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AGUA Y SANEAMIENTO EN BUENOS AIRES 1580 - 1930 Riqueza y singularidad de un patrimonio

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AGUA Y SANEAMIENTO EN BUENOS AIRES 1580 -1930 Riqueza y singularidad de un patrimonio

PATRIMONIO HISTORICO - AGUAS ARGENTINAS - 2

Fotos de tapa: Ernesto Sijerckovich

ISBN: 987 - 96100 - 1 - 6 © de la Primera Edición por Patrimonio Histórico - Aguas Argentinas, septiembre de 1999 Impreso en Argentina / Printed in Argentina Hecho el depósito que marca la Ley 11.723. Se permite reproducir el material siempre que se reconozca la fuente.

CONSEJO NACIONAL DE INVESTIGACIONES CIENTIFICAS Y TECNICAS (CONICET) Instituto de Investigaciones Geohistóricas (IIGHI)

Dr. Ernesto Maeder Director Arq. Ramón Gutiérrez Director de la investigación Equipo de trabajo Arq. Jorge Tartarini DG Irina Fiszelew Arq. Celina Noya Lic. Elisa Radovanovic Arq. Patricia Méndez Arq. Diana Rosemberg Arq. Graciela Viñuales Redacción e investigación documental Lic. Elisa Radovanovic - Arq. Jorge Tartarini Diseño y diagramación DG Marcelo Bukavec Fotografías Sr. Ernesto Sijerckovich Sr. Gustavo Sosa Pinilla Arq. Jorge Tartarini Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana (CEDODAL) Archivo General de la Nación (AGN)

INDICE PRESENTACION 9 INTRODUCCION 11 CAPITULO I EL ABASTECIMIENTO DEL AGUA EN BUENOS AIRES. SUS ORIGENES El período colonial. 15 Las iniciativas del gobierno de Rivadavia. 16 Los proyectos de Bevans y Pellegrini. Los nuevos emprendimientos de Pellegrini. 20

CAPITULO II ACERCA DE LA HIGIENE EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX Las epidemias y la prédica de los higienistas. 25 El impacto de los modelos sanitarios. 26 El agua, elemento primordial. Entre las letrinas y el sistema de circulación continua. 32

CAPITULO III LOS PRIMEROS PROYECTOS DE SALUBRIDAD El debate de la década de 1860. 37 El proyecto de Coghlan (1869). 38 El plan de Bateman (1871). 42

CAPITULO IV EL ESTABLECIMIENTO RECOLETA De las aguas para locomotoras a la primera instalación de filtros. 47 La Planta del Plan de Bateman. 48 El Plan de 1908. Un remozamiento forzoso e inesperado. 53 De los años de preguerra al Plan de 1923. 58 Del Plan de 1923 al Museo que fue Casa de Bombas. 60

CAPITULO V LAS INDUSTRIAS ANEXAS La fábrica de cemento en Barracas. Un intento. 63 La fábrica de ladrillos en San Isidro. 64 La pequeña fábrica a vapor de Mr. Ramsay. Las fábricas de coagulante y de ácido sulfúrico. 66 LOS GRANDES DEPÓSITOS URBANOS El Palacio de Aguas Corrientes de avenida Córdoba. 67 Los pozos semisurgentes de Belgrano y Flores. 68 Los Depósitos de Caballito y Villa Devoto. 71 El agua del centro a los barrios y viceversa.

CAPITULO VI LA PLANTA DE LIQUIDOS CLOACALES DE PUENTE CHICO (WILDE) El problema de los desagües cloacales y su dudoso destino. 79 1882: Llega de Londres el proyecto para Puente Chico. 79 El funcionamiento cloacal. De la Capital hasta el Sur, 86 pasando por un gran sifón. La finalización de un plan y el comienzo de nuevos problemas. 88 Otra cloaca máxima y la esperada modernización tecnológica. 90

CAPITULO VII LA PLANTA SAN MARTIN EN PALERMO Agua para 6 millones de habitantes. 93 Los efectos de la Gran Guerra. 100 Palermo en los años ‘20. 100 Provisión y crecimiento urbano: El Aglomerado Bonaerense. 104

CAPITULO VIII AGUAS ARGENTINAS Y LA PROTECCION DEL PATRIMONIO CULTURAL 111

BIBLIOGRAFIA ARCHIVOS Y BIBLIOTECAS CONSULTADOS 115

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PRESENTACIÓN LAS OBRAS DE AGUA Y SANEAMIENTO EN BUENOS AIRES La ciudad de Buenos Aires se consolida a partir de fines del siglo XIX como una ciudad moderna abandonando el perfil de la “gran aldea” que predominaba hasta entonces. En esa tarea de transformación urbana, las obras de abastecimiento de agua potable y de saneamiento jugaron un papel relevante para asegurar condiciones sustancialmente diferentes en la calidad de vida de los habitantes. Este libro narra la trayectoria de estas obras, la continuidad de la acción empresarial y las múltiples expresiones del patrimonio que estos emprendimientos generaron desde la instalación en la Recoleta en 1784. Analiza cómo se determinó la formación del Palacio de las Aguas Corrientes (1886-1891) y Villa Devoto (1916), la extensión definida por el Ing. Paitoví en 1925 y finalmente el traslado de los filtros a Palermo, testimoniando así una pujante y pionera capacidad de afrontar las sucesivas demandas de crecimiento con la tecnología posible. A partir de la concesión de los servicios de agua potable y cloacas de la Ciudad de Buenos Aires y 17 partidos del conurbano bonaerense concretada en mayo de 1993, Aguas Argentinas ha rehabilitado, mejorado y extendido las obras básicas, revirtiendo la situación de colapso en la que se encontraban fruto de décadas de desinversión. Hoy, los 7,6 millones de personas abastecidas gozan de una mejor calidad de vida, ya que cuentan con un servicio confiable y seguro, producto de la gestión y la inversión realizada en estos últimos cinco años que superó los 1.200 millones de pesos. Este proceso histórico de las obras de agua potable y saneamiento, nos permite hoy comprender el papel clave que cumplió, en ese medio siglo que va desde 1875 a 1925, el equipamiento y la infraestructura de servicios en la transformación urbana de Buenos Aires. Aguas Argentinas contribuye con este libro a la memoria y al conocimiento de la evolución histórica de nuestra ciudad.

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Ya se han cumplido 150 años desde los primeros intentos de formar pozos artesianos que realizó el ingeniero inglés James Bevans y luego el francés Sourdeaux, y más de un siglo tiene nuestro sistema de agua potable y desagotes, mostrando la increíble vitalidad de esa acción que culminaría en la antigua Obras Sanitarias de la Nación. El conjunto de estas obras pensado desde una mirada urbana proyectada hacia el pasado de Buenos Aires, sorprende por su carácter pionero y por la importancia que ellas tuvieron para la formación de la ciudad. Ya señalamos como el Palacio de las Aguas Corrientes, ubicado en los límites de las parroquias (barrios) del Pilar y Balvanera, vino a configurar un paisaje urbano diferente y a densificar un área abierta en que solamente el edificio de la Escuela Normal de Profesoras, realizado por Ernesto Bunge, lo acompañaba con entereza. Cuando se comienzan las primeras tomas de agua y la casa de bombas en la Recoleta, todavía Torcuato de Alvear no había dado los pasos para la configuración de ese lugar como un núcleo vital en la rápida expansión del barrio norte porteño. El templo del Pilar y el convento de los antiguos recoletos habían visto erigir en sus proximidades el primer cementerio, indudable configuración de lo “extramuros” que se consideraba este paraje en el contexto urbano.

INTRODUCCION El presente libro que han escrito Elisa Radovanovic y Jorge Tartarini en el marco de los trabajos del Proyecto Patrimonio Histórico CONICET - AGUAS ARGENTINAS aborda el proceso de transformaciones de la ciudad de Buenos Aires, en lo que constituyó uno de los elementos esenciales de su modernización: las monumentales obras de saneamiento y salubridad.

Las obras de abastecimiento de agua de la Recoleta, de esta manera, conformaron un conjunto de edificios que, consolidados y ampliados a través de los años, constituyeron un paseo cierto y una referencia urbana precisa en la ocupación de una de las zonas más caracterizadas de la ciudad. Parte de estas edificaciones transformadas hoy en nuestro Museo Nacional de Bellas Artes evidencian que el reciclaje de este tipo de edificios tiene antecedentes valiosos en nuestra historia.

Si el tomo anterior fue dedicado al surgimiento de un edificio emblemático como el “Palacio de las Aguas Corrientes”, el libro que hoy presentamos cruza transversalmente la historia del servicio de agua potable y de la formación de redes de aguas servidas que constituyen un hito singular entre “La gran aldea” y la metrópoli moderna.

La réplica de la primera Casa de Bombas, realizada en 1926 en la planta potabilizadora de Palermo cuando se resuelve desactivar el conjunto de Recoleta, señala también la conciencia de respeto por un pasado que había marcado justamente un hito en ese proceso transformador.

Es que las obras de equipamiento e infraestructura tiñeron buena parte de las acciones de ese dinámico tercio final del siglo XIX, cuando arreciaron las inversiones del capital extranjero y arribaron a nuestras costas millones de inmigrantes dispuestos a encontrar mejores horizontes en un país donde estaba casi todo por hacer.

El abandono de la Recoleta y la formación de la Planta General San Martín se inserta a la vez, en un proceso más amplio de transformación urbana: es la época de la Intendencia de Carlos Noel, cuando su hermano, el arquitecto Martín Noel, presidía la Comisión que formularía el “Plan de Estética Edilicia” de la ciudad, retomando antiguos proyectos del francés Norberto Maillart, y los nuevos que surgían de la visita del paisajista Jean Claude Nicolás Forestier.

El salto cuantitativo que introdujo el ferrocarril, al pasar de los 4 km por hora de la carreta, a los 40 km. iniciales de su circulación, es equivalente al que genera el sistema de las primeras bombas de la Recoleta y sus redes, frente al abastecimiento de aljibes y de agua del río que habían signado los primeros tres siglos de vida de la ciudad. 11

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El impulso dado a la Costanera Norte y Sur y a los bosques de Palermo, donde el notable paisajista parisino Charles Thays había dejado su impronta, definió un ambiente especial sobre el cual se formaría paulatinamente el nuevo asentamiento potabilizador que otrora fuera complementario de la central ubicada en Recoleta.

pertenencia del personal de Obras Sanitarias de la Nación es lo que ha querido potenciar la empresa Aguas Argentinas a través de su Proyecto Patrimonio Histórico dirigido a consolidar una acción solidaria para el rescate de su patrimonio, y al mismo tiempo trasmitir una creciente información que permita entender la importancia de estas acciones del pasado.

En todos estos casos las obras de las aguas corrientes dejaban una impronta no solamente por el volumen de sus instalaciones, sino también por el carácter pionero que ellas tendrían en la configuración de estos puntos urbanos donde se radicaban.

El libro que hoy el lector tiene en sus manos trata justamente de ayudar a una comprensión de ese pasado que se testimonia en muchas obras del presente y que habrá de ser herencia de nuevas generaciones en el futuro. En él, hemos buscado brindar un panorama del proceso de abastecimiento de aguas, desde la colonia hasta la construcción de los dos grandes edificios de concentración en Devoto y Caballito, los que desactivaron parcialmente los tanques que existían en el Palacio de las Aguas Corrientes de la avenida Córdoba.

La otra cara de estas obras emergentes es justamente aquella red invisible de impresionantes cañerías maestras y de reparto, válvulas y colectores; en fin, la impresionante urdimbre de un sistema oculto que permitía abastecer de agua y limpiar una ciudad cuyo ritmo de crecimiento y extensión era vertiginoso. Es quizás aquí donde debamos rendir un justo homenaje a esos anónimos técnicos de Obras Sanitarias de la Nación que continuaron la labor inicial de Coghlan y Bateman. Quienes junto a los ingenieros Guillermo Villanueva en 1904, y Antonio Paitoví desde 1920, daban impulso a los diversos planes que se extendieron a todos los núcleos urbanos del país o definieron los nuevos sistemas de desagües de aguas pluviales.

Para ello se ha compulsado una amplia bibliografía, que se refleja parcialmente al final del libro, y la documentación histórica disponible en los Archivos de la empresa ya que la transferida al Archivo General de la Nación no está aún disponible para su consulta. Ha sido un denodado esfuerzo el de los redactores el sintetizar una masa enorme de información para presentar al lector este panorama de la evolución de los servicios de aguas en la ciudad de Buenos Aires. Creemos que lo han logrado adecuadamente.

Son ellos los que tuvieron que dar respuesta a los sucesivos problemas históricos que fueron desde la carencia de un servicio higiénico y la creciente demanda de agua, hasta las dificultades que causó el aumento del consumo y la incapacidad de evacuar las aguas servidas. Son los que tuvieron que implementar criterios para transformar esas aguas servidas y buscar los puntos no contaminantes del desagote, y que por décadas mantuvieron un servicio cuya obsolescencia se anunciaba.

Ello nos permite hoy entregar a la comunidad un nuevo trabajo realizado al amparo de un Proyecto que, uniendo investigación y espíritu empresarial, busca rescatar aquellas cosas que en nuestra historia testimonian una forma solidaria, eficiente y responsable de servir a los demás. Con aciertos y perplejidades esta es la historia del secular esfuerzo que comenzara Obras Sanitarias y que hoy continúa Aguas Argentinas.

Es este patrimonio el que la empresa Aguas Argentinas busca rescatar, el que configuran sus testimonios edilicios, las manifestaciones de la técnica y la creatividad de sus profesionales y, sobre todo, una historia que pertenece a la memoria de una ciudad que ha vivido estos procesos evidentes donde las aguas corrientes han dejado profunda huella.

Arq. Ramón Gutiérrez Director

Se trata de mantener viva una memoria que sirve de elemento aglutinador de una empresa que tuvo siempre hondos afectos por su evolución histórica, que buscó formar su Museo y conservó el magnífico Archivo de Planos que constituye uno de los acervos documentales más importantes de la ciudad. Este sentimiento de 12

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EL ABASTECIMIENTO DEL AGUA EN BUENOS AIRES. SUS ORIGENES El período colonial. Las iniciativas del gobierno de Rivadavia. Los proyectos de Bevans y Pellegrini. Los nuevos emprendimientos de Pellegrini.

Gobernador Intendente Francisco de Paula Sanz y por un consejo de técnicos y alarifes, entre los que se destacaron los ingenieros Joaquín Antonio Mosquera y José Custodio de Sá y Faría. Así se implementaron un conjunto de medidas en el que, principalmente, se procuró el trazado e higiene de calles, y se realizaron los primeros ensayos de iluminación, pavimentación, calzadas y desagües. El primitivo caserío, con sus estrechas vías trazadas a cordel, era atravesado por cursos naturales de agua que desembocaban en el Riachuelo y en el Río de la Plata. Eran los denominados terceros que anegaban la próspera villa hasta convertirla en un sitio intransitable. En las instrucciones provistas para los habitantes -unos 25.000 en 1780- se trató de evitar que se propagaran focos de infección, prohibiendo el tráfico de carretas por el centro de la ciudad y así, mejorar el pésimo estado de las calles. En aquellos tiempos se creía que la relación entre lo salubre y lo insalubre derivaba del aire que se respiraba, y era opinión de los facultativos que las aguas estancadas y podridas contaminaban el aire causando epidemias. 4

CAPITULO I EL ABASTECIMIENTO DEL AGUA EN BUENOS AIRES. SUS ORÍGENES

El Virrey Vértiz impartió Instrucciones que disponían la creación de lugares comunes o letrinas, cañerías y sumideros y otros servicios recurriendo a la voluntad de los propietarios. Los vecinos que arrojaran residuos a las calles serían severamente multados. Para ello, prescribía:

El período colonial En un terreno barrancoso y anegadizo Juan de Garay fundó en 1580 la ciudad de Santa María de los Buenos Aires. La villa dependiente de la corona española se fue desarrollando lentamente. El jesuita alemán Antonio Sepp, de paso por el lugar en 1691, comenta que apenas se trataba de un “pueblecillo” recostado sobre las orillas del Río de la Plata en un paraje muy salubre, cuya agua considera “muy buena y que favorece a la digestión...”.1

“Que por las cañerías que salen a las calles por debajo de las calzadas no se viertan aguas inmundas, por lo que perjudican a la salud pública llenando la calle de mal olor y de insectos; no teniendo otro objeto estos conductos que el desagüe de las lluvias y de alguna otra agua que aunque proceda del servicio de la Casa, sea de oficinas limpias de motivos inmundos bajo la pena expresada (...).”5

Sin embargo, la villa colonial venía de sufrir penurias, como la ocurrida en 1685 cuando se produjo “gran mortandad de habitantes” y lo propio pasaría en 1700 con una epidemia de viruela que hizo sus estragos en la población.2

En relación al servicio de abastecimiento de agua, que generalmente era prestado por carros que la recogían del río en las inmediaciones de la ciudad, se aconsejaba que “los negros y demás que proveen de agua al pueblo (concurran) al menos al paraje que llaman las Catalinas”6, ubicado en la prolongación ideal de la calle Viamonte sobre la ribera. Se trataba de evitar, además, que los aguateros negros que extraían el agua de “donde se les (daba) la gana”, elevaran el precio de “medio real a un real o más”.7

Poco a poco la ciudad se fue transformando en un centro importante, asiento de las autoridades, y de grupos sociales de influencia. En 1776 se la elevó a sede del Virreinato del Río de la Plata con el objetivo principal de otorgarle el “grado de civilización, cultura y aseo” que le correspondía como “Capital de un vasto Reino y la Puerta de Naturales y Extranjeros en un comercio libre”.3

Desde mediados del siglo XVIII comenzaron a construirse en los patios de las casonas señoriales, los aljibes que conservaban el agua de lluvia en las recámaras. El interés por conducir el líquido vital

El Virrey Juan José de Vértiz y Salcedo actuó secundado por el 15

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desde el río a las casas, calles y plazas se verifica con la creación en 1783 de “cierta máquina que habrían de construir” Matías Sánchez Berenguillo y Esteban Palazios, “maquinistas” de la corte de Madrid.8 En 1802 se conoció también un curioso proyecto presentado al Consulado por el vecino de la ciudad Juan Vicente Chilavert, para la captación de aguas subterráneas con fines de “riego y brebaje del ganado”, inspirado en un procedimiento de perforación a percusión, conocido actualmente como sonda.9 Sin embargo, las autoridades consideraron inútil realizar gastos en este emprendimiento. A pedido del Procurador Síndico General, en 1807 continuaron las medidas de limpieza de calles y extracción de basuras como medio para evitar la propagación de enfermedades pestilentes.10

Las iniciativas del gobierno de Rivadavia Los proyectos de Bevans y Pellegrini La Buenos Aires criolla que nació bajo el signo de la Ilustración y las ideas revolucionarias hacia 1810, contaba con unos 40.000 habitantes. Allí se movía una “sociedad abigarrada” que usaba la ciudad más que antes y desbordaba los espacios públicos, en donde “la preocupación por la limpieza elemental fue la primera que apareció”.11 Las tentativas en favor de la higiene pública resultaron un tanto aisladas; sin embargo, ya el 9 de agosto la Junta Provisional de Gobierno de las Provincias del Río de la Plata, emitió un Bando por el cual se prohibía arrojar aguas servidas a los albañales. Durante el gobierno del Triunvirato, el 5 de enero de 1813 se reglamentó la venta de agua, el riego de calles y las descargas de los albañales y aguas servidas. Los intentos iniciales para negociar un empréstito “dentro o fuera del país” en pos de la construcción de un puerto y dotar de aguas corrientes a la Capital de la nueva República, se realizaron durante el gobierno de Martín Rodríguez, quien tenía como ministro a Bernardino Rivadavia. 12 Con este motivo, las autoridades contrataron en Inglaterra los servicios de Santiago Bevans, ingeniero hidráulico que se encargó de confeccionar un plano y memoria descriptiva para “el mejor aprovechamiento de vertientes o manantiales de agua y medios para evitar su mal sabor”. 13

Ordenanzas promulgadas por el Gobernador Intendente Don Francisco de Paula Sanz. Buenos Aires, febrero de 1784. (Archivo CEDODAL)

Pronto Bevans -que concitaba la atención de los porteños por sus curiosos atavíos cuáqueros, ancho casacón y sombrero de clérigorealizó experiencias que se basaron en un invento inglés que permitía obtener agua a profundidades adecuadas, para lo cual se importaron del exterior taladros que tenían algunas fallas. El punto 16

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elegido fue la antigua noria de la Recoleta, apartado sitio de la ciudad donde se encontraba la iglesia de los frailes recoletos franciscanos y el primer cementerio público. Los periódicos El Centinela y La Abeja Argentina se hicieron eco de esta empresa, recordando algunos trabajos realizados en Carolina del Sur donde se habían perforado napas con tubos huecos que llevaban un taladro. En 1823, durante el ministerio de Julián S. Agüero, estas pruebas se llevaron a cabo durante 32 días, sin alcanzar el éxito esperado. Como consecuencia de la dimisión de Rivadavia y la inestable situación política, Bevans -que había sido designado jefe del Departamento de Ingenieros Hidráulicos- vio suspendida su labor. En noviembre de 1828 arribaba al país, previa escala en Montevideo, el ingeniero saboyano Carlos Enrique Pellegrini, que con anterioridad había sido contratado por Rivadavia. Los continuos cambios políticos de ese período obligaron a Pellegrini, a rescindir el compromiso pactado con el gobierno. No obstante, estos hechos no le impidieron encarar en 1829 el problema de abastecer de agua “clarificada a la población de Buenos Aires”.14 En aquel entonces ya Filadelfia, Londres, Glasgow, París y Versalles poseían ingeniosas máquinas que por medio de tubos proveían de agua a estas ciudades. Basándose en estas experiencias, Pellegrini estaba convencido que: “En pueblos nacientes, cualquier especulación sobre objetos de primera necesidad debe fijar la atención de los capitalistas con preferencia a las que tienen relación con el lujo y placeres. El agua es el primer elemento de los seres organizados”. 15 El proyecto contemplaba extraer el vital elemento del Río de la Plata en las cercanías del Fuerte, o en una propiedad distante a una cuadra del mismo. Por efecto de las mareas en la tosca, el agua penetraría bajo el nivel de la playa y por un proceso de clarificación caería pura y cristalina en una especie de aljibe. Allí 6 bombas la ascenderían 30 varas por encima del terreno, para enviarla a un arca suspendida de 250 varas cúbicas que por medio de “llaves de fuente” permitiría abastecer, por lo menos, 100 carretillas de aguadores por día.16

Arriba: Plano de Buenos Aires, levantado por el ingeniero José Bermúdez en 1708. En las cercanías del Fuerte se realizaron las primeras perforaciones para obtener agua potable. (Reproducido por A. Taullard en Los Planos más antiguos de Buenos Aires ) Abajo: Visión de la Plaza de la Victoria hacia 1830, según una acuarela del ingeniero Carlos Enrique Pellegrini, con la antigua Pirámide de Mayo, y más atrás, el edificio de la Recova que dividía en dos la actual Plaza de Mayo. (Archivo CEDODAL)

El informe incluía un minucioso detalle del suministro de líquido y de los flujos cronométricos; como también la economía de tiempo y trabajo que los aguateros ahorrarían por viaje. Se preveía, además, establecer un sistema de tarifas para particulares y fondas cuyo consumo, mayor y constante, los beneficiaría con un precio menor. Para llevar a cabo la empresa, se formaría una Sociedad Anónima con un capital de 72 acciones de 1.000 pesos moneda corriente cada una. 17

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LAS LAVANDERAS

El trabajo de las lavanderas en las orillas del Río de la Plata, a pocos metros de la Plaza de Mayo. (Foto AGN)

Las negras o morenas se ocupaban del lavado de ropa. Ver en aquellos tiempos una mujer blanca entre las lavanderas, era ver un lunar blanco; como es hoy un lunar negro, ver una negra entre tanta mujer blanca, de todas las nacionalidades del mundo, que cubren el inmenso espacio a orillas del río desde la Recoleta y aun más allá, hasta cerca del Riachuelo. Eran excesivamente fuertes en el trabajo, y lo mismo pasaban todo el día expuestas a un sol abrasador en nuestros veranos de intenso calor, como soportaban el frío en los más crueles inviernos. Allí en el verde, en invierno y en verano, hacían fuego, tomaban mate, y provistas

cada una de un pito o cachimbo, desafiaban los rigores de la estación.

jamás estaban calladas y después de algunos dichos, que sin duda para ellas serían muy chistosos, resonaba una estrepitosa carcajada; la carcajada de la lavandera era característica.

Por entonces usaban una especie de garrote con que apaleaban las ropas, sin duda con la mira de no restregar tanto; puede este medio haber sido muy útil para economizar trabajo, pero era eminentemente destructor, pues rompían la tela y hacían saltar los botones.

Tan es cierto, que la escena no debe haber carecido de atractivo, que algunas familias iban una que otra tarde en verano, o una que otra mañana en invierno, a sentarse sobre el verde, a tomar mate y a gozar de los chistes y salidas de las lavanderas.

Allí cantaban alegremente, cada una a uso de su nación, y solían juntarse ocho o diez, formaban círculo y hacían las grotescas figuras de sus bailes -especie de entreacto en sus penosas tareas-. Sin embargo, parecían felices;

José Antonio Wilde. Buenos Aires desde 70 años atrás (1810-1880). Buenos Aires, Eudeba, 1977. 18

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EL AGUA DE BUENOS AIRES

Un carro de aguatero en una arbolada Plaza de Mayo, cuando aún la casa de Gobierno no había sido remodelada. Fines de la década de 1870. (Atención Luis Figueroa)

agua está en las peores condiciones que se puede imaginar, asoleada y sucia con los residuos que se arrojan de la ciudad y de los buques, etc., algunas veces suele estar tan inmunda que no se puede beber. La de los pozos, ya he dicho es tan mala que no se emplea sino en los usos más groseros.

La de aljibe se rejunta en azoteas que a causa de su poca declividad no pueden estar nunca bien limpias y son generalmente el receptáculo de una porción de inmundicias, a más esa agua que permanece estancada tanto tiempo (tres y cuatro meses) contrae todos los defectos de una mala agua: a causa misma de esa larga estagnación se desarrollan en su seno vegetaciones y una porción de animales, cuyos despojos contribuyen a darle un mal gusto y un olor nauseabundo insoportable. En el río, los mismos carros que la distribuyen la van a buscar al bajo entre dos muelles, donde el

El consumo de semejantes aguas es muy nocivo y tiene una influencia tan marcada sobre la salud pública en general, que si se examinan las tablas mortuorias de la ciudad de Buenos Aires, se observará que los meses más carga19

dos son los de Enero y Febrero, si por otra parte se consultan los médicos sobre el particular todos están de acuerdo para decir que en esos dos meses del año las enfermedades son más variadas y los enfermos más numerosos, eso no se debe atribuir sino a las malas condiciones de higiene en que nos hallamos para combatir las influencias exteriores y la principal es la falta de una agua buena y abundante. Julio Lacroze. Estudio sobre la distribución de agua en las ciudades. Buenos Aires, Imprenta del Mercurio, 1866.

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avecinaban en la gran aldea, imitando a los que eran de uso común en Río de Janeiro.20 Los nuevos emprendimientos de Pellegrini Con la caída del gobierno de Juan Manuel de Rosas, se reorganizó la administración nacional y municipal. En agosto de 1853 resurgió en Pellegrini la esperanza de proveer con “baratura y profusión, tan luego como lo permitan sus autoridades, del agua del río clarificada”.21 Lo animaban en esta nueva propuesta las obras realizadas por dos empresarios que poco tiempo atrás habían conseguido llevar agua al Molino San Francisco ubicado en la calle Balcarce. Estos habían elevado el agua a 110 pies de altura por unos conductos que proveían al establecimiento de agua filtrada y purificada proveniente del río, a solo una cuadra de distancia. La proposición de Pellegrini consistía en:

Al año siguiente, se hizo cavar un pozo a 70 varas del Fuerte en medio de “una isleta de tosca” comprobándose la existencia de un “agua cristalina, fresca y abundante”.17 Sin embargo, el proyecto de Pellegrini -según expresa en su Revista del Plata- quedó “olvidado en la chimenea de la secretaría de Gobierno” del Fuerte, y sumido en veintitrés años de “letargo industrial”.18

“llevar por caños subterráneos en algunos puntos de la capital depósitos de las aguas del Río que clarifiquemos en nuestro establecimiento, sirviéndose V. H. garantirnos por quince años la venta exclusiva de esta agua de perfecta pureza y condición (...) levantar los aparatos y construcciones hidráulicas que nos es preciso tener inmediatas al río, en la pequeña porción de playa y tosca que enfrenta del lado del mar la casa propiedad de Blumstein y de La Roche en la calle Balcarce”.22

Mientras el tema de abastecimiento del agua quedaba relegado en la ciudad, una casa emplazada en la calle Florida al 200 se distinguía de “todas las demás en su construcción y distribución”19, se trataba de la propiedad de Mariquita Sánchez de Thompson. La patricia dama se hallaba en Montevideo cuando en 1847 el lugar fue recorrido por su amiga Mariquita Nin, quien expresa: “no he visto concluida la obra de las aguas, que es una verdadera novedad”; el curioso reparto “de tubos” que desde los patios pasaban por “medio de llaves a las tinas”, anticipaba junto con “otras maravillas” los progresos que se

Las bases de este proyecto fueron oportunamente defendidas por Bartolomé Mitre en la sesión legislativa del 12 de junio de 1854. 20

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En la otra página: Los proyectos del ingeniero Carlos Enrique Pellegrini. A. Establecimiento de aguas clarificadas para Buenos Aires. Año 1829. B. Pavimento y alcantarillado de calles. Cortes de acera, calzada y conducto de desagüe. Año 1853. (Reproducido por Alberto de Paula - Ramón Gutiérrez en La encrucijada de la arquitectura argentina, 1822-1875. Santiago Bevans - Carlos Pellegrini.)

Arriba: Retrato de Carlos E. Pellegrini, aparecido en El Sud Americano. Buenos Aires, 5 de diciembre de 1888. Derecha: Proyecto de pozo artesiano en Barracas, realizado por A. Sourdeaux y Cía. (Archivo CEDODAL)

animales inmundos”. Escuchemos sus premonitorias afirmaciones:

Pellegrini, que no cejaba en su tentativa de realizar un Gran Filtro Aljibe en la tosca ribereña,23 desconfiaba del éxito de la experiencia de pozos artesianos emprendida en 1861 por D. A. Sourdeaux y D. R. Legout, en la zona de Recoleta. En este sentido explica que la ascensión del agua en pozos barrenados dependía de su aprisionamiento entre capas impermeables, y de la presión hidrostática que provenía de la infiltración a una altura superior del pozo.24

“Los caños que proponemos no son para llevar basuras ni inmundicias, sino para aprisionar aguas llovedizas. Llegará un día que tengamos que ocuparnos de cloacas, pero afortunadamente nos separa de él un siglo tal vez”.26 La idea de empedrar las bocacalles contribuiría a mejorar la viabilidad de los peatones y el tránsito, en una ciudad que ya en 1853 había alcanzado a unas 90.000 almas.

Este ingeniero francés preocupado por resolver los problemas de la ciudad, había diseñado además un plan general para los desagües pluviales por medio de conductos subterráneos como se practicaba “universalmente”, proponiendo a la recién creada Municipalidad capitalina empedrar 200 bocacalles y encerrar en conductos subterráneos las corrientes de las lluvias, por los que correrían dos “caños acollarados uno al lado del otro”.25 En su época, se creía que “las cloacas o albañales subterráneos eran un foco de peste, cuando no un receptáculo de

Pellegrini se adelantó a su época al comprender la urgente necesidad no sólo de proveer de agua a la población sino también de dar salida a las aguas servidas, aunque cabe recordar que será la presencia en el medio local de un ingeniero -contratado en Inglaterra para las obras del ferrocarril- la que desbarataría la aplicación de sus ideas progresistas en el proceso de modernización de la ciudad. 21

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TESTIMONIOS DEL SUBSUELO PORTEÑO La ciudad, desde su misma fundación, tuvo problemas de agua, ya que la proveniente del río no era bebible directamente; por lo tanto se optó por el método más sencillo de estacionarla durante varios días en grandes tinajas de cerámica agregándole a veces alumbre para acelerar la decantación-, o haciéndola atravesar filtros de piedra o cerámica para luego guardarla en las tinajas. Con el tiempo, los aguateros recorrerían la ciudad vendiendo el agua a los vecinos. Pero desde el siglo XVII se inició la excavación de pozos de balde, los que llegaban hasta la primera napa con una profundidad de 6 a 10 metros, o incluso un poco más, según la zona en que estuviere. Esos pozos, de un metro de diámetro, tenían en su boca un brocal de ladrillos y más tarde, en el siglo XIX, de mármol tallado.

con formas rectangulares y circulares. Actualmente, al ser reabiertas, sus dimensiones impresionan por la envergadura del trabajo que debieron significar. Muchas de estas cámaras sirvieron para alimentar algunos mitos porteños, asignándoles funciones que nunca tuvieron o confundiéndolas con túneles u otro tipo de obras subterráneas.

muy similares a los usados para extraer agua, aunque en lugar de brocal se les hacían unas bóvedas de ladrillos de cerca de un metro de altura, que remataban en una boca pequeña por la cual se arrojaban los líquidos, a veces mediante un caño cerámico. Estos pozos no necesariamente llegaban a la napa freática y cuando se llenaban simplemente, los cerraban y se excavaba otro cerca del primero. Sobre ellos se construía una letrina, por lo general al fondo

Para los desagües de letrinas y cocinas se usaron pozos ciegos,

del patio posterior, que recién en el siglo XIX tuvieron una llave para cerrar el caño y evitar los malos olores. Cuando la letrina era grande o llegaban instalaciones de varias cocinas y baños a la vez, se hacían cámaras rectangulares abovedadas en la parte superior dejando las paredes y pisos sin recubrir para que pudieran absorber los líquidos. En ciertos casos se hallaron algunas de dimensiones considerables, hasta de 5 metros de largo y 10 metros de profundidad. Las salidas del agua a la calle y el movimiento dentro de la casa se hizo, desde el siglo XVII hasta el XIX medio, a través de albañales, que eran conductos hechos con ladrillos unidos con cal, de forma rectangular, que obviaban la necesidad de los caños, raros y caros hasta pasada la mitad del siglo XIX.

Fueron los jesuitas quienes en el siglo XVII comenzaron a construir aljibes, es decir cámaras o cisternas subterráneas con un brocal superior, adonde llegaba el agua desde las terrazas o patios mediante cañerías de hojalata o cerámica y desde 1860 también por caños de hierro o plomo. Estos aljibes estaban totalmente aislados de la tierra con paredes, piso y la parte superior abovedada; algunos tenían escaleras para bajar y limpiarlos; otros tenían un pozo de decantación más pequeño en el medio del piso.

El subsuelo de la ciudad, perforado durante cuatro siglos una y otra vez, ha dejado un conjunto significativo de evidencias sobre los sistemas de abastecimiento de agua y de desagües, que la arqueología urbana ha ido estudiando y haciendo comprensible. Estos pozos y cámaras, aljibes y albañales, conductos y desagües, son una importante fuente de información ya que han permitido mejorar nuestros conocimientos y hacer más compren-sible la vida cotidiana de la ciudad a través del tiempo.

Hay evidencias de cámaras subterráneas de 10 metros de alto,

Daniel Schávelzon. Investigador del CONICET.

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NOTAS

argentina. 1822-1875. Santiago Bevans. Carlos Pellegrini. Resistencia, Departamento de Historia de la Arquitectura, UNNE, 1974, p. 26.

1. Facultad de Filosofía y Letras. Documentos para la Historia Argentina. Tomo IX. Administración edilicia de la ciudad de Buenos Aires. (1776-1885). Introducción de Luis María Torres. Buenos Aires, Compañía Sud Americana de Billetes de Banco, 1918, p. CXVIII.

14. “Proyecto ...”. En Boletín ... op. cit., p. 132. 15. Ibidem, p. 136. 16. Ibidem.

2. Estas relaciones provienen de asuntos referidos a la higiene de la población, compostura de calles y aceras. Las aquí mencionadas pertenecen al Archivo General de la Nación. Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, Buenos Aires, 1907. Libro 11, f. 41 vta. y libro 13, f. 74. Citado en Ibidem, p. XXIII.

17. “La ciudad de Buenos Aires provista con baratura y profusión, tan luego como lo permitan sus autoridades, del agua del Río Clarificada”. En Suplemento a la Revista de Noviembre. En Revista del Plata, 1a. época, Nº 3, 1853, p. 42.

3. Ibidem, p. LXXIV. 18. Ibidem. 4. Georges Vigarello. Lo limpio y lo sucio. La higiene del cuerpo desde la Edad Media. Madrid, Alianza, 1991, p. 195.

19. Nota de las Cartas de Florencia Thompson de Lezica. Citado en Clara Vilaseca. Compiladora. Prólogo y notas. Biografía de una época. Cartas de Mariquita Sánchez. Buenos Aires, Peuser, 1952.

5. “Testimonio de las providencias de Gobierno dadas por el señor Dn Francisco de Paula Sanz durante su mando en la Capital de Buenos Aires, Nº 19. Expediente sobre trazado, construcción e higiene de las calles de la ciudad de Buenos Aires, iniciado por oficio del Virrey Juan José de Vértiz, dirigido al Cabildo de esta ciudad (16 de agosto de 1783 - 1º de mayo de 1785)”. f. 143 vta. Citado en Facultad de ... Documentos ... op. cit., p. 109. La pena estipulada para los que arrojaban basuras u objetos de cuero sería la pérdida de su caballo o mula con sus arreos.

20. Ibidem. 21. “La ciudad de Buenos ...”, op. cit, Revista del Plata, 1a. época, Nº 3, 1853, p. 42. 22. Ibidem, p. 44. 23. “Gran Filtro Aljibe para la ciudad de Buenos Aires.” En Revista del Plata, Nº 12, agosto 1854, p. 181. Este era un mecanismo indestructible formado por: “zanjas rectangulares de una vara de ancho y una vara de alto, cuyo fondo y costados revocamos con una sutil capa de mezcla hidráulica. (...) A un pie debajo de este nivel colocamos el cielo del filtro compuesto de maderos de quebrachos agujereados, sobre cuyos maderos van sentadas las materias filtrantes. Estas materias irán, como de costumbre de mayor a menor, a partir de los maderos, en los que cargará el cascajo, debiendo cubrir este una capa de arena gruesa, y terminarse el relleno con arena fina del río. (...) y caída (el agua) en el fondo del estanque-filtro, sin comunicación alguna con el agua salobre que pudiera manar subterráneamente de la tosca, fácil será después extraerla de allí con caños, y una bomba de vapor colocada al pie o arriba de la barranca, para conducirla a los castillos de donde se surtirán las fuentes”.

6. “Presentación del Síndico Procurador al Cabildo sobre la aplicación del auto de buen gobierno de 21 de mayo de 1772, firmado Joseph A. Ibañez”. Citado en Ibidem, p. 50. 7. Ibidem. 8. Cabildo del 3 de octubre de 1783. En Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires. Serie III, T. VII, Buenos Aires, 1930, p. 257. 9. Este tema puede verse en Carlos A. Young - Sadi Santini. “El consulado de Buenos Aires y la captación de aguas subterráneas”. En Boletín de Obras Sanitarias de la Nación, febrero, 1942, Nº 56, pp. 120-125. 10. Facultad ..., op. cit, p. XXI y ss.

24. Respecto de los pozos artesianos, Pellegrini se pregunta: “¿De dónde podía venir ese inmenso stratum de piedritas que, bajo el suelo pampasiano, constituiría su adaptación al artesianismo?”. En Revista del Plata, Nº 5, 2a. época, marzo 1861, p. 85.

11. José Luis Romero. Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Buenos Aires, Siglo XXI Ed., 1976, pp. 120-121 y 145. 12. “Proyecto preparado por el Ing. Carlos E. Pellegrini en el año 1829, para suministrar agua clarificada a la ciudad de Buenos Aires”. En Boletín de Obras Sanitarias de la Nación, Nº 20, febrero, 1939, pp. 132-136.

25. “Encañadura de las corrientes llovedizas”, En Revista del Plata, Nº 1, septiembre 1853, p. 7.

13. Alberto de Paula y Ramón Gutiérrez. La encrucijada de la arquitectura

26. Ibidem. 23

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>ACERCA DE LA HIGIENE EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX >Las epidemias y la prédica de los higienistas. >El impacto de los modelos sanitarios. El agua, elemento primordial.

En un período de notables transformaciones, la incorporación del país a la división internacional del trabajo incidió en el ingreso de grupos inmigratorios; el creciente movimiento de personas y mercaderías favoreció la expansión de epidemias. Por primera vez, en 1867 se presentó el cólera asiático, que se extendió a la campaña y a las provincias, y volvió a desatarse al año siguiente. El avance de la zona urbanizada sobre la periferia denotó un ostensible crecimiento de la población, que en 1869 arrojó unas 170.000 almas congregadas en los nuevos límites fijados al ejido capitalino.

>Entre las letrinas y el sistema de circulación continua.

El desarrollo de estos males se atribuía a las condiciones de desaseo, al aire impuro, a los desvíos alimenticios y al hacinamiento de personas en las pequeñas habitaciones de los conventillos que fueron multiplicándose en el barrio sur. Con el tiempo, se fueron intensificando las prédicas acerca de la limpieza corporal y la alimentación: “Cuanta más agua tenga cada casa y cada individuo, tanto mejor se cumplirían los preceptos higiénicos, el pobre necesita aseo, necesita agua abundante (...) y el baño es uno de los más poderosos elementos para su higiene, que en último término, es la de la comunidad.”4

CAPITULO II ACERCA DE LA HIGIENE EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX Las epidemias y la prédica de los higienistas

El cuidado de la salud fue cobrando cada vez mayor interés, como puede verse en un compendio de higiene pública y privada que José Antonio Wilde dedicó a los alumnos de las escuelas en 1868.5 La higiene se había convertido en “la primera necesidad de los pueblos, su conservación y fomento, el principal deber de los gobiernos, y el estado de ella en un país, (era) también la mejor prueba del progreso e ilustración a que ese país ha alcanzado”.6 La función de los higienistas debía centrarse en “gobernar e inmiscuirse en la confección de las leyes, de los reglamentos, de las disposiciones locales y aún de las convenciones internacionales”, el concepto de higiene era aplicado a las clases pobres, cuyo único agente protector podía ser ejercido desde el rol de control del Estado.7

“La distancia de un centro de población a otro fue, por centurias, el único elemento de protección que había para liberarse de las enfermedades transmisibles (...) nuestras ciudades seguían su letargo colonial, sin aumentar su población de una manera visible y eficaz, (...) con pésimos pavimentos, sin aguas corrientes, ni cloacas, ni servicios de asistencia y de profilaxis que pudieran valorarse”. 1 A principios del siglo XIX la organización sanitaria de Buenos Aires era precaria. La población se vio afectada por enfermedades epidémicas, como la viruela, la escarlatina y el sarampión. Durante la segunda mitad del siglo, la irrupción de enfermedades exóticas como el cólera morbus, procedente de Asia y la fiebre amarilla, originaria de Centro América, alertaron a las autoridades acerca de las deficiencias de la salud pública.

Esta fue una etapa de creciente actividad industrial y comercial; sin embargo, el clima de inusitada prosperidad se vería quebrado en los primeros días de 1871, cuando la fiebre amarilla golpeó nuevamente las puertas de algunos puntos situados en el barrio sur: “¿cómo habrá entrado el enemigo y quién era culpable por su negligencia?” 8 La epidemia alcanzó “el maximum de su intensidad en abril y desde entonces fue decayendo gradualmente hasta fines de mayo o principios de junio en que ocurrieron los últimos casos” pero su efecto dejó unas 15.000 víctimas.9

En 1858 la fiebre amarilla se declaró en “los estrechos límites de un solo barrio”, siendo los enfermos trasladados a un lazareto improvisado en la quinta de Lezama en pleno barrio de San Telmo.2 La epidemia, que el año anterior había alcanzado la vecina orilla de Montevideo, cobró 400 víctimas y provocó una “profunda impresión de terror” entre los porteños que huyeron hacia los distritos rurales.3 Se creyó entonces que los encargados de establecer la cuarentena no habían cumplido el plazo para proteger la entrada de los transportes marítimos.

La aparición de estos males se atribuía a las endebles condiciones sanitarias de una ciudad poco aseada, de estrechas calles y escasas 25

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plazas. A la influencia perjudicial que ejercían el aire y el polvo sobre los individuos, se sumaban los hedores de letrinas, sumideros y pozos negros cuyos “gases producidos por la fermentación, (y) los líquidos en que estaban disolviéndose las materias orgánicas, impregnaban el suelo, viciaban el agua de los pozos y arrojaban sobre la superficie emanaciones metíficas incompatibles con la buena salud del pueblo”.10 Así lo habían demostrado las deficientes condiciones de salubridad de Catedral al Norte que durante la epidemia de fiebre amarilla contaba con 1.800 letrinas llenas; si esto ocurría en la parroquia donde habitaba “la gente más acomodada ¿qué no sucederá en las demás parroquias?”.11 Los higienistas que se planteaban estos interrogantes orientaron su discurso principalmente a la defensa sanitaria marítima y al saneamiento interno, influyendo con su prédica en la política estatal durante más de medio siglo. En los Cursos de Higiene Pública12 ocuparon un lugar destacado: el tema del agua -hasta entonces fuente de enfermedades-; los primeros intentos de provisión de agua potable iniciados en Buenos Aires; la necesidad de implementar un sistema de drenaje de las aguas pluviales y de las materias cloacales; y las condiciones de las viviendas de los sectores obreros. Con médicos de la talla de Guillermo Rawson, Eduardo Wilde, Pedro Mallo, Emilio Coni, la noción de prevención adquirió una dimensión desconocida hasta entonces. Más que impedir con medidas restrictivas el ingreso de los gérmenes, éstos apuntaron a evitar su proliferación por medio de las obras de salubridad urbana.13 En este contexto, los avances que brindaban las ciudades europeas y norteamericanas en el campo del sanitarismo fueron presentados por nuestros más prestigiosos higienistas como modelos para implementar en el medio local.

El impacto de los modelos sanitarios. El agua, elemento primordial

Portada del célebre trabajo del ingeniero Freycinet sobre saneamiento de ciudades, publicado en París, 1870.

Desde el siglo XVIII en el continente europeo se desarrollaron los principios de la ciencia hidráulica. Las primeras bombas modernas empleadas para elevar las aguas del río Támesis datan de 1761. Estos avances tecnológicos que alcanzaron inicialmente a Londres luego serían seguidos por otras ciudades. En París se crearon dos usinas de bombas y máquinas para levantar las aguas del Sena, que a fines del siglo XVIII permitieron disponer de 10.000 metros cúbicos de agua por día para unos 600.000 habitantes. 14 La primitiva provisión de agua fue mejorada cuando en 1829 James Simpson construyó en Londres un filtro lento de arena, encar26

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gándose de los trabajos la Compañía de Chelsea y Lambeth Water. A partir de entonces, se fueron perfeccionando las cañerías de fundición y se generalizó su empleo en reemplazo de los antiguos conductos de madera o de plomo. 15 El sistema de filtros fue adoptado por todas las compañías cuando la ley inglesa de 1852 obligó a purificar el suministro de agua. 16

Modelo de cloacas proyectadas para la capital de Francia. (Archivo CEDODAL)

Hacia la década de 1830 Europa sufrió el impacto de las epidemias de cólera, lo que impulsó a los sanitaristas a establecer medidas para solucionar los problemas surgidos de las malas condiciones de salubridad en las ciudades industrializadas. De esta manera se fue gestando una legislación que orientó los primeros intentos para mejorar las condiciones higiénicas, en donde se establecieron reglamentaciones de vigilancia en los distintos sectores urbanos y sociales, a la vez que numerosas instituciones se encargaron de proveer iluminación, pavimentación, alcantarillado y abastecimiento de agua. 27

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Pueden citarse los ejemplos de Roma, que recibía por medio de veinte acueductos 800 millones de litros cúbicos cada 24 horas; y de Madrid, donde en 1858 se construyó un canal de 12 leguas y media que nacía en el río Lozoya y surtía un depósito para su distribución.17 Por su parte, la provisión de agua de Glasgow provenía de un túnel elevado que tenía: “42 km de largo, que proporciona a cada uno de sus habitantes, la inmensa cantidad de 560 litros por día, que es todo lo más que puede necesitar el habitante de una ciudad, por más agua que consuma.”18 A pesar de estos avances, todavía muchos sitios sufrían las consecuencias del uso que sus habitantes hacían de las aguas de pozo; por su grado de contaminación éstas no eran aptas para el consumo y facilitaban el desarrollo de enfermedades como la fiebre tifoidea, la disentería y el cólera. Tampoco eran aconsejables los pozos artesianos, porque la calidad de su agua no era buena. 19 En los Estados Unidos de América, la primera iniciativa de proporcionar agua purificada data de 1866 y fue realizada en la ciudad de San Louis, Missouri; también se hicieron obras de captación de agua filtrada en Newark, New Jersey, en 1869. Un destacado ejemplo lo brindaba Chicago por sus importantes acueductos. Domingo F. Sarmiento, invitado por las autoridades, navegó el túnel principal que proveía de agua a esa población desde una toma situada a cinco millas de la costa del lago Michigan. En aquella ocasión, el estadista pensó solicitar el concurso del ingeniero que estaba realizando estos trabajos para aplicarlos en nuestra ciudad.20 También en Washington se alojaban, por día, unos 300.000 metros cúbicos de agua.21 En Nueva York el depósito situado en el gran Parque Central recibía el agua por un túnel que comenzaba en el río Croton22; de suma utilidad, si se tiene en cuenta que en esos días: “El cólera reaparece en Nueva York cada cuatro meses. Viene en cada buque cargado de inmigrantes y se desarrolla en el mar por las mismas causas por las que se propaga en tierra. Las comisiones de higiene lo aguardan tranquilas, con 15 galones de agua potable provisto a cada habitante”. 23

Retrato del reconocido higienista Guillermo Rawson. (Colección particular)

En América del Sur, ciudades como Río de Janeiro se aprovisionaron tempranamente del vital elemento y, en Montevideo, el líquido era conducido por medio de un acueducto, desde Santa Lucía, distante 11 leguas de la ciudad. El avance de los sistemas de salubridad en distintas partes del mundo no hacía más que reafirmar la necesidad de procurar un servicio de provisión de agua potable para Buenos Aires, junto con un sistema de desagüe de las aguas servidas y pluviales. 28

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TRATADO DE FIEBRE AMARILLA Consolador es el pronóstico de los doctores Wilde y Mallo, médicos de la Capitanía del Puerto. En su informe dicen que el flagelo no es importado, sino espontáneo y surgido de las malas condiciones higiénicas de la ciudad, del modo de vivir de la gente pobre. Entonces estamos condenados a sufrir constantemente el terrible azote, toda vez que nunca dejará de haber pobres, ni de ser deseada la Metrópolis del Plata, ni de ser inerte la Municipalidad. En fín, acostumbrémonos a vivir faz a faz la muerte, y compremos una quinta. Los que no tengamos con que comprar una quinta, compremos cuando menos por cinco pesos el folleto del amigo Martín “Tratado de fiebre amarilla”. El Mosquito, 23 de Julio de 1871.

“Pílduras contra la epidemia”. El 13 de marzo de 1871 se creó una Comisión Popular de Salud Pública, algunos de sus miembros fueron víctimas de la fiebre amarilla. En la copa aparecen, entre otros, Roque Pérez, Lucio V. Mansilla, Héctor Varela y Manuel Bilbao. Publicado en El Mosquito. Buenos Aires, marzo de 1871.

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LAS LETRINAS Los franceses dan los nombres de lieux ou fosses d’ aissances a los receptáculos de las aguas servidas y de materias fecales o excrementicias a que se dan, entre nosotros, los nombres de excusados, lugares, letrinas y necesarias y que los ingleses llaman water closet, casi exclusivamente, por lo generalizado que está el empleo del agua para evitar las exhalaciones de esas oficinas. La costumbre arquitectónica en el país, es que los sumideros y letrinas por no multiplicar los pozos o fosos permanentes, comuniquen con el mismo recipiente al derramarse en él. Ya hemos indicado, que según las opiniones de los ingenieros e higienistas, ésta es la causa principal de los malos olores que suelen exhalar esas bocas de infección. Otra costumbre del país, es no construir en las habitaciones destinadas para esto, orinales separados de las letrinas. Resulta de aquí, que aun en las casas de familia, en que hay en uso letrinas inodoras, no sea posible mantenerlas con la limpieza que habría de desear, en particular donde hay hombres, porque éstos, al satisfacer los deseos vesicales o mojan el suelo o el maderamen o mármoles que cubren el aparato. A causa de esto, existe la costumbre general en el país que para regir de vientre se estile la posición en cuclillas, es decir, a pulso, como vulgarmente se dice, que es la posición menos cómoda, la más laboriosa y de aquí la nece-

sidad de que tengan las señoras que valerse de utensilios frágiles, que ocasionan frecuentes desgracias o accidentes.

do están húmedas o mojadas. Las letrinas fijas, pueden construirse impermeables o permeables; en el primer caso, son formadas por obras de albañilería y se les da la profundidad que se quiere, revistiendo su interior de una sustancia capaz de no permitir la filtración; cuando se perfora el suelo, que es permeable y no se hace nada para evitar la desperdición por las paredes, las letrinas o fosas son más o menos permeables según los subsuelos.

(...) Otro defecto de construcción en el país, es que las fosas, pozos o receptáculos, sean hasta el agua, pues a ello, es debido, que el agua de los pozos, que antes servía para usos familiares, se haya puesto en todas partes inservible, pues como la capa de agua a que llegan unos y otros es la misma, la presencia de la materia orgánica que se disuelve, las vuelve nocivas e impropias para todo uso.

Se llaman fosas o letrinas inodoras, los recipientes guarnecidos de un aparato circular hermético, que es por lo general fierro que se opone a la exhalación mefítica de que son generadores estos lugares.

Los receptáculos para las materias excremen-ticias, orinas y materias fecales, pueden ser fijas o movibles, pero en ambos casos, mientras no vayan a parar a las cloacas de circulación continua, deben estar separadas de las aguas de lavado, de toilet y de fregado. Las fosas movibles o susceptibles de transporte son de madera o metal y más o menos grandes.

Debido a la poca atención o cuidado que hay en la construcción de las letrinas y a las mezclas de las aguas sucias, orinas y heces, hay siempre un gran desprendimiento de gases perjudiciales a la salud en las casas particulares, que son los que originan las diferentes clases de tifus según la opinión más recibida hoy en la ciencia y que acaba de prevalecer en la Academia de Medicina de París y se ha hecho necesario que una ordenanza municipal, entre nosotros, ordene la colocación de un tubo de desprendimiento para los gases que se forman por la presencia de tantas materias y de tan diversa composición: ese tubo debe sobrepasar el edificio para que los gases se diseminen en la atmósfera.

Unos y otros de estos receptáculos, es decir, los fijos y los movibles, pueden ser: con divisor, que es cuando están provistos de un mecanismo que separa los sólidos de los líquidos y si los líquidos como se estila en algunas partes, van a las cloacas, dejando las materias sólidas, se denominan filtrantes. Estas materias cuando pierden el líquido, toman a la larga una consistencia extraordinaria por lo dura, pero son más inofensivas que cuan-

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Los aparatos inodoros son muy variados; se encuentran en uso en muchas casas, los de Blanchard y Chateau, en que los líquidos en la fosa, pasan por pequeños agujeros para ir a otros depósitos dejando los sólidos en la primer tineta o receptáculo; los de Renard, llamado método chinesco, que consiste en mezclar tierra o barro de las calles, para construir más tarde ladrillos o tabletas, para abono del suelo o bien, separando las materias en el momento de la emisión; está el sistema Mercier, que consiste en adaptar un tubo ventilador a las fosas movibles, sea que éstas contengan todo, sea que se hallen separados los líquidos, está el sistema de FortinHerman, el de Tacon, Rogier Mottes, Doulton, Dumuis, los ingleses, etc., que son tan numerosos que es imposible tomarlos en consideración. Diremos por último a este respecto que hay una biblioteca llamada Scatológica, que trae una larga lista de las obras sobre la materia desde el siglo 16 y que hay una obra que consta de mas de 500 páginas del Sr. Liguier, arquitecto de la ciudad de París, que contiene todo lo que se puede desear saber al respecto y a la que me refiero en la imposibilidad de detenernos más en esta materia. Pedro Mallo. Lecciones de Higiene Privada y Pública dadas en la Facultad de Medicina de Buenos Aires. Fascículo 1º. Buenos Aires, Imprenta de la Tribuna, 1878.

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LOS CARROS ATMOSFÉRICOS El procedimiento mecánico simple, para la higiene de las casas, por lo que hace a las letrinas, consiste en la extracción de los líquidos, por medio de aparatos que podemos llamar barométrico neumáticos o carros atmosféricos, como se llaman entre nosotros. El procedimiento de extracción es muy sencillo; consiste en unir el depósito de los líquidos de letrina, con el recipiente del carro, en el cual se ha hecho el vacío. Por medio de un tubo provisto de llaves se establece la comunicación; y los líquidos se precipitan hacia el recipiente con suma rapidez. Al que no ha visto las materias de las letrinas, al que no las ha examinado o ha tenido ocasión de estudiarlas, le sorprende la rapidez y la facilidad de su pasaje. Nadie sin que se lo hayan dicho o lo haya visto, puede creer que el depósito existente en las letrinas, sea una mezcla semi-fluida, casi en su totalidad lí-

se adapta la extremidad libre de éste al conducto del recipiente, se abre la llave y en menos de cinco minutos queda lleno el tonel, que tiene generalmente dos metros cúbicos. (...) Una vez lleno un tonel se adapta otro y así sucesivamente, hasta agotar la letrina, lo cual se conseguirá toda vez que su profundidad no tenga una medida superior a la de la altura de una columna líquida que equilibre la presión atmosférica.

quida y susceptible de viajar por medio de un tubo, dejando casi totalmente vacía la letrina. (...) En todas las ciudades en que se usan tales aparatos, hay un establecimiento donde se preparan los recipientes para la extracción de las materias. Para extraer el aire de los toneles se los llena de agua, expulsando de ellos, por consiguiente, todo el aire. Luego se extrae el agua por medio de bombas de gran poder y se cierra herméticamente las aberturas, por medio de llaves dispuestas al efecto.

Cuando se cambia el recipiente hay que tomar la precaución de recibir el líquido que gotea de los tubos, en vasijas que contengan una solución de sulfato de hierro. (...) Al establecerse en Buenos Aires la empresa de carros atmosféricos, una ordenanza municipal mandó que las letrinas no tuvieran más de siete metros de profundidad, con lo que se las ponía en con-

Hecho esto se lleva el aparato a la casa cuya letrina ha de agotarse, se introduce un tubo vertical hasta cierta profundidad en la letrina, se ajusta a la extremidad libre de ese tubo con una serie de otros, unidos por sus extremos y que forman por lo tanto un solo conducto,

Los carros atmosféricos. (Archivo Museo del Patrimonio, Aguas Argentinas)

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diciones favorables para la aplicación del sistema, pero esa ordenanza, que parece natural, era una imposición en favor de un sistema y por lo tanto de los empresarios. Con los carros atmosféricos se hace hoy la extracción de los líquidos de letrina, si no con más economía, con más higiene que antes, a lo menos. Los líquidos son echados en sitios determinados, con permiso de la Municipalidad, sin que hasta ahora se hayan formulado quejas fundadas contra las Empresas, pues aunque caro, el sistema es ventajoso si se lo mira por el lado de la higiene mientras no haya cloacas. Eduardo Wilde. Curso de Higiene Pública. 2ª. e. Buenos Aires, Imprenta y Librería de Mayo, 1885.

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Entre las letrinas y el sistema de circulación continua

El proyecto para una gran estación de desinfección en la isla Martín García (no concretado) respondía a medidas cautelares de defensa sanitaria marítima impulsadas en la década de 1880. Planta general y detalle parcial de las letrinas. (Archivo CEDODAL)

“la vida y la muerte están registradas en las estadísticas oficiales, y las mejoras que considero posibles están grabadas en monumentos imperecederos, bajo la forma de obras sanitarias en aquellas comunidades americanas y europeas que han luchado gloriosamente con la muerte y la han vencido”.24 Así se expresaba Guillermo Rawson, fuertemente impresionado por el ejemplo sanitarista inglés que había asegurado el “respeto y la admiración de todos”, por haber logrado disminuir “la mortalidad media en sus grandes ciudades, desde 50 por 1.000, hacia el fin del siglo pasado, a 22 por 1.000 que es la proporción que corresponde a los últimos años”. 25 Según los datos estadísticos, las epidemias causaban mayores estragos en aquellos lugares donde se mantenía el sistema de letrinas cuyos modos de limpieza eran discutibles. El ingeniero Belgrand fue el creador del alcantarillado moderno de París -por donde corrían tanto las aguas pluviales como los líquidos servidosasí quedó en 1852 constituido el “todo a la alcantarilla”, sistema que posteriormente sería puesto en tela de juicio.26 El caso de Londres, considerada una ciudad malsana hasta la aplicación del método de 32

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circulación continua que fue desarrollado “luminosamente” por Freycinet -ingeniero comisionado por el gobierno francés para estudiar la salubrificación de las ciudades europeas, entre 1862 y 1869-, cambiaría con la ejecución de las obras de canalización subterráneas.27 Sus fundamentos fueron reconocidos por “hombres de ciencia y constantes observadores en los resultados prácticos, tales como los señores Bateman, Haywod, Letheby, Bazalgette, Frankland (ingenieros ingleses) etc., Warel, Vesluys (belgas), Freycinet, el barón Haussmann, Mille, etc. franceses muy especiales, y de cuyas fuentes bebemos las ideas que nos sugiere el buen deseo”.28 Las obras de saneamiento realizadas en Londres entre 1859 y 1873 bajo la dirección de Joseph Bazalgette, impulsaron el método de circulación continua en toda Europa, estableciéndose como ley necesaria para la salud pública que todo centro poblado debía contar con una provisión de agua abundante, con desagües de líquidos servidos y pluviales a través de canalizaciones subterráneas. El saneamiento de las ciudades con el sistemas de cloacas había demostrado evitar la propagación de enfermedades como el cólera; especialmente porque el drenaje subterráneo permitía “que el aire penetrara y ocupara el lugar del agua al través de la capa de tierra seca, acelerando así la oxigenación de las sustancias infectas que estaban en solución”. Este procedimiento ejercía “poderosa influencia sobre las capas atmosféricas inmediatamente contiguas al suelo y que (formaban) el aire respirado por los habitantes”.29 Las experiencias basadas en el poder desinfectante de la tierra probaron la eficacia fertilizante de los desechos cloacales. El doctor Frankland, profesor de Química en el Colegio Real de Londres, había instituido: “en los últimos años, experimentos de los cuales resulta la conveniencia higiénica e industrial de aceptar el sistema de irrigación de los terrenos, como destino que debe darse a las materias cloacales”.30

La acción del gobierno para controlar la higiene pública a fines del siglo pasado, caricaturizada por la prensa de la época. Tomado de revista Caras y Caretas. Buenos Aires, 1899.

El ejemplo del Parlamento inglés, que nombró una comisión especial para ejecutar las obras de cloacas y desagües, debía ser seguido en nuestro medio por la Asamblea Legislativa de la Provincia de Buenos Aires. En este sentido Bazalgette, jefe de las Obras Públicas de Londres, y H. C. Ford, “otro ingeniero muy distinguido”, sostuvieron desde 1862 correspondencia con John Coghlan, autor del primer proyecto de saneamiento para Buenos Aires inspirado en los modelos empleados en las principales ciudades europeas.31 33

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NOTAS

15. F. W. Robins. The story of water supply. London, N. York, Toronto. Oxford University Press, 1946, p. 192.

1. Nicolás Lozano - Antonio Paitoví. Evolución de las ciencias en la República Argentina. XI. La Higiene Pública y las obras sanitarias argentinas. Buenos Aries, Imprenta y Casa editora Coni, 1925, p. 8. Los primeros conocimientos de higiene que se remiten a los tiempos virreinales del Protomedicato resurgieron en 1827 con la cátedra de Materia Médica y Terapéutica que fuera reorganizada posteriormente en 1852.

16. Según Valentín Balbín se conocían dos sistemas de filtro: el escocés, en el cual las materias filtrantes estaban contenidas en compartimientos separados, y el inglés donde estaban dispuestas en capas sucesivas y superpuestas. Este procedimiento fue usado en las obras de Chelsea y fue un modelo seguido en otros países. Valentín Balbín. Disertación presentada a la Universidad de Buenos Aires para optar al grado de ingeniero. Buenos Aires, Imprenta Americana, 1870, pp. 34-35. También Julio Lacroze refiere, entre otros sistemas de filtros conocidos, el Fonvielle, aparato de clarificación a alta presión, el filtro Souchon, el Launay conocido como filtro chino. Estudio sobre la distribución de agua en las ciudades. Establecimiento de aguas corrientes en Buenos Aires. Buenos Aires, Imprenta del Mercurio, 1866, pp. 21-24.

2. Guillermo Rawson. “Estadística vital de la ciudad de Buenos Aires”. Trabajo presentado en el Congreso Médico Internacional de Filadelfia, 1876. En Escritos y discursos. T. I, 1891, p. 66. 3. Ibidem. 4. Guillermo Rawson. Conferencias sobre Higiene Pública dadas en la Facultad de Medicina de Buenos Aires (1874). Estratadas, anotadas y seguidas de un apéndice por Luis C. Maglione. París, Donnamette & Hattu, 1876, p. 205.

17. Jaime Arrufó. “La implantación del servicio de aguas corrientes en Buenos Aires. Discusión pública”. Boletín de Obras Sanitarias de la Nación, Nº 17, noviembre 1938, p. 472. 18. E. Wilde. Curso ... op. cit., p. 77.

5. José Antonio Wilde. Compendio de Higiene Pública y Privada al alcance de todos; para el uso de las clases más avanzadas en los establecimientos de educación. Buenos Aires, Impr. J. A. Bernheim, 1868.

19. G. Rawson. Conferencias..., op. cit., p. 199. La temperatura de las aguas surgentes hacía pensar a estudiosos como Fonssagrives que un día se llegaría a proveer a las casas por medio de un sistema de tubos “en que tendremos, en nuestras habitaciones y en nuestros gabinetes de baño, una llave de agua artesiana al lado de una llave de agua fría(...)”. Citado en Ibidem, pp. 202-203.

6. Ibidem, p. III. 7. Eduardo Wilde. Curso de Higiene Pública. 2a. e. Buenos Aires, Imprenta y Librería de Mayo, 1885, p. 8.

20. “Sarmiento y la salubridad pública de las ciudades”. En Boletín de Obras Sanitarias de la Nación, Nº 14, agosto, 1938, p. 118.

8. G. Rawson. Estadística vital ..., op. cit., p. 69. 9. Ibidem.

21. E. Wilde. Curso ..., op. cit., pp. 77-78. 10. Ibidem, p. 73. 22. G. Rawson. Conferencias ... op. cit., p. 209. 11. G. Rawson. Conferencias... op. cit, p. 173. 23. D. F. Sarmiento. “Higiene de las ciudades. Discurso en la inauguración de las aguas corrientes. 20 de septiembre de 1868”. Obras escogidas. T. XV. Discursos populares. Buenos Aires, Librería La Facultad, 1917, pp. 248-252.

12. La primera cátedra de Higiene Pública creada en 1873 en la Facultad de Medicina de Buenos Aires, estuvo a cargo del doctor Guillermo Rawson quien fue luego sustituido por Pedro Mallo; también se hicieron célebres las conferencias de higiene dictadas por el doctor Eduardo Wilde en el Colegio Nacional publicadas en 1878 y reeditadas en 1885.

24. G. Rawson. “Estadística...”, op. cit., p. 97. 25. Ibidem, p. 76.

13. Héctor Recalde. La salud de los trabajadores en Buenos Aires (18701910). A través de las fuentes médicas. Buenos Aires, Grupo Editor Universitario, 1997. Véase el Capítulo VII: “Respuestas institucionales a los problemas de salud en la ciudad de Buenos Aires”, pp. 289-300.

26. En octubre de 1896, uno de los mejores redactores de L’Economiste français, Ernest Brelay escribía: “El ¨todo-a-la-alcantarilla¨, para los más perspicaces, es como una herida abierta en la ciudad de París, por donde salen a chorros -con sus intestinos- su honor, sus finanzas, la salud de sus habitantes y la de los ribereños exteriores del río, maculados por su lodo infectado”. Citado por Roger-Henri Guerrand. Las Letrinas. Historia de la higiene urbana. Valencia, España,

14. G. Behmann. Salubrité Urbaine. Distributions d’eau et assainissement. 2ª. e., T. I, París, Librairie Polytechnique, 1898. 34

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Edicions Alfons el Magnanim. Institució Valenciana D’Estudis I Investigació, 1991, (Estudios Universitarios 48), p. 157. 27. Jayme Arrufó. Mejoras materiales. Salubrificación de la ciudad de Buenos Aires por los principios de la circulación continua. Alimentación de agua. Canalización subterránea para los desagües. Desinfección de los líquidos provenientes del alcantarillado. Buenos Aires, Imprenta del Siglo, 1871, p. 3. 28. Ibidem, p. 25. 29. G. Rawson. “Estadística...”, op. cit., p. 83. 30. G. Rawson. Conferencias ..., op. cit., p. 191. 31. Mejoras en la Ciudad de Buenos Aires. Plan, informe y presupuesto del ingeniero Coghlan. Publicación Oficial. Buenos Aires, Imprenta Buenos Aires, 1869, p. 7.

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trabajos quedaba en manos de la corporación municipal a fin de “conservarla como un patrimonio feliz de nuestra culta capital”.3 A comienzos de la década de 1860, el interés para proveer de aguas corrientes a la ciudad fue creciendo mientras se realizaban en Inglaterra estudios relativos a este tema, y se buscaban privilegios para la concesión de dicho abastecimiento.4 La preocupación por obtener el vital elemento en sectores determinados del Río de la Plata obligó a proyectar una ordenanza por la cual los aguateros debían acudir a la zona de la ribera comprendida entre el bajo de Santo Domingo -prolongación de la calle Belgrano- y “al norte de la batería del paseo Guardia Nacional”, en Retiro; los infractores serían multados con sumas que oscilaban entre 100 y 200 pesos.5 En 1862 Coghlan, representante de la compañía Easton Hnos. de Londres, confeccionó un plano “demostrando el área que se propone proveer de agua” a la ciudad.6 Desde el borde de la ribera, el perímetro trazado alcanzaba al sur la calle Cochabamba, para llegar irregularmente por el oeste hasta las de Pichincha y Azcuénaga, recortándose hacia el sur por el Retiro, superficie un tanto ajustada para una población estimada en 90.000 habitantes a mediados de la década del ‘50.

CAPITULO III LOS PRIMEROS PROYECTOS DE SALUBRIDAD El debate de la década de 1860

Una Comisión integrada por cinco miembros del concejo municipal examinó otros proyectos7, pero la falta de fondos y de una persona competente para evaluar los estudios fueron demorando el emprendimiento, al tiempo que Coghlan resolvía retirar su primer diseño. Las propuestas examinadas resultaron deficientes, puesto que se limitaban a unas 300 manzanas, cuando la ciudad necesitaba “mucha mayor cantidad de agua que antes, fuera de que según parece a la obra de las aguas corrientes están ligadas las de desagüe”, se apuntaba en 18668; pocos años antes había comenzado a discutirse la construcción de alcantarillas en un área restringida.

A principios del período de la organización nacional la creación de la Municipalidad resultó significativa para Buenos Aires, el organismo, entre otras funciones, debía velar por la Higiene Pública ocupándose de la “desinfección del aire y de las aguas”, y del desalojo de las materias infectas.1 En aquellos días, los intentos para surtir de agua a la población, resurgieron con la propuesta de dos particulares, Taylor y Baratta, que intentaron comprar un terreno en las inmediaciones de la Recoleta destinado a depósito.2 La aparición, en 1858, de un brote de fiebre amarilla apremió a las autoridades para adoptar fuertes medidas sanitarias, mientras Pellegrini reiteraba la presentación de su postergado proyecto de aguas clarificadas al cual ya nos referimos.

Buenos Aires sede del gobierno nacional y provincial se había transformado en un centro: “del cual radian varios ferrocarriles, (...) hoy la principal plaza de comercio de toda la República, donde se encuentra también la mayor civilización y sí, como se espera, la gigantesca empresa del ferrocarril transandino se realiza y que el puerto de esta ciudad se efectúa, (...) será indudablemente el emporio central del comercio sobre el Atlántico entre la Europa, costas del Pacífico, Nueva Zelanda, etc”.9

En 1857 la instalación del primer Ferrocarril del Oeste, cuyas máquinas debieron surtirse de agua potable, abrió las puertas al progreso de Buenos Aires. Para ejecutar estas obras había sido contratado John Coghlan, de origen irlandés, miembro del Instituto de Ingenieros Civiles de Londres. Dos años después, la Municipalidad le encomendó confeccionar los planos y presupuestos para la provisión de aguas corrientes, integrándose al mismo tiempo una Comisión de vecinos nacionales y extranjeros que debía dictaminar en este asunto. La superintendencia de estos

La prosperidad alcanzada por esta “Atenas”, “dos veces capital”, permitió a Julio Lacroze publicar un detallado informe sobre el 37

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sistema de distribución de agua. La muy buena calidad del agua del Río de la Plata determinaba la colocación de la toma frente a un paraje elevado, en las denominadas Cinco Esquinas o Socorro: “antes que (...) haya recibido todas las inmundicias del puerto y de la ciudad, los caños penetrarían en el río hasta encontrar la corriente fuerte para luego dirigirse a los estanques de depósito donde se asentaría y filtraría para ser distribuida”.10 Para llevar el agua a los estanques de filtración, la bomba de alimentación debía ser “a vapor, aspirante y foulante”, los edificios necesarios para la administración, los maquinistas y empleados eran concebidos como:

tadas por el Gobierno de la Provincia procuraban detener la marcha del flagelo, y hacer menos probable su repetición. La Municipalidad primero fue asesorada por los ingenieros Lacroze y Tassier, quienes presentaron un “Estudio General sobre Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado”, luego suscribió un contrato para ejecución de estos trabajos por seis millones de pesos fuertes. Sin embargo, al no reunir los proyectos elevados las condiciones requeridas, el Poder Ejecutivo resolvió encargar a Coghlan “los planos demostrativos” y sus presupuestos, que fueron acompañados por un detallado informe. 15

“lo más simple posible (...) pero con una solidez a prueba de cualquier accidente. El todo (...) un conjunto combinado de tal modo que, sin sacrificar nada a las reglas arquitectónicas, presente la mayor comodidad y desahogo para el buen servicio del establecimiento”.11

El proyecto de Coghlan (1869) El desarrollo de Buenos Aires, promovido por la afluencia inmigratoria, obligaba a procurar agua abundante a 170.000 habitantes, según datos proporcionados por el Censo de 1869. El nuevo proyecto de Coghlan contemplaba la provisión de agua filtrada, la construcción de un sistema de desagüe y el empedrado de las calles.

Lacroze señalaba, además, la necesidad de asegurar la evacuación del suministro de agua para usos domésticos, industriales y públicos, y “desembarazarse de las inmundicias de toda clase que se producen diariamente en los grandes centros de población”.12 Sin embargo, esta propuesta influida por las obras de salubridad europeas, no alcanzó el éxito esperado.

El sistema de saneamiento por implementar en la ciudad se basaba en las condiciones topográficas y geológicas del suelo porteño, en las condiciones climáticas y en aplicaciones estadísticas relativas al estudio de su creciente población. La parte técnica y científica se inspiró en las experiencias realizadas por el ingeniero Bateman, encargado de los trabajos de aguas corrientes de Glasgow y de Manchester; y por Rawlison, ingeniero en Jefe del Gobierno inglés. Recordemos que los planos de Coghlan fueron avalados por H. C. Ford y J. W. Bazalgette, Ingeniero en Jefe de la Comisión de Obras Públicas de Londres “constructor de importantísimas obras análogas en la Gran Bretaña”. 16

Mientras en el seno de la sociedad porteña se seguía debatiendo el modo de ejecución de estos trabajos, el cólera morbus hizo su reaparición en 1867 causando pánico en la población. El poder municipal quedó acéfalo, constituyéndose en su lugar una Comisión de Salubridad que adoptó medidas provisorias de higiene y de control. Ese año fue decisivo para establecer la provisión de agua corriente a la ciudad, cuando el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, el doctor Adolfo Alsina, inició las gestiones para obtener un empréstito. El proyecto fue aprobado por una Comisión especial de aguas corrientes para: “invertir en el establecimiento de depósitos de aguas filtradas en varias plazas de la ciudad, hasta la cantidad de 50 mil pesos fuertes, que se tomarán por medio de un empréstito en el Banco de la Provincia, garantido con el mismo establecimiento y el producido de la venta del agua”.13

El sistema de desagües y cloacas aseguraba la supresión de las letrinas en la ciudad, “foco de olores nauseabundos y gases malsanos”.17 Los “proyectistas de obras modernas” ya habían adoptado el sistema de water closet, método mucho más eficaz y económico.18 Ahora se trataba de:

La partida a Europa del ingeniero Guntz, autor de un proyecto análogo, comisionado para adquirir y remitir las máquinas y aparatos requeridos para colocar cañerías en 12 millas, pareció aliviar la tensión provocada por el foco epidémico.14 Con destino a la obra principal, que se iniciaría en el bajo de la Recoleta y debía ser concluida en seis meses, llegaron procedentes de Inglaterra dos buques cargados con objetos y maquinarias. Las medidas implemen-

“reunir en cloacas que recorran cada calle, todas las materias fecales, las aguas que han servido en las casas, y las pluviales de las calles, y en utilizar estas primeras dos materias, y parte de las aguas pluviales, para el riego de terrenos siendo éste el único modo satisfactorio de desinfección que hasta ahora se ha descubierto, permitiendo que el sobrante de las aguas pluviales, que algunas veces proviene de tormentas violentas, corra a derramarse en el río más inmediato”.19 38

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Proyecto propuesto para la distribución de aguas filtradas por la Compañía de Robles y firmado por “Hunt Schrader” (¿Henry Hunt - Hans Schroeder?) el 20 de mayo de 1887. El punto de toma en el río se estableció en la bajada de la calle Libertad, a varias cuadras de la Recoleta. (Planoteca del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires)

Primera Casa de Bombas en el bajo de la Recoleta, construida en 1869 siguiendo el proyecto del ingeniero Juan Coghlan. En la soledad del paraje se destacan las formas clásicas del incipiente enclave industrial. (Archivo CEDODAL)

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En el medio local la ciencia sanitaria era desconocida, esto determinó que a partir de estos nuevos planteos se iniciara un sostenido debate acerca del modo en que las materias cloacales debían purificarse una vez desagotadas, el sitio al que deberían ser derivadas y los terrenos que debían elegirse con fines de irrigación. Otro tema de discusión se generó en torno de la colocación de cañerías para agua corriente dentro de las cloacas, método juzgado muy inconveniente por Coghlan: “desaprobado por Mr. Belgrand, el ingeniero en jefe de los desagües de París. El sistema de colocarlas en la misma cloaca con caños de barro o gres que conducen materia fecal, ha sido adoptado por primera vez, en cuanto que yo tengo conocimiento, por la Municipalidad de Buenos Aires y debe ser rechazado aún con más empeño”.20 De acuerdo a los estudios topográficos llevados a cabo, el desagüe natural de Buenos Aires se hallaba dividido en tres sectores orientados al sur, centro y oeste. Para la ejecución de las obras de salubridad se consideraron cinco distritos que serían atravesados por un sistema de alcantarillado, cloacas mayores e interceptoras. Según los cálculos efectuados las cloacas debían llevar “la cantidad de agua correspondiente a la caída de una pulgada de agua en una hora, llenándolas hasta las dos terceras partes; siendo los albañales de salida de mayores proporciones”. 21 La vasta red subterránea se completaba con canaletas y rejillas para el paso de las aguas pluviales, dos en cada bocacalle, con “entradas laterales para la inspección de las cloacas, y para ventiladores” colocados a la distancia aconsejada por los expertos.22 El emprendimiento esbozado por Coghlan fue despertando interrogantes entre los profesionales que comenzaban a actuar en nuestra ciudad.23 Los servicios proyectados se extendían a 960 cuadras, eran 480 manzanas donde se alojaban unos 100.806 habitantes, calculándose una densidad de población de 31.000 habitantes por milla cuadrada. En el perímetro se incluían los sectores periféricos de la Boca y Barracas, abarcando hacia el norte una línea irregular: “que arranca de la calle de Charcas, pasa a la de Juncal, sigue hasta la del Talcahuano, de allí se dirige a la esquina de Callao y Tucumán, sigue por esta calle hasta la de Larrea y de nuevo se dirige al Sud Oeste hasta la Plaza 11 de septiembre donde la línea Oeste y Sud arranca de la calle Cangallo por la de Rioja hasta Potosí, sigue esta calle hasta la de Pasco, va por ésta hasta la de San Juan y desciende (...), hasta la de Salta la que sigue hasta la barranca que costea hasta el río”.24

Portada de la tesis presentada por el ingeniero Valentín Balbín -una de las primeras en la historia de la Facultad de Ingeniería- que desarrolla el tema de la provisión de agua en las ciudades. (Biblioteca de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires)

En cuanto a la provisión de agua se contemplaba establecer la toma en un terreno anegadizo de la Recoleta, frente a la antigua 40

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quinta de Samuel Hale. El establecimiento contaría con depósitos de decantación, filtros de arena, y la casa de bombas elevadoras. El líquido purificado sería luego distribuido por caños de hierro fundido, hasta el centro de la Plaza de Lorea, donde se elevaría un depósito o tanque regulador. El sitio elegido para obtener el agua fue objeto de polémica, se sostenía que la mejor calidad de agua se hallaba en las cercanías de los Olivos. Puesta en duda la excelencia del agua de las orillas del Plata donde se aprovisonaban los aguateros, los informes del prestigioso químico Puiggari habían demostrado que: “conteniendo comparativamente muy poca cantidad de materias fijas y siendo aun éstas de las reconocidas como útiles o inofensivas es (...) perfectamente potable y de buena calidad”.25 También se criticó el sistema propuesto que dejaba descansar el líquido dos o tres días en un depósito para luego pasar a los filtros y a las bombas de distribución. Asimismo, resultaba “malo y contrario a los principios de la higiene y de la hidráulica que el depósito de agua filtrada permaneciera descubierto”.26 Quedó así abierto el debate sobre la ejecución de las obras que se comenzaron en el camino a Palermo, en un cuadrilátero irregular recostado sobre las vías del ferrocarril. El 20 de septiembre, Sarmiento, en su carácter de Presidente electo de la República, expresaba durante la colocación de la piedra fundamental de las instalaciones de la Recoleta: “El Ejecutivo de la Provincia obró sabiamente acometiendo la empresa cuyos felices comienzos solemnizamos hoy. Una ciudad sin abundante provisión de agua, es un cuerpo enfermizo y sujeto a los estragos de este azote de la ignorancia, del egoísmo, de la intemperancia y del desaseo.”27 El presupuesto presentado por Coghlan resultó el más ventajoso, ascendía a 3.737.000 de pesos fuertes de los cuales debían deducirse los 345.000 empleados en la planta de agua filtrada. Para la ejecución de las obras previstas se pensó suscribir un empréstito en el exterior, determinándose que debían ser de propiedad y administración pública, y dirigidas por una entidad permanente designada por la Legislatura o el Poder Ejecutivo provincial.

Arriba, interesante plano donde se señala el sector del río prohibido para las lavanderas, aledaño al Establecimiento Recoleta, firmado por el ingeniero Dawney el 13 de julio de 1871. (Planoteca del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires). Abajo, tanque distribuidor de Plaza Lorea. (Foto AGN)

El 28 de diciembre una Comisión integrada por Juan José Méndez, Director del Ferrocarril Oeste, Rufino Varela y el mismo Coghlan, debió proponer el precio del servicio de las aguas filtradas. El tema fue objeto de sostenidas discusiones, estableciéndose una tarifa módica basada en el 3% sobre el precio de los alquileres de los domicilios particulares. En cambio para las industrias y hoteles, 41

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confiterías, droguerías, zapaterías y otros locales comerciales, se adoptaron importes especiales; mientras que para los edificios públicos, se estipularían convenios. La mensualidad para cada aguatero fue fijada en 300 pesos, por la cual podían llenar sus pipas las veces que quisieran y elegir el sitio de abastecimiento.

Bateman prometía realizar tres visitas personales a Buenos Aires, contando con la colaboración de Alfredo Moore en quien depositó toda su confianza. Un desgraciado suceso impidió la llegada del asistente, ya que a fines de enero se declaró la peor epidemia conocida hasta entonces. La fiebre amarilla, procedente del Brasil, provocó más de 15.000 víctimas, mientras miles de personas huyeron a refugiarse en los pueblos vecinos y la campaña. La epidemia había encontrado un medio apto para desarrollarse, puesto que las condiciones sanitarias de la ciudad eran pésimas. Existía una “sola cloaca para dar curso a las inmundicias y en donde todos los residuos y la suciedad de siglos se han ido depositando en letrinas y resumideros en la vecindad de las casas”. 31

Pareció por fin, que el Gobierno había alcanzado su cometido: ofrecer agua barata y abundante, estimulando el consumo requerido por la higiene de la población. Sin embargo, en los primeros días de abril de 1869 el servicio de agua filtrada se brindaba irregularmente por haberse retrasado la construcción del depósito central que debía levantarse en la Plaza de Lorea. La cañería extendida a 177 cuadras, proporcionaría un suministro diario calculado en 3.000.000 de galones, equivalente a 26 galones por cabeza. Con esta “proporción en práctica en Londres”, se esperaba alcanzar una provisión constante en surtidores públicos ubicados en puntos claves de la ciudad y plazas.28 Se consideró que en las casas porteñas el sistema de cañerías fuera implementado con llaves distribuidas en las cocinas, las letrinas, los patios y las habitaciones.

Moore llegó a Buenos Aires recién en el mes de octubre, el retraso permitió a Bateman excusarse de presentar planos “necesariamente imperfectos”. 32 Sin embargo, el prestigioso ingeniero consideró el informe de Coghlan “cuidadosamente escrito”, puesto que explicaba las ventajas y resultados del sistema de drenaje y desagüe. El nuevo plan proponía ampliar la provisión de agua, junto con el establecimiento de cloacas y empedrado de las calles. 33

Hasta 1870 el servicio de aguas corrientes quedó bajo la dirección del Ferrocarril Oeste, año en que pasó a manos de una Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado, constituida por José Manuel Estrada, José Roque Pérez, Vicente E. Casares, Manuel A. Aguirre y Rufino Varela. Aun faltaba proponer al gobierno el nombre del ingeniero director de las obras; y el de los empleados y agentes destinados a su construcción. En diciembre arribó John La Trobe Bateman, contratado para proyectar el puerto de nuestra ciudad. La presencia de este ingeniero civil, miembro de la Sociedad Real inglesa, considerada un “accidente feliz”, cambiaría el rumbo de las obras de salubridad que debían encararse en Buenos Aires.29

Las obras encaradas inicialmente por Coghlan, para el abastecimiento de agua potable, no fueron objetadas por su sucesor, aunque sugería incrementar prontamente su escala, previendo una población de 200.000 almas. Calculaba suministrar 30 galones diarios por habitante.34 Bateman se basó en los estudios del doctor Frankland que aseguraban la buena calidad del agua del río de la Plata, aunque sugirió que la toma debía situarse tres millas más arriba de la estación de bombas de la Recoleta. “Yo recomendaría que en la parte del río en donde hay una profundidad de doce a trece pies, se excavase un pozo de una hondura de 30 pies, abajo del fondo del río y que del fondo del pozo se hiciese un subterráneo abovedado (tunnel) bajo del río hasta la costa, y de allí a la tierra adyacente a las presentes reservas o depósitos, en donde se construiría una nueva estación, con los correspondientes reservas, filtros y cisternas cubiertas para el agua después de la filtración”.35

El plan de Bateman (1871) La fama de Bateman reconocida por el célebre higienista Freycinet, aunada al prestigio alcanzado como “primera autoridad en la materia”, tornaron inminente el desplazamiento de Coghlan en la dirección de los trabajos de salubridad.30 Manuel Aguirre, Presidente de la Comisión de Aguas Corrientes, lo invitó a practicar nuevos estudios y planos completos. El contrato fue estipulado en un plazo de siete años, debiendo sus honorarios ser pagados en cuotas trimestrales, calculándose un 7% sobre el costo de las obras. Se le ofrecía la cooperación de jóvenes ingenieros, que servían al gobierno en el ámbito local, para efectuar nivelaciones y mediciones.

Advertía también la necesidad de construir un depósito cubierto en la parte más elevada de la ciudad, que pudiera contener 16 millones de galones. El tanque de Lorea ya resultaba demasiado pequeño, pero podía conservarse para aprovisionar las fuentes de la plaza de la Victoria (hoy Plaza de Mayo). En relación a los conductos y aparatos que debían instalarse en las casas, aconsejó el sistema adoptado en Manchester, por el cual se otorgaban licencias a cierto número de plomeros respetables. Estos empleados 42

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examinaban y ponían a prueba todos los artefactos para la provisión de agua, y se encargaban de sellarlos una vez aprobados, método que sería puesto en práctica en Buenos Aires bastante tiempo después. En cuanto al drenaje de la ciudad se implementaría un vasto mecanismo, formado por cloacas colectoras e interceptoras, que exigían una perfecta impermeabilidad para resistir la acción corrosiva de las materias fecales. Los tamaños y declives propuestos mantenían una velocidad casi uniforme para impedir que en ellos se efectuaran depósitos. El conducto maestro iniciaría su trayecto en el Matadero del norte, cercano a la Recoleta (hoy intersección de las calles Las Heras y Pueyrredón), para dirigirse hasta la cámara exclusa que terminaría en el Hospital de la Convalescencia, situado en el poblado de Barracas. “En este punto empezaría una cañería de tubos de hierro fundido, para conducir el producto del drenaje, (a) través del Riachuelo (...) a un depósito o reserva de salida sobre las orillas del Río de la Plata, para usarlo durante la marea alta, y a una salida en el río”. 36 Para las cañerías pluviales se concibieron vastas dimensiones, que facilitarían rápidos descensos hasta desembocar en el Río de la Plata, entre dos puntos: la fábrica de gas de Retiro, y la Boca. El sistema de circulación continua fue defendido por Valentín Balbín quien recordaba que luego de un debate sostenido con Coghlan en 1870, el método fue condenado por algunos ingenieros que veían circular ríos de muerte por las cloacas. Asimismo, el proyecto de Bateman fue atacado en relación al sitio donde se arrojarían “las materias ofensivas”, que arrastradas por el río se desplazarían desde Quilmes hacia el puerto de Buenos Aires. 37 Por otra parte, el sistema de irrigación con estas materias, propuesto inicialmente en pequeña escala, debía ser probado en climas “calientes como el nuestro”. 38 Balbín opinaba: “que se aplique (...) el sistema de irrigación, pero que se construyan las obras de modo que en circunstancias excepcionales puedan arrojarse en un punto determinado del Río de la Plata las materias producentes de las cloacas, sea desinfectándolas previamente o bien al estado natural, si se probase que las aguas cercanas a la ciudad no sufrirían contaminación alguna”. 39

Plano de las obras de provisión de agua potable ejecutadas hasta 1885. Proyecto del ingeniero Bateman para una sección de la ciudad. (Museo del Patrimonio Histórico, Aguas Argentinas)

El debate gestado en torno de la propuesta de Bateman y los dos informes presentados por su comisionado Moore, decidieron a la Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado, a recabar la opinión de corporaciones científicas y de “caballeros tanto nacionales como extranjeros, que se han hecho notar por trabajos y escritos sobre 43

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estas materias”.40 El proyecto fue evaluado por los ingenieros Luis A. Huergo y Pompeyo Moneta; los doctores Ricardo Gutiérrez, Vicente Fidel López, Pedro Pico; y el señor Jaime Arrufó.41 También lo hicieron el Consejo de Higiene y el Departamento Topográfico. La Comisión se expidió el 26 de abril de 1872, el plan fue aceptado con excepción de dos puntos: el destino que debía darse a las aguas inmundas y el lugar donde debía hacerse la provisión de agua.

NOTAS

En relación al sitio al que deberían destinarse los líquidos cloacales, los datos aportados por Bateman parecieron simples presunciones. El ingeniero había reconocido el principio de corrupción de los ríos provocado por la mezcla proveniente del drenaje de las ciudades. Sin embargo, “en virtud del volumen de agua y corrientes energéticas (...) cree que esto no sucedará en el Río de la Plata”.42 Precisamente, para evitar la contaminación de los ríos se procedía a que las materias impuras fueran destinadas para fertilizar terrenos. Con este fin, Moore estaba estudiando las posibles áreas de Buenos Aires que podían ser irrigadas. El tema de aprovechamiento de los residuos cloacales se intensificaría tiempo después, cuando se propuso emplear terrenos de bajo costo, situados al oeste de la ciudad para el cultivo de eucaliptos.43

3. República Argentina. Actas del Concejo Municipal de la ciudad de Buenos Aires correspondientes al año 1859. Buenos Aires, Tall. Gráf. Optimus, 1911, p. 219.

1. Julio Vela Huergo. “Síntesis histórica de la acción higiénica y urbana de Obras Sanitarias de la Nación con especial referencia a la ciudad de Buenos Aires”. En Primer Congreso Argentino de Urbanismo, 11 al 19 de octubre de 1935. Contribución de Obras Sanitarias de la Nación, 1937, p. 53. 2. República Argentina. Actas del Concejo Municipal de la ciudad de Buenos Aires correspondientes al año 1856. Buenos Aires, Tall. Gráf. Optimus, 1911, p. 267.

4. República Argentina. Actas del Concejo Municipal de la ciudad de Buenos Aires correspondientes al año 1860. Buenos Aires, Tall. Graf. Optimus, pp. 291-292. Desde entonces se debatió el tema de la responsabilidad de las obras por ejecutar, por una parte, se pensaba formar una empresa pública para dar este necesario servicio. Mientras tanto, un señor apellidado Gowland realizaba en Inglaterra gestiones con este fin; en Buenos Aires, Guillermo Davies buscaba obtener privilegios. 5. Ibidem, p. 13. 6. El plano publicado lleva la fecha 1º de mayo de 1862. Véase Liliana Crespi. “Fondos documentales del Archivo”. En Archivo General de la Nación (1821-1996). Ministerio del Interior. Buenos Aires, Parthenon Argentina, 1996, p. 192.

Inicialmente, el presupuesto total estimado para las obras fue de 1.100.000 libras esterlinas, equivalente a 6 libras por habitante. Para Bateman este precio era comparativamente menor al de trabajos semejantes realizados en ciudades europeas. Para abaratar la construcción evaluó el empleo de materiales del país para manufacturar concreto, cal hidráulica y ladrillos. El plazo de ejecución fue previsto en un plazo de cuatro a cinco años, llamándose a licitación en Europa y en la Argentina.

7. “Don Guillermo Davies, don Senen Rodríguez, don Pedro Baere (sic Beare), por don Tomás Docraw, don H. Stephenson, don Roberto King de Londres, don Eduardo Taylor, don Eugenio Murray, don Juan G. Davvenport de Londres y don John Coghlan (...)”. Citado en República Argentina. Actas del Concejo Municipal de la ciudad de Buenos Aires correspondientes a 1863. Buenos Aires, Tall. Gráf. Optimus, 1911, p. 289. 8. República Argentina. Actas de la Comisión Municipal de la ciudad de Buenos Aires correspondientes al año 1866. Buenos Aires, Tall. Graf. Optimus, p. 181.

Tras largas deliberaciones las Cámaras legislativas resolvieron nombrar un jury formado por los ingenieros Lindmark, Lavalle, Kihlberg, Kuhr y Almen quienes, con algunas modificaciones, aprobaron en forma definitiva los planos el 29 de noviembre de 1872. La construcción de este conjunto de obras destinadas a ampliar el abastecimiento de agua potable a la población, y asegurar el desagüe de las materias cloacales y líquidos pluviales parecía inminente.

9. Julio Lacroze. Estudio sobre la distribución de agua en las ciudades. Establecimiento de aguas corrientes en Buenos Aires. Buenos Aires, Imprenta del Mercurio, 1866. 10. Ibidem, p. 36. 11. Ibidem, p. 41. 12. Ibidem, p. 55.

El proyecto debía realizarse en un plazo perentorio, puesto que el costo aumentaba por cada día de retraso, estaba además en “el interés de todos, pobres y ricos, naturales y extranjeros”; necesario “para el presente” y “para las generaciones venideras”. 44

13. República Argentina. Actas del Concejo Municipal de la ciudad de Buenos Aires correspondientes al año 1867. Buenos Aires, Tall. Gráf. Optimus, 1911. Véase Acta de la sesión extraordinaria celebrada por el 44

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sobre drenaje, sistema de cloacas para desagüe y sobre provisión de agua de la Ciudad de Buenos Aires. 21 de septiembre de 1871. Buenos Aires, Imprenta del Siglo, 1871.

Concejo Municipal, el 28 de junio, 1867, p. 152. El doctor Alsina en su mensaje del 1º de mayo de 1868, aseguró que el fracaso de las tentativas parar dotar de aguas, desagües y adoquinados se debía a la falta de decisión de las autoridades, por este motivo celebró un contrato con una fuerte compañía con la entrega de 50 mil patacones.

30. Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado. Memoria sobre las Obras de salubrificación de la ciudad de Buenos Aires. Desde su iniciación hasta el año 1875, p. 9.

14. Ibidem. 15. Las propuestas presentadas fueron calificadas en dos grupos, las que debían ser explotadas por particulares y las que lo serían por cuenta del Estado o de la Corporación Municipal. Cabe mencionar los proyectos elevados por: T. Robinson, E. Landois y Cía, A. Rodríguez, y J. M. Lagos, Geille, Gotto, y Neate; y M. Blancas. Citado en Mejoras en la Ciudad de Buenos Aires. Plan, informe y presupuesto del ingeniero Coghlan. Publicación oficial. Buenos Aires, Imprenta Buenos Aires, 1869, p. 3.

31. J. F. Bateman, op. cit., p. 7.

16. Ibidem, p. 22.

35. Ibidem, p. 35.

17. Ibidem, pp. 6-7.

36. Ibidem.

18. Ibidem, p. 11. 19. Ibidem, p. 7.

37. Valentín Balbín. La salubrificación de la Ciudad de Buenos Aires. Varios estudios hechos en Europa por el señor Balbín (hijo). Publicación oficial. Buenos Aires, Imprenta de Jorge E. Cook, 1872, p. 87.

20. Ibidem, p. 25.

38. Ibidem, p. 104.

21. Ibidem, p. 30.

39. Ibidem, p. 105.

22. Ibidem, p. 32.

40. Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado. Memoria sobre la salubrificación de la ciudad de Buenos Aires. Desde su iniciación hasta el año 1875. Anexo. Memoria de la Comisión de Aguas corrientes, cloacas y adoquinado, correspondiente al año de 1875. Buenos Aires, Imprenta del Mercurio, 1876, p. 11.

32. Ibidem, p. 5. 33. Ibidem. 34. Ibidem, p. 33.

23. Comenzaron a plantearse los primeros interrogantes: ¿debían los caños colocarse en el interior de las cloacas mismas al modo de París? Valentín Balbín encontraba estrechas las calles de la ciudad, muy concurridas las centrales, por lo cual la necesidad de reparar las cañerías perjudicaría la circulación de los vehículos. En el caso de Londres, los trabajos de cloacas y aguas corrientes se hicieron por empresas diferentes de un barrio a otro. Antes de realizar estas obras se requería una prolija nivelación de la ciudad. Véase Valentín Balbín. Disertación presentada a la Universidad de Buenos Aires para optar al grado de ingeniero. Buenos Aires, Imprenta Americana, 1870, pp. 66-67.

41. Entre los informes presentados se destaca el del doctor Vicente Fidel López. Obras públicas de salubrificación. Buenos Aires, Imprenta y Librería de Mayo, 1872. 42. Ejecución de las Obras de Salubrificación de la ciudad de Buenos Aires. Buenos Aires, Imprenta de la Opinión, 1872, p. 8.

24. Mejoras... Coghlan, op. cit., p. 9. 43. Los estudios sobre el aprovechamiento de los residuos cloacales se intensificaron tiempo después. El informe presentado a la Comisión de Aguas Corrientes por Ernesto Aberg, consideraba más favorable la utilización de una zona al oeste de la ciudad, sobre la loma que separaba al Ferrocarril del Oeste del Río Matanzas, de menor valor económico. El plantío propuesto de pasto, y árboles de adorno, convertirían al establecimiento en un Parque de Recreo, la principal fuente de lucro sería una “selva” de Eucalyptus. Véase Ernst Aberg. Irrigación y Eucalyptus. Bases del proyecto presentado en la sesión de la Comisión el día 8 de abril de 1874. Buenos Aires, 1874.

25. Jaime Arrufó. “Obras para dar agua filtrada a la ciudad”. En La Tribuna, 14 de marzo de 1869. 26. Jaime Arrufó. “Cuestión del día. Aguas corrientes”. En La Tribuna, 12 y 13 de noviembre de 1868. 27. D. F. Sarmiento. “Higiene de las ciudades. Discurso en la inauguración de las aguas corrientes. 20 de septiembre de 1868.” Obras escogidas. T. XV. Discursos populares. Buenos Aires, Librería La Facultad, 1917, pp. 248-252.

44. Guillermo Rawson. “Estadística vital de la Ciudad de Buenos Aires. Trabajo presentado al Congreso Médico Internacional de Filadelfia reunido en 1876”. En Escritos y discursos. 1891, T. I, p. 101.

28. Mejoras... Coghlan, op. cit. , p. 31 y 38. 29. Juan Federico Bateman. Mejoras de la Ciudad de Buenos Aires. Informe

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>EL ESTABLECIMIENTO RECOLETA >De las aguas para locomotoras a la primera instalación de filtros.

Paz- obró como detonante para que a fines de 1867 se dictara una ley especial que autorizaba el inicio de las obras necesarias para mejorar las condiciones higiénicas de la ciudad. Para ello, J. Coghlan planeó el suministro de agua filtrada en lo que bien puede considerarse la verdadera génesis del futuro establecimiento, pues dentro del plan decidió instalar una toma de agua en el Bajo de la Recoleta, frente a la quinta de Samuel B. Hale, vecino estrechamente vinculado al gobierno y a los capitales ingleses radicados en el país.1

>La Planta del Plan de Bateman. >El Plan de 1908. Un remozamiento forzoso e inesperado. >De los años de preguerra al Plan de 1923. >Del Plan de 1923 al Museo que fue Casa de Bombas.

En aquel suburbio poco poblado -cercano a la antigua Noria de la Recoleta, a la iglesia del Pilar y al primer cementerio públicofueron instalados dos caños de aspiración de hierro fundido que se adentraban 600 m en el río, en aguas altas, para traer el agua a tres depósitos de decantación de 20.000 m3 de capacidad, donde reposaba 60 horas, con tres filtros lentos de arena capaces de filtrar 5.400 m3 por día.

CAPITULO IV

El silencio del paraje, ya elegido por Bevans en 1823 para realizar infructuosas perforaciones de napas en busca de aguas ascendentes, comenzó a quebrarse con el ruido que provocaban las máquinas a vapor accionando dos bombas de 140 caballos cada una, encargadas de elevar el volumen de agua. Una de ellas lo hacía desde el río hasta los depósitos de asiento, y la otra desde el pozo de agua filtrada hasta la red de distribución domiciliaria.

EL ESTABLECIMIENTO RECOLETA De las aguas para locomotoras a la primera instalación de filtros Aunque a lo largo de los próximos capítulos los protagonistas principales de esta historia serán los edificios y sitios que integran el patrimonio histórico a cuidado de Aguas Argentinas, dedicaremos parte importante de nuestro relato a algunos ejemplos que ya no existen pero que se encuentran estrechamente vinculados al origen y evolución de las obras de salubridad en Buenos Aires. Comenzaremos hablando entonces del primer establecimiento potabilizador que tuvo la ciudad, la Planta Purificadora de Recoleta.

El llenado del tanque elevado de Plaza Lorea (hoy Plaza Congreso) antecesor del Gran Depósito de avenida Córdoba, se realizaba sólo cuando la capacidad de la red estaba colmada.2 Las cañerías tenían más de 12 millas de longitud y en su recorrido se habían instalado surtidores públicos cada cuatro cuadras, además de existir también en todos los hospitales y edificios públicos. La Planta de Recoleta ocupaba un terreno con forma de cuadrilátero irregular, y tenía un frente de 200 m sobre el camino a Palermo, mientras que en el fondo limitaba con las vías del Ferrocarril del Norte. Una descripción de 1869 destaca la modernidad de sus grandes bombas a vapor:

Para ello, debemos trasladarnos hasta los años previos a las epidemias que azotaron la Gran Aldea, cuando tan sólo un reducido número de vecinos se beneficiaba con el agua purificada del Río de la Plata que la empresa del Ferrocarril del Oeste hacía llegar por una cañería desde la Recoleta hasta su estación terminal de Plaza Lavalle, donde hoy se levanta el Teatro Colón. El líquido, indispensable para el funcionamiento de las locomotoras a vapor, era un lujo para pocos si tenemos en cuenta que la mayor parte de la población aún se abastecía como en tiempos de la colonia con aljibes y aguateros.

“El departamento de bombas llama la atención del espíritu curioso e investigador (...) Ruedas grandes y pequeñas, cilindros sólidos y huecos, cadenas y llaves, manómetros y válvulas, constituyen una admirable combinación mecánica. En la parte superior hay un ferrocarril firme, en sentido longitudinal, y sostiene otro de igual género lateral, movible sobre ruedas, sobre el cual descansa el sencillo aparato mecánico llamado travelling crane, con movimiento libre que sirve no sólo para levantar cualquiera de las piezas de hierro más pesadas, sino también todas juntas,

Como suele suceder, una circunstancia trágica como la provocada por la epidemia de cólera que cobró miles de víctimas -entre las que se contaba el propio Vicepresidente de la República, el doctor Marcos 47

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si fuera preciso, con tanta facilidad como un juguete en las manos de un niño (...) El piso del gran terreno, es el salón principal de la maquinaria, allí suben y bajan los pistones de las máquinas a vapor, que su uniforme y acompasado juego ponen en movimiento las grandes ruedas, que lo trasmiten, tanto a los balancines de las bombas centrífugas, como a los de las absorbentes e impelentes. Los émbolos impelentes están en las galerías subterráneas, pudiendo por entre ellas inspeccionarse a cada instante la parte cubierta de la maquinaria. Los constructores de este admirable conjunto mecánico son los fabricantes de Londres, Mrs. Easton, Amos, Anderson, que son reconocidos como especiales en la construcción de máquinas hidráulicas. El ingeniero director, Sr. Coghlan, el ingeniero mecánico, Sr. Dawney, y el Sr. Roques, empresario constructor de las obras, han dado minuciosas explicaciones (...)”.3

adjudicataria de las obras -que no incluían la provisión de equipos y materiales importados- fue la de Newman, Medici y Cía, bajo la fianza de Anacarsis Lanús y Ambrosio P. Lezica.5 Para facilitar y economizar la descarga de carbón, materiales y maquinarias importadas de enormes dimensiones, en 1874 se hizo construir un pequeño muelle con tres pescantes a vapor en el Riachuelo en conexión con el ramal de basuras del Ferrocarril del Oeste. La cañería de hierro era depositada parte en galpones sobre este muelle y parte, frente a la planta de Recoleta. A los terrenos iniciales de la casa de bombas, se fueron incorporando otros comprados a terceros y cedidos por el Municipio, para ubicar nuevos filtros y depósitos, utilizándose la tierra extraída de éstos para nivelar el lugar y evitar inundaciones. Además, se ganaron tierras al Río de la Plata construyéndose una pared de retención, a iniciativa del señor Moore. La superficie llegaba entonces a 24 hectáreas.6

Como se ve, materiales y máquinas fueron comprados en Inglaterra, hacia donde había partido un ingeniero con las instrucciones y fondos necesarios, tan sólo dos días después de ser promulgada la ley del 24 de diciembre de 1867. Los efectos del cólera de 1867 produjeron de esta manera -además del saldo de víctimas- una inversión superior a los 6 millones de pesos moneda corriente en obras públicas de provisión de agua potable, las primeras que tuvo la ciudad.

En un ambiente político caldeado por el alto voltaje de la campaña presidencial entre los partidarios de Avellaneda y Mitre, y con la amenaza de una profunda crisis económica en ciernes, se inauguraron las obras el 15 de mayo de 1874, fecha en la que tuvo lugar la colocación de la piedra fundamental de la planta de purificación en Recoleta. Su inscripción era todo un símbolo de esa efervescencia política:

Los trabajos se iniciaron en 1868, realizándose el ensayo de las máquinas inglesas en diciembre de ese año y librándose al servicio público el 4 de abril de 1869. Buenos Aires se convertía de esta manera en la primer ciudad de América con instalaciones de filtros para agua purificada. Ciudades de Estados Unidos gozaron de este adelanto recién a partir de 1872.4

“Obras de salubrificación de la ciudad de Buenos Aires, iniciadas bajo el gobierno del Dr. Dn. Adolfo Alsina, empezadas por el gobierno de Don Emilio Castro y consumadas bajo el gobierno de Don Mariano Acosta, en virtud de las leyes de las legislaturas de 1868, 1870 y 1872”.7

En 1869 la Capital contaba con una población superior a los 177 mil habitantes, una cifra nada desdeñable si consideramos que era la ciudad más poblada del país y de América del Sur. Exigía, consecuentemente, una escala de emprendimientos cada vez mayor, superior a los surtidores y a la lentitud con que crecía la red domiciliaria. No es de extrañar entonces que, a fines de 1870, la precariedad de las instalaciones favorecieran nuevamente la aparición del cólera, y poco después de la fiebre amarilla.

Para alejar dudas y distinguir méritos, a cada cual lo suyo. El día de la inauguración, el frío y la amenaza de lluvia no amedrentaron al numeroso público que desde las once se congregó al pie de la barranca de la Recoleta donde se había armado un gran galpón con mesas para albergar a mil invitados. Antes de iniciarse la ceremonia oficial, el Gobernador de la Provincia, Mariano Acosta y los miembros de la Comisión de Obras de Salubridad recorrieron las obras en compañía de Moore -representante de Bateman- y de los contratistas Dawney y Gibson.

El Establecimiento del Plan Bateman

Bajo la piedra fundamental, que estaba sobre un improvisado pedestal de ladrillos, fue colocada una caja de lata conteniendo un acta de pergamino y monedas de la época confiadas por algunos de los invitados. En el acta figuraban todas las autoridades provinciales presentes y también las del gobierno nacional, ausentes sin aviso. Así estaban las cosas entonces entre ambos Ejecutivos.

En noviembre de 1872 el gobierno había aceptado oficialmente el proyecto del ingeniero inglés que reemplazó a Coghlan, John Frederick La Trobe Bateman, y culminando el año siguiente, ya se había invertido una considerable suma en adquisición de terrenos, materiales, maquinarias y equipo en general. La firma que resultó 48

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Obras propuestas por el ingeniero Bateman para el Establecimiento Recoleta, el año anterior a su inauguración oficial. A la primitiva Casa de Bombas se suma otra nueva, numerosos filtros, casas para el personal y depósitos de carbón indispensables para el funcionamiento de la incipiente planta. Buenos Aires, marzo de 1873. (Archivo de Planos del Gabinete Heliográfico, Aguas Argentinas)

La Planta Recoleta en 1879, cuando ya se encontraban las casas de bombas elevadoras e implentes construidas, junto con los nuevos filtros y depósitos de asiento. Nótese el pequeño canal que desde el río llegaba hasta el corazón del establecimiento, para facilitar la llegada del material importado. En punteado, los edificios proyectados. (CEDODAL. Atención Ernesto Bunge)

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En el discurso de Acosta no faltaron referencias a la meca urbana del momento, París, y sobre el modo en que ésta había solucionado sus problemas de salubridad. La comparación catastrófica con Buenos Aires fue elocuente: mientras que la capital francesa debió esperar a que el lodo de sus calles llegara a los palacios de los poderosos para iniciar las obras de salubridad, aquí fueron necesarias sucesivas epidemias para disparar obras de higiene que justificaran el nombre dado por Garay a la ciudad siglos atrás. Para las 15 horas el banquete había concluido y los carruajes de las autoridades retornaban al centro de la ciudad con la convicción de que en 1877 las obras serían finalizadas.

líquido pasaba a los 4 filtros de 15.400 m2, y una vez filtrado se almacenaba en tres Cámaras de Reserva ubicadas debajo de aquéllos (51.200 m3) con techos de bóvedas de ladrillos. Desde estas cámaras el agua pasaba por un túnel que atravesaba las vías del Ferrocarril al pozo de Bombas de la Estación Nro. 1, a partir del cual las bombas impelentes se encargaban de llevar el agua filtrada a las cañerías de distribución. Esta Casa, comenzada en 1874, contaba con dos máquinas de 500 caballos cada una, servidas por 8 calderas, y una capacidad de 163.400 m3 trabajando en forma continua las 24 horas. Las bombas fueron adquiridas en Inglaterra a la casa James Watt & Co. de Londres. De aquí el agua salía a través de dos cañerías de hierro hacia la red domiciliaria y al depósito distribuidor.9

El proyecto Bateman, basado sustancialmente en los estudios desarrollados por Coghlan, preveía la provisión de agua para 400.000 habitantes, a razón de 182 litros diarios por persona, es decir 72.700 m3 diarios; pues se estimaba que en 20 años Buenos Aires duplicaría la población de entonces. Las obras se harían susceptibles de ampliación para satisfacer de inmediato a la mitad de la cifra definitiva de la población a servir, o sea 200.000 habitantes.

Hasta fines de 1874 se habían levantado en Recoleta depósitos para carbón, arcilla y cemento, edificios para alojamiento de ingenieros y fogonistas, excavaciones para los nuevos depósitos de asiento y filtros, y los cimientos de la estación principal de bombas. El ritmo de los trabajos era bastante lento y, lejos de concluirse, en 1877 se produjo la paralización de las obras. Hasta ese entonces se hallaban construidas gran parte de las obras de provisión de agua, algunos conductos de desagüe pluvial y, prácticamente, nada de la red cloacal.

El inicio del sistema de provisión se encontraba en una Torre de Toma construida en hormigón y granito de la Banda Oriental, sobre el Río de la Plata, donde entraba el agua para ser conducida por un conducto subterráneo hasta la estación de bombas de Recoleta. El punto de toma, marcado por el Almirantazgo Británico con el nombre de Poplar Grove -arboleda de álamos-, se ubicaba en el centro de la Corriente del Capitán, a 800 m de la ribera, frente al pueblo de Belgrano. El túnel que conducía el agua desde este punto, contaba con un tramo subfluvial (1.626 m) y otro terrestre (4.089 m); construyéndose en la ribera un pozo donde terminaba uno y se iniciaba el otro, con una marcada diferencia de nivel que lo hacía actuar como un sifón invertido. Sobre el túnel, tanto en uno como otro tramo, existían varios pozos que servían para ventilación y revisión. Era el de mayor longitud construido hasta entonces en el país, y llegaba a Recoleta tras recorrer 5.700 m. La Torre de Toma se inició en 1876 con la construcción de un dique con pilotes de madera que encerró el sitio en un círculo de casi ocho metros de diámetro, donde se ejecutarían los trabajos en seco. El cilindro de la torre tenía 3 m de diámetro interior, ubicado por sobre 2.60 m del nivel máximo de crecidas, rodeado por una pared de ladrillos de 0.50 m de espesor, y dentro del cilindro se cavó un pozo a más de 10 m bajo el lecho del río. El agua tenía acceso por cuatro compuertas graduables.8

En estas condiciones llegamos al año 1880, cuando tras sortear rupturas institucionales, guerras y conflictos internos, Buenos Aires fue declarada Capital de la República, con una extensión de 4.485 hectáreas y sus obras de salubridad a medio terminar. La Comisión pasó entonces a depender del Ministerio del Interior, y se transformó en Comisión Nacional de Obras de Salubridad, presidida por el doctor Eduardo Wilde, quien analiza la provisión de agua de esta manera: “es tan grande como lo permite el poder de las máquinas. La población se queja sin embargo y con razón, de la falta de ese elemento indispensable para la vida, y la Comisión, que aprecia la justicia de esa queja, se encuentra en la imposibilidad de remediar lo que el público llama un mal, sin pensar en que una mayor provisión, aumentando el caudal de agua que una vez contaminada iría a sepultarse indefinidamente en el suelo impermeable de las casas, aumentaría un elemento pernicioso que manda día y noche a las habitaciones los gérmenes de la enfermedad y la muerte. La Comisión habría podido poner en función las grandes máquinas y suministrar más agua a la población, pero no contando con los medios de desalojar las aguas contaminadas, no ha querido hacer de una ciudad hidrópica con líquidos envenenados...” 10

En la Casa de Bombas elevadoras Nro. 2 se levantaba el agua hasta los Depósitos de Asiento o Decantación de 85.000 m3. Luego el

Esta última referencia hace directa alusión a que, si bien el índice de mortalidad general había disminuido en 1860 de 27,6 cada mil 50

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Arriba, diseños del paisajista Carlos Thays para los espacios verdes circundantes a la Planta de Recoleta, hacia la calle Centroamérica, hoy Av. Pueyrredón. Buenos Aires. (Archivo de Planos, Dirección General de Espacios Verdes, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires; Fotos: Gustavo Sosa Pinilla)

Derecha, Establecimiento Recoleta. En primer plano, la primer Casa de Bombas que tuvo Buenos Aires, cuya réplica se encuentra hoy en el Establecimiento San Martín, en Palermo. (Archivo CEDODAL)

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habitantes a 26,1 en 1880, continuaba siendo alto el índice de decesos por tifoidea, que de 48 por mil en 1869, pasa a 60 en 1880 y a 74 el año siguiente. La ecuación era sencilla: falta de desagües cloacales y abundancia de agua corriente.

hacia 1885 pero, a merced de sucesivos reajustes y aumentos presupuestarios. Recién en 1884 entraron en funcionamiento las grandes bombas impelentes, que habían sido montadas en la planta de Recoleta diez años antes. Sobre esta planta, que contaba con las máquinas a vapor más poderosas de la ciudad, afirmaba Wilde:

Bateman, ahora representado por el Ingeniero sueco Carlos Nyströmer, asume nuevamente la dirección de los trabajos y envía en 1882, desde Inglaterra, el proyecto definitivo y completo para las obras de salubridad, que también comprendían la Boca y Barracas. El contratista encargado de ejecutarlas fue Antonio Devoto, con exclusión de las correspondientes a estos dos barrios y al Gran Depósito Distribuidor de avenida Córdoba, que recién se iniciará en 1887. Las obras de su contrato habían quedado casi concluidas

“El edificio para las máquinas impelentes está construido de tal modo que puede fácilmente duplicarse cuando, en el futuro, el consumo determine la conveniencia de aumentar el poder de las máquinas. La chimenea, que es la más grande que existe en Buenos Aires y que ahora está en un extremo del edificio, quedará en el centro cuando se construya la otra mitad de él”.11 52

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El Plan de 1908 Un remozamiento forzoso e inesperado

Vistas de la Planta Recoleta hacia 1884, con los depósitos y filtros en plena construcción. (Museo del Patrimonio Histórico, Aguas Argentinas)

En 1885 el índice de mortalidad provocado por la fiebre tifoidea era de 53 por mil, para llegar a 64 en 1887, y seguiría creciendo. Precisamente, en 1887, se produjeron dos novedades muy importantes: en mayo, el Poder Ejecutivo aprobó el Reglamento que establecía el uso obligatorio del servicio de cloacas y provisión de agua a todo inmueble habitado dentro del radio de las obras de salubridad; y en setiembre se aprobó el arrendamiento de las instalaciones por un período de 45 años. La empresa adjudicataria debía concluir en un plazo de tres años 53

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Recoleta en vísperas de los festejos del Centenario de 1910. Un elegante paseo forestado junto al río y a lujosas residencias de formas afrancesadas. (Archivo CEDODAL)

las construcciones faltantes del Plan Bateman: el techado de los filtros en la Planta de Recoleta, el Gran Depósito de avenida Córdoba; los distritos que faltaban en la ciudad además de Boca y Barracas; conexiones externas y el sifón del Riachuelo. ¿Quién celebró el contrato de arrendamiento con el gobierno de Juárez Celman en junio de 1888? Nuestro conocido vecino de Recoleta, Samuel B. Hale, quien al año siguiente lo transfirió a otra compañía constituida en Londres: The Buenos Aires Water Supply and Drainage Company Limited. Pero, los excesivos costos de las tarifas, la inestabilidad económica y la crisis de 1890 pusieron fin a este oneroso contrato en 1891.12 También 1890 había sido un año negro por otro motivo: las estadísticas de mortalidad alcanzaron el máximo absoluto del índice y el máximo relativo general, con 115 decesos cada diez mil habitantes por fiebre tifoidea. En el mismo año se construyó en Recoleta la segunda Casa de Máquinas inmediata a la primera, con igual número de motores y de bombas. En este caso los motores eran “compound” y de balancín, las bombas de doble efecto recibían su impulso del extremo opuesto de los balancines, en relación a los vástagos de los émbolos. La energía era generada por ocho calderas multitubulares, y los gases, después de elevar la temperatura del agua de alimentación, eran despedidos por una chimenea de 45 m de altura. La capacidad total de las maquinarias podía elevar 168.200 m3 de agua hasta 48 m en 24 horas.13 54

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La Casa de Bombas Elevadoras a comienzos de siglo, ubicada en un extremo del establecimiento, sobre la calle Gallo, hoy Tagle. (Museo del Patrimonio Histórico, Aguas Argentinas)

Vista posterior de las Casas de Bombas Impelentes sobre Avenida Alvear, hoy del Libertador, con los depósitos, talleres, almacenes y vías del ferrocarril para transporte de carbón y materiales. (Museo del Patrimonio Histórico, Aguas Argentinas)

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Recién entre 1893 y 1894 pudieron concluirse las obras que la empresa arrendataria debió entregar en 1892: la Torre y el Túnel de Toma; la Casa de Bombas Elevadoras en el extremo del túnel; un Depósito de Asiento de 85.000 m3, cuatro Filtros de 15.300 m2 y tres Depósitos de agua filtrada, una Casa de Bombas Impelentes; y la red de cañería maestra y distribución de agua.

el Establecimiento San Martín en Palermo, capaces de elevar 100.000 m3 de agua por día hasta el Establecimiento de Recoleta a través de un conducto de hierro fundido.14 Dentro del predio de la planta se instalaron filtros que elevaron a casi 73.000 m2 la superficie filtrante total, se construyó un nueva casa de bombas impelentes, depósitos de asiento, filtros de reserva, a la vez que se transformaban las antiguas máquinas, se reforzaban las líneas de impulsión con dos caños hasta el Gran Depósito, y se ampliaba la red de distribución. Todo esto se comenzó en 1897 y a fines de 1902 estaba casi terminado.

A fines de 1894 la Comisión de Obras de Salubridad, a cargo de las obras desde 1891, había introducido importantes mejoras en Recoleta, tales como nuevos depósitos de asiento, filtros de reserva, otra casa de bombas elevadoras junto al río, una nueva casa de bombas impelentes de triple expansión con motores de 1077 caballos, y la transformación de los motores de las bombas antiguas al tipo Compound. No obstante, la velocidad del crecimiento poblacional de Buenos Aires, que en 1895 alcanzó los 660.000 habitantes, pronto excedió las previsiones del proyecto Bateman. Afortunadamente, la construcción del Túnel de Toma en su parte subfluvial, permitió derivar un volumen de agua diario de 220.000 m3, es decir un excedente de 100.000 m3 sobre el rendimiento máximo de la parte terrestre del túnel, que era de sólo 120.000 m3.

La introducción del procedimiento de coagulación para la clarificación del agua extraida del Río de la Plata, permitió aumentar el rendimiento del sistema de depósitos de asiento y de los filtros de la planta en Recoleta. A raíz de los ensayos realizados en el año 1900, el coagulante (sulfato alúmino-férrico) adquirido en el extranjero comenzó a utilizarse en 1910 por iniciativa del doctor J. J. Kyle, quien desde 1873 venía realizando trabajos sobre el tema. Previo a ello, en 1908 se había construido en esta planta un edificio para alojar los laboratorios de química y bacteriología. La mezcla del coagulante se efectuaba en la cámara de distribución, inyectándolo en cada caño de salida, con unas pequeñas bombas Worthington ubicadas en el subsuelo de la casa de bombas elevadoras. En tiempos de la Primera Guerra Mundial, los precios

La planta comenzó desde entonces un proceso de continuas ampliaciones, internas y externas. Una prueba de ello es la instalación de una casa de bombas próxima a uno de los pozos del Túnel de Toma, en el Parque Tres de Febrero, dentro del predio que hoy ocupa 56

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del coagulante se elevaron de tal forma que, en 1916, se proyectó regenerarlo extrayéndolo del barro decantado (loess pampeano), para lo cual más tarde se construyó una fábrica que comenzó a funcionar en la propia planta en abril de 1917. En este año ya había comenzado a funcionar el Establecimiento Palermo, al que se enviaba el coagulante a través de una cañería de madera de 5 km de longitud.15

Página anterior: Corte transversal de la fábrica de coagulante (“alúmino férrico”) inaugurada en la Planta Recoleta en 1917. (Museo del Patrimonio Histórico, Aguas Argentinas) Arriba: Las cubas de ataque en el interior de la fábrica de coagulante hacia 1917. (Museo del Patrimonio Histórico, Aguas Argentinas) A la derecha: Talleres de fundición en Recoleta en la década de 1920. Abastecían a las obras de saneamiento de Obras Sanitarias de la Nación y también a las instalaciones de la Planta Palermo, entonces en construcción. (Museo del Patrimonio Histórico, Aguas Argentinas)

En el inicio del nuevo siglo, Buenos Aires contaba con un radio servido por agua para 501.000 habitantes, mientras que la Capital se hallaba poblada por 821.000. Era evidente que había llegado la hora de ampliar los servicios a toda la extensión comunal, pero el ritmo de los trabajos no permitía mayores emprendimientos. En 1905 se concluyeron las obras del radio Bateman en sus 30 distritos, un área de 2.593 hectáreas con 700.000 pobladores, provista con agua corriente, cloacas y desagües pluviales. La ciudad llegaba entonces a su primer millón de habitantes, esfumando la previsión hecha por Bateman en 1871 que fijaba una capacidad máxima para servir a 400.000 vecinos, cuarenta años después. En esto también el desempeño de su estudio dejó bastante que desear. Recoleta en estos años ocupaba casi 30 hectáreas, entre las calles Gallo (hoy Tagle), avenida Alvear (hoy del Libertador), el Parque Japonés y las vías de acceso del Ferrocarril Buenos Aires y Rosario; a la vez que otras vías, las del Ferrocarril Central Argentino, lo 57

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De los años de preguerra al Plan de 1923

dividían en dos fracciones. La fisonomía que presentaban las casas de máquinas era la de construcciones similares adosadas longitudinalmente, pues inmediata a la primera se había construido en 1890 una segunda con igual número de motores y bombas y, en 1899, se agregó una tercera con motores de triple expansión y de 1.077 caballos de fuerza. De esta última salían ocho caños a la red de distribución y al Gran Depósito de Av. Córdoba.16

El hecho institucional culminante de este segundo momento fue la sanción, en julio de 1912, de la Ley 8889 de autonomía de las Obras de Salubridad, por la cual se las elevaba al rango de institución autónoma: Obras Sanitarias de la Nación, con un Directorio presidido por el citado ingeniero González.

Si bien la mortalidad se había reducido al 15 por mil entre 1905 y 1908, dentro de un área que superaba las 19.000 hectáreas, sólo eran servidas 2.593 y más de las 16.000 restantes no contaban con servicio alguno o con servicios precarios de pozos semisurgentes en los barrios de Belgrano y Flores.

En 1912 el funcionamiento de la Planta Recoleta era básicamente el mismo que en su origen, aunque modernizado y ampliado en sus instalaciones y equipamiento. El agua del túnel subfluvial era tomada por las bombas instaladas en la esquina de las avenidas Valentín Alsina y de los Ombúes, desde donde se enviaba por un caño de hierro a la cámara de distribución de los depósitos de decantación del Establecimiento. Junto a esta cámara y al pozo terminal del túnel, estaba la casa de bombas que elevaba a dicha cámara el agua, desde donde luego pasaba a los depósitos de asiento. Es decir que había dos casas de bombas elevadoras, una ubicada frente al pozo de la ribera en Palermo (bombas suplementarias) y la del propio establecimiento. Antes de pasar a los depósitos de asiento, el agua era mezclada con el sulfato de alúmina o coagulante, con el fin de acelerar la decantación de las materias en suspensión.19

Y aquí comienza el segundo momento fundacional de nuestra historia. El Ingeniero Agustín González redacta un proyecto de saneamiento para toda la extensión del territorio federal, previendo el abastecimiento de una población de 6 millones de habitantes (2 millones Radio Antiguo, 4 millones Radio Nuevo) y una dotación de 300 litros diarios por habitante. El estudio, pensado para dotar de aguas y cloacas a todo el resto de la Capital, en lo que se denominaba Radio Nuevo, fue aprobado por ley en 1908. A diferencia del ideado por Bateman, las aguas pluviales no irían a las colectoras sino que desaguarían por cunetas o por conductos separados al Río de la Plata o a los arroyos afluentes.17

Para estos años, las chimeneas del Establecimiento, se elevaban entre la frondosa arboleda de un lugar convertido en escenario de paseos estivales junto al río, de retretas y frecuentado asiduamente por los porteños, a partir de las obras de embellecimiento impulsadas por el Intendente Torcuato de Alvear y los ediles que le sucedieron. De los antiguos plantíos de legumbres de la quinta de Hale ya poco y nada quedaba, pues la Planta había crecido junto con la ciudad. Cuidados jardines rodeaban por todas partes sus instalaciones, y a poca distancia se encontraban las lujosas residencias de avenida Alvear, casi trasplantadas de un barrio parisino, y el refinado ámbito de encuentro de la Plaza Francia.

Las obras, que comenzaron en 1910, comprendían la construcción de una nueva torre y Túnel de Toma en el Río de la Plata; la formación de un nuevo Establecimiento Purificador de Aguas Corrientes en Palermo; las cañerías de bombeo y la red de cañerías maestras y de distribución; dos nuevos depósitos de gravitación en Caballito y Villa Devoto; una segunda cloaca máxima con sus ramales y sifón bajo el Riachuelo; una nueva casa de bombas elevadoras de líquidos cloacales en Wilde y toda la red de colectoras del Radio Nuevo. En 1909 se encontraba a estudio de la Dirección de Obras de Salubridad la posibilidad de suprimir las instalaciones existentes en Recoleta, sustituyéndolas por otras análogas a construir en la Planta de Palermo. El traslado implicaba un costo de 18 millones de pesos y sólo podía materializarse una vez que se hubieran construido y puesto en servicio las obras fundamentales del proyecto de 1908 y el nuevo depósito de gravitación de Caballito. Esta propuesta motivó la suspensión temporaria de las obras previstas en este establecimiento, cuyos depósitos de decantación y filtros de arena -aún con la ayuda del coagulante- carecían de la capacidad necesaria para satisfacer las necesidades del servicio.18

Las calderas de Recoleta funcionaban con carbón procedente de las minas de Cardiff, pero en vista de la importancia que iba tomando el uso del petróleo extraído en Comodoro Rivadavia, en octubre de 1914 se realizó el primer ensayo para sustituir progresivamente el tipo de combustible, aunque sin resultado efectivo inmediato.20 Hacia 1917 Recoleta complementaba el funcionamiento de la nueva Planta en Palermo, y se habían retirado las antiguas bombas a vapor e instalado grupos de bombas centrífugas y motores eléctricos que funcionaban con la corriente producida en una usina del Establecimiento de Palermo. La planta contaba entonces con 58

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almacenes, talleres, corralón de carros, caballerizas, enfermería, comedor para personal y laboratorios para ensayo de materiales, de química y de microbiología. En estos últimos se analizaban las aguas provenientes de ciudades del interior y de la Capital, y se hacían ensayos de cales, cementos, ladrillos, cañerías, etc.20

La Planta Recoleta en 1928, el fin de un ciclo. En este año fue reemplazada en forma definitiva por el nuevo Establecimiento en Palermo. (Archivo de Planos Gabinete Heliográfico, Aguas Argentinas)

El 23 de Abril de 1917 se inauguró en Recoleta la fábrica de coagulante para sustituir el material importado y adquirido para la clarificación del agua. En ella, era tratado el loess pampeano que llegaba por ferrocarril desde la fábrica de San Isidro, en instalaciones que superaban los 2.000 m2 de superficie, con cinco galpones de 45 m de largo.21 59

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La Primera Guerra Mundial impidió terminar las obras en 1918; situación agravada por el crecimiento constante de la población. Las principales metas del plan de 1908 se concluyeron en 1922, año en que el consumo de agua por habitante llegó a 291 litros -la dotación fijada por el Ingeniero González- con una población servida de 1.700.000 habitantes. En este momento, se contaba con una superficie de filtros lentos de unos 100.000 m2 entre los establecimientos de Recoleta y Palermo, y 1.600 m2 de filtros rápidos. A pesar de este volumen, se hacían impostergables las obras de ampliación, especialmente por la extensión que había tomado la ciudad, transformada en una sumatoria de barrios nacidos siguiendo el recorrido de las redes de transportes. Buenos Aires había crecido borrando rápidamente sus límites políticos e incorporando poblaciones vecinas y partidos que casi cuadriplicaban su extensión original (19.000 ha) hasta llegar a 70.000 ha.

En 1933 fueron demolidas las primeras obras de provisión de agua potable que tuvo la ciudad, es decir, el filtro y la casa de bombas impelentes proyectadas por el ingeniero Coghlan. Con buen criterio, Obras Sanitarias de la Nación trasladó entonces la máquinaria original y construyó una réplica de este edificio fundacional en su Establecimiento de Palermo.

Para solucionar estos problemas en 1923 y bajo la dirección del ingeniero Antonio Paitoví se elaboró un Plan que preveía la ampliación general de los servicios de provisión de agua y de desagüe cloacal destinada a una población de 6 millones de usuarios, con un consumo de 500 litros por persona por día. Este ambicioso estudio, preveía un presupuesto original de 395 millones de pesos m/n, y contemplaba la construcción de una nueva torre y Túnel de Toma, plantas de purificación, de elevación e impulsión de agua, depósitos de distribución, colectoras cloacales, ramales de cloaca máxima, nueva cloaca (la 3ra.) con su sifón para cruzar el Riachuelo, casas de bombas, fábricas de coagulante, etc. Se completaba, además, con un proyecto general de desagües pluviales para todo el municipio, a un costo estimado de 114 millones de pesos m/n.22

En 1930 se había adaptado el edificio del antiguo laboratorio para ser asiento de la Inspección General de Industrias Auxiliares. Cuatro años después, los talleres de fundición de hierro, bronce y plomo se encontraban en plena producción con más de 100 mil piezas fabricadas durante el año. No les iban en zaga los talleres de ajuste, tornería, herrería, calderería, hojalatería, automóviles, carpintería y modelistas, pinturería, aparatos eléctricos, albañilería y medidores. En total, trabajaban casi 500 operarios. 24

La pérdida de su destino de uso original no significó la desaparición inmediata de esta primitiva planta. En ella continuaron funcionando una destilería de petróleo, una fábrica de coagulante e importantes talleres de OSN, dedicados a atender los servicios de explotación y conservación de las obras en la Capital y de las provincias. En enero de 1927 se trasladó a este establecimiento la Fábrica de Mosaicos que funcionaba en el Gran Depósito de avenida Córdoba, “con su propio personal y sin perder un sólo día de trabajo”.23

Por un convenio realizado en 1935, la Municipalidad permutó todos los terrenos que ocupaba OSN en Recoleta por otros situados en la avenida Costanera, de unos 53.000 m2 paralelos al Establecimiento Palermo. La comuna tomó posesión de los mismos en marzo de 1936, a fin de ampliar el Paseo de la Recoleta introduciendo jardines y espejos de agua coincidentes con la ubicación de los antiguos filtros y lechos de decantación. Sobre la avenida Alvear (hoy del Libertador) se levantaría una fuente recordatoria del General Urquiza, y otros locales se utilizaron para servicios del Ministerio de Guerra, el Archivo General de la Nación y el Museo Nacional de Bellas Artes. Reformándose para este último, las antiguas casas de bombas con proyecto del arquitecto Alejandro Bustillo.

Del Plan de 1923 al Museo que fue Casa de Bombas Ciertamente, para 1923 las obras del Establecimiento Recoleta eran ya absolutamente insuficientes para satisfacer las necesidades del Radio Antiguo, a la vez que costosas en su mantenimiento. La posibilidad de instalar nuevos filtros rápidos y otra casa de bombas impelentes para aumentar a 800.000 m3 su capacidad de 250.000 fue evaluada pero, sin llegar a concretarse. Asimismo, la redacción del proyecto de 1923 coincidió con la necesidad comunal de abrir una nueva avenida a través de la Planta, hecho que motivó un estudio del Directorio de OSN para trasladar sus instalaciones a otro lugar, tal como se había insinuado en 1909. El estudio culminó con la decisión de desafectar Recoleta concentrando todos los procesos de purificación en el Establecimiento de Palermo, como efectivamente aconteció en octubre de 1928.

Este Museo, creado en 1893, y que en 1910 ocupaba en Plaza San Martín el Pabellón Argentino de la Exposición Universal de París de 1889, fue reinagurado en 1934, y modificado sucesivamente en 1941, 1944 y 1960. En su exterior, a pesar de las reformas introducidas por Bustillo, aún hoy pueden adivinarse las siluetas de las antiguas casas de bombas que durante más de 60 años abastecieron de agua la ciudad. 60

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NOTAS

15. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1914. Buenos Aires, 1915, p. 28.

1. Julio Vela Huergo. “Síntesis Histórica de la Acción Higiénica y Urbana de Obras Sanitarias de la Nación con especial referencia a la ciudad de Buenos Aires”. En Primer Congreso Argentino de Urbanismo. Realizado en Buenos Aires los días 11 a 19 de octubre de 1935. Buenos Aires, 1937, tomo II, p. 22.

16. Municipalidad de Buenos Aires. Censo de la Capital Federal del 18 de Septiembre de 1904. Buenos Aires, 1905, p. 351. 17. Julio Vela Huergo. “Qué es y qué hace Obras Sanitarias de la Nación”. En Boletín de Obras Sanitarias de la Nación. Buenos Aires, julio de 1937, Nº 1, p. 18.

2. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) Aguas Argentinas. El Palacio de las Aguas Corrientes - Monumento Histórico Nacional. Buenos Aires, 1996, p. 28.

18. Dirección General de Obras de Salubridad de la Nación. Memoria presentada al Señor Ministro de Obras Públicas - Año 1909. Buenos Aires, 1910, pp. 85-86.

3. Jaime Arrufó. “Obras para dar agua filtrada a la ciudad”. En La Tribuna, Buenos Aires, 14 de Marzo de 1869.

19. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1912. Buenos Aires, marzo de 1913, pp. 7-9.

4. Pedro A. Rosell Soler. “La primera instalación de filtros en América”. En Boletín de Obras Sanitarias de la Nación. Buenos Aires, Diciembre de 1937, N° 6, Año I, pp. 645-647.

20. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1914. Buenos Aires, marzo de 1915, pp. 73-74.

5. Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado. Memoria sobre las obras de Salubrificación de la ciudad de Buenos Aires desde su iniciación hasta el año 1875. Buenos Aires, p. 34.

21. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1917. Buenos Aires, marzo de 1918, p. 28.

6. Ibidem, p. 32.

22. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1923. Buenos Aires, marzo de 1924, pp. 223-229.

7. Julio Vela Huergo. Op. cit, p. 29. 23. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1927. Buenos Aires, abril de 1928, p. 156.

8. Orestes J. P. Cantaluppi. “Distribución de agua potable a la ciudad de Buenos Aires. Primeras Obras - Ampliaciones - Estado Actual.” En Boletín de Obras Sanitarias de la Nación. Buenos Aires, septiembre de 1939, N° 27, año III, p. 250.

24. Obras Sanitarias de la Nación. Reseña General, Histórica, Descriptiva y Estadística. Buenos Aires, mayo de 1935, p. s/nº.

9. Ibidem, p. 252. 10. Julio Vela Huergo. Op. cit, p. 34. 11. Eduardo Wilde. Curso de Higiene Pública. Buenos Aires, Imprenta y Librería de Mayo, 1885, p. 107. 12. Dirección General de Obras de Salubridad de la Nación. Obras de Salubridad de la Capital - Contrato de Rescisión - Ley 2796 del 29 de Agosto de 1891. Buenos Aires, Imprenta de Obras de J. A. Berra, 1892, pp. 4-5. 13. Orestes J. P. Cantaluppi. Op. cit., p. 252. 14. Dirección General de Obras de Salubridad de la Nación. Memoria presentada al Señor Ministro de Obras Públicas - Año 1902. Buenos Aires, 1903, p. 31.

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Links > ir al índice > LAS INDUSTRIAS ANEXAS > La fábrica de cemento en Barracas. Un intento. > La fábrica de ladrillos en San Isidro.

Al promediar 1872, la Comisión de Salubridad había planeado la instalación de una fábrica en base a los cálculos hechos por el Ingeniero Bateman, quien sostenía que las piedras calizas del país producirían cemento de igual calidad al inglés y a mitad de su costo. También en opinión de Bateman, para instalar un establecimiento de carácter experimental y no correr riesgos, los dispositivos mecánicos a importar para esta fabricación debían ser pequeños. La Comisión encargó entonces en 1874 la maquinaria necesaria y se practicaron ensayos con muestras de tierras de Chivilcoy, Entre Ríos y Córdoba. Los mismos estuvieron a cargo de Walter F. Reid, de Manchester -contratado especialmente por la Comisión- quien efectuó diversos informes favorables.2

La pequeña fábrica a vapor de Mr. Ramsay. > Las fábricas de coagulante y de ácido sulfúrico. > LOS GRANDES DEPÓSITOS URBANOS > El Palacio de Aguas Corrientes de avenida Córdoba. > Los pozos semisurgentes de Belgrano y Flores. > Los Depósitos de Caballito y Villa Devoto. El agua del centro a los barrios y viceversa.

El lugar más apropiado para localizar la fábrica se fijó en Barracas cerca de la Convalescencia, en el mismo sitio comprado para la estación de las bombas “Sewage”, encargadas de impulsar los líquidos cloacales, cuando aun no se había decidido entre los sistemas de purificación o irrigación.3 A fines de ese año, con las máquinas ya en el país y los edificios avanzados, se estimaba que la fabricación normal podría iniciarse en tres meses. Para la puesta en marcha de la fábrica, de la que se esperaba una producción mensual de 100 a 120 toneladas, se contrataron en Europa además del citado Reid como director científico químico, a Carlos Stanley -también de Manchester- como administrador y contador comercial, un maquinista y un picador de piedras. El 12 de marzo de 1875 Reid se hizo cargo de la fábrica, y ya entonces estaban terminados los depósitos para carbón y coke, un depósito para cemento y el galpón de hierro para las máquinas. En julio se había concluido la colocación de estas últimas y comenzaba a funcionar la fábrica. Durante aquel año se quemaron 37 horneadas, con una producción de 170 toneladas de cemento, y para 1876 se contaba con un nuevo horno con doble capacidad al existente.4

CAPITULO V LAS INDUSTRIAS ANEXAS La fábrica de cemento en Barracas La historia de la industria de la construcción en nuestro país está plagada de proyectos que no pasaron su condición de tales. Muchos de ellos, aunque contaron con sólidos argumentos y claros objetivos, tropezaron con las limitaciones de un medio en donde las grandes distancias, los elevados costos de transporte -y también la tradición importadora- eran moneda corriente y costumbres arraigadas. Esto en buena medida sucedió con el primer intento de fabricar cemento en el país.

Un informe del ingeniero Balbín, da cuenta en este año que el cemento producido en la fábrica de Barracas -sólo utilizado hasta entonces en obras secundarias- no era de tan buena calidad como el cemento inglés y que su costo no había resultado bajo como se esperaba. Criticó además que la fábrica fue establecida como un mero experimento y, por lo tanto, era demasiado pequeña para abastecer las nuevas obras, que en los últimos seis meses habían consumido 1.500 toneladas por mes de cemento inglés.5

Uno de los materiales importados más solicitados para las obras de salubridad era el cemento. Razones no faltaban, pues era necesario que piezas como caños y otros elementos usados en los conductos cloacales y de desagües contaran con perfecta impermeabilidad, gran solidez y probada durabilidad, que permitieran evitar continuas y costosas reparaciones. Por ello, cuando la Comisión Provincial de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado inició sus trabajos con el Ingeniero Bateman en 1873, no consideró prudente confiar a los contratistas de las obras la selección y cuidado de materiales imprescindibles como eran la tierra hidráulica o cemento y los ladrillos.1 El único cemento que reunía óptimas condiciones era el denominado Portland importado de Inglaterra.

La poca cantidad elaborada y la imposibilidad de disminuir los costos de producción (gastos de personal, materiales y traslados) motivó que la Comisión resolviera clausurar la fábrica el 1º de octubre de 1876, desvaneciéndose la idea original de iniciar la 63

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industria del cemento en la Argentina.6 Los galpones se utilizaron entonces para guardar el cemento importado, y en 1878 sólo quedaban en ellos máquinas en desuso, como las utilizadas para romper piedras, molinos, un locomóvil de 8 caballos, etc.7

necesitaron de ladrillos de muy buena calidad, hasta que entrado el siglo XX comenzó a difundirse el uso del hormigón armado. Del ladrillo, y de su correcta cocción, resistencia y terminación dependían, no sólo la mayor o menor calidad estética y constructiva edilicia, sino la seguridad estructural y las condiciones en que se ejecutaban los importantes trabajos de ingeniería hidráulica. Era necesario pues contar con ladrillos de primer orden, muy duros, perfectamente quemados, sin grietas, derechos, iguales y fabricados con buena materia prima. Por el volumen de la demanda, era impensable acudir por entonces a la importación masiva de elementos cerámicos.

Hoy, en el predio que ocupó la pequeña fábrica funcionan el Distrito Unificado Centro-Constitución y la Estación Elevadora BocaBarracas de Aguas Argentinas.

La fábrica de ladrillos de San Isidro La pequeña fábrica a vapor de Mr. Ramsay

La Comisión Provincial de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado, y los ingenieros locales, opinaban que los ladrillos comunes fabricados en el país eran totalmente inadecuados para esos fines. También el ingeniero Bateman, antes de iniciarse las obras de su Plan de 1872, sostenía que era preciso traerlos de Inglaterra, y en ese concepto había elaborado las especificaciones necesarias.

Si de historias dilatadas hablamos, la evolución de la Planta Recoleta bien puede compararse con la de otro enclave industrial que jugó un papel primordial en el abastecimiento de las obras de salubridad, desde los primeros trabajos iniciados por la Comisión Provincial de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinados hasta los encarados por Obras Sanitarias de la Nación desde su formación en 1912.

No obstante, contrariando estas creencias, la atención de la Comisión comenzó a recaer sobre los ladrillos que en pequeña escala hacía una fábrica en las lomas de San Isidro, paraje que se caracterizaba por la calidad de sus tierras para la fabricación de piezas cerámicas. Estos ladrillos fueron examinados y aprobados, iniciándose entonces las negociaciones con su propietario, una Sociedad Anónima dirigida

Nos referimos a una fábrica de ladrillos. Algo que puede parecer accesorio comparado con la magnitud y características de los establecimientos aquí reseñados, pero que constituye una pieza vital si pensamos que la mayor parte de las obras de salubridad 64

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En la otra página: plano de ubicación del terreno comprado por la Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado en 1873 para instalar la fábrica de cemento. (En el solar hoy ocupado por el Distrito Centro - Constitución y de la Estación Elevadora Boca - Barracas, Aguas Argentinas). Croquis del antiguo horno, desafectado en 1876. Publicado por Carlos Gottifredi en el Boletín de Obras Sanitarias de la Nación, Buenos Aires, noviembre de 1943. En esta página, la fábrica de ladrillos en San Isidro. A la izquierda, frente principal de la antigua Fábrica de Coagulante. Arriba, edificios del Establecimiento San Isidro, desde Av. Centenario. Abajo, detalle de la reja de hierro fundido del acceso al establecimiento, sobre Av. Centenario. (Foto Jorge Tartarini).

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Los precios bajos y la excelente calidad de los ladrillos los hicieron muy solicitados, no sólo para las obras presupuestadas oficialmente, sino también para la construcción de las cloacas domiciliarias por los particulares.

por Ramsay, para ver las condiciones en que podría entregar un número importante por mes. Tanto por su precio como por la exigua cantidad, el trato fue desechado por la Comisión, que también rechazó la propuesta de Ramsay para entrar con nuevo capital como uno de tantos accionistas.

El terreno, que originariamente era de 130 ha, hacia 1915 había aumentado por compras sucesivas a casi 400 ha. La salida mensual promedio en este año era de 650.000 ladrillos, con nuevas calderas, hornos, elevadores de tierra, alumbrado eléctrico, y una pequeña locomotora para los traslados internos. La continua expansión de las tierras motivó la construcción de túneles subterráneos, por debajo de las calles, para el tránsito de vagonetas con un trencito del sistema Decauville.12

El efecto de la crisis monetaria llevó a la Sociedad a presionar a Ramsay para que vendiera la fábrica a la Comisión, como efectivamente aconteció en mayo de 1873 por 3 millones de pesos. El establecimiento contaba con un terreno de ocho cuadras cuadradas, con un horno Escocés en construcción y dos pares de otros; maquinarias a vapor, galpones, secaderos, etc. y una gran cantidad de ladrillos. Ramsay -considerado por la Comisión como el único en el país que había conseguido fabricar ladrillos de calidad- quedaría como director y con todo su personal más entrenado. Para poder abastecer el formidable volumen de ladrillos que demandaban las obras de salubridad se encargaron a Inglaterra nuevas máquinas y el señor Moore, levantó los planos de los nuevos hornos tipo Hoffman. Antes de terminarse su construcción falleció Ramsay, por lo que la Comisión pidió a Inglaterra un nuevo experto para la dirección de la fábrica.8

La carestía del carbón de hulla por los efectos de la Primera Guerra hizo que en 1916 se ensayara el uso de petróleo mezclado con turba o aserrín. A la vez que se fueron sustituyendo las máquinas a vapor por las de energía eléctrica, la fábrica diversificaba sus actividades, hecho totalmente necesario ante la disminución del consumo de ladrillos por el uso creciente del hormigón. Una prueba de ello es que en 1917 había abastecido con más 5 millones de kg de tierra de la capa loess pampeano para la fabricación de coagulante en el Establecimiento de Recoleta; o bien los ensayos para la fabricación de ladrillos refractarios con tosca proveniente de Chilecito, La Rioja, a fin de sustituir progresivamente el material importado.13

Junto con los hornos se construyeron viviendas para albergar a 120 operarios, depósitos de carbón, y rieles para los traslados internos con tracción a sangre. Siempre con las miras de “establecer una Fábrica modelo digna del país” que no sólo abasteciera a las obras de salubridad sino a todas las que iba a encarar la Provincia en los años venideros, la Comisión contrató con el Ferrocarril del Norte el transporte de ladrillos hasta la antigua Estación Retiro y hasta la Estación Central, ubicada a un lado de la Casa de Gobierno, a la altura de la prolongación de la actual calle Bartolomé Mitre.9 En 1876 la fábrica ya tenía una producción anual superior a los 9 millones de ladrillos, duplicando la cifra del año anterior.10

Casi todo se aprovechaba o reciclaba: los ladrillos rotos se convertían en granza, polvo o cascote para hormigón, el residuo del coagulante que regresaba de Recoleta se utilizaba nuevamente en ladrillos o bien para la fabricación de caños de material vítreo, de la misma forma en que se realizaban ladrillejos de estiércol -o briquetas- que se aprovechaban como combustible, utilizando como aglutinante el petróleo, la cal o una solución acuosa del jugo de la tierra.14

La maquinaria de la fábrica fue continuamente aumentando y modernizando, de tal manera que pudo abastecer sin sobresaltos la mayoría de las obras de salubridad entre las que se encontraban la Planta Recoleta, la Planta de Wilde y el Gran Depósito de Avenida Córdoba. El contrato para el traslado de cerámicos a esta última comprendía la carga de 30.000 ladrillos diarios desde los vagones del ferrocarril que llegaban de la fábrica de San Isidro al Establecimiento Recoleta, hasta la manzana donde se levantaría el Depósito. Los mampuestos para éste, comenzaron a fabricarse en 1886, desde mucho antes de iniciados los trabajos. Informes del director de la fábrica indicaban que en aquel momento existía la necesidad de fabricar 4 millones de ladrillos “plásticos” y 6 millones de “secos” durante dos años, tiempo estimado que duraría la construcción.11

Es bueno tener en cuenta que el establecimiento no sólo abastecía las construcciones de Obras Sanitarias de la Nación, sino que proveía de ladrillos y demás productos a buena parte de la obra pública a nivel nacional y municipal.

Las fábricas de coagulante y de ácido sulfúrico Un complemento indispensable de la fábrica de coagulante (sulfato alúmino-férrico) que funcionaba desde 1917 en Recoleta era la instalación de un establecimiento para la obtención de ácido sulfúrico. Las primeras gestiones del Gobierno se iniciaron en 1918 y, tras realizar sin éxito seis licitaciones, en agosto de 1922 se firmó un contrato para 66

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la provisión y montaje de una instalación de este tipo con la New York Steel Exchange Inc., de New York. El Directorio de OSN resolvió levantarla en el establecimiento de San Isidro, en donde también más adelante se ubicaron las nuevas fábricas de coagulante.15 La construcción contratada con la firma de Estados Unidos, que procedía de la Chemical Construction Company de Carolina del Norte, debería producir por día 30 toneladas de 2.000 libras de ácido sulfúrico de 55º Beaumé, con un funcionamiento comprobado a lo largo de tres meses, tal como establecía el contrato aprobado por el Gobierno Nacional en febrero de 1923. Las instalaciones comenzaron a funcionar en setiembre de ese año y en enero de 1924 se efectuó la recepción definitiva. Tan sólo dos años más tarde, se iniciaba la construcción de otra fábrica de ácido sulfúrico, a cargo de la misma empresa. En enero de 1926 se comenzaron los cimientos y en diciembre se había montado e iniciado su funcionamiento, con una producción prevista en 60.000 kg de ácido sulfúrico. Cuando la capacidad de esta instalación fuese insuficiente, se acoplaría a la antigua logrando una producción de 100 toneladas diarias.16 Como complemento de la fábrica de coagulante instalada desde 1917 en Recoleta, el proyecto de ampliación del saneamiento en la Capital incluyó la construcción de otra en San Isidro, que comenzó a funcionar en agosto de 1928, precisamente cuando la Planta Recoleta fue reemplazada por el nuevo Establecimiento de Palermo. Tenía una capacidad de producción diaria inicial de 25 toneladas por cada una de sus seis cubas, es decir cuatro veces mayor a la capacidad de las cubas existentes en Recoleta. Desde esta fábrica el coagulante líquido era impulsado al Establecimiento de Palermo por dos cañerías de lapacho de 17 km de longitud.17 Esta última localización afianzaba la lógica interna de funcionamiento de la institución. Ahora la antigua fábrica de ladrillos cobraba la dimensión de verdadero enclave industrial integrado, pues se localizaban en ella no sólo dos fábricas de ácido sulfúrico, sino una de coagulante que sustituiría a la existente en Recoleta y que utilizaba la materia prima del lugar, es decir, el loess pampeano o tierra colorada.

LOS GRANDES DEPÓSITOS URBANOS El Palacio de Aguas Corrientes de avenida Córdoba Emparentado íntimamente con Recoleta se encuentra el Palacio de Aguas Corrientes de avenida Córdoba, habida cuenta que se trata de uno de los elementos básicos del sistema de provisión proyectado 67

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por Bateman para el abastecimiento de toda la ciudad. La historia de este singular edificio, el primer Gran Depósito que tuvo la ciudad mucho antes que los de Caballito y Devoto, fue pormenorizada en “El Palacio de las Aguas Corrientes - Monumento Histórico Nacional”, primera publicación de la serie Patrimonio Histórico, que compone la presente colección.18 En esta oportunidad, acudiremos a la descripción que hace del Palacio el Censo de la Capital Federal, realizado en Septiembre de 1904, cuando habían pasado tan sólo diez años desde su inauguración y su funcionamiento se hallaba en su apogeo:

de 6.000 metros cúbicos cada uno. Cada uno de los cuatro tanques del primer piso, cuyo fondo se encuentra a diez metros arriba de la superficie del terreno, descansa sobre 45 columnas de fundición (...) A fin de soportar la segunda serie de tanques, las columnas se han prolongado a través de los tanques inferiores, siendo rodeados de cajas cuadradas de altura igual a la profundidad del tanque, remachadas al piso y en las cuales se puede penetrar para efectuar las reparaciones. Las 45 columnas correspondientes a los tanques del segundo y tercer piso son también cuádruples, pero de diámetro decreciente. Encima de los tanques del tercer piso se ha construido un techo cuya armazón se apoya en las paredes de contorno y sobre columnas de fundición, colocadas sobre las que soportan los tanques. La cubierta es de pizarra. Cada una de las dos columnas de subida de agua alimenta dos tanques en cada piso, llegando los ramales al fondo de los tanques; cada uno tiene las válvulas necesarias para su funcionamiento, así como su caño de limpieza y de desborde. El peso del material de fierro es de unas 13.000 toneladas (...) Según las exigencias del consumo, el servicio de la ciudad se hace con tanques de los diferentes pisos. En las horas de mayor consumo, desde las 4 a.m. hasta las 11 a.m. y desde las 2 p.m. hasta las 7 p.m., funciona el tercer piso; entre las 11 a.m. y las 2 p.m. el segundo piso. De noche se hace funcionar el segundo y primer pisos. Además, en caso de producirse un incendio en las horas en que no funciona el tercer piso, se pone en servicio este último, para lo cual bastan tres minutos desde el momento de recibirse el aviso del cuerpo de bomberos. Al proyectar el Gran Depósito Distribuidor no se pensó que, antes de terminarlo, se habría abierto una avenida como la de Mayo, con edificios de 20 metros de alto, cuyos pisos superiores serían muy deficientemente provistos. Para subsanar este inconveniente se aprovechó una de las primitivas bombas impelentes instaladas por el ingeniero Coghlan y el caño maestro de la calle Libertad, para establecer un servicio de bombeo directo a una cañería de distribución especial en la Avenida.”19

“El Gran Depósito Distribuidor constituye uno de los monumentos más notables de la Capital Federal, y, en su género, del mundo entero. Como no existiera ninguna altura que pudiera aprovecharse para la construcción de un depósito de material, para la distribución del agua a la población, fue necesario establecerlo en el sitio más elevado posible y a cierta altura arriba del suelo. El depósito está constituido por doce tanques de fierro, de 6.000 metros cúbicos de capacidad cada uno, cuyo peso es soportado por columnas de fundición, y distribuidos en tres pisos, cuatro tanques en cada uno. El edificio es de planta cuadrada, de 97,50 m de costado, aproximadamente. Exteriormente, en los cuatro frentes está cerrado por cuatro paredes de construcción solidisíma, lujosamente decoradas, que soportan una pequeña parte del peso de los tanques. Interiormente, en su centro, existe un patio también cuadrado, de 18,20 m de costado, cerrado igualmente por cuatro paredes. Entre los dos cuadros, el formado por las paredes exteriores y el del patio interior, están distribuidas las 180 columnas de fundición que, con las paredes, soportan el peso de los doce tanques y las 72.000 toneladas de agua que pueden contener. El estilo arquitectónico del edificio es del renacimiento francés y los paramentos de mucho lujo. Las paredes han debido construirse con gran solidez, tratándose de un edificio que mide cerca de cien metros de costado y tiene veinte metros de altura hasta la parte superior del parapeto, sin que sus paredes tengan otro punto de apoyo que el de los ángulos, y expuesto a la acción del viento que suele soplar con gran intensidad. Por esta razón se han construido torres macizas en los cuatro ángulos y en el centro de cada costado, agregándose, además, contrafuertes exterior e interiormente. Las paredes descansan sobre un lecho de hormigón, que se extiende a toda el área del edificio y sobre el cual apoyan también las columnas y paredes interiores (...) Las paredes están construidas con ladrillos prensados, seleccionados, con mortero de arena y cemento Portland. Las paredes exteriores están revestidas con trozos de terracotta, que forman una ornamentación muy rica. El número de trozos es de 170.000, de formas y colores muy variados, sin contar 130.000 ladrillos barnizados. Los doce tanques son aproximadamente de las mismas dimensiones, es decir, 41 metros de costado y 3,96 m de profundidad, con una capacidad

La provisión en las localidades más alejadas Los pozos semisurgentes de Belgrano y Flores Como hemos visto al hablar del Plan de Obras para el Radio Nuevo, proyectado a partir de 1906, y aprobado dos años después, el ensanche de las obras de saneamiento a nuevos barrios hizo necesario construir instalaciones de mayor envergadura que las previstas por Bateman para el Radio Antiguo. Para mejorar el servicio en este último, se tuvieron en cuenta las zonas de edificios de mayor altura, en los que la presión del agua era insuficiente. Este problema de vieja data comenzó a verificarse cuando en 1894 se produjo la apertura oficial de la Avenida de Mayo y, paradójicamente, la habilitación del Gran Depósito Distribuidor de avenida Córdoba.20 68

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Planos de la casa de máquinas y calderas del pozo semisurgente de Flores, proyectado en 1898. (Archivo Planos Gabinete Heliográfico, Aguas Argentinas).

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Planos de la casa de máquinas y calderas del pozo semisurgente de Flores, proyectado en 1898. (Archivo Planos Gabinete Heliográfico, Aguas Argentinas).

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Hacia 1908 el panorama de la provisión ciertamente no era muy alentador. Las falencias afectaban tanto a los nuevos loteos de la periferia, que impulsados por una especulación inmobiliaria desmedida carecían de los servicios esenciales, hasta otros barrios tradicionales como Belgrano y Flores, que continuaban abasteciéndose de pozos semisurgentes. Además, aun en la Capital quedaban 350.000 habitantes que carecían de agua para los usos más indispensables, y perforaban pozos en cada casa o bien continuaban comprándola a los aguateros por un costo 10 a 15 veces mayor que la suministrada por el Gobierno. En el distrito de Belgrano, al comienzo, la provisión de agua había tenido su fuente en el Río de la Plata, pero cuando la Comisión de Obras de Salubridad se hizo cargo de la explotación, la sustituyó por dos pozos semisurgentes con equipos de bombeo que podían proveer hasta 6.000 m3 en 24 horas. El primer pozo se ubicó en las calles Arcos y José Hernández, con un tanque de distribución de 1.000 m3 y un edificio de oficinas. En 1909 se construyó un tercer pozo independiente, para proveer la parte baja del distrito, atendiendo que el consumo en Belgrano había aumentado de 204.250 m3 en 1891, a 444.630 m3 en 1900. En Flores la situación era similar. El primer pozo semisurgente se instaló en la esquina de Granaderos y Bacacay, en donde se ubicó una usina a vapor para accionar el equipo de bombeo, y un tanque de distribución de 1.000 m3. Este pozo se habilitó en 1903, y en 1909, se terminó la perforación del segundo, aumentando la provisión a 3.000 m3 diarios.21

Antiguo pozo semisurgente en el barrio de Belgrano, a comienzos de siglo (demolido). (Archivo CEDODAL)

Aún a comienzos de siglo, las zonas más alejadas de los centros urbanos presentaban formas de provisión de agua bastante precarias. (Archivo CEDODAL)

Los grandes depósitos de Caballito y Villa Devoto El agua, del centro a los barrios y viceversa Pero la escasa capacidad de respuesta ante el consumo creciente, y las posibles contaminaciones de napas, ponían serios límites a estas soluciones. Era preciso entonces adoptar sistemas de provisión más eficaces y seguros. Para ello, el Plan de 1908, planteó la construcción de un nuevo Establecimiento Purificador en Palermo, la ampliación del servicio de la Planta de Recoleta, un nuevo túnel y torre de toma, mayores extensiones de redes de distribución, y la construcción de dos grandes depósitos de reserva en zonas con cotas de 38 m, ubicados en barrios periféricos de la Capital. Uno de ellos se emplazó en el Oeste porteño, en el antiguo barrio de Caballito. Se pensaba que este depósito podría ser inaugurado en el verano de 1914-15, y para su construcción debió adquirirse una manzana comprendida entre las calles Río Cuarto (hoy Pedro Goyena), Beauchef, José María Moreno y Don Cristóbal (hoy Valle), a un costo de $ 1.134.075,87 m/n. 71

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Imagen del Depósito Caballito, a poco de su inauguración en 1915, en un barrio con calles de casas bajas y arboladas, aun lejos del crecimiento urbano posterior.

Planta del Depósito de Caballito, a nivel de las bases de la estructura de hierro interior. Año1912. (Archivo Planos Gabinete Heliográfico, Aguas Argentinas)

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Otra vista del Depósito Caballito

El otro depósito fue emplazado en Villa Devoto, un barrio nacido por iniciativa del acaudalado inmigrante italiano Antonio Devoto, quien en 1888 había encargado al ingeniero Juan A. Buschiazzo el trazado de la villa. En el mismo año se inauguró la estación del Ferrocarril de Buenos Aires al Pacífico, y la zona se fue urbanizando con lujosas quintas y caserones. El sitio elegido fue la manzana delimitada por las calles Mercedes, San Roque (hoy Pedro Varela), Tres Cruces (hoy Francisco Beiró) y Gualeguaychú, cuyo costo fue de $ 473.564,40 m/n.22

Reja perimetral de hierro fundido de la firma W. Macfarlane & Co. de Glasgow, en el Depósito Caballito. (Foto Jorge Tartarini)

Las cañerías de agua filtrada llegaban a estos tanques desde las bombas impelentes del Establecimiento Palermo, con un largo de 10 km en el caso de Caballito, y de 11,3 km en Villa Devoto. Los dos depósitos fueron proyectados por el Departamento Técnico de Obras Sanitarias de la Nación, siguiendo el diseño general del Gran Depósito de avenida Córdoba, aunque sin su lujo ni ornato y con modificaciones menores en la estructura metálica interior. Cada uno contaba con doce grandes tanques de acero, de cuatro metros de altura y 6.000 m3 de capacidad, distribuidos en tres pisos y sostenidos por columnas de hierro.

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Plano de fachada del Depósito Villa Devoto. Ingeniero Antonio Paitoví. Año 1915. (Archivo Planos Gabinete Heliográfico, Aguas Argentinas)

En la otra página, arriba: Imágenes exteriores del Depósito Villa Devoto. Abajo: estructura metálica interior del Depósito Villa Devoto. (Fotos Jorge Tartarini)

Detalles de carpintería del Depósito Villa Devoto. Ingeniero A. González. Año 1914. (Archivo Planos Gabinete Heliográfico, Aguas Argentinas)

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Los caños que llegaban a los depósitos se reunían en dos grupos de cuatro cada uno, convirtiéndose en dos grandes caños que atravesaban subterráneamente todo el edificio, y aumentaban su diámetro hasta llegar a 1,50 m en la parte central. En el sector opuesto a la entrada, estos caños se bifurcaban desprendiendo en todas direcciones los conductos de distribución. En la parte central, los edificios contaban con ramales verticales que en forma de columnas llegaban hasta lo más alto de los tanques, uniéndose a éstos por ramales cortos y dispuestos de tal manera que podían utilizarse con total independencia unos de otros.

feccionado por los profesionales de la recién creada Obras Sanitarias de la Nación. Aún cuando en su aspecto general no llegaba a acercarse a la magnificencia y el lujo del Palacio de avenida Córdoba, continuaba su ordenamiento de volúmenes y su composición académica en general, resolviendo la envolvente exterior con materiales y técnicas más austeras. Los revestimientos de terracota tanto en Caballito como en Devoto fueron sustituidos por un severo revoque símil piedra París, aunque conservando un ordenamiento de vanos en las cuatro fachadas, similar a su antecesor. A pesar de las limitaciones ornamentales, no dejaron de utilizarse en las cubiertas las consabidas mansardas y las cresterías de zinc culminando faldones y cúpulas.

La red de cañerías maestras comprendía dos servicios: uno exclusivo para el Radio Nuevo, y otro para reforzar la provisión de agua del Radio Antiguo, especialmente -como señalamos- a los edificios de mayor altura de Avenida de Mayo, por encontrarse sus tanques 10 m más altos que los del Depósito de avenida Córdoba.

La parte metálica de ambos depósitos fue contratada en Londres por la Legación Argentina, previa licitación privada entre firmas de Inglaterra, Alemania, Bélgica y Francia. La firma adjudicataria fue The Cleveland Bridge Co. Ltd. La estructura para Caballito fue adquirida en 196.900 libras y la correspondiente a Villa Devoto en 264.500 libras. Los ramales para ambos fueron provistos por la fábrica de Head Wrightson Co. Ltd., y las rejas y ventanas de hierro por la fundición de Walter Macfarlane & Co., de Glasgow, Escocia.25

Como ya comentáramos, en 1914 las obras del Plan sufrieron un serio retraso debido a los efectos de la Primera Guerra. El conflicto interrumpió la importación de maquinarias y materiales indispensables para completar el sistema de abastecimiento de agua. El Depósito de Caballito, por ejemplo, debía haberse inaugurado en noviembre de ese año, pero por ese entonces se estaban haciendo las pruebas de llenado de tanques. Aunque se esperaba habilitarlo en enero de 1915, recién en febrero de este año se concluía el pintado interior de los tanques y se continuaba la colocación de los techos acabados de llegar de Europa. 23 La construcción de su gemelo, el Depósito Devoto, se encontraba en sus inicios, pues se habían ejecutado las fundaciones y las paredes hasta una altura de 12 m, habiéndose empezado a colocar las columnas de la parte metálica que también se habían recibido del Viejo Mundo.

El 25 de octubre de 1915 se habilitó el Depósito Distribuidor de Caballito, que recibía el agua proveniente de las líneas de impulsión del nuevo Establecimiento en Palermo. Aun no se encontraban en servicio los tanques del tercer piso que tenían como finalidad abastecer de agua a los edificios más altos sobre Avenida de Mayo y las avenidas comprendidas entre Pueyrredón e Independencia y el Río de la Plata. No obstante, el servicio de agua había mejorado considerablemente, y el mismo año fue desmontado el primer piso de tanques del Depósito de avenida Córdoba, debido a que los del nuevo depósito se encontraban a mejor nivel. 26 El Depósito de Villa Devoto fue terminado, probado con las cargas máximas y efectuadas las pruebas de vaciados de tanques para su pintura definitiva, a fines de 1916. Restaban construir la casilla del guardián, las oficinas, los cercos, veredas, etc., que fueron finalizados junto con la habilitación del Gran Depósito, el primero de diciembre de 1917.27

La construcción del Depósito de Caballito fue adjudicada por licitación pública a la empresa de Lavenás, Poli y Cía. -simultáneamente a cargo del nuevo edificio de bombas en Wilde- que firmó un contrato en marzo de 1912, con un plazo inicial de 26 meses, un presupuesto de $ 1.298.578,49 m/n y un costo final de $ 1.507.916,79 m/n. Por su parte en Devoto, la empresa a cargo del Depósito Distribuidor fue Wayss y Freytag S.A. -también adjudicataria de la cloaca máxima- contratada en octubre de ese año, con un plazo de obra de 24 meses, un presupuesto de $ 1.465.289,09 y un costo final de $ 1.482.235,11.24 El proyecto de la parte arquitectónica exterior había sido con76

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NOTAS

15. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1922. Buenos Aires, Imprenta O.S.N., 1923, p. 107.

1. Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado. Memoria sobre las obras de Salubrificación de la ciudad de Buenos Aires desde su iniciación hasta el año 1875. Buenos Aires, p. 13.

16. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1926. Buenos Aires, Imprenta O.S.N., abril de 1927, p. 130.

2. Carlos L. Gottifredi. “Cuándo fue iniciada en el país la fabricación de cemento”. En Boletín de Obras Sanitarias de la Nación. Buenos Aires, noviembre de 1943, N° 77, pp. 358-359.

17. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente a los años 1928 - 1929 - 1930 y 1931. Buenos Aires, Imprenta O.S.N., abril de 1932, pp. 51-52.

3. Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado. Memoria y presupuestos definitivos de las obras de salubridad. Año 1876. Buenos Aires, Imprenta de M. Biedma, 1877, pp. XX-XXI.

18. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas - Aguas Argentinas. El Palacio de Aguas Corrientes - Monumento Histórico Nacional. Buenos Aires, 1996, 86 págs.

4. Carlos L. Gottifredi. Op. Cit., p. 358.

19. Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Censo General de la Ciudad de la Capital Federal del 18 de Septiembre de 1904. Buenos Aires, 1905, pp. 355-356.

5. Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado. Memoria correspondiente al año 1875. Buenos Aires, Imprenta del Mercurio, 1876, p. 249.

20. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas - Aguas Argentinas. Op. cit., p. 71.

6. Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado. Memoria Año 1876. Op. cit., p. VII.

21. Orestes J. P. Cantaluppi. “Distribución de agua potable a la ciudad de Buenos Aires. Primeras Obras - Ampliaciones - Estado Actual.” En Boletín de Obras Sanitarias de la Nación. Buenos Aires, septiembre de 1939, N° 27, Año III, p. 256.

7. Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado. Memoria y presupuestos definitivos de las obras de salubridad. Año 1877. Buenos Aires, Imprenta de la Penitenciería, 1878, p. 57.

22. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1914. Buenos Aires, Establecimiento Gráfico de Martino, 1915, p. 86.

8. Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado. Memoria sobre las obras de Salubrificación de la ciudad de Buenos Aires desde su iniciación hasta el año 1875. Buenos Aires, p. 16.

23. Ibidem, p. 117.

9. Ibidem, p. 18.

24. Ibidem, cuadro N° 11.

10. Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado. Memoria y presupuestos definitivos de las Obras de Salubridad correspondiente al año 1876. Buenos Aires, Imprenta de M. Biedma, 1877, p. VIII.

25. Ibidem, cuadro N° 17. 26. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1915. Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, 1916, pp. 25-26.

11. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas - Aguas Argentinas. El Palacio de las Aguas Corrientes - Monumento Histórico Nacional. Buenos Aires, 1996, p. 38.

27. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1917. Buenos Aires, Tip. Casa de Moneda, 1918, p. 35.

12. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1915. Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, 1916, pp. 91-92. 13. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1917. Buenos Aires, Tip. Casa de la Moneda, 1918, p. 158. 14. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1918. Buenos Aires, Tip. Casa de la Moneda, marzo de 1919, pp. 151-152. 77

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Links > ir al índice > LA PLANTA DE LIQUIDOS CLOACALES DE PUENTE CHICO (WILDE) > El problema de los desagües cloacales y su dudoso destino. > 1882: Llega de Londres el proyecto para Puente Chico. > El funcionamiento cloacal. De la Capital hasta el Sur,

las canalizaciones eran comunes hasta alcanzar las cámaras separadoras. Cuando las lluvias superaban cierta intensidad horaria, los líquidos cloacales pasaban a cloacas interceptoras que entroncaban con una cloaca máxima, en tanto que las aguas de lluvia desaguaban al Río de la Plata por conductos de tormenta ubicados frente a la ciudad. Distinto fue el sistema adoptado en 1906 y en 1907 para los distritos bajos, como la Boca, Barracas, la zona ribereña y luego el Puerto, en donde los desagües se hacían por canalizaciones separadas y los cloacales eran elevados por bombeo hasta los ramales de la cloaca máxima.

pasando por un gran sifón.

> La finalización de un plan y el comienzo de nuevos problemas. > Otra cloaca máxima y la esperada modernización tecnológica.

Pero, nuevamente el proyecto definitivo para los desagües cloacales sufrió demoras, pues las opiniones estaban divididas entre quienes sostenían que la descarga de las aguas negras debía realizarse en el Río de la Plata, en un punto a mitad de camino entre Quilmes y la Boca del Riachuelo, y quienes pretendían destinarlas a riego. Recién en 1878 la Comisión aprobó la propuesta para que los líquidos cloacales se vertieran en el Río, en un punto más allá del pueblo de Quilmes, a través de una cloaca máxima de 25 km de longitud a partir del Riachuelo, canal que era atravesado por un sifón de hierro fundido de gran tamaño.1

CAPITULO VI LA PLANTA DE LÍQUIDOS CLOACALES DE PUENTE CHICO (WILDE) El problema de los desagües cloacales y su dudoso destino

En esos años, la eliminación de las aguas servidas desde cada casa no podía ser más precaria, pues eran arrojadas a los pozos negros de las letrinas y a pozos resumideros, con el consecuente peligro de contaminaciones y epidemias. Esta situación no era patrimonio exclusivo de los barrios humildes, pues también se verificaba en opinión del doctor Wilde, en los edificios públicos, “capaces de generar todo tipo de epidemias”. Desde el diario La Nación, este médico opinaba en 1880 sobre el antiguo edificio de la Bolsa de Comercio:

Los temores gubernamentales de dar a la población gran cantidad de agua sin ofrecer salida a las aguas servidas, se agudizaron con las epidemias de cólera de 1867/68. En estos años, el proyecto del sistema de provisión de aguas y cloacas proyectado por el ingeniero Coghlan -y aprobado por el gobierno en 1869- recomendaba la irrigación como mejor medio para deshacerse y utilizar los efluentes cloacales. Pero las opiniones sobre lo aconsejable no eran uniformes.

“es un establecimiento insalubre de primer orden; el olor que exhalan sus letrinas es insoportable. En cualquier país culto nuestra Bolsa de Comercio sería cerrada por orden municipal.”2

Como hemos visto al hablar del Establecimiento Recoleta, la ley de 1870 concedía a la Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado amplias facultades no sólo para construir las obras necesarias a la provisión de agua sino también las de desagües y cloacas. Pero, en aquel contexto, y cuando las naciones más adelantadas económica y socialmente habían comenzado obras de saneamiento a nivel urbano, era común que los legisladores bonaerenses -puesto que hablamos de una ley provincial- tuvieran dudas respecto del tipo de instalación del sistema cloacal, es decir, irrigación o purificación.

1882: Llega de Londres el proyecto para Puente Chico Cuando en 1880 se produjo la cesión del Municipio de Buenos Aires a la Nación, la primitiva Comisión se transformó en la Comisión Nacional de Obras de Salubridad, dependiente del Ministerio del Interior, y al año siguiente el ingeniero Bateman asumió nuevamente la dirección de los trabajos. Con el estudio del 16 Great George Street de Westminster en plena producción, la firma Bateman, Parsons y Bateman envió en 1882 el proyecto definitivo de las obras de salubridad, que comprendía, además de la provisión de agua, las

Desplazado el proyecto de Coghlan, el plan formulado en 1871 por su sucesor el ingeniero Bateman, proponía el desagüe cloacal y pluvial como un sistema combinado, en el que la mayor parte de 79

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construcciones de la Planta de Líquidos Cloacales que se ubicaría al sur del pueblo de Quilmes, en un paraje denominado Puente Chico, hoy Wilde.3

La construcción de desagües cloacales en las calles de Buenos Aires hacia 1884. (Museo del Patrimonio Histórico, Aguas Argentinas)

En Europa fueron licitadas las maquinarias y calderas, mientras que la construcción se adjudicó a la empresa de Antonio Devoto, firmándose en julio de 1883 el contrato correspondiente. Se establecía que la Comisión entregaría a Devoto para ser usado en las obras y sin cobrarle su costo: “Maquinarias de bombas; todas las piezas de terracota, los ladrillos para revestimientos de bombas cerca de Puente Chico; las baldosas encáusticas para las paredes y pórtico de la casa de máquinas; los ladrillos y la tierra refractaria para el cañón maestro de la casa de calderas del mismo. Todas las obras de fierro, las piedras sin labrar, las molduras de plinto, umbrales de ventanas y la parte amoldada de los arcos, todo de terracota, para el edificio de los separadores de la Sección Segunda; las piedras sin labrar, pizarras, obras de fierro para el depósito de carbón de la Segunda Sección y los ladrillos especiales para el plinto y la cornisa del mismo. Todo el material de fierro necesario para enrejados y portones de fierro del muro de circunvalación (...) Las máquinas, calderas, bombas, pescantes móviles y demás maquinarias y piezas de fierro en colocación o incluidas en motores,

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Arriba izquierda: Sitio del sifón del Riachuelo, con los puentes destruidos por las inundaciones de Setiembre de 1884. A la derecha: el sifón provisional montado sobre un puente de madera, que lo reemplazó hasta 1893. Imagen de los conductos cloacales atravesando el bañado de Quilmes. Año 1884. (Museo del Patrimonio Histórico, Aguas Argentinas)

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Fachadas de los edificios para calderas y bombas de Puente Chico (Wilde) proyectados por Bateman. Londres, 1882. (Museo del Patrimonio Histórico, Aguas Argentinas)

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Corte transversal y planta del edificio de bombas impelentes proyectado por Bateman. Londres, 1882. (Museo del Patrimonio Histórico, Aguas Argentinas)

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las exclusas, válvulas, aparatos de separación, techos, vigas y demás obras de fierro (...) Las cañerías y demás obras de fierro que deban emplearse desde la cloaca maestra interceptora hasta la desembocadura del Río de la Plata al Sur del pueblo de Quilmes”.3 Las obras se iniciaron a fines de 1883, año en que fueron adquiridas a la firma Easton & Anderson en Londres las máquinas de bombas y calderas, aunque recién tomaron impulso a partir de 1884. Como sucedió con la Planta de Recoleta y las redes de distribución en general, los trabajos de desagües cloacales se prolongaron más de lo esperado, y aún en 1887 no se había concluido el sifón del Riachuelo ni las cloacas domiciliarias. Tampoco habían sido terminados los desagües combinados del proyecto Bateman, ni los existentes habían sido útiles para evitar las inundaciones. Los altos índices de mortalidad debidos a las epidemias evidenciaban con crudeza estas falencias. Sobre los edificios del establecimiento de Puente Chico opinaba Wilde en 1885: “La construcción de estos edificios es muy sólida y su arquitectura de carácter serio; las caras exteriores se dejarán sin revocar, tomándose las juntas de los ladrillos. Para las molduras y los detalles delicados se ha empleado terra-cota”. 4 Estas piezas de terracota, al igual que las máquinas y el cemento, eran importados de Gran Bretaña, pero en la construcción en general se utilizó una importante cantidad de ladrillos de la fábrica que la Comisión de Salubridad tenía en San Isidro. En 1885, la Comisión Nacional de Obras de Salubridad para facilitar el transporte de materiales hasta Puente Chico solicitó que el Ferrocarril a la Ensenada construyera una estación a la altura del kilómetro 14, con el nombre de “Estación Wilde”, de suma utilidad para el establecimiento que estaba en plena erección. El ríspido intercambio de notas entre la Comisión y la empresa ferroviaria ofrece un panorama elocuente de las tensiones entre el Gobierno nacional y el provincial. 5 Dado el adelanto de las obras generales, el Gobierno en 1886 decide promulgar una ley que mandaba a construir las obras domiciliarias, que correspondían al interior de los edificios y su unión con las cañerías de las calles. En 1888 se acordó el arrendamiento de estos trabajos, entregándose su terminación a una empresa particular, y en marzo del año siguiente, se comenzó a conectar la red de cloacas con las obras domiciliarias, a cargo de la empresa The Buenos Aires 84

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En esta página: Ex casa del encargado del establecimiento Wilde. Pintoresquismo y tradición funcional, hábilmente conjugados. Londres, 1886. (Fotos Jorge Tartarini) En la otra página y arriba: La construcción del Establecimiento de Puente Chico hacia 1884. (Museo del Patrimonio Histórico, Aguas Argentinas)

Abajo: Vista posterior de la antigua casa de máquinas, donde se ubicaban las salas de calderas, hoy talleres. (Foto Jorge Tartarini)

Water Supply and Drainage Company Limited. Se suponía que los propietarios de las casas regularizarían su situación, presentando planos o proyectos, en menos de tres años. Pero el mal desempeño de esta empresa, y la crisis económica del ‘90 echaron por tierra estas desmedidas expectativas. En octubre de 1891 se habían aprobado más de 16.500 planos, pero las cloacas domiciliarias terminadas sólo alcanzaban a 4.366. 6 85

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En ambas páginas: El delicado trabajo decorativo y la formidable calidad de factura de las piezas de terracota, bordeando vanos de puertas, ventanas y el basamento de una esbelta chimenea de ladrillos. (Fotos Jorge Tartarini)

En 1888 fueron instaladas las primeras bombas elevadoras del Establecimiento de Puente Chico, adquiridas en Inglaterra en 1883. El segundo cuerpo de máquinas recién sería montado en 1894. Las salas de máquinas que albergaban estas bombas habían sido construidas por la empresa de Antonio Devoto en dos etapas, en 1888 y en 1898, y constaban de dos cuerpos similares que alojaban en conjunto cuatro máquinas a vapor de alta y baja presión. Cada máquina accionaba cuatro bombas y la capacidad total de la sala era de 20.000 m3 por hora. El vapor era generado por calderas con tubos de fuego del tipo Jarrow, con una presión de servicio de 90 libras por pulgada cuadrada.7

El funcionamiento cloacal De la Capital hacia el Sur, pasando por un gran sifón Al habilitarse en 1889 las obras de desagüe, dándose principio a la construcción de las cloacas domiciliarias, quedaban sin realizar las obras externas correspondientes a varios distritos, de los 30 en que estaba dividida la ciudad. Los límites de estos distritos estaban determinados por la configuración del terreno, y en la mayoría de ellos el desagüe se realizaba de la siguiente forma: las cloacas colectoras, instaladas generalmente en el centro de las calles, recibían las aguas servidas y también las de lluvia, por medio de las cloacas domiciliarias y los sumideros. Las cloacas domiciliarias admitían sus propias aguas servidas y las de lluvia que caían en cada propiedad. Los sumideros, por su parte, recibían el agua de lluvia de las calles y había cuatro por cuadra, dos en la mitad y dos en los extremos. Las colectoras estaban formadas por caños de barro cocido vidriado, en sus diámetros más pequeños, y en hormigón y albañilería de ladrillo prensado en los más grandes. A través de las cloacas colectoras, enlazadas unas con otras, las aguas llegaban hasta una cámara reguladora ubicada en el punto más bajo del distrito, en donde pasaban por una batea para llegar a la cámara interceptora. Cuando había lluvias mayores, las bateas se desbordaban y el agua de lluvia mezclada con las aguas servidas pasaban a los conductos de tormenta 86

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y por éstos al río. Las aguas servidas llegaban a la cloaca máxima por medio de las cloacas interceptoras. En todas las bocacalles existían bocas de registro para la inspección y limpieza de las colectoras, en donde desaguaban las cloacas domiciliarias por medio de caños de barro cocido (cloaca domiciliaria externa). En varios distritos era necesario bombear el agua servida para hacerla llegar hasta la cloaca máxima, especialmente en los ubicados en las zonas más bajas a lo largo de la ribera, donde fue preciso instalar casas de bombas. La cloaca máxima recorría la ciudad de norte a sur, desde su arranque en Pueyrredón y Las Heras hasta el Riachuelo, en donde un sifón invertido le permitía continuar su trayecto hasta el Establecimiento de Puente Chico. En este punto, los líquidos cloacales seguían bajando hasta los 8 m de profundidad en la cámara separadora, en donde se les privaba de todos los objetos extraños por medio de rejas que interceptaban su paso. Luego las máquinas elevaban los líquidos hasta 14 m de altura, por una triple hilera de caños de hierro fundido de 1 m de diámetro y 1.207 m de largo, volcándose éstos a la segunda sección de la cloaca máxima, formada por un conducto de poco más de 2 m de diámetro que llevaba los líquidos hasta Berazategui, atravesando Bernal, Quilmes y Ezpeleta. En Berazategui existía una cámara de enlace entre el conducto y los tres caños de hierro, que cruzaban el bañado y se internaban más de 500 m en el Río de la Plata.8 Cuando en 1891 la empresa arrendataria se retiró de las obras, la Comisión debió afrontar los trabajos pendientes de ejecución, entre los que se contaba el del sifón de la cloaca máxima a través del Riachuelo, una obra que tuvo alternativas diversas. La inundación de 1884, que destruyó los puentes de hierro del Ferrocarril a la Ensenada (luego Ferrocarril Sud) y el puente carretero existentes en el lugar donde se ubicaría el sifón, hicieron modificar su proyecto, colocándose mientras tanto uno provisorio, montado en cañerías sobre un puente de madera. Fue calculado para la evacuación de 8.000 casas -aunque llegó a abastecer 14.000 conexiones- y funcionó hasta 1893, año en que se puso en servicio el definitivo.9 87

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La Planta de Wilde con la nueva Casa de Bombas Elevadoras habilitada en 1919. Más atrás las chimeneas de las otras dos Casas proyectadas por Bateman en 1882. (Museo del Patrimonio Histórico , Aguas Argentinas)

La finalización de un plan y el comienzo de nuevos problemas En 1905 -cuando Buenos Aires llegaba al millón de habitantes- se concluyeron las obras del radio Bateman en sus 30 distritos, cubriendo un área de 2.593 has. incluidas las 590 del distrito Boca y Barracas, con los tres servicios provistos, de agua corriente, cloacas y desagües pluviales. Entre 1906 y 1908 se agregaron las 409 has. de Puerto Madero, totalizando 31 distritos, de los cuales 24 desaguaban por simple gravitación a la cloaca máxima. La población que en 1871 dentro del Radio Antiguo era de 200.000 habitantes, había pasado en 1905 a 600.000. Las obras proyectadas por Bateman 35 años antes eran, a poco de su terminación, insuficientes. Al igual que la limitada provisión de agua de la Planta Recoleta, el servicio de la Planta de Wilde era insuficiente para este volumen poblacional. Recordemos que la previsión de Bateman había sido un sistema para servir a 400.000 habitantes y no a más del doble como sucedía realmente. Acorde a esta realidad, el proyecto elaborado por el ingeniero González, aprobado por decreto del P. E. de setiembre de 1908, comprendía las obras necesarias para proveer de agua potable y desagües de aguas servidas a toda el área de la Capital situada fuera del Radio Bateman, a la vez que comprendía obras para mejorar el funcionamiento dentro de este último.

Las “huellas” de la fábrica de ladrillos de San Isidro en los pisos de la Planta de Wilde, un establecimiento que abasteció la mayor parte de las obras de saneamiento en la Capital y Gran Buenos Aires. (Foto Jorge Tartarini)

Se trataba de satisfacer las necesidades de un radio cinco veces más grande que el Antiguo, y se preveía abastecer una población de 6 millones de habitantes, con un sistema de servicios distinto al propuesto por Bateman, pues la red de desagües pluviales no recibía 88

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Izquierda y abajo: La Casa de Bombas de 1919, conocida como “Sala Diesel”. En 1927 sus bombas elevadoras Worthington fueron reemplazadas por electrobombas verticales con motores Skoda. (Fotos Jorge Tartarini)

a los cloacales en ningún punto de su recorrido. El proyecto comprendió la construcción de una segunda cloaca máxima, con sus ramales y correspondiente sifón bajo el Riachuelo, una nueva casa de elevación de líquidos cloacales en Wilde y la red colectora del Radio Nuevo. Para ello, se dividió a este último en 24 grandes distritos, de los cuales 11 desaguaban por simple gravitación a la cloaca máxima por medio de ramales y los 13 restantes lo hacían a un pozo central desde donde se elevaban al ramal de la cloaca máxima más próxima. Para cruzar el Riachuelo se construyó un nuevo sifón, y en el Establecimiento de Wilde se proyectó una nueva casa de bombas para impulsar los líquidos por tres hileras de caños hasta una loma existente a 1 km donde se ubicaría la cámara de válvulas (enlace) con un conducto de 3 m de diámetro, paralelo al de la primera cloaca máxima y desembocando a 600 m frente a Berazategui.10 Hacia 1912, para la elevación hasta la cloaca máxima de los líquidos cloacales recogidos en los distritos bajos había cuatro estaciones principales de bombas, con motores eléctricos y una a vapor, y 17 estaciones secundarias en la Boca y Barracas, con bombas hidráulicas automáticas, abastecidas por una central de generación de fuerza hidráulica en Casa Amarilla. Más adelante, entre 1932 y 1935 estas bombas fueron sustituidas por ejectores hidroneumáticos independientes para cada pozo, desmontándose la usina y en su local pasó a funcionar la imprenta de OSN. También en 1912 se reforzaron las instalaciones de la sala de máquinas agregando dos bombas centrífugas de 5.000 m3 horarios de capacidad cada una, acopladas a motores de alta y baja presión. 89

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La impulsión de los líquidos se efectuaba por una triple línea de caños de hierro fundido de 1.07 m de diámetro hasta la cámara de carga situada a 1.207 m.11

Para dirigir el efluente de la primera cloaca máxima a la nueva casa se construyeron enlaces entre ambas cloacas (1ra. y 2da.).12 Las principales obras de este plan -con interrupciones por los efectos de la Primera Guerra- se terminaron en 1922, año en que el índice de mortalidad general era de 13,5 por mil, y el de tifoidea de 8 por cien mil. Las dos cloacas máximas existentes -con diámetros de 2,07 m a 2,28 m y 3,00 m- se vinculaban dentro de la ciudad por una cloaca máxima intermedia -de 2,50 m de diámetro- y cruzaban el Riachuelo mediante sendos sifones.

A fines de 1914 se encontraba en construcción avanzada el edificio para la nueva casa de bombas elevadoras, prevista en el Plan de 1908, y ya había sido contratada en Inglaterra la maquinaria que debería ser entregada y montada a mediados del año siguiente. También en aquel año comenzaba a considerarse la posibilidad de utilizar hornos incineradores para eliminar los residuos extraídos de las rejas, dejados hasta entonces en zanjas a cielo abierto, como efectivamente aconteció en 1915. En mayo de este último año se habilitó la segunda cloaca máxima hasta Wilde. En 1917 se encontraban montadas y en explotación las cuatro nuevas máquinas elevadoras contratadas con la firma James Simpson y Cía, terminado el nuevo sifón bajo el Riachuelo y habilitado en diciembre de ese año el conducto de enlace entre las dos cloacas máximas, denominado cloaca máxima intermedia. Al habilitarse en 1919 la nueva casa de máquinas, construida siguiendo el plan de obras del Radio Nuevo, las antiguas bombas del Radio Antiguo quedaron fuera de servicio.

Otra cloaca máxima y la esperada modernización tecnológica Aunque los índices de mortalidad habían bajado respecto de años anteriores, el aumento insospechado de la población determinó que se formulara un nuevo proyecto, esta vez bajo la dirección del ingeniero Antonio Paitoví. En lo referido a los líquidos cloacales, el Plan de 1923 comprendía la construcción de cañerías colectoras cloacales, ramales de cloaca máxima, una nueva cloaca máxima 90

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NOTAS

Plano del Establecimiento Wilde con las ampliaciones proyectadas dentro del plan para una población de 6 millones de habitantes. Año 1923. (Archivo Planos Gabinete Heliográfico, Aguas Argentinas)

1. Alfonso H. Diz. Historia de Wilde. Buenos Aires, Ediciones Dunken, 1995, p. 48. 2. Julio Vela Huergo. “Síntesis histórica de la acción higiénica y urbana de Obras Sanitarias de la Nación. Con especial referencia a la ciudad de Buenos Aires”. En Primer Congreso Argentino de Urbanismo realizado en Buenos Aires los días 11 a 19 de octubre de 1935. Buenos Aires, 1937, T. II, p. 35. 3. Alfonso H. Diz. Op. cit., pp. 53-54. 4. Eduardo Wilde. Curso de Higiene Pública. Buenos Aires, Imprenta y Librería de Mayo, 1885, p. 180. 5. Comisión Directiva de las Obras de Salubridad de la Capital. Memoria correspondiente al año 1885. Buenos Aires, Imprenta de la Tribuna Nacional, 1887, pp. 539-548. 6. Dirección General de Obras de Salubridad de la Nación. Memoria presentada a S.E. el Sr. Ministro de Obras Públicas. Año 1902. Buenos Aires, Imprenta de M. Biedma e hijo, 1903, pp. 26-27. 7. Silvio J. Arnaudo. “La primera cloaca máxima de la ciudad de Buenos Aires. Su reparación terminada en 1938”. En Boletín de Obras Sanitarias de la Nación. Buenos Aires, mayo de 1939, Año III, Nº 23, p. 501.

(3ra.) con su sifón para cruzar el Riachuelo, que permitiría extender el servicio a todo el Municipio. Esta nueva cloaca además tenía como misión, a través de diversos enlaces, aliviar el trabajo de las otras dos ya entonces sobrecargadas.13

8. Municipalidad de Buenos Aires. Censo General de la Ciudad de Buenos Aires del 11 al 18 de Septiembre de 1904. Buenos Aires, 1906, pp. 362-363. 9. Dirección General de las Obras de Salubridad de la Nación. Op. cit., p. 25.

En 1928 se habían desmontado en Wilde las cuatro máquinas a vapor instaladas en 1915 colocándose en su lugar grupos de electrobombas, y la maquinaria generadora de energía eléctrica se había terminado de montar. El desarrollo de la red cloacal hacia 1935 -aún sin la 3ra. cloaca máxima construida- era de casi 2.550 km., de los cuales 507 pertenecían al Radio Antiguo. Los ramales de las dos cloacas máximas, en Capital y Provincia, totalizaban 162 km., de tal modo que la longitud total excedía los 2.710 km.14

10. Obras Sanitarias de la Nación. Proyecto de Saneamiento del Territorio de la Capital Federal. Memoria Descriptiva. Buenos Aires, Establecimiento Gráfico Dufour, 1908, p. 63. 11. Silvio J. Arnaudo. Op. cit., p. 501. 12. Ibidem, p. 508. 13. Obras Sanitarias de la Nación. Saneamiento del Territorio de la Capital Federal. Proyecto de ampliación de los servicios de agua y cloacas para una población de 6.000.000 habitantes. Buenos Aires, Imprenta de O. S. N., 1924, p. 84.

Al finalizar la década de 1930, en Wilde funcionaban cuatro rejas separadoras y cuatro grupos de electrobombas para la elevación de los líquidos hasta el nivel que permitiera su descarga en el río. Cada grupo contaba con una bomba centrífuga capaz de elevar 17.000 m3/hora, provistas por la fábrica Worthington Pump and Machinery Corporation y los motores eléctricos por la firma General Electric.

14. Obras Sanitarias de la Nación. Reseña General, Histórica, Descriptiva y Estadística. Buenos Aires, mayo de 1935, p. s/nº. 91

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una extensión original de 14 ha y había sido entregado por el Gobierno Nacional en virtud de lo dispuesto por la Ley Nro. 6385.2 Frente a él se construyó una nueva Torre de Toma, hexagonal, de mampostería hidráulica, con una capacidad de 1.600.000 m3/diarios, de la que partía el túnel de toma de 3 m de diámetro y 1.245 m de largo, 1.000 de los cuales fueron bajo el río. El revestimiento interior del conducto era de hierro fundido, sistema adoptado en los túneles construidos entonces en Londres y Nueva York; y terminaba en una cámara junto al edificio de las bombas elevadoras. De esta cámara partían caños de 1,50 m de diámetro que conducían el agua a los pozos, y de aquí era aspirada por un par de bombas centrífugas acopladas a motores de vapor. Para su elevación se habían instalado cuatro bombas y seis calderas, previendo que el edificio podría albergar hasta seis bombas y diez calderas. La chimenea capaz de abastecer esta decena de calderas tenía una altura de casi 50 m y un diámetro interno de 1,90 m en la parte superior. El agua elevada por las bombas se descargaba en una cámara abierta junto al edificio, y de allí pasaba a otra cámara donde se le agregaba el coagulante. Luego era enviada a los distintos depósitos de asiento, que en sus primeros años fueron cuatro, de más de 100 m de largo y 96 m de ancho, con una profundidad superior a los 6 m. Al salir el agua de estos depósitos, por medio de cuatro caños de 1 m de diámetro cada uno, se reunía en una cámara abierta de distribución y de esta cámara, por otros caños, el agua se remitía a cada grupo de filtros.

CAPITULO VII LA PLANTA SAN MARTIN EN PALERMO Agua para 6 millones de habitantes El nacimiento de este formidable Establecimiento se remonta a 1906 cuando la Oficina Técnica de la Comisión Nacional de Obras de Salubridad decide encarar un vasto proyecto de saneamiento para una población de 6 millones de habitantes, comprendida en los límites del Radio Antiguo y del Radio Nuevo de la Capital Federal. El ambicioso plan, coordinado por el ingeniero Agustín González, fue concluido y aprobado en Agosto de 1908 y fue inaugurado oficialmente durante los festejos del Centenario de 1910. Por distintas circunstancias, los trabajos recién cobraron impulso constructivo a partir de 1912, cuando se constituyó el primer Directorio de Obras Sanitarias de la Nación. El citado Plan contó con un presupuesto de $ 18.000.000 m/n, de los cuales $ 12.550.000 m/n correspondían a la construcción de filtros, depósitos, bombas, edificios y cañería interna de la nueva planta purificadora. 1

Estos filtros entonces eran siete, de 105 m de largo por 70 m de ancho y 4 m de profundidad, con una capa filtrante de 2 m de espesor formada por distintas capas de arena fina, de arena gruesa, piedra pequeña y piedra gruesa sobre el piso. Al llegar el agua al fondo del filtro, recorría por un drenaje de ladrillos hasta unas canaletas colectoras, de donde pasaba a las cámaras reguladoras de filtración y de éstas a las reservas de agua filtrada. Estas cisternas o reservas estaban debajo de los filtros, de los depósitos de clarificación, e inclusive debajo de las canchas de arena y del depósito de combustible, con una capacidad total de 285.000 m3. Las formas constructivas de los depósitos bajo los filtros recordaban las grandes obras de ingeniería de la antigüedad romana, pues el techo de éstos -es decir el piso de los filtros- estaba formado por una serie de bóvedas sobre arcos y pilares de mampostería de notable calidad de factura.

El lugar elegido para su emplazamiento fue un predio vecino al Parque 3 de Febrero, donde se encontraba el vivero municipal y donde se hallaban desde hacía algunos años las máquinas elevadoras auxiliares del Establecimiento Recoleta, a orillas del Río de la Plata, entre la calle La Pampa y el Tiro Federal. El predio ocupaba

De cada depósito salían dos caños que enviaban el agua a un colector general que la conducía hasta los pozos de aspiración de las bombas impelentes. Estas estaban ubicadas en un edificio con dos salas, una para las bombas y motores y otra para las calderas. Había ocho juegos de bombas y motores con una capacidad para elevar 2.790 m3 por 93

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hora cada uno. De ellos partían los caños de impulsión de 1,10 m de diámetro hacia los depósitos de Caballito y Devoto. En este caso, la chimenea llegaba a los 60 m de altura y casi 3 m y medio de diámetro superior, y estaba calculada para una capacidad de 12 motores y bombas, previstas para instalar más adelante en el edificio.3

Plano del proyecto original, aprobado en 1908, que muestra la organización funcional adoptada desde un comienzo en la Planta Palermo: un eje longitudinal con filtros y depósitos de decantación a ambos lados, pero aun sin el acceso a través del arco actual ni los terrenos ganados sobre el lado Este. Obsérvese la antigua casa de bombas elevadoras auxiliares preexistente que enviaba el agua hasta el Establecimiento Recoleta. (Archivo Planos Gabinete Heliográfico, Aguas Argentinas)

La construcción de los filtros de reserva y de la nueva Torre de Toma fue adjudicada a la empresa de la firma Roversi, del Bono y Cía.; la de los depósitos de decantación a Fernández Poblet y Ortúzar; la de los edificios para bombas impelentes y elevadoras a Broggi Hermanos; los edificios para el personal y muro de cerco perimetral a Carlos H. Martini. La cámara intermedia y el túnel subfluvial, obras que ofrecían mayores dificultades de ejecución, fueron concertados con la Societé des Grands Travaux de Marseille. El revestimiento metálico del túnel fue contratado por la Legación Argentina en Londres, a través de una licitación privada, junto con las maquinarias, cañerías y otros materiales que todavía no se fabricaban en el país.4

En la otra página: El primer momento del proceso de construcción de la Planta Palermo, durante la década de 1910. Un esfuerzo constructivo singular y de avanzada a nivel continental. ( Museo del Patrimonio Histórico, Aguas Argentinas)

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Vista aérea del Establecimiento Palermo a comienzos de la década de 1930, con la mayoría de las construcciones terminadas, y amplios espacios verdes parquizados (Archivo Planos Gabinete Heliográfico, Aguas Argentinas) Plano de fachada del Laboratorio de la Planta Palermo, inaugurado en 1929. (Archivo Planos Gabinete Heliográfico, Aguas Argentinas)

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A la vez que se construían estas obras y se ampliaban las instalaciones de la Planta Purificadora de Recoleta, en 1909 el Ministro de Obras Públicas encargó a la Dirección de Obras de Salubridad estudiar la posibilidad de suprimir las instalaciones de esta antigua planta, para reemplazarla por la nueva a construir en Palermo. La Dirección informó que no existía inconveniente técnico alguno, pero para ello debía ser aumentada la capacidad de las bombas proyectadas en la nueva planta, terminar todas la obras previstas en ella y, también, el Depósito de Gravitación a construir en Caballito. 5 Y para todo esto, obviamente, aun faltaba mucho tiempo. En 1911, se habían completado las obras para oficinas, depósitos y cerco, hallándose muy avanzadas las restantes. A la vez, se comenzaron a recibir los materiales contratados por la Legación Argentina en Inglaterra, como los techos de los filtros con la firma A. y J. Main & Co. Ltd., las máquinas impelentes con la de James Simpson & Co. Ltd. y las elevadoras con Gwynnes Co. Ltd.4 A fines de 1912 la población que utilizaba los servicios proyectados por Bateman para 180.000 habitantes, era de 900.000 personas. Las ampliaciones previstas por la extinguida Comisión de Obras de Salubridad no habían podido efectuarse por razones económicas, quedando a medio hacer o sin ejecutar elementos fundamentales del sistema. La rigurosidad del verano de 1912 hizo que las reservas de agua filtrada de las cisternas de Recoleta llegaran al límite y “hubiera sido necesario poner a la población a ración de agua si en esas ocasiones se hubiera retardado un día más el cambio atmosférico salvador”. 5 La situación cambió en 1913, cuando se puso en servicio la primera sección de las obras de Palermo, con las dos primeras líneas de grandes cañerías de impulsión que alimentaban el norte, centro y sur de la antigua red de distribución. En tanto, las expectativas para los años venideros seguían traduciendo confianza en el futuro inmediato, todavía ajeno al inicio de la Primer Gran Guerra: “Y cuando en el verano de 1915-1916 entren en servicio todos los depósitos de decantación y los nuevos filtros de Palermo, las líneas restantes de grandes cañerías de impulsión, y el Gran Depósito regulador, de reserva y distribución de Villa Devoto, el más alto de los tres de igual capacidad que existirán entonces, la ciudad de Buenos Aires dispondrá de una provisión de agua que no será superada ni en cantidad ni en calidad por la de ninguna otra ciudad de su rango en el mundo, y que permitirá mantener, sin inconvenientes, el regimen civilizador de canilla de agua libre para los usos domésticos.”6

Algunos de los edificios levantados a fines de la década de 1920. Coherencia estilística exterior y, por dentro, indispensables adelantos tecnológicos. (Archivo de Planos Gabinete Heliográfico, Aguas Argentinas)

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Derecha: Planta del Establecimiento hacia 1932, con su conformación edilicia actual ya consolidada. Los adelantos técnicos se traducen en la aparición de nuevas construcciones como casas de bombas elevadoras e impelentes, central eléctrica, filtros rápidos, etc., aunque sin apartarse del estilo arquitectónico original. (Archivo Planos Gabinete Heliográfico, Aguas Argentinas)

La Planta Palermo y sus edificios: A. La Casa de Administración (1912. En 1919 se agrega el piso superior). (Foto Ernesto Sijerckovich) B. y B´. Antigua Casa de Bombas Impelentes y Sala de Calderas, 19101913. (Fotos Ernesto Sijerckovich)

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Los efectos de la Gran Guerra

incorporar 156.000 m3 adicionales de agua filtrada por día.12 Toda la cañería de hierro necesaria para estos trabajos fue fundida y torneada en los talleres de la Planta de Recoleta. La superficie total obtenida era similar a las de los mayores unidades de filtros rápidos existentes en distintas ciudades de Estados Unidos, y entre las mayores del mundo.13

La conflagración europea alteraría los tiempos de este eufórico optimismo, especialmente por la imposibilidad de concretar los empréstitos necesarios para solventar la ejecución de las obras, y por el retardo en las entregas de los materiales importados de Europa. Una muestra de los vientos ajenos al mundo de preguerra que soplaban por aquí, fue la puesta en servicio en 1913 de la nueva torre y Túnel de Toma, dos nuevos depósitos de decantación, dos filtros construidos sobre depósitos de agua filtrada, una estación de bombas elevadoras con cuatro máquinas funcionando, una estación de bombas impelentes con ocho bombas instaladas, dos grandes líneas de impulsión y una longitud total de cañería colocada de 323.894 m.7 Y todo esto sólo en Palermo, pues también continuaban las mejoras en la Planta Purificadora de Recoleta, que seguía creciendo.

La instalación de los filtros hizo necesario ampliar el plantel de máquinas impelentes, compuestas hasta mediados de 1921 por ocho bombas acopladas a motores Worthington. Por eso, como obra complementaria, se incorporaron dos grupos de bombas de la firma The Worthington Pump and Machinery Corporation, y acopladas a turbinas de vapor fabricadas por The General Electric Co. Las calderas tubulares con recalentadores, encargadas de producir el vapor necesario a las turbinas, eran de la firma The Babcok and Wilcox Co.14

En noviembre de 1913 se habían puesto en funcionamiento con carácter provisional un grupo de bombas centrífugas accionadas por motores eléctricos, hasta tanto llegaran las adquiridas en Inglaterra. Estas funcionaron hasta septiembre de 1914, cuando entraron en uso los grupos de bombas contratadas con la firma de James Simpson & Co.8 Durante este último año las inversiones y las actividades debieron, por la mencionada Guerra, reducirse al mínimo. El conflicto también determinó que para el accionar de las máquinas en Recoleta y Palermo comenzaran a utilizarse en 1915 sustitutos del carbón importado de las minas de Gran Bretaña, como leña, o bien petróleo crudo de Comodoro Rivadavia.9

Palermo en los años ´20 A fines de 1921 trabajaban en Palermo 170 operarios, mientras que en Recoleta lo hacían 400, hecho justificado por la cantidad de talleres y dependencias que seguía concentrando este viejo establecimiento. 15 Desde diciembre de 1922 comenzó la clorinación del agua que permitió disminuir la dosis de coagulante usado hasta ese momento. Este servicio, ya utilizado por OSN desde hacía tres años en la ciudad de Córdoba, era empleado con éxito en distintas ciudades de Europa y Estados Unidos16 En el mismo mes se dio término en todos sus detalles a la primera batería de filtros rápidos y a la transformación de los dos primeros depósitos de decantación.

En abril de 1917 había comenzado la producción de sulfato de alúmino férrico en la fábrica montada en el Establecimiento Recoleta, y desde esa fecha se comenzó a inyectar al agua el coagulante elaborado en el país. Su uso en Palermo, comenzó en julio del mismo año.10

Durante 1923, como vimos al hablar de Recoleta, se redactó un Plan general de obras para ampliar los servicios de agua y cloacas a una población de 6.000.000 de habitantes, es decir, poco más del triple de la que contaba entonces la Capital Federal. Se esperaba que la urbe alcanzara esta cifra luego de 40 años. La ejecución de este plan era imprescindible para evitar las deficiencias que habían sido previstas para el verano de 1924-25, si no se lograban habilitar, por lo menos, una batería de filtros rápidos y las nuevas máquinas elevadoras e impelentes contratadas para la Planta de Palermo. La construcción de los edificios que las albergarían debía producirse en la zona del ensanche de sus terrenos.

Otra innovación importante en el nuevo establecimiento purificador fue la instalación de una usina eléctrica, habilitada en agosto de 1917, que suministraba energía no sólo a la propia planta sino a seis casas de bombas de los distritos bajos, y a la fábrica de coagulante y las bombas elevadoras de Recoleta. Estaba compuesta por tres grupos de motores Sulzer-Diesel a petróleo crudo, y un alternador Oerlikon. 11 Al llegar a 1919, la mayor parte de las obras previstas en el Plan de 1908 habían sido concluidas. Aunque para continuar incrementando la capacidad de provisión de agua potable eran necesarios nuevos filtros rápidos. Su puesta en funcionamiento en septiembre de 1921-pese a que estaban en construcción desde 1919-, permitió

Para poder alcanzar un servicio de 3.000.000 m3 diarios, era preciso construir un nuevo túnel y Torre de Toma a 1.800 m de la ribera, y 100

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E C. D. y E. Paredes de los filtros, 1912 - 1928. (Fotos Jorge Tartarini) F. Bombas Impelentes Principales, 1927. (Foto Jorge Tartarini) G. Talleres, 1927. (Foto Jorge Tartarini) F

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I H. Canal colector. (Foto Jorge Tartarini)

I. Museo y réplica de la primer casa de bombas que tuvo Buenos Aires, inaugurada en 1869 en el bajo de la Recoleta. Demolida en 1933, Obras Sanitarias de la Nación decidió rendir homenaje a su importancia histórica construyendo una similar en la Planta Palermo, y colocando en el interior su maquinaria original. (Foto Jorge Tartarini)

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ampliar la extensión del Establecimiento para aumentar su capacidad, con nuevas cámaras de carga, y nuevos filtros rápidos transformando cada una de las secciones de los existentes del tipo inglés, en otras tantas baterías de 8 filtros rápidos o mecánicos, de la misma forma en que ya se había hecho con el que se encontraba en servicio desde 1921. También eran necesarios 4 nuevos grandes depósitos de gravitación ubicados en los puntos más altos de los barrios a servir, y sustituir las cañerías de impulsión, que desde Recoleta alimentaban el Radio Antiguo, por otras a instalar en Palermo.17 Este plan general no fue considerado en su momento, y debió ser reemplazado con uno provisional para atender las necesidades más apremiantes durante 3 ó 4 años más. Este último recién se sancionó en agosto de 1926, y preveía trabajos hasta 1930, comprendiendo la eliminación del Establecimiento Recoleta y las obras necesarias en Palermo para reemplazarlo. A fines de 1928 quedaron terminadas en Palermo todas las instalaciones capaces de proveer de agua al consumo de la ciudad, quedando fuera de servicio en octubre de ese año la Planta de Recoleta. La estación de bombas elevadoras eléctricas, con sus pozos de aspiración en conexión con el túnel subfluvial y las cámaras de descarga de las bombas, también habían sido terminados, por lo que quedaron fuera de servicio las antiguas bombas centrífugas a vapor que funcionaban en la primitiva casa de bombas elevadoras. Con un canal colector de agua decantada de 350 m de longitud y baterías de filtros rápidos en plena transformación y ampliación, Palermo había remozado sus instalaciones de tal forma que había logrado capacidad suficiente para suministrar más de 1 millón de m3 de agua por día.18 El edificio de la central eléctrica, también habilitado en 1928, tenía cuatro grupos electrógenos de 4.000 kw cada uno, con sus respectivas calderas generadoras de vapor. Por su parte, el edificio de las bombas impelentes, con sus máquinas asentadas a 5,50 m por debajo del nivel del terreno, poseía diez grupos de electrobombas, tres de los cuales estaban destinados a reemplazar la provisión desde el Establecimiento Recoleta.19 J

Hasta 1928 el contralor de las aguas y líquidos residuales se efectuaba en el laboratorio de la Planta Recoleta. Al año siguiente se efectivizó la instalación de uno nuevo en el Establecimiento Palermo, considerado en aquel momento el más importante del país. El edificio contaba con dos pisos, sobre una planta de 48 x 24 m, dos patios posteriores y amplias terrazas. En la planta baja se encontraba la sección de Ensayos de Materiales, en el primero las secciones de Aguas y de Microbiología, y en el segundo la de Química General.20

J. Pórtico de entrada, 1928. (Foto Ernesto Sijerckovich)

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Provisión y crecimiento urbano: El Aglomerado Bonaerense

de alimentación se simplificaba, pues el agua se bombeaba directamente desde estos “ríos” a los depósitos, evitando su envío desde Palermo. 23

Hacia 1935 la población de Buenos Aires era de 2.248.900 habitantes, todos servidos por la provisión de agua potable, a razón de un consumo diario estimado en 397 litros. El Establecimiento Palermo tenía una extensión de 24 hectáreas, y su presencia en el Parque Tres de Febrero pasaba casi desapercibida, teniendo en cuenta la magnitud de sus instalaciones industriales. El efecto se lograba merced a los amplios espacios verdes parquizados que rodeaban el conjunto edilicio, a tono con la calidad paisajística ambiental del entorno, y también por el sobrio tratamiento ornamental de una arquitectura de singular coherencia estilística, si consideramos que el momento constructivo cubrió un período de más de 20 años.

Los antiguos límites jurisdiccionales que los planes de saneamiento habían considerado hasta entonces en sus previsiones, se encontraban en crisis. Fenómenos como las migraciones internas y el proceso de conurbación e industrialización creciente, habían transformado la realidad funcional de Buenos Aires, que estaba convirtiéndose en una verdadera megalópolis. Ahora debía servirse a una densa población concentrada alrededor de la capital, en una serie de localidades algutinadas en el denominado “Aglomerado Bonaerense”. En respuesta a esta nueva demanda, desde 1939 OSN comenzó a proyectar un plan general de saneamiento del Aglomerado, que contemplaba la construcción de dos plantas purificadoras al Sur y al Norte de la ciudad, al mismo tiempo que se ampliaban los servicios del Establecimiento de Palermo.24

En sus instalaciones coexistían entonces dos tipos de filtros, los lentos o ingleses, y los rápidos o norteamericanos, con una superficie filtrante cercana a los 40.000 m2. Funcionaban, además, otros edificios anexos como el de disolución de coagulante, la administración, la cocina y comedor de obreros, la planta de molienda de cal (antes de pasar a los filtros se añadía al agua decantada una lechada de cal) y más de 6 hectáreas de jardines.21

Hacia 1960, el Establecimiento Libertador General San Martín en Palermo, purificaba dos millones y medio de m3 de agua por día, para una población que excedía los cinco millones de habitantes. La “Fábrica de agua”, como la denominaba la Revista de OSN entonces, continuaba renovándose para afrontar nuevos desafíos, entre los que se encontraba la meta de alcanzar los cuatro millones de m3 por día. La premisa para lograrlo seguía siendo la misma: mejorar y ampliar el servicio para responder a las cambiantes exigencias de una de las capitales más populosas de América Latina. Afortunadamente, en este proceso de crecimiento se respetaron las características de la arquitectura y de los amplios espacios verdes parquizados que forman parte de la identidad del Establecimiento, desde su origen hasta el presente.

La capacidad que en 1924 fue de 450.000 m3, alcanzó en 1939 a 1.200.000 m3. Las ampliaciones continuaron sucediéndose y el establecimiento no dejó de modernizar los procedimientos para purificar el agua extraída del Río de la Plata, siguiendo el siguiente esquema: 1ra. Etapa: Coagulación. Agregado de coagulante (alúmino férrico). 2da. Etapa: Decantación. Asentamiento del agua en decantadores. 3ra. Etapa: Alcalización. Tratamiento con cal (hidróxido de calcio). 4ta. Etapa: Desinfección. Tratamiento con cloro. 5ta. Etapa: Filtración. Pasando por filtros rápidos con capas de canto rodado y arena. 6ta. Etapa: Amoniación. Tratamiento con amoníaco para eliminar excesos de cloro.22 Hacia 1949, luego de cumplir estos pasos, el agua era impulsada por conductos de hierro y de hormigón a los tres grandes depósitos urbanos de avenida Córdoba, Caballito y Villa Devoto. Además, un volumen de agua era impulsado como refuerzo de la provisión que hacían los pozos semisurgentes, a los pueblos ribereños, y a Avellaneda. En aquel año se estaban construyendo los denominados “ríos subterráneos”, a través de los cuales el agua por simple gravitación llegaba a la base de estos depósitos y a otro que se construiría en el barrio de Constitución. De esta manera el proceso

K. Un sector del Establecimiento con la chimenea del pequeño museo en primer plano. (Foto Ernesto Sijerckovich)

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Los jardines y su equipamiento original. (Fotos Jorge Tartarini) A. Fuente B. Garita

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C. Templete D. Pedestales B

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Pasado y presente en la Planta Palermo. Edificios históricos y nueva arquitectura en interesantes contrastes. Año 1996. (Fotos Jorge Tartarini)

Plano de la nueva Torre de Toma. Año 1923. (Archivo Planos Gabinete Heliográfico, Aguas Argentinas)

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NOTAS

18. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente a los años 1928-1929-1930 y 1931. Buenos Aires, Imprenta O.S.N., 1933, p. 7.

1. Dirección General de Obras de Salubridad de la Nación. Memoria presentada a S. E. el Sr. Ministro de Obras Públicas por Guillermo Villanueva. Director General. Año 1909. Buenos Aires, Imprenta M. Biedma, 1910, pp. 80-81.

19. “El nuevo Establecimiento para las Aguas Corrientes de la Capital Federal”. En El Arquitecto Constructor. Buenos Aires, Revista Quincenal, 16 de agosto de 1928, Nº 391, Año XX, p. 49.

2. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1914. Buenos Aires, Est. Gráfico de Martino, 1915, pp. 86-87.

20. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente a los años 1928-1929-1930 y 1931. Op. cit., pp. 190-191.

3. Primer Congreso Nacional de Ingeniería celebrado desde el 23 de Septiembre al 8 de Octubre de 1916. Relación general a cargo del Ingeniero Santiago Barabino. Buenos Aires, Talleres Gráficos de la Guía Expreso, 1917, pp. 423.

21. Obras Sanitarias de la Nación. Reseña General, Histórica, Descriptiva y Estadística. Buenos Aires, mayo de 1935, p. s/nº. 22. Rogelio E. Trelles. “El suministro de agua potable a la ciudad de Buenos Aires”. En Revista de Obras Sanitarias de la Nación. Buenos Aires, eneromarzo de 1949, Nº 130, Año XIII, p. 4.

4. Ibidem, p. 425. 5. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio corrrespondiente al año 1912. Buenos Aires, Imprenta de G. Kraft, 1913, p. 7.

23. Ibidem, p. 9. 24. “El Establecimiento San Martín llegará a producir más de 3.000.000 m3 de agua potable por día”. En Revista de Obras Sanitarias de la Nación. Buenos Aires, noviembre de 1952, Nº 148, Año XVI, p. 162.

6. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1913. Buenos Aires, Imprenta de G. Kraft, 1914, p. 11. 7. Ibidem, p. 13. 8. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1914. Buenos Aires, Est. Gráf. de Martino, 1915, pp. 66-67. 9. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1915. Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, 1916, p. 55. 10. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1917. Buenos Aires, Tip. Casa de Moneda, 1918, p. 28. 11. Ibidem, pp. 87-88. 12. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1921. Buenos Aires, 1922, p. 14. 13. Ibidem, p. 169. 14. Ibidem, p. 181. 15. Ibidem, p. 193. 16. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1922. Buenos Aires, Imprenta O.S.N., 1923, p. 133. 17. Obras Sanitarias de la Nación. Memoria del Directorio correspondiente al año 1926. Buenos Aires, Imprenta O.S.N., 1927, p. 4. 109

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intervención sugeridos. Este panorama es el que permitirá a la empresa establecer prioridades en las acciones dirigidas al adecuado mantenimiento de un vasto conjunto patrimonial que comprende los establecimientos San Martín en Palermo y de Líquidos Cloacales en Wilde, los grandes depósitos urbanos de Avenida Córdoba y los barrios porteños de Caballito y Villa Devoto, como también diversas casonas -hoy recicladas- y construcciones industriales, distribuidas en distintas zonas de Capital y Gran Buenos Aires. Como derivación importante de este trabajo, se realizará un Manual de Mantenimiento y Conservación, destinado a solucionar los problemas que presentan los edificios históricos con criterios y técnicas similares. Otras actividades de extensión y promoción del patrimonio histórico fueron -como señalamos en la publicación anterior- el montaje e inauguración del Museo del Patrimonio y la creciente presencia que el Programa va adquiriendo en diarios, revistas, radios, televisión y medios en general. Las visitas al Museo y los recorridos por el interior del Palacio de Avenida Córdoba, van ganando adherentes en la medida que aumenta el conocimiento de la calidad y singularidad de las piezas que alberga, y de un patrimonio industrial prácticamente desconocido entre los porteños en general.

CAPITULO VIII AGUAS ARGENTINAS Y LA PROTECCION DEL PATRIMONIO CULTURAL El interés por la protección y conservación del patrimonio cultural heredado no es un tema excesivamente novedoso para Aguas Argentinas. Desde 1995, esta empresa viene desarrollando múltiples actividades tendientes a evidenciar la importancia que adquiere este tema en sus actuales estrategias de comercialización y de comunicación con el cliente y la comunidad en general.

La realización de charlas, folletos explicativos, afiches, y la inclusión del Palacio en recorridos de turismo cultural tuvo efecto dinamizador, de la misma forma en que Aguas Argentinas ha incluido charlas sobre su patrimonio histórico en los diversos cursos de inducción, de actualización y de perfeccionamiento que habitualmente realiza para su personal. La idea fundamental es que sus integrantes tomen debida conciencia del papel que asume el patrimonio histórico en las actuales estrategias empresarias, como una tradición viva y omnipresente relacionada con la memoria, identidad y sabiduría acumulada por cada uno de sus integrantes desde su origen hasta el presente.

Estas actividades se desarrollan a través del Programa Patrimonio Histórico, un emprendimiento que es resultado directo de un Convenio formalizado entre la empresa y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Como se señala en la Introducción, esta publicación continúa la Serie iniciada en diciembre de 1996 con el libro “El Palacio de las Aguas Corrientes” y forma parte de los distintos proyectos y realizaciones encaradas por dicho Programa.

Tan importante como estas tareas, han sido las relacionadas con el ordenamiento y sistematización de los archivos de planos históricos existentes en el Palacio de Avenida Córdoba, un trabajo que ya ha tenido avances parciales, con la publicación del primer Catálogo de Planos para la consulta de investigadores e interesados en general. De esta manera, en forma permanente se trata de avanzar con trabajos de gabinete que, aunque no produzcan efectos externos inmediatos como los antes mencionados, son estrictamente necesarios para la conservación y recuperación de uno de los repositorios documentales más importantes del país.

En este marco se desarrolla el Proyecto de Relevamiento e Inventario de Edificios y Establecimientos de Valor Patrimonial que actualmente se hallan a cuidado de la empresa. En este trabajo, hoy concluido, se han seleccionado medio centenar de ejemplos -sobre un universo de más de 200- teniendo en cuenta sus valores históricos, testimoniales, estéticos, arquitectónicos y ambientales. La información contenida en las fichas ofrece un panorama del estado de conservación de los inmuebles, junto a niveles de protección e 111

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También han contado con numerosos participantes los Seminarios que el Programa ha organizado durante 1996 y 1998, en donde reconocidos especialistas locales e internacionales abordaron temas vinculados con la valoración, protección y recuperación del patrimonio industrial en el país, en Latinoamérica y Europa. No menos relevante ha sido la participación de Aguas Argentinas en la organización de la Mesa Redonda “Las Empresas y su Patrimonio Cultural” que se llevó a cabo en Setiembre de 1997 en la Biblioteca Nacional, donde organizaciones gubernamentales y no gubernamentales destacaron su meritoria -y pioneracontribución a la protección del patrimonio cultural de los argentinos. 112

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ARCHIVOS Y BIBLIOTECAS CONSULTADAS

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Archivo General de la Nación, AGN. Archivos a cuidado de la empresa Aguas Argentinas. Archivo Planos, Dirección General de Espacios Verdes, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires Biblioteca de Aguas Argentinas. Biblioteca del Museo de la Ciudad de Buenos Aires. Biblioteca Manuel Gálvez. Biblioteca Nacional. Biblioteca Técnica del Ministerio de Economía y Obras Públicas. Biblioteca de la Sociedad Central de Arquitectos. Biblioteca de la Sociedad Científica Argentina. Biblioteca del Centro Argentino de Ingenieros. Biblioteca de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, UBA. Biblioteca del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas, FADUUBA. Biblioteca de la Facultad de Ingeniería, UBA. Biblioteca de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, UBA. Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia. Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana. CEDODAL. Centro de Documentación e Investigación de la Arquitectura Pública, Ministerio de Economía, Obras y Servicios Públicos, CEDIAP. Galería Zurbarán. Area de investigación y documentación. Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires.

VIGARELLO, Georges. Lo limpio y lo sucio. La higiene del cuerpo desde la Edad Media. Madrid, Alianza, 1991. VIGGIANO, Roque - SANCHEZ, Alberto P. Descripción y construcción de las Cloacas domiciliarias. Buenos Aires, 1913. WAUTERS, Carlos. "Obras de salubridad de la Capital". La Ingeniería, Nº 18, enero, 1899. ---"Obras de salubridad de la Capital. Depósito distribuidor de aguas". La Ingeniería, Nº 16, noviembre, 1898. WILDE, Eduardo. Curso de Higiene Pública. 2a e., Buenos Aires, Imprenta y Librería de Mayo, 1885 WILDE, Eduardo. "Cosas viejas y menos viejas sobre medicina, higiene y obras de salubridad". Obras Completas. 1a. Parte científica, Vol. VI, Impr. Crete, Paris, (1917). WILDE, José Antonio. Compendio de Higiene Pública y Privada al alcance de todos; para el uso de las clases más avanzadas en los establecimientos de educación. Buenos Aires, Impr. J. A. Bernheim, 1868. YOUNG, Carlos. "El saneamiento domiciliario en la época del virreinato". Boletín de Obras Sanitarias de la Nación, N° 37, Julio, 1940. YOUNG, Carlos - SANTINI, Sadi. "El Consulado de Buenos Aires y la captación de aguas subterráneas". Boletín de Obras Sanitarias de la Nación, Nº 56, febrero, 1942.

Observaciones a. En la bibliografía y en las notas la grafía ha sido modernizada. b. Las publicaciones periódicas citadas han sido publicadas en Buenos Aires. c. La bibliografía complementaria puede verse en El Palacio de las Aguas Corrientes. Aguas Argentinas, Patrimonio Histórico 1. 119

AGUA Y SANEAMIENTO EN BUENOS AIRES. 1580-1930

AGRADECIMIENTOS Los autores desean expresar su agradecimiento a todas aquellas personas que contribuyeron a plasmar y jerarquizar el presente trabajo. Especialmente al personal de la empresa Aguas Argentinas que nos ha acompañado en las visitas a los edificios y lugares históricos aquí pormenorizados, contándonos sus experiencias y ofreciéndonos material cariñosamente atesorado. A todos ellos, muchas gracias. También merecen nuestro sincero agradecimiento las siguientes personas: Sra. Myriam Casals Sra. Amanda Cipolina Sr. Andrés Delbarba Prof. María Rosa Gamondés Sra. Dora de la Torre Dr. Miguel Unamuno Arq. Dora Castañé Instituto de Investigaciones Geohistóricas (IIGHI)

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AGUA Y SANEAMIENTO EN BUENOS AIRES. 1580-1930

Este libro se terminó de imprimir en septiembre de 1999, en «Marcelo Kohan / Impresión & diseño» José Cubas 4530, Buenos Aires, Argentina.

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