American Splendor y El Nihilismo

AMERICAN SPLENDOR Y EL NIHILISMO Todos dicen que el sufrimiento, los fracasos amorosos y las malas experiencias nos ha

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AMERICAN SPLENDOR Y EL NIHILISMO

Todos dicen que el sufrimiento, los fracasos amorosos y las malas experiencias nos hacen crecer: a Harvey Pekar le hubiese gustado canjear algo de crecimiento por un poco más de felicidad. Díganme pretencioso o cobarde, pero creo que a mí también, a veces, me pasa algo similar: con gusto daría crecimiento y maduración a cambio de varios instantes de felicidad espontánea. Tantas veces y contra mi voluntad, la generosidad se vuelve una mentira fría, y me reconozco harto de sacrificios y sufrimientos inútiles. Harvey Pekar (1939-2010), autor del cómic American Splendor, fue un judío divorciado, poco agraciado físicamente, de conductas obsesivo-compulsivas, con un empleo rutinario y mal remunerado que -pese a su posterior éxito- no abandonó hasta jubilarse. Aunque tenía sólidos conocimientos en jazz y literatura, no tenía estudios formales, y sus deseos de dejar una huella reconocible para la posteridad se extinguían como hielo al sol. Ese "duro deseo de durar" (Paul Eluard dixit) que implica -en mayor o menor medida- toda aspiración a cierta trascendencia. En su obra supo poner en palabras algunos aspectos del "declive de la cultura americana”, junto a varias de las neurosis que cada uno de nosotros puede experimentar en cualquier ciudad moderna. American Splendor se hizo película en 2003, y el personaje principal quedó a cargo de un excelente Paul Giamatti. En varios pasajes me recuerda a otro film que también me gustó muchísimo: Ghost World (2001) -dirigida por Terry Zwigoff- que también se basó en un cómic, pero no de Pekar sino de Daniel Clowes. No quiero agregar mucho más acerca del contenido de la película, porque su trama es muy sencilla, está en cuevana y la pueden ver ustedes mismos. Sólo quiero agregar algunas reflexiones que me vienen a la mente luego de haberla visto. Es cierto que hay eras demasiado complejas, demasiado ensordecidas por experiencias históricas e intelectuales contradictorias como para escuchar la voz de la cordura. La cordura parece volverse transigencia, evasión, mentira. La nuestra es una era que persigue conscientemente la salud y, sin embargo, sólo cree en la realidad de la enfermedad. Las verdades que respetamos son las que nacen de la aflicción. Mesuramos la verdad en términos de costo en sufrimientos para el artista, más que mediante la pauta de una verdad objetiva. Todas y cada una de nuestras verdades deben tener un mártir. Personalidades como las de Kierkegaard, Nietzsche, Dostoievski, Kafka, Baudelaire, Artaud, tienen autoridad sobre nosotros precisamente por su aire enfermizo. Su morbosidad es su garantía, y es lo que impone convicción. NIHILISMO “El hombre es un cadáver postergado” (Fernando Pessoa)

Félix Duque nos recuerda que en Sobre la filosofía, una obra de la cual nos han llegado sólo fragmentos, Aristóteles relata un refinado tormento ideado por los piratas fenicios: atar al prisionero a un cadáver para que la putrefacción del último vaya penetrando lenta e inexorablemente en el primero. Esa metáfora podría trasladarse a la modernidad: sentimos que algo huele mal, pero no logramos ubicar el cadáver, aunque más no sea para sepultarlo, cremarlo o deshacernos de él. Tal vez estemos destinados a pasar nuestros últimos días en cama, torcidos y haciendo señas ininteligibles a una enfermera que no nos comprende y tiene ganas de irse rápido a su casa para no perderse ni un segundo del “Bailando por un sueño” de turno. LA MUERTE DE DIOS: El hombre nihilista es aquel que piensa que el mundo, tal como es, no debería existir, y que tal como debería ser, no existe. El mito que nos representa ya no es el de Prometeo, como podría ocurrir con Marx, sino el de Sísifo. Con la “muerte de Dios” mueren la razón y el sentido. El hombre se convierte en un azar, o un error de la naturaleza: y no nos referimos solamente a tipos como Bebe Contempomi, sino a todos los seres humanos. Así, la historia se vuelve, con Nietzsche, historia de un pequeño astro en el cual unos animales inteligentes inventaron el conocimiento y la verdad, para descubrir que no conducían a ninguna parte y morir maldiciéndolos. En el siglo XX, las ciencias sociales y la filosofía se llenaron de hipótesis mortuorias: muerto Dios con Nietzsche, el Hombre con Foucault, la Historia –Gehlen-, el Sujeto – Blanchot, Derrida- los metarrelatos emancipadores –Lyotard- la Sociedad Burguesa y la Industria correspondiente –Daniel Bell- ; y muerto el fútbol con Caruso Lombardi, el narigón Bilardo y el sistema 5-4-1 de tantos técnicos vernáculos. Libertad, de Mafalda, quería conocer gente simple. ¿Vos sos simple? Felipe, ¿sos simple? ¡Yo quiero conocer gente simple! Terminemos con una larga cita del Libro del desasosiego de Fernando Pessoa (bajo el semi heterónimo de Bernardo Soares): Nací en un tiempo en el que la mayoría de los jóvenes habían dejado de creer en Dios, por la misma razón que sus mayores habían creído en Él –sin saber por qué. Siendo así, y dado que el espíritu humano tiende naturalmente a criticar porque siente y no porque piensa, la mayoría de esos jóvenes eligió la Humanidad como sucedáneo de Dios. Pertenezco, sin embargo, a esa especie de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen y no ven sólo la multitud de la que forman parte, sino también los grandes espacios que hay a sus costados. Por eso, ni abandoné a Dios tan ampliamente como ellos, ni acepté nunca la Humanidad. Consideré que Dios, si bien improbable, podría ser y en consecuencia, también ser adorado; pero que la Humanidad, siendo una mera idea biológica cuyo significado se limita a la especie animal humana, no era más digna de adoración que cualquier otra especie animal. Este culto de la humanidad, con sus ritos de Libertad e Igualdad, me pareció siempre una resurrección de los cultos antiguos, en que los animales eran como dioses, o los dioses tenían cabezas de animales.

De tal manera, no sabiendo creer en Dios, y no pudiendo en una suma de animales, me ubiqué, como alguna otra gente marginal, a esa distancia de todo a la que vulgarmente se la llama Decadencia. La Decadencia es la pérdida total de inconsciencia; porque la inconsciencia es el fundamento de la vida. El corazón, si pudiese pensar, se detendría.