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Acercamiento a la historiaglobal 1

abierto a 1 de octubre de 2007. Schelkle Waltraud (2006): "Comment on 'Original Sin' and Monetary Cooperation';, en: Fritz, Barbara/Metzger, Martina (eds.): New Jssues in Regional Mo­ netary Coordination: Understanding North­South and South­South Arrange­ ments, London: Palgrave, págs. 36-41.

Bernd Hausberger

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El origen de la "historia global" está relacionado con los fenómenos comúnmente resumidos en el término de "globalización". No obstante, la historia global es más que la historia de la globalización. Comparte inquietudes con otras corrientes historiográficas que parten sobre todo de Estados Unidos, pero con importantes raíces en la historiografía francesa de la Escuela de los Anales, y buscan, con los lemas de la Global History, World History o Transnational History, superar los límites que la historia nacional, hegemónica desde el siglo XIX, ha impuesto a la comprensión, el análisis y la interpretación de los procesos globalizadores que se han hecho patentes hoy en día.

Enfoques y perspectivas

Debe reconocerse que no hay acuerdo en cuanto a la definición de la historia global. Aunque hoy en día hay revistas prestigiosas que llevan el concepto en su título2, no se ha conformado en una disciplina o, ni siquiera en una subdisciplina, sino que es más bien una perspectiva. Esto no es poco, porque abre a la investigación toda una gama de nuevos temas que amplían y transforman nuestra visión de la historia. Para ello, no hay una metodología ni una teoría común. Mas se puede resumir que la historia global ha usado sobre todo cuatro enfoques y que cada uno tiene su(s) método(s). La primera corriente, y sin duda la más afianzada, sería una prolongación de los llamados Area Studies (Schabler 2007). Intentan poner la historia en un marco espacial más amplio que las historias nacionales, en el espacio de las civilizaciones y de los continentes, así como se han definido en la historiografía y en la geografía. Trataríamos de Europa, América Agradezco a Solange Alberró, Roberto Breña, Luis Manuel Cuevas Quintero y Sandra Kuntz sus valiosos comentarios a la primera versión de este texto. Sobre todo el Joumal of Global History, editado desde 2006 por London School of Economics and Political Science and CambridgeUniversity Press.

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Latina, África, etc., pero también se han definido con bastante éxito nuevas áreas históricas, como el Atlántico y la Atlantic History. Esta amplia-

ción de marco ha ayudado a entender mejor temas importantes como, por ejemplo, el comercio de esclavos. Pero hay que preguntarse hasta dónde, a base de qué y a partir de cuándo estos viejos y nuevos espacios realmente constituyen espacios históricos colmados de lazos de interacción, con estructuras o con rasgos comunes que les den cohesión, o si no son en primer lugar construcciones discursivas culturalistas. Hay que recordar que independientemente del famoso dictamen de Eric Hobsbawm y Emest Gellner de que las naciones son un invento, los Estados nacionales se han llenado con estructuras propias de gran fuerza, convirtiéndose en actores históricos y en el principio ordenador de nuestro mundo actual. No obstante, la historia nacional hoy en día es objeto de muchas dudas. Estas no se resolverán si sólo las fronteras geográficas de nuestros intereses se amplían a construcciones discursivas más amplias.' Otro enfoque (construido a partir de los Area Studies) es la comparación en el macronivel, entre civilizaciones, áreas culturales, etc. No es la primera vez que se aplica tal método. A nivel global, tenemos a los misioneros que ya a partir del siglo XVI comparaban las diferentes culturas y civilizaciones, calificándolas con los criterios de la religión cristiana y del derecho natural. Esta argumentación los ilustrados del siglo XVIII la sustituyeron por los parámetros de la razón identificada con el pensamiento europeo de su época y con una perspectiva de constante progreso. Por consiguiente, el escritor alemán Friedrich Schiller comparó las culturas extraeuropeas con la infancia de la humanidad, tan primitiva e inculta que daba vergüenza. Así nació la idea de la simultaneidad de lo no simultáneo (Schiller 1789: 3; Rothermund 2005: 13-15). La racionalización de este proceder llegó a un formidable progreso con Marx, quien midió el grado de desarrollo de las sociedades por sus formas de producción. De esta manera pudo explicar las diferencias existentes, colocándolas en un esquema de evolución histórica claramente estructurado. De nuevo, sin embargo, fue Europa, o el Occidente, con su industrialización y su capitalismo, el ejemplo que debía seguir el mundo. La mayoría de las investigaciones comparativas dentro del campo de la historia global siguen versando alrededor de las causas y las características del camino peculiar del desarrollo europeo, el que a través del colonialismo, la industrialización y el imperialismo llevó al predominio del Occidente sobre el resto del mundo (p.ej. Landes 1998; Pomeranz 2000; Mitterauer 3

Mi crítica a la Historia Atlántica la he resumido en Hausberger 2007.

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2003). Las razones, por ejemplo, por las cuales el gran empuje expansivo del siglo XV y la industrialización a partir de finales del siglo XVIII partieron de Europa occidental y no de China o del mundo musulmán son un tema ampliamente discutido -y sólo parcialmente resuelto (p. ej. Pomeranz 2000). Queda vigente el enfoque eurocentrista, a veces ya manifiesto en el número de páginas que los autores dedican a las diferentes regiones que se comparan.4 Sin embargo, en parte parece justificado por los hechos. El creciente peso y el predominio del Occidente sin duda son de los fenómenos que más saltan a la vista si se estudia la historia global de los últimos 500 años. Sea cual fuera la explicación que se quisiera dar a este fenómeno un punto tiene que quedar claro: el triunfo de los europeos no estaba asegu­ rado antes del despliegue de la revolución industrial y, además, ante el auge de Japón, China, la India y los llamados tigres asiáticos, parece haber llegado a su fin. La tercera forma de enfocar la historia global, igualmente macrohistórica, es el evolucionismo. Desde la época de la Ilustración, se impusieron concepciones teleológicas de la historia que partían de la idea de un progreso dirigido a una meta, posturas que a la vez parecen tener sus raíces en la escatología cristiana. En esta tradición hay que ubicar también a Schiller Marx o los representantes de la teoría de la modernización de la segunda mitad del siglo XX. Además, desde Edward Gibon hasta Oswald Spengler o Amold J. Toynbee, no faltaron interpretaciones de la historia como una continua sucesión de tipo cíclico de auge y decadencia de diferentes culturas. Con Charles Darwin y su formulación de la teoría de la evolución de los organismos vivos, el evolucionismo histórico empezó a cambiar de manera fundamental. Mientras que una variante biologista degeneró en la doctrina de la competencia entre las razas y la desigualdad de aquéllas manifestada en esta lucha, una corriente enfocada no a las razas sino a las civilizaciones, sociedades y culturas, ha experimentado un renacimiento en los últimos tiempos. El desarrollo de la humanidad se interpreta con categorías como la innovación (equivalente a la mutación en la biología), la competencia (análoga a la selección y la lucha por la existencia) o por las condiciones geográfico-demográficas (adaptación, aislamiento) (p. ej. Diamond 2005). Una característica de este enfoque es su concentración a la longue durée y la amplia dimensión espacial, pues un evolucionismo de este tipo parece poco adecuado para explicar diferencias locales y de corta duración (Temin 1998). Los historiadores evolucionistas de este tipo parecen, sin embargo, más ligados a las ideas de Lamarck que a las del gran 4

Véase p. ej. Goldstone 1991.

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Darwin. Lamarck había pensado que el cuello de la jirafa se alargaba poco o poco al arrancar hojas de árboles muy altos y que esta cualidad se transmitía a los hijos de esta jirafa. Tal capacidad de aprendizaje está ausente en los genes, pero los hombres, tanto individualmente como colectivamente sin duda la tienen. A raíz del descubrimiento de las leyes de la herencia y de la genética, la teoría evolutiva moderna parte del principio de la casualidad de las mutaciones, cuya adecuación debe demostrarse en las condiciones concretas en las que se lleva a cabo la lucha de la selección. El resultado de este desarrollo es incierto y no permite pronóstico. Si el cuello de una jirafa accidentalmente salió más largo que el de sus semejantes, esto puede resultar una ventaja o una desventaja, conforme a las condiciones concretas en que vive y a los cambios que esas experimentan. También fenómenos de este tipo pueden observarse en la historia. Una pregunta clásica sería, por ejemplo, ¿qué desarrollo autóctono, en el sentido de una preadaptación, capacitó a la sociedad japonesa a traducir la influencia occidental en el siglo XIX en una propia industrialización, sin caer como sus vecinos en una dependencia colonial o sernicolonial? Los enfoques macrohistóricos y las grandes comparaciones obligan a concentrarse en los factores y procesos esenciales, lo que facilita la formulación de conclusiones e interpretaciones generales (O'Brien 2006: 5-6). Con éstos se puede iniciar y desarrollar el debate. Al mismo tiempo se transmiten con más facilidad que investigaciones empíricas particulares, tanto al público estudiantil como a un público no especialista. Cumplen así una función importante: impiden que la historia global no se pierda en la torre de marfil de los historiadores académicos. Pero con toda la brillantez y con todos los impulsos que con frecuencia emanan de tales trabajos, padecen los mismos problemas que todas las otras macroconcepciones de la historia: necesariamente elaboradas sin recurrir directamente a las fuentes, son propensas a la generalización y la simplificación, y sus resultados a veces se muestran predeterminados y teleológicos. Pero la historia global no tiene que ser irremediablemente una Big His­

tory del devenir de la humanidad, del Occidente o del mundo moderno. Puede comprenderse también como la historia de relaciones, interacciones y transferencias de largo alcance que trascienden las fronteras existentes (en todas direcciones) (Schwentker 2005: 59). Estas pueden observarse en el campo de la economía (comercio, transferencias de capitales y de tecnologías, difusión de cultivos y de animales domésticos), de la política (formación de imperios y de Estados, transformaciones de estructuras de dominación locales y regionales, constitución de instituciones y organizaciones supranacionales o supraestatales), de la cultura (transferencia de - 86-

cultura, procesos de aculturación, hibridización y criollización), de la religión (misión, conversión, sincretismo), de la comunicación (sólo piénsese en los nuevos medios de comunicación, pero también en la génesis, la transformación y la desaparición de idiomas) o la demografia (migración, difusión de enfermedades y epidemias). Una historia global entendida de esta manera, por lo tanto, no es tanto la historia de la globalización, sino que ésta última constituye sólo una época de la historia global entre otras más y, seguramente, no la-última, En todo esto, las innovaciones tecnológicas en el campo del transporte y del tráfico, de los medios de comunicación y de lo militar son de una importancia fundamental. Facilitaban relaciones, interacciones y transferencias transgrediendo espacios y fronteras cada vez más amplios. Tales fenómenos sólo pueden ser investigados en estrecho contacto con las fuentes. Estudios concretos de este tipo, los que recogen las experiencias de la historia regional, de la historia cotidiana, de la microhistoria y de los subaltern studies, deberían ser capaz de corregir y deconstruir las excesivas generalizaciones y abstracciones de la historia global macro. Un enfoque de este tipo naturalmente no dispensa la necesidad de llegar en algún momento a una síntesis (Stokes 2001: 524-525), y por supuesto también estudios de casos concretos requieren de una reflexión teórica para que sean comunicables científicamente. La historia global como historia de interacción, siempre y cuando se tome en serio el concepto de la "interacción", parece más inmune a una· mirada eurocéntrica que la tradicional historia colonial o la vieja "historia mundial de Europa". Los habitantes de los continentes extraeuropeos con sus variadas economías, formas de organización y culturas jamás fueron víctimas pasivas de los europeos enérgicos o superiores. Se oponían incluso en situaciones de aplastante desigualdad de poder con medios e intereses propios y encadenaron, de esta manera, procesos de transformación que ninguna potencia colonialista pudo dirigir a su antojo. Esto tuvo sus repercusiones en los europeos mismos, sobre cuyo peso y alcance ciertamente hay encarnizados debates. Sólo hay que pensar, para tomar un ejemplo de los tiempos actuales, en la inmensa influencia de países tan débiles como Afganistán, Irak o Somalía en la mayor superpotencia de toda la historia y en la ec?nomía mundial. Una historia global de nuevo tipo no puede tratar ª.Asia, Africa o América Latina sólo como apéndice de la historia europea, sino que debe aspirar a una historia de interacción y de comunicación, en la cual las diferentes sociedades, Estados, regiones, continentes y culturas sean analizados con el mismo nivel de importancia (Gruzinski 2004). 5 Las Véase también los artículos editados por Gruzinski, Subrabmanyam y Wong, 2001.

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diferencias de poder siempre han existido, pero hay que analizarlas como un factor que influye en la interacción. Se puede entender, por lo tanto, la historia global como un conjunto de procesos de interacción y transformación de diferente alcance y no necesariamente continuos. Éstos siempre han facilitado, desde las tempranas épocas de la humanidad, nuevas y extensas formas de comunicación y de intercambio cultural y económico, han aportado a la formación de identidades colectivas y, no en último término, colocaron los cimientos del posterior sistema de Estados. Tales procesos, que se dieron en todos los niveles, siempre se han expandido a nuevas fronteras, retándolas o destruyéndolas, pero con frecuencia también construyendo nuevas. Los desarrollos económicos, políticos, culturales, militares y religiosos le siguen con diferentes dinámicas y sus alcances espaciales de ninguna manera deben ser idénticos. Las consecuencias de estos procesos son diferenciadas y dependen del lugar, del tiempo y de los grupos sociales que involucran. Por un lado, en muchos niveles fomentan tendencias de integración y de homogenización, y por el otro, crean fuerzas contrarias de fragmentación y nuevas diferenciaciones. Identidades culturales o regionales particulares no son obligatoriamente antagónicos con los esfuerzos integradores-homogeneizadores de algún poder central o hegemónico, sino que igualmente pueden deberse a una política llevada a cabo justamente por este poder para fragmentar las fuerzas opositoras (Hechter 1975). Las diferenciaciones étnico-culturales y la constitución de nuevas fronteras pueden servir tanto de resistencia como de legitimación a la división cultural del trabajo. El auge de las diferentes

global o world histories, de esta manera, no por casualidad está acompañado por el ascenso espectacular de muchas historias particulares étnicas, de género, generacionales o microhistóricas. Estas corrientes no deberían considerarse como contradictorias, sino que hay que analizar y comprender la convergencia y la divergencia en su interacción y dialéctica. Lo que de todo esto sugiere es que se permita que los fenómenos investigados definan los espacios en que se inscriben, lo que sería una solución pragmática a fin de enfrentar el reto que significa la historia global para la investigación histórica. Por el contrario, la definición anticipada del espacio concreto en que se quiere realizar la investigación conlleva a la autodelimitación, con lo que una de las grandes atracciones (pero también retos) de la historia global se pierde.

Periodización La historia global, como toda narración histórica (occidental), se escribe a lo largo de un eje vertical de tiempo y un eje horizontal de espacio. En esto el historiador se ve enfrentado a problemas propios de periodización y de definición del espacio de análisis. Aquí sólo podemos tratar el tiempo. Intentamos entrar en esta materia a partir de la pregunta por los principios de la historia global: ¿a, partir de qué época tienen sentido sus planteamientos?6 Con buenas razones puede considerarse la difusión del horno sapiens por el globo como el inicio de la historia global (Manning 2006), con no tan buenas en el origen del sistema planetario (Spier 1996; Christian 2004). Esto, sin embargo, sólo nos dice que la historia de la humanidad desde siempre ha estado caracterizada (al lado de fenómenos y procesos locales y regionalmente demarcados) por tendencias de largo alcance, interculturales y por encima de fronteras existentes. Ya en la historia temprana de la humanidad pueden comprobarse extensos movimientos migratorios, relaciones comerciales y transferencias de cultura y tecnología. Los representantes de los diversos difusionismos (de forma especialmente exagerada, por ejemplo, por la escuela etnológica vienesa) han recurrido a relaciones de este tipo para construir su teoría sobe la evolución de las culturas (Pellech 2000). Entre las tempranas civilizaciones antiguas estas relaciones se profundizaron. Los entrelazamientos y las interacciones, sin embargo, no se multiplicaron a través de la historia de forma continua y pareja, sino que se desarrollaron con intervalos de intensificación y retrocesos. En estos movimientos pueden delimitarse diferentes y fluctuantes centros de gravedad. La pregunta que se plantea ahora sería si a partir de ahí es posible definir cortes y rupturas en el continuo milenario de la historia global, dividiéndolo de esta manera en períodos y épocas. Las propuestas para una periodización de la historia global no faltan. Científicos sociales, los que relacionan la historia global sobre todo con la globalización, prefieren, por lo general, la idea de un cambio radical en la segunda mitad del siglo XX; los unos lo ubican en los años 50, los otros en los 70 y no pocos con el fin de la Guerra Fría y con la paralela revolución del internet en los años 90 (Beck 1998; Friedman 1999: IX-XIX). Historiadores de la economía, por su parte, han descubierto una primera globalización en el período que va de 1870 a 1914, aproximadamente, caracterizada por un aumento dramático del comercio internacional, de los flujos de Véase Schwentker 2005: 39-41; Komlosy 2005: 84-91.

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capital y de los movimientos migratorios. Después de la Primera Guerra Mundial y la crisis del 29, este desarrollo se invirtió y no fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial que la globalización económica ganó nuevo impulso (Torp 2004; James 2001 ). Podría añadirse que en términos económicos tal argumentación puede ser coherente, pero mirando más allá, cabrían otras visiones. Las dos guerras mundiales, por ejemplo, pueden interpretarse no sólo como rupturas en el avance de la integración económica, sino como fase de una interacción global extremamente intensa, en el sentido pleno -o macabro- de este adjetivo. Otros ubican el cambio decisivo del desarrollo de la historia global con la industrialización y el surgimiento de la modernidad occidental a fines del siglo XVIII. Una de las innovaciones más exitosas de esta época fue el nacimiento del Estado nacional, que desde Europa se divulgó a toda la orbe y que hasta hoy en día constituye la estructura de orden más importante en el mundo globalizado (Bayly 2004 y 2005; Osterhammel 2009). Finalmente, muy frecuente es la suposición del inicio de la expansión europea en los siglos XV y XVI como el momento crucial de la historia global; así lo han hecho entre otros Braudel y Wallerstein (Wallerstein 1974-89; Braudel 1986). El año simbólico de 1492 también en la periodización tradicional se considera el inicio de la época moderna. Sin embargo, ya mucho antes del siglo XV, existían contactos comerciales, culturales y migratorios entre regiones muy alejadas. Esto es cierto sobre todo para las sociedades de Europa, Asia y partes de África, conectadas por rutas de caravanas y rutas marítimas. Según el modelo de Janet Abu-Lughod se habla de economías y sistemas mundiales precapitalistas o preeuropeos (Chaudhuri 1985; AbuLughod 1989; Bentley 1998). Partiendo de estos debates, se han propuesto esquemas de periodización para estructurar todo el desarrollo de la humanidad según criterios de la historia global (con otros preceptos historiográficos, tales intentos existían ya con anterioridad en la Ilustración y con Marx). Aquí sólo pueden mencionarse algunos ejemplos. En 1962, Cario M. Cipolla dividió la historia, desde una perspectiva económica, en dos revoluciones, la agraria, en el Neolítico cuando las sociedades humanas cazadores y recolectores empezaron a cultivar plantas, y la industrial, que a partir de la segunda mitad del siglo XVIII transformaría crecientes partes del globo (Cipolla 1962). Esta concisa tesis no propone ninguna datación concreta, pues la revolución industrial y aún más la agraria se dieron en distintas partes del mundo en tiempos bastante diferentes. Un poco después, William H. McNeill propuso una periodización siguiendo a Toynbee, en la que consideró el tiempo hasta 500 años antes de Cristo como la era del predominio del Ori-90-

ente medio, los siglos de 500 a. C. hasta 1500 d. C. como la era del equilibrio cultural euroasiático, y el tiempo a partir de 1500 como la era del predominio del Occidente (McNeill 1963). Salta a la vista que el argumento se mueve dentro del mapa tradicional de la historiografía occidental que no toma suficientemente en cuenta la India y la China (y mucho menos las Américas). Ya más recientemente,

un grupo alrededor de A. G. Hopkins y C. A.

Bayly ha propuesto tres períodos diferentes. Definen una primera fase de globalización arcaica desde los inicios hasta el siglo XVII, una fase de protoglobalización en los siglos XVII y XVIII y una globalización moderna a partir de la industrialización (Hopkins 2002: 6). Las raíces de este modelo en la experiencia anglosajona son evidentes. Mientras que la expansión ibérica se ve como parte de la globalización arcaica, con la colonización británica y holandesa empieza la protoglobalización. Esto me parece una típica concepción teleológica: a partir de la "victoria" del liberalismo anglosajón, consumada con el derrumbe del bloque comunista, se ubica el inicio de la historia global con el poderío británico, al que toda historia anterior le sirvió de preludio. Con todo, sin embargo, hay que subrayar que todos los cortes o momentos de cambio, procesos de intensificación y de integración se observan en las diferentes partes del mundo con distinta claridad y siempre siguiendo sus propias cronologías. Así, la expansión europea alcanzó al mundo extraeuropeo en diferentes tiempos y las sociedades atañidas entablaron el contacto con los europeos de formas muy diversas. Por consiguiente, por ejemplo en relación con América Latina, no puede argumentarse que las interdependencias globales, con todas sus consecuencias, se hubieran hecho sentir en dimensiones apreciables sólo en el siglo XIX o incluso más tarde. En el interior de África la situación fue muy distinta, y un caso muy complejo sería Europa misma, donde se discute apasionadamente si y hasta dónde las relaciones exteriores del continente y de sus partes han marcado su desarrollo y su integración (Reinhard 1997). Las culturas e imperios extraeuropeos, por otro lado, tenían sus propias relaciones interregionales, las que obedecían a muy diversas condiciones de dominio e interdependencia. En suma, hay que comprender las consecuencias y los efectos del desarrollo histórico contemplados desde la perspectiva de la historia global con todas sus diferenciaciones y particularidades regionales. Probablemente no es tan dificil hallar una periodización convincente tratándose sólo de una región o de las relaciones entre dos continentes. Mas para una historia global que transcienda los límites entre regiones, continentes y culturas, y que analiza relaciones e interacciones multipolares, la tarea de encontrar -91-

un orden cronológico común se toma muy problemático. La única salida que se ofrece parece ser la renuncia a la concepción de una cronología homogénea, como era, por ejemplo, primordial para la historiografia de los Estados nacionales, y su sustitución por una multitud de cronologías regionales relacionadas entre sí. Sin embargo, es más fácil decirlo que realizarlo de forma convincente en una narración histórica. Habría que buscar vínculos entre fenómenos paralelos, a primera vista contradictorios (p. ej. entre crisis y auge o expansión).

Obviamente cualquier postulado de arranque o inicio de la historia global depende de cómo conceptualizamos y jerarquizamos las fuerzas que la empujan, y lo mismo sucede respecto a los inicios de la globalización; en otras palabras, depende de cómo definimos nuestros términos y conceptos. Esto quedó muy claro en un debate que sostuvieron Geoffrey Williamson y Kevin O'Rourke con Denis Flynn y Arturo Giráldez. Williamson y O'Rourke, en dos artículos publicados en 2002 y 2004, definieron "globalización" como la integración de mercados a través del espacio, marcando el arranque de este proceso en las primeras décadas del siglo XIX. Para ello recurrieron al argumento de que "la mejor manera de evaluar ese proceso histórico de integración del mercado es midiendo el grado en el cual los precios de las mismas mercancías convergen en una dimensión global a través del tiempo" (O'Rourke/Williamson 2002 y 2004). Señalaron que no podían hallar tal convergencia de precios antes de la primera mitad del siglo XIX. Por su parte, Flynn y Giráldez se opusieron a este tipo de argumento, acusándolo de reduccionista, y exigieron un enfoque interdisciplinario, y no sólo economista, para estudiar un fenómeno tan amplio como, según ellos, es la globalización. Para estos autores, se trata de un proceso histórico cuyos orígenes se remontan al siglo XVI. Argumentan que "la globalización comenzó cuando todas las macrorregiones densamente pobladas de la tierra iniciaron una interacción sostenida, ya sea directamente unas con otras o indirectamente a través de otras regiones, de manera tal que quedaron vinculadas profunda y permanentemente" (Flynn/Giráldez 2004 y 2008). Quizás la discusión pueda suavizarse si -para no ampliar demasiado el sentido de los términos- se reserva el término de "glebalización" a fenómenos más actuales. Los argumentos básicos de Flynn Y Giráldez, sin embargo, parecen completamente válidos: no tiene sentido definir "globalización" a partir de una sola variable, por importante que sea (como la "convergencia de precios"), ni tampoco desde una sola disciplina o subdisciplina (como la economía o la historia económica); y, si la historia puede aportar algo a nuestra comprensión de la globalización, cualquiera que fuera su definición, sería el énfasis en la historicidad del -92-

fenómeno, su path dependency, para usar el término de Flynn/Giráldez. En este sentido, la globalización actual no es expresión de una ruptura radical en la historia de la humanidad, sino sólo una fase de un desarrollo mucho más largo Y mucho más complejo que lo que expresa la simple convergencia de precios. Sus raíces llegan hasta la prehistoria; coincido con Flynn y Giráldez (y con muchos otros como Braudel o Wallerstein) en que no obstante hay que considerar el siglo XVI como un momento clave de su avance. Los argumentos para llegar a tal conclusión son claros. Fue en el siglo XVI cuando las macrorregiones del globo (con excepción de Australia) se conectaron de forma irreversible. Por 1570, con la apertura de la ruta entre Acapulco y Manila, el comercio se instituyó como una red de intercambio global, en la que los metales preciosos de América funcionaron como su lubricante. En el siglo XVI, se tomó conciencia de la dimensión geográfica del planeta, primero por los cosmógrafos europeos, pero pronto hasta por el sultán otomano y no tardó mucho tiempo hasta que este saber penetrara a sectores más amplios de la población. Fue también en el siglo XVI cuando el mapa virológico y bacteriológico se globalizó, causando verdaderos estragos en la población de las Américas. Esta periodización también desafia al anglocentrismo que parece haberse apoderado de forma hegemónica del main streem de la historia global y coloca la historia latinoamericana en el centro de la atención. Obviamente, podría criticarse que de igual forma se hace desde un enfoque bastante eurocéntrico. Pero es evidente que la llegada de los españoles y portugueses a América y la conquista de amplias partes del continente, sobre todo de sus culturas más fulgurantes, y también la integración de estos descubrimientos en una nueva cosmografia global, fue obra e iniciativa europea. Es crucial, sin embargo, tomar en cuenta que estos eventos, desde sus principios, dieron lugar a una amplísima gama de interacciones de todo tipo, cuya comprensión es esencial tanto para la historia latinoamericana como para la del mundo. Éste no es el espacio para tratar estas temáticas con profundidad; apenas pueden ser esbozadas. Así, el contacto con el mundo indígena y pronto también con el de los africanos esclavizados desencadenó un proceso de transculturación de dinámicas extremas, en el que los indígenas (y los africanos) desempeñaron papeles protagónicos y activos, aunque fueran al mismo tiempo objetos de abusos, de violencia y represión. El llamado "mestizaje'" es sólo la expresión más representativa de este desarrollo que anticipó la hibridación y Para un tratamiento de este término, véase por ejemplo Zermeño 2011.

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transculturación que hoy en día atrae tanto la atención y provoca tanta polémica, al ser consideradas como fenómenos nuevos y resultados de la globalización cultural moderna. El papel de la reivindicación universalista de la civilización occidental, bajo signos religiosos, estaba plenamente presente. Fue en Latinoamérica donde triunfó por primera vez. En este contexto hay que destacar el papel de la religión. En América la Iglesia, basándose en experiencias antiguas medievales e impulsada por su universalismo, emprendió por primera vez una empresa de conversión masiva fuera de Europa. Sin limitarse a la estricta esfera de la religión, la misión fue una empresa de profunda transformación cultural; fue una misión civilizatoria, término que se ha usado para definir ciertas políticas del imperialismo del siglo XIX (Barth/Osterhammel 2005). De esta forma, la reivindicación universalista, bajo la bandera del laicismo y la modernidad, sigue vigente hasta hoy en día, en que valores occidentales como el liberalismo, la democracia o los derechos humanos reclaman, sin mucha tolerancia, su vigencia global. Otro tema importante serían los flujos de metales preciosos que partían de América Latina, tan medulares para la constitución de los circuitos mercantiles globales. Se han interpretado como expresión de una política colonialista y explotadora, y en fechas recientes como una consecuencia de la demanda insaciable de Asia. Obviamente, la llegada masiva de metales preciosos también benefició a la Corona española, siempre necesitada de dinero, pues a través de los impuestos cobrados, la plata aportó recursos al financiamiento de la política imperial. Pero lo que hizo fluir los metales en primer lugar, no fue el deseo de los españoles de llenarse las bolsas y llevárselos a Europa, ni la voluntad del rey español, del emperador de Chi-

na o de los banqueros de Génova, Augsburgo o de Ámsterdam, sino la demanda de los conquistadores (el núcleo de una nueva élite americana) y pronto de sectores más amplios de productos europeos y asiáticos. Los monarcas sólo pudieron fomentar pero no gestionar la producción, y a su vez esta gestión tampoco estuvo en manos de los chinos. La demanda china, sin embargo, aseguró que se estableciera un sistema estable de intercambio intercontinental, pues, al absorber grandes cantidades de plata, impidió que se devaluara su precio y que los mercados americanos perdieran su poder de compra. ¿Cómo explicar esto? La toma de control sobre los nuevos territorios no había solucionado el aprovechamiento que se les iba a dar, en vista de la imposibilidad de emprender un comercio con los territorios americanos como se estaba haciendo con Asia. Se trataba de una cuestión económica que sólo pudo resolverse dentro de los parámetros culturales y de las men- 94 -

talidades de los conquistadores. Los deseos de riqueza y mejora social de los europeos que se trasladaron a América obedecían a conceptos occidentales. Pretendían ser señores a la usanza europea, aunque usaran tal o cual símbolo de señorío y estatus indígena, algunos se casaran con princesas aztecas y les gustara rodearse de siervos indios. Les importaba, entre otras cosas, vestirse con telas italianas o asiáticas, tomar vino, condimentar sus platos con especias orientales, usar objetos de vidrio, festejar las misas en iglesias adornadas con lienzos al óleo, escribir en papel, poseer -tal vezalgún libro o armarse con hierro y tener armas de fuego. Había que efectuar la conquista y la manutención de los nuevos territorios con un núcleo de gente y armas traídas de Europa. Esto, para los conquistadores, significaba que tanto su seguridad como su riqueza y su estatus dependían de la cantidad de productos que se pudieran adquirir e importar del Viejo Mundo. En América empezaron a imponerse nuevas pautas de consumo, tanto por razones de prestigio como por su utilidad práctica, lo cual contribuyó a que también amplios sectores de la población indígena, por ejemplo, usaran herramientas de hierro en sus labores cotidianas. Por consiguiente, desde el principio, la América conquistada desarrolló una demanda de productos de importación que iba a ser determinante. Para comprarlos se necesitaba con qué pagar, en otras palabras, para poder importar, fue imprescindible exportar. La economía interna hispanoamericana fue, de esta suerte, una economía construida alrededor de la exportación. Como las sociedades americanas no disponían de suficientes productos exportables, los españoles mismos se vieron forzados a organizar una producción destinada a los mercados externos. Esto fue una tarea compleja y pudo resolverse sólo mediante la minería. La exitosa inserción de los metales preciosos americanos en el nuevo comercio mundial dio un decisivo empuje al intercambio entre Asia y Europa y dejó profundas huellas en las economías internas tanto europeas como asiáticas. Resumiendo, creo que sería un error ver los procesos globalizadores en América Latina limitados al siglo XIX o XX. Significaría perder de vista cómo el continente y sus habitantes, tanto indígenas como los de origen europeo y africano, fueron transformados a partir de su inserción en una multitud de relaciones globales desde la conquista; significaría, además, colocar a América Latina en la periferia de la historia global, cuando de hecho formó uno de sus centros en los momentos de arranque, y significaría, por último, recortar la historicidad de la globalización.

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"Allá arribay hacia lo alto": instituciones corporativasy redes de negociación en el imperio español en América Antonio lbarra Universidad Nacional Autónoma de México

El trabajo se orienta a reproducir el sistema de tensiones y capilaridad política que generó la política comercial de competencia corporativa, a través de los consulados de comercio periféricos al núcleo monopólico de México y Lima. Mediante un análisis de redes de negociación se examina el tejido que se generó en tomo a los consulados de Guadalajara (en la Nueva España) y Buenos Aires (en el Río de la Plata), las formas de representación política y los vínculos financieros con el sistema global de financiamiento de la renta imperial española. Nos interesa comparar la horizontalidad de los vínculos de negociación y la articulación vertical de los vínculos de representación política en los marcos del Antiguo régimen español. Tomamos la analogía del dibujo de Paul K.lee "Allá arriba y hacia lo alto" ( 1931 ), para jugar con los trazos explicativos del carácter cruzado de los equilibrios imperiales. En 1931 el pintor suizo-alemán Paul K.lee, protagonista de una vanguardia plástica que habría de convertir el color en forma de expresión no lineal del espacio, realizó un pequeño dibujo que tituló "Allá arriba y hacia lo alto'". La pequeña pieza era un hipertexto de claves de ruptura y búsqueda de una nueva expresión de línea y color en un vacío, pero que conforme se combinan las formas -triangulares, cuadrangulares y poliangulares- se construye una figura, que aspira a salir del espacio constituido por una línea, que nace de la forma y se desdobla en líneas sin aparente canon geométrico". El dibujo, "Allá arriba y hacia lo alto" (61,5 x 48,7 cm), apareció en la carpeta En la búsqueda de un nuevo equilibrio de cosas, del que forma parte el célebre dibujo "El equilibrista", que marca el alejamiento de Klee de la Bauhaus. Según W. Kersten, el Juego de formas geométricas triangulares, cuadrangulares y poliangulares, de la que nace la figura situada al borde de una línea imaginariaen un vacío, significa en el lenguaje plástico de Klee una ironía autocrítica de los valores sostenidos en la Bauhaus. Ver Kersten 1995: 27-28. El dibujo puede consultarse en Paul-Klee-Stiftung/KunstmuseumBern 2001.

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