Aniyar. El Regreso Triunfal de Lombroso

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Desde el 2005, se lleva a cabo en Estocolmo cada año, el Symposio Internacional de Criminología en el cual se observa una reiteración del paradigma etiológico por la presencia de las investigaciones biológicas. Los simposios en comento, aunque son de carácter básicamente prevencionistas, por la presencia masiva de investigadores cuyo interés es básicamente la Criminal Justice y la Prevención, han dado cabida, y con estímulo a las investigaciones biológicas. Se ha abierto, pues, puerta ancha a las investigaciones genéticas y cerebrales. En algunas de las investigaciones de la nueva socio-biología, ni siquiera se trata de un paradigma etiológico: es un paradigma etológico. Por ejemplo, para intentar la explicación de la conducta delictiva de los individuos, se ha regresado a estudiar las ratas porque su ADN se parece al humano. Cuando vemos que el modelo etiológico tiende a ser dominante, que pertenece a un grupo poderoso y cerrado de académicos que no deja rendijas a otro tipo de criminología, a la que mira con sospechas por su posible, hipotético y estereotipado, agregado activismo social y político, se observa con simpatía el pasado, y aún el presente, de Latinoamérica donde cualquier cosa era y sigue siendo posible. En este nuevo mundo, con sus particulares características históricas, se construyeron marcos socio-políticos para un pensamiento e investigación alternativa. Ciertamente se vinculaban- no podía ser de otra manera- a una realidad concreta: los estereotipos y selectividades salvajes del control social en acción, las legislaciones penales clonadas de otras realidades, las guerras centroamericanas, las dictaduras del cono sur, la corrupción, el abuso de poder, la preocupación por los autoritarismos y los Derechos Humanos; en fin, un panorama de intenso dramatismo, en el cual la Criminología de los Derechos Humanos tiene un lugar de privilegio. Aún cuando hoy se diga, no sin sesgo interesado, que la criminología crítica está en retroceso, en este continente no se ha dejado de utilizar como metodología las determinaciones históricas de nuestros controles Penal y Social. Por eso el interés en teorizar en un marco transdisciplinario de gran amplitud, -el cual es una perspectiva integradora de historia, política, intereses, definición y control-, sigue estando vigente. Ciertamente en el mundo anglosajón la visión pragmática de la investigación universitaria sobre la prevención ha obedecido desde siempre al clamor público y electoral por la seguridad. Es por eso que, desde la extinción de la criminología de la Escuela de Berkeley, que aunque pequeña y solamente radical, significaba, al menos, la existencia de algún interés académico y teórico que englobara la categoría de la totalidad, la llamada Criminal Justice, o una criminología entendida como parte de las Behavioral Sciences, constituye hoy el marco referencial de la que en esos países se hace con exclusividad. No es, pues, solamente un asunto de tradición. Hay mucho poder detrás de todo esto: poder médico, poder de gobiernos que pagan investigaciones, o las estimulan comprando a buen precio sus resultados en forma de asesorías; poder universitario que consolida y reproduce algunas mafias académicas, e intereses del mercado electoral. Que el ex Alcalde Giuliani sea hoy candidato a altas posiciones es una muestra de que “el delito (y su control, ampliamente publicitado) si paga”! Claro que las fórmulas mágicas, especialmente las más codificadas, por ser inexpugnables para los no especialistas, ayudan a aplaudir propuestas peligrosas. El regreso del darwinismo viene con tambores. Lo triste es que los soldados del mundo de las ciencias humanas están recogiendo apresuradamente sus banderas. Tiene que ver con la permanente necesidad de legitimarse mediante el prestigio de la palabra “ciencia”. Los

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sociólogos anglosajones, sin vergüenza profesional, se endulzan la boca con la expresión “deep science” o “hard science”. Y se sienten importantes, como nunca, sentaditos humildemente en sus banquetas de salón de clases. Desdeñadas desde los laboratorios, donde doctores de bata blanca se ejercitan en los ritos de una verdad supuestamente incontestable, cargada de la respetabilidad que produce toda aproximación al conocimiento que traiga fórmulas numéricas o imágenes extraídas del cuerpo humano. La única certeza, o, al menos, aproximación a la verdad, provendría, según el mito, de las ciencias naturales. De manera que intentan arropar con su toque mágico alguna investigación sobre fenómenos sociales, que luego concluye -paradójicamente- buscando desesperadamente la explicación final en teorías meramente sociológicas. No puede dejar de ponérsele comillas a la palabra “ciencia”, independientemente de que, al obedecer a técnicas ajenas, prácticamente exóticas, y, además, casi herméticas para los no nativos de esa lengua especial, se pretenda conferirle este estatus a algo tan poco lineal como la complejidad del mundo político, social , psicológico y antropológico. Pues como reiteradamente se ha dicho en estas latitudes, no se pueden abarcar desde los microscopios las razones del espíritu. Los biólogos, pues, han entrado al mundo de la criminología como un elefante entra en una tienda de cristal. Traen sus banderas cargadas de radiografías y exámenes moleculares, sus muestras de ADN, y sus fórmulas de dudosa aplicación científica al mundo social y político. Y las roturas que ocasionan están generando consecuencias incalculables en la generación de medidas autoritarias. En las investigaciones norteamericanas presentadas en los dos Simposios Internacionales de Criminología que se han realizado en el 2006 y el 2007 en Estocolmo, la mención de la raza ha sido una constante. La reiteración de la criminología americana de las investigaciones sobre “razas” (utilizan inclusive el cuestionado y proscrito término de raza, más que el de etnicidad), para señalar una posible etiología de la violencia, a veces insisten en diferenciar los grupos por sus orígenes nacionales (habría raza mexicana, colombiana, puertorriqueña, cubana). Otras investigaciones, y hasta en los documentos oficiales norteamericanos, los denominan a todos, uniformemente, como pertenecientes a una peregrina raza llamada “hispana”, con la que se presume una confusa unidad donde en realidad coexisten diferencias culturales, e inclusive históricas, desde el Río Grande hasta la Patagonia. No sólo estas denominaciones son científicamente inconsistentes, sino que son biológicas y discriminatorias, y, además, potencialmente, capaces de instar a crímenes de odio. La resurrección y gloriosa ascensión de Lombroso, se ha visto, pues, aparecer en las investigaciones genéticas y cerebrales. En ambos Simposios se extendieron mapas de cortes cerebrales, y un vocabulario que no presenciaba ni escuchaba desde mis experiencias estudiantiles en Roma, con el encantador, bien intencionado y reputado Profesor Benigno di Tullio, hace más años de los que estoy dispuesta a recordar. No olvido tampoco que a la entrada del Centro de Diagnóstico, Pronóstico y Clasificación de la Cárcel de Rebibbia, nos recibía un busto que reproduciría el rostro del Delincuente Nato. Una investigación proyectó en el 2006, diapositivas con cortes del cerebro, para explicar que su deterioro era causante de algunos casos de homicidas en serie. Claro que un cerebro estructuralmente deteriorado producirá conductas de todo tipo anómalas. Pero no necesariamente homicidas. Por cierto, cuando se habla de homicidas en serie, la primera imagen que viene a mi mente es la de las noticias del primer mundo, o la de algunas películas de terror. Y cabria preguntar por qué en los países latinoamericanos, el serial killer es un personaje

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exótico. Habría que preguntarse qué se encuentra por aquí, en la arquitectura biológica cerebral, que explique este fenómeno. Una investigación presentada en el Simposio que se quiere especialmente reseñar es la de Adrian Raine, de la Universidad de Pennsylvania, sobre la prevención del homicidio mediante una mejor nutrición a base de pescado (Omega 3, indica). Según el investigador, ese componente ayudaría a evitar el deterioro de la estructura cerebral. Se cita como abono de la hipótesis, el “descubrimiento” de que los húngaros, que comen menos pescado, cometen más homicidios que los japoneses, quienes a su vez consumen más productos del mar. ¿Podría eso significar que todos los pueblos que consumen menos pescado son más peligrosos, o que los niños que lo consumen no serán violentos? Al pasar revista a nuestros países: ¿los comedores de pescado son menos violentos? 1 ¿Los comedores de carne lo serán más? Evidentemente, no sólo la simplicidad del esquema de una conducta que es producto de muchas componentes sociales, sino el borramiento de las variables tanto definicionales como culturales, generan cuestionamientos serios a 1 Es que en Caracas, donde han subido exponencialmente los índices de homicidio, no se come la cantidad de pescado que antes se comía? estos trabajos. Sucede que para estos “científicos” el panorama digno de estudio empieza y termina en el primer mundo2. Inclusive las clásicas, ya desprestigiadas tablas de prevención de la criminalidad de los cónyuges Glueck, y su peligrosa carga de discriminación, nos parecen menos cuestionables, pues, después de todo, ponen una gran cantidad de variables en juego 3. Estas investigaciones están en la ya antigua línea regresiva de las teorías de James Q. Wilson, tan populares en Estados Unidos, que su libro llegó a venderse en ese país en los kioscos de las esquinas. En esa época se hablaba de la “black box” o “caja negra”, para referirse al cerebro. La Socio-biología, que algunos han denominado irónicamente “soso biología”, renace, pues, con nuevas fuerzas, asegurando la persistencia del modelo. La sociobiología humana (pues hay una socio-biología animal) aparece como forma moderna del determinismo biológico, en dos obras de Edward O. Wilson, fundador de la sociobiología como disciplina en 1975 y catedrático de sociobiología en la universidad de Harvard (Sociobiología, la nueva síntesis, y Sobre la naturaleza humana). Indudablemente, no son las únicas obras relevantes de esta forma de pensamiento, pero sí son las más representativas, junto con El gen egoísta de Richard Dawkins. Wilson define la sociobiología como “el estudio sistemático de las bases biológicas [genéticas] de todo comportamiento social”, lo que viene a defender que todo comportamiento humano (en su dimensión social) tiene un fundamento genético. Tesis sin duda reduccionista. No obstante esto, la sociobiología en Estados Unidos goza de una implantación política y académica que debería preocupar, y que comienza a irradiar un auge progresivo también en Europa desde su constitución como disciplina. Se promueve así la idea del determinismo biológico de que todo rasgo físico o de conducta es necesariamente producto de la selección natural. El asunto está en que, como dice Daniel Soutullo: “Cuestiones tan variadas como la de las razas humanas, la eugenesia, las implicaciones ideológicas de la teoría darwiniana o, más recientemente, el Proyecto Genoma Humano, entre

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otros temas, pueden ser abordadas desde el punto de vista de las relaciones entre biología e ideología”4.

En efecto, como dice Roberto Ruiz, el concepto de “selección natural” ha sido asimilado

progresivamente a la teoría de la acción social típica del mercado competitivo. Concebida a la imagen del sistema de mercado, la naturaleza ha sido usada para explicar el orden social humano, y viceversa, en un intercambio recíproco sin fin entre darwinismo social y capitalismo natural. Se dice que la sociobiología es sólo la última fase de este ciclo: la fundamentación del comportamiento social humano en una idea de la evolución orgánica, que sería la representación de una forma cultural de acción económica. Es decir, que la sociobiología, como dice Sahlins, pretende dotar de legitimidad científica la ideología capitalista. En todo caso, hay que temer afirmaciones demasiado lineales, especialmente cuando acentúan el valor de las diferencias biológicas. En lo relativo a las investigaciones genéticas, se ha revivido -pues de alguna manera la línea central de investigación se ha continuado 5-, la investigación sobre gemelos univitelinos, que hace muchos años, sin evidencias conclusivas en relación a la delincuencia, hiciera Christiansen 6.

Es interesante apuntar que el mismo Christiansen decía en Maracaibo, con modestia, en los años 70, “antes de que plantee algunas suposiciones, y admito que son generalizaciones especulativas, sobre algunas de las consecuencias de este estudio de mellizos delincuentes, debo subrayar que no soy psicólogo”…. “Es evidente que algunas expresiones de agresión son muy condenadas abiertamente, otras son criticadas, algunas son bastante aceptadas, y algunas se consideran expresiones de valiosas cualidades humanas”…. “la tolerancia de diversas formas de agresión difiere según el tiempo y el lugar, por ejemplo, con la cultura”… “yo desearía que los psicólogos sociales ayudasen a resolver esos problemas, si es que no tienen ya resultados en las manos”.

Es decir, reconoce que es del lado de las disciplinas sociales y humanas donde podrían encontrarse las explicaciones.

Aunque en la nueva investigación de Moffit 7 se aduce la influencia de lo ambiental, afirmar que “el gen permanece silente” en un gemelo que ha sido tratado con cariño por los genitores, en tanto que quien ha sido tratado con desprecio o falta de amor puede desarrollar violencia, tal vez lo que demuestra es que lo que sí impulsa la violencia, es la carencia del amor parental y de la autoestima generada en la infancia. Es más, los múltiples acontecimientos y experiencias sociales que rodean el desarrollo de una personalidad, y no necesariamente el tratamiento afectivo de los padres, tendrían mucho que ver con el tipo de conducta realizado.

La misma autora aduce que existe una interacción entre el ser víctima de abuso de menores y la predisposición genética a una baja expresión de Monoamide Oxidasa A, una enzima que

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regula importantes neurotransmisores en la synapsis de las neuronas cerebrales 8. Así, quienes no tienen esta predisposición (más una historia de abusos sexuales en la infancia), tendrían menores niveles de conducta violenta que quienes han presentado ambos

factores. La autora reconoce que esta investigación es experimental, que no ha sido duplicada por otros especialistas y que puede ser refutable. Aún al margen del determinismo etiológico, no es discutible que los abusos sexuales infantiles puedan tener alguna relación con trastornos de conducta, aunque estos no sean necesariamente delictivos; pero no está claro que la baja existencia de la enzima Monoamida Oxidasa A tenga, en la conducta violenta, una mayor o menor influencia que los abusos sexuales. A estas personas con baja Monoamida Oxidasa A, con historia de abusos sexuales en la infancia, entonces, ¿hay que considerarlos peligrosos o enemigos? ¿Qué tipo de prevención o de persecución habrá que extender sobre ellos para evitar que sean homicidas? ¿Se habrá hecho un estudio semejante en los policías o soldados que, en muchos países, se deleitan en violencias y torturas? ¿Se sabe si hay una presencia baja de esta enzima en los Jueces, en los Presidentes o Ministros, en los líderes políticos? Por otra parte, ¿es que todas las conductas violentas son conductas delictivas, o, como decía Christiansen, muchas de ellas son simplemente cotidianas, toleradas, legales o necesarias en la vida del siglo XXI (carnicerías, y mataderos, boxeo, fútbol, cirugía, para citar sólo las más aceptadas)? Si consideramos que la agresión es significativa en sí misma, deberíamos concluir que no puede explicarse con el genoma humano el tenebroso paisaje macro de la violencia, como los crímenes de odio, las guerras, la “limpieza de sangre”, o genocidio o exterminio, los crímenes políticos, el terrorismo, la tortura, para seguir el orden de nocividad de la conducta agresiva. Que todos tenemos genes que inducen a la agresión, no significa que los genes lo produzcan, sin que haya variables del entorno que estén presentes en la asociación. Y el entorno es demasiado complejo para incluirlo en un resultado que se pretende científico, ni aún visto a través del cristal de las probetas o de las retortas de las ciencias naturales 9. Del mismo corte y con la presencia a veces de los mismos investigadores, encontramos las siguientes investigaciones: Una investigación sobre niños que considerados “antisociales” y que antes habían sido víctimas de maltrato10: El maltrato físico a los niños predice, según los autores, una conducta antisocial posterior, por dos razones. A) el maltrato físico produciría reacciones antisociales, y B) habría factores genéticos trasmitidos por los padres a los niños, que influyen en la posibilidad de que los parientes sean abusivos y que los niños se involucren en conducta antisocial. Otra investigación plantea la relación entre déficits neurocognitivos en muchachos y una conducta antisocial persistente durante su transcurso vital. 11 Este estudio plantea 5 puntos no resueltos en la neuropsicología de la conducta antisocial, usando una muestra de 325 escolares varones en quienes se hicieron mediciones neurocognitivas a la edad de 16 y 17 años. Las mediciones de conducta antisocial recolectadas en ellos desde los 7 a los 17 años de edad fueron analizadas y produjeron 4 grupos: un grupo control, un grupo de antisocialidad que se limitó a la infancia; otro que se limitó a la adolescencia, y otro de conducta persistente en el transcurso de su vida.

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de otro tipo por países hegemónicos. El terrorismo ETARRA en España, también, como, en su época, en Argelia; como en el caso del IRA, y ahora en el kurdistán; como la terrible masacre bélica de Croacia; como las aspiraciones de Kosovo hoy desalentadas por Serbia y la Unión Europea, por sólo citar los casos más publicitados actualmente, todo ha tenido y tiene que ver, fundamentalmente, con un sentimiento positivo de valorización histórica y cultural. Detrás de las bárbaras guerras intestinas en África, ciertamente encontramos toda clase de intereses espurios, como el negocio del marfil, de diamantes u otras riquezas naturales, que han propiciado el escondite de las legítimas aspiraciones de independencia, de respeto y de autonomía étnica que allí existen. La bullente rebelión de la biodiversidad humana presente en los enfrentamientos tribales, tampoco tiene que ver con la genética.

Este último grupo, y el infantil aparecieron particularmente deficitarios en las funciones espaciales y de memoria. El déficit era independiente de abusos, adversidad psicosocial, golpes en la cabeza, e hiperactividad. Los resultados, según los autores, sugieren que los déficit eran profundos y no artifactuales, y que la conducta antisocial limitada a la infancia podía ser de larga duración. El impacto que esas investigaciones están teniendo sobre la criminología en un momento histórico en el que se acentúan los racismos y el miedo “al otro”, es decir, a los diferentes, incluyendo los migrantes, con su consiguiente carga de atenuación de garantías y de leyes especiales de carácter regresivo, me hizo revisar lo que en el campo de la biología se está produciendo. Efectivamente, tal vez estamos en un punto de inflexión de las llamadas modernas técnicas de control, que ya se han hecho tradicionales, caracterizadas por formas especiales de vigilancia, segregación urbana y contención carcelaria, las cuales en lo sucesivo podrían ahora estar confinadas a instituciones sanitarias. Hay otro tipo de investigaciones biológicas que pueden ser aún más temibles, porque se refieren directamente a la capacidad de autodeterminación y, por lo tanto, a los controles que los investigadores han considerado necesarios para la anunciada peligrosidad. Tal vez la más significativa es la del profesor Gerhard Roth, neurobiólogo en la Universidad de Bremen, rector del colegio hanseático, quien dice: “ la sensación de que yo soy dueño de mis actos, sujeto consciente que actúa, es ilusoria. El cerebro decide antes de trasmitirme la sensación de que quiero hacer lo que me dispongo a hacer”..."No hacemos lo que queremos -comenta el doctor Wolfang Prinz, director del Instituto Max Planck de Munich para la investigación psicológica-, sino que queremos lo que hacemos. O dicho de otro modo: el cerebro dispone y el hombre propone“. Las investigaciones parten de que los sentimientos son sólo una interpretación subjetiva de lo que estimula a nuestro cerebro. Al intentar controlarlos racionalmente, el sistema límbico, encargado de las emociones, consigue evitarlo. De esta manera, Gerhard Roth, llega a calificar el control racional de los sentimientos como una ilusión, ya que todos aquellos estímulos que procesa el cerebro racional han sido evaluados previamente por ese sistema límbico. Como Henrik Walter, de la Universidad de Frankfurt, se podría decir que somos más un ”animal emocional” que un “animal racional”. Los autores continúan asegurando que “es posible que el libre albedrío sea un ejemplo del mismo tipo de ceguera en que cae quien es sólo un pequeño engranaje de una gran organización burocrática: aunque se limite a poner el sello en decisiones que otros más altos tomaron antes, él a lo mejor se cree dueño de las palancas del poder”. Como consecuencia, una proposición: hay que hacer resonancias magnéticas a todos los sospechosos, y encerrar a todos los criminales en potencia, de la misma manera como se encierra a quienes tienen enfermedades contagiosas.

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Eso viene de otras investigaciones: Hans H. Kornhuber y Lüder Decke (1965) se propusieron investigar, con ayuda del EEG, la relación entre los movimientos voluntarios de la mano y el pie y las ondas cerebrales. Así descubrieron que un segundo antes de que el sujeto experimental moviera la mano o el pie, la gráfica de las corrientes cerebrales presentaba una inflexión característica. Ellos llamaron a esta especie de señal “potencial de alerta”. Benjamin Libet, neurofisiólogo de la Universidad de California (San Francisco), se preguntó..." ¿Cómo percibe la conciencia ese segundo escaso? ¿Cuánto tiempo transcurre entre la decisión consciente del cerebro y el acto propiamente dicho? Piensa que no puede ser un segundo, pues de lo contrario nos moveríamos por el mundo a cámara lenta. La única explicación que le pareció posible fue que el potencial de alerta para la acción se ha instaurado en el cerebro antes de que decidamos la acción conscientemente. Como conclusión: pone en duda que seamos dueños de nuestros sentidos y nuestros actos. Entonces, “ese libre albedrío no sería más que una apariencia" 12 Es decir, que el cerebro decide como sistema autónomo y no 12 El experimento de Libet consistió en pedirle a los sujetos que doblasen varias veces un dedo,

o la muñeca de la mano derecha, pero a intervalos irregulares, de manera espontánea. Al mismo tiempo deberían fijarse en una pantalla en la que aparecía un reloj digital, para recordar el instante en que se les pasaba el impulso por la cabeza. Durante el proceso se tomaba la gráfica de las corrientes cerebrales y el resultado fue que la chispa consciente se producía, en promedio, entre 0,3 y 0,4 segundos Después de la aparición del potencial de alerta. Cuando los sujetos empezaban a pensar en doblar el dedo, parecía que la acción ya estaba decidida. el acto de la voluntad no puede ser la causa del movinecesita para nada nuestra libre voluntad. A la luz de toda su experiencia, el cerebro decide de manera fulminante qué alternativa de acción conviene a nuestro organismo y qué otra puede perjudicarlo. Jokisch, Rodrigo13, expresa su desacuerdo diciendo que “de esas investigaciones del cerebro se deduciría que el sistema nervioso adquiere el conocimiento solamente mediante la ‘observación’ interna, dentro del propio organismo, es decir, sin obtener nada que suceda fuera de este organismo. Se encuentra preso en sí mismo, a la manera explicada por la teoría de los sistemas: todos los estímulos provenientes del exterior son codificados internamente y exclusivamente, de manera meramente cuantitativa. Los ‘canales de la percepción’ serían las ‘resonancias’ visuales, auditivas, las del tacto y del olfato. Por ello, la investigación del cerebro no permite otra opción que suponer que el sistema nervioso puede reconocer algo, solamente porque está ‘cerrado en sí’, ya que no tiene ningún acceso directo hacia el objeto del conocimiento”. Según la crítica que hace este Jokish, “desde la perspectiva de la teoría de las distinciones, esto no sucede de manera ‘au-

miento, sino únicamente una sensación que acompaña el movimiento mismo, según opina el berlinés Roth. No antecede a los movimientos neuronales, sino que les sigue. “Por tanto, cuando yo digo o pienso ”quiero hacer esto", el cerebro ya ha definido su voluntad unos torreferencial’o ‘autopoiética’, sino sobre la base de ‘hombres’que comunican, deciden y actúan”. Otras investigaciones cerebrales (como la de Lutz Jenke), y algunas en base a tests aplicados, señalan que hay personas que no reflejan capacidad de empatía o emociones

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particulares frente a escenas especialmente terribles; o que se muestran impasibles en experimentos con simulaciones electrónicas capaces de generar emociones en personas “normales” (por ejemplo, en violentos desplazamientos en “Montañas Rusas”). Estos son casos de verdaderos “sociópatas”, dicen, (tal vez, por cierto, una de las adjetivaciones más cuestionables desde el punto de vista sociológico), y su conducta delictiva sería fácilmente previsible. LAS INVESTIGACIONES BIOLÓGICAS, LOS FACTORES DE RIESGO Y SUS CONSECUENCIAS Aunque, desde luego, no somos especialistas en materia tan específica, pero sí en la complejidad del mundo social; así como conocemos las terribles consecuencias que puede tener para la libertad y los Derechos Humanos, y para la democracia tout court, hemos querido copiar textualmente algunas de esas definiciones y propósitos. Nuestro objetivo: formular un llamado de atención urgente sobre lo que estas investigaciones significan. La pregunta que se hacen autores de esos estudios, la tienen ya respondida: “no sabemos si los delincuentes violentos que presentan algunas deformaciones del cerebro pueden o deben reintegrarse a la vida social”. ¿Esto significa prisión de por vida o exterminio de peligrosos irredimibles? A pesar de que los investigadores de biogenética han respondido a las críticas diciendo que los estudios en paralelo (longitudinales), el trabajo sobre los genes, sobre los déficit cognitivos y neurológicos, y las interacciones ambientales, son sólo correlaciones, riesgos y probabilidades, no consecuencias inevitables, el estímulo de este tipo de investigaciones, y la aceptación acrítica de sus resultados, han tenido y pueden aún tener influencias irreversibles sobre los Derechos Humanos. De hecho, el regreso triunfal del peligrosismo positivista ya ha producido en Inglaterra una nueva legislación (2003), que prevé una sentencia adicional (indefinite public protection) para quienes han sido considerados con alta probabilidad de reincidencia. En el 2005, apenas un año después, se reporta que 1000 personas recibieron una sentencia indefinida. En el futuro, especialistas parajurídicos deberán elaborar un diagnóstico, a la manera más tradicional de la criminología clínica, de lo que en ingles se llamaría DSPD (“desórdenes de personalidad severos y peligrosos”). Generará sin duda también efectos sobre las medidas de libertad condicional, o sobre los permisos de salida 14. Sarkozy, antes de ser electo Presidente en Francia, había ya solicitado una Ley para registrar menores con problemas de conducta, de manera de hacerles un seguimiento, nada más y nada menos, que desde la edad de la educación pre escolar (3 años) 15. La eugenesia, en un futuro próximo podría ser una de las propuestas derivadas. Por otra parte, estas teorías no sólo son susceptibles de violar los derechos humanos de los jóvenes, sino que oscurecen las relaciones sociales de exclusión y conflicto en la vida urbana. Otras consecuencias temibles son la explicación de las diferencias de género para justificar el sometimiento de la mujer, las castraciones y las diferencias de razas y de clases sociales. No son menos importantes las implicaciones políticas que esto conlleva, como la justificación del orden social establecido.

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14 y las interacciones ambientales, son sólo correlaciones, riesgos y probabilidades, no

consecuencias inevitables. No se trata de oponernos a programas que pudieran reflejarse en la prevención de conductas insolidarias o violentas. Hay, ciertamente, poblaciones que son vulnerables, porque sus derechos no han sido satisfechos. La buena nutrición, un ambiente familiar saludable y bien orientado, y la calidad del proceso educativo, aunque no son recetas infalibles, deberían favorecer, entre otras cosas, una personalidad adecuada a la convivencia social. Esta afirmación, por supuesto, no es un regreso a la etiología. En primer lugar, dejemos asentado que correlación y asociación no es causación. En la correlación bivariable, no siempre se puede saber cuál variable influye sobre la otra. En segundo lugar, una cosa es considerar que existen poblaciones vulnerables (y anótese que no nos referimos sólo a poblaciones en estado de pobreza), por carencias o por exclusiones que pueden ser remediadas con programas sociales o educativos, que deben ser grupales o generales, - antes de proceder a solucionar sus carencias por otros medios de carácter discriminatorio o estigmatizante. Y otra es la afirmación causalexplicativa, y, como consecuencia, la persecución de personas individualmente clasificadas y registradas por sus condiciones genéticas, biológicas, raciales o sociales, con las consecuencias que esto pudiera generar en la hoja de vida de quien nunca debería dejar de ser considerado ciudadano. El fundamentalismo positivista requiere, entonces, y esta es nuestra principal conclusión, un revival de la discusión epistemológica y política en Criminología.