Alive Game

ALIVE GAME Catalina Gómez Parrado © Catalina Gómez Parrado, Gandía 2010 Autor, diseño y maquetación de texto y portada

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ALIVE GAME Catalina Gómez Parrado

© Catalina Gómez Parrado, Gandía 2010 Autor, diseño y maquetación de texto y portada: Catalina Gómez Parrado Fotografía de portada: “lets play videogames!” de Adriano Agulló en Flickr (licencia Atribución de Creative Commons) (http://www.flickr.com/photos/lost__in__spain/3162978858/) Editor: Bubok Publishing, S. L. Esta obra ha sido publicada por su autor mediante el sistema de autopublicación de BUBOK PUBLISHING, S. L., para su distribución y puesta a disposición del público bajo el sello editorial de BUBOK en la plataforma on-line de esta editorial, www.bubok.es. BUBOK PUBLISHING, S. L. no se responsabiliza de los contenidos de esta obra ni de su distribución fuera de su plataforma on-line. La presente obra se encuentra registrada en Safe Creative con la licencia Reconocimiento-No Comercial-Sin Obras Derivadas. Está permitida su reproducción y copia bajo las siguientes condiciones: mencionando SIEMPRE explícitamente a la autora, NUNCA obteniendo beneficios comerciales, NI pudiendo modificar la obra de ningún modo NI extraer de ella obras derivadas.

Se me acaba el tiempo. Ya sólo me queda una oportunidad para seguir siendo quien soy, una sola vida para no perder la mía. Para no perder mi identidad. ¿Y quién soy yo? ¿Quién soy... todavía? Una escritora mediocre, una pobre estúpida que creyó en las promesas de un charlatán. No, eso no es justo. Álex no tiene la culpa de esto. Bueno, puede que la tenga en parte, pero desde luego ha pagado un precio demasiado alto por su error. Y yo soy la siguiente... ¡Dios, estoy tan asustada! ¡Nunca había tenido tanto miedo! Estoy paralizada, como todo lo que me rodea; no puedo moverme ni actuar por mí misma, estoy perdida en la nada. No hago más que mirar esa inmensa oscuridad que se abre frente a mí, esperando que se ilumine de nuevo, que me vuelva a mostrar el rostro agigantado de otro desdichado que vuelva a jugarse la vida sin saberlo. Como Álex. Como yo. Y no puedo evitar sentirme responsable de su destino; al fin y al cabo, yo soy tan culpable como ellos, yo he creado en parte este horrible mundo, esta pesadilla real. Y ahora estoy atrapada en ella, esperando que alguien gane la Alive Game | 3

partida y me saque de aquí. O que la pierda, y perdamos ambos nuestras vidas humanas y quedemos encerrados en este infierno, para siempre... No, yo no soy como ellos. Yo no sabía lo que iba a ocurrir, no era consciente de estar participando en este juego siniestro, y ellos sí. Desde luego que sí. Ellos crearon este universo macabro y cruel. Ellos son los monstruos. Yo... yo sólo me convertiré en uno si el próximo jugador pierde la última vida que me queda. ¡No puedo creer que esto esté ocurriendo realmente! ¿Por qué ha tenido que pasarme esto, por qué este castigo? Yo sólo quería una oportunidad, por pequeña que fuera, de ganarme la vida haciendo lo único que sé hacer. Y Álex me la ofreció. Debí pensarlo mejor, el viejo Álex nunca fue una mina como agente. Hasta ese momento sólo me había conseguido trabajos mediocres. Pero ese día llegó radiante, tan entusiasmado que me contagió con su optimismo y bajé la guardia. Y ése fue el primero de muchos errores. No, he de ser sincera conmigo misma. Yo deseé creerle. Lo deseé tanto que ignoré una y otra vez cada aviso que mi intuición trató de enviarme. Por una vez no quería ser sensata ni razonable, por una vez quería soñar. Y ahora daría cualquier cosa por que todo fuera un sueño. Cuando Álex me dio la noticia, apenas pude creerle. Aquélla era mi oportunidad. No era el contrato con una gran editorial, pero eso era algo a lo que ya había 4 | Catalina Gómez Parrado

renunciado hacía tiempo. Se trataba de escribir los argumentos para los videojuegos de una nueva compañía canadiense de diseño informático llamada Alive Games. Desde luego era un trabajo extraño, algo que nunca hubiera encontrado por mí misma, pero era estable. Estable. ¡Cuánto me gustaba esa palabra! Para mí significaba pagar por fin mis deudas, perder el miedo al casero de mi piso, tener la nevera siempre llena... Las tonterías que nos hacen creer que tenemos el control de nuestra vida. ¡Qué equivocada estaba! Fue precisamente en ese momento cuando perdí ese control, cuando mi vida dejó de pertenecerme. Pero yo aún no lo sabía. Álex y yo salimos a celebrarlo, nos permitimos el lujo de cenar en un buen restaurante y nos prometimos hacer lo mismo al menos una vez al mes, y ambos creímos en nuestra promesa. Álex estaba tan contento por mí, tan seguro de que los malos tiempos habían pasado, que no pude evitar creerlo yo también. Siempre fue un buen amigo. Para mí era como un padre, la única familia que me quedaba. No se merece haber acabado así, atrapado en este juego maldito, convertido en un monstruo, aguardándome... ¡No puedo, no quiero seguir pensando en lo que me espera o perderé la poca cordura que me queda! Necesito aferrarme con todas mis fuerzas a mis recuerdos, son lo único que me conecta con lo que soy. Con lo que aún soy... Aquella noche hablamos de mi nuevo trabajo. Álex me dio toda clase de consejos y yo Alive Game | 5

fingí aceptarlos, aunque era evidente que él no tenía ni idea sobre nuevas tecnologías o, como él los llamaba, “esos chismes modernos”. El contrato era casi mío; Álex les había hablado maravillas sobre mí, pero la compañía, evidentemente, necesitaba una prueba. Así que era mi turno, mi gran ocasión para demostrar el talento que yo creía tener como escritora. Sólo debía escribir un argumento válido para ser transformado en un juego y el trabajo sería mío. De haber sido más cauta y menos arrogante, me habría sonado extraño que estuviesen dispuestos a recorrer medio mundo para contratar a una escritorzuela extranjera con un diminuto currículum, en vez de buscar a un verdadero escritor entre los cientos que podrían encontrar en su propio país. Y, sobre todo, debería haberme puesto en guardia al saber que habían estado a punto de rechazarme hasta que Álex les habló de mi inexistente relación social, de la ausencia de familiares o amigos en mi vida. Álex le quitó importancia al asunto, me dijo que era una compañía joven que buscaba escritores noveles para hacer algo distinto a cualquier cosa que existiera en el mercado, que prácticamente habían empezado como unos frikis en el garaje de su casa y ése era el espíritu que querían conservar. Y eso bastó para derribar el último muro de mi cautela. Volví a casa dispuesta a exprimir mi creatividad como nunca lo había hecho. Quería impresionarles y me 6 | Catalina Gómez Parrado

tomé el asunto como si fuese a escribir la novela de mi vida, ésa que nunca fui capaz de terminar. El resultado inicial fue un principio de dolor de cabeza y docenas de papeles arrugados a mi alrededor. Debía reconocerlo: yo no sabía nada sobre videojuegos, apenas recordaba haber jugado un par de veces en mi vida y ni siquiera me había entretenido. ¿Cómo iba a inventar juegos nuevos si ni siquiera conocía los antiguos? Me fui a la cama agotada, pero incapaz de dormir. Mi mente saltaba de un proyecto a otro, rechazando todos ellos por su mediocridad. Pero, al fondo de estos pensamientos, unas insistentes imágenes de mi pasado se empeñaban en colarse. No entendía la razón, pero no cesaban de asaltarme los recuerdos de mis visitas a la residencia de ancianos en donde mi abuelo pasó sus últimos días. Recuerdo que era un edificio pequeño y antiguo, lleno de desvanes, torretas y recovecos. Había pocos ancianos residentes y a mí me daba la impresión de que allí no eran felices. Supongo que a nadie le gusta tener que abandonar su casa para vivir en un lugar del que no vas a salir más que para ser enterrado, pero yo intuía que no era ésa la razón. Aquel lugar siempre me daba escalofríos. Mi abuelo cambió rápidamente desde el día en que entró en la residencia. Antes era un hombre robusto; desde mi perspectiva, un auténtico gigante. Pero en poco tiempo menguó tanto en corpulencia y espíritu que me resultaba difícil reconocerle. Yo empecé a albergar la fantasía de Alive Game | 7

que era aquel lugar el que le absorbía la energía, que aquel viejo edificio se mantenía en pie alimentándose con la vida que iba extrayendo de aquellos pobres ancianos. Y aún hoy, a pesar de los años transcurridos, sigo teniendo mis dudas. No sé por qué vino a mí aquella vieja historia precisamente aquella noche, pero lo cierto es que ya fui incapaz de conciliar el sueño. Salté de la cama y pasé el resto de la noche escribiendo sobre aquel siniestro edificio y sus desdichados residentes. No sabía si aquello se podría utilizar en un juego, aunque tampoco me importaba. Era incapaz de parar, mis dedos nunca habían volado con tanta agilidad sobre el teclado. Las páginas se llenaban con la mezcla de mis recuerdos, mis miedos y mis fantasías con tanta facilidad, que me daba la sensación de que la historia estuviera creándose a sí misma. Estuve escribiendo durante días, sin ser plenamente consciente del transcurrir del tiempo, y habría seguido en ese estado de no ser por una llamada de Álex recordándome la cita que tenía esa misma tarde con Alive Games. Aquella llamada me devolvió a la realidad de un mazazo. De pronto me di cuenta de que había perdido el tiempo que necesitaba para cumplir el encargo más importante de mi vida. Los recuerdos de mi infancia me resultaron insustanciales y aquel relato, aunque supe que era lo mejor que había escrito nunca, de ningún modo podría solventar mi compromiso con la compañía. Lo había echado todo a perder. Pero ya era 8 | Catalina Gómez Parrado

tarde, no había tiempo para escribir nada más, así que tomé las últimas notas, ordené mis papeles lo mejor que pude y me preparé para anotar un rechazo más en mi historial. El edificio donde se encontraba la compañía no era en absoluto lo que esperaba. Pensé en los decorados de algunas películas de ciencia ficción, rebosantes de acero, neón y cristal. Sin embargo, las oficinas de aquella dinámica y prometedora compañía de diseño de juegos, dirigida por jóvenes y emprendedores genios de la informática, se encontraban en el último piso de un edificio de hormigón en el polígono industrial de la ciudad. Cuando llegué ante su puerta estuve a punto de volverme atrás, me pareció un lugar abandonado. Ojalá lo hubiera hecho. Sin embargo oí voces y me decidí a llamar. Me recibió un muchacho alto y delgado que, al igual que todos los demás, me habló en perfecto castellano con marcado acento extranjero. Me dijo que todos me esperaban con impaciencia; aquello me sorprendió y, por qué no reconocerlo, me halagó. Ya iba a entrar cuando el chico me detuvo, me pidió que dejase allí mi teléfono móvil y cualquier cámara o aparato electrónico que pudiera llevar, y me plantó un artilugio extrañísimo delante de las narices. Era parecido al escáner que utiliza la policía, pero mucho más sofisticado. Mientras me pasaba lenta y minuciosamente aquel aparato de la cabeza a los pies, me explicó que debían tomar medidas Alive Game | 9

muy estrictas de seguridad. Aproveché la concentración casi obsesiva del muchacho en su tarea para fijarme un poco más en cuanto me rodeaba, aunque para eso no necesité más de treinta segundos: el mobiliario del vestíbulo se limitaba a un ficus artificial. Mi atención derivó entonces hacia él y aprecié algo que, de nuevo, debería haberme alertado. Parecía tan nervioso que las manos le temblaban, como si le incomodase la tarea que estaba realizando. Pero su comportamiento era correcto y mis sospechas terminaron ahí. Además, se me ocurrió algo mucho mejor que investigar: trataría de sonsacarle información sobre mis competidores. Pero, para mi sorpresa, al preguntarle sobre las entrevistas a los otros escritores, me dijo que nadie más había sido convocado, aunque pareció arrepentirse al momento de haber hablado. No hubo tiempo para más; al momento apareció un hombre, llamado Campbell, que se dirigió a mí con una amplia sonrisa y me tomó del brazo con familiaridad para acompañarme al interior de las oficinas, mientras el chico se escabullía llevando consigo aquel extraño artilugio. Era un hombre maduro, aunque no sabría precisar su edad; su cabello era completamente blanco, sin embargo no había arrugas en su rostro. Su trato firme, aunque extremadamente afable, no dejaba lugar a dudas sobre quién era el jefe de la compañía. Yo me dejaba guiar sosteniendo con firmeza mi portafolios contra mi cuerpo, más preocupada por el momento en 10 | Catalina Gómez Parrado

que tuviese que entregarle mi exiguo trabajo que por las explicaciones técnicas de aquel hombre, que no comprendía y poco me importaban y que, sin embargo, meses después, me costarían mi libertad. Recuerdo que, en un momento dado, el hombre cruzó una mirada con el muchacho que me había escaneado en la entrada y que ahora trabajaba sin descanso frente a un ordenador. Ambos intercambiaron una señal de cabeza que me sonó a saludo clandestino; un nuevo aviso de mi subconsciente que decidí ignorar. No puedo negar que me resultó fascinante el entusiasmo que el señor Campbell ponía en su proyecto. Y mucho me temía que yo no iba a estar a la altura de sus expectativas. Sin querer demorar más aquel amable recibimiento que sin duda no merecía y sintiéndome una intrusa, le entregué el dossier con mi relato. Comencé a excusarme: yo apenas conocía ningún videojuego... sin duda no era la persona indicada para el puesto... pero él me interrumpió con un gesto de su mano mientras leía con gran detenimiento mi breve trabajo. Sin darme cuenta, otra empleada, una mujer joven de pelo rojo como el fuego, se había acercado a nosotros y leía con avidez por encima del hombro de su jefe. Ambos terminaron a un tiempo y me miraron sin decir una palabra, con tanta intensidad que me sentí cohibida. Acobardada, les pregunté primero si les había gustado, y ambos asintieron; luego, si había conseguido el puesto, y se echaron a reír. Y de inmediato, para mi Alive Game | 11

sorpresa, ambos me abrazaron a la vez. Aquella situación era demasiado surrealista para mí. Sin darme apenas cuenta, me acompañaron a la salida entre sonrisas y grandes promesas y, al instante siguiente, estaba de nuevo en el ascensor, mareada y confusa, pero exultante. Mientras bajaba, mi mente acabó de procesar una imagen tardía; el muchacho acercándose a sus compañeros justo antes de cerrar la puerta para anunciar, con entusiasmo contenido: «Es perfecta». Tras varios meses de incertidumbre, al fin recibí noticias de la compañía. Encontré el lugar algo cambiado, aunque no tanto como cabría esperar. Al fin había una placa en la puerta con su nombre y su logotipo, pero en su interior el mobiliario continuaba siendo escaso. Esta vez, por suerte, no tuve que pasar el control del escáner. El señor Campbell y Viviane, la muchacha del pelo rojo, me recibieron con la misma amabilidad que la vez anterior, mezclada con un nerviosismo latente. Antes de que me diera cuenta, estaba firmando un contrato. Ya formaba parte de la familia. A continuación y, con gran entusiasmo por su parte, me anunciaron que el prototipo de mi juego estaba preparado. Me acompañaron a una pequeña habitación, al fondo de la sala, y me hicieron sentarme ante un ordenador cuya enorme pantalla iluminaba la estancia en penumbra. Los tres me rodeaban, ansiosos, y yo traté de fingir que estaba emocionada, pues no me atrevía a decirles que, en 12 | Catalina Gómez Parrado

realidad, odiaba los videojuegos. El muchacho delgado me colocó en la cabeza una especie de casco que me oprimía tanto que podía sentir los latidos en mis sienes; luego introdujo el dedo corazón de mi mano derecha en una especie de funda. Aquel incómodo ritual, según me dijeron, era sólo para el prototipo; cuando el juego estuviese completo el accesorio sería rediseñado para que el propio jugador pudiese dirigir el juego con su mente, sin teclado ni ratón. No negaré que lograron despertar mi curiosidad y que cuando accedí a jugar lo hice por mi propia voluntad. Pero nadie me advirtió de las consecuencias. Nadie me explicó las reglas del juego. A partir de ahí, todo ocurrió muy deprisa. En cuanto el juego se abrió, me cegó una potente luz. Y cuando abrí los ojos de nuevo... estaba al otro lado de la pantalla. Al principio pensé que aquella alucinación formaba parte del juego. Pero, al instante siguiente, la imagen agigantada del señor Campbell diciéndome adiós y apagando el ordenador... me demostró lo equivocada que estaba. Sentí pánico, presa de mi propio cuerpo inerte en un mundo oscuro, silencioso y frío. Tuve mucho tiempo para lamentarme y para reflexionar. De alguna forma, recordé parte de la charla de aquel maldito hombre y sus falsas sonrisas. Recordé que dijo trabajar para clientes selectos, que pedían experiencias diferentes lejos de los productos comerciales destinados al gran público. Y recordé Alive Game | 13

también la importancia que le daba al hecho de que yo estuviese sola en el mundo. Ya no lo estaría nunca más, me dijo. Desde luego que no. Él se encargaría de traerme compañeros de juego, antes de considerar que el trabajo estaba listo para sus perturbados clientes. Y el elegido fue, por supuesto, el pobre Álex, la única persona que conocía mi paradero. Cuando la pantalla se volvió a iluminar y vi su rostro al otro lado... ¡me creí salvada! Pero esa sensación se derrumbó al ver a su lado al maldito señor Campbell, colocando el casco en su cabeza. Grité pidiendo auxilio, pero Álex no podía imaginar que yo era real. Y, al instante siguiente, fue absorbido. Esta vez no apagaron el juego de inmediato, supongo que querían probarlo primero. Y fue entonces cuando pude ver dónde nos encontrábamos: en la vieja residencia, mil veces más aterradora que en mi relato. Álex entró en el juego tan confuso como lo había hecho yo, pero él no tuvo tiempo para hacer preguntas ni yo para ayudarle. Ambos carecíamos de libre albedrío, los jugadores controlaban nuestras acciones. Álex fue dirigido hacia el piso inferior. Pronto escuché sus gritos desgarradores y comprendí que le había perdido para siempre. Pero lo que no podía imaginar era que, a continuación, vendría a buscarme. Aquello en lo que se había convertido no tenía nada de humano. El jugador me hizo saltar por el hueco del ascensor, y perdí una vida. Una y otra vez me hicieron volver al juego, me obligaron a transitar por oscuros 14 | Catalina Gómez Parrado

corredores, a entrar en salas infernales, a enfrentarme a criaturas de pesadilla... Y cada vez perdía una vida más. Ahora ya sólo me queda una, mi última oportunidad. Si la pierdo, ellos necesitarán un nuevo personaje para este juego vivo. Y buscarán a otro infeliz, a otro solitario. Tal vez tú seas el siguiente... La pantalla se ilumina de nuevo... ¡Por favor, ayúdame! ¡¡Sácame de aquí!!

¿FIN?

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