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AQUILES NAZOA 100 AÑOS EN 13 VOCES Compilado por: Ricardo Romero Romero EDICIONES MINCI Ministerio del Poder Popular

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AQUILES NAZOA

100 AÑOS EN 13 VOCES Compilado por: Ricardo Romero Romero

EDICIONES MINCI Ministerio del Poder Popular para la Comunicación e Información Final Bulevar Panteón, Torre Ministerio del Poder Popular para la Comunicación e Información, parroquia Altagracia, Caracas-Venezuela. Teléfonos (0212) 8028314-8028315 Rif: G-20003090-9

Nicolás Maduro Moros Presidente de la República Bolivariana de Venezuela Delcy Eloína Rodríguez Vicepresidenta de la República Bolivariana de Venezuela Jorge Rodríguez Vicepresidente Sectorial de Comunicación y Cultura (E) Luis Lira 1er. Viceministro de Comunicación e Información Pedro Ibáñez Viceministro de Planificación y Estrategía Comunicacional (E) Isbemar Jiménez Viceministra de Gestión Comunicacional Mardi Medina Viceministra de Soporte de Plataforma Comunicacional Kelvin Malavé Dirección General de Producción de Contenidos Saira Arias Dirección de Publicaciones Ilustraciones Lorena Almarza

República Bolivariana de Venezuela Mayo, 2020

AQUILES NAZOA

100 AÑOS EN 13 VOCES

COMPILADOR: RICARDO ROMERO ROMERO

CONTENIDO 1. Aquiles, centenario de ternura y humor por Lorena Almarza 2. Aquiles mío por Libeslay Bermúdez 3. Humor y amor entre bares y el santoral por Alí Ramón Rojas Olaya 4. Aquiles y yo por Mecedes Franco 5. Memorias de un transeunte sonreido por Roberto Malaver 6. Aquiles, crónica de la identidad profunda por Laura Antillano 7. Aquiles Nazoa, mi madre y yo por Armando José Sequera 8. Aquiles como en casa: “Arte y parte” por Flora Ovalles Villegas 9. Una relectura afectiva del Credo de Aquiles por Miguel Antonio Guevara 10. Querido Aquiles por Mercedes Chacín 11. Aquiles el físico, Nazoa el espiritual por Luis Britto García 12. Ingenio y ternura en Aquiles Nazoa por Gabriel Jiménez Emán 13. Al pie de la letra… Aquiles Nazoa por Miyó Vestrini

El hombre de lo sencillo, de los detalles, de la poesía simple para la sublime, el gran Aquiles Nazoa. El hombre de los poderes creadores del pueblo. Nicolás Maduro Moros (13/12/2019)

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PREFACIO

AQUILES NUESTRO Cuando nació Aquiles, ya estaba en su etapa final una pandemia. La Influenza A o mal llamada «gripe española» (se originó en Kansas, Estados Unidos) cobró la vida de millones de personas alrededor del planeta. Pero ese niño recién venido al mundo, sobrevivió a la que ha sido hasta ahora una de las mayores tragedias de la historia humana. Hace 100 años, cuando muchas almas se fueron, llegó el espíritu libre del  «lancero». Y en medio de la Covid-19, este centenario no pasará debajo de la mesa.  La vida y obra de Aquiles Nazoa transversaliza la venezolanidad, no solo por su aporte a la cultura, sino a la orientación y actual dimensión política del país. Desde el preámbulo de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, la presencia de su pensamiento acompaña la nueva etapa de la Patria, en el ejercicio de sus “poderes creadores”, que permite al pueblo empoderado la facultad de sumarse a una democracia participativa y protagónica.  Aquiles, desde su legado, nos muestra una visión de la nación y la sociedad que soñó, donde impera el amor, la solidaridad, la tolerancia y la ternura. Las imágenes que evocan sus versos y relatos, donde las niñas y los niños son protagonistas, los animales parlantes que transforman lo mágico en real, sus crónicas sobre Caracas son pasión de actualidad y su humor poético nos llena de trepidante emoción para el goce y deleite de nuestra existencia. 8

Y somos muchos los venezolanos que creemos en los valores e ideales de aquel oriundo del Guarataro. Tenemos la firme convicción de cambiar el mundo con una sonrisa, una palabra, hasta un gesto, con las cosas más sencillas.  Creemos que podemos volar con nuestro cuerpo hasta el infinito, desde los sueños de la infancia para cabalgar en la historia montados en un caballo bien bonito. Creemos que podemos silbar a las iguanas y cantar con los ruiseñores de Catuche. Ese credo amoroso, esa convicción ternurista del caraqueño físico y espiritual, ha convocado a hombres y mujeres, creyentes en el sortilegio de la música  y en el arte como vías hacia el disfrute de la vida perdurable, a rendir homenaje al amigo que reinventó la amistad, al juglar que nos hizo creer en la poesía y en nosotros mismos, puesto que sabemos que alguien nos ama. Sabemos que Aquiles nos ama y lo amamos desde nuestras acciones y palabras. Por eso, Lorena Almarza nos perfila un Aquiles tan cercano como un abuelo que nos consiente las travesuras. Laura Antillano hace una crónica de un cronista del sentimiento. Armando José Sequera nos muestra el cariño de su madre a las cosas más sencillas del parroquiano de San Juan.  Luis Britto García  rememora las querencias aquilerianas de la Caracas retratada desde sus ámbitos materiales y metafísicos, creyendo en el Nazoa de las sonrisas. Flora Ovalles Villegas como artista del cuento nos relata que el muñequero vivía y sigue viviendo en la fantasía de su hogar. Miguel Antonio Guevara analiza la subversión transformadora del credo poderoso de Nazoa en clave filosófica y sociológica. Mercedes Chacín con una carta mística le habla al cultor caraqueño con el afecto de un hermano mayor. Roberto Malaver hace remembranza de la felicidad que produce el recuerdo de las imágenes del sonreído transeúnte.  En un bar de Caracas, Alí Rojas Olaya degustó un fantástico encuentro con el humorista del Guarataro, donde ambos comieron y bebieron al son del Gardeliano. Mercedes Franco nos enseña que un poeta siempre será un noble niño aunque tenga 100 años. La femini9

dad poética de Libeslay Bermúdez conjugó sentidas prosas que son versos del alma. Culminando con un fragmento del guión, del programa radial Al pie de la letra, de la poeta Miyó Vestrini, del 30 de septiembre de 1985,cedido por La Colección de libros Raros, Manuscritos y Archivos documentales de la Biblioteca Nacional de Venezuela. Así que, a pesar de la cuarentena, celebramos este centenario, al estilo caraqueño, entonamos al lancero, esta famosa melodía (Con la licencia de Luis Cruz y el canto del ruiseñor Emilio Arvelo):

Ay que día tan precioso, es el día de tu vida Todo lleno de alegría, en la edad primaveral Tus más íntimos amigos, este día te acompañan Te saludan y desean, un mundo de felicidad Nosotros por nuestra parte te deseamos Lleno de luz este día, todo lleno de alegría En esta fecha natal Y que estos astros dorados brillen su luz para ti A Picasso rogamos Tu centenario feliz ¡Feliz Cumpleaños Aquiles nuestro! Ricardo Romero 10

AQUILES, CENTENARIO DE TERNURA Y HUMOR

Lorena Almarza Caricaturista, ilustradora y productora audiovisual. Escribe sobre cine y medios audiovisuales en la revista Encuadre. Presidenta fundadora de la Fundación Villa del Cine (2006-2009). Como caricaturista el Premio Nacional de Periodismo Aníbal Nazoa (2016), y en ilustración recibió el Premio Nacional Simón Bolívar (2015). Entre sus publicaciones destacan: Heroínas (2013), Amor y Revolución (2015). 

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AQUILES, CENTENARIO DE TERNURA Y HUMOR Lorena Almarza

En Guachirongo lo conocí Yo conocí a Aquiles en Guachirongo, por entonces una vieja casa ubicada en la calle 46, desde la cual, Wilmer Peraza poeta y promotor cultural, impulsaba el sueño de un centro cultural. Como homenaje, la casa llevaba el nombre de un personaje popular de un cuento de Salvador Garmendia, “que vivió entre las nubes de los crepúsculos”. En su patio agreste, donde se disfrutaba de peña poética y musical, y cuyos detalles se encuentran resguardados en los pliegues de mi memoria, había un rinconcito modesto con libros, sillitas destartaladas y unas gaveras, que de llevar refrescos, se convirtieron en asiento de soñadoras y soñadores a ojos abiertos No sé por qué, pero al tratar de recordarlo con precisión, veo telas de colores que cuelgan y bailan con el viento. Quizás esto lo haya sumado mi encanto por ese lugar, pues fue allí donde escuché los primeros poemas de Aquiles. Pasó también en aquella temporada en mi pueblo, y quienes conocen a los guaros de entonces, que por todos lados se celebraba la palabra, para ser más exacta, la echadera de cuento. Y entonces, ya con El Caimán de Sanare metido en el corazón, en las voces de cuenteras y cuenteros llegó la prosa y la poesía del Ruiseñor de Catuche. Entre muchas fábulas y otras “jocoserías”, “El Credo” y “La Historia de un caballo que era bien bonito”. Sin pensarlo, se me agrandó el corazón. Unos pocos libros usados que conseguí en los libreros del Edificio Nacional y otros prestados, me permitieron adentrarme en la ternura del poeta, en el humor y la picaresca de su prosa, en la crítica 12

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precisa pero sin excesos; y en una ciudad que no conocía – Caracas - pero cuyas historias y personajes, a ratos se me asemejaban a mi cotidianidad. Aquiles amaba a Caracas y yo a mi tierra crepuscular de gente sencilla y pueblerina. Creo que fue justo en ese amor por lo nuestro, donde nos encontramos. Pocos años después, gracias a la Cinemateca Nacional y al cineclubismo, vi la adaptación cinematográfica que Leopoldo Ponte, desde la ULA había hecho de “La historia de un caballo que era bien bonito”. Recuerdo que la crítica en una revista especializada de cine adjetivó a la producción como kisch. Sin embargo, para mí fue, es y será perfecta, pues además, aquella poesía en movimiento tenía toques de psicodelia y evocaba a “Yellow Submarine” de The Beatles. El amor fue definitivo No sé cómo lo hizo, pero Leopoldo miró a ese caballo, a ese pueblo y a esa banda de músicos desde mis ojos. ¿O será que ambos mirábamos a través de los ojos del caballo? Lo afirmativo venezolano en Aquiles Con humor y amor, Aquiles nos contó Caracas y enalteció siempre la idiosincrasia de nuestro pueblo. En su verbo, lo popular y lo sencillo, los refranes y las coplas, en fin, la gente y sus cosas junto a héroes y momentos de valor histórico; así como valores culturales y la identidad. Siempre, colgada como regalo al lector o lectora, una invitación a reflexionar. Para el periodista Héctor Mujica, el querido poeta fue un “Caraqueño por los cuatros costados”, pero además, “(…) Su historia de Caracas no es la de un profesional de la historia, sino la historia íntima”, pues “(…) no sólo leyó los libros del cronista, sino que anduvo a pie por todos los sitios y lugares” . De hecho, el propio Nazoa refirió que aprendió a “deletrear el paisaje”, en los paseos que solía dar por la ciudad en bicicleta junto a su padre, Rafael Nazoa. 13

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Según Laura Antillano, en su hacer, Nazoa “(…) combina todos los géneros literarios y el espíritu de un investigador, cronista, humorista, siempre despierto ante su entorno y lo que estaba más allá también”. En su opinión, el creador fue un “amante de la justicia, soñador, con alma de niño y corazón de héroe justiciero” .Lo cierto es que Nazoa, de imaginación prominente y dulzura desbordante, entretejió recuerdo, imaginario; así como hechos y personajes cotidianos para contarnos la ciudad y el país. El escritor y filósofo Ludovico Silva, refirió sobre Aquiles: “Ha sido el único poeta venezolano que habló directamente a los desheredados, a los marginales, a los miserables y también a esas clases medias que tienen un pie en el barro y otro en el primer peldaño de la escala social. Sus versos son la expresión más transparente y menos falsa que existe, en el plano poético, no sólo de las costumbres, gustos, decires, prejuicios, amores y dolores de los sectores venezolanos que sufren con mayor inclemencia la aberración histórica del subdesarrollo; sino lo que es más: expresan con perfecta nitidez la lucha de clases en Venezuela, que es muy semejante a la de otros países de América Latina” . De igual modo, para Domingo Miliani, el poeta “(…) vivió orgulloso de su extracción humilde, sus oficios proletarios, el auto didactismo que lo convirtió en uno de los más cultos escritores venezolanos, poseedor de una vasta erudición musical, excelente lector de autores en lenguas inglesa y francesa, aprendidas por su cuenta, riesgo y pasión” . En mi opinión, si alguien expresó con generosidad aquello que el maestro Augusto Mijares definió como “lo afirmativo venezolano”, fue Aquiles. El Guarataro Nació el 17 de mayo de 1920 en el barrio Nuevo Mundo en El Guarataro, en una calle paralela a la vía de llegaba del tren de los Valles de Aragua. Sobre su nacimiento escribió: “Los dioses que presidieron mi nacimiento en 1920, me fueron especialmente favorables 14

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y les agradeceré siempre el haberme deparado la ocasión de vivir una niñez cuyos términos más poéticos y constantes fueron el tranvía y el tren (…)” . Creció en un hogar muy humilde y vivió una “infancia pobre pero nunca triste”. Dicen que tanto él como su hermano Aníbal, heredaron de su madre, Micaela González, el humor que les caracterizó . Estudió en la escuela El Buen Consejo “que parecía desprendida de un bonito libro de lectura porque al frente le pasaba una quebrada y se llegaba a ella por un puentecito (…)” . Luego estuvo en la Escuela Federal Zamora, frente a la Plaza de Capuchinos donde solía jugar con Héctor Poleo y Evencio Castellanos. Diversos oficios En su libro “El Ruiseñor de Catuche” , escribió “(…) He ejercido diversos oficios (…) A los doce años fui aprendiz en una carpintería; a los trece, telefonista y botones del Hotel Majestic; y luego domiciliero en una bodega de la esquina de San Juan, cuando esta esquina, que ya no existe, era el foco de la prostitución más importante de la ciudad. Más tarde fui mandadero y barrendero del diario El Universal, cicerone de turistas, profesor de inglés, oficial en una pequeña repostería, y director de “El Verbo Democrático”, diario de Puerto Cabello. Durante los últimos diez años me he compartido entre las redacciones de Ultimas Noticias, “El Morrocoy Azul”, El Nacional, “Élite” y “Fantoches”, del que fui director”. En “Vida Privada de las Muñecas de Trapo” contó que aprendió inglés y francés gracias a una mujer de origen trinitario que vendía dulces en la esquina de Sociedad, eso cuando era muchacho todavía. El jovencito trabajó en El Universal como empaquetador, y allí aprendió tipografía y corrección de pruebas. Fue también guía en el Museo de Bellas Artes una temporada. Refiere Laura Antillano, que “su vida de niño y adolescente estuvo siempre dedicada al trabajo (…) fue autodidacta, aprendió idiomas de lectura y escucha. 15

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Importante contar que tras la muerte de su padre, con apenas dieciocho años debió hacerse cargo de la familia. Fue así que junto a su familia se fue a Puerto Cabello donde trabajó como corresponsal de El Universal. A la par fue Guía en la Oficina Nacional de Turismo y publicó sus primeros versos en el diario El Verbo Democrático. En esa temporada, se incorporó a tertulias en la esquina de San Francisco junto a Alarico Gómez, Gustavo Díaz Solís Pedro Francisco Lizardo, Juan Beroes, Antonio Márquez Salas, Alirio Ugarte Pelayo, Luis Eduardo Henríquez, Luz Machado e Ida Gramcko, entre otros. Según Luis Pastori, “Nazoa es precursor de la promoción literaria de 1942 por los versos que escribía para El Verbo Democrático” . Fue justamente la publicación de un artículo donde critica la acción de las autoridades locales por el mal manejo de la malaria, por lo que fue encarcelado y expulsado del Estado Carabobo. Contó que antes de ir preso, lo llevaron en un camión con las manos amarradas, mientras un guardia le golpeaba la cabeza con el periódico donde estaba el artículo. El periodismo y las letras Fervoroso lector, investigador y autodidactica. De hecho, casi a diario visitaba la Biblioteca Nacional donde pasaba horas leyendo. De mano de Pedro Beroes llegó al grupo literario “Presente”, donde compartió con Héctor Poleo, César Rengifo, Oscar Guaramato, Juan Beroes, Antonio Márquez Salas, Rafael Angel Insausti, Gabriel Bracho y Héctor Mujica, entre otros. A su vez, Beroes se lo llevó al diario Últimas Noticias donde inició su columna en verso “A punta de Lanza”, que firmaba como Lancero. Publicó sus versos en El Nacional con el pseudónimo “Jacinto Ven a Veinte” y en el semanario “El Morrocoy Azul” su obra “Teatro para leer”. Trabajó también para la revista colombiana Sábado, e incluso entrevistó a Jorge Eliécer Gaitán. Durante un tiempo estuvo en Cuba, donde tuvo la oportunidad de dirigir la revista Zigzag y participó en diversos congresos y tertulias. 16

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En su estancia, conoció a Estrella Fernández-Viña Martí, sobrina nieta de José Martí, de quien se enamoró perdidamente. Se casaron, pero la joven murió de tuberculosis al poco tiempo. El poeta volvió a suelo patrio y asumió la dirección del semanario “Fantoches”, continuando la obra de su maestro y amigo, Leoncio Martínez. “El Transeúnte Sonreído” vio la luz en 1945, y tres años después su trabajo periodístico fue reconocido con el Premio Nacional de Periodismo “Juan Vicente González” correspondientes a escritos costumbristas y humorísticos. En ese andar de poesía y vida, conoció a la apureña María Laprea, viuda de Raúl Estévez con quien se casó. En su incansable hacer, el multifacético Nazoa, escribió varios guiones, entre ellos: el cuento de Guillermo Meneses “La Balandra Isabel llegó esta tarde”, “El demonio es un Ángel” y “Yo quiero una mujer así”. Bueno recordar que “La Balandra Isabel” recibió el Premio a la mejor fotografía en el Festival de Cannes, el primer reconocimiento internacional a nuestra cinematografía, gracias al trabajo de José María Beltrán. De hecho, para muchos, La balandra Isabel, representa el verdadero nacimiento de la industria cinematográfica en el país. Exilio y regreso Su apoyo a las manifestaciones estudiantiles y de obreros contra la dictadura, le valió la cárcel y en 1956 la expulsión del país. El poeta relató que fue “embarcado con las manos esposadas” en un avión, y fue antes de despegar que se enteró que su destino era La Paz, capital de Bolivia. Allí se unió al círculo de escritores de la “Peña Navia”, y publicó entre otros, “El Burro Flautista”. Bajo seudónimo, continuó escribiendo para El Nacional. Regresó a Caracas en 1958 y se incorporó a la revista “Dominguito” de Gabriel Bracho Montiel. Junto a su hermano Aníbal, fundó en 1959 “Una Señora en apuros”, y al año siguiente dirigió la revista “El Fósforo”. Ambas publicaciones enfrentaron la persecución del gobierno de Betancourt. Entre 1960 y 1965 publicó “El Ruiseñor 17

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de Catuche, “Cuba, de Martí a Fidel Castro”, “Los Poemas”, “Pan y Circo” y “Los Humoristas de Caracas”. “El Mismo Pianito”, su poema abstencionista, le costó nuevos encarcelamientos y acecho de la DIGEPOL. Ya el papel no era suficiente vía, así que entre 1968 y 1975 realizó el programa “Las cosas más sencillas” el cual se transmitió por la Televisora Nacional (canal 5) que por entonces dirigía Oscar Yanes. Desde allí, con frescura y profundidad hablaba de temas de actualidad, de lo costumbrista caraqueño; y hasta de autores entrañables como García Lorca o de obras como “Alicia en el país de las Maravillas”. Lamentablemente lo que del programa se sabe, es a través de los cuentos de quiénes lo vieron o ayudaron solidariamente a Aquiles con la producción, pues no quedó un solo “video-tape” del programa. Dicen que en el canal, ni siquiera las cadenas o discursos de Rafael Caldera, quien era el Presidente, se resguardaban, pues las citas se reutilizaban. Al parecer el único programa que logró salvarse fue “Valores Humanos” de Uslar Pietri, porque él mismo compraba sus cintas. El humor y el amor en Aquiles Si algo tenemos claro, es que en Aquiles, el humor no es simple chiste y risa fácil. Recordemos que se mueve en un contexto, en una tradición, en la cual el humorismo gráfico fue siempre fuente de crítica aguda, así en como las coplas, sainetes y la poesía popular. Earle Herrera señala que Aquiles define el humor como un ejercicio de inteligencia “(…) tiene una expresión muy bella, en la que dice que el humor es hacer pensar sin que el que piensa se dé cuenta de que está pensando (…) Eso señala la sutileza en su humor, el juego de la ironía. En el momento en que te reías estabas pensando y una toma de conciencia sobre tu país”. De modo que el poeta, se hizo de su talento para desde el humor, un rasgo muy característico de nuestro pueblo, vale referir, comunicar y establecer espacios de encuentros y de humanidad. 18

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En su hacer, Nazoa revela un pensador analítico del mundo y las cosas, que con encanto y certeza llega al otro, como si de acertar la diana se tratar, pero en lugar de flecha que atraviesa y lesiona, lleva poesía, identidad y amor por lo propio. Dice Luis Britto García que el humor va de la mano con el amor. En su opinión, “(…) nuestro humor compendia más que cualquier rasgo, nuestro rasgo hacia el mundo y hacia nosotros mismos”. En este sentido, el humor es clave, pues permite enfrentar lo adverso desde un lenguaje que nuestro colectivo recibe con los brazos abiertos. Por su parte, Ildemaro Torres, refirió que en Aquiles, el humor es “(…) pleno de gracia, agudeza e ingenio, a través del cual nos legó como enseñanzas que el humorista no es un cómico de la literatura, y que, puesto a la búsqueda de lo risible, al humorista debe serle irrenunciable el respeto a la dignidad del ser humano”. Sobre este tema el propio Aquiles escribió en “Genial e ingenioso: la obra literaria y gráfica del gran artista caraqueño Leoncio Martínez”: “el humorista es un hombre de actitud subversiva frente al mundo, un hombre que no se resigna a vivir en la situación que el destino le ha señalado, pero la ama tanto que tampoco puede renunciar a ella y lo que hace es como irla destruyendo por medio del amor, irla desarmando pieza a pieza, a ver qué verdad profunda hay detrás y debajo de aquello que la tradición, las costumbres y los convencionalismos, le dicen ser la verdad válida y, precisamente, del desarmar la pieza humana como un juguete en manos de un niño para ver que tiene adentro, que hay de salvable en ella, es de allí que surge el humorismo. La actitud del humorista es siempre una actitud de análisis; lo que la define realmente es esa sonrisa de piedad, de conmiseración y de profundo amor que asoma a los labios del artista en el momento en que él descubre que aquello que se decía de la cosa no existía y que la cosa, en el fondo, era algo distinto, eso es el humorismo, un descubrimiento sorpresivo de que las cosas tienen por dentro…El humor lo que hace es provocar el pensamiento analítico”. 19

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Aquiles justiciero Contó Fruto Vivas una anécdota, en la cual un día Aquiles fue a hacer mercado en Quinta Crespo, y en el camino, dio cuenta de una jaula de la policía llena de niños a la cual se acercó y le preguntó por qué estaban allí. A lo que los niños respondieron que los habían metido preso por recoger comida de la basura. Según Fruto Vivas, el candado de la jaula no estaba cerrado, así que el poeta les abrió para que salieran. Se metió en la jaula y le pidió a los niños que cerraran el candado. Al pasar un rato y llegar la policía se encontraron con Aquiles dentro y le preguntaron quién era y porqué estaba allí, a lo que respondió – Soy Aquiles Nazoa y recojo comida de la basura. Silvio Rodríguez y Aquiles Lil Rodríguez contó en su columna de Última Noticias que en 1998 hizo su primera entrevista al cantautor cubano Silvio Rodríguez “(…) Le pregunté, entre muchos tópicos, por un autor venezolano que le hubiera impactado. Silvio no lo pensó dos veces: “Espérate, es que tengo uno de sus libros en mi cuarto”. Se levantó, fue a su habitación y enseguida apareció sonriente con el libro: Humor y Amor, de Aquiles Nazoa”. Cronista De igual modo vale referir que Aquiles, es también un referente importante en la crónica venezolana. Cuenta su contexto sumando datos y detalles provenientes casi siempre de un impecable trabajo de investigación, análisis y vivencia, para mostrar personajes históricos pero también personajes y situaciones cotidianas. El poeta desgrana con belleza y los descubre ante nuestros ojos. Se interroga, plantea su punto de vista; y a su vez, nos plantea a quienes lo leemos una reflexión. Adicionalmente, cuenta con hermoso lirismo, musicalidad e ingenio. Laura Antillano plantea que “su escritura es un alegato de defensa y elegía. Su espíritu de investigación y su visión penetrante de nuestra realidad enriqueció su escritura de nostalgia y ternura, 20

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entregándonos una Venezuela dialéctica, compleja, rica en gestos característicos y definidores”. Aquiles, el poeta del pueblo venezolano Para Armando Carías, “Aquiles fue un creador múltiple, pues en su hacer, pues fue periodista, comunicador, dramaturgo, poeta, cronista (...)”. Me contó que en diversas oportunidades, “(…) durante presentaciones de Comunicalle dedicadas a homenajear a Aquiles, hemos sido gratamente sorprendidos por personas del público que nos declaman “Galerón para una negra” o “Serenata a Rosalía”, entre muchas otras. Eso nos dice que Aquiles está sembrado en la génesis, en lo original de nuestro pueblo. Por eso yo diría que si algún homenaje le debemos, es reconocerlo como el auténtico poeta del pueblo venezolano, cuyo título no requiere decreto, pues su obra se ha desparramado entre el pueblo. Sus aportes son infinitos, uno de ellos, fundamentales, la venezolanidad, aun cuando a las generaciones actuales no les haga resonancia. Aquiles le habla a un país, a una ciudad (…) En mi opinión, El credo es una de sus obras magistrales. Una obra cumbre que está a la altura de cualquier obra universal. En dicha obra, rinde homenaje a grandes obras y a grandes creadores del mundo, y revela su capacidad de autoformación y amor por el conocimiento (…). Por eso y más es el porta del pueblo” . Adiós al poeta El 25 de abril de 1976 muere el poeta en un accidente automovilístico. Su obra “Humor y Amor” circulaba desde 1970 y tras su lamentable partida fueron publicadas “Vida privada de las muñecas de trapo”, “Raúl Santana con un pueblo en el bolsillo” y “Leoncio Martínez, genial e ingenioso”. Sus libros “Raúl Santana con su Pueblo en el Bolsillo” y “Vida Privada de las Muñecas de Trapo” obtuvieron el “Mejor libro del año” en 1974 y 1975 respectivamente. Tras su muerte, y en reconocimiento a su trabajo, la Academia de la Lengua de Dinamarca le concedió el premio “Hans Cristian 21

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Andersen”. Héctor Mujica considera que la escritura en prosa de Nazoa se suma tanto a la de los poetas prosadores de la generación del 18 en la cual se encuentran Fernando Paz Castillo y Andrés Eloy Blanco, como a los de la generación del 28 con Miguel Otero Silva, Antonio Arraiz y a los posteriores como Alberto Arvelo Torrealba, Juan Liscano y Rafael Pineda. Igualmente Mujica al calificar a Nazoa de “impar” lo considera legítimo heredero de Job Pim y Leoncio Martínez en el humorismo, de Rufino Blanco Fombona, Pedro Emilio Coll y Mariano Picón en la prosa, emparejado en la precisa adjetivación a los clásicos españoles. Respecto al poeta y humorista, Domingo Miliani destacó que, “Su temprana conciencia de clase proletaria, su formación marxista, hicieron de Aquiles Nazoa un signo dramático de dignidad intelectual y política irreductibles” . Gracias Aquiles por enseñarme a mirar lo hermoso en lo sencillo de la vida y descubrir los poderes creadores del pueblo. Aquiles Autobiográfico Nací en la barriada El Guarataro, de Caracas, el 17 mayo de 1920. He estudiado muchas cosas, entre ellas un atropellado bachillerato, sin llegar a graduarme en ninguna. He ejercido diversos oficios, algunos muy desagradables, otros muy pintorescos y curiosos, pero ninguno muy productivo, para ganarme la vida. A los doce años fui aprendiz en una carpintería; a los trece, telefonista y botones del Hotel Majestic; y luego domiciliero en una bodega de la esquina de San Juan, cuando esta esquina, que ya no existe, era el foco de la prostitución más importante de la ciudad. Más tarde fui mandadero y barrendero del diario El Universal, cicerone de turistas, profesor de inglés, oficial en una pequeña repostería, y director de El Verbo Democrático, diario de Puerto Cabello. Durante los últimos diez años me he compartido entre las redacciones de Ultimas Noticias, El Morrocoy Azul, El Nacional, Elite y Fantoches, del que fui director. 22

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Alguna vez fui encarcelado por escribir cosas inconvenientes, pero esto no tiene ninguna importancia. A cambio de ese pequeño disgusto, el oficio me ha deparado grandes satisfacciones materiales y espirituales. Mi mujer y yo somos los dueños del único tándem o bicicleta de dos pasajeros que existe en Caracas. Muchos de los comentarios que este extraño vehículo suscita al pasar junto a los grupos de echadores, me sirven a las mil maravillas para sazonar lo que escribo.

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AQUILES MÍO

Libeslay Bermúdez Poeta, filósofa, actriz, locutora y productora artística. Se ha dedicado a la investigación, diseño y realización de eventos y talleres artísticos literarios con énfasis en la poesía y en el público infantil. Autora de las obras Juegos de Guerra (2000-2004), Fábula del Pájaro Oscuro (1999), Insectos en el paraíso (2000). Algunos de sus textos han sido traducidos al inglés, catalán, portugués y francés.

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AQUILES MÍO Libeslay Bermúdez

Dicen los que saben de eso que la poesía es de quién la lee, suele suceder que nos apropiamos de un texto porque nos canta algo, nos identificamos con eso, pensamos que el poeta habló certera, bellamente, como hubiéramos querido hacerlo y entonces ocurre, se completa el misterio propio del poema. Pero lo verdaderamente extraordinario sucede cuando aparece un gran poeta y se apropia de uno sin que podamos evitarlo. Y es que seguramente no querremos evitarlo. Se apropia de nuestra imaginación, de nuestra risa, de nuestro corazón y nada que hacer, entra en la vida para siempre, quedándose en cada edad, cada etapa, cada historia. Y ocurre que es el poeta quien lo completa a uno. Uno que ya venía medio descompuesto de fábrica requiriendo ser completado y queriendo ser poema... Por eso es que me atreveré aquí a compartir por primera vez esa historia secreta, entre un escritor centenario y yo, entregarle este homenaje íntimo por todo lo que hemos sido y seguimos siendo. Yo no sabía cómo era el hombre, pero si se del poeta que se apropió de mí cuando apenas contaba ocho años. Mi vida secreta con Aquiles comenzó una tarde, cuando llegó a mis manos el nuevo número de esos cuadernillos de poesía: Lo mejor de los autores, recogidos y publicados por Alejandro Caraballo, impresos en la avenida Urdaneta, que fueron apareciendo por entregas en los quioscos de periódico. En la contraportada del primer número el editor nos hablaba sobre su propósito de despertar la afición por la poesía “que es un formidable medio para transmitir todos los mensajes de los que estamos urgidos” y recalcaba unas palabras de Aristó25

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teles en letras mayúsculas: “HAY MÁS VERDAD EN LA POESÍA QUE EN LA HISTORIA.” Yo no sabía quién era ese tal Aristóteles, pero su nombre-palabra me sonaba fuerte y si Caraballo lo ponía con mayúsculas sería por algo. Tampoco supe hasta después de muchos años quién era ese entusiasta editor y ni se imaginaría Caraballo que yo lo tomaría tan en serio, aunque todavía no entendiera mucho el significado de sus palabras. Allí conocí los motivos del lobo de Rubén Darío y me empecé a cuestionar seriamente sobre la condición humana; La Hilandera de Andrés Eloy Blanco, que se me dibujaba nítida tejiendo la venda más larga; El dulce milagro de Juana de América a quien le brotaban flores de las manos y aquello de que El aire ya no es aire como insistía Miguel Otero. Cosas tristes y fantásticas que cantaban los poetas. Pero aquella tarde, aquel cuaderno nuevo, traía en sus páginas centrales una historia de amor que me arrancó lágrimas de inmediato, y suspiros, y ganas de volver a leer repetidamente aquel poema, y me volví una nostalgia desconocida por algo indescifrable sobre esa leyenda entre Andersen y Jenny Lind, que resultó ser un ruiseñor, porque: “Verdaderamente, nunca fue tan claro el amor como cuando Hans Christian Andersen amó a Jenny Lind, el Ruiseñor de Suecia.” Me doy cuenta ahora que la primera frase de un gran poema es una ventana imposible por donde no podemos dejar de entrar. Y yo frente a aquella primera frase deslumbrante como un destello, como si se abriera la gran cortina de un telón dorado, y por si fuera poco eso de “Hans y Jenny eran soñadores y hermosos, y su amor compartían como dos colegiales comparten sus almendras.” Y la palabra almendra nunca me fue más dulce, solo pronunciarla me sumergía en un deleite desconocido, así que aquel día el romance estallo en mi pecho, tuve que llorar por la belleza del amor que nunca fue tan grande y claro. Yo me sentía pequeña y vulnerable ante el poema y su poder, que hacía latir fuertemente mi corazón; 26

Aquiles Nazoa

tan vulnerable y dueña de un secreto que no sabía cómo compartir. Ahora lo sé, el poeta se había apropiado de mi espíritu para siempre. Entonces, escondida en el baño, comenzó mi larga búsqueda en un tiempo detenido, me pasaba largos ratos leyendo en voz alta aquella balada y otros poemas que podía escoger a mi antojo, como frutos deliciosos entre las páginas de aquellos cuadernillos que hicieron estragos en mi infancia. Todavía conservo algunos y ese tiempo detenido sigue allí, casi, casi, intacto. Seguí creciendo y la poesía seguía reclamándome y yo añoraba cada día volver a ese lugar como a una fuente, más bien cascada, que retomada cada vez con mayor sed. Aunque aquellos escritores no eran más que nombres, sus poemas tenían vida propia, hablaban por sí mismos. También en mi casa se hablaba de ellos, así que de pronto encontraba a la niña que siempre seré suspirando, mientras mi hermano mayor recitaba de memoria la balada de Hans y Jenny y me hacía descubrir otros versos de mi poeta sin rostro, otros que hacían reír como la Hermosa poesía para recitársela a papaíto en el Día del Padre, o los que contaban cosas de una Caracas de techos rojos que nunca llegué a ver. Resulta que yo venía de una ciudad que parecía más bien un pueblo, con el mejor clima del mundo, dónde los enamorados comían pandehorno y los muchachos patinaban en las madrugadas para celebrar la misa de gallo, que se llamaba así porque era a la hora del canto. Una ciudad pizpireta que quería ser grande y tener pianos como en Europa, que transitaba el siglo de su gran transformación. Y yo me estaba enterando porque Aquiles me hablaba de eso y supo muy bien recordar todo para contármelo; entendí entonces que esas palabras que parecían ya viejas, no me soltaban, que seguían dentro de uno aunque el mundo fuera otro, porque eran palabras como de ser venezolanos. Y un país era eso, su gente, sus muchachos, sus amores, sus disparates, sus costumbres venidas de una forma de ser, de su manera de hacer y entender las cosas, de pronunciarlas en voz alta. 27

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No tardé mucho en averiguar quién era el hombre, otra tarde, cuando la televisión dio la noticia del accidente de tránsito que cortó su vida en Maracay un 25 de abril de 1976. Todavía contaba mis 10 años y aunque no lo sabía se acercaban horas difíciles también para mi familia, pero ya entonces había aprendido que la poesía es un refugio, una madriguera y que me ayudaría siempre a enfrentar cualquier realidad por fuerte o loca que fuera. Tiempo después comencé a escuchar en la radio a Gualberto Ibarreto cantándole al ruiseñor de Catuche, ese hermoso homenaje escrito por Enrique Hidalgo: “El ruiseñor de Catuche no ha dejado de cantar, porque el pueblo dice su canto, canto de pueblo inmortal!”. Era 1978, la radio siempre encendida amenizaba la casa y las cosas, por aquel entonces sonaba mucho el diablo suelto de Heraclio Fernández y Florentino y el diablo en las voces de José Romero Bello y el Carrao de Palmarito. Y es que un tiempo es una atmósfera, un sabor en la boca, un color en los ojos, lo sabía muy bien Aquiles, y por eso se había vuelto inmortal. Así que me interrogué: ¿por qué le decían el Ruiseñor de Catuche? Conseguí aquella autobiografía de 1950 firmada por el ruiseñor, donde contaba que había nacido en el Guarataro y de una familia humilde, que no quiso graduarse de nada para aprenderlo todo a su manera, que había estado preso por causas políticas, que su curiosidad no tenía límites, que entre otras muchas cosas fue periodista. Y yo pude con él imaginar que fácilmente un poeta puede crecer en una casa humilde, ser muy rico nada más que con sus sueños, y que su casa se parecería a la mía, que cuando escribía sobre eso también escribía sobre nosotros. Por eso pienso, estoy segura, que haberlo conocido a través de sus palabras ha sido tan grande y eterno como poder haberlo visto alguna vez; que ese tesoro vital es lo que decanta al hombre, lo que le define. Con Aquiles me esperaban todavía más sorpresas, porque no imaginaba aún que las muñecas de trapo pudieran tener una vida íntima con sus propios secreteos, es decir, que se pudiera escribir sobre eso, 28

o sobre cualquier cosa que a uno le dé la gana, y que las cosas más pequeñas son también y justamente las cosas de los hombres, de las mujeres o de los niños. Que la vida siempre puede ser una parodia de sí misma si se mira con el cristal de la inocencia que da la alegría. Todo aquello y mucho más, aprendería con él, mi poeta. Ya entrada en la adolescencia un hermoso enamorado me lo trajo de regreso. Afanado en conquistarme se apareció un día con aquel libro de nombre sonoro: Humor y Amor de Aquiles Nazoa. Todavía conservo ese ejemplar con su dedicatoria, que no solo barrió la monotonía de un día de clases, sino que me mantuvo de nuevo poseída entre sus páginas por largos ratos, mientras repetía incansablemente los versos que iba escogiendo en el índice. Humor y amor, sin duda dos palabrotas que lo condensan como un gran sombrero de mago. Me deslumbró desde siempre por su música, su gracia, la manera inequívoca de convertirnos en cómplices de su ingenio sin igual, su facilidad para hacer el humor con todo lo que tocaba. Me maravillaba ir de su mano hacia la Caracas de mis padres, vivir esas calles y esos personajes, recorrer el tiempo de los cambios, sus pregones, sus dulces, sus papagayos. Entender que aunque hay cosas que pasan pueden seguir diciéndonos en la memoria, como aquellas que cuenta en “Costumbres que desaparecen”:

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Antes en las pensiones y casas distinguidas cuando alguna señora mataba una gallina tiraba para el techo las patas y las tripas y a los pocos minutos ya estaban ahí arriba diez o doce zamuros que a comerse venían las tripas y las patas que botaba la misia. ¡Qué costumbre tan bella! ¡Qué costumbre tan lírica! Bastaba que en el techo de la casa vecina alguien viera un zamuro comiéndose una tripa para que de inmediato corriera la noticia: -¿Te fijaste fulana? Volteapara arriba. ¿Qué tendrán las mengánez Que mataron gallina? Aquiles no lo sabía, pero yo le hablaba a solas, le preguntaba cosas; mientras miraba su foto nos reíamos juntos ¿Cómo se convierte uno en poeta, poeta? Y me soltaba una de sus fabulosas fábulas, cómo aquella de la avispa ahogada en su propia rabia, o la fábula del loro, porque los animales le servían para dibujar las ideas y los sentimientos de las personas, será por eso que había tantos cochinos en esas páginas. 30

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Qué pasaría si no nos tomáramos en serio las razones, si la historia fuera otra mejor contada, si todo pudiera pasar entre nosotros, si el paraíso de Adán y Eva fuera en realidad un astracán, si hasta la geografía fuera bromista, si Romeo y Julieta fueran inmortales de lengua profana, si siempre hasta después de la muerte pudiéramos reírnos de nosotros mismos. Del humor nadie se salva y eso hay que agradecerlo, ¿acaso hay algo más gracioso que una señora de clase media, o de media clase, alardeando su nuevorriquismo? Oírla afanada por parecer mejor que otros, imitando modos europeos, sin poder evitar que se le salga su pedigrí caraqueño. Ah, pero la risa nos recuerda que nuestra sociedad se ha tejido sobre sus propias contradicciones culturales, que somos un poco de todo eso, pero también mucho más. Que tenemos una historia cumplida y por cumplir. Que merecemos reconocernos en los acontecimientos y en las anécdotas que nos ilustran. Que somos sobretodo eso, lengua, cultura y corazón. Que la imaginación es el más poderoso de nuestros bienes, que las ideas son un juego imponderable, que jugar nos hace grandes, que no nos quita y nos ensancha el mundo. Porque este hombre no solo me enseñó de poemas, sino sobre todo de poesía; me enseñó a comprender que podemos disponer de la realidad con el legítimo derecho a las cosas más sencillas. Tristemente esa memoria de su programa televisado se perdió, como muchas otras cosas de la memoria nuestra, que como país hemos dejado perecer bajo el indiferente yugo de la indolencia. Por suerte ha quedado su palabra escrita y estas historias secretas que cada hayamos podido vivir con él. Y así es la poesía, lo atraviesa todo, sus divagaciones, sus escritos periodísticos, sus cuentos y añoranzas, sus vivencias, porque la poesía es un destino, nos lleva inexorablemente, siempre presente en el dolor, en la suerte, en la nostalgia, en la belleza de todas las cosas. Aquiles fue político, porque el humor y la ternura tienen mucho que ver con el amor de los hombres por los hombres y con el amor 31

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inobjetable por la patria; porque la utopía y la amistad tienen un reino prodigioso en el corazón de un poeta; porque creer no es cuestión de religión sino más bien religación, cuestión de fe, pero en el poder del amor, en los seres humanos, en la infancia, en la creación, en las artes, en la existencia de un amigo. Por eso amó la palabra pueblo tanto como al pueblo mismo y lo popular. Aquiles gigante por diminuto. ¿Cómo podía explicarme la increíble ternura contenida en ese poema donde saluda a una pequeña tortuga?:

Buen día, tortuguita, periquito del agua que al balcón diminuto de tu concha estás siempre asomada con la triste expresión de una viejita que está mascando el agua y que tomando el sol se queda medio dormida en la ventana. Buen día, tortuguita, periquito del agua, abuelita del agua, payasito del agua, borrachito del agua, filósofo del agua… No hay que explicar ciertamente la ternura, solo sentirla hondo, cuando el maestro logra expresarla en una imagen. En lo sencillo, en lo diminuto, allí está el mundo. Y así, nadie como Aquiles supo explicar la guerra a través de la historia de un bonito caballo comeflores: la inhumana soledad de la sinrazón; haciéndolo eterno a través de su muerte, porque se puede escuchar mil veces sin que podamos dejar de seguir hasta la última frase de ese camino. Poeta entre mayores, Aquiles nuestro, Aquiles mío, honor a tu inapagable presencia. Te agradezco por la risa, la lágrima, la alegría, 32

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la memoria, por cada descubrimiento, cada absurdidad, por todo el estremecimiento que has dejado en mí.

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HUMOR Y AMOR ENTRE BARES Y EL SANTORAL

Alí Ramón Rojas Olaya Docente, escritor y filósofo.  Ha tenido varias responsabilidades en el área académica, entre ellas la rectoría de la UCSAR y actualmente rector de la Universidad Nacional Experimental de la Gran Caracas, UNEXCA. Autor de los libros: Currículo de la indignación y la ley del desagravio, Pedagogía del adobe, Aten al planeta, Matemática y realidad, Letras para la conciencia, La hora de los hornos, Errabundas luciérnagas del cielo nocturno, entre otros. Coautor de los libros de texto de la Colección Bicentenario del Ministerio del Poder Popular para la Educación.

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HUMOR Y AMOR ENTRE BARES Y EL SANTORAL Alí Ramón Rojas Olaya

Introito profano Cuando ya me alistaba para huir de aquella mazmorra etílica, que por espacio de cinco horas me había acogido en su seno junto a otros parroquianos que intentaban ahogar sus desamores en las voces de María Luisa Landín y Daniel Santos, tocó a mi espalda como si se tratara de una puerta el padre Iñaki de Errandonea. Se sentó a mi lado en aquella barra atendida por personajes que parecían escapados de una película de Chalbaud. Sacó su cartera del bolsillo derecho de la parte trasera del pantalón y se dirigió al cantinero: - Topo, cóbrate la cuenta del amigo y abre otra, por favor. Tráeme dos mediajarras bien friítas. Entre la humareda de exangües cigarros fui al baño, oriné, me eché agua en la cara, me vi en el espejo espurio que estaba a medio guindar y salí para el segundo round. - Rector, necesito un gran favor. Dentro de tres meses vamos a bautizar un libro en la clandestinidad sobre unas cuartetas que recopiló el escolapio D. Matías de Aguirreta en San Sebastián de los Reyes. Miguel Otero Silva está escribiendo el prólogo y Fray Joseba Escucarreta ya hizo las caricaturas. Yo hice una selección de las tantas que hay y me encargué de transcribirlas ya que muchas estaban prácticamente ilegibles. Quiero que escribas un ensayo de manera que el mundo intelectual se entere de lo que estamos haciendo en Venezuela en materia de humorismo santoral porque con toda seguridad ese libro va a ser prohibido. - ¿Tienes algún ejemplar? 35

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- Claro, aquí te traje una buena copia que imprimimos en El Nacional que hasta encuadernada está. Me puse a hojearlo y era imposible aguantar la risa que me generaba tanta sabiduría popular. {Amor perdido, si como dicen es cierto que vives dichoso sin mí, ¡Vive dichoso!, quizás otros besos te den la fortuna que yo no te di. Hoy me convenzo que por tu parte nunca fuiste mío, ni yo para ti, ni tú para mi, ni yo para ti, todo fue un juego, no más en la apuesta, yo puse y perdí}1. Una mujer ebria llora al son de la Landín, y aferrada a la vieja rockola, entre sorbos de cubalibre, dice: ¡coñoelamadre, cómo lo amo! ¿Por qué te fuiste? Busca entre todos los clientes una respuesta que no consigue porque cada quien arrastra sus propias cadenas de desamores. Se echa otro trago y sigue desgarrándose las venas cuando María Luisa canta: {Fue un juego y yo perdí, esa es mi suerte, y pago porque soy buen jugador, tú vives más feliz, esa es tu suerte, ¡qué más puede decirte un trovador! Vive tranquilo, no es necesario que cuando tú pases me digas adiós. No estoy herida y por mi madre que no te aborrezco ni guardo rencor. Por el contrario, junto contigo le doy un aplauso al placer y al amor, ¡Qué viva el placer! ¡Qué viva el amor! Ahora soy libre, quiero a quien me quiera ¡Qué viva el amor!}2. - Cuente con eso, padre. - ¡Gracias, hijo mío! ¡Dos mediajarras más, Topo! ¿Coño, no nos salen unos manicitos pa’picá o unas sardinitas? - Se me ocurre un plan, padre. Como el tema acá es religioso y humorístico, voy a realizar varios coloquios con gente amiga que sé dominan el tema. Y como hay abundante cocuy de Lara y Falcón, 1 Amor perdido es un bolero compuesto por el juglar boricua Pedro Flores. La versión de la mexicana María Luisa Landín, con su voz despechada y dolorida, pegó tanto que en los pueblos de América la llaman La reina de los boleros. Para mi amigo Ángel González, “no ha habido música más deliciosamente cabaretera que las canciones interpretadas por la Landín”. 2 Op. Cit. 36

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aprovecharé de viajar al futuro para ver qué se opina desde ese momento ulterior al cual, si Dios y los santos lo permiten, llegaremos sanos. Inmediatamente abrí mi agenda, y escribí una lista tentativa de nombres que me vinieron a la mente en ese momento de ingesta garrafal de lúpulo y cebada: Aquiles Nazoa, Andrés Eloy Blanco, José Ignacio Cabrujas, Gilda Girardi, Adriano González León, José Gregorio Linares, Alexandra Mulino, Aníbal Nazoa, Francisco Pimentel “Job Pim”, Eduardo Sanoja, Manuel Pérez Vila y Ramón J. Velásquez. Se la leí al padre y, furioso, me gritó con aire de reclamo: - ¡Coño! ¿Y a mí me vas a dejar por fuera como la guayabera? - No diga eso, padre, es apenas una lista que escribí quizás algo indelicadamente. - ¡Es jodiendo, vale! Pero sí, me gustaría que me anotes en tu plan de coloquios, pero como si yo no te hubiese invitado a escribir sobre el libro. Me gustaría que incluyeras a Joseba Escucarreta y a Miguel Otero Silva. {Caminé con los brazos abiertos, por hallar un cariño, una sola amistad y qué es lo que tengo y tú que me diste: tan sólo mentiras, cansancio, miserias. Miseria que llevo en la vida hace mucho tiempo como una tragedia escondida en mi sufrimiento, migajas de besos, limosna de todo es lo que me han dado como a un ser malvado, como a un criminal. Miseria que llena de espanto porque no me quieres. Miseria que es odio y es llanto, porque sé quién eres. Quién sabe hasta cuándo seguiré esperando que cambie mi suerte o venga la muerte como bendición}3. - Con Miguel tengo confianza. Al padre no lo conozco. - No te preocupes, es un borracho como yo y además también es jesuita y gran seguidor de San Agustín. - ¿Y eso, padre? – No olvides que San Agustín resaltó la necesidad de los meretricios y hasta los comparó a las cloacas de las ciudades porque así 3

Miseria es un bolero de Miguel Ángel Valladares. 37

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como éstas son necesarios. Una vez dijo: “Quitad los meretricios de la vida humana, y todo se llenará de libídine”. - ¡Coño, padre, usted si tiene vainas! ¿Y usted también es devoto de San Agustín? - No, yo soy seguidor de San Luis. En su época se dictó una ley francesa que decía: “Toda casa de prostitución debe abrirse a menos de trescientos metros de una iglesia, con el fin de que, al salir, todos puedan ir a purificarse”. Mientras pedíamos las del estribo, yo no quitaba la vista del libro. {Yo no he visto a Linda, ¡parece mentira, tantas esperanzas en su amor cifré! No le ha escrito a nadie, no dejó una huella, no se sabe de ella desde que se fue. ¡Sabrá Dios cuántos le estarán pintando ahora pajaritos en el aire! Yo no he querido ni podré querer a nadie con tan loco frenesí}4. Mientras el inquieto Anacobero canta Linda, entre mocos y lágrimas un hombre, aferrado a la rockola, quiere difuminarse entre el humo invisible de un recuerdo. Ángel González El padre Iñaki y yo salimos esa madrugada casi cayéndonos. El Tartagal no es precisamente una zona de Caracas muy elegante que digamos. Nos abrazamos ladeadamente para apoyarnos y así facilitar nuestros pasos al tiempo que desde los distintos garitos camuflajeados en casas de familia, voluptuosas damas otrora bellas nos hacían propuestas nada decorosas. Un cantor acompañado por un guitarrista detuvo nuestros pasos por unos pocos minutos: {Fúlgida luna del mes de enero, raudal inmenso de eterna luz, a la insensible mujer que quiero, llévale tiernos mensajes tú. Ella es trigueña de negros ojos, de talle esbelto y de breve pie, de blancos dientes y labios rojos, la más risueña y hermosa es. Búscala y dile que ni un momento, desde que el hado nos separó, no se me quita del pensamiento, ni se me borra del corazón. Fúlgida luna del mes 4

Linda es un bolero de Pedro Flores. 38

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de enero, dile a mi amada cuánto sufrí, que no me olvide porque me muero, que me perdone si la ofendí}5. - Ese que canta es Ángel González, un gran serenatero y bolerólogo profesional, y el guitarrista es Arturo Terán, uno de los mejores de Venezuela y orgullo del pueblo trujillano Burbusay, “el pueblo que está más cerca de la luna”, me comentó el padre. - ¿Y por qué no me los presentaste? - ¡Qué coño te voy a estar presentando! ¿No ves que están más curdos que nosotros? El negro Muñoz Nos acompañamos hasta la esquina de El Cristo. Atrás quedaban Aserradero, La Gorda, San Pablo, Miranda, Reducto, Miracielos y Cipreses. En esta esquina nos detuvimos y entramos al bar La Crema porque Iñaki quería comerse un mondongo de esos madrugadores. Él entró como perro por su casa. Hizo una señal de dos con la mano y el mesonero entendió que eran dos cervezas e inmediatamente después par de mondongos. Allí estaban en una mesa totalmente ebrios Julio Jaramillo, Daniel Santos, el Indio Araucano y Alci Sánchez. En otra mesa estaban Rafael Bosque “El Aguilucho”, Andrés Aguilar Pérez “Papote”, Rafael Castarlenas, Roberto Ruiz y William Blanco abrazado a una guitarra acompañando a Jesús Rafael “El Negro” Muñoz Marquiz, quien estaba decidido a levantarse a una dama algo levantisca que bebía como para ahogar una pena, con un tango de Juan Carlos Cobián y letra de Enrique Cadícamo: {Rara…como encendida te hallé bebiendo linda y fatal...Bebías y en el fragor del champán, loca reías por no llorar... Pena me dio encontrarte, pues al mirarte yo vi brillar tus ojos con un eléctrico ardor, tus bellos ojos que tanto adoré...}6 5 6

Serenata de Vicente Emilio Sojo (música) y Jesús María Ortega (letra). Los mareados, tango de Juan Carlos Cobián (música) y Enrique Cadícamo (letra). 39

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La dama lo miró como agradeciendo aquella letra que se ajustaba a su realidad. El Negro, alzó su mediajarra en un gesto de brindis y solidaridad… {Esta noche, amiga mía, el alcohol nos ha embriagado... ¡Qué importa que se rían y nos llamen los mareados! Cada cual tiene sus penas y nosotros las tenemos... Esta noche beberemos porque ya no volveremos a vernos más...}7 - No digas eso, mi amor, le respondió la dama que estaba embelecada con la voz aterciopelada del Negro… {Hoy vas a entrar en mi pasado, en el pasado de mi vida... Tres cosas lleva mi alma herida: amor... pesar... dolor... Hoy vas a entrar en mi pasado y hoy nuevas sendas tomaremos... ¡Qué grande ha sido nuestro amor!... Y, sin embargo, ¡Ay!, mirá lo que quedó...}8. Los plausos retumbaron, y la mujer se sentó en una silla que Papote acercó al lado de la del Negro Muñoz. Entrelazaron las manos. Hubo mimos y más cervezas. Después de disfrutar las sopas de panza, Iñaki pidió dos cervezas en vasos de plástico y seguimos nuestro camino. Velásquez, Miseria, Curamichate, El Viento y El Cristo. Allí me abrazó y me dijo: - No olvides lo que te dije. Muchas de las cuartetas que encontré estaban escritas en servilletas de taguaras con huellas de lápices labiales y rastros de ron, por eso es que te llamé a ti. Otros se hubiesen ido a una biblioteca o a una plaza a recolectar información. Pero tú no, tú sabes muy bien dónde vas a encontrar la esencia del trabajo. Iñaki siguió hacia el norte de Caracas y yo, poco a poco caminé hasta El Cementerio al sur de la ciudad. Cuando pasaba por la Roca Tarpeya releía la lista y preparaba el primer esbozo en mi mente de lo que sería la metódica: las preguntas, los lugares, días y horas de cada coloquio. Viajar al futuro no es tarea sencilla, más fácil es viajar al pasado. Ambas travesías garantizarían la rigurosidad científica del ensayo. 7 8

Op. Cit. Op. Cit. 40

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El presente no era, precisamente, un conjunto de días sosegados. El presidente Raúl Leoni, una vez en el poder, institucionalizó lo que se cansó de aplicar Rómulo Betancourt: la violación sistemática de los Derechos Humanos creando la figura del desaparecido cuyo fin consistía en crear terror en la población, lograr la desaparición física de los revolucionarios y debilitar a las organizaciones políticas de izquierda. En su rol de títere del departamento de Estado de Estados Unidos, aplicaba las directrices del Plan de las Américas para contrarrestar las protestas en América Latina. La lista de los compañeros para los coloquios la arranqué de la agenda y la fui botando pedacito por pedacito en cuanta alcantarilla veía para evitar que si la Digepol me detuviese no supieran del plan. Teníamos la obligación de cuidar nuestras vidas porque con Leoni se inauguró en estas venas abiertas la política de Estado de desapariciones forzosas y ya se presiente que su gobierno será más sanguinario que el de Betancourt, que es decir bastante. Confieso que una agitación indescriptible se había apoderado de mis emociones. Llegaba la hora de adentrarme al despecho y al dolor que encubría el santoral y el humor. Sabía que durante los coloquios me tropezaría con expresidiarios y presenciaría peleas a cuchillo y vería de cerca el horrible desenlace con un hombre chapoteando en su propia sangre. Al día siguiente ya la estructura estaba hecha. El padre Iñaki me invitó a comer arepas en el Miss Mundo en la avenida Nueva Granada y tal como habíamos acordado, ya todos tenían una copia de Las Celestiales gracias a la generosidad de Miguel Otero Silva. El Gardeliano La tarde del día siguiente me fui caminando al botiquín el Gardeliano de Caño Amarillo. Llegué una hora antes de lo convenido. Pedí una mediajarra Unión y saqué mi cuaderno de apuntes. Varios estudiantes de artes plásticas me saludaron con alegre efusividad. Justo al terminarme la cerveza, llegó Aquiles Nazoa acalorado. El 41

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poeta pidió un vaso de agua y el mesonero, con aire prepotente de ostentar una sabiduría filológica fuera de los parámetros convencionales, miró con displicencia al ruiseñor de Catuche y con voz fuerte lo corrigió: ¿Querrá usted decir, un vaso con agua? El poeta me vio e investido de humildad le contestó: «Si señor, tráigame ese vaso con agua, pero también, un plato con sopa, una jarra con jugo, un litro con leche, una lata con cerveza, una cesta con pan, una totuma con mazamorra, una caja con frutas, una copa con vino, una cajetilla con cigarrillos, un paquete con harina, una olla con caraotas, y si no es mucho pedir, un saco con cemento y un barril con petróleo»9. Un señor que observó toda la escena, dijo entredientes, pero con intención de que Aquiles lo oyera: - Ese mesonero es un idiota. - No, no, no, nada de idiota. Idiotas son los que padecen idiotismo. Simón Rodríguez nos dice que «es hacer demasiado honor a los disparates, el llamarlos idiotismos. Idiotismo es construcción contra las reglas gramaticales, propia de una lengua. Chapurrando palabras, no se forman lenguajes»10. - Dile al padre Iñaki que tenga cuidado con los correctores de estilo, y usted también, rector, con este ensayo que está usted preparando. Resulta que un día al revisar el Credo de una de las tantas editoriales que lo publicaron me llama uno de esos sabiondos que se creen lingüistas sólo porque leen el Reader Digest y escriben con el método Palmer. Le pedí que quitara una “y” porque cambiaba lo que yo quería decir. A los días cuando leo un ejemplar de un lote, tuve que sacar mi pluma fuente para tachar con rabia aquella “y” que el petulante intercaló en la primera frase donde digo que Pablo Picasso es el creador del cielo de la tierra. Por suerte para nosotros en la rockola comenzó a sonar Tomo y 9 Alecia Castillo. Aquiles Nazoa, su vida y visión de Caracas. 10 Simón Rodríguez. Consejos de amigo dados al Colejio Latacunga. 1851. Obras completas. Caracas, Venezuela, Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez. 2016. p. 638. 42

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obligo en la inigualable voz de Carlos Gardel y Aquiles, cual actor de alto vuelo histriónico, cantó junto al morocho del Abasto: {Tomo y obligo, mándese un trago, que hoy necesito el recuerdo matar. Sin un amigo, lejos del pago, quiero en su pecho mi pena volcar. Beba conmigo y si se empaña de vez en cuando mi voz al cantar. No es que la llore porque me engaña. Yo sé que un hombre no debe llorar. Si los pastos conversaran esa pampa le diría de qué modo la quería, con que fiebre la adoré. Cuantas veces de rodillas, tembloroso, yo me he hincado bajo el árbol deshojado donde un día la besé, y hoy al verla envilecida a otros brazos entregada fue “pa” mí una puñalada y de celos me cegué y le juro todavía no consigo convencerme cómo pude contenerme, y ahí no más no la maté. Tomo y obligo, mándese un trago, de las mujeres mejor no hay que hablar, todas, amigo, dan muy mal pago, y hoy mi experiencia lo puede afirmar. Siga un consejo, no se enamore y si una vuelta le toca hocicar, fuerza canejo, sufre y no llores que un hombre macho no debe llorar}11. El dueño del local se dirigió a nuestra mesa con otra mediajarra Unión y una botella de ron Santa Teresa. Le pidió disculpas a Aquiles por el altercado con el mesonero. - Despreocúpese, amigo, y gracias por la atención, le respondió afablemente Aquiles. El poeta llamó al mesonero. Éste, cabizbajo, se acercó a la mesa. Aquiles le puso la mano cariñosamente en el hombro y le contó: - Mire joven, «Nací en la barriada El Guarataro, de Caracas, el 17 mayo de 1920. He estudiado muchas cosas, entre ellas un atropellado bachillerato, sin llegar a graduarme en ninguna. He ejercido diversos oficios, algunos muy desagradables, otros muy pintorescos y curiosos, pero ninguno muy productivo, para ganarme la vida. A los doce años fui aprendiz en una carpintería; a los trece, telefonista y botones del Hotel Majestic; y luego domiciliero en una bodega de la esquina de San Juan, cuando esta esquina, que ya no existe, era el 11

Tomo y obligo, tango de Carlos Gardel (música) y Manuel Romero (letra). 43

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foco de la prostitución más importante de la ciudad»12. Precisamente en el Hotel Majestic, en 1935, un señor muy elegantemente trajeado estaba a mi lado en el lobby interesado en unos poemas míos que yo gustosamente le recitaba. Unos guardaespaldas que evitaban que una multitud de más mujeres que hombres se le acercara quisieron apartarme de él, y este señor, le dijo a uno de ellos: - ¡Dejá quieto al pibe que me está diciendo unos poemas que me gustan mucho! Inmediatamente se dirigió a mí diciéndome: - ¡seguí, pibe, seguí con tus poemas! En lo que terminé el último de ellos, el señor me felicitó, me dio una propina y antes de salir custodiado me preguntó mi nombre. Yo le contesté. – Aquiles Nazoa. Este señor del que te hablo es Carlos Gardel. Aquiles le dio unas palmaditas, y el mesonero, cual muchacho regañado, acusó castigo y de allí en adelante se encargó de que estuviésemos bien atendidos. {Yo no quiero que nadie a mí me diga que de tu dulce vida vos ya me has arrancado. Mi corazón una mentira pide para esperar tu imposible llamado. Yo no quiero que nadie se imagine cómo es de amarga y honda mi eterna soledad}. Epistemología del humorismo - Aquiles, ¿Existe una epistemología del humorismo venezolano? - Contrariamente a lo que pudiera esperarse de un país que manifiesta en el humor el rasgo más definitivo de su carácter, el humorismo venezolano es todavía un territorio inexplorado por los estudiosos de nuestra cultura. Menos accesible a la investigación que la pintura, que el cuento, que la música o la poesía, se explica en los ensayistas su reiterada preferencia por estos temas en los que desde el siglo pasado disponemos de una abundante bibliografía, contra las escasísimas páginas que alguna vez Jesús Semprún, Luis Beltrán Guerrero o Mariano Picón-Salas dedicaron a aquella modalidad tan significativa de la expresión nacional. No tanto como el antiguo 12

Aquiles autobiográfico. El ruiseñor de Catuche. 1950. 44

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prejuicio que le negó tradicionalmente jerarquía artística, cuenta en esta preterición del humorismo el hecho de que el examen de sus manifestaciones es tarea que exige, ante todo, tiempo y paciencia para rescatarlas de las ingentes selvas de periódicos en que se hallan casi perdidas}13. {Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno. Son las mismas que alumbraron con sus pálidos reflejos hondas horas de dolor. Y aunque no quise el regreso, siempre se vuelve al primer amor. La vieja calle donde me cobijo tuya es su vida tuyo es su querer. Bajo el burlón mirar de las estrellas que con indiferencia hoy me ven volver. Volver con la frente marchita las nieves del tiempo platearon mi sien. Sentir que es un soplo la vida que veinte años no es nada, que febril la mirada errante en las sombras te busca y te nombra. Vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez}14. - ¿Qué sería de la humanidad sin la música? Preguntó exclamando viendo la rockola. «Antes de aparecer el hombre sobre la tierra ya existía la música en la naturaleza. Música en sus formas larvarias eran el rugido del oleaje marino y el silbar de los vientos entre los poderosos árboles; era música el rumor de los ríos entre los peñascos y el caer de las torrenciales cascadas; música eran igualmente el bramar de los volcanes, y el trinar de los pájaros, el graznar de las aves mayores, el aullar y el gañir de las fieras y bestias. Siempre hubo música en la tierra, pero aquel mundo de sonidos dispersos no adquirió significación de hecho musical sino cuando el hombre lo recogió en su pecho como en una maravillosa caja de resonancia, y lo revirtió hacia el exterior en formas de ritmo y melodía, base de toda música»15. - Aquiles, ¿Son conocidos y honrados los humoristas en Venezuela? 13 Ensayo escrito por Aquiles Nazoa que sirve de introducción a su obra Los humoristas de Caracas (1972). 14 Volver, tango de Carlos Gardel (música) y Alfredo Le Pera (letra). 15 Aquiles Nazoa. Historia de la música contada por un oyente. 45

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- «Si la obra de algunos de nuestros grandes humoristas como Job Pim, Jabino y parcialmente Rafael Arvelo, tuvo la excepcional fortuna de poder reunirse en libros, hay muchos como José María Reina —de quien apenas conocemos un ocasional folleto—, o como el poeta gastrónomo Chicharrita, cuya cuantiosa producción se quedó, junto a la de varias generaciones de caricaturistas, fragmentada en revistas y periódicos de difícil localización. Apagados con los días del breve tiempo en que brillaron, muchas veces para reencontrarlos hay que acudir a la memoria de las gentes, más que a las bibliotecas y colecciones. Y del ejercicio de buceo, de detectivismo literario que sus nombres nos proponen desde la anécdota callejera o desde los recuerdos amistosos, no siempre regresa el investigador con las muestras literarias más eficaces de la obra que indaga. Además de que muchos de los mejores periódicos humorísticos del país faltan en nuestras hemerotecas públicas, las colecciones que existen y donde pudieran estar nuestros autores, están incompletas o han sido deterioradas por lectores perezosos»16. - Aquiles, leí una crítica que hace Jesús María Semprúm a Pitorreos de Job Pim. Entre otras cosas dice: «Job Pim prefiere echar así sus versos a estas páginas, sin tomarse la pena —que bien lo valían— de adobarlos con afeites antes de compilarlos en volumen. Tal vez eso sea más honrado. Así la crítica podrá percibir fácilmente dónde están los lados débiles, pero también comprenderá las causas de descuidos e incorrecciones, y se mostrará benévola, que es lo menos que puede hacer con estos Pitorreos, ya que prodiga, no digamos benevolencia, sino descarada simpatía a los calamitosos esperpentos que ahora se estilan por obras literarias»17. - Esta crítica destructiva de un camarada a otro debe llamarnos a la reflexión. Es vital que tanto intelectuales como artistas hagan 16 Ensayo escrito por Aquiles Nazoa que sirve de introducción a su obra Los humoristas de Caracas (1972). 17 Jesús María Semprúm, citado en “Palabras y trazos de nuestros humoristas. Antología” de Ildemaro Torres. En Suma del pensar venezolano sociedad y cultura. Orden social. Humor. Caracas, Venezuela: Fundación Empresas Polar. p. 432. 46

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descender sus egos desde la deidad hasta el nivel humano. Sólo así el ego tendrá una función social, no competitiva, más cerca del entreayudarse18 del que nos habla Simón Rodríguez. Este visionario caraqueño explica que el pueblo sabe «que en la enemistad se engendra el odio, y que el odio degenera en aborrecimiento»19, es decir, «el que aborrece sabe ofender y la ofensa pide venganza. Casi no hay caso en que la venganza no se considere justa—por consiguiente todo el mal que pueda hacerse al enemigo es permitido. Se empieza minando la reputación—con esta cae el crédito, se pasa a atacar el honor, y de allí, el dar con la persona cuesta poco»20. ¿Quién es para ti Job Pim? - «Francisco Pimentel “Job Pim” es el más fino y constante exégeta con que cuenta la vida criolla. Su vida la ha dedicado a un quehacer literario caracterizado por su facundia temática, por la maestría y gracia de su expresión y su gentileza de buen “causeur” en verso, muy criollo en la intención festiva y en el acento popular, pero entrañablemente vinculado, en su fondo moral y aun en la docta elegancia de sus formas, a las grandes corrientes del humorismo culto que nos vienen desde Quevedo y Lope de Vega»21. Pepepepedro Cuando ya nos aprestábamos para salir, vimos entrar, algo embriagados, a Gonzalo Fragui y Alfredo Alvarado “el Rey del Joropo”. Se dirigieron a nuestra mesa, nos saludamos con cariño. Alfredo venía con las maracas en sus pies. – ¡Pon un malambo para zapatear a lo argentino!, le gritó al mesonero Alfredo. 18 Simón Rodríguez dice que vinimos al mundo a entreayudarnos, no a entredestruirnos. 19 Simón Rodríguez. Partidos, 1840. Obras completas. Caracas, Venezuela, Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez. 2016. p. 313. 20 Op. Cit. 21 En “Palabras y trazos de nuestros humoristas. Antología” de Ildemaro Torres. En Suma del pensar venezolano sociedad y cultura. Orden social. Humor. Caracas, Venezuela: Fundación Empresas Polar. p. 429 47

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Después del baile de Alfredo, Gonzalo viendo a la barra levantó el brazo izquierdo e hizo un giro con el dedo índice de la mano. Inmediatamente el mesonero trajo dos mediajarras y una botella de vino porque a Aquiles todavía le quedaba ron. Gonzalo, al ver las cervezas sobre la mesa, se dirigió a todo el local y elevando su voz dijo: - «Con la primera cerveza soy un desierto. Con la segunda descubro zonas inexploradas de las muchachas. Con la tercera soy un F-15. Primer viaje al baño: en el espejo un ser inocente sonríe, el animal acecha a punto de saltar. Con la próxima cerveza vibro al compás de la música, a la siguiente descubro que no hay lugar para lo prohibido, una más y agoto palabras de días posteriores. Segundo viaje al baño: el espejo vomita las carcajadas del ser. Con la siguiente compruebo que todas las cervezas van a la mar y la mar nunca se llena. Tercer viaje al baño: el espejo inocente reproduce varios seres que parecen sonreír. Con la próxima cerveza soy un encantador de serpientes. Con la última cerveza soy el rey de la selva. Último viaje al baño. Nadie en el espejo». - ¿Coño, y al vino que te vas a tomar no le tiras nada?, le espetó Alfredo. - «Una botella de vino contiene más filosofía que todos los libros del mundo, Louis Pasteur», citó con excelsa memoria intelectual, Gonzalo. Un estudiante del Centro Rodrigueano de Emancipación Académica Armando Reverón de la Universidad de las Artes, conmovido por el poema que acababa de escuchar, me hizo un gesto para que le presentara a Gonzalo. Acaté el pedido, y nuestro amigo emeritense, después de abrazarle con cariño, le preguntó: - ¿Tú crees en Dios? – Sí, respondió el admirador. - ¿Has leído la Biblia? – Bueno, sí, pero no mucho. – Lo más importante de la Biblia está en el Génesis: «El primer 48

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día Dios dijo: “Hágase la luz” y nació Armando Reverón»22. Los ojos del joven estaban iluminados de tanta emoción. - ¡Qué bueno que estudias arte en un centro rodrigueano! ¿Cómo te llamas?, le preguntó Gonzalo al estudiante. - Pepepepedro. - Te presento al Rey del Joropo. -Mucho gusto. - El placer es mío, respondió Alfredo. - Mire joven, este hombre que usted ve aquí, baila además de joropo y malambo, tap dance y flamenco. También es atracador de bancos, escritor de teatro infantil, profesor universitario de folklore, tarotólogo y brujo. - Por cierto, Pepepepedro, ¿y ese nombre tan extraño que tienes te lo puso tu mamá? - No, señor Gonzalo, yo me iba a llamar Pedro, pero mi papá era gago y cuando me fue a presentar, el escribiente, que era un coñoesumadre, dejó constancia en el libro de nacimientos mi nombre tal y como lo pronunció mi papá. - ¡Qué lavativas nos echa la vida!, exclamó Aquiles al escuchar la historia del peculiar nombre. {Quiero emborrachar mi corazón para pagar un loco amor que más que amor es un sufrir y aquí vengo para eso: a borrar antiguos besos en los besos de otras bocas. Si su amor fue flor de un día porque causé siempre mía esa cruel preocupación. Quiero por los dos la copa alzar para olvidar mi obstinación y más la vuelvo a recordar. Nostalgia de escuchar su risa loca y sentir junto a mi boca como un fuego su respiración. Angustia de sentirme abandonado y pensar que otro a su lado pronto, pronto le hablará de amor. ¡Hermano! yo no quiero rebajarme, ni pedirle, ni llorarle, ni decirle que no puedo más vivir. Desde mi triste soledad veré caer las rosas muertas de mi juventud}23. 22 23

Poema la Luz. Gonzalo Fragui. Letralia 115. Nostalgia, tango de Juan Carlos Cobián (música) y Enrique Cadícamo (letra) 49

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A esta altura de la noche, Alfredo está bailando con una señora. Gonzalo, Aquiles, Pepepedro y yo cantamos abrazados: {Gime, bandoneón, tu tango gris, quizás a ti te hiera igual algún amor sentimental. Llora mi alma de fantoche sola y triste en esta noche, noche negra y sin estrellas. Si las copas traen consuelo aquí estoy con mis desvelos para ahogarlos de una vez. Quiero por los dos mi copa alzar para poder después brindar por los fracasos del amor}24. La bicicleta de jardinero En un momento en que nos quedamos solos, Aquiles y yo hablamos de la naturaleza dialógica y la intertextualidad inagotable de los borrachos y las putas, de las melodías de arrabal con sus historias bohemias de seres inmersos en la cotidianidad, mujeres y hombres que viven de barra en barra y de trago en trago la religiosidad en los altares de todos los bares y burdeles de mala muerte. Hablamos de la vida que yace en el subterfugio de los boleros, tangos, guarachas, mambos, cumbias y serenatas escritas y cantadas por mujeres y hombres que conocen la miseria de los barrios pobres, del campo abandonado por el desarrollismo malsano, seres humanos que en su infancia se acostumbraron, cuales perros callejeros, a las patadas, los maltratos de matones y contrabandistas y a la comida sólo posible al azar de la mendicidad. Hablamos de las melodías que huelen a putas acostumbradas a las caricias de manos ásperas y besos con sabor a ron. Hablamos del mundo impregnado de billares, hurtos, trampas, movidas, atracos, traiciones, caña, maromas, puñaladas, desamores y embrujos de hombres y mujeres que se aferran al santoral como esperanza redentora de redimir sus pecados. - Ya debo irme, nos dijo Aquiles. Lo acompañamos hasta la puerta. - Carajo, Aquiles, ¿tú viniste en bicicleta? - Y pedaleando me voy. Por cierto, cada vez que me monto en 24

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ella, pienso en mi amado padre. ¿Quieren oír algo que le escribí justo antes de venir? - Para nosotros es un placer oírte, Aquiles. - «Ahí va mi padre pedaleando su bicicleta de jardinero. Él lleva sin saberlo la poesía como una violeta en el sombrero y a mi niñez le gustan entusiastamente sus zapatos, que son como unos caballos viejos y cariñosos. En aquellos tiempos estaban muy baratas las cosas. Teníamos una casa de flores que sólo nos había costado a razón de un sufrimiento insignificante el metro cuadrado. Figúrense como estarían las cosas de tan baratísimas entonces, que yo tenía una hermana llamada Lilia a la que no llegué a conocer porque se murió aprovechando lo barata que se había puesto la muerte por aquellos días. Mi padre pagó en cómodas cuotas la muerte de aquella niña. Todos los días al llegar del trabajo, lloraba un poquito sobre el hombro de mi madre. Y en cosa de cinco meses estuvo saldada la deuda con la muerte, cosa que no se puede hacer hoy día. ¡Todo está ahora tan caro! Con decir que las lágrimas están reguladas por el departamento de control de precios. Teniendo yo nueve años y él me imagino que treinta, me pidió delicadamente esa mañana que me volviera de espaldas mientras él se bañaba con sus inocentes calzoncillos, porque el mar le gustaba mucho y estaba amaneciendo. No sé como aquel hombre se las arreglaba para que yo y mi hermana Elba recorriéramos el mundo, pasajeros los tres en su bicicleta de flores; lo cierto es que el buen hombre tenía un exquisito olfato comercial, y los domingos nos llevaba, él puesto su bellísimo sombrero de violetas y sus conmovedores zapatos, y nosotros sus hijos la niñez como un vestido y colinas de estreno, a mágicos mercados donde los campos con sus correspondientes ríos se vendían a dos paisajes por centavo. Y en aquellos lugares mi padre cumplía plenamente su vocación de ladrón irredento, pues regresábamos los tres a casa con un insólito botín de aromas. Y todos nos queríamos mucho por eso. 51

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Una vez nos sorprendió un inmenso aguacero durante uno de aquellos paseos. Cómo teníamos miedo Elba y yo, pues había muchos relámpagos y el río iba creciendo bastante, mi dulce padre nos acogió a su pecho, un hijo a cada lado, y estábamos como debajo de un pan, bien que me acuerdo. Nos besaba con las violetas de su sombrero para consolarnos de nuestro miedo, y parece que lloraba también, no estoy seguro. Y desde luego porque en esa ocasión y lugar oímos mi hermana y yo latir el corazón de nuestro padre Rafael Nazoa bajo la tempestad, es por lo que desde entonces nos sentimos a rato tan desdichados en esta vida. Y sin embargo, si ahora mismo nos fuera dado elegir: entre aquella hora y el destino a que fuimos implacablemente condenados, yo y Elba elegiríamos el que nos señaló nuestro indefenso padre aquella tarde que no olvidaremos, pasajeros los tres en su poética bicicleta de jardinero»25.

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Aquiles Nazoa, La bicicleta de jardinero. 52

AQUILES Y YO

Mercedes Franco Novelista, docente, cronista y escritora de literatura infantil. Ha trabajado los relatos de terror y leyendas de la tradición oral. Autora de las obras Cantos de Sirena (Crónicas, 1987), La Piedra del Duende (Cuentos infantiles, 2000), Crónica Caribana (novela histórica, 2006), Ribas el invencible (Cuento) y La Sayona y otros cuentos de espantos (2015). Merecedora del Premio Rómulo Gallegos, (2007), Lista de Honor del IBBY (1998), y en 2009 fue nominada al Premio Astrid Lindgren de literatura infantil.

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AQUILES Y YO Mercedes Franco

Cuando yo era niña era poeta. El mundo era reciente y brillante, tanto que me encandilaba. Era nuevecito y fragante, como un juguete en su caja. Limpio y reluciente, como las calles del barrio después de una lluvia fuerte. Yo inventaba palabras con que nombrar todas las maravillas que veía. Clariposas errátiles entre las flores, azucielos en la hierbalda. Nunca era suficiente. Fue por esos tiempos cuando conocí los poemas de Aquiles Nazoa. Mi maestra Zoraida Aguilera, que se parecía a la luna o a un personaje de Aquiles, me regaló la “Antología de poesía infantil venezolana”, de Rafael Ángel Insausti. Allí había encantadores versos de Morita Carrillo, Héctor Guillermo Villalobos, Carmen Delia Bencomo, Beatriz Mendoza Sagarzazu y otros. Y también estaban los de Aquiles Nazoa. Inmediatamente los elegí y los designé como míos. Contenían todo lo que veía, olía, saboreaba. Contenían la belleza del mundo. Decidí copiarlos aparte, en un cuaderno, para que fueran más míos. Y ellos lo entendieron y se volvieron míos, para leerlos y releerlos, para decirlos a solas, con las hojas y los tordos como único público, cada vez más cautivada y asombrada, no solo por las cosas que el poema nombraba y describía, sino por la forma sutil y nueva en que las decía. 54

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Pensé que los otros poetas de esa antología eran adultos, pero no Aquiles Nazoa. En mi inmensa sabiduría de ocho años, yo sabía que él era un niño, como yo. El poema que leí primero fue la elegía a Mambrú, y para mí fue un gran consuelo, porque siempre había querido saber qué pasó con el pequeño cuerpo dormido de ese valiente capitán de mis juegos, que había marchado a la guerra sin saber cuándo volvería. Cómo todos los guerreros. ¿Dónde habría quedado su cara de suave oruga de campo? ¿Dónde la roja florecita de su gorra? ¿Dónde sus brazos de ramas verdes? Era reconfortante saber que la hierba lo había recibido “en casa fresca” y que su espadita de guerra tan pequeña, fue guardada por alguien en la funda olorosa de una almendra. “Si lo encuentras mañana dormido en el camino, alisarle el cabello con tus dedos de lino.” Su paso marcial entre las rosas y las cayenas se me reveló íntimo y diminuto, alegre y eterno, como el vuelo de oro de las abejas. El poema “Los días de la semana” también me arrojó muchas verdades poéticas a las manos, grandes y bellas verdades. Vi en toda su luminosa certidumbre la levedad del jueves, “azul como un dedo de cielo”. Y esa gran claridad del jueves me ha acompañado durante toda mi vida, igual que el dulce tintineo del domingo, “una campanita que todo el año toca alegre”. Descubrí para entonces con regocijo que a Aquiles, al igual que a mí, le gustaba la lluvia. Ya tenía confianza con él, así que lo llamaba por su nombre, Aquiles. Había establecido un diálogo permanente con él. Ya más que mi amigo, era yo misma, pero con otra voz, ajena, cercana, transparente y más hermosa. Y éramos el mismo, la misma, porque nos gustaba la lluvia tanto como les gusta a los pájaros. 55

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“Luz de arriba remozada y abajo llueve que llueve, cruje su sandalia breve sobre la arena mojada”. Este poema empapó mis silencios y se quedó dentro de mí, pero yo me lo llevaba a la boca de cuando en cuando, solo para regodearme en esa magia pluvial, y tratar de adivinar, entre la cortina gris del agua, a esa ninfa nublada de las torrenteras, de crujiente sandalia breve, y sentir en el aire el trazo vibrante de sus alas. Traté de hacerme unos zapatitos de lluvia, como los de la pordiosera. “Cuando la niña pisa saltan luceros”. Y con unos retazos de tela color de niebla, que saqué del cajón de costura de mi madre, me fabriqué una especie de escarpines, que me cubrían los pies, pero cuyo carácter lluvioso nadie entendía. Mientras crecía los poemas de Aquiles crecían conmigo, cobraban nueva forma. Su voz resonaba sobre todas las cosas, nombrándolas, reinventándolas, y también resonaba en ecos maravillosos sobre mi vida, sobre mis libros y sobre la gente que veía y las cosas que hacía. El nombre de María era ciertamente la voz del agua clara, porque ese nombre, María, tiene la cualidad de ser nombre-canción, se desliza al ser pronunciado como una sonata brevísima y delicada, con la misma dulzura musical de los manantiales. Fui notando que muchos niños se acercaban con alegría a la obra de Aquiles. Es evidente, los niños se identifican con la poesía de Aquiles Nazoa no solo por la diafanidad de su lenguaje, sino por esa condición poética y lúdica, tan presente en toda su obra, al igual que en la vida cotidiana de los niños. No se puede decir que escribió para los niños, pero sí desde la infancia, y desde ese planeta transparente es como mejor se aprecia su obra. El poeta Aquiles Nazoa era un hombre-niño, y era un niño poeta. Por eso le emocionaban los caballos, y los alimentaba con rosas y gladiolos. Por eso amaba la hermosura simple y perfecta, esa que se halla en las monedas viejas, en las barbas de los mendigos y en la voz niña de Jenny Lind, el ruiseñor de Suecia. 56

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Mientras dibujaba en sus versos la pureza del agua, de los animales y de las cosas, Aquiles también hacia humor. El humor en su poesía corresponde a esa faceta lúdica de su alma, de su ser. A la manera de los niños, encontraba el humor en todas las cosas y lo ejercía con gran alegría y sutileza. Con gran delicadeza, con sencillez jovial, pero totalmente ajeno a la vulgaridad y a la escatología de muchos seudo humoristas actuales. Desterrada ya del radiante territorio de la infancia, iniciando mi vida en la UCV, el universo me concedería uno de mis grandes deseos: conocer al mago de mi huerto, al poeta tutelar de mi vida, mi ángel de guayaba y membrillo. Fue en la Escuela de Letras, donde Aquiles Nazoa apareció frente a mí una tarde, en plena Renovación Universitaria. Era el! Me inscribí con veneración en su cátedra de Literatura y Folclor. Todas las tardes preparaba en mi mente uno o dos párrafos, donde le diría lo importante que había sido para mí, cómo me había acercado a su espíritu, como gracias a él había aprendido a encontrar la belleza en todas partes. Pero nunca me atreví. Y así me quedé muda sin él. Sin que nadie lo esperara se nos fue de repente el ruiseñor de Catuche, el poeta de la acequia y el sueño, Aquiles el de los niños, el gran poeta de Venezuela, dejando tras de sí un rastro de luciérnagas y un galope bien bonito de estrellas.

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MEMORIAS DE UN TRANSEÚNTE SONREÍDO

Roberto Malaver Periodista y escritor. Fue presidente de la Agencia Venezolana de Publicidad. Moderador del programa “Como Ustedes pueden ver”, conocido como Los Robertos, transmitido por Venezolana de Televisión. Editor del suplemento comico-politico “El Especulador Precóz”, articulista en el periódico Últimas Noticias. Autor del libro El discurso más claro de la historia. Obtuvo el Premio Pedro León Zapata de literatura humorística y el Premio Nacional de Periodismo (2005).

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MEMORIAS DE UN TRANSEUNTE SONREÍDO Roberto Malaver

Hay dos grupos de humanos con problemas de memoria, los judíos que no saben olvidar, y los venezolanos que no saben recordar. Juan Nuño Hay momentos en que uno se detiene a pensar en lo mucho o poco que ha vivido intensamente. Momentos buenos que uno va acumulando para recordarlos siempre. Sobre todo, momentos en los que uno supo reírse con ganas, porque reír es una de las más claras demostraciones de felicidad. Y de eso se trata hoy. De recordar y volver a vivir aquellos momentos en que leí y compartí los textos de Aquiles Nazoa. De cuando una vez llegó Aquiles a la sede del Canal 5, donde presentaba su programa Las cosas más sencillas. Y aquella vez habían cambiado el portero, por eso, cuando Aquiles intentó entrar, el hombre lo detuvo y le preguntó. -¿Qué desea, señor? - Deseo que fluya el libre tránsito, que haya flores y frutos en todos los hogares, que… -Pase, pase.- le dijo el portero. Lo supimos porque lo leímos hace mucho tiempo en la prensa. Así como leímos su querido y famoso libro: Humor y amor. Y ocurre que cada vez que uno está presente en algún lugar de esos de los que Aquiles hizo una fiesta del talento, uno comienza a recordarlo. Por ejemplo; una va a un museo y se acuerda de aquella pareja de señoras que entraron al museo y solo estaba allí un pintor de brocha gorda pintando. Y una de las señoras comienza a decir: -Come he, you, come he, you. 59

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Y el pintor de brocha gorda se vuelve y le contesta: -¿Mejía? Aquí no come ningún Mejía. Y luego las dos señoras se ponen a hablar acerca de una obra que está pegada de la pared. Y una de ellas dice: -Esta obra es maravillosa Y el pintor le dice: -No señora, esa no es ninguna obra, eso es un parcho poroso que me quité y lo pegué de la pared mientras pinto. Una de las características propias de Aquiles fue devaluar a los nuevos ricos, a esas personas que de la noche a la mañana por un golpe de suerte, o por un acto de corrupción, generalmente, quieren aparentar lo que no son. Y si uno analiza bien toda su obra, se encuentra con que casi nunca hizo juegos de palabras. Esa costumbre que tiene mucho humorista, Aquiles no la usó mucho, sencillamente se apoyó en lo cotidiano, en lo que todos conocemos, para hacernos reír con su talento. Así, nos encontramos con su texto El arrocito de los López, donde Aquiles hace un maravilloso juego de palabras. En esa fiesta donde pasa de todo, llega un momento en que la señora de la casa ve a un borracho que se está tomando un trago y le dice: -Mire, señor, tenga la bondad de dejar ese vasito ahí. Mire que usted tiene muy mala bebida. Y el borrachito, con esa rapidez típica del venezolano, le contesta: -¿Mala bebida? ¡Noo, misia! Mala bebida es el lavagallo que ustedes dan aquí. Antes, en esa misma fiesta de los López, también hay otro juego de palabras, cuando el dueño de la casa, el hombre de la casa, como lo llama Aquiles, está buscando un tirabuzón para abrir una botella de ponche crema, y la señora le dice que no hace falta, que eso se abre con una almohada que se pone contra la pared y se le va dando por el fondo a la botella y se abre, y el hombre de la casa le dice: - Pero es que no hay almohada, sino el cojín de la sala que tú dices que es de Perucho… 60

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Y la señora responde rápidamente: -De Perucho, no, niño, de peluche. En fin, uno va llenando sus momentos de felicidad con todas esas lecturas. Porque afortunadamente tuvimos un humorista que supo –sin calificativos ni vulgaridades-, solo con su talento, llegar a todos nosotros. Como decía, cuando uno se encuentra en un lugar de esos que Aquiles nos supo contar todo lo que pasaba ahí, a uno no le queda más que recordar esas lecturas. Así vamos a esas reuniones donde hay gente emperifollada, como diría él, que se pone a a hablar no para escucharse ellas sino para que los demás sepan lo que les ha pasado o lo que les está pasando. Como pasa en su texto Venezuela libre asociada o la generación del 5 y 6. Allí nos encontramos con dos señoras que están dialogando y una de ellas dice que su esposo está en París dando una trasferencia –en vez de conferencia- en la universidad de las Hormonas. Y la otra señora contesta: -Ay, eso es fantástico, ¿y sobre qué versaba la coincidencia? -Gua, sobre antropología. Usted sabe que él se graduó de antropófago. La llama generación del 5 y 6 porque es esa generación que seguro pegó un cuadro millonario y sale a darse su puesto en el mundo de las ridiculeces. Y en el manejo de las situaciones cotidianas, de esas que están tan cercas que nos pasan todos los días, también Aquiles las conoció, esas situaciones donde por ejemplo un taxista va a buscar a los pasajeros y llega gritando: “Pasajeros pa Barquisimeto”. Y allí pasa de todo. Porque está un intelectual discutiendo con su esposa, y entonces el intelectual le habla a su señora y al taxista. -Pero mi amor, yo te juro que…Aquí no hay ningunos pasajeros, está equivocado. Y en ese momento se despierta el niño y se arma una bulla en la casa y nuevamente se vuelve a escuchar la voz del taxista gritando: -¿Qué hubo, pues? ¡Esos pasajeros! 61

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Y la señora le habla al niño que se despertó. -Ya va mi amor, ya yo le voy a llevar su teterito. Y de repente el taxista vuelve a gritar. -¿Cómo? ¿Cómo es el golpe? Es precisamente esa manera de mirar tan inteligente y humorista que tenía Aquiles, es lo que lo hace más cercano a todos nosotros, porque asimila como nadie esas situaciones cotidianas a las que sabe sacarle todo el partido posible. Así pasa también con su texto Tráiler de una película mexicana, donde una mujer sale huyendo chorreando sangre y detrás va otra mujer con el pico de una botella persiguiéndola y le dice: -Y que no te guerva yo a ver sonsacándome al marido, porque entonces sí es verdad que te la meto por la barriga y le doy guerta adentro. Así como su hermano Aníbal Nazoa, manejó el humor en todos los géneros en su libro Obras incompletas, así también Aquiles Nazoa hizo humor en prosa, en poesía, en radio y televisión, y sobre todo, en las cosas más sencillas.

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Laura Antillano Narradora, poeta, ensayista, crítica de cine y fotografía, promotora cultural y titiritera. Ha desarrollado una importante obra en el género infantil y juvenil. Entre sus novelas destacan: La muerte del monstruo comepiedra (1971), Solitaria Solidaria (1990), Narcisa ha desaparecido (2006), Ciudad Abandonada (2012). Entre sus relatos: La bella época (1969), Un largo carro se llama tren (1975), La luna no es de pan-de-horno (1988), Tuna de mar (1991), ¿Cenan los tigres la noche de Navidad? (1991), Ha recibido múltiples premios, destacando el Premio Nacional de Cultura, Mención Literatura (2014).

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AQUILES, CRÓNICA DE LA IDENTIDAD PROFUNDA Laura Antillano

Earle Herrera en su ensayo magistral sobre la crónica como género, es acertado en la revisión sucinta del concepto descubriéndonos que la buena crónica incluye el ejercicio de la poesía en ella. “Cuando una crónica nos atrae o nos deslumbra independientemente de los he4chos que narre o de las opiniones que deje traslucir su autor, cuando en ella encontramos algo indefinible pero presente, un cierto encantamiento, una como magia que surge en metáforas e imágenes, cierta musicalidad en su construcción, una extraña fuerza que emana de la palabra: eso es poesía. Y al suceder esto en ese breve espacio de la crónica, el acto de la comunicación se convierte en comunión. Y el cronista ha logrado instalarnos en una nueva realidad, creada por la palabra, fundada por el verbo, fecundada por la poesía”. (Herrera Earle, 2014). Si hay algún autor en Venezuela, cuya obra asentada en el género de la crónica, pone de manifiesto lo señalado por este concepto de Herrera es Aquiles Nazoa. Si consideramos su escritura en general, descubrimos, que la concepción del hacer crónica se respira en su poesía, en sus relatos y en toda su escritura referencial. De manera obvia o subterránea, este escritor hace crónica en su descripción activa de los acontecimientos y escenarios, cuya selección realiza continuamente en el acto mismo de escribir. La crónica se considera un género fluctuante entre el periodismo y la literatura, lo que revela entonces la vena periodística de Aquiles Nazoa como una constante en todo el desarrollo de su escritura. 64

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Y en ese universo tan amplio, hemos escogido su referencia a Caracas, la ciudad donde nació y que amo siempre con gratitud y dolor, solidario y conmocionado ante su historia o vivencia del presente cotidiano. Vamos a hablar de la Caracas vista y vivida por un gran escritor, periodista, poeta, cronista de primera línea, comprometido desde su cotidianidad, su obra y su esencia humana con este país y nuestra América; un verdadero maestro de la crónica desde muchas perspectivas, dado que cuando realiza su escritura en otros géneros diríamos que sigue haciendo crónica a través de ellos. Definitivamente: una revisión de su libro Caracas física y espiritual nos pone en contacto con lo que significó para Nazoa esta ciudad. El libro nace de una propuesta del autor de abarcar Caracas de una manera libre y múltiple, lo que define en la introducción misma de este texto, publicada en su primera edición en 1967. “Acerca de mi libro Caracas, física y espiritual.-“Mi libro en apariencia no sigue un orden coherente, ni régimen alguno. Por su variedad y su bizarría, por su cambiante diversidad de temas, de tonos y aún de estilos, más que un libro parece un viejo carro de mudanzas, una de aquellas carretas atestadas de corotos tristes, que en los antiguos tiempos de Caracas congregaban la curiosidad de los vecinos a la puerta de la casa de dónde días antes había salido un muerto.”(,,,) Su discontinuidad es deliberada, pues quise dar en el conjunto una imagen de su tema, quise trasladar al ánimo del lector el cuadro de ésta ciudad martirizada; de mi amada Caracas interceptada en su proceso histórico normal, fracturada en su paisaje, inconexa en su topografía, heteróclita en su arquitectura, en sectores la capital más amable de los trópicos y en barrios enteros la capital más ingrata de la Tierra. (…)Me senté a escribir un libro de Caracas y lo que me salió fue un kaleidoscopio. No por el estilo sino por los temas (…)un reguero de cositas pequeñas y coloridas, de botones deslumbrantes, llaves abandonadas, relojitos que ya no andan, una rara moneda, ovillos multicolores, desechos del tiempo cuyo destino es la diáspora 65

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y el olvido, intimidades tiernas en las que nadie se reconoce, como las que descubre el transeúnte cuando en una mudanza que pasa se abre la gaveta de la máquina de coser.(…) De esas pequeñas cosas está hecha la vida secreta de las ciudades”, (Nazoa, Aquiles, 1967). Combina aquí el escritor, desde una relación histórica minuciosa de lo que fueron los orígenes de la ciudad, haciendo énfasis en las aguerridas luchas entre los invasores y los pueblos originarios, hasta relaciones emotivas ,llenas de detalles de asuntos como la llegada de la electricidad o de los helados, la presencia de la ventana como detalle arquitectónico de significación social, el nacimiento de la estructura de las calles en relación con los ríos y el uso de las aguas como elemento que produjo la planificación en colectivo, la presencia de terribles epidemias que diezmaron a los habitantes de la ciudad e instauraron el uso de la botánica autóctona en el uso medicinal, la memoria de personajes como el Duque de Rocanegras, la historia de la llegada de la radio, y finalmente un análisis ,diríamos que doloroso pero , de lo que fue produciendo la anarquía arquitectónica de la Caracas de la llamada era del petróleo. Una vertiente fundamental de esta selección de sus crónicas es la investigación del origen histórico de la ciudad. Y para ello ubica la presencia de los conquistadores españoles y el contrapunteo con la población autóctona, en la guerra colonizadora, cuyo proceso conduce a la fundación de la ciudad como tal. El escritor se pone, inicialmente, en la perspectiva del invasor para señalar este encuentro y lo describe en su prosa poética sugerente: “(…) Lo que encontraron fue un mundo virgen regido por el sol y las aguas, donde los seres humanos eran otra fuerza ciega de la tierra como las tempestades y como las fieras; donde la lengua que se hablaba se confundía con los ruidos de la naturaleza, y los hombres tenían los mismos nombres que las plantas, los ríos, los insectos y los pájaros. No venían en ese mundo de desamparo a enfrentarse como en otras tierras de América, a estructuras estadales orgánicas con sus centros nerviosos y sus blancos de ataque concentrados en grandes 66

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núcleos de población, sino a un vastísimo territorio de tribus dispersas, de grupos clánicos cuyo enfrentamiento exigía tácticas de cacería más que estrategia de guerra.” Esta relación donde compara el proceso en Venezuela con lo ocurrido en otros territorios (como el imperio Inca o el Azteca, pensando en lo que llama “estructuras estadales orgánicas”), señala una importante consideración a la hora de revisar los procesos sociales que vinieron en continuidad. Y sitúa entonces a Francisco Fajardo como iniciador de la gesta que definió el lugar de la ciudad: “(…) Ajustada la paz con las tribus de arbacos, taramaynas, y charagotos que poblaban el lugar, entre las laderas de lo que hoy se llama El Calvario y la región noroeste de Catia, por la facilidad que permite el terreno para los movimientos a caballo y su proximidad con el mar, eligió Francisco Fajardo el punto donde levantó cercas para el ganado y una ranchería, a todo lo cual le dio el nombre de Valle de San Francisco, así dio el primer signo de su nacimiento la ciudad de Caracas”. Aquiles Nazoa hace un relato detallado de los sucesos y sus elementos, haciendo ver la complejidad de las circunstancias que fueron dando vida a Caracas como comunidad pasando por continuas vicisitudes. Revisa los pormenores del proceso de la Conquista, y su relato está regido por el interés detallista de quién quiere contar los orígenes de un país desde la formación elemental de los grupos humanos que participaron en ello a partir de sus intereses. Insiste en los intentos de varios jefes de la Conquista. “(…) Venciendo la vacilación de los que al mencionarles el lejano Valle evocaban los sucesivos fracasos de Fajardo, de Rodríguez Suárez, de Narváez, de Bernaldez, logró reunir Lossada entre caballeros, soldados, indios y amigos y gente de servicio, unos mil hombres con excelente equipamiento, algunos de ellos fundadores de ciudades y muchos poseedores de los más sonoros títulos nobiliarios. (…)El 26 de marzo de 1567 contempla Lossada desde las alturas de San Pedro el fastuoso espectáculo de los guerreros de Guaicaipuro que venían a 67

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su encuentro. Empenachados con plumajes de los más lujosos colores y acaudillados por sus graves caciques, con bullicio y entusiasmo que parecía de fiesta, allí lo aguardaban para darle combate los tarmas, los mariches, los Teques, los arbacos”. (p.19) La crónica de Nazoa tiene la fuerza teatral que da vida a los personajes y nos hace la experiencia histórica más cercana, desde una perspectiva emocional. Y analiza en esta guerra la decisión de Lossada con relación al nombre de la ciudad que fundará imponiendo el poder: “Un hecho significativo de que sus preocupaciones de ese momento no son arquitectónicas sino bélicas, sería el de haber asociado, para bautizar la ciudad, con nombres de tan belicoso contenido, como el de Santiago, el santo patrón guerrero de las Españas, y el de una de las más aguerridas tribus del Valle”. (p.21) Cuenta Nazoa que en 1568 en lo que hoy es Catia y era la explanada de Maracapana se produjo “ la operación de más basto alcance que en aquellos tiempos intentaron las tribus para desalojar de su valle a los españoles” (…)”recelando Guacaipuro por equivocados indicios que la conjura había sido descubierta por los españoles optó por replegarse con su gente y abstenerse de concurrir al combate.(…)La propia táctica de los indios de acometer al enemigo ciega tumultuariamente en el pequeño espacio de que disponían, sumada a la de los españoles de soltar sus caballos a la desbocada sobre los nutridos tumultos, resolvió la batalla en hecatombe de tribus enteras y dolorosa huida de indios heridos. De los caciques más valerosos solo quedó en el campo Tiuna, quien murió increpando al propio Diego de Lossada para que se enfrentara con él en lid de cuerpo a cuerpo”. (p.23). Recorre el escritor multitud de hechos que señalan devastación, muerte y angustia, igual que heroicidad de parte de los pueblos originarios y no disgrega las razones del conflicto territorial, que finalmente tendrá la fuerza bruta como herramienta para obtener el triunfo. “Levantada sobre ese cimiento de sacrificio nacía la pequeña ciudad. El aliciente de su fundación había sido el oro, pero para aquerenciarse pronto con la 68

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tierra tenían allí mismo los forasteros la invitación de uno de esos paisajes en que el hombre se siente llamado a las tareas elementales del sembrador y del pastor. En el Avila conocían el milagro cromático de un monte que no obstante su elevación y majestad, en lugar de infundirle a la villa esa adustez típica de los lugares montañosos, les resultaba más bien el más generoso proveedor de colores.”(p.29). El libro de Nazoa va viajando por las distintas circunstancias que van haciendo de un espacio y unos habitantes, una ciudad, atraviesa el proceso germinal de la misma. Su visión de lo geográfico va hilando para relatarnos los hechos, con el desglosamiento de las necesidades y las respuestas que da el habitante para definir su cotidianidad. Así, sobre el siglo XVIII anota Nazoa: “Las calles servían a la vez de acueductos: merced a la pendiente continua del suelo, el agua bajaba con facilidad desde el Catuche por acequias tajadas en el medio de la calle, y de allí la tomaban los vecinos en grandes ánforas para llevarlas a sus viviendas”. (p.31). La necesidad del agua y su disposición por decisión colectiva de los nuevos habitantes: “El agua tuvo la virtud de educar a los vecinos en el amor a las tareas de interés colectivo. Cada sector tenía la obligación de conservar en buenas condiciones el tramo de acequia de que se servía. Tuvo además la de concentrarlos en un núcleo viviendario orgánico y urbanísticamente bien definido –lo que facilita en las ciudades la acción de los servicios públicos- y, finalmente, con el asesor topográfico más experimentado le señaló con el impulso natural de sus corrientes, la dirección en que podían abrir las nuevas calles.(p.33). Tenemos noticia de como la definición de ciudadanía va apareciendo como generada por la praxis en colectivo. Aquiles se sitúa entonces en la aparición de los grandes problemas de salud que su investigación le revelan. Las que son nuevas enfermedades para el colonizador y su descendencia y la inclemencia del clima. “Después de la plaga de langostas que había arruinado la agricultura en 1574, no experimentaron los pobladores otra calamidad pú69

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blica que el incendio que destruyó en 1579 la ermita de San Mauricio; pero en 1580, sin disponer para su defensa de otro recurso que el de las inocentes rogativas a San Pablo, el Valle es cruelmente atacado por un mal desconocido y terrible. Esa fue la epidemia de viruelas que decidió por fín en favor de los españoles la lucha contra los indios, dejando a miles de ellos tendidos por los campos, pero también diezmó a las tribus ya amansadas y a las familias pobladoras, y al restarles sus mejores brazos a la tierra paralizó la producción.”(p.34). En dos pinceladas el autor nos analiza como la circunstancia de que la enfermedad sea desconocida totalmente para la población autóctona, se convierte en un aval para los españoles en el plano del enfrentamiento por el poder. “La voluntad de sobrevivir los llevó tempranamente a asociar a sus rogativas y plegarias los recursos medicinales de la botánica indiana y las técnicas de los piaches, dando así de una vez origen a la brujería criolla de los sahumericos, mágicos, a la creencia en los poderes omnidefensivos de la piedra del zamuro, a los cultos hídricos como los que todavía perduran en las botellas de agua colocadas junto a la tumba del Beato José Gregorio Hernández en el Cementerio de Caracas.”(p.36). La arquitectura, la construcción de los espacios de vida de la ciudad, son tema significativo para el escritor y en el desarrollo de su crónica, la referencia investigada es permanente. “Si por el Avila define la ciudad su vocación de vuelo, por sus ventanas anuncia la gentileza de una arquitectura que estuvo entre las primeras en comprender la significación de la luz y del aire como materias constructivas (…)Pues, nuestras ventanas fueron concebidas, además, para que por ellas entraran a las casas el amor y la música. Si desde dentro servían para asomarse como a un libro abierto a la crónica ebullente de la vida, desde fuera figuraron largo tiempo como santuarios o altares del amor, o como resonadores de estremecidas serenatas. Atributo inseparable de la feminidad criolla durante casi tres siglos, y en el que la imagen de la mujer de Caracas tiene su 70

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complemento más cabal, no solo crearon una peculiar psicología de la coquetería y el fisgoneo, (…) modelaron una tipología anatómica conformada a las artes de asomarse y acodarse con gracia”. (P.74). Como nos habló de la definición de las calles y la importancia de los ríos y las aguas en el desarrollo del espacio urbano, que va dibujando sus contornos, nos relata la crónica de la llegada de la electricidad en su proceso histórico. “La luz eléctrica se conoció en Caracas el 28 de octubre de 1873 cuando en homenaje al Libertador el día de San Simón se hicieron varios ensayos de iluminación dirigidos por Vicente Marcano. También se ensayó el sistema al inaugurarse la estatua del Libertador al año siguiente, mediante una planta que instaló y manejó el Doctor Adolfo Ernst en la casa del antiguo correo, donde hoy se encuentra el edificio de la gobernación. El experimento se repitió la noche del 27 de octubre de 1884 ya bajo el gobierno del General Joaquín Crespo en el Teatro Municipal “(p.94.) Por sus investigaciones y su curiosidad sabemos de asuntos como la relación entre Don Cecilio Acosta y los helados: “En 1856 el señor Fausto Teodoro Aldrey, fundador del periódico La Opinión Nacional, anexa a su “Café Español” la primera heladería de Caracas. La solicitud de permiso para establecerla fue redactada por Cecilio Acosta en un poético memorial en que exaltaba la significación de los helados como estímulo de la amistad. “Los sorbetes –dice allí- sirven de aliciente al espíritu de asociación, matan los rencores y hacen que los hombres se acerquen y se entiendan”. (p.100). En los años veinte, década del nacimiento del propio Aquiles Nazoa, aparece la radio en Venezuela: ”En abril de 1926 los periódicos de Caracas publicaron corteses notas de primera página dando su bienvenida a los señores Luis R. Scholtz, Albert Muller y David Lewman, que llegaron de New York para montar el equipo destinado a las trasmisiones de radio en la ciudad”(…) Después :“Casi no había hombre de Caracas que de las sie71

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te de la noche en adelante no estuviera en algún rincón de su hogar , inmóviles los abiertos ojos en la actitud estática de un magnetizado manipulando su primitivo receptor con la bocina pegada al oído, y llamando a cada instante a la familia para que vinieran a oír la onda que había sintonizado . El punto del piso donde fijaba el polo de tierra del aparatico, se mantenía siempre mojado por los abundantes vasos de agua que había que echarle para mantener la recepción en buenas condiciones”. (p.180). Estas relaciones de lo pintoresco, emotivas, son señal indicadora de cómo se fue haciendo el “caraqueño” a través de procesos colectivos de identificación con modos y costumbres. Culmina en este libro con un análisis crítico, sumamente interesante, acerca del diseño arquitectónico de la urbe, en el que destaca con entusiasmo la labor del arquitecto Carlos Raúl Villanueva en la transformación de lo que fuera la barriada que hoy es la Urbanización El Silencio, concebida durante el gobierno de Medina Angarita, en pleno centro de esta capital. “No conoce la historia de nuestro país una experiencia tan interesante como la que representa ese enorme cuadro de ciudad nueva, donde el arquitecto Carlos Raúl Villanueva logró conciliar corrientes de tan diversa orientación como el Criollismo Colonial Hispanoamericano, el Funcionalismo Espacial de Le Corbusier y las teorías de la ciudad-jardín ensayadas por Ebenezer Howard en Inglaterra. Dar a Caracas una arquitectura en la que el hombre venezolano se sintiese vinculado a su tradición hispánica, satisfaciendo al mismo tiempo las urgencias de la vida contemporánea, y disfrutando de un grato contacto con el paisaje a través de los árboles, del agua y de las flores, fue un propósito espléndidamente cumplido por la reurbanización de El Silencio y también por la enorme red de concentraciones escolares que en esa misma época se extendió por todo el país” (p.196). La bien fundamentada preocupación de parte de quien es sensible ante los graves problemas que vive la mayoría en la ciudad, no 72

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puede más que analizar críticamente la cara de esa realidad que le dolía, constituyéndose en tema central de su visión de la Caracas de entonces: “La constante tensión psíquica derivada del hacinamiento, de la miseria, de la soledad, de la invasión brutal de la urbe por el automovilismo, de la desconfianza recíproca suscitada por el florecimiento del robo y del crimen, agriaron el carácter de los ciudadanos y los hicieron ásperos, levantiscos y espiritualmente duros. Favorecidos por el conformismo campesino que se hizo característico en la vida de la ciudad, proliferaron los edificios oscuros, estrechos y feos, a cuyos deficientes servicios sanitarios no llega el agua; los transportes públicos destartalados, sucios y pésimamente atendidos por trabajadores sin conciencia de servicio, descendieron a su punto ínfimo de eficacia. La radio y la televisión para satisfacer, los gustos primitivos de su auditorio mayoritario, llegaron a los más altos extremos de la chabacanería, el ruido y la estulticia adoptada como forma de arte” (p.198). El cerrar el libro con este ensayo tenaz en su crítica incisiva revela el punto de vista más álgido de su mirada a Caracas: “Como en ninguna otra ciudad nueva de América, en la Caracas de hoy pueden constatarse algunos de los perjuicios que es capaz de causar el dinero cuando pretende remplazar a la Cultura. Para la empresa de convertirnos la capital en una de las ciudades más desagradables de que se jacta el Continente, convergieron aquí dos de las formas más estultas y perniciosas de la riqueza. A la estrechez espiritual de una clase media urbana semi-iletrada que se había enriquecido en el ejercicio de la usura, en la importación de baratijas norteamericanas o simplemente en el juego de caballos, se asoció el aldeanismo de algunos propietarios rurales que vendieron sus últimos novillos y se vinieron a la capital en busca de más productivos negocios. En un país menos flexible a los caprichos de la propiedad privada –o por lo menos más atento a las resoluciones de los Congresos Internacionales de Arquitectura y Urbanismo- la simple inversión de dinero no les hubiera otorgado a sus inversionistas el 73

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derecho a erigirse en ductores estéticos de la ciudad. Pero no hay en Venezuela una ley –ni por lo visto una autoridad- que defienda el derecho de las ciudades a ser bellas”. (p.199 y 200). (…) De tan intrincada controversia de intereses, la nueva Caracas va surgiendo como una ciudad improvisada, hecha para satisfacer pequeños caprichos y ambiciones, no verdaderas necesidades; desprovista de aquellos estímulos espirituales que necesita el hombre para hacer de la existencia un oficio agradable y creador.” (P. 202). La postura crítica de Nazoa revela su preocupación por el contexto cultural, la necesidad de buscar coherencia estética en la construcción misma de la ciudad-capital, y el vínculo esencial con el comportamiento de sus habitantes. Y con ello culminamos esta lectura, en la que hemos querido insistir en la complejidad diáfana, amorosa y verdadera de un escritor, a quien conocimos cercanamente, y recordamos en el retrato mismo de su pasión por todo lo que emprendía con enfática disciplina y encarecida autenticidad. Bien merecería su obra en general de una digna edición, que se pusiera a la mano de las nuevas generaciones de venezolanos.

Bibliografía.(Herrera, Earle, 2014) La magia de la crónica. Fondo editorial Fundarte. Caracas (Nazoa, Aquiles 2004) Caracas física y espiritual. Editorial Panapo, reimpresión, Caracas.

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Armando José Sequera Escritor, periodista y productor audiovisual. Ha publicado más de 80 libros. Gran parte de sus obras han sido para niños y jóvenes. Ha obtenido diecisiete premios literarios, de los que destacan Premio Nacional de Literatura para Niños y Jóvenes “Rafael Rivero Oramas” (mención Libro Informativo) del Ministerio de Educación (1997), Premio Casa de las Américas (1979) y Diploma de Honor IBBY (1995). Es autor, entre otros títulos, de Evitarle malos pasos a la gente (1982), Teresa (2001) y Mi mamá es más bonita que la tuya (2005).

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1 No voy a decir que en mi adolescencia admiré a Aquiles Nazoa. Que al disfrutar de sus versos mi rostro se pobló de sonrisas. Que leí cuanto escribía con similar gusto al de comer chocolate y que, en un rincón de mi cuarto, había organizado un altar exclusivo para él. Mentiría si afirmase tales cosas. Leí hace algún tiempo un comentario de una persona de mi edad que decía haber leído tempranamente el libro del poeta titulado El silbador de iguanas. Por curiosidad, revisé su fecha de nacimiento y descubrí que o tal persona mentía o había nacido alfabetizada. Dicho libro fue editado en 1955, ¡cuando teníamos dos años! Supe de la existencia del poeta Nazoa en mi infancia –segunda mitad de los años Cincuenta del siglo XX y primera mitad de los Sesenta–, porque mi madre conocía gran parte de su obra y lo admiraba como yo a Mickey Mantle (beisbolista) y a Rin Tin Tín (un pastor alemán protagonista de una serie de televisión). Para ella, Aquiles Nazoa era mención recurrente en sus conversaciones conmigo, junto a Rubén Darío y Amado Nervo. Cada vez que me veía desprevenido, se me acercaba con un álbum de poemas que había recortado de revistas y periódicos e intentaba leerme alguno. La mayoría de las veces lo lograba, pese a que llegué en ocasiones a la exageración y chocancia de cubrirme los oídos. Esos tres nombres, más el beisbolista y el pastor alemán de la televisión, formaban parte de esa especie de Olimpo casero, al que mi 76

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abuela –fui criado por ellas dos; mi padre murió cuando yo tenía tres años–, aportaba a José Gregorio Hernández, al todavía beato Antonio María Claret, a fray Martín de Porres –aún no lo habían consagrado santo–, y al ánima de Gregorio de Rivera, a quien se le rezaba un padrenuestro para que pusiera a nuestro alcance cualquier objeto extraviado. Por cierto, sigue siendo infablible. Mi madre amaba la poesía, especialmente la que hablara de amor y, en el caso del poeta Nazoa, la que añadiera a su rostro un toque risueño. Hasta los once años miré la literatura como algo entre pesado y ridículo, esto es, como a un peñasco cubierto con una funda rosada de almohada, con faralaos. Desde los cinco, sin embargo, me gustó leer la prensa todos los días, en principio solo las páginas deportivas del entonces gran diario El Nacional. Luego, fui añadiendo otras secciones, más o menos en este orden: los cómics, las noticias curiosas, más algunas crónicas y reportajes. Por razones de salud, mi escolaridad se retrasó hasta los siete años, aunque sabía leer –aprendí espontáneamente–, desde los cuatro. Mi madre fue la primera sorprendida cuando se enteró, pero fue ella quien me enseñó las operaciones básicas de la aritmética. Debido a tales conocimientos, cuando ingresé a la escuela subí tres grados en menos de tres semanas. Se habla de la intolerancia adulta e incluso entre contemporáneos en las primeras edades. Pero rara vez se hace referencia a las aversiones que se sienten en esos tiempos, cuando uno se niega a descubrir muchas de las maravillas de la existencia, como el amor hacia alguien que no pertenece a la familia, las artes –cualquiera de ellas–, y todo aquello que no suponga una diversión instantánea. Parte del aprendizaje y la madurez consiste en derivar la curiosidad que integra nuestro software original hacia eso que desdeñamos gratuitamente en nuestra infancia. No conocemos algo y nos negamos a saber qué y cómo es. Es el peor tipo de ignorancia. 77

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2 Para el niño y el adolescente que fui, Aquiles Nazoa era un poeta que conmovía o hacía reír a mi madre con sus textos. Ella intentó en múltiples ocasiones compartir su hilaridad o el gusto por las palabras que él empleaba, pero yo huía tal como si alguien más alto y fuerte que yo me amenazara. Sin saberlo, me adelantaba a la frase que apareció en un pupitre de una universidad española, en los años Noventa: “La sabiduría me persigue, pero yo soy más rápido”. Mi interés se hallaba escindido entre una niña vecina que siempre sonreía al verme, el equipo de béisbol Leones del Caracas, y las películas que pasaban en matineé los sábados y los domingos en el cercano cine Bolívar, de la avenida Sucre de Catia. El egoísmo adolescente no me daba para más. Mi madre, sin embargo, no se rendía. No se rindió en ningún momento. Como el coyote al correcaminos, siempre estuvo al acecho de mi sensibilidad y entendimiento, para motivarme a leer poesía. También cuentos, pero en menor grado. Como ya señalé, con frecuencia me pedía escuchar la lectura de algún poema de sus admirados Darío, Nervo o Nazoa y, ocasionalmente, de algún otro poeta, masculino o femenino. Su insistencia llegó al máximo cuando una tarde me llevó al Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, a un recital de Pablo Neruda. La forma de leer y recitar sus textos del colosal poeta chileno era en verdad detestable. Constituía una mezcla de discurso político demagógico con sermón de la primera misa del día, cuando el oficiante solo está un poco más despierto que los feligreses. Esa forma de presentar en voz alta sus textos nada tenía que ver con la calidad intrínseca de los mismos, según comprobé más de dos décadas después, cuando me asomé a su Crepusculario, sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada y a sus Cien sonetos de amor, obviamente, para impresionar a una egresada de Letras que me gustaba. El Neruda que yo vi y oí y el que leí más adelante parecía dos personas distintas. Por 78

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supuesto, tal experiencia, en lugar de colaborar con mi acercamiento a la poesía, contribuyó a lo contrario. Pero ni siquiera esa derrota hizo desistir a mi madre. Siguió insistiendo, como si nada. Alegó que lo más seguro era que Neruda no se sentía bien ese día y ya. Sus emboscadas poéticas continuaron e incluso arreciaron, supongo que para recuperar el terreno que había perdido. Algunas veces, aunque escapé de sus lecturas, alcancé a oír versos completos o estrofas que, si bien me parecieron interesantes, no justificaban –según mi parecer de entonces–, la fascinación de mi madre, excepto por un detalle: la musicalidad. La rima, en los tres autores de su devoción, era, cuando menos, perfecta. No requería la compañía de instrumentos pero era, en sí misma, música en estado puro. Incluso en otros autores que me presentó, como su (nuestro) primo José Antonio Escalona Escalona, Gustavo Adolfo Bécquer y, sobre todo, Nicolás Guillén, esa musicalidad era –hoy lo reconozco y en mi juventud lo intuí–, irresistible. La palabra se volvía cascada, torrente que baja por una ligera pendiente y arrastra guijarros, gorjeo humano, sílabas indefinibles que solo se escuchan en las conversaciones de los sueños y en los grandes poemas. Sin embargo, no sucumbí a tal influjo. La adolescencia es un tiempo en el cual llevar la contraria a los padres y madres alcanza cotas de militancia, no en un grupo político sino en un club deportivo, condición que entonces es más fuerte. Llegué a sentirme invulnerable ante la poesía, pero algún efecto produjo en mí pues empecé a escribir poemas –peores que los que acometo ahora–, para las chicas que me gustaban e incluso cuentos, en este caso porque siempre me han chiflado las narraciones. Si, debo reconocerlo, aunque no me diera cuenta: el perjuicio que he causado a mis lectores, tras convertirme en escritor, ya se estaba gestando.

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3 Por esos años –finales de los Sesenta y comienzos de los Setenta–, Nazoa mantuvo un programa en la Televisora Nacional, canal 5. Yo era afecto a dicho canal por sus documentales sobre la fauna de Venezuela y el resto del mundo. Mi madre comentaba al verme atento a la pantalla que yo era capaz de permanecer una hora viendo uno de tales programas, en los que un oso no hacía otra cosa sino caminar por un bosque o sobre la nieve. O a un grupo de aves cantando o volando entre una arboleda. La fascinación que tales imágenes ejercían sobre mí aún no cesa e incluso la manifiesto en vivo. Mi hija dice que tengo mucho de Blanconieves, debido a que voy por la calle pendiente del vuelo de las aves, las hileras de hormigas o bachacos que conforman carreteras vivas, e incluso saludando a los gatos, los perros y las flores con los que me topo. Estoy consciente de que mi tendencia a ver a la poesía en vivo, no expuesta en palabras sino en físico, está relacionada con aquello que mi inconsciente captó de los versos leídos por mi madre. Y es que, ahora que recuerdo, no fueron unos pocos sino centenas de ellos los que desgranó total o parcialmente en mis oídos, observo que con miras a un resultado acumulativo y de efecto retardado.

4 Una tarde, mientras esperaba una emisión en torno al gymnoto y otros peces eléctricos, tanto de agua dulce como salada, me enteré que el poeta Nazoa estrenaría ese fin de semana un programa que se llamaría Las cosas más sencillas. De inmediato, se lo comuniqué a mi madre. A partir de esa primera emisión, adoptó la costumbre de sentarse ante la pantalla del televisor Philco que había en la sala, cinco minutos antes de que empezara, como si ver el final de la transmisión 80

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previa le sirviera de calentamiento. Durante la transmisión, ella permanecía arrobada y en silencio reverente ante las palabras del poeta. Un día cedí a su insistencia y me detuve a ver, solo por unos minutos, una emisión de Las cosas más sencillas. Con toda franqueza, debo decir que me chocó el amaneramiento del poeta. Según la concepción machista de la vida que imperaba en mi familia y en el sector de Catia donde residía, tal afectación descalificaba cualquier cosa que él hiciera. Los comentarios de mis amigos –vecinos y compañeros de estudio–, ratificaron mi rechazo y hasta lo fortalecieron. Hacía poco, ese machismo estúpido nos había llevado a los integrantes del equipo de béisbol de mi liceo a pedir la expulsión –amparados en el chantaje de negarnos a volver a jugar–, de un compañero, cuando supimos que éste manifestó sentirse atraído por un estudiante varón de otro instituto de estudios secundarios. En verdad, más que molestarnos su inclinación lo que nos perturbaba –como en toda manifestación machista–, era que se pusiera en duda nuestra virilidad al compartir equipo con él. De hecho, las dudas a las que más temíamos eran las propias. A esa edad en que uno reafirma o niega su personalidad y sexualidad, le damos una importancia desmedida a los prejuicios. Por cierto, cuando le expuse a mi madre la situación con este compañero, se molestó conmigo y me habló de cuan desleal había sido. El execrado del equipo había sido amigo mío cuando ambos cursábamos primaria e íbamos con regularidad él a mi casa o yo a la suya. Nos habíamos distanciado al comenzar bachillerato, no recuerdo por qué. Un día dejamos la amistad de lado y se acabó. No hubo enojo de por medio, ni malentendidos. Solo sucedió. A mi madre le molestó sobremanera no solo que yo no lo hubiera defendido, sino que, igual que mis compañeros, lo viera como a un apestado.

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5 Días después, durante una nueva conversación que tuve con mi madre en torno a mi amigo, aproveché para justificar mi rechazo a la poesía alegando que era algo de afeminados. Sabía que estaba repitiendo algo escuchado en el campo donde practicábamos y jugábamos, pero lo presenté como una idea propia, a la que había arribado tras una seria meditación. Esta vez ella no defendió a mi ex amigo, pero sí a la poesía y sus cultores. Dijo que yo no debía generalizar y acusar a todos los poetas de afeminados. Que muchos solo eran extremadamente sensibles. A continuación, me señaló que yo no debía juzgar a nadie por su apariencia, su color de piel o ni ninguna otra característica de su persona o su personalidad, y que debía respetar que cada quien fuera como quería ser. El cierre de su argumentación –palabra más, palabra menos–, fue: –Yo sé que usted –siempre me trató de usted y yo a ella–, está metiendo en el mismo saco a Alvarito y al poeta Nazoa. Y que lo hace más para molestarme que por otra cosa. Estoy segura de que el poeta no es eso que usted cree y me remito a una prueba: Isabel, la mamá de su amigo Humberto, conoce a una señora que de vez en cuando va a planchar a casa de los Nazoa. Y esta señora dice que, de eso, el poeta no tiene nada. Que más bien y donde quiera que va, se la pasa diciéndole piropos a las mujeres. Aprovechando que me quedé sin respuesta, volvió a la carga sobre la poesía. –El que a un hombre le guste la poesía, escribirla o leerla, nada tiene que ver con la masculinidad, ni la falta de ésta. La poesía es la vida en palabras, y yo lo que quiero es que usted aprenda a disfrutarla. Como la miré incrédulo, apeló al poeta Nazoa como arma. Me pidió que viera con ella una emisión de Las cosas más sencillas, una sola. Eso sí, completa. Luego, si decidía que no me gustaba ver cómo 82

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la palabra me mostraba el mundo, ella me dejaría en paz. No volvería a leerme poemas. Como rotundamente dije que no, se rehizo en el campo de batalla y me atacó por mi flanco débil: mi gusto por todo aquello que estimule mi imaginación, así sea en pequeña escala. Como se daba cuenta de que no me gustaban los ademanes del poeta, me propuso algo insólito: que me sentara de espaldas a la pantalla y escuchara lo que Nazoa exponía en su programa, sin mirarlo. En un primer momento dije que no, que ni siquiera así estaba dispuesto a ver el que era su programa favorito. Sin embargo, fue tanta su insistencia que terminé aceptando. Creo recordar que la tardenoche en que tomé asiento ante el televisor, no mirándolo a él sino a las jaulas de pájaros que mi abuela tenía en la pared de enfrente –a esa hora, cubiertas por telas para que su sueño no lo perturbaran las luces de la sala–, el poeta habló la aviación, de Charles Lindberg, de Amelia Earhart, de Antoine de Saint Exupéry y de otros personajes y asuntos relacionados con el vuelo, un tema que me chiflaba en aquellos momentos y aún hoy día me plancha ante la televisión o me conduce a leer cualquier texto literario o divulgativo. No logré apartarme en ningún momento de las palabras que revoloteaban a mi alrededor igual a insectos nocturnos y –como era de esperar–, sin darme cuenta, en cierto momento me volví y seguí el discurso de Nazoa con total concentración, sin importarme los movimientos de sus manos. Ante aquello, mamá aprovechó y me invitó a quedarme a su lado durante la próxima emisión del programa, para que me convenciera, definitivamente, que el mismo era interesante, instructivo e incluso divertido. Estuve de acuerdo porque, definitivamente, me había gustado el programa. No recuerdo cuántas veces disfruté junto a ella lo que exponía el poeta en sus emisiones semanales. También junto a ella pasaba los días entre una y otra comentando lo expuesto e intentando 83

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adivinar –no puedo negar que con impaciencia–, cuál sería el tema siguiente. También admití que, por las tardes, ella me leyera uno o dos poemas de la recopilación que cada vez era mayor. En las semanas siguientes, llegué a ver a Nazoa como a un mago cuyas manos esparcían palabras e ideas en el aire frente a él, igual a un ventarrón que despeina los árboles a su paso por un bosque, a una luz de Bengala encendida en una noche de fiesta o a un dispensador de agua que mantiene el verdor de un jardín.

6 Una mañana, ya estudiante de primer año de Comunicación Social en la Universidad Central de Venezuela, me enteré que esa misma tarde, en el hoy desaparecido Palacio de las Industrias, al comienzo de la avenida Abraham Lincoln, el poeta Nazoa ofrecería una conferencia. Aunque como todo adolescente o adulto recién estrenado no me gustaba salir con mi madre, la invité. Le propuse encontrarnos en el lugar, no recuerdo si a las cinco o seis de la tarde, y ver a Nazoa en persona. Esperaba que fuera –y fue–, una sesión de Las cosas más sencillas, en vivo. Ella alegó no poder asistir, debido a que era secretaria del turno de la tarde, en la Escuela Normal Miguel Antonio Caro, en la catiense avenida Sucre, y salía justamente a las seis o poco más. A estas alturas debo confesar que, pese a que me gustaba cuanto Nazoa decía por televisión, aún no me había aproximado a su obra literaria. Mi madre me presentó los poemas de él que formaban parte de su creciente volumen –éste daba la impresión de un libro con un embarazo de ocho meses–, entre ellos la conocida “Balada de Hans y Jenny”, “A un perrito que me mordió antier” y otros, de cuyos títulos no me acuerdo. Mi incursión particular en la obra de Nazoa se inició poco después de la conferencia, por un hecho igual de curioso al de mi apro84

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ximación a sus charlas. Pero hablaré de ello luego de reseñar lo ocurrido en la conferencia. Al llegar al Palacio de las Industrias, advertí que en la gran sala de éste no había sillas sino solamente una tarima pequeña, provista de un atril y un micrófono, a más o menos tres cuartos del espacio contado desde la entrada. En dicha tarima solo cabían dos personas o tres muy próximas entre sí. Dudé que allí fuera la conferencia, por lo que pregunté. Me dijeron que el poeta Nazoa ya había llegado y estaba en la oficina del presidente de la institución Pro Venezuela, propietaria tanto del local como patrocinadora de la actividad. Dicho presidente era Reinaldo Cervini, un caballero siempre trajeado de liqui liqui al que, en los años siguientes, aparte de un saludo muy afectuoso, tuvo para mí algunos minutos de conversación interesante. Llegó con Aquiles hasta la pequeña tarima y las más o menos veinte personas que nos hallábamos en la sala –entre ellas un niño y una niña–, nos mantuvimos disgregados. Solo se aproximó una pareja, cuyos integrantes iban tomados de la mano. Cervini nos llamó a acercarnos y el poeta también. Cuando los presentes estuvimos más o menos a cuatro metros de Nazoa –la mayoría era de gémero femenino–, éste saludó: –Buenas tardes a todos. Gracias por venir, estar aquí y no estar pensando en hacerle daño al prójimo… Antes de comenzar mi disertación, permítanme saludar a los niños en su niñez; a los jóvenes en su juventud y a los adultos en su adulterio… Así comenzó una de las mejores conferencias a las que he asistido. Habló sobre no menos de treinta temas pasando de uno a otro como si caminara entre nubes, ya que nunca se percibieron los caminos que utilizó. Un tema llevaba a otro, y éste a un tercero; el tercero al cuarto y así, hasta que Aquiles dijo: –Y ya no digo más porque he pasado varios días con gripe y tengo la garganta cansada. Todavía me queda cuerda para un rato, pero a mi garganta no. 85

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De haber sido un torero lo habríamos sacado en hombros. O, mejor dicho, paseado por la enorme sala que se utilizaba en múltiples exposiciones, como si le diéramos una vuelta olímpica. Tan pronto llegué a casa, mi madre me pidió que le contara lo que había presenciado. Le referí lo que pude, porque fueron tantas cosas que mi memoria se comportó como la grabadora del periodista que sería, esto es, falló en el momento en que debió trabajar con mayor intensidad y eficacia.

7 Por esos días, una de las prácticas de periodismo que debí hacer, me llevó hasta el editor José Agustín Catalá, a quien debí entrevistar. En su oficina había varios estantes repletos de libros repetidos. Obviamente, los que él editaba. En una mesa, vi varios ejemplares de Humor y amor, de Aquiles, que en aquel tiempo era un poquito caro para los estudiantes como yo. Ya trabajaba –no recuerdo en qué, ni dónde pues por esos días cambié de empleo casi como de camisa–, pero igual no me alcanzaba el sueldo para un libro así. Cuando terminó la entrevista, el señor Catalá que dijo que eligiera uno o dos de los libros que estaban a la vista para regalármelo y no dudé: puse mi mano derecha sobre el de Aquiles. –Muy buena elección –dijo Catalá–. ¿Has leído algo de él? Le referí que a mi madre le gustaba la poesía y me había presentado algunos poemas. También que junto a ella lo veía en la televisión y, además, que había asistido en días pasados a una conferencia suya. Me pidió detalles y le conté lo poco que fui capaz de reproducir. Mientras me entregaba el ejemplar sentenció: –Ese que viste, es Aquiles. En los días siguientes, no devoré el libro porque hice como habitualmente he hecho toda mi vida: cuando una obra me gusta, la leo en varias sesiones, a las que divido en días o en una determinada 86

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cantidad de páginas diarias. Esta costumbre surgió con los postres: si me resultan exquisitos, los como lentamente, disfrutando cada bocado o porción, y dejando que el o los sabores invadan mi paladar como el amor al corazón. Muchas páginas debí leerlas en voz alta, para compartirlas con mi madre, cuya carcajada –cada vez que resultaba pertinente–, era estruendosa y contagiosa. Entre otras cosas, me llamó la atención que los animales favoritos de Aquiles fueran el cochino, el burro y el perro. Los dos primeros han sido relegados en la literatura tal como en la vida y pueden tenerse por los parias del reino animal. Sin embargo, lo que me resultó más llamativo en los textos de Aquiles fue su facilidad para rimar, algo que en él lucía natural, sin el menor afeite. Esta virtud era lo que dotaba de verdadera música a sus poemas, aparte de conferirles una gracia tan particular como una bandada de colores recorriendo el amanecer. No puedo negar que, alentado por ello, intenté infructuosamente hacer poesía rimada, pero la misma carecía de aquello que tan bien se le daba a Aquiles, y lucía falsa, igual a mí cuando uso corbata. De no haber sido por la perseverancia de mi madre, quién sabe cuánto tiempo habría tardado en conocer, admirar y disfrutar de la obra de Aquiles. Tanto de los poemarios como de sus otros libros: su formidable Caracas Física y Espiritual; su Vida privada de las muñecas de trapo, y numerosos artículos que aparecieron en Últimas Noticias y a los cuales tuve acceso en la Hemeroteca Nacional, cuando ésta se hallaba en la antigua sala de patinaje sobre hielo, Mucubají, en los alrededores del Nuevo Circo. Aquiles murió en una accidente automovilístico en la Autopista Regional del Centro. Yo lo sentí, como he sentido el fallecimiento de hombres y mujeres del arte y el deporte que he admirado bastante. Pero mi madre lo lloró como a un pariente muy allegado.

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8 En sus últimos años de vida y en los que siguieron a su muerte, varios de los poemas de Aquiles fueron publicados como obras para niños, entre ellos, Las lombricitas, Retablillo de Navidad, Poemas de animales, Fábula de la ratoncita presumida y, sobre todo, Historia de un caballo que era bien bonito, por lo que se le consideraba uno de los principales autores en esa categoría literaria. Uno de los mejores elogios que he recibido en mi vida ocurrió pocos días después de haber obtenido el Premio Casa de las Américas en dicha especialidad. Hacía poco más de dos años y medio del accidente de Aquiles. La también escritora Blanca de González –que conocía parcialmente mi libro ganador, por unos textos publicados en revistas nacionales–, a quien encontré en una de las numerosas actividades culturales y específicamente literarias a las que fui invitado, al saludarme y felicitarme, comentó: –¡Que bueno que Aquiles Nazoa no demoró mucho en tener un sucesor!

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AQUILES COMO EN CASA: “ARTE Y PARTE”

Flora Ovalles Villegas Narradora oral. Es Miembro de la Red Internacional de Cuentacuentos. Participa activamente en festivales y encuentros en Venezuela,Colombia, Ecuador, Argentina, España y México.

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AQUILES COMO EN CASA: “ARTE Y PARTE” Flora Ovalles Villegas

Crecí con el nombre de Aquiles Nazoa como algo normal y cotidiano, sin noción del ser creativo y de su labor de trascendencia universal. A mis 13 años solo supe que tuvo un accidente y se fue… Como cuando fallece de manera inesperada, un pariente querido, pero que vive lejos, lo sentí muy adentro, en callada aflicción, paseándome por los bellos recuerdos que atesoraba sobre él. Lo mismo pasó en mi hogar con nombres y obras que nos rodearon, donde mi madre nos explicaba, así como quien nos enseña a hacer una receta, con detalle, paciencia y espacio para preguntar muchas veces: nos hablaba de Reverón mientras mirábamos sus cuadros en una exposición, antes o después de ver una película en la Cinemateca Nacional. Al entrar a la sala del Museo de Bellas Artes, nos familiarizamos con aquello de la luz y los colores en su pintura, las muñecas, Macuto y el Castillete donde vivió. Nos mencionaba a ese señor muy delgado llamado Cesar Rengifo, quien vivía y llegamos a ver, cerca del Teatro El Triángulo, frente a la Plaza Tiuna, en la avenida Roosevelt de Caracas, espacio teatral donde asistíamos como visitantes cotidianos a talleres, conversas y a las programaciones del fin de semana durante dos años continuos. Sentíamos mis hermanos y yo, la cercanía familiar de personas y momentos que deja afectos indelebles: Márquez Páez y toda su familia, Gilberto Pinto, Ana Castel, German Ramos, Pedro Riera, Mantequilla (Enrique Suárez), seres que sin tener idea, al igual que Aquiles Nazoa, son piezas o retazos de mi historia familiar y de oficiante en las artes escénicas. 90

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Desde esa ventana infantil y adolescente donde se van templando los sentires y donde la exaltación de la vida fue y sigue navegando en mí ser, alguna vez me pregunté ¿por qué no reverenciar esas cercanías de infancia? ¿Por qué no ostentarlas como pavo real pretencioso? Porque no es posible, siendo hija y nieta de quien soy… Nunca oí a mi madre -con dos títulos universitarios, maestrías, doctorados-, ni a mi padre -de los primeros analistas de sistema que formaban a las futuras generaciones recorriendo todo el país-, colocar títulos antes de su nombre u apodo. Es más, reíamos cuando preguntábamos por unos amigos vecinos y su madre les sustituyó sus nombres dando un parte interesante e hilarante. Decía doña Olga: de mis hijos les cuento que el dotol, ya se casó; el ingeniero, está haciendo un dotorado y pronto lo llamaremos dotol también, pero en su profesión; la enfermera, ya trabaja en el hospital y se casó con un odommmtólogo de la ULA; y pronto tendremos a un bogado de la república. Y en ese momento aparecía en nuestra cotidianidad la comedia, “Doctor y comiendo hervido”, se nos fusionaban los personajes de Aquiles (Teobalda, Nicasia, Rufo y Doña Eufrosina) con nuestros amigos Alberto, Armando, Amanda y Dominguito que perdieron el nombre, y conservaron parte de su cultura y formas de hablar al graduarse en la universidad y entre esas imaginábamos una de las frases finales de ese texto deliciosamente divertido y potable para la familia, que decía: ¡Vamos a tirarnos un mondongo pa celebrá esto! Aquiles Nazoa sigue en mi hogar a través de escritos, anécdotas, también en casa de los abuelos Elsa y Rafael, donde viví durante 3 años de mi pequeña niñez. Mi abuelo celebrara la lectura de versos y textos en la terraza al caer la tarde, después de la merienda. Nos sentábamos los 3 a “conversar” con las revistas Tricolor, libros o cuadernos de donde salían versos, cantos, coplas y temas interminables. La abuela tenía que despegarnos cada tarde para irnos a la cena. Y creo que de ahí quedo grabado en mi memoria, entre muchos textos, el “Galerón para una negra”. El abuelo no se quedaba solo en 91

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lo escrito, abordaba a los autores desde sus reflexiones y sentimientos, hablándome de sus vidas y de sus obras, al igual que mi madre -de manera tan natural y espontánea-, que sentía a Aquiles como en casa, como de ahí cerquita, como mío y de todos. Tan de todos que a mi hijo lo acerqué a la escritura de Aquiles, seleccionando algunos de sus versos para las efemérides en la escuela, cosa que disfrutaba y reía con un placer al recordar la cara de las maestras y sus compañeros cuando recitó, “Hermosa poesía para recitársela a papaíto en el día del padre”. Hago un recuento de todo ello porque el 17 de Mayo es un día significativo para los venezolanos y venezolanas que nos alimentamos de esa “caraqueñidad” y “venezolanidad”, puesto que ese día Aquiles Nazoa nació para a la eternidad. Ahora, ya consciente de lo que significa de manera individual y colectiva su vida, obra, exaltación de las cosas sencillas y por ende nobles, lo aprecio como ese escritor que no se definía como nada, solo como un hombre que estudio muchas cosas y que sentía que su oficio le deparó muchísimas satisfacciones, consecuente con la responsabilidad que tuvo con el mundo y su buen vivir. Siempre dispuesto a construir ciudadanía con autenticidad, responsabilidad e integridad, como una garantía para tomar las mejores decisiones en la marcha de la humanidad. Me mueve el que algo tan definidor y autentico como su prolija obra, llegue natural y sencilla a todas y a todos, desde las rondas y canciones de cuna, hasta el último suspiro de la existencia. Las canciones de Aquiles, sus versos sencillos y comprensibles, y su prosa toda nos pasea por el conocimiento de geografías y de historia de cada rincón Caraqueño y de múltiples parajes venezolanos, recogidos en “Venezuela suya”, con títulos que invitan a por lo menos buscarlos en el mapa, si es que de una no podemos salir corriendo a visitarles, tales como: • Mérida capital del aire. • Lara en la ruta de los Andes. 92

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• Descubierto el paisaje de Trujillo dentro de una cesta de Flores. • Por el Orinoco rumbo al misterio. Personajes a los que enaltece por su saber, o recrimina por sus desaciertos y pedanterías que no aportan al crecimiento humanista y liberador, descritos espléndidamente en muchos de sus poemas y obras de teatro. Además, un humorismo siempre desde el amor más profundo al pueblo, donde siempre reclama a la modernidad su paso violento, en donde estar a la “vanguardia” no necesariamente es atropellar el paisaje y espíritu. Aquiles es lo más familiar que tengo dentro de la escritura venezolana y de mi oficio en las artes escénicas. Con esto no pretendo desmerecer a otros escritores y escritoras, pero en algunos espacios de este tiempo, me he preguntado ¿qué diría nuestro ruiseñor de Catuche?, ¿Qué sentía cuando la diversificación de su trabajo creativo, desde no tener una única línea del mismo, le restaba reconocimiento y exquisitez en los espacios letrados? ¿Qué crearía?, ¿innovaría persistiendo en nuestra razón de ser, identidad y raíces, como banderas para hacerle frente a los desafíos de esta hora? Me responde leyéndole, revisándolo y contándolo. Aquiles me acompaña desde niña y con él he nutrido mi repertorio profesional en el teatro y en la narración oral . Al contar por ejemplo la “Fábula de la avispa ahogada” me comunico de manera universal con la furia y el desgaste que implica embravecerse cada vez más. Cuando declamo “Galerón para una negra” recorro con quienes me escuchan la sensualidad del baile entre el cuerpo y la palabra. En el teatro, los títeres y la música, con el Guión teatral, “El Espantapájaros” – que aunque desbaratado-, aprendí a regar las hebras de paja, en nidos donde nacerán los pájaros producto del amor. Con estos pequeñitos ejemplos, creo, como en su Credo, siento, e invito incorporar, no solamente a Aquiles Nazoa, sino a nuestras escritoras y escritores, a estar cómoda y relajadamente en nuestras aulas y hogares, conversar con sus escritos y compartirlos en familia, que sean consultados como seres vivos, a través de la lectura de sus 93

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creaciones. He coexistido con Aquiles Nazoa desde lo más sensible, como mío, como de cada uno de los que nos metemos a navegar en sus letras y que creemos que es “Arte y parte” de nuestro ser y hacer.

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UNA RELECTURA AFECTIVA DEL CREDO DE AQUILES

Miguel Antonio Guevara Sociólogo, poeta, ensayista, narrador y editor. Dedicado al arte del collage. Algunas de sus obras son, Hay un ruido que se escurre por debajo de las puertas (2012 y 2018), Ese instante turbio (2012)  y Tres postales distópicas (2017); Por la palabra (2012) y Apuntes por el centenario de la Revolución de Octubre (2017) y Índice hipertextual (2018). Ha sido galardonado en los géneros narrativa, ensayo, poesía y periodismo, en Colombia, Venezuela y Suiza. En 2017, su libro Mahmud Darwish anda en metro recibió el VI Premio Nacional Universitario de Literatura «Alfredo Armas Alfonzo», en el género narrativa.

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UNA RELECTURA AFECTIVA DEL CREDO DE AQUILES Miguel Antonio Guevara

1 Toda creación tiene sus tintes y resabios autobiográficos. No es necesario realizar un examen o exégesis para encontrar experiencias, trazos personales, dolores e iluminaciones de los autores y autoras. A la hora de abordar cualquier contenido de este tipo nos involucramos en una suerte de experiencia inmersiva en la que nos volvemos cómplices de la imaginación del artista y las realidades allí presentadas; ese pacto de ficción del que se habla en los géneros literarios traza un tejido conector pero al mismo tiempo tasa, mide, delimita o más bien, ubica, da lugar. Y a partir de allí solemos marcar la distancia entre lo que es “autor” y “obra”, como si hubiese algo que les distanciara, cuando uno es reflejo del otro.

2 De hecho, al realizar la lectura de este texto, aunque está enmarcado en el Centenario de Aquiles Nazoa, podríamos ignorar la impronta de quien escribe, incluso el contexto en el cual se ha problematizado o discutido la razón de ser de estas reflexiones, como si los textos fuesen enteramente autónomos, como si quedara sobreentendido que son parte de una comunidad afectiva, estética o política. Cualquiera diría que en el conjunto de estos textos está explícita la razón de por qué escribimos sobre este importante creador polifó96

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nico latinoamericano; sin embargo, hay una intención muy concreta acordada entre el editor, es decir, el que motivó a que este homenaje existiera, y quienes participan, y es justamente la intención compartida de ir más allá de aquella división entre autor y obra de la que hablamos, reconociendo que todo lo que pueda decir del autor se encuentra en este legado, que es más que dato o evidencia del paso por la vida.

3 Me explico. Ricardo Romero Romero, poeta, periodista y destacado editor venezolano, nos ha convocado a mí y a un grupo de escritores venezolanos a escribir sobre Aquiles, pero no cualquier Aquiles sino el Aquiles de los 100 años; un Aquiles que carga un gran equipaje, por el que se han vertido numerosos análisis y aproximaciones, cientos de publicaciones sobre él. De manera que no podemos, desde luego, ver su obra sujeta a esos límites que hemos comentado, sino tratar de darle otra elasticidad, otras posibilidades y horizontes creativos y estéticos. A cada uno de los que participamos en esta entrega centenaria se nos motiva o responsabiliza a ofrecer nuestra visión de un Aquiles que corresponda a nuestros saberes o lecturas; en mi caso particular, desde el análisis sociológico y filosófico, que centraré en uno de los textos tal vez más reconocidos del autor.

4 Siendo consciente de todo lo que se ha dicho sobre Aquiles, me concentraré en ofrecer un ejercicio de interpretación más bien modesto; aunque mucha agua ha corrido bajo esta destacada obra, siempre habrá algo qué decir, si ya se ha dicho antes no debería ser una preocupación, lo importante es volver a hablar de Aquiles, en nuestro tiempo, revisitarlo y por ende, seguir nombrándole, para que 97

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así siga existiendo como parte de esa gran confluencia de discursos que conforman nuestra identidad como venezolanos y latinoamericanos. ¿Acaso no revivimos cada vez que alguien nos nombra y nos evoca?, ¿no se expanden las motivaciones de los autores y sus obras cuando reciben atención, y son abordadas desde diferentes puntos de vista?, y además, ¿acaso no vivimos nosotros como pueblo cada vez que invocamos a través de las palabras al artista total que fue Aquiles?

5 Este acercamiento se parece más a una suerte de aspiración interpretativa para buscar comprender más, o seguir comprendiendo, un texto que forma parte ya de ciertos lugares comunes de los discursos literarios, políticos y hasta demagógicos de nuestro campo cultural venezolano, nos referimos al Credo de Aquiles. ¿Cuántos afiches, cuántos discursos no giran en torno a los poderes creadores del pueblo? La especulación es válida para dar inicio a estos planteamientos, pues lo speculari nos invita a observar, acechar, volver a mirar ese precioso lugar común del paisaje literario y cultural venezolano, después de todo hay una razón por la que vamos a los lugares comunes, porque en ellos se ancla un sentido de pertenencia espiritual común.

6 Nos interesa dar lugar a una deriva hermenéutica, porque desde la óptica sociológica y filosófica también los textos son productos de su tiempo, es decir, el Credo no es un mero poema tribunicio que hila las fibras sensibles de nuestra identidad, sino que también subjetiva parte de lo que somos, da cuenta no solo de la voz del creador en mayúsculas como vástago individual sino también de las voces de las multitudes culturales del mundo. 98

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Para decirlo de forma más concreta. Un breve vistazo al texto y lo sabemos universal; una lectura un poco más profunda nos asoma una constelación de sensibilidades.

7 Para pensadores latinoamericanos como Enrique Dussel o Mariano Picón Salas, nuestras creaciones artísticas son más que meros artefactos o dispositivos estéticos y manifestaciones de nuestra subjetividad cultural, se trata de registros, evidencias de nuestra cosmovisión, son, al decir canónico, nuestra filosofía, o para decirlo más en un tono que le gustaría a Aquiles, son la Filosofía Nuestra. Es en la literatura y en nuestros cantos en donde mejor está sistematizada nuestra historia. Así es como cada poema, canción y obra de arte son más que un gesto estético de un individuo movido por sus aspiraciones y deseos, son un expediente, un documento que registra y a la vez transmite nuestro ser colectivo comunicante, manera de ser y estar en el mundo.

8 Hay en la obra de Aquiles, y más aún en el Credo, presencia de un Pensamiento Crítico, ¿qué significa invitar a creer en los poderes creadores del pueblo sino un acto profundamente antisistema? Al hablar de Pensamiento Crítico, entendido como los discursos, teorías o materiales considerados contrahegemónicos, no se trata de limitar su campo de acción, sino más bien de aglutinar el acervo de los creadores que han dejado constancia de su visión crítica del mundo, dejándonos materiales con los cuales plantarnos mejor ante la realidad, y por supuesto, hacernos conscientes de nuestra insatisfacción con el estado de las cosas, aspirando eventualmente a su transformación. 99

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“Una historia y categorización del Pensamiento Crítico en Venezuela, es un trabajo todavía por hacer”, me diría el filósofo venezolano Manuel Azuaje Reverón; a través de estas palabras nos damos cuenta que hay una gran cantidad de creadoras y creadores que, independientemente del “género” o punto de partida estética, han desarrollado un obra con profunda impronta crítica, ¿cuál es el lugar de Bello, Rodríguez o Mijares, acaso no es el Pensamiento Crítico, el de una sociología que entiende lo que somos, y el de una filosofía que comprende lo que hemos sido y debemos aspirar a ser?, pareciera que ése es el lugar de Aquiles, el del pensamiento crítico y el de la sensibilidad profunda.

9 ¿Qué se quiere decir con todo esto? hay sociología y pensamiento filosófico en nuestras creaciones artísticas incluso más que en los llamados tratados de filosofía o sociología, ¿acaso existe alguna “alta” teoría memorizada por el pueblo?, ¿no es la síntesis de la lucha de clases o del valor de lo popular expresado en el Credo una filosofía potentemente transmitida a través del ludismo poético? ¿Acaso el fin último de la producción intelectual, sensible o artística no está en la socialización de ese conocimiento?, allí tal vez un trazo más del perfil de Aquiles, empeñado en comunicar de distintas formas su discurso, que si lo enfrascamos solo en esa categoría de lo “social” podríamos más bien limitarlo. Se trata del Credo específicamente, un tratado filosófico, sociológico de nuestras fibras sensibles, políticas, éticas y estéticas, que aún después de tantos años y reiteraciones sigue diciéndonos algo, y que no solo dice sino que propone y marca horizontes, como diría Aquiles sobre Caracas, derroteros físicos y espirituales.

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10 Es el Credo una serie, además, de enumeraciones que recupera la estructura de una oración religiosa para así resignificarla y contrabandear mitos de liberación. Vuelve a la raíz del religare, del unir. El recurso de la oración para atender a la mística necesaria que implica el creer. El recurso de la enumeración como genealogía de los sentidos, de los pulsos evocadores existenciales. Y además, tal vez lo más importante, madeja mestiza que asimila críticamente los valores culturales de la humanidad. En el Credo cualquiera puede hacerse de esa gran tradición humana para hacerla propia, y además, convocarla a una nueva subjetividad que no es la individual, no por algo en la mirada de Aquiles es el loro de Robinson y no Robinson mismo –es decir, el ego del náufrago en la isla, el discurso del individuo– quien encuentra un lugar, ofreciéndonos al mismo tiempo la mirada maravillada del sujeto que se sabe amalgamado con esa multitud de subjetividades que lo atraviesan, es decir, encarna los poderes creadores del pueblo porque se sabe ser en tanto hay otro que lo ama, no hay límites ni fronteras; es el Credo de Aquiles la mirada y la escucha atenta, el verdadero diálogo con las cosas y los sujetos que pueblan al mundo y al mismo tiempo lo hacen ser y multiplican.

11 El Credo resiste los embates del tiempo, se mantiene vigente, como suelen ser las verdades filosóficas o las fuentes de la sabiduría. El Credo está vivo porque precisamente cree, invita a creer en las evidencias de lo bueno que tiene lo humano, está enmarcado en un humanismo profundo, al decir de Sartre, en un humanismo existencial que se ubica en lo luminoso pero también en lo ético, creer en lo humano es derrotar la subjetividad tanática occidental. 101

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Argumentar el creer se mantiene tras el tiempo porque va precisamente a contracorriente de la racionalidad del modo de vida contemporáneo. El Credo es sociológico porque caracteriza lo humano más allá de las fronteras geográficas en las manifestaciones de la cultura y además, es profundamente filosófico porque está cargado de voluntad de vivir.

12 Como se comentó en un principio, toda obra tiene sus improntas personales. Sus resabios autobiográficos. Así como también los comentarios y aproximaciones sobre otras obras son ese eco subjetivo en donde se mezclan verdaderos deseos de decir, comunicar y a la vez pasiones o caprichos del lector-escritor. Es por ello que estos apuntes, más allá de la pretensión que hemos planteado, son movidos también por los afectos. Porque si en algo creemos los fervientes oradores del Credo de Aquiles es que podemos creer en nosotros mismos (y en los otros) en la medida en que amamos, en la medida en que reconocemos lo que somos. Y ese amor no solo está expresado en el amor eros sino en esa cadena de afectos por lo que significamos como ser colectivo, como país y más aún como subjetividad latinoamericana y humana cada vez que palpita ese gran tejido de la amistad de la raza cósmica, ese invento más bello del ser humano que revivimos al invocar las abejas que nacieron del corazón invasor de Martín Tinajero.

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QUERIDO AQUILES

Mercedes Chacín Periodista, cronista, columnista, productora en el área audiovisual, prensa digital e impresa. Premio Nacional de Periodismo mención opinión. Directora de diario Ciudad CCS y de la revista dominical Épale CCS. Profesora de la Universidad Bolivariana de Venezuela y directora-fundadora de la Escuela de Comunicación Popular Yanira Albornoz

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QUERIDO AQUILES Mercedes Chacín

Lo primero es que no tuve el honor de conocerte. Cuando falleciste el 25 de abril de 1976 (ahora dicen que uno no se muere si no que cambia de paisaje y a mí me parece un eufemismo ingenuo y lastimero) hacía ya doce que yo andaba curioseando entre juegos como metras, muñecas de papel y el fusilao; yendo a misas de aguinaldos en las madrugadas, jartando dulce de lechosa, hallacas; robándole a mamá leche en polvo con azúcar y jugando volibol, todo eso y otros asuntos que no vienen caso, en un pueblo llamado Altagracia de Orituco, aquí en Venezuela. Ya mi hermano Pedro, que murió bastante más joven tú 17 años después, que era un jodedor, poeta, escritor y comunista como tú, me lavaba el cerebro con ideas izquierdistas. Ese año, como recordarás, el gobernante de turno era Carlos Andrés Pérez (ahora, en tiempos de la Quinta República los enemigos de la Humanidad le dicen el “jefe del régimen” o dictador). En ese periodo se nacionalizó el petróleo, asesinaron a Jorge Rodríguez padre y en octubre mueren víctimas del terrorismo anticastrista 73 ocupantes del vuelo 455 de un avión de Cubana de Aviación con itinerario Barbados-Jamaica-La Habana, donde se vieron involucrados policías venezolanos. En 1976 ya Venezuela andaba cantando en el concierto de las naciones con una voz clara pero dirigida por batutas extranjeras y nariceos vergonzosos. De la voz que entonábamos en el concierto de naciones no tengo que contarte mucho. Si buscas en Wikipedia, porque estarías interesado, como yo, en cómo andaba el planeta cuando dejaste el mundo de los vivos, ahí, en link del año 1976, no encontrarás tu nombre. Pero si lo verás en 104

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el link dedicado a Venezuela: “Aquiles Nazoa fallece en un accidente automovilístico en la  Autopista Regional del Centro”. Y también sabrías que aquel fatídico año era tan bisiesto y dragón como este cumpleaños cien. El escritor venezolano, Ludovico Silva, si tenía clara tu genialidad cuando le pidieron escribir un prólogo para un libro tuyo llamado Poemas Populares, publicado por Monte Avila Latinoamericana en 1987. Dice ahí Ludovico: No es exagerado decir que el venezolano Aquiles Nazoa fue uno de los más grandes, si no el más grande, de los poetas humorísticos de nuestra lengua. De la frialdad y displicencia de una enciclopedia virtual, pasemos, en esta breve comunicación epistolar, a la cotidianidad de una pandemia, virus que se regodea de lo frágiles que somos los seres humanos. Y viene a cuento porque tu amor y humor ruedan por las redes sociales en todos los formatos posibles. Ora un concurso de literatura humorística, ora un poema declamado por mil voces, ora una dulce voz al viento esperando el aroma nostálgico del pan de horno, ora en el estremecimiento de una niña oyendo hablar de perros, tortugas, ratonas y cochinos, ora en una copla, ora un video, una escena teatral, un mural, en un amor incomprendido y no por eso, infeliz. Nos haces felices en estos días, porque eras un tipo que sabía la importancia de sonreír. Tu versatilidad, Aquiles, transciende lo útil. Eres un poeta que siendo elevado no dejas de ser amoroso, prístino, divertido, honesto, didáctico, revolucionario, y, sobre todo, cercano. No importa cuál musa te haya inspirado, todas fueron tremendamente eficientes en trasmitirnos con desparpajo tus sentimientos más íntimos: la musa se encuentra en la sonrisa amable de un niño, en el enojo del ciudadano, en la gracia de la mujer presente para decir, hacer y definir; en un paisaje nórdico tan claro como el amor, en una luna de un pueblo llanero, en unos animalitos simpáticos, en las ventanas de madera de Caracas, en las pestes o los vahídos, en la crueldad o en las hallacas, en los bares o en los sainetes, en las muñecas de trapo o en las sonrisas que se adivinan en quienes hemos tenido el gozo de disfrutar 105

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del ingenio de El Ruiseñor de Catuche. Por todo eso, como dice mi amiga Desireé Santos Amaral, te escribo esta carta. Y heme aquí en pleno mayo del siglo XXI con estos garabatos digitales en tu honor, Aquiles. Y la emoción llega cuando redescubro en tus letras que en Caracas y en Altagracia de Orituco la vida transcurre como en los años 60, 70 y 80 y confirmamos que el placer está en las cosas más sencillas. En el desayuno de huevos fritos con arepas y el café al estilo llanero, que ni es guayoyo ni es cerrero. Que no hay nada que supere al pan de horno; y que cuando paso por la esquina de Sociedad como subiendo para el Panteón y cruzo a la derecha a veces imagino y a veces la veo (a la reencarnación misma de la vendedora que inspiró tus versos) entre Gradillas y San Jacinto con su humanidad hermosa vendiendo tortas “tipo burrera”, coquitos y manjares, con aquellos dientes blanquísimos y una sonrisa perfecta con aroma a pescado frito con tostón.

¿Qué se habrá hecho la dulcera de la esquina de Sociedad, la que dejó tan hondas huellas en nuestro criollo paladar con las grandes tortas aquellas de majestad episcopal tan parecidas a su dueña, y que de haber podido hablar hablar hubieran como ella, un rudo inglés de Trinidad? Y como no encontrarte entre mis amores cuando pienso que el primer perro que tuve en mi casa de Altagracia era callejero y sarnoso (allá lo llaman también mierdero, remoquete muy grosero) y que al segundo, mi hija María Victoria y yo lo llamamos igual, porque el Negrito de Altagracia tiene los mismos amorosos ojos que el Negrito de Caracas. Al primero papá lo echaba de casa para huir de su sarna y Negrito volvió tantas veces que la cura llegó y murió de viejo. 106

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Allá estaba, ladrándole a la luna; su mirada era triste y era amarga, como de gran dolor enrome carga Y era una Y era una Y era una sola sarna larga… Cómo no encontrarte cuando leo que Fidel Castro tuvo el honor de inspirarte y que por eso mismo espero con ansias unos versos que me ofreció mi tío Pedro Vicente Chacín Espinoza para mi cumpleaños número 56, quien tuvo el honor de conocerte y desde joven te admira y se expresa como tú, en verso y en prosa. Y vine a enterarme en tu cumpleaños cien de todo eso, porque la pandemia te acerca a las personas que amas. Y como no decirte, ya como para despedirte, que hay un lugar en el centro, que más que un café parece una cofradía de nostálgicos, que quiero pensar que te gustaría porque es un lugar en el que toman café todos los días, todos tus personajes reales o imaginarios. Tienen en común la buena vibra, el buen humor y amor, la solidaridad y la justicia. Allí un día cualquiera el amor más claro llega en el ímpetu de poeta. O tal vez en el taciturno hombre que se sienta solitario a ver pasar la ciudad frente a sus ojos. O el grandulón escritor que se atormenta con amores y desamores. O la joven artista que descubre que existe un barista que hace el café perfecto. O el guitarrista entusiasta que en cualquier mesa se aplasta. O el poeta trotamundos que no le cae bien a todo el mundo. O la bella damisela cuya sonrisa juega con la brisa. O el escritor atormentado que siente que su lugar está en otro lado. O el comunista radical insatisfecho que no se encuentra bien ni con ese techo. O la vendedora de galletas que generosa ofrece una receta sabrosa. O el amigo que vive en la calle, esperando que yo no le falle. O el casanova irreductible que cree que todo es posible. O el enamorado impertinente que con cualquier conversa pela los dientes. O los visitantes casuales que solo miran arriba y se consiguen 107

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con un caballo bien bonito que comía flores. Me gusta pensar que te gustaría, me gusta pensar que serías uno de esos transeúntes sonreídos que hacen que la vida sea esa felicidad que da simplemente estar juntos y que yo te veo pasar y te alcanzo para caminar contigo un rato. Y declamas para mí. Y yo sonrío. Sigamos.

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AQUILES EL FÍSICO, NAZOA EL ESPIRITUAL

Luis Britto García Narrador, ensayista, dramaturgo, dibujante, explorador submarino, autor de más de 70 títulos entre ellos: Rajatabla, Abrapalabra, Los fugitivos, Vela de armas y La orgía imaginaria. En teatro, La misa del Esclavo, El Tirano Aguirre y Venezuela Tuya. Con Me río del mundo obtuvo el Premio de Literatura Humorística Pedro León Zapata. Como ensayista, La máscara del poder (1989) y El Imperio contracultural: del Rock a la postmodernidad (1990). Por su obra, recibió varios premios, como el Premio Nacional de Literatura, y en 2010 el Premio Alba Cultural en la mención Letras.

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AQUILES EL FÍSICO, NAZOA EL ESPIRITUAL Luis Britto García

1.

AQUILES FÍSICO Y ESPIRITUAL Caracas desvestida por sus pretendientes

Caracas es una ciudad que se presta a ser descrita desde la perspectiva del odio. Los moralistas, con Andrés Bello a la cabeza, censuraron al citadino el abandono de la Agricultura de la Zona Tórrida. Los costumbristas recargaron las tintas de sus acres retratos hasta revelar bajo los adornos del pastel el relleno de la pesadumbre. Arístides Rojas, Pedro Emilio Coll y Enrique Bernardo Núñez narraron con gracia anécdotas que la fijaban como en aisladas instantáneas. Guillermo Meneses le redactó un conciso currículum; la narrativa de la violencia la transcribió con la trepidación del tumulto. En 1967 cumplía Caracas cuatrocientos años. La burocracia le deparaba una conmemoración y la naturaleza un terremoto. No se sabe cómo sobrevivió la ciudad a ambos. Aquiles Nazoa acudió a la celebración con el más humilde de los presentes en aquella catarata de fastos y ampulosidades: con un libro, Caracas física y espiritual. Fue como una segunda fundación. Presunción enciclopédica parecería redactar la Historia de una ciudad: demasiado se prestaba al repertorio de citas y al fárrago de conceptos. He dicho siempre que la utopía es la magnificada biografía de un hombre. Una ciudad, como un personaje de novela, puede ser nueva rica, despiadada, truculenta: la villa escrita y descrita es siempre el retrato de su autor. Nadie sabe si la urbe fue en sí misma importante o desmesurada o profunda: tuvo siempre la talla exacta 110

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de quien la transitó. Caracas física y espiritual es la tumultuosa autobiografía sentimental de Aquiles Nazoa. El transeúnte sonreído La celda del monje se hace amable habitándola: Caracas, comprendiéndola. Sólo accederemos a la vida de la ciudad física entendiendo a su biógrafo espiritual. Aquiles fue un poeta. Es decir, un hombre que asume la sensibilidad como forma de existencia, y todo lo contrario de un importador de modas literarias, un manipulador de jurados o un rapiñador de prebendas. Viven ellos de la poesía: el poeta la vive. Aquiles fue además poeta popular. Dominó la difícil soltura de comunicar sin degradar la calidad, que resulta de transmitir siempre algo legítimo. Aquiles era en oportunidades complejo pero siempre transparente. A diferencia del populista, que representa al pueblo como amasijo de fealdades, torpezas y carencias, Aquiles siempre lo describió en su armonía entrañable: reléanse “Polo Doliente”, “Galerón con una negra”, “Cholita barrendera”. Aquiles fue humorista. El humor es inteligencia químicamente pura, lucidez sin pedantería, nihilismo enamorado, capacidad de revelar como evidentes verdades que nos enemistan y a la vez nos reconcilian con la vida. Está el humorista en todo, estando en nada: acompaña toda pasión con la activa solidaridad de la distancia. Aquiles fue un revolucionario: es decir, entendió la vida como militancia y la estética como rebelión. De allí su poética franciscana, que celebra las cosas y las existencias más sencillas. En las vastas liturgias del poder que la ciudad desarrolla perennemente, Aquiles no aspiró a otra condición, según titula uno de sus libros, que la de Transeúnte sonreído. Transeúnte, peregrino minimalista de las modestas mecas citadinas, ciudadano a pie, sin otro patrimonio que el deambular, veraz baquiano de la ternura. Aquiles fue un segregado. Madre terrible es la ciudad para el humorista. A menos que se rebaje a bufón, le reserva el horrible destino 111

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del paria, a pesar de ser acaso el único que está de su parte. En su caja de regalos están el exilio, la execración, la prisión. Varios carcelazos padeció el sonreído. Uno en los calabozos de López Contreras, por urgir la aplicación de medidas de lucha antipalúdica. Otro por la Seguridad Nacional, de donde partió a un largo exilio en Bolivia. Otro, por decisión propia, cuando el transeúnte liberó a un grupo de niños detenidos en una jaula y se encerró él adentro, inventando así anticipadamente el performance. Una de sus publicaciones se llamaba El Fóforo: un periódico que en cualquier momento lo raspan. En una entrevista adujo como prueba de que había decaído el humor venezolano el hecho de que “A mí no me han vuelto a encarcelar desde 1956”. También sufrió largos exilios de los medios de comunicación y de los círculos de la cultura exquisita. A quien fue quizá no sólo el más alto poeta humorístico sino el más alto poeta de su tiempo, sólo se le concedió el Premio Municipal de Prosa tardíamente y como a regañadientes. Contrastó con esta inquina de la policía física y espiritual la devoción que el pueblo siempre le mostró dondequiera que iba. Sin ser jamás meloso, y sí a veces áspero, el transeúnte encontró en todos los rostros esa sonrisa con la que los labios salen de paseo. Álbum de barajitas Sabemos ahora el inaudito curso de sus errancias: cada paso trasponía siglos. Toda conciencia comienza por la del tiempo. Por efectos de su militancia en la Utopía, no quiso Aquiles pensar su yo sino confundido con el drama colectivo. A la vuelta de la esquina veía sembrar la ceiba de San Francisco; a media calle cedía el paso a la procesión de Nuestra Señora de la Luz. Quizá ganaba apresurado la acera para contemplar a los estudiantes derribando a Manganzón y Saludante, las estatuas del vanidoso Antonio Guzmán Blanco. Siempre prestaba oídos a la conversación del mendigo con su pan y la del perro callejero con su libertad. A la altura de la Plaza Bolívar se detenía para una sosegada tertulia con don Francisco Delpino y 112

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Lamas, el Chirulí del Guaire, o ayudaba al Duque de Rocanegras y Príncipe de Austrasia a desenredar sus fantasiosas genealogías. Para todo había tiempo: el de la vida, que se apura en un sorbo, y el inagotable de la ciudad, que en la caducidad patética de sus gestos por momentos reviste esa profusión que en el campo o en el mar se confunden con la perennidad. La biografía de una ciudad no es la de sus funcionarios ni la de sus magnates; no está tampoco en las pomposas ceremonias, en las aclamaciones ni en los fastos. La ciudad es apenas marco sensible de la misteriosa trama de complicidades que constituye una comunidad. Como nuestra vida, es estadística de afanes desvanecidos, colección de instantes fallidos, feria incesante de énfasis y locuras que animamos para distraernos del riesgo de la reflexión. Hormiguero sígnico, perora en el ademán de sus arquitecturas de poder y se sosiega en el remilgo de los espacios amables. Teatro para leer Las ciudades antiguas eran elipse que circunscribía los dos centros del templo y del circo, del espectáculo sagrado y del profano. Nunca en Caracas supimos distanciar lo uno de lo otro. Siempre contagiamos de postiza solemnidad lo cotidiano o de trivialidad lo trascendente. En las postales viejas descubrimos antepasados a los que por sus rebuscados atuendos, sus erráticos peinados y sus gestos mayestáticos no podemos imaginar de otra forma que como actores caracterizados para representaciones delirantes. La ciudad es así escenografía que nos obliga a vivir en plena interpretación de una pieza cuyo principio y final ni siquiera intuimos. En el desmantelamiento de estas escenografías pomposas entre acto y acto queda el resquicio sutil por el que cuela la poesía; acaso único espacio sagrado que nos resta: lo que pasa inadvertido para todos los maquilladores del instante y sólo puede atrapar el ojo del desprevenido. Sólo ella compensa la ironía cruel que convoca tantos rostros para hacerlos anónimos. 113

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Caracas allí está La de la poesía es entonces la leve condición que le iremos descubriendo a la ciudad descrita por el sonreído. Esa Caracas que Aquiles nos describe va abriendo sus zaguanes y sus patios al visitante amoroso, lo acompaña en su distraído pasear por los siglos sin una meta fija, embelesándose por momentos en los pequeños tumultos de la piñata de la ambición, dejándose llevar de un sitio a otro por las seducciones de las vitrinas de las pretensiones baratas y las modas caras. Sólo en compañía del transeúnte advertimos que los edificios tienen rostros que hacen guiños y muecas repitiendo la pretensión cómplice de dueños y constructores. Como en un gran tocador de las señoras se compone la ciudad el rostro con los ridículos afeites de las modas arquitectónicas caducas y los oropeles ya desechados por las metrópolis, sin conceder apenas atención a su único encanto: su mirada. Caracas allí está: arrodillada en el confesionario de la sonrisa que absuelve todo pecado menos el de la prepotencia. Buen día, señor Ávila Pues así como dispensa la complicidad para los mínimos secretos, asesta el transeúnte ácidas miradas a todos los dislates que convoca la ostentación. Alienta el saludable reverdecer de los patios, diagnostica la patológica cursilería de los festones de yeso, del abuso de las ingeniosas invenciones que pueden devenir monstruos: el teléfono, la radio, el automóvil. Su crónica jamás soslaya esas minucias que pasan la página de las épocas con mayor rotundidad que la onomástica de las cronologías y las aclamaciones. Sabemos así del pasmo con el cual los caraqueños como niños maravillados por el descubrimiento del hielo asistieron a la llegada del primer sorbete, del primer daguerrotipo, del primer tranvía, del primer cinematógrafo. A la llegada, nunca a la invención o a la fabricación. Nos arracimamos desde siempre en los muelles de un puerto o los andenes de una estación esperando que otros nos proporcio114

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naran la maravilla, de espaldas a nuestros sabios que asombraron a Humboldt con sus aparatos eléctricos o inventaron aeroplanos en pleno siglo XIX. Y sin embargo, Aquiles no es el pasatismo. Nadie como él supo elevar al medio televisivo, que todo lo rebaja. Para nada deplora la demolición de lo insalubre, lo mugriento, lo cursi: pero tampoco celebra el progresismo acéfalo que levanta en su lugar lo esperpéntico, lo ostentoso, lo contaminante, el rascacielo que insulta al mismo tiempo a la estética y la naturaleza. Muriéndome de mar y madrugada Caracas física y espiritual no es un sólo libro: es un clima presente en toda la vida y la obra de Aquiles. ¿Quién sino él cursó las disciplinas indispensables para novio de la ciudad: muchacho mandadero, botones del hotel Majéstic, improvisado guía de museos, aprendiz de carpintero, periodista autodidacto? ¿Quién más tuvo la minuciosidad requerida para reseñar la bitácora de los barcos de papel o la vida privada de las muñecas de trapo? Supo Aquiles tomar estos pulsos y soportar esas heridas. Su talón era Caracas. Tras destruir la ciudad, el automóvil se llevó a su cronista más amado. En vano agasajaron y premiaron las autoridades a tanto figurón pretendiente o pretensioso, sin saber que Caracas terminaría fugándose con su más desamparado huérfano y que desde entonces vivirían felices en el cuento interminable de la memoria. 2. CREO EN AQUILES NAZOA Durante mucho tiempo tuvimos un imaginario agobiado de héroes. Por siglos nuestra modesta existencia amenazada no encontró otra manera de crecer que la batalla. En medio de los estrépitos de la gloria casi olvidamos que no hay hazaña mayor que la idea. 115

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La ocurrencia, hija valiente de la realidad y madre fecunda del devenir, única chispa que ilumina nuestro presente y clarifica el mañana. Toda ciencia, incluso la del vivir, es triste, y para soportarla requiere el paliativo de la sonrisa. Por espontánea, la sonrisa es el más difícil de los gestos. Nunca se la puede fingir bien, siempre necesitamos algo que legítimamente la provoque. Corresponde al humorista la dura tarea de enternecer la expresión a partir de la tristeza del mundo. No importa cuán profundamente las maquinarias del dolor hayan trabajado la conciencia del sonreído: sólo abren el surco para la semilla que permite soportar la vida. Abrir el postigo de la alegría en las más tenebrosas estancias es un deber humano: la ciencia explica el mundo a partir de las ecuaciones y el humorista a partir del amor. Es necesario un redentor que cumpla la hazaña de atribuir su justa proporción a las cosas y nos haga tomar en serio la levedad de los instantes. Así nace el humorista, peatón andante investido con las invencibles armas de la indefensión ante el mundo. La demostración irrefutable de que no se puede estar con la derecha consiste en que durante más de un siglo ésta no ha producido un solo humorista que valga la pena. El risueño endominga la existencia reconociendo sus miserias como el abono de la flor misteriosa que brota en los intersticios del pensamiento. Graduado en la inventiva academia del autodidactismo, Aquiles Nazoa nos convida al pan de la sabiduría ahorrándonos las preceptivas enfadosas del escalafón y la academia. Viene Aquiles al mundo real como hijo del panadero, como muchacho de los mandados, como barrendero que limpia las polvaredas del tedio, como botones que abre los cuartos del hotel de los misterios, como guía turístico que explica las maravillas de lo que pudiera haber sido, como empaquetador de periódicos que traen 116

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las noticias imaginarias, como clasificador de clichés fotográficos y lingüísticos, como corrector de pruebas de textos escritos en los lenguajes del sueño. Entre tantas profesiones de supervivencia debió Aquiles haber sido guardián de un zoológico franciscano, donde gozaran de libertad los humildes animales que él tanto amó: el can corriente y moliente, el burro, el modesto cochino, y también sus mascotas entrañables: el caballo que era bien bonito, la tortuguita que de tan fea parecía hermosa, el elefante del libro Mantilla. De muchacho deserta Aquiles de la legión de los poetas que se han contentado con contemplar el mundo, sabiendo que su verdadera misión es crearlo. Como escritor, como guionista, como dramaturgo, como crítico de arte, como historiador, como conferencista, como ñángara, como militante, como preso y exiliado político, como inventor y partícipe de tantos periódicos humorísticos a los cuales gobiernos patibularios allanaban las imprentas y mataban a tiros los pregoneros, enseñó Aquiles que la tarea no es tomar la realidad como tema sino hacer de la realidad la obra de arte. Difícil de creer es hoy que estuviera proscrito el apellido de uno de los más excelsos poetas, al extremo de que tanto él como su hermano Aníbal debían publicar con seudónimos, y cuando arribaban a los grandes medios no tardaban las fuerzas de la amargura pedante en vetarlos. Tras acceder a la televisión comercial con su Teatro para Leer, fue expulsado de ella por una jerarquía eclesiástica que no pudo tragar “La torta que puso Adán”. Tras destellar en la televisión pública con “Las cosas más sencillas”, fue borrado para siempre por una borrosa mano que sólo sabía eliminar cintas. Pero ninguna garra podrá desvanecerlo de su Caracas física y espiritual, la ciudad a la cual amó tanto que debió exiliarse en Villa de Cura, lejos de los defectos que le impedían quererla mejor. 117

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En vano pretendieron los exquisitos categorizar como cultura todo lo que se hacía en otra parte. Aquiles edificó una poética a partir de los materiales humildes del acontecer aldeano, de la vasta odisea de los iletrados. En lugar de encumbrarse en la torre de marfil, zanqueó Aquiles con pantalones arremangados las aguas donde beben los ruiseñores del Catuche, topografió la Caracas que era un océano de tejas donde pescaban ratones los gatos. ¿Qué quiere la ciudad? ¿Adónde va, desde que se echó en un sitio fijo, emprendiendo una misteriosa ruta en el tiempo? Nadie como el citadino vive en medio de esta farándula de gestos y signos ensayados. En la urbe, a diferencia de la aldea, es imposible que todos se conozcan, por lo que rangos, posesiones y destrezas han de ser representados o fingidos, con ostentación directamente proporcional a la miseria que encubre. Caracas pudo haber sido otra, nosotros debimos haber sido diferentes. Aquiles rescató para la memoria de esta representación lo menos imperdonable. La ciudad diariamente se remienda a sí misma con la paciencia de una vieja señora que sabe que ya pasó la edad de los estrenos. Por la urdimbre de sus pespuntes seguimos el tejido precario de la cotidianidad. Allá avanza su aguja para coser retazos de pasado amarillento como el Pasaje Capitolio con futuros tan infortunados como el Cubo Negro. Una urbe es voz múltiple de espacios y de formas, concierto y desconcierto de disciplinas e indisciplinas, desorganizada improvisación colectiva que sólo por la armonización del amor puede dar la nota justa. Vaga por ella desasosegado el habitante, y sólo la comprende el poeta que no es comprendido por nadie. De todo el tumulto metropolitano quedan unos cuantos fetiches a los cuales investimos de los mismos sentimientos que secretamente 118

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abrigamos hacia nosotros mismos: desdén, ternura, aceptación o rechazo. Estas reliquias, como todas las del mundo, sólo valdrán por el fervor que les comuniquemos. Aquiles ya está en el pequeño Panteón del alma que alegramos con flores silvestres todos los venezolanos. Su sonrisa hace falta en el otro Panteón, donde entristecen tantos héroes ante las lluvias de amargura que nos emparaman.

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INGENIO Y TERNURA EN AQUILES NAZOA

Gabriel Jiménez Emán Escritor, poeta, traductor, ensayista, compilador, antólogo y editor, es uno de los intelectuales vivos más importantes de Venezuela, por lo prolífico y significativo de su obra literaria.Reconocido internacionalmente por destacar en el ámbito de la microficción, ha publicado las obras Los dientes de Raquel (La Draga y el Dragón, 1973), Saltos sobre la soga (Monte Ávila,1975), La isla del otro (Monte Ávila, 1979), Los 1001 cuentos de 1 línea (Fundarte, 1980) Una fiesta memorable (Planeta, 1991) entre otras. Es director de la revista cultural “Imagen”. Premio Nacional de Cultura (2019)

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INGENIO Y TERNURA EN AQUILES NAZOA Gabriel Jiménez Emán

Cuando se habla de arte popular o de poesía popular casi siempre se incurre en el dislate de considerar por un lado a una poesía o un arte cultos, mientras por otro tendríamos el legado mas o menos indiferenciado de lo popular que, al carecer de autor especifico, no pertenece a nadie en especial; siendo así lo que el pueblo dice, hace o piensa, al ser del dominio de todos cualquiera pudiera convertirlo en transmisor de determinados contenidos, ya sean éstos culturales, históricos o estéticos. Por lo contrario, cuando atribuimos a un autor determinada obra literaria o artística, hacemos de éste una suerte de tótem, de creador capaz de volcar todas sus energías en la ejecución de una obra con sello personal que, en cuanto comienza a recibir el reconocimiento público, se entroniza más y más en su propia personalidad hasta alcanzar el rango de figura consagrada. Me parece que entre estas zonas hay muchos ámbitos a dilucidar que no están tan claros como parecen. Cuando el pueblo reconoce a determinado narrador o poeta como portador de pensamientos o sentimientos, está haciendo, a su vez, el reconocimiento de su propio legado, y estableciendo un vínculo con lo literario desde la esfera pública hacia la esfera privada. En el caso del poeta y periodista Aquiles Nazoa ocurre un tanto de esto. Al considerarlo poeta popular o poeta humorístico se le encasilla en éstos rótulos para poner cepos al acceso de la obra al canon académico o al reconocimiento de la crítica. Por ello, quizá, sea explicable que su obra no haya sido aún elegida para ingresar a importantes antologías de la poesía venezolana, o no se le haya historiado 121

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o referenciado con el suficiente rigor. El otro rasgo, el humorístico, también ha contribuido a que su poesía, en lugar de ser reconocida como parte sustantiva de nuestro legado literario, se le aparte de éste con cierto desdén intelectual, tal ha ocurrido a veces con los casos de eminentes poetas como Andrés Eloy Blanco o Alberto Arvelo Torrealba, circunscritos también a lo popular o lo tradicional. Quien alguien piense que el sacar del lector una sonrisa o el hacer reír a la gente mediante la lectura es cosa sencilla, está equivocado. Lo popular a veces es visto desde una óptica de élite, desde una perspectiva del ” buen gusto” la cual se ha mantenido por largo tiempo aislada en una serie de clisés y amaneramientos que, mas bien, desdicen de la literatura llamada “seria” escrita por autores importantes. La chispa que encontramos en Aquiles Nazoa es una chispa vernácula, profundamente caraqueña, que ha sabido conquistar lectores exigentes no solamente en el país, sino en América Latina, donde además anda en boca del pueblo. La parte más celebrada de Nazoa es precisamente aquella que habla de lo picaresco caraqueño, de sus vicisitudes y alegrías, del duro vivir al que sabe siempre hallarle un lado ingenioso. En su obra, primeramente, debemos destacar el sentido musical de su escritura, su dominio de las sonoridades clásicas, a las cuales dota de aires renovados y las adapta a cualquier situación, pues este es otro de sus rasgos centrales: se trata de una poesía narrativa, donde a menudo hay una historia o una anécdota que él convierte de inmediato en algo lírico, haciendo gala del que es quizá el recurso más visible: la parodia. Aquiles no se viene con rodeos en el momento de imitar a cualquier clásico o romántico, o de adaptarlo a un personaje lugareño, y en esto se parece a los mejores costumbristas, aunque no pueda ser encasillado sólo en esta tendencia, Aquiles desciende de esa línea. Debemos anotar aquí el influjo de su maestro Leoncio Martínez, quien como aquél, se sumerge en el alma popular por encima de los lirismos castizos o de los delirios románticos (los cuales usa como leit motivs para parodiarlos) o de las ceñudas aseveraciones clásicas, Aquiles opta por una expresión libre, desasida de 122

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lo que en este caso pudiera llamarse una cultura grave. Por supuesto, a la larga ese humorismo permanente, ese juego paródico constante termina por debilitar la expresión lírica, la cual se suele observar sólo a través del lente de lo cómico o de lo risueño, de la ocurrencia pasajera del gossip, del efecto momentáneo del chiste. Pues si hurgamos bien en el mejor talante de su obra, hallamos un lirismo donde se cobijan la ternura, el cariño y el amor desde una óptica radicalmente distinta de cuanto estábamos acostumbrados en Venezuela, prueba de lo cual son sus obras maestras Balada de Hans y Jenny y su célebre Credo, textos que pudieran figurar en cualquier antología de la poesía universal. Recordamos del primero fragmentos en prosa como: Hans y Jenny eran soñadores y hermosos, y su amor compartían como dos colegiales comparten sus almendras. Amar a Jenny era como ir comiéndose una manzana bajo la lluvia. Era estar en el campo y descubrir que hoy amanecieron maduras las cerezas. Hans solía contarles fantásticas historias del tiempo en que los témpanos eran los grandes osos del mar. Y cuando venía la primavera, él la cubría con silvestres tusílagos las trenzas. La mirada de Jenny poblaba de dominicales colores el paisaje. Bien pudo Jenny Lind haber nacido en una caja de acuarelas. Al segundo hay que citarlo íntegro tal es su intensidad lírica y confesional: Creo en Pablo Picasso, todopoderoso, creador del cielo y de la tierra; creo en Charlie Chaplin, hijo de las violetas y de los ratones, que fue crucificado, muerto y sepultado por el tiempo, pero a cada día resucita en el corazón de los hombres; creo en el amor y en el arte como vías hacia al disfrute de la vida perdurable; creo en los grillos que pueblan la noche de mágicos cristales; creo en el amolador que vive de fabricar estrellas de oro con su rueda maravillosa; creo en la cualidad aérea del ser humano, configurada en el recuerdo de Isadora Duncan, abatiéndose como una purísima paloma bajo el cielo del mediterráneo; creo en las monedas de chocolate que atesoro secreta123

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mente debajo de la almohada de mi niña; creo en la fábula de Orfeo; creo en el sortilegio de la música, yo que en las horas de mi angustia, vi el conjuro de la pavana de Fauré, salir liberada y radiante a la dulce Eurídice del infierno de mi alma; Creo en Rainer María Rilke, héroe de la lucha del hombre por la belleza, que sacrificó su vida al acto de cortar una rosa para una mujer; creo en las flores que brotaron del cadáver adolescente de Ofelia; creo en el llanto silencioso de Aquiles frente al mar; creo en un barco esbelto y distintísimo que salió hace un siglo al encuentro de la aurora; su capitán Lord Byron, al cinto la espada de los arcángeles, y junto con sus sienes un resplandor de estrellas; creo en el perro de Ulises; en el gato risueño de Alicia en el país de las maravillas, en el loro de Robinson Crusoe, en los ratoncitos que tiraron del coche de la Cenicienta, en Varalcino, caballo de Orlando y en las abejas que labraron su colmena dentro del corazón de Marín Tinajero; creo en la amistad como el invento más bello; creo en los poderes creadores del pueblo; creo en la poesía y en fin creo en mi mismo, puesto que sé que hay alguien que me ama. Mientras que de su poesía no humorística, donde se muestra su dominio de la forma métrica clásica, citamos estas primeras cuartetas de su poema Soneto pensativo:

Novia mía y del aire, madre de los jilgueros, Tú que en las tardes tristes te asomas al balcón A esperar la llegada de los altos luceros Con los que habla de cosas simples tu corazón. Tú que de eneldos santos poblaste mi tristeza Y que fuiste remanso para mi soledad, Que pusiste en mis horas tus linos de pureza Y en mis manos un limpio cántaro de bondad. Cuando se acerca al ámbito de lo vernáculo, Nazoa suele desplegar ingeniosos dispositivos verbales, practicando una amalgama 124

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con estos elementos que dan como resultado un producto original, donde se combinan la inteligencia y la ternura, o como se ha presentado su obra de manera genérica a los lectores: amor y humor, orbes que se juntan en Nazoa para producir una alquimia peculiar de diálogos, personajes, historias, anécdotas que dibujan un universo de peculiaridades venezolanas. En este sentido pudiéramos decir que logra una mixtura notable y plenamente identificable, logrando así una identidad específica. También son muy notables los textos que Aquiles dedica a Los humoristas de Caracas (1966), a la Caracas física y espiritual (1967) y una fascinante Historia de la música contada por un oyente (1968). Desde el año 1955 había comenzado a publicar sus primeros libros como Caperucita roja criolla, El burro flautista y Caballo de manteca, hasta que en la década siguiente se hace notar con los libros Poesías costumbristas, humorísticas y festivas o Pan y circo. Aunque en 1961 ya había dado a conocer un conjunto de textos bajo el sencillo título de Los poemas, que recoge sus piezas no humorísticas que, a mi modo de ver, ha debido seguir cultivando. Cuando hemos de referirnos a los textos humorísticos en prosa de Aquiles, yo seleccionaría “Decálogo del buen bombero” y “Lo que todas debemos saber acerca de los huevos”. Del primero sólo cito los dos últimos puntos del decálogo, a manera de ejemplo: “9. Recuerda que tu misión más importante es defender la propiedad ajena. Cuando en el curso de las labores de salvamento una de las víctimas perdiere el conocimiento, el deber de un buen bombero es ayudarla a encontrarlo. En consecuencia, debes abrir inmediatamente una investigación para establecer en qué forma lo perdió; si antes del incendio, su durante la carrera o si fue que algún vecino se lo robó aprovechando la confusión reinante. 10. Todo bombero en servicio que encontrare a una dama sola pidiendo socorro en un apartamento, debe proceder inmediatamente a sacarla cargada, teniendo mucho cuidado, eso sí, de que en el último momento aparezca un marido que le salga cargado a él.”. 125

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Del segundo texto leemos en la parte final: “Con motivo de la próxima reapertura de la Metropolitan Opera House de Nueva York, un reconocido agricultor de la ciudad está haciendo experimentos a ver si logra que las gallinas pongan huevos irrompibles. Estos huevos tendrían la ventaja de que pueden usarse sin cambiarlos durante toda la temporada de ópera, pues usted le pega a un cantante por la cabeza, y no se quiebra como sucede con las ñemas corrientes. Este mismo sabio ha estado últimamente haciendo ensayos a ver si alimentando las gallinas con vidrio logran que pongan un tipo de huevo transparente, con lo que se eliminaría el desagradable procedimiento de tener que olerlos para saber si están podridos.” Particularmente interesante considero el teatro de Aquiles Nazoa, que al estar representado en vivo retoma sus mejores elementos populares, encarnados en personajes que vuelven aún más hilarantes las situaciones. Cuando veo montadas sus obras de teatro, me cercioro de que Aquiles es en verdad nuestro primer humorista moderno, muy afín por cierto –en su manejo del humor urbano-- a las locuras y absurdos de un Groucho Marx en Nueva York y luego lo siento emparentado por vía subterránea a cómicos estadounidenses posteriores como Bob Hope y Woody Allen, quienes toman sus mejores nutrientes del teatro para llevarlos luego al cine. También, por supuesto, tenemos a toda una generación de comediantes latinoamericanos, sobre todo argentinos y mexicanos, tales los casos de los geniales Mario Moreno Cantinflas en la primera mitad del siglo XX y de El Chavo (Roberto Gómez Bolaños) en la segunda, quienes también extraen sus materiales cómicos del barrio pobre. Sin olvidar, claro está, al padre de todos ellos: el inglés Charlie Chaplin, maestro de maestros, quien lleva el arte de la mímica y el gesto a niveles insuperables, creando además argumentos y tramas que influyeron en toda la cultura cinematográfica del siglo veinte, además del inherente mensaje de humanidad que envía a los espectadores, creando a la vez una conciencia ética y estética de la vida y el mundo. 126

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Veamos parte de un breve diálogo en la obra de Nazoa titulada Un sainete o Astrakán / donde en subidos colores / se les muestra a los lectores / la torta que puso Adán: Eva Un pedacito…Sé bueno. Pruébalo…¡Sabe a bizcocho! Adán No puedo. Comí topocho y a lo mejor me enveneno. (Furiosa, escupiendo plomo, Eva coge un arma nueva, y antes de que Adán se mueva, se la sacude en el lomo.) Eva ¡Vamos Adán, no más plazos! Aquí tienes dos docenas: ¡Te las comes por las buenas o te las meto a escobazos! Adán Bueno, sí, voy a comer: pero no arriesgues tu escoba, mira que el palo es caoba y es muy fácil de romper. (Y arrodillándose allí, como un moderno cristiano, coge la fruta en la mano se la come y dice así: Adán ¡Por testigo pongo a Dios / de que si comí manzana, la culpa es de esta caimana / pues me puso en tres y dos! (Come llorando) Otro punto que debemos consignar aquí es la personalidad humana de Nazoa. Conocí a Aquiles en casa de una amiga pintora en Caracas, donde el poeta se deslizaba montado sobre unos patines por la terraza de la Quinta. ¡Y cómo disfrutaba! Después se tomó unos vinos, charló narrando anécdotas graciosas. Recuerdo aquella tarde en casa de Blanca Guzmán: estaban entre otros los poetas Juan Ramón Pino, un loco maravilloso que era nuestro psiquiatra y era el más loco de todos nosotros; el poeta margariteño Jesús Rosas Marcano, un verdadero tótem del humorismo nuestro, de grata amistad y contagiosa gracia; Blanca y su hermana Samanta (una pelirroja deslumbrante) y otras amigas bellas y sensibles. Después de almorzar y de beber unas copas, Aquiles expresó su admiración por las féminas dedicándoles versos; una de ellas dijo que Aquiles era un poeta 127

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extraordinario porque sabía las intimidades de cada una de las mujeres que se encontraban en la reunión, incluso a una que no había visto nunca. Todos estábamos impresionados con esta capacidad de Aquiles de conocer los detalles íntimos de cada mujer en la fiesta, con lo cual nos llevaba una ventaja abrumadora al resto de los poetas ahí presentes. --Caramba Aquiles –le dije-- esas mujeres están encantadas contigo. La verdad es que te envidio, no sabemos cómo has hecho para averiguar tantos detalles de sus vidas personales, las asombras, las haces reír… --Es un arte, Gabriel, es un arte –respondió. A ellas hay que llevarles siempre una pequeña ventaja para poder agradarles. Créeme que no es nada fácil, pero tampoco es tan difícil. Hay que tener mucha velocidad mental. --Enséñame, Aquiles soy todo oídos. --Bueno, Gabriel, te lo diré más tarde. Pero ni se te ocurra decirlo después a nadie. --Te lo prometo, Aquiles. Palabra de hombre, pero por favor dímelo. Seguimos charlando, bailamos, leímos poemas, bebimos, tomamos bocadillos. Antes de concluir la velada, y cuando ya nos despedíamos de las anfitrionas, Aquiles me llamó un momento aparte y me reveló el secreto. Mi asombro fue grande. Las mujeres dejaban sus bolsos y carteras colgadas de unos percheros a la entrada del recibo. Sin que nadie lo notara, Aquiles se deslizaba hacia la zona de las carteras en los percheros y las revisaba meticulosamente, las escudriñaba objeto por objeto, documentos personales, carnets, cédulas, cheques, dinero, fotos de familiares, notas, cartas, tarjetas, etc. Y luego dejaba todo exactamente en su lugar. Ahí estaban los datos fundamentales de cada una de ellas. Lo demás era cosa del destino. Aquiles Nazoa era un hombre de una sensibilidad aguda y un encanto peculiares. Nada grosero ni chabacano. Le gustaba mucho 128

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el teatro y la danza, las puestas en escenas con personajes; gran conversador, amaba hacerse fotografiar al lado de muñecas con poses graciosas. Hay un azar maravilloso que comparto con él: estudiamos ambos (podía ser mi padre, nació un año después que el mío, Elisio, en 1920-- y tuvo su primer hijo –Claudio-- en mismo año en que yo nací, 1950, en Caracas) en la Escuela 19 de abril en la parroquia San Juan, y ambos nos sentamos varias veces en la plaza Capuchinos, situada al frente de esa escuela allá en Caracas, en la avenida San Martín, una plaza donde los árboles estaban cargados de pajaritos y los bancos ocupados de parroquianos conversadores y divertidos, un lugar verdaderamente agradable, donde solían irnos a buscar a veces nuestros padres luego de salir de la escuela. Si de Nazoas se trata, hay que decir aquí que en esa familia hay no pocos escritores, comenzando por Aníbal Nazoa, extraordinario cronista y narrador (sus Obras incompletas son un clásico de nuestro humorismo en prosa), Claudia (Dacha) Nazoa, amiga mía, narradora y escritora de guiones de televisión y cine; Claudio Nazoa, hijo de Aquiles, excelente “showman” y humorista de cepa, además de gran cocinero; Laura Nazoa, mujer culta e inteligente, también amiga mía, hija de Aníbal, de modo que todo aquel que se junta con los Nazoa algo de ellos se les pega, eso es seguro. Era también Aquiles un tipo de carácter, defensor de ideas revolucionarias, se pronunciaba en contra de las dictaduras y de los gobiernos militares y autoritarios como el de J.V. Gómez, era un rebelde iconoclasta, y amante de la revolución cubana. Es conocido el suceso de cuando estuvo preso por mostrar su desacuerdo público con las autoridades municipales de Puerto Cabello, donde trabajó por algún tiempo. También aprendió inglés y francés e hizo de guía para los turistas en los museos caraqueños. Desde muy temprano comenzó a escribir para los diarios “El Universal”, “Ultimas Noticias”, “El Nacional” y a colaborar con el semanario “El morrocoy azul” que dirigía Miguel Otero Silva, otro de nuestros grandes bromistas aún por redescubrir, más allá de la importancia evidente que tiene 129

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Otero como novelista y periodista. Además de ser Aquiles fundador de los semanarios humorísticos “La pava macha” y “El tocador de señoras”, así como colaborador de la revista “Fantoches”, que dirigía Francisco Pimentel. Por cierto que a Pimentel hay que reseñarlo como a uno de los referentes del humor en Venezuela en el siglo veinte, del que confesó José Antonio Ramos Sucre a Fernando Paz Castillo y éste recoge en su libro Reflexiones de atardecer: “Job Pim es la inteligencia más grande que ha dado Venezuela en los últimos años”, dice este testigo de excepción de la literatura venezolana, explayándose en una crónica verdaderamente deliciosa sobre el humorista caraqueño, que influenció positivamente a Nazoa. Porque en el fondo, cualquier obra de arte en Venezuela, por más profunda que sea, sino tiene una pizca de humor, está destinada al olvido de los lectores. Y si me lo preguntan con insistencia, yo les diría que el humor nos salva de las amarguras de la vida. Disfruté mucho de las charlas de Aquiles en sus programas televisivos “Las cosas más sencillas”, donde nuestro poeta se daba el lujo de hacer una conferencia completa --con gracia incomparable-acerca de los objetos más comunes o corrientes que se puedan imaginar, otorgándoles matices distintos, inusitados, no decayendo ni un solo momento durante toda la charla. Muchos de sus poemas los saben de memoria una gran cantidad de venezolanos, tocando con sus palabras el corazón del pueblo. Y ese don, realmente, no lo poseen muchos en un país como el nuestro, que así como es dueño de hermosos dones imaginativos y creativos, puede moverse también entre los extremos del tedioso lugar común de los discursos políticos e ideológicos y el de las cursilerías, las reiteradas chabacanerías y vulgaridades más procaces. Creo que Aquiles Nazoa ha sido una de nuestras personalidades humanas más notables e influyentes. Las iniciativas que se tomen para valorar y difundir su patrimonio literario y periodístico deben tener todo nuestro apoyo. Haberle otorgado su nombre a la Casona Cultural en La Carlota ha sido un acierto. Estuve allí cuando el Pre130

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sidente Nicolás Maduro concedió los Premios Nacionales de Cultura en diciembre de 2019, y yo, en los prolegómenos del acto, me deslicé a darme un buen paseo por las frescas habitaciones de la hermosa casona, cargada de obras de arte, objetos, muebles y recuerdos de tantas épocas del país, apreciando en los pasillos y corredores externos decorados con fotos de Aquiles en tamaño natural, donde se le veía acompañado de esos entrañables personajes que lo llenan a uno de orgullo venezolano, lo cual constituye un reconocimiento perdurable a su memoria, y permitirá irradiar su obra y su mensaje a las nuevas generaciones.

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AL PIE DE LA LETRA… AQUILES NAZOA

Miyó Vestrini Poeta, periodista, narradora y guionista. Se dedicó al periodismo cultural, formó parte del grupo Apocalipsis de Maracaibo, el Techo de la Ballena y la República del Este. Dirigió la página de arte del El Nacional y también la revista Criticarte, realizó trabajos como guionista en la televisión venezolana. Fue ganadora del Premio de Periodismo en dos ocasiones. Entre sus obras se destacan: Las historias de Giovanna (1971), Isaac Chocrón frente al espejo (1980) y Salvador Garmendia, pasillo de por medio (1994).

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AL PIE DE LA LETRA… AQUILES NAZOA Miyó Vestrini

[…] Las ferias pasan, pero los libros y sus autores, quedan. Hubo un gran ausente en este jolgorio aniversario: un poeta llamado Aquiles Nazoa, quien murió precisamente. Víctima del automóvil, dolorosamente atrapado en un masijo de hierros retorcidos, esperando en vano una ayuda que no llegó nunca. Aquiles Nazoa amaba y conocía bien a Caracas. Era un nostálgico, dicen algunos. Pero habría que precisar que practicaba la nostalgia militante. No escribía plañideras observaciones sobre la vieja ciudad. Al contrario, la mantenía viva porque siempre nos remitía a su verdadera esencia: la de su gente, la de sus pequeñas y grandes historias, la de sus paisajes secretos y encantados. Uno de sus libros más esplendidos es Caracas física y espiritual, que obtuvo el Premio Municipal de Literatura en 1967, año del cuatricentenario de Caracas. Editada por el Concejo Municipal, con un tiraje de 2.500 ejemplares, diez años después del premio, es una obra que jamás perderá su encanto porque fue escrita, como bien lo dice su autor, “con los últimos cachivaches del corazón y de la memoria”. En Caracas física y espiritual, el lector encuentra historia, crónica, poesía, retratos, anécdotas. Todo cambia de una página a otra. El único elemento de ensamblaje es el secreto hilo de amor que unía el poeta a su ciudad. Decía Aquiles Nazoa en su pequeño prólogo: “…quise trasladar al ánimo del lector el cuadro de esta ciudad martirizada; de mi amada Caracas interceptada en su proceso histórico normal, fracturada 133

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en su paisaje, inconexa en su topografía, heteróclita en su paisaje; en sectores, la capital más amable de los trópicos, y en barrios enteros, la más ingrata de la tierra. Mi libro, por las historias mágicas que cuenta, es un libro de poesía; es también un libro de arquitectura y un libro de modas. He aquí que me senté a escribir un libro sobre Caracas y lo que me salió fue un caleidoscopio”. Aquiles Nazoa nació en la Caracas de 1920. Su hermano Aníbal también excelente escritor y humorista, afirma que la infancia y primera juventud del poeta transcurrieron entre el Guarataro y El Cenizo, las dos fronteras donde la villa honesta se batía contra el horror del antiguo Silencio. “Siempre con el Ávila en las pupilas y trajinando los puentes del Guaire, de Caroata, de Catuche, del Anauco”, escribe Aníbal Nazoa, “Aquiles fue creciendo en el amor de Caracas, como Paul Éluard en el de Paris y Walt Whitman en el Long Island y Manhattan”. Ya adulto, el joven poeta vivió una de sus primeras amargas decepciones. En Puerto Cabello, durante los años finales del gobierno de López Contreras, dirigió un pequeño periódico, El Verbo Democrático, destinado única y exclusivamente a defender a los pobres. El tono de las crónicas, combativo y apasionado como siempre, no agradó, como era de esperarse a las autoridades locales. Tras la clausura del periódico, encarcelado y luego expulsado del estado Carabobo, Aquiles Nazoa llegó a Caracas, fiel más que nunca a sus ideales, pero sin un centavo en el bolsillo. Pedro Beroes, quien escribiera el prólogo a esa edición de Caracas física y espiritual, lo conoció en esa época. Trabajaba en Radio Tropical, dice Beroes, y era ascensorista, botones uniformado, recepcionista, compraba café y cigarros, en fin, hacia todo tipo de mandados. Pero no había en él ni resentimiento, ni cólera. Al contrario, era ya el poeta orgulloso, solidario y esplendido que como lo vaticinara el escritor Hermann Garmendia, “quedaría para siempre en el corazón de su pueblo”. 134

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Más que prólogo, el texto de Pedro Beroes es un ensayo, quizá uno de los más emotivos y acertados que jamás se haya escrito sobre Aquiles Nazoa. Uno de los aspectos singulares del poeta, era su formación su autodidacta. Al respecto, Beroes recuerda que a los veintitantos años, era sorprendente su copioso, aunque disperso saber. Y se pregunta entonces: “¿Cuándo, cómo y en cuáles libros leyó Aquiles Nazoa, a los veinte años, la gran literatura española, la inglesa, la norteamericana y la hispanoamericana? Esto sigue siendo para mí un enigma. Podía disertar fácilmente sobre la poesía, la novela, el ensayo, la crítica, la historia, muchas otras cosas, con la misma facilidad de cualquier persona con una buena formación universitaria. En suma, es uno de los autodidactas más inteligentes y más capaces que yo he conocido”. Quizá esta misma condición de autodidacta, determinó en parte el carácter de Aquiles Nazoa. Orgulloso y modesto al mismo tiempo, despreció siempre los honores, el prestigio fácil, la adulancia, características frecuentes de nuestro medio intelectual. Pedro Beroes, con gran lucidez, recuerda que Aquiles Nazoa fue siempre un hombre indefenso en la vida, porque nadie le perdonó nunca su inmenso talento. “En Venezuela ‒dice Beroes‒ ésta es una triste y dolorosa verdad. El talento en los hombres honestos es una tremenda desdicha. Constituye una especie de impedimento con el cual no se puede entrar a parte alguna. Entre nosotros, que no somos blancos, ni nos entendemos, una de las cosas más difíciles de perdonar es el talento. Si alguien comprendió esto muy bien, fue Aquiles Nazoa, uno de los hombres más talentosos y buenos que he conocido”. Aquiles Nazoa nunca tuvo bienes materiales. A los cincuenta años, ni casa propia poseía. Y mucho menos una cuenta de ahorros. Era un gran poeta y un gran hombre, viviendo al día, sin saber lo que le esperaba al día siguiente. Pero toda su obra está impresionantemente marcada por el amor, por la terrible compasión que sentía hacia los desposeídos, por la ternura que le inspiraban los niños, por la solidaridad con los hombres y sus luchas. 135

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En uno de sus sonetos, expresó patéticamente la necesidad que sentía de hacer algo más, algo que trascendiera la escritura. Escribió entonces: “Yo cantaba la lluvia y los membrillos, yo cantaba las flores de la tierra; mi corazón fue niño por la sierra/coleccionando ramas amarillas. Pero escuché la voz de los sencillos campesinos y obreros de mi tierra;/ Y vi sobre el amor venir la guerra/con su turbión doliente de cuchillos. /¡Ay, todo era combate, sangre y muro! / ¿Cómo pudo esta sorda mano mía/cultivar su clavel entre las balas?/¡Cambiar quiero mi plata en plomo duro. / Quiero poner mi armada poesía /al lado de los picos y las palas”. Decía Simón Bolívar: “…Mi derecha estará en las bocas del Orinoco y mi izquierda llegará hasta los márgenes del Rio de la Plata, mil leguas alcanzarán mis brazos, pero mi corazón se hallará siempre en Caracas”. Aquiles Nazoa utiliza esta frase del Libertador, como preámbulo a su libro Caracas física y espiritual. Con ella ratifica su propio amor a la ciudad. No busque en este libro citas históricas, fechas precisas o referencias bibliográficas, porque no las encontrará. En cambio, leerá una novela llena de anécdotas, datos curiosos, poemas alusivos a la ciudad, divertidas costumbres, pequeñas historias del alumbrado, de la radio, de las ventanas caraqueñas y una maravillosa versión de la fundación de la ciudad y del sacrificio de Guaicaipuro. Como bien lo señala Anibal Nazoa, todo esto es muy diferente a esas añoranzas a las que nos tienen acostumbrados los cultivadores del reportaje frívolo, detenidos en la evocación de una Caracas falsamente añejada, como los malos vinos, que nunca va más allá de la cocina colonial, la pajilla y el socorrido tranvía. Y es que además de los temas señalados y otros, Aquiles Nazoa con su inmenso amor, habla de la otra Caracas. De la ciudad martirizada y convertida en un museo de fealdades. En el capítulo 136

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titulado, “La Caracas del petróleo”, formula su denuncia. Poco importa que estas líneas hayan sido escritas hace veinte años. Tienen hoy un vibrante eco de sorprendente actualidad. Escuchemos lo que escribía el poeta entonces: “Como en ninguna otra ciudad nueva de América, en la Caracas de hoy pueden constatarse algunos de los perjuicios que es capaz de causar el dinero cuando pretende reemplazar a la cultura. Para la empresa de convertirnos la capital en una las ciudades más desagradables de que se jacta el continente, convergieron aquí dos de las formas más estultas y perniciosas de la riqueza. A la estrechez espiritual de una clase media urbana semi-iletrada que se habían enriquecido en el ejercicio de la usura, en la importación de barajitas norteamericanas o simplemente, en el juego de caballos, se asoció el aldeanismo de algunos propietarios rurales que vendieron sus últimos novillos y se vinieron a la capital en busca de más productivos negocios. En un país menos flexible a los caprichos de la propiedad privada o por lo menos más atento a las resoluciones de los congresos internacionales de Arquitectura y Urbanismo, la simple inversión de dinero no les hubiera otorgado a sus inversionistas el derecho a erigirse en ductores estéticos de la ciudad. Pero no hay en Venezuela una ley ‒ni por lo visto una autoridad‒ que defienda el derecho de las ciudades a ser bellas”. ¿Cómo es el caraqueño tradicional? Aquiles Nazoa define su espiritualidad ‒como él la llama‒ de esta manera: mezcla curiosa de humor, de sentido mágico de la mágica y de una propensión natural al buen gusto. Y hecho curioso, el poeta afirma que esa espiritualidad y sus ingredientes, tienen su manifestación más típica en la idea de la pava. Si usted cree firmemente en la pava o en la mabila, como todavía le dicen algunos, disfrutará muy particularmente el capítulo dedicado a la pava. Aquiles Nazoa recuerda que el término proviene del nombre de un ave nocturna, la pava, cuyo vuelo sobre las casas en la alta madrugada, con su melancólico quejido, se tenía como anuncio de desgracia. 137

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En estas páginas aflora el irresistible don humorístico de Aquiles Nazoa. Un humorismo fino y perspicaz que corresponde asombrosamente a la realidad del caraqueño de siempre. Si usted teme a que le caiga la pava encima, recuerde, de acuerdo a la larga lista del autor, algunos de estas cosas pavosísimas decirle usted a un perro; escribir con el meñique paradito; leer en el periódico las invitaciones de entierro para ver si lo han puesto a uno; llorar leyendo; vestir liquiliqui con camisa de manga larga y con corbata abajo; llorar leyendo; los novios rascados que la noche del matrimonio, entre confidencias y cursilerías, le dicen a la mamá de la novia, usted pierde una hija, pero ha ganado un hijo; sacar un perro para que se purgue comiendo pajita; fumar desnudo; rezar para acostarse a rezar la siesta; decir al dar un pésma, que no somos nada; retratarse cabeza con cabeza; clavar arepas detrás de la puerta entre un casquillo y una penca de sábila para que no falte el pan; bailar pasodoble viéndose los pies; bañarse en el mar con zapatos de cuero y finalmente, tener un pisapel de vidrio con animales o flores metidos dentro. Quien reúna todos estos objetos y actitudes, está condenado a una pava de cien años, según los expertos en la materia. Expertos que por cierto han inventado una unidad convencional de medición de la pava, que parodiando al kilovatio de los medidores eléctricos, se denomina el pavovatio. Insertadas en Caracas física y espiritual, las memorias del Duque de Rocanegras forman parte, decididamente de la literatura fantástica. De ninguna otra manera podría calificarse su excelencia el señor Vito Modesto Franklin, Duque de Rocanegras y Príncipe de Austrasia, criatura insólita de la fantasía y del humorismo de la ciudad, en el esplendor físico de aquella figura y en la atmosfera de leyenda que respiraba su fascinante personalidad. Fue el personaje más típico por más de diez años de la Caracas de los años veinte. Dice Aquiles Nazoa que el Duque de Rocanegras, fue una estampa humana mitad broma, mitad poesía, parte locura y parte ensueño. Utilizaba un ropero de su propia creación, en los que 138

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combinaba el leonardo y el verde nilo, el carmesí y el negro, el gris claro y el esmeralda. Las combinaciones eran curiosísimas: paltó levita y calzón corto a la chambelán, chistera y camisa mosquetera de ancho cuello y bocamangas de encaje, tirolés con escarapela de plumas, corbata de plastrón y zapatillas de raso con hebilla de plata. Pelucas, un leve maquillaje de carmín y un monóculo, completaban esta insólita presencia en la Plaza Bolívar, donde pasaba casi todo el día. Los redactores del semanario humorístico Fantoches con Leo a la cabeza, contribuyeron notablemente a la popularidad del personaje. La inventaban cartas dirigidas a él por alguna princesa misteriosa, le dibujan viñetas y hasta le componían versos. El propio Leo había escrito un cuplé que fue estrenado en el Teatro Calcaño y que decía así: “Petronio, fuiste un paleto,/Brummel no valiste nada;/la multitud fascinada/sólo se proclama a mí”. Vito Modesto Franklin, Duque de Rocanegras, murió olvidado y solitario, rodeado ‒ dice Aquiles Nazoa‒ de antiguallas absurdas y muertas que resumían su vida funambulesca. […]Aquiles Nazoa en su libro y dentro del capítulo dedicado a los poetas de Caracas, reproduce aquel famoso calendario caraqueño de Enrique Bernardo Núñez que la mayoría de los jóvenes caraqueños desconocen. Era un texto cuyo sobrio lirismo todavía encanta. Cada mes tenía su propio perfil por ejemplo, enero, cielos de plata. Hojas secas en los barrancos. La silla es un perfecto zafiro. Abril, con sus cigarras y cenicientas montañas. Mayo, trae sus rojos ramos y sus limpias colinas. Caminos de azahar. Floridas cruces y canciones. Julio prepara sus flautas y destila sus mieles, sus aromas silvestres, ceñido con manto de mariposas. Agosto un mes de estrellas errantes, de mazorcas y dorados manantiales. Octubre, mes de lluvias y vientos. De luceros perdidos, mes de racimos y mares oscuros. Y noviembre con sus mágicos colores, flores moradas, nieblas y luna de difuntos. Diciembre es en cambio, el mes de la espiga color de adviento. Un calendario que ciertamente, nos llena hoy de nostalgia. 139

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[…] Aquiles Nazoa, como el soñador que siempre fue, se dejó llevar por la ilusión. Su libro, Caracas física y espiritual, termina con palabras llenas de una esperanza hoy, inalcanzada: “… el nuevo nombre de Caracas, hoy paria de un instante de estremecimiento y convulsión histórica, podrá volver los sosegados ojos al cielo de la ciudad, y como el poeta, reconocer al espíritu inmortal de Caracas es el triunfante vuelo de una tropilla de palomas que cruza el valle…”. […]

BIBLIOGRAFÍA Vestrini, M. (Presentadora). (30 de septiembre, 1985). Aquiles Nazoa. (Transmisión de Radio). Al pie de la letra. M. Vestrini (Productora). Caracas, Venezuela: Radio Nacional de Venezuela.

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