Actitud Ante La Muerte. Philippe Aries

UNIVERSIDAD DE LA CUENCA DEL PLATA PSICOLOGÍA EVOLUTIVA III: ADULTO – VEJEZ Bibliografía: Philippe Ariès: “Morir en Occi

Views 162 Downloads 10 File size 120KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

UNIVERSIDAD DE LA CUENCA DEL PLATA PSICOLOGÍA EVOLUTIVA III: ADULTO – VEJEZ Bibliografía: Philippe Ariès: “Morir en Occidente” Lic. Flavia Beltramo Bringas Philippe Ariès, realiza un recorrido histórico respecto a las diversas actitudes ante la muerte. “/…/ la actitud ante la muerte puede parecer casi inmóvil a través de larguísimos períodos de tiempo. Aparece como acrónica. Y no obstante, en determinadas ocasiones, intervienen ciertos cambios, lentos con frecuencia, y a veces desapercibidos, hoy más rápidos y conscientes”. En su libro “Morir en Occidente” plantea de qué manera se ha pasado lenta y progresivamente de la muerte familiar y “domesticada” de la Edad Media, a la muerte inhibida, maldita, de nuestros días. “Huir de la muerte es la tentación de Occidente”. En su recorrido histórico distingue: La muerte amaestrada, la muerte propia, la muerte ajena, la muerte prohibida/invertida. La muerte amaestrada La llama “muerte amaestrada” porque la muerte es familiar y cercana. Esta actitud cubre una larga serie de siglos que pueden sumar un milenio. Esta primera actitud es la más antigua y a la vez la más larga y la más común. Es resignación familiar al destino colectivo de la especie: “moriremos todos”. 

La gente espera la muerte en la cama, “yaciendo en la cama enfermo”.



La muerte era una ceremonia pública y organizada. Organizada por el propio agonizante que la preside y conoce su protocolo. Pública, porque la habitación del enfermo se convertía en un lugar público. La gente entraba libremente. Convenía que los pariente, amigos, vecinos y fundamentalmente los niños, estén presentes.



La familiaridad con la muerte es una forma de aceptar una de las grandes leyes de la naturaleza, no se pensaba ni en evitarla ni exaltarla, se la aceptaba. La muerte era parte del destino colectivo de la especie.



Se aceptaban y se efectuaban los ritos de la muerte con simplicidad y de forma ceremoniosa, sin dramatismos ni excesos de gestos emotivos.

1



A pesar de su familiaridad con la muerte, el mundo de los vivos exigía una separación del mundo de los muertos. “Honraban los sepulcros: nuestros conocimientos de las antiguas civilizaciones precristianas provienen en gran parte de la arqueología funeraria, de los objetos hallados en las tumbas. No obstante, uno de los fines perseguidos por los cultos funerarios consistía en impedir que los difuntos regresaran para perturbar a los vivos”. En Roma, por ejemplo, la ley de las Doce Tablas, prohibía los entierros en la ciudad, por ello los cementerios estaban situados fuera de ella. Luego, los muertos comenzaron a entrar a las ciudades, y a ser enterrados alrededor de las iglesias, por un deseo de estar enterrado junto a los santos. “ El espectáculo de los muertos, cuyos huesos afloraban a la superficie de los cementerios, como la calavera de Hamlet, no despertaba entre los vivos más sobresalto que la idea de su propia muerte. Tan familiares les eran los muertos como familiarizados estaban con su propia muerte”.

La Muerte propia (Edad Media: siglos XI al XVII) “No se trata de una actitud nueva que sustituya a la precedente, sino de sutiles modificaciones que poco a poco, habrán de conferir un sentido dramático y personal a la tradicional familiaridad que impera entre el hombre y la muerte”. Se producen una serie de fenómenos que introducen en la idea de la muerte como destino colectivo de la especie, el afán de la particularidad de cada individuo: 

La representación del Juicio final: Se impuso la idea de juicio final con pesaje de las almas. Cada hombre merece una sentencia de acuerdo al balance de su vida, la gente cree ahora en un más allá de la muerte. La idea del Juicio final va unido a la biografía individual.



Junto al lecho del agonizante: El juicio final se sitúa junto al lecho del que agoniza. La prueba consiste en una última tentación. Cada persona al morir presencia el curso entero de su vida, y según cual fuera la actitud en ese momento, la biografía alcanzaría su sentido definitivo. De esta manera, la solemnidad ritual de morir en la cama cobrará un cariz dramático, una carga emotiva que antes no tenía. El moribundo continúa siendo el centro de su propia muerte.

2



El “tránsido”: la aparición del cadáver que en el arte y la literatura era mencionado como el “tránsido” o la “carroña”. Se entiende ese horror de la muerte como un síntoma de amor a la vida.



Las sepulturas: Aparece una tendencia general de individualizar las sepulturas. Esta costumbre que se utilizaba en la antigüedad, de incluir el nombre, desapareció alrededor del siglo V, para reaparecer a partir del siglo XII. Resurgen las inscripciones funerarias: se pasó del completo anonimato a la inscripción e incluso al retrato realista (a las personas importantes se le hacía una mascarilla tomada de su propio rostro). Esta tendencia de individualizar la sepultura se traduce en un deseo de conservar la identidad y la memoria del difunto.

“El estudio de los sepulcros confirma lo que ya nos descubrieron los Juicios finales, las artes moriendi, los temas macabros: a partir del siglo XI, se establece una relación antes ignorada entre la muerte de cada uno y la conciencia que tomaba de su individualidad”.”En el espejo de su propia muerte, cada individuo redescubría el secreto de su individualidad”. El hombre se reconoce a sí mismo en su muerte: ha descubierto la muerte propia. Hasta el siglo XVIII la muerte era asunto de quien se sentía amenazado por ella y sólo suyo. Por eso correspondía a cada uno la propia expresión de las ideas, voluntades, su apego a seres queridos, etc, disponiendo para ello de un “testamento”. La Muerte ajena (siglo XVIII y XIX) A partir del siglo XVIII, el hombre de las sociedades occidentales tiende a considerar la muerte desde una nueva óptica: la exalta, la dramatiza y la presenta como algo impresionante y absorbente. Sin embargo, ya no se preocupa tanto por su propia muerte sino de la muerte ajena: se trata de la ausencia del otro. El acto de morir en la cama rodeado de familiares y amigos persiste, pero algo cambia. Una nueva pasión se apodera de los asistentes, la emoción los agita, lloran, rezan y gesticulan. “Está claro que la expresión del dolor de los que sobreviven responde a una nueva intolerancia ante la separación./…/ La simple idea de muerte ya altera el ánimo”. Durante el siglo XIX se produce una exageración del duelo. Ariés plantea que esto, tiene un significado: los que sobreviven tropiezan con más dificultades que antes a la

3

hora de admitir la muerte ajena. Por lo tanto, el miedo a morir no alude a la muerte propia sino a la muerte ajena. Se produce en el testamento la desaparición de las cláusulas piadosas incrementando la importancia del diálogo último: la hora de los últimos adioses, de las últimas recomendaciones. Surge el deseo de visitar el lugar exacto donde yace el cuerpo y la exigencia de que ese sitio perteneciera al difunto y su familia. La concesión de sepultura se convirtió en una forma de propiedad. La gente visitaría la tumba de un ser querido como quien va a ver un pariente a su casa, se adorna la tumba con flores, evocan al muerto y cultivan su recuerdo. La Muerte prohibida o invertida Desde la segunda mitad del siglo XIX, algo esencial ha cambiado en la relación entre el moribundo y su entorno. 

Se priva de su muerte al moribundo: El descubrimiento de que el propio fin estaba cerca ha sido siempre un momento desagradable pero que se aprendía a superarlo. El aviso formaba parte de los procedimientos habituales. Ahora, los que rodean al moribundo tienden a preservarlo ocultándole la verdad de su estado. La verdad empieza a ser un problema. El amor y el temor por hacerle mal y de protegerlo lo dejan en la ignorancia de su propio fin. Se admite que el deber del entorno es mantener al moribundo en la ignorancia de su estado. “El no sentirse morir ha sustituido al sintiendo su muerte cercana”. Evitar no solo al moribundo sino a la sociedad y a los que lo rodean, la emoción demasiado intensa provocadas por la agonía y por la presencia de la muerte en medio de la vida. La familia ya no tolera el impacto que se produciría en un ser querido y hasta en ella misma si se diera mayor presencia y mayor certeza a la muerte. Todos ahora son cómplices de una mentira que luego va a empujar a la muerte a la clandestinidad. “El moribundo y su entorno juegan entre sí la comedia del aquí no ha cambiado nada, la vida sigue como antes, y del todo es posible todavía”. La relación entre el moribundo y su entorno subsiste, pero está invertida, y el moribundo se ha puesto bajo la dependencia de su entorno. El intercambio íntimo, el diálogo último ha sido suprimido por la obligación de mantener al moribundo en la ignorancia: éste termina por irse sin haber dicho nada. “A partir del momento en que un grave riesgo amenaza a un miembro de 4

la familia, ésta conspira de inmediato para privarle de su información y de su libertad. El enfermo se convierte entonces en un menor de edad, como un niño o un débil mental, y el esposo o los parientes lo toman a su cargo, separándolo del mundo. Saben mejor que él, qué es lo que le conviene. Así, el enfermo se ve privado de sus derechos y en particular, del derecho tan esencial antaño, de conocer su muerte, de prepararla y organizarla. Y deja de que lo manejen porque está convencido de que es por su bien”. “La muerte de antaño era una tragedia –cómica a menudo- en donde el protagonista representaba el papel del que se va a morir. La muerte hoy es una comedia –siempre dramática- que consiste en simular la ignorancia de morirse pronto”. 

La medicalización: La medicina ha reemplazado en la conciencia del hombre aquejado, la muerte por la enfermedad. Con los adelantos de la terapéutica y la cirugía, cada vez se está menos seguros de que una grave dolencia sea mortal.



El traslado al Hospital: Hay un cambio de escenario donde se produce la muerte: ya no se suele morir en la casa junto a sus íntimos, la gente muere en el hospital y a solas. La gente muere en el hospital porque el hospital se ha vuelto el sitio que garantiza los cuidados imposibles de prestar en casa. Allí los médicos curan y luchan contra la muerte, y uno muere en el hospital cuando los médicos no logran curarlo. Los progresos de la cirugía, los tratamientos médicos largos y exigentes y los aparatos especializados, llevaron a los enfermos graves a vivir en el hospital. “A partir de entonces, y sin que se confiese siempre, el hospital ha ofrecido a las familias el asilo en que éstas han podido ocultar al enfermo inconveniente, que ni el mundo ni ellas mismas podían soportar ya, descargando sobre otros, una asistencia a fin de continuar una vida normal”. La habitación del moribundo ha pasado de la casa al hospital, y se convierte en un lugar de muerte solitaria. El tiempo de la muerte se ha alargado y subdividido a la vez: está la muerte cerebral, la muerte biológica, la muerte celular. La muerte pasa a ser un fenómeno técnico: “ya no sabemos cual es la muerte de verdad, la que deja al moribundo sin consciencia o la que lo deja sin aliento”.



El desprecio al Duelo: Así como la sociedad moderna ha privado de su muerte al hombre, prohíbe que los vivos manifiesten emoción por la muerte ajena. El “duelo” fue hasta nuestros días el dolor por excelencia. Anteriormente la sociedad imponía a la familia un período de reclusión, y esta reclusión perseguía dos objetivos: por un lado, que los supervivientes preservaran su dolor, e 5

impedir éstos se olvidaran demasiado rápido del muerto excluyéndolos de las relaciones sociales y los placeres de la vida. A mediados del siglo XX, la necesidad del duelo, espontánea o impuesta según las épocas, se ha sustituido por su prohibición. Un gran acontecimiento en la historia contemporánea de la muerte es el rechazo y la supresión del duelo. La muerte se ha alejado, el entierro ya no es vivido de forma familiar, los niños raramente asisten a los entierros, se los mantiene al margen, no son informados o se les dice que se ha ido de viaje. G.Gorer, distingue tres categorías de enlutados: 1- Aquellos que consiguen apartar completamente su dolor (el enlutado se obliga a actuar como si nada hubiera pasado y proseguir con su vida normal); 2- Aquellos que lo ocultan a los demás (casi nada se trasluce al exterior y el duelo subsiste en la vida privada; 3- Aquellos que dejan aparecer libremente el dolor (se lo considera un loco, o una histérica, prueba la debilidad de su carácter). “Es evidente que la supresión del duelo no se debe a la frivolidad de los supervivientes sino a una coacción despiadada de la sociedad, ésta se niega a participar en la emoción del enlutado: una manera de rechazar la presencia de la muerte, incluso aunque en principio se admita su realidad”. 

La muerte excluida: “La muerte se ha vuelto tabú, cosa innombrable /…/ y como antaño el sexo, no hay que nombrarla en público. Tampoco hay que obligar a los demás a que la nombren. Gorer demuestra de forma asombrosa cómo en el siglo XX, la muerte sustituyó al sexo como principal interdicto. Antes se les decía a los niños que los traía la cigüeña, pero éstos asistían a la gran escena del adiós, en la habitación y junto a la cabecera del moribundo. Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XX, esta presencia fue creando un malestar y se tendió a abreviarla”. “Hoy, desde su más tierna edad, los niños reciben una iniciación a la fisiología del amor y del nacimiento, pero cuando dejan de ver a su abuelo, en Francia le contestan que se ha ido de viaje muy lejos”. “Los niños ya no vienen de París, sino que son los muertos los que se marchan de viaje. Por lo tanto, los parientes están obligados a fingir indiferencia”.

6