Alma de Cristo JUAN CARRASCAL

1992. Mensajeros de la Vida. Demetrio del Campo • Guarnízo. JUAN CARRASCAL, S. J. ALMA DE CRISTO PARAFRASIS AFECTIVA

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1992. Mensajeros de la Vida. Demetrio del Campo • Guarnízo.

JUAN CARRASCAL, S. J.

ALMA DE CRISTO PARAFRASIS AFECTIVA

QUINTA EDICION

EDITADO l’OR: MENSAJEROS DI I A VIDA SANTANDER

Imprimí potest: GREGORIUS SZ. CESPEDES, S. I. Praep. Prov. Legjón

Nihii obstat: Dr. FRANCISCUS PAJARES Censor

Imprimatur: + JOSEPHUS, Episcopus santanderiensis

Impreso en España Demetrio del Campo - Guamizo (Cantabria)

PORTICO

El «Anima Christi». He aquí una de las oraciones de más fecunda ins­ piración y de unción más suave. Es jaculatoria de amor, súplica del alma desterra­ da, efusión filial de redimido. Ella es un devotísimo coloquio para la acción de gracias de la Comunión. Ella un tema jugoso y abundante para nuestras vi­ sitas al Santísimo. Ella una súplica muy frecuente en los Ejercicios de S. Ignacio, tan devoto de esta preciosa oración. *** El rezo de esta devota oración ha quedado además avalorado con un hecho que conmovió al mundo ca­ tólico cuando se supo, y ocurrió durante la penosa enfermedad del Papa Pío X II, diciembre de 1954. Se cuenta que cuando su sufrimiento se le hizo más atroz, el Papa solía repetir su oración favorita «Alma de Cristo». Y que al llegar a la invocación «En la hora de mi muerte, llámame», vio el Santo -

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Padre a la cabecera de su lecho, la dulce figura de Cristo. Creyendo que venía a llevar ya su alma, el Santo Padre continuó: «Y mándame ir a Ti». Pero Jesús no venía a eso sino a consolarle y a curarle. A l día siguiente, cuando en la prensa del mundo se te­ mía tener que dar la noticia de la muerte del Papa, se anunció su franca mejoría. (La prensa dio cuenta de este hecho el 21 y 22 de noviembre de 1955). ***

No falta alguna que otra paráfrasis del «Anima Christi». Ojalá que la que aquí damos no desmerezca mu­ cho de la dignidad del tema, y conserve sin grande menoscabo la unción de esta preciosa joya de la lite­ ratura ascética. Esta paráfrasis o comentario del «Alma de Cris­ to»: Te ofrece en realidad sesenta y dos breves medita­ ciones llenas de unción, llenas también de alusiones bíblicas. Es una oración que te enseña a orar. Su contenido responde a múltiples estados del alma y a variados panoramas de la vida espiritual. Es oración para todos, para justos y para pecado­ res Si estás enfermo, es medicina, y si sano, es ali­ mento. La puedes rezar lo mismo en tiempo de con­ solación que en horas de desamparo. -

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Casi cada frase es un hilo conductor que guía tu alma a adentrarse más. También los predicadores encontrarán, diseminados, sugerentes temas de fácil desarrollo. Con ser comentario, notarás que aún te deja mu­ cho margen para el coloquio personal e íntimo con Cristo. La densidad de ideas y de afectos hace que este comentario no sea para leído, sino para saboreado en pequeñas dosis, seguro de que tanto más sabroso lo hallarás cuanto más trates de hacerlo vivencia personal por la meditación. Su lectura seguida te cansaría pronto. Para facilitar su meditación lo he­ mos numerado, de suerte que cada número guarde cierta unidad de tema. Será, pues, mejor que sin prisas, te detengas allí donde encuentres inspiración, sentimientos, gustos, consolación, habla interior, sin preocuparte de pasar adelante. Si se te acaba el tiempo, reza el resto de la oración y despídete de Jesús Sacramentado. Habituado ya a este comentario, luego, el solo rezo seguido del «Alma de Cristo», lo sentirás lleno de evocaciones, reminiscencias sabrosas de la ante­ rior meditación. JUAN CARRASCAL, S. J. Javier (España) en la Navidad de la Santísima Virgen, 8-9-1960. -

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ALMA DE CRISTO

Alma de Cristo - santifícame. Cuerpo de Cristo - sálvame. Sangre de Cristo - embriágame. Agua del costado de Cristo - lávame. Pasión de Cristo - confórtame. Oh buen Jesús - óyeme. Dentro de tus llagas - escóndeme. No permitas - que me aparte de Ti. Del maligno enemigo - defiéndeme. En la hora de mi muerte - llámame. Y mándame ir a Ti. Para que con tus Santos te alabe. Por los siglos de los siglos. Amén. —

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1 .-Alma de Cristo, santifícame. 1. 1. Alma santa, alma pura, alma noble de Cristo, modelo de toda santidad, santifícame. Alma de Cristo humilde, delicada, cariñosa, haz­ me semejante a Ti, santifícame. Alma de Cristo, que realizaste el plan divino de santidad humana, haz que no frustre tus planes de santidad sobre mí, santifícame. Alma de Cristo, que fuiste creada y santificada con la plenitud de gracia y dones del Espíritu Santo, para mi santificación, santifícame. Alma de Cristo, que desde que fuiste creada me conociste sin desprecio y me amaste con inmensas ansias de mi salvación y de mi santificación, realiza en mí la meta suprema de tu amor, santifícame. —

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Alma de Cristo* que unida personalmente al Ver­ bo desde tu primer instante» estuviste sumergida en la visión beática, santifica esta mi alma desterrada. 2. 2. Alma de Cristo, triste por mí con tristezas de muerte en el huerto, santifica mis tristezas. Alma de Cristo, desamparada de tu Padre en la Cruz, por mí, santifica mis desamparos. Alma de Cristo, separada de tu cuerpo santísimo en la muerte, por mí, santifica mis separaciones y la última de todas ellas, mi muerte. 3. 3. Alma de Cristo, unida sustancialmente a la divinidad santificadora, santifica la mía que se une a Ti en la sagrada Comunión que me hace tu Taber­ náculo. Santifica mis potencias. Memoria de Cristo, santifica mi memoria con tu divina presencia y el recuerdo de tus beneficios, de tu amor. Entendimiento de Cristo, santifica mi entendi­ miento con la luz de tu conocimiento. Voluntad de Cristo, sometida en todo a la volun­ tad de tu Padre celestial, santifica mi voluntad con la aceptación de la tuya en todo. -10

4. 4, Alma de Cristo, santifícame con tu gracia para que viva de ella y sepa comunicarla a otras almas. Santifica mi fe para que sea viva, práctica. mi esperanza para que sea firme. mi amor para que sea puro, sacrificado. Alma de Cristo, Redentor mío, a quien recibo en mi Eucaristía, vete obrando en mi alma tu deseo y mi gran anhelo, tu obra de transformación en Tí, santifícame.

2.-Cuerpo de Cristo, tólvam#. 5. 1. Cuerpo santísimo, purísimo de Cristo, sálva­ me. Cuerpo de Cristo, en quien tuvo logro el ideal humano de pureza, sálvame. Cuerpo de Cristo, unido siempre a la Divinidad salva mi cuerpo que te recibe sacramentado. Cuerpo de Cristo, instrumento dócil de tu alma santa, haz mi cuerpo dócil a su gracia, sálvame. 6. 2. Cuerpo de Cristo, formado por el Espíritu Santo, salva mi cuerpo, templo suyo por tu grada. -1 1 -

Cuerpo de Cristo, engendrado de la purísima Virgen María, sálvame a mí que tengo también por madre a la Virgen. Cuerpo el más inocente y el más triturado por el dolor, sálvame. Cuerpo de Cristo, alimentado por la Santísima Virgen para víctima de nuestra redención, sálvame. Cuerpo delicadísimo de Cristo, que tuviste por cuna un pesebre y por lecho de muerte una cruz, dame a sentir y aceptar los estigmas de tu cruz, sál­ vame. 7. 3 .

Cuerpo de Cristo, trabajado por el cansancio, por el ayuno y por la vigilia, haz que no rehuya yo el trabajo por las almas, sálvame. Cuerpo de Cristo, destrozado por los azotes, cru­ cificado, muerto por mí, no permitas que se malo­ gre en mí tanto trabajo, sálvame. Cuerpo de Cristo, que permaneciste incorrupto en el sepulcro, líbrame de la corrupción del pecado y del mundo corruptor, sálvame. 8. 4. Ojos de Cristo, por mí en la cruz tan eclipsa­ dos y tan velados en el Sagrario, miradme: -

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«Que no quiero más luz que sus destellos, Ni más vida, más dicha, más amores. Que los que, con mirarme, me dan ellos». Ojos de Cristo, miradme como mirasteis a Pedro, para hacerle llorar su pecado. Como mirasteis a Juan, para darle por madre a la Virgen. Ojos purísimos de Cristo, curad mis inmodestias. Ojos de Cristo, enseñadme a mirar al mundo con sencillez y pureza, con bondad y respeto, con fe que me transparente a Dios en él. 9. 5. Oídos de Cristo, que tuvisteis la dicha de escu­ char la voz dulcísima de la Virgen, salvadme, haced mis oídos prestos a su voz maternal. Oídos de Cristo, heridos con tantos insultos v repulsas, que no os hiera yo, siendo sordo a su voz, a sus deseos, a sus mandamientos, a sus inspiracio­ nes.

10. 6. Labios de Cristo, amargados de tanta ingrati­ tud mía, dadme a sentir la amargura del pecado. -

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Labios de Cristo, secos de tanto desamor mío, que no sea yo más ingrato a vuestro amor. Labios de Cristo, abiertos para bendecirme. para alentarme, para perdonarme, para enseñarme, enseñadme palabras: de edificación al prójimo, de resignación en la prueba, de consuelo en la desgracia ajena, de alabanza a Dios en todo. Boca de Cristo, sedienta de mi amor y de mi sal­ vación, sálvame. Boca de Cristo, amargada con la hiel y vinagre, enséñame la moderación en la mesa. 11. 7. Manos de Cristo, a cuyo contacto fueron cu­ radas las enfermedades: iluminados los ciegos, limpios los leprosos, resucitados los muertos, tocadme y mi alma será sana y salva. Manos de Cristo, tantas veces levantadas para bendecirme, para llamarme, para levantarme y sostenerme, salvadme. -

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Manos de Cristo, clavadas en la cruz para interce­ der siempre por mí, salvadme. 12. 8. Pies sagrados de mi Redentor, cansados de buscarme, traedme a buen camino y salvadme. Pies de Cristo, clavados en la cruz para pagar la ligereza y libertad de mis pasos pecaminosos, sal­ vadme. Cuerpo de Cristo, hecho víctima por mí, sálva­ me. Sálvame de este mi cuerpo de maldición, de pecado, de muerte.

Sentidos santísimos de Cristo, salvad mis sentidos de la concupiscencia y del pecado. Imaginación de Cristo, salva la mía de toda impu­ reza, de todo desvío, sálvala de la fascinación del mundo mentiroso, santifícala con tu presencia y fi­ gura. 13. 9. Corazón de Cristo: Enséñame a leer en Ti tu amor eterno y tu amor temporal a mí: -

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amor amor amor amor

desinteresado, sacrificado, delicado, siempre actual.

Enséñame a sentir tu amor, a vivir de tu amor, a corresponder a tu amor. Enséñame a reparar tu amor desconocido, olvidado, ofendido. Enséñame el misterioso simbolismo con que te nos apareciste. Enséñame a tener un corazón. dominado por la cruz como el tuyo, llagado como el tuyo, coronado de espinas como el tuyo, abrasado en llamas de amor como el tuyo. Enséñame a amar todo en Ti y a Ti en todo. Enséñame a despreciar todo amor que no venga de Ti y no me lleve a Ti. Corazón de Cristo, Cuerpo de Cristo, escondido en la Eucaristía y hecho alimento de mi alma, semi­ lla de resurrección y arras de vida eterna, sálvame. -

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3 -Sangre de Cristo, embriágame. 14. 1. Sangre de Cristo inocentísima, derramada hasta la última gota en tu Pasión, hecha precio de mi rescate, embriágame. Sangre de Cristo, con la que nos dejaste rubrica­ do el Testamento de tu perdón para siempre, em­ briágame. Sangre de Cristo que clama, con más fuerza que la de Abel, no venganza sino misericordia, embriá­ game. Sangre de Cristo, Sangre del Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo, no me seas causa de condenación sino de salvación, embriágame. 15. 2. Sangre de Cristo, que tan copiosamente bro­ tas de las cinco llagas, anega en Ti mi vida de desa­ mor y culpas, embriágame. Sangre de Cristo, tíñeme para que el ángel exterminador no me hiera. Sangre de Cristo, que infundes fortaleza en los mártires, embriágame de tu virtud, que mi debilidad humana sólo se podrá curar con la transfusión de tu Sangre Divina. —

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Sangre de Cristo, que haces germinar pureza en las Vírgenes, embriágame de tu santidad para «siempre ser tu azucena humilde y pura, conservando entre espinas mi blancura por tu Madre a tu pecho trasplantada». Sangre fecunda del costado de Cristo, de donde brotó una Iglesia santa, embriágame. Sangre de Cristo, oculta en el cáliz de mi misa, embriágame. 16. 3. Sangre de Cristo, que enciendes el celo de tu gloria en las almas de los Confesores, embriágame de ese santo celo por las almas. Sangre de Cristo, que pides la mía, embriágame para que arda en deseos de derramarla por Ti y por las almas. Haz que pierda ya el gusto de lo sensual y mun­ dano, hazme loco de amor por Ti, embriágame.

4.—Agua del Costado de Cristo, lávame. 17. 1. Agua limpísima, inmaculada, «agua viva» que saltas hasta la vida eterna, lávame. -

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Agua que, como de escondida fuente, brotaste de tu corazón golpeado y herido con la lanza, lávame. Agua hecha vivo y perenne reflejo de un amor que no muere, lávame. Agua representada todos los días en las gotas que el sacerdote echa en el cáliz de mi misa, lávame. 18. 2. Lávame de mi iniquidad, de mis innumera­ bles pecados y ofensas y negligencias contra Ti. Lava la vestidura blanca que recibí en el bautis­ mo y que tantas veces manché con mis culpas. Agua del Costado de Cristo, lávame no sólo los pies de mis deseos, sino las manos también de mis obras y la cabeza. Agua del Costado de Cristo, lava hasta las huellas más profundas que ha dejado en mí el pecado, el que heredé y el que cometí. Lava, Señor, mis ojos de tantas inmodestias, mis oídos de tantas malsanas curiosidades, mis pies de tantos pasos pecaminosos, mis manos de tantos atrevimientos. 19. 3. Agua del Costado de Cristo, mitiga los ardo­ res de mi concupiscencia. -

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Agua del Costado de Cristo, apaga en mí la sed de las cosas de este mundo vano y corrompido. Agua del Costado de Cristo, sacia mi sed de feli­ cidad para que no vaya a beber en las cisternas agrietadas y cenagosas del mundo. Agua del Costado de Cristo, extingue en mí el fuego de la ira, el fuego de la envidia, el fuego de todo mal deseo. Agua del Costado de Cristo, que riegas el paraíso de tu Iglesia con los canales de los sacramentos, rie­ ga la esterilidad de mi alma. Agua del Costado de Cristo, ablanda la dureza de mi corazón. 20. 4. Agua que brotaste del Costado de Cristo, mezclada con su preciosa sangre, haz que de mis ojos broten lágrimas de contrición, mezcladas con la sangre de una dolorosa y sincera penitencia. Agua del Costado de Cristo, seme límpido espe­ jo donde vea yo la fealdad de mi alma, lávame. Agua del Costado de Cristo, lávame, más y más lávame.

5.-Pasión de Cristo, confórtame. 21. 1. Pasión de Cristo dolorosísima, inocentísima, santísima, confórtame. Pasión de Cristo, obra de un exceso de amor en Ti, y de un exceso de maldad en nosotros, confórta­ me. Pasión de Cristo, que hizo llorar a los ángeles de paz, arranca de mis ojos lágrimas de compasión, de contrición, de amor. Pasión de Cristo, que eclipsó al sol, e hizo temblar la tierra, abrirse los sepulcros y romperse las piedras, rompe de dolor mi corazón, confórtame. Pasión de Cristo que hizo se rasgara el velo del templo, rasga el velo de mi ceguera espiritual, con­ fórtame. 22. 2. Pasión de Cristo, pasión de amor divino, de dolor infinito, de silencio sublime, confórtame para que quiera padecer por Ti.

Padecer penitentemente, como pecador, pacientemente como cristiano, amorosamente como redimido, corre­ dentor e hijo. Pasión de Cristo, confórtame contra los enemigos de tu gloria; contra los enemigos de tu Iglesia; con­ tra los enemigos de tu cruz. 23. 3. Pasión de Cristo, confórtame en los asaltos del enemigo, en las luchas de la vida, en mis dolores y en mi pasión. Pasión de Cristo, confórtame en las horas de oscuridad en mi alma, en las horas de inconstancia en el propósito, de decaimiento en la lucha. Pasión de Cristo de huida en tus apóstoles, de desamparo en tu Padre, de maldición y escarnio en tu pueblo, de odio en tus enemigos, confórtame en las horas de soledad, de desamparo, de persecución. Pasión de Cristo, única que puede ser consuelo en la pena, fortaleza en el dolor, modelo en la muerte, confórtame en la vida y en la muerte, oh mi única esperanza. -

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Pasión de Cristo, confórtame.

ó.-Oh Buen Jesús, escúchame. 24. 1. Oh buen Jesús, sólo Tú bueno, sólo Tú todo bueno, sólo Tú siempre bueno; pues, oh buen Jesús, escúchame. Oh buen Jesús, que hasta mi misma maldad vista por Ti la mejoras, escúchame. Oh Jesús, bueno con todos: con los pecadores, con los enfermos, con los discípulos, con los pobres y humildes, escúchame. Oh Jesús, bueno en tus juicios, bueno en tus pala­ bras, bueno en tus obras, escúchame. 25. 2. Oh buen Jesús, por mí nacido, por mí vivien­ do oculto, por mí fatigado, por mí humillado, por mí crucificado y por mí muerto, escúchame, tengo mucho que agradecerte. Oh buen Jesús, todo amable y deseable, esperan­ za del alma que por Ti suspira y anhela; dulzura de mi corazón, escúchame, tengo mucho que alabarte. Oh buen Jesús, escondido por mí en el Sagrario para oírme siempre, escúchame, tengo mucho que decirte. -

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En medio de las voces que resuenan en mi cora­ zón: Voces del pasado que me remuerde e inquieta, voces del presente que me entristece y turba, voces del futuro que me intimida y asusta, pues, oh buen Jesús, en medio de esas voces, escú­ chame: 26. 3. Cuando mi corazón clame a Ti en la angustia; cuando mis labios te invoquen en la tentación; cuando mis lágrimas te diríjan la súplica más sin­ cera de mi alma, entonces, oh buen Jesús, escúcha­ me. Cuando en vano llame a los que no quieren escu­ char mis ruegos y gemidos. Tú, oh buen Jesús, escú­ chame. Cuando engañado llame a quien no puede llenar el vacío de mi corazón, ni responder a mi amor, Tú, oh buen Jesús, a quien sin saberlo llamo en mis desvarios, escúchame. Cuando mis pecados y mis tibiezas, cuando mi miseria y pequenez, cuando mi ligereza e ingratitud pudieran moverte a no oír mis súplicas, y no soco­ rrer mi miseria, y no levantar mi debilidad, que en-

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tonces, oh buen Jesús, tu bondad, sola la bondad de tu divino Corazón, único apoyo en mis súplicas, te mueva a escucharme.

27. 4. Tú, que escuchaste al buen ladrón entre los insultos del populacho. Tú, que escuchaste a la mujer cananea entre el desaire de tus apóstoles. Tú, que escuchaste al ciego de Jericó entre el al­ boroto de la muchedumbre, para abrir sus ojos. Escúchame: yo necesito más luz que el ciego de Jericó, más perdón que el buen ladrón, más socorro que la mujer cananea, más compasión que los más afligidos y mi­ serables. Escúchame porque mi corazón te habla: y te hablan mis lágrimas; te habla mi miseria; te hablan mis pecados... Escúchame: Tú sabes lo que te digo y lo que te quiero decir. Pues, oh buen Jesús, escúchame. -

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28. SOLILOQUIO.-Jesús, los hombres somos co­ municativos; buscamos un corazón amigo que nos quiera escuchar. Necesitamos expansión. Expan­ sión en la alegría, expansión en el dolor, expansión sobre todo, en el amor.

Pero un egoísmo frío, indiferente, Tú, Jesús, lo sabes, nos hace cerrar los oídos a las voces de los demás y nos hace sentir y ver que, a su vez, hay muy pocos que quieran escucharnos. Todos quere­ mos ser oídos, hablar, pero muy pocos escuchar. Tener un amigo que está siempre dispuesto, no sólo a oír, sino a escuchar nuestras quejas, nuestras expansiones, nuestras impertinencias, es un tesoro inapreciable, un descanso y una suerte, verdadera­ mente rara. Porque escuchar es algo más que oír. Oír es cosa inevitable. Escuchar es poner interés, tener gusto en oír lo que el otro nos habla. Es prestarse a una confidencia, a un desahogo. Es estar siempre ase­ quible a sus deseos, a sus planes, a sus sueños. Por eso, escuchar significa bondad. Sólo los bue­ nos, los dadivosos de su cariño, de su aplauso, de su compasión, de su dinero, están dispuestos a escu­ char la voz que se queja, la voz que pide, la voz que se alegra y se expansiona. —

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Escuchar es además inclinar la voluntad a decir que sí. Por eso, apoyado en tu bondad, te digo una vez más, oh buen Jesús, escúchame. Tú sabes escuchar. Tú quieres escucharme pues ves que: tengo razón en mis quejas, porque sufro; tengo razón en mis súplicas, porque soy pobre; tengo razón en mis desahogos, porque soy hom­ bre. Pues, oh buen Jesús, escúchame. Y que a mi voz de desterrado responda tu palabra de promesas eternas. Y a mi voz de arrepentido responda tu palabra de perdón. Y a mi voz de cansancio y decaimiento responda tu palabra de fortaleza y aliento. Y a mi voz de frustración y desengaño responda la palabra de tu Verdad, de tu Corazón, de tu Cie­ lo. Oh buen Jesús, escúchame. - 27-

7.-Dentro de tus llogas, escóndeme. 29. 1. Dentro de tus llagas, abiertas como puertas por las que entre al misterio de tu amor y predilección, escóndeme. Dentro de tus llagas, abiertas para herir de amor mi corazón, escóndeme. 30. 2. Dentro de las llagas de tus manos, clavadas para que no puedan castigarme, escóndeme. Dentro de las llagas de tus sagrados pies escónde­ me para que no huya de Ti. Dentro de la llaga de tu Santísimo Corazón, Casa de Dios y Puerta del cielo, Horno ardiente de cari­ dad, escóndeme y abrásame. 31. 3. Dentro de tu Corazón Santísimo: Sagrario de divina largueza; Fuente de vida y santidad; Fuente de toda Consolación; Esperanza de los que en El confían y Salvación de los que en El mueren, escóndeme para que mi vida esté escondida contigo, que eres el Dios Escon­ dido.

Dentro de tu Corazón, escóndeme. que quiero perderme en Ti; quiero abismarme en Ti; quiero vivir en Ti; morir en Ti... 32. 4. Escóndeme para que no me encuentre la ira de tu justicia. Escóndeme para que no me encuentre mi enemi­ go y que me está siempre buscando. Escóndeme para que no me aleje de Ti y me pier­ da. Escóndeme para que no vea la vanidad del mun­ do, que me seduce y engaña. Escóndeme para que, perdido a todo lo del mun­ do, sólo me encuentre tu amor. 33. 5. Escóndeme como en refugio de resurrección gloriosa, como en mística cárcel donde viva por Ti sin libertad. «Quiero olvidarlo todo por buscarte; quiero dejarlo todo por tenerte; quiero ignorarlo todo por saberte; quiero perderlo todo por hallarte». —

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34. 6. Escóndeme: como se esconde el barro en el horno, para que se ennoblezca; como se esconde la semilla en la tierra, para que fructifique; como se esconde lo frágil en sitio seguro, para que no se rompa; como se esconde una cosa preciosa, para que no se pierda. Escóndeme hasta el día de mi muerte, para que ese día me encuentre dentro de tu Corazón y me escondas para siempre dentro de tu gloria. Dentro de tus llagas, escóndeme. 35. SOLILOQUIO.-Hay una táctica que se tiene por valiente: la del salir al encuentro del enemigo, darle la cara y resistirle. Es la actitud de los fuertes. Pero yo soy débil y mi enemigo es poderoso y, so­ bre todo, astuto. Mi defensa será no encontrarme con él; mi táctica, la de esconderme. Sí, esconder­ me como los polluelos debajo de las alas de la galli­ na. esconderme como el pajarillo en su nido, sin otra defensa que su debilidad y su madre. -

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Así quiero esconderme y vivir escondido en Ti, Jesús; en esas llagas que, como las paredes de un museo, están llenas de cuadros y de lecciones para mí; lección de sacrificio, lección de amor, lección de perdón. *** Pero no soy yo, Jesús, eres Tú quien me ha de esconder; para que sepas que ahí estoy, que soy tuyo, que has tomado como propia mi defensa y que eres Tú quien me has escondido para ser Tú mi refugio. Tú mi defensa. Tú mi salvación. Dentro de tus llagas, escóndeme. ¿Qué me importa que ahí pase inadvertido para el mundo, si no lo paso para Ti? ¿Qué me importa que los hombres no vean mis sacrificios, mis penas, mis silencios, mis lágrimas, si los ves Tú? Escondido: que así fue tu vida en este mundo; que así tu obra en las almas; así tu permanencia en el Sagrario. Jesús, dentro de tus llagas escóndeme, que allí a solas -

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quiero abrazártelas, quiero besártelas, quiero ungírtelas, quiero curártelas; que allí a solas quiero vivir siempre escondido y siempre amado; perderme en Ti, Jesús y no encon­ trarme. «¿Será, Jesús, tan grande mi pecado, que pues Tú cabes en mi angosto pecho, no quepa yo en tu llaga del Costado?». Dentro de tus llagas, escóndeme.

8.-N 0 permitas que me aparte de Ti. 36. 1. De Ti, que tienes palabras de vida eterna y sin quien la vida es muerte. De Ti, que eres la verdad y sin quien todo es mentira y engaño. De Ti que eres el camino que lleva a la vida ver­ dadera y sin quien la vida es desvarío. De Ti, que eres la Luz de todo hombre que viene a este mundo, y sin quien la vida es triste. -3 2 -

De Ti, que eres mi sostén, mi esperanza y mi pre­ mio, y sin quien todo pesa, todo cansa, nada llena. 37. 2. No permitas que me aparte de Ti: de tu gracia, por el pecado; de tu amistad, por la tibieza; de tu familiaridad, por mis consentidas im­ perfecciones. No permitas que me aparte de Ti, que eres Maestro que enseña, Pastor que guía, Amigo que acompaña, Dios-Amor que galardona. 38. 3. No permitas que me aparte de Ti: de tu cruz, de tu sagrario. Porque Tú eres para mí lo que al pez el agua, a la flor el sol, al ave el aire, a la raíz la savia... 39. 5. No permitas que me aparte de Ti, en el tiem­ po de la bonanza y de la gloria. No permitas que me aparte de Ti, en el tiempo de la desgracia o de la enfermedad o de la persecu­ ción; ni en las horas de desolación y de prueba. 33

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No permitas que me aparte de Ti, en el huerto, ni en el camino doloroso, ni en el Calvario, ni en la Cruz. No permitas, porque si lo permites me encontrará solo mi enemigo y me vencerá. No lo permitas, porque si lo permites me separa­ ré para siempre. Pues, oh buen Jesús, Tú que tantas veces me atrajiste cuando estaba alejado y me buscaste y ha­ llaste cuando estaba perdido, no permitas que me aparte de Ti, ni en el tiempo ni en la eternidad. ***

40. SOLILOQUIO.-Señor. Tú inspiraste sin duda esta fórmula tan humana de oración. Ya ves, Señor, que pecadores los hombres, al menos no somos en­ greídos. «No permitas». Hasta ahí llega lo firme de mis resoluciones, lo inconmovible de mis propósi­ tos, hasta un «¡no permitas!». Porque si lo permites, a pesar, Señor, de todos mis propósitos y resolucio­ nes, caeré. Sí, el límite de mis caídas llega hasta donde llega tu permisión. -

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Si he caído, ha sido, ya lo sé y lo confieso, por mi culpa...; pero si no he caído más abajo ha sido porque Tú, oh buen Jesús, no lo has permitido, por­ que de mí soy la misma debilidad, inconstancia y miseria. Por eso yo, rico sólo con tu bondad y misericor­ dia, me acojo a ella y te pido que sigas conmigo en tu plan misericordioso de no permitir que me aparte de Ti. *** Tú sabes la obstinación de que es capaz el hom­ bre, cúrame de ella y en todo caso, no permitas que me pierda. Tú sabes lo tenaz de mi sensualidad, lo temerario de mi ligereza, lo loco de mis caprichos...; no per­ mitas que los siga y me pierda; aunque tengas inclu­ so que aparentar a veces que eres sordo a mis rue­ gos, indiferente a mis locos deseos... Ya sé, Jesús, que estoy ante un doble misterio, el misterio de tus permisiones y el misterio de tus no permisiones. El primero, es un misterio de libertad; el segundo un misterio de predilección. Pues para que a Ti se te deba toda mi gloria y a mí toda humillación y olvido, yo me acojo a tu bon­ -

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dad, y te suplico con la mayor sinceridad de mi co­ razón, oh buen Jesús, que permitas venga sobre mí la humillación, el dolor, el olvido, la muerte... pero que no permitas, no permitas jamás que me aparte de Ti. * *

*

Señor, yo sé que voluntariamente me puedo ir alejando de Vos, no lo permitas. Sé que locamente, obstinadamente, puedo caer en el abismo del pecado... no lo permitas. Sé que culpablemente me puedo condenar e ir al infierno... no lo permitas. Sé que puedo todo mal y que esa es mi omnipo­ tencia, pero Tú, oh buen Jesús, no lo permitas, que a todo puede llegar tu Omnipotencia. Espero, en fin, Señor, que me he de salvar y es porque Tú no vas a permitir que me pierda, no vas a permitir que me aparte de Ti. Si no lo has permitido hasta ahora ¿verdad, Je­ sús, que es porque no lo vas a permitir nunca? Gra­ cias, gracias. No permitas que me aparte de Ti. -

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9 -Del maligno enemigo, defiéndeme 41. 1. Del enemigo que me busca, como león que ruge, para devorarme y perderme, defiéndeme, como la gallina defiende del gavilán sus polluelos bajo sus alas. Del enemigo que tantas veces me engañó, que tantas me venció, defiéndeme. Del enemigo que me acecha siempre, porque siempre tiene esperanza de perderme, defiéndeme, oh Jesús, también siempre. Defiéndeme, buen Pastor, que conoces y amas a tus ovejas y las tienes en tus manos y no permites que nadie te las arrebate.

42 2. Del maligno enemigo que me acecha y persi­ gue en todo: en el infortunio para que desespere; en la prosperidad para que me engría v olvide de Ti; en el trabajo para que me turbe y sofoque tu gra­ cia; -

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en el recreo y descanso para que me entibie y disipe. Del maligno enemigo, todo él maligno y engaña­ dor y homicida, defiéndeme. Del maligno enemigo que conoce mis flaquezas y mi debilidad, defiéndeme. Del maligno enemigo que se me transfigura en ángel de luz, defiéndeme con la luz de tus inspira­ ciones, con la verdad de tu palabra. Defiéndeme de sus engaños y tentaciones, con tu santo amor y con tu santo temor. 43. 3. Del enemigo, no sólo mío sino tuyo también, oh buen Jesús, defiéndeme para que le venzas a él en mí y no seas Tú vencido por él en mí. Defiéndeme porque no tengo otra garantía de victoria que tu defensa. Defiéndeme para que no pueda él decir que ha prevalecido contra mí y contra Ti, cuyo redimido soy. Defiéndeme como cosa y posesión tuya y de tu santísima Madre. -

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10,-En la hora de mi muerte, llámame. 44. 1. Cuando mis pies terminen su carrera en este mundo, llámame. Cuando mis manos quieran estrechar tu crucifijo como para que me lleves a Ti, llámame. Cuando mis ojos fijen en Ti su mirada lánguida y moribunda, llámame. Cuando mis labios, llamándote, pronuncien por última vez tu adorable nombre, Tú, oh buen Jesús, llámame también. Cuando mis oídos, próximos a cerrarse para siempre a las conversaciones de los hombres, se abran para oír de tus piadosos labios tu voz, lláma­ me. 45. 2. Llámame sin acordarte de cuántas veces fui sordo a tu amorosa voz. Cuando mi corazón sobrecogido por el temor de tu sentencia no se atreva a ir a Ti, entonces, oh buen Jesús, llámame, misericordioso y perdonador. Cuando las angustias de la agonía y los afanes de la muerte fuercen mi alma a salir ya de este mundo, llámame, oh buen Jesús. -3 9

Cuando abandonado a mi enfermedad, no pueda ya soportar el peso de mi flaqueza y baje lentamen­ te hasta la muerte, como navio que zozobra, que entonces me seas Tú el práctico a bordo y tu bon­ dad el áncora final de mi salvación. Cuando mi alma, abandonada de todos, dejando el cuerpo pálido, frío y sin vida, emprenda el viaje de la misteriosa y temible eternidad y se encuentre sola ante Ti, su Juez, entonces, oh buen Jesús, llá­ mame. 46. 3. En la hora de mi muerte: Mía, porque nada más mío y más humano que la muerte. Mía, porque como Tú eres la Vida, así yo de mí soy muerte. Mía, porque es la primera y más personal deuda contraída con Dios, mi Creador ofendido. Mía, porque mi muerte revestirá características y circunstancias tan personales que la hagan total y únicamente mía. Pues, oh buen Jesús, en la hora de mi muerte, que yo desconozco y Tú conoces muy bien, lláma­ me. -

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47. Llámame con voz de perdón y misericordia; con voz que trueque: en visión mi fe, en posesión mi esperanza, y en abrazo eterno mi amor de desterrado. Llámame como llamaste a María, que lloraba a su hermano Lázaro y te lloraba a Ti en tu sepulcro vacío. Llámame, Tú que conoces mi nombre. Tú que tantas veces me has llamado en vida. Pues, Tú que me llamaste a tu fe y a tu gracia y a tu compañía; en la hora de mi muerte, en aquel momento supremo del que depende mi eternidad, llámame. Llámame, oh buen Jesús, con voz de Amigo, de Redentor, de Padre. *** 48. SOLILOQUIO.-Llámame, ¡Señor! Cuando en un país extraño donde nada somos, nadie nos cono­ ce, y nuestro paso no despierta interés alguno, una voz amiga nos llama por nuestro nombre, un vértigo feliz se apodera de todo nuestro ser; una sonrisa entusiasta se dibuja en nuestro rostro y nuestra len­ -

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gua se desborda en jubilosa gratitud. No nos senti­ mos solos; ya tenemos un guía a nuestros pasos indecisos. Cuando en medio de una tempestad de odios, de rostros ceñudos, de actitudes amenazadoras, una voz conocida y amiga pronuncia cariñosa nuestro nombre, una inmensa gratitud se apodera de nues­ tro corazón. Una voz así no puede ser sino el testi­ monio de una amistad inquebrantable.

Por más familiar que nos sea el pensamiento del Cielo, el primer encuentro con la eternidad no lo podemos despejar de esa impresión de «tierra» ex­ traña. El paso del tiempo a la eternidad, de la fuga­ cidad presente a la vida definitiva, de lo vacío a la plenitud, de las tinieblas a la luz; el paso a la región «cubierta de oscuridad y de muerte», me intimida, Señor, y me sobrecoge y me hace desear y esperar una dulce voz que me llame por mi nombre; es la tuya, Jesús, la que llamó a Zaqueo, la que llamó a María. Por más aligerada de culpas que saliera mi alma, y por más libre de remordimientos que se hallara mi conciencia, el paso a vuestra eternidad, Señor, -

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con su justicia incorruptible, con su santidad sin mancha, con su pureza sin soborno, me sobrecoge y llena de espanto «porque pobre y miserable soy yo». Muy alto tiene que sonar la voz de nuestra miseri­ cordia para que ahogue las voces de mis culpas, que piden venganza; las voces de mis infidelidades, que piden castigo. Pues, Señor, que en medio de la voz de vuestra justicia sobresalga la voz de vuestra misericordia que me llama. Jesús, que en la hora de mi muerte me llames amoroso y que tu voz halle en mí un eco de acción de gracias por toda la eternidad.

11 .-Y mándame ir a Ti. 49. 1. Como mandaste a tus apóstoles que lo deja­ ran todo y te siguieran. Como mandaste a San Pedro, que se hundía, ir a Ti sobre las aguas. -

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Como mandaste a Zaqueo bajar a hospedarte y bendecirle, para ser yo hospedado en las mansiones de tu Gloria. Como mandaste a la hija de Jairo y al joven di­ funto v a Lázaro sepultado resucitar. 50. 2. Mándame ir a Ti, porque éste ha sido el anhe­ lo constante de mi corazón, tantas veces alucinado y vacilante. Mándame, porque si no me mandas no me atre­ veré a ir a Ti, porque soy gran pecador. Mándame, porque si me mandas harás posible lo que sin mandarlo Tú me es imposible. Mándame, Tú que tantas veces viniste a mí sacra­ mentado porque te llamé. Mándame ir a Ti para que al presentarme ante Ti pueda decir esperanzado: Señor, aquí estoy pues me llamaste. 51. 3. Mándame ir a Ti, porque yo quiero ir a Ti, mi Dios, mi Redentor, mi Jesús, mi todo. Ir a Ti, Luz increada, Hermosura siempre antigua y siempre nueva, Dicha infinita y eterna. -

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Ir a Ti, ya desde ahora, sin detenerme a «coger las flores» del camino, sin volver la vista atrás, sin desviarme de la senda que más me lleva a Ti. 52. 4. Ir a Ti como el río a la mar, con un anhelo siempre antiguo y siempre nuevo; como el ciervo a las fuentes de las aguas, con una sed irresistible; como el hijo pródigo a su padre, acogedor y mise­ ricordioso, con una esperanza nunca defraudada y fallida. 53. 5. Ir a Ti para verte cara a cara, para adentrar­ me en Ti y abismarme en Ti y poseerte sin peligro de perderte y de perderme. Ir a Ti, para oír de tus piadosos labios que me dices: «Ven, bendito de mi Padre, a poseer el reino que te tenía preparado». *** 54. SOLILOQUIO.-Señor, somos por instinto re­ fractarios a los mandatos. Pero los hay que revelan un amor insobornable: El de una hermana mayor a su hermanito. El de una madre al hijo enfermo y desganado. El de la esposa solícita al esposo desaprensivo. -

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Es impresionante un cariño que se transforma en mandato. ¿Y te íbamos a negar a Ti, oh Jesús, esta forma tan humana del amor..? No puede haber mandato más lleno de cariño que el que en la hora de la muerte me mandes, oh Jesús, ir a Ti. Señor, yo que he recalcitrado tantas veces contra vuestros mandamientos. Yo que los he creído a veces casi exigentes... Os pido no me neguéis este mandato, el más amable, quizá el único sobre el que me atrevo a formular un deseo absoluto de que se realice en mí. Jesús, en la hora de mi muerte, llámame y mán­ dame ir a Ti; para que no tengas que mandarme que me aparte de Ti. Ahora comprendo esta tremenda e ineludible dis­ yuntiva y sumisión de la Humanidad a tu mandato. Todos los hombres han de estar siempre bajo el cumplimiento de un mandato tuyo, o de bendición en el Cielo, contigo, o de reprobación en el infier­ no, lejos de Ti. -

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Pues, oh Jesús, en la hora de mi muerte, llámame y mándame ir a Ti. Para que mi vida en el Cielo sea el cumplimiento eterno de un mandato tuyo. Para que mi cielo sea el desquite eterno de tantas infracciones a tus mandamientos. Para que a cuantos pudieran echarme en rostro mi presencia entre ángeles, yo tan manchado; entre apóstoles, yo tan perezoso y tibio; entre mártires, yo tan reacio al sufrimiento, les pueda responder: Es que Jesús, el Rey de la Gloria, me mandó ir a El Mándame ir a Ti. Para que eternamente te pueda responder: Aquí estoy, Señor, pues me llamaste.

12.-Para que con tus Santos te alabe. 55. 1. Para que con tus Santos, con tus escogidos y redimidos y amigos, te alabe. Con tus Santos. Todos santos, porque allí no ha­ brá ya la cizaña de los pecadores, sino sólo el trigo de los justos. -

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Para que con lo mejor del mundo, con los que lavaron sus almas en tu sangre de Cordero Inmacu­ lado, con tus Santos te alabe. Te alabe con los que te siguieron por el camino de la cruz. Con los que permanecieron contigo en la tribula­ ción. Para que con el ejército de Mártires, con la pléyade de Confesores, con la muchedumbre de Vírgenes te ala­ be y cante con ellos para siempre tus divinas miseri­ cordias. 56. Te alabe con tus Santos; para que perdida entre su multitud mi insignificancia, entre su santidad mi indignidad y bajeza, entre su heroísmo mi vulgaridad y cobardía, no deseches mi alabanza. Para que te alabe con tus Santos. Totalmente tuyos, porque: los previno tu amor, los compró tu sangre, los santificó tu gracia, los alimentó tu cuerpo y los salvó tu misericordia. -

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Con tus Santos a los que: escogiste desde la eternidad, segregaste del mundo y sus engaños, llamaste a tu seguimiento, atrajiste con suavidad, guiaste por pruebas y tentaciones, premiaste con la perseverancia y coronaste con la gloria.

57. 3. Para que con tus Santos; tuyos y también míos, porque con tu gracia somos todos de la misma casa y familia tuya, consanguíneos tuyos. Con tus Santos, con los hermanos que ya me pre­ cedieron de los que soy conciudadano en tu Iglesia. Con tus Santos, esparcidos por todo el mundo, entre todas las razas, entre todos los países, de toda edad y condición. Con tus Santos, los de las generaciones futuras, de los que soy ya también hermano, te alabe y cante para siempre: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Para que con tus Santos, y con la Reina y Madre de todos ellos, te alabe. -

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Alabe tu bondad, alabe tu providencia, alabe tu misericordia, y tu gran misericordia.

13.-Por los siglos de los siglos. 58. 1. Sin cansancio ya, sin decaimiento, sin inte­ rrupción. Por los siglos de los siglos. Sin que la contingencia de lo temporal, ni lo efímero de lo caduco y mortal, ni lo inseguro de lo humano, comprome­ ta ya tu amor en mí, tu amistad conmigo, tu pose­ sión eterna de mí. 59. 2. Por los siglos de los siglos. Porque tu amor me hizo hijo del tiempo y nacido para la eternidad. Porque es poca toda la vida para darte gracias. Porque es poca toda la vida para glorificarte y cantar tus divinas misericordias. 60. 3. Por los siglos de los siglos; porque sólo una eternidad de amor, de entrega, puede ser compen­ sación definitiva y plena de todas mis debilidades, -

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pecados y tibiezas; de tantos propósitos mil veces fallidos. Por los siglos de los siglos, para que sea ya por fin mi vida un himno eterno a tu amor y una conquista definitiva de tu Corazón: Corazón de Dios, Corazón de Padre, Corazón de Redentor, Corazón de Amigo.

14.-Amén. 61. 1. Así sea. Porque este es y ha sido el anhelo supremo de mi vida. 2. Así creo. Porque esta fe es la que me sostiene y alumbra en la noche de la vida. 3. Así espero. Porque me he confiado a tu divino Corazón y no ha de salir fallida mi confianza. 4. Así te pido que sea. Porque todo ha de ser don tuyo, bondad tuya, misericordia tuya, oh buen Je­ sús. Amén. *** 62. SOLILOQUIO.-Señor, como todo hombre, soy un eterno insatisfecho. Vivo de añoranzas y de nos­ talgias, sin caer a veces en la cuenta de que ellas acusan mi condición de desterrado. -

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Vivo atontado por una algarabía de deseos y una locura de ambiciones, víctima siempre de mis antojos tornadizos e inconstantes. Encuentro en todo, menos en mis deseos, la limi­ tación, como marco esencialmente humano de toda belleza, de toda dicha, de todo amor. Es sin duda lo que, ya para siempre, dijo vuestro siervo Agustín: que nuestro corazón, hecho para Vos, no podrá ya descansar hasta encontraros y po­ seeros. Por eso mi corazón es el eterno pordiosero que llama a todas las puertas porque en ninguna halla remedio a su pobreza, diré mejor, a su ambición. Y es que te busca a Ti. Por eso, aun cuando el mundo se me transparente y hable de Ti, como al fin no eres Tú, no bastan a aquietarme sus amores y belle­ zas; por eso aunque «y todos cuantos vagan», de Ti me van mil gracias refiriendo, todos más me llagan y déjame muriendo un no sé qué que quedan balbuciendo», que cantó, herido de amor, vuestro siervo Juan de la Cruz.

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Y así mi corazón se cansa de todo. Hay en la vida de todo hombre días grises. Oigo decir que los pasan todas las almas, aun las más jóvenes, y hasta se afirma que el fondo de las almas grandes es la melancolía. Y lo peor es que tu misma posesión en esta vida no se sustrae a esta ley. La fe es oscura y el poseerte por fe es un modo imperfecto que no sacia el alma que aspira a tus eternas claridades. Por eso, por los resquicios más incontenibles de mi corazón, se me escapan aquellas quejas amorosas de vuestro siervo Tomás de Aquino: «Oro fiat illud quod tan sitio». Colmad, colmad, os pido, mi tan antiguo, acuciador anhelo, que caigan ya los velos, que cara a cara veros sólo ansio. Amén. No sé más que decir. Me quedo en este Amén. Como en puerta abierta a toda aspiración y deseo que me encamine a Ti; Como en actitud de espera a lo absoluto, a lo infi­ nito que eres Tú, mi Dios; visto sin celajes, amado sin desquites, poseído sin estorbos para siempre. -

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Como en programa de santidad, aceptación de todo lo que tu voluntad santa me envíe, me pida, quiera de mí. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén, Amén, Amén.

Si esta oración te ha hecho bien y piensas que se lo puede hacer a otros, dala a conocer, propágala.