado portal oriental, la adyacente Calle del Comercio, que parte de la esquina noreste de la Plaza, junto a la Catedral. Allí se encuentran las tiendas más hermosas y mejor surtidas del comercio minorista. Las casas de comercio mayorista no se limitan a determinadas calles, sino que sus depósitos y salas de muestras, se encuentran en diversas zonas próximas a la Plaza de Armas. Dispersas por todas las calles de la ciudad, hay gran cantidad de pequeñas y paupérrimas tienduchas, y las que más abundan son aquellas en las que se expende la chicha, las llamadas chicherías, que son oscuras y sucias pocilgas, sin muebles, pero llenas de enormes vasijas de barro que contienen la turbia bebida que se consume en vasos del tamaño de pequeños baldes. Generalmente se sirven en estos sitios también platos picantes condimentados con ají, a fin de acrecentar la sed de los parroquianos. Las más concurridas son las llamadas picanterías de la calle que baja al puente. Además de la chicha, se consume también cerveza, aunque ésta no la bebe la gente del pueblo. Hay en Arequipa tres cervecerías y no hacen malos negocios. 226

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La ciudad posee algunos hoteles bastante buenos y de éstos el mejor es el Hotel Central, situado en la Calle del Comercio. Es extraño que haya aumentado el número de pensiones, a pesar de que ha disminuido el movimiento comercial. Que de ellos se deba deducir que la situación no es tan desesperada como se afirma en todas partes, o que la hospitalidad de los arequipeños, antes tan alabada, ha decaído algo, es cosa que no nos atrevemos a asegurar. Durante el tiempo de su última permanencia el autor no ha podido formarse un juicio acerca de las condiciones económicas, pero recuerda que, se realizaban, casi todos los días, juntas de acreedores de negocios en quiebra. La vida social en Arequipa, muy ponderada por los visitantes de antaño, parece ahora monótona y decaída. Existe un club que cuenta aproximadamente con 80 socios, y sólo con gran dificultad podría sostenerse sin el aporte de los socios extranjeros. El número de éstos no es lo suficientemente grande como para que los miembros de las distintas nacionalidades hayan podido fundar sus propios clubes. Los alemanes residentes en Arequipa no pasan de treinta, sin embargo, le corresponde a Alemania la proporción relativamente más grande del comercio total, pues de las siete casas mayoristas que pagan patentes de primera clase, tres son firmas alemanas. LOS ALREDEDORES El mejor panorama de Arequipa y sus alrededores se ofrece desde lo alto de la Catedral, cuyo techo, lo mismo que el de las casas, consiste sólo de la bóveda de las naves y en ésta se puede caminar con toda libertad. Desde aquí se obtiene una visión clara del valle que se extiende en forma de hondonada y que ha sido en tiempos remotos, el fondo de un lago; ahora está cubierta por campos sembrados y alfalfares que rodean las viviendas por tres lados, y llegan hacia el norte, hasta el pie del volcán. Del área verde, cruzada por delgadas hileras de árboles, asoman aislados grupos de viviendas y poblados. Hacia el este, unido por la parte de la ciudad de la margen derecha del Chili, está el suburbio de Yanahuara; luego en dirección al Chachani, el pueblo de Carmen Alto, donde Vivanco fue derrotado por Castilla. En el sur se divisa primero las frondosas alamedas de los baños de Tingo, y frente a éstos, al lado derecho, sobre una pequeña colina, el pueblo de Sachaca; más abajo, allí donde comienza a estre227

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charse el valle, está el pueblo de Tiabaya, pero del cual sólo se ven algunas casas; en dirección al sudeste, sigue Paucarpata y más allá Socabaya, escenario de la batalla entre Salaverry y Santa Cruz. Por el este, en el extremo de la vegetación, se divisa Sabandía, y detrás, en la pendiente árida de un cerro, un edificio aislado, los baños de las fuentes termales de Jesús. En los alrededores de Arequipa, el autor visitó sólo los tres balnearios: Tingo, Jesús y Yura, de los cuales el último no se encuentra realmente en los alrededores de la ciudad, ya que está a una distancia de 28 Km. El balneario de Tingo está situado, como acabamos de decir, al sur de la ciudad, a sólo tres kilómetros más abajo, y el viaje en tren dura menos de diez minutos. Tingo es el balneario predilecto de los arequipeños, y muchos tienen allí casas de campo, pero las utilizan sólo durante los meses cálidos; en el invierno están desocupadas. La mayor parte de las casas se hallan a ambos lados de una alameda de altos sauces, y junto a éstos surgen los manantiales. Su agua se une y forma dos riachuelos que corren a los cercanos baños: dos piscinas rectangulares, cuya agua llega a los bañistas hasta el pecho. El agua es limpia y transparente, pero las instalaciones no son cómodas: casetas para guardar la ropa se alinean a lo largo de la piscina. Indiscutiblemente, lo más hermoso en Tingo es la alameda con sus cuatro filas de grandes árboles, agradable paseo para los residentes del balneario y es de lamentar que la ciudad misma carezca de semejante alameda. Las fuentes de Tingo surten agua pura de temperatura normal. Deben su origen probablemente a filtraciones de las aguas del río, utilizadas en la parte alta del valle para regar los campos. El agua se estanca aquí debido a las rocas existentes debajo de la superficie y emerge entonces del suelo. Distinta es la naturaleza de las fuentes de Jesús, cuyas aguas no son de origen aluvional, sino que brotan de estratos más profundos. Los baños de Jesús se encuentran a 8 kilómetros de distancia, al este de Arequipa y un buen caballo recorre el camino en una hora. Desde el techo de la Catedral, y también desde la Estación, se ven los edificios de los baños, sobre la falda de las colinas bajas que confinan el valle por el este. Para viajar a Jesús, se parte del extremo superior de la ciudad, y se toma el camino de la derecha, que conduce a un llano arenoso y pedregoso, y de aquí sube suave y paulatinamente, hasta que al final desciende a un terreno plano, por el que corre un riachuelo formado por los manantiales. Desde aquí, en corta 228

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subida, se dirige hasta la mitad del cerro, donde brotan los manantiales. Lo que desde lejos parecía una sola casa, es en realidad un patio cuadrado rodeado por edificios; en cada uno de los lados del patio se encuentran seis habitaciones para alojar a los que vienen a curarse. Las que están orientadas hacia el valle, se arriendan. Salvo la ubicación, no hay gran diferencia entre las dos clases de habitaciones. Ambas son igualmente incómodas y poco agradables: techos de bóveda, paredes desnudas, sin muebles, ninguna ventana, y sólo una puerta que da al patio. Los baños se toman en común, en una piscina de siete metros de largo y cuatro de ancho, situada frente a la entrada del patio. En el lado que da al cerro se advierte una pequeña bóveda, debajo de la cual se ha captado la fuente principal, pero además de ésta el agua brota en muchos otros lugares, con un fuerte desprendimiento de ácido carbónico. En torno de la piscina se encuentran las hornacinas en las paredes, con banquitos para que los bañistas puedan guardar su ropa. Las fuentes son ligeramente alcalinas, pero con elevado contenido de ácido carbónico, y su temperatura es un poco más baja que la del cuerpo (23°). El sabor es semejante al del agua de Seltz, pero un poco más estíptico, debido a su mayor contenido de cal. Los bañistas permanecen de 10 a 20 minutos en el agua, de acuerdo al tiempo en que se produzca una comezón peculiar en la piel. El baño produce generalmente un cansancio que se produce probablemente a la inhalación de ácido carbónico. Los baños se toman preferentemente para dolencias reumáticas y neurálgicas. El autor encontró allí a un joven médico que sufría de reumatismo, quien estaba tomando baños desde hacía 14 días y se encontraba satisfecho con sus efectos. No cabe duda que los baños deben tener bien merecida su fama, pues sin una urgente necesidad nadie estaría dispuesto a ir a vivir en una región tan árida y en tan horrendas habitaciones. Más famosos todavía que los baños de Jesús, son en el Perú los de Yura, gracias a sus cualidades medicinales. Se hallan a 28 kilómetros de distancia al oeste de Arequipa, no lejos de la estación del ferrocarril a Puno la que lleva su nombre. El superintendente del ferrocarril de entonces, Mr. Mac Cord, se ofreció con gran amabilidad a poner a disposición del autor, durante su última permanencia en Arequipa (1887), una pequeña locomotora y un vagón de pasajeros para que visitase estos baños. Otros amigos del superintendente, que también querían conocer los baños, aprovecharon esta oportunidad y así se 229

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reunió un grupo de cinco personas, compuesto, además del autor, de otros dos alemanes: un fotógrafo y un ingeniero de minas, un agente viajero americano y un joven médico peruano. El tren atraviesa primero el río Chili por un largo puente de hierro; sube luego lentamente en dirección este, y serpentea en innumerables curvas por las quebradas de los cerros adyacentes del macizo de Chachani. El árido desierto en que está situado el edificio de la estación de Yura, es animado por algunos eucaliptos, que se mantienen gracias a la humedad producida por el agua que se pierde en el abastecimiento de las locomotoras. Un camino polvoriento conduce desde la estación hacia una quebrada de poco declive que comienza a poca distancia, cuyas pendientes están formadas por un conglomerado de traquita. Un riachuelo da riego a una parca vegetación, ya que el suelo es salino, y fuera de algunos insignificantes arbustos, allí no crece ninguna clase de árboles. El camino sigue por esta quebrada en lento descenso y después de un cuarto de hora se llega a las primeras fuentes minerales. Los edificios que allí se encuentran consisten de una capilla ruinosa, y algunos oscuros cuartos adyacentes que más parecen cuevas y sirven de alojamiento a los pobres; en dos o tres casas mejor construidas y un pequeño hotel, el Hotel Lafayette. Las fuentes que brotan en la quebrada de Yura, se dividen en dos clases, que aunque parecen tener el mismo origen, y ser semejantes también con respecto a su composición química, se diferencian por el hecho de que unas además de ácido carbónico, contienen gas sulfhídrico libre, en tanto que las otras care3.cen de este gas y en cambio, poseen un mayor contenido de hierro. Se las clasifica, por consiguiente, en fuentes sulfurosas y fuentes ferruginosas, de las cuales las primeras están en la proximidad del hotel. En un oscuro cuarto rectangular, cercado de gruesos muros, cuyo techo abovedado está provisto de tres respiraderos en forma de chimeneas, se encuentran cuatro pozos cuadrados, a los que los bañistas descienden por estrechas gradas. Del piso de estos pozos manan las fuentes. La más próxima a la puerta, es la más caliente (32°-33°) y contiene en más alto grado ácido carbónico libre, pero también mucho ácido sulfhídrico, que al liberarse produce constantemente burbujeo en el agua que llena el pozo. A este pozo lo llaman El Tigre. El pozo adyacente se conoce con el nombre de Vegeto, porque su agua, por la precipitación del azufre, tiene un color lechoso turbio y por tanto 230

siglo XIX

Baños termales de Yura.

hace recordar el acetato de plomo de Goulard (aqua vegeto-mineralis). También los otros dos pozos tienen sus propios nombres, el primero La Sepultura, por ser el más profundo, y el segundo El Desagüe. Estos dos pozos no tienen fuentes propias, sino que reciben agua de los primeros. El agua sabe ligeramente a azufre. Al bañarse, el ácido carbónico produce una sensación de escozor como en los baños de Jesús. El agua de la fuente del Tigre está completamente saturada de ácido carbónico, de modo que cuando el pozo está casi lleno, forma una capa en la superficie, y al sumergirse se siente un vértigo. Se recomiendan los baños en casos de reumatismo y para las enfermedades crónicas de la piel. Su uso prolongado produce escozor y eczemas. Valle abajo, a una distancia de kilómetro y medio, se encuentran las fuentes ferruginosas, aguas acídulas ferruginosas, que tienen la misma temperatura de las fuentes sulfurosas (32°-33°). Al igual de éstas, están captadas en un pequeño espacio abovedado, que contiene dos pozos de mampostería. En uno de éstos, el agua emerge por dos agujeros, en tanto que la otra se llena con el agua de la primera. El interior de los pozos está teñido de un tono rojizo debido al óxido de

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hierro, pero el agua contiene sólo muy poco hierro y su sabor, cuando se ha enfriado, recuerda el de la fuente Mes Dames en Vichy. A una distancia de pocos pasos del establecimiento de los baños, hay todavía otras fuentes de las aguas termales, pero con menos agua, cuyas instalaciones están ahora en estado ruinoso. En la falda del cerro, muy cerca, hay una pequeña casita de piedra desprovista de puerta para el uso de las personas que desean tomar baños. Los alrededores de este lugar son mucho más tristes todavía que los de los baños sulfurosos. Allí hay por lo menos algunos árboles y arbustos, aquí sólo se ven matas medio secas y pequeños cactus, erizados de espinas o cubiertos de vello, de aspecto repelente. Cuando el autor visitó estos lugares, las fuentes sulfurosas eran utilizadas por pocos enfermos, y en la inhóspita casa de las fuentes ferruginosas no vivía nadie. Ponemos fin a nuestros apuntes sobre los alrededores de Arequipa con algunas observaciones sobre el volcán Misti y la ascensión a él. El cerro tiene la configuración de un cono regular, con laderas de moderada pendiente. Aunque su altura de 5,680 metros sobrepasa considerablemente el límite de las nieves, sólo se observan en su cumbre algunas fajas blancas, probablemente porque el calor del interior llega hasta las capas de la superficie. En noviembre, a fines de la estación seca, la cima está completamente libre de nieve; durante la estación de las lluvias, cuando las precipitaciones en las zonas elevadas caen en forma de nieve, ésta la cubre nuevamente. El Misti pertenece a los picos más altos que han sido escalados; son los indios los que realizan frecuentemente la pesada subida con el único objeto de buscar azufre en el cráter. También algunos arequipeños, y viajeros han escalado el Misti en varias oportunidades; la ascensión, si bien muy fatigosa, es menos difícil, de lo que podría esperarse de un cerro de esta altura; las dificultades que se presentan no consisten en el paso por parajes intransitables y peligrosos, sino en los efectos de la rarefacción del aire, en la penosa respiración y la consiguiente gran fatiga. Para realizar la ascensión con éxito es imprescindible, por consiguiente, haberse habituado mediante una prolongada permanencia en la Sierra, o por lo menos en Arequipa, a cierto grado de la rarefacción del aire. El autor renunció a intentar la ascensión, ya que, como habitante de la costa, y de edad ya no juvenil, no le parecía probable que la pudiese haber realizado.

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Viajeros del siglo xx

siglo XX

Louis D’orleans y Bragance En el curso de un vasto recorrido por el Perú y Bolivia, el príncipe francés, efectuó una visita a Arequipa por los años 1909 ó 1910. Escribió sus recuerdos en un periódico de París, bajo el título de Pérou et Bolivie.

arequipa: deliciosa pequeña ciudad

S

eis horas de viaje de Mollendo a Arequipa, seis horas de visiones peruanas de intraducible belleza. A lo largo del océano, en primer lugar, enrumbamos a toda velocidad hacia el sur, a 50 metros de las olas, cuyo blanco encaje orla, hasta donde alcanza la vista, la franja rubia de las playas. Después comienza el ascenso: en torno a nosotros las montañas elevan sus murallas; a través de un prodigioso caos de protuberancias volcánicas, de barrancos y de escombros, la vía se desliza, anudando y desanudando sus anillos como una enorme serpiente. Uno cree soñar cuando, al salir de un bucle caprichoso, se encuentra de pronto a 400 ó 500 metros por encima de un tramo recorrido media hora antes. Las mesetas se suceden unas a otras como los peldaños de una inmensa escalera. Los cortes profundos, tallados en el ocre de rocas plutónicas, se alternan con las «pampas» desnudas, agrietadas, recortadas por barrancos, bordeadas por extrañas «sierras» de cartón. Sobre una de ellas, dorada por el sol, curiosos montículos de arena azulada, modelados por los vientos del noroeste en forma de media luna, se desgranan a intervalos regulares como los signos heráldicos de un gigantesco blasón. En el horizonte, la cordillera de la costa perfila sus primeros volcanes. Una cordillera que no es una, sino toda una sucesión de picos aislados, cónicos en su mayoría, separados por vastas planicies. He allí el Chachani (6000 metros), cuya almenada arista se asemeja a la cresta de un gallo; a su derecha, el Misti, alza al cielo, agujereando la caparazón parda de la tierra, la silueta hierática de su cono perfecto, exornado por un collar de nieve; al norte, el Coropuna (6900 metros), gigante de estas regiones, se envuelve de pies a cabeza en un resplandeciente manto blanco. Más lejos todavía otros conos, nimbados de oro, hacen pensar en las pirámides de Egipto jalonando 235

Arequipa y los viajeros

los confines del desierto de Libia. Nos adentramos cada vez más en la zona de los volcanes; la tierra, tasajeada en todos sentidos por arrugas profundas, se parece a una piel de cocodrilo; los escombros y las dunas, los bloques calcáreos y las rocas enloquecidas, danzan en torno a nosotros una zarabanda, y todo ello es de un color trigueño uniforme, como la piel de los indios y de los cholos que se apretujan en las estaciones, trigueño como los ponchos que los abrigan y las casas que habitan, trigueño como es todo lo que, de cerca o de lejos, tiene que ver con el Perú. El Perú es un país trigueño. Mientras tanto nos acercamos a Arequipa. El tren, por una rápida pendiente, se interna en una larga trinchera natural, con bordes tallados a formón, como los de los «cañones» norteamericanos. Es el valle del río Chili, único curso de agua en la región. Gracias a su benéfica corriente el paisaje se transforma en un abrir y cerrar de ojos. En el resplandor del anochecer, el suelo se repone; surgen prados, cañaverales, bosquecillos; las aldeas se suceden, las primeras que encontramos desde Mollendo; hasta las puertas de Arequipa, gran oasis del Perú meridional, es el encantamiento del agua y del verdor, por fin reencontrados. Arequipa tiene calles mal pavimentadas, casas agrietadas, indios mal lavados, un hotel que, a primera vista, nos da una triste idea del arte culinario local; pero, al margen de estas mezquinas contingencias, ¡qué deliciosa pequeña ciudad! Después de la desoladora banalidad de las posadas de caravanas de nuestros tiempos, uno ve con alegría reaparecer un poco de color local. Callecitas blancas que dormitan bajo el azul ardiente del cielo, casitas de fachadas esculpidas, con pesadas puertas adornadas con clavos de bronce, pequeñas ventanas enrejadas que apenas si dejan entrever, como en oriente, los grandes ojos sonrientes de sus bellas y emboscadas dueñas, todo nos habla aquí de los tiempos heroicos de la conquista española. Arequipa posee una catedral magnífica, tan maciza que se diría tallada en un solo bloque de granito de la cordillera; una iglesia construida por los primeros jesuitas, cuyo portal justificaría por sí solo una monografía; una plaza mayor que, a través de cincuenta temblores, ha logrado conservar su sello de antaño. La población misma –30,000 almas– ha sabido defenderse de la horrible uniformidad moderna. Hay que ver a los arequipeños, envueltos en sus grandes ponchos, recorrer a grandes pasos, orgullosamente, como si partiesen en pos de nuevas conquistas, el 236

siglo XX

Plaza de armas de Arequipa a principios del siglo XX.

arcaico pavimento de sus callejas; es menester, sobre todo, ver a las arequipeñas a la hora de los crepúsculos anaranjados y de la música militar, cuando van a exhibir, bajo las arcadas de la plaza, sus vestidos de seda multicolores y sus mantillas de encaje. En su mayoría lindas, dejan ver, por debajo de sus faldas coquetamente levantadas, sus finos tobillos y sus encantadores piesesitos; su andar ondulante, su color dorado, la curiosidad traviesa de sus ojos, revelan su origen: se diría andaluzas bronceadas al sol de los trópicos. La raza española se ha conservado aquí casi pura de toda mezcla. Separada del resto del Perú, donde prevalece el elemento indio, por altas mesetas casi desiertas, Arequipa, desde los tiempos coloniales, ha vivido en un aislamiento casi completo. Las pocas ocasiones en que ha salido de él –y ello no constituye su principal título de gloria– ha sido en las numerosas revoluciones, a las que, durante más de cincuenta años, ha servido de cuna. El Perú es uno de los países más religiosos de América del Sur, y el único en el cual la ley prohíbe incluso el ejercicio de todo culto que no sea el católico. País profundamente conservador, a pesar de un siglo de «pronunciamientos» y de revoluciones, ha considerado siempre la conservación de la fe como salvaguardia de su integridad. El clero nacional, si bien en ciertos aspectos deja que desear, al menos ejerce desde los tiempos coloniales una influencia de las más 237

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saludables sobre la masa ignorante de los indios. A lo más se podría señalar un cierto abuso de los signos exteriores de la religión. Las fiestas, demasiado frecuentes, absorben un buen tercio del calendario; e incluso, dada la gran pereza de los indígenas, el trabajo no pierde con ello gran cosa. Para un viajero deseoso de dormir, el único inconveniente de ese exceso de devoción reside en la manera en que se traduce. Me acordaré por largo tiempo de nuestra primera noche en Arequipa. Serían las dos de la mañana, cuando de repente un nutrido fuego de fusilería nos hizo saltar de nuestras camas. En la víspera, unos amigos nos habían anunciado algunos probables desórdenes; de allí a una revolución, en estas cordilleras, no había más que un paso. Pronto, en efecto, rugió el cañón, disipando nuestras últimas dudas, y todas las campanas de la ciudad se pusieron a tocar a rebato... No fue sino a la mañana siguiente, después de una noche en blanco, que nos enteramos de la verdadera razón de esa algazara: los piadosos arequipeños celebraban a su manera la fiesta de Nuestra Señora el Carmen, que cae el 16 de julio. La pirotecnia y la devoción van aquí de la mano. En lugar de encender cirios, como nosotros, a la Santa Virgen, los peruanos le lanzan cohetes y petardos, pensando sin duda que esta manera de manifestar su devoción se concierta mejor con las tradiciones nacionales. Por la noche la fiesta terminó con fuegos artificiales en regla, acompañados por el repique de campanas, cánticos y fanfarrias militares; después, mientras que los menos fervientes se van acostar, los otros, individualmente o en familia, obedeciendo a su instinto de sociabilidad, continúan tirando cohetes, a guisa de plegarias, hasta las primeras horas de la mañana. Los pirotécnicos, en el Perú, sin duda se hacen pronto millonarios. ASCENSIÓN AL MISTI Si alguna vez la ciudad de Arequipa tuvo la fantasía de otorgarse un blasón, no podría escoger más hermoso emblema que el cono del Misti. «Un día —cuenta una bella leyenda india—, el Inca, fatigado por la falta de regularidad que presentaba la mayor parte de las montañas de su imperio, resolvió crear una obra maestra. Tomó un pedazo de sol, lo hundió en la tierra y le dio el Misti como chimenea». 238

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Habría que ir muy lejos —al Japón, quizás— para encontrar una montaña tan majestuosa, tan regular, tan heráldica. Habría que no ser alpinista para no sentir latir el corazón a la vista de los 6,000 metros del magnífico volcán. Es por ello que, apenas dos días después de nuestra llegada a Arequipa, que sucumbimos a la tentación. Gracias a la amabilidad del gobernador de la provincia, se formó con rapidez una caravana: dos mulas de silla, una mula de carga, un suboficial para que nos guiara, era todo lo que necesitábamos. La ascensión del Misti, realizada a menudo antes que nosotros por europeos —los indígenas casi no se animan a tal cosa— no presenta ninguna dificultad seria: demanda solamente resistencia, una paciencia a toda prueba y pulmones capaces de resistir al mal de las montañas. El primer día se escaló las pendientes que llevan al pie del cráter. Recubiertas otrora por los torrentes de lava del volcán, presentan el aspecto más taciturno que se pueda imaginar. Figúrense una inmensa explanada de barro seco, en el cual los terremotos y la intemperie han excavado todo un dédalo de gargantas y barrancos. Poca o ninguna vegetación: más allá de los últimos eucaliptos de Arequipa, no se encuentran más que algunas acacias enanas y algunos grupos de cactus gigantescos, alzando a diez o a quince metros sus tentáculos, semejantes a una floresta de serpientes. Durante largas horas las subidas suceden a las bajadas, las bajadas las subidas, con una desesperante monotonía. No se siente incluso que uno gana altura, y es casi con sorpresa que, a más o menos 4,000 metros, nos topamos con las primeras placas de nieve. Por un tajo profundo de la montaña se desemboca en una vasta pampa que, del lado opuesto a Arequipa, rodea al volcán hasta el pie del cráter. Algunas llamas melancólicas, como camellos en el desierto, encuentran allí una hierba intermitente y leprosa; dos o tres indios, medio desnudos, las vigilan, con la boca verde de coca. Nosotros pasamos, las llamas tienden el cuello, los indios abren grandes ojos. En el fondo, indios y llamas se parecen. En su mirada sin pensamientos se lee la misma estupefacción de ver hombres verdaderos, y uno se dice que ambos tipos de mamíferos han sido creados el uno para el otro. ¡Pobres indios! Aquí comienza la verdadera ascensión. Después de un breve alto para que descansen nuestras mulas, atacamos las paredes del cráter, y, de pronto nos sentimos transportados a los tiempos prehistóricos, en que las fuerzas de la naturaleza se disputaban el imperio del caos. Nos circundan extrañas formaciones volcánicas: montones lívidos de 239

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lava enfriada, bloques enormes vomitados por antiguas erupciones, torres vacilantes cuya caída nos aplastaría como moscas. Allá arriba, al pie de la cumbre, paramentos de roca, impregnados de sulfuro de hierro, arden como una fragua a los últimos rayos del sol poniente. Toda esta montaña no es más una petrificación de horrores. Y, sin embargo, pasado el primer momento de espanto, ¡qué trágica grandeza en esta desolación! ¡Qué majestad en ese amontonamiento de ruinas de las edades geológicas! ¡Qué variedad en esas cascadas de rocas plutónicas: unas leonadas como si hubieran sido sometidas al fuego, otras ennegrecidas como viejas pipas, amarillas como naranjas, rosadas como bombones o rojas como coágulos de sangre! Por encima de nuestras cabezas, el cielo, violeta y malva por el lado de oriente, precipita hacia el oeste escuadrones de nubes desmelenadas, bordadas de púrpura y de oro. A nuestros pies, más allá de las almenas y de las troneras de la montaña, nieves lejanas resplandecen en el incendio de una fundición: parecería que espectamos furiosas erupciones, cuyo estruendo no llega hasta nosotros... En los desmoronamientos y el polvo de lava, nuestras mulas hacen prodigios. Resbalan cien veces y cien veces se enderezan; sus cascos se aferran como garras a las menores asperezas; sus lomos incansables se pliegan y se estiran con el movimiento automático de un resorte. Sin nuestras altas monturas peruanas, nos caeríamos sin falta. ¡Seis horas! La noche tropical, como un ave de presa, abate sobre nosotros sus alas. Las fantasmagorías de los colores ceden el lugar a un azul uniforme. Nuestro guía enciende una linterna. Grandes estrellas desgarran el firmamento, tan próximas que uno extendería la mano para cogerlas... En torno a nosotros, el desierto y el silencio se hacen aún más intensos... ¿Por cuántas horas subimos así? ¿Es la fatiga, o bien el principio del soroche? El tiempo y el espacio no existen ya para nosotros. Experimentamos la sensación de habernos transportado a otro mundo, bajo nuevas condiciones de existencia. El frío nos deja insensibles; la rarefacción misma del aire nos procura un oscuro placer...Más allá de los siglos, nuestra imaginación se remonta hacia los tiempos misteriosos en que el fuego y el agua realizaron su obra formidable. Una brusca parada nos arranca a nuestra ensoñación: nuestras mulas se han detenido frente a un esqueleto de cabaña, sin techo ni ventanas. Es allí, nos dice el guía, que pasaremos la noche. El baró240

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Colocación de una gran cruz de hierro en la cima del Misti, por el Obispo Manuel Segundo Ballón, el 21 de octubre de 1900, para iniciar el nuevo siglo.

metro indica 4900 metros de altitud, 100 metros más que el Monte Blanco. El termómetro marca 15º por debajo de cero. Noche terrible. La rarefacción del aire es tal que, a pesar de todos nuestros esfuerzos, nos es imposible encender los haces de leña que hemos traído de Arequipa. Nuestra misma linterna se apaga a cada instante. El contenido de nuestras latas de conserva se transforma en piedra antes de que podamos hincarle el diente. Curioso efecto del frío: el panamá de mi amigo Guimaraes —que no esperaba semejantes vicisitudes— se rompe cuanto trata de enrollarlo. Dormimos a sacudidas. El brillo de las estrellas del hemisferio austral es tal que parecen formar parte de una pesadilla alucinante. A través de las rocas y de los deslizamientos, el viento aúlla fúnebres 241

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llamados, acompañados del estruendo de las piedras que, desde las épocas geológicas, se desprenden de esa inmensa ruina. En una esquina de la cabaña, nuestro guía, hombre feliz, hace escuchar sus sonoros ronquidos... ¡Las cinco, al fin! Un magnífico chal rojo ciñe el horizonte. En el esplendor nacarado de la aurora, todo el sur del Perú se despliega a nuestros pies; los grandes volcanes de la cordillera de la costa se suceden unos a otros, hasta perderse de vista, a través de esa inmensidad rosa, como las plateadas tiendas de un campamento regio. ¡A montar! El triunfo de la luz ha disipado nuestras sombras de insomnio. El Misti, cuya cima parece ser sólo un chorro de piedra, nos sonríe desde sus escarpaduras doradas. Nuestras mulas, descansadas, no piden sino iniciar la marcha. Durante una hora, alegremente, contorneamos el cráter; la mañana tiene transparencias de perla y de rosa que nos encantan; los escombros parecen paletadas de plata; el cielo, lleno de nubecillas de ópalo, presagia un día magnífico.... Una hora de embriaguez..., y luego, con la subida, comienzan nuestros sufrimientos. A medida que avanzamos, la montaña se sustrae a nosotros. El sol ya alto nos lanza una lluvia de llamas y no parece que hayamos avanzado ni doscientos metros. El entusiasmo de las mulas ha durado lo que duran los colores rosados de la aurora: dan muestras de zozobra, amenazan con echarse. De buena o mala gana, nos vemos obligados a desmontar, y entonces comprendemos a nuestras cabalgaduras. Imposible dar veinte pasos sin sentarse para retomar aliento. Nuestras orejas comienzan a zumbar; las llenan infinitos chirridos, como si todas las piedras que nos rodean se hubiesen metamorfoseado de súbito en cigarras. Las lavas violetas y las escorias grises, los bloques rojos y la terrosa inmensidad, comienzan a danzar. Es el soroche, por suerte pasajero. ¡5500 metros! La nieve nos rodea ahora por todas partes; estalagmitas, erizadas en rastrillo, nos cierran el paso. Son las famosas «nieves penitentes» de los Andes ecuatoriales, producto paradójico del calor solar que se alterna con el frío extremo de las noches. Se diría un bosque de inmensos bastones elegantes, irisados con todos los colores del arco iris. Nuestro guía nos abre un sendero a hachazos; las estalagmitas se desploman en torno a nosotros con un ruido de vidrios rotos... 242

siglo XX

¡5700 metros! El viento del norte ha perdido toda vergüenza, y nos sacude como a trompos, amenaza con arrebatarnos como a simples briznas de paja; aferrados a las rocas, abrimos la boca para aspirar el oxígeno como hacen las carpas tendidas sobre la paja.¡5900 metros! A cuatro patas, en fin, a lo largo de una arista rocosa, desembocamos en la cumbre, o más bien al borde del cráter, cuya cavidad se ahueca a nuestros pies, a 200 metros de profundidad. Una arista violeta, lamida otrora por las llamas, separa este infierno abierto, negro En el fondo del cráter, sobre el domo de azufre. como un horno apagado, del blanco manto que lo rodea por fuera. ¡Ni una sombra de humo, ningún ruido! Sólo la ausencia de nieve en el interior del cráter, y algunas bocanadas de aire caliente, nos indican que el mastodonte está dormido sólo a medias. Arequipeños devotos han plantado en el punto culminante de la arista una modesta cruz de fierro. La rodea un estrecho mirador, desde donde los ojos, más allá de 4000 metros de precipicios, hunden la mirada en línea recta hasta los techos rojos de la coqueta y pequeña ciudad que duerme en su estuche de verdor. Es el único oasis que interrumpe el terrible desierto cuyos repliegues amarillentos se entienden por todos los lados hasta los últimos confines del horizonte.

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Extraña región la sierra peruana, tan rica en minerales de toda clase como pobre en vegetación. Los geólogos —que todo lo saben— le atribuyen un origen marino. En otros tiempos, dicen, América dormía bajo las aguas; de una primera convulsión terrestre emergió la Cordillera de los Andes, que se extiende desde Panamá hasta el estrecho de Magallanes. Un segundo cataclismo erigió la Cordillera de la Costa, de la cual el Misti, el Chachani y el Coropuna, son las más elevadas cimas. El océano, cautivo entre esas dos infranqueables murallas, luchó durante miles de años contra sus carceleros; sus olas espumosas batieron el flanco rugiente de los volcanes. Pero después, viendo la inutilidad de sus esfuerzos, se apaciguó, se tornó hacia el cielo y se evaporó lentamente, no sin dejar una tierra enriquecida por su milenario cautiverio. La sal de sus aguas, la vegetación de sus fondos han depositado tesoros de los que el hombre disfruta ahora. Allá muy lejos, sus boratos, sus salitres, sus combinaciones químicas de toda clase, sinónimos aquí de desierto, van a rejuvenecer el suelo agotado del viejo mundo... Los geólogos son a veces poetas. ¡No nos lamentemos! Puede ser incluso que tengan razón: esas vastas extensiones, ahuecadas como una cúpula volteada, entre dos de las más altas cadenas del globo, presentan realmente el aspecto del lecho de un mar desecado. Los pequeños lagos de esmeralda, orlados de espuma cristalizada, que aquí y allá horadan con sus pupilas verdes las playas ocres del desierto, serían las últimas gotas que escaparon de esa formidable evaporación...

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Abraham Valdelomar Poeta, narrador, ensayista, dramaturgo iqueño, 1888-1919. En 1910 visitó Arequipa en un viaje de estudios que realizó con un grupo de estudiantes de la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos. Conoce entonces a los literatos locales más distinguidos, como Percy Gibson, Augusto Aguirre Morales, González Zuñiga.

la bohemia arequipeña

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uando yo entré, el salón brillaba en luces y pecheras. Había catedráticos y jóvenes verdaderos “gentlemanes” de sedosas pelucas rubias, periodistas de manos sarmentosas, a fuerza de guiar la pluma, literatos jóvenes, poetas vibrantes y melancólicos, narradores de pasadas grandezas, músicos y artistas. Y se deslizó la fiesta serenamente. El alma bohemia principió a romper el formulismo de una fiesta oficial y los versos se desgranaron como diamantes sobre las copas de vino de Champaña. Augusto Aguirre Morales, el “conteur”, nos ofreció en una charla literaria una fiesta inolvidable. Y abandonamos el salón a las últimas notas de una música vaporosa y arrulladora, entre la espesa nube de humo blanco, llevando la sensación de una cadencia que sonó y el recuerdo inolvidable de una gran fiesta que fue. Escoltada por la gama de las lejanas notas del tricorde violín llegamos, tarde, muy tarde, a nuestros hoteles, donde nuestras casitas blancas como palomas, nos ofrecieron la blancura impecable del lecho, silencioso y tibio, bajo la rígida severidad colonial de los techos abovedados. Al día siguiente, el sol salió muy temprano y se filtró por las rendijas de las puertas y las alas plegadas de las cortinas y bajo el cielo divino y azul la bohemia al campo. Percy Gibson, cantor y sentidor profundo de la naturaleza nos llevó a un jardín, un jardín que se diría una mansión de Eulalia la riente. A la entrada, pasando las verjas, dos cisnes extienden sus cuellos de armiño, mientras dos amorcillos les sujetan por las alas. Más adelante, se besan bajo unas frondas, con la severa majestad de sus actitudes de mármol, sobre un inmenso pedestal, dos 245

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amantes legendarios, y luego se llega bajo las frondas y a la sombra de los cipreses. Es el jardín “Lucioni”. Un jardín encantadoramente silencioso y agradablemente triste. Tiene una gran calle de cipreses que se elevan nobles y severos, entre los crisantemos paliduchos y las violetas ignoradas bajo las hojas redondas. Y al lado opuesto un campo espléndido en rosas y flores de seda que se ofrecen junto a los troncos añosos de los melocotoneros, que en esta época tienden sus ramas como guirnaldas de flores lilas. Se diría que presumen los padres de los frutos de terciopelo, que presumen y que insinúan... Sin embargo, Percy, el rubio soñador, me dice con un aire de profunda tristeza: —¡No es la época de las flores!... Luego vamos todos bajo un kiosco sembrado de trepadoras y de pasionarias y allí se inicia la fiesta bohemia. Percy Gibson recita con su voz de tradición, melancólicamente apagada y apostólica. Y dice de las flores y de los trigos. Canta a la gavilla y al oro de las eras maduras, al sembrador que cuida de no dañar el surco, y al gañán que rejonea las yuntas “que van boyantes, lentas, resignadas y juntas...”

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Aguirre Morales nos dice un cuento. Un cuento amoroso y sentido, hondo y artístico y sus ojos pequeños se iluminan en la escena culminante y se baña intensamente en su obra. Gonzáles Zúñiga recita una leyenda incaica, y a través de su narración desfilan Incas poderosos y amables con su séquito imperial y la pluma de Coraquenque en la frente; ejércitos numerosos y generales valientes. Ñustas y guerreros y cánticos y melodías. Ballón Landa deja aromas de su alma, y Francisco Ramos y García Calderón, con su aire ingenuo, sincero y brumelesco sonríe... Salimos alegres y tranquilos, bajo la impresión hermosa de esta fiesta florestal. Es la hora de los campesinos y la del reposo en los jardines. El sol anuncia su viaje a otros mundos con una roja llamarada. La tristeza de la hora va a cobijarse en las copas de los cipreses y, a nuestro paso, las flores exhalan el último aroma de la tarde y, alegres y felices, abandonamos el jardín y nos echamos a la calle. Por el vallado lejano tornan los viejos campesinos, los azadones al hombro y los yaravíes al viento, los azadones que les dan el aspecto marcial de ejércitos que se acercan y los yaravíes, la melancólica dulzura, de una raza sentimental y soñadora…

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James Bryce Historiador, jurista y político inglés, que estuvo en el Perú en 1912 como parte de una gira por Sudamérica y que, pese a sus setenta años, pudo visitar y caminar largamente por Arequipa.

una ciudad fascinante

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e sentí fascinado por la excepcional situación en que se halla Arequipa, mirando por el oeste hacia el desierto, lado por donde el sol se oculta detrás de las nubes suspendidas sobre el Pacífico, y, por el este, hacia un panorama de maravillosas y altas cumbres. Hace cuatro siglos vinieron a establecerse aquí unos europeos a los que impresionó la estupenda naturaleza circundante. Subyugante escenografía, cuya contemplación compensa las desventajas de una vida monótona en una comunidad pequeña y aislada. Las tres altas montañas que dominan la ciudad, símbolos de fuerza sólida y perdurable, cambian continuamente de aspecto. El manto de nieve desciende en ellas en la estación de lluvias, y se adelgaza de nuevo cuando regresa la época seca. La aurora y el atardecer dan lugar a los incesantes y encantadores prodigios de los contrastes de colores sobre el fondo de nieve y roca. Pichu Pichu, con su larga y grisácea línea de abismos, brilla bajo el sol de la tarde con pinceladas de rosa y carmesí. Los negros capiteles del Chachani, en cambio, toman un violeta obscuro, mientras entre ellos baja la nieve. Y en medio, el cono de amplia base el Misti, con sus flancos de lava obscura y lechos de ceniza de un color ocre o amarillento, varía entre un naranja rutilante y un púrpura profundo, como si la materia de las montañas fuese todo color. Y cuando cae el crepúsculo, aparece al centro un pálido fondo de perla grisácea, que cambia a medida que el sol muere en el poniente. No sorprende, pues, que tan solemne y majestuoso atardecer haya sido personificado por los indios, los mismos que aunque en teoría son cristianos, conservan, como otras razas primitivas, mucho de la antigua religión natural que ve un espíritu en todos los objetos que llaman la atención. Pero si bien mantienen en secreto su vieja reverencia hacia las deidades de las montañas, pocas veces se ma248

siglo XX

nifiesta en forma de sacrificios, como aquéllos en los que, según la tradición, se arrojaban a mancebos y a vírgenes al cráter, para aplacar al espíritu del fuego. Un cronista jesuita cuenta que cuando el volcán Omate, situado al sureste, erupcionó en 1600 y arrojó una lluvia de cenizas en torno a Arequipa, oscureciendo el cielo mientras una luz de fantástico resplandor alumbraba desde el lejano cráter, los hechiceros indios, vestidos de rojo, ofrecían sacrificios de ovejas y de aves, rogando al volcán que no los exterminase. Y agrega: «Estos hechiceros contaron a los indios que habían hablado con el demonio, el cual les avisó de la catástrofe que se aproximaba, y dijeron que Omate le había pedido al Misti que lo ayudara a acabar con todos los españoles, pero que el Misti le contestó que no podía hacerlo, pues se había hecho cristiano y había recibido el nombre de San Francisco. Y fue así como el Omate se vio obligado a llevar a cabo él solo ese propósito». Edificada con mayor solidez que Lima, con muros de 5 ó 6 pies de espesor, y un tanto al margen de las condiciones modernas, Arequipa ha conservado una apariencia de antigüedad y, según se dice, un aire de dignidad superior al de la capital. Si se dirige la vista hacia el noreste desde la parte baja de la ciudad, hacia lo alto, se ve las cúpulas de las numerosas iglesias, con sus respectivas torres, que todas juntas forman un variado perfil. Los jardines de la parte alta, al noroeste del río, muestran un conjunto de casas construidas con piedra volcánica de un gris amarillento, que a la luz del fuerte sol se destacan con claridad contra la masa violeta del Misti. Hay también calles pintorescas, pero se echan de menos los vivos colores de los vestidos campesinos, que suele verse en las calles de la vieja España o de Italia. Las mujeres de Arequipa se visten por lo general de negro. Se les exige una mantilla negra, cruzada sobre la cabeza, para entrar en las iglesias, e incluso se pide a las visitantes extranjeras que se cubran si desean hacerlo. Las casas son bajas a causa de los temblores, y las calles están embaldosadas toscamente con grandes lajas de lava dura y pulida. En muchas se ven acequias, que traen agua del río. Hay también canales para el riego de los campos circundantes. Aquí y allá se ven huertos con árboles de un verde obscuro, que protegen con su sombra del fuerte sol. En la plaza principal, mayor que la de Lima, la catedral ocupa todo un lado, mientras que los 249

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tres restantes tienen arcos, bajo los cuales atienden establecimientos comerciales de toda clase. En el centro se ven flores y matas de plantas. Todo recuerda una plaza de oriente o de África del norte: las largas, bajas y sencillas paredes de las casas, con pocas y pequeñas ventanas abiertas, pues las habitaciones dan a los patios interiores; la concentración de las mejores tiendas bajo los portales, semejantes en ello a los bazares orientales; los techos planos, donde por las tardes se reúne la gente; la ausencia de vehículos; la presencia de jinetes acomodados a caballo, y de los indios, con sus asnos, y vestidos de modo miserable, semejantes a los beduinos, aunque en éstos la piel es morena y no el color amarillento que tiene la de aquellos. En vez de camellos se ven llamas, animal de carga común en el Perú, mucho más pequeño, pero más hermoso, con grandes ojos brillantes y melancólicos y largos cuellos erguidos, y la cabeza que mira hacia el frente. La llama se parece, sin embargo, al camello, en su firme determinación de no moverse si ha sido cargada en exceso (unas 100 libras). Las lajas brillantes y el aire seco y limpio recuerdan también la luz y el aire de oriente. Pero ninguna ciudad del levante posee, alrededor, el soberbio paisaje de montañas que tiene Arequipa, comparable sólo al de Suiza.

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Harry A. Franck Viajero norteamericano que a fines del siglo XIX y comienzo del XX, recorrió varios países hispanoamericanos, China, Escandinavia, las Indias Occidentales, Inglaterra, Siam y la Unión Soviética.

visión de arequipa

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e pronto saltó a la vista una parcela de alfalfa, de un verde obscuro, entre las deslumbrantes rocas, triplicada su desnudez por el contraste. Era el pequeño oasis de Yura, alimentado por un riachuelo cuya agua, considerada muy eficaz para el hígado, se embotella y se vende en menor escala después que los curas, cuyo establecimiento rival produce el «Agua de Jesús» amenazaron con echar del cielo a todo el que bebiera la otra. En ese punto, allá a lo lejos, a través de ese entorno de apariencia egipcia, los ojos distinguieron, en la parte baja, al principio de modo confuso, un gran oasis, con una gran ciudad, o al menos muy extendida, que ocupaba la mitad de aquél. Se dice que los primeros que se avecindaron en el lugar exclamaron «¡Ari, quepay!» («Sí, quedémonos») al contemplar este jardín; y el tren parecía animado por el mismo espíritu, cuando nos dejó en Arequipa, segunda ciudad el Perú. Había tomado tres largos días recorrer 412 millas. Único sitio de importancia entre el Pacífico y el Titicaca, es sorprendentemente oriental en su atmósfera, con una apariencia de El Cairo gracias a sus tardos borricos, a los cuales se les abre un hueco en las fosas nasales para que puedan respirar mejor en el aire de altura, y al desierto circundante, aunque siendo más bello el peruano por la nieve que cubre sus alrededores. Hacia el norte se yergue el Chachani, fantástico con sus picos y pináculos y sus dentados glaciares; más cerca y a mano se alza el Misti, coronado de nieve, con el cual rivalizan en simetría de forma sólo el Fujiyama y el Cotopaxi. Desde cualquier azotea de segundo piso se apreciar cómo el árido y amarillo arenal se extiende hacia lo lejos, como se ve también desde la cumbre de las pirámides, pero aquí hacia un horizonte más accidentado y revuelto que el del Sahara. Las colinas se ven listadas por lo que parece nieve, pero en realidad es una fina arena, la 251

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misma que se acumula en olas que se multiplican con monotonía a manera de médanos errantes, en forma de media luna, cerca de la costa, desde donde se embarca una buena cantidad a Europa para fabricar un vidrio barato. Hacia la parte baja y en torno a la ciudad se ve un ganado hundido hasta la rodilla en pastos verdes, en un oasis en que el riego produce alfalfa y frutas en abundancia. El aire del desierto es de una transparencia que no pueden describir las palabras, produciendo en el recién llegado de las desoladas tierras altas la impresión de que el verano, pero un verano del Norte en su plenitud y nada opresivo, ha retornado de súbito. Al atardecer hay maravillosas puestas de sol, que van desde un fantástico rosa, a través del púrpura y un gris azulado, a un aterciopelado y desvaneciente color pizarra, desplegándose una verdadera sinfonía de color a través del desierto escenario circundante. La ciudad en sí misma es chata, las casas de uno o a lo más dos pisos, siempre con la enorme masa del Misti o sus vecinos detrás. Los terremotos han sido frecuentes en Arequipa. Quizás es por ello que la ciudad ofrece por doquiera una apariencia de inacabamiento, con la mayor parte de las construcciones que terminan justo encima del primer piso, como si el resto se hubiera desplomado por una sacudida o hubiera sido abandonado de repente. Unas pocas se han aventurado a ponerse de nuevo dos pisos, y aquí y allá un arriesgado edificio tres, siendo éstos de calamina, y que parecen temblar sin cesar asustados por su propia temeridad. Como en Lima y en los países árabes, los techos son chatos, y lugar de paseo y de tertulia al anochecer, pues apenas si llueve, si es que llueve, en breves chubascos por la tarde. La ciudad está construida en su mayor parte con una suave piedra blanca, semejante al yeso en su composición, liviano como la terracota, y que se desbasta y corta de una cantera cercana, y que, si bien se endurece con el aire, puede sin embargo tallarse con un cuchillo. Dos puentes de arcos, con pilares macizos, que sugieren vagamente aquellos por donde se ingresa a Toledo en España, salvan y comunican las escarpadas riberas del río Chili. El eucalipto parece aquí sentirse menos a gusto que en las ciudades altas de la sierra, pero abundan los sauces llorones. Y como en todas partes en la costa el Perú, los tapiales de cerco proporcionan lugares de paseo por los alrededores.

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Tranvías en la Plaza de Armas.

LOS BORRICOS Anduve tras de los pasos de la civilización material. Pues han aparecido tranvías eléctricos en Arequipa apenas hace tres meses; con motoristas traídos de Lima que ofrecían un servicio eficiente a casi todos los puntos del oasis. La innovación no dejó de causar problemas. Caminando una mañana, me topé con tres cholos que conducían una docena de borricos al barrio del mercado. De pronto comenzaron a gritar y danzar en torno a los animales como si algún peligro fuese inminente. Una cuadra más allá sonó la campana de un reluciente y nuevo tranvía, pero como yo no había visto antes ninguno, al menos en Sudamérica, que deliberadamente atropellase a un animal, me pregunté por la causa del alboroto. Con gran sorpresa vi que el vehículo no disminuía la velocidad. Los cholos, que gritaban, consiguieron apartar de la línea, jalando, empujando o suplicando, a la mayoría de sus obstinadas bestias, pero hubo un par que se negó a variar su ruta establecida. A último momento, sin embargo, una de ellas tuvo miedo y se puso de lado, pero su porfiada compañera se negó a hacerlo, con tercas orejas colgantes y una sacudida de cola que equivalía a un «al diablo contigo», justamente 253

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en el momento en que una esquina del carro, que se desplazaba velozmente, la cogió por estribor. El animal dio una voltereta sobre el empedrado y rodó hasta ponerse otra vez sobre sus patas, y entonces contempló el carro, que se alejaba aceleradamente, con una expresión no exenta de cómico asombro. Posteriormente me enteré por el gerente norteamericano de la línea que un cierto número de burros, burritos y perros habían sido muertos durante el primer mes de operaciones. Ordenes y advertencias habían sido en vano, y los asnos de Arequipa habrían tomado posesión de las líneas y reasumido su pausado vivir la existencia, si no hubiera sido por las enseñanzas de la experiencia. LA RELIGIOSIDAD El Cuzco y Arequipa tienen la reputación de ser las plazas fuertes el conservadurismo. De ambas, la última se halla probablemente más sujeta a la influencia de la iglesia antigua. El estrépito de las campanas era casi constante, y durante la semana que pasé en la ciudad vi no menos de cinco imágenes de la virgen llevadas en procesión por las calles, con el acostumbrado acompañamiento de cholos que se ponían de rodillas, blancos con la cabeza descubierta y veintenas de viejas beatas con cara santurrona que seguían el cortejo fúnebre con paso lento. Varias de las fiestas de Arequipa se destacan por que hacen danzar a unos santos de madera a los sones de una bárbara música en las plazas públicas. Otros tienen fechas señaladas en que ellos se reúnen con sus semejantes, saliendo de sus iglesias a la plaza, en donde, manipulados por los cholos que se hallan debajo, se hacen reverencias y finalmente se besan mutuamente, ante el fanático aplauso de la multitud. La ciudad se jacta también de varios crucifijos operados por medio de alambres que hacen que los ojos se muevan, los labios tiemblen, y la cabeza se incline como muerta, después de lo cual un numeroso grupo de menestrales, con toallas en sus brazos para limpiar la «sangre», se trepan para remover los clavos y depositar «el cuerpo de Jesús» en un ataúd de vidrio hasta la próxima celebración.

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LOS MENDIGOS Me he de detener en una de las varias historias, típicas de Arequipa, con la que me gratificó un compatriota que ha pasado muchos años como experto en alpacas del principal almacén de la localidad. Por meses él y su mujer habían sido molestados por una caterva de mendigos que se juntaban por una taza de sopa cada mediodía ante el monasterio que se halla justo al otro lado de la estrecha calle en que residían, y que luego descansaban todo el día en los arenosos hoyos que hay por allí, como hacen los perros de Constantinopla. Lo que más suscitaba su cólera era la escasa ropa de un nonagenario, al que conocía desde hacía años. Unas pocas semanas antes, viéndolo con los muy escasos vestigios de lo que alguna vez fueron camisa y pantalones, el americano lo hizo entrar a su taller y le regaló un traje completo del propio guardarropa. El mendigo retornó a su acostumbrado lugar, a un ciento de yardas calle arriba, que acostumbraba compartir con varios perros y uno o dos burros, pero durante la noche sus colegas mendicantes le robaron sus nuevas prendas. Cuál fue, entonces, la sorpresa y disgusto del donante cuando al dar su paseo a la mañana siguiente, vio al viejo yendo y viniendo por la calle, y pidiendo limosna a las mujeres que concurrían a misa en la iglesia del convento, «sin un solo trapo que lo cubriese, tan desnudo como cuando nació. Si usted lo contara en los Estados Unidos, dirían que mentía, y que al menos habría conservado siquiera la camisa. Pero no, señor, tal como le digo, no tenía ni un trapo, y exhibía su arrugada humanidad de arriba a abajo, entre todas esas mujeres que iban a misa». Pero las damas parecieron simplemente un tanto divertidas, y el policía nativo no vio en ello nada que valiese un comentario. Los chicos ahora como entonces vagabundean por las calles de Arequipa con sus vestidos domingueros, y el viejo hacía ya mucho tiempo que había pasado por su segunda infancia. Mi enojado paisano cruzó la ciudad para quejarse a su amigo, el prefecto. Este no vio qué podía hacer. «¿Por qué no lo envía al hospital?» se quejó el experto en alpacas. «No lo recibirían, pues no hay nadie que pague su manutención». «Bueno, señor, yo no podía dejar que ese viejo se exhibiera así frente a mi casa, mi mujer y toda esa gente que va a misa, tan desnudo como cuando vino al mundo. Así que a la mañana siguiente me 255

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presté una camilla y contraté a cuatro indios, y les dije: ‘Me ponen ustedes ahora mismo a ese viejo en la camilla y lo amarran en ella, y lo llevan al hospital y lo dejan dentro, o si quieren lo botan al río o hacen lo que quieran, pero la cosa es que lo sacan de aquí. Tengo teléfono, así que cuando sepa que está en el hospital les daré a cada uno de ustedes un sol’. Y los indios, señor, lo dejaron en el patio del hospital antes de que las Hermanas de la Caridad pudieran cerrar las puertas, de modo que no tuvieron más remedio que aceptarlo». ATARDECER Fui de paseo una tarde desde la plaza central por una calle cada vez más fragosa y menos empedrada, al Observatorio de Harvard en el flanco el Misti, con una espléndida vista del cono nevado, destacándose contra el cielo y un maravilloso panorama sobre todo el oasis de Arequipa. Aquí, en una casa en la que era fácil imaginarme devuelto súbitamente al corazón de mi patria, unos científicos americanos fotografían los cielos en películas grandes, con una exposición de una a ocho horas, a través de telescopios regulados automáticamente de acuerdo a la velocidad de la tierra, pero que requieren también un constante reajuste a mano. Arequipa, sin embargo, se hace cada vez menos ideal para ese efecto, ya que el número de sus días nublados se ha más que duplicado. El sol, de un rojo de sangre, se hundía detrás de las colinas del Sahara cuando regresé a mi alojamiento en el aire acariciante del atardecer, con los flancos desiertos del Misti y el Chachani y el Pichu Pichu resplandeciendo con un rojo aterciopelado por reflejo del horizonte opuesto, con la blanca ciudad oriental tornándose cada vez más obscura, y estallando de súbito en un despliegue de luces eléctricas por encima de los dos campanarios de la catedral, que parecían, entonces, más que nunca, minaretes.

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siglo XX

Manoel Cicero Da Silva Viajero brasileño que vino al Perú con motivo del centenario de la batalla de Ayacucho y la celebración del Congreso Científico Panamericano. El autor visitó Lima, Arequipa y el Cuzco, y consagró a esas ciudades lo más importante de su libro, Uma viagem ao Peru, publicado en 1926.

la romántica y pensativa arequipa

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a excursión a Arequipa y Cusco era la que despertaba mayor interés. Hubiera sido imperdonable, una vez cerrados los trabajos del Congreso Científico, despreciar esa oportunidad de visitar la heroica Arequipa y la milenaria Capital del Imperio Incaico, a pesar de la distancia, la altura, y el tiempo que el largo viaje exigía, del Callao a Mollendo, por mar, y de allí por tren a Arequipa y el Cusco. Después de tres días de viaje en un barco caletero, con aves marinas en torno, parándose en la superficie de las aguas o levantando el vuelo, formando legiones en busca de otros puntos de aquel río oceánico que es la corriente de Humboldt1, donde hallan en profusión los organismos microcósmicos de los que se nutren, o volviendo a las islas que habitan, donde se encuentran protegidas por ser productoras de guano, llegamos al puerto de Mollendo, donde el desembarco de la lancha a los muelles se hace, como de costumbre, por medio de grúa, tan agitado es ahí el mar. El barco hizo escala en Cerro Azul, Pisco y Lomas, pequeño puerto que sirve al valle de Nazca, del cual lo separan muchos kilómetros de desierto. Allí, con instinto de buen conocedor de antigüedades, el Dr. Jorge Cobacho, uno de los excursionistas, director del Museo Bolivariano de Lima, descubrió una gran cantidad de preciosos tejidos incaicos que provenían de aquel valle, donde aún se encuentran construcciones muy anteriores a la época de la conquista española: admirables acueductos o canales de irrigación, y plataformas sucesi1 Se refiere a la Corriente del Niño, estudiada por Alexander von Humboldt en 1799.

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vas, talladas en la cordillera para facilitar la distribución de las aguas y el cultivo de la tierra. Al día siguiente de llegar a Mollendo, partimos hacia Arequipa. La línea férrea se extiende en sinuosas vueltas y meandros para alcanzar las alturas, a través de un desierto totalmente carente de vegetación, sólo con pequeños oasis en las estaciones, que surgen interrumpiendo la desolación de aquellos parajes. En algunos trechos crecen con dificultad matas de hierbas casi resecas y raros cardos que desafían la atmósfera inclemente. Ni un pájaro surca el cielo, para traer a esa soledad un poco de vida. Extensas planicies en medio de la serranía son azotadas por el viento, que remueve una arena blanca y fina con la que, de espacio en espacio, compone, para luego deshacer, caprichosos relieves (médanos). Sólo después de cinco horas de viaje se divisan los árboles que denuncian la presencia de un río, en cuyas márgenes se trasmuta la aridez en fertilidad y el hombre puede entregarse confiado al cultivo de la tierra, que le da todo y lo hace vivir. Son las proximidades de Arequipa: es el río Chili, que, bajando del flanco occidental de la cordillera, baña la ciudad y fertiliza el valle. Luego surgen en el horizonte, en majestuoso anfiteatro, el Chachani, el Misti y el Pichupichu, gigantes cuya altura excede los seis mil metros sobre el nivel del mar y dominan el escenario de Arequipa. Es grandioso el espectáculo que depara a la vista maravillada del viajante la grandeza ciclópea de aquellas montañas, que suben a las nubes con sus cumbres nevadas brillando al sol. El Chachani, volcán en reposo, es una sucesión de picos y cráteres, una muralla de montañas, como dice Jorge Polar en su admirable descripción de Arequipa. Este y el Pichupichu rinden vasallaje al Misti, dominador y soberano, que está a veinte kilómetros de ambos y de cuyo enorme cráter se desprende a veces una columna de humo, como para afirmar que el gigante, que la gente de Arequipa sabe inofensivo, no duerme. Y es que hay por ahí otros volcanes, el Ubinas y el Omate, que por estar en actividad constante, salvan a Arequipa de las erupciones del Misti. Hace algunos siglos que las fauces del monstruo no se abren para la destrucción, porque las cerró el sol conforme cuenta la tradición recogida por Polar: 258

siglo XX

«Los antiguos habitantes de la comarca, hijos predilectos del sol, se quejáron a su padre de los terribles estragos que les causaba el monstruo de las entradas de fuego, cuando se le antojaba hacer una erupción. »Era terrible, era espantoso verlo asomar, rojo de hirviente, por la enorme boca negra, y derramarse, rugiendo, por los flancos del monte estremecido y avanzar, en ola de fuego, sobre el valle. El sol, padre de la vida, irritado por tanta maldad, ahogó en su antro el genio de la devastación, y cubrió la cúspide de la montaña con una capa de nieve más resistente que el granito, a fin que el monstruo no encontrara respiradero si por acaso un dios maléfico lo resucitara». En las faldas de ese volcán, a 2,301 metros de altura, se encuentra la ciudad de Arequipa, la primera después de Lima. Se distingue por la blancura de la piedra sillar, de que está construida, y que le vino de las entrañas del Misti en forma de fuego que se condensó y contrajo. ¡Singular volcán, que construye en sus flancos y protege a una ciudad, en vez de asolar y consumir todo! La fundación de Arequipa se remonta al siglo XII y es atribuida a Maita Cápac, cuarto Inca. Arequipa, de Ar-ica-ica, según Juan Pagador, significa «remanso del río»; y para el padre Calancha viene de Are-Quepay y quiere decir «bien está, quedaos», respuesta que dio el Inca a los que de paso por el verdeante valle le pidieron que les fuera concedido fundar allí una aldea. Y era una simple aldea en tiempos de la Conquista. Allí, en 1542, García de Carvajal, en nombre de Pizarro, fundó la Villa Hermosa de Arequipa. Después de un caballeroso recibimiento por parte de las autoridades del departamento y de la ciudad y de las personalidades más representativas de la sociedad arequipeña, los excursionistas vivieron cinco días de visitas y recepciones. Recorrimos así los puntos más interesantes de la ciudad y sus alrededores, y visitamos iglesias e instituciones. La Catedral, magnífica, construida en reemplazo de la que un incendio devoró en 1844 y una de las más suntuosas del país, ocupa uno de los cuatro lados de la gran Plaza de Armas, que en los otros tres es guarnecida por una serie de bellos pórticos o arcadas. Otras iglesias atraen la atención de los forasteros, como la de la Compañía de Jesús, por su profusa 259

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Observatorio astronómico de Harvard, en Carmen Alto.

ornamentación de estilo churrigueresco, o la de los Dominicos, que no ha sido afectada por los terremotos que han afligido Arequipa. La Municipalidad (Ayuntamiento) se reunió en sesión solemne para recibir a los delegados del Congreso y declararlos huéspedes de honor de la ciudad, en nombre de los cuales me cupo el honor, único representante brasileño allí presente, de responder al discurso del Alcalde. Quiso también el claustro universitario demostrar su deferencia a los huéspedes de la ciudad, y lo hizo en sesión especial. Dio respuesta al saludo del Rector el ilustre delegado boliviano, Dr. Víctor Muñoz Reyes. En la misma ocasión, disertó sobre Iberoamericanismo el catedrático honorario de la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas, Dr. José León Suárez, ilustre argentino tan conocido y estimado en el Brasil y en el Perú. La Universidad de Arequipa, Universidad el Gran Padre San Agustín, fue fundada en 1827 y se compone de las Facultades de Letras, de Ciencias Matemáticas, Físicas y Naturales, de Jurispruencia y de Ciencias Políticas y Económicas. También el Club Internacional de Tiro al Blanco celebró una sesión especial, con la presencia de miembros del Congreso, para entregar el título de socio honorario al Dr. José León Suárez, ardoroso defensor del derecho del Perú a la redención y reivindicación de las Provincias de Tacna, Arica y Tarapacá.

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Brillante recepción ofreció a los viajeros el principal centro social, el Club de Arequipa, así como, en su residencia, que es un museo de arte, haciendo gala de su caballerosidad, el señor José Miguel Forga, alcalde de la ciudad. Era de rigor la visita al Observatorio, notable por la altitud en que fue asentado y por los avanzados instrumentos de que está dotado para trabajos astronómicos y meteorológicos, así como para los que se refieren a los movimientos sísmicos. A la extraordinaria transparencia de su atmósfera, a la limpidez de su cielo, debe Arequipa el haber sido escogida por la Universidad de Harvard (Harvard College) para la instalación de ese puesto de indagación científica. Tingo y Tiabaya son arrabales de Arequipa, en las márgenes del Chili; por pintorescos y apacibles, no podían dejar de ser visitados, así como, más distante, en las faldas del Pichupichu, el Balneario de Jesús, con sus piscinas de aguas termales. No lejos de las aguas de Jesús está la histórica aldea de Paucarpata, donde se firmaron dos tratados: el primero en 1837, entre el general chileno Blanco Encalada y el general Quiroz por la Confederación Perú-Boliviana, en virtud del cual el ejército de Chile se retiró sin intentar realizar su objetivo de destruir la Confederación; por el segundo, de 1883, de resultado bien diverso, fueron estipuladas las condiciones para la entrada del ejército chileno en Arequipa. Modesta y recatada, Arequipa es, empero, notable por su altivez y heroicidad, y por la inteligencia y capacidad de sus hijos, cualidades que poseyó en grado sumo el poeta Mariano Melgar, mártir de la revolución que liderara Pumacahua y que en 1814 llegó a proclamar la independencia del Perú. La hija el Misti, la romántica y pensativa Arequipa, conquista por sus encantos, por la benignidad de su clima y la hospitalidad de sus habitantes, las simpatías de aquellos que la visitan. De ella decía Flammarion que era la mansión más agradable de América del Sur. La altitud de Arequipa permite que allí viva la llama, que en Lima, a 150 metros sobre el nivel del mar, no se puede aclimatar; este bello y gracioso animal oriundo del Perú y Bolivia, resistente y sobrio, de mirar dulce e inteligente, amigo y compañero del hombre aparece juntamente con el árbol de la quina y el oro en abundancia, en el 261

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escudo del Perú, coronados por el sol, al que así se someten los tres reinos de la naturaleza allí representados. Al salir del valle de Arequipa en dirección a Juliaca, camino al Cusco, el convoy penetra nuevamente en el desierto, ascendiendo siempre. Si aquí escasea la vegetación, allá está ausente del todo; a través de quebradas y desfiladeros, el tren alcanza pronto los 4,000 metros y durante algunas horas se mantiene a esa altura. Luego de seis horas de marcha alcanzamos, en la cordillera occidental, el lugar más elevado, Crucero Alto, a 4,470 metros, punto divisor de las aguas que descienden por un lado al Pacífico y por el otro, al Titicaca.

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Zoila Aurora Cáceres Escritora peruana, 1872-1958. Hija del héroe nacional Andrés Avelino Cáceres. Publicó: Oasis de arte y La ciudad del Sol.

el misti

, gracioso y coquetón (1927)

E

n Arequipa a todas horas y a propósito de todo, se habla de «El Misti». Si amanece un día taciturno, «El Misti» tiene la culpa, si el viajero siente el mal de altura (Arequipa tiene 2,300 metros sobre el nivel del mar) se acusa a la nevada de «El Misti»; si la gente se moja y baila durante una semana, sin interrupción, en los Carnavales, es porque «El Misti» lo permite. La gente antojadiza y caprichosa, cuando quiere disculparse dirá: «Estoy con la nevada». ¿Qué es la nevada?, interrogará el forastero, al que le contestarán: «La influencia que el Misti ejerce en los nervios». En época no remota el pueblo exaltado por los caudillos políticos o exasperado por los abusos autoritarios republicanos, ha estallado en formidables revoluciones; mas todo queda explicado diciéndose: es la prepotencia, la vitalidad, las energías mistianas. ¿Qué hado portentoso es «El Misti»? se preguntará el que no lo conozca. Apenas el ferrocarril se aleja de la risueña campiña que circunda la ciudad con montículos escalados por lozanos sembríos, se puede conocer el sugestivo y renombrado «Misti». Precioso volcán, manso como cordero de sacrificios, inofensivo, gracioso y coquetón, con belleza de cromo, trazada a compás. Si la mano del hombre hubiese querido fabricarlo con simetría, no habría podido imaginar figura más perfecta ni acicalada. Rara vez le afectan las nubes, el raso azul, como las clavellinas, del cielo arequipeño, le ampara, y nieves puras le aurolean la cresta; se diría que un peluquero parisino le ha encasquetado una peluca luis263

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Chichería, dibujo de Paul Marcoy.

quincesca, que en ondulantes rizos cae sobre la corteza sombría de la tierra baldía, dándole el aspecto señoril de las elegancias lejanas. Para convencerse de que es inmutable y que sólo aspira a conservar su bella apariencia hay que subir hacia el barrio de Carmen Alto, donde se encuentra uno de los mejores observatorios astronómicos mundiales, allí ubicado en virtud de la pureza del cielo, dirigido por sabios sajones, que abarcan la ciencia geológica de igual modo que la celeste; ellos saben que está muerto desde tiempo inmemorial, y sonríen cuando el recelo indiano se espanta, por los suspiros de humo que arroja, temiendo la posibilidad de un cataclismo vesubiano, y la lluvia de lavas que ahogue y sepulte a la ciudad de «El Misti», eternamente. Después de haber viajado por la Luna, al amparo de un monumental telescopio y contemplado con estupor la aridez de sus cerros y el negror impenetrable de sus cavernas, descendí a la tierra, a la tierruca campesina, sabrosa e insinuante. Bajando por un camino en gradería, a cuya vera las casitas campesinas aparecen entre árboles frutales y sementeras esmeradas, se encuentra la más afamada «chichería» arequipeña. En una rústica terraza, pobre de tiestos floridos y sobre burda mesa, colocan la vianda favorita, llamada «picante», la que suelen 264

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confeccionar con innumerable variedad, apetitosa por la insinuante fragancia del ají. En grandes vasos de cristal, floreados y pintarrajeados, sirven la más apreciada bebida popular conocida con el nombre de «chicha» compuesta de diversos granos fermentados. Cada vaso contiene, por lo menos, dos litros, y aunque parezca que es imposible beber la mitad de uno, después de haber saboreado el primer bocado del «picante» se puede repetir un segundo vaso, sin lograr apagar la sed. Antes que el crepúsculo próximo a extenderse, oculte la ciudad, la contemplo, absorta, sugestionada por la magia de su belleza. Es una inmensa rosería blanca, circundada de follaje esmeraldino, la ciudad mistiana.

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Raúl Porras Barrenechea Historiador, abogado, ensayista, diplomático y político peruano (18971960). Como parte de un Glosario de viaje, Raúl Porras nos ofrece esta estampa fresca y viva de Arequipa, escrita en 1920.

glosario de arequipa

A

requipa, «hija de volcanes y madre de revoluciones» dice la frase proverbial. Fortuna de ayer que se disipa, juventud desvanecida que no vuelve, viene a ser en nuestros días aquel enérgico prestigio de otrora. El antiguo y romántico arrebato de las almas, la «furia» arequipeña, que se diría hoy, aquel ardor de barricadas y guerrillas que fuera penacho de la ciudad díscola y rebele, se extingue lentamente, según los más auténticos auscultadores el alma regional. El ardimiento característico del espíritu arequipeño, me decía Francisco Mostajo —cuya prosa hablada o escrita tiene cadenita de lava—, provino de dos providenciales factores geográficos: el desierto y el volcán. El desierto interpuesto entre la ciudad y la costa, produjo el aislamiento de Arequipa y con él el acendramiento de virtudes solariegas: el individualismo altanero, la pureza de las costumbres y una hurañez innata que fueron la salvaguarda de su dignidad y de su orgullo. Como el desierto enseñó autonomía, el volcán fue maestro de ascetismo y de piedad. La amenaza constante de las erupciones y de las sacudidas terrestres, ese diario temor de la muerte que sobrecoge a las multitudes frente a los enigmas de su ciencia, creó el fanatismo religioso del pueblo arequipeño, que fue otra de sus fuerzas másculas e incontrastables. Ambas virtudes han decaído por obra del adelanto material. El ferrocarril ha destruido el aislamiento y las supersticiones desaparecen lentamente como aristas limadas por el cauce civilizador. Pero la gallardía del paisaje sigue siendo la misma. Llegando de la costa, tras la fatiga de atravesar la amarillenta llanura de La Joya o viniendo de la sierra, después de trasponer desolados laberintos de cumbres y de nieves, se recibe la misma impresión de júbilo y de luz. Es el valle exuberante, el milagro diáfano del cielo y la paz de égloga que se adueña suavemente el alma. Y siempre, en el fondo del cua266

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dro, la erguida guardia de las cumbres con sus morriones de armiño. Se comprende entonces —perennidad inmortal de la leyenda— la súplica del cortejo imperial de Mayta Capac al llegar a este paraje, y la respuesta el Inca que dio nombre a la ciudad: «Are-quepay» o sea: «Está bien: quedados». También ahora, después del árido recorrido del ferrocarril, imploran los sentidos un descanso para tanta monotonía y el Inca de la sensualidad y del ensueño vuelve a ordenar una pascana en el valle pródigo de verdor, de alegría y de molicie. La ciudad no vive en divorcio con el campo. Penetran hasta ella largos cortejos de árboles y desde las calles más centrales se divisa al fondo el verdor de la campiña. No se podría decir dónde empieza la ciudad y dónde acaba el campo. De esta sana compenetración, adquiere la villa, principalmente en los arrabales y barrios apartados, un ambiente rústico y sencillo con escenas y tipos de un ruralismo poético: asnos cargados de frutas, viejas carretas desbordantes de alfalfa, jinetes emponchados sobre las alegres cabalgaduras de paso, o alguna vaca filosófica que se deja arrear por los rapazuelos como una abuela benigna y resignada. La vida urbana es así muy corta y reducida al centro de la ciudad. El amor al campo y a la naturaleza, que hace de cada arequipeño un bardo bucólico y que ha dado algunos puros valores poéticos, ha hecho también que la ciudad se prolongue en diversos caseríos desparramados por toda la campiña, a los que acuden constantemente, en busca de sosiego, paseantes y nostálgicos de todas las edades: niñas sentimentales atacadas de «nevada», poetas eruptivos de dieciocho años, solterones jubilados para todos los quehaceres menos para el romántico, madamas Bovary que se ignoran y viejos respetables en cuyas cabezas hallan los nietos todos los días el blanco leit motiv el Misti. Hay entre tantos enamorados del campo preferencias apasionadas y casi supersticiosas sobre la belleza y la influencia saludable de los diversos lugares vecinos. Hay quienes sueñan, como en un paraíso circundado de perales, en la paz de Tiabaya, quienes harían el negocio de Fausto por una mañana de sol en Tingo, cuales no pueden olvidar los paisajes de Paucarpata y de Sabandía, cuales otros elogian el clima tonificante de Yanahuara, quienes prefieren el silencio de Cayma y por último valetudinarios o enfermos que emprenden todas las mañanas la ruta escabrosa de Jesús para tomar las aguas que rejuvenecen el alma, disolviendo las diarias hieles biliares. 267

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El tranvía eléctrico une a la ciudad con la mayoría de estos pueblecitos. Un cartel —rojo, verde, amarillo— anuncia a los arequipeños la dirección del vehículo y podría decirse que cada uno de ellos, fanático de algún lugar de la vecindad, lleva en lo interno, algún letrero de color. El aspecto de la ciudad es antiguo y pintoresco, lleno de sugerencia colonial. Las casas construidas de sillar y con techos abovedados del mismo material, son de un solo piso y ofrecen la ancha hospitalidad del patio, alegrada por las flores de macetas y enredaderas. Hay verjas de hierro y portalones ilustres con claveros y aldabones de bronce. Una policromía alegre preside la pintura de las casas que son de colores vivos, predominando el rojo y el azul. Las calles carecen todavía de pavimento y de canalización. Las acequias discurren por las calles y aunque contribuyen a formar el ambiente arcaico de la ciudad, despiertan la aprensión de los turistas, que no aciertan nunca a conciliar lo higiénico con lo pintoresco, y en el fondo de cuya admiración por las ciudades viejas surge siempre una infame intención bactericida. El lugar más moderno y por lo tanto el menos característico de Arequipa es la Plaza de Armas. Pero es el centro de todas las actividades de la urbe. El área de la plaza y sus portales de piedra, son de mayores proporciones que los de la plaza de Lima, según lo proclama la vanidad lugareña. La Catedral, que ocupa un lado de la plaza, es un hermoso monumento truncado por los terremotos, pero en forma que no perjudica a su grandeza arquitectónica, sino que más bien le presta cierta sobriedad histórica. Además, por el espacio libre entre las dos torres, donde hubo antiguamente un cuerpo ornamental, hoy desaparecido, se puede ver cómodamente el cono perfecto del Misti, sobre el que parece que todas las mañanas alguien vaciara un pequeño saco de cal. Los tres lados restantes de la plaza los ocupan los portales. Toda la vida de Arequipa transcurre bajo esos amplios arcos de piedra. En el portal de San Agustín se ven rostros extraños de turistas ingleses, bolivianos o cuzqueños que se alojan en el Hotel Castro, en compañía de algunas misses sajonas y amojonadas que parece que hubieran sido echadas al mundo con guantes y paraguas en previsión de su invierno definitivo.

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El Portal de la Cárcel o de la Municipalidad y el de Flores son los lugares más céntricos el comercio. Pero el último tiene el más alto privilegio. A las doce del día y en la tarde, a la subida y entrada del cine, es el lugar de reunión de los más bellos rostros de Arequipa. Siendo bella, inteligente y graciosa, no es esta clase de encantos los que sorprenden más en la mujer arequipeña, cuyo elogio han hecho poetas y viajeros heridos en la más sensible e incurable de las entrañas. Es una cierta independencia de carácter, el espíritu firme y emprendedor, y una entereza singular ante la vida que la hace más simpática y atrayente, sin restarle ningún prestigio femenino. Y esta característica, tanto en las mujeres de las clases inferiores como en las deliciosas chiquillas de la aristocracia, que juegan virilmente el tenis por las mañanas y por las tardes estudian afanosamente el inglés o aprenden disciplinas útiles para la vida. Muchachas hay del más rancio abolengo que, arrostrando todos los prejuicios, trabajan de día en las casas comerciales y por las noches acuden a los salones aristocráticos. En las calles de Arequipa y por los senderos de la campiña he visto mujeres del pueblo, briosamente montadas a caballo. A horcajadas, como hombres, con las trenzas batientes y el sombrero de jipijapa sobre la cabeza, a manera de chambergo valiente. Otra vez han desfilado ante mi asombro guapas mujeres aristocráticas, que ceñida la esbelta silueta por el traje masculino, galopaban por las calles y el campo con el mismo audaz atrevimiento de las hijas de la campiña. En ambas, en la mujer del campo y en la de la ciudad, la misma airosa intrepidez y ese valiente imperio de la mirada, en la tersura fresca del rostro, que hace pensar en una lumbrarada el volcán en la diafanidad del cielo arequipeño. También las he visto ¡oh turbador recuerdo! bajo la gloria del sol o en la penumbra de sanatorio de las termas, erguir la venusta esbeltez de los cuerpos intactos, para el salto ágil y gracioso en los pozos de Jesús y de Tingo. Tan seductores sobre la glauca y frágil superficie del agua, que se convierte en espuma para ornar el blanco ritmo de los muslos y las manos, como conteniendo con riendas los ímpetus indómitos del potro encabritado y como consciente –tal la agitación del belfo y de las ancas– de su liviana y odorante carga femenina. ¡Amazonas y sirenas, con el lenguaje resurrecto de la mitología, vuelto a su milenario esplendor por el milagro constante de la vida 269

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Chola tacneña a caballo. M. Rugendas. “He visto mujeres del pueblo, briosamente montadas a caballo”, escribe Raúl Porras Barrenechea.

y hecho línea y ritmo nuevos, en la triunfal y moderna alegría del deporte! Los monumentos históricos de Arequipa no corresponden a su pasado ilustre. Aparte de la Catedral y de la portada de la Iglesia de la Compañía, no hay casi edificios notables. En la catedral yacen los restos de don Bartolomé Herrera, que fue a morir tan solo en Arequipa. ¿Dónde, en cambio los restos de Mariano Melgar y el Deán Valdivia, figuras tan auténtica e indiscutiblemente arequipeñas? En la iglesia de Cayma, en el rincón de una sacristía, existen los restos el general Trinidad Morán, el héroe de las vísperas de Ayacucho, muerto en una desgraciada contienda civil. Una historia doblemente convulsa por las revoluciones y los terremotos, no ha podido dejar duraderos rastros monumentales, como no sea ese osario lleno de columnas rotas y de un megalómano mausoleo levantado en su propia memoria, que son Las Revoluciones 270

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de Arequipa, el Deán egolátrico. Pero a falta de estos testimonios se hallan, algunas vivas y frescas fuentes etnológicas. Porque yendo en busca de una sensación histórica, a visitar la torre de una iglesia, desde la cual Vivanco perdió una batalla, entretenido en descifrar las inscripciones de una campana, se puede recoger, inesperadamente, en cambio, la impresión del paisaje extendido al pie del Chachani, que diariamente copia Casimiro Cuadros o recoger de labios del párroco –un párroco criollo de figura pantagruelesca– las más vivas y felices reminiscencias y el atisbo de una vida en un rincón de provincia del Perú. Biografía sabrosa que nadie escribirá, la de este cura de Cayma, que no ha salido de los alrededores de Arequipa, porque lo más lejos que ha ido es hasta Sachaca y lo más alto que ha subido es el Misti, desde el cual cuenta que vio el morro de Arica; que fue joven y conoció «todo lo que deben saber los hijos e Eva», según propia expresión picaresca, que conoce palmo a palmo su tierra y nos diría hasta el nombre de una acequia y que, sin haberla visitado, habla detenidamente de Lima y de sus calles y se sonríe maliciosamente nombrando la de la Salud y la de los Siete Pecados; que pondera la frescura de la papaya, cata sabiamente la chicha arequipeña y tiene unos pajarillos que vienen a comer en su mano; que resuelve diariamente los conflictos conyugales de su pequeña grey, recibe las promesas nupciales en el camarín de la Virgen de Cayma y va a caballo al cementerio vecino, donde está enterrado desde hace muchos años un hermano suyo y donde al agua que inunda las sepulturas, en las épocas del riego, le acompaña a rezar por los muertos; que a pesar de que la vida le enseñó a ser socarrón y malicioso, es creyente puro y preside todos los años la procesión de las ánimas de su parroquia —cortejo de ataúdes vacíos— a la que contribuyen los indios para que no les sobrevenga desgracia en el año venidero; que dando al mundo lo que es del mundo es puro, bueno y fervoroso y cree firmemente en el milagroso poder de las estampas de Nuestra Señora de Cayma, que reparte con unción; que es modesto y humilde y se considera sucesor indigno el «señor Zamácola», famosísimo escritor y antecesor suyo en la parroquia, a quien él ha enterrado en el presbiterio de su iglesia y hecho colocar un pedestal en la plaza Mayor, que aún no tiene busto; cura en fin de una feligresía apacible que se recoge a las seis de la tarde, que no conoce las complicaciones del cinematógrafo y que le respeta supersticiosamente, descubriéndose ante él 271

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y diciéndole «Buenos días tatitoy». Buen cura de Cayma, acogedor y dicharachero, en cuya imaginación los hechos van creciendo con el transcurso de los años hasta formar ese poco de novela que todos necesitamos en la vida, que vio entrar a los chilenos y los asustó con una escopeta, y que se sienta ahora en las tardes a la puerta de su vivienda que da al jardín, donde crecen unos claveles cultivados por sus manos y un viento frío empieza a soplar del lado de los volcanes teñidos de rosa por los últimos resplandores del crepúsculo...

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Paul Morand Escritor francés, realizó un viaje por avión de norte a sur de nuestro continente en 1931, y visitó Lima, Arequipa y el Cuzco. Escribió: Air Indien.

arequipa: mercado de lanas, mulas y revoluciones

E

l teatro representa un desierto del Perú que termina en una montaña árida;» esta indicación de escena corresponde a la realidad. La montaña árida, de la cual el libreto de Rameau para el ballet «Las Indias Galantes» dice que «su cumbre se halla coronada por la boca de un volcán formado de rocas calcinadas, cubierto de cenizas...», es aquélla a la cual llegamos, es el Misti, montaña sagrada de Arequipa. No distingo el aeropuerto de la montaña misma, color de fondo de pipa, sino gracias a ese gran círculo pintado de blanco, como los que se ven en el centro de los campos de fútbol; ese valle a 2800 metros de altura, es el valle del Chili, con sus plantaciones de trigo, sus eucaliptos de hojas de cuero, sus manchas de alfalfa, las blancas campánulas de estramonio y los cuadrados de un hermoso maíz nuevo, abonado de guano. Aterrizamos a 150 kilómetros por hora en una polvareda que levanta todo el paisaje. ¿Por qué perturbar así a esta apacible ciudad de iglesias y conventos? Salgo del fuselaje entre los sacos postales de colores azules y blancos de Argentina, ilustrados con los nombres de las escalas. No soy más el apurado habitante de los aires; aquí toda prisa sería chocante y hago un esfuerzo para pasar de un ritmo al otro. La catedral de Arequipa, construida con piedras volcánicas color de miel, permanece joven y fresca, a pesar de los siglos, como un rostro de monja. Resplandece con esa alegría de vivir del plateresco, de la exuberancia del churrigueresco, importados de Europa, y que, sobre el fondo severo de los Andes, tejen una frívola decoración: aquí, no es la iglesia que expresa la idea de eternidad; por ello se vengó llamando a la montaña «casa del demonio». Pero en ese salón 273

Arequipa y los viajeros

Aeropuerto de Arequipa. 1932

de fiestas que es el Perú de los virreyes, ¡cuán bellos muebles eran las iglesias! Lo que impacta en el arte jesuita, es su lado transportable, cosmopolita, sin raíces nacionales, y, sobre todo, apurado. Uno se pregunta ¿cómo ha podido durar tanto una civilización que toleraba tal anarquía, en la que el decorador prima sobre el arquitecto, el marmolista sobre el decorador, el ornamentador sobre el vaciador y sobre todos el pastelero? Arequipa es el gran mercado de lanas, de mulas y de revoluciones. El juego deslumbrante de sus casitas espigadas a la base, alumbradas por un azul añil, de sus viejos palacios rosados, de sus patios de azulejos en donde se alza una datilera africana, resplandece al fondo de un circo de volcanes. Ciudad de cráteres y cipreses, de nieve y de enredaderas de geranio, Arequipa es la Granada, la Marruecos de América. Sus grandes plazas son de arcadas, sus iglesias de lienzos cortados, como para esconder al Conde Almaviva, sus iglesias abrigadas por árboles de campánulas cuyas flores malvas cubren el piso, mientras que al frente un centinela muy chino monta guardia delante de un conciliábulo político de oficiales superiores. 274

siglo XX

Las montañas de las cercanías tienen nombres de gatos y se llaman Misti, Chachani, Pichu Pichu. Más vieja que Lima, Arequipa guarda por la capital un odio provinciano. Ciudad libertaria, centro de conspiraciones políticas y militares, no deja pasar nunca la ocasión de levantarse, y se vanagloria de ello... Es la única ciudad en que he visto mendigar a caballo; donde he visto los más hermosos despojos humanos, indios tan pobres que estaban vestidos con retazos de papel sujetos con cuerdas, donde he escuchado a jóvenes ingleses jugar al tenis gritando «¡Caramba!» Ciudad agitada siempre por los temblores y los cañonazos, sacudida por el fuego de las pasiones, surgente de poesía y de aguas termales.

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Arequipa y los viajeros

Aurelio Miró Quesada Periodista, investigador, literato, viajero y maestro universitario (19071998). Ha escrito el mejor estudio sobre el poeta Mariano Melgar: Historia y leyenda de Mariano Melgar (1998). Otro libro en que habla de Arequipa es Costa, Sierra y Montaña (1938).

la lengua de arequipa

E

l sentimiento campesino, que anima y ofrece el color inconfundible a la vida misma de Arequipa, tiene otra manifestación interesante: la multiplicidad de los modismos y de los vocablos especiales. Es un curioso placer oír hablar a la gente del campo, y apreciar cómo, dentro de una entonación muy singular, se juntan las voces españolas con las palabras de fonética indígena. Otras veces no son palabras sino giros, y entonces el diálogo se aviva, porque los labios tiemblan con una emoción de tierra húmeda y de campo propicio. En realidad, la mayor parte de los arequipeñismos está constituida por vocablos de uso campesino. Es esa la razón por la que una gran cantidad de ellos tiene raíz quechua, o ha sido tomada directamente de esa lengua. En la ciudad, por su alcurnia española, el léxico se cuida y se depura. Pero en el campo superviven numerosas formas de expresión, transmitidas de labio a labio a través de los siglos, y en las que se puede hallar el eco de los antiguos pobladores de la región. En el siglo pasado, cuando se realizó en todo el Perú una fusión particular de la vida urbana y la rural, tales palabras se fueron introduciendo paulatinamente en la ciudad. Ahora se está desarrollando un proceso inverso; hasta el punto que muchos de los jóvenes no entienden locuciones que eran de uso común en las publicaciones costumbristas y en los cantares de otra época. Las fuentes de formación de los arequipeñismos son también en la actualidad muy diferentes, dándose el caso antes imprevisto de escuchar, aún entre los elementos populares, palabras procedentes de lenguas europeas; como «jedeque», por niño molesto y fastidioso, que según se indica viene del inglés «head-ache» (dolor de cabeza).

276

siglo XX

Prescindiendo de voces y locuciones de esta clase, y las modificaciones de acento y de terminación (si vos me querís, queréme) de carácter local pero semejantes en esencia a las que se operan en otras regiones, la numerosa cantidad de arequipeñismos forma un catálogo sabroso y pintoresco. Juan de Arona señalaba algo más de sesenta, en su nutrido Diccionario de Peruanismos publicado por primera vez en 1883. Entre ellos, los de mayor difusión y que conservan con más fuerza su sentido expresivo son: «caroso», rubio rojizo; «collota», falto el dedo meñique; «chuma», sin gusto, desabrido; «huishui», sucio; «paspa», cutis rajado por el frío; «colonchi», sin orejas; «chascoso», de pelo revuelto y desgreñado. A estos se pueden añadir otros tan comunes como «ñuto», deshecho, desintegrado; «pajla», calvo; «quirco», persona estirada; «chusos», ojos pequeños y graciosos. Francisco Mostajo, y ahora también Miguel Ángel Ugarte, han analizado una copiosa colección de estas voces; muchas de las cuales han prestado su gracia y su vivo color a los poetas, como en el soneto de Manuel Paz Soldán que recogiera Juan e Arona: «Pallapando» en mi «chacra» cierto día, observé que María la «urpadora», birlando «miscas» con crueldad traidora rellenaba «tangangas» a porfía... Lo que no he visto consignado entre los arequipeñismos es el uso especial del verbo «saber». Fuera de su sentido propio, tiene también en Arequipa la significación de «soler, acostumbrar»; aunque sus límites son un tanto imprecisos, porque en la conversación familiar se utiliza, en cierto modo, como punto de apoyo. Así he oído decir: «cuando sabíamos ir a los perales», «le sabe gustar la ocopa», «¿a qué hora sabe usted estar en el hotel?». Donde se conservan muchas voces de valor típico y local, es en el proceso de elaboración de la chicha, la bebida rotunda y tentadora, que «sabe tener» sus oficiantes, sus misterios, sus ritos y, si no pareciera irreverehncia, podría decirse que sus templos. Acompañado por algunos amigos he recorrido algunas chicherías, tanto en diversos barrios de Arequipa, como en la siempre atrayente Yanahuara. En todas ellas, el mismo ambiente cálido, igual sensación de algo profundo, la misma alegría pagana que se encierra entre los muros bajos y el piso rústico de las salas estrechas. Por lo general 277

Arequipa y los viajeros

“Comadre” o“hacedora” cuzqueña de chicha.

— como un contraste con la luz interior que la chicha despierta en los espíritus—, las chicherías son obscuras. Sólo hay una sala más cuidada, en cuyas paredes blancas resaltan las curvas arrogantes de las guitarras colgadas de las perchas, y desde la que se divisa un patio florido y asoleado. En cambio, junto a la cocina, el piso, que comúnmente es de ladrillo, se cambia a veces por una modesta tierra apisonada, y los muros, ennegrecidos por el humo, parecen querer mostrar ante nosotros, toda su foja de servicios. Por varias partes vemos fardos, vasijas, grandes botijas redondeadas de cuello estrecho y de corto reborde (las «chombas»), «tachos» (que son unos cántaros de barro), tinajas; mientras, saltando sobre nuestros pies, huyen o se persiguen las aves y los cuyes. Ante la sonrisa de sapiencia de una «comadre» o «hacedora», se me explica una tarde el difícil proceso de la chicha. Se me habla primero del huiñapo, maíz germinado en los poyos, que son unas pozas de poco fondo, labradas al lado de una acequia para poderlas surtir de agua. Después que se saca de allí el maíz, se le tiende al sol para que seque, y luego se le lleva al molino a fin de convertirlo 278

siglo XX

en harina. Es en esta forma (en verdad, más que molido, triturado) como llega a las chicherías, para atravesar una nueva etapa: la de las anchas pailas, donde hierve unas ocho o diez horas. Al cabo de ese tiempo se le saca en baldes, y se le cierne en la seisuna (lienzo rústico y grueso), pasándosele luego a las tinajas; aprovechándose el anchi o sedimento, como nutritivo alimento para las aves. En las tinajas se mantiene el líquido de maíz varias horas; hasta que, conseguidos el sabor y el aroma de la chicha, se le lleva a las chombas, de donde transvasándola en huincos (mitad de ciertas calabazas, que se usan como cucharón) o en jarros de metal llega, al fin, a los vasos inmensos. Entonces el largo proceso ha terminado: la «hacedora» se afana, y coloca en la puerta el cartel con pinturas alusivas al nombre de la casa, o la bandera roja y el asta vibrante del «pendón».

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Arequipa y los viajeros

Jorge Dulanto Pinillos Historiador, 1902-1980. Escribió un libro hoy olvidado, Estampas de la sierra (1939), donde habla de los pueblos aledaños de Arequipa.

pueblecitos de arequipa (1939)

N

o se ha divulgado aún bien el conocimiento y las vistas de los numerosos alrededores de Arequipa: Tingo, Tiabaya, Yanahuara, Sabandía. Tal vez se les ha considerado «paisajes pequeños», que no sólo son motivo de contemplación para todo espíritu emocional sino fuente de riqueza en un país que debe organizar bien el turismo nacional. Un gran servicio prestó a España, Rafael Altamira, el exquisito cronista del paisaje de Asturias, fomentando la curiosidad de los nativos por el conocimiento de su propio país. En el Perú es urgente una labor semejante. Aquí se podría dividir la sierra en secciones y coleccionar los paisajes locales en postales, como se ha hecho en Alemania, con sus respectivas informaciones literarias. No sólo hay que incluir en ellas los grandes panoramas, las líneas amplias, sino los detalles, que en los alrededores de Arequipa, son de una originalidad y belleza extraordinarias. Es ahora el caso de recordar aquella página de Daudet sobre el bosque pequeño, a ras de tierra, que ordinariamente pasa inadvertido. Las pequeñeces de la campiña arequipeña merecen la contemplación y la fotografía. Abundan en estos pueblecitos de Arequipa los rincones recónditos, cuyos circos forman pendientes temerosas, coronadas por grupos de eucaliptus. Algunos de ellos, sobre todo en Tingo, son de una belleza y una poesía que se meten en el alma del buen observador. En Tiabaya, hay cuevas de árboles en cuyos techos se abren claraboyas por donde a ratos, entran rayos de sol, que hacen brillar el agua de las acequias. Cerca al jardín Ballón he visto quintas amables y tranquilas, y si de las formas pasamos a los colores, elementos ya más difíciles de obtener para la divulgación de las vistas, las fotografías podrían decir a propios y extraños, cosas de maravilla.

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Yunta descansando a mitad del surco.

Hay en estos pueblecitos de Arequipa, especialmente en Yanahuara —la de los huertos de Judea, según el verso de Gibson— coloraciones verdes, azuladas, grises, y en las puestas de Sol, rojas, de un rojo tan intenso que más de una vez me han recordado los paisajes marinos de nuestra costa y las acuarelas de La Herradura. Sorprender y reproducir esto para indicar a los turistas una rica fuente de contemplaciones, sería un gran servicio a la poesía y al Perú. No es mi intento agotar todo lo que se puede decir del paisaje arequipeño. Sería necesario recorrer y puntualizar los distintos aspectos que presenta, según la hora en que se contempla, pero sus formas y colores múltiples procuran espectáculos formidables, que estoy tratando de explicar. ¡Estos silencios de Yanahuara, esas calmas de las tardes de Tingo! Cada minuto de paz en esta campiña aladinesca tiene su rumor, su canto, su manera de ser silencio. De tiempo en tiempo estalla el aire sobre los pinos y guarangos, como chapoteo de olas sobre arrecifes de la playa. Silencios absolutos, silencios análogos a los solemnes silencios de las cimas de las montañas en que no hay árboles, ni caídas de agua, ni cánticos de labrador. Nada hay más armonioso que esta desolación de Tiabaya, a la hora de las seis. Las acequias repletas se han desbordado. En los hoyos, en las lagunitas, queda agua; pocitos tras cuyo cristal lucen los hongos 281

Arequipa y los viajeros

y las yerbas de filamentos pardos que parecen crisantemos. Los pinos esparramados, las cholas cantando, el escándalo de los grillos, la larga avenida de Tiabaya, llena de sombras y de luces, los rosales marchitos, todo un mundo inanimado, ponía en el ánimo una tristeza indefinible, la tristeza encantadora que acompaña a la mudez de las cosas sencillas. Aquí, o en Tingo, o en Sabandía, la vida es un paraíso. Paraíso quiere decir vergel, huerto, jardín. Pero para el hombre que llega de la puna a esos pueblecitos de Arequipa, la luminosidad y la gracia cromática de la campiña arequipeña, es un terrible excitante que induce a una vida frenética. De ahí que en el arequipeño hay una gran vitalidad y cuando se ve pasear por estos prados idílicos a las arequipeñas se presume en sus almas magníficas pasiones y extremados incendios. Claro que aquí la vida tiene un tono menor, un repertorio de mínimas y elementales delicias, pero paraíso al fin, en el sentido de plenitud espiritual, de existencia consigo mismo, de goces íntimos fuertes, de pereza... Y la pereza –decía Federico Schlegel– es el postrer residuo que nos queda del paraíso...

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siglo XX

Rafael Heliodoro Valle Poeta, ensayista, historiador y bibliógrafo hondureño, escribió Visión del Perú (1922).

acuarela de arequipa

E

n Arequipa hay fiesta de jardines, de aire fino y hondo, y unas casas coloniales que necesitan especial monografía para que la arquitectura doméstica se enorgullezca de su pasado. Y luego la Catedral, tan diferente de todas las de América, por su portada casi del ancho de la plaza, y a los lados, invitando a pasear bajo ellos, los portales. Y la comida arequipeña, que algunos proclaman la más criolla del Perú, y que saboreamos en una «picantería» de esas en que el ají punza los sentidos mientras las guitarras lentamente tramaban el telón de la fiesta vespertina en que yaravíes, waynos y marineras se vestían de gran gala. De pronto el anisado empezó a urdir intrigas, alternando con la «chicha de jora», en que el maíz pone su fuerza fermental. El Dr. Víctor N. Benavente –que era nuestro embrujador– nos hacía respirar el aire de la jarana, encendía la vehemencia de su hospitalidad y nos instalaba amablemente en un rincón perfecto para gozar a nuestras anchas lo clásico de lo popular en su tierra. Esa tarde habíamos visitado la vega de Arequipa y el templo parroquial de Cayma donde hay documentos murales en que el puente y la Virgen de la Candelaria son datos imprescindibles que justifican la pintura votiva, que es ornamento del recinto. Y más tarde visitamos la Compañía, la Merced, Santo Domingo, y todos los templos en que ha quedado la huella imperecedera de la obra que arquitectos y pintores hicieron para labrar en este sitio uno de los relicarios del buen gusto en América.

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Arequipa y los viajeros

Arnold Toynbee Historiador inglés, 1889-1975. En su viaje al Perú, como parte de una gira por el mundo, no dejó de visitar Arequipa. En ella se reunió a platicar con algunos profesores de la Universidad de San Agustín, en una terraza del balneario de Jesús. Y allí, a la vista de ese paisaje espléndido, que le recordaba Damasco, en Siria, Toynbee hizo algunas reflexiones sobre el destino de la ciudad.

desde el balneario de jesús

C

on los pies colgando por el borde de una terraza y las cabezas sombreadas por un frondoso árbol, nos pusimos a hablar sobre la filosofía de la historia. Era aquel el lugar que Platón bien podía haber elegido para escenario de uno de sus diálogos; y, cuando mis ojos involuntariamente me apartaron el espíritu de nuestro tema académico para dirigirlo al paisaje, agradecí a mis amigos arequipeños por haber condescendido a que mantuviéramos nuestra discusión al aire libre. Ellos habían propuesto realizar una mesa-redonda bajo el hospitalario techo de la universidad de Arequipa, pero como yo sólo disponía de dos días para recrear la vista en aquel encantador paisaje, propuse en cambio un cocheredondo, y mis colegas aceptaron amablemente. Y allí estábamos ahora, sentados en las alturas de Jesús, con el oasis de Arequipa a nuestros pies. ¿Contempló alguna vez el lector el paisaje de Damasco, con esa línea tan delgada como el filo de una navaja, que divide la verde tierra irrigada, del tostado y moreno desierto, y con aquella blanca ciudad anidada en la pradera, al pie de una serranía? Si el lector contempló ese paisaje sirio, puede empezar a imaginarse cómo es Arequipa. Y sin embargo faltaría aún la mitad del cuadro. En Arequipa el oasis no está todo en el mismo plano, como en el Ghutah de Damasco. La destreza de los peruanos dominadores de las aguas taponó las del río Chili arriba entre las montañas y derivó los conductos portadores de vida en dos o tres planos diferentes, de manera que hay allí un oasis de varios pisos; y además, ¿cómo podría el Antilíbano, a pesar de toda su majestad, mantener alta la cabeza frente a la simétrica tri284

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nidad de montes que corona ese oasis del Perú? En el centro, el cono volcánico del Misti («el Blanco») se remonta al brillante cielo azul (aquí el cielo es celeste durante las noches). A la izquierda se levanta la masa aún más elevada del Chachani, y a la derecha se yerguen los Pichu Pichu («Picos y Picos»), que compensa su menor altura con su perfil dentado. Tomemos al monte Blanco y aumentemos su altura aproximadamente en un cuarto y usted tiene la altitud el Misti; si lo aumen- El frondoso árbol al pie del cual Arnold Toynbee se tamos en un tercio puso a hablar con algunos profesores de la Univertenemos la altitud el sidad San Agustín sobre filosofía de la historia. Al Chachani. Aún en Je- fondo se observa los cerros recientemente poblados por los inmigrantes de la sierra. sús, que no está a más de unos ocho mil pies por encima del nivel del mar, uno siente que sólo la más sutil de las estratósferas se interpone entre el alma humana y el espacio puro. La luz del sol y la luz de las estrellas resplandece aquí con su brillo original, apenas oscurecido. Cuando pasea uno la mirada alrededor del oasis, hasta el Misti y los dos montes adyacentes, por el lado de las tierras altas, y hasta una línea de amenos riscos en la dirección del Océano Pacífico se siente tentado a suponer que la vida en ese mundo en miniatura debe ser idílica. Pero donde hay vida siempre hay complicaciones; y hasta un paraíso tiene sus problemas. Hoy día el problema capital de Arequipa estriba en que el lugar es un verdadero paraíso para 285

Arequipa y los viajeros

En los cerros que están frente a los baños de Jesús se han creado nuevas urbanizaciones populares, que están trazadas a cordel y que siguen utilizando el sillar como material de construcción. Como en el principio, Arequipa sigue surgiendo de la “plutónica marea blanca de sillar”, diría el poeta.

los indios quichuas y aimaraes del Altiplano, que se extiende detrás del Misti. En días pasados, en que Arequipa no contaba con medios modernos de comunicación, ese oasis era un lugar reservado para los descendientes mestizos de los fundadores españoles de la ciudad. Pero audaces ingleses de Doncaster construyeron y pusieron en funcionamiento un ferrocarril que, corriendo desde la costa, no sólo llega hasta Arequipa, sino que se eleva a una altura de 14,668 pies, para pasar a la encumbrada cuenca del lago Titicaca; y una vía que lleva mercaderías extranjeras hasta lo alto lleva asimismo inmigrantes indios hacia abajo. Los indios llegan a Arequipa en ómnibus y en trenes de carga y se instalan en los alrededores de la ciudad. Esta inmigración en masa causa desaliento a los arequipeños. Se trata en verdad de la contraofensiva india a la conquista española del Perú y no es menos efectiva por el hecho de haberse dilatado por más de cuatrocientos años y por el de asumir la forma de una penetración pacífica. Un 286

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observador extranjero, que no tenga ningún interés personal en la cuestión, habrá de contemplar este fenómeno con encontrados sentimientos. Sin duda alguna, el destino último de los indios de las tierras altas es el de convertirse en miembros de nuestra sociedad occidental moderna; y las ciudades de los mestizos —Arequipa y Lima, en Perú y Guayaquil en Ecuador— son los crisoles en que se está realizando la fusión. La miseria en que viven los indios de los arrabales de la ciudad es un lujo para ellos, comparada con la dureza de la vida anterior que llevaban como agricultores, pastores y pescadores. Sin embargo, es también una lástima, para ellos y para el mundo, que la vorágine de nuestra civilización moderna los esté absorbiendo; porque, en efecto, la civilización propia de los indios, por ardua que sea, es admirable por su autosuficiencia. Dos días después, cuando recorría yo el Altiplano en ferrocarril y tenía ciertos atisbos de la vida que llevan los indios en su patria, sentí la misma impresión que experimenté una vez, cuando recorría los campos de los alrededores de Québec. Si el mundo civilizado moderno se diera maña alguna vez para borrarse de la existencia, en virtud de una perversa combinación de técnica, locura y pecado, estos campesinos atados a la tierra continuarían aún allí para multiplicarse y repoblar la tierra, cuando hubiera cesado la ola de irradiaciones envenenadas. Acaso hayan de transcurrir aún unos mil años para que los pionners campesinos canadienses franceses más meridionales se junten con los pionners campesinos indios quichuas más septentrionales entre las ruinas de Miami, Florida o Houston, Texas; y ese día el Nuevo Mundo por lo menos se habrá repoblado. Esta fantasía de la autodestrucción y de la autorrecreación de la civilización le era familiar a Platón, quien pensaba que ella se había dado y que volvería a repetirse una y otra vez. Pero una vez más siquiera sería demasiado para nosotros. Esperemos que éste sea uno de esos malos sueños que no se convertirá en realidad.

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Arequipa y los viajeros

José Maria Arguedas Novelista y antropólogo, 1911-1969. Este fragmento de su diario, que forma parte de su última novela, El zorro de arriba y el zorro de abajo, es una evocación de su permanencia en Arequipa y fue escrito el 18 de mayo de 1969, seis meses antes de que se suicidara. Arguedas no repara en la altura del Misti pero si en la de un pino gigante, que simbólicamente representa el último vuelo del cóndor.

el pino gigante de arequipa

V

iajé feliz y casi triunfalmente. Arequipa es una ciudad en que Ángel Rama se pasearía con su imperturbable, o mejor diría, con su serena cabeza y su disciplinado corazón; se pasearía entendiendo bien los contrastes que hay entre los sillares de piedra blanca volcánica con que están hechos los edificios coloniales, sillares como de nieve opaca, y la esmeralda sangrienta del valle en que la ciudad se levanta. Ángel comprendería el significado del contraste entre esta esmeralda y la sequedad astral del desierto montañoso en que el valle aparece, como un río tristísimo de puro feraz y brillante. El, Ángel, comprendería; sus inmensos ojos se llenarían algo más de esperanza, de tenacidad, de sabiduría regocijada y no asupremada y por eso mismo, no vendible en el más voraz de los mercados del mundo. Tú, Roberto, pedernal y ternura, te colmarías en Arequipa de más seguridades y júbilos sobre nosotros, los andinos. Allí nacieron Melgar y Mario. Viajé a Arequipa en abril. Pasé por Moquegua, ciudad colonialísima que no conocía. En Moquegua hablé con un paralítico que descansaba, al parecer, plácidamente, en el hermoso patio de una casa típicamente moqueguana. Los techos están enlucidos de barro por fuera; son de dos aguas pero no concluyen en ángulo sino en un pequeño plano. Ese plano y el barro le dan un encanto extraño. En el patio había un molle que el caballero paralítico decía haber defendido muchos años ya, porque sus descendientes consideraban a ese árbol como indigno. El señor ordenó que me mostraran la sala de su casa. Estuve allí varios minutos. El techo y el espacio de la sala, con esa forma geométrica de plenitud tan extraña, exaltaron 288

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Arguedas con Sybila en Arequipa, 1969. Seguro y arrogante junto a su esposa, solía decir que en esta foto “salía parecido a un mariscal soviético de la 2da. guerra mundial”.

la felicidad que tenía dentro de mí mismo. El paralítico me dijo con serena resignación: “cuando yo me muera van a cortar el molle, derribarán esta casa y construirán un edificio de cemento chato, caluroso, moderno...” El estilo moqueguano de casas, altas, frescas por el espacio y por los materiales de que están hechas, fue creado y construido para proteger, animar y pacificar al hombre que habita el angostísimo valle ardiente, caldeado por el desierto de tierra ya enhiesta a esa altura 289

Arequipa y los viajeros

de la yunga costeña. Pero el tipo de ambiciones, anhelos y empuje del hombre precipitadamente modernizado... En Arequipa estuve doce días. Allí escribí quince páginas, las finales del capítulo III. Por primera vez viví en un estado de integración feliz con mi mujer. Por primera vez no sentí temor a la mujer amada, sino, por el contrario, felicidad sólo a instantes espantada. El pino de ciento veinte metros de altura que está en el patio de la Casa Reisser y Curioni, y que domina todos los horizontes de esta ciudad intensa que se defiende contra la agresión del cemento feo, no del buen cemento; ese pino llegó a ser mi mejor amigo. No es un simple decir. A dos metros de su tronco —es el único gigante de Arequipa—, a dos metros de su tronco poderoso, renegrido, se oye un ruido, el típico que brota a los pies de estos solitarios. Como lo han podado hasta muy arriba, quizá hasta los ochenta metros; los cortos troncos de sus ramas, así escalonados en la altura, lo hacen aparecer como un ser que palpa el aire del mundo con sus millares de cortes. Desde cerca, no se puede verle mucho su altura, sino sólo su majestad y oír ese ruido subterráneo, que aparentemente sólo yo percibía. Le hablé con respeto. Era para mí algo sumamente entrañable y a la vez de otra jerarquía, lindante en lo que en la sierra llamamos, muy respetuosamente aún, “extranjero”. ¡Pero un árbol! Oía su voz, que es la más profunda y cargada de sentido que nunca he escuchado en ninguna otra cosa ni en ninguna otra parte. Un árbol de éstos, como el eucalipto de Wayqoalfa de mi pueblo, sabe de cuanto hay debajo de la tierra y en los cielos. Conoce la materia de los astros, de todos los tipos de raíces y aguas, insectos, aves y gusanos; y ese conocimiento se transmite directamente en el sonido que emite su tronco, pero muy cerca de él; lo transmite a manera de música, de sabiduría, de consuelo, de inmortalidad. Si te alejas un poco de estos inmensos solitarios ya es su imagen la que contiene todas esas verdades, su imagen completa, meciéndose con la lentitud que la carga del peso de su sabiduría y hermosura no le obliga sino le imprime. Pero jamás, jamás de los jamases, había visto un árbol como éste y menos dentro de una ciudad importante. En los Andes del Perú los árboles son solitarios. En un patio de una residencia señorial convertida en casa de negocios, este pino, renegrido, el más alto que mis ojos han visto, me recibió con benevolencia y ternura. Derramó sobre mi cabeza feliz toda su sombra y su música. Música que ni los Bach, Vivaldi o Wagner pudieron hacer tan intensa y transparente 290

siglo XX

de sabiduría, de amor, así tan oníricamente penetrante, de la materia de que todos estamos hechos y que al contacto de esta sombra se inquieta con punzante regocijo, con totalidad. Yo le hablé a ese gigante. Y puedo asegurar que escuchó y guardó en sus muñones y fibras, en la goma semitransparente que brota de sus cortaduras y se derrama, sin cesar, sin distanciarse casi nada de los muñones, allí guardó mi confidencia, las reverentes e íntimas palabras con que le saludé y le dije cuán feliz y preocupado estaba, cuán sorprendido de encontrarlo allí. Pero no le pedí que me transmitiera sus fuerzas, el poder que se siente al mirar su tronco desde cerca. No se lo pedí. Porque cuando llegué a él, yo estaba lleno de energía, y ahora estoy abatidísimo; sin poder escribir la parte más intrincada de mi novelita. Quizá por eso lo recuerdo, ahora que estoy escribiendo nuevamente un diario, con la esperanza de salir del inesperado pozo en que he caído, de repente, sin motivo preciso, medio devorado por el despenar de mis antiguos males que esperaba estallarían en iluminación al contacto de la mujer amada. Pero ella vino entre muchos truenos, duelos y relámpagos.

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Arequipa y los viajeros

Alonso Ruiz Rosas Arequipa, 1959. Aparte de sus múltiples libros de poesía, ha escrito en Francia uno muy especial sobre la comida mestiza arequipeña, en el que se encuentra una descripción del mercado San Camilo, que recuerda el discurso de la abundancia que Ventura Trabada y Córdoba desarrolla en El suelo de Arequipa convertido en cielo.

el mercado de san camilo

E

sta historia empieza con la imagen de un oasis. Arequipa, la blanca ciudad y su bucólica y cada vez más escueta campiña, se someten a diario al inclemente sol, en medio de desiertos y áridas cumbres. Solo en verano, entre enero y marzo, llueve, de preferencia por las tardes, y se incrementa el menudo caudal del río Chili. Hacia el oeste, a ciento y tantos kilómetros, ruge el mar de aguas frías; en los abrumadores arenales que unen la costa con la ladera occidental de los Andes, se advierte el tajo de unos estrechos aunque fértiles valles y la ilusión de algunas irrigaciones. La ciudad parece cobijada en el semicírculo que forman tres volcanes imponentes: Chachani, Misti y Pichu Pichu, cada vez más escasos de nieve en sus cimas. Detrás del semicírculo están las heladas punas y la parte alta de valles y cañones, con la colorida andenería del Colca como principal atractivo. A espaldas de ese paisaje se extiende el Altiplano, del que provienen muchos de sus más antiguos y sus más recientes pobladores. Arequipa, como advirtió el cronista agustino Antonio de la Calancha, “no es del todo sierra ni del todo llanos”. Es una intersección, un punto de encuentro entre geografías y culturas costeñas y alto andinas. La siguiente imagen es una vista panorámica desde los altos del mercado San Camilo. El centro de abastos del casco histórico de la ciudad levanta su afrancesada arquitectura de delgadas columnas de fierro, vigas livianas y techos de calamina sobre los escombros de una iglesia venida abajo en el terremoto de 1867 (la historia de Arequipa, bueno es recordarlo, es una sucesión de terremotos y levantamientos). Visto desde la altura del ingreso principal, el mercado ofrece la siguiente distribución: adelante, a la derecha, puestos de 292

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Mercado de San Camilo.

quesos, mantequillas, huevos y cochayuyo o algas secas. Entre los quesos sobresalen los de Puno, y entre ellos, unos pequeños moldes circulares de queso fresco sostenidos por un cinto verde o suncho del pajonal lacustre. A un lado, puestos de aves, con la invasora presencia del pollo; luego, carnes de res y, más allá, de cerdo, con las respectivas morcillas, queso de chancho y tocto o chicharrón de pellejo. A continuación, los camarones de río, clasificados por tamaño y abundantes siempre, excepto en los veraniegos meses de veda; junto a ellos, una apreciable oferta de pescados y mariscos, que varía según la estación: lenguados, corvinas, corvinillas, albacoras, bonitos, pericos, cau cau o huevera, lapas, erizos, machas, tolinas, otros frutos marinos y, con frecuencia, pejerreyes, truchas e ispis (minúsculos pescados secos) del lago Titicaca, además de sartas de ranas para caldos medicinales. Al fondo, en una larga hilera de costales, diversidad de papas y tubérculos; enrumbando hacia el centro, una apetitosa variedad de aceitunas en botija y algunos aceites de oliva de la región. El pasillo del medio es para la fruta de los valles cercanos y de los contornos amazónicos de Puno y Cuzco. Entrando por la izquierda se encuentran los canastos de pan común, las tonificantes juguerías 293

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y los puestos de verduras o panllevar, que surtían tradicionalmente las chacras aledañas: ajos y cebollas de Tiabaya, habas y lacayotes de Cayma, choclos de Chiguata. zapallos de Yumina, etc. Luego asoman los puestos dedicados al cordero y la alpaca, con las correspondientes salazones y charquis; después, las vísceras, las patas (crudas o cocidas), los sustanciosos huesos y unas terroríficas cabezas de toros y corderos degollados. Una señora expende por las mañanas cancacho o asado de cordero a la usanza de Ayaviri. Entre el orden de los puestos, precarias vendedoras ofrecen bolsitas de ají panca o mirasol ya preparados, listos para el aderezo; chuño, trigo, garbanzo y murmunta remojados; verduras picadas, choclos desgranados, habas peladas, limones y, otra vez, ají fresco y rocotos. En el muro perimétrico se alinean las bodegas con abarrotes y una variada oferta de especias, nueces, maní, almendras, galletas, chancaca, anís de Abancay, frutos secos o té a granel y chocolate del Cuzco; en los altos del mercado (segundo piso sobre la misma construcción perimétrica), se suceden las florerías, los restaurantes al paso con comida local y, al fondo, las jabas con animales vivos dispuestos a la crianza o el beneficio: cuyes, liebres, gallinas, pavos, patos. Como último detalle (primero desde la entrada principal), se aprecia en el corredor del ingreso una hornacina con la venerada imagen del Señor del Perdón; a escasos metros —junto a la novedad de unos puestos de cebiche tirados más bien a lo ácido— los tenderetes dedicados a la medicina natural, los pagos a la tierra y las devociones y supersticiones ancestrales.

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Mario Vargas Llosa Nació en Arequipa, el 28 de marzo de 1936. Tiempo antes nació también en esta ciudad una novelista que inició, al menos en Arequipa, la novela urbana, la cual alcanzó su cumbre con el ilustre escritor mistiano. Como vive lejos, nos interesa su percepción siempre novelesca sobre su ciudad natal.

el orgullo de los arequipeños

L

La ciudad en la que nací. Arequipa, situada en el sur del Perú, en un valle de los Andes, ha sido célebre por su espíritu clerical y revoltoso, por sus juristas y sus volcanes, la limpieza de su cielo, lo sabroso de sus camarones y su regionalismo. También, por «la nevada», una forma de neurosis transitoria que aqueja a sus nativos. Un buen día, el más manso de los arequipeños deja de responder al saludo, se pasa las horas con la cara fruncida, hace y dice los más extravagantes disparates, y, por una simple divergencia de opiniones, trata de acogotar a su mejor amigo. Nadie se extraña ni enoja, pues todos entienden que este hombre está con «la nevada» y que mañana será otra vez el benigno mortal de costumbre. Aunque al año de haber nacido, mi familia me sacó de Arequipa y nunca he vuelto a vivir en esa ciudad, siempre me he sentido muy arequipeño, y yo también creo que las bromas contra nosotros que corren por el Perú —dicen que somos arrogantes, antipáticos y hasta locos— se deben a que nos tienen envidia. ¿No hablamos el castellano más castizo? ¿No tenemos ese prodigio arquitectónico, Santa Catalina, un convento de clausura donde llegaron a vivir quinientas mujeres? ¿No hemos sido escenario de los más grandilocuentes terremotos y el mayor número de revoluciones en la historia peruana? Pienso en una muchacha: la hija menor de la tatarabuela de mi bisabuela. Había nacido en una casa de sillar, balcones y puertas con clavos, en la calle Real, por la que entonces corría una acequia que llevaba al río Chili las basuras de las casas y gentes de Arequipa. Ya hacía tiempo que ese centenar de españoles que volvían de la 295

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guerra fundaran la ciudad y ya para entonces habían visto la luz en ella muchos curas, abogados, revueltas y conspiraciones; ya era una ciudad de rectas calles de adoquines, plazas íntimas, casonas gallardas, portales e innumerables iglesias. Ya la llamaban «Arequipa la blanca» por haber sido erigida con sillar, ese fuego de sus tres volcanes que se convierte en una piedra dócil donde están atrapados todos los matices del blanco. Ya era Arequipa, entonces, la ciudad bella, piadosa y revoltosa que sería después. Aquella muchacha había crecido entre los mimos de un enjambre de mujeres –la madre, las abuelas, las tías, las vecinas, las esclavas– y su recuerdo más vivo de los años en que apenas sabía hablar era el viaje de la familia, en los veranos, a lomo de mula –la de su madre, la de sus hermanas y la de ella llevaban parasol– a una finca de Camaná. Había sido una criatura feliz: una cara redonda, unos ojos curiosos flotando entre baberos; blusas y polcos con pompones de lana (que ella se tragó aquella vez de la indigestión y las fiebres y de la sangría que le hicieron las manos diestras de don Juan Gonzalo de Somocurcio y Ureta, galeno, poeta y orador). Había sido una niña traviesa, vivaz: saltaba, gritaba, corría, se escabullía perseguida por Loreta y Dominga, quienes, los días feriados, la llevaban después de misa de once a ver a los cómicos de la plaza de San Juan de Dios. Ya sabía las oraciones, las reverencias a los mayores y dar órdenes a la gente inferior, pero aún no había aprendido a leer ni escribir cuando un día, después de una fiesta familiar con masitas, suspiros, bizcochos, peditos de monja y chocolate con vainilla, la llevaron donde las madres, a desposarse con el Señor. Diez sirvientes cargaron su ajuar por las calles curiosas: las vecinas salían a mirarla, le hacían adiós, derramaban una lágrima. En la puerta del monasterio de Santa Catalina una nube de domésticas acarreó los arcones hasta la casita construida especialmente para ella, donde, a partir de ese día, moraría siempre. Con ella se quedaron en Santa Catalina sus dos esclavas Loreta y Dominga, y la hijita de la cocinera María Locumba, la costeña, para que fuera su compañera de juegos durante la primera etapa del noviciado (o sea: mientras seguía niña). Nunca más salió de Santa Catalina; entre esas gordas paredes pasó los años que le faltaba vivir. Tenía doce el día que entró, murió tres antes de cumplir noventa. 296

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Convento de Santa Catalina.

Fue una monjita ejemplar: piadosa, trabajadora, dulce, servicial. Cuando el terremoto, una cornisa del patio de los naranjos cayó sobre ella y le rompió la pierna. Desde entonces, cojeó. Cuando la guerra llenó de heridos la ciudad y las monjas y sus servidoras pasaron tres días refugiadas en el refectorio y los sótanos, oliendo a pólvora y a una chamusquina de infierno –en el cielo se divisaban las lenguas rojas de los incendios– y oyendo los ayes y los juramentos de las víctimas –algunas venían a tocar las puertas del convento pidiendo socorro o comida–, ella fue la de temple más recio. Alentaba a las ancianas, confortaba a las llorosas y volvió a la razón a las asustadas que chillaban: «Entrarán y nos matarán, ay de nosotras». Fue la que se opuso con más ardor a la sugerencia del obispo de que las religiosas evacuaran el monasterio hasta que terminara la contienda. Estos dos hechos históricos –el terremoto y la guerra– constituyeron toda su vida civil. Lo demás de esos setenta y cinco años de encierro fue rezar, bordar, oír misa, confesarse, hacer delantales para los pobres y pastitas y niños-jesuses para los ricos, y, naturalmente, alimentarse y dormir (ambas cosas muy avaramente). Los primeros diez años en el monasterio recibió visitas de la familia. Una vez 297

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cada dos meses, una hora cada vez, hablaba con su madre y sus hermanas detrás de las rejas del locutorio y ellas le daban noticia de las muertes y los nacimientos en la familia, siempre incontables. Pero desde que su madre murió –cuánto lamentó no haber podido acompañarla en su entierro, cuánto rezó para que Dios la tuviera con él– sus hermanas espaciaron las visitas a sólo dos veces por año, luego a una y después no vinieron más. Para entonces ya se había muerto Loreta. Dominga duró bastante más, pero nunca se acostumbró al encierro y los últimos años de su vida los pasó muda. La hijita de María Locumba, pobre infeliz, se escapó cuando andaba por los veinte años. Una madre aseguraba que la había visto saltar el muro de la huerta al anochecer. Otra –pero era un poco turbada del espíritu–, que Satanás se la había llevado por el desagüe de los lavaderos, convertida en rana. Quedarse sin nadie más que la sirviera no le importó. Como a otras flagelarse o dormir con cilicio por amor a Dios, a ella le gustaba trabajar, usar las manos, hacer fuerza, transpirar. Perder el aliento la eximía de pensar, de imaginar mundanidades, de recordar. Murió a los catorce días de no poderse incorporar, por unos dolores de cuchillo en el pecho y en el bajo vientre que la despertaron a medianoche rugiendo. La madre superiora hizo que una novicia de manos de alabastro y ojos de carbón la acompañara día y noche, le diera el caldo a la boca y le limpiara la caca. Estuvo lúcida hasta el final y recibió la extremaunción riendo. El mismo día que murió vino, según la costumbre de Santa Catalina, el pintor a hacer su retrato. Pero no se esmeró, porque el cuerpo ya olía y él, visiblemente asqueado, quería acabar cuanto antes. Todavía está allí su retrato, colgado en la pared de la casita más meridional del monasterio de Santa Catalina, esa ciudad que hay en Arequipa, mi ciudad. Sí, ese esqueleto con hábitos, de ojos ciegos, boca sin labios, indeseable nariz y dedos de agorera, es mi querida pariente, la hija menor de la tatarabuela de mi bisabuela. Vez que visito Santa Catalina, como el cementerio es todavía de clausura, echo flores por encima de la tapia con la ilusión de que caigan cerca de la tierra que alimentaron sus gusanos.

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Indice Pedro Cieza de León................................................................ 3 Guaman Poma de Ayala.......................................................... 7 Antonio de la Calancha.......................................................... 8 Fray Diego de Ocaña............................................................. 14 Reginaldo de Lizárraga........................................................... 22 Antonio Vázquez de Espinoza............................................... 25 Marcos Jiménez de la Espada................................................. 28 Tadeo Haenke........................................................................ 35 Antonio Álvarez y Jiménez.................................................... 45 Antonio Pereira Pacheco y Ruiz............................................. 69 Guillermo Zegarra Meneses................................................... 85 Samuel Haigh......................................................................... 98 Franz J. F. Meyen...................................................................107 Eugène de Sartiges................................................................111 Juan Espinosa........................................................................129 Paul Marcoy..........................................................................142 Heinrich Witt........................................................................154 Clements R. Markham..........................................................163 Antonio Raimondi................................................................169 Eugenio Larrabure Y Unanue...............................................183 Simón Camacho....................................................................186 Santiago Estrada...................................................................200 James Orton..........................................................................209 Charles wiener......................................................................215 Ernst W. Middendorf.............................................................217 Louis D’orleans y Bragance...................................................235 Abraham Valdelomar............................................................245 James Bryce...........................................................................248 Harry A. Franck...................................................................251 Manoel Cicero Da Silva........................................................257 Zoila Aurora Cáceres............................................................263 Raúl Porras Barrenechea.......................................................266 Paul Morand..........................................................................273 301

Aurelio Miró Quesada............................................................ 276 Jorge Dulanto Pinillos............................................................. 280 Rafael Heliodoro Valle............................................................ 283 Arnold Toynbee...................................................................... 284 José Maria Arguedas............................................................... 288 Alonso Ruiz Rosas................................................................... 292 Mario Vargas Llosa.................................................................. 295

Este libro se terminó de imprimir en el mes de setiembre del 2009 en los talleres gráficos de Arequipa – Perú.