A Matter of Magic [Patricia C. Wrede]

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Agradecimientos Moderadora: 

Virtxu

Traductoras:        

Virtxu Parvatti ANDRE_G Moonrose Dham-Love eli25 aneka Rihano

 

Xhessii **Liseth_Johanna 18**

   

*ƸӜƷYosbeƸӜƷ* MerySnz Sheilita Belikov kuami

     

Correctoras:    

  

ηịịị ღ Marina012 Milliefer esmeralda38

Vanille Dangereuse_ majo2340

Recopilación:  

ηịịị ღ Vanille

Moderadora: 

Virtxu

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Paovalera Ruthiee masi KaThErIn Sera Coral

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Índice Sinopsis

Pág. 5

Capítulo 22

Pág. 190

Capítulo 1

Pág. 6

Capítulo 23

Pág. 198

Capítulo 2

Pág. 14

Capítulo 24

Pág. 205

Capítulo 3

Pág. 24

Capítulo 25

Pág. 214

Capítulo 4

Pág. 32

Capítulo 26

Pág. 229

Capítulo 5

Pág. 42

Capítulo 6

Pág. 50

Sobre la autora

Pág. 240

Capítulo 7

Pág. 62

Capítulo 8

Pág. 73

Capítulo 9

Pág. 82

Capítulo 10

Pág. 90

Capítulo 11

Pág. 100

Capítulo 12

Pág. 108

Capítulo 13

Pág. 115

Capítulo 14

Pág. 123

Capítulo 15

Pág. 130

Capítulo 16

Pág. 139

Capítulo 17

Pág. 148

Capítulo 18

Pág. 156

Capítulo 19

Pág. 164

Capítulo 20

Pág. 172

Capítulo 21

Pág. 180

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Sinopsis

C

uando un extraño le ofrece una pequeña fortuna con tal de entrar en el vagón en el que viaja un mago, Kim no lo duda. Habiendo crecido como una niña abandonada en las sucias calles de Londres, para Kim no es más que romper y entrar. Una vida dura y tiempos de vacas flacas le han enseñado una lección: róbale a ellos antes de que te roben a ti. Pero cuando el mago la sorprende en el acto, Kim piensa que es su final. Hasta que le sugiere que sea su aprendiz; entonces el verdadero problema comienza. Kim pronto se encuentra entre asesinos, ladrones, y con la política a capa y espada, al mismo tiempo que trata de aprender cómo llegar a ser tanto una dama como un mago en todo su derecho.

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Capítulo 1 Traducido por Virtxu Corregido por ηịịị ღ

K

im caminó lentamente entre la multitud, deslizándose dentro y fuera del tráfico casi sin pensar. Le gustaba el ruido y el bullicio común a todos los mercados de Londres, pero Hungerford era su favorito. Aunque era pequeño en comparación con el Covent Garden de la sala Leaden, estaba muy concurrido. Los carritos estaban estacionados a lo largo de los lados de la calle, dejando sólo estrechos pasillos para los clientes. Los más afortunados entre los vendedores poseían puestos permanentes, mientras que otros mostraban sus zapatos, escobas o cestas en desnudas franjas de pavimento. Otros, caminaban entre la gente con cestas de nabos, manzanas, cebollas o berros, gritando sus productos en voz poco musical. Kim dejó que el flujo del tráfico la llevara cerca de la más reciente adición del mercado, mirando con una mezcla de curiosidad y evaluación profesional. Había un carro pintado de amarillo blanqueado por el sol; la mitad de sus altas ruedas rojas estaban ocultas por un puesto a ambos lados. Dos grandes puertas formadas por el extremo del vagón daban a la calle, y se sujetaban con un candado oxidado. Las puertas soportaban la vasta pintura de un hombre con un sombrero de copa negro, y una serie de letras decorativas incomprensibles, justo debajo de él. El vagón había acaparado uno de los mejores lugares en el mercado, justo entre Jamie el Sastre y el puesto de pescado: Rojo de Sal. Kim frunció el ceño. Sal era una buena mujer, pero no veía con buenos ojos que Kim descargara un carro a su lado. Incluso si “descargar” no fuera exactamente lo que Kim iba a hacer. Jamie era más irritable, pero no se daba cuenta de ello. El ceño de Kim se profundizó. Se preguntó, no por primera vez, si había sido prudente tomar este trabajo. Los burgueses eran problemáticos, ni mencionarlo, y un burgués sabe lo suficiente como para encontrar a Kim entre las callejuelas de Londres... Firmemente, Kim llevó su mente de nuevo a la empresa en cuestión. El vagón estaba lo suficientemente cerca al Rojo de Sal como para raspar la pintura del lado de la plaza, salvo que no había nada que raspar. Pequeña como era, Kim nunca sería capaz de pasar a través. Tendría que pasar por donde Jamie, a continuación, y hacer tiempo hasta que él estuviera ocupado con un cliente. Miró al vagón con recelo.

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Un hombre dio la vuelta por la esquina del vagón y empezó a deshacer las trabas en la parte trasera. Era alto y delgado y todo en él parecía encorvado, desde los pantalones anchos hasta los hombros inclinados pasando por el borde de su sombrero gacho. Incluso el bigote era mustio, y mientras trabajaba, masticaba ausente yendo de un extremo al otro. Las puertas se abrieron, y Kim parpadeó sorprendida. Toda la parte trasera del vagón estaba ocupada por un pequeño escenario. Una cortina roja descendió separando la parte de atrás del escenario del interior del vagón. Kim se olvidó de su objetivo final y se deslizó más cerca, fascinada. El hombre encorvado abrió una pequeña escalera hacia abajo a la derecha del escenario y la sujetó en su lugar, y luego se subió él mismo al escenario. Desapareció detrás de la cortina, para reaparecer un momento después con una mesa, la cual puso con cuidado en el centro del escenario. Entonces, situó lámparas colgantes a ambos lados. Una multitud comenzó a apiñarse alrededor del extremo del vagón, atraídos por el curioso espectáculo de algo que sumió al mercado en completo silencio. Algunos de los presentes hicieron comentarios sobre cómo los faroles fueron colgados y encendidos. “Buen aceite o residuos, son esos” y “Un poco torcido, ¿no?”. El hombre encorvado se dio vueltas al bigote, pero no dio señal de que lo hubiera oído. Terminó su trabajo y desapareció una vez más detrás de la cortina. Por un largo rato no hubo más actividad, y la pequeña multitud murmuraba con decepción. Antes de que pudieran comenzar a alejarse, se produjo un gran estruendo, y una espesa nube de humo blanco envolvió el escenario. —¡Vengan, vengan todos! —gritó una timbrada voz desde el centro del humo—. Prepárense para ser sorprendidos y asombrados por el único, el inimitable… ¡Mairelon el Mago! Con las últimas palabras, el humo se disipó. En el centro del escenario había un hombre. Tenía el pelo oscuro alrededor de una cara redondeada, y un bigote pequeño, limpio pero sin barba. Llevaba una capa de ópera negra y un sombrero de copa, lo cual hacía difícil determinar su altura, Kim lo juzgó de mediana estatura. Su mano derecha sostenía un bastón con una cabeza de plata. “¡Otro burgués!” pensó Kim con disgusto. Ella no creyó ni por un momento que fuera un verdadero mago, si lo fuera, no perdería su tiempo trabajando en el mercado. Sin embargo, sintió una punzada de inquietud. El hombre sostuvo su postura por un momento y luego echó hacia atrás la capa. —¡Soy Mairelon el Mago! —anunció—. Préstenme su atención y les mostraré maravillas. ¡El conocimiento de Oriente y Occidente es mío, y los secretos de los cultos misteriosos de África y la India! ¡Contemplen! 7

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Mairelon sacó un pañuelo de seda de su bolsillo y mostró ambos lados. —Un pañuelo perfectamente normal… tan normal, como la seda más fina pueda llegar a serlo. Las cosas de valor deben mantenerse cerca. El público se rió entre dientes mientras lo metía en su puño cerrado y este se desvanecía. —Dios mío, me parece que lo he perdido a pesar de mis esfuerzos —dijo el mago, abriendo su puño—. Ahora, ¿dónde...? ¡Ah! Él se inclinó hacia una posición muy de criados en frente del escenario y sacó el pañuelo de su sombrero. Además de una cadena de pañuelos de color vino con él, anudada de un extremo a otro. Mairelon frunció el ceño. —Ahora, ¿qué voy a hacer con todo esto? —Reflexionó. Cuidadosamente los dobló en una bola compacta y envolvió la pelota en el pañuelo blanco. Cuando lo sacó, los pañuelos se habían ido. El flujo de la charla continuó mientras que a Mairelon le prestaba un centavo un hombre en la multitud, lo hizo pasar a través de su pañuelo, y luego desapareció y reapareció. Sacó un huevo de detrás de la oreja de otro hombre, lo partió en su sombrero, y luego metió la mano en el sombrero y sacó una paloma viva. Él la cubrió brevemente con su capa, y luego abrió la capa a un lado para revelar una jaula de mimbre grande con la paloma en su interior. Colocó la jaula y la paloma en el suelo del escenario e hizo un gesto con su bastón, y estos desaparecieron en una nube de humo y llamas. Le mostró a la multitud un recipiente poco profundo y le dijo a uno de los chicos del tumulto que lo llenara con agua, luego dejó caer una hoja de papel y sacó dobladas diez pequeñas lámparas chinas de papel. Kim vio el show con un disfrute descarado. Cerca del final, el hombre encorvado reapareció, llevando una pandereta antigua. Mientras Mairelon terminaba su actuación, su compañero circuló entre la multitud, recogiendo peniques y chelines de los espectadores. A regañadientes, Kim llevó su mente lejos de la fascinante vista de Mairelon el Mago que hacía malabares con huevos, pasándolos entre sus dedos ágiles, cambiando de blanco a rojo al azul y al amarillo en una sucesión rápida. Esta era la primera vez que ambos hombres habían estado fuera a la misma vez, y ella tenía que saber el tiempo que el vagón permanecía vacío. Ella comenzó a cantar “Querida Jenny” mentalmente para marcar el tiempo, y frunció el ceño con irritación. Su aversión por este trabajo se hacía más fuerte cada minuto. Robar 8

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un reloj de bolsillo en High Street nunca la había molestado, pero había odiado siempre los mercados de trabajo. Hungerford era lo más cercano que había tenido a una casa desde que la vieja Madre Tibb la introdujo en el engaño, y aunque todo lo que tenía que hacer esta vez era sólo un poco de espionaje, sentía lo mismo que robar un abadejo de Rojo de Sal cuando ella estaba de espaldas. Kim contemplaba eso olvidando convenientemente el retorno a la taberna donde el burgués había dispuesto reunirse con ella, pero la memoria de una libra le hizo recordar al extraño había ofrecido mantenerla con una cadena de hierro. Cinco libras era una fortuna para los estándares de Kim, podía comer bien y dormir en seco durante meses y aún quedaba suficiente para sustituir la raída chaqueta y los pantalones de chico que llevaba. Si jugaba bien sus cartas, incluso podría salir de las calles para siempre. Había llegado el momento de hacerlo, ella estaba, pensó, acercándose a los diecisiete años, y su crecimiento retrasado llegaba finalmente. No sería capaz de hacerse pasar por un chico por mucho más tiempo. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, y empujó el pensamiento y el oscuro conocimiento de las consecuencias inevitables que seguirían al final de su baile de máscaras, fuera de su mente. Mairelon el Mago, por el momento al menos, importaba mucho más que su propio futuro incierto. Mairelon terminó su show en una ráfaga de destellos de cuchillos y pañuelos girando, y se inclinó sumamente. —Gracias por su atención y por sus contribuciones. —Él hizo una seña a su adusto asistente con la pandereta, y la multitud se echó a reír—. ¡Con esto concluye esta actuación, pero pronto Mairelon el Mago volverá a realizar cosas aún más maravillosas para su deleite y asombro! ¡Hasta entonces, mis amigos! —En una segunda bocanada de humo y llamas, el mago desapareció. Kim se detuvo a mitad del verso octavo de “Querida Jenny” y se escabulló mientras la multitud empezaba a dispersarse. Ella no quería que Sal o Jamie se fijaran en ella y lo recordaran más tarde. Una vez que estuvo a salvo lejos del vagón de Mairelon, respiró con más facilidad. No podía hacer nada con respecto al mago hasta el final de su próximo espectáculo. Tenía tiempo, ahora, para disfrutar del mercado. Se detuvo ante una anciana con un pañuelo descolorido, cambiando una de sus monedas cuidadosamente atesoradas, por una bolsa de castañas asadas. Se las comió mientras caminaba lentamente, saboreándolas. El desacostumbrado calor en su estómago la hizo sentir más alegre, aunque todavía no estaba muy entusiasmada con la idea de curiosear en el vagón de Mairelon. Por un lado, no le gustaba el aspecto del burgués flacucho que la había contratado. Inconscientemente, flexionó los dedos, haciendo crujir la bolsa. Cinco libras comprarían mucho más que castañas. El burgués flacucho no le había pedido nada a Nick, se recordó, sólo que mirara a su alrededor y le dijera lo que veía y si el mago tenía un cofre 9

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especial en su carro. El burgués había afirmado que era una apuesta. Incluso podría estar diciendo la verdad; una apuesta es mejor que nada. Ella se apartó para dejar que una vendedora de ostras empujara su carretilla pasándola. No se sentía bien. El burgués había estado demasiado interesado en la búsqueda de ese cofre. Había parecido positivamente emocionado cuando empezó a describirlo: plateado, había dicho, con una gran cantidad de tallas y patrones en cuyos detalles Kim no había visto ninguna razón para molestarse en recordarlos. Kim frunció el ceño. La curiosidad fue su debilidad más acuciante. Y cinco libras, cinco libras. No era como si ella estuviera haciendo ningún daño. Terminó la última de las castañas y metió la bolsa en uno de sus muchos bolsillos, en caso de que le encontrara un uso para más tarde. Ella lo haría tal y como había pedido el burgués: entraría, miraría a su alrededor, y saldría. Mairelon nunca sabría que alguien había estado allí. Y si encontraba ese cofre, tal vez ella viera lo que era tan especial en él. Pero no se lo mencionaría al burgués flacucho. Recogería su dinero y se iría. Incluso podría volver y advertir a Mairelon sobre el hombre que mostraba tanto interés. La gente del mercado debería permanecer junta, después de todo. Sonrió para sus adentros. ¡Le serviría al flacucho burgués un poco de su propia sopa! Silbando alegremente, se alejó para ver si el espectáculo de títeres seguía situado en el extremo más alejado del mercado.

***

Por la noche se encontró merodeando cerca del vagón de Mairelon una vez más. Esta vez se quedó en las sombras junto al puesto de Jamie, apoyada en uno de sus postes de apoyo. Mientras la multitud se hacía más grande, se permitió ser empujada hacia atrás hasta la puerta trasera del vagón, la cual formaba una parte del escenario de Mairelon, pero ocultaba la representación de su vista. Mairelon era tan bueno como su palabra. Él no repitió, por lo que Kim podría decir, cualquiera de los trucos que había utilizado en su actuación anterior. Esta vez, hizo tres anillos de plata pasar ininterrumpidamente a través unos de otros, cerrándolos y desbloqueándolos en patrones intrincados. Él compró una manzana a un vendedor que pasaba y la abrió para revelar un chelín en su núcleo. El vendedor de manzanas fue rodeado de inmediato por clientes esperanzados, pero su mercancía restante resultó decepcionantemente ordinaria.

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Mientras tanto, el mago siguió sin problemas con su show. Pidió prestado un sombrero a uno de los hombres de la multitud, hirvió un huevo en él, y le devolvió el sombrero a su propietario sin ningún daño. Luego sacó una baraja de cartas y pasó a través de una serie de trucos cada vez más elaborados. Kim estaba tan cautivada por el espectáculo que estuvo a punto de perderse cómo una pequeña puerta se abría cerca de la parte delantera de la carreta. El ruido tintineante de la pandereta llamó su atención de vuelta. Apresuradamente ella se acurrucó contra el lado del puesto de Jamie, sosteniendo una manga irregular para ocultar su rostro. El ayudante encorvado de Mairelon miró en su dirección al pasar, pero sus ojos se movieron una vez que cayó en la cuenta de su aspecto sucio y pobre. Tan pronto como el hombre hubo sido absorbido por el público, Kim se lanzó hacia la puerta de vagón, esperando que el show de Mairelon y las sombras cada vez mayores la mantuvieran lejos de ser notada. Su suerte se mantuvo, ningún grito la siguió por el estrecho pasillo, y cuando llegó, la puerta no estaba cerrada con llave. Kim la abrió y medio saltó, medio cayó en el interior del vagón, con el primer estribillo de “Querida Jenny”, haciéndose eco en su mente. Hizo una breve pausa para recuperar el aliento y miró a su alrededor. Una vez más, se encontró mirando con sorpresa. El interior del vagón era de paneles de madera oscura y pulida muy brillante. Las filas de armarios corrían por un lado, coronadas por una plataforma de baldosas grises suaves. Un cofre largo estaba situado en la otra pared, por el rollo limpio de mantas en un extremo, Kim supuso que éste se abría en una cama. Es de suponer que el hombre encorvado dormía en el suelo, o tal vez en el carro, porque no veía ninguna señal de una segunda cama. Una pequeña lámpara, que Kim había decidido era de estaño, ya que no podía ser de plata, colgaba cerca de la puerta. Su luz echó hacia atrás la rica luz poniendo de relieve las paredes y las puertas del armario. Una alfombra de lana, de color rojo oscuro con dibujos extraños en crema y negro, cubría el suelo. Kim nunca había estado en ningún sitio la mitad de elegante que esto en toda su vida, incluso la habitación trasera del Caballero Jerry no era nada ante esto. El telón se desvaneció en el otro extremo del vagón balanceándose mientras Mairelon cruzaba el pequeño escenario. Kim salió de su estupor cuando se dio cuenta que la cortina era lo único que la separaba de ser descubierta. Podía oír las pisadas del mago con toda claridad. Él sería capaz de escucharla con la misma facilidad, en caso de que fuera torpe o descuidada. Kim miró alrededor del vagón de nuevo, dolorosamente consciente de la necesidad de apresurarse. Ella había perdido cerca de un verso entero en su meditación. Los armarios eran el lugar más probable para comenzar. Ella dio un paso adelante, como un gato acechando a un ratón especialmente sospechoso, y abrió la primera puerta. 11

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El armario estaba lleno de platos. Tres platos mal emparejados y un tazón de cerámica para la sopa ocupaban el estante inferior, una hilera de tazas de té de porcelana colgaba de ganchos en la parte inferior de la plataforma anterior. La parte superior del armario contenía una ordenada pila de sartenes de cobre, ollas de hierro, y tapas variadas. Kim tuvo el tiempo suficiente para asegurarse de que no había nada escondido dentro o detrás de cualquiera de ellos, luego continuó. Su apresurada búsqueda no reveló nada de interés en los armarios restantes, y se volvió hacia el gran cofre. La tapa no respondió a su cuidadoso tirón. Una inspección más cercana reveló una cerradura oculta. Kim vaciló. Tenía casi tres versos completos de “Querida Jenny”, aunque ella se permitiera dejar este último como un margen de seguridad. Y el burgués flacucho no estaría satisfecho si todo lo que tenía que decirle era que Mairelon el Mago mantenía cacharros en sus armarios y un cofre cerrado. Tenía los labios apretados, y metió la mano en el bolsillo en busca del pedacito de alambre rígido que siempre llevaba. La cerradura era buena, y la madera sobresaliente que la ocultaba hacía su trabajo más difícil. Dos versículos más de “Querida Jenny” pasaron mientras el cable trenzado iba de ida y vuelta, persuadiendo a los engranajes a volver a su posición. Estaba a punto de abandonar sus esfuerzos cuando oyó un leve chasquido y la tapa del baúl se abrió un cuarto de pulgada. Kim se enderezó y guardó el alambre. Se apoderó de la tapa del cofre y la levantó, obligándose a moverse lentamente en el caso de que los goznes chirriaran. Luego lo mantuvo en esa posición con una mano y se inclinó para mirar dentro. Montones de sedas de colores brillantes se encontraban ante sus ojos. Junto a ellas había encajadas cajas de madera, un conjunto de diminutas linternas chinas, varios espejos, un tubo de vidrio con una cubierta de papel pintado, un sombrero de copa, y varios mazos de cartas, todas dispuestas de forma ordenada y precisa de acuerdo a un orden que Kim no podía comprender. Algunos los reconoció como accesorios del primer show de Mairelon, ninguno de ellos se parecía en nada al cofre que el noble estaba buscando. Cuando empezó a cerrar la tapa, vio una muestra de terciopelo negro que sobresalía de debajo de una pila de pañuelos de seda cuidadosamente doblados. Un último intento, pensó, y echó las sedas a un lado. Su mano se cerró en algo duro y pesado, envuelto en terciopelo. Luego hubo una violenta explosión, sin sonido y Kim se echó hacia atrás contra los armarios en el otro lado del vagón. A través de una bruma de luz violeta, vio la tapa del baúl cerrarse lentamente. Puntos de color púrpura bailaban ante sus ojos, luego se extendió para 12

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cubrir la totalidad de su campo de visión. Su último pensamiento coherente, mientras la oscuridad púrpura la llevaba a una profunda inconsciencia, fue una enfadada maldición dirigida al burgués que la esperaba en la casa pública. Cinco libras no era ni de lejos el pago suficiente para husmear a un verdadero mago.

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Capítulo 2 Traducido por parvatti y ANDRE_G Corregido por ηịịị ღ

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im se despertó de golpe. Estaba apoyada contra algo duro, en una posición semi-sentada, y podía sentir el cable alrededor de sus muñecas y tobillos. Escuchó unas voces por sobre su cabeza y se obligó a permanecer quieta, fingiendo inconsciencia. Esto no era esperado, aparentemente; luego de un rato, escuchó a una voz preocupada decir: —¿Cuándo se despertará? —Está despierto —dijo la voz del mago Mairelon—. Está fingiendo. Vamos, hijo, puedes admitirlo también. Tendrás que abrir los ojos tarde o temprano. Kim suspiró y se rindió. Dio una mirada apresurada alrededor cuando abrió los ojos, con la débil esperanza de descubrir una manera de salir de su difícil situación. Estaba apoyada en la fila de armarios, uno de los cuales tenía la puerta abierta, presumiblemente se había abierto cuando había pasado a través de ella. La cuerda de sus manos era lamentablemente gruesa, y los nudos eran difícilmente familiares. Después de una mirada, abandonó toda intención de liberarse mientras la atención de sus captores estuviera en otro lugar. —Así es —dijo Mairelon. Kim miró hacia arriba. Mairelon estaba de pie junto al cofre, en el lado opuesto del vagón. Se había quitado la capa y el sombrero, y sin ellos, parecía un tanto más pequeño y joven que lo que había parecido sobre el escenario. Su expresión no contenía ni la ira ni la molestia que Kim esperaba, sino que había un brillo de algo muy parecido al interés o al entretenimiento. Ella comenzó a pensar que podría salir de esto, después de todo. Al lado de Mairelon estaba el hombre bajo. También él se había quitado el sombrero, y su pelo gris y negro estaba pegado a su cabeza. Alternó una agria mirada a Kim con otra mirada nerviosa dirigida a Mairelon, mientras masticaba continuamente un extremo de su bigote. Kim se volvió para mirar a Mairelon. 14

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—Es un conocedor apropiado, ¿verdad? —dijo en su mejor tono juvenil. —En lo que a usted le interesa no, no tan cercano al conocimiento como me gustaría ser —respondió Mairelon afablemente. —¿Va a llamar a los alguaciles? —Eso depende de cuánto estés dispuesto a contarme. —No tengo razón para guardar silencio —dijo francamente Kim. Si el burgués que la había contratado hubiese sido más abierto, podría haber sentido alguna obligación de mantener la boca cerrada, pero ni siquiera un extraño-y-extranjero la haría proteger a un empresario que había retenido el conocimiento fundamental acerca de un trabajo. Especialmente, cuando ella no había estado demasiado entusiasmada sobre ese trabajo, en primer lugar. —Entonces, tal vez podría explicarme exactamente lo que estabas haciendo en mi carro —dijo Mairelon. —Husmeando —dijo Kim rápidamente. El hombre bajo resopló a través de los extremos de la humedad de su bigote. —Robando, más probablemente. —Calma, Hunch —dijo Mairelon. Miró a Kim en el armario abierto con un brillo especulativo—. ¿Sólo mirando? —Así es —dijo Kim con firmeza—. Simplemente miraba. Los ojos del mago se redujeron, y Kim se preguntó si su respuesta había sido demasiado fuerte para el chico que fingía ser. Sin embargo, ahora ya era demasiado tarde para cambiarlo. —Eso explica los armarios, creo —dijo Mairelon después de un momento—. ¿Cómo has hecho...? —No le crees ¿verdad? —exigió el hombre bajo. —¡Hunch! Abstente de interrumpir, si fueras tan amable. —¿Y que te metas en problemas por creer cosas que no deberías? —dijo Hunch indignado—. ¡No lo creo! Mairelon dio a su esbirro una mirada exasperada. —Entonces, puedes salir hasta que haya terminado. 15

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La cara de Hunch tomó una expresión sombría. —No. —Es eso o callarte. Las miradas de los dos hombres se sostuvieron brevemente; la de Hunch descendió. —Bien, entonces, permaneceré tranquilo. —Bien. —Mairelon se volvió hacia Kim, que había estado observando el intercambio con gran interés—. Como estaba diciendo, creo que has explicado lo de los armarios. El cofre es otro asunto. ¿Cómo lo has abierto? —Conseguí desbloquearlo. —Me parece un poco difícil de creer. No es un mecanismo simple. —No tiene que serlo —dijo Kim, permitiéndose caer en la reflexión implícita sobre su habilidad. Mairelon levantó una ceja. —Bueno, vamos a dejarlo por el momento. ¿Por qué estabas, eh, husmeando en mi vagón? —Un burgués en “El Perro y el Toro” dijo que me pagaría cinco libras para saber lo que había aquí. Dijo que tenía una apuesta sobre ello. —¿Ah, sí? —Mairelon y Hunch intercambiaron miradas —Pensó que tenía que instruirme apropiadamente. —Ella obtuvo un placer perverso en traicionar al burgués que la había metido en esto—. Pero si era sólo una apuesta, ¿por qué me dejó convencerlo de darme cinco libras? ¿Y por qué fue tan específico sobre ese Wicher-Bubber? —¿Wicher-Bubber? —dijo Mairelon, mirando asustado, y no del todo satisfecho—. ¿Te refieres a un tazón de plata? —Eso es lo que he dicho. El burgués quería que lo buscara. —¿Te pidió que lo robaras? —exigió Mairelon, con expresión tensa. —No, pero no estoy diciendo que él no hubiese estado complacido si lo hubiera robado para él. —¡Ahí está! —dijo Hunch—. ¿Qué te estaba diciendo? Es un ladrón. 16

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—Mira, idiota, si yo fuera estafador, ¿te estaría diciendo todo esto? —dijo Kim, exasperada—. Todo lo que dije fue: Le echaré un vistazo a eso, ¡y eso es la verdad! —¿Así que todo lo que accediste a hacer era entrar, mirar, y decirle si habías visto el tazón? —dijo Mairelon. —Eso es —dijo Kim. Hunch resopló y ella miró hacia él—. No habría ningún daño, después de todo, sólo miraba alrededor. Pero debía haberme dicho algo acerca de que usted es un verdadero mago con las cerraduras de lujo y cofres que explotan. —¿Cómo luce este burgués tuyo? —Como un verdadero real snob. Sombrero de copa, con guantes que son mejores a los que Jamie vende, y una corbata de seda. —Kim sacudió la cabeza preguntándose si eso sería en parte simulado—. Tenía un sombrero de copa, en el Perro y el Toro. —¿De qué color era su cabello? —Lodoso. Delgado, también. —¿Su cabello o él? —Ambos. Mairelon asintió con la cabeza, como si hubiera esperado esa respuesta. —¿Y él te dio algo para que fuese más fácil entrar aquí? ¿O abrir mi cofre? —No, y no lo hubiera aceptado si lo hubiera ofrecido. No soy confiada. —Entonces, supongo que me mostrarás cómo lo lograste —dijo Mairelon. Kim asintió con la cabeza, y el mago alcanzó la cuerda que unía sus manos. Hunch hizo un ruido estrangulado. Mairelon se detuvo y lo miró con una expresión inocente. —Nos vas a dejarlo ir, ¿verdad? —dijo Hunch, claramente horrorizado por la idea—. ¡No tienes idea de lo que es capaz de hacer! —Creo que los dos podemos manejarla. Hunch Se mordió el lado derecho de su bigote. —¿Eh? —Oh, ¿no te diste cuenta? —dijo Mairelon. Se dio la vuelta de regreso hacia Kim mientras Hunch todavía permanecía en un enorme silencio, y le dio a uno de los nudos de la cuerda un fuerte tirón. El nudo se deslizó suavemente como si alguien hubiera 17

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engrasado la cuerda, dejando libres las manos de Kim. Ella parpadeó, y luego lanzó una mano hacia adelante y tiró de la cuerda que sostenía sus tobillos. Nada ocurrió. —Hay un truco para eso, por supuesto —dijo Mairelon suavemente—. Te lo mostraré, si quieres, cuando hayas terminado tu propia demostración. Kim miró con incredulidad. Mairelon sonreía con lo que parecía ser diversión verdadera. —¿Lo harás? —Cuando hayas terminado —agregó enfáticamente. Hunch frunció el ceño con ferocidad detrás de su amo, pero no se atrevió a expresar cualquier crítica. —Está bien, está bien —dijo Kim. Buscó en su bolsillo, sacó el trozo de alambre, y se puso a trabajar. Estaba bastante segura en ese momento que el mago no llamaría a los alguaciles, pero en lugar de tranquilizarla, el conocimiento le hizo sentir aún más inquieta. ¿Por qué dudaba? Miró a Mairelon concentradamente mientras manejaba el cable. Él no parecía particularmente impresionado, pero no era un fraude, estaba segura. No era la clase corriente de mago, tampoco, no con el interior de su carro arreglado como uno de la nobleza. Por no hablar de esa cosa en el cofre que la había hecho volar a través del cuarto. El recuerdo ralentizó sus dedos. Cierto, ella realmente había estado hurgando en el cofre cuando el hechizo o lo que fuera que era eso, había estallado, pero Mairelon podía haberlo cambiado fácilmente mientras ella estaba inconsciente. Y ella no deseaba repetir la escena. Hunch se movió impacientemente. —Ella no va a lograrlo, no con sólo ese pedazo de alambre. —Déjalo ya —gruñó Kim, y retorció su muñeca. Otra vez volvió a escuchar un apenas perceptible click, y la tapa del cofre se levantó un poco. Kim lo levanto abriéndolo y dio una mirada de triunfo a Hunch. —Impresionante —dijo Mairelon. Observó pensativamente a Kim, y el brillo del interés había regresado—. Pensé que nadie a excepción del mismo viejo Schapp-Mussener podía abrir ese cofre sin una llave. —Es un truco —dijo Kim con modestia. 18

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—Es un talento, y también un talento muy impresionante. —El brillo se hizo más pronunciado—. Supongo que no... —¡Maestro Richard! —interrumpió Hunch. —¿Mmmm? —Ahora no va a hacer nada espantoso, ¿verdad? —dijo Hunch en un tono severo. —No, no, claro que no —dijo Mairelon distraídamente, seguía mirando a Kim. —Bien —dijo Hunch, muy aliviado. —Sólo iba a preguntar a nuestra invitada… ¿Por cierto, cuál es tu nombre? —Kim. —Kim. Sólo iba a preguntarle a Kim si ella querría irse con nosotros cuando partamos de Londres. Hunch mordió ambas esquinas de su bigote al mismo tiempo. —¡Nunca vas a traerla con nosotros! —¿Por qué no? —dijo Mairelon en un tono razonable—. Podría ser útil tener a alguien con nosotros que esté familiarizada con... cosas. Ha pasado mucho en los últimos cuatro años. —¿Quiere que vaya con ustedes, después de que entré aquí a hurtadillas y volé las cosas? —dijo Kim incrédula—. ¡Usted sí que es raro! Hunch comenzó a asentir en acuerdo, luego se detuvo a sí mismo y miró a Kim. —¡No puede hacerlo, Maestro Richard! ¡Ella es una ladrona! —¡No lo soy! —Deténganse los dos. —La voz de Mairelon era firme. Él miró a Hunch—. No creo que Kim sea una ladrona, aunque está bastante claro que ha tenido algo de entrenamiento. No es que eso importe. —¡Sí que importa! ¿Qué va a hacer con ella? —Ella puede ayudar con la función —dijo Mairelon—. Parece el tipo de persona habilidosa. Hunch resopló. 19

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—¿No fue eso lo que usted dijo sobre ese submarinista que se fugó con diez guineas y su mejor abrigo? —Sí, bueno, él era demasiado mañoso. Creo que Kim lo hará mucho mejor. —¿Haciendo qué? —Eventualmente, ella podría volverse una asistente muy útil. Por supuesto, siempre y cuando, venga con nosotros. —Mairelon dio una mirada inquisitiva a Kim. —¿No me está engañando? —dijo Kim con sospecha. —No. Esa sola palabra era más convincente que todo el discurso que había dado Mairelon, pero Kim seguía dudando. ¿Qué era lo que él esperaba obtener llevándola con él? Por el lujo del interior del vagón, era claro que Mairelon podía costear a la compañía las mejores elegantes impuras, si lo que él quería era una prostituta. Él no tenía ninguna razón para recoger una mugrienta imitación de chico del mercado, en vez de eso. Y él no era la clase de persona que prefería a los chicos; Kim había aprendido hace mucho tiempo a detectarlos y evitarlos. ¿Entonces qué quería? —Aún no me ha desatado —señaló ella finalmente. —Un descuido. —Mairelon se inclinó y tiró de la cuerda que sujetaba los tobillos de Kim. Otra vez la cuerda se volvió a deslizar, y Mairelon se enderezó con un gesto dramático—. Ahora, ¿qué dices? —¿Realmente me enseñaría a hacer eso? —preguntó Kim, su mente dando vueltas. Si ella podía aprender algunos de los trucos de Mairelon, podría ser capaz de obtener un trabajo estable en uno de los teatros del Covent Garden, un trabajo real, la clase de trabajo que requería más que un vestido escotado y una voluntad para hacer cualquier cosa que le pidieran. Ella podría ganar suficiente para comer en forma regular y dormir cálida sin tener que estar mirando sobre su hombro por vigilantes nocturnos o agentes de policía o mensajeros de la Bow Street; podría dejar de temer a Dan Laverham y a los de su clase, ella podría... se forzó a cortar el tren de pensamientos, antes de que la esperanza creciera haciéndose demasiado fuerte, y esperó la respuesta de Mairelon. —Eso y un poco más —dijo Mairelon—. ¿De qué otra forma podrías servir en la función? —De todas formas, ella no parece como si fuera a ser de mucha ayuda —murmuró Hunch—. Nadie va a pagar para ver a una pequeña ladrona mugrienta. —Vuélveme a llamar así, imbécil, y... 20

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—Suficiente. —La voz de Mairelon era baja, pero Kim se encontró tragándose sus palabras más rápido de lo que alguna vez había hecho por los furiosos alaridos de la Madre Tibb—. Deja de provocarla, Hunch. —Si no puedes ver lo que está justo enfrente de tu nariz... —Oh, ella no se ve muy bien ahora, pero creo que te sorprenderás cuando veas lo bien que se asea. —¡Aún no he dicho que vaya a ir con ustedes! —dijo Kim enfadada. —Y tampoco has dicho que no vas a hacerlo —contestó Mairelon—. Vamos, ahora; toma tu decisión. Tengo cosas que hacer si no lo haces. —Huh. —Kim no estaba convencida—. No estoy deseosa de meterme en problemas con los alguaciles. ¿Cuáles son sus planes? Mairelon sonrió. —Soy un mago ambulante. Hago presentaciones en ferias y mercados. —¡Déjelo! Ya le dije, no soy tonta. La gente que puede hacer magia de verdad no desperdicia su tiempo haciendo trucos en los mercados. Y usted tampoco se consiguió un vagón montado como para la nobleza de esa manera. —Eso es asunto mío. Le doy mi palabra que no estamos haciendo nada ilegal; si tiene otras preguntas, tendrá que esperar por las respuestas. Después de todo, aún no la conocemos muy bien. —No, y no quiero hacerlo —dijo Hunch entre dientes. Kim automáticamente le frunció el ceño, pero su mente estaba ocupada con otras cosas. Ella nunca volvería a tener una oportunidad como esta, de eso estaba segura. Arriesgarse a los objetivos desconocidos de Mairelon era un pequeño precio que pagar por la promesa de unos cuantos días de comida buena en forma regular y un lugar seguro para dormir, incluso sin la promesa de que le enseñara. Añádele la posibilidad de aprender algo que la liberaría del peligroso mundo mano-a-boca de los barrios bajos de Londres y la propuesta de Mairelon era altamente irresistible, especialmente ya que era bastante probable que ella nunca se enterara qué era lo que realmente estaba haciendo el mago o por qué era tan importante ese cofre si no iba con ellos. Y si no le gustaba, siempre podría darse la vuelta y regresarse a Londres. No estaría peor de lo que estaba ahora. —¿Y entonces? —preguntó Mairelon. —Muy bien, entonces —dijo Kim—. Lo haré. 21

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Hunch gimió. —¡Bien! —dijo Mairelon, ignorando a Hunch—. Mañana veremos al sastre para conseguirte algo de ropa. No vamos a quedarnos mucho tiempo en Londres, así que me temo que no habrá mucha. —A mí me suena genial —dijo Kim. Le tomo casi toda su voluntad sonar moderadamente complacida en vez de quedarse sin palabras. ¿Ropas de un sastre? ¿Para ella? —Ella se va a largar tan pronto como haya conseguido todo lo que pueda de usted — profetizó Hunch con pesimismo. Kim empezó a protestar, pero la voz de Mairelon la anuló. —Hunch si no dejas de estar buscando pelea con Kim, me veré obligado a dejarte en Londres. —¡Jamás lo haría! —dijo Hunch. —¿No? Hunch murmuró algo entre dientes y se fue pisoteando hasta la esquina más lejana del vagón. Mairelon lo siguió con la mirada y negó con la cabeza. —Él vendrá, no temas. No tienes nada de qué preocuparse. —¿No se está olvidando de algo? —preguntó Kim. —¿De qué? —De ese delgaducho presuntuoso del Perro y el Toro, que me envió a este lugar. ¿Qué va a hacer con él? —Creo que él merece recibir algo por eso que está pagando —dijo Mairelon después de tomarse un momento para considerarlo—. ¿No estás de acuerdo conmigo? Kim pensó en la forma tan solapada en la que el delgaducho presuntuoso había retenido información para mantener el precio bajo. —No. —Sí, él definitivamente debería —dijo Mairelon, como si no hubiera escuchado a Kim—. Creo que deberías volver al lugar que mencionaste, ¿cuál era su nombre? —El perro y el Toro 22

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—Desde luego. Creo que deberías ir allá a recoger tus cinco libras. —Hizo una pausa y sonrió a Kim—. ¿Qué dices?

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Capítulo 3 Traducido por Moonrose, Dham-Love Corregido por Marina012

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im se lanzó a través de una calle justo en frente de un coche de alquiler, haciendo que los caballos se intimidaran. Las maldiciones del conductor la siguieron cuando ella se metió en el tráfico peatonal en el otro lado, pero no prestó atención. Ella llegaba tarde a su cita, y no sabía cuánto tiempo esperaría el burgués flacucho. No es que ella estuviera particularmente interesada en verlo de nuevo, cinco libras o no. Todavía no estaba segura de cómo había sido convencida de meterse en esto. Tal vez fue porque Hunch había estado tan en contra de hacerlo; sabiendo lo mucho que a él le disgustaba la idea, no pudo resistirse a seguir adelante con ella. O tal vez fue la persuasión de Mairelon. El hombre hizo sonar todo tan razonable y él sabía exactamente cómo apelar a la curiosidad de Kim. Eso, por supuesto, era la raíz del problema. Kim esquivó un farolero, agachándose bajo el final de la escalera. Algún día iba a meterse en serios problemas si no dejaba de meter la nariz en las cosas, sólo para descubrir cómo eran. Aún castigándose, Kim volvió por el camino torcido que la llevó a El Perro y el Toro. Aquí, el tráfico era menor, y ella hizo un mejor tiempo. Cuando vio el cartel roto con la pintura chillona, ella rompió a correr, y un momento después estaba dentro. Se hizo a un lado de la puerta y se detuvo, jadeando, inspeccionando la habitación. Pasó un momento antes de que sus ojos se acostumbraran a la penumbra. Aunque la única ventana era grande, la mitad o más de sus cristales se habían roto y habían sido rellenados con papel, y los que permanecían estaban oscuros por la suciedad. La luz que había provenía del fuego en la inmensa y ennegrecida chimenea, y no penetraba mucho en el humo y el vapor que llenaba el aire. Tres largas y desnudas mesas ocupaban el centro de la habitación. Los bancos sin respaldo en ambos lados estaban, la mitad, ocupados por hombres grandes con ropa muy gastada. La mayoría se inclinaba sobre jarras de cerveza, y algunos estaban comiendo con una dedicada intensidad entre un surtido de platos maltratados. No había ni rastro del burgués en ningún lugar. 24

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Kim frunció el ceño. ¿Lo había perdido, entonces? No había manera de saberlo. Ella decidió pensar que tal vez él llegaba tarde también, y se dirigió hacia una de las mesas. Ella se apretó en un rincón donde podía ver la puerta, ordenó una media pinta de cerveza, y se implantó a esperar. La procesión de clientes entrando en la habitación no era precisamente alentadora. La mayoría eran hombres de la clase trabajadora identificables por sus ropas: carreteros, albañiles, un carnicero, uno o dos vendedores ambulantes, un comandante. Un hombre insignificante con un abrigo raído encorvado se arrastró hasta la esquina de la mesa como si esperara que fuera lanzado afuera. Kim dio un sorbo a su cerveza, preguntándose infelizmente si debía arriesgarse a llamar la atención haciendo preguntas. La puerta se abrió de nuevo y entró otra colección de hombres sólidos en bruto, lana hilada y ropa sucia. En su paso llegó un hombre alto haciéndose aún más alto por su sombrero de copa. Llevaba una voluminosa capa que hacía imposible saber si era gordo o delgado, pero la mano de guante blanco presionando un pañuelo en los labios era imposible de confundir. Una mano temblorosa y un sombrero de copa, Kim pensó con disgusto, en un lugar como este. Él era el que ella estaba esperando, muy bien. Se enderezó, tratando de parecer más alta para que él la viera. El burgués inspeccionó la sala con desdén, a continuación, se abrió paso entre las mesas y se detuvo al lado de Kim. —Confío en que su presencia significa que lo ha logrado, muchacho —dijo. —He hecho lo que pidió —dijo Kim. —Bien. Sugiero que conduzcamos el resto de nuestros negocios en una de las habitaciones privadas en la parte de atrás. —¿Usted quiere que todo el mundo aquí sepa que tiene negocios conmigo? —preguntó Kim sin moverse. El rostro del burgués se ensombreció con ira, pero después de un momento, sacudió la cabeza. —No, supongo que no. —Entonces es mejor que se siente antes de que todos aquí terminen mirándolo — informó Kim. Los labios del hombre se presionaron juntos, pero reconoció la sabiduría de la declaración de Kim. Se sentó en el banco frente a ella, dejando su sombrero cuidadosamente sobre la mesa. El tabernero, un hombre gordo con delantal sucio, se acercó a la vez, y el burgués aceptó, con cierta reticencia, una jarra de cerveza. Cuando el tabernero se fue, el burgués se inclinó hacia delante. 25

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—Usted dijo que había hecho lo que le pedí. ¿Encontró el cofre, entonces? ¿Tiene una lista de lo que está en el vagón de Mairelon? —¿Qué haría la gente como yo haciendo listas? —dijo Kim con sarcasmo. El hombre se sobresaltó. —Yo había anticipado... —Si usted quería una lista, debió contratar un maestro de escuela —le informó Kim—. Le puedo decir lo que vi en la carreta del señor ese mago, pero eso es todo. Los ojos del hombre se estrecharon. —En ese caso, tal vez cinco libras es más valioso que la información que hay para mí. —En ese caso, usted no recibirá ninguna información en absoluto —dijo Kim, imitando su tono. —Bueno, ahora creo que no está siendo razonable. ¿Diremos, tres libras? Kim escupió. —He hecho lo que ha dicho, y nunca dijo nada acerca de ninguna lista. Cinco libras y eso es todo. —Oh, muy bien. ¿Encontró el cofre? —No voy a decir nada hasta que tenga lo que me prometió. El burgués argumentó, pero Kim se mantuvo firme. Finalmente estuvo de acuerdo, y desganadamente contó las cinco libras en billetes y monedas. Kim hizo una demostración de volver a contar, con los dedos deteniéndose en cada moneda, a pesar de sí misma. Ella nunca había tenido tanto dinero a la vez en toda su vida, y cada corona de plata y medio chelín significaban otro día u otra semana de alimentación y seguridad posible. Ella guardó el dinero de manera segura en los bolsillos interiores de su chaqueta, sintiéndose muy satisfecha tanto con ella como con Mairelon. Si no hubiera sido por la insistencia del mago, podría haber dejado pasar un blanco fácil. —¿Satisfecho? —dijo el hombre con enojo—. Muy bien, entonces, dígame lo que encontró. Kim sonrió para sus adentros y se lanzó a una descripción detallada y exhaustiva del interior del vagón del mago. Se dio cuenta de la anticipación en la cara de su oyente al hablar de las ollas y sartenes en el armario Mairelon, y guardó cuidadosamente la información de que todos estaban hechos de hierro para el final de la frase. Ella obtuvo una perversa satisfacción de ver el destello de decepción en el rostro del burgués. 26

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El hombre se puso más y más impaciente mientras ella iba sobre la marcha. Por último, mencionó el arca cerrada. El burgués se sentó. —¿Cerrada? —Sí. —Kim hizo una pausa—. Pero pude abrirlo. El hombre se inclinó hacia adelante con entusiasmo. —¿Y? —Lucía como el lugar donde el tipo ese guarda su magia. Había una gran cantidad de faroles de papel pequeños, y un par de pequeñas cajas madera, y una pila de seda... —¡Sí, sí, muchacho, pero el cofre! —¿Cofre? —dijo Kim, fingiendo inocencia. —¡El Cuenco de plata que le describí a usted! ¿Lo encontró? —No vi nada como eso en el vagón de Mairelon —dijo Kim que con la verdad perfecta. —¡Qué! —La voz del burgués era lo suficientemente alta como para hacer girar cabezas a lo largo de la mesa. Él se controló con esfuerzo, y cuando los otros clientes se habían volteado, se quedó mirando a Kim. —¡Usted dijo que había hecho lo que le pedí! —Y eso he hecho —respondió Kim, imperturbable—. ¿Nadie podía encontrar algo que nunca ha estado allí. —¿No estaba allí? —El hombre parecía aturdido. —Usa la cabeza, tonto —aconsejó Kim—. Si este elegantísimo Mairelon tuviera algo así, lo habría visto, ¿no es verdad? Y no lo hice. Por lo tanto, no está allí. —¿Estás seguro? Kim asintió. El burgués la miró como si fuera su culpa. —No estaba allí —murmuró—. Todo este tiempo perdido en el hombre equivocado. Amelia no me dejará escuchar el final de esto. Merrill podría estar en cualquier lugar de Inglaterra a esta hora, ¡en cualquier lugar! —Ese no es mi puesto de observación —señaló Kim—. ¿Quieres saber qué más había, o no? 27

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—Y usted —el burgués continuó en un susurro venenoso—, usted sabía. Es por eso que me hizo darle su dinero por adelantado, ¿no? ¡Pequeño ladrón! En la última palabra, se lanzó a través de la mesa. El movimiento repentino tomó a Kim completamente por sorpresa. Él tendría sus manos en la garganta de ella si un hombre mugriento y de mal aspecto no se hubiera medio tambaleado, y medio caído sobre la espalda del burgués en ese momento. El empujón inesperado golpeó pesadamente al burgués sobre el borde de la mesa; Kim escuchó claramente su gruñido de dolor. Ella se paró y retrocedió un poco, mirando con interés. Ahora reconocía al hombre mugriento, había llegado a la taberna justo antes de la llegada del burgués. Este hombre mugroso fue el primero en recuperarse. —Lo- lo lamento, mucho —dijo él—. El piso sholo, sholo me sacudió, eso es todo. — Movió una mano para demostrarlo, y luego perdió el equilibrio de nuevo. —¡Aléjate de mí, idiota! —gruño el burgués. —De acuerdo, lo siento. —El borracho hizo movimientos ineficaces en señal de disculpa en la dirección del burgués. Ya que todavía estaba tirado sobre el hombro del burgués, esto sólo logró tirar al piso la jarra casi intacta de cerveza que estaba frente a ellos. Una ola de espuma café surgió a través de la mesa, recogiendo polvo y grasa mientras avanzaba. El burgués hizo un valiente esfuerzo para levantarse de vuelta al camino, pero con el borracho todavía tendido sobre su hombro, no tenía ninguna oportunidad. La piscina de fresca y sucia cerveza se agitó en su regazo, mojando su impecable atuendo. La cantina estalló en risas. El borracho empezó una disculpa llorosa, que era más un lamento por la cerveza desperdiciada que por algo más. Maldiciendo, el burgués lo empujó a un lado. Empezó a limpiarse vanamente la ropa con un pañuelo de bolsillo mientras el tabernero acompañaba al borracho firmemente hacia la puerta. Kim pensó que era un buen momento para su ida y se deslizó calladamente junto al borracho. Su último vistazo fue del burgués, recogiendo con cautela su sombrero chorreando de la piscina de cerveza. Todavía riéndose, Kim se detuvo en la calle que estaba afuera. Ahora estaba completamente oscuro, una niebla amarilla se estaba levantando. No era el mejor momento para correr por las calles de Londres, incluso tan harapienta como una niña abandonada como Kim lucía. Sin embargo, no tenía otra opción. Tragó fuerte, pensando en las monedas en sus bolsillos. Si las perdía, no tendría nada a lo que recurrir si su acuerdo con Mairelon se caía. Ella comenzó a correr, abrazando el borde de la calle.

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Mientras pasaba la esquina de El Perro y el Toro, un par de manos sucias y con olor a cerveza la agarraron. Una se sujeto contra su boca, y la otra le agarraba los brazos. Kim se lanzó hacia adelante, pero el hombre era demasiado fuerte. Fue arrastrada rápida y tranquilamente por un inmundo callejón al lado de la taberna. Pateó hacia atrás, duro, y le dio. El hombre no hizo ningún sonido, pero se aflojó el agarre que tenía, y Kim arrancó un brazo y la liberó. Mordió la mano que cubría su boca y sintió a su captor sacudirse. Luego escuchó un suspiro casi directamente en su oído. —¡Kim! ¡Detente! Soy Mairelon. Sin pensarlo, Kim golpeó a la voz con su mano libre. Luego las palabras penetraron y ella dudó. No podía imaginarse lo que Mairelon estaría haciendo en esta parte de la ciudad, pero los magos eran extraños, y ella ya había decidido que Mairelon era uno de los más raros de todos. ¿Y quién más esperaría que ese nombre tuviera importancia para ella? —En verdad soy yo, a diferencia de lo que parezca —dijo el suspiro—. Si te dejo ir, no harás ningún sonido hasta que estés segura, ¿lo harás? Asiente si estás de acuerdo. Kim asintió, y las manos liberaron su agarre. Se giró y se encontró de frente confrontando al borracho que había causado tantos problemas hace unos cuantos minutos. Ya no parecía borracho en lo más mínimo, aunque todavía se veía y olía desagradable. Kim retrocedió un paso. El hombre levantó una mano en advertencia y ella se detuvo, echándole un vistazo. Tenía la estatura correcta para ser Mairelon, pero no tenía bigote y su rostro estaba medio oculto por una capa de suciedad grasienta. Luego él sonrió, y las dudas de Kim se desvanecieron. Imposible como parecía, este era Mairelon. Ella sonrió en respuesta y él se quito su capuchón mugriento y se encorvó con el ademán de un mago. Ella abrió su boca para preguntar qué estaba haciendo, y de una vez él sostuvo un dedo en señal de advertencia. Ella se acercó, preguntándose incluso más qué había detrás de su extraño comportamiento. El crujido de la puerta de la taberna abriéndose se filtró por el callejón. Mairelon se aplanó en un nicho a lo largo de una pared y le hizo una señal a Kim para que hiciera lo mismo. Ella hizo caso todavía perpleja. Luego escuchó el quejido inconfundible del flacucho burgués —¡No esperes semejante trato! ¡No has escuchado el final de esto! —Tal vez —dijo la voz grave del tabernero—, o tal vez no. Buenas noches.

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Kim escuchó cerrar la puerta, y luego el burgués murmurando maldiciones bajo su aliento. Un momento después vino el incongruente sonido de un pequeño sonido de una campana de plata. Una gran sombra pasó la boca del callejón. —¡Allá estás Stuggs! —dijo el burgués malhumorado—. ¿Atrapaste al chico? —No lo he visto —dijo una baja y lenta voz. —¿No lo has visto? Pero si se fue hace unos minutos. —No lo he visto —la segunda voz reitero pacientemente. —¡Tonto! Debió haberse ido por el otro camino. —No pudo haberlo hecho. La calle está bloqueada. —Entonces se te escapó en la oscuridad. ¡Idiota! Nada ha salido bien esta noche, ¡Simplemente nada! Hemos gastado cinco días siguiendo al hombre equivocado, mi ropa está arruinada, ¡y encima de todo dejaste que el chico que escapara! —Nunca lo he visto. Y si lo viera, lo atraparía. —Ah, bueno. Bajo las circunstancias, apenas importa. Pero si hubiera sido el vagón de Merrill hubiéramos necesitado al chico. Tienes suerte. Algo en la voz del hombre hizo que Kim se encogiera contra la pared del edificio, tratando de convertirse en uno de los ladrillos. ¿Por qué estaban tan interesados en ella? ¡Seguramente cinco libras no valían tanto problema! —¿Quieres que vaya y lo busque? —dijo la profunda voz de Stuggs y Kim contuvo su respiración. —¿No estabas escuchando? No hay necesidad; él no encontró nada. No me voy a parar aquí oliendo como a cervecería mientras tú metes la pata. Vamos. Pasos se escucharon sobre los adoquines, pasando el final del callejón. Gradualmente los pasos murieron, pero Kim no se movió hasta que escuchó el distante traqueteo de las ruedas de los carruajes. Luego miró a Mairelon. El mago le hizo una seña y se movieron, pero en lugar de regresar a la calle, fue más lejos en el callejón. Kim lo siguió con algo de miedo. El laberinto de callejones llenos de basura giraba entre los espacios de las calles principales, no era el lugar para alguien que no supiera lo que estaba haciendo.

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Mairelon, sin embargo, escogió su curso sin dudar, y en unos cuantos minutos emergieron en un lado de la calle a dos cuadras de El Perro y el Toro. —Puedes hablar ahora —dijo él.

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Capítulo 4 Traducido por eli25, aneka y Virtxu Corregido por Marina012

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im estuvo en silencio durante un momento, intentando decidir qué preguntar primero.

—¿Por qué estaba ese flacucho burgués tan ilusionado por conseguir poner sus manos en mí? —dijo ella finalmente, comenzando con la pregunta como si fuera la persona más interesante. —Preferiría pensar que él tenía miedo a que vinieras y me dijeras lo que él ha estado haciendo —replicó Mairelon. Kim hizo una rápida visión de la conversación que ellos habían elevado. —¿Él piensa que eres ese Merrill? —De ninguna manera —dijo Mairelon alegremente. Él golpeó su gorro hacia una pesada mujer colorada, pretenciosa en un extremadamente escotado vestido. Ella miró su raída ropa y arrugó su nariz, luego corrió al pasar para buscar más clientes prometedores. —Así que es por eso que estabas tan determinado en que yo fuera a contarle que había hecho lo que él quería —dijo Kim. Ella miró a Mairelon pensativamente—. ¿Eres tú? —¿Soy quien? —¿Eres Merrill? —¿Ese es un nombre? Es por eso que le decimos rosa a cualquier otra cosa que huela tan dulce. —¿Huh? —dijo Kim, un poco confusa. —No literalmente, ¿lo entiendes? No, por supuesto que no, tú no lo harías. Deberíamos tener algo que hacer sobre eso. —¿Sobre qué? 32

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—Enseñarte a leer. —¿Leer? —Los ojos de Kim se abrieron ampliamente, y ella paró un poco—. ¿Yo? —¿Por qué no? Es obligatorio para ser útil. Lleva tiempo; tú no quieres pasar la noche en la calle, ¿verdad? Kim asintió y comenzó a caminar otra vez. Fue un momento antes de que la novedad de la idea pasara y se dio cuenta de que ella había estado muy cerca de distraerse de su pregunta original. Ella frunció el ceño y pateó una piedrecilla. Esta corrió sobre los adoquines y desapareció en la humedad y oscuridad con niebla en medio de la calle. Mairelon miró a través de ella y levantó una ceja. El ceño fruncido de Kim se profundizó. —¡Sabías todo lo que estaba ocurriendo! —dijo ella acusatoriamente. —Difícilmente. Lo sospechaba, eso es todo. —Entonces ¿qué estabas haciendo bajando a El Perro y el Toro? —Te estaba buscando —dijo Mairelon puntualmente. —No necesito que me busquen —contestó Kim. Ella de repente estaba cansada de todas esas personas persuadiéndola a hacer cosas sin decirle lo suficiente sobre ellas primero. Por supuesto, su propia curiosidad era al menos tan culpable como Mairelon, pero eso sólo la puso más irritada. —Me inclino a estar de acuerdo —dijo Mairelon. Él levantó su mano y tocó su ojo derecho con cuidado—. Creo que pusiste negro mi ojo con ese último golpe. —Qué mal —dijo Kim cruelmente—. No habría ocurrido si me hubieras dicho que estabas allí. —Si te hubiera dicho que estaba planeando seguirte, tú hubieras dicho que me metiera en mis asuntos —señaló Mairelon—. Lo cual, según resultaron las cosas, no hubiera sido tan acertado, ahora, ¿lo sería? —Huh. —Kim no pudo contradecirle, pero no estaba de acuerdo en admitirlo. —Además, no hubiese estado bien enviarte afuera sin advertencia después de todas las cosas y sin enviarte a alguien para ayudarte en caso de que hubiera problemas. —Entonces, ¿por qué no me avisaste? —¿Sobre qué? No estaba seguro de nada de lo que iba a ocurrir. Y ¿habrías escuchado? 33

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—Si lo hubieras explicado... —Comenzó Kim con algo caliente, luego paró, su cerebro trabajaba rápidamente. Mairelon la había atrapado desvalijando su carro; él hubiera tenido que ser muy estúpido para darle algunas explicaciones sin enseñarla más sobre su principio. Y de alguna manera él podría parecer descuidado, pero no era estúpido. El pensamiento que cruzó su mente fue el de que él había estado observando para ver si ella le decía al burgués delgaducho toda la verdad sobre lo que ella había encontrado en su carro. Curiosamente, la idea de que él había estado examinando que su enfado se apagaba más. La precaución era una cosa que ella comprendía; si quería confiar en Mairelon, tendría que ganárselo. Ella no iba a admitir que lo sabía. —No deberías haber venido —dijo ella malhumorada. Mairelon la dio una mirada burlona. —No podía permitirte ir sola, y no había otra elección. Simplemente no podía enviar a Hunch. Kim miró a Mairelon. Luego su mente trajo una imagen de Hunch, cayendo sobre el flacucho hombre burgués y masticando sobre su bigote mientras él intentaba levantar una jarra de cerveza. Era demasiado para su sentido del humor; ella rompió a reír. —No, creo que no podías. Apuesto a que él no quería que estropeases sus ropas destelleantes tampoco. —Tienes razón en eso —replicó Mairelon alegremente. Él levantó su mano para tocar su ojo otra vez, y se estremeció—. Él va a disfrutar ligeramente de esto, estoy seguro. —Difícilmente no podría. —Dirá que es lo que me merezco por salir sin él. Podría, sólo posiblemente, tener razón —añadió el mago pensativamente. —¿Vas a decirle como lo conseguiste? —dijo Kim. Mairelon la miró y parpadeó; luego sonrió. —Oh, ya veo. No había pensado en eso. —La sonrisa se amplió, dándole un fuerte parecido a un pícaro niño pequeño—. Bueno, semejantes cosas ocurren muy a menudo en las tabernas, particularmente en las menos respetables. No creo que hubiera ninguna necesidad para entrar en detalles, ¿verdad? Kim se encogió de hombros, severamente sorprendida por un parpadeo de alivio. —Eso no me importa. 34

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—Suficiente —dijo Mairelon gravemente. Ellos caminaron un bloque en silencio, observando el pesado carro de cuatro ruedas haciendo ruido sobre los adoquines. Entonces giraron una esquina y las señales y sonidos del mercado de Hungerford se elevaron para saludarlos. Para la sorpresa de Kim, Mairelon no fue directamente a su carro. En su lugar, él guió a Kim alrededor del margen del mercado hacia un callejón estrecho. Él paró en las sombras, observando las luces de las tiendas. Aunque los giros de los edificios les escondía de la vista, Kim podía oír las llamadas de los vendedores claramente. Era un buen lugar para esconderse; Kim lo había usado un par de veces. Ella estaba sorprendida de que Mairelon lo conociera. Kim oyó el sonido de un arañazo detrás de ella y se tensó. Mairelon sonrió y se giró, sus hombros rozando escamas de pintura del edificio a su derecha. Un momento después, Hunch apareció de una abertura muy superficial casi al final del callejón. —¡Buen cálculo, Hunch! —dijo Mairelon en una voz baja—. ¿Trajiste todo? —Está todo aquí —dijo Hunch, levantando una larga bolsa de lona en una mano y frunciendo el ceño como si deseara poder disociarse de semejantes procedimientos indecorosos. —¡Bien! —Mairelon se quitó su sombrero y lo tiró, entonces se quitó su chaqueta destrozada. Se limpió la cara y las manos en las briznas del forro, el cual parecía relativamente limpio, luego tiró la chaqueta encima del gorro y comenzó a quitarse las pesadas botas del trabajo. —¡Maestro Richard! —La voz de Hunch no era muy alta, pero expresó volúmenes de desaprobación escandalizada. Mairelon paró y levantó la mirada. —¿Qué pasa? —No va a... —Hunch paró y miró a Kim—. ¡No con ella ahí de pie! —Oh, ¿eso es todo lo que te molesta? —Mairelon miró a Kim y sonrió—. Gírate, niña; estás ofendiendo el decoro de Hunch. Kim se sonrojó, tanto por la sorpresa como por la vergüenza, y se giró. —No soy una niña —murmuró ella bajo su respiración. —Bajo las circunstancias, eso es mucho peor —replicó Mairelon alegremente.

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Kim gruñó. Ella podía oír varios ruidos de rasgado y susurros detrás de ella, y Hunch murmurando a través de su bigote. Ella frunció el ceño, segura de que al menos algunos de los murmullos eran comentarios despectivos dirigidos a ella. No podía oír suficiente de ellos, y después de un momento ella se alegraba. Si supiera lo que Hunch estaba diciendo, podría haber respondido a cualquier cosa, y no podía verse discutiendo con alguien mientras su espalda estaba girada. Era demasiada desventaja. Los crujidos pararon, y Mairelon dijo: —Así, esto está mejor. Puedes girarte ahora. Kim lo hizo, y parpadeó. Mairelon aún olía débilmente a cerveza, pero por lo demás era una vez más el mago del escenario bien vestido que ella había visto al principio. El sombrero encima, capa, bigote... ¿bigote? —¿Cómo hiciste eso? —exigió Kim. —¿El bigote? —dijo Mairelon—. Goma fantasma y pelo de caballo. No está torcido, ¿verdad? —No como yo lo veo —replicó Kim. —¡Bien! Me lo estaba preguntando; es un poco difícil hacerlo sin un espejo. Aún así, sólo tiene que durar hasta que volvamos al carro. —¿Qué pasa con las cosas que llevabas puestas? —demandó Hunch—. No deberías dejarlas aquí. —No, supongo que no —dijo Mairelon, codeando la pequeña pila de ropa sucia con olor a cerveza que él había llevado. Miró la cara de Hunch y se giró hacia Kim—. ¿Puedes deshacerte de ellas? —Podría lanzarlas al río —ofreció Kim, mirando las ropas casi tan sospechosa como Hunch. —No, no, envíalas a algún lugar o entrégalas. Preferiblemente no en este mercado. —Huh. No esperas mucho —murmuró Kim, pero ella levantó la ropa y las amontonó en un compacto montón. Las botas estaban en buen estado; ella en realidad podría ser capaz de conseguir unos pocos chelines por ellas. —Te veremos en el carro en una hora o algo así, entonces —dijo Mairelon. Él sonrió cuando siguió a Hunch fuera de la parte de atrás del callejón. Kim silbó suavemente a través de los dientes cuando terminó levantando el montón. Las ropas de segunda mano para los comerciantes de Petticoat Lane deberían arreglar los 36

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requerimientos de Mairelon. Tom Correy sería lo mejor; estaba segura de que tomaría las ropas con el fin de conseguir las botas. Él pensaría que Kim las había robado, así que no pagaría mucho, pero no haría preguntas tampoco. Eso lo igualaría. Ella balanceó el montón a su espalda y dudó. Mairelon había sonado bastante casual, pero no obstante había estado tomando las precauciones justas contra ser visto. Quizás ella debería hacer lo mismo. Se deslizó fácilmente a través de la abertura en la parte de atrás del callejón e hizo su camino entre los patios hacia la calle. Ella estaba girando hacia la cabecera de Petticoat Lane cuando recordó el dinero que había reunido en el Perro y el Toro. Tom era un buen hombre, pero algunos de sus clientes no. Ella no quería perder sus cinco libras antes de conseguir acostumbrarse a la idea de tenerlas. Cambiando de dirección, rodeó el mercado hasta que llegó al agujero escondido donde había pasado la mayoría de sus noches. No era un poco más que unas pocas tablas podridas apoyadas contra la casa vecina, pero le proporcionó privacidad y un mínimo de refugio. Kim gateó su camino al interior, entonces reunió sus redistribuciones de riquezas recién encontradas. Enterró unos pocos chelines en la esquina del agujero escondido y deslizó unas pocas más en sus zapatos. Después de algunas consideraciones, arrancó una tira de tela de la parte inferior de la camisa que Mairelon había estado llevando y ató el resto de las monedas con fuerza alrededor de su desnuda cintura. Tiró de su propia camisa hacia abajo sobre la resultante envoltura abultada y se apretó el cinturón de su pantalón. Ella estudió el efecto, luego sonrió y dio unas palmaditas en su cinturón con un sentimiento de satisfacción. En la oscuridad, y con su chaqueta por encima de todo, hasta para la vieja Madre Tibb hubiera sido difícil darse cuenta de algo inusual. Ella volvió a atar la ropa y salió. Cerca de Holborn Hill giró hacia la parte trasera del vagón de un agricultor que se dirigía en la dirección correcta. Ella se agachó detrás del heno, se aferró al tablero y esperó que no la notara. Su suerte se mantuvo; no sólo porque el carro fuera hacia el este, sino porque el conductor no la vio hasta que saltó. Ella se precipitó en la penumbra, perseguida por sus gritos de cólera. Él volvió a su puesto una vez que se dio cuenta de que todo lo que había robado fue un paseo. Petticoat Lane estaba sólo a unos minutos a pie. La tienda de Tom estaba cerrada, pero Kim había esperado mucho. Ella se deslizó en torno a la parte trasera del edificio y llamó a la desgastada puerta de roble. Tuvo que repetir su golpe antes de que un robusto, canoso hombre abriera la puerta y se asomara por ella. —¿Quién es? —Kim. Tengo algo para Tom. 37

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—Ah. Entra, entonces. —El hombre dio un paso atrás y Kim levantó el paquete y lo siguió. El cuarto de atrás de la tienda de segunda mano de Tom era un desastre, como de costumbre. La ropa se apilaba descuidadamente en todos los rincones y en la parte superior de una solitaria silla. Kim lo miró todo, desde la bata de andar por casa de un trabajador a una corbata de seda hecha jirones. Cuatro hombres estaban sentados en cajas alrededor de la mesa desvencijada en el centro de la habitación. Las tazas de estaño y el olor a ginebra dejaron en claro lo que habían estado haciendo antes de la llegada de Kim, justo en ese momento ellos la miraron. Dos de ellos le resultaban tan desconocidos a Kim como el portero. El tercero era el cuñado de Tom, Jack Stower, un indeseable si Kim nunca hubiera visto uno. Nunca había tenido mucho uso para ella, sin embargo. La última persona en la mesa era un hombre de pelo gris con los ojos entrecerrados, con un abrigo gris oscuro y una corbata de lino. Kim se puso rígida. —¡Dan Laverham! —exclamó ella. ¿Qué era ese flash de desechos que estaba en la habitación trasera de Tom? Todos los que él mismo denominaba de Clase Alta, él podría llamar desde la mitad de la tripulación pivotante del Covent Garden a la Torre de Londres si los necesitara. —Kim, querido muchacho, qué bueno verte —respondió el hombre del cabello gris. Sus ojos rastrillaron su ropa, y ella de pronto estuvo muy, muy contenta de haber escondido su dinero tan cuidadosamente antes de salir. Dan no se lo pensaría dos veces antes de ordenar a sus hombres que la despojaran de sus ganancias duramente ganadas, si sabía que las tenía. —Ha pasado mucho tiempo —dijo Kim, manteniendo su tono evasivo. Era malo ofender a Dan. Era inteligente y tranquilo, y él se aferraba a su rencor hasta que la luna se volvía azul. Sospechaba que él era el que se había vuelto contra la Madre Tibb y le había hablado de ella a los policías, a pesar de que era demasiado inteligente para haber actuado abiertamente. —Lo ha sido —dijo Dan, echándose hacia atrás en su caja, como si él estuviera sentado en una silla alta, de respaldo recto—. ¿Y a qué le debo la suerte de tu llegada? —Dice que tiene algo para Tom —dijo el portero. —Entonces, querido, vaya a buscarlo —dijo Dan. El portero gruñó y subió por las escaleras. Dan miró a Kim—. Únete a nosotros —dijo, e hizo una seña a la mesa. Kim negó con la cabeza. —No tengo tiempo —mintió. 38

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Jack Stower cambió de posición de manera que su caja crujió de forma alarmante. —Crees que eres demasiado bueno para hacer un lanzamiento de Blue Ruin con tus amigos, ¿eh? —murmuró. Estuvo en la punta de la lengua de Kim replicar que, al menos, él no era su amigo, pero la precaución se lo impidió. La ginebra hacía que Jack tuviera un cierto temperamento positivamente explosivo, y dudaba que los otros hombres intervinieran en caso de que Jack comenzara algo. Trató de hacer que su voz sonara aplacada mientras ella dijo: —No es eso. Tengo que encontrarme con un hombre en los muelles en menos de una hora, y no creo que termine con Tom a tiempo para eso. Jack comenzó a responder con ira, pero Dan le puso una mano en su brazo y él cedió. —¿Una cita en los muelles? —dijo Dan—. Eso está un poco fuera de tu forma habitual, ¿no? Kim se encogió de hombros, deseando que el portero volviera con Tom. —Voy donde me pagan. —No siempre, querido, o si no hubieras aceptado mi generosa oferta —dijo Dan, mirándola con brillantes y penetrantes ojos. —Me gusta ir por mi cuenta —dijo Kim cortante. Y a ella no le gustaba la fuerte idea de caer en las garras de Dan. Él la tendría robando carteras de la multitud del mercado durante el día sin tener en cuenta sus escrúpulos, y una vez que descubriera su sexo pasaría sus noches guisando. Kim no se hacía ilusiones acerca de ese tipo de vida. Por no hablar de que a ella no le gustaba eso, sería afortunada de no acabar entrando en el mundo de la estafa como la Madre Tibb había hecho. —Bueno, vamos a dejarlo pasar —dijo Dan, agitando una mano—. Pero dime, ¿qué te ha atraído esta noche al establecimiento de Tom Correy? —Estafar al viejo Tom haciendo un trato con él y patearle, diría yo —murmuró Jack. —Tranquilo, querido. —La voz de Dan fue como terciopelo suave. Jack le lanzó una mirada mezcla de miedo y resentimiento, pero no volvió a hablar. Dan le dio a Kim una inquisitoria mirada amable. —Tengo negocios con Tom —le dijo Kim. —Realmente. —Los ojos de Dan fueron a la ropa colgando de la mano derecha de Kim, luego de vuelta a su cara—. No estarás de vuelta por algún trueque por casualidad, ¿verdad, muchacho? 39

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—No, ni voy a hacerlo, tampoco. —Te puedo dar un precio mejor que Tom, si tienes alguna baratija de la que disponer — insistió el hombre. Kim reprimió una mueca. Dan había estado tratando de conseguir echarle la mano a ella por mucho tiempo. Era evidente que estaba esperando que la codicia sacara lo mejor de su sentido. Ella negó con la cabeza. —No tengo nada en tu línea, Dan. —Lástima. Estás demasiado segur... El crujido de la escalera mientras Tom Correy bajaba le interrumpió, seguido de cerca por el portero. Tom frunció el ceño a los bebedores de ginebra, pero su rostro se iluminó cuando vio a Kim. —¡Kim, muchacho! ¿Dónde has estado metido? —Por ahí —dijo Kim con una vaguedad deliberada. Ella no le guardaba rencor a Tom, pero había demasiados oídos interesados y no del todo amistosos escuchando. —¿Vienes por otro abrigo? —¿Qué te dije? —murmuró Jack. —Tranquilo —dijo Tom sin mirarle—. Es mi tienda y la dirigiré a mi manera, ¿entiendes? Y el niño parece que necesita un abrigo. —No vengo buscando uno —dijo Kim a toda prisa. Jack soltó un bufido y bebió de su vaso. Tom la miró. —¿Qué, entonces? —Tengo algunas cosas para que las mires. Toma. —Kim se agachó y deshizo el paquete. —¿De dónde vienes con esto? —dijo Tom, estudiando el montón desordenado con desagrado. —Lo conseguí de un ayudante de apuestas en Spitalfields —dijo Kim con soltura—. ¿Qué vas a darme por ellos? 40

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Tom se arrodilló y examinó la ropa más de cerca. —No es mucho. —Esas botas están bien —señaló Kim rápidamente—. Algunas personas te darán tres chelines sólo por las botas. —¿Tres chelines? Debes pensar que estoy tan borracho como los demás —dijo Tom, señalando hacia la mesa—. Te voy a dar seis peniques por todo el montón. —Seis peniques no es suficiente —dijo Kim obstinadamente—. Dos chelines con nueve peniques. Dan y sus secuaces pronto perdieron el interés en la negociación y comenzaron su propia conversación, marcada por el paso frecuente de la botella de ginebra. Kim los miraba con recelo por el rabillo del ojo mientras regateaba. Jack estaba bien bebido, y uno o dos de los demás parecían al menos un poco borrachos. Dan, sin embargo, tenía cuidado de tener más agua que alcohol, aunque pasaba la botella y llenaba los vasos con un aire de camaradería, bebió poco. Y varias veces, Kim lo vio mirándola. En el momento en que hubo terminado su negociación y recogió un chelín y seis peniques de Tom, Kim empezó a preocuparse. Ella le dio a Tom una despedida cordial y a los bebedores una educada, luego salió a la noche fría y húmeda. Cuando la puerta se cerró tras ella, tomó una respiración profunda para eliminar los vapores de la ginebra de su cabeza. La niebla se había espesado, la farola enfrente del escaparate era una mancha tenue de luz amarilla, borrosa por el velo de la humedad en el aire. Silbando suavemente, Kim empezó a bajar por Petticoat Lane. A media cuadra de donde Tom, giró bruscamente a la izquierda. Pasó a lo largo de la parte trasera de las tiendas hasta que encontró una con una tubería por la que podía subir, a continuación, trepó por ella. Se deslizó hacia el frente del edificio y se mantuvo pegada al techo, mirando a la calle. Un momento después llegó un hombre merodeando por la calle en dirección de la tienda de Tom. Ella no podía ver su rostro por la oscura niebla, pero su silueta era robusta y se movía como el hombre que había estado vigilando la puerta de Dan y sus amigos. Él se apresuró, en dirección a los muelles. Kim se quedó donde estaba durante un tiempo, considerándolo. Dan había enviado al portero detrás de ella, pero ¿por qué? No podía pensar en ninguna respuesta. Finalmente, se deslizó por la tubería de desagüe y emprendió el regreso hacia la ciudad. Su estado de ánimo era pensativo, y se aseguró de dar un rodeo. Fuera cual fuera el motivo del renovado interés de Dan en ella, estaba segura de que no le gustaría cuando se enterara cuál era. Se alegró de haber aceptado la oferta de Mairelon. Con un poco de suerte, ella estaría fuera de Londres, mucho antes de que Dan pudiera encontrarla. 41

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Capítulo 5 Traducido por rihano Corregido por Milliefer

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ue cerca de la medianoche cuando Kim regresó al carromato de Mairelon y golpeó suavemente la puerta. Para su sorpresa, ésta se abrió en el acto. Mairelon estaba parado dentro, vestido con las ropas de la velada lo suficientemente finas para la alta burguesía. Su ojo derecho parecía hinchado, pero no mostraba signos de decoloración. Kim miró más de cerca y vio rastros del maquillaje de escena, pero todo invisible en la sombría luz. —Soy yo —dijo ella súbitamente cubriéndola un irracional sentimiento de culpa. —Ah, Kim —dijo Mairelon sin un cambio notable en su expresión preocupada—. Me alegra que regresaras. —No tanto que lo adviertas —murmuró Kim mientras entraba en el carromato—. Conseguí deshacerme de ellos encubriéndome rápido, justo lo suficiente. —Bien —dijo ausente Mairelon, aún frunciendo el ceño hacia la puerta. Kim miró alrededor buscando algún indicio de la causa de la abstracción de Mairelon. No vio signos del marchito asistente, y en un impulso preguntó: —¿Dónde está Hunch? Mairelon levantó un sombrero alto del azulejo gris que coronaba la línea de gabinetes junto a la puerta. —Estaba a punto de averiguarlo. —¿Quieres decir que él está extraviado? —Lo envié en un… mandado. Debería haber regresado hace una hora. Kim suspiró. —Es tu decisión. ¿Dónde comenzamos a buscar?

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—No comenzaremos en ningún lugar. Vas a quedarte aquí y vigilar las cosas, en caso de que él regrese antes de que yo lo haga. —No me quedaré sentada esperando —objetó Kim—. Y si estás algo quisquilloso con respecto a esto, tal vez deberías llevar algo de ayuda. —Me temo que estarías bastante fuera de lugar adonde voy... Mairelon se interrumpió a mitad de la oración, y su cabeza volteó hacia la puerta. Un momento después ésta se abrió y Hunch subió al carromato. Miró a Mairelon, y un desaprobador ceño fruncido se instaló en su cara. Mairelon sonrió como un escolar atrapado en una travesura y dejó caer su sombrero alto de nuevo en el estante. Hunch resopló. —No me cuestione, Maestro Richard. Iba a buscarme. —Pareció una buena idea. —No debería hacer eso —dijo severamente. —Si, bien, no. ¿Qué te tomó tanto tiempo? Hunch miró agudamente a Mairelon, pero le permitió ser alejado de su sermón. —Un par de estafadores trataron de seguirme, y tuve que perderlos antes de regresar. —¿Qué? —Mairelon lo miró en el momento de sentarse encima del cofre que le había causado a Kim tantos problemas—. ¿Cuántos? —Dos por lo que me di cuenta. —¿Alguien que conocemos? Hunch negó con su cabeza. —No había visto a ninguno de ellos antes. —Mmm-hm. Supongo que ellos pueden haber sido algunos de los de Shoreham. —Eso podría ser —dijo Hunch. Se oía escéptico y desaprobador. Mairelon lo miró. Hunch hizo un movimiento de advertencia con su cabeza hacia Kim. —¿Qué? Oh, sí, por supuesto —dijo Mairelon—. ¿Conseguiste lo que fuiste a buscar? —Sí. —¡Bien, dámelo, hombre! 43

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Hunch dio otra mirada en la dirección de Kim, luego alargó una mano rígidamente hacia uno de sus bolsillos. Sacó un papel doblado sellado con una gran gota de cera carmesí y se lo entregó a Mairelon. Este lo dirigió hacia la luz, de lado. —El sello no ha sido forzado... Oh, Señor. —¿Qué es? —dijo Hunch ansiosamente. —Shoreham lo ha hecho de nuevo —replicó Mairelon molesto. Se volvió ligeramente, así que su espalda estaba hacia Kim, y murmuró algo en voz baja. Hubo un destello brillante de luz blanco azulado que dejó los ojos de Kim momentáneamente deslumbrados. Cuando su vista se aclaró, Mairelon estaba mirando con los ojos entrecerrados a un fino polvo de cenizas que se amontonaba en el papel doblado. —Desearía que dejara de utilizar esa cerradura de luz egipcia —se quejó él—. Nunca logro conseguir que mis ojos se cierren a tiempo. Hunch gruñó. Kim se dio cuenta que él había volteado su cabeza antes de que Mairelon rompiera el sello, y así escapó de la ceguera temporal. Ella lanzó una mirada primero a él y luego a Mairelon. Uno de ellos podría haberle advertido qué esperar. Mairelon sacudió la carta abierta y comenzó a leer. Un momento después se enderezó con una exclamación. —¡Mañana! —¿Qué es eso? —dijo Hunch. —Shoreham quiere que nos encontremos con él mañana en la tarde. —Mairelon miró— . ¿Cuánto tiempo estuvo esto esperando? —exigió él, ondeando la nota. —Desde ayer. ¿Dónde va a ser? ¿Algún lugar como la última vez? —Sí —afirmó Mairelon—. Está apurado de nuevo. ¡Maldito sea el hombre! Hunch lo consideró. —Tenemos que salir temprano —dijo al final. —Lo sé —dijo Mairelon irritado. —¿Qué hay acerca de ella? —dijo Hunch, sacudiendo su cabeza en dirección de Kim. 44

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—¿Qué? —Levantó la mirada después de releer la nota—. Oh. Tú no tenías en mente dejar Londres un poco más temprano de lo que habíamos planeado, ¿o sí? —le preguntó a Kim. —No —dijo Kim, recordando a Dan Laverham y su desagradable equipo. Pensó en mencionárselo, pero la cautela la hizo contener su lengua. Si él sabía acerca de Dan, podía cambiar de idea acerca de dejar a Kim acompañarlo. —Eso está resuelto, entonces —dijo Mairelon. Él dobló la nota y la aseguró en un bolsillo interno, luego levantó su sombrero alto—. Estaré de regreso en una hora o algo así. —¡Usted nunca se va sin decirme a dónde! —Hunch sonaba indignado. Mairelon miró atrás por sobre su hombro y sonrió angelicalmente a Hunch. —Exactamente —le dijo, y la puerta se cerró detrás de él. Hunch se quedó mirando la puerta. Después de un momento, transfirió la mirada hacia Kim. —¿Y qué es lo que quiere que haga contigo? —murmuró. —Yo sólo voy a reposar debajo del carromato —ofreció Kim, acercándose furtivamente hacia la puerta. Quería pensar acerca de lo que había oído por casualidad, y quería alejarse de Hunch. También quería recuperar los chelines que había dejado en su escondrijo; podría necesitarlos una vez que dejara Londres. —No, no lo harás —dijo Hunch, apoyándose contra la puerta—. Puede ser que él esté dispuesto a dejarte ir a explorar, pero no te tendré cotorreando cosas por todo Londres. —¿Qué cosas? —preguntó Kim desdeñosamente—. Tú no me has dicho nada, ninguno de ustedes. —Ja. —Hunch la miró con los ojos entrecerrados, y su bigote pareció inclinarse aún más—. Escuchaste lo suficiente para dar problemas. Y no me digas bobadas, tú no lo sabes tampoco. —Puede ser —Kim estudió a Hunch. Ella estaba adquiriendo rápidamente una buena dosis de respeto por él; a pesar de su apariencia, no era tonto—. Pero no soy alborotadora. —¿Cómo sé eso?

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—Has tenido tiempo suficiente para hacer preguntas sobre mí por todo Hungerford — dijo Kim astutamente—. Y si no lo has hecho, no conozco un tanto de un Robin Redbreast. Hunch no contestó. Tampoco hizo ningún movimiento para alejarse de la puerta. Kim dejó salir un suspiro exagerado. —Bueno, no voy a pararme aquí a discutir contigo toda la noche —dijo—. Y no dejaré Londres medio dormida tampoco. Si no me dejas salir, me recostaré aquí. Se sentó sobre el arcón con más confianza de la que sentía, recordando su experiencia previa. No hubo explosiones ni chispas púrpuras siguiéndola, así que giró sus pies y se estiró encima de este. No era tan cómodo como podría haber sido, pero no estaba frío y no había ratas para compartirlo con ella. Serviría. Ella le enseñó los dientes a la expresión fulminante de Hunch y cerró los ojos. Él creía que lo estaba engañando, y la vigiló más de cerca para ver que no tuviera oportunidad de escabullirse. Pero ella no lo engañaba. No había argumento que malgastarse como quiera que fuera de cuánto tiempo Mairelon planeara tomarse, y ninguna razón para no tomar ventaja completa de un lugar cálido, seco y seguro para descansar. Ella hizo una mueca nuevamente ante el pensamiento de la probable reacción de Hunch, y se permitió dormir. La puerta del vagón se abrió, y Kim se despertó de una vez. Tuvo un instante para considerar la posibilidad de fingir que todavía estaba dormida, esperando oír algo de interés, luego rechazó la idea. Sería mejor dejarles saber que estaba despierta, como una clase de expresión de buena fe. Esto no calmaría las sospechas de Hunch, pero al menos no las levantaría más. Abrió los ojos y se sentó. Mairelon acababa de entrar al carromato. Llevaba un gran paquete bajo uno de sus brazos y había una arruga de preocupación en su frente; a parte de eso, parecía uno de los grandes personajes que Kim ocasionalmente había visto entrando al teatro Drury Lane. Él miró de la cara seria de Hunch a la de ella. Kim sonrió y se estiró. La línea de preocupación se desvaneció y las esquinas de los ojos de Mairelon se arrugaron en diversión. —Fuiste sabia al haber conseguido dormir algo, Kim. —Así lo pensé —dijo ella satisfecha. 46

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Hunch resopló y se levantó rígidamente. Había estado sentado a un lado de la puerta, observó Kim, presumiblemente para evitar cualquier intento que ella pudiera hacer para salir. —Llegas tarde —le dijo él. —No tan tarde como podría haber llegado. —Los restos de diversión desaparecieron de la expresión de Mairelon—. ¿Están listos para salir? —¿Ahora? —dijo Kim, asustada. Miró involuntariamente a la diminuta ventana encima de la puerta del carromato. No había signos de un amanecer aproximándose. —Ahora. Hunch lo miró sospechosamente. —Faltan tres horas aún antes de que llegue la mañana —señaló él. —Sí. Y deberíamos estar al menos a dos horas de distancia para entonces —replicó Mairelon. Hunch y Kim, ambos, estaban mirándolo. —¿Qué tienes que ir y hacer ahora? —exigió Hunch al final. Los labios de Mairelon se apretaron en una línea adusta. Cuidadosamente, puso su paquete encima del armario. Después de un momento, él los miró. —No he ido y hecho nada —dijo. —Desafortunadamente, Andrew no quiere creer eso. —¡Nunca fuiste a Grosvenor Square! —dijo Hunch ahogando un grito. —Dame el crédito de tener algún sentido —le contestó Mairelon—. No, encontré a mi apreciado hermano fuera de lo de Renée D‟Auber. Los ojos de Kim se abrieron. Todos en Londres, desde el Príncipe de Gales hasta el más pobre galopín, sabían de Mademoiselle Renée D‟Auber. Era la única hija de un mago francés que había dejado su país durante el Terror y de una condesa inglesa que generalmente había sido considerada como que se había casado por debajo de su estatus. Mademoiselle D‟Auber había mantenido un pie en ambos mundos. Ella era bienvenida por todos pero no por la mayoría de los miembros cuellos estirados de la alta alcurnia. Mantenía un salón selecto atendido por magos, bluestockings e intelectuales, y se rumoreaba que era una activa participante al conjurar ella misma. También había rumores de que estaba personalmente familiarizada con algunos de los elementos menos respetables de la sociedad londinense. Las clases altas la consideraban 47

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salvaje y no completamente respetable; las bajas negaban con sus cabezas en fascinado asombro ante las extrañas maneras de extranjeros y alta burguesía, y la declaraban demasiado inteligente para la media. —No debiste haber ido ahí —le dijo Hunch a Mairelon casi ferozmente. —¿Donde más se suponía que conseguiría raíz de sauce, aliso negro, verbena, y ruda a esta hora? —replicó Mairelon irritado. —No vas a tener la oportunidad de usar mucho las hierbas si una palabra se escapa de que estás en Londres. —Renée no me delataría. ¿Y como se supone que sabría que Andrew estaría ahí? No le solía gustar Renée. ¡Ni siquiera debería estar aún en la ciudad; la temporada no comienza hasta por lo menos en un mes! Mairelon pasó una mano a través de su cabello de una manera distraída. Hunch abrió la boca, y la cerró de nuevo. Kim pensó que parecía más preocupado y perturbado que molesto, y ella archivó eso en su mente para considerarlo más tarde. Al final Hunch dijo: —Prepararé los caballos, entonces. Kim lanzó una mirada a la cara de Mairelon, y luego la alejó. —Ayudaré —dijo ella rápidamente cuando Hunch se levantó. Para su sorpresa, Hunch no objetó. Simplemente la miró y asintió. Kim parpadeó y lo siguió fuera del carromato. Se encaminaron hacia el final del mercado donde los caballos podían ser guardados por un pago. Tan pronto como estuvieron bien lejos del alcance de ser escuchados desde el carromato, Kim lo miró y exigió: —¿Qué fue todo eso? —No es tu asunto —gruñó Hunch comedidamente. Kim estaba lista para discutir, pero la expresión severa de Hunch la hizo darse cuenta de que no conseguiría más información de él. Ella decidió preguntarle a Mairelon mismo tan pronto como pudiera encontrar una buena oportunidad. Levantó la mirada. Hunch estaba mordiendo su bigote de nuevo. Kim resopló silenciosamente y volvió su atención a considerar lo poco que había aprendido. Mairelon el mago sabía más que magia de escenario, eso era bastante evidente. Y ella apostaría cada cuarto de penique que llevaba que él era el “Merrill” que el delgado petimetre en el Perro y el Toro estaba tan ansioso de encontrar. Las probabilidades eran 48

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que, Mairelon era de la alta burguesía también, o al menos muy bien acomodado. Lo común es que los actores de mercado no tengan hermanos que posean casas en Grosvenor Square. Además estaba el hecho de los hombres que habían tratado de seguir a Hunch. Él y Mairelon parecían considerar esto más una molestia que una amenaza, lo cual implicaba que estaban acostumbrados a lidiar con tales cosas. Y Mairelon conocía a Renée D‟Auber lo bastante bien para esperar ser bienvenido en su casa. Todo el asunto tenía una apariencia de ocultar algo acerca de esto. Frunciendo el ceño, Kim consideró largarse con sus cinco libras y dejarle a Hunch explicarle su ausencia a Mairelon. El problema era, que ella no quería irse. Le gustaba Mairelon. Lo que es más, confiaba en él. Lo que sea que fuera en lo que estaba envuelto, estaba segura que no le había mentido cuando le había dicho que no era ilícito. Sin embargo, podía ser peligroso. El ceño de Kim se profundizó. No sabía nada acerca de magia, pero había estado envuelta en tratos turbios antes. Mairelon podía ser capaz de aprovechar su ayuda. Ella parpadeó, sorprendida por la fuerza de su deseo de estar de acuerdo con el mago, entonces apretó sus labios, determinada a ser objetiva. No debería quedarse con un par de desechados en una extraña situación sin una buena razón. Ella tendría ya más que compartir que sus escapes por un pelo. Su suerte no duraría para siempre. Por un momento, dudó, entonces recordó a Dan Laverham. Con un sentimiento de alivio, Kim detuvo el tratar de convencerse de que debía abandonar a Mairelon. Tenía que alejarse de Dan Laverham, y eso significaba alejarse de Londres. ¡Esa era una razón lo suficientemente buena para cualquier cosa! Además, si ella desaparecía ahora, nunca descubriría lo que realmente estaba pasando. Kim se sonrió y se apuró para alcanzar a Hunch.

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Capítulo 6 Traducido por Xhessii y **Liseth_Johanna18** Corregido por Milliefer

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staban en su camino para salir de Londres a la hora. Hunch manejó desde un pequeño alféizar en el frente del vagón, mientras Kim paseaba adentro con Mairelon. Ella hubiera preferido estar afuera con Hunch, a pesar de sus sospechas, a ella no le gustaba el sentimiento de claustrofobia de estar en el oscuro vagón. Mairelon le aseguraba que sólo iba a ser hasta que hubieran salido de Londres, y sus propios pensamientos de Dan Laverham, eran todo lo que reprimían sus objeciones. Kim no estaba ansiosa de ser vista por cualquiera que tal vez le llevara las palabras al personaje viscoso y pequeño, sin embargo la oportunidad estaba latente. Las sacudidas del vagón la ponían mareada al principio, pero la sensación pasó rápido. Mairelon la observó de cerca. —¿Todo está bien ahora? —dijo después de un momento. —Lo suficientemente bien —Kim lo miró—. No puedes hacer un poco de luz aquí adentro, ¿verdad? Mairelon se rió. —Me temo que tendrás que acostumbrarte a la oscuridad. Ningún conductor de vagón podría mantener una lámpara encendida mientras el vagón está en movimiento, incluso aunque estuviéramos en el mejor camino de Inglaterra. —El vagón se sacudía a través de un surco y Mairelon hizo una mueca—. Y esto manifiesta que no lo estamos. Kim no había pensado en una lámpara, pero lo dejó pasar. El punto de Mairelon estaba lo suficientemente claro: un vagón iluminado atraería la atención. Ella miró por la ventana con un poco de intranquilidad. No tenía idea de adónde se dirigían, y se dio cuenta de que ni tan siquiera sabía en qué dirección iban. Bueno, por lo menos no habían cruzado el río, así que no habían ido al sur, pero todavía había un montón de posibilidades. De repente sonrió. ¡Si ella no sabía adónde se dirigían, Laverham seguramente tampoco! 50

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—No voy a dormir, ¿lo tomas? —dijo Mairelon. El vagón golpeó un bache que estuvo a punto de tirar a Kim del Cofre. —Nadie podría dormir con eso —dijo con desprecio cuando estuvo segura una vez más. —Lo siento —dijo Mairelon—. Éste vagón no ha sido construido para pasear en él. —Nunca lo hubiera imaginado —dijo sarcásticamente Kim. Mairelon se rió nuevamente. —Pensé que era un poco obvio. Si no vas a dormir, ¿por qué no empezamos con tus lecciones? —¿Lecciones? ¿Te refieres a leer y a la magia? —Finalmente, sí. Pero no puedes leer si no ves y la misma cosa se aplica para el tipo de magia que te voy a enseñar. Empezaremos con ellos más tarde, después de que haya luz. Kim frunció el ceño. —¿Cuánto planea enseñarme? —Si vas a ser una ayuda real en el espectáculo, hay un número de cosas que necesitarás saber además de la magia escénica —dijo secamente Mairelon. —¿Qué cosas? —La manera en que hablas, como número uno. —Mairelon la miró y se apuró antes de que pudiera contestar—. Verás, la gente espera que una intérprete suene como una Duquesa. Por supuesto, que no suenas así, pero creo que lo harás con un poco de entrenamiento. —Hunch no suena como alguien de Clase Alta —apuntó Kim, molesta. —Pero tampoco me asiste en el escenario. —Ah. —Kim lo consideraba. No había conocido a ninguna actriz verdaderamente exitosa, pero había visto suficientes espectáculos en los Jardines Covent para saber que lo que Mairelon decía era verdad. En el escenario, por lo menos, las mejores actrices tenían los acentos de la nobleza. La perspectiva de aprender a hacerlo era inapelable—. Bien, entonces. ¿Qué es lo primero? Mairelon dejó salir su aliento como si tuviera miedo de que ella pensara que la sugerencia fuera insultante. 51

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—Primero, dejarás de usar completamente la manera en que los ladrones hablan —dijo enérgicamente—. Tendrás que practicar todo el tiempo, hasta que te salga natural. —¿Practicar mi habla? ¿Sólo para sonar destellante? Yo... —Kim se detuvo—. Oh. A eso es a lo que se refiere, ¿no? —Es exactamente a lo que me refiero —dijo Mairelon y esperó. —Mmm… —Esto iba a ser más difícil de lo que pensó—. ¿Qué más? Ella podía oír la sonrisa en la voz de Mairelon mientras continuaba con sus instrucciones. Parecía que había un sinfín de cosas que Kim tenía que recordar decir, o que no debía decir, o de decir en vez de algo más. Mairelon era paciente y creativo. Él le explicó cada una de sus instrucciones cuidadosamente. Hizo conversaciones de ejemplo y las recitó de maneras diferentes, para que Kim pudiera oír la diferencia entre el discurso de un vendedor ambulante de Londres y uno de un oficial subalterno de Sussex, un obrero de clase media, y de un Vizconde del campo del norte. Luego Kim tenía que imitar cada una de las voces, y la corregía con delicadeza cada vez que se equivocaba. Era una divertida manera de pasar el tiempo; Kim ni siquiera se dio cuenta cuando el interior del vagón empezó a aclararse. Estaba casi desilusionada cuando, un rato después del amanecer, Hunch llegó al patio del mesón de vagones, acabando temporalmente con la lección. Mientras Hunch abrevaba a los caballos, Mairelon sacó el paquete que había traído al vagón la noche anterior. Para sorpresa de Kim, contenía una chaqueta de chico, camisa y pantalones bombachos. Estaban casi nuevos, y mucho más finos que la mejor ropa que Kim jamás hubiera usado. —¿Es para mí? —dijo sin creerlo. —Por supuesto —contestó Mairelon—. No me queda a mí y mucho menos a Hunch. Intenté conseguirte un vestido, pero no había tiempo. Tendremos que atender eso después. Kim se redujo cercanamente a estar sin habla. Mairelon alejó sus intentos de agradecerle a él y la condujo al patio del mesón. Ahí insistió que Kim se lavara tanto como fuera decentemente posible debajo de la bomba de agua del mesón. Hunch hacía un escándalo con los caballos y le murmuraba a su bigote durante todo el tiempo que los dirigió. Sólo entonces Mairelon le permitiría a Kim probar su nueva ropa. De regreso adentro del vagón, Kim se quitó su ropa andrajosa inmediatamente y jaló las prendas que Mairelon le había comprado. Los pantalones bombachos le estaban un poco apretados y la chamarra estaba un poco suelta, pero la ropa seguía siendo lo mejor que jamás hubiera 52

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usado. Encogió los hombros, probando el movimiento de la chamarra, posteriormente sonrió y abrió la puerta del vagón. Mairelon no estaba en algún lugar a la vista, pero Hunch estaba parado detrás del paso. —Antes de que... —dijo. Y le alcanzó un trozo de pan fresco y una rebanada de queso—. No vamos a parar por mucho tiempo —agregó en respuesta a su mirada de sorpresa—. Come mientras puedas. Esto estaba completamente de acuerdo con la filosofía de Kim, y mordió el pan con gran satisfacción. —¿Dónde está Mairelon? —preguntó mientras masticaba. Estaba desilusionada con el hecho de que no se hubiera quedado a ver cómo se veía. —Ahí. —Hunch le dio un tirón a su cabeza hacia el establo, pero no dio detalles. Kim asintió, su boca estaba llena y se sentó en los escalones para terminar su comida. Mairelon regresó justo cuando terminó de tragar el último pedazo de pan y de queso. Se levantó de un saltó para que él pudiera ver el efecto de su nueva ropa fina, y el asintió pensativo. —Pareces un chico muy lindo —dijo—. Pero no creo que quieras caminar en las calles en eso. Pruébate esto. Kim atrapó el fardo de ropa que le aventó y lo miró con desconcierto. —¿Caminar? —Te dije que el vagón no fue construido para pasear en él, ¿recuerdas? A menos de que estemos en un apuro, caminaremos. Es menos trabajo para los caballos. Kim asintió y regresó adentro. El fardo tenía otro juego de ropa, lisa y remendada, pero limpia. Parecía como la ropa de granjeros; Mairelon debió haberlas obtenido de uno de los ayudas del establo. De repente, frunció el ceño. Estaba feliz de lo que tenía antes, pero ahora estaba sintiéndose incómoda con el número de cosas que Mairelon le estaba dando. No le gustaba la idea de deberle mucho a él; le daba un derecho sobre ella, y todavía no sabía qué es lo que él esperaba en respuesta. Bueno, ella no le había pedido nada. Sería en su propio puesto de observación si ella se quedaba con todo. Se encogió de hombros y tomó la ropa. Cuando emergió, se encontró con que Mairelon había cambiado su traje de noche de gala de Londres por algo muy parecido a una bata de obrero. Kim tuvo que reprimir una risa, en el andar por casa parcheado, con un marrón hacía que llevara un gran parecido con un ayudante de calderero de no muy buena reputación. Tan pronto como él estuvo 53

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listo, salieron al patio. Hunch llevó a los caballos en vez de conducir el vagón, y Mairelon y Kim caminaron detrás de la carreta. Mairelon mostró a Kim algunos de sus trucos de magia más simples mientras caminaban. Afirmó que hacerlas en el movimiento era más difícil que hacerlos en el escenario, y por lo tanto era una buena práctica. Kim estaba particularmente fascinada por las diversas formas de nudos que se deslizaban como serpientes aceitadas si el bucle correcto era retirado. Ella hizo que Mairelon le mostrara la forma en que estaban atadas, pasando lentamente a través del proceso varias veces. Luego practicó hasta que pudo manejar una actuación meritoria. Ella se decepcionó al ver que los trucos de Mairelon se debían más a sus dedos hábiles que a la magia real. Pero no esperaba que él le enseñara toda la magia real, se dijo con severidad. Y las cosas que le mostró fueron sin duda fascinantes. Ella tragó lamentaciones y se concentró en hacer aparecer una media corona para que desaparezciera de una mano y reaparezciera en la otra. Sus clases de lengua continuaron así. Mairelon tenía una manera de mirar hacia ella y levantar las cejas cada vez que utilizaba una frase fuera de lugar o confundía la palabra o cuando utilizaba ciertas palabras. Fueron mucho más efectivos que los regaños y golpes que la Madre Tibb había dispensado siempre a sus estudiantes que eran lentos, Kim se encontró que aprendía más rápidamente de lo que hubiera soñado. Estaban bien fuera en el campo ahora, y Kim se encontró mirando los campos abiertos y setos que eran muy extraños después de las calles estrechas de Londres. Cerca del mediodía se detuvieron para dejar que los caballos descansaran y pastaran. Kim ayudó a Hunch a desensillarlos, luego Mairelon la llamó para empezar la primera lección de lectura. Gastó la mayor parte de las dos horas con el ceño fruncido ferozmente en el pequeño libro marrón de letras que Mairelon había traído. Salió con un profundo respeto por todo aquel que ha dominado este difícil arte, y con una determinación aún más profunda para unirse a ellos. La tarde fue ocupada por más lecciones, pero esta vez fue Mairelon el pupilo. Pidió a Kim que le enseñara cómo abrir cerraduras. Aliviada al ver que había algo que él no sabía cómo hacer, Kim aceptó encantada. Ella rechazó con desprecio, sin embargo, la idea de comenzar con el bloqueo en el pecho en el interior del vagón. —¿Usted no está... no irá a ir a ninguna parte... a cualquier lugar? Si inicia en un trabajo de lujo como ése —le dijo.

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Mairelon aceptó el reproche y sacó un candado pequeño de algún lugar en el fondo del vagón. —¿Necesitamos algo más? —preguntó. —¿Se refiere a llaves especiales y cosas así? Mairelon asintió con disculpa. —He escuchado que son útiles. —Tal vez, sólo deba usar un poco de alambre. Si pierde una llave, necesita obtener una nueva, y eso toma tiempo. Un poco de alambre siempre es más fácil de conseguir. Mairelon asintió. Kim pasó mucho tiempo de la tarde demostrando los giros y ganchos que la Madre Tibb le había enseñado hace mucho tiempo. Ella no era una maestra paciente como lo había sido Mairelon, pero su estudiante tenía la ventaja de años de experiencia con destreza en las manos, y aprendió muy rápido. Al final del mediodía, estaba lista para dejarlo intentar con sus manos en la cerradura rústica que colgaba en las puertas de atrás del vagón. —Tal vez mañana —dijo Mairelon—. Creo que he tenido suficiente por un día. Kim prefirió concordar con él. Estaba cansada y muy sucia después de un largo trayecto detrás del vagón, y su cerebro le daba vueltas en un intento de asimilar todas las nuevas cosas que había aprendido. Luego cuando alcanzaron la orilla de una pequeña villa, salieron del camino para poner su campamento, y por ahora su emoción principal estaba aliviada. Hunch cuidaba los caballos mientras Mairelon y Kim reunían madera. Cuando el fuego había empezado, Mairelon colgó una olla por encima en un tripié de madera que había juntado con ramas verdes e hilos. Hunch se iba murmurando del pasto y las malas hierbas que había en el camino. Regresó con unas cuantas plantas largas, las cuales tiró a la olla junto con un poco de carne y algunos vegetales del vagón. Kim no estaba segura si era el condimento de Hunch o la larga caminata, pero el guiso era el mejor que jamás hubiera probado. También había un montón; Kim comió hasta que estuvo llena, y todavía quedaba un poco en la olla. Cuando hubo terminado la cena, Mairelon y Hunch empezaron una conversación en voz baja al otro lado del fuego. Kim, rápidamente, se sintió frustrada por no poder oír lo que estaban diciendo, y las ocasionales miradas feroces de Hunch dejaban bastante claro que era mejor que no se acercara. Kim lo miró, lo que no logró nada más allá de una satisfacción emocional, 55

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luego se levantó y regresó al vagón. Echó un vistazo a la cerradura oxidada de las puertas traseras, negó con la cabeza, y se fue, recogiendo sus pasos. Dentro del vagón, le dio una especulativa mirada al cofre. Decidió no hacerlo; Mairelon sabía que ella podía abrirlo, y había tomado precauciones, sin duda. Más precauciones, se corrigió, recordando la explosión de color púrpura que le había lanzado a través del vagón. En su lugar, fue a la parte trasera del vagón. No había podido investigar esa área antes, porque Mairelon había estado afuera, y ella tenía curiosidad sobre cómo funcionaba el escenario plegable. La cortina estaba más pesada que su descolorido, la apariencia raída la había llevado a esperárselo. La examinó más de cerca y encontró una serie de pesos de plomo cosidos en ella. Su sorpresa duró sólo un momento. Mairelon no querría que una brisa perdida revelara el lujoso interior de su vagón mientras se estaba presentando. Kim frunció el ceño, preguntándose por qué él no había puesto papel plegable detrás de la cortina para mayor seguridad. Tendría que recordarse preguntárselo luego; estaba segura de que él tendría una buena razón. Levantó un extremo de la cortina y miró detrás de ella. Había un amplio espacio del tamaño de un pie entre la cortina y la pared de fondo. Kim se metió en él y dejo que la cortina se cerrara tras ella. Un poco de luz se filtró por los bordes, proporcionando una iluminación de color rojizo. Mientras esperaba a que sus ojos se ajustaran, Kim recorrió con las yemas de los dedos lentamente a través de la pared trasera. No había aberturas en la superficie; este debía ser el piso del escenario entonces. Se agachó para estudiar la base de la pared. Sí, había bisagras, cuidadosamente hundidas en muescas en la madera. Apenas y lo mostraban todo, y cuando el escenario era bajado, estarían a ras del suelo, sin proveer ningún inconveniente para que un artista se tropezara durante su presentación. Terminó su inspección y se enderezó, justo al tiempo en que el sonido de cascos se oía claramente en las afueras. Los viejos hábitos tomaron el control; Kim se congeló, medio agachada tras la cortina. Escuchó un grito y los sonidos amortiguados de una conversación, pero prestó poca atención. Ella estaba demasiado ocupada recordándose que no estaba haciendo nada para apropiarse de sacrificios que pudieran perjudicarla. Ella no había hecho mella en nada por cerca de dos años, no desde que había estado sola. Apenas se las había arreglado por convencerse de que sería perfectamente seguro ir afuera y ver lo que estaba sucediendo cuando sonaron pasos en las escaleras y oyó las puertas del vagón abrirse. —Y puedes echar un vistazo —dijo la voz de Mairelon. 56

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—Bueno, eso son buenas noticias —respondió una voz no familiar. —¿Y qué es lo que dijo Huch sobre que has recogido una callejera? La curiosidad mantuvo a Kim inmóvil. —Difícilmente llamaría a Kim una callejera —dijo Mairelon—. Y solo el cielo sabe lo que le habría sucedido si la dejaba en las calles de Londres. —Um, ¿aún intentas compensarte por lo de Jamie? No, no, no debí haberlo mencionado. Pero ¿estás seguro de que ella no tiene nada que ver con el robo? —Bastante seguro. Ahora, Edward, ¿quieres ver el cofre o no? —Si, por supuesto. Veámoslo. Varios clics y golpes seguidos, los sonidos de Mairelon desbloqueando el cofre y echando atrás la tapa. Entonces una luz brilló alrededor de los bordes de la cortina, y la voz extraña exclamó: —¡Mi cielo! —Impresionante, ¿no es cierto? —respondió Mairelon—. ¿Lo llevarás contigo? —No a menos que quiera que lo haga. El consenso es que puede ayudarte a encontrar las otras piezas, pero puede que ponga las cosas más peligrosas para ti. —¿Cómo? —preguntó Mairelon bruscamente. —La magia corta en ambas direcciones. Si puedes usar el cofre para encontrar la fuente y las esferas, entonces estos pueden ser usados para encontrar el cofre. Y a ti. —Por supuesto. Pero pensé que tendrías más en mente que eso. —Marchmont piensa que alguien en el Ministerio ha estado hablando con demasiada libertad —dijo el acompañante de Mairelon de mala gana—. Puede que sea deliberado. —Ya veo. Y todavía está el pequeño problema de descubrir cuál de nuestros colegas en el Royal College planeó el robo en primer lugar, ¿cierto? —No tienes pruebas de que alguien... —¡No seas tonto, Shoreham! Alguien arregló las cosas muy inteligentemente para que luciera como si yo fuese el único detrás de ese robo. Alguien muy bien informado. Fue pura suerte que corriese hacia ti esa noche, o estarías tan seguro como el resto de ellos de que soy culpable. 57

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—De acuerdo, de acuerdo. Pero aún desearía que me dejaras limpiar tu nombre. ¿Y darle una razón a quien quiera que sea para intentarlo de nuevo? No, gracias. Además, mientras nadie sepa quién es el verdadero responsable, aún habrá aquellos que crean que estuve tras ello. —Yo diría que la palabra del Conde de Shoreham será suficiente para poner fin a tales chismes —dijo Shoreham rígidamente. Kim se tragó una exclamación y se recostó contra la pared trasera del vagón, deseando fervientemente que pudiera salir de detrás de la cortina tan pronto como Mairelon abriera la puerta del vagón. Robos e intrigas eran cosas en las que no quería estar envuelta, particularmente si había Condes envueltos también. Los señores eran más problemáticos que los burgueses. La risa de Mairelon tenía un poco de humor. —Nada detiene los chismes, Edward; deberías saber eso. —Si tan solo... —Déjalo así, Edward. ¿Que más tienes que decirme? Asumo que no viniste hasta aquí sólo para echar un vistazo al Cofre de Saltash y advertirme que alguien en el Ministerio es demasiado libre con la información. —¿Aún estás determinado a pasar por todo esto? —¿Estaría aquí, si no fuese así? —Oh, muy bien, entonces. Finalmente rastreamos la fuente. —¿Y? —El tono de Mairelon era ansioso. —Está en manos de uno de esos nuevos cultos druidas. —¿Cultos Druidas? —Ha habido una especie de renacimiento a medias llevándose a cabo durante el último año o dos. Todo esta muy de moda, muérdago y batas blancas bajo la luna nueva, con pequeñas hoces de oro para todos —bufó Lord Shoreham—. Charlatanería, todo ello, nada de ciencia. Es la clase de cosas que le dan un mal nombre a los magos. —¿Entonces por qué te tomo tanto tiempo encontrar la fuente? —Este grupo tiene uno o dos miembros que se meten un poco en la magia real. —Ya veo. 58

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—Se llaman a sí mismos Hijos del Nuevo Amanecer, creo —continuó Lord Shoreham—. Están localizados en Essex, cerca de Suffolk, en un lugar llamado Ranton Hill. —El área me es familiar. Edward, si tengo que ir a Essex, ¿por qué en nombre del cielo me has arrastrado a un día de viaje en la dirección opuesta? —demandó Mairelon. —Para intentar alejar la atención no bienvenida a esta área. La fuente ha estado allí por al menos dos años; no hay razón para apurarse. —Mmmm. Me tomará por los menos dos días llegar allá… —Tres —dijo Lord Shoreham suavemente—. Preferiría que fueras alrededor de Londres en lugar de atravesarlo. —Si insistes. —Bajo las circunstancias, ciertamente insisto. —Muy bien. Háblame de estos druidas, entonces. Kim escuchó un sonido como un suspiro de resignación, luego, la voz de Lord Shoreham dijo: —Sólo hay cerca de diez miembros, la mayoría son hombres jóvenes que están en ello por broma. Los tres que tienen más probabilidades de tener el plato son Frederick Meredith, Robert Choiniet, y Jonathan Aberford. He traído una lista de los otros. Hubo un crujido mientras el papel cambiaba de manos. —Esto servirá, creo —dijo Mairelon con algo de satisfacción—. Me iré en la mañana. Lord Shoreham se aclaró la garganta. —Ah, hay otra cosa. ¿Que tan bien conoces al Visconde Granleigh? —No creo que nos hayamos conocido. —¿Y a St. Clair? —El Baron y yo... nos conocimos. ¿A dónde nos lleva esto, Edward? Shoreham suspiró. —Quería saber si querrías o no verte con alguien que te reconozca. —¿Por qué no preguntaste, entonces? —el tono de Mairelon era furioso por su inocencia. 59

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—¡Richard! Los Runners aún te están buscando por tu conexión con el robo original, lo sabes. —Es media razón por la que dejé Inglaterra. ¿Puedo considerar que Granleigh y St. Clair probablemente están en Essex? —Posiblemente. Charles Bramingham está casado con la hermana de St. Clair, y su hijo es el heredero de St. Clair. Su esposa tiene un lazo con Amelia Granleigh, la Viscondesa, y es adicta a las fiestas en casa. No está más allá de los límites de la probabilidad que te encuentres con ellos. —Lo sé. Me he quedado en Bramingham Place una o dos veces. Y no empieces a agitar tus plumas al respecto, fue hace años, y probablemente no me recuerden. ¿Cuál es su conexión con el Ministerio? Hubo un momento de silencio, luego Lord Shoreham dijo con tristeza. —Richard, eres misterioso. ¿Cómo lo sabías? —Debe haber por lo menos cien persona en Londres que podrían reconocerme, incluyendo a mi querido hermano Andrew. No me preguntaste por ninguno de ellos. —¿Andrew está en Londres? No lo viste, ¿o sí? —Como cuestión de hecho, sí lo vi. En pocas palabras, no es necesario que te preocupes. —Nada en este asunto... —Estás evadiendo el tema, Edward. ¿Qué es tan especial acerca de Bramingham y los Granleighs? Lord Shoreham suspiró de nuevo. —Stephen Granleigh está envuelto con el Ministerio en varias formas. Por necesidad, está familiarizado con la historia del Cofre de Saltash. Y ha decidido opiniones con respecto al tema también. —Ya veo. ¿Y St. Clair? —Fue elegido en la Academia en tu lugar. —Debió haber estado encantado. —La voz de Mairelon estaba totalmente carente de expresión—. Debo recordar felicítalo cuando lo vea. —¡Richard! No tomes riesgos estúpidos. 60

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—¿Estúpidos? Nunca. —Debería tomar el cofre, después de todo, y dejar que alguien más encuentre La Fuente. —Puedes tenerlo si quieres, pero eso no me mantendrá fuera de Essex. —Me temía eso. Richard, si los Runners te atrapan con el Cofre de Saltash... —Los Runners tienen suficientes criminales con los que lidiar en Londres. ¿Qué estaría haciendo uno de ellos en Essex? —Bastante probable es que estuviera buscándote —respondió Lord Shoreham secamente—. Te dije que alguien ha estado hablando demasiado. —Tomaré la oportunidad. —Muy bien. Espero que tu suerte permanezca, Richard. Y no dudes en llamarme si algo sucede. —Puedes estar seguro de eso. La puerta del vagón se abrió, y los pasos de Lord Shoreham sonaron en las escaleras. Kim escuchó a Mairelon moviéndose en el vagón, luego un suave golpe cuando la tapa del cofre fue cerrada. Mantuvo la respiración, esperando a que se fuera y preguntándose cómo iba a escabullirse sin ser vista. Pero Mairelon no se fue. Kim apenas estaba empezando a preguntándose si tendría que quedarse donde estaba toda la noche cuando Mairelon habló. —Será mejor que salgas ahora, Kim, y expliques por qué has estado escuchando mi conversación.

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Capítulo 7 Traducido por Ruthiee y moonrose Corregido por esmeralda38

K

im tragó fuerte y empujó la cortina a un lado. Mairelon estaba de pie en el centro del vagón, mirándola. Su rostro era inexpresivo. Kim tragó de nuevo y no dijo nada.

—¿Tienes alguna explicación, confió yo? —dijo Mairelon. —Yo sólo estaba… fue un accidente —dijo Kim sin convicción. —Ya veo. Tú sólo pasaste a esconderte detrás de la cortina en el momento exacto en el que Lord Shoreham estaba planeando aparecer —dijo Mairelon con una fría cortesía que era peor que el sarcasmo y de lejos peor que la ira abierta. —¡Sí! —dijo Kim acaloradamente—. Tú y Hunch no tenían uso alguno para mí afuera, así que vine aquí adentro para mirar a ese escenario que tenías en el fondo. Tendrías que recuperar la cortina para hacerlo. —El momento fue notablemente conveniente. —Tú nunca dijiste cuando el tipo Shoreham iba a venir —dijo Kim enojada—. ¿Así que cómo podría saber yo cuándo esconderme? Tú no me dijiste nada, ninguno de los dos. —¿Por qué no saliste? —¿Con ustedes dos hablando sobre mí? Y después de eso... — Kim se retorció—. No se habría visto correcto. —No se vería —dijo Mairelon, sonando como si su mente estuviera en algo más—. No, supongo que no. —¿Cómo supiste que estaba aquí? —Kim se aventuró. Ella había estado medio asustada de que Mairelon la hubiera echado de una vez, pero parecía que ella había estado equivocada. Él no estaría corrigiendo la manera en que ella habló si él hubiera tomado la decisión de deshacerse de ella.

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—El extremo de la cortina estaba colgando extrañamente; me di cuenta de que fue cuando le estaba mostrando el cofre a Shoreham. Después recordé verte venir por esta dirección y que no habías regresado. Simple, de verdad. —Así que entonces, ¿por qué no dices algo correcto? Mairelon se veía incomodo. —Tengo mis razones. —¡Tú no querías que el tipo burgués supiera que estaba ahí! —dijo Kim triunfantemente. —Shoreham tiene un horrible temperamento a veces. Además, prefiero tratar contigo yo mismo. —¿Así que, es lo que vas a hacer? —No lo sé. — Mairelon la estudió. Kim miro hacia atrás, tratando de medir su humor. Él se veía cansado y Kim estaba de repente afligida. Ella se había añadido a sus preocupaciones, aunque inadvertidamente. Empujó el pensamiento a un lado; tenía sus propias preocupaciones. —Supongo que debo de traerte conmigo —dijo Mairelon al fin. —¿A Ranton Hill? —Eso de lejos por lo menos. Después… veremos, veremos cómo van las cosas. —¿Qué tal si no estoy deseosa por ir? Los ojos de Mairelon se estrecharon. —¿Perdón? —Dije, ¿qué tal si no estoy deseosa de ir contigo? —Kim repitió. Ella eligió sus próximas palabras cuidadosamente, consciente de que podría poner en riesgo cualquier frágil confianza que Mairelon todavía retenía en ella—. Tú me dijiste que no estabas haciendo nada que los alguaciles... podrían estar buscando. Pero no sonó de esa manera cuando estabas hablando con el tipo burgués. —No, supongo, que no —dijo Mairelon, y algo de la tensión salió de sus hombros. Él miro a Kim y sacudió su cabeza—. Desearía saber si tú... —Él se detuvo por poco y chasqueó sus dedos—. ¡Por supuesto! Kim se le quedó mirando en asombro mientras Mairelon se volteaba y abría la puerta del vagón. 63

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—¡Hunch! ¿Tienes algún romero en ese alijo de hierbas que acarreas todo el tiempo? La respuesta de Hunch fue apagada, pero un momento después Kim escuchó a Mairelon decir: —Gracias. Kim estará conmigo; no nos molestes por una hora más o menos. Necesitaré concentrarme. —¡Maestro Richard! — El tono de Hunch era horrorizado—. Usted no hará... usted nunca haría... —Hay días, Hunch, cuando me recuerdas la fuerza de mi excesivamente estimado hermano —dijo Mairelon en un tono de leve irritación—. ¿Es su virtud de ella o la mía de la cual te estás preocupando? —Usted no va a jugar conmigo —dijo Hunch severamente—. ¿Qué está tramando? —Voy a tomar un consejo que tú hiciste justo antes de que Shoreham llegara, si debes saber. ¿Confío en que no esperas que lo haga fuera del vagón, en completa visión del camino? Hunch bufó pero no respondió. Un momento después, Mairelon tiró de su cabeza y sus hombros de vuelta en el vagón y cerró la puerta. Su mano derecha sostenía un pequeño paquete, probablemente las hierbas que él había olvidado de Hunch. Kim lo miró con cautela. —¿Qué es lo que vas a hacer? —Tranquilizarme a mí mismo —dijo Mairelon ausente. Él colocó el paquete abajo en el mostrador, luego cruzó hacia el cofre y lo abrió. Murmuró una palabra e hizo un rápido ademán con su mano izquierda, escondida de Kim por su cuerpo. Luego retiró el paquete envuelto en terciopelo que había estado hundimiento de Kim. Lo colocó cuidadosamente en el mostrador y dobló gentilmente el terciopelo. Los ojos de Kim se entrecerraron mientras ella se quedaba viendo al pesado cofre plateado encajado en las ondas de tercio pelo negro. Era poco profundo y circular, como los tazones de sopa que el burgués usaba, pero más el doble de largo. El borde era por lo menos dos pulgadas de ancho y cincelados en hojas intricadas, flores, y vinos. Brillaba suavemente en la luz de la lámpara. Kim miró a Mairelon. —¿Es ese el cofre plateado del que tú y el tipo burgués estaban hablando? —El Cofre Saltash. Sí. —El mago abrió una alacena y removió distintas jarras pequeñas. Él midió cuidadosamente mientras añadía partes de sus contenidos en el 64

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recipiente, luego los mezclaba con un una larga vara de madera. Kim notó que era cuidadoso de no tocar ninguna parte de la plata con sus manos mientras trabajaba. Ella comenzó a hacer otra pregunta, pero lo pensó mejor el interrumpirlo. Esperó hasta que él termino de mezclar y dejó a un lado la vara de madera. Mientras alcanzaba el paquete de Hunch, ella dijo: —Tú no vas a explicar nada acerca de lo que estás haciendo. Mairelon se detuvo en medio de alcanzar y la miró. —No, no lo hice, ¿o sí? —Él vaciló, estudiándola, luego suspiró—. Supongo que tienes derecho a saber qué esperar. Muy bien, entonces. Uno de los usos del Cofre de Saltash es obligar a la gente a que hable de verdad. —¿Lo vas a usar en mí? —preguntó Kim cautelosamente. No era un pensamiento bien recibido. Había cualquier cantidad de cosas que ella preferiría no ser forzada a discutir de verdad: los usos que en los que ella había puesto su experiencia en la selección de cerraduras, por ejemplo. En la otra mano, esta era una oportunidad de observar magia real de cerca, y ella no estaba dispuesta a pasarla sin una razón. Asumiendo, por supuesto, que ella tuviera una opción. —No exactamente. La magia del Cofre de Saltash sólo puede ser usada bajo circunstancias muy específicas. Más importante, sólo puede ser usada cuando el juego completo está junto. —¿La fuente de la que el tipo burgués estaba hablando? —Entre otras cosas. No puedo, por lo tanto, usar el cofre para forzarte a ser honesta. De cualquier modo, creo que puedo lanzar un conjuro similar, usando el cofre como un centro, que me dejará saber si estás diciendo la verdad o no. —Entonces si no digo nada, ¿no puedes decir que es verdad? —dijo Kim. Los labios de Mairelon se apretaron, y ella añadió de prisa—: Sólo estoy tratando de entender. Tú no vas a conseguir saber todo el asunto acerca de mí. —Una objeción razonable —dijo Mairelon después de un momento—. Muy bien. El conjuro es sólo un indicador. Si no dices nada, no tendrá nada con lo que trabajar, por lo tanto no me dirá nada. Kim asintió. Ella entendió la tacita implicación suficientemente bien. Mairelon sería capaz de decir una buena cantidad de preguntas que ella erigiría no responder. —Muy bien, entonces —dijo ella—. Estoy lista. ¿Qué tengo que hacer?

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—Sólo quédate ahí, por el momento. —Mairelon se volteó hacia el cofre plateado. Alisó una arruga del terciopelo en que éste descansaba y dejó un toque de paja junto a él, no tocando la plata. Luego el abrió el paquete de Hunch y lo olisqueó. Asintió en satisfacción, pero para la sorpresa de Kim, él no lo arrojó en el cofre con el resto de las hierbas. En vez de ello, lo coloco abajo y se alargó para alcanzar la lámpara que colgaba junto a la puerta. Él ajustó la mecha, luego le hizo algo al gancho y lo sostuvo. Cuando él tiro de ella, la lámpara vino de lejos desde la pared con un largo brazo flexible. Mairelon posicionó la lámpara para colgar una paja torcida por encima del centro del cofre plateado. Luego él miró a Kim. —Si tienes otras preguntas, hazlas ahora. De aquí en adelante, cualquier interrupción podría tener... consecuencias indeseables. —Entiendo. —Cada calle de niños abandonados en Londres había escuchado los susurros del destino que le llegaría a cualquiera suficientemente tonto como para interrumpir a un mago verdadero en la práctica de su magia. Quemándose vivo no sería nada comparado con ello. Kim podría tener sus dudas acerca de algunas de las cosas que había escuchado, pero ella no estaba por probarlas ahora. Mairelon le dio una mirada registradora, luego asintió. Él se volteó para encarar al cofre y tomó un profundo respiro. La lámpara estaba debajo del cofre, arrojó mágicas sombras contra la pared contraria, larga y oscura, e hizo una máscara de su rostro. Kim tembló, luego se congeló cuando Mairelon comenzaba a hablar. El lenguaje de era desconocido para Kim, pero cada palabra parecía colgarse en el aire, clara y afilada como cristal roto. Ella casi podía sentir los bordes, y estaba asustada de moverse y empujar sus presencias invisibles. Ella entendió, ahora, de donde el dicho había venido: “Mortal como las palabras de un mago”. Ella se preguntó cómo podía haber una habitación en el vagón para los sólidos sonidos que Mairelon estaba pronunciando. De repente las manos del mago se movieron, deslizándose con exquisita precisión en una brecha en la creciente red cada vez más invisible, palabras como filo de navaja. Una mano agarró el paquete de hierbas que Hunch había provisto; la otra elevó una paja torcida en el lado opuesto del cofre. La pajilla tocó la mecha de la lámpara y se quemó en la flama. La voz de Mairelon creció en un grito, y las hierbas y la pajilla quemada cayeron juntas en el cofre plateado. El humo salía del cofre, difundiendo un olor fuerte, dulce en todo el vagón. La lámpara se apagó con la rapidez que una vela que se apaga, y el cuenco de plata empezó a brillar. Mairelon bajó los brazos con un suspiro y miró a Kim. —¿Cuál es tu nombre? —dijo. 66

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Kim vaciló. —Jenny Stower —dijo ella deliberadamente. El brillo plateado del cofre cambió un punto de color rojo furioso. —¿Su nombre? —repitió Mairelon—. Y la verdad, en esta ocasión. —Kim. El cofre brilló a una luz plateada una vez más. Kim miró, asombrada y asustada. —¿Cuándo escuchaste de mí, y de quién? —preguntó Mairelon. —En el Perro y el Toro, el día antes de que me colara en el vagón. Un burgués flaco se ofreció a pagarme si encontraba lo que usted tenía aquí. —El cofre se mantuvo plateado, y Kim se relajó un poco. —¿Qué te dijo exactamente? Kim repitió la historia que ella había dicho a Mairelon en su primera reunión. El cofre brillaba de un constante plateado a lo largo de la historia. Mairelon asintió cuando ella terminó, y le hizo repetir sus razones para espiar en su conversación con Shoreham. Kim lo hizo lo mejor que pudo, pero la luz de la taza se perdió un poco. Mairelon frunció el ceño. —¿Y fueron eso los únicos motivos? Kim se movió incómoda. —Más que todo. —Tendrás que hacerlo mejor que eso —dijo Mairelon, mirándola de cerca. —¡Muy bien! Tenía curiosidad. La luz de plata iluminó. Mairelon frunció los labios. —¿Curiosidad? —¿Por qué no? —dijo Kim indignada—. Cualquier persona que lo conoce puede ver que usted es un petimetre regular, y me extraña cuál es su apuesta. Estafar a los imbéciles en los mercados no es un trabajo para un tipo noble, y no se me ha dicho nada. Tengo razón para preguntar. Mairelon se echó a reír. 67

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—Debí haberlo adivinado. Bueno, voy a explicar tan pronto como hayamos terminado aquí. Tienes suficientes piezas para meternos a todos en dificultades por accidente si no se te dice el resto. Le preguntó a Kim algunas preguntas más informales, pero sus sospechas parecían estar enterradas. —Eso es todo, creo —dijo al fin. Le dio la vuelta al cofre y levantó una mano, luego se detuvo y miró a Kim—. ¿Por qué decidió abandonar Londres con nosotros? ¿La curiosidad de nuevo? Kim tragó fuerte. —Sí —dijo ella, y cofre parpadeó. Mairelon miró de su cara a la taza y bajó la mano. —Hay más, creo. —¡No tiene nada que ver contigo! La luz se mantuvo estable, y Mairelon asintió. —Tal vez no será así, ahora. Sin embargo, vamos a volver a Londres con el tiempo, y no me gusta la posibilidad de una desagradable sorpresa esperándome. —Él no está esperando por ti —murmuró Kim. —Sin embargo, me gustaría saber quién es “él”, y por qué consideras tan importante darte de baja de su vecindad. En particular, si la razón es algo que pueda interesar a los policías. —No son los imbéciles aprehensores lo que me preocupa —dijo Kim, frunciendo el ceño—. Es Laverham. — Suspiró—. Supongo que ahora tengo que decirte. —Le agradecería. ¿Quién es Laverham? Kim respiró hondo y comenzó a tratar de explicar su antipatía a Dan Laverham. Mairelon sacudió su mano silenciándola después de unas pocas frases. —Voy a tomar su palabra de que el hombre es desagradable —dijo el mago—. ¿Pero qué es lo que te saca? —Estaba en la tienda de Tom, donde tomé rápidamente esos trapos que me pediste deshacerme. Él hizo muchas preguntas, y uno de sus hombres trató de seguirme cuando me fui. 68

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Mairelon frunció el ceño. —¿Te estuvieron siguiendo? ¿Hasta dónde? —La mitad de un bloque en la dirección equivocada, yo doblé en la punta inmediatamente. —¿Y está segura de que era a ti en quien estaba interesado? Kim se encogió de hombros. —¿Qué más? Laverham ha estado sufriendo por poner sus manos en mí desde antes que la vieja Madre Tibb metiera la cuchara en la pared. —¿Quién es la Madre Tibb? —preguntó Mairelon. —Ella me crió y también a algunos otros —dijo Kim en breve—. Ella está muerta. — No quería hablar de la Madre Tibb. Incluso después de dos años, hablar trajo recuerdos de aullidos aterrorizados de la flaca mujer vieja cuando los policías se la llevaron a la cárcel, y al estable paso del verdugo de la banda de rodadura y el repugnante ruido mientras las compuertas se alejaron bajo los pies de su línea de víctimas. Kim prefería recordar la dudosa seguridad y camaradería fugaz de los primeros años, cuando pensaba en la madre Tibb en absoluto. —Lo siento —dijo Mairelon suavemente. Hizo una pausa—. Acerca de Laverham... — Le hizo describir su breve encuentro con el mayor detalle que pudo recordar. Por fin él la detuvo y dijo—: Muy bien, estaré de acuerdo que parece haber estado detrás de ti. Pero si cualquier otra cosa como esa sucede, o si te encuentras con Laverham o cualquiera de sus hombres de nuevo, dímelo. Kim asintió. Mairelon se volvió hacia el cofre de plata todavía ardiente, y movió las dos manos en un gesto rápido, complicado por encima de ella. La luz se reunió alrededor del borde del cofre, como si algo estuviera chupando hacia arriba. Luego, con un ruido leve, la lámpara estalló a la vida y el resplandor de la taza desapareció. Mairelon sonrió con satisfacción y comenzó a establecer el vagón correctamente. La extensa lámpara colgaba cuidadosamente doblada e invisible de nuevo en la pared junto a la puerta, las cenizas de las hierbas fueron arrojadas fuera, y el cofre de Saltash estaba fuera y envuelto en terciopelo, una vez más. Kim miró durante unos minutos en silencio antes de recordar que Mairelon había prometido explicarle lo que realmente estaba pasando. —Así que lo hice. La historia realmente comienza hace aproximadamente quince años, cuando el viejo Lord Saltash murió. Dejó un legado más que grande para el Colegio Real de Magos. ¿Has oído hablar del Colegio Real? 69

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—Tanto como cualquier otro. —Mmmm. Bueno, Saltash se creía un mago, y había reunido una enorme cantidad de probabilidades y extremos de las cosas que pensaba que deberían ser investigados adecuadamente. Dejó el lote en el Colegio. La mayoría de ellos resultó ser bastante inútil, pero... —¡Es por eso que se llama el recipiente Saltash! —dijo Kim. —¡Era parte de la colección del extraño imbécil! —Sí, aunque yo no llamaría a Saltash “un extraño imbécil”. El cofre es sólo una parte de la agrupación; hay una fuente plateada que combina con esta, y cuatro bolas talladas de diferentes tamaños. Juntos, son la clave para un muy interesante hechizo. —Hacer que la gente diga la verdad —dijo Kim, asintiendo. —No creo que te des cuenta de lo que eso significa —dijo Mairelon irritado—. Es lo suficientemente fácil como para obligar a alguien a no hacer cosas, pero un hechizo para obligar a una persona hablar, y hablar sólo la verdad, sin interferir con la capacidad de responder de forma inteligente, bueno, es notable. La mayoría de hechizos de control son evidentes, hacen que personas que están acostumbrados a actuar como sonámbulos. Pero el grupo Saltash... —¡Muy bien! —dijo Kim a toda prisa—. Lo entiendo. ¿Y ahora qué? —El Royal College pasó una buena cantidad de tiempo, aquí y allá, tratando de duplicar el hechizo de la agrupación. Nadie nunca tuvo éxito, y el grupo Saltash se convirtió en una curiosidad. Y entonces, hace cuatro años, fue robado. Mairelon se detuvo. —Fue robado —repitió—, de tal manera que pareció que fui yo el ladrón. —¿Estuviste en el Colegio Real? —preguntó Kim. Mairelon parpadeó, como si hubiera esperado otra respuesta. Luego sonrió levemente. —Sí, lo estuve. Con otro nombre, entenderás. —¿Richard Merrill? —Eres una de las astutas. Sí, ese es mi nombre. —Pero no eres el estafador que se robó el cofre. 70

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—No. Si yo no hubiera tenido la suerte de encontrarme con Edward, sin embargo, no tendría forma de probarlo. La evidencia era abrumadora. Incluso mi hermano Andrew lo creyó. Kim soltó un bufido. —Él es un tonto, entonces. La cara de Mairelon perdió su aspecto establecido, y se rió. —Una descripción muy apta, me temo. —Entonces, ¿por qué este hombre Edward no le dice a todos que no es usted el que se llevó sus cosas? —Esas cosas, Kim, no sus cosas. A su tiempo, fue... conveniente tener una excusa para abandonar el país rápidamente. —¿Qué quieres decir? —preguntó Kim con recelo. —Yo estaba espiando a los franceses —dijo Mairelon sin rodeos. —Oh. —Y allí estaba mi orgullo también. Arrogancia, la falta de los dioses. Quería recuperar los objetos robados por mí mismo, ya ves. Yo pensé que podía averiguar quién estaba detrás del robo. Alguien en el Colegio estuvo involucrado, estoy seguro. Le pedí a Edward que me dejara intentarlo. —¿Y así es como se apoderó de este cofre? —Me tomó un año perseguirlo después que la guerra terminó. Estaba en una pequeña ciudad en Alemania, propiedad del barón local. Lo había recogido como un recuerdo de Inglaterra, y fue increíblemente difícil sobre la venta del mismo. Kim pensó en la conversación que había escuchado sin querer. —Así que ahora vas a Ranton Hill para encontrar la parte de la fuente. ¿Y qué pasa con el resto? —Puedo usar cada pieza para ayudar a encontrar a los otros, y se hace más fácil las piezas más que tengo. Con la taza y el plato de forma conjunta, no será difícil localizar a las cuatro esferas. —¿Qué hay de…? —La pregunta de Kim fue interrumpida por un golpe imperioso en la puerta. Mairelon levantó una ceja, distraído y fue a abrir. 71

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Hunch se quedó fuera, con una expresión clara de desaprobación. —Ha tenido su hora, señor Richard —dijo—. Y me gustaría saber a dónde su señoría nos está enviando fuera esta vez. —Essex —dijo Mairelon, y sonrió—. Ranton Hill, para ser precisos. ¿Tiene usted alguna otra pregunta, Kim? Entonces, si nos disculpa, es mejor ir y averiguar qué camino nos llevará allí con un mínimo de demora. Podemos hablar más en la mañana.

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Capítulo 8 Traducido por Rihano y *ƸӜƷYosbeƸӜƷ* Corregido por esmeralda38

D

urante los siguientes cinco días, llovió. Torrenciales chaparrones se alternaban con brumosas lloviznas o aguaceros enfría-huesos que ocasionaban que incluso los mejores caminos se volvieran peligrosos.

Los caminos poco frecuentados usados por el carromato se volvieron un pegajoso lodazal los cuales cubrían a los caballos y embarraba las ruedas del carromato. A pesar de los mejores esfuerzos de Mairelon, su progreso disminuía hasta arrastrarse. Ninguno de ellos cabalgó; el carromato sólo estaba casi demasiado pesado para que los caballos lo jalaran a lo largo de los caminos. Hunch y Mairelon tomaron turnos para guiar a los caballos, deslizándose y tropezando a través del frío y viscoso lodo que succionaba sus pies y hacía pesadas sus botas con capas de una pulgada de espesor. Incluso Kim se hundía hasta la altura de los tobillos a menos que se mantuviera en el borde y se deslizara sobre la resbaladiza y mojada alfombrilla de césped del año pasado. Por momentos se detenían a acampar cada noche, todos ellos exhaustos, pero Mairelon insistía en que Kim continuara sus lecciones sin importar cuán cansada estuviera. Era más fácil estar de acuerdo que discutir, así que Kim se aplicaba lo mejor que podía para las artes tales como lectura y juego de manos, el cual no podía ser convenientemente practicado mientras marchaban a través de la lluvia. Durante el día, continuaba con su instrucción en lo que privadamente Kim llamaba “conversación rápida.” Cuando su voz se volvía ronca, él la dejaba detenerse y escuchar mientras recitaba poesía o actuaba, o volvía al mismo discurso una y otra vez en una variedad de estilos y acentos. Ellos dormían en el carromato, aunque Hunch murmuraba malignamente y mordía su bigote por el arreglo. Kim no estaba verdaderamente segura de si él estaba preocupado por la moral de Mairelon o por las cucharas; para el final del segundo día, le traía sin cuidado. Dormir en un lugar que incluso estaba cerca de estar seco era de lejos más importante que la desaprobación de Hunch. Mairelon parecía inconsciente de las 73

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miradas de Hunch mientras él parecía no estar consciente de algo impropio, aunque Kim no creyó ni por un minuto que fuera tan distraído como parecía. En la sexta mañana, Kim siguió a Hunch fuera del vagón para encontrar una lluvia constante y que calaba cayendo de una interminable capa de nubes del color del plomo. Con un resoplido de disgusto, puso el cuello de su capa más apretado alrededor de su propio cuello en un esfuerzo sin esperanza de mantener al agua alejada. La capa era de Mairelon, y mucho más gastada, y ella la había tenido amarrada con un trozo de cuerda a su cintura para mantenerla alejada de arrastrarse en el lodo. Esto la hacía una prenda voluminosa e incómoda y ella estaba segura que se resbalaría y terminaría cubierta de barro antes de que la mañana finalizara. —Ánimo —dijo Mairelon mientras la adelantaba, encaminándose hacia los caballos—. Esto parará antes del mediodía. —Ja —dijo Kim. Lanzó una mirada indiscreta al cielo, el cual aún estaba uniformemente plomizo, y el agua goteó por su cuello—. ¡Ay! —dijo, y después lo miró—. Si eres tan conocedor, ¿por qué no pusiste un alto a esto antes que ahora? —No lo has hecho —dijo Mairelon distraído—. ¿Por qué nos has puesto un alto a esto antes de este momento? —Está bien, ¿por qué no lo has hecho? —dijo Kim enfadada. —Porque la magia para el clima es difícil, consume tiempo, es costosa, y extremadamente perceptible —replicó él con encomiable paciencia—. No puedo permitirme perder el tiempo o la energía, y ciertamente no puedo permitirme ser notado. No hasta que tengamos nuestras manos sobre la Fuente Saltash, al menos. Él continuó y Kim le frunció el ceño. —¿Qué es lo bueno de viajar con un hechicero si tienes que terminar mojada bajo la lluvia como otras personas? —murmuró ella. Tan baja como fue su voz, Hunch la escuchó. —¡Deberías estar contenta de que no tuvieras que quedarte en Londres! —¿Por qué? —exigió Kim—. Al menos ahí podía mantenerme seca. Y no tendría que preocuparme sobre no quedarme seca. Y no tendría que preocuparme de que me atrapen, de cualquiera. —Lo que sea. —Les llegó la voz de Mairelon flotando sobre sus cabezas desde la posición de los caballos—. Si ustedes dos han terminado de intercambiar cumplidos, es hora de marcharnos. Aseguren las puertas, por favor; Hunch toma el lado derecho, la rueda está hundida un poco más profundo ahí, creo. 74

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Kim y Hunch tomaron posiciones cada uno a un lado del carromato. —¿Listo? Ahora —gritó Mairelon, y ellos empujaron mientras él jalaba los caballos hacia delante. Después de una breve lucha, el vagón rodó hacia delante y ellos estuvieron moviéndose de nuevo. Para disgusto de Kim, la lluvia pronto disminuyó hasta una ligera llovizna. Al mediodía se había detenido completamente, y Mairelon tenía una expresión satisfecha. Kim estaba más que un poco inclinada a gruñirle, pero en los pocos días pasados había aprendido que gritarle hacía poco bien. Él simplemente sonreía y corregía su gramática. Se detuvieron más temprano esa tarde, viajar aún era cansado y llenaba de barro. Además, tambié estaban a menos de una hora de viaje de Ranton Hill, incluso con el lodo, y Mairelon aún no había decidido si quería que el vagón estuviera como evidencia cuando ellos llegaran. Con eso en mente, él había escogido un lugar en el campo donde un pequeño bosque venía a encontrarse a un lado del camino, así que el carromato podía estar oculto entre los árboles. Hunch hizo un gran fuego mientras Mairelon y Kim llenaron ollas y cubos con agua de una zanja de irrigación en el otro lado del camino. Cuando regresaron al campamento, encontraron que él ya había colgado los abrigos mojados y puesto a secar las ropas de cama alrededor del fuego, bloqueando la mayor parte del calor. Aceptó los cubos con su expresión más severa, y Kim y Mairelon se retiraron a la vez al lado más alejado del vagón. —¿Qué le pasa? —peguntó ella, situándose en la plataforma en el frente del carromato. —Hunch está simplemente expresando su deseo de continuar sus propias actividades sin la distracción de nosotros dos —explicó Mairelon, inclinándose contra la pared al lado de Kim. —¿Eso significa que él va a comenzar con la cena pronto? —preguntó ella esperanzada. —No tan pronto, me temo. Primero quiere tener tantas cosas limpias y completamente secas como pueda. Resígnate a secar ropa de cama esta noche. Kim hizo un sonido despectivo. —Hunch no tiene ningún sentido común. La cena es más importante que las sábanas. —No trates de convencerlo de eso —dijo Mairelon, sonriendo. No tendrás éxito, y no hay nada que ganar por intentarlo. Aunque quizás no debería ser el que tenga esta discusión; es mi dignidad la que él está tratando de defender, tú sabes. —¡Jo! ¿Él preocupado por tu dignidad? ¿Después de que ha estado dándote la lata por dos días por usar esa capa en lugar de la otra con los remiendos? 75

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—Sí, bueno, Hunch consigue esos artículos de vez en vez. ¿Has practicado ese truco del pañuelo con el que estabas teniendo problemas? —Yo... yo no he tenido tiempo —dijo Kim—. No puedo hacerlo con todo moviéndose, y acabamos de llegar aquí. —Entonces practícalo ahora, antes de que la luz se vaya —dijo Mairelon, tendiéndole un pañuelo. Kim rodó sus ojos y extendió el pañuelo sobre su regazo. Flexionó sus dedos fríos varias veces, tratando de desentumecerlos un poco, entonces comenzó cuidadosamente a doblar y enrollar el cuadrado de lino como le había enseñado. Sólo estaba a medio terminar cuando la cabeza de él volteó y ella le oyó murmurar: —Ahora, me pregunto quién es ese. Kim miró. A través de la pantalla de árboles vio un carruaje de cuatro caballos haciendo su lenta y empapada subida por el camino, las cabezas de dos postillones eran claramente visibles por encima del techo del carruaje. Ella parpadeó sorprendida. ¿Qué estaba haciendo tan excelente concurrencia como esa en un tranquilo camino campestre? ¿Y hacia donde se estaba dirigiendo? —Exactamente es lo que me gustaría saber —dijo Mairelon, y Kim se dio cuenta que había hablado en voz alta. Le echó una mirada y vio que estaba frunciendo el ceño ligeramente—. Y no lo vamos a averiguar sentados aquí. Sin esperar la respuesta de Kim, se alejó del vagón, agarrando su sombrero aún empapado y sin forma, encasquetándolo sobre su cabeza, y avanzando rápidamente entre los árboles en la misma dirección en que el carruaje estaba viajando. Kim parpadeó, entonces dejó caer el pañuelo y avanzó rápidamente detrás de él. El carruaje los pasó unos pocos minutos más tarde. Escondidos por los árboles pequeños y la maleza desordenada a lo largo del borde del bosque, Mairelon y Kim lo estudiaron. Ella podía escuchar una ruidosa risa femenina desde las ventanas del carruaje, pero las cortinas estaban cerradas y no podía ver quién estaba adentro. El conductor y los postillones estaban envueltos en capas de conducción contra la humedad, y sus caras eran impasibles. —¡Maldita sea! —dijo suavemente mientras el carruaje daba bandazos—. ¿Puedes mantener el ritmo de esto, Kim? —No sé nada acerca de ese carruaje, pero puedo mantener tu ritmo apenas lo suficiente —respondió Kim—. ¿Pero no deberíamos regresar y decirle a Hunch a dónde vamos?

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—Si hacemos eso, lo perderemos —dijo, agachándose debajo de una rama que colgaba baja—. Estás en lo correcto, sin embargo, en que él debería saber. ¿Por qué tú no…? —No voy a regresar ahora —interrumpió Kim con un tono tan firme de voz como pudo mientras trataba de seguir el errático camino de Mairelon entre los árboles. —Está bien —dijo él sorprendiéndola—. Pero cuando Hunch lo averigüe... ¡Mira, se están desviando! El carruaje, en verdad, se estaba saliendo del camino y entrando a los bosques. Desde donde Kim estaba parada, parecía casi como si el carruaje estuviera tratando de forzar su camino a través de los árboles, pero cuando ella y Mairelon alcanzaron el lugar un momento más tarde, encontraron otro camino adentrándose en el bosque. —Ese conductor es bueno —comentó él, revisando el sendero—. Esto difícilmente es algo más que un sendero de ciervos. —¿Vas a pararte ahí a charlar o seguimos detrás de ese carruaje? —preguntó Kim intencionalmente—. Está oscureciendo. —Así es —dijo Mairelon—. Vamos. El camino serpenteaba entre los árboles casi tan erráticamente como Mairelon lo había hecho y las curvas escondían el coche de la vista. Afortunadamente, las huellas de los neumáticos en el suave terreno eran fáciles de seguir e iban más rápido ahora que no tenían que preocuparse por ser vistos. Incluso entonces, caminar se había vuelto más difícil a medida que la luz se desvanecía. Kim estuvo a punto de sugerir que regresaran antes de que perdieran completamente el camino cuando Mairelon se paró. —¡Mira allí! —dijo él en voz baja, señalando. Kim, que había estado concentrada en seguir la pista del coche a través de la profunda penumbra, miró hacia arriba. La luz bailaba por los arboles. —Algunos imbéciles encendieron fuego en la colina, parece. —Así es en efecto —dijo Mairelon—. Y te apuesto que es a donde nuestro coche se dirige. —No me lo parece —dijo Kim, pero sin mucha convicción. El rastro que ellos seguían no parecía, por el momento, apuntar a la dirección de la fogata, pero eso no significaba que no cambiaría su rumbo al lado contrario en la siguiente curva.

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—Vamos a averiguarlo, ¿te parece? —dijo Mairelon con la más encantadora sonrisa, y, girando, él se encaminó a la fogata. Después de un momento de vacilación, Kim lo siguió. Mantenerse con Mairelon era ciertamente más seguro que tratar de continuar detrás del coche sola y en la oscuridad, y ella estaba decididamente no interesada en regresar al campamento y explicarle todo esto a Hunch sin el apoyo de Mairelon. Además, ella al menos estaba tan curiosa sobre la fogata como lo estaba sobre el coche y el interés de Mairelon en él. El fuego estaba más lejos de lo que parecía; tomó diez minutos de caminar a paso ligero para llegar al pie de la corta y empinada colina con el fuego en la parte superior. Kim estaba un poco sorprendida por la manera en que la colina se elevaba del terreno plano, pero ella supuso que las cosas eran diferentes en el campo que en Londres. La colina estaba desnuda de árboles a excepción de un solo tronco grande en la parte superior, claramente visible a la luz del fuego, y la pendiente cubierta de hierba había sido recientemente cortada. Varios hombres estaban de pie alrededor del fuego en posición de gente que está esperando algo o de que están aburridos haciéndolo. Uno de ellos estaba mirando el otro lado de la colina; otros tres estaban de cuclillas sobre un juego de dados. Mientras dos más observaban y contribuían con consejos que no les pedían, otro bebía subrepticiamente de una petaca1. Sus voces llegaban claramente a la linde del bosque. —Meredith está retrasado otra vez —comentó el hombre con la petaca. —Igual Robert —dijo uno de los otros—. Tal vez tenían algo mejor que hacer en una fría noche húmeda. —¿En el campo? —dijo el hombre cerca de él. —No main2 —dijo uno de los que tenía el dado—. Lanza otra vez. —Es el turno de Robert para traer a las chicas —habló un hombre cincuentón—. Él probablemente venga con ellas. —¡Te dije que tenía algo mejor que hacer! —Ocho por main —anunció el segundo de los jugadores—. Tira de nuevo. —El entrenador de Robert se está registrando en el hospedaje —dijo el hombre que observaba el otro lado de la colina—. Él estará aquí en un minuto o dos. Espero que 1

Especie de botella pequeña ancha y plana que se usa para llevar algún licor. Jerga de los juegos de dados. El jugador o “caster” dice un número del 5 al 9 inclusive, al que se llama “main” y luego lanza dos dados. 2

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tenga el suficiente sentido común para dejar al resto de su grupo allá. No necesitamos de ningún añico de risa tontamente sobre la ceremonia. —Bueno, no importa nadie sino Meredith —dijo el hombre con la petaca—. No podemos comenzar sin él. —No esta noche —dijo el que miraba sin voltearse. —Ya déjalo, Jon, ¿vas a hacer que estemos aquí toda la noche? —protestó el hombre con el frasco—. ¡Meredith quizá ni siquiera venga! Él se ha perdido reuniones antes. —Dos italianuchos en el punto de abandonar —dijo uno de los jugadores fríamente. —Si no te gusta, Austen, termina tu petaca y vete —dijo el observador—. Pero recuerda que lo juraste... —¡No sabía que eso significaba mantenerse en el medio de la noche con un viento frío, con mis botas quemándose en una estúpida gran fogata mientras gastas tu prosa en mí! —dijo Austen en un tono de profunda indignación. —Si tus botas se están quemando, eres el único culpable —dijo una voz alegre, y una nueva figura ascendió sobre el borde opuesto de la colina y llegó a la fogata. Sus brazos estaban llenos de algo que se parecía bastante a una gran cantidad de ropa—. No ves que nadie está lo suficientemente cerca del fuego para que las cenizas caigan en su chaqueta, ¿o sí? —¡Cenizas! —Austen saltó hacia atrás, frotando su capa. Miró de cerca su vestuario, y luego dio al recién llegado una mirada de reproche—. Déjalo Robert, si esa es tu idea de una broma. —No te pongas nervioso por eso —le aconsejó Robert. —Aquí, tomen sus túnicas antes de que las deje caer en el barro. Esa ligera advertencia llamó la atención del resto del grupo, y por los próximos minutos se amontonaron en torno al recién llegado, riendo, empujándose y tirando del paquete en sus brazos. Kim observó a Mairelon, para ver si estaba harto de ver este extraño encuentro. Por el momento estaba muy oscuro para adivinar algo en su expresión, pero se veía muy concentrado en el grupo de la colina. —¿Quiénes son esos individuos? Mairelon miró como si se hubiera acabado de acordar de su presencia. —Un grupo de imbéciles —respondió—. Y si no estoy equivocado…ah, sí. Mira por ti misma. 79

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Kim miró nuevamente a la colina. La mitad de los hombres estaban utilizando largas, holgadas, ropas de color claro sobre sus cabezas. —A mí me parecen Bedlamitas3 —murmuró Kim—. ¿Quién...? —¡Ssh! —dijo Mairelon mientras el hombre llamaba a Jon diciendo algo a Robert que Kim no escuchó. —No, no lo hice —dijo Robert, respondiendo obviamente una pregunta de Jon—. Las chicas y las túnicas eran más de lo que podía manejar como estaba. Se lo encargue a Meredith después de nuestra última reunión. —Y Meredith todavía no está aquí. —La voz de Jon sonó sombría—. Si él no viene, te responsabilizas, Robert. —¿Cuánto tiempo estás planeando esperar, Jon? —preguntó uno de los de túnica blanca—. ¿Tenemos tiempo para algunos tiros? —¿No puedes pensar en nada más que en tus dados? —gruñó Jon. El hombre se encogió de hombros alegre, sin arrepentimiento. —Bueno, ahí están las Doxies en el hospedaje, pero tengo la sensación de que no te gustaría esa clase de retraso. Algunos de los otros se rieron. Jon se veía como que estaba a punto de explotar, pero antes de que estuviese a punto de dar cualquier reproche que tenía en mente, Austen dijo: —¡Allí! ¿No es él? Las cabezas se voltearon, y alguien dijo: —Es Freddy, bien. Nadie se sienta tan mal en un caballo; puedes reconocerlo incluso en la oscuridad. —¡Apúrate, Meredith! —gritó Austen. —¡Silencio, idiota! —dijo Jon, rodeándolo—. ¿Quieres que te escuchen en la aldea? ¿Quieres que alguien venga a espiarnos en nuestro Rito Sagrado? —Oh, de verdad, Jon, no te dejes llevar —dijo Robert. —Hay una docena de prostitutas en el hospedaje que pueden vernos desde las ventanas si se molestan en hacerlo. 3

Referido a la persona adepta al Islam, la religión de Mahoma.

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—Ellas están aquí con nuestro permiso —dijo Jon con altanería. Su efecto solemne se echó a perder por alguien en la parte trasera del grupo, que se rió y dijo audiblemente: —¡Eso espero! Jon miró alrededor, pero no pudo localizar al que habló. Se dio la vuelta, y un momento después, otra figura llegó jadeando sobre la cresta de la colina. Robert le extendió la última de las túnicas, y luchó con ella a toda prisa mientras que otros señalaron las dificultades que su tardanza había causado. —No era mi intención llegar tarde —dijo el recién llegado en una voz apagada con la mitad del cuerpo en la túnica—. Yo... tuve que hacer una parada en mi camino hacia acá. —Tendremos tiempo de escuchar tus explicaciones después, Meredith —dijo Jon—. Debemos comenzar. ¡A sus lugares, caballeros! Las figuras vestidas de blanco se extendieron en un círculo alrededor del fuego y pusieron las capuchas de sus túnicas en sus cabezas. Eso los hizo lucir repentinamente misteriosos, casi terroríficos, y Kim se estremeció ligeramente. Una de las figuras anónimas levantó sus brazos encima de su cabeza, y la vos de Jon gritó en voz alta. —¡Por el Sagrado Oak (Roble), y Ash (Ceniza), y Thorn (Espina)! ¡Por las Tres Aves Sabias y los Tres Generosos Reyes! ¡Por el inefable Nombre Mismo! ¡Los ritos de los Hijos del Nuevo Amanecer han comenzado ahora!

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Capítulo 9 Traducido por MerySnz Corregido por Vanille

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as figuras con túnicas blancas bajaron la cabeza y comenzaron un extraño zumbido. Kim se estremeció nuevamente con las frases sonoras colina abajo, y saltó cuando Mairelon tocó su brazo.

—Iré a ver si puedo conseguir acercarme un poco —dijo Mairelon, mirándola con curiosidad—. Tú puedes esperar aquí si te sientes nerviosa. —¿Esperar aquí, con esos hechiceros que murmuran entre dientes? —susurró indignada Kim. Mairelon resopló. —¿Hechiceros? No seas ridícula. Eso es el galimatías4 más absurdo que he tenido la desgracia de tener que escuchar. No dejes que eso te preocupe. —¿Por qué no? —Porque ellos sólo mezclan magia al azar, proveniente del sonido. Mitad de los Celtas, mitad de los escoceses, y mitad del alguien de cuna con educación clásica, con un par de cosas que están totalmente fuera de la imaginación de alguien con buena cordura. Ellos nunca irán a ninguna parte con ese rumbo que estarán tomando. —Esas son muchas mitades —dijo Kim, frunciendo el ceño—. Y como sea, suena bastante impresionante para mí. —Las palabras no tenían la calidad cristalina de la magia de Mairelon, pero tenían un portentoso poder de voluntad igual de sorprendente. —Es por eso que nunca he leído a Homero en Griego original —dijo Mairelon. Su atención había regresado hacia la cima de la colina, donde las túnicas blancas estaban ahora marchando solemnemente alrededor del fuego. Kim trató de alcanzar su brazo, anticipando su siguiente movimiento, pero fueron instantes demasiado tarde. Mairelon se deslizaba entre los árboles y comenzaba a subir por la colina, agachándose para evitar la luz del fuego. Con un suspiro y una serie de maldiciones mentales, Kim lo siguió. 4

Galimatías: es un término usado para describir un lenguaje complicado y casi sin sentido.

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Para su alivio, Mairelon no intentó escabullirse todo el camino hasta el borde de la cima de la colina. Él se detuvo a mitad del camino cuesta arriba, lo bastante cerca para escuchar cada palabra con claridad, pero aún muy por debajo del nivel donde una mirada casual podría ver la silueta descuidada. Kim se detuvo junto a él y se pegó contra la tierra. Mairelon la miró entonces, con visible renuencia, hizo lo mismo. El frío y la humedad penetraron la ropa de Kim casi al instante. Ella ignoró la incomodidad lo mejor que pudo, sabiendo por los años de la Madre Tibb, con su entrenamiento un tanto irregular, que un movimiento innecesario probablemente atraería atención no deseada. A su lado, Mairelon estaba inmóvil, y Kim se distrajo preguntando dónde aprendió ese truco. Alguien le habló acerca de él, cuando fue a espiar a los franceses, ¿o lo había descubierto por sí mismo de una manera dura? El zumbido se detuvo al fin, y Kim escuchó la voz de Jon anunciar: —Entonces, es el inicio del final, y los Misterios Centrales comenzarán. Un murmullo de aprobación se elevó entre las figuras. Como el murmullo de la muerte, Jon continuó en un tono más enérgico: —Esta noche vamos a dedicarlo a la Fuente Sagrada, la primera de las Cuatro Cosas Benditas. Austen, tú eres el Portador; George, tú y Quembly-Stark pueden ser las Escoltas, y Robert puede actuar como... —Uh, Jonathan, me temo que hay un pequeño problema —alguien puso en tentativa. —Olvidaste traer la fuente, ¿no? —replicó John—. Bueno, no pospondré la ceremonia de nuevo sólo porque tú tienes una mala memoria, Meredith. Esta vez, puedes correr a casa y traerla de regreso. —¡Eso podría tomar horas! —alguien objetó—. Especialmente si esa cosa se enferma; la criatura no puede moverse por encima de un trote, incluso con un buen jinete en la silla. —Mientras nosotros podamos esperar abajo en el albergue, en lugar de aquí con el viento, ¿a quién le importa? —otro de los hombres replicó. —No hay razón para esperar en absoluto —dijo Meredith. Cautelosamente, Kim levantó la cabeza. Como ella esperaba, todos los ojos estaban puestos en la suave y tonta mirada de Meredith—. Verás, no puedo traer esa cosa —explicó Meredith—. No hay manera de que yo regrese, y no hay razón para hacerlos esperar. —¿No puedes hacerlo? —La voz de Jon se elevó. Dejó caer atrás la capucha y miró a Meredith—. ¿Qué quieres decir con que no puedes traerlo?

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—No puedo —respondió Meredith con terquedad—. Eso es todo, y ahí está. No van a usarme pasando sobre mí; también podría continuar terminando allá abajo en el albergue. —Explica esta… ¡esta obstinación! —ordenó Jon. —Sí, Freddy, ¿por qué tú no puedes traer la fuente en la noche? —preguntó Robert. —Si quieres saberlo, yo no la tengo —dijo Meredith—. ¿Ahora podemos ir a la casa de campo y comer? Los ojos de Jon estaban desorbitados, todo en él hablaba de rabia. —¿Ya no la tienes? —¿Tienes un problema con tus oídos, Jon? —preguntó con interés Meredith—. Mi abuela ha estado teniendo un poco del mismo problema, pero no se espera de un hombre de tu edad. —¿Qué has hecho con la Fuente Sagrada? —La perdí en un juego de cartas —dijo Meredith—. Deuda de honor, paga o juega, tú sabes. Así que se ha ido. —¿Cómo te has atrevido? —gritó Jon, agitando los brazos para dar énfasis—. ¡Esa fuente era nuestra, propiedad de la Orden! ¿Cómo te atreviste siquiera a pensar en apropiarte de ella para tu propio uso? —En realidad no lo era —dijo Meredith casi disculpándose. —¿No era qué, Freddy? —preguntó Robert. —No era propiedad de la Orden. La compré yo mismo, nunca pagaron. Lógicamente, la cosa era mía. Todo muy claro. —Freddy Meredith asintió con la cabeza, como para enfatizar la lógica y la razón de sus acciones. Jon se volvió de un fascinante tono púrpura y abrió la boca. —Freddy tiene un punto, Jon —dijo Robert a toda prisa—. Si la Orden no utilizó los fondos para comprar... —¿Qué fondos? —apuntó Austen—. Esta Orden no tiene fondos, nadie ha pagado su cuota en más de seis meses. Incluido tú, Jon. —¿Lo ves? —Freddy irradiaba luz.

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—¡Idiota! —dijo Jon—. ¿Sabes cuánto tiempo me llevó localizar esa fuente? ¡Tenemos que volver por ela! —Tienes toda la absoluta razón —dijo Robert—. Tendremos que volver a comprárselo a quien le ganó a Freddy. ¿Quién te gano, de todas maneras? Espero que no haya sido Lord North. —No, no, yo no juego en su mesa —le aseguró Freddy—. He estado el tiempo suficiente para conocer su técnica, lo sabes. No, jugué cartas con Henry. —¿Que Henry Bramingam tiene la fuente plateada de los Hijos del Nuevo Amanecer? —alguien preguntó. La hierba al lado de Kim se estremeció cuando Mairelon se tensó, pero no podía decir qué provocó esa reacción en él. ¿Seguramente no se había tomado el tiempo para adivinar que ellos tenían la “Fuente Sagrada” y podrían relacionarlos con la plática sobre la Fuente Saltash que él estaba buscando? —Únicamente había dejado la Fuente para el final de la noche —explicó Meredith—. Henry me limpió. La última mano también. —¿A quién le importa? —dijo otra persona—. Es obvio que no dedicaremos esta noche a la Fuente Sagrada, así que terminemos aquí y adentrémonos donde hace calor. Esta sugerencia provocó una ronda de aplausos entusiasmados, y todo el grupo se quitó sus túnicas y comenzaron a bajar la colina a pesar de las quejas y el ceño fruncido de Jonathan que continuamente lanzaba hacia Freddy Meredith. Ninguno de ellos se molestó en comprobar la pendiente de la colina, por lo que Mairelon y Kim escaparon sin ser detenidos. A pesar de ello, Kim realmente no pudo relajarse hasta después de los últimos sonidos amortiguados de una sólida puerta al cerrarse. Kim se sentó al fin, sintiendo frío y rigidez, y se dio cuenta de que Mairelon todavía estaba boca abajo en el lado de la colina. Ella se agachó de nuevo a toda prisa y entre dientes dijo: —¿Algo va mal? —¿Qué? —dijo Mairelon en un tono normal—. No, nada malo; sólo pensaba, eso es todo. —Piensa en cómo regresaremos al campamento —recomendó Kim—. O Hunch vendrá detrás de nosotros con una cuerda, no me gustará. —Oh, Hunch no empezará a preocuparse hasta bien entrada la noche —dijo Mairelon, todavía sin moverse. 85

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Kim le miró con profunda desesperación. —Es bien entrada la noche —ella señaló. —Entonces, será mejor que regresemos al campamento rápido, ¿verdad? —dijo Mairelon. Él se empujo a sí mismo de la colina con sus manos, se hizo hacia un lado, y se deslizó por la pendiente primeramente con los pies. Kim lo siguió después, murmurando maldiciones. Comenzaba a entender las maldiciones de Hunch. Comenzaba a entender cómo Hunch había adquirido el hábito.

***

Volver al campamento tomó casi tanto tiempo como Kim había esperado. Mairelon se perdió dos veces, lo que los obligó a regresar sobre sus pasos en la oscuridad. Kim no disfrutó de esos desvíos. Los ruidos de insectos y los ocasionales crujidos de pequeños animales la hicieron saltar, donde las llamadas de las farolas y el estruendo de las pesadas rastras debían de ser suaves. Tropezó con un grupo de hierba irregular, y cayó en algún arbusto diferente, y más desagradable, tropezó con un adoquín roto y aterrizó en un montón de basura. Incluso la oscuridad tenía una cualidad diferente, una claridad y profundidad que no se parecía a la negrura de la niebla en los callejones de Londres. Hunch los encontró en el camino. Él llevaba una gran linterna y el ceño pesadamente fruncido, y ambos extremos de su bigote parecían distintivamente húmedos y desiguales. —¡Maestro Richard! —dijo con evidente alivio cuando Mairelon se acercó lo suficiente para ser identificable—. ¡Usted no está herido! —¿Qué? Por supuesto que no —respondió Mairelon—. ¿Por qué debería estarlo? —Porque usted no tenía ninguna razón para irse y no decírmelo, si no está herido —dijo Hunch, recuperándose rápidamente—. Por lo menos, no veo por qué lo hizo. —Es porque tú no sabías dónde hemos estado —dijo Mairelon en su tono más razonable—. Debes de tener un poco más de fe en mí, Hunch. Hunch resopló expresivamente. —Muy bien, ¿dónde ha estado?

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—Encontrando cosas —dijo Mairelon—. Entre ellas, la razón por la cual nuestro amigo Shoreham tiene una mala opinión de los Hijos del Nuevo Amanecer. Así como el propietario actual de la Fuente de Saltash. —¿Y quién puede ser? —De acuerdo con los druidas5 sucedáneos6, cuya innegable imaginativa ceremonia nosotros observamos esta tarde, Henry Bramingham. No es la mejor noticia. —Henry —dijo Hunch, frunciendo el ceño—. No estoy seguro… —Más tarde, Hunch, por favor. Después, y preferiblemente cuando esté más caliente, más seco, y con mucha menos hambre. Espero que nadie haya robado nuestra cena mientras estabas lejos de aquí. —Deberías enseñarte a ser enviado a la cama sin nada. —Se quejó Hunch—. Y esa maldita chica también. —¡De verdad, Hunch! —Mairelon dijo en un tono que sorprendió a Kim, podría ser algo más que indignación—. Y todo este tiempo yo pensaba que te preocupabas por las propiedades. Hunch hizo un esfuerzo por refutar la errónea interpretación hasta que ellos llegaron al vagón. Kim estaba segura de que esa era exactamente la intención que Mairelon había tenido, y mientras ella normalmente era molestada por su método arbitrario de meterse en problemas, esta vez Kim estaba agradecida. Tenía frío y cansancio, y sus manos y rostro con rasguños ardían cuando pensaba en ellos. No estaba en condiciones para discutir con Hunch. La cena estaba esperando, y el guisado estaba lo suficiente grueso para cortarse con un cuchillo, y las papas estaban tan bien cocidas que se deshacían con el tacto de una cuchara, a Kim no le importaba en absoluto. Mairelon que estaba o más exigente o preocupado, se acomodó en el escalón inferior del vagón con un plato lleno y una cuchara, pero comió tan lento que Kim estaba en su segunda copa antes de que él terminara la cuarta parte de la suya. Cuando Kim se detuvo el tiempo suficiente para observar su curioso comportamiento, le echó una mirada de reojo a Hunch. Él tenía el ceño fruncido y mordisqueaba delicadamente la mitad izquierda de su bigote cada vez que miraba en dirección de Mairelon. Eso fue suficiente para Kim. Se movió hacia una roca convenientemente situada, sacudió la cuchara contra el costado de su plato y cuando Mairelon levantó la vista, dijo: 5

Druidas: Sacerdote de los antiguos galos y celtas, al que se consideraba depositario del saber sagrado y profano. 6 Sucedáneos: de mala calidad.

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—¿Qué te tiene preocupado, entonces? —Henry Bramingham —dijo Mairelon. Él tomó una cuchara de guisado y miró su copa con fastidio—. Hará frío. —Si no te comes eso de inmediato, me lo comeré yo, estás avisado —dijo Kim sin compasión—. ¿Quién es este tipo Bramingham? —Henry Bramingham es el hijo de Charles Bramingham y Harriet St. Clair Bramingham —respondió Mairelon. Hunch hizo un ruido ahogado, y Mairelon levantó su mirada—. Sí, exactamente. —¿Exactamente, qué? —dijo Kim, completamente exasperada. —Exactamente el problema —dijo Mairelon—.Verás, Harriet es la hermana de Gragory St. Clair. Y el Barón tiene, digamos, muy poco gusto por nuestra obediencia. —Él es uno de los que llamamos los Corredores —dijo oscuramente Hunch—. Y él dio el nombre del Maestro Richad. —Entonces pensemos —dijo Mairelon—. Él es una especie de mago, y bien conocido por su inusual interés en objetos mágicos. Si el joven Henry le da la fuente a su tío, y no se me ocurre ninguna razón por la cual no lo haga, nuestras posibilidades de recuperarla son pequeñas. —¿Entonces? —dijo Kim. Los dos hombres la miraron, y ella se encogió de hombros— . No veo que sea bueno que tú tengas esta fuente activada. Si Robin Redbreasts te captura con ello, seguramente la hurtarán y la tomarán. Creía que eso es lo que no querías que pasara. —Tienes razón, pero desafortunadamente no hay otra manera de saber quién tiene realmente el Conjunto Saltash en primer lugar —dijo Mairelon—. Si podemos lograr que todas las piezas estén juntas, Shoreham y yo podemos usar uno de los Ribensian Arcana para localizar a la persona que lo robó, pero no funcionará a menos que tengamos todo. Kim se encogió de hombros nuevamente. —Es nuestro cuello. ¿Cuál es la próxima dirección a seguir? Mairelon sonrió. —La posada de Ranton Hill. Pienso que puedo recoger algunos chismes y obtener alguna idea de cómo están las cosas con Bramingham, cuán reciente fue la visita de Lord St. Clair, ese tipo de cosas. 88

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—Esta noche no —dijo con firmeza Hunch—. Y esta vez no iras solo, no me importa si tengo que esconder cada pantalón que tienes. Mairelon parecía sorprendido, entonces pensó. —Sí, pienso que sería muy bien —dijo después de un momento—. Tú puedes averiguar en los establos y cocinas, Kim puede sentarse en la sala pública, y yo veré qué noticias hay en los salones privados. Alguno debe saber algo, y de esta manera no tenemos ninguna remota posibilidad de ignorarlo. —¿Por qué estás tan seguro? —preguntó Kim. —La posada es el corazón de cada pueblo, o por lo menos las orejas y la lengua — explicó Mairelon—. Piensa en ello como una casa pública en Londres, pero más todavía. —Sí tú lo dices —dijo Kim dudosa—. ¿Qué tendré que hacer? Ellos pasaron la siguiente hora o menos discutiendo los métodos exactos que cada uno usaría a su llegada a la posada Ranton Hill, qué historias dirían, y qué ropa debían ponerse para ser convincentes. Mairelon declaró que él aparentaría ser un modista proveniente de la ciudad, víctima de un accidente de su carruaje mientras conducía hacia la casa de campo de un amigo. Kim sería su Tigre, a pesar de sus protestas de que ella no sabía nada de caballos y sería incapaz de convencer a alguien de lo que fingía ser. Hunch sería un mozo de los caballos, quien había estado viajando con un entrenador; él llevaría los caballos al vagón, alegando que pertenecían a un ostentoso faetón7. Mairelon confesaría sus dudas sobre sus compañeros, pero el tiempo de fuego comenzó a morir y todo estaba arreglado.

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Faetón: carruaje largo, con cuatro asientos y tapa abatible.

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Capítulo 10 Traducido por Sheilita Belikov Corregido por Vanille

R

anton Hill constaba de tres fachadas de tiendas, dos casas, una posada, y un establo. A Kim le parecía como si los edificios hubieran sido puestos muy juntos para protección de las tierras de cultivo vacías a su alrededor. No es que la tierra estuviera, técnicamente, vacía, pero algunas murallas de piedra, algunos árboles, y un par de ovejas no se acercaban lo suficiente, en opinión de Kim, a llenar el espacio. Además, la aldea estaba tan silenciosa que mientras se acercaban a lo largo del camino de tierra lleno de baches, Kim comenzó a preguntarse si estaba poblada por fantasmas. El sonido del viento, el chirrido del cuero del arnés, y el crujido de sus pies y los cascos de los caballos contra el camino eran los únicos ruidos. Ella se tranquilizó un poco cuando un perro comenzó a ladrar al llegar a la primera casa, atrayendo a un mozo de cuadra con un delantal desgastado desde la parte trasera de la posada. Mairelon le dio al hombre una inclinación de cabeza informal y desapareció en el interior de la posada. Kim lo siguió con la mirada, cambiando su peso de un pie a otro mientras el mozo de cuadra y Hunch se miraron evaluándose entre sí. —¿Qué pasó? —dijo el hombre al fin, haciendo un ademán que abarcaba al caballo, Kim, Hunch, y al desaparecido Mairelon. —Él volcó el faetón tratando de dar vuelta en una esquina de forma muy cerrada —dijo Hunch con sutil desprecio—. Por lo menos, así es como yo lo describiría. Él dice que una cuadriga8 lo sacó del camino. El mozo de cuadra espetó. —Otro de los audaces. ¿Se quedará él esta noche? —¿Cómo voy a saberlo? —dijo Hunch—. Incluso si me lo hubiera dicho, habría tantas posibilidades de que cambie de opinión como de que no. 8

Cuadriga.- carruaje tirado por 4 caballos en línea.

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—Así es la Clase Alta —dijo el mozo de cuadra, y espetó de nuevo—. Bueno, lleve sus caballos a la parte trasera, no hay razón por la que deban sufrir a causa de la estupidez de su amo. El hombre comenzó a caminar mientras hablaba. Hunch tiró de las cuerdas improvisadas atadas en las riendas de los caballos. Los animales agitaron sus cabezas, ligeramente fuera del eslabonamiento, y comenzaron a moverse. Kim cambió su peso otra vez, preguntándose si debía ir o esperar y desear que Mairelon le dijera un poco más acerca de los deberes de un Tigre. Estaba a punto de ir tras Hunch y los caballos cuando Mairelon asomó la cabeza en la puerta de la posada. —¡Kim! Allí estás. No es necesario que te quedes parada ahí; el equipaje no llegará durante un par de horas al menos. Entra y espera donde hay calor. Kim asintió, contenta de tener finalmente una instrucción. Cuando se puso en marcha hacia la posada, se percató que por fin la aldea estaba mostrando algunas señales de vida: una mujer alta y rolliza había salido a barrer los escalones delante de la tienda del mercero (y echar un vistazo a los recién llegados), un carruaje abierto bajaba una colina distante hacia el pueblo, y un segundo perro se había unido a los ladridos del primero, provocando una sarta de maldiciones de una persona oculta en el segundo piso de la posada. Lo último que Kim vio antes de que la puerta de la posada se cerrara detrás de ella fue una gran jarra arrojada violentamente por la ventana en la dirección general de los perros. El estrépito fue audible incluso detrás de la puerta cerrada. Mairelon estaba parado junto a la puerta, en un pequeño vestíbulo al pie de un empinado tramo de escaleras. Junto a él, el posadero le lanzaba miradas vacilantes a las botas y pantalones de montar salpicados de lodo de su nuevo huésped, claramente tratando de decidir si éste era realmente uno de la Clase Alta o sólo alguien de Clase Baja con ínfulas tratando de hacerse pasar por noble. Kim casi podía simpatizar. La capa de Mairelon estaba bien cortada, pero, a su ojo experto, un poco raída y pasada de moda, y el lodo hacía difícil determinar si sus botas estaban de igual modo muy usadas. Si lo hubiera estado mirando en las calles de Londres, le habría dado una ojeada casual y habría seguido buscando una paloma mejor para desplumar. —Consíguete algo de beber mientras esperas —dijo Mairelon, aparentemente ajeno al ceño preocupado del posadero. Le lanzó una moneda a Kim que resplandeció plateada en el aire, y la expresión del posadero se aligeró. Kim reprimió una sonrisa y agachó la cabeza respetuosamente cuando Mairelon se volvió hacia el posadero—. Ahora, ya que llegamos a un acuerdo, sólo voy a subir y limpiar un poco de esta suciedad. —Muy bien, Sr. de Mare —respondió el posadero—. Su muchacho puede pasar, mi mujer estará encantada de atenderlo. Ahora, si viniera por aquí... Mairelon lo siguió por las escaleras sin mirar atrás, dejando un rastro de huellas húmedas y sucias. Kim resopló suavemente. Al menos sería capaz de encontrar su 91

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habitación si lo necesitaba. Bajó la mirada hacia la moneda que Mairelon le había arrojado. Era un chelín nuevo, más que suficiente para una caña9 de cerveza y tal vez un panecillo. La lanzó en el aire, la atrapó, y entró en la sala pública para escuchar cualquier chisme local que pudiera haber. La sala estaba casi vacía. Dos hombres curtidos por el sol con delantales de granjeros levantaron la vista de sus tarros cuando entró, y un hombre de baja estatura y pelo castaño en la esquina saltó nerviosamente y luego se relajó. Kim se sentó junto a la puerta, donde podía obtener un buen vistazo de todas las personas que pudieran entrar y seguir viendo el resto de la gran y cuadrada sala. Una vez que estuvo sentada, descubrió que su vista del patio exterior estaba limitada por el vislumbre oblicuo de una esquina, pero desestimó esta limitación con un encogimiento de hombros mental. Nada era perfecto, y su trabajo consistía en ver y escuchar a las personas en el interior, no lo que sucedía en el exterior. Una mujer alta y canosa que era presumiblemente la mujer del posadero apareció unos minutos más tarde, con una bandeja de tarros. Reemplazó las bebidas de los granjeros sin comentarios, luego miró al hombre nervioso en la esquina. Él negó con la cabeza, luego asintió e hizo una seña. —Decídase, Sr. Fenton —dijo la mujer mientras dejaba un tarro frente a él—. No tengo tiempo para estar perdiéndolo yendo y viniendo de la cocina doce veces por hora, no por personas como usted. —Mi dinero es tan bueno como el de cualquier persona —dijo el hombre bajo—. Y si lo “olvida” hágamelo saber cuando mi... compañero llegue, veré que lo lamente. —Cálmese —le aconsejó la mujer—. Nadie vendrá a buscarlo, ni siquiera el Sr. Frederick. ¿Y qué estará él pensando acerca de que usted dejara el trabajo de esta manera…? El hombre bajo se sonrojó. —Tengo mi medio día de trabajo libre, como cualquier otro. —Sólo que con más frecuencia —replicó la mujer, y los dos granjeros se echaron a reír sonoramente—. Me sorprende que no le haya puesto un alto, pero claro, él siempre ha sido el tipo de persona que aguanta más de lo que debería. —El Sr. Meredith es lo bastante bondadoso para darme un día libre extra de vez en cuando —dijo el hombre bajo, y Kim pensó que parecía más nervioso que antes.

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Caña.- es la medida normal utilizada del vaso para servir la cerveza.

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—¡Sí, porque se lo pide directamente! Está abusando de la confianza del Sr. Frederick, lo hace, y debería estar avergonzado. —Es “Sr. Meredith” para usted —dijo el hombre bajo con un intento de burla altiva. —¡Jo! ¿“Sr. Meredith” para mí que lo conozco desde que era un niño? ¡Lo siguiente que me dirá es cómo llamar a mi marido! Beba y cállese, Señor Fenton, o ya veremos, eso es todo. Con esa oscura amenaza, la mujer recogió su bandeja y caminó majestuosamente de vuelta a la puerta. Se detuvo el tiempo suficiente para darle a Kim un tarro de cerveza fresca y oscura y cobrar el chelín, pero Fenton no tuvo la oportunidad de reanudar las hostilidades. Él parecía contento de echar chispas por los ojos por encima de su tarro, alternando entre miradas sombrías a la mujer de pelo gris y miradas igualmente sombrías pero más aprensivas en la dirección de la ventana que daba al patio. La mujer del posadero se fue, y los granjeros siguieron sentados en silencio sociable. Por falta de nada mejor que hacer, Kim estudió a Fenton mientras bebía un sorbo de su cerveza y esperaba que alguien entrara y comenzara otra conversación para que ella la escuchara. Era de pelo castaño y delgado de rostro, y había un aire indefinible en él que lo etiquetaba como criado en Londres. Por la conversación que había oído, Kim conjeturó que estaba al servicio del Sr. Meredith. Un lacayo, tal vez; estaba demasiado bien vestido para ser un criado o mozo de cuadra, y no lo suficientemente bien para que resultara un mayordomo o ayuda de cámara. Kim acababa de llegar a esta conclusión cuando la puerta de servicio de la sala se abrió para revelar a un joven de cabello oscuro con el traje de montar de moda. Inspeccionó el lugar con un aire de inquietante intensidad, luego se dirigió a la mesa de la esquina y arrojó sus guantes delante de Fenton. —Me envió un mensaje —dijo el joven. Kim se atragantó y derramó cerveza por el lado de su tarro. Reconoció la voz del joven al instante; era Jon, el más fervoroso de los druidas que ella y Mairelon habían observado la noche anterior. —No sé si yo lo pondría de esa manera, Sr. Aberford —dijo Fenton, dando una mirada significativa en la dirección de los granjeros—. Simplemente, hay algunas cosas que creo que debería saber. —Si su intención es venderme la información de que su amo no tiene el objeto que esta comisionado a traerme, su suerte se acabó —dijo Jon con satisfacción lúgubre—. Ya lo sé. Los hombros de Fenton se encorvaron como si se estuviera preparando para un golpe. 93

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—¿Cómo se enteró…? —Él mismo me lo dijo anoche. ¡Imbécil! ¿Qué lo poseyó para jugar al whist10 con Henry Bramingham, de todas las personas? —Ah, creo que hubo una apuesta involucrada —dijo Fenton. Sus hombros se relajaron, pero no se veía nada contento. —¡Bueno, él ciertamente no le regaló el Plato a Henry! —Jon dijo bruscamente. —Por supuesto que no, Sr. Aberford. Yo, ah, pensé que debería saberlo, eso es todo. Así que si... —Fenton dejó de hablar a mitad de la frase, mirando por la ventana. Se puso de pie con un salto, con la cara blanca pálida, y huyó hacia la puerta. Jon se quedó mirándolo desde atrás con simple asombro, tomado demasiado por sorpresa para recordar cualquiera de sus portes amenazantes. Fenton llegó a la puerta justo cuando se abrió para dejar entrar a un hombre enorme con ropa nueva que no le quedaba bien. —¡Allí! ¡Mire por donde anda! —dijo el hombre con voz profunda y pausada cuando Fenton patinó hasta detenerse frente a él. —¡Lo siento! —jadeó Fenton, luego se escabulló bajo el brazo del gran hombre y desapareció. —Tenía un poco de prisa, ¿no es así? —el gran hombre comentó a la sala en general. Kim se levantó en silencio mientras el recién llegado entraba pesadamente a la sala y salió por la puerta de servicio de la sala todavía abierta. No había señales de Fenton en el vestíbulo, así que echó un rápido vistazo a la puerta principal para ver si podía enterarse de que lo había impulsado a hacer una salida tan dramática. El patio estaba lleno de actividad. Un landó11 se había detenido delante de la posada, su parte superior abierta a pesar del clima frío. Un joven guapo y vagamente familiar estaba sentado de espaldas al cochero; frente a él estaba una mujer sumamente elegante en sus cuarenta y una chica rubia sorprendentemente hermosa de quizá diecisiete. Un segundo hombre joven, a quien Kim reconoció en seguida como el amable y un poco imprudente Freddy Meredith de la reunión de los druidas, había detenido un gran y apacible caballo zaino en el borde del patio de la posada. Estaba sentado en la silla de montar como aturdido, mirando con admiración a la rubia. De pie junto a él (o más bien, 10

Whist.- es un juego de naipes.

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Landó.- Carruaje cubierto de cuatro ruedas y tirado por dos caballos. Es entre los carruajes un vehículo sumamente cómodo y considerado de lujo.

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al lado de su caballo) estaba un hombre andrajoso luciendo amargado, y Kim se encontró primero parpadeando, después entrecerrando los ojos por la sorpresa, y luego suprimiendo severamente el fuerte impulso de salir corriendo tan rápida y bruscamente como Fenton lo había hecho. ¡Jack Stower! ¿Qué estaba haciendo Jack Stower en Ranton Hill? Afortunadamente, su atención estaba fija en el jinete, y Kim tuvo tiempo de meter su cabeza de vuelta a la posada. Cerró la puerta lo suficiente como para ocultar su cara y obligó a su ingenio congelado a ponerse en marcha. Dan Laverham no podía haber enviado a Jack detrás de ella; ni ella misma había sabido a dónde iba cuando salió de Londres. Por tanto, Jack estaba en alguna otra diligencia, y todo lo que tenía que hacer era mantenerse fuera de su camino para que la noticia de su presencia en Ranton Hill no volviera a Laverham. Para ello, sin embargo, tenía que saber lo que Jack estaba haciendo, a fin de que pudiera evitarlo. Con la esperanza de que nadie entrara al vestíbulo y la encontrara en una posición tan extraña, Kim abrió la puerta un poco y se asomó, escuchando con todas sus fuerzas. —Él es tu hombre —Stower estaba insistiéndole a Freddy Meredith. Freddy no parecía escuchar. —¡Bramingham! —gritó con toda apariencia de deleite—. No esperaba encontrarte aquí. El joven en el carruaje se volvió para mirarlo por encima del hombro. —¿Freddy? ¡Buen Señor! Quiero decir, ¿qué estás haciendo afuera a esta hora? —Cosas —dijo el jinete con un gesto vago. Le chasqueó la lengua a su caballo, que no le hizo caso. Un ligero ceño se arrugó en su frente, e hizo un movimiento tentativo con los talones. El zaino inclinó el cuello a los ojos de su jinete, luego anduvo lentamente hacia el carruaje, dejando a Jack Stower de pie con los puños cerrados y una mala expresión en su rostro. —¡Henry! —dijo la mujer elegante con voz imperativa cuando Freddy estaba realizando esa maniobra—. Si tiene que detenerse a hablar con su amigo, por lo menos envié a alguien a preguntar por Jasper. A este ritmo, nunca llegaremos a Swafflton. —Sí, por supuesto, Lady Granleigh. —Henry inclinó la cabeza hacia al lacayo, quien saltó de su posición en la parte trasera del landó y se acercó—. Ve si el Sr. Marston se encuentra, y presenta una nota para decirle que estamos aquí. —Será mejor que entren —aconsejó Freddy desde su posición en el caballo—. Hay un salón privado para las damas. Mucho más agradable que quedarse sentadas afuera con este clima. 95

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Kim se perdió la respuesta de Henry, porque tuvo que apresurarse hacia un lado y aplastarse contra la pared para evitar la entrada del lacayo. Él anduvo con pasos fuertes junto a ella sin darse cuenta, miró a su alrededor, luego llamó en voz alta al posadero. Kim se deslizó de nuevo a la puerta y vio que Jack Stower había desaparecido. Oyó los pasos del posadero en la parte trasera del pasillo y tomó una decisión rápida. Era mejor tener espacio para moverse que ser atrapada por Stower o el lacayo en el vestíbulo. Se deslizó por la puerta como una anguila engrasada. —Muy bien —estaba diciendo la mujer elegante en tono de desaprobación—. Pero contaré con que los modales se cumplan. Preséntenos a su amigo, Henry. —Es un placer, Lady Granleigh —dijo Henry con tono abrumado—. Lady Granleigh, Señorita Thornley, éste es el Sr. Frederick Meredith. Freddy, Lady Granleigh, y su pupila, la Señorita Marianne Thornley. Vinieron a una de las fiestas en la casa de mi Madre. —Un placer —dijo Freddy, haciendo una reverencia. —Meredith —dijo Lady Granleigh pensativamente—. ¿Está usted por casualidad relacionado con Lord Cecil Meredith? —Mi tío —respondió Freddy—. Actúo como padrino para mí, o al menos eso me dicen. Yo no lo recuerdo. —Ya lo creo. —El comportamiento de Lady Granleigh se distendió de forma notable—. Lord Cecil es un querido amigo de mi marido. —¿Qué llevó a las damas a salir con todo este fango? —Freddy preguntó con descortesía, sin embargo sus ojos habían vuelto a la encantadora chica rubia. —Dado que no está lloviendo, Lady Granleigh y yo pensamos en viajar a Swafflton a ver cintas —la chica rubia respondió en voz baja y melodiosa—. El Sr. Bramingham tuvo la amabilidad de acompañarnos. —Esta no es una de las paradas en el camino a Swafflton —dijo Freddy en tono conocedor—. ¿Bramingham estás seguro que diste al cochero la dirección correcta? —¡Freddy! —dijo Henry—. No seas ridículo. —Estamos aquí para reunirme con mi hermano —dijo Lady Granleigh con voz glacial. —Oh, eso está bien, entonces —dijo Freddy—. No sabía que tenía uno. La Señorita Thornley se rió. Su tutora le dirigió una mirada reprobadora. —Realmente, Sr. Meredith... 96

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La puerta de la posada se abrió. —¡Meredith! Sabía que eras tú —dijo Jon Aberford en tono amenazante. —Buenas, Jon —dijo Freddy suavemente—. Es una sorpresa encontrarte aquí. Debo decir que no me lo esperaba. —¡No lo puedo creer! ¿Cómo te atreves a mostrar tu cara en público? —Porque no soy un Turco —respondió Freddy en tono razonable—. ¿Por qué debería importarme quién la ve? Mi cara está perfectamente bien, además, es la única que tengo. —¡No te hagas el tonto! —dijo Jon—. Henry, ¿sabes lo que éste... éste imbécil ha hecho? —No, y no me importa mucho —respondió Henry con franqueza—. No tiene nada que ver conmigo. —Henry, hágame el favor de no presentarme a su desagradable y muy descortés conocido —intervino Lady Granleigh—. Debo tener la más baja opinión de cualquier persona que represente una escena en un lugar tan público. —¡Ah, pero lo hace! —dijo Jon, haciendo caso omiso de la intervención de Lady Granleigh. Él señaló a Freddy—. Éste traidor perdió el Plato Sagrado jugando contra ti. ¿Vas a devolverlo? —¡Tranquilo! —dijo Freddy—. ¡No hay motivos para andar insultando! Todo está completamente en orden; te lo dije anoche. —¿Plato sagrado? —dijo Henry, desconcertado—. ¿De qué estás hablando ahora, Jonathan? No te refieres a esa gran fuente de plata, ¿verdad? —¿Fuente? —dijo Lady Granleigh con interés inesperado. —¿Qué has hecho con el? —exigió Jonathan. —Si estás hablando sobre la fuente, todavía no he hecho nada con ella —Henry espetó con evidente exasperación—. Está colocada en una vitrina de la biblioteca, y permanecerá en la vitrina hasta que Lord St. Clair llegué mañana. Momento en el cual se la voy a obsequiar para su colección. —¿Qué, tu tío viene? —Freddy le dijo a Henry—. No me lo dijiste. —¿Por qué debería? —replicó Henry—. No es nada tuyo.

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—No hay razón para mantenerlo en secreto, ¿verdad? —Freddy respondió—. Y está destinado a ser de interés. Porque, mi madre deseará hacer una visita si Lord St. Clair se queda contigo. —¡Cállate, Freddy! —dijo Jonathan—. Henry, se razonable. ¡No puedes simplemente regalar el Plato Sagrado! —No veo por qué no —dijo Freddy, dándole la debida consideración al asunto—. Él no es uno de los Hijos; el objeto no significa nada para él. A menos que St. Clair no llegue. Es difícil darle algo a alguien que no está allí. —Ven a Bramingham Place mañana a las tres y obsérvame. —Henry invitó a Jonathan cordialmente. —No sabes lo que estás haciendo —dijo Jon, repentinamente sereno. —Sé lo suficiente. —Absolutamente —dijo Freddy. Tenía un ojo fijo en la Señorita Thornley, que empezaba a lucir angustiada—. Oye, Jon, se un buen hombre y márchate; estás alterando a las damas. —No has oído la última palabra de esto —dijo Jon. Con una furiosa mirada de despedida se dio la vuelta y volvió a entrar en la posada. —¡Como si eso no fuera lo mismo Jon! —dijo Freddy. —Confío en que lo hemos visto por última vez —dijo Lady Granleigh—. Henry, ¿está completamente seguro de que su hombre no está de juerga en el interior en lugar de entregar su mensaje? Jasper ya debería haber salido. Henry apretó los labios. —Iré a ver, si así lo quiere, Lady Granleigh. —Si hace eso, lo perderemos, también —dijo Lady Granleigh—. Envié a ese muchacho de allá; también podría ser útil. —¡Hola! ¡Usted por allá! —Henry le hizo señas a Kim—. Entre y vea qué está retrasando al Sr. Marston, hay media guinea por ello para usted. —Un chelín —dijo Lady Granleigh bruscamente—. No más de un chelín, y no hasta que vuelva. Realmente, Henry, debería saberlo mejor. Kim murmuró algo que pasaría por “Sí, señora”, y se tocó la gorra con la mano. El gesto de respeto podría complacer al grupo con cara de gato viejo, y ocultaría la cara de Kim de atención no deseada. Reluctantemente se dio la vuelta y se dirigió a la posada. 98

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Antes de que llegara, la puerta se abrió y el lacayo salió, seguido por un hombre alto con una capa de viaje. Kim se hizo a un lado sin pensar, y se congeló cuando consiguió un buen vistazo de su cara. Era el delgado burgués de El Perro y el Toro que la había contratado para abrir el cofre de Mairelon. ¿La había seguido todo Londres a Ranton Hill? —¡Amelia! —dijo el burgués—. ¿Qué pretendes al llegar al amanecer de esta manera? ¡Acabo de terminar mi desayuno! —Cuando estamos en el campo, nos apegamos a la hora del campo, Jasper —respondió Lady Granleigh—. Te lo expliqué ayer; si hubiera sabido que ibas a ser obstinado, habría aplazado nuestro paseo hasta mañana. Estoy segura de que Lord St. Clair habría estado encantado de acompañarnos. —Por supuesto que lo estaría —dijo Freddy galantemente—. Quiero decir, bellas damas, que cualquier persona estaría encantada en su agradable compañía. Jasper Marston para ese momento había ocupado su lugar en el coche, y Lady Granleigh había tenido más que suficiente de Freddy, sobrino de Lord Cecil Meredith o no. —Ha llegado el momento de irnos —anunció ella—. Buenos días, Sr. Meredith. ¡Conductor! El cochero asintió y golpeó las riendas ligeramente contra el lomo de los caballos. La yunta resopló y comenzó a moverse; un momento después, el landó había salido del patio de la posada y se dirigía al este, a Swafflton.

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Capítulo 11 Traducido por Virtxu Corregido por ηịịị ღ

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im tomó una respiración inestable mientras miraba cómo el carruaje se alejaba, muy consciente de que sólo la buena suerte había hecho que Jasper Marston no se percatara de ella. Quería huir, esconderse, y deseó repentina y apasionadamente estar de vuelta en Londres, donde podría haber tenido alguna posibilidad de hacer eso. Con Jack Stower y el burgués flacucho en Ranton Hill, esto estaba empezando a parecerse como si hubiera sido más seguro permanecer en Londres que dejarlo. Freddy Meredith, que también había estado observando el carruaje, eligió este momento para darse la vuelta y ver a Kim. —¡Hola, muchacho! Consígueme a alguien para que se encargue de este caballo, ¿podrías? Alegrándose por la excusa, Kim asintió con la cabeza y entró. El posadero estaba saliendo de la cocina al pasillo, con una bandeja. —¿Y dónde diablos has estado, muchacho? —preguntó cuando vio a Kim. —El hombre afuera quiere que alguien vaya a coger su caballo —le informó Kim, ignorando su pregunta. El posadero rodó los ojos. —¡Clase Alta! Bueno, voy a verlo. Tu amo te quiere, tercera puerta a la derecha en la parte superior de la escalera. Lleva esto contigo. Las escaleras eran estrechas y empinadas, y Kim estaba teniendo alguna dificultad en subirlas sin derramar todo lo que había en la bandeja que el posadero le había entregado. Ella llegó por fin al final, y puso la bandeja en equilibrio sobre la barandilla mientras tomaba una respiración. Luego contó las puertas y pateó en la tercera. 100

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—Entra —gritó la voz de Mairelon desde el interior de la habitación. —No puedo —dijo de vuelta Kim enfadada—. Vas a tener que abrir la puerta tú mismo.

Oyó un chirrido en el otro lado de la puerta, y luego Mairelon la abrió. —¡Kim! ¿Qué haces con eso? —El posadero de la planta baja dijo que lo ordenaste —dijo Kim. —Y era demasiado perezoso para traerlo por sí mismo, ¿eh? ¡Dios mío, estás blanca como un sudario! Siéntate, siéntate, antes de que te caigas. —Mairelon tomó la bandeja de las de repente temblorosas manos de Kim y la puso sobre la mesita junto a la ventana. Kim se hundió en la silla más cercana. Tenía frío y sus piernas se sentían como gelatina, ella estaba demasiado aturdida incluso para pensar, aunque un rincón de su mente se maravilló por la fuerza de su reacción. —Aquí —dijo Mairelon, poniéndole un vaso en la mano—. Toma esto. ¿Vas a estar bien si te dejo sola por un momento? Voy a ir a por Hunch. Kim asintió con la cabeza, y Mairelon se fue. Respiró hondo, y la sensación de estar lejos de todo comenzó a disminuir. Dio un sorbo al vaso que Mairelon le había entregado, y tosió cuando un líquido ardiente corrió inesperadamente en su garganta. La puerta se abrió y Mairelon volvió a entrar en la habitación. —Ahora, ¿qué te ha vuelto loca? ¿Tu amigo del Perro y el Toro te vio? —No lo creo —dijo Kim—. Pero, ¿cómo sabes...? —Se aloja en la habitación de al lado —dijo Mairelon—. No pude dejar de notar su presencia, y pensé que había algo familiar en su voz. Así que me las ingenié para echar un vistazo cuando se fue. Si no fue nuestro amigo flacucho, ¿qué te molestó? —No estoy segura —dijo Kim. Ella se sentía más como ella, y su momento de debilidad le molestaba—. Nunca he hecho nada así antes, ni siquiera en mi primer quebrantamiento de la ley. —En serio. ¿Y cuánto tiempo ha pasado desde que hiciste algún allanamiento de morada? —preguntó Mairelon. —Un par de años. Desde que la vieja madre Tibb murió, de todos modos. Después de lo que le pasó a ella, perdí el gusto por ello, más o menos. —¿Qué pasó con ella? —dijo Mairelon en voz muy baja. 101

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—La arrestaron. A la mayoría de los demás, también. Tuve la suerte de escapar. —Ella tomó un pequeño sorbo de la copa y cerró los ojos—. Ellos fueron transportados, mayormente, pero la madre Tibb lo arregló porque corrió con las culpas de muchos de nosotros. —Ya veo. —No debería haber desaparecido. Fue una estupidez. Y después de eso... —Después de eso, no te sentiste como si pudieras volver a allanar una morada. Kim se encogió de hombros. —Nunca tomé mucho, no como algunos de los demás. Además, eso no es bueno para un solitario, y no podía unirme a una de las otras bandas, porque... Ella se detuvo y sacudió la cabeza. ¿Por qué le estaba diciendo a Mairelon todo esto? —Debido a que habían descubierto que eras una niña —terminó Mairelon en voz baja. Él la miraba con una expresión extraña que ella no tenía la energía para descifrar—. ¿Fue muy importante para ti, permanecer siendo chico? Kim asintió con cansancio. —Nunca has visto los guisos en St. Giles, o no tendrías que preguntar. La Madre Tibb me mantuvo unos buenos tres años más que a la mayoría, porque tenía un don para las cerraduras, pero eso no duró mucho más. Me despacharon tan pronto como descubrieron que no era un niño. Mairelon se quedó inmóvil. —Bebe de tu brandy —dijo, y su voz era dura. El brandy no era tan malo, ahora que Kim sabía qué esperar. Era mucho mejor que la ginebra barata que había comprado a veces en Londres. Lo bebió despacio, y en unos minutos más su estado de ánimo sombrío empezó a levantarse. —Me enteré de algunas cosas que debes saber —dijo Kim para poner fin al largo silencio. —Espera hasta que Hunch venga —dijo Mairelon—. No tiene sentido contarlo todo dos veces. Afortunadamente, Hunch no tardó mucho tiempo en aparecer. Resopló a través de su bigote cuando vio a Kim, lo cual hizo más para hacerla sentir de nuevo como sí misma que lo que incluso había hecho el brandy.

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—Siéntate y deja de gruñir, Hunch —dijo Mairelon—. He pedido habitaciones separadas para esta noche, pero podemos hablar a través de la pared, y Kim dice que ha encontrado algo de interés. —Podría ser —dijo Hunch misteriosamente—. Pero ella no debería estar aquí, y tú tampoco. Alguien ha estado haciendo preguntas abajo en el establo. —Pero es un lugar tan interesante —dijo Mairelon, señalando de manera general a las paredes de la posada—. Realmente, Hunch, no tienes idea de lo fascinante que es este hotel. —Tal vez no —dijo Hunch—, pero sé que cuando estás en uno algo extraño ocurre, maestro Richard. Y eso no debe pasar, no esta vez. Alguien está vigilándonos. —Ah, sí, Hunch, ¿cómo puedes estar seguro de eso? —¿Cuántas personas vinieron en un vagón amarillo con ruedas rojas y una pintura de un hombre en la parte de atrás? —respondió Hunch. Mairelon frunció el ceño. —¿Alguien está haciendo preguntas sobre el vagón? Hunch asintió con la cabeza —Somos nosotros a los que ella está buscando, estoy seguro. —¿Ella? Kim a diferencia de Hunch estaba disfrutando el efecto que sus noticias estaban teniendo, aunque su expresión se mantuvo austera. —Sí. Una de las grandes señoras, dijeron ellos. Ofreció un millón a cualquiera que le diera noticias sobre ellos, y un chelín extra si podía estar segura de que nadie más tendría esas noticias. —Qué bueno que dejamos el vagón en el bosque —comentó Mairelon. Se trasladó a la ventana y miró hacia abajo al establo. —Eso no es todo, sin embargo —dijo Hunch—. Hubo alguien husmeando, fisgoneando también sobre la parte trasera de la posada y era extraño. El mozo de cuadra me dijo que su nombre era James Fenton. —¿Fenton? —dijo Kim—. Hubo un señor Fenton en la cantina durante un rato, parecía un lacayo o algo así. Creo que él trabajaba para Meredith, el que tenía esa fuente y la perdió jugando a las cartas. 103

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—Es el —dijo Mairelon pensativo—. Me pregunto. ¿Qué estaba haciendo aquí, lo sabes? —Él vino a encontrarse con el señor Aberford —dijo Kim—. Quería venderle las noticias sobre que Meredith había perdido la fuente, sólo que Aberford ya lo sabía. — Rápidamente relató la escena en la cantina—. Cuando él se fue, yo lo seguí, y entonces… —Ella vaciló. —¿Y entonces? —preguntó Mairelon. —Creo que tal vez debería volver a Londres —exclamó Kim, con la mirada fija en sus manos para no ver a Mairelon o la expresión de Hunch—. Voy a ser un problema para ti, si me quedo. —Ya veo —dijo Mairelon después de un momento de silencio que a Kim le pareció que no terminaba nunca—. O, mejor dicho, no lo veo. ¿Por qué no empiezas por decirnos exactamente lo que pasó, y entonces tal vez lo haga? —Era Jack Stower —dijo Kim—. Él es uno de los chicos de Laverham. Ya te hablé sobre Laverham —Lo recuerdo. —Te juro que no sé cómo me siguió desde Londres, te juro que no lo sé. Él no me vio, pero si se mantiene hablando alrededor, va a saber que estoy aquí con seguridad, y... —Reduce la velocidad y vuelve hacia atrás —dijo Mairelon—. ¿Dónde y cuándo viste a Stower? ¿En la sala? ¿En la escalera? —En el exterior, hablando con ese Meredith —respondió Kim. Recordó la tarea para la que había sido programada originalmente, describió la escena que había presenciado en el patio—. Bramingham dijo que su tío estaría aquí mañana, y que le iba a dar la fuente tan pronto como estuviera allí —concluyó ella—. El mezquino de Meredith mandó adentro a Aberford, y luego el burgués del Perro y el Toro apareció. Él es el hermano del que vimos el viernes, cuyo nombre era Jasper Marston. Todos ellos se marcharon, y yo entré. Mairelon estaba mirando a la habitación con el ceño fruncido, mirando como si no hubiera oído ninguna de las palabras que Kim había dicho durante varios minutos por lo menos. —Stower, Laverham, Fenton —murmuró—. Y una señora haciendo preguntas. Un espléndida dama... ¿Lady Granleigh, tal vez? —Ella actuó lo suficientemente espléndida —dijo Kim dubitativamente. 104

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—Y su hermano es el desagradable, pero no del todo brillante caballero que arregló mi vagón cuando se rompió, comenzando así nuestra relación. Y es obvio que él sabe mucho más de lo que tiene derecho a saber. Alguien está jugando un juego muy profundo. ¿Me pregunto si es él o ella? —No veo que eso sea importante —dijo Hunch—. Sin embargo, no deberíamos permanecer aquí esta noche. —Por una vez, Hunch, creo que tienes razón —dijo Mairelon. La mandíbula de Hunch cayó. Mairelon no se dio cuenta, estaba hurgando en los cajones en busca de algo. Al no encontrarlo, se dirigió a la puerta de la habitación y la abrió—. Ninguno de nosotros va a pasar la noche en la posada. ¡Hola, casero! Tráigame pluma y papel. —Pensé que habías dicho que no nos íbamos a quedar aquí —dijo Kim, desconcertada. —No vamos a pasar la noche aquí. No hay razón para no quedarse por la tarde, hay un largo viaje a Swafflton, y las damas más que probablemente estarán comprando durante horas. Además... ah, gracias, casero. El posadero había llegado, llevando una pluma de aspecto desaliñado, un tintero y una hoja de papel. Mairelon los tomó con una sonrisa encantadora y le cerró la puerta en las narices. —Además, no espero que esto nos tome mucho tiempo —concluyó, poniendo los utensilios sobre la mesa. —¿Qué vas a hacer con respecto a Stower? —preguntó Kim mientras Mairelon le hacía una mueca a la pluma, la mojaba en el tintero, y comenzaba a cubrir el papel con fluidas letras de araña. —No voy a hacer nada en absoluto, por el momento al menos —respondió Mairelon. Escribió otras tres líneas y dejó la pluma a un lado. —¿No hay arena? El propietario parece singularmente poco preparado para la clientela de Clase Alta; ¿puede ser que no tenga? —Tomó la página por una esquina y la agitó en el aire para secar la tinta. —Será mejor que vuelva a Londres, entonces —dijo Kim. —No harás tal cosa. Hunch es el que va a Londres. Él va a estar muy bien; ese hombre Laverham no lo está buscando. —Dobló la nota y se la entregó a Hunch, que frunció el ceño y se mordió ausente un extremo de su bigote—. Contrata un caballo y cámbialo siempre que sea necesario. No quiero más tiempo perdido. Dale esto a Shoreham y dile lo que hemos encontrado hasta ahora. Le he pedido que averigüe lo que pueda acerca de 105

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Laverham, Marston, Stower, y Fenton; permanece allí hasta que él tenga una respuesta que enviar. Va a ser más rápido al respecto, si sabe que tú estás esperando. El ceño frunció de Hunch disminuyó ligeramente durante este discurso, pero su expresión seguía siendo sombría. —Muy bien, Maestro Richard. Pero no se quedará aquí, ¿verdad? —Después de lo que he escuchado, no tengo la menor intención de hacerlo —dijo Mairelon con evidente sinceridad. Hunch masticó con mayor vigor, y volvió a fruncir el ceño. —No va a hacer nada terrible, mientras yo esté fuera, ¿verdad? —Eso depende en cierta medida de cuánto tiempo te lleve esto, ¿no? —dijo Mairelon, riendo—. Venga, vamos a decirle al gentil casero que sus más recientes invitados se van ya. Dudo que él vaya a estar contento.

***

El posadero no estuvo tan infeliz sobre su abrupta salida como Mairelon había predicho, sobre todo porque Mairelon le comunicó informalmente que, por supuesto, pagaría por las habitaciones que había apalabrado a pesar de que no las usaría. Luego contrató un carruaje con el que conducir hasta la siguiente ciudad y acordó pagar por los establos de los caballos hasta que le pudieran ser enviados. Una gran bolsa cambió de manos, Kim no había sabido que había tanto dinero en el vagón, y se preguntó qué más se había perdido. Tres personas cabían un poco apretadas en un carruaje, pero ellos se las apañaron. Kim estuvo casi agradecida de estar aplastada entre Hunch y Mairelon, ya que la ocultaba eficazmente a la vista de cualquiera, y con su gorro cubriéndole la cabeza cabizbaja, sintió que era poco probable que Jack Stower la reconociera, aunque apareciera de repentinamente desde una esquina. Afortunadamente para la paz mental de Kim, Jack no estaba por ningún lado, y una vez que estuvieron fuera de la aldea se relajó un poco. Mairelon se quedó en silencio durante el viaje, mirando por encima de los campos y los setos con una expresión ausente que le hizo pensar que en realidad no los estaba viendo. Hunch masticaba rítmicamente su bigote y fruncía el ceño ante el caballo, echando miradas intermitentes en dirección a Mairelon, pero sin decir nada. 106

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No había nadie a la vista cuando llegaron al bosque donde habían dejado el vagón, por lo que Kim estuvo agradecida. Estaba cansada de hacer juegos malabares con los roles, ella no quería tener que pensar si se suponía que debía estar pretendiendo ser un Tigre o el chico de los caballos o el asistente de un mago. Estaba cansada de los silenciosos espacios vacíos, los extraños sonidos y los olores del bosque. Quería ir a Londres, y se dio cuenta de que esa, más que el miedo a la presencia de Jack Stower, era su verdadera razón de haber sugerido que debería volver. Todavía estaba pensando esta revelación cuando se puso de pie al lado de Mairelon y observó a Hunch conduciendo vivamente. —Bien —murmuró Mairelon—. Si mantiene ese ritmo, va a estar en Londres mañana por la mañana. —Miró a Kim—. No te quedes ahí parada, venga. Tenemos mucho que hacer, y es mejor que lo hagamos ya. —Pensé que íbamos a esperar a que Hunch volviera antes de hacer nada —dijo Kim, toda su nostalgia fue arrastrada por una repentina oleada de aprensión. —¿Qué te ha hecho pensar eso? —dijo Mairelon en un tono de asombro—. Si no hacemos algo, St. Clair, tendrá la fuente mañana por la tarde, y no dejaré que pase eso. No, nosotros vamos a hacer una buena comida, prepararemos algunas cosas, y luego nos tomaremos una buena siesta, para poder estar bien despiertos para robar Bramingham Place mañana a las dos. Se dio media vuelta y marchó alegremente hacia el vagón, dejando a Kim de pie mirándolo con la boca abierta. Ella murmuró una maldición y se lanzó tras él, ya medio resignada a la idea. Si Mairelon quería robar Bramingham Place, robarlo es lo que haría, con o sin su ayuda. Generalmente, pensó que ella lo habría hecho, pero no iba a rendirse sin argumentar. Farfullando objeciones sobre que ella serían inútiles, siguió a Mairelon hacia el vagón.

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Capítulo 12 Traducido por *ƸӜƷYosbeƸӜƷ* Corregido por ηịịị ღ

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ramingham Place era un enorme caserón que parecía extenderse en todas direcciones. Mairelon, al acecho con Kim detrás de un pato cubierto de jardinería ornamental, mientras esperaban que las últimas luces en el interior se apagaran, explicó en un susurro que la construcción de nuevas alas había sido una tradición en la familia Bramingham durante dos siglos, por ello la errática expansión. Kim se preguntaba qué hacían con todo ese espacio. Por el aspecto, la casa era más grande que una villa entera de Ranton Hill, y eso era sin considerar los establos y la casa del portero. Las últimas de las ventanas se oscurecieron, y Mairelon comenzó a caminar con una exclamación de alivio. Kim lo agarró de la manga. —¡Dales un tiempo para que se duerman! —siseó. —No hay problema; la biblioteca esta al final. Ellos están lo suficientemente lejos para no escuchar nada —susurró Mairelon de vuelta—. ¿No dijiste que Bramingham estaba guardando la Fuente Saltash en la biblioteca? —Eso es lo que le dijo a la druida, ¿pero qué pasa si él la estaba engañando? —No lo sabremos hasta que lo averigüemos, ¿no? —Ella podía escuchar la sonrisa en su voz, a pesar de que estaba muy oscuro para verlo con claridad—. ¿Vamos? Kim suspiró. —¿Cómo está tan seguro que la biblioteca está al final de esta casa? Incluso en la oscuridad ella pudo ver como él se pudo rígido. —Me quedé con los Braminghams una vez, algunos años atrás —dijo Mairelon en una voz carente de expresión—. Antes de que la Fuente Saltash fuese robada. Recuerdo la visita... muy bien.

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―Oh. ―Kim buscó algo que decir, sin éxito. Se encogió de hombros—. Muy bien, entonces, vamos hacia lo conocido. Pero este es mi fuerte, recuérdalo; no vayas por tu propia cuenta, o lo arruinarás todo. ―Después de ti ―murmuró Mairelon, haciendo una reverencia. Kim meneó la cabeza, medio asintiendo, y deslizándose a través de la noche hacia la casa. No era, después de todo, muy diferente a los trabajos que ella había hecho hace un tiempo atrás en Londres. La casa era grande mucho más grande, pero eso era todo. Mairelon señaló el camino hacia un par de largas puertas francesas cerca de la habitación que querían. Kim buscó un pedazo de alambre escondido en su manga y abrió el cerrojo con unos pocos giros ágiles de su muñeca. Se deslizaron adentro, y Mairelon cerró las puertas suavemente detrás de ellos. Estaban en una amplia sala de estar. Kim podía ver las formas oscuras de sillas y mesas pequeñas de té dispersas por todas partes, profundas sombras de oscuridad en lo oscuro. Mairelon señaló hacia una puerta en la pared opuesta. Kim asintió e hizo un gesto con el cual ella esperaba que él interpretara correctamente como un aviso de que tuviera cuidado. Luego ella comenzó a hacer su camino a través de la sala. Tres minutos después de nervios crispantes, alcanzaron la puerta. Estaba cerrada, pero el mecanismo no era un desafió mayor que el que había sido las puertas francesas. Kim la había abierto en unos pocos segundos. En el otro lado había un pasillo, alfombrado densamente. Señalando a Mairelon para que se mantuviera al centro, Kim entró con cautela en la sala. La biblioteca era la segunda puerta a la derecha. Estaba sin cerrojo, y Kim suprimió un resoplido de burla. Eso fue un regalo: habían bloqueado la mitad de las puertas y dejaron el resto de par en par. Siempre elegían la mitad incorrecta para bloquear. Abrió la puerta lentamente hacia el interior, atentos al crujir las bisagras. La puerta no emitió ningún sonido, y un momento después estaban en la biblioteca con la puerta cerrándose tras ellos. —¡Bien hecho! —Mairelon susurró en su oído, y ella salto—. Fuiste particularmente rápida con la última puerta. —No hagas eso —le susurró de vuelta—. Fui rápida porque no estaba cerrada. —¿No estaba cerrada? —Mairelon se detuvo, y ella casi podía escuchar lo que pensaba. —No estaba cerrada —repitió Kim firmemente—. Y no es el momento de parlotear. Encontremos esa cosa que estamos buscando y salgamos de aquí. 109

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—Nunca la encontraremos en la oscuridad —dijo Mairelon—. Un momento por favor —murmuró una palabra. Una bola de luz fría y plateada del tamaño del puño de Kim surgió un poco más arriba de la cabeza de Mairelon, emitiendo amenazantes y afiladas sombras por todas partes. Kim parpadeó, conteniendo una protesta, y miró rápidamente a su alrededor. La biblioteca era una larga habitación con las paredes llenas de estantes alineados; el centro lleno de sillones cubiertos con bordados en colores brillantes que la luz plateada blanqueaba a colores soportables. Una mesita estaba junto a cada silla, con piernas delgadas y frágiles. Espesas cortinas de un oscuro carmesí obstruían la luz de las ventanas; a diferencia de los de la sala de estar, estas llegaban sólo a la parte inferior de la ventana. Debajo de ellas, estanterías cortas se alternaban con cajas de vidrio con patas. Kim miró, y se dio cuenta de que estas debían ser las “vitrinas” a la que Henry Bramingham se había referido. Mairelon cruzó hacia las ventanas y camino rápidamente a lo largo de ellas. Él se detuvo a un tercio de distancia del final y le hizo señas. ―¡Aquí esta! —susurró, y la extraña luz plateada hizo de su rostro una máscara exultante. La Fuente de Saltash era una bandeja de casi de dos metros de largo, bastante ornamentada cerca de los bordes con el mismo patrón de frutas, flores y vino que Kim había visto en el recipiente en el vagón de Mairelon. En cada extremo una cuerda de vid se retorcía lejos del borde y luego volvía otra vez, formando una manija. La plata resplandecía brillantemente en la luz fría, incluso a través del cristal de la vitrina. Kim miró más de cerca. La parte superior estaba unida, y había una discreta cerradura de oro en el borde delantero. Kim sacó su alambre y se detuvo, recordando lo que había sucedido cuando ella trató de perforar el cofre de Mairelon. Por supuesto, no era la cerradura la que había estado encantada, pero de todas maneras... ella frunció el ceño y tiró de la tapa, probando la resistencia de la cerradura. Se abrió fácilmente, cortando de una vez con la impaciencia de Mairelon. Se vieron el uno al otro a través de la vitrina, y Kim vio su propio reflejo de recelo en la expresión inquieta de Mairelon. —¿Magia? —susurró ella.

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—Posiblemente —dijo Mairelon suavemente. Las sombras afiladas magnificaron su ceño fruncido—. Si es así, tocar la Fuente la activará. Mantente en silencio por un momento mientras reviso. Se agachó, con las manos flotando justo por encima de la caja abierta. El aire se hizo pesado, y Kim contuvo la respiración, esperando por una explosión. Un suave crujido sonó de la sala de al lado, y Mairelon alejó sus manos de la vitrina. Él y Kim se congelaron, y en el silencio escucharon un golpe amortiguado del pasillo. —¡Es mejor que salgamos de aquí! —dijo Kim, comenzando a caminar hacia la puerta. —No por ahí; no hay tiempo —dijo Mairelon, agarrando su brazo. Él hizo un gesto, y la luz que estaba encima de su cabeza se redujo a un puntito; luego se fue rápidamente a la biblioteca a lo largo de la pared más cercana. —Boccacio, Boccacio —murmuró el—. Dónde… ¡ah! Kim miró con asombro como Mairelon extendió la mano y extendía dos libros hacia el exterior. Sintió un pequeño clic, y luego el sonido de alguien buscando a tientas por la puerta de la biblioteca la hizo mirar temerosamente por encima de su hombro. Las cortinas eran muy cortas para esconderse detrás. Tal vez si se acurrucaba en una silla, ella pasaba por alto, pero ¿qué pasaba con Mairelon? Se volvió hacia atrás y casi se olvidó de su miedo por el completo asombro. ―¡Adentro, rápido! ―dijo Mairelon. Una sección entera de la biblioteca se había girado, revelando una especie de armario abierto desde atrás. Kim volvió en sí y se precipitó en el interior; Mairelon entró con dificultad después de ella, tirando de la estantería sus espaldas. La luz plateada se apagó. El irrumpir en algo conocido con un verdadero mago ciertamente tenía sus ventajas, pensó Kim para sí misma mientras se retorcía en una posición más cómoda. Ese libro de hechizos era uno de los que tenía que asegurarse de aprender. Sintió a Mairelon manoseando la pared y pensó que estaba tratando de trabar el estante en su lugar. Luego dejó escapar un suspiro casi inaudible, y con un suave arañazo a un pequeño panel, se deslizó a un lado, dejándoles una ranura delgada sobre una fila de libros a través de la cual se veía la habitación que acababa de abandonar con tanta prisa. Alguien se estaba moviendo lentamente por las sillas, cargando una pequeña linterna sorda que tenía tres cuartas partes cerradas. El haz de la linterna se volvió hacia ellos, y Kim se preguntó si el portador había oído a Mairelon debajo del panel. Oyó un gruñido, y un susurro desdeñoso.

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—¡Ratones! —Y luego el borrón oscuro pasó a las vitrinas. La figura subió la interna y se inclinó hacia adelante para echar un vistazo a través del vidrio, y por un momento su cara fue visible. Kim se puso rígida y ahogó un grito de asombro, era Jack Stower de nuevo. Mairelon puso una mano en su hombro de alerta. Enojada se lo quitó de encima. Ella no era tan chata para hacer un sonido que pudiese revelar su presencia, sin importar cuán asombrada estuviese. Con el ceño fruncido, ella vio a Stower hacer su camino lentamente por la hilera de vitrinas hasta la que sostenía la Fuente Saltash. Sin aviso, la puerta de la biblioteca se abrió anchamente. Una fuente de luz ámbar parpadeante se derramó a través de ella y una voz masculina irritada dijo: —¿Stuggs? ¿Eres tú? Estoy confundido, ¿dónde está el hombre? Jack Stower se volvió, agarrando su linterna, justo mientras Jasper Marston, usando un brocado negro, una bata carmesí y llevando una rama de candelabros, deambulaba a través de la puerta. —¿Stuggs? —dijo Marston, de nuevo, y entonces vio a Jack. Los dos hombre se pararon viéndose el uno al otro por un largo momento; luego una voz lenta y profunda desde el pasillo rompió el silencio aturdidor. —Justo aquí, su señoría. —Una enorme figura se alzaba a la vista detrás de Marston. Stower maldijo. Se dio la vuelta y tiró de las cortinas de la ventana más cercana a un lado, luego tiró de la cerradura. La ventana no se movió. Marston, sacudiéndose para liberarse finalmente de su parálisis, avanzó (no con demasiada rapidez, notó Kim con desprecio), blandiendo los candelabros como un arma. —¡Está tratando de robar La Fuente! —exclamó—. ¡Detenlo, Stuggs! La figura en el pasillo echó a correr. Fue inusualmente rápido para los pies de un hombre grande, pero había demasiada distancia a cubrir y demasiados obstáculos en el camino. Stower, después de dar una mirada aterrorizada hacia atrás, arrojó su linterna sorda a través de la dura ventana, tomó las cortinas caídas para no ser cortado por los fragmentos de cristal y listones rotos de la ventana, y se aceleró hacia afuera, bamboleando la vitrina en su prisa. Stuggs se lanzó después del escapista Stower y agarró sus pies mientras el resto de su cuerpo desapareció por la ventana. Kim escuchó un grito ahogado de rabia y miedo, y Stower dio patadas hacia atrás. Stuggs perdió su balance y se estrelló contra otra vitrina, sus dedos todavía estaban encerrados en las botas de Jack, mientras lo último de Jack Stower se desvanecía. 112

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Jasper se abrió camino a través de los cristales rotos de la ventana y miró fuera de ella. Kim podía escuchar ruidos distantes; sonaba como si toda la conmoción había despertado a la gente en la casa, y en algún lugar un perro comenzó a ladrar. Jasper no parecía consciente de ello. Se volvió y frunció el ceño ante Stuggs. —¡Se fue! ¿Por qué no pudiste agarrarlo? —El cordón se rompió —dijo Stuggs ligeramente—. Lo agarré y se lo entregué a usted, su señoría, tenía razón con que ese Cofre. Pero debió decirme que había otros detrás de él además de nosotros. —Esta es la Fuente, no el Cofre, idiota —dijo Jasper Marston—. Pero supongo que debo agradecerte por recordarme a que vinimos. —Se apartó de la ventana y fue directamente a la vitrina que contenía la Fuente. Puso el candelabro en la mesa más cercana y le hizo señas a Stuggs—. Ven aquí y abre el cerrojo, apúrate, antes de que alguien más venga. Como Kim había hecho, Stuggs probó la tapa e hizo el mismo descubrimiento. —No está bloqueado. —¿No está bloqueado? ¡Ese tipo que perseguimos tuvo que haberla abierto! Llegamos justo a tiempo. Dámelo —¡No! —dijo una voz familiar en tono dramático desde la ventana rota. Los ojos de Kim se abrieron. ¿Qué estaba haciendo el líder del grupo druida en Bramingham Place? —¿Qué...? —Marston volteó su cabeza y se congeló en el medio de la frase. Enmarcado en vidrio roto y astillas colgando de la ventana estaba la cabeza y hombros de un hombre. Los ojos le brillaban en las aberturas de un antifaz negro y un sombrero negro de copa alta que cubría su pelo. Su forma estaba oculta bajo una capa de conducción con varias capas cortas, pero el tono y el timbre de su voz eran inconfundibles. —¡Llegaste demasiado tarde para contaminar aún más La Fuente Sagrada! ¡Tráemela, de una vez! Kim mordió su labio para no reírse en voz alta. Ella debió haber adivinado que Jonathan Aberford estaría detrás de La Fuente, igual que todos los demás. Esto se estaba convirtiendo en una especie de comedia como la de Drury Lane . Mairelon lucía como si pensara lo mismo; ella podía sentirlo agitándose en un divertido silencio. Esperaba que los dos se pudieran controlar. No sería para nada gracioso que los encontraran. 113

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—Ahora, miren aquí... —comenzó Marston. Jonathan subió una mano, y Kim vio el destello de la luz de las velas sobre el metal. Su diversión murió en el acto. —¡Tráemela! —ordenó Jonathan. — Pon eso abajo, tú, jovencito regordete —dijo Stuggs—. Las pistolas no son algo que debes andar agitando por allí así. —¡Tráeme la Fuente! —exclamó Jonathan—. ¡No quiero retrasarme más! —Agitó la pistola otra vez—. Trae... —Abruptamente la máscara de su cara se desvaneció de la ventana. Hubo un crujido y casi simultáneamente el sonido de una pistola. Stuggs maldijo y corrió a la ventana. Un momento después tiró su cabeza hacia atrás y la sacudió con asombro. —Estúpido regordete parado en un cubo; se volcó —dijo él—. La pistola se debe habérsele soltado cuando cayó. ―¡No importa! —dijo Jasper—. Ayúdame a esconder esto antes de que alguien más venga. —¿Qué está pasando? —resonó una voz desde la puerta—. ¡Hola Marston! Parece que has tenido un poco de alboroto. —No me importa que es lo que este teniendo, Sr. Bramingham, no quiero que esté haciendo tales ruidos tan terribles en mi casa —dijo una aguda voz femenina de más lejos a lo largo del pasillo—. Está despertando a todos los invitados y a los sirvientes, y no lo consentiré. Incluso si es tu hermano, Amelia, querida. —Demasiado tarde —dijo Stuggs en un tono resignado mientras los ocupantes de Bramingham Place, en varios estados de vestidura, comenzaban a llegar a la biblioteca.

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Capítulo 13 Traducido por kuami Corregido por Marina012

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a primera persona en atravesar la puerta era una versión mayor y más corpulenta de Henry Bramingham; Kim asumió que él era el dueño de la propiedad. Detrás de él llegaron varios hombres vestidos con batas y un mayordomo parcialmente vestido llevando más velas. Ellos iban seguidos a su vez por las señoras de la casa, con los gorros torcidos y agarrando sus batas, determinadas a no perderse ninguna conducta escandalosa que hubiera sido descubierta. Jaspe dejó caer la fuente en el asiento de un sofá cercano, donde estaría temporalmente oculto por su espalda. —Ladrones, eso fue lo que pasó Bramingham —dijo él, señalando hacia la ventana rota, al caos de cristales y muebles rotos destrozados—. Yo, ah, bajé por un libro y los interrumpí... —¡Ladrones! —Una mujer regordeta y de pelo gris envuelto en capas de volantes rígidos, dijo indignada—. ¡En mi fiesta! ¡No puede ser, Sr. Bramingham! —Por supuesto que no, querida —dijo el hombre corpulento, acariciándole el brazo—. Buen trabajo, Marston, veo que has atrapado uno. Él miró el tamaño de Stuggs con evidente recelo. —Él parece un pícaro desesperado. Simplemente entrénenlo un minuto más, hasta que Henry llegue aquí con la escopeta. —¿Qué? No, no, Bramingham, no es un ladrón —dijo Jaspe, claramente desconcertado—. Ése es uno de mis hombres, Stuggs. —¡Jaspe! —Lady Granleigh se abrió paso al frente de la multitud y se acercó a él a través del cuarto, con las manos extendidas—. Querido muchacho, ¿te han herido? —Su expresión estaba en desacuerdo con su tono interesado y cuando ella se acercó, Kim vio hablar sin emitir sonido de las palabras ¿Lo conseguiste?

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—Sí —dijo Jaspe—. Quiero decir no, en absoluto. Ah, Amelia… —Él gesticuló hacia el sofá. Amelia miró hacia abajo. Miró a Jasper y rodó los ojos hacia el cielo. —La sola idea de su terrible experiencia me hace sentir débil —declaró, y se sentó en la parte superior de la fuente, extendiendo su mantón para ocultarlo por completo. —Mujer inteligente —murmuró Mairelon—. Lástima que ella no está de nuestro lado. —¡Shh! —siseó Kim—. ¿Quieres que nos atrapen? —¡Amelia, querida! —dijo la Sra. Bramingham, corriendo otra vez. —¿Desmayarse? ¡Lady Granleigh nunca se desmaya! —dijo una voz escarpada, y un hombre de aspecto distinguido se abrió paso entre la multitud de sirvientes y visitantes. Estaba completamente vestido, quizás como consecuencia de su tardanza, y no había barro en sus botas—. Me temo que se escapó, Bramingham —dijo—. Ese muchacho de los suyos aún les persigue, pero no creo que tenga muchas posibilidades de alcanzarlos en la oscuridad. La señora Bramingham dio un débil grito, cuando Lady se mareó. —¡Henry! ¿Mi hijo está ahí fuera con esos bribones? ¡No quiero eso! Tráigalo, de vuelta Sr. Bramingham, en seguida. —Claro, querida —dijo el Sr. Bramingham, sin hacer ni el más ligero movimiento—. ¿Los vio usted, Lord Granleigh? —Alguien estaba corriendo por el bosque —contestó Lord Granleigh—. Dudo que cualquiera consiguiera echar una buena mirada sobre él. Ahora, ¿qué es esto de que Lady Granleigh esté desmayándose? ¿No estará enferma, querida? —Volveré a estar bien en un momento —dijo Lady Granleigh, echándose hacia atrás contra los cojines. Ella parecía nerviosa, y Kim se preguntó si su marido sabía que ella y su hermano estaban intentando robar la fuente de Henry. —Puedo llevarte hasta tu habitación —ofreció Lord Granleigh claramente preocupado. —No, no, estaré mucho mejor aquí —le aseguró Lady Granleigh—. Quizás si me enviaras a Marianne... —Mademoiselle Marianne está en la taberna, después de haber tenido un ataque de histeria. 116

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Las cabezas se volvieron hacia una hermosa mujer joven que está de pie en la puerta. Un gorro de encaje se extendía como un copo de nieve en el pelo castaño rojizo, y el abrigo verde pálido que cubría su camisón resaltó su esbelta figura mejor que un vestido de fiesta. Kim sintió la rigidez de Mairelon. —¿Renée? —susurró en tono de incredulidad horrorizada. —Yo, yo no veo que tengamos que ponernos histéricos por cualquier cosa, y tengo un gran deseo de saber si hemos de ser asesinados en la cama, así que la dejé con su doncella. —La visión castaña rojiza siguió—. Creo que su doncella es casi tan tonta como ella, por lo que estarán bien juntas. ¿Qué ha pasado? Un confuso murmullo de voces reaccionó a esta pregunta. Lady Granleigh objetó que su estimada Marianne no era en lo más mínimo tonta; la señora Bramingham se quejó sobre su hijo; Jaspe lanzó en un cuento muy coloreado y muy confuso sobre la manera en que él se había escapado a los rufianes; el Sr. Bramingham hizo una serie de declaraciones vagas y contradictorias que parecían estar destinada a tranquilizar. La mujer de cabello castaño rojizo, escuchó con un aspecto de interés cortés, aunque era imposible comprender más de una palabra. Finalmente el Sr. Bramingham puso fin a todo. —¡Basta! —rugió él—. Mademoiselle D‟Auber, debo disculparme, esta ha sido una noche muy difícil. ¡Así que la mujer de cabello castaño rojizo era la infame Renée D‟Auber, a quien Mairelon había ido a visitar la noche antes de que ellos dejaran Londres! Kim no podría dejar de mirar en la dirección del mago, pero estaba demasiado oscuro en el aparador para distinguir su expresión. Frunciendo el entrecejo un poco, ella volvió a contemplar la escena de la biblioteca. —Me parece, a mi juicio, que alguien ha estado intentando algo esta noche —dijo Mademoiselle D‟Auber tras el silencio que siguió el bramido del Sr. Bramingham—. Pero no sé todavía qué. El Sr. Bramingham intentó una galante reverencia, se estropeó un poco por el cinturón de su bata, que eligió ese momento para deshacerse y detenerse alrededor de sus rodillas. —Nada por lo que necesite preocuparse, Mademoiselle D‟Auber. —¡Padre! —Henry Bramingham irrumpió en la habitación con una inclinación de cabeza y un rápido “perdón Be” al pasar junto a Renée D‟Auber. Sus ojos brillaban de 117

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emoción y en una mano sostenía una pistola cubierta de tierra. Los pedazos de tierra y de hierba cayeron de la pistola a la alfombra cuando él la agitó triunfalmente ante los ojos de la asamblea. —No los capturamos, pero encontramos esto en South Walk. —¡Henry! —chilló su madre—. ¿Qué quieres decir al traer ese objeto sucio a la biblioteca? —¡Ya le dije que él tenía una arma! —dijo Jaspe. —¡Patán! —susurró una de las criadas que estaban de pie con los ojos desorbitados en una esquina embebida en el tumulto. —Henry, estás perturbando a las señoras —dijo Sr. Bramingham. —Lo siento. No pensé. —Henry miró hacia abajo viendo la pistola como si hubiera querido esconderla debajo de su abrigo. Mademoiselle D‟Auber enarcó las cejas. —Veo que la señorita Marianne tal vez no sea tan tonta como yo creía, a menos que en South Walk crezcan pistolas, lo cual es poco probable. Pero ¿usted dice que esta persona se ha escapado? —Nada porque preocuparse, Mademoiselle D‟Auber —dijo el Sr. Bramingham—. Sólo si acaba de dejarnos manejar esto… —Pero no veo que usted lo esté manejando —señaló, Renée D‟Auber—. ¡Y quizás este bribón tiene una segunda pistola y regresará para matarnos a todos en nuestras camas! No a todos les gusta esta idea, ni a mí, y no voy a pasar otra noche en esta casa. —¡Oh, no, Mademoiselle D‟Auber, no debe irse! La señora Bramingham se volvió pidiendo ayuda ante la dificultad a Lady Granleigh. —Porque, ¡acaba de llegar! —Saldré por la mañana —anunció Renée, y salió de la habitación. —¡No! ¡Mira lo que has hecho! —dijo la señora Bramingham enfadada a Henry después de un momento de silencio. —¡Lo qué he hecho! —La mirada que Henry le dio su madre estaba llena de justa indignación—. Yo no irrumpí en la biblioteca y rompí las vitrinas. Yo no fui dejando caer pistolas en South Walk. ¡Y supongo que preferirías que no hubiera perseguido a ese tipo como lo hice! 118

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—Creo que me voy a desmayar. —Lady Granleigh anunció en voz alta. El grupo se volvió a mirarla y ella se dejó caer en el sofá, abanicándose con una mano—. Si pudiera tener un poco de paz —dijo en un tono bajo—, puede ser que sea capaz de recuperarme. —¡Por supuesto, Amelia, querida! —dijo la señora Bramingham—. Sr. Bramingham, acompañé a estas personas al salón verde. Apenas consiga mis sales... —Sola —dijo Lady Granleigh con una firmeza asombrosa para una supuesta inválida. —Pero, Lady Granleigh… —empezó el Sr. Bramingham, mientras fruncía el entrecejo. —Muy bien —suspiró Lady Granleigh, cortándolo—. Si insistes, le permitiré a Jaspe quedarse por si acaso esos bribones reaparecen. Pero debo tener calma. —Pero Sr. Marston iba a explicar... Lady Granleigh levantó una mano a su cabeza. —¿No puede esperar? El Sr. Bramingham parpadeó, y sacudió la cabeza. —Sí, por supuesto, Lady Granleigh, como usted diga. Vamos, amigos. Henry, lleva esa cosa a la sala de la mañana, yo vendré en un minuto o dos. Vamos, todos, debemos dejar que Lady Granleigh se recupere. Lord Granleigh le dio una mirada penetrante a su esposa, pero se dejó guiar fuera de la habitación junto con el resto. Sólo Jasper y su “hombre” Stuggs se quedaron atrás. Cuando la puerta se cerró detrás de la multitud, Lady Granleigh se puso de pie rápidamente. —¡Ah, Amelia! ¿No sería mejor…? Quiero decir, ¿qué pasa si alguien viene de nuevo y te ve? —tartamudeó Jasper—. Se supone que debes sentirte débil. —No voy a sentarme en este objeto ni un instante más —contestó Lady Granleigh—. Y si no hubiera sido por su ineptitud, no lo hubiera tenido que hacer. ¿Qué te impulsó a despertar a una familia como ésta? —Yo no desperté a la familia, y si me escucharas medio minuto lo sabrías —dijo Jaspe amargamente—. Fue ese demente en su control con su pistola y su... —No estoy interesada en las excusas —interrumpió Lady Granleigh—. Ya habrá tiempo para eso más tarde. Ahora mismo debemos decidir qué hacer con esta fuente. No podemos simplemente llevarla a tu cuarto, ya sabes. Los pasillos están llenos de sirvientes; pasarán horas antes de que las cosas se calmen.

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—¿Mi habitación? ¿Por qué mi habitación? Tú eres la que fuiste invitada a la fiesta. Tienes ese descomunal armario y al menos dos tocadores para ocultarlo. Yo sólo soy un invitado durante la noche, todo lo que tengo es un estante para las cosas de afeitar. —Tú no tienes un marido, ni sirviente para entrometerse en sus cosas. Yo, por otro lado... —¡Espero que no! —dijo Jasper. Luego miró a su hermana y resopló—. Y si Stephen Granleigh tiene que “curiosear” en tus cosas, voy… voy a comer mi corbata. —Si te atreves a tanto, como a dar cualquier indirecta de tal cosa sobre Stephen, yo misma te la haré comer —replicó Lady Granleigh—. Stephen es hombre de honor. —Demasiado honorable por su propio bien —murmuró Jaspe. Su hermana le dio una mirada de advertencia, y él frunció el ceño. —Bien, él lo es, y tú lo sabes, o ¿por qué meterme en este lío en primer lugar? Granleigh se beneficia tanto como tú si se recupera la fuente, pero no soporto estas tonterías sin sentido durante un minuto más. —Su ola expresiva incluyó la fuente, la ventana rota, la vitrina abierta, y su hermana. Lady Granleigh enrojeció. —Ése no es el punto, y estás perdiendo tiempo. ¿Qué vamos hacer con la fuente? —Tirarla por la ventana —dijo Jasper con un tono malhumorado. —No seas ridículo, Jaspe. Hay todavía personas peinando el terreno en busca de esos ladrones tuyos; alguien podría asegurarse de encontrarlo antes que nosotros pudiéramos recuperarlo. —¿Por qué no la escondes detrás de algunos de los libros? —sugirió Stuggs. Lady Granleigh le dirigió una mirada desdeñosa, pero como no había una idea mejor disponible, ella y Jasper se pusieron a trabajar para eliminar los libros de uno de los estantes. Desgraciadamente, no pensaron comprobar la fuente en función del tamaño del estante antes de hacerlo, y cuando intentaron equilibrarlo en su borde contra la pared, resultó ser demasiado alto. Se vieron obligados a retirar y sustituir los libros, reprochándose entre sí violentamente todo el tiempo. Al final, escondieron la fuente bajo los cojines del sofá. Lady Granleigh no estaba del todo contenta con esta solución, y advirtió varias veces a Jasper que debía asegurarse de retirarla antes de que las sirvientas llegaran a enderezarlos. 120

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—Y bajo ningún concepto debes permitir que el Sr. Bramingham y los otros busquen en esta sala —agregó ella. —¿Cómo se supone que voy a detenerlos? —Eso te lo dejo a ti. Ahora, creo que ha llegado el momento de que me recupere lo suficiente como para volver a mi habitación. Es posible que me acompañes. Después de eso, te sugiero que te reúnas con el Sr. Bramingham y le cuentes tu historia. Tú —Ella le echó una mirada fulminante a Stuggs—, será mejor que estés de guardia fuera de la puerta de la biblioteca. Así, la verás bien, y de esa manera podemos estar seguros de que nadie vendrá y accidentalmente descubra la fuente antes de que tengamos una oportunidad para moverla. Tu brazo, Jaspe. Los tres conspiradores salieron despacio de la biblioteca, Lady Granleigh aferrándose al brazo de su hermano como si ella estuviera a punto de derrumbarse. La puerta se cerró detrás de ellos, y por fin la sala estaba vacía. Kim se movió, Mairelon luego se asomó suavemente, un poco sorprendido de que no hubieran abierto la puerta de la librería de su escondite. Ella sintió que él comenzaba a partir de su contacto. Dejó escapar un largo suspiro y cerró el pequeño panel a través del que habían estado buscando. Kim sintió una serie de pequeños movimientos, y entonces el estante para libros giró de par en par. La luz de la luna regateó a través de la ventana rota, por lo que la luz mágica de Mairelon fue innecesaria. Kim salió corriendo y empezó a tirar los cojines del sofá. Mairelon empujó la estantería en su lugar y siguió, pero más lentamente. —¡Date prisa! —susurró Kim—. No tenemos mucho tiempo. —Sí —dijo Mairelon—. Ya lo sé. —Tomó el último de los cojines y lo arrojó violentamente al suelo. Kim hizo una mueca, contenta de que hubiera aterrizado en la alfombra y no tocara nada más. Incluso un pequeño ruido probablemente llamaría la atención, ahora que la casa estaba alertada. Mairelon se agachó y acurrucó sus manos alrededor de las asas de la fuente. Un momento después, la soltó y se la quedó mirando fijamente, con una expresión sombría en su rostro. —Alguien llegó aquí antes que nosotros —dijo en voz baja y firme—. Esta es una falsificación. —¿Una falsificación? ¿Quieres decir que no es auténtica? —Exactamente. —Mairelon se dio la vuelta—. Será mejor que salgamos. 121

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Kim volvió a mirar y vaciló. —¿Estás seguro? Ésa es de plata de ley, voy a garantizarlo. Y se parece mucho a ese cuenco tuyo. —Realmente es de plata de ley y tienes razón sobre el modelo, pero no es la “Fuente Saltash” —contestó Mairelon—. No engañaría a cualquier mago ni por un instante, una vez que se acercara lo suficiente como para poner las manos sobre la cosa. —Bien, con tal de que estés seguro. —Kim fue a la ventana rota y miró hacia fuera—. No veo a nadie. Vamos a pasar desapercibidos. —No podemos hacerlo lo suficientemente rápido para mi gusto —murmuró Mairelon, y agitó la mano hacia ella.

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Capítulo 14 Traducido por Paovalera Corregido por Marina012

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im y Mairelon no tuvieron ningún problema para evadir los buscadores que todavía rondaban por Bramingham Place. Los sirvientes estaban esparcidos por el lugar y se veían las luces de las linternas que llevaban con ellos, lo que hacía fácil la tarea de evadirlos, además de que había mucho espacio y árboles donde esconderse en los jardines adyacentes. El camino de regreso al vagón era largo, frío y silencioso. Se mantuvieron en los senderos, donde la luz de la luna les ayudaba a ver por donde caminar fácilmente. Mairelon parecía hundido en sus pensamientos y Kim estaba demasiado cansada como para preguntar qué pasaba por su mente. Cuando alcanzaron el vagón era casi el amanecer. Kim se derrumbó en su pequeña cama desplegable en un instante, y se había dormido lo suficientemente rápido como para no notar lo que hacía Mairelon en su lugar. Se despertó a pleno día y con los sonidos de los platos rechinando. —¿Hunch? —dijo perezosamente, levantando su cabeza para poder ver algo por sobre el enredo de sábanas en el que dormía. —Temo que no —dijo la voz de Mairelon desde la puerta trasera del vagón—. Hunch no habrá vuelto sino hasta esta noche, y realmente no lo espero hasta mañana temprano. Tendrás que conformarte con mis habilidades para la cocina hasta entonces. ¿A menos que tú tengas habilidades secretas? —agregó él un tanto esperanzado. —Jumm —dijo Kim. Sacó una mano de entre las sabanas y se frotó los ojos—. No. —Lástima. Mejor te comes tu desayuno antes de que se enfríe. Kim se dio cuenta de que tenía hambre. Bueno, no había que cuestionarlo, había caminado lo que valía por un día desde la última vez que cenó, o al menos eso sentía. Se deshizo de las sábanas y fue a resolver el asunto. Mairelon estaba enfrascado tratando de pescar el agarradero de un pote de metal que vacilaba peligrosamente entre dos hornillas. 123

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—Justo a tiempo. Trae la vajilla. —Creí que dijiste que se enfriaría —dijo Kim, tomando la vajilla—. A mí me huele más a que se está quemando. —Frío, quemado, ¿cuál es la diferencia? ¡Ah! —Mairelon tomó el agarradero y levantó el pote lejos del fuego. Lo bajó hasta la superficie y tomó una cuchara—. ¿Qué tanto apeteces? —¿Qué tanto hay? —preguntó Kim, mirando el pote negro dudosamente. —Más que suficiente para dos. —Mairelon le aseguró—. Yo, eh, me dejé llevar un poco cuando estaba agregando los ingredientes, creo. Aquí, toma un poco. Temo que no tenemos pan. Tendremos que conformarnos sin él hasta mañana. Kim arrugó la frente al ver la masa gris en su plato, luego se encogió de hombros. Había comido cosas con peor aspecto en su vida, y lo peor que había pasado era conseguir un dolor de estómago. Las comidas de Hunch la estaban malcriando. Tomó una cuchara llena. Sabía a quemado. Afortunadamente, Mairelon no parecía estar esperando por la opinión de su comida. Kim comió lentamente, lanzándole miradas al mago cuando pensó que no estaba mirando. Él estaba inusualmente tranquilo, pero eso se debía, quizás, a que Hunch no estaba allí para acompañar y alegrar. Mairelon atrapó su mirada en la cuarta o quinta vez. —¿Me ha crecido un cuerno o un tercer ojo? ¿o es sólo que tengo un caracol en mi frente? —sugirió. —No —dijo Kim. Luego preguntó en lugar de excusarse. —¿Cómo sabías que esa fuente de anoche era falsa? —Cualquier mago lo sabría. Pensé que te había dicho eso. —Dijiste que lo sabías, pero no dijiste exactamente cómo. —Ah. Bueno, lo supe porque no había ningún tipo de magia en él. —Mairelon se quedó mirando el fuego fijamente y tragó otra cucharada de su desayuno—. Cuando un mago pone magia dentro de un objeto, generalmente es porque él quiere que el objeto haga "algo". Eso significa que la magia tiene que ser... accesible, y si lo es otros magos la pueden sentir. Si la magia es destruida o removida siempre deja algún tipo de marca, que también se pueden percibir. La fuente en Braminghm Place no tenía ni una pizca de magia, y nunca la tuvo. Kim frunció el ceño. —Pero si otro mago la tocaba sabría que sería falso, ¿por qué se molestarían entonces en hacer una fuente falsa? 124

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—Una buena pregunta. Posiblemente el farsante no era un mago, por lo que no se dio cuenta que habría dificultades para hacerla pasar por algo real. O quizás ella sólo quería que la gente se diera cuenta enseguida que había desaparecido. Después de todo, ella no podría haber sabido que habría una gran cantidad de ladrones a quién culpar. —¿Ella? —Kim se enderezó, mirando a Mairelon—. ¿Sabes quién lo colocó allí? —Eso creo. —Mairelon jugueteó con su desayuno—. Renée no era parte del desfile, verás, ella tenía suficiente información para hacer una copia de esa fuente. No puedo pensar en ninguna razón de por la cual ella asistiría a una fiesta de Harriet en Bramingham, a menos, para robar la fuente Saltash. Ella odia esas fiestas. —¿Renée, te refieres a la dama francesa? Pensé que ella era amiga tuya —dijo Kim, cautelosamente. La risa de Mairelon era una sin sentido del humor. —Así era. Pero ella debe haber estado planeando esto por mucho tiempo, seguramente desde antes que dejáramos Londres. Así que, ¿por qué no me lo dijo? —Quizás ese tal Earl la convenció de lo contrario —aventuró Kim. —¿Shoreham? —Mairelon frunció el ceño considerando la idea—. Apenas podría creerlo. Él no me hubiese enviado hasta aquí si supiera lo que Renée iba a hacer. —Él puede… —Él pudo. Kim suspiró. Si Mairelon la corregía de nuevo, las cosas no serían lo mismo. —Él te pudo haber enviado de todas maneras, si es que no te quería en Londres. —Mairelon miró hacia arriba con una expresión de desconcierto—. Muy cierto, de hecho, sería justo como Edward. Me pregunto… Su voz se descarriló y miro fijamente el aire sobre el fuego. Luego de un momento, volvió a sí mismo. —Bueno, sólo hay una manera de descubrirlo. Termina tu desayuno Kim. Lo querrás. —¿Por qué? —dijo Kim ferozmente. Mairelon le dio una mirada triunfante. —Volverás a Bramingham Place, para enviarle un mensaje a Renée antes de que se vaya. —¿Qué yo qué? —Bueno, yo no puedo ir. Gregory St. Clair llegará hoy y no me atrevo a que él tenga la oportunidad de verme. No te preocupes, te irá bien. 125

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Kim viró sus ojos, y continuó comiendo. Quemado, hecho papilla o no, era más seguro que hablar con Mairelon.

***

Dos días con un clima relativamente seco habían hecho maravillas con las calles, al menos en cuanto a viajar a pie se refería. Todavía había agua en el fondo de la grietas más profundas, por lo tanto los vagones y carruajes seguían teniendo pequeñas dificultades para viajar, los callejones tenían un poco de barro, lo que para Kim, convertía el caminar en una actividad forzosa. Si ella no hubiese estado tan preocupada por la tarea que Mairelon le había asignado, ella tal vez hubiese disfrutado de la caminata. —Mensaje para Miss D‟Auber, sir —ella murmuró bajo su aliento—. El amo dice que se lo debía entregar personalmente. Ella frunció el ceño, preguntándose si había hablado muy rápido. Recordar las palabras no era difícil, pero el ritmo y la pronunciación ligeramente diferente en la cual Mairelon había insistido era dificultosa. ¿Y qué pasa si alguien comenzaba a hacer preguntas? Apenas tendría oportunidad para pensar en el acento de las palabras que había practicado, pero ¿y si no podía seguir y tenía que decir algo más? Firmemente, Kim se liberó de su inseguridad. Ella había aceptado manejar esto y acobardarse no haría más fácil el tener éxito, por otra parte… —Mensaje para Miss D‟Auber —repitió Kim en voz baja—. El amo dice que debo entregárselo personalmente. Estaba tan concentrada en sus repeticiones que apenas se daba cuenta de los sonidos de los carruajes hasta que casi estaban sobre ella. Un grito y el sonido de un látigo la despertaron al final, miró sobre su hombro. Dos grandes carruajes estaban corriendo por el camino, lado a lado. Sus conductores se cambiaban de lugar a menudo para compensar el peso del vehículo en algunas zonas, ciegos para todo excepto para cuidarse a ellos mismos y a sus caballos. El carruaje de la izquierda se adelantó un poco, pero su ventaja era un asunto de centímetros. El brazo del otro conductor se alzó y cayó, creando el fuerte sonido de un latigazo, los caballos corrieron más rápido, adelantándose. Kim caminó por una zanja, rezando para que esos dos locos por la velocidad no se salieran del camino, o al menos hasta que pasaran por donde estaba ella. El golpe sordo del galopar de los caballos y el sonido de las ruedas crecieron, luego pasaron a su lado sobre una charca de agua, barro y grava. Cuando el sonido comenzó a desvanecerse, 126

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Kim miró hacia arriba y vio los carruajes desaparecer por el camino, ambos moviéndose a una velocidad furiosa. Lanzó una maldición detrás de ellos y se compuso. Su pie izquierdo cayó en un poco de barro en el camino, un poco de él había entrado en su calzado. Sus rodillas estaban húmedas y sucias. Sus manos estaban rasgadas y sucias. Maldijo de nuevo y se arregló tanto como pudo, siguió caminando y deseo que alguien les diera una lección a esos hombres. Quizás si a uno se le volteara el carruaje y se rompiera una pierna estaría bien. Quizás a los dos. Mientras caminaba por la curva, escuchó unos gritos más adelante. Prudentemente, se salió del camino en caso de que volvieran con los carruajes. Los sonidos no se escuchaban como si se estuvieran moviendo en su dirección, pero Kim no se arriesgaba. Camino por un lado del camino, deslizándose hasta el césped de vez en vez, hasta que rodeo la curva y obtuvo una vista completa. Se detuvo en seco. Su deseo se había cumplido: uno de los conductores se había volteado. Había un desastre de piezas y ruedas por el camino, mientras que su dueño estaba lleno de barro hasta las cejas, trataba de calmar a los caballos. En el lado opuesto de la carretera el coche estaba la mitad dentro y la mitad fuera del camino. El conductor estaba tirando de la puerta del coche, inconsciente de la sangre que corría por su rostro de una cortada en el ojo. Sus esfuerzos sólo hacían que el coche se balanceara peligrosamente. Un segundo postillón estaba haciendo lo mejor posible por controlar los cuatro caballos, que se movían y relinchaban amenazan con destruir todo, el coche, los arneses y el entrenador. El cochero estaba en el piso inconsciente, evidentemente había sido lanzado de su silla cuando el coche se volteó. Un poco más lejos, exactamente en el centro del camino, el segundo faetón había llamado a un alto. El conductor estaba concentrado en los caballos, y además de la opinión que tenía del hombre, Kim tuvo que admitir que sabía cómo manejar un equipo. Cualquiera podría verse en este desastre, tomando en cuenta el tamaño del coche y la velocidad en la que iban no perder el control estaba difícil… Kim podía pensar en una o quizás dos personas que no perderían el control con un poco de suerte. —¡Quémalo Robert! —El conductor del coche accidentado dio dos pasos hacia atrás mientras uno de los caballos color castaño—. Si alguno de ellos está herido… —El amo parece estar bien —dijo el cochero en el carruaje, abandonando temporalmente su esfuerzo de abrir una puerta—. Y de verdad creo que John no está seriamente herido. —No ellos imbécil, ¡mis castaños! —lloró el cochero herido—. Robert… 127

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—Estaría muy feliz de ayudarte, pero George, no puedo abandonar mis caballos, ¿no lo crees? —dijo Robert, sin desviar su atención de sus caballos grises. Su voz y las facciones de su rostro llegaron juntos a la mente de Kim lo reconoció como uno de los sacerdotes que ella y Mairelon habían espiado. La voz de George era familiar, también; él probablemente era uno de ellos. Kim comenzó a virar sus ojos, sólo por ser educada. —¿Quién, exactamente, es el responsable de este atrevimiento? —dijo una voz fría y autoritaria. Cada gota de sangre dentro se Kim se congeló. Conocía esa voz; había huido de Londres para escapar de esa voz. Primero Jack Stower, ahora Dan Laverham, pensó. Quería irse por el bordillo de la calle, pero sus músculos no le respondían. Todo lo que pudo hacer fue voltear su cabeza, y cuando lo hizo, se impresionó. El hombre alto que estaba bajando de un coche no era Dan Laverham. Tenía la misma quijada y ojos agudos como los de Dan, la misma nariz larga pero su cabello tenía menos gris en él. Debajo del fino abrigo que usaba, sus hombros era anchos, y más musculosos que los de Dan. Podría haber pasado como un hermano de Laverham, si Laverham hubiese tenido uno que vistiera bien, pero él no era Dan Laverham, el alivio hizo que las rodillas de Kim se sintieran débiles. —Accidente, no atrevimiento —dijo Robert educadamente—. Me llamo Robert Choiniet, y mi amigo con el caballo castaño inmencionable es George Dashville. —Lo aceptaría si fuera una competencia de velocidad —señaló el hombre del coche—. Deberían prohibirles el uso de caballos a ambos por tal descuido. —Posiblemente —dijo Robert calmado—. Pero dudo mucho que alguien haga tal cosa, de cualquier forma. ¿Puedo hacer algo por usted Sir? Debo ir a la finca Stavely primero, pero luego estoy a su disposición. —Robert, ¡eres un traidor! —George finalmente logró mantener a sus animales en control, pero su grito de molestia hizo que estos volvieran a relinchar y gruñir. —¡No puedes ir a Austen y luego reclamar que ganaste! —¿Por qué no? Sólo porque tu manera de conducir era tan mala que te volteaste por sólo perder por unas cuantas pulgadas. —Suficiente —dijo el hombre del coche con una tranquilidad mortal—. No me interesan sus desacuerdos, me harían un favor si los guardaran para otro lugar y momento. Se volteó hacia Robert Choiniet—. Tú iras a Bramingham Place y les informaras que Lord St. Claire se ha encontrado con un incidente en el camino. Confío 128

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en que serás capaz de darles unas buenas direcciones. Además de eso, todo lo que requiero es que no vuelvas. —Entiendo perfectamente, Señor —dijo Robert fríamente—. Que tenga un buen día. Levantó sus manos un cuarto de pulgada . Sus caballos se adelantaron, buscando alejarse, y el faetón salió del camino. Georda Dashville se quedó mirando fijamente, farfullando incoherencias, mientras el Barón se enderezaba y se limpiaba las ropas. Kim dejó de mirar y se hizo camino por la zanja. Más adelante podía ver una baja pared de piedra; si la saltaba tendría una oportunidad de salir de todo el lío de gente y carruajes además de no ser vista. Su suerte mejoró. Los caballos castaños hicieron una excepción por los bruscos movimientos del Barón, y los exhaustivos esfuerzos de George mantuvieron la atención del mismo y de St. Clair ocupada mientras Kim se deslizaba sobre la pared. La saltó y mantuvo su cabeza baja para no ser vista. No quería que St. Clair la atrapara, incluso si él no era Dan Laverham. Por la manera en que Mairelon actuó, St. Clair era tan malo como Dan. No se enderezó hasta que las críticas de St. Clair en cuanto a los métodos de George con los caballos comenzaron a desvanecerse en la distancia.

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Capítulo 15 Traducido por aneka, Virtxu y ANDRE_G Corregido por Dangereuse_

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a espalda de Kim estaba dolorida y rígida por el tiempo, inclinada sobre el camino para evitar al Barón St. Clair, así que ella hizo las cosas más fáciles en la última milla hacia Bramingham Place. Una vez que llegó al camino que conducía a la casa, se inclinó aún más. Disfrutó mirando a su alrededor a los arbustos a través del cual ella y Mairelon se habían escabullido la noche anterior, aunque el cuidado césped y la colocación meticulosa de los árboles, la ponían nerviosa. Además, ella no se estaba dando prisa en completar su misión. Lenta como iba, la casa parecía inexorablemente más cerca. Kim suspiró y enderezó su chaqueta. Mejor acabar con esto antes de que sus nervios le fallaran. Se acercó a la puerta y llamó. La puerta se abrió a la vez, y Kim creyó ver una expresión débil y fugaz de sorpresa en el rostro del mayordomo que había abierto la puerta. —Mensaje para la señorita D'Auber —dijo Kim, tocando su gorra con respeto. —Muy bien. —El mayordomo le tendió la mano. —El maestro dijo que se lo tenía que dar directamente a ella. Los rasgos del mayordomo se pusieron rígidos en fría desaprobación, pero todo lo que dijo fue: —Veré que ella sea informada. Espere aquí. La puerta se cerró, dejando a Kim en el escalón exterior. Kim frunció el ceño. Tenía una idea vaga de que había algo no del todo correcto en la acción del mayordomo, pero su conocimiento de la nobleza se limitaba a la ubicación más probable de la plata. Ella se encogió de hombros. Espera, le había dicho el hombre, bueno, ella esperaría, entonces. Se sentó en el escalón y miró a través del camino. Varios minutos más tarde, Kim oyó que la puerta detrás de ella se abría. Casi pudo sentir al mayordomo clavándole una mirada de desaprobación 130

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en la espalda, y sonrió para sus adentros. Giró la cabeza y los hombros sin levantarse y miró con una expresión de indagadora esperanza. —Miss D'Auber le verá —dijo el mayordomo. Su boca bajó en las esquinas y estaba de pie rígidamente erguido, como para compensar la informalidad de Kim. —Bien —dijo Kim alegremente, y se puso de pie—. ¿Qué tan pronto estará aquí? El mayordomo hizo una mueca. —Ella le verá en el salón verde. No me atrevería a decir qué tan pronto. Sígame. Kim trató de reprimir una sonrisa mientras seguía el mayordomo. Ella era sólo había tenido éxito parcialmente, pero cuando el hombre le dio la espalda en realidad no le importaba. Él la condujo por un corto pasillo y le mostró una gran sala con paredes de color verde pálido y delgadas sillas con patas cubiertas de seda verde y oro a rayas. Había dos mesas doradas entre las ventanas, cada una con un gran espejo con montura de oro colgado en la pared por encima de ella, y en el otro lado de la habitación había un pequeño escritorio. Cuando la puerta se cerró detrás de ella, Kim miró las sillas dudosa. No se veía como si fueran destinadas para sentarse, pero los dos taburetes no parecían más resistentes y no podía sentarse encima de las mesas. Finalmente se acomodó en un taburete, razonando que si este se derrumbaba bajo su peso estaría más cerca del suelo. Ella se había sentado un poco antes de que el pestillo de la puerta volviera a hacer clic, y Renée d'Auber entrara en la habitación. —Soy la señorita Renée d'Auber —anunció ella, con el ceño fruncido hacia Kim—. Tienes un mensaje para mí, ¿no? —Su cabello castaño brillaba la luz del sol y su vestido de muselina descubierto estaba a la altura de su elegancia. Mirarla le hizo a Kim sentirse pequeña y arrugada y desagradablemente consciente de las manchas de polvo e hierba que su ropa había adquirido en su camino hasta Bramingham Place. —Sí —dijo Kim brevemente. Se levantó y buscó en su chaqueta por la carta que Mairelon le había dado. Mientras lo hacía, vio cómo los ojos de Renée se ampliaban. —Pero, ¿qué es esto? ¡Eres una chica! ¿En qué estaba pensando el señor Merrill? —Pregúntele, si quiere saberlo —dijo Kim. Francesa o no, esta mujer había sobrepasado totalmente la comodidad. Kim frunció el ceño y golpeó la carta Mairelon con su dedo índice—. ¿Y cómo sabes que esto era de él? —Eso era lo más probable de todo —respondió la señorita D'Auber—. ¿Quién más podría saber que estaba aquí? Además, me han estado preguntando por él, y él, por supuesto, ha oído hablar de ello. Esto carece de importancia. Dame el mensaje. 131

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De mala gana Kim le tendió la carta. La señorita D'Auber la tomó y la abrió a la vez sin detenerse para observar el sello. Se dio la vuelta cuando ella empezó a leer, un momento después, Kim escuchó una exclamación breve en lo que fue probablemente francés. Kim no tenía idea de lo que significaban las palabras, pero el tono en que fueron pronunciadas fue de sorpresa en lugar de enojo o molestia. Renée d'Auber miró por encima del hombro a Kim, y luego regresó a la carta, esta vez estudiándola con evidente cuidado. Kim se preguntó qué le había dicho Mairelon acerca de ella y lo que esta la señorita D'Auber pensaba de ello. Ella se movió incómoda, deseando poder sentarse de nuevo, pero sin atreverse a hacerlo por temor de ofender a la señorita D'Auber. La señorita D'Auber terminó de leer y se volvió hacia la cara de Kim. —Ten la certeza que esto no es nada bueno —dijo, agitando la carta. —Eso es lo que nosotros pensábamos —dijo Kim, haciendo hincapié en el "Nosotros". —Encontrar la Fuente real se convierte en algo muy necesario —dijo la francesa, como si en ella no la hubiera oído—. No veo como nosotros vamos a hacerlo. —¿Nosotros? —Dijo Kim. —¡Pero por supuesto! Es por eso que estoy aquí, para ayudar. Kim volvió a fruncir el ceño. —¡Espera! Pensé que usted era la única que iba a hacerse con la Fuente real. Mairelon dijo que nadie más podía de llegar a ella antes que nosotros. —El señor de Merrill no tiene la razón del todo —respondió la señorita D'Auber—. Fui a ver a la tan notable fuente del señor Bramingham ayer por la tarde, sí, pero a la misma vez vi que era sólo una copia. Pensé, yo, que el señor Merrill había sido muy inteligente, pero ahora me parece que no fue él en absoluto, sino otra persona. Es muy molesto. Este negocio no está bien organizado, creo. —No es culpa nuestra —murmuró Kim. Renée se había dirigido hacia el escritorio y no lo oyó. —Voy a escribir algo para que se lo lleves de vuelta al señor Merrill —dijo ella, sacando una gruesa hoja de papel, de color crema—. Y debes llevarte su carta también. Voy a permitir que la señora Bramingham me convenza de quedarme aquí por un día o dos. —Ella hizo una mueca mientras hablaba, se encogió de hombros y se inclinó sobre la página. 132

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—¿Por qué quiere que me lleve el mensaje de Mairelon de nuevo? —preguntó Kim. —¡Sería muy desafortunado si esto se encontrara! —dijo la señorita D'Auber, escribiendo afanosamente—. El Señor Bramingham seguramente llamaría a los Corredores de Bow Street. Él ya ha hablado de ello. Fue muy tonto por parte del señor Merrill hacer una copia de la fuente, creo. ¡Así que la carta de Mairelon no había incluido todos los detalles de los acontecimientos de la noche anterior! Kim consideró las implicaciones de eso, mientras Renée terminaba su carta, y ella comenzó a sentirse más alegre. —¿Por qué ha venido…? —Un momento. —La señorita D'Auber pulió su carta, luego la dobló cuidadosamente y la selló con una gota de cera, murmurando en voz baja. Su voz era demasiado suave para que Kim escuchara lo que decía, pero cada palabra tenía una nitidez y calidad cristalina que la distancia y el murmullo no podían disimular. Kim recordó el hechizo que Mairelon había echado para probar su veracidad, y retrocedió un paso. La señorita D'Auber terminó y se enderezó con un suspiro ahogado. Ella estudió el papel por un momento, luego se volvió y se lo tendió a Kim junto con la carta de Mairelon. —Aquí. Lleva esto al señor Merrill y decirle que voy a estar en la posada del pueblo mañana por la mañana a, oh, las diez en punto. Kim asintió con la cabeza y se llevó las cartas, haciendo todo lo posible para ocultar su repugnancia. Renée d'Auber había puesto una especie de hechizo en esta carta, Kim estaba seguro de ello. Y ella, Kim, iba a tener que llevar con las cosas todo el camino de regreso a Ranton Hill por lo menos, y más lejos tal vez, si Mairelon había dejado de esperar en la posada y había vuelto de nuevo al vagón. Kim no era normalmente escrupulosa, ni siquiera acerca de la magia, pero no le gustaba no saber qué tipo de hechizo llevaba encima. La señorita D'Auber observó cómo Kim guardaba las cartas debajo de su chaqueta, lo cual no hizo nada para mejorar el estado de nervios de Kim. —Hay una cosa más —dijo la francesa. Fijó sus ojos en la cara de Kim y dijo con gran seriedad—: Lo más importante de todo es que el señor Merrill no se muestre antes de que yo lo vea. ¿Lo entiendes? Así que si piensa en hacerlo, trata de detenerlo. Creo que a ti te va a escuchar. —Será la primera vez, si lo hace —dijo Kim, encogiéndose de hombros—. Se lo diré, sin embargo.

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—Bien. —Renée d'Auberle dio a Kim una larga mirada, sopesándola, y Kim se preguntó una vez más, qué era lo que Mairelon había dicho sobre ella en su carta. A continuación, la francesa se dirigió a un tirador largo y bordado y le dio un vigoroso tirón. Un momento más tarde, la puerta se abrió y un criado entró en la habitación. —¿Señorita? —Lleva a este... chico a la salida —dijo la señorita D'Auber. —Señorita. —El lacayo se inclinó. Con una sola mirada de soslayo a la enigmática francesa, Kim le siguió fuera de la habitación y por el pasillo hasta la puerta de Bramingham Place. Cuando Kim llegó de vuelta al hotel esa tarde, encontró a Mairelon en el salón público jugando cartas con Freddy Meredith. Eran los únicos ocupantes del cuarto, y juzgando por las pilas de monedas cerca del codo izquierdo de Mairelon, habían estado ahí por un rato. Una botella vacía de vino estaba tendida en el suelo al lado de la mesa; una segunda botella, con apenas un tercio de contenido, estaba en pie al lado de la pila de monedas que habían sido apostadas en la mano que estaban jugando. Kim se detuvo en el marco de la puerta, preguntándose que podría querer el mago con un cabeza de trapo como Meredith. Sus ojos pasaron de uno a otro, y frunció el ceño. Los dos hombres estaban impecablemente arreglados, desde los rígidos pliegues de sus pañuelos hasta las botas brillantes estilo Hessian ; lucen como la perfecta imagen de un par de nobles. Kim comprendió que eso, era lo que la estaba molestando. Había visto antes a Mairelon en sus ropas de la nobleza, pero no se había dado cuenta de lo bien que le encajaban. No, tampoco era solo eso. Nunca se había dado cuenta de lo bien que le encajaba el rol completo. Aun frunciendo el ceño, Kim entro en el cuarto. Cuando lo hizo, Meredith levantó la mirada y la vio. Pestañeo con ojos legañosos en su dirección. Kim vio que él estaba un poco en marcha. —¿Quién es este, Merril? Mairlon se giró. —¡Kim! ¿Qué noticias tienes? —Un mensaje para usted, Sr. —dijo Kim, recordando justo a tiempo que seguía jugando al papel de mensajero. —¿Puede esperar? Kim dudo. ¿Qué cosa en el mundo se suponía que debía responder a eso? 134

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—Creo que debería mirarlo, Sr. —finalmente respondió. —Ah, bueno. Entonces, veámoslo. —Mairelon extendió una mano en expectativa. Kim se congelo. —Uh —no podía decirle sin rodeos que Renée D‟Auber había puesto un hechizo en la carta, no con Freddy Meredith allí sentado, pero tampoco podía dejar que la abriera sin advertirle —. Sr, yo, em… —¿Bailey no la escribió? Ya veo. —Mairelon aparto la silla de la mesa y se levantó, tirando sus cartas con la cara hacia arriba mientras lo hacía. Kim estaba aliviada de ver que no había nada mal en su equilibrio o su discurso; había temido que estuviera tan sombrío como su compañero—. Lo lamento, Meredith, pero el deber me llama. Meredith murmuró algo y empezó a recoger las monedas del centro de la mesa. Mairelon recogió sus propias ganancias en su mano y las depositó en uno de sus bolsillos, luego se giró y siguió a Kim por fuera del salón. —¡Es un alivio! —dijo cuándo las puertas se cerraron detrás de él—, estaba preguntándome como salir de allí sin ganarle demasiado. La captaste bastante rápido. ¿Dónde está el mensaje de Renée? —Aquí —Kim tomo el papel sellado sacándolo de su chaqueta—. Puso un hechizo en él. —¿Qué? ¡Tonterías! No hay ninguna razón para que ella hiciera eso —Mairelon tiró la nota de las manos de Kim y alcanzo el sello. Se detuvo, frunciendo el ceño, y puso gentilmente su dedo índice contra la cera rojo mate—. Sin embargo, tienes razón —dijo después de un momento de concentración. Kim soltó el aliento en un suspiro silencioso de alivio. —¿Puede hacer algo al respecto? —Aquí no. Tendremos que llevarlo de vuelta al vagón. —¿Está seguro de que deberíamos hacer eso? Mairelon parecía irritado. —No hay otra manera de averiguar lo que ella ha hecho. También me gustaría leer lo que sea que haya escrito; después de todo, por eso fue que fuiste a Bramingham Place. —Sólo estaba preguntando. Mairelon metió la nota en el bolsillo de su pecho y miro fijamente al suelo. 135

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—No hay porque esperar. Puedes decirme lo que pasó en el camino. Vamos. Kim rodó sus ojos, sacudió su cabeza, y lo siguió.

***

Entre el deseo de Kim de incluir cada detalle de su viaje a Bramingham Place y las periódicas interrupciones de Mairelon, el cuanto de Kim tomó la mayor parte del camino hasta el vagón. Mairelon elogió a Kim por evitar al Baron St.Clair y frunció el ceño ante su fuerte parecido a Dan Laverham, pero ella podía ver que no le estaba dando toda su atención. En todo caso, cuando empezaba a hablar de Bramingham Place y Renée D‟Auber, la preocupación del mago se desvanecía. Kim encontró esto extremamente molesto hasta que notó que la mano derecha de Mairelon se levantaba a tocar el bolsillo de su pecho a cada rato. Estaba más preocupado por ese hechizo de lo que quería demostrar. Tan pronto como llegaron al vagón, Mairelon comenzó a hurgar en el gran cofre. Kim se sentó en el suelo al lado de la puerta y abrazó sus rodillas, observando con gran interés. Tenía frío, estaba cansada y muy hambrienta, pero eso no lo mencionó. Después de todo estaba acostumbrada a tener frío, cansancio y a estar muy hambrienta, y si decía algo, Mairelon podría recordar que ella estaba allí y enviarla lejos mientras leía la carta de Renée. Mairelon depositó un pañuelo de seda blanca y un pequeño globo de cristal encima del mostrador y cerró la tapa del cofre. Se giró y extendió el pañuelo, alisándola con cuidado hasta que no quedó ni una sola arruga. Sacó la carta de Renée D‟Auber de su bolsillo y la puso exactamente en el centro del pañuelo, con la mancha del sello de cera enfrentándolo a él. Entonces levantó el globo de cristal con las puntas de sus dedos y lo puso encima de la carta. Mostró una fuerte tendencia a deslizarse de la bultosa superficie de la cera, pero finalmente logró posicionarla. Finalmente estaba satisfecho. Levantó lentamente sus manos y las extendió, ahuecándolas alrededor del globo precariamente equilibrado sin tocarlo. Inclinó su cabeza y comenzó a susurrar. Las palabras silbando y crepitando en el confinado espacio del vagón, ásperas y filosas. Kim contuvo el aliento. Luz naranja destelló desde el globo de cristal, y la voz de Renée D‟Auber llenó el vagón. —Amigo mío, hay cosas que debes saber, e incluso este medio de comunicación no es completamente seguro. Me reuniré contigo dos horas antes del momento que dije a tu 136

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joven acompañante, en la depresión bajo la colina del roble al suroeste de Ranton Hill. No me falles en esto. La luz naranja se desvaneció lentamente. Mairelon se quedó parado inmóvil, mirando fijamente dentro del cristal, incluso después de que se había ido lo último de la luz. Kim se movió para tener una mejor vista de su rostro y se dio cuenta que él no estaba viendo el globo enfrente de él. Sus ojos estaban enfocados en el aire, y estaba frunciendo el ceño. Kim aclaró su garganta, luego volvió a aclararla. Mairelon no respondió. Finalmente dijo en voz alta. —¡Hey! ¿Eso es todo? —¿Qué? —Mairelon dijo, luego sacudió su cabeza y se giro para dar una mirada de reproche a Kim—. Nunca interrumpas a un mago en medio de un hechizo, Kim. La magia requiere una buena parte de concentración, y romperla puede llegar a ser muy peligroso. —No estaba interrumpiendo un hechizo —dijo Kim—. Sólo estabas pensando, hasta donde yo podía ver. Mairelon pestañeo y echó una mirada al cristal. Luego lo rodó a un lado y luego levantó la carta de Renée. Se quedó mirándola fijamente por un momento, golpeándola suavemente contra su mano izquierda, hasta que Kim temió que volviera a entrar en un profundo ensimismamiento. Trató de volver a aclarar su garganta y empezó a toser seriamente cuando inhalo algo en forma equivocada. Esto finalmente logró captar toda la atención de Mairelon, aunque su primer instinto fue proveer vasos de agua en lugar de una explicación. Tan pronto como Kim volvió a tomar aliento, alejo el vaso y demandó: —¿Qué era eso que te tenía pensando tanto? No vas a reunirte con esa noble de la muerte tal como ella te lo ha pedido, ¿verdad? —¿Reunirme con Renée? Por supuesto que voy a hacerlo —Mairelon dijo. Bajó la vista a la nota, la cual seguía sin leer, y su entrecejo volvió—. Sólo me estaba preguntando porque escogió ese lugar en particular. —¿Cuál lugar en particular? —Kim dijo, exasperada. —La depresión bajo la colina del roble donde esos ridículos „druidas‟ tuvieron su ceremonia la otra noche —Mairelon dijo—. ¿Te estas sintiendo mejor? Bien, porque vamos a tener una velada atareada. Quiero dar un buen vistazo a esa depresión mientras haya luz, y después de eso—bueno, ya veremos. Vamos. —Estaba fuera del vagón antes de que Kim pudiera responder. 137

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—A Hunch no le va a gustar esto —murmuro Kim cuando se ponía en pie. —Gustarle —la voz de Mairelon corrigió. Un momento después su cabeza reapareció en el camino de la entrada—. Y ya que Hunch no está aquí, no importa. Trae la lámpara y la bolsa de la esquina; podría quererlos. —La cabeza volvió a desaparecer. Kim rodó sus ojos, levantó la lámpara y la bolsa que Mairelon había indicado, y salió detrás de él.

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Capítulo 16 Traducido por Xhessii y Virtxu Corregido por Dangereuse_

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or el resto del mediodía, Kim y Mairelon caminaron con pasos pesados a través del bosque al pie de las colinas de los druidas mirando debajo de los arbustos y arriba de los árboles. Kim sólo tenía una vaga idea de qué era lo que estaban buscando, pero después de varios intentos para entrometer una explicación de Mairelon se dio por vencida y simplemente lo imitó. Medio recordaba las advertencias acerca de las trampas y de los cazadores furtivos que la hacía moverse cautelosamente, pero no encontró nada. A Mairelon no parecía haberle ido mejor que a ella, pero él estaba preocupado en la caminata de regreso al vagón, y Kim estaba positiva cuando él se dio cuenta de algo que ella no. Por la insistencia de Mairelon, Kim gastó la tarde trabajando en sus lecciones. Sus dedos se hacían más ágiles con los movimientos y los giros que hacían que las monedas parecieran desaparecer de una mano y aparecer en la otra, y dominó el arte de atar nudos que se desataban cuando el adecuado pedazo de cuerda era jalado, pero no lo estaba haciendo ni siquiera cercanamente bien en la lectura. Estudió minuciosamente las pequeñas y tercas marcas negras durante horas, murmurando para sí misma, mientras que Mairelon merodeaba sin descanso por todo el vagón. Una vez se aventuró con una pregunta acerca del encuentro de él con Renée, pero estaba completamente tan poco informativo que decidió no volver a intentarlo. Mairelon estaba levantado al amanecer de la mañana siguiente, moviendo sus pies en todo el espacio limitado del interior del vagón de modo que hacía imposible el sueño para los demás. Kim trató de amortiguar su cabeza debajo de la manta, pero no fue suficiente. Finalmente se dio por vencida y se levantó, bostezando, para ver si por lo menos el desayuno era una de las cosas que Mairelon había estado preparando durante sus paseos molestos. No lo estaba. Kim tuvo que preparar la avena cocida, la cual no mejoró su ánimo. Su irritación aumento más aún cuando se dio cuenta de que Mairelon se había puesto su ropa ostentosa, en vez de su bata o de su ropa del espectáculo, para ir en su encuentro 139

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con Renée. Se veía muy bien con ella, lo que de alguna manera molestó mucho más a Kim. Para colmo, ella no preparó una mejor papilla que la que había hecho Mairelon el día anterior.

—Estaré muy feliz cuando Hunch regrese —murmuró mientras sacaba con la cuchara la mezcla gris llena de grumos a su cuenco. —¿Qué? ¡No todavía! —dijo Mairelon. Miró alrededor precipitadamente; luego le dio una expresión de reproche a Kim—. No me asustes así. Kim lo miró con total desconcierto. —¿De qué estás hablando? —Pensé que dijiste que Hunch había regresado —explicó Mairelon. —No, dije que estaría feliz cuando estuviera aquí —dijo Kim. Después, en respuesta a la expresión escéptica de Mairelon, agregó—: Para que podamos tener una mejor comida. —Oh. —Mairelon se veía pensativo—. Tienes un punto. Tal vez deberíamos cenar en el mesón esta noche si Hunch no ha regresado para entonces. Aunque espero que no lo haga. —¿Por qué? Hunch cocina mejor que ese tipo —dijo Kim. —Si Hunch llega hoy, es porque está en un apuro —respondió Mairelon—. Y sólo tendría un apuro si el piensa que la información de Shoreham es importante. Prefiero no tener ninguna noticia sorprendente de cualquier persona conectada con la Fuente Saltash. O su copia. Kim reflexionó sobre eso mientras terminaba con la papilla de avena. Ella raspó las últimas sobras de los lados de su cuenco y furtivamente los quitó de su cuchara y fueron a dar al suelo al lado de los escalones de dónde ella estaba sentada. Le frunció el ceño al plato, tiró su cuchara adentro del cuenco con un sonido ahogado, y dijo: —Tenemos que salir si quieres ser el primero en ésa colina. —Sí —dijo Mairelon—. Gracias por recordármelo. Se levantó y sacudió sus pantalones, para quitar migajas inexistentes. 140

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—Practica el truco del pañuelo mientras no esté; todavía no has agarrado muy bien el último giro. —¡Tú no me vas a dejar aquí! —dijo Kim incrédula. —Ciertamente lo haré —contestó Mairelon—. Cuando Renée dice que solo, se refiere a solo. No debo tardar. —No deberías ir —dijo Kim—. Y particularmente no deberías ir solo. ¿Qué pasa si el druida imbécil sale moviendo sus pistolas, de la manera en que lo hizo la otra noche? Mairelon se veía divertido. —¿Jonathan Aberford? Dudo que esté incluso fuera de la cama a ésta hora, mucho menos creo que esté vagando en el bosque con una pistola. —¿Cómo lo sabes? Si me lo preguntas, él ha estado idiotizando la clase alta por mucho tiempo, y no hay manera de saber que artículos un Bedlamite conseguirá. —Toda una mejor razón para que te quedes —dijo Mairelon. Para la indignación de Kim, él parecía aún más divertido que preocupado—. Si sale, puedes cerrar la entrada de la puerta del vagón. No discutas más, Kim, compláceme. No vienes, y punto. —No me complace para nada —murmuró Kim, pero podía ver que Mairelon estaba decidido, y sabía por experiencia que una vez que tomara una idea, era necio como un vendedor ambulante defendiendo su ruta a través del mercado. Se sentó y lo miró mientras se enderezaba la chaqueta y sacudía su sombrero, pero ella no hizo comentarios adicionales hasta que él no hizo ningún comentario adicional hasta que desapareció en el bosque. Luego lo dejó salir: —¡Cabeza hueca, testarudo, zoquete! ¡Cabeza de chorlito! Idiota. Gallina. Sería servirle lo suficientemente bien si me levanto y le siguiera. Cabezota. Miserable... De repente se detuvo, mirando al lugar donde Mairelon había desaparecido. Podría seguirlo, podría ser fácil o no. Se levantó de un salto, luego dudó, considerándolo. Mairelon era un mago, y a pesar de los insultos que ella le había dicho, Kim tenía que admitir que era tan filoso como dos agujas. Ése dedillos de jengibre D‟Auber también era un mago, y tenía una reputación poderosa. Además era extranjera, por lo tanto impredecible. ¿Qué podrían hacer si atrapaban a Kim espiándolos? El pensamiento le dio a Kim una pausa momentánea. Luego se encogió de hombros. Sólo tenía que asegurarse que no la atraparan, eso era todo. Mantenerse escondida y escabullirse si se miraba como que ellos sospechaban algo. No había diferencia de estar en un lugar puntiagudo de Londres. Y si había problemas, Mairelon podría dispensarla por su obstinación de seguirlo. Además, dadas las ideas de Mairelon para las 141

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«explicaciones», no había otra manera de que ella supiera a ciencia cierta de lo que pasara en el encuentro. Eso la hizo decidirse. Tiró un poco de tierra al fuego, pateó su cuenco debajo de los escalones del vagón y salió. No tomó la misma ruta que Mairelon tomó, pero cortó los lados del camino. Después de todo, ella sabía a donde se dirigía. No tenía ningún sentido arriesgarse a ser descubierta por estar demasiado cerca. El camino estaba lo suficientemente seco para que caminar fuera cómodo, y no había señal de que algún vehículo se acercaba, pero Kim, recordando la experiencia del día anterior, se pegó de todas maneras lo más posible al borde. —¿Qué estoy haciendo? —Se preguntó mientras caminaba—. ¿Caminar para espiar a un par de creadores de ranas? ¡Debo estar más loca de lo que él está! —Pero continuó caminando a pesar de sus dudas. El sonido de cascos de caballos y el traqueteo de un carruaje sacó a Kim fuera de su trance. Mirando hacia arriba, miró a un landó venir enérgicamente hacia ella de la dirección de Ranton Hill. Suspiró y se orilló en el camino, esperando que el conductor no le prestara atención alguna a un niño mendigo dirigiéndose a la ciudad. Cuando miró hacia delante otra vez, el carruaje había bajado su velocidad y empezó a girar en el camino que lo conducía al lugar de reunión de los druidas. Estaba lo suficientemente cerca para darle a Kim una clara visión de sus ocupantes, y estuvo a punto de atragantarse tratando de reprimir una exclamación. Lady Granleigh se sentaba derecha en el asiento trasero, mientras su hermano Jasper a diferencia de ella daba la espalda a los caballos. El conductor era el corpulento Stuggs, y tenía el ceño fruncido por la evidente concentración mientras trataba de maniobrar el landó para girar en la esquina. —¡Esto es más que suficiente! —dijo Lady Granleigh con una voz pesada mientras el landó se tambaleaba hacia adelante—. Al regresar, tú vas a conducir, Jasper. —Realmente Amelia, no veo por qué crees que lo voy a hacer mejor que Stuggs — respondió Jasper—. No soy de Corinto. Me debiste haber dejado que trajera al cochero. —Tú eres, al menos, un caballero —dijo firmemente Lady Granleigh—. Y entre los pocos que son conscientes de esta expedición, el mejor. Desde que te las has visto para confiar en esta… persona, no tenemos más remedio que utilizar sus habilidades que sin duda son de segunda categoría. Y debo decir, Jasper, que creo que pudiste haber encontrado a alguien con más capacidad si sólo te hubieras esforzado apropiadamente. El landó se sacudió otra vez y giraba con muchísimo esfuerzo en el camino, y las quejas de Lady Granleigh se perdieron entre los árboles. Kim se sacudió de su parálisis y corrió hacia delante. Ése flaco presuntuoso y su hermana eran problemas, sin importar cual fuera su posición, pero Kim estaba dispuesta a apostar seis peniques a que tendrían que enfrentarse a muchísimos problemas si se encontraban con Mairelon y con Renée 142

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D‟Auber en la colina druida. Afortunadamente, el camino estaba desigual y con curvas, y teniendo a Stuggs como conductor irían muy lento. Kim podría, posiblemente, llegar primero a la colina a avisar si corría. No lo consiguió. La superficie irregular, la constante necesidad de esquivar árboles asentados inconvenientemente, y las delgadas ramas de los árboles jóvenes que rozaban como látigos en su rostro, todo se combinó para hacer que fuera más lento de lo que ella había creído. Mientras se acercaba a la colina, escuchó voces y maldijo en voz baja. En Londres ella hubiera llegado ahí en el tiempo suficiente. Kim empezó a ir más lento y a escoger su camino con más cuidado. No le haría a Mairelon algún bien si hacía mucho ruido y Jasper o Stuggs la descubrían. Alcanzó el margen de los arbustos detrás de la colina y empezó a trabajar en su camino hacia las voces. Mientras se acercaba al lado lejano, escuchó la voz de Jasper con repentina claridad, diciendo: —… la pregunta es ¿quién eres? —Dile que venga aquí abajo, donde podremos hablar sin gritar, Jasper —dijo Lady Granleigh arrogantemente. Mientras Jasper repetía la orden de su hermana, Kim se detuvo y observaba a través de los arbustos. Lady Granleigh y su hermano estaban parados al pie de la colina. Stuggs estaba un poquito más atrás de ellos; más allá, el landó y los caballos formaban una línea superficial entre los árboles. La mayor parte oscura del pabellón de los druidas apenas era visible, aunque Kim lo conocía desde las exploraciones de ayer, y eso estaba a unos cuantos pasos de la colina. Mairelon estaba sentado en el suelo a mitad de camino de la colina, debido a los cuidadosos daños su fina ropa debía estar sufriendo. Su rostro estaba en sombras y Kim no podía distinguir su expresión, pero su pose transmitía una atención cortés pero aburrida. —Bueno —dijo Jasper cuando Mairelon no respondió—. ¿Quién es usted? —No, no —dijo Mairelon—. Les he preguntado yo en primer lugar. También, si usted recuerda, les pregunté cómo encontraron este lugar y lo que pretendían hacer aquí, y no me han dicho eso tampoco. —Nosotros podríamos hacerle la misma pregunta. —replicó Jasper. —Es posible, pero yo no lo recomiendo —dijo Mairelon—. Tendrán la reputación de ser unos pobres conversadores si lo único que pueden hacer es repetir lo que otros les dicen. 143

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—Esto es absurdo —dijo Lady Granleigh—. Dinos quién eres y lo que estás haciendo aquí, o estarás fuera de su negocio. No tengo tiempo que perder en este sentido. Mairelon se puso en pie y se inclinó. —Es imposible rechazar tan encantadora solicitud. Mi nombre es de Mare, y estoy aquí para guardar la Colina Sagrada. Jasper y Lady Granleigh se miraron el uno al otro. Detrás de ellos, Stuggs se puso tenso, y Kim vio salir su mano derecha hacia el pecho, como si fuera a tocar algo por debajo de su abrigo para reasegurarse. Kim frunció el ceño. Mairelon había hecho una perfecta imitación del tono de Jonathan Aberford, y ambos Jasper y su hermana parecieron reconocer el fraseo. La reacción de Stuggs fue más difícil de interpretar, y más siniestra. —Bueno, usted puede apartarse ahora —le dijo Jasper grandiosamente a Mairelon—. Jonathan Aberford dijo… —Si me permite hablar contigo un momento, Jasper —interrumpió Lady Granleigh. Jasper volvió la cabeza y la miró. —Ahora, Jasper —dijo Lady Granleigh con una calma imperturbable. Sin esperar a que respondiera, se volvió y se dirigió directamente hacia los arbustos donde Kim estaba escondida. Kim se congeló. Ella estaba segura de que no había sido vista todavía, pero si ella trataba de moverse ahora, Lady Granleigh la notaría seguro. Lady Granleigh se detuvo a unos pasos de la zarza y golpeó el pie con impaciencia mientras esperaba a que su hermano se pusiera a su lado. —¿A qué estás jugando, Amelia? —dijo Jasper irritado—. ¿Y qué vamos a hacer ahora? ¡Joder, Lady Thornley nunca dijo nada acerca de un guardia! —Marianne es demasiado inocente para pensar en tal cosa, y Frederick Meredith tiene claramente demasiado dañado el cerebro para hablar —respondió Lady Granleigh—. Debiste haber hablado con él mismo, Jasper, en vez de dejar a Marianne. —¡Esa fue tu idea! Fuiste la que dijo que Meredith diría más con una cara bonita. Nunca me gustó la idea de dejar a mi prometida vaciar la olla sobre ese cabeza hueca, y así te lo dije. —Lady Thornley no es tu novia, sin embargo, Jasper, y harías bien en recordar eso antes de emplear ese tono conmigo —dijo Lady Granleigh—. Si quieres mi ayuda para ganar su y tu fortuna… tendrás que ganártelo. Debo señalar que hasta el momento has sido de poca ayuda.

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—¿Cómo quieres que ayude cuando tú arruinas todo lo que yo trato de hacer? —Jasper agitó los brazos con indignación—. Yo estaba a punto de deshacerme de ese hombre para que pudiéramos seguir adelante con tu precioso plan, sólo que tú me detuviste. —Nos ibas a meter en otro lío, querrás decir. —La Señora Granleigh negó con la cabeza—. Realmente, Jasper, a veces me desespera tu inteligencia. ¿No ves que la presencia del señor de Mare lo cambia todo? —No, no lo hago —dijo Jasper—. Si tan sólo pudiera persuadirle para que desapareciera. —Él nos recordará, y cuando la fuente se encuentre, nos conectará con su reaparición. Eso podría ser muy incómodo para nosotros. —Bueno, ¿qué crees que deberíamos hacer? —preguntó Jasper en un tono sombrío. —Vamos a dar al señor de Mare la fuente —respondió Lady Granleigh serenamente. —¿Qué? —Jasper casi gritó la palabra, y tanto Mairelon como Stuggs volvieron los ojos interesados en su dirección. Jasper frunció el ceño hacia ellos y bajó la voz—. ¿Amelia, te has vuelto loca? —¿Quieres tener a Jonathan Aberford acechando sobre Bramingham Place durante el resto de nuestra estancia? —No, pero… —¿Me puedes sugerir alguna otra forma en la que podamos deshacernos de él? —Ya hemos hablado de esto, y sabes que no. ¡Pero si me acabas de decir hace un minuto por qué no podemos darle la fuente a este tal de Mare! —Te expliqué por qué no podemos simplemente dejar la fuente aquí para que el señor Aberford y sus amigos la encontraran, como lo habíamos planeado originalmente —lo corrigió Lady Granleigh—. Si hubieras estado escuchando, o pensando, lo habrías entendido. El presentar el paquete al señor de Mare es otra cosa. —No veo en qué. Está obligado a recordarnos, y ya dijiste que eso sería algo malo. Lady Granleigh suspiró. —La fuente está bien envuelta, atada, y dirigida al Sr. Jonathan Aberford. Si le decimos al Sr. de Mare que un joven, el cual es uno de los amigos de Henry Bramingham, nos dio el paquete en la ciudad y nos pidió que lo entregáramos aquí, no importa si se acuerda de nosotros. Una vez que descubran que el plato es una falsificación, el Sr.

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Aberford y sus amigos buscarán al joven misterioso, si ellos buscan a alguien de todos modos. Tú y yo seremos meros inocentes. —¿Y cómo vas a explicar si alguien pregunta por qué la señorita Thornley estaba entrometida en los negocios de Meredith? —Voy a decirle que ella lo encontró interesante —respondió Lady Granleigh. Ella frunció el ceño ligeramente—. Tendré que ver que ella siga pasando el tiempo en su compañía por el próximo día o dos. Después de eso, no se creería raro si se cansara de él. —¿Interesada en Meredith? —Resopló Jasper—. Eso no va a funcionar, Amelia. Nadie podría estar interesado en ese tonto. Lady Granleigh le dio una mirada fría. —¿Estás insinuando que no va a creerme? Te aseguro que nadie va a pensarlo dos veces. El Sr. Meredith no es más tonto que la mayoría de los jóvenes, y Marianne no lo es menos que la mayoría de las de su edad, por lo que es bastante plausible. —Sí, pero mira, Amelia, ¿cómo se supone que voy a cortejar a la señorita Thornley si estás siempre diciéndole que hable con Meredith? —dijo Jasper apresuradamente—. No me gusta. —No te pido que lo hagas —dijo Lady Granleigh—. Sólo quiero que te abstengas de interferir. Cállate y déjame hablar con el Señor de Mare. —Amelia. —Era demasiado tarde para Jasper, lady Granleigh dio media vuelta y echó a andar hacia la colina mientras él terminó la frase—. ¡Arpía de doble cara! —murmuró Jasper, tan bajo que Kim casi no cogió las palabras. Se pasó los dedos por el pelo, acariciando la corbata, y se alisó la parte delantera de su chaqueta, a continuación, fue tras su hermana. Lady Granleigh llegó al pie de la colina y levantó la barbilla para estudiar a Mairelon. —Sr. de Mare —dijo mientras Jasper, todavía ceñudo en señal de desaprobación, se unía a ella—, usted tiene una cara honesta, y sus razones para estar aquí me interesan. ¿Usted por casualidad conoce al Sr. Jonathan Aberford? —Él es el líder de la Compañía que se reúne aquí —dijo Mairelon con cautela. —Muy bien —dijo Lady Granleigh—. Mi hermano y yo estamos en nuestro camino hacia Swafflton. Un joven en el pueblo nos pidió que entregáramos un paquete en este lugar, y aceptamos. El paquete está dirigido al Sr. Aberford; presumiblemente él sabrá qué hacer con él. ¿Confío en que usted pueda ver que lo recibe? 146

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—Soy muy capaz de hacerlo, señora —respondió Mairelon. —Entonces, le confiaré el paquete a usted. Hemos pasado demasiado tiempo en esta misión ya. ¡Stuggs! —Señora. —El hombre bajó los grandes ojos cuando Lady Granleigh se volvió hacia él, transformando su expresión de una interesada a una de resentimiento aburrido. —Recupera el paquete del carruaje de una vez, y dáselo al señor de Mare, con mis cumplidos —ordenó Lady Granleigh. Kim frunció el ceño mientras miraba a Stuggs asentir y alejarse. A menos que se hubiera olvidado la diferencia entre un buen estafador y uno sin gracia, había algo que no encajaba. Él olía a los callejones y las colonias de Londres, y la alta burguesía no alquilaba sirvientes si quería mantener su estatus. ¡Si pudiera ir al mercado Hungerford por unas horas y preguntarle a Red Sal o Tom Correy lo que sabían sobre Stuggs! Alguno de ellos tenía que haber escuchado algo... Kim dejó el pensamiento con firmeza a un lado, no había nada que ganar en desear lo imposible. Stuggs regresó, llevando un paquete color café de gran tamaño. Se detuvo al pie de la colina, pero una mirada a Lady Granleigh le hizo subirla. Mairelon esperó, donde estaba y aceptó el paquete cuando se lo entregó. Kim, sin dejar de mirar a Stuggs de cerca, vio formarse arrugas entre las cejas cuando se volvió y bajó la colina, y se dio cuenta que la reverencia de Mairelon había impedido a Stuggs conseguir una buena mirada a su rostro. Kim se cernía sobre las posibles consecuencias, mientras que Lady Granleigh y Mairelon intercambiaron una despedida cortés. La concesión de Jasper a las buenas costumbres tomó la forma de un gesto brusco, que atrajo una mirada de su hermana y otra reverencia de Mairelon. Lady Granleigh vaciló, mirando como si hubiera estado a punto de darle una bofetada a su hermano justo allí, sólo que entonces ella habría sido culpable de conducta aún peor que la de él. Al final, se volvió y se fue sin decir nada, pero tenía los labios apretados en una forma que no presagiaba nada bueno para la paz de Jasper durante el paseo que le esperaba en carruaje. Jasper la siguió, aún con el ceño fruncido, y un momento después, Kim escuchó los sonidos del carruaje partiendo.

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Capítulo 17 Traducido por Virtxu Corregido por esmeralda38

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im dejó escapar un largo suspiro cuando el ruido del carruaje se apagó entre los árboles. Ella no podía creer que hubiera pasado desapercibida.

—Bueno, bueno —dijo la voz de un meditabundo Mairelon desde la ladera— . Qué interesante. Kim saltó ante el inesperado sonido, y su brazo rozó el arbusto delante de ella. La cabeza de Mairelon se volteó en la dirección del susurro. —¿Renée? —gritó. —No, soy yo —dijo Kim, levantándose. Caminó hacia adelante, quitando las hojas muertas de su abrigo. —Se suponía que tenías que permanecer en el vagón —dijo Mairelon sin acalorarse. —Eso es lo que dijiste tú —estuvo de acuerdo Kim—. Yo nunca dije que lo haría. —Verdad —Mairelon frunció los labios y miró a Kim pensativo—. Por lo que puedo ver tendré que escuchar más atentamente en el futuro. ¿Cuánto tiempo llevas aquí? —Justo después de que la cara altiva de la alta burguesía y su hermano vinieran — respondió Kim—. Los vi en el camino, pero no pude correr lo suficientemente rápido como para llegar primero. —Por casualidad no verías a Mademoiselle D'Auber también, ¿verdad? —No —dijo Kim con cierta satisfacción—. No lo hice. Mairelon centró su mirada en ella, y luego frunció el ceño. —No es como si Renée llegara tarde. —Metió el paquete de Lady Granleigh bajo el brazo y sacó un reloj de su bolsillo. Cuando lo miró, su ceño se profundizó—. Ciertamente no se retrasa. —Tal vez ella vio a ellos dos en su camino hacia aquí —sugirió Kim, sacudiendo un dedo pulgar en la dirección en que el carruaje de Lady Granleigh había desaparecido. No había ninguna razón para que Mairelon se preocupara de Renée d'Auber. Ella era una bruja, después de todo, podía cuidar de sí misma. 148

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Mairelon levantó la vista, aún con el ceño fruncido. —Sí, eso lo explica —dijo—. Y es “esos dos” no "ellos dos". —Esos dos, entonces —dijo Kim, profundamente confortada por esta improvisada corrección—. ¿Qué vas a hacer con la fuente? —¿Fuente? —La expresión Mairelon estaba en blanco, a continuación, sus ojos siguieron lo que señalaba el dedo de Kim—. Oh, ¿eso es lo que hay en este paquete? Qué conveniente. —Es la falsa que ellos cogieron de la biblioteca de Bramingham Place —agregó Kim—. Los oí hablando. —De hecho. —Mairelon tomó el paquete de debajo de su brazo y lo examinó—. ¿Por qué Lady Granleigh quiso dar la falsa fuente a Jonathan Aberford? ¿Y por qué dársela aquí? Él vive en la vecindad, y su dirección no puede ser particularmente difícil de descubrir. Kim se encogió de hombros. —Ellos no lo dijeron. —Mmmm. —Mairelon continuó su examen del paquete por un momento. De repente dio un salto en la parte final del paquete, lo metió de nuevo bajo el brazo, con fuerza y comenzó a bajar la colina—. Es hora de irnos. No quiero que nadie entre al vagón mientras estamos fuera. —O que nos atrapen por aquí con esa cosa —murmuró Kim, mirando el paquete que Mairelon llevaba. Al llegar a la base de la colina, ella se puso a caminar junto a él, y añadió en voz más alta. —Hay algo raro acerca de ese tal Stuggs, el que condujo el carruaje. —¿Lo crees así? No es un caballero como los caballeros normales, lo admito, pero claro, Jasper Marston tampoco parece ser muy bueno siendo una tipo normal de caballero. —No sé lo que es, pero él no es estúpido, eso seguro —dijo Kim positivamente—. Él se tensó cuando usted dijo que se llamaba de Mare, y estaba todo el rato vigilándolo demasiado cerca. Y no estaba dispuesto a darle ese paquete, sin importar lo que la cara altiva, dijera. —No lo era, entonces —dijo Mairelon—. Qué interesante. Ya sabes, Kim, todo este asunto está comenzando a parecer muy extraño. —¿Comenzando a parecer extraño?

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—Marston, no tiene ninguna razón que pueda imaginar, incluso para ser consciente de la existencia del Conjunto Saltash, probablemente contrató al señor Stuggs para hacer mandados y para saber si tengo el cofre. No quiero decir para robarlo, sino sólo para descubrir si está escondido en uno de mis armarios. Él y Lady Granleigh se meten en una gran cantidad de problemas para robar una copia de la Fuente Saltash de Bramingham Place, además de las interrupciones de varias personas que no deberían saber nada al respecto, tampoco. Luego, cuando lo consiguen, inmediatamente se disponen a dárselo al Sr. Aberford, a quien Marston, por lo menos, debe haber reconocido como uno de los ineptos ladrones. —Tal vez no lo hizo —dijo Kim—. Y ellos han tenido la fuente desde la noche anterior a eso. Eso no es devolverlo muy de inmediato. —No —corrigió Mairelon—. La verdadera pregunta es, ¿por qué Lady Granleigh quiere darle la fuente falsa a Aberford en lugar de devolvérsela a Henry Bramingham? Bramingham, después de todo, es la persona de quien lo robaron. Kim negó con la cabeza. —Eso no cuenta mucho para la gente adinerada. —Tonterías —dijo Mairelon firmemente—. Ella debe haber tenido alguna razón. Tu señor Stower es otra perplejidad. Dudo que él esté en la sociedad con Lady Granleigh, pero dada la obvia inclinación de Marston por los inusuales sirvientes, no creo que se pueda descartar una relación con ella. —Él no es mi señor Stower —dijo Kim—. Si él es de alguien, es de Dan Laverham. —Ya lo dijiste. En cuyo caso, la pregunta que salta inmediatamente a la mente es, ¿está Stower por su cuenta en esto o no? Y de cualquier manera, ¿por qué están él, o Laverham, interesados en el Conjunto Saltash? ¿Y cómo se enteraron de esto? —La última parte es fácil —dijo Kim—. Laverham tiene buen ojo para todo lo que va a traer dinero, y Londres está lleno de personas que se atreverían a robar la fuente solo para obtener su favor. Mairelon le dirigió una mirada indescifrable. —Posiblemente Hunch tendrá más que decir al respecto a su regreso de Londres. Luego está el Sr. Aberford, cuyo deseo por la fuente es el único que parece simple y directo. Por eso tendré que dejar mis principios aparte, especialmente teniendo en cuenta los del Sr. Aberford, ah, para hacer intentos poco ortodoxos para recuperar la cosa. —No estabas por encima de irrumpir en la biblioteca de Bramingham por ti mismo —le recordó Kim—. A menos que eso no sea —no es— lo que entiendes por “poco ortodoxos”.

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—Todo el mundo irrumpió en la biblioteca de Bramingham —dijo Mairelon irritado—. Incluso Renée. Todos los que estaban en cualquier lugar cerca de Ranton Hill, lo hicieron. Supongo que debería estar contento de que St. Clair no llegó hasta un día después, o podríamos haberle visto andar por ahí torpemente con todos los demás. Kim reprimió un escalofrío —No lo creo. Él no me pareció tan inepto, y seguro que no es tan tonto. —Es verdad —dijo Mairelon con otra mirada de soslayo a Kim—. Acepto la corrección, he estado familiarizado con St. Clair el tiempo suficiente como para conocerlo mejor. Él sin duda… Mairelon se interrumpió cuando llegaron a la vista de la carreta. Una voluta de humo se elevaba más allá del otro lado de la azotea, y Mairelon miró con reproche a Kim. —¡Yo apagué el fuego antes de irme! —protestó Kim—. ¡No soy tan estúpida! —Entonces parece que tenemos compañía —dijo Mairelon. Su paso se hizo más rápido, y Kim tuvo que saltar dos veces para ponerse al día—. Tal vez Renée nos ha encontrado, después de todo. Kim, que había estado pensando en Jasper Marston y su hermana, o en el desagradable lord St. Clair, estaba sorprendida y no del todo satisfecha con esta sugerencia. Ella se sorprendió aún más, pero se alivió considerablemente, cuando dio la vuelta a la esquina del vagón y se encontró a Hunch alimentando con palos un nuevo fuego. Un caballo ruano de plácida apariencia, presumiblemente el medio de transporte de Hunch, estaba atado a la parte trasera del vagón, masticando en silencio una brizna de paja invisible. —¡Hunch! —dijo Mairelon, al acercarse—. Bueno, esto fue siempre una posibilidad. No has visto a Renée alrededor en cualquier parte, ¿verdad? —Si te refieres a esa Señorita Doo-oso, no, no la vi —respondió Hunch—. No es probable que lo hiciera. Está en Londres, en cama con un refriado. —No, no lo está —dijo Mairelon, frunciendo el ceño—. Ella es un huésped en una de las interminables fiestas de la señora Bramingham. La he visto. ¿Me pregunto por qué pensaba que tenía que fingir que estaba viviendo en Londres? —¿La has visto? —Hunch frunció el ceño—. Ahora ¿qué te proponías haciendo eso cuando se suponía que tenías que evitar meterte en problemas durante mi ausencia? —No me hable así, Maestro Richard —dijo Hunch severamente—. ¿Qué has hecho hasta ahora? —Esto y lo otro —respondió Mairelon—. ¿Qué tenía por decir Lord Shoreham? ¿O te envió sin ninguna información? Espero que no; te dije que esperaras. 151

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—Tiene mucho que decir —La expresión de Hunch era maliciosa, y se detuvo un momento para masticar en el lado derecho de su bigote—. ¡Y no te diré nada de eso hasta que me digas que has estado haciendo! —Oh, hemos estado ocupados, ¿no es así, Kim? —¡No me arrastres con eso! —dijo Kim rápidamente—. Nada de eso es mi asunto. Hunch le frunció el ceño a Kim, luego giró su atención de Nuevo a Mairelon. —No tenías. ¿Qué tienes allí? Mairelon cambió el paquete bajo su brazo y sonrió. —¿Esto? No estoy seguro. Kim dice que es la Fuente Sagrada, pero todavía no he mirado para comprobar si ella tiene razón. —Yo nunca… —dijo Kim, solo para ser cortada por una Mirada de Mairelon. —Averigüémoslo, ¿no? —dijo Mairelon, sosteniendo el paquete hacia Hunch. Hunch trató de mirar a Mairelon, pero sus ojos seguían regresando hacia el paquete. A lo último lo tomo. Con una mirada final y una murmuración considerable, se sentó en el paso del vagón y empezó a deshacer los nudos. Kim se dio cuenta de repente que Hunch era igual de curioso con las cosas como ella, y tan poco capaz de resistir la oportunidad para averiguar algo. Las cadenas se cayeron y Hunch desplegó las envolturas. Una fuente de plata estaba sobre sus rodillas, brillando incluso en la pesada luz del sol que se deslizaba por las nubes. Se parecía mucho a la que Kim había mirado en Bramingham, pero no habría apostado un centavo de un modo u otro de que este era el mismo artículo. —¿Dónde conseguiste esto? —pregunto Hunch sospechosamente. —Una cosa a la vez, Hunch —respondió Mairelon—. Déjame pegarle una mirada antes. —No, no lo harás —dijo una nueva voz mientras Mairelon alcanzaba la fuente. El tono hosco era sin dudas el de Jack Stower, y el estómago de Kim se hundió mientras su cabeza giraba en dirección a su voz. No había ninguna oportunidad de que él no la viera ahora. Luego ella lo observó bien, y se quedó congelada donde estaba. Jack Stower estaba parado en la esquina del vagón detrás del ruano. Tenía un gran saco atado a uno de sus hombros. En cada mano sostenía una pistola, y su rostro tenía el ceño fruncido. —Voy a tener que engañar y no jugar —gruñó él.

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—Precisamente así —dijo Mairelon sin moverse—. ¿Lo llevo hacia a ti, o vienes y lo tomas? —Ponlo, en el suelo, allí —dijo Stower, señalando con una de sus pistolas—. Luego tú y el otro se hacen allí por el fuego. ¡Rápido! Con cuidado exagerado, Mairelon levantó la fuente y la puso al frente de Stower. Luego retrocedió, con sus ojos fijos en el rostro de Stower. —Hunch —dijo sin girarse, y el terco criado se levantó y se le unió. Stower metió una de sus pistolas en su cinturón y descolgó el saco de su hombro. La tela gruesa se extendió y pasó algo plano y rectangular mientras la ponía en el piso. Kim miró el saco con una conjetura salvaje. —Ahora tú chico —dijo Stower, tomando la segunda pistola de su cinturón y apuntándola a Mairelon y Hunch una vez más—. Tú toma esa trampa y… ¡Kim! —Sorpresa —dijo Kim agriamente—. Un largo camino desde Londres, ¿no es así Stower? El rostro de Stower se oscureció. —¡Te llevare a Londres! ¿Crees que vas a robarte unos cuantos chicos amarillos de los que Laverham está ofreciendo, ¿no es así? Bien, pues no conseguirás nada. Este es mi laico, ¿Ves? ¿Cómo llegaste aquí a todas estas? No seguiste al viejo tío desde la posada. Te hubiera visto. —Sólo suerte —dijo Kim. Se sintió enferma. Después de las pistas de Stower, Mairelon y Hunch nunca confiarían en ella de nuevo. —Lo lamento, Maestro Richard —dijo Hunch en tono de disgusto—. Pensé que los había sacado del camino en Londres. —Pero el Sr. Stower no estaba en Londres —dijo Mairelon, y Kim casi salta cuando sintió la inconfundible calidad cristalina de las palabras. ¿Seguramente Mairelon no quería tratar algún hechizo en un hombre que sostenía dos pistolas en su cabeza? —Él estaba en la colina Ranton —prosiguió Mairelon, y el agudo límite de la magia estuvo más claro y más amenazante que antes—. Él todavía debería estar en la Colina Ranton. Él debería regresar a la Colina Ranton antes de que algo le pase, ¡tzay min po, katzef! El rostro de Jack Stower se contorsionó, como en señal de miedo o dolor. Dio un lloriqueo estrangulado y arrojó una de sus pistolas a Mairelon. Instantáneamente Hunch voló hacia un lado, sacando a Mairelon del camino mientras Stower se giraba y se hundía en la madera detrás del vagón. Kim se lanzó hacia abajo mientras la pistola 153

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golpeaba el suelo y se disparaba, enviando una bala a través del aire vacío hacia donde el pecho de Mairelon había estado hacía un momento. —La escopeta, Hunch —dijo Mairelon, jadeando un poco—. Todavía tiene una pistola y ese hechizo fue solo algo provisional. No lo mantendrá por mucho más. Hunch se levantó sobre sus pies y corrió hacia el vagón sin desperdiciar tiempo en palabras de agradecimiento. Kim se levantó y lo siguió, deteniéndose justo lo suficiente para recoger la maleta de Jack y la fuente de plata que estaba al lado. Mairelon era el último adentro. Cerró la puerta detrás de él, y luego presiono un nudo que se encontraba en el techo. Hubo apenas un clic oíble. Mairelon puso sus palmas sobre el techo y empujo, y una sección de dos pies se levantó cinco centímetros, y luego se deslizó fuera del camino. —El arma y un empujón, Hunch, con su permiso —dijo Mairelon suavemente. —No debería estar haciendo esto, maestro Richard —Hunch se quejó, pero le entregó a Mairelon la escopeta y se arrodillo. Mairelon puso una mano en el borde abierto del techo y un pie en las manos en forma de copa de Hunch, y un momento después se deslizó sin ruido alguno por el techo del vagón. Kim miró ésta presentación con una notable admiración. La velocidad y la fluidez con la que lo había hecho indicaba mucha experiencia, y ella estaba impresionada por la prevención de haber diseñado el panel escondido en el techo. Después de un momento, se le ocurrió preguntarse con qué frecuencia Mairelon y Hunch habían tenido que usar este mecanismo particular. Lanzaba una luz completamente diferente de las posibles cosas en su pasado. Los minutos se pasaron muy despacio. A lo último, la cabeza de Mairelon reapareció en la abertura. —No hay señal de él —dijo el mago—. Se ha ido por ahora. Toma —le entregó la escopeta a Hunch, luego se bajó por el agujero—. Tendré que ver como cuadrar algunos guardias; No podemos tener personas apareciéndose y sacudiendo pistolas cada vez que quieres. Se está convirtiendo en un deporte muy popular para ignorarlo. —Como la cala de Aberford la otra noche —dijo Kim, asintiendo. —¿Y qué tiene que ver con todo esto? —exigió Hunch — ¿En qué has estado mientras yo no estuve, Maestro Richard? —¿De nuevo a eso? En realidad, Hunch, estoy empezando a pensar que eres mojigato, y no veo razón para que Kim y yo diéramos más detalles de nuestra relación sólo para satisfacer tu pura curiosidad vulgar. Particularmente cuando tenemos cosas más importantes que hacer. 154

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Mairelon sonrió beatíficamente ante la expresión indignada de Hunch y se dirigió hacia el saco que Kim estaba sosteniendo. —Sólo abre eso, Kim, así podemos ver lo que el Sr. Stower ha estado transportando por el campo. Kim depositó la fuente de plata en el piso y empezó a luchar con los nudos de la bolsa. A lo último consiguió aflojarlos y metió la mano. Un momento después ella sostenía una larga fuente de plata, con todas las apariencias idénticas a la que estaba en el piso. —Bien, bien —dijo Mairelon—. ¿Qué tenemos aquí? —Él la alcanzó y le quitó la fuente a Kim, y un fruncido de su rostro llenó su cara. —Se ve como esta otra —dijo Kim, pateando suavemente la fuente con su pie. —Eso es exactamente lo que es —dijo Mairelon—. Exactamente. —¿Qué significa eso? —Hunch lo dijo en un tono resignado. —Significa que es otra falsa —replicó Mairelon.

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Capítulo 18 Traducido por Ruthiee Corregido por esmeralda38

H

unch se quedó mirando hacia la fuente en las manos de Mairelon. —¿Otra falsa? —dijo él finalmente—. Te refieres a ese… —Él asintió al otro la fuente en el piso—, ¿no es el la Fuente de Saltash, tampoco?

—Eso es correcto —dijo Mairelon. Él giró la segunda copa por encima en sus manos, estudiándola con una expresión pensativa—. Kim —dijo repentinamente—, tráela aquí y sostenla para que así pueda verlos a ambos. Kim lo hizo como le fue instruido. Mairelon vio de reojo atentamente a la sección de la fuente que el sostenía, después se volvió hacia la de Kim. Después de un momento, él regresó a la primera fuente y repitió el proceso. Había una mancha de polvo sobre su ceja izquierda, y Kim se preguntó cómo podía seguir notándolo, incluso si su reflejo estaba empañado por los patrones intricados grabados en el exterior de las fuentes. Finalmente Mairelon colocó su fuente en el mostrador. Con un suspiro de alivio, Kim hizo lo mismo; Fuente de Saltash o no, toda esa plata era pesada. Mairelon miró distraídamente hacia abajo a ellos dos. —¿Bien? —demandó Hunch. —Dos copias —dijo Mairelon, más como si él estuviera pensando en voz alta que como si estuviera respondiendo a Hunch—. Dos copias idénticas. Idénticas justo debajo de las partes desgastadas y los arañazos. Quien sea que hizo estos no estaba trabajando desde una descripción o desde unos dibujos. —¿Entonces él tenía el verdadero para copiar? —dijo Kim tentativamente. —Estaré deseando poder estar en ello —replicó Mairelon—. Así que si encontramos el platero, encontraremos la Fuente de Saltash. Hunch bufó. —Para mí suena como si estuvieras de vuelta donde comenzaste, Maestro Richard.

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—No exactamente —dijo Mairelon, y sonrió—. Sólo hay una persona en esta área quien tiene la fuente lo suficientemente larga para hacer copias. Freddy Meredith. —¿Meredith? —dijo Kim con incredulidad—. ¡Me estás engañando! ¿Ese bobo? —Admitiré que no suena probable —admitió Mairelon—. ¿Pero quién más está ahí? Bramingham sólo tuvo la fuente por un día más o menos; él no pudo obtener una copia lista en ese tiempo, mucho menos dos. Ninguno de las otras, partes interesadas ha siquiera estado en Ranton Hill el suficiente tiempo, mucho menos tuvieron la fuente en su posesión. —¿Qué hay acerca del tío Abeford? —objetó Kim. —Bueno, sí, supongo que debería ser considerado una posibilidad —dijo Mairelon—. Pero no creía que él hubiera intentado robar Bramingham Place la otra noche a menos de que el pensara que la fuente ahí estaba la verdadera. —¿Robar el Bramingham Place? —dijo Hunch. Sus labios se apretaron, causando que su bigote se meneara de manera alarmante—. Maestro Richard… —Sí, no me he olvidado de ti —Mairelon interrumpió. Él se asentó a la parte superior de su pecho y miró a Hunch con expectación—. Asumo que Soreham te dijo algo digno de escuchar, o no hubieras regresado tan inmediatamente. Suéltalo. Hunch rodó sus ojos. Kim suprimió un impulso de sonreír, tanto mucho por las tácticas de Mairelon, como por la reacción de Hunch. Ella se preguntó cuánto tiempo Mairelon sería capaz de seguir explicando a Hunch justamente lo que él había estado haciendo en la ausencia del secuaz. Ella se sentó con las piernas cruzadas en el piso y esperó a que Hunch comenzara. —Oh, ¿Quieres escuchar acerca de él primero? —preguntó Hunch—. De Jack Stower, ya que él se ha entrometido con nosotros tan recientemente. —Es una asquerosa pieza de arte —dijo Hunch—. Él vive en St. Giles, lejos como nadie podría decir, robando y cosas por el estilo. Lord Shoreham dice que él no es diferente de la mayoría de los que sucumben a seguir su profesión, y la cosa más interesante sobre ello es que soy su maestro. —¿Quién es Dan Laverham? —dijo Mairelon—. Después lo tendremos a él, pero no antes de que terminemos con el Sr. Stower. ¿Shoreham descubrió cuándo dejó Londres Stower? —Él se fue el día después de que nosotros lo hicimos —replicó Hunch—. Lord Shoreham encontró a alguien que estaba bebiendo Ruina Azul con él la noche anterior de que él se fuera, y dice que Stower está murmurando indirectas acerca algún recado que él iba a hacer para el Sr. Laverham. 157

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Mairelon se veía interesado. —¿Indirectas? ¿Qué tipo de indirectas? —Misteriosas indirectas —dijo Hunch—. Lord Shoreham no dijo nada más que eso. —Como a él le gusta —murmuró Mairelon—. Muy bien. ¿Qué hay acerca del Sr. Laverham? —Él es un poco como un rompecabezas. Vive en la colonia de grajos, pero él se viste y habla como uno del montón. Y fue a Harrow. —¡Harrow! —Mairelon se veía alarmado—. ¿Cómo un chico de St. Giles consiguió entra en una escuela como esa? ¿Él es de St. Giles? —¿Hasta dónde sabe Lord Shoreham? —dijo Hunch, asintiendo—. En cuanto a Harrow, alguien paga sus honorarios. —Él está probablemente siguiendo los pasos de alguien con ambas consciencia y dinero para complacerlo, entonces —dijo Mairelon pensativamente—. Desafortunadamente, la combinación no es tan inusual ya que es aparentemente que Laverham es su presunto padre.

—Eso fue lo que Lord Shoreham pensó —dijo Hunch—. Él dijo que hablaría con alguno de sus amigos en la Ciudad y vería si uno de ellos podría rastrear el dinero, pero no ha habido mucha diferencia. —Me pregunto: ¿Cómo lo hizo Laverham en Harrow? Ellos son fuertes en Latín y Griego y en magia, por lo que recuerdo. Kim se ahogó. —¿Te refieres a que Dan Laverham es un mago? —Si él fue educado en Harrow, debe de conocer lo básico, por lo menos —replicó Mairelon—. No dejes que te moleste. —Suficientemente fácil para ti decirlo —murmuró Kim. Ella no sabía lo que un creador de ranas de primera clase podría hacerle a alguien, pero imágenes a mitad formadas de las horribles posibilidades dieron vueltas a través de su mente. Su misma vaguedad lo hizo peor que el conocimiento verdadero podría haber hecho. —¿Algo más? —preguntó Mairelon, volteándose hacia Hunch. —El Sr. Laverham tiene un nombre en algunas partes como el hombre por ver si usted quiere algo hecho y no es exigentemente quisquilloso acerca del cómo. Nunca ha sido atrapado haciendo nada malo. —Ése es Dan, está bien —dijo Kim en voz baja. 158

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—Sí, gracias a Kim, probablemente nosotros tenemos más información acerca de las actividades del Sr. Laverham que Shoreham —dijo Mairelon—. ¿Acaso tenía algo que decir acerca de Marston o Fenton? —El Sr. Jasper Marston está muerto por sobre los oídos en deuda —Hunch les dijo a ellos—. Se suponía que él debía de ser enviado al campo ahora, para alejarse de sus acreedores. —Y Lady Granleigh ha prometido a asistirlo en un matrimonio de riqueza si él la ayuda a ella con los cualesquiera planes libertinos que ella haya puesto en moción —dijo Mairelon. Hunch se veía sorprendido. —¿Cómo sabe eso? —Kim los escuchó hablando por lo alto —dijo Mairelon. —Él es el hermano menor de Lady Granleigh, y Lord Shoreham dijo que él era un poco torpe —resumió Hunch—. Cuando él no estaba gastando su dinero en las cartas y las rosas, hacía lo que su hermana le decía. —Eso se ha vuelto bastante evidente. ¿Shoreham no mencionó al hombre de Marston, Stuggs, cierto? —No. —Oh, bien. Uno no puede tenerlo todo, y yo no pregunté. —Mairelon miró pensativamente hacia la ventana por un momento. Después miró hacia arriba y dijo—: Supongo que eso sólo deja a James Fenton. Hunch sonrió. La inacostumbrada expresión lo hizo parecer positivamente diabólico, y Kim estaba completamente desprevenida por el cambio. Mairelon tomó una mirada y llamó la atención como un estafador entrenado observando un engaño prometedor. —Fenton es la oveja negra de su familia, —dijo Hunch, aún con esa inquietante sonrisa—. Ellos son mayormente comerciantes respetables. Parecía listo, así que ellos lo pusieron a cargo del servicio. Comenzó como un lacayo. —En efecto. —Los ojos de Mairelon se estrecharon—. ¿Y para qué estaba sirviéndole la casa? —Para la de Lord St. Clair —dijo Hunch con una gran satisfacción. —¡St. Clair! —Y fue despedido el día después de que la Reina de la Colonia dejara los muelles — añadió Hunch. 159

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—¿Huh? —dijo Kim. —La Reina de la Colonia era el barco que Hunch y yo tomamos cuando huimos de la ciudad después de que la Fuente de Saltash fuera robada —dijo Mairelon—. Así que Fenton fue despedido justo después de que el robo fuera echado en culpa sólidamente en mí, ¿Era él? Me pregunto si él sabe algo acerca de ello. —Lord Shoreham pensó que tal vez —dijo Hunch—. Él también pensó que usted podría estar interesado en saber que la noche en la que el Juego de Saltash fue robado Fenton tenía algún tiempo libre no programado. —¿No programado? ¿Te refieres a que él tomó una salida sin permiso? —No, él tenía el permiso de Lord St. Clair —dijo Hunch—. Sólo quería suponer que tenía esa noche libre, eso dice Lord Shoreham. —Bien, si Shoreham dice que Fenton se suponía que debía estar trabajando esa noche, probablemente estaba en lo cierto —dijo Mairelon—. No sé por qué inventa estas cosas, pero no ha estado equivocado desde hace cinco años. ¿Qué ha estado haciendo Fenton desde su huida de St. Clair? —Perdiendo el tiempo aquí y allá. Hizo unos pocos trabajos para algunos de sus ladrones de casa, pero no tenía ningún trabajo honesto hasta hace seis semanas, cuando él aumentó y fue contratado en la casa de Meredith. —Seis semanas —dijo Mairelon, frunciendo el ceño—. El tiempo suficiente para él como para descubrir acerca de la fuente y notificar a St. Clair, si eso es por lo que él estaba aquí. Pero si St. Clair lo dejo ir… —¿No pudo haber sido un engaño? —dijo Kim—. Que Lord St. Clair, él suena como un hombre avispado; tal vez no quería ningún lazo con un granjero como Fenton. Si ambos agarraron la cosa plateada de la que siempre estás pendiente, entonces… Mairelon sacudió su cabeza. —No, no, no puedo creer que St. Clair estuviera involucrado en el robo original. Él tendría que haber perdido completamente todo sentido del honor. —¿Y yo supongo que él no era el Capitán Sharp si todo lo que hizo fue entregarte a los alguaciles? —dijo Kim desdeñosamente. —No es lo mismo —dijo Mairelon. —No veo por qué no —Kim le dijo a él—. De todas maneras, los lords no son diferentes de las otras personas. Si ellos quieren algo lo suficientemente fuerte, intentarán obtenerlo de todos modos en los que puedan, y no les importará el bien y el mal de ello. 160

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—Qué filosofía remarcablemente cínica para encontrar en alguien tan joven —dijo Mairelon, mirando hacia Kim. Kim se encogió de hombros, sólo medio entendiendo. —No soy tan joven; estoy alcanzando los diecisiete, creo. Y no entiendo qué tiene que ver mi edad con cómo son las personas. Los músculos en la mandíbula de Mairelon se tensaron, y por un momento se veía totalmente enojado. Luego él dijo gentilmente: —No es un cosa el cómo son las personas, Kim; tiene que ver con lo que deben ser. Discutiremos eso en algún otro momento, quizás. Aunque aún no creo que St. Clair tenga algo que ver con el robo, si solamente porque él podía haber mantenido el Conjunto de la Fuente para el mismo en vez de dividirlo y venderlo. Él había tenido sus ojos en el por años; no lo podría haber renunciado a él fácilmente. —Oh —dijo Kim, decepcionada—. ¿Entonces aún no sabemos quién lo robó? —No te veas tan decaída —dijo Mairelon—. Lo descubriremos eventualmente. Mientras tanto, tenemos otras pequeñas cosas de las cuales encargarnos. —¿Qué cosas? —preguntó Hunch, entrecerrando los ojos sospechosamente hacia su maestro. —St. Clair se está hospedando en Bramingham Place —dijo Mairelon—. También lo está Renèe D‟Auber. Y evidentemente no es ningún secreto que la Fuente de Saltash, o mejor, una copia extraordinariamente buena, estuvieran en la posesión de Henry Bramingham hasta la noche antes de la última. Dudo mucho que todo sea simplemente coincidencia. —¿Entonces? —Entonces quiero saber cómo la información secreta de Shoreham del paradero de la Fuente de Saltash fue manipulada para alcanzar a tanta gente en tan poco tiempo —dijo Mairelon—. También, estoy preocupado acerca de Renèe. Se supone que debería de encontrarme con ella en la colina druida hace más de una hora y media, pero ella nunca llegó. Voy al Palacio de Bramingham para ver si puedo descubrir el porqué. —Pensé que no querías que el Lord St. Clair te viera —objetó Kim—. ¿No es esa la razón por la cual me mandaste ayer ahí? —Lo es, que es la razón por la cual vendrás conmigo. No discutas, Hunch; tú has tenido un largo viaje y necesitas descansar. Mantén la escopeta de mano en caso de que los compañeros de Stower se presenten de nuevo. Colocaré encantos protectores cuando regresemos.

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—Ahora, ven aquí, ¡Maestro Richard! —dijo Hunch—. No va a llevarse a esa chica con usted, no si yo tengo algo que decir acerca de ello. Lo más probable es que, ella esté trabajando para ese Sr. Laverham. Kim frunció el ceño furiosamente hacia Hunch para esconder una repentina, fuerte inclinación hacia llorar. Las acusaciones de Stower no habían pasado desapercibidas, después de todo, y ella no tenía ninguna manera de probar que él estaba equivocado. — ¡No lo soy! —dijo ella, pero tenía una pequeña esperanza de ser entendida. —Realmente, Hunch. —El tono de Mairelon era suave, pero Hunch se quedó rígido y retrocedió, viendo a su maestro con cautela—. Tú te olvidas —Mairelon siguió—, que interrogué a Kim por mí mismo, con la fuente de Saltash para obligarla a que fuera sincera. ¿O recuerdas eso, y dudas de mi habilidad? —Lo he olvidado —dijo Hunch, claramente disgustado—. Pero… —No —dijo Mairelon en el mismo tono suave—. Sin peros. Con hechizo o sin hechizo, Kim se ha ganado el derecho de ser confiable. Le debes una disculpa. —No, él no me debe nada —dijo Kim precipitadamente. Hunch la miró con sorpresa, y ella se apresuró a continuar—: He olvidado acerca de ese hechizo yo misma. Pensé que de seguro tú habías llevado la charla sobre Stower para la verdad. Así que él no me debe nada. —No —dijo Mairelon. —¿Qué? —dijo Kim, momentáneamente en el mar. —Hunch no te debe nada. Lo dejaremos así. Hunch asintió, aun teniendo una débil expresión de sorpresa. Mairelon miró hacia Kim y añadió en un tono severo—: Lo has estado haciendo bien con tus lecciones, pero tiendes a recurrir a las frases cánticas y a una pobre gramática cuando te pones emocionada por algo. Trata de ser más cuidadosa. Kim reprimió el deseo de reírse en alivio. Ella se sintió totalmente mareada y no confió en sí misma para decir cualquier cosa, así que simplemente asintió. —Bien. Nos estaremos yendo, entonces. —Mairelon se detuvo y miró hacia Hunch, quien estaba masticando su bigote, pero sabiamente se abstuvo de hacer comentarios. Mairelon sonrió—. Enviaré a Kim de vuelta si te necesito para cualquier cosa, pero dudo de que lo haga. Y quizás es mejor que empaques mientras no estamos; tal vez queramos mover el vagón en caso de que a Stower se le meta por la cabeza el regresar con un amigo o dos. Asumiendo, por supuesto, que él tenga un amigo o dos. No te olvides de la escopeta. 162

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—No lo hare —dijo Hunch—. Y no te olvides de observar lo que hay ahí con Stower, también. El tal vez los siga en vez de venir para aquí. Mairelon asintió y le hizo señas a Kim. Con un poco de cautela, él abrió la puerta del vagón, pero no había señal de Jack Stower. —Vamos —Mairelon le dijo a Kim, y se quedó mirando con fuerza por el camino. Kim se quedó mirando después de él por un momento, dándose cuenta de repente de que se había permitido a sí misma pasar otras dos horas de caminata hacia Bramingham Place ida y vuelta. Maldiciéndose mentalmente, ella corrió para alcanzarlo.

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Capítulo 19 Traducido por masi Corregido por majo2340

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l paseo hacia Bramingham Place era tan largo como Kim recordaba. Para empeorar las cosas, Mairelon decidió que Kim necesitaba más práctica con sus clases de expresión y la ejercitó sin piedad mientras iban a lo largo del camino. Él sólo se detenía cuando un jinete se aproximaba o un carro distraía su atención, pero como sólo vieron tres durante todo el trayecto, eso no le dio a Kim mucho respiro. Al final de los terrenos señoriales, Mairelon giró bajando por una vereda lateral y estrecha a lo largo de un seto alto. Kim siguió, aliviada del final de las lecciones e igualmente contenta de que ella no tuviera que enfrentarse a la larga caminata del camino normal. Todas esas hileras de árboles y arbustos cuidadosamente colocados la hacían sentir incómoda. —Debería haber un hueco por aquí en alguna parte —murmuró Mairelon unos minutos más tarde—. No creía que estuviera tan lejos. —Tal vez lo han tapado después de que estuvieras aquí —dijo Kim. Mairelon la miró, después miró al seto. —Sabes, creo que puedes estar en lo cierto. Bueno, sólo tendremos que abrirnos paso por medio de uno, entonces. —¿No podríamos dar un desvío? —Preguntó Kim sin mucha esperanza. Cuando Mairelon tenía una idea, era tan obstinado como un cochero queriendo cobrar el precio total por adelantado—. Este no es el camino por el que vinimos la otra noche. —No está oscuro ahora, tampoco —señaló Mairelon—. A menos que Bramingham haya vuelto a plantar todos los terrenos desde que estuve aquí por última vez, hay un bosque en este lado que vemos desde la casa. Por el otro camino, hay una vista desde el Jardín Sur. Nosotros lo habíamos visto una vez. —Correcto —dijo Kim con tristeza—. ¿Qué planeas hacer cuando lleguemos a la casa? —Lo decidiré cuando lleguemos allí —dijo Mairelon—. Creo que los arbustos son más finos aquí, sígueme; y vigila tu cabeza. 164

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Con considerable dificultad y más que unos cuantos rasguños, se abrieron paso a través del espacio estrecho entre los setos. Cuando salieron en el pequeño bosque del otro lado, la ropa de Mairelon estaba cubierta de hojas y ramitas, había varios enganchones en la superficie suave de su chaqueta y una manga lucía una mancha larga de barro que terminaba en un pequeño desgarro. A Kim le había ido un poco mejor, pero ella no estaba ataviada con ropas de la alta burguesía. —Hunch no va a estar feliz cuando vea lo que has hecho con su ropa —dijo Kim. —¿Piensas eso? —dijo Mairelon. Se sacudió las hojas y las ramitas de sus hombros, haciendo caso omiso de las enganchadas en su pelo, y estudió su manga salpicada de barro. —Es un poco extremo, supongo. Bueno, no hay nada que pueda hacer ahora. Creo que la casa es… El eco de un disparo, desde algún lugar cercano, interrumpió a Mairelon en mitad de la frase. Su cabeza dio media vuelta y abrió por completo sus ojos. —Era una pistola — dijo, y se echó a correr en la dirección del ruido. Kim reprimió un grito de espanto y corrió tras él, mientras su mente enumeraba una lista de razones muy claras por las que esto era intensamente absurdo. Los disparos eran algo de lo que tenías que alejarte, no acercarte. Alguien más podría haber escuchado y haberse despertado en la casa. Ellos pensarían en cazadores furtivos. Debería aprovecharlo mientras tuviera la oportunidad. La lista terminó repentinamente, mientras ella salía de los bosques hacia uno de los paseos, de los árboles alineados que tan poco le gustaban. Mairelon estaba varios pasos por delante de ella, reduciendo la velocidad, deteniéndose al lado de una figura anónima que llevaba puesto un abrigo azul oscuro y que yacía en el suelo en el límite del bosque. Mientras Kim se deslizaba hasta detenerse junto a él, alcanzó a ver a alguien corriendo a través de los árboles. La distancia era demasiado grande para que ella consiguiera más que una vaga impresión de una forma oscura, pero a Kim no le importaba. Lo que importaba era que él iba en la dirección correcta: alejándose. Mairelon se apoyó sobre una rodilla y puso la mano bajo el cuello de la chaqueta azul con una sola mano. —Está muerto —dijo. Se movió y se inclinó para agarrar los hombros del cadáver y darle la vuelta gentilmente. —¡Fenton! —dijo Kim. Ella se sentía muy extraña, mirando a los ojos vacíos e incautos, y el rostro holgado. Ella había visto a hombres muertos antes, e incluso atracó a unos cuantos, pero un cadáver reciente en un callejón oscuro de Londres envuelto en niebla amarilla, era de alguna manera muy diferente de la misma vista en el verde y tranquilo campo. 165

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—¡Vuelve, Kim! —dijo Mairelon bruscamente, como si acabara de darse cuenta de su presencia y no fuera, en absoluto, un placer que se encontrará de pie junto a él. Nada dispuesta, Kim retrocedió unos cuantos pasos y miró a su alrededor. Una gran bolsa de lona estaba tendida en el suelo a unos pocos metros. Ella la miró con una sensación de desmoronamiento, luego se acercó y la recogió. Era mucho más pesada de lo que esperaba, y frunció el ceño mientras estiraba de las cuerdas. Si no era otra fuente, ¿qué era? Consiguió abrirla por fin, miró dentro, e hizo un ruido estrangulado. —¿Qué es eso? —preguntó Mairelon, mirando hacia arriba—. ¿Otra fuente? —No —dijo Kim—. Son dos. —¿Dos? —Mairelon se puso de pie y se acercó a ella. Él cogió la bolsa y metió la mano izquierda en el interior durante un momento, después negó con la cabeza. —Y ambas falsas. Bueno, al menos ahora sabemos quién fue el responsable de hacerlas. —¿Lo hacemos? —dijo Kim. —Bueno, casi. Tiene que haber sido Fenton o el hombre que le disparó —dijo Mairelon—. Uno de ellos trajo la bolsa aquí, y ¿quién tendría dos fuentes falsas, excepto al hombre que las ha estado haciendo? —Tú —puntualizó Kim—. O lo hiciste hasta ahora. Ahora tienes cuatro. —Sí, bueno, eso es diferente. Hemos estado recolectándolas, no fabricándolas. —¿Por qué no iba a hacer Fenton eso también? Mairelon suspiró. —Es cierto. No parece probable, pero es posible. —Se quedó mirando hacia los árboles durante un momento y luego sacudió su cabeza de nuevo—. No hay remedio. Tendré que enviarte de regreso para traer a Hutch. —¿Qué? ¡No! ¡No me voy a ir! —Kim apenas se contuvo de gritar. ¿Para dejar a Mairelon solo durante más de una hora con un cadáver y un asesino, probablemente, acechando en el bosque? ¿Irse sin tener ni idea de lo que Fenton había estado haciendo, o lo que Mairelon iba a hacer a continuación? ¿Irse ahora, y curiosear el relato de Mairelon más tarde? —Me temo que debes hacerlo —dijo Mairelon—. En caso de que lo hayas olvidado, hay un hombre por ahí con una pistola. Una vez que haya tenido tiempo de recargar, probablemente recobrará su valor, y cuando lo haga me gustaría tener a Hutch —y la escopeta— a mano. 166

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—Entonces lo mejor es que vayas tú mismo al carro —aconsejó Kim—. No le llevará una hora el recargar, y me llevaría mucho tiempo el camino de regreso. —Es verdad —admitió Mairelon. Frunció el ceño, mirando hacia la bolsa—. No me gusta dejar cadáveres abandonados, pero tampoco puedo dirigirme hacia la puerta de Bramingham Place y explicar lo que pasó, ¿verdad? Kim lo miró, sorprendida de que incluso considerara un movimiento tan tonto. —¿Con los Corredores detrás de ti? ¡No es difícil! —Sí, está eso, también —dijo Mairelon distraídamente. Él todavía estaba con el ceño fruncido—. Bueno, acabaremos aquí primero, y luego decidiremos. —Él extendió el saco de lona de nuevo hacia Kim—. Sujeta esto. Sintiéndose un poco desconcertada, Kim tomó el saco y vio como Mairelon se giraba hacia el cadáver de Fenton. Su asombro aumentó cuando Mairelon comenzó a buscar entre los bolsillos de Fenton con el profesionalismo enérgico de carterista de Londres. Hizo caso omiso del pañuelo de Fenton, sacudiendo su cabeza sobre una tabaquera de oro y un par de guantes de apariencia cara ocultos en el interior del chaleco de Fenton, y frunció el ceño ante la nota que encontró en la chaqueta. Entonces, la confusión de Kim fue completa, cuando él comenzó a dar palmaditas en los laterales de Fenton y tirando de los dobladillos de su ropa. —¿Por qué estás haciendo eso? —preguntó Kim al final. —Estoy comprobando el ¡aah! —Mairelon se detuvo y tomó una navaja de su bolsillo. Con cuidado, hizo un corte a lo largo de la costura izquierda del chaleco de Fenton, un momento después, sacó un papel doblado del interior del forro. —Bien, bien —dijo Mairelon, agitando la nota abierta—. ¿Qué tenemos aquí? —¿Cómo voy a saberlo? —dijo Kim—. ¿Cómo sabías que tenías que buscarlo allí, de todos modos? —Es un truco que el Frenchies utilizaba en ciertas ocasiones cuando tenía algo importante que enviar —dijo Mairelon. —Si se trata de eso, es un truco que he utilizado yo misma un par de veces… —Bueno, bueno… —Bueno, ¿y qué? —Dijo Kim enfadada—. ¿Qué dice? —A menos que alguien averigüe esto y llegue antes que nosotros, lo cual parece poco probable, creo que hemos descubierto la localización de la Fuente Saltash al fin —dijo 167

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Mairelon con gran satisfacción. Él volvió a doblar la nota y la metió en un bolsillo interior, después se levantó, sacudiéndose las manos. —¿Quieres decir que él realmente estaba haciendo esas falsificaciones? —preguntó Kim, sintiéndose un poco disgustada. —Probablemente, pero eso ya no importa mucho. Lo importante es que Fenton sabía dónde está la fuente verdadera, y ahora nosotros lo hacemos, también. —Entonces, ¿podemos irnos? —No todavía, mi querida —dijo una voz nueva—. En particular, si la declaración más reciente de tu amigo es cierta. Tengo un gran interés en la Fuente Saltash, como verás. Kim se dio la vuelta y sintió que la sangre se drenaba de su rostro. —¡Dan Laverham! —dijo. Dan estaba de pie junto a uno de los árboles altos y de corteza gris que se alineaban en el camino. Tenía una pistola de mango perlado en cada mano, y junto a él estaba Jack Stower, igualmente armado. Los ojos de Jack estaban fijos, con cautela, en Mairelon, y mientras Laverham entraba en el camino dijo: —¡Tenga cuidado, Señor Laverham! Ese es el creador de ranas sobre el que te hablé. —Realmente. —Dan sonrió—. ¿Richard Merrill, supongo? —Él mismo —dijo Mairelon, inclinando la cabeza—. ¿Puedo preguntar cómo lo has adivinado? —Oh, vamos ya. No hay muchos magos de primera clase que estarían persiguiendo el Conjunto Saltash. Eres demasiado educado para ser uno de los Hijos de lo que sea, y yo estoy... familiarizado con el aspecto del Señor St. Clair. ¿Quién más podrías ser? —Estás, extraordinariamente, bien informado —observó Mairelon. —Es necesario, en mi negocio —replicó Dan—. No intentes ningún hechizo, por cierto. Después de que Jack me contara su pequeña historia, preparé algunas probabilidades y extremos, especialmente para tener cuidado de ese tipo de esfuerzo improvisado. No tendrías ninguna posibilidad. —Le dirigió a Mairelon una larga y evaluadora mirada, que hizo que Kim se sintiera fría por dentro, y luego dijo en tono muy distinto—: Muévete del lado de Kim. Sin ningún comentario, Mairelon lo hizo. Dan Laverham dio dos pasos hacia delante y bajó la mirada hacia el cuerpo.

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—James Fenton. Querido mío, qué horror. Y justo cuando pensaba que finalmente iba a ser de alguna utilidad para mí, después de todo. Bueno, no se puede evitar. Por cierto, ¿por qué lo mataste? —Yo no fui —dijo Mairelon. —Qué interesante —dijo Dan—. Jack, ve a buscar la bolsa de Kim, sé un buen socio, y ve lo que hay dentro. —Entonces creo que será mejor que nos vayamos. No puedes depender de los aficionados para hacer lo más sensato, quien fuera que disparara a Fenton podría decidir volver y dispararnos a uno o a ambos, y eso nunca funcionaría. Suponiendo, por supuesto, que el Sr. Merrill nos está diciendo la verdad. Jack guardó una de sus pistolas en el cinturón y se pavoneó hacia Kim. En silencio ella le entregó la bolsa. Si ella no hubiera estado tan asustada, habría disfrutado de la manera en que su expresión cambió cuando abrió la bolsa y vio lo que había dentro. —¡He aquí dos brujos tramposos, Sr. Laverham! —Dijo Stower—. ¡Que el creador de ranas lo ha hecho y duplicó la fuente! —Tráelo aquí —ordenó Dan. Stower lo hizo, mirando a Mairelon con nerviosismo todo el tiempo, como si pensara que el mago pudiera crear gemelos de sí mismo si no fuera observado cuidadosamente. Dan palpó el interior por un momento, tal y como hizo Mairelon, luego sacudió la cabeza. —Son falsificaciones. Fenton tenía probablemente la esperanza de hacer pasar una de ellas como el objeto real. Déjalas. Stower miró boquiabierto a Dan, con incredulidad. —¿Dejarlas? Pero son de plata. —Dije, déjalas —dijo Dan bruscamente—. No necesito más complicaciones. Este —dio un ocasional puntapié al cuerpo de Fenton— es más que suficiente. La bolsa de lona cayó al suelo con un ruido sordo y un estrépito. —Muy bien —dijo Dan—. Ahora, arrastra un poco a nuestro difunto amigo de nuevo en el bosque, donde no será tan probable que sea encontrado. No quiero que lo encuentren hasta que vayamos de camino de regreso a Londres. —Veo que estás familiarizado con el difunto señor Fenton —dijo Mairelon mientras Jack Stower, miraba con el ceño fruncido, cumpliendo con las órdenes de Dan. —James fue, al menos, uno de mis hombres de confianza —dijo Dan—. Estaba claramente deseando deshacerme de él yo mismo. Si me hubiera dado cuenta de que estaba llevando a cabo tareas por encima de su posición, lo habría hecho mucho antes de esto. —Le dirigió a la bolsa de lona una mirada de desaprobación. 169

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—Entonces, ¡Fenton fue el que hizo todas las falsificaciones! —dijo Kim antes de poder detenerse. —¿Todas las falsificaciones? ¿Quieres decir que hay otras además de estas? —Dan le dirigió a la bolsa una mirada que debería haber hecho que se convirtiera en polvo en el acto—. Increíble, pero era ambicioso. O tal vez codicioso es la palabra adecuada; dadas las circunstancias, es difícil estar seguro. Fue James, eso está claro. Su hermano mayor es un orfebre. —“La oveja negra” de la familia, ellos son en su mayoría comerciantes respetables — murmuró Mairelon—. Debería haber preguntado a Hunch los detalles adicionales. —Hablando de fuentes, creo que es hora de que me digas donde está la verdadera —dijo Dan alegremente—. Es por lo que vine, después de todo. —Me temo que tu Señor Fenton no lo dijo —dijo Mairelon con una cortesía similar. —No me importa si él te dijo dónde lo puso o simplemente gesticuló tan locuazmente que el conocimiento surgió en tu mente espontáneamente —dijo Dan con sequedad—. Quiero saber la ubicación de la Fuente Saltash. Estoy seguro de que no necesitas una lista de las varias cosas dolorosas que podría hacer a tu joven compañera para hacerte hablar. —Bastante claro —dijo Mairelon en el tono suave que utilizaba sólo cuando estaba particularmente molesto. Kim miró con aprensión a Dan, pero él parecía ajeno a la reacción de Mairelon, y ella se dio cuenta con una sensación de choque que Dan no conocía a Mairelon en absoluto. Ella estaba tan acostumbrada a dar por sentado que Dan Laverham conocía a todo el mundo y todo lo demás mejor de lo que ella lo hacía, que apenas oyó que Mairelon seguía hablando: —Está en algún lugar del albergue druida. Me temo que no fue más específico que eso, pero una pequeña búsqueda debería desenterrarlo sin demasiada dificultad. El lugar no es muy grande. —Muy bien —dijo Dan—. ¡Jack! Deja eso y ven. —Él hizo un gesto con una de sus pistolas—. Ese camino, hacia delante—. Ese camino, Sr. Merrill, y no demasiado rápido. Síguelo un poco de cerca, Kim. —¿Qué quieres de ellos? —Exigió Jack, saliendo de los bosques con una expresión agria—. Dispárales y tíralos en la otra ensenada. —Tú no tienes imaginación —respondió Dan—. Pon la bolsa fuera de la vista y reúnete con nosotros en el carro. Y no te entretengas, no voy a esperarte. A medida que se pusieron en marcha por el camino, en la dirección que Dan había indicado, Kim miró hacia atrás y vio como Jack lo miraba ferozmente. Después se 170

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agachó y agarró el extremo abierto de la bolsa, y con un tirón fuerte lo envió volando entre los árboles antes de que corriera para ponerse al ritmo con Laverham.

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Capítulo 20 Traducido por KaThErIn y **Liseth_Johanna18** Corregido por Majo2340.

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an Leverham los dirigió bajo la avenida arbolada y a lo largo de un camino en forma de herradura hacia una puerta de madera en el cerco de los setos.

Kim, recordando lo difícil que había sido llegar a través del cerco, dio a Mairelon una mirada de reproche mientras Stower abrió la puerta y los saludó con la mano de un lado a otro. Mairelon no parecía darse cuenta, él estaba estudiando a Stower de una manera que hacía a Kim ponerse más nerviosa. Después de todo, Dan todavía estaba detrás de ellos con un par de pistolas. Para alivio de ella, Mairelon no hizo nada para molestar a Dan, y llegaron al camino, con no más que unas pocas oscuras miradas de Jack Stower. Un carro cerrado esperaba cerca de la carretera, el asiento del conductor ocupado por una figura envuelta en una capa raída, mal ajustada que —al ojo experimentado de Kim—, tenía el aura indefinible de las callejuelas de Londres. Los caballos, estaban masticando manojos de hierba plácidamente, y Mairelon les dio la misma larga y considerable mirada que le había dado recién a Jack. —¡Ben! —gritó Dan mientras entraba por la puerta—. Tenemos otra parada o dos para hacer. El Sr Merrill te dará la dirección. Mairelon miró por encima de su hombro hacia Dan. Este sonrió muy suavemente y levantó una de sus pistolas en fracción de un segundo. —Ellos serán claros y sin ningún tipo de intención engañosa. ¿Verdad, Sr Merrill? —Por supuesto. —Mairelon inclinó su cabeza, luego se volvió y se adelantó para hablar con el cochero. Dan mantuvo sus ojos —y su pistola— fijos sobre ellos mientras agitaba el brazo a Jack adelante con su otra mano. —Creo manejarías mejor con Ben —le dijo Dan. —Pon las armas bajo tu abrigo, no queremos llamar la atención. 172

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—No vas a viajar allí con dos de ¡ellos! —Protestó Jack—. ¿Y si ellos saltan por encima de ti? —Tienes un punto —dijo Dan, sin mostrar signos de preocupación—. Ten la bondad de sostener tu pistola sobre Sr. Merril mientras veo que no lo hagan. Jack asintió con fuerza innecesaria. Dio un paso adelante y apuntó ambas de sus pistolas hacia el estómago de Mairelon. Dan lo miro, asintió, y se volvió hacia Kim. —Confió en que no tratarás de hacer nada tonto en los siguientes minutos —dijo él—. Tendría consecuencias sumamente desagradables. Kim no confiaba en su voz, así que asintió. Dan sonrió fríamente y colocó su pistola sobre el escalón del carro. —Esto tomará solo un momento —dijo él, poniendo su mano en su bolsillo. La retiró casi inmediatamente, y cuando desenrolló sus dedos, Kim vio dos esferas descansando sobre su palma. Era una esfera de plata, cubierta con pequeñas viñas y frutas, que podrían caber cómodamente en el círculo del pulgar y el índice de Kim. La otra era una pequeña, de cristal biselado del tamaño de la uña del dedo pulgar. Detrás de ella, Kim escuchó una inhalación brusca de Mairelon. Dan miró más allá de ella y dijo. —Veo que reconoce estas, Sr Merril. Espero que signifique que será lo suficientemente sensible para no interferir. Las piezas de Saltash, son bastante temperamentales para trabajar con ellas cuando no están juntas. Sin esperar una respuesta, Dan estiró la mano hacia Kim y comenzó a murmurar palabras duras, cristalinas. Flotaban en el aire, girando debajo y alrededor del uno al otro como las calles de Londres, construyendo una intangible red entre Kim y Dan. Kim sintió un escalofrío y dio un involuntario paso hacia atrás. Dan Laverham levantó su mano izquierda e hizo un complicado gesto, su voz se elevaba mientras lo hacía. La red invisible de palabras se arremolinaba y barría hacia adelante, colocándose alrededor de Kim. Ella se quedó paralizada esperando que hiciera lo que lo que sea que pretendiera hacer. Dan hizo un gesto de nuevo, imperativo, y gritó una frase final. Las dos esferas empezaron a brillar con una clara, luz de plata. Kim sintió las palabras tan afiladas como bordes de una navaja acercarse, pero el aire entre ella y el hechizo estaba lleno de fuerza, dulce, aroma humeante, y la red de magia no podía tocarla. Ella se tambaleó, mareada con alivio, y el hechizo se balanceó con ella, manteniendo una fracción de distancia. 173

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—Ahí —dijo Dan. Parecía sin aliento, como si hubiera estado corriendo, pero habló en un tono de gran satisfacción. Tomó las dos esferas todavía resplandeciendo, metiéndolas en su bolsillo y se inclinó para recoger su pistola. —Una demostración interesante —dijo Mairelon con una fría voz desde atrás del hombro de Kim—. ¿Pero qué se supone que logre? —¡Ay pensé que serías capaz de descifrarlo por ti mismo! —respondió Dan, enderezándose—. Incluso bajo estas condiciones reconocidamente adversas. —Tú tienes una alta opinión de mí —respondió Mairelon—. Reconocí parte de eso, pero nunca había visto nada exactamente igual. Tu adaptaste los hechizos de Saltash para hacer algo más, ¿no? —¡Cierra el pico! — gruñó Jack Stower, gesticulando con sus pistolas. —Ahora, no te dejes llevar, mi querido —dijo Dan a Jack—. Después de todo, él está totalmente en lo cierto. —Dan se volvió hacia Mairelon—. Es un hechizo de control, o más bien, uno de menor proporción, una reelaboración de una porción de control de los hechizos de Saltash. Por lo tanto tiene los mismos límites que el original, un fastidio que espero corregir una vez que tenga todo el conjunto para estudiarlo. —¿Los mismo límites como los hechizos de Saltash? —Mairelon miró de Kim a Dany movió su cabeza—. Eso no puede ser muy conveniente. Sólo una persona a la vez, sólo un uso por persona, tiempo límite. ¿Cuál es el tiempo límite sobre el control de tu hechizo, por cierto? Conozco cuánto tiempo es para los hechizos de Saltash. —Dos horas —respondió Dan —. Lo suficiente para mí, para recuperar la Fuente y el Cofre de Salvash, y estar bien en mi camino de vuelta a Londres. Siempre que, por supuesto, nosotros no gastemos más tiempo. Kim parpadeó, dándose cuenta de que esta última orden se dirigió hacia ella. No sintió ninguna obligación particular para seguir las órdenes de Dan, a pesar que ella todavía podía sentir su hechizo revoloteando alrededor de ella. Miró a Dan por un momento, su mente dando vueltas, y de repente las piezas se reunieron. Dan había adaptado los hechizos en un hechizo de control, pero su hechizo todavía tenía los mismos defectos que los hechizos de Saltash. Sólo funcionaba una vez en cualquier persona en particular. Hace más de una semana atrás, en su primera noche fuera de Londres, Mairelon había lanzado el verdadero hechizo de Saltash sobre Kim para averiguar qué laica era ella. ¡Eso era el por qué el control de Dan no podía tocarla! Había, sin embargo, dos pistolas señalando a Mairelon aún, y él y Kim eran superados en número tres a dos, contando al tranquilo cochero. 174

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Evidentemente sería mucho mejor seguir las instrucciones de Dan por un tiempo. En cuanto él pensara que su hechizo estaba funcionando, no pondría mucha atención a Kim, y ella podría tener la oportunidad de escapar por la barrera y traer a Hunch. Kim tomó una profunda respiración y se metió en el carro. —Tú sigues Sr. Merril —dijo Dan—. Siéntate ahí, al lado de Kim. Bien. Dan se metió después de Mairelon y se instaló en el asiento enfrente de él. Señaló sus pistolas a Mairelon, luego gritó por la ventana. —Sube a la caja con Ben, Jack. Mantén tus pistolas a mano pero trata de que nadie las vea. No queremos llamar la atención, recuerda. Jack dijo algo a Kim que no podía escuchar, y Dan frunció el ceño. —Tonterías. No te entretengas, querido. No tengo tiempo que perder. Hubo una maldición ahogada, seguida por una variedad de golpes mientras Jack subía a sentarse con el cochero. Un momento después, el vagón se sacudió y se puso en marcha. —No es un muy buen conductor, tu hombre Ben —comentó Mirelon—. ¿Lo sacaste del sentimentalismo o economía? —Ninguno —dijo Dan con un buen humor impar—. Él tiene otros talentos aparte de conducir, que pensé que podría encontrar útiles. Hubo un tono malo en la voz de Dan que hizo a Kim temblar. Ella era muy consciente de las desagradables maneras que un hombre podría encontrar para sobrevivir en las colonias Londinenses; Jack Stower era el Arzobispo de Canterbury en comparación con algunos. Ella no sabía nada del conductor, pero sabía lo suficiente de Dan para estar segura de que no quería aprender. Cualquier persona que hablaba en esos tonos era de seguro un feo cliente. Dan, o no veía el estremecimiento de Kim, o lo atribuía al movimiento del carruaje. Mairelon le lanzó una mirada vacilante, luego devolvió su atención a Dan como si no hubiese notado nada. Un momento después, sin embargo, el carruaje se sacudió mientras cambiaba de posición, y cayó de costado contra el hombro de Kim. —No te preocupes —susurró en su oído, sus labios apenas moviéndose—. Lo lamento, Kim —agregó en un tono más alto mientras se enderezaba y asumía su lugar en el asiento. Kim se olvidó de sus preocupaciones el tiempo suficiente para mirarlo. —No te preocupes —era probablemente su idea de un mensaje tranquilizador, pero él no podía haber elegido una cosa más ridícula para decir que si lo hubiese pensando 175

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desde el día en que se conocieron. No te preocupes, ¿con Dan Laverham apuntándoles con una pistola, Jack Stower en el palco con un arma de su propiedad, un hombre muerto en el bosque detrás de ellos, y ni la más mínima esperanza de salir de ese lío, que ella pudiera ver? “No te preocupes”, ¿cuándo Dan estaba a punto de poner sus manos en el Plato Sagrado que todos los pillos y la mitad de la nobleza a millas de distancia estaban buscando? ¿Acaso la tomaba por una Bedlamite, o es que no se le había ocurrido que cualquier persona razonable se preocuparía en una situación como esta? —Creo que deberías quedarte firmemente sentado desde ahora —le dijo Dan a Mairelon—. Sería desafortunado, no crees, que te tropezaras conmigo de esa forma y mi pistola se accionara. —Desafortunado es, ciertamente el término para ello —estuvo de acuerdo Mairelon—. Ya sabes, mientras tengamos tiempo para una charla, me estaba preguntando si me dirías un poco más sobre ese hechizo de control tuyo. Es terriblemente interesante. ¿No crees que es terriblemente interesante, Kim? —Pocas veces he escuchado un comentario tan falto de tacto —dijo Dan. —¿Qué? —Mairelon parpadeó, luego miró de Dan a Kim por un momento y regresó a Dan. —Oh, sí, ya veo lo que dices. Pero aun así. Hubo un fuerte disparo desde fuera de la ventana y el vagón dio un repentino salto. Por un momento, Kim estuvo convencida de que Jack Stower le había disparado a algo o alguien; luego, escuchó una voz demasiado familiar gritando en varios tonos. — ¡Deténganse y entréguense! ¡En el nombre de las Cuatro Cosas Sagradas! —Jonathan Aberford —dijo Kim, sintiéndose aturdida—. ¡Ese imbécil! —Oh, Señor, no de nuevo —dijo Mairelon, poniendo los ojos en blanco. Las cejas de Laverham se elevaron. —¿Un atraco, en plena luz del día? ¡En una carretera que va de ninguna parte a ninguna otra parte? Parece poco probable. Jack Stower parecía compartir la misma opinión que Dan. —Está atrapado —lo oyeron gritar—. ¡El Sr. Laverham está en este coche! —¡Deténgase y entréguense! —gritó Jonathan otra vez—. ¡Tiren sus armas, o disparo! —Nos hemos detenido, nos hemos detenido —gruñó Jack—. ¿Ahora qué? —Una excelente pregunta —murmuró Mairelon—. ¿Me pregunto si él ha pensado en eso? 176

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—Si esto es algunos de sus trucos… —Dan alzó la pistola. —No es un truco —dijo Mairelon—. Es un druida. En una forma de hablar, eso es. Es inofensivo, creo, a menos que él tenga la idea de que los bandoleros siempre deben matar alguien sólo para probar que hablan enserio. Antes de que Dan pudiese responder, escucharon un grito sin palabras, el chillido de un caballo, vecinos asustados, y los sonidos de una pelea afuera. Dan se recostó y miró fuera de la ventana. Cuando devolvió la mirada hacia Mairelon, su expresión no había cambiado, pero había un aire de satisfacción en él. Un momento después, la cara de Jake apareció en la ventana. Estaba sin aliento, y había una mancha de barro en su mejilla izquierda. —Tenemos al bandolero, Sr. Laverham —jadeó Jack—. ¿Qué quiere que hagamos con él? —Mátenlo —dijo Laverham. —Correcto. —Sonrió Jack, mostrando sus marrones dientes torcidos—. ¿Ahora? Dan se giró, luego, mientras Jack se daba vuelta para irse, frunció el ceño y dijo. —No, espera. —Estaba apuntando a Mairelon con la pistola—. ¿Bastante seguro esta que es un druida?” —Bueno, pueden ver que no es el mejor bandolero —dijo Mairelon en un tono razonable—. Probablemente ni siquiera se le ocurrió traer una pistola de repuesto. —No me importa —objetó Jack—. ¡La basura intentó hacer estallar nuestra suerte! —¿Con solo una pistola? —dijo Dan—. No lo creo. En cualquier caso, si este inepto bandolero es un druida, sabrá en donde buscar el Plato una vez que lleguemos a la pensión. Lo traeremos. —Pero, Sr Laverham. —No discutas, querido, solo hazlo. —Dan estudió a Mairelon por un momento, luego sonrió desagradablemente—. Tendrás que ser atado, por supuesto —le dijo al mago. —No soy tan tonto como para dejarte libre con el carruaje que tan lleno va a estar. ¡Kim! Kim dio un salto, alarmada por la inesperada orden. —¿Qué? —Hay algo de ropa bajo el asiento. —Dan señaló con su mano izquierda—. Tómala y ata las manos de tu compañero. Y ve que hagas un buen trabajo con eso. No… 177

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La puerta del carruaje se abrió y Jack Stower empujó al desafortunado Jonathan hacia adelante, de manera que tambaleó al dar el paso. —¿En dónde lo quiere, Sr. Laverham? —preguntó Jack. —En un momento, Jack —respondió Dan—. Átalo, Kim. Recordando, de repente, que se suponía que ella estaba bajo el hechizo de control de Dan, Kim se arrodilló y buscó bajo el asiento la ropa. Se enderezó y se giró de costado para enfrentar a Mairelon. —Junta tus manos —dijo con una voz plana. Mairelon lo hizo, su mirada fija en la cara de Kim. Ella dejó caer los ojos, preguntando si Mairelon sabía que ella estaba fingiendo. Bueno, lo notaría en otro minuto. Colocó la soga alrededor de sus muñecas y jaló fuerte en beneficio de Dan, luego alimentó los extremos con el complejo patrón que Mairelon le había mostrado en su primer día fuera de Londres. Cuando terminó, miró hacia arriba. Mairelon aún estaba mirando fijamente a su cara, su expresión indescifrable. —Ahí está —dijo Kim—. No saldrá de eso sin prisa. —¿No? —dijo Mairelon. Él miro abajo finalmente y se quedó quieto mientras reconocía el nudo ciego. Alzó la cabeza y miró a Kim de nuevo y dijo deliberadamente. —Ya veo. —Kim aprendió a atar nudos en los muelles —dijo Dan, malinterpretando la reacción de Mairelon—. Ahora, Jack, traigamos al bandolero druida. Jack empujó a Jonathan de nuevo, y fue más por suerte que por planearlo que esta vez Jonathan dio un paso y entro al carruaje. Estaba sin sombrero, uno de los cabos de su abrigo estaba rasgado, y había un área enrojecida en su mejilla izquierda, que, en un día o dos, sería un golpe estupendo. Su penoso progreso se debía al calcetín que había usado como máscara. En algún momento durante su encuentro con los hombres de Dan, el calcetín se había deslizado a un lado, y los hoyos que Jonathan había hecho en el ahora estaban centrados en su nariz y en la sien derecha. Kim casi se rio en voz alta. —Esto es enteramente innecesario —dijo Jonathan con voz calmada, pero sus manos se juntaron y se elevaron para sacar el calcetín de su cabeza—. Soy Jonathan. Sólo era una apuesta, y… —Se detuvo cuando salió el calcetín y vio a los ocupantes del vagón. —Veo que no nos esperaba —dijo Dan, señalando sus pistolas imparcialmente hacia Jonathan y Mairelon—. No que eso importe. Átalo también, Kim. 178

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—¿Qué? —Jonathan miró como si no pudiese creer lo que acababa de escuchar—. ¡No lo dijo en serio! Mire, mi nombre es Aberford; si se detiene en la próxima casa, responderán por mí. No tiene que traer un magistrado a ello. —No tengo la intención de hacerlo —dijo Dan. Levantó su pistola de nuevo para enfatizar y agregó—. Sólo quédate quieto mientras Kim trabaja. —¿Qué está sucediendo aquí? —Demandó Jonathan, finalmente notando las manos atadas de Mairelon y su apariencia arrugada—. ¡Esto es un ultraje! —No más que un atraco en medio de la mañana —dijo Dan—. Difícilmente estás en una posición para criticar. ¡Jack! Mientras Jonathan farfullaba y Kim repetía su actuación con otro trozo de soga, Dan sostuvo una corta conversación con Jack a través de la puerta abierta del carruaje. De acuerdo con Jack, Jonathan había venido galopando fuera de los árboles, señalando con su pistola. Los asustados caballos del carruaje habían derrapado, enredando sus arneses y causando que el vagón diese un salto. Cuando Jonathan, con su típico espíritu solitario, había dado la espalda a los cocheros en su afán por abrir la portezuela del coche, Jack se le había lanzado encima. —No estuvo mal hecho —dijo Dan—. Sin embargo, hemos gastando suficiente tiempo aquí. Ve a ayudar a Ben con los caballos. —No soy cuidador de caballos —gruñó Jack, pero hizo como se le ordenó, y en unos pocos minutos el coche empezó a moverse de nuevo.

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Capítulo 21 Traducido por Sera y coral Corregido por ηịịị ღ

—A

hora, señor Aberford —dijo Dan, colocándose contra la pared posterior del sofá—, dime lo que pensaste que ibas a lograr con tu pequeña farsa. Y por favor, no intentes engañarme con esa pequeña mentira sobre una apuesta. ¿De qué estabas detrás en realidad? —Tenía una apuesta —repitió Jonathan obstinadamente—. Con… con Robert Choiniet. Dijo que no podría engañar sin ser reconocido. —Tenía razón —murmuró Mairelon. —Tranquilo —dijo Dan—. Me temo que no te creo, señor Aberford. Creo que estás detrás de algo más. ¿La Fuente Saltash, quizás? —¿El qué? —El desconcierto de Jonathan era sincero—. Nunca he oído hablar de eso. —Tú lo llamas el Plato Sagrado —dijo Mairelon. Jonathan tiró hacia arriba en su asiento como si alguien le hubiera clavado un alfiler, golpeándose la cabeza contra el techo del coche. —¿Qué sabes del Plato Sagrado? —No tanto como me gustaría —dijo Mairelon—. Por ejemplo, ¿cómo tú y tus druidas se apoderaron de él? ¿Y cómo es posible que no tengas la menor noción de lo que es en realidad? —Te dije que estuvieras tranquilo —dijo Dan. —Cuando la Estúpida Reina mande —murmuró Kim, su enfado con Mairelon momentáneamente sacando lo mejor de su miedo de Dan. Estaba tan curiosa como Mairelon sobre el comportamiento del druida, pero sabía lo suficiente para mantener la boca cerrada cuando alguien tenía una pistola apuntada hacia ella. Dan le dio una mirada penetrante, pero justo entonces el coche redujo la velocidad y dio una sacudida en una curva cerrada, distrayéndolo. Se inclinó hacia la acera y se asomó por la ventana. —No importa ahora. Parece que estamos llegando. 180

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—No todavía, pero pronto —dijo Mairelon—. La logia está por la parte de atrás de la colina. —No vas… No puedes… ¿Qué vas a hacer? —dijo Jonathan. —Buscar algo que… extravié hace unos años —contestó Dan—. Y tú vas a ayudar. La mandibular de Jonathan se tensó. —No. No lo haré. No dejaré que profanes nuestro lugar de encuentro. —¿Dejar? Mi chico querido, ¿cómo te propones detenerme? —dijo Dan, moviendo su pistola lo suficiente para llamar la atención de su presencia. —Sí, ¿y qué esperas que hagamos? —preguntó Mairelon a Jonathan en tono de gran interés—. O para ponerlo de otra forma, ¿qué “profanaría” un lugar donde tú y tus amigos bebéis, jugáis a los dados y tenéis relaciones con mujeres lascivas hasta casi el amanecer? Jonathan se volvió de un rojo pálido y no contestó. El coche dio sacudidas hasta pararse y Dan sacó la mano por la ventana y abrió la puerta. —Fuera —dijo. Mairelon se encogió de hombros y salió, estabilizándose torpemente con sus manos atadas. Jonathan se recostó, mostrándose rebelde. Dan suspiró. —No seas tonto, querido. Si te quedas aquí, no tienes ninguna esperanza de evitar que haga cualquier cosa atroz que crees que estoy planeando. Y te aseguro que si decides ser terco, puede que me llame la atención pensar en algo particularmente atroz. Jonathan dudó, luego se rindió. Llevando un ceño fruncido feroz, se arrastró fuera del coche. Kim empezó a seguirlo, pero Dan sacó un brazo y le cerró el paso. —Detrás de mí —dijo—. Y a partir de ahora, no vas a hacer nada ni decir nada hasta que te lo diga. ¿Lo entiendes? —Lo entiendo —dijo Kim de mal humor. —Bien. Ahora, detrás de mí. Cuando Kim llegó parpadeando a la luz, vio a Jack Stower sujetando su pistola hacia Jonathan Aberford mientras Dan tenía a Mairelon cubierto. Ella miró nostálgicamente hacia el bosque, pero no intentó correr. No había ningún refugio cerca, y Dan no se pararía tanto a considerar antes de dispararle. Incluso el fallo inesperado de su hechizo de control no le haría retardarse. Se encontraría una oportunidad mejor de birla las filas de la Reina al mediodía en las escaleras del Palacio de Buckingham de las que tendría de escaparse ahora. A regañadientes se unió a los otros. 181

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—Ben, tú nos esperas aquí —ordenó Dan—. El resto de ustedes entrarán y ayudarán a buscar la fuente. Tú primero, señor Merrill. Mairelon se acercó a la puerta de la logia. —Está cerrada. —No debería. Nosotros nunca… —Jonathan se paró y apretó los labios, como si tuviera miedo de que estuviera revelando secretos vitales a un enemigo. —No importa —dijo Dan. Movió su mano libre en una invitación dramática—. ¡Kim! Abre la puerta. Incluso más a regañadientes que antes, Kim caminó hacia delante y sacó un trozo de alambre de su bolsillo. Mientras se arrodillaba delante de la puerta de la logia, Mairelon le dio un guiño alentador. No se atrevió a responder, porque Dan estaba mirándola, pero sus manos no temblaban en absoluto mientras insertaba el alambre en el ojo de la cerradura y empezó a moverla contra los seguros. La cerradura no era nada especial, pero Kim se tomó su tiempo con ella. Después de su experiencia con el baúl mágico de Mairelon, no estaba dispuesta a correr riesgos, particularmente ya que esta logia también pertenecía a un grupo de creadores de ranas. Luego, por otra parte, no quería hacer gala de su habilidad delante de Dan. Tan sólo le daría otra razón para querer conseguir un poco más de tiempo de ella. —¿Perdiendo tu toque, querido? —dijo Dan—. Espero que no. La amenaza bajo las palabras era evidente. Kim le dio a su muñeca un giro final, preguntándose mientras lo hizo si Dan había olvidado que se suponía que ella actuaba bajo sus órdenes o si sólo le gustaba amenazar a la gente. —Está abierta —dijo, levantándose. —Bien. ¿Señor Merril? —Dan asintió hacia la puerta. Mairelon le hizo una reverencia irónica, empujó para abrir la puerta, y entró. Jack le siguió, bajo la indicación de Dan, luego Jonathan y Kim. Dan se quedó último. El interior de la logia estaba oscuro y olía a humo y vino antiguo. —¿Quién ha cerrado las contraventanas? —exigió Jonathan—. Joder, ¿nadie puede hacer nada bien? —No puedo ver… —Empezó Dan, cuando una voz desde la otra esquina de la sala lo interrumpió a media frase. —¿Jon? ¿Eres tú? Bueno, por supuesto que sí. Nadie más se molestaría tanto por una cosa tan pequeña como las contraventanas. Está bien, Marianne, sólo es Jon. —¡Freddy! —dijo una agonizante voz femenina en un susurro penetrante—. ¡Shhh!

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—Pero sólo es Jon —dijo la primera voz, y una sombría figura masculina salió de detrás de un grupo de sillones de orejas de respaldo alto. Dio un paso hacia delante, mirando a través de la penumbra, luego se detuvo y dijo con una indignación considerable—. Yo digo, Jon, ¿Quién es toda esa gente que has traído? No la cosa, chico viejo, no toda la cosa. Esta logia se supone que es privada, ya sabes. —¡Meredith! Debía haberlo imaginado —dijo Jonathan en un tono de aborrecimiento— . ¿Qué estás haciendo aquí? —Podría preguntarte lo mismo —advirtió Freddy—. No soy el que ha venido irrumpiendo a través de una puerta cerrada con un valor de personas de feria de campo —¡Se supone que esa puerta no debe estar cerrada! Los Hijos del Nuevo Amanecer deberían ser libres de venir e irse como les plazca; ¡acordamos eso al principio! —Todo esto es muy interesante —dijo Dan en una voz aburrida—, pero tengo algunas cosas que hacer aquí, y el tiempo apremia. Si tú —y tu sin duda encantadora compañía— tan sólo se unen a los otros aquí, señor Meredith, podemos empezar. —¿Quién es este? —dijo Freddy sin moverse—. ¿Algún presumido de clase baja? En serio, Jon… —¡Freddy! —El susurro femenino fue, si era posible, más agonizante que antes—. ¡Haz que se vayan! Freddy volvió su cabeza de vuelta hacia la esquina. —Lo estoy intentando, Marianne. Pero no es una cosa fácil. Jon es un tipo testarudo. Quizás lo haría si tú se lo pidieras — añadió esperanzadamente—. Es decir, hacer un favor a una señora y todo eso. Jon es un caballero, después de todo. —¡Pero no puedo! ¡Oh, no puedo! —La señora protesta demasiado —murmuró Mairelon. —No importa —dijo Dan Laverham, ignorando a Mairelon. Parecía un poco incómodo por la determinada estupidez de Freddy—. El señor Aberford no es a quien tienes que convencer. Hazlo como te digo. Freddy miró a Dan con una expresión de arrogancia educada que cambió rápidamente a la incredulidad. —¡Jonathan! Ese tipo tiene… —Paró y miró hacia atrás por encima del hombro, luego bajo la voz y continuó—, creo que ese tipo tiene una pistola. —Ciertamente la tiene —dijo Jonathan, disgustado—. Y sólo a un memo como tú le llevaría diez minutos darse cuenta.

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—Ya es suficiente de este sinsentido —dijo Dan—. Kim, encuentra algo con que atarlos, y abre las contraventanas mientras estás en ello. No podemos buscar la fuente con esta luz. Jack, pon a ese imbécil y su prostituta con el resto. —Bien —dijo Jack con una sonrisa malvada, mientras Freddy farfullaba una protesta a medias. Se deslizó entre un sofá y una mesa baja y de aspecto solida hacia la esquina a oscuras desde la cual había aparecido Freddy Kim echo hacia atrás el primer par de contraventanas, dejando a la luz grisácea polvorienta iluminar otro grupo de sillones y una mesilla repleta de cartas y fichas de madreperla. Un momento después, hubo un tembloroso grito femenino desde la esquina lejana. — ¡Una pistola! Oh, no está cargada, ¿verdad? —Sería de mucho uso de esa forma, ¿no? —se burló Jack—. Muévete. Kim miró hacia atrás mientras abría un segundo conjunto de contraventanas, y sus ojos se abrieron de sorpresa. La joven mujer angustiada y un poco despeinada de la cual estaba tirando Jack, con evidente gusto, de su lugar oculto era la agradable rubia que había estado con Lady Granleigh en el carruaje en la posada, ese primer día en Ranton Hill. Kim aporreó su cerebro y recordó el nombre de la chica: Marianne Thornley. Parpadeó mientras algunos otros trozos de información vinieron a su cabeza, y casi sonrió. ¡Así que esta era la soltera Lady Granleigh destinada a su canalla hermano! Por la apariencia de las cosas, Jasper no tendría mucha suerte, sin importar lo persuasiva que fuera su hermana. La señorita Thornley parecía tener sus propios planes. —Oh Dios —dijo Dan suavemente—. Jack, no es una prostituta, es una dama. —¡Señorita Thornley! —jadeó Jonathan—. Freddy, ¿te has vuelto loco? Con un repentino esfuerzo de fuerza, sacudió su brazo de las garras de Jack y corrió hacia Freddy, donde envolvió sus brazos alrededor de su cuello y ocultó su cabeza en su hombro, eficazmente evitando que hiciera algo incluso si hubiera querido. —¡Freddy! Oh, Freddy, ¡haz algo! —gritó Marianne. —Ahora ve lo que has hecho —le dijo Freddy con reproche a Dan. Le dio unas palmaditas en el hombro a Marianne con tranquilidad, torpe y sin sentido. —Kim, ¿dónde está la cuerda? —llamó Dan. —No hay ninguna —dijo Kim, lanzándose a abrir un tercer set de persianas. Incluso con las tres ventanas descubiertas, la habitación no estaba bien iluminada, pero al menos, ahora era posible moverse sin tropezar con un taburete o un banco. 184

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Desde donde estaba, podía incluso distinguir las coronas de flores talladas en la repisa de la chimenea, si entornaba los ojos. —Bueno, ¡encuentra algo! Y date prisa. —El temperamento de Dan se estaba crispando. —¿Estás seguro de que quieres mantenerte en esto? —preguntó Mairelon con un aire de educada preocupación—. Estás acumulando una gran cantidad de testigos, lo sabes, y estos tres… —le indicó a Jonathan, a Freddy y a la encogida Marianne con una teatral reverencia con sus aprisionadas manos—. Serán extrañados muy pronto. Marianne buscó las palabras como si fuera a decir algo, pero antes de que pudiera hablar, la puerta de atrás de Dan se abrió. —Buenos días —dijo Gregory St. Clair—. Espero no estar interrumpiendo, pero estaba cansándome de esperar. En el silencio momentáneo, St. Clair dio un paso adelante en la habitación y empujó la puerta cerrada con la cabeza de su bastón de plata. Iba vestido siempre como si estuviera por la mañana a la altura de la temperatura de Londres. Abrigo de rayas Willington, pantalones y borceguíes. Su corbata era una extensión de nieve en la ropa almidonada y sus guantes grises hicieron que los dedos de Kim se contrajeran. Ambos, Mairelon y Dan Laverham estaban mirando a St. Clair con inocultable disgusto. Jack parecía no saber si seguir apuntando con la pistola a Jonathan y Freddy, que tenían idénticas expresiones en blanco. Marianne, por otro lado, se aferró más a su escolta. —Oh, Freddy, ¡es Lord St. Clair! —dijo con tono vacilante, desconcertada. —¡Dios! —dijo Freddy relajándose—. Por un momento, pensé que era otro indeseable. —St. Clair —dijo Mairelon con voz plana—. Debería haberte esperado. —Gregory tiene la costumbre de ir dónde no es querido —dijo Dan. Habló como si estuviera respondiendo al comentario de Mairelon, pero sus ojos estaban fijos en Lord St. Clair, y su voz era fría. —Tú tienes muchos de tus propios hábito poco atractivos, Daniel, pero no los consideras —la expresión de St. Clair hizo a Kim desear rastrear detrás de uno de los sillones de orejas. Se veía exactamente como Dan en la peor parte de él y en los estados de ánimo más impredecibles. Miró alrededor del interior de la habitación. —Ésta vez parece que te has superado a ti mismo, sin embargo. —Luego añadió—: Yo esperaba a Merrill, pero ¿quiénes son todas esas personas? 185

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—¡Lord St. Claire! —gritó Marianne mientras su mirada llegaba a ella—. Debes hacer algo o matarán a todos. —Lo dudo —replicó St. Clair—. Incluso Daniel no es tan tonto. —¡Pero él quiere unirnos! —dijo Marianne dramáticamente. —Típico. —St. Clair miró a Dan—. Debería amordazarla. Empiezo a ver que sigues de pie con una pistola en lugar de estar reuniendo el conjunto Saltash. —La Fuente Sagrada no es para gente como tú —gritó Jonathan. St. Clair levantó las cejas con amable incredulidad—. Eso es, si ya la tuvieramos —agregó Jonathan con tono resentido, mirando a Freddy—. Que gracias a él, no lo hacemos. —No estás insistiendo en eso, ¿verdad? —dijo Freddy—. Grábatelo, Jonathan, ¡te dije lo que pasó! —No tenías derecho… —comenzó Jonathan con vehemencia. —Silencio —ordenó Dan sin volverse—. ¿Cómo pasaste a Ben? —preguntó St. Clair. —Empleé mis talentos con buenos resultados —respondió el Barón—. Es decir, lo puse a dormir. —Tomé precauciones contra ese tipo de cosas. —No muy buenas, al menos, no para mis estándares. Kim podía casi oír los afilados dientes de Dan. —¿Qué quieres? —demandó él. —La misma cosa que tú, más o menos —dio St. Clair—. La Vajilla. —Miró alrededor otra vez con un aire de apática decepción, y Kim esperó haber imaginado que sus ojos persistían en ella—. Había esperado que para este momento ya hubieras encontrado el resto de ella, pero no esperaba que tuvieras tata… ayuda. —Sin embargo, renuentes —dijo Mairelon, que había estado observando el intercambio con interés—. Tienes unos socios inusuales, St. Clair. —No más inusuales que los tuyos —respondió el Barón con una significativa mirada. —Pero, definitivamente, de mayor rango—disparó Mairelon a su espalda—. ¿O me equivoco al pensar que usted y el Señor Laverham se conocen bien? —Esto no está llegando a ningún lado —repuso Dan—. Jack, ponlos en la esquina y empieza a vigilar. A él no —añadió cuando Jack comenzó a ir con cautela hacia Lord St. Clair—. Voy a tratar con él yo mismo. 186

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—Lo harás, en efecto. —St. Clair sonaba aburrido y escéptico—. No de la manera en que hiciste antes, ¿espero? Me debes eso, Dan, y tengo la intención de cobrármelo. En su totalidad. —¿Te lo debo? —Por un instante, dejó ir su rabia, luego, estaba bajo control de nuevo—. No importa. Tan pronto como tenga la fuente, nos iremos. No será capaz de detenerme. —¿La fuente? —dijo St. Clair bruscamente—. ¿Eso es todo? ¿Qué hay sobre el cofre? —No tendré problemas para encontrar el cofre una vez que la fuente esté en mis manos —dijo Dan en una nueva confidencia. —¿Encontrarlo? ¿Quiere decir que no era consciente de que Merrill tenía el cofre? —St. Clair negó con la cabeza—. Y parecía tan bien informado. Laverham frunció el ceño. —¿Eso es verdad? —le demandó a Mairelon. —Sí —dijo Mairelon—. Aunque no es el tipo de cosas que uno lleva en los bolsillos, si te das cuenta. —¿Por qué no me lo dijiste antes? —dijo Laverham, con los ojos entrecerrados mientras hablaba. Mairelon se encogió de hombros. —No me lo preguntó. —Lo buscaremos cuando terminemos aquí —dijo Laverham. —Eso sería una locura —comentó St. Clair. —¿Por qué? —Merrill tiene un hombre en su carro. —Ese es el asunto del que le hablé antes, señor Laverham —repuso Jack Stower—. Él no es ningún problema. —Y aunque nadie lo estuviera esperando, es generalmente considerado… poco aconsejable el asaltar a un mago en su tierra natal —terminó St. Clair. El entusiasmo de Jack disminuyó visiblemente. Laverham miró a Lord St. Clair, sin expresión en la cara. 187

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—¿Qué sugiere? —Enviar a la chica con un mensaje —replicó St. Clair—. Ella puede decirle al hombre de Merrill que Merrill quiere traer el cofre aquí para ayudar a localizar la fuente. Él lo creerá. —No si ella es la que se lo dice —respondió Dan con una mirada de desprecio a la temblorosa Marianne—. Además, yo no confiaría en ella para mantener tu historia verdadera. —No esa chica —dijo St. Clair—. La que ha fundido el control del hechizo. Le hizo un gesto a Kim. Kim tragó saliva, mitad aterrorizada de que Dan supiera su secreto y la otra mitad esperando que aceptara la sugerencia de Lord St. Clair. Si pudiera escapar y advertir a Hunch… —Ah —dijo Dan, con un largo y lento suspiro, mirando a Kim—. Si, tal vez eso podría ser una buena idea. —Hunch no creerá a Kim —dijo Mairelon rápidamente—. Él no confía en ella. —¿No? —dijo Dan—. Kim, di la verdad. ¿Podrías hacer que el hombre de Merrill crea en ti? —Sí —dijo Kim, intentando sonar hosca y reacia—. Él creerá en mí. —Bien. —Dan le dirigió una lenta sonrisa que le dejó los huesos helados—. Vamos a discutir los otros negocios más tarde. Sabe lo que quiero decir. Mientras tanto, esperaremos aquí mientras ves… —¡No! —lloró Marianne. Todo el mundo se giró para mirarla. Ella se encogió de nuevo contra Freddy y dijo: —No podemos quedarnos más tiempo. ¡No podemos! Es casi la hora del té y la Lady Granleigh me buscará y descubrirá… —vaciló ante las miradas asombradas de quienes la rodeaban, hundió la cara contra la capa de Freddy una vez más, y sus hombros temblaron por los sollozos. —¿Descubrirá qué? —preguntó St. Clair—. ¿Qué te has ido? Vergonzoso y lamentable, sin duda, pero es demasiado tarde para hacer algo al respecto ahora. —Incluso si te vas —añadió Dan. Marianne volvió el rostro húmedo y desafiante hacia el grupo una vez más. 188

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—¡Freddy y yo nos vamos a casar! —dijo. —Oh, Dios —dijo Jonathan—. ¡Freddy, tú estúpido! ¡Tú tío te dejará sin un chelín! —No importa —dijo Freddy—. Más bien Marianne tiene una montaña de chelines. —Felicitaciones —dijo St. Clair cortésmente—. Me temo que voy a posponer tus arreglos un poco. Sin embargo, no podemos dejarla ir, ya lo sabes. —¡Pero tú debes! —lloró Marianne—. Yo… ¡Oh, tú debes! —¿Estás intentando decir que dejaste una nota para tu guardián? —preguntó Mairelon. —¡Oh! —Marianne volvió al confortable hombro de Freddy y escondió la cara contra su ya húmeda y arrugada chaqueta. Segura, oculta de los ojos hostiles, asintió con la cabeza. En el silencio que siguió, el ruido de un caballo acercándose llegó con claridad desde el exterior.

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Capítulo 22 Traducido por kuami Corregido por Marina012

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adie habló cuando el ruido de cascos se hizo más fuerte y se ralentizó a un simple paseo. —Hola, tú ahí, despierta —gritó alguien—. ¿Quién está aquí?

—Dejar dormir a Ben puede no haber sido una de sus mejores ideas —dijo Mairelon al Lord St. Clair—. Él es la clase de tipo que se despierta pronto, ¿no crees? —Él no se despertará en absoluto hasta que yo le diga —dijo Lord St. Clair. —Cállate, Merrill. —Usted se toma la libertad con mis hombres —observó Dan Laverham. —Yo sólo sigo su ejemplo —Lorf St. Clair contestó con dulzura—. Su manejo de mi anterior lacayo, James Fenton, por ejemplo, deja mucho que… —¡Austen! ¡Edward! ¡George! —La voz de afuera gritó, acercándose con cada nombre—. Afuera y alrededor, son necesarios. Jon se ha ido y ha sido tirado por esa jaca que respira fuego por esa boca suya, y… ¡Jonathan! La puerta del albergue se había abierto durante la última parte de este discurso, revelando al portavoz como Robert Choiniet. Se detuvo en seco cuando vio a Jonathan, y luego dijo en un tono más moderado: —Estoy contento de ver que no estaban heridos, pero podría haber enviado un mensaje a casa. Su madre estaba desesperada cuando su caballo se presentó sin usted. —Ella siempre esta frenética —dijo Jonathan cruelmente—. Debe saberlo bien, y usted también debería. ¿Cómo habló tan rápido pidiendo que fueran detrás de mí? —Bueno, ¿qué se supone que debo hacer? —le preguntó Robert—. Allí estaba el caballo, por la espuma, el temor de que le hubiera matado y con una silla de montar vacía. La suposición obvia era que usted había sido tirado. Todo lo que sabíamos era que usted estaba en alguna parte bajo un seto vivo con una fractura en la pierna. 190

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—Usted no me dijo que había sido sacudido, Jon —fingió Freddy con interés—. Eso le enseñará a no insultar. Ya he dicho y le he dicho a usted, que es la clase de cosa que puede pasarle a cualquiera. —No recibí una sacudida —gruñó Jonathan—. Y aun cuando lo hubiera hecho, seguiría diciendo que es un vaquero, porque lo es. —¡No dirías lo mismo sobre Freddy! —dijo Marianne, levantando su cabeza y echándole una mirada asesina a Jonathan. —Usted, ¿no puede mantenerlos bajo control? —Lord St. Clair le preguntó a Dan, mientras Jonathan, Freddy y Marianne se embarcaron en una ruidosa pelea que aliviaría sus sentimientos, incluso si no se lograra nada más—. Ninguno de nosotros va a hacer nada a este ritmo. Dan dio St. Clair, una mirada que habría derretido el acero. —Si crees que puedes hacerlo mejor, eres bienvenido a intentarlo. —¡Aquí, todos ustedes! —gritó Jack, agitando su pistola. —¡Guarde su consejo y escuche al Sr. Laverham! Esta orden no produjo el resultado deseado. En cambio, Freddy y Jonathan se volvieron hacia Jack, exigiendo una disculpa por la interrupción. Dan se vio obligado a intervenir para impedir a Jack y a Freddy llegaran a las manos, mientras Robert que hizo todo lo posible para distraer a los otros combatientes. Lamentablemente, las amenazas de Jack eran muy claras para Marianne, quien de inmediato entró en un ataque de histérica fuerte. Lord St. Clair estaba mirando con calma, como si él estuviera observando un raro espectáculo, que no le gustó ni la mitad, a pesar de que hizo un esfuerzo de mantener un ojo en Mairelon, así como la fila en el centro de la sala. Kim se dio cuenta de repente que, por el momento, nadie la estaba observando. Ella se deslizó en silencio detrás de una silla alta y se puso en cuclillas, mirando el camino hacia la puerta. Dos sillas más y una mesa de juego proporcionaron algo para esconderse, pero tendrían que cruzar un tramo abierto para alcanzar la propia salida. Kim se encogió de hombros y empezó a moverse. Ni siquiera estaba a medio camino de su objetivo cuando la puerta se abrió de nuevo. — ¡Villano! ¡Echen una mano a esa chica! —exclamó Jasper Marston cuando entró en la habitación. Se detuvo en seco, mirando completamente desconcertado, cuando observó la escena delante de él.

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El ruido se apagó cuando los adversarios se dieron cuenta de su nuevo público y se volvieron a mirarlo fijamente. —¡Ah, Sr. Marston! —dijo Mairelon alegremente—. Me temo que tendrá que ser más específico acerca de a quién se dirige. Hay varias personas presentes que admirablemente se ajustan a la descripción de "villano". ¿Cuál de ellos tenía usted en mente? —¿En serio? —dijo Robert Choiniet—. ¿Quieres decir que esto no es una de las salidas raras de Jon? —¿Mis salidas raras? ¿Qué quiere decir, con mis salidas raras? ¿Estás diciendo que cree que organicé todo esto? —Tiene toda la pinta. Quiero decir, basta con mirar esas dos pistolas agitándose por todo el hotel y amenazando a Freddy, de todas las personas. ¿Cómo espera que lo tomen en serio? —Sería mejor —dijo Dan. Sonaba un poco salvaje, y Kim se alegró de estar fuera de la vista detrás de la mesa de juego—. Que se aparten en la esquina de allí, todos ustedes, y callen. Usted, también, Marston, o cualquiera que sea su nombre. —Ah, yo no quiero problemas —dijo Jasper, mirando la pistola de Dan con recelo—. Voy a salir en silencio. No es ningún problema, de verdad. —Sí, lo es —dijo Dan, recuperándose un poco—. A la esquina. —¡Eh, ahora! ¿Qué es todo esto, entonces? —Una voz profunda y lenta, dijo desde la puerta. —Yo diría que era perfectamente normal, incluso para alguien de su limitada comprensión, Stuggs. —Una voz femenina contestó con acritud—. Mi hermano ha estropeado las cosas de nuevo. —¡Lady Granleigh! —jadeó Marianne. Ella se volvió tan blanca como la corbata de St. Clair y se desmayó en brazos de Freddy. Por desgracia, Freddy era tan atónito como ella por los recién llegados, y no a la recogió a tiempo. Perdió el equilibrio, y los dos se cayeron hacia atrás en una silla y chocaron contra el suelo en una lluvia de astillas. Mairelon se dejó caer en un taburete cerca, apoyó la cabeza sobre las manos atadas, y se echó a reír. Lady Granleigh le dio una mirada de disgusto y entró a la habitación, seguida por Stuggs. Su mirada recorrió imperiosamente a todo el conjunto, todavía verificando apenas a la visión de las pistolas que Dan y Jack sostenían. Ella pasó esforzándose sobre Freddy y la Marianne inconsciente, descartó a Jonathan y Robert como intrascendente, y se fijó finalmente vez en Lord St. Clair. —Buenos días, St. Clair —dijo Lady Granleigh con una dignidad que no ocultó su molestia. 192

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—Lady Granleigh —respondió Lord St. Clair, asintiendo con la cabeza con un cordial saludo. Por debajo de la mesa, Kim apretó los dientes e hizo un gesto grosero con la mano izquierda. La señora Granleigh había dejado la puerta abierta, pero por muy tentadora que fuera la vista, Kim todavía no podría alcanzarla. Lady Granleigh también había dejado demasiado cerrada la puerta, y el poco espacio que le quedaba había sido tomado por el enorme Stuggs. —Confieso que no había esperado encontrarlo aquí, pero le doy las gracias por sus esfuerzos en nombre de mi pupilo. —Lady Granleigh, continuó, sonriendo hipócritamente a Lord St. Clair. —¡Levántenme! —dijo Freddy indignado. Él por fin se sacó a sí mismo del enredo, con un poco de ayuda de Jonathan, y se puso de pie, mirando fijamente a St. Clair todo el tiempo—. ¿Qué esfuerzos? Él no ha hecho nada más que estar allí e incomodar a la gente. —Su conducta no merece el interrogatorio, Sr. Meredith —respondió Lady Granleigh— . Si yo fuera usted, tendría cuidado con ponerlo en duda. —Miró hacia abajo deliberadamente a Marianne. Robert que se había arrodillado al lado de la chica inconsciente y había empezado frotando sus muñecas, levantó la mirada y dijo hacia cualquiera. —¿Podría alguno de ustedes conseguir un vaso de vino? —No, pero hay coñac —respondió Jonathan. Él se dirigió hacia un pequeño armario junto a la chimenea, pero se encontró cara a cara con Jack Stower antes de que hubiera dado dos pasos. Las pistolas de Jack y el resplandor de amenaza fueron elocuentes. Jonathan se encogió de hombros y regresó a su posición original. —¡En entredicho! Bien, ¡me gusta eso! —dijo Freddy a Lady Granleigh, desalentado por su arrogancia—. Yo no irrumpí a través de una puerta cerrada con llave sin ni siquiera una con su permiso. Ni agité ninguna pistola encima o hice cualquier tipo de amenaza. Ni asusté a cualquier señora con un ajuste de los vapor, y ¡no asusté la asusté hasta que se desmayara! —Usted atrajo a Miss Thornley aquí —acusó Jasper. Robert alzó la vista, visiblemente impresionado. —¿De verdad, Freddy? Yo no había pensado en lo que había en ti. —Yo no atraje a nadie —protestó Freddy. —Usted hizo a Miss Thornley promesas extravagantes que no tenía ninguna intención de cumplir —dijo Jasper. 193

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—No lo sé —aportó Stuggs—. ¡Eh! no parece el tipo, ya me entiendes. Jasper dio a su esbirro una mirada fulminante. —¿Por qué trajo aquí a Miss Thornley, a este solitario lugar? —preguntó, volviéndose de nuevo a Freddy. —Prácticamente solitario —dijo Mairelon en voz baja, pero claramente audible. —Tenía que encontrarla en alguna parte —dijo Freddy razonablemente—. Habría parecido curiosamente extraño para mí recoger a la chica a un costado de la camino. —Sin duda —se burló Jaspe con una mirada irónica al arma de Jack Stower—. Usted y sus rufianes habrían parecido extraños en cualquier parte. Freddy frunció el entrecejo. —¡Aquí, ahora! ¿Qué estás insinuando? —Creo que es perfectamente normal —dijo Lady Granleigh—. Si lord St. Clair y sus amigos no habían llegado a tiempo para detenerle a usted y a sus secuestradores ¿quién sabe qué hubiera pasado? —Marianne y yo nos habríamos casado, ¡eso es lo que habría pasado! —replicó Freddy, demasiado enojado para seguir tratando de ser cortés—. Lo que es más, nosotros vamos casarnos en cuanto salgamos de aquí, no importa lo que usted diga. —¡Freddy, estás loco! —dijo Jonathan. —No, no lo es, y no es tan tonto como parece, tampoco. Tiene la licencia especial aquí en mi bolsillo. —¡Cómo! —Los ojos de Jaspe se ensancharon; entonces él giró para enfrentarse a su hermana—. ¡Mira lo que has hecho, Amelia! ¡Si usted no hubiera puesto a la chica adelante a este bufón, nosotros no estaríamos en este aprieto! —¡Cállate, Jaspe! —le ordenó Lady Granleigh—. No hay necesidad de que te preocupes. Lord St. Clair, será tan bueno como para que sus hombres ayuden a Miss Thornley a entrar en nuestro coche. Después de que nosotros nos hayamos ido, usted puede hacer frente a estos criminales como mejor le parezca. Antes de St. Clair pudiera responder, se produjo un gran estruendo. Todo el mundo saltó y se volvió. Dan Laverham estaba de pie junto a una de las ventanas largas que él simplemente acababa de romper, con sus pistolas apuntando al grupo. —Me temo que han confundido la situación, Lady Granleigh —dijo. Él dio un paso hacia delante, y los fragmentos de cristal crujieron bajo sus pies. Su cara era una fría, una máscara inexpresiva—. No soy un empleado St. Clair, ni tengo el menor interés en usted, su pupilo o cualquiera de sus compañeros. Estoy aquí para hacer una cosa, y sólo una cosa. Una vez que ya la tenga, puede clasificar por sí misma de cualquier forma que 194

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se adapte a usted. Hasta entonces, he oído hablar mucho de su absurda cháchara. Dispararé a la siguiente persona que hable fuera de turno. St. que Clair asintió con la cabeza. —Grosero, pero generalmente eficaz. —Eso le incluye a usted St. Clair —le dijo Laverham mirándole. Lady Granleigh contuvo el aliento ante esta violación de las costumbres, que parecía molestarla más que las pistolas de Dan. St. Clair sonrió, pero no dijo nada. —Mucho mejor —continuó Laverham—. Ahora, usted, bandolero. ¿Hay en alguna parte donde encerrar este montón de locos bajo llave mientras nosotros investigamos el resto de ello? —¿Bandolero? —dijo Freddy con interés—. Digo, Jon, nunca nos dijo nada al respecto… —Él se interrumpió cuando una de las pistolas de Dan se giró en su dirección. —Arriba están las habitaciones privadas —dijo Jonathan de mal humor—. Creo que una de ellas tiene una cerradura. —El del final —apuntó Freddy—. Pero está rota. La cerradura, quiero decir. —¡Esto es un ultraje! —dijo Lady Granleigh recuperando su voz—. ¿Quién es esta persona? Lord St. Clair… —Le dije que se callara —dijo Dan—. Manténgase allí con los otros. —Es mejor hacer lo que dice, mamá —le advirtió Stuggs—. Se ve la clase de tipo que es sin pestañear. Kim contuvo la respiración cuando Lady Granleigh, agarrotada de desaprobación, se alejó de la puerta al fin. Ahora, si todos ellos se mantenían ocupados en el otro extremo de la habitación durante unos minutos más… Una sombra cayó sobre el umbral. Kim frunció el entrecejo y se hundió de nuevo agachándose en su medio incómodo. ¿Tenía Lady Granleigh un chofer que la hubiera traído, o Ben había despertado a pesar de la precaución del hechizo del St. Clair? De cualquier manera, ella se metería en problemas. No es que ella no estuviera ya metida en un lío, por supuesto, pero el temperamento de Dan parecía estar deteriorándose rápidamente, y no le gustaría pensar lo que podría hacer si no se escapaba en su primer intento. Sería mejor esperar por una oportunidad más segura.

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El grupo estaba congregándose despacio en la esquina, ocasionalmente refunfuñando en voz baja y Dan pretendía hacerse el sordo. Robert y Freddy apoyaron entre los dos a Marianne que se iba recuperando poco a poco, mientras que Jonathan se acercaba furtivamente y Lady Granleigh fulminaba con una mirada imparcial a todo el mundo. Durante un momento o dos, parecía como si Dan hubiera conseguido tener por fin las cosas bajo control; entonces Jaspe dijo alzado la voz, demasiado alto—. ¿Pero qué es lo que su compañero quiere? —¡La fuente sagrada! —respondió Jonathan. Dio a Dan y a Jack una mirada oscura—. Él no la conseguirá, pero sin embargo lo intenta. —¿La qué? —dijo Jaspe. —La fuente sagrada —dijo lady Granleigh, dándole a su hermano una mirada de soslayo llena de significado—. La fuente que nosotros dimos a Sr. de Mare esta mañana. —Ella asintió con la cabeza en la dirección de Mairelon. —¿Qué? —Dijeron varias voces a la vez. Lord St. Clair examinó a Mairelon con especulación enfadado, y las dos pistolas de Dan giraron para apuntar al mago. Kim maldijo mentalmente y giró su cabeza de lado a lado de la sala, intentando mirar Dan y a la puerta al mismo tiempo. —Le dije no intentara ningún truco conmigo, Merrill —dijo Dan—. ¿Dónde está la fuente? Y esta vez, ¡dime la verdad! La sombra en el umbral cambió y retiró, pero Kim se quedó donde estaba. Con Dan tan nervioso, le dispararía antes de que ella estuviera fuera la puerta si salía corriendo. Bordeó hacia el frente de la mesa con una idea vaga de hacer algo, aunque no estaba segura de qué, Dan parecía dispuesto a dispararle a Mairelon. —¿Merrill? —dijo William Stuggs, dándole una rápida mirada penetrante a Mairelon— . Bien, bien. —¿Qué significa eso de "bien, bien"? —exigió Jasper, dando una vuelta alrededor en su sirviente. La expresión de Stuggs al instante reanudó el aspecto habitual de la estupidez plácida. —¿No es la fuente que estabas buscando en Londres? —¡Contéstame! —le dijo Dan a Mairelon—. ¿Dónde está la fuente? —¿Cuál? —preguntó Mairelon—. ¿La que el primer hombre de Stower dejó en la fogata de mi campamento, o de la que Lady Granleigh estaba tan ansiosa por librarse? ¿O una de las falsificaciones que Fenton parece haber estado vendiendo? —¡La Fuente de Saltash, que bufón! —gritó Laverham. 196

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—¡Ateo! ¿Qué has hecho con la Sagrada fuente? Jonathan chilló al mismo tiempo. —¿Fenton? —dijo Freddy, frunciendo el entrecejo—. Tengo un sirviente con ese nombre. ¿Qué tiene que ver él con la fuente de Jon? Mairelon alzó sus manos atadas y se rascó su oreja. —No tengo idea de dónde está la Fuente de Saltash, al igual que usted, Laverham. —¿Y esperas que yo lo crea? —¿Por qué no? —Mairelon se encogió de hombros—. Es verdad. —Yo le di la Fuente de Saltash esta mañana —insistió Lady Granleigh hacia él con superioridad—. ¿Cómo se atreve usted, a sugerir otra cosa? —Oh, usted me dio una fuente, bien, pero era una falsificación y usted lo sabía —dijo Mairelon. Él le dio una sonrisa encantadora que extendió para incluir a todo el corro de caras sorprendidas, desconcertadas, y escépticas—. Por cierto, ¿cómo supo algo sobre la Fuente de Saltash, hmmm? —¡No importa! —dijo Dan—. No me importa ella, y no te creo. —Levantó la pistola lenta y deliberadamente armada—. Por última vez, ¿dónde está la Fuente de Saltash? —Yo no la tengo —dijo Mairelon. —Ciertamente, usted no la tiene —dijo una nueva voz. Dan se giró, y todos los demás giraron la cabeza hacia la puerta. Kim se golpeó la cabeza con una pata de la mesa, maldijo, y se volvió a ver a Renée D'Auber que estaba de pie en la puerta. Su pelo castaño rojizo estaba arreglado y ensortijado con una cinta de color melocotón exactamente igual a la delicada muselina de su vestido ambulante, y ella sonrió brillantemente cuando vio los rostros se volvieron hacia ella—. ¡Yo la tengo! —¡Renée! —dijo Mairelon—. ¿Qué estás haciendo aquí? Entonces su rostro se puso blanco cuando un hombre fornido, de pelo rubio entró en la puerta junto a ella, y añadió en un tono estupefacto. —¿Andrew?

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Capítulo 23 Traducido por Virtxu Corregido por Dangereuse_

—H

ola, Richard —dijo el hombre de pelo rubio. Parecía nervioso y vacilante, lo cual Kim pensaba que era comprensible dadas las circunstancias, pero su atención estaba fija en Mairelon en lugar de en Dan o Jack Stower—. Yo, um, ha pasado un tiempo. —Bueno, bueno —dijo St. Clair—. Esto se está pareciendo bastante a una reunión familiar. Dan Laverham miró a St. Clair. Mairelon no se movía, parecía como ajeno a la multitud a su alrededor excepto del hombre que había llamado Andrew. Kim frunció el ceño, desconcertada tanto por el comentario de St. Clair como por la fuerza inusual de la reacción de Mairelon. Luego sacudió la cabeza y casi golpeó la parte inferior de la mesa de nuevo cuando aparecieron varios fragmentos condensados en la memoria de la voz de Mairelon diciendo en un tono plano: “La evidencia era abrumadora. Incluso mi hermano Andrew lo cree." —¿Qué estás haciendo aquí? —dijo Mairelon con la misma voz apretada que Kim recordaba. —Tratar de mantener tu cabeza fuera de una soga —contestó Andrew. Ahora que Kim había recordado lo que él debía ser, pudo ver lo mucho que él se parecía a Mairelon en su estatura mediana, apariencia pulcra, y cara redondeada. Andrew miró a Renée D'Auber y agregó: —Al menos, esa era la idea original. —¿Qué quieres decir con…? —Entonces, ¿usted tiene la Fuente Saltash? —interrumpió St. Clair, mirando fijamente a la Madamoiselle D'Auber.

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—Tonterías —dijo Lady Granleigh. Ella hizo un movimiento urgente a su hermano, pero Jasper, que no parecía tener la menor idea de lo que quería de él, se quedó donde estaba. —Pues, sí, la tengo —le dijo Renée D'Auber a lord St. Clair—. Aunque no veo por qué tiene usted que preguntar, cuando es esta persona con las pistolas la que ha curioseado antes. —¿Dónde está? —le exigió Dan. —No se lo digas —le aconsejó Freddy—. Amigo esa no es cosa que nos atañe, por lo menos en mi opinión. —Por una vez, estoy de acuerdo con usted, Freddy —murmuró Robert. —Freddy —Marianne se había recuperado lo suficiente como para alejarse de Robert y agarrar firmemente el brazo de Freddy en señal de protesta—. Oh, ¡se cuidadoso! ¡Ese hombre puede disparar! —Sería un servicio singular a la humanidad si lo hiciera —dijo St. Clair—. Pocas veces he conocido a un grupo más pesado, o más tonto. La señorita D'Auber… —¡Silencio! —ordenó Dan—. ¡O te pego un tiro, Gregory! Estoy cansado de tu injerencia. —Parece que necesite alguna ayuda —dijo lord St. Clair con una calma imperturbable—. Sólo estaba tratando de ayudar. —No quiero su ayuda, es insoportable… —¡Pero ustedes se conocen el uno al otro! —dijo Renée D'Auber en un contento tono de sorpresa—. Es una cosa extraordinaria, creo. Mairelon se estremeció y apartó la vista del hombre en la puerta. —Sí, St. Clair, ¿cómo llegó a conocer a Laverham? ¿Y cuánto tiempo has estado, er, conociéndolo? ¿Por lo menos cinco años, creo? —Oh, mucho más que eso —respondió St. Clair—. Esperaba que usted estuviera muy interesado en los detalles, pero desafortunadamente no tengo la intención de dárselos. —¿Tal vez Laverham pueda persuadirle? —dijo Mairelon. —No por usted —gruñó Dan. Se volvió de nuevo a Renée—. Deme la fuente.

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Detrás de Renée, Andrew hizo un gesto de protesta, pero tuvo el suficiente sentido para no decir algo. Renée D'Auber inclinó la cabeza y consideró a Dan Laverham con un aire que sugiere algo satisfactorio sobre el objeto de su control. —No es del todo posible que te dé la Fuente ahora —dijo al fin, como si estuviera concediendo una gran concesión por responderles a todos. —Renée… —dijo Mairelon advirtiéndola. Un músculo de la mandíbula de Dan saltó. —No me mientas —dijo en un tono que hizo que Kim retrocediera desde el borde de la mesa, por si acaso se volvía en su dirección. —Les digo la verdad —dijo la francesa, afrontándole—. Y es muy cierto que no puedo darle la fuente ahora. No soy tonta, y no quiero perderlo. Así que no me lo arrebatarán a mí, sobre todo cuando todos aquí son ladrones y salteadores de caminos y personas con pistolas en todas partes. Si usted no fuera un sin sentido, comprendería eso y no me molestaría con preguntas tontas. Mairelon hizo un sonido sordo, ahogando el ruido. Dan bajó la pistola y estudió un poco a Renée con los ojos entrecerrados. —No es una estúpida —dijo Jack Stower—. Apuesto a que lo hará como ella diga. —No tengo ninguna duda de ello —dijo St. Clair—. Si es que ella tiene algo en absoluto. —No es imposible saberlo —dijo Stuggs con un aire de profunda tristeza—. Ella es francesa. —Es bastante fácil de saber si ella está mintiendo —dijo Dan. Se acercó a la mesa de juego y puso algo pesado por encima de la cabeza de Kim. Ella se estremeció y retrocedió lentamente, esperando que no cayera nada. Si él se inclinaba, no podría dejar de notarla. En la parte trasera de la mesa, se detuvo y se hizo un ovillo, inmóvil, esperando a que Dan se alejase de nuevo. —¿Qué crees que estás haciendo, Laverham? —Dijo St. Clair bruscamente, y Kim tuvo que reprimir el impulso de mirar por encima del borde de la mesa para ver a qué se refería. —Voy a averiguar cuál de ellos está diciendo la verdad —respondió Dan—. Si se trata de Merrill, la Fuente Saltash está en este edificio en alguna parte. Eso es lo suficientemente cerca como para que yo lo encuentre, incluso usando sólo dos bolas de indicadores como una base para el hechizo de ubicación. 200

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—Freddy —dijo Marianne en un susurro—. ¿Vas a lanzar un hechizo? —No sabe lo que hace —dijo Jonathan en su mejor voz de amo-druida—. ¡Tenga cuidado con las consecuencias de profanar la sala de los Hijos del Nuevo Amanecer! —Calma —dijo Dan—. He tenido más cantidad de posturas como puedo soportar. Jack, mantén un ojo sobre ellos. Esta última instrucción le pareció innecesaria a Kim, ya que, por la forma en que sus pistolas se habían cernido sobre ellos, Jack había estado tratando de vigilarlos a todos a la vez por algún tiempo. Ella sólo podía ver por el lado de la mesa y por la parte posterior de la celosía de una silla de madera, con la mandíbula apretada y los ojos comprimidos en rendijas por la sombría concentración. Stuggs se arrastró por la parte exterior del grupo hacia él, estirando el cuello para echar un vistazo a Dan. ¿Se pensaba que esto era una especie de show, o era tan tonto como para intentar un truco con un verdadero mago en medio de un hechizo? A continuación, Dan comenzó a hablar palabras tan duras como diamantes que Kim no pudo entender, y cada pensamiento fue dejando su mente al instante. Ella supo de inmediato que algo andaba mal. Siempre que había visto trabajar a magos antes, las demasiado sólidas palabras se habían establecido rápidamente en un arreglo ordenado, lleno de curvas peligrosas y aristas, pero tan firme y estable como las palabras mismas. Las palabras de Dan flotaban libres, empujándose unas contra otras como una multitud un día de mercado, luchando contra la estructura que el mago trataba de imponerlas. Los magos de la habitación se dieron rápidamente cuenta también que Dan estaba en problemas. Renée D'Auber dio un paso atrás hacia Andrew, con sus ojos muy abiertos, y alzó su mano izquierda en un gesto retorcido. —¡Renée, no! —exclamó Mairelon—. ¡Sólo cortaras lo que queda de la unión base! —¡Páralo, estúpido! —dijo St. Clair a Dan en ese mismo momento—. Vas a echar la casa abajo en un minuto. —Él no puede romperlo —dijo Jonathan con una satisfacción amarga—. Si lo hace, perderá el control de lo que tiene. Él lo perderá pronto, en cualquier caso. Su obstinación nos ha condenado a todos. Jasper Marston hizo un ruido de engullir y chocó con su hermana cuando trataba de saltar hacia la puerta. Marianne dio un grito y se desmayó de nuevo. En esta ocasión, Freddy la atrapó sin problemas. La voz de Dan zumbaba sobre ellos. Robert miró a Jonathan y le preguntó: —¿Qué quieres decir con eso, Jon? 201

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—Ha entrado en conflicto con la protección de los Hijos del Nuevo Amanecer — contestó Jonathan—. ¡Yo le advertí que no se metiera! —¡Podrías haber probado advirtiéndole que había un hechizo de protección, joven idiota! —dijo Mairelon con acritud, mientras que con dos movimientos rápidos, se deshizo del nudo especial que Kim había usado y se despojó de las cuerdas que unían sus muñecas—. ¿Qué usó? ¡Rápido ahora! Jonathan murmuró algo, y Kim dejó de escuchar. No importaba lo que dijera, no importa lo que Mairelon pensaba que podía hacer, no había tiempo. Ella podía oír la nota de desesperación en la voz de Dan, podía sentir sus palabras retorciéndose como anguilas aceitadas. El aire en el interior del albergue estaba empezando a brillar con reflejos de las palabras invisibles, como cristales imposibles, y con cada sílaba que Dan pronunciaba, la luz se hacía más fuerte. Tenía que ser detenido ahora, antes de poner tanto poder en su distorsionado hechizo que verdaderamente iba a destruir todo, cuando por fin perdiera el control de sí mismo. Kim respiró hondo, tragó saliva, y se levantó, empujando la pesada mesa de madera hacia arriba y hacia adelante con todas sus fuerzas. Las cartas y los marcadores se deslizaron y se dispersaron por el suelo, la que pistola que Dan había puesto encima de ellos los siguió con un chirrido metálico. La mesa golpeó a Dan duramente, inclinándolo hacia un lado. Él se tambaleó brevemente, a continuación, recuperó su equilibrio, pero su concentración había sido destrozada y el hechizo se rompió libremente. Hubo un destello de luz brillante, y las afiladas palabras volaron en todas direcciones. Mairelon, Renée D'Auber, y lord St. Clair arrojaron sus brazos en gestos idénticos de repudio y, simultáneamente, gritaron la misma frase ininteligible. Kim se agachó detrás de la mesa hacia arriba mientras las palabras invisibles rebotaron hacia ella. Algo golpeó el suelo con un metálico ping, y le siguió algo más claro con un sonido atimbrado. Dan dio un grito y cayó pesadamente sobre la mesa. Kim escuchó un peculiar ruido sordo que sonaba como la voz de Jack Stower, a continuación, los restos del hechizo se arremolinaron a su alrededor y se convirtieron en polvo. Estableciéndose en surcos de plata brillante en el suelo de madera como un recuerdo mucho antes de fundirse en la nada. —Bien hecho —dijo la voz de St. Clair a alguien. —Gracias —respondió Renée D'Auber. —Kim —llamó Mairelon. Sonaba muy cerca, un instante después, apareció, inclinándose con ansiedad sobre el extremo de la mesa—. ¿Kim? —No estoy herida —le aseguró Kim—. ¿Hizo ese hechizo? 202

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—En su mayor parte. —respondió Mairelon. Juzgando que eso sería lo más cercano a un “sí” que ella probablemente pudiera obtener de él, Kim se puso en pie y miró a su alrededor. Freddy, con los brazos alrededor de la inconsciente Marianne, estaba intercambiando frías miradas con Lady Granleigh y Jasper Marston. Jonathan alternaba entre murmullos funestos e intentos de desatarse las manos con los dientes. Mientras tanto, el hombre de Jasper, Stuggs, tenía aprisionado muy firme y profesionalmente a Jack Stower. Las pistolas de Stower habían desaparecido, y sus ropas estaban aún más arrugadas y sucias que de costumbre. Kim sentía que se había perdido ver su encuentro. Robert Choiniet y el hermano de Mairelon, Andrew, estaban de pie sobre Dan Laverham, que se veía y olía un poco a quemado, pero por otra parte parecía ileso. Renée D'Auber estaba de pie junto a la puerta, con su cara compuesta y los ojos brillantes y alerta; en el lado opuesto de la habitación, lord St. Clair, miraba a los demás con una expresión fría y especulativa. —Aquí, ahora —dijo Stuggs a Jack, que estaba luchando en vano—. No intente nada. —¡Sacadme vuestras manos de encima! —dijo Dan a Robert y a Andrew. Ellos le habían consideradamente ayudado a levantarse y luego le habían sujetado sus brazos. —¿Y darte la oportunidad de agarrar una de esas pistolas de nuevo, o empezar un poco más de magia? —dijo Robert—. No es probable. —Alguien debería buscar esas armas de fuego y sacarlas del camino —agregó Andrew. —¿Has dicho algo al respecto de un poco de brandy, Jon? —preguntó Freddy—. Obtén algo para Marianne. —Sácame esto primero —dijo Jonathan mal humor, tendiéndole las manos y la maraña que había hecho de los nudos de Kim. Mairelon estudiaba a Kim con aire abstraído, como si estuviera vistiendo su abrigo de adentro hacia afuera y no pudo descifrar por qué estaba haciendo tal cosa. —¿Y ahora qué? —le preguntó Kim en voz baja—. No estamos mucho mejor que cuando empezamos. —No —dijo Mairelon sin pensar. Él parpadeó—. ¿No lo estamos? —Bien, Dan; no… no tiene sus armas más —admitió Kim—. Eso es algo. Pero todavía no hemos encontrado esa Fuente. La real, quiero decir. Y nosotros… no vamos a hacerlo con este puñado de Bedlamites confundiéndolo todo aún más.

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—Ah, sí, gracias por recordármelo —dijo Mairelon. Miró a su alrededor, a continuación, dio dos pasos hacia los lados y alcanzó una silla. Se enderezó y levantó la esfera de plata cubierta de parras que Dan había usado para enfocar el hechizo que había arrojado sobre Kim—. No alcanzaríais a ver a la otra, ¿verdad? —Está junto a los pies del Sr. Aberford —dijo St. Clair. Mairelon le dio una mirada penetrante, suspicaz, a continuación, recuperó la segunda esfera sin comentarios—. Espero que no esté planeando repetir la locura de Daniel, Merrill —prosiguió lord St. Clair—. Eso no sólo fue algo de brujería un poco incómoda y peligrosa, sino que además no tenía sentido. Dudo que puedas hacer nada mejor. Mairelon levantó una ceja y sonrió ligeramente. —¿No lo cree? —¡Richard, no seas tonto! —dijo Andrew. —No importa en absoluto —anunció Renée—. Esa persona molesta con las pistolas no tuvo tan poco éxito como pensáis. ¡Mirad! —Y señaló hacia la chimenea. Kim parpadeó, sin entender, y luego vio el resplandor plateado sobre la piedra del hogar. Mairelon inmediatamente perdió todo interés en St. Clair. —¡Bueno, bueno! Andrew, no, mejor mantén sujeto a Laverham. Aberford y Marston, entonces, venid a echarme una mano. No fue tan fácil como eso, Jonathan tuvo primero que quitarse el resto de las cuerdas en las muñecas, y Jasper sólo se puso de pie y le fulminó con la mirada hasta que Lady Granleigh le dio un codazo y le señaló con elocuencia. Los tres se acercaron mientras Kim esperaba a que encontraran las muescas en el borde de la piedra e hicieran palanca hacia fuera. Mairelon se agachó en el agujero y sacó un paquete con una forma familiar. Kim contuvo la respiración mientras él se deshacía de la envoltura y se apoderaba de la plata. —El Plato Sagrado —respiró Jonathan. —¿Es otro falso? —exigió Kim, incapaz de soportar el suspenso. —No —dijo Mairelon. Miró hacia arriba con una amplia sonrisa—. Esta es la verdadera Fuente Saltash.

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Capítulo 24 Traducido por MerySnz y Virtxu Corregido por esmeralda38

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ubo un largo silencio mientras todo el mundo se quedó mirando fijamente la pesada bandeja de plata. Entonces Lady Granleigh se adelantó.

—Creo que pertenece a mi querido amigo, Sr. Charles Bramingham —dijo ella—. Debería ser regresada a él inmediatamente. —¿Por ti? —El tono de Mairelon fue educado; muy amable. Lady Granleigh levantó su barbilla. —Ciertamente —replicó ella sin ruborizarse. —¡No! —Jonathan Aberford saltó poniéndose de pie y se plantó entre Mairelon y Lady Granleigh—. ¡El Plato Sagrado pertenece a los Hijos del Nuevo Amanecer! ¡No saldrá de esta casa! —No, no realmente, Jon —protestó Freddy—. Perdí con Henry en el juego; te dije eso tiempo atrás. Por lo tanto no pertenece a los Hijos. No pertenece a esta persona Charles, tampoco, si vamos a eso. Es de Henry. —Antes —dijo Stuggs—. Alguien dénmela, y con eso este hombre no se romperá el brazo como por accidente. Kim sonrió malévolamente hacia Jack y cruzó la habitación para recuperar la cuerda que había sido utilizada para atar a Mairelon y Jonathan. Ella la arrojó a Stuggs, quien la agarró en el aire y tuvo su control de regreso en los brazos de Jack antes que Jack se notara que él había perdido una oportunidad de liberarse. Kim sonrió nuevamente para ocultar su malestar y pateó una silla rota fuera de su camino. Entre la silla Freddy estaba colocado, la ventana de Dan estaba quebrada, y la tabla de Kim se había volcado, caminar cruzando la habitación se estaba convirtiendo decididamente en peligroso. Kim se retiró hacia la pared de regreso, donde ella podría mirar a todos sin meterse en el camino. Lord St. Clair levantó la vista de la fuente finalmente y se volvió con una fría y reflexiva mirada sobre Renée d'Auber. 205

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—Así que estás mintiendo —dijo él. —Pero, por supuesto —respondió la francesa con un gálico encogimiento de hombros—. No gusto del todo a personas con pistolas, quien yo espero que Monsieur Andrew esté sosteniendo muy duro. ¿Por qué no debería mentirle a él? Dan se lanzó, casi rompiendo el agarré de Andrew. —¡Salaude! —¿Qué? —dijo Freddy. Lady Granleigh se puso rígida de indignación, lo cual dedujo Kim que lo que sea que Dan hubiera dicho no era sólo una falta de respeto realmente asombroso. Stuggs y Jack Stower usaban expresiones idénticas de desconcierto, mientras que Robert miró con recelo a Renée. Andrew estaba claramente consternado, pero Mairelon parecía estar conteniendo una sonrisa. St. Clair estaba mirando a todos con un aire expectante, como un gato esperando por el momento correcto para atacar. Renée d'Auber levantó una ceja, mirando ligeramente desconcertada. —¿Perdón? Tu acento no es del todo bueno, Monsieur. Si usted desea que le entienda, debe hablarme inglés. —No lo creo —dijo St. Clair—. Esto podría apenar a las damas. —¡Tú! —Dan transfirió su mirada de Renée al Barón—. ¡Tú no saldrás con esto! —¿Con qué? —preguntó Lord St. Clair en un tono razonable. —¡Tú no conseguirás la fuente! Has tenido todo lo demás, el dinero, el título, todo; sólo porque naciste en el lado correcto de la cobija, pero tú no obtendrás esto. —Eso está por verse —dijo St. Clair con calma. —¿Qué? —dijo Mairelon—. ¿Por quién? —La Fuente Sagrada es propiedad de los Hijos del Nuevo Amanecer —repitió obstinadamente Jonathan. Nadie le prestaba más atención esta vez, al igual que la última. —Richard —Andrew se puso inquieto—. Tú no vas a quedarte con esa cosa, ¿verdad? Si tú la encontraste con… —Hay por lo menos trece personas aquí quienes pueden decir que yo no tenía ni la menor idea de donde estaba hasta que Laverham hizo su conjuro localizador — interrumpió Mairelon—. Estoy seguro que al menos uno o dos de ellos estarían dispuestos a decir lo mismo en la corte. No seas tonto, Andrew. —Ah, pero puede ser que estés actuando —dijo Lord St. Clair con una sonrisa fría—. Creo que la observación del Sr. Merrill es bien recibida. 206

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—Podría ser —dijo Mairelon. —Ellos no se gustan unos a otros mucho, ¿no? —comentó sabiamente Freddy a Robert. —¿Freddy? —Marianne Thornley estaba de regreso nuevamente, y el sonido de su benevolente voz capturó su atención—. Oh, Freddy, ¿Qué está pasando? —Te has portado muy mal —contestó Lady Granleigh en un tono severo—. Nosotros debemos, sin embargo, discutirlo más tarde, en privado. ¡Jasper! Hemos perdido suficiente tiempo. Tráeme la fuente para transportarla de una vez. Vamos, Marianne. —Tú no vas a tomar nada, Marianne —dijo Freddy, dando un paso en frente de la encogida Marianne. —No te voy a dar la Fuente Saltash —Mairelon dijo a Jasper. —Amelia… —dijo Jasper, visiblemente alardeando. —¡De verdad, Jasper! Eres más grande que él —dijo Lady Granleigh por encima de su hombro—. Simplemente tómalo. —Permíteme ser el primero en salirme del camino —dijo Lord St. Clair. Kim frunció el ceño mientras St. Clair se movía rápidamente lejos de donde Mairelon, Jonathan y Jasper permanecían. Ella podía entender como un noble no quería estar envuelto en una revuelta, pero St. Clair no había estado lo suficiente cerca para ser incomodado por una pelea. Ella miró como él cruzaba la habitación para unirse a Lady Granleigh, y vio cómo se tropezó al pasar por el estrado. Su ceño se profundizó. ¿Había recogido algo del piso? No podía estar segura; se había girado mientras se enderezaba.

El sonido de una pelea la distrajo. Ella se volvió a tiempo para ver a Mairelon empujar el mango de la Fuente Saltash hacia el estómago de Jasper Marston. Kim hizo una mueca en simpatía mientras Jasper se doblaba con una rabieta y exhalando respiraciones. Mairelon tiró de la fuente detrás, agarrando el mango libre y lo dejó caer sobre la parte posterior de la cabeza de Jasper. Hubo un estruendo satisfactorio y Jasper colapsó sin otro sonido. —Impresionante —dijo St. Clair sin entusiasmo. Kim lo miró rápidamente, pero sus manos estaban vacías; si él había tomado cualquier cosa, lo había escondido debajo de su abrigo. Mairelon se volvió y haciendo un ademan hacia la fuente en un elegante arco. — ¿Quieres ser el próximo en intentar tomarlo? —¡Richard! —dijo Andrew, horrorizado—. ¡No puedes ir asaltando personas del reino! 207

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—Oh, de verdad Andrew, él es el único Barón —dijo Mairelon irritado. Renée D‟Auber rodó sus ojos —No es como deberías haberlo hecho —declaró. —¿Y dándole a St. Clair la Fuente Saltash lo es? —preguntó Mairelon, apretando su mandíbula. —No he dicho tal cosa en absoluto —dijo Renée con dignidad. Lady Granleigh se volvió, desviando su atención momentáneamente de Freddy y Marianne. Ella registró a Mairelon con una mirada altiva que no tuvo aparentemente ningún efecto y olfateó con fuerza. —Lord St. Clair parece una persona infinitamente más adecuada para hacerse cargo de ese objeto que usted, Sr. De Mare o cualquiera que sea su nombre. —Así es —Dijo St. Clair—. Y después de todo, Sr. Merrill es un hombre buscado. ¿Me preguntó lo que los Corredores Bow Street harían de esta pequeña escena? Los labios de Mairelon se adelgazaron. Jack Stower se tambaleó hacia los lados, gimiendo, a pesar del agarre de William Stuggs en sus brazos y la cuerda que Stuggs había atado alrededor de sus muñecas, arrastrando los dos pies más cerca de la puerta. Jonathan Aberford se removió incómodo y corrió una mano a través de su cabello como en la búsqueda de la máscara de media que él había tomado en el carruaje. Lady Granleigh, se volvió una pálida sombra y levantó imperiosamente su barbilla. —Oh, no —dijo Dan Laverham en voz baja. Él estaba mirando a Lord St. Clair con individualidad intensidad, y Kim nunca había escuchado hablar con tanto odio en cualquier voz antes—. No esta vez, Gregory. Esta vez, si yo pierdo, tú pierdes también. —Tienes que pensar mejor lo que estás diciendo —replicó St. Clair, frunciendo el ceño—. En cualquier caso, este no es un lugar adecuado para esa discusión. —Lo he pensado —dijo Dan—. Tú me mentiste antes y trataste de usarme; no voy a cometer el mismo error otra vez. Llama a los Corredores, Gregory, y diré de quien fue la idea de tomar esa fuente sangrienta, y exactamente como lo organizaste también. ¿Lo digo todo en este justo momento? —Por favor hazlo —dijo Mairelon. —No seas absurdo, Daniel —Lord St. Clair expuso apresurado—. Nadie tomará tu palabra en serio. —¿St. Clair? —dijo Andrew—. ¿Quieres decir que St. Clair robó el conjunto Saltash? No lo creo. 208

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—¿Lo ves? —dijo el Barón. —No tan rápido —dijo Mairelon—. Quiero escucharlo. Robert asintió —Déjalo, a ver qué tiene que decir. —¡Él es un criado criminal consumiéndose! —St. Clair se quebró—. Te doy mi palabra como igual, el reino… Dan soltó en alto una risa medio histérica cortando lo que Lord St. Clair tenía planeado decir. —¡Igual el reino! La única razón por la que dices por el reino es porque yo soy un mocoso, ese que nuestro padre de sangre-azul era demasiado alto para casarse con una ayudante de cocina, aunque él no estaba por encima de ella para darse un revolcón. —Buen Dios —respiró Mairelon, mirando de Dan a St. Clair—. Entonces es eso. —Esta discusión es muy inadecuada —anunció Lady Granleigh—. Marianne, cubre tus orejas. Recomiendo que haga lo mismo, Miss D‟Auber, aunque soy consciente que las personas francesas no tienen cualquier delicadeza real de mente. Todos, incluyendo Marianne, estaban demasiados ocupados estudiando los dos hombres como para prestar atención a Lady Granleigh. El parecido entre ellos era marcado. Kim recordó cómo ella se agitó cuando vislumbró por primera vez a Lord St. Clair, cuando pensó durante un momento que él era Dan Laverham, y se maldijo mentalmente por no adivinar la verdad antes. Pero, ¿Quién habría vinculado que Dan tenía sangre noble, incluso en el lado equivocado de la manta? St. Clair miró un poco pálido, pero parecía de otro modo impasible ante el intenso escrutinio. —Esto no cambia nada —dijo—. Sus salvajes acusaciones son claramente los delirios de una mente trastornada por los celos. Siento mucho que haya sido objeto de esto, Señora Granleigh, pero me atrevo a esperar a que no llevará a cabo la indiscreción de mi padre en mi contra. Dan volvió a reír con amargura. —¿Todavía quiere tener su pastel y comérselo también, Gregory? Usted se complació lo suficiente conmigo todo el tiempo que pudo hacer uso de mis servicios. No debió de haberme mentido sobre el Conjunto Saltash, sin embargo. Si yo hubiera sabido que era mágico, nunca lo hubiera dividido para venderlo. —¿Ha tenido la fuente aquí durante todo este tiempo? —dijo William Stuggs de forma inesperada—. ¿Cómo lo hizo? —Fenton era mi hombre —dijo Dan, hablando directamente a St. Clair—. No hubiera soñado con hacer una copia sin contar conmigo. No sabías eso cuando le dijiste que guardara silencio sobre ello, ¿verdad? —Cálmate, Daniel —dijo lord St. Clair. 209

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—¿Por qué? Te lo dije, esta vez vas a perder, de una manera u otra. —No —St. Clair parecía lamentable, casi triste—. Puedes hacer mi vida un poco difícil por un tiempo, pero incluso si todo el mundo aquí te cree, eso no hará ninguna diferencia. Bow Street no tomará la palabra de un delincuente contra la de un barón, y sin Fenton usted no tiene ninguna prueba de cualquier cosa que diga. Habrá rumores, por supuesto, y las casas de uno o dos puede que me cierren sus puertas durante un tiempo, pero nada más serio que eso. Es una de las ventajas de mi posición, ya ves. Dan Laverham gruñó y se lanzó de nuevo. St. Clair guardó silencio, sonriendo ligeramente mientras Andrew y Robert luchaban para poner a Dan de nuevo bajo control. —Haber —jadeó Robert—. Ahora, antes de continuar, podría uno de vosotros explicarme ¿por qué eso —él hizo un gesto con la mano libre hacia la Fuente Saltash, luego agarró el brazo de Dan otra vez—, es tan importante para todos? Me estoy cansando de no saber qué es exactamente lo que está pasando. —Es perfectamente claro —dijo Jonathan—. El Plato Sagrado… —Oh, deja de cotorrear sobre el Plato Sagrado —le pidió Robert—. Esto es serio, Jon. —Muy serio —dijo Mairelon sobre las protestas de Jonathan—. Esto es… —El plato Saltash, es parte de un set que fue robado del Real Colegio de Asistentes hace cinco años, por una persona o personas desconocidas —dijo William Stuggs. Sonrió triunfalmente por encima del hombro de Jack Stower al círculo de caras sorprendidas, y antes que la sorpresa pudiera volverse especulación, agregó—: Odio molestar a la Clase Alta, pero tengo que informarles de que ustedes, Señor Gregory y St. Clair, y Sr. Daniel Laverham, y ese hombre cuyo nombre no tenía el placer de conocer, están bajo arresto en el nombre de la Ley, por el robo del Conjunto Saltash, allanamiento de morada, retención de un montón de gente respetable a punta de pistola, y una o dos cosas más que están contra la Ley del Dominio. —¡Él es un Corredor! —dijo bruscamente Kim antes de pensarlo. —¡Jasper, tonto! —dijo Lady Granleigh, demasiado enfadada para recordar que su hermano aún estaba en estado de coma en la piedra de hogar. —¡Dios mío! —Dijo Andrew—. Señorita D'Auber, ¿lo sabía usted? —Para mí es una gran sorpresa también —le aseguró Renée D'Auber—. Pero es algo bueno después de todo, ya que el señor St. Clair y esa persona con las pistolas serán arrestados, así que no me quejaré en lo más mínimo.

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—Bien, bien —dijo Mairelon. Dio un paso adelante, sosteniendo la Fuente Saltash hacia Stuggs—. ¿Creo que querrá esto como evidencia? —Me temo que no —dijo St. Clair. Kim le devolvió la mirada y se quedó inmóvil. Tenía en la mano una de las pistolas de Dan apuntando sobre Stuggs, que se interponía entre él y la puerta, y su expresión era sombría—. O más bien, es posible que la quiera, pero no la tendrá. —¡No disparen! —Declaró Jack Stower, contorsionándose en el agarre de Stuggs en un vano esfuerzo para salir de la línea de fuego de lord St. Clair—. ¡No soy ningún sacrificio! ¡No me maten! —No puede disparar a todos nosotros con una sola pistola —dijo Mairelon suavemente a St. Clair, haciendo caso omiso de los frenéticos gritos de Jack. —Es verdad —admitió lord St. Clair. Alargó rápidamente su brazo izquierdo y agarró a Marianne, que gritó en voz alta mientras él la atrajo hacia sí y apuntó con la pistola a su cabeza. —Pero dudo que alguno de ustedes vaya a dejar que la joven sufra algún daño sólo para mantenerme a mí aquí. Voy a dejarla ir en Dover, cuando embarque el paquete a Francia… por supuesto, si nadie hace nada tonto. —¡Deje esto, ahora! —protestó Freddy—. ¿Qué le parece que está haciendo? —¡Lord St. Clair! —exclamó lady Granleigh en tono de shock. —No se atrevería —dijo Andrew a St. Clair. —Sin duda lo haría —dijo Mairelon a Andrew—. Creo que es mejor que se aleje de la puerta, Stuggs. Sus superiores tendrán que contentarse con la mitad de un botín esta vez. St. Clair sonrió y echó a andar, arrastrando a Marianne con él, mientras Stuggs de mala gana se echaba a un lado. —No olvide la fuente, Merrill —dijo St. Clair, girando levemente la cabeza. En ese preciso momento, Freddy Meredith se puso delante de Gregory St. Clair y asombró a todos dándole un puñetazo. Su éxito se debió parcialmente a que capturó a St. Clair con la guardia baja, Kim tuvo que admitir que el golpe había sido un golpe normalillo. Lord St. Clair cayó hacia atrás, descargando su pistola en el techo por encima de la chimenea. Una lluvia de yeso cayó sobre Jonathan y el desgraciado de Jasper tosió, se ahogó, y se sentó al fin, con la cabeza gacha y gimiendo. —¡Buen golpe! —dijo Robert después de un aturdido momento. 211

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—¡A la mierda todo, Freddy, ese fue un truco estúpido! —se quejó Jonathan, cepillando en el polvo de yeso que le cubría los hombros—. ¡Yo podría haber recibido un disparo! —¡Oh, Freddy! —dijo Marianne, echándole los brazos a su alrededor en éxtasis—. ¡Qué valiente! —Levántate, villano, y lo haré de nuevo —dijo Freddy—. Eres una basura, por intimidar a señoras y aterrar a Marianne. St. Clair no respondió. Se quedó tendido en el suelo, con su sombrero de copa caído y el pelo desordenado, mirando a Freddy como si no pudiera creer lo que había sucedido. —Yo sabía que él era un habitual Capitán Sharp —dijo Kim con gran satisfacción a nadie en particular. Para su sorpresa, Mairelon le respondió. —Sí, lo hiciste, y tenías razón, también. ¿Podrías conseguir otro pedacito de cuerda para Andrew, Kim? Luego buscar a tu alrededor algo para atar a St. Clair. Me sentiré mucho más feliz cuando ellos tres estén, eh, seguros. —Eso es sentido común, señor —dijo Stuggs con aprobación—. Recoge otras para ellos. Así no pensaran en mentir si tienen sus manos atadas. —No hay ninguna cuerda ni cadena ni nada —dijo Kim, recogiendo la segunda pieza de cuerda y otra pistola de Dan—. Ya he mirado. —¿Amelia? —La voz de Jasper se oyó en tono quejumbroso desde el hogar—. ¿Qué está pasando? ¿Tienes el plato? —¡Eres imbécil! —La Señora Granleigh se acercó al lado de su hermano, para poderle regañar mejor—. ¡Necio! ¡Ese hombre tuyo es uno de los Corredores de Bow Street! —¿Stuggs? No seas tonta, Amelia. Monkton me lo recomendó; no me mandaría un Corredor, ahora, ¿verdad? Mairelon les miró a ellos dos, a continuación, tomó la cuerda y la pistola de Kim y se acercó a Laverham, Robert, y Andrew. Le entregó el cable a su hermano y le dijo: — Atalo. —Por supuesto —contestó Andrew—. Richard… —En un minuto, Andrew. Señor, eh, Stuggs, creo que encontrará esto útil, al menos hasta que hayamos conseguido resolver las cosas. —Mairelon le entregó a Stuggs la pistola, y luego golpeó a Freddy, que estaba todavía echándole miradas asesinas a lord St. Clair, en el hombro. 212

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—Creo que este sería un buen momento para una salida discreta —dijo él, cuando Freddy se dio la vuelta. Él asintió con la cabeza en dirección a la Señora Granleigh y a su hermano, peleando en el frente de la chimenea. —¿Qué? —dijo Freddy—. Ah, ya veo. Gracias por mencionarlo. Vamos, Marianne. — Él abandonó a St. Clair a Stuggs y a la pistola, y él y Marianne se deslizaron por la puerta abierta. —Eso fue muy amable —le dijo Renée D'Auber a Mairelon—. Pero, ¿acaso tú no has creado más problemas? —Estoy seguro de ello —dijo Mairelon alegremente—. Pero creo que le debo a Lady Granleigh uno, por situar a su hermano indescriptible ante mí, y yo no puedo pensar en una manera mejor de devolvérsela. —Me parece singularmente apropiado —dijo Robert, dando un paso hacia delante—. Pero me gustaría señalar que todavía no he tenido mi explicación. Eso no es ni remotamente satisfactorio. ¿Supongo que no te importaría volver a intentarlo? —Buena suerte —dijo Kim en voz baja. Ella le dio el resto de las pistolas a Mairelon, luego se sentó en un taburete cercano para mirar. Andrew y Renée estaban mirando expectantes a Mairelon, Jonathan le estaba frunciendo el ceño, y en un momento Lady Granleigh se daría cuenta de que su rico pupilo había logrado escapar de nuevo. Esto era mejor que una comedia de Drury Lane.

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Capítulo 25 Traducido por Eli25, Rihano y Virtxu Corregido por Majo2340

M

airelon dejó la Fuente Saltash en el asiento de respaldo alto de una silla y puso las pistolas que Kim le había dado encima de ella. Cuando se giró de vuelta al grupo, él ya no estaba sonriendo.

—Sí, parece que hay un número de cabos sueltos —dijo él—. Por ejemplo, ¿qué estás haciendo aquí, Renée? —Es como dijo tu hermano —replicó Mademoiselle D‟Auber. Ella pensó durante un momento, luego añadió escrupulosamente—. La mayor parte. —Vinimos porque Miss D‟Auber había oído que había un Corredor sobre tus huellas — introdujo Andrew. —¿Y deseabas asistirle? —dijo educadamente Mairelon. —¡No! —Andrew parecía dolido—. Yo... nosotros vinimos para avisarte. Y ayudarte, si podíamos, aunque supongo que no tienes razón para creer eso. —¿Por qué no solo le dijisteis a Kim en Bow Street Runners que estabais aquí? — preguntó Mairelon a Renée—. ¿Por qué la reunión? ¿Y por qué no estabais allí? —¿Reunión? —Andrew miró a Renée D‟Auber con especulación sorprendida—. No dijiste nada sobre una reunión. —Pero por supuesto que no —dijo Renée. Ella dio a los hermanos una brillante sonrisa—. Ambos tenéis la cabeza de un cerdo, y si te hubiera dicho... —añadió ella a Mairelon—,...que Monsieur Merrill el anciano estaba aquí, tú habrías dicho grandes cosas sin educación y te hubieras ido sin verle, porque pensabas que él no te creía. Y si te hubiera dicho... —Miró a Andrew—,...que íbamos a reunirnos con tu hermano, tú habrías puesto un montón de excusas sin mérito y no hubieras venido, porque no querías enfrentarte a él y admitir que cometiste un error hace cinco años. Ese es el por qué llegué tarde —añadió ella, girándose hacia Mairelon—. Él estaba siendo difícil. —¿Difícil? ¿Yo estaba siendo difícil? —Andrew estaba casi más allá del discurso. 214

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—¿Quieres decir que arrastraste a Andrew aquí forzándonos a los dos a reconciliarnos? —demandó Mairelon con igual incredulidad. Renée abrió sus ojos mucho. —Pero por supuesto. Esta enemistad fue todo muy bien cuando estabas en Francia y él estaba aquí, pero sería totalmente tedioso si ambos estáis en Inglaterra, y a mí, no me gustan las cosas tediosas. Así que pensé en arreglarlo.

Los hermanos intercambiaron una mirada de completo acuerdo, y Kim suprimió una sonrisa. ¡Eso sirvió a Mairelon un poco de su propia salsa! Stuggs sacudió su cabeza tristemente. —Franceses —explicó a la gran habitación. —Y ¿no estabas buscando la Fuente Saltash? —preguntó Mairelon a Renée, aunque Kim podía decir por su tono que él realmente ya no tenía dudas. —Hubiera sido algo genial, creo, si pudiera haberlo conseguido —respondió Renée, sin perturbarse—. Por entonces no deberíamos haber tenido toda esta confusión la cual aún no me has explicado en lo más mínimo. —¿Excepto por ti misma? —¿Por mí? —Renée miró a Mairelon con convincente horror—. ¡Por supuesto que no! ¡Solo considéralo! La Fuente Saltash hace que las personas digan la verdad, y que sean capaces de todas las cosas más inoportunas. Kim rió. Mairelon la miró con una expresión ofendida, la cual solo la hizo reír más fuerte. Lentamente Mairelon comenzó a sonreír. —Sí, bajo las circunstancias, puedo ver dónde estaría, eh, el inconveniente. Lady Granleigh eligió su momento para dejar de abusar de su hermano y girarse al resto de la sala. —Marianne, es muy tarde, ¿dónde está Marianne? —Se ha ido —respondió Mairelon amablemente. Jonathan se rió por lo bajo, y Lady Granleigh se reunió con él. —No es gracioso, ¡joven hombre! Quédate al lado —ordenó ella a Stuggs—. Debo irme por ahora, para prevenir a mi pupila de lanzarse sobre ese lamentable tonto hombre joven. —Tengo mi deber —dijo Stuggs, sin moverse—. Y tengo una o dos preguntas que debes responder, comenzando por tu perdón por el inconveniente. —Por supuesto, siempre podrás pagar en Bow Street después —señaló Mairelon cuando Lady Granleigh miró, incapaz de creer que Stuggs no hubiera seguido inmediatamente sus órdenes—. Eso podría causar una sensación entre la tonelada; incluso podrías reunir una nueva moda. 215

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—¡Amelia! —Jasper estaba pálido—. ¡No podemos! Los pardos estarían detrás de mí al minuto si ellos se enteran de eso. —¿Qué pasa si deseas saber? —dijo Lady Granleigh fríamente. —¿Cómo llegaste a interesarte en esa fuente de ahí? Y ¿qué tipo de interés tienes? —Tengo mucho miedo de responder a eso —dijo una nueva voz desde detrás de Stuggs. Stuggs saltó hacia atrás y giró, así él podría cubrir ambas puertas y la esquina donde Laverham, Stower, y St. Clair estaban. Entonces él sonrió y se relajó. —¡Señor! —dijo él, y caminó a un lado. Cuatro hombres entraron detrás de él. Hunch era el único que reconoció Kim; los otros tres eran nobles encopetados, de mediana edad y vestidos para montar, pero ella no recordó ver a ninguno de ellos antes. Ella miro alrededor de la sala, evaluando las reacciones del resto del grupo. Lady Granleigh estaba mirando al hombre que había hablado, y ella se puso más pálida. Jonathan Aberford se puso rojo cuando vio al segundo encopetado, pero Robert sonrió de alivio al mismo hombre. Laverham y Stower llevaban expresiones en blanco; los ojos de St. Clair se estrecharon y sus labios se alisaron cuando él miró a los recién llegados, y Kim consiguió la impresión de que él no estaba del todo contento. Stuggs estaba observando al tercer hombre con una expresión respetuosa. Andrew, Renée, y Mairelon parecían comenzar a variar los grados. —¿Qué has estado haciendo ahora, Maestro Richard? —demandó Hunch, ignorando al resto de la compañía entera. —Una excelente pregunta —murmuró Robert—. Quizás sería mejor que consiguieras una respuesta que tengamos todos. —Bueno, bueno —dijo Mairelon. Él parpadeó, sonriendo, y haciendo una reverencia—. Tu sirviente, Granleigh, Bramingham. Tenía miedo de que hubiera echado de menos la agitación, Edward. —Estoy desolado —replicó el tercer hombre. En el mismo momento, Kim reconoció su voz: él era el Conde de Shoreham, quien había enviado a Mairelon fuera de Ranton Hill en busca del Fuente Saltash—. Richard, odio ser demasiado particular, pero parece que tengo que recordar que dijiste que no atraías la aten... ¿Andrew? ¿Qué demonios estás haciendo aquí? —No, no, ya hemos tenido eso —dijo Mairelon—. Quiero saber lo que Granleigh aquí quiere decir cuando dijo que podía contar las... acciones de Lady Granleigh. Y como ha ocurrido que estás aquí —añadió con un pensamiento tardío. 216

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—Recibí alguna información la pasada noche, después de que Hunch se fuera —replicó el Conde. Él miró hacia Laverham y a St. Clair—. Pensaba que era suficientemente urgente para mandar, pero parece haber sido innecesario el esfuerzo. —Si estás hablando de la relación irregular entre Mr. Laverham y St. Clair, sí, eso se ha acabado —dijo Mairelon—. Pero ¿dónde recogiste a esos otros? —Hunch me dijo que había ido a Bramingham Place —dijo Shoreham—. Naturalmente fuimos a buscarte allí. Mrs. Bramingham acababa de descubrir que muchos de sus invitados habían desaparecido, y Bramingham y Granleigh eligieron venir conmigo con la esperanza de cazarles. —Y con la esperanza de conseguir alejarse del excelente frenesí de la Sra. Bramingham —murmuró Mairelon—. Bastante comprensible. Ahora, ¿qué era lo que estabas diciendo de Lady Granleigh? —preguntó él, girándose hacia el alto y distinguido hombre que había sido el primero en atravesar la puerta. El primer hombre suspiró y miró hacia el Conde Shoreham. —Mi esposa tiene la tendencia de entrometerse —explicó él. Lady Granleigh se tensó y recuperó su usual color, pero su marido la dio una mirada que la encogió sin decir nada. Kim estaba impresionada; debía haber más en esa mirada viciada seleccionada que la primera apariencia. —Una tendencia para entrometerse —repitió Lord Granleigh—. Y considerablemente más ambiciosa de lo que me había dado cuenta. Creo que ella estaba intentando arreglar que fuera el siguiente Ministro de Hechicería. —Le dio al Conde de Shoreham otra mirada ladeada cuando habló, como si comprobara su reacción. —Tonterías, Stephen —dijo Lady Granleigh poco convincente—. Eres perfectamente capaz de manejar semejantes cuestiones tú mismo. —Cierto —replicó Lord Granleigh—. Un hecho por el cual deberías aconsejar bien para recordarlo en un futuro, Amelia. Tu interferencia esta vez podría haber tenido consecuencias desagradables muy fácilmente. —No sé de lo que estás hablando —dijo Lady Granleigh incluso menos convincente que antes—. Sólo estoy aquí para evitar que Marianne se arruine por sí misma con Freddy Meredith. —No lo creo —señaló el último de los tres encopetados—. Freddy es un buen muchacho. Él no haría nada, eh, deshonorable. —Freddy dijo algo sobre una licencia especial antes de irse, Sr. Bramingham —dijo Robert, ignorando la mirada de Lady Granleigh.

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—Sí, creo que él tenía uno con él —dijo Mairelon—. Increíblemente sensible también. Cualquier número de cosas podría haber ido mal entre aquí y Gretna Green, si él hubiera elegido esa ruta. —¿Sensible? —Abrió los ojos como platos hacia Mairelon—. ¿Freddy? —Allí, ¿ves? —dijo el Sr. Bramingham a la gran sala. Sus ojos cayeron sobre St. Clair, y él frunció el ceño—. Shoreham, ¿qué está haciendo el Barón St. Clair en la esquina con ese hombre apuntando una pistola hacia él? —Está bajo arresto, en el nombre de la Ley —le informó Stuggs—. Junto con esos otros dos. Aún no sé directamente lo que hicieron, pero hicieron algo, y yo tengo mi deber. —Debes arrestar a ese hombre también —gruñó Jonathan Aberford, señalando a Mairelon—. Quien quiera que sea. ¿No dijo alguien que era buscado? La cara de Andrew dejó unas líneas sombrías. Mairelon solo sonrió y miró hacia el Conde de Shoreham. Shoreham devolvió la sonrisa, luego dijo a Jonathan. —Él seguramente es buscado por los franceses, pero aunque nuestras relaciones con ellos han mejorado en el trato, no creo que nuestra cooperación se extienda tanto como para volver a uno de los nuestros sobre ellos. Particularmente un hombre con semejante registro distinguido. —Eres demasiado amable —dijo Mairelon. —Probablemente —estuvo de acuerdo Shoreham suavemente. La boca de Andrew había caído abierta, como la de Lady Granleigh y St. Clair se pusieron blancas; Renée D‟Auber y Hunch parecían petulantes. —¿De qué estás hablando? —Demandó Jonathan. El conde de Shoreham suspiró. —Durante los pasados cinco años, Richard Merrill ha sido uno de los mejores agentes que la Oficina de Guerra ha tenido la buena fortuna de contratar. ¿Es eso lo bastante claro para ti? —Pero... pero pensé que él robó la Fuente Saltash —dijo Jonathan frunciendo el ceño. —¿Merrill? —dijo el conde de Shoreham—. Es su turno de explicar. —En un minuto. No creo que tengamos suficiente aún con Lord Granleigh —respondió Mairelon—. Todavía no entiendo cuáles son las ambiciones de Lady Granleigh para que su esposo tenga que ver con el Conjunto Saltash, o cómo ella se enteró de eso en primer lugar.

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—Ella escuchó tras las puertas, así es como lo hizo —dijo Jasper Marston avispadamente, levantando la cabeza por primera vez desde que el conde y sus compañeros habían llegado. Lady Granleigh quedó sin aliento. —Jasper, cómo se atreves… —¡Oh! deténgase, Amelia —dijo Jasper—. No sirve de nada fingir inocencia herida. Ya ellos saben mucho de esto. Ellos le conocen —añadió maliciosamente. —No está pensando en lo que está diciendo —dijo Lady Granleigh en un tono que podría haber congelado el Támesis en pleno verano. —¡Sé exactamente lo que estoy diciendo! Todo este lío es culpa suya, Amelia, y no voy a tomar la culpa por ello. —¿Mi culpa? ¡Es el que trajo consigo a este agente de Bow Street! Supongo que va a reclamar que no sabía nada acerca de eso. —Llegado al caso, no —agregó Stuggs—. Conozco mi negocio, y no es dejar a un petimetre estúpido en el momento oportuno, ruego su perdón, señor. —¡Fue su idea hacerse con esa maldita fuente! —Dijo Jasper, haciendo caso omiso de Stuggs—. ¡Todo fue idea suya, de principio a fin! Mairelon se aclaró la garganta, lo que les recordó la presencia de una audiencia a los combatientes. Lady Granleigh cerró su boca de lo que fuera que había planeado decir, y Jasper se calmó, cerca de la chimenea una vez más, agarrando su cabeza. Mairelon sonrió suavemente. —¿Y cómo Lady Granleigh, adquiriera la fuente Saltash le ayudaría con el Ministerio, Lord Granleigh? Lord Granleigh miró a Mairelon con sorpresa. —¡Dios mío, hombre, la recuperación del Conjunto Saltash y atrapar al ladrón no le daría un impulso a nadie! Uno de esos chicos del Colegio Real vino con un aparato que lo dijo, y todo el Ministerio ha estado animado desde entonces. —¿Un aparato? —Mairelon frunció el ceño, distraído—. ¿No uno de los cristales de Fotherington? Él ha estado tratando de conseguirlos para hacer predicciones precisas por siempre, ¿quiere decir que por fin lo ha logrado? —Llegado al caso, sí —dijo el conde de Shoreham—. Puede discutirlo con él más tarde. —¿Cómo lo consiguió…?

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—Más tarde, Richard. En este momento, queremos su historia, y debes admitir que hemos sido muy pacientes. —Demasiado pacientes —dijo Hunch oscuramente. —Oh, muy bien. Creo que tengo suficiente de las piezas para armar una imagen bastante buena. Es una historia larga, sin embargo, será mejor que os pongáis cómodos. El conde suprimió otro suspiro y se apoyó contra la puerta. El Sr. Bramingham, viéndose ligeramente desconcertado, sujetó una silla para Renée d'Auber, mientras que el resto de la compañía —con la excepción de Stuggs y sus prisioneros— se instalaron alrededor de la habitación. Viendo a Lady Granleigh y a Jonathan Aberford competir por una silla, Kim se alegró de que se hubiese apropiado del apoya pies antes de que se le hubiera ocurrido a alguien más sentarse. —La historia comienza hace unos cinco años —dijo Mairelon, y Kim sonrió, reconociendo el tono familiar de conferencias—. El conjunto de Saltash, del cual esto es parte, estaba siendo exhibido en la antesala del Colegio Real de Magos, al cual había sido recientemente elegido. —Lord St. Clair —Mairelon le hizo una media reverencia irónica—, había estado durante algún tiempo tratando de obtener el conjunto Saltash del Colegio, pero por una razón u otra, el Colegio se negó a venderlo. Así que decidió robarlo. Al no tener experiencia con los puntos más delicados del robo, se acercó a su medio hermano ilegítimo, Daniel Laverham, para obtener ayuda. —Laverham le envió a St. Clair, un joven llamado James Fenton, a quien debo suponer era, a la vez, un ladrón consumado y muy leal a Laverham. A Laverham, como ve, no le gustaba y desconfiaba de St. Clair… —¡Y con razón! —Interrumpió Dan Laverham, mirando a lord St. Clair. —Tranquilo, tú —dijo Stuggs—. Tendrá su oportunidad de hablar más tarde. —Saint Clair preparó para que Fenton robara el Conjunto Saltash —continuó Mairelon—. Saint Clair debería tener cuidado de las precauciones mágicas del Colegio Real contra el robo, y Fenton haría el resto, incluyendo el abandono de uno o dos artículos que me había robado, en la antesala, para que pareciera como si yo fuera el ladrón. Él incluso había cronometrado las cosas para que yo estuviera en camino a mi casa solo desde mi club cuando ocurriera el robo, por lo que no tenía motivos para preocuparse por soltar información en Bow Street contra mí. —Desafortunadamente para St. Clair, las cosas empezaron a ir mal en ese punto. Me encontré con Shoreham aquí fuera del club, y nos pusimos a discutir sobre el uso de 220

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invocaciones en las salas y los hechizos de protección. Terminamos en donde Renée, experimentando con hierba gatera y polvo de perlas hasta que los vigilantes hicieron su ronda por la mañana. —Entonces, ¿por qué no lo dijiste? —Explotó Andrew—. ¿Por qué dejaste que todos creyeran…? —En primer lugar, porque no vi la necesidad —dijo Mairelon—. No creía que nadie tomaría en serio la acusación. Y estaba la reputación de Renée a considerar. —Lo cual era una gran tontería —dijo Renée d'Auber enfáticamente—. Soy la excéntrica, yo, y nadie presta la menor atención cuando hago cosas raras. —No ahora —coincidió Mairelon—. Pero hace cinco años apenas tenías dieciocho años, y eso no lo habría hecho. —¡Bah! —dijo Renée, rechazando estos terrores imaginarios con un movimiento de la mano—. Usted es totalmente Inglés, y además muy tonto. Papá y yo habríamos ideado algo. —Pero una vez que descubriste la intención de los agentes de detenerte… —dijo Andrew y se detuvo, mirando de Mairelon a Renée con incertidumbre. —Para entonces yo les había pedido que no dijeran nada —dijo el conde de Shoreham—. Fue la excusa perfecta para que Richard saliera del país y estableciera su residencia en el continente, y necesitábamos a alguien como él para hacer precisamente eso. Alguien que pudiera hacer frente a cualquier nivel de la sociedad, eso. Alguien que pudiera hacer frente a cualquier nivel de la sociedad, alguien que no sería demasiado sospechoso, y sobre todo, alguien que sabía de magia. Richard era perfecto. —Así que Hunch y yo huimos a Francia —reasumió Mairelon—. Mientras tanto, Fenton le llevó el Conjunto Saltash a Laverham en lugar de St. Clair. Desde el instante en que Laverham no sabía que el conjunto tenía propiedades mágicas, lo separó y lo vendió a pesar de su hermano. En el momento en que Fenton se enteró de que el conjunto era más útil junto que separado, ya era demasiado tarde. Las piezas se dispersaron, y prácticamente fue imposible de rastrear. Laverham y St. Clair estaban viendo a Mairelon como si de pronto hubiera adquirido dos cabezas, y el resto de la compañía estaba escuchando con gran atención. Kim sacudió la cabeza con admiración. Mairelon había juntado todo tan claramente que él podría haber estado escuchando a Laverham y St. Clair todo el tiempo. —Una de las piezas del conjunto, la taza, fue comprada por un barón alemán —dijo Mairelon—. Me enteré de esto, y después de la guerra me quedé en el continente para rastrearla. Me tomó casi un año. Mientras tanto, Laverham había recuperado dos de las 221

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cuatro esferas, y la fuente había caído en las manos inocentes del pequeño grupo del Sr. Aberford. Jonathan Aberford frunció el ceño, y Kim se preguntó si él estaba más molesto por la referencia de Mairelon a los druidas como un "pequeño grupo" o por catalogarlos de inocentes. —Esa fue la situación de hace unas cuatro semanas, cuando volví a Inglaterra —dijo Mairelon, dándole a Jonathan una sonrisa encantadora—. Y las cosas empezaron a complicarse. Naturalmente, yo no podría volver a ser yo mismo; los agentes estaban todavía en pos de mí, y tengo un gran respeto por sus habilidades. —Él y Stuggs intercambiaron asentimientos de cabeza—. Así que elegí el papel de un actor del mercado. Nadie espera que un mago verdadero trabaje por unos peniques y el ocasional chelín en un mercado, por lo que no mandaron a nadie a buscarme allí. Pero le envié palabra a Shoreham, y supongo que él le dijo, Lord Granleigh. Mairelon hizo una pausa y miró a Lord Granleigh expectante. Lord Granleigh asintió con la cabeza. —Él lo hizo. Discutimos las implicaciones con cierta amplitud. —Miró a su mujer y agregó—. En mi estudio. —Así sería cómo Lady Granleigh oído hablar de esto —dijo Mairelon con falta de tacto supremo—. Ella, ah, persuadió a su hermano para que la ayudara a encontrarme con la intención, supongo, de atraparme y a tanto del conjunto Saltash como fuera posible y presentar el lote al Colegio Real, en nombre de su marido. —Y una buena reflexión ha hecho de eso —mencionó Stuggs, mirando con desprecio a Jasper Marston—. Fue por los alrededores preguntando a éste y aquel, sin ningún sentido común más que el de un bebé. La pregunta era todo sobre Saint Giles antes de que el día terminara. —¿Cómo iba yo a saber? —Se quejó Jasper—. “Encuentra a esta persona Merrill” dijo ella; bueno, ¿cómo encontrar a un hombre en el Londres entero sin preguntar? —Lo cual explica cómo en Bow Street escucharon de mi regreso —Mairelon dijo—, y sin duda, cómo el Sr. Laverham escuchó de esto, también. —Él miró a Dan, que lo fulminó con la mirada y no dijo nada—. Bow Street dispuso que el Sr. Stuggs aquí presente mantuviera un ojo sobre el Sr. Marston. Al menos, supongo que era Bow Street. —Lanzó una mirada de reojo al conde de Shoreham. El conde se echó a reír. —En lo cierto de nuevo, Richard. Stuggs ha hecho un trabajo o dos para mí antes, aunque este no era uno de ellos. ¿Cómo lo has adivinado? —Él te reconoció cuando llegaste hace un momento —respondió Mairelon—. Y sólo alguien de tu gente te llamaría “señor” y no “mi señor”.

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Lady Granleigh resopló, pero una mirada de su marido le impidió decir nada. —Una vez que encontró a Mairelon el Mago, el Sr. Marston contrató a Kim aquí para buscar a través de mi carro por el Tazón Saltash. Yo, eh, la encontré en el proceso y la persuadí para venir conmigo después de que terminó su comisión para el Sr. Marston. —Cabeza de trapo —murmuró Kim, no del todo seguro de si se refería a Marston o a Mairelon. —Sospecho que eran los hombres de Laverham a los que les dimos el esquinazo en nuestro camino de salida de Londres —dijo Mairelon de forma suave—. No importa, sin embargo. Shoreham nos dijo dónde estaba la fuente, y hemos venido aquí para recuperarla. No estoy seguro de cómo Renée se enteró de adónde íbamos… —Lord Shoreham me dijo —dijo Renée. —Y desde que Monsieur Andrew Merrill era causa de infelicidad, y además había escuchado algunos de los rumores, y ya que también escuché que los agentes de Bow Street tenían interés, pensé, yo, que sería mejor venir aquí y arreglar los asuntos por mí misma. —¡Renée! —Shoreham parecía horrorizado. —Oh, fui muy discreta —le aseguró Renée—. Nadie supo que no estaba en Londres, excepto por supuesto Madame Bramingham y sus invitados, y Monsieur Andrew se quedó en la posada de esa ciudad con un nombre terrible que no puedo recordar. —¿Swafflton? —murmuró Mairelon. —Sí, eso es —dijo Renée—. Y todo salió bien, así que no hay razón para que te quedes con la boca abierta, así, y hacer muecas como si tuvieras dolor de estómago. —Deberías haberme dejado el asunto a mí —dijo Shoreham, sacudiendo la cabeza. Renée abrió mucho los ojos. —¿En verdad? Pero no me parece que haya hecho mucho. —No era necesario —dijo Mairelon—. No más de lo que era necesario para usted venir. —Bueno, pero podría haber sido —respondió Renée, imperturbable—. Y es mejor ser muy listo, ¿no? Además, no lo veo a usted explicándome nada de esto a mí sí me hubiera quedado en Londres, y no quiero morir de la curiosidad. Así que estoy contenta de haber venido, y no me importa si parecen muy agrios al respecto. Mairelon puso los ojos, y Kim se rió. A ella le estaba empezando a gustar Renée, a pesar de sí misma. —No sé si Lady Granleigh sabía que la fuente Saltash estaba en Ranton Hill cuando vino a la fiesta en casa de la señora Bramingham —prosiguió Mairelon después de un 223

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momento—, pero prefiero pensar que no. No tardó mucho en descubrirlo y enviar a su hermano, aunque, y los caminos y el clima sean como lo han sido, ambos estarían establecidos antes de nuestra llegada. —Laverham debe haber conocido el paradero de la fuente durante varios meses, por lo menos, pero él estaba siendo muy cauteloso. Arregló para que James Fenton tomara un trabajo como lacayo de Freddy Meredith, con la intención de tener a Fenton robando la fuente para él más tarde. Fenton tenía otras ideas. Dan Laverham murmuró algo entre dientes y miró a Mairelon. Mairelon sonrió, y Kim negó con la cabeza. Estaba disfrutando de todo esto demasiado, pensó ella. —La familia Fenton era respetable, y su hermano era un platero. Fenton lo convenció para copiar la Fuente Saltash exactamente. Tal vez la idea original era encubrir el robo de la fuente durante el mayor tiempo posible, pero debió haberse dado cuenta muy pronto que podía hacer una bonita suma vendiendo las copias de la fuente a cada una de las, eh, partes interesadas. Puesto que él mismo no era un mago, no sabía que las falsificaciones son tan infantilmente fáciles de detectar. Cuando las copias estuvieron hechas, Fenton sustituyó la fuente real por una copia y la escondió en el refugio de los druidas. —Mairelon hizo una señal al enorme agujero en el suelo delante de la chimenea—. Pero él estaba estirando su suerte, ya que las copias le habían llevado mucho tiempo, y Laverham empezaba a preocuparse, sobre todo porque para entonces ya había oído que yo estaba de vuelta. Por lo que Laverham envió a Jack Stower hasta Ranton Hill para vigilar a Fenton. —¡Entonces él no me siguió! —exclamó Kim, recordando lo asustada que había estado por la aparición inesperada de Jack en la posada de Ranton Hill. —No, pero estuvo bien que te mantuvieras fuera de su vista —dijo Mairelon—. Piensa en los problemas que habríamos tenido si Laverham hubiera llegado unos días antes que él. —Kim se estremeció. —Richard —dijo el Conde de Shoreham. Su tono era suave, pero Mairelon suspiró y volvió a su historia. —Sólo para confundir más las cosas, en esta época Freddy Meredith perdió la fuente falsa frente a Henry Bramingham en un juego de cartas. Henry sabía que su tío — Mairelon asintió con la cabeza hacia Gregory St. Clair—, coleccionaba rarezas de ese tipo y propuso dársela a él. Eso llevó a St. Clair hasta Ranton Hill y a sumergirse en una interesante ronda de robos en Bramingham Place. Kim y yo tuvimos el privilegio de observar la mayor parte del desfile. —¿Qué, qué? —dijo el Sr. Bramingham. —Nos escondimos en vuestro agujero del sacerdote —explicó Mairelon. 224

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—¡Agujero del sacerdote! —dijo Kim, decepcionada—. ¿Eso es lo que era? Pensé que era un hechizo. —Bramingham me lo mostró la última vez que le visité —dijo Mairelon—. La próxima vez que su familia se despierte en medio de la noche, Bramingham, debe recordar mirar en su interior. —Sí, pero ¿qué es eso de los robos? —dijo Bramingham—. Alguien entró en la biblioteca hace un par de noches, pero… —Varios alguienes —le interrumpió Mairelon—. En realidad, creo que Renée fue la primera, pero reconoció que la fuente era una falsificación y la dejó donde estaba. Ella se había ido cuando Kim y yo llegamos. —Ya sabía que no debería haberme ido a Londres y dejarle aquí con ella —dijo Hunch. —¡No fue mi idea! —protestó Kim. —No pensaba que lo fuera —dijo secamente Hunch, y Kim parpadeó sorprendida. Entonces ella le sonrió. —Nos interrumpió la llegada del Sr. Stower —dijo Mairelon con una aplastante mirada a Hunch—. Stower fue interrumpido a su vez por Marston y Stuggs, que fueron interrumpidos por Jonathan Aberford. —¿Jonathan? —dijo Robert Choiniet, sorprendido—. ¿Está seguro? —Él tiene un giro de frase que es inconfundible —respondió Mairelon. —¿Tiene gusanos en la cabeza? —exigió Robert, mirando a Jonathan—. ¿O le ha llegado de repente el tocino al cerebro como a Freddy Meredith? ¿Por qué en nombre del cielo, intentaba robar Bramingham Place? —Pensé que iba a funcionar —dijo Jonathan de mal humor. —No había contado con, eh, la competencia —dijo Mairelon—. Al final, Lady Granleigh logró obtener la fuente con el truco más cuidadoso que he visto. Usted puede considerar adoptarla, Shoreham, ella tiene nervios para ello. Lady Granleigh parecía como si no supiera si sentirse contenta u ofendida por esta observación, y Kim escondió una sonrisa. —Lady Granleigh rápidamente descubrió que su fuente era una falsificación, lo cual la dejó en una especie de dilema. No podía volver a Bramingham sin torpes explicaciones, pero no quería mantenerla, sin embargo. Y Jonathan Aberford estaba colgado sobre Bramingham Place y siendo un incordio por sí mismo; si Lady Granleigh y su hermano 225

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hacían cualquier intento para localizar la fuente real, Jonathan seguramente lo notaría. Así que decidieron dar la falsificación de nuevo a los druidas y resolver dos problemas a la vez. —Miss D'Auber y yo habíamos acordado reunirnos esta mañana cerca de aquí para comparar lo que cada uno había aprendido. Ella se demoró —Mairelon le dio a Andrew una mirada rápida, y Andrew sonrió con ironía—, así que estaba aquí solo cuando Lady Granleigh y su grupo llegaron. Yo, ah, acepté la fuente en nombre del Sr. Aberford. —¿Con qué derecho? —Exigió Jonathan. Mairelon lo miró sin responder. Stuggs hizo un ruido peculiar que Kim se dio cuenta, después de un momento, que era una risa ahogada. Jonathan se puso muy rojo y se hundió, murmurando, y Mairelon se volvió hacia el Conde de Shoreham y continuó su relato. —Mientras tanto, Fenton estaba realizando sus propios planes. Él le dio o vendió la segunda de sus falsificaciones a Jack Stower y presumiblemente hizo arreglos para reunirse con un par de clientes potenciales. Mairelon miró hacia St. Clair, que no reaccionó. Jonathan Aberford, sin embargo, frunció el ceño y se removió inquieto. Mairelon sonrió. —Sí, me lo imaginaba. —Sigue, Richard —dijo el Conde. Parecía divertido, pero decidido. —No tiene sentido del dramatismo Shoreham —se quejó Mairelon. —Tengo justo el que necesito —respondió el Conde con una voz seca—. Aunque estoy dispuesto a admitir que no he pasado los últimos años en un escenario. Sin duda es un grave defecto en mi educación. —Sin duda —dijo Mairelon, luciendo un poco descontento—. Bueno, Stower estaba a punto de regresar a Londres con su fuente cuando vio a Hunch en Ranton Hill. Siguió a Hunch a nuestro campo e intentó coger la fuente falsa que habíamos recogido, en cambio, perdió la suya y me condujo directamente a Bramingham Place para averiguar lo que estaba pasando. Encontré más de lo que esperaba. —Mairelon hizo una pausa, mirando a la pared del fondo, y algo en su postura contuvo a los demás de hacer comentarios. Luego se estremeció y miró al señor Bramingham—. Cuando vuelva, será mejor que envíe a alguien al bosque de Long Avenue. Hay un cuerpo y dos copias más de la Fuente Saltash escondidos allí. —Richard —dijo el Conde, su voz se elevó claramente por encima del murmullo confuso que estalló entre el resto de los oyentes—. ¿Quién? ¿Qué pasó?

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—El cuerpo fue el desafortunado y ambicioso James Fenton —respondió Mairelon—. En cuanto a lo sucedido, sólo puedo especular, Kim y yo escuchamos el disparo, pero no conseguimos ver al hombre que le disparó. —¡Especula, entonces! —Creo que Fenton había quedado con alguien en Long Avenue. Dos alguienes, en realidad, él no podría haber vendido tantas falsificaciones a la misma persona. Creo que calculó mal… recuerdo que él no sabía que un mago podría fácilmente decir la diferencia entre sus falsificaciones y la fuente real. Por eso, cuando trató de vender una de las falsificaciones, St. Clair le disparó. —Es poco probable —dijo lord St. Clair en el horrorizado silencio que siguió. —En absoluto —dijo Mairelon con exagerada cortesía—. Usted, Laverham y Aberford son las personas más lógicas para que Fenton eligiera como posibles clientes para sus falsificaciones restantes. Laverham, o más bien, Stower el hombre de Laverham, ya tenía una fuente. Aberford claramente haría muchas cosas para tener en sus manos, eh, el Plato Sagrado, pero dudo que hubiera cometido un asesinato. Además, si él hubiera matado a Fenton, no hubiera ido hasta el carruaje de Laverham media hora más tarde, buscando la fuente. Jonathan se sacudió. —¿Cómo sabes… —Es la única razón por la que usted no ha hecho nada durante la semana pasada —dijo Mairelon—. Se suponía que se encontraría con Fenton, también, ¿no? ¿Cómo se enteró de que tenía la esperanza de vender la fuente a otra persona? —Lo escuché jactarse de eso en la posada —dijo Jonathan de mal humor—. ¡Yo no maté a nadie! —Sí, lo sé —dijo Mairelon—. Usted pensó que ganaría algún tiempo y problemas, por no hablar de dinero, y sostuvo el carruaje en lugar de pagar a Fenton. —Todo esto es especulación —dijo St. Clair. Él actuó como si estuviera bastante tranquilo, pero había pequeñas líneas de tensión en las comisuras de sus ojos, y un músculo en su mandíbula temblaba repetidamente cuando él no estaba hablando. —No del todo —le dijo Mairelon—. Hace un momento, le dijo a Laverham y a Stuggs que no podían probar nada en contra de usted sin Fenton, pero nadie ha mencionado lamentable el fallecimiento del Sr. Fenton hasta ahora. Si no lo mató, ¿cómo lo supo? —No me refería a la muerte de ese Fenton —dijo lord St. Clair con frialdad—. Yo sólo quería decir que nadie sabía dónde estaba. —Convence a los Corredores de eso. — Mairelon asintió con la cabeza hacia Stuggs. 227

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—¡Usted fue el hombre con el que él se iba a encontrar! —dijo Jonathan de pronto, mirando fijamente a St. Clair—. ¡Usted fue la persona a quien le habría vendido el Plato Sagrado! —Robert Choiniet rodó sus ojos. Lady Granleigh pareció sorprendida. El Conde de Shoreham frunció el ceño. —¿Cómo lo sabes? —exigió. —Él estaba en la posada, lo vi ahí mientras yo estaba... siguiendo a Fenton. —Poco convincente —dijo St. Clair. —Dudo que los Corredores tengan problemas para encontrar alguna prueba, de una forma u otra —dijo Mairelon. —Ahora que están buscando al hombre correcto —murmuró Andrew. —En cualquier caso: St. Clair disparó a Fenton, pero Kim y yo le interrumpimos. Laverham y Stower nos interrumpieron y nos trajeron aquí. Supongo que St. Clair nos siguió. Fenton había ocultado la fuente debajo de la chimenea, la encontramos y tuvimos un pequeño desacuerdo sobre su propiedad. Espero que Stuggs le pueda decir el resto, estuvo aquí la mayor parte del tiempo. Y eso es todo.

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Capítulo 26 Traducido por Sera y Virtxu. Corregido por Majo2340.

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o era todo por una gran tentativa. Todo el mundo quería una oportunidad para objetar, explicar, o hacer preguntas, y tomó toda la considerable fuerza de carácter del Conde para mantenerlos más o menos bajo control. Mairelon no era de ninguna ayuda; él tomó ventaja inmediata de la conmoción para esquivar a Hunch y arrinconar a Lord Granleigh, a quien empezó el interrogatorio sobre el desarrollo mágico reciente en el Real Colegio de Magos. Después de unos pocos minutos de caos, Stuggs trajo la confusión a un alto señalando que debería llevar a sus prisioneros a la ciudad y hacer los arreglos para que sean transportados a Londres. —Hay otro dormido en el pescante afuera —dijo Mairelon, volviendo su cabeza—. No sé lo que ha hecho, pero estoy bastante seguro de que es algo horrible. Stuggs frunció el ceño. —No es un mago también, ¿no? —¿Qué, conduciendo un carruaje? —dijo Jonathan con desprecio. —No, es sólo otro del equipo de Laverham —dijo Mairelon—. Lo suficientemente desagradable, pero lo bastante ordinario en la medida en que se refiere a sus habilidades. —Aun así, eso los hace ser cuatro —dijo Shoreham—. Lo cual es un poco demasiado para esperar de un hombre por muy competente que sea, para que lo maneje solo. —Bueno, podría marcharme hasta la ciudad —ofreció el señor Bramingham—. No es demasiado a mi manera, ya sabes. Aunque no puedo parar ahí; mi esposa estará esperando oír que ha pasado. —Y extenderlo por la mayor cantidad del condado que pueda alcanzar —murmuró Mairelon—. Me temo que St. Clair va a ser un marginado social sin importar cómo resulte el juicio.

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—Ya lo creo. —Lady Granleigh sorbió por la nariz—. Su comportamiento hacia mí, y la pobre Marianne, ha sido simplemente imperdonable. Si no hubiera sido por él, Marianne no hubiera huido como lo hizo. Todos miraron a Lady Granleigh con una incredulidad evidente, incluyendo Jasper. Lady Granleigh los miró por encima del hombro con desprecio a todos ellos. —Apuntar esa pistola a la pobre Marianne claramente trastornó su intelecto. Estoy bastante segura de que te si te hubieras comportado como debe un caballero, consejos más sabios hubieran prevalecido, y ella no hubiera salido corriendo para casarse de una manera sin importancia. —La felicito, Lady Granleigh —dijo Lord St. Clair tras un momento—. Nunca he conocido a nadie con un talento tan grande para ver el mundo como ella desea que sea. Lady Granleigh se quedó mirando a través del espacio que ocupaba Lord St. Clair como si no estuviera ahí, luego se giró a su hermano. —Vamos, Jasper, es hora de que nos vayamos. —Hora, y bien pasada —murmuró Kim. Mairelon miró bruscamente en su dirección, pero nadie más pareció escucharlo. —Te acompañaré, querida mía —dijo Lord Granleigh en un tono que no admitía discusión—. Bramingham tiene razón, deberíamos estar volviendo. Lady Granleigh no parecía satisfecha en absoluto por esta evolución (ni lo estaba Jasper), pero no tenían otra opción salvo marcharse. Kim se preguntó si Lord Granleigh les daría una reprimenda en el carruaje. Esperaba que sí; la liquidada sujeta caras se merecía una regañina y algo más por la forma en que había estado curioseando en los asuntos de los demás, y Jasper no era mejor. —Ahora pues, Stuggs —dijo Lord Shoreham cuando los Granleigh estaban seguramente fuera de la puerta—. Querrás a alguien aparte de Bramingham para ayudar con los prisioneros, creo. No tiene sentido correr riesgos. —Estaríamos encantados de ayudar, señor —se ofreció voluntario Robert Choiniet—. Es decir, si crees que seríamos útiles. —Le dio un codazo a Jonathan. —¿Encantados? —dijo Jonathan con amargura—. Oh, sí, por supuesto, sin duda. El Plato Sagrado se ha ido para bien, la logia está en ruinas, y los Hijos del Nuevo Amanecer serán un hazmerreir. Naturalmente estamos encantados. Mairelon miró hacia él.

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—Difícilmente creo que una ventana rota, una piedra de la chimenea desplazada y un par de sillas volcadas constituya estar en ruinas. —Sí, nos hemos hecho más daño a nosotros mismos en una buena noche —coincidió Robert—. Deja de actuar, Jon. —¿Actuar? ¿Actuar? ¡Pareces no darte cuenta de lo serio que es esto! Necesitamos consagrar el Plato Sagrado antes de que podamos hacer ningún progreso más en los Misterios. Robert puso los ojos en blanco y Mairelon escondió una sonrisa. Kim lo sentía por Jonathan. Sabía lo que era perder algo en lo que había confiado tener, incluso si ella no sabía nada sobre druidas o magia. Y después de todo, no era su culpa que hubiera tomado la Fuente Saltash en lugar de alguna bandeja normal de plata a la que nadie le hubiera importado. Un pensamiento se le ocurrió, y dijo de repente. —¿Por qué elegiste la Fuente Saltash para tu Plato Sagrado? Es decir, cualquiera falso lo haría, ¿o tiene que ser éste particular? —Era perfecto —dijo Jonathan de mal humor—. Es exactamente de las dimensiones correctas, y el modelo tiene el equilibro adecuado de forma natural y diseño abstracto. Me llevó dos años de búsqueda encontrarlo, ¡y tenía que ser robado! —Bueno, si todo lo que necesitas es tamaño y forma, ¿no puedes usar una de las fuentes falsas? Hay bastantes alrededor. Todo el mundo miró a Kim, y ella se ruborizó. —Era sólo una idea. —Una muy buena —dijo Mairelon—. Una de esas fuentes falsas debería ajustarse admirablemente, Aberford. Mejor que la cosa real, de hecho; no tendrás que preocuparte sobre que tus hechizos se enreden con los que ya están en la Fuente Saltash y exploten, o hacer algo igualmente inesperado. Jonathan, quien había abierto la boca, la cerró de nuevo, pareciendo de repente muy pensativo. Los labios del Conde de Shoreham se retorcieron, y Renée D‟Auber levantó una mano para esconder una sonrisa. Andrew sólo parecía perplejo, y St. Clair y los otros prisioneros ignoraron estudiadamente el intercambio. —Dudo que tampoco haya ningún escándalo sobre la propiedad de uno de los duplicados —añadió Mairelon. —Creo que puedo garantizar que ninguna pregunta oficial será hecha —dijo Shoreham—. Probado de que no haya escándalos hechos por este final, por supuesto. Aunque debería advertirte que no puedo hacer nada por las habladurías. —Miró en 231

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dirección a la puerta, donde Lady Granleigh y su cómplice hacía tiempo que habían desaparecido. —Las habladurías no harán nada salvo incrementar nuestros miembros —comentó Robert—. Incluso puede que consigamos un par de compañeros que paguen su cuota de subscripción. Eso le agradaría a Austen muchísimo. —Sí, ¿verdad? —dijo Jonathan, fallándole la voz tan improvisadamente como él claramente quería—. Muy bien, hagámoslo. —Bien. Tengo dos en mi vagón; puedes pasarte esta tarde y recoger uno —dijo Mairelon—. Es sólo carretera abajo, a mano izquierda mientras te diriges hacia el pueblo. —¿Esta tarde? Pero pensé… —Todavía tengo unas pocas cosas que hacer aquí —interrumpió Mairelon—, y no será conveniente que esperes. Créeme. —Sí, y tu madre estaba en un terrible ingreso cuando me fui, Jon —dijo Robert—. Dios sabe cómo está ahora. Tendrá a la mitad del condado buscándote si no llegas a casa pronto, depende de eso. —Oh, muy bien —dijo Jonathan sin gracia. Arremolinó su capa innecesariamente y caminó hacia la puerta de la logia—. Te esperaré hasta esta tarde —le dijo a Mairelon en un tono portentoso y se fue. —Joven y tonto gordinflón —dijo Mairelon, pero no lo suficientemente alto para que se oyera afuera. Andrew frunció el ceño. —Espera un minuto. ¿No dijo alguien que su caballo había huido? ¿Cómo planea volver a casa, donde quiera que esté su casa? —Oh, Jon nunca planea nada —dijo Robert en un tono resignado—. Excepto las ceremonias. Probablemente tomará mi caballo. Creo que mejor voy contigo y Bramingham después de todo, Señor Stuggs. Puedo pararme en el pueblo siempre que necesites ayuda con ese grupo, y luego tomar prestado un caballo para llegar a casa. Stuggs asintió y le pasó una pistola. —Bien, entonces. Avanza, ahora, grupo. —Creo que mejor voy con ellos, al menos tan lejos como el carruaje —le dijo el Conde de Shorelam a Mairelon mientras St. Clair, Jack Stower y Dan Laverham comenzaron a 232

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caminar hacia la puerta, flanqueados por Robert y el Sr. Bramingham—. Dos de ellos son magos, después de todo, no haría que tomen ventaja, por así decirlo. —Siempre fuiste cauteloso —le dijo Mairelon—. ¿Debería ir y ayudar? —No, no, ya has hecho lo suficiente —respondió Shoreham rápidamente—. Y sólo tomará un momento. Te quedas aquí. —Él siguió a Bramingham, quien cerraba el final de la pequeña procesión de Stuggs, fuera de la puerta. Mairelon miró detrás de él con un aire abstraído. —Ahora, ¿crees que estaba siendo sutil, con tacto, o simplemente cobarde? —preguntó a la ventana que Laverham había roto. —Él estaba haciendo su trabajo —dijo Hunch—. Lo que usted debería haber estado haciendo también, en lugar de entrar en casas y robar cosas durante mi ausencia. —Ese era mi trabajo —señaló Mairelon de vuelta—. O parte de él, de todos modos, que viene a ser lo mismo. —Podrían haberle disparado —dijo Hunch tenazmente. —Sí, bueno, no lo hicieron, así que no hay necesidad de seguir al respecto, sobre todo porque la razón principal por la que estás tan charlatán con esto es porque te perdiste la diversión. —¿Charlatán con esto? —dijo Andrew con un tono de perplejidad. —Es una de las expresiones de Kim —dijo Mairelon—. Muy descriptiva. —Hizo una pausa, mirando a Andrew, y Hunch cerró la boca al comentario que había estado a punto de hacer—. Es bueno verte de nuevo, Andrew —dijo Mairelon después de lo que pareció un tiempo muy largo. —Es bueno verte, Richard —contestó Andrew en voz baja—. Durante un tiempo... no estuve seguro de si iba a hacerlo. —¿Qué? No habrás estado escuchando a Hunch, ¿verdad? Ese negocio en la Península no era para nada tan grave como él dice. —Puedo ver que Hunch y yo vamos a tener que una larga conversación —dijo Andrew con una sonrisa torcida—. Pero eso no fue lo que quise decir. —Sí, bueno, en realidad lo sé, pero eso no importa —dijo Mairelon rápidamente. —Es importante para mí —insistió Andrew. Él respiró hondo y continuó—. Te juzgué mal, muy mal hace cinco años, y quiero decirte que ahora lo sé, y lo siento. 233

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Renée D'Auber hizo un pequeño asentimiento de satisfacción con la cabeza y una lenta sonrisa comenzó a extenderse por el rostro de Hunch. Kim quería animarles, pero no se atrevió. Ella tenía miedo casi hasta de respirar, por miedo a que alguien se diera cuenta, y recordara que ella estaba allí, y la dijera que se retirara. —Muy bien —dijo Mairelon suavemente, con los ojos en la cara de Andrew—. Ya me lo has dicho. Disculpa aceptada. ¿Podemos dejarlo en eso? —¿Quieres decir que eso es todo? —En realidad, Andrew, ¿estabas esperando que exigiera una reparación? —dijo Mairelon en el tono ligeramente exasperado que utilizaba con Hunch y Kim—. A lo lindo que sería, tú eres mi hermano, después de todo, por no mencionar que los duelos son ilegales. ¿O prefieres que tenga un ataque de mal genio? Podría convertirte en una rana durante unos minutos, si eso te hace sentir mejor, pero prefiero no hacerlo. Es una maldita molestia medir todos los ingredientes para el polvo, y nunca puedo recordar las terminaciones adecuadas para los verbos. Andrew se rió. —Estoy bien, gracias, Richard. ¿Va a volver a casa ahora? Las palabras fueron una cuestión, pero su tono dejó claro que esperaba que Mairelon respondiera que sí. El corazón de Kim se sacudió al darse cuenta de cuán inevitable era ese sí y lo mucho que significa. El Mairelon que ella conocía era un actor, un truco para engañar a los Corredores, y el truco ya no era necesario. Se convertiría en Richard Merrill otra vez, y volvería a una vida de clase acomodada que ella apenas podía imaginar. Ella trató de ser feliz, pero lo único en que podía pensar era que no habría lugar en esa vida para ella. Envolvió sus brazos alrededor de ella y se abrazó fuerte. Por lo menos tenía las cinco libras que Jasper Marston le había pagado, y la ropa que le había comprado Mairelon. Tal vez Mairelon o Shoreham le darían unas pocas guineas más por su ayuda con Laverham. Era tanto como ella hubiera querido, cuando se metió en esto, pero no podía hacer nada si lo que ella quería había cambiado desde entonces. —A casa —dijo Mairelon, rodando la palabra como si estuviera probándola a su gusto—. No todavía, creo. Hasta que la palabra sea dicha, prefiero tener un perfil bajo. Nos quedaremos aquí durante unos días, luego volveré a Londres. ¿Está la antigua cuadra todavía allí? —¿En Londres? —preguntó Andrew, desconcertado. —No, en Kent. A la que solíamos subir al techo cuando éramos niños. —Oh. Sí, está ahí. ¿Por qué?

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—Sería un buen lugar para dejar mi vagón. Voy a enviar a Hunch a que lo deje allí una vez que me instale en Londres. —Y no antes —dijo Hunch amenazadoramente—. Usted no se va a apartar de mí con ningún cuento en esta ocasión, Maestro Richard. —¿Vas a permanecer en Londres durante la temporada, entonces? —dijo Andrew con una mirada de incertidumbre en dirección a Hunch. —Es un plan excelente —dijo Renée D'Auber—. Serás interrogado en nueve días, y será completamente claro para todos que no tenías nada que ver con el robo. —Supongo que tendré más que hacer que asistir a eventos sociales —dijo Mairelon con un toque de sarcasmo—. Shoreham está obligado a darme todo tipo de cosas. Lo que me recuerda, había otra cosa que quería atender. ¡Kim! Kim saltó y casi se cayó de su taburete. —¿Qué? Su garganta se sentía irritada, y experimentó un repentino deseo de correr. Ella sabía lo que iba a decir, y no lo quería oír. —¿Por qué levantaste esa mesa sobre Laverham cuando estaba en medio de ese hechizo hace unos minutos? —preguntó Mairelon. —¿La mesa? —Dijo Kim sin comprender. La pregunta era tan completamente diferente de lo que había esperado que no podía comprenderla. —Sí, la mesa. —Mairelon la miró con severidad—. Te he dicho más de una vez que interrumpir a un mago es peligroso, y no creo que se te olvidara la advertencia. Así que, ¿por qué interrumpiste a Laverham? —Debido a que su hechizo era tan raro como la cinta del sombrero de Dick de todos modos —dijo Kim—. Tú lo sabes. —Sí, lo sabía —dijo Mairelon—. Pero ¿cómo lo supiste tú? —Fue por las palabras —dijo Kim. Ella frunció el ceño, tratando de pensar la mejor manera de describir lo que había sentido cuando el hechizo Laverham empezó a ir mal. —¿Usted habla latín, entonces? —dijo Renée D'Auber, alzando las cejas en una cortés incredulidad—. ¿O tal vez griego? —No tengo ninguna necesidad de hablarlo —espetó Kim, preguntándose por qué la estaban mirando así—. Las palabras de Laverham no estaban... no estaban alineadas de forma ordenada y adecuada como deberían de estarlo. 235

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—Da igual que así fuera —murmuró Mairelon—. Y yo te lo advertí, Kim, sobre revertirlo a la mitad. —No seas duro con ella —le reprendió Renée—. No es nada maravilloso que ella tenga problemas después de todo lo que ha sucedido. —No, la parte maravillosa fue lo de las palabras —dijo Mairelon—. Kim, ¿quieres decir que puedes sentir cuando alguien está lanzando un hechizo? —No lo sé, pero puedo decir cuando alguien dice algunos de ellos… esas cosas brillantes, el vocabulario que se utiliza para los hechizos —respondió Kim con cuidado. —¿Te refieres a apheteon? O tal vez. —Mairelon recitó una oración larga, desigual y alzó las cejas hacia Kim. —No —dijo Kim, feliz de estar segura de algo—. Suenan bien, pero no tienen ningún borde. No son más que tonterías. —¿Y estos? —Él dijo una frase corta que crujía y brillaba. Kim se estremeció y asintió con la cabeza. Mairelon la miró fijamente. —Mi Señor —dijo en voz baja—. No me extraña que no resultaras herida cuando el hechizo se rompió. —No hay nada maravilloso en eso —dijo Kim, mirando a su vez—. Me agaché, eso es todo. Renée y Mairelon intercambiaron una mirada. —No hay nada maravilloso en ello en absoluto —acordó Mairelon—. Para un mago. —¿Qué? —Jadeó Hunch—. ¿Kim, un mago? ¡No puede ser! —Todavía no —dijo Mairelon, sonriendo—. Pero con una formación adecuada lo será. —¿Yo? —dijo Kim, aturdida—. ¿Yo, un mago? ¿Yo? —Ah, ¡bah! —le dijo Renée a Mairelon—. No te estás explicando del todo bien, me parece, y la estás asustando. —Ella se adelantó y puso un brazo sobre los hombros de Kim, consolándola—. Es porque usted puede sentir la magia, que es una cosa muy difícil para que la mayoría de las personas aprendan y para algunos es imposible del todo. Así que tienes el talento para la magia, y ahora, si lo deseas, irás a Londres y recibirás la formación.

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—Por supuesto que ella lo desea —le interrumpió Mairelon—. A Kim le gusta Londres. Vamos a empezar las clases tan pronto como hayamos encontrado una casa para alquilar por unos meses, y… —Richard —Andrew parecía horrorizado—. ¿Estás loco? No puedes vivir con... ¡con una chica en el centro de Londres! —Realmente, Andrew, eres peor que Hunch —dijo Mairelon. Le dio una mirada de incertidumbre a Kim, en su confusión, fue imposible para ella interpretarla—. Voy a hacer de Kim mi aprendiz, eso satisfacerá a las autoridades. —¡Pues claro! —dijo Renée antes de que Andrew pudiera objetar de nuevo—. Eso va a arreglarlo todo. Y tú y la señorita Kim se quedarán conmigo para comenzar, y así no habrá chismes tontos, como los de que el señor Andrew Merrill teme, porque yo voy a estar ahí y todo va a ser adecuado. —Ella inclinó la cabeza para estudiar a Kim, haciendo caso omiso de los hermanos Merrill—. Es una lástima que no te pueda llevar a Francia —dijo Renée—. Pero hay una modista que conozco que trabaja bastante bien, aunque es totalmente inglesa. Vas a estar muy encantadora con un vestido, me parece a mí. Sus ojos parpadearon de Kim a Mairelon y de vuelta, y ella sonrió para sus adentros, como si fuera una broma privada. —Espera un minuto, Renée —la interrumpió Mairelon—. No voy a pasar horas con algún modista. Me niego. Tajantemente. —Pero por supuesto que no —dijo Renée suavemente—. Tú vas a pasar horas con Milord Shoreham. Querrá los detalles de todo tu trabajo, y es muy persistente. Mairelon la miró con una expresión en blanco que cambió poco a poco a disgusto. —Oh, Señor, tienes razón otra vez. Va a llevar horas. Días. —Naturalmente —dijo Renée—. Y mientras tú y Milord Shoreham hablan, la señorita Kim y yo vamos a comprar el tipo de ropa que sería apropiada para que tu pupilo usara en Londres. —Ella se volvió hacia Kim y se inclinó hacia delante con complicidad—. Pero vamos a guardar la ropa de chico antigua, porque, de todos modos, el señor Richard Merrill no es en absoluto decente y seguramente las vuelvas a necesitar. —No es justo, señor Richard —se quejó Hunch, pero no estaba masticando su bigote en absoluto, y Kim decidió que sólo estaba quejándose por hacer algo. —¿Bueno, Kim? —dijo Mairelon—. Quieres venir, ¿no?

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—¿Ir? —Kim sacudió la cabeza para sí misma, pensando: ¡Soy un mago!, y le dio a Mairelon una mirada llena de desprecio—. ¿Me veo como una estúpida? ¡Por supuesto que quiero ir! —Bien —dijo Mairelon, aliviado—. Una cosa más resuelta. Ahora, Hunch, sobre el vagón… Dio media vuelta, para incluir a su secuaz y a su hermano en su conversación, y Kim dejó de escuchar. Ella iba a regresar a Londres. Nunca tendría que dormir en las calles otra vez como siempre había sido, o soportar el frío y el hambre acuciante. Ella había escapado de Dan Laverham y la sombra amenazante de los guisos para siempre. Ella iba a aprender magia de verdad, y no sólo trucos, sino la formación adecuada de un asistente. Ella iba a quedarse con la famosa señorita Renée D'Auber, que podría estar dispuesta a enseñarle una cosa o dos de un tipo diferente. E iba a ser el aprendiz de Mairelon. No estaba muy segura de lo que eso significaba, pero estaba segura de que sería interesante. Miró a Mairelon, que estaba discutiendo con Hunch y Andrew sobre la transitabilidad de algún camino alternativo, en Kent, y sacudió la cabeza. Interesante no sería ni la mitad. Poco a poco empezó a sonreír. Después de esto, cualquier cosa podría suceder. Cualquier cosa en

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Sobre la autora… Patricia C. Wrede Patricia Wrede Collins nació en Chicago, Illinois el 27 de marzo de 1953. Cuando estaba en 7 º grado, Wrede empezó a escribir casualmente, pero nunca lo consideró seriamente como una profesión. Wrede asistió al Carleton College en Minnesota, donde se especializó en Biología y, por extraño que parezca, no dio ni un solo curso de Inglés. Después de graduarse en 1974, Wrede comenzó a trabajar en su primera novela, Shadow Magic, que fue editada por Ace Books en 1982. Wrede pasó algunos años trabajando como analista financiero y contable, pero en 1985, decidió que la vida literaria era su vocación y abandonó el mundo del trabajo normal para escribir.

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