A Coat in the Winter

1 Capítulo 1 Camila's POV La luz comenzaba a colarse entre las cortinas que adornaban la ventana, y se reflejaba en la

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Capítulo 1 Camila's POV La luz comenzaba a colarse entre las cortinas que adornaban la ventana, y se reflejaba en las sábanas blancas, limpias, tersas, que cubrían la cama. Poco a poco, iban avanzando, y el sol comenzaba a verse tímido aquella mañana, aunque pronto paró siendo ocultado por las nubes que pasaban casi intentando que no disfrutásemos del sol. Llevaba esperando a que amaneciera horas, sin poder cerrar los ojos, sin poder dormir apenas. Se me hacían duras y largas las noches en vela, hasta que por fin llegaba la mañana. —Maia... —Susurré inclinándome en la cama. La pequeña giró su cuerpo hacia mí y me cogió de la mano con el ceño fruncido. —Maia, vamos, arriba corazón. —Le di un beso en la mejilla y ella se removió un poco. Tenía cuatro años, pero lo que tenía claro es que ella no quería ir a la escuela. —Maia, tienes que ir al cole. —Ella se levantó, frotándose un ojo con el puño, y rodeó mi cuello con los brazos. —No quiero ir al cole... —Decía aún dormida, y me levanté con Maia en brazos, sintiendo su cuerpo temblar un poco de frío. El pijama de color morado se subía por su espalda al estar tumbada, y la senté en la silla de la habitación. —Tienes que vestirte, cielo. —Le dije quitándole la camiseta del pijama con cuidado, sacándola por su cabeza intentando no hacerle daño. Ella cerraba los ojos y los volvía a abrir, mientras yo la vestía. Le coloqué la camiseta, un jersey, y los pantalones, después le até los cordones de los zapatos. —Mami, tengo sueño. —Dijo ella, y la cogí de la mano para que se levantase de la silla. —Ya lo sé, cariño. —Dije entrando en el baño, poniéndola en el banquete que tenía para poder verle bien la cara. Tenía los ojos azules, el pelo castaño, la cara redonda lo que la hacía adorable, y un gran parecido a mí, aunque era mucho más guapa que yo cuando era pequeña. Comencé a cepillarle el pelo mientras ella jugaba con la muñeca entre sus manos, acariciándole la cabeza. Le hice una coleta alta, aunque tenía el pelo algo corto, daba para poder recogérselo. Froté mis manos con un poco de colonia, lo que quedaba en el bote, y las pasé por su cuello, provocando las risas de Maia. —¡Mami, me haces cosquillas! —Exclamó, y la bajé de la silla dándole un beso en la cabeza, dejando que, ya más despierta, bajase las escaleras y se sentase en la mesa de la cocina. Abrí la nevera y cogí un cartón de leche, echando un poco en un vaso y metiéndolo al microondas. Cuando lo abrí, se lo puse encima de la mesa a Maia con una pajita, que empezó a beber con ganas. —Rápido, tenemos que irnos. —Cogí el bolso colgándomelo al hombro, y ella saltó de la mesa corriendo hacia mí para darme la mano. 2

—¿Puedo llevarme mi muñeca? —Negué saliendo de casa con ella, poniéndole bien el gorrito en la cabeza. Al salir de casa, pude ver una notificación de embargo en el marco de la puerta, que arrugué entre mis dedos. Si no pagaba aquél mes, fuera. —No, no puedes. ¿Qué pasa si la pierdes? —Dije mirando al frente con un suspiro, llegando a la parada de autobús intentando mantenerme, apretando un poco la mano de Maia. De repente el calor había inundado todo mi cuerpo, y los nervios se apoderaron de mí en ese instante. —Quiero otra muñeca... —No soltaba mi mano, y agaché la cabeza hacia ella. —Cariño, no es Navidad aún. —Maia asintió, observando cómo de lejos llegaba el bus. Pasé la tarjeta por la ranura y me senté justo al final con ella, pegándola contra mí para darle algo de calor. —¿Has pasado frío esta noche? —Ella asintió sin levantar la cabeza y volvió a bostezar. Pasé una mano por su pelo, acariciándolo lentamente, aunque eso sólo la adormecía aún más. —Maia, no te duermas. —Apreté mi mano alrededor de su brazo, sujetándola contra mí más fuerte, que pegaba la cabeza a mi pecho. Podía ver cómo los edificios y las calles de Portland se sucedían ante mis ojos sin cesar, y la gente pasaba, andaba, corría ajetreada hacia el trabajo y hablaba por teléfono. Bajamos del autobús, que nos dejaba justo en la puerta de su escuela, y me puse de cuclillas delante de ella, pasando una mano por su pelo para que no quedase suelto. —Pórtate bien, ¿vale? —Sonreí mirándola a los ojos, y asintió. —Vale. —Llevaba esa pequeña mochila de Tarta de Fresa a la espalda, que me costó siglos conseguirla hasta que por fin la tuvo. —¿Estarás aquí pronto? —Asentí, abrazándola fuerte, dándole un beso en la mejilla de la forma más dulce que podía. —Estaré aquí en nada. Te quiero, patito. —Dije besando su frente, y ella sonrió arrugando la nariz. —Y yo a ti, mami. —Puse una mano en su mejilla mirándola, dándole un beso en la mejilla al levantarme. —Pásalo bien. —Maia asintió y salió corriendo tras las puertas del colegio, quedándome mirando cómo por lo menos allí no podía pasarle nada. En aquél momento, siempre me quedaba vacía. Pero ese día no tenía tiempo para quedarme mirando el colegio de mi hija, ese día tenía una entrevista de trabajo. Corrí calle abajo, porque se me escapaba el autobús, y alcé la mano para que no se fuese, y cuando estuvo a punto de arrancar, volvió a abrir las puertas. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Qué iba a hacer si en aquél trabajo no me cogían? Estaba fuera, mi hija y yo estábamos en la calle. La angustia de simplemente pensar aquello, me removía el estómago, sólo de pensar que podía dejar a Maia sin casa. Estaba al borde del llanto con una bola pesada en la garganta que apenas podía tragar, pero no podía llorar, 3

no allí. Bajé del autobús y corrí por la calle, aunque todo el mundo me miraba, me daba igual, yo tenía que llegar a tiempo. Entré y justo, la chica de recepción levantó su mirada con una gran sonrisa. —Buenos días, bienvenida, ¿puedo ayudarle en algo? —Intenté calmar mi respiración, haciéndolo lo mejor posible para que no se me notase que estaba totalmente asfixiada. —Sí, tenía una entrevista de trabajo. —La chica frunció el ceño, y miró el ordenador, tecleando un poco y negó. —No, aquí no hay ninguna entrevista de trabajo. —Negó ella, y el corazón se me paró en seco. ¿Cómo que no había ninguna entrevista de trabajo? —La chica que trabajará aquí ya está elegida. ¿Eres Camila Cabello? Porque tendría que estar aquí a esta hora. —Solté un suspiro, y una sonrisa inconsciente se dibujó en mi rostro, asintiendo. —Sí, sí, soy yo. —Asentí, apretando el asa del bolso que llevaba colgado al hombro, y ella levantó la cabeza con una gran sonrisa. —Bien, pasa por aquella puerta. —La chica señaló con el dedo la puerta a la izquierda, y asentí. —Mil gracias. —Ella sonrió amablemente, y me encaminé a entrar por aquella estancia. La sala estaba vacía, con un montón de sillas de espera y me senté, dejando el bolso a mi lado en esta. No me lo podía creer, tenía trabajo. Sabía que no era mucho dinero, sólo 400 dólares, pero era más de lo que tenía ahora, podría pagar la casa, y Maia tendría un sitio donde dormir un mes más. —¿Señorita Cabello? —Me levanté al ver a un señor salir de aquél despacho en traje de chaqueta, y me levanté de la silla asintiendo. —Adelante. Me acomodé en el despacho de aquél hombre, de pelo canoso, nariz aguileña y ojos negros. Miraba los papeles encima de su mesa, y levantó la mirada hacia mí con una sonrisa. —Tu sueldo serían 400 dólares al mes, ¿te lo comentaron ya? —Asentí, jugando con mis manos debajo de la mesa. —El contrato es indefinido. Si nos gusta tu trabajo, seguirás aquí. —No se arrepentirá, se lo aseguro. —Dije asintiendo, y él me tendió un bolígrafo, mostrándome el contrato. Lo leí todo, estaba tan acostumbrada a que me mintiesen y me estafasen, que ya no me fiaba de nadie. Tras unos minutos leyéndolo, lo firmé, y él recogió los papeles. —Está bien, pues ya puede empezar a trabajar. Cuando entré en los vestuarios, el olor a réflex, sudor, ropa sucia y champú me dio en la 4

cara como si fuese una bofetada. Pero para eso me habían contratado, para limpiar unos vestuarios. Las paredes eran de color rojo, el suelo blanco, todo esparcido con cinta, botellas de agua, papeles y el suelo completamente mojado. Dejé el carro a un lado, y cogí la escoba y el recogedor. Justo cuando fui a entrar en lo que eran los vestuarios en sí, me paré en seco. Una chica en sujetador cerraba la taquilla, y me quedé ahí plantada mirándola. Ella giró su rostro para mirarme, y tartamudeé un poco. —Y—Yo, lo siento. No sabía que aún había gente. —Dije negando, mientras ella terminaba de echarse desodorante, yo me di la vuelta. —Se supone que no debe haber gente. ¿Por qué te das la vuelta? —Me giré de nuevo lentamente para ver cómo se ponía una camiseta negra ajustada, y se sentaba en el banquillo. —No sé, supongo que a nadie le gusta que lo vean desnudo. —Me encogí de hombros, mientras ella se colocaba los calcetines. —¿Por qué estás aquí entonces? —No quiero hablar. —Dijo ella, y me dejó un poco fría, había sido cortante. —Oh, vale... —Dije recogiendo la basura que había tirada por el suelo, echándola en la basura del carro. —No contigo, en sala de prensa. —Levanté la cabeza para mirarla, porque no tenía ni idea de lo que estaba hablando. —Ayer nos metieron cinco. Cinco goles. —Cerró la taquilla de un portazo, apretando los ojos. —Mi entrenador me ha dicho, literalmente, que jugaría mejor si me cortase las piernas. —Dijo acercándose a mí, y con las manos en la cintura. Había mayores problemas que ese, pero yo no me metía ahí, todo el mundo tenía derecho a quejarse de su mierda. —Vaya... —Susurré asintiendo, apretando un poco los labios. —¿Sabes cómo se juega al fútbol? —Dijo ella ladeando la cabeza, y me apostaría la vida a que aquella chica ganaba miles de dólares, y que era la cara de mil revistas. —¿Con un balón? —Ella se rio, negando y agachó la cabeza. —No tienes ni idea, ¿verdad? —Negué, pasándome una mano por el pelo que tenía recogido en una coleta, dejando caer mechones a los lados de mis ojos. —Soy Lauren. ¿Si te digo Jauregui te suena de algo? —Achiqué los ojos negando, y ella sonrió de forma amplia. —Entonces para ti soy Lauren. —Encantada, Lauren. —Se quedó en silencio, y abrí los ojos reaccionando. —Oh, yo soy Camila. —¿Cuántos años tienes? —Agaché la cabeza, cogiendo la escoba de nuevo. —Veintitrés. —Ella frunció el ceño, colgándose la bolsa al hombro dejando una mano en 5

la tira. —¿No eres un poco joven para estar trabajando de limpiadora? —Sonreí un poco, más triste por dentro que la sonrisa que tenía por fuera. —Sí, lo soy. —Ella suspiró sonriendo, haciéndose a un lado para caminar. —Te veré mañana, supongo. —Dijo saliendo, despidiéndose con la mano. —Supongo. —Dije yo cuando ella desapareció por la puerta. Era tan abrumador cómo dos personas podían encontrarse en un mismo lugar pero tener vidas tan diferentes. Ella, jugadora de fútbol profesional en los Portland Thorns, cobrando miles de dólares, y yo limpiaba lo que ella ensuciaba por 400. Limpié cada rincón de aquél vestuario, incluso sequé el suelo a mano, porque algunas manchas no se podían quitar con la fregona y tuve que arrodillarme para poder frotarlas con fuerza durante más de media hora. Y las puertas, los retretes, espejos, hasta que mis manos dolían de apretar aquél trapo húmedo entre mis dedos. El cansancio estaba pudiendo conmigo, pero después de tantas horas limpiando, por fin terminé. Me levanté del suelo del baño sintiendo mis rodillas resentirse, dolían demasiado, pero por fin acabé. *

*

*

—¡Mami! —Maia salió de la verja y corrió hasta a mí, saltando a mis brazos. La cogí en brazos y la abracé, dándole besos por toda la cara con una sonrisa, estrujándola. —¿Te lo has pasado bien? —Ella asintió, y la dejé en el suelo para que me cogiese la mano. —Hemos hecho dibujos, y luego la señorita Kinsley nos ha enseñado a hacer la letra a. —Abrí los ojos bajando la mirada hacia ella, caminando calle arriba. —¿De verdad has aprendido a hacer la letra a? —Dije bajando la mirada hacia Maia, que asentía levantando los brazos. —¡Sí! —Aquella era una de las mejores partes del día, cuando estaba con Maia. Era muy lista, y cuando los demás niños despreciaban cosas como un juguete viejo, ella se conformaba con su muñeca, aunque algunas veces se cansase de ella. Nos pusimos a la cola en la acera, y Maia se miraba los zapatos. Cuando eché un vistazo a mi mano, estaban completamente rojas e hinchadas, como estaban desde hacía ya tiempo. Tenía las manos bastante ásperas, pero Maia siempre me decía que las tenía suaves, y las acariciaba mientras las sostenía. Tenía que comprarle unos zapatos nuevos, porque aquellos estaban a punto de romperse. También un abrigo nuevo, y no sabía cómo afrontarlo todo. —Mami, ¿por qué siempre venimos a comer aquí? —Levantó la cabeza para mirarme, y avancé en la cola de su mano. No podía sentarme peor aquella pregunta. 6

—Porque es un restaurante muy solicitado y especial, cariño, y sólo come aquí la gente que de verdad vale la pena. —No estaba diciendo ninguna mentira, excepto que era un restaurante. Aquél comedor social nos estaba dando de comer a mí y a mi hija durante todo aquél tiempo, y mentirle de aquella manera me estaba partiendo el alma. Ella no se daba cuenta, pero la realidad era muy diferente al mundo que ella vivía. Entramos, y tras coger la comida y ponerle un par de cojines debajo para que llegase a la mesa, Maia empezó a comer, probando primero la sopa. —¿Está rico? —Dije acariciando su mejilla, y ella asintió. —¿Quieres que te dé yo de comer? —Ella negó, con la cuchara cogida con el puño. —No, soy mayor. —Lo decía con aquella vocecita tan dulce, baja y adorable, que la sonrisa no se me borraba de la cara, aunque estuviésemos en aquella situación. Aunque no quería que creciese nunca, y viese cómo estábamos, y como su madre la había criado, porque ningún niño se merecía crecer así. Salimos de allí, y paré en uno de los supermercados que había de vuelta a casa. Por fin había cobrado, y tras que aquél mismo día me quitasen los 300 euros de la casa, me quedaban cien. Cien, para comer todo el mes. Para comprarle a Maia todas las cosas del colegio que necesitase, cien, de los que debía pagar los viajes del autobús. Cogí legumbres, pasta, algunas verduras, y ya está. Todo junto costaba algo menos de tres dólares, y con eso me daría al menos para medio mes. Cuando estábamos en la cola, Maia miraba hacia arriba donde estaba el mostrador de la caja. Señalaba una de esas cajas de chocolatinas que casi todos los supermercados tenían para que en el último momento comprases algo. —Mami, quiero una chocolatina. —Los snickers valían un dólar, un dólar cada uno, pero negué. —No, cariño. —Dije poniendo una mano en su cabeza, lo que más me dolía de todo es tener que decirle que no a mi hija, a privarla de tantas cosas que un niño normal no se imaginaba quedarse sin ellas. —Pero mami... —Agachó la cabeza, pegándola a mis piernas, abrazándose a mi muslo. Odiaba eso, lo odiaba con toda mi alma, porque me daban ganas de llorar sólo de escuchar la voz de Maia. La chica de delante de nosotras se irguió, y se giró para mirarme. Era Lauren, la chica del vestuario, aquella jugadora que no quería hablar y que había salido corriendo, era ella. —Perdóname un momento. —Le dijo a la cajera, y nos quedamos todos esperando a que la chica volviese. Cuando lo hizo, puso una bolsa entera de snickers en la cinta y la cajera lo cogió, pasándolo por la caja. Vi cómo Maia hacía un puchero, y puse una mano en su mejilla pegándola a mí. La cajera empezó a pasar mis cosas por la caja, cuando Lauren abrió la bolsa de snickers. —Oh, dios mío. —Levantó la cabeza. —Me he dado cuenta de 7

que sólo puedo comerme uno de estos. —Lo abrió y se metió medio en la boca, tragándolo. Luego, cogió la bolsa y se acercó a Maia con el ceño fruncido. —¿Puedes quedártelos? Es que no quiero desperdiciarlos, ¿sabes? —Maia cogió la bolsa con sus manitas, sonriéndole a Lauren. —No te los comas todos de golpe, porque entonces te pondrás malita y tu madre me matará. —Ella se rio, dándole con el dedo en la tripa a Maia, que sonreía. Lauren se levantó cogiendo sus bolsas y me miró. Su sonrisa era tierna, y dulce. —Que pases buena tarde, Camila. —Se marchó, dejándome de nuevo con la palabra en la boca. —Mamá, esa mujer sabe tu nombre. —Cuando miré hacia abajo, Maia ya tenía la boca llena de chocolate, y un snicker abierto. *

*

*

—Vamos, patito, ponte el pijama. —Dije terminando de secarla al salir de la ducha. —Y cuando termines, vamos a cenar, ¿sí? Bajé las escaleras hacia la cocina, sacando la sartén para hacer un par de salchichas que en nada estuvieron echas. Pude ver cómo en nada, Maia estaba corriendo al salón con sus zapatillas puestas, sentándose en el sofá para ver la tele. Corté las salchichas en forma que pareciesen pulpos al freírse, y cuando se las puse delante ella se tapó la boca con las manos al verlas. Esas eran las cosas que los demás niños no apreciaban, y a ella le parecían un mundo. —¡Son pulpos! —Dijo cogiendo uno con la mano, mojándolo en el poco de kétchup que había echado, y se lo llevó a la boca, comiéndose una de esas 'patas', mirando la tele. —Están muy buenos, mami. ¿Puedo comer más mañana? —Levantó la cabeza y asentí, besando su pelo con los ojos cerrados. Sus piernas apenas sobresalían del asiento del sofá, y estaba en silencio mirando la tele. Era feliz con muy poco, y ni siquiera ese poco podía dárselo yo. Ni siquiera me di cuenta de que estaba llorando, pero sollocé, y Maia me escuchó. —Mami, ¿por qué lloras? —Tenía la boca manchada de kétchup, y me encogí de hombros. —Porque te quiero mucho, cariño. —Sonreí entre lágrimas, y ella no parecía muy convencida. Mientras ella terminaba de cenar, yo terminaba de llorar, y ella señalaba la pantalla. —¡Mami! ¿Esta no es la mujer del supermercado? —Dijo mirándome. Lauren salía por la televisión, en uno de aquellos entrenamientos del equipo. —Se llama Lauren. —Dije sonriendo, cogiendo el plato para llevarlo a la cocina. —¿Conoces a una famosa? —Dijo emocionada, y me encogí de hombros, cogiéndola en brazos para llevarla por las escaleras hasta el baño. —Algo así. 8

Tras lavarse los dientes, la acosté, y me acosté yo con ella. Físicamente no podía más, estaba derrotada aquél día, y el pequeño cuerpo de Maia se pegaba al mío, buscando mi calor. —Te quiero mucho, mami. —Dijo su voz, y la rodeé entre mis brazos cerrando los ojos. —Y yo a ti, cariño. Capítulo 2 Camila's POV Aquella mañana tuve que llevar a Maia en brazos, porque no quería levantarse. Ni siquiera se tomó la leche por la mañana, y si no se levantaba de la cama, íbamos a llegar tarde. Era una de aquellas mañanas en la que la pequeña no tenía ganas de ir a la escuela, pero de verdad, y se quedaba dormida en mis brazos mientras esperábamos en autobús. Le acaricié la cabeza con suavidad, sintiendo la respiración de Maia chocar contra mi cuello mientras subíamos al autobús y nos sentábamos. —Mami, tengo frío. —Dijo en voz baja, y la dejé en mi pecho con cuidado, quitándome mi chaquetón y se lo puse por encima, rodeándola con los brazos. El vapor empañaba los cristales del autobús, y ni siquiera podía ver bien la calle como hacía todas las mañanas, así que simplemente me dediqué a mirar a Maia, que se dormía entre mis brazos antes de llegar a la escuela. Me gustaría dejarla en casa, que se quedase conmigo durmiendo, pero no, no podía ser. Bajamos del bus, y fui dándole suaves besos en las mejillas para que Maia fuese despertando, y abrió los ojos lentamente. La dejé en el suelo con cuidado, quitándole la chaqueta y ladeé la cabeza, apretando los labios. —Pórtate bien, ¿vale? —Asintió, frotándose los ojitos con las manos algo somnolienta, y se abrazó a mi cuello. —Te quiero mucho. —Le dije abrazándola, y ella se separó de mí. —Y yo a ti. Mami, quiero eso. —Señaló a un niño que entraba con un balón en la mano a la escuela, y solté una suave risa. —¿Te gusta? —Ella asintió, y acaricié sus mejillas. —Intentaré conseguirte uno. —¿De verdad? —Sus ojos se abrieron un poco más de lo que lo había hecho aquella mañana, y asentí. —Gracias mami. —Dijo ella sonriendo un poco, dándose la vuelta para caminar dentro del colegio, y de nuevo, no estaba bien. Volví a correr hacia la parada del autobús, porque no quería llegar tarde. No se me olvidaba que en cualquier momento me podían echar, y que entonces sí que nos íbamos a la mierda. No podía dejar que mi hija se quedase sin casa y sin comida. Pero ahora al menos, durante este mes, tenía casa y tenía comida, lo que me daba un respiro. Tras cambiarme, entré en los vestuarios y escuché el sonido de un silbido, pero al entrar 9

no había nadie. Así que, quien quiera que fuese, estaba en las duchas. Comencé a limpiar, quitando los desperdicios de botellas de agua, plásticos de bebidas energéticas, papeles, todo directo a la basura que llevaba en el carro. Cogí la fregona y justo al levantar la cabeza, estaba allí Lauren saliendo de la ducha con el pelo mojado cayéndole por los hombros, y di gracias a que llevaba una toalla puesta. Me di la vuelta en el acto, fregando la parte contraria del vestuario. —Buenos días. —Dijo ella, y escuché el sonido de su taquilla abrirse. —Buenos días. —Respondí yo en voz más baja, dejando la fregona sujeta al carro. Obviamente, iba a desnudarse allí mismo, así que me giré hacia ella. —Voy a... Voy a ir a las duchas. Para que te cambies tranquila. —No me importa que me veas desnuda. —Ya, pero a mí sí que me importaba verla. Arrastré el carro hacia la otra parte, y me arrodillé en el suelo para comenzar a limpiar los suelos, frotando con el trapo hasta que aquél líquido hacía espuma. Así, con todas las duchas, frotando también la pared alicatada de rojo, y luego abrí el grifo para que todo aquél jabón desapareciese. Cuando terminé de limpiar, volví de nuevo a donde estaba Lauren. Ya tenía al menos el pantalón puesto, a pesar de todo el tiempo que había pasado seguía sin estar completamente vestida. Estaba de pie, mirando el móvil, y de repente sonó. Pero no era el suyo. Lauren giró la cabeza hacia mí, y yo me sequé las manos rápido, sacándome el móvil del bolsillo de la chaqueta. —¿Sí? —Respondí con una mano en la cintura. —¿Camila? Soy la directora del colegio. —Abrí los ojos en ese instante. —Maia está aquí con fiebre, y necesitamos que vengas a recogerla. —Apreté los ojos tragando algo de saliva. —Sí, claro, ahora mismo estoy allí. —Colgué, y levanté la cabeza resoplando. No podía salir de allí hasta al menos unas horas más tarde. ¿Qué leches debía hacer? Si iba a por ella, dejaba desatendido mi puesto de trabajo, y si no iba, dejaba a mi hija enferma en el colegio cuando más me necesitaba. —Perdona si me meto, ¿pero te ocurre algo? —Bajé la cabeza de nuevo y miré a Lauren dejando caer los brazos a los lados de mi cuerpo, casi como si pesasen. —Mi hija está con fiebre y tengo que ir a recogerla, pero no puedo irme. —Dejé el trapo en el carro, y ella se ponía la camiseta, recogiéndose el pelo en una coleta. —Si quieres puedo recogerla yo. —Se sentó en el banco para atarse los zapatos, y me quedé mirándola. No había pensado en eso, pero no. —¿Cómo voy a confiar en ti, si ni siquiera te conozco? —Ella se levantó frunciendo el ceño, echándose algo de colonia.

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—No voy a huir con tu hija. —Cerró la taquilla y se puso la bolsa al hombro, mirándome seria. —Por cierto, e... —Sí, soy demasiado joven para tener una hija. —Dije antes de que ella abriese la boca, y pero se quedó mirándome con los ojos entrecerrados. —Iba a decir que eres preciosa, pero... Y no, no voy a huir con tu hija, ni a hacerle nada. —Se puso frente a mí, sin separar su vista de la mía. —Porque no estoy enferma, y porque si le hiciese algo todo el mundo en esta ciudad me conoce. —Lauren era mi última oportunidad, y sacó el móvil de uno de los bolsillos de la bolsa. —Toma, este móvil es mi vida. Si lo pierdo, estoy muerta. Te lo dejo a ti, y me lo das cuando vuelva. —Me puso el móvil en la mano, y lo miré entreabriendo los labios, porque no hacía falta aquello, pero no confiaba en nadie. —La contraseña es 1432 —Está bien. —Dije suspirando, y ella volvió a cerrar su maleta, señalando la puerta. —Vuelvo en cinco minutos. —Ella salió por la puerta, y yo comenzaba a arrepentirme de aquello. Estaba dejando a mi hija con una completa extraña, ¿qué locura había hecho? Sólo podía limpiar cada taquilla sin dejar de pensar en mi hija, en que estaba con aquella mujer que apenas conocía. Siempre le decía 'no te vayas con extraños', y no conocía a Lauren. El tiempo se me estaba haciendo eterno, hasta que escuché unos pasos por el pasillo. Asomé la cabeza a la puerta y Lauren entró con Maia en brazos, y me acerqué corriendo a ella, que me pasó a Maia con cuidado a los brazos. Por eso estaba así esta mañana, porque se sentía mal. Por eso tenía tanto frío. —Cielo, ¿cómo estás? —Susurré contra su oído, notando cómo la pequeña ardía de calor, y toqué su frente con los labios, negando. —Oye, las habitaciones de descanso están aquí, si quieres puedes dejarla ahí mientras terminas. —Maia ni siquiera hablaba, sólo se quejaba y se abrazaba a mi cuello, así que ni siquiera lo dudé. Salimos de allí, por los pasillos que recorrían aquél complejo, subimos en un ascensor, hasta llegar a un pasillo enorme donde había infinidad de habitaciones, hasta que llegamos a la suya. Literalmente tenía puesto 'Jauregui 27' en la puerta. Lauren abrió, y entré, viendo que todo estaba ordenado. Era una habitación con los muebles de madera, una cama baja, baño y nada más. Tumbé a Maia con cuidado, y abrió los ojos, que estaban vidriosos, mirándome desde abajo, con ese azul intenso que tenían, aunque ahora estaban apagados. —No sé cómo cuidar a un niño. —Dijo Lauren frotándose la nuca, y me incorporé un poco. —Ponle paños de agua fría en la frente, deja que duerma un poco, comprueba si le está bajando. —Dije yendo hacia la puerta, y Lauren me acompañó. Quería quedarme allí con 11

ella, quería cuidarla, pero no podía. —Oye, ¿podrías hacerme otro favor? —Pregunté en voz más baja, mirando sus ojos. —¿Cuál? —¿Podrías conseguir uno de esos balones con los que jugáis al fútbol? Me ha pedido uno esta mañana... —Ella asintió con el ceño algo fruncido. —Claro, nos sobran balones. —Rio un poco, y sonreí porque por fin podría darle algo a Maia de lo que me pedía. *

*

*

Lauren's POV Oh mierda. Era preciosa, me iba a tirar por un puente si no paraba de recogerse el pelo y morderse el labio mientras hablaba conmigo. Además, su hija era la niña más adorable que había visto en mucho tiempo. Estaba tumbada en la cama hecha una pequeña bolita, pero yo no sabía cómo tratar a un niño y menos si estaba enfermo. Así que cogí el móvil que me había devuelto Camila. —Oye, te necesito. —Dije sentándome al borde de la cama, y viendo lo pequeña que era aquella niña. —Sube a mi habitación, no seas idiota. —Colgué el móvil y lo dejé en la mesita de noche, poniendo una mano en su abdomen. Pegaron a la puerta y abrí, dejando que Ally entrase, y al ver a la pequeña se tapó la boca con las manos mirándome a mí, y luego a ella. —Vamos, haz tu magia, cúrala. —Señalé a Maia, y ella se acercó a la pequeña con una sonrisa, y luego se giró para mirarme de mala gana. —Sh. Hola. —Dijo con voz suave, cuando Maia abrió los ojos. Ella se hundió un poco en el edredón, porque no conocía a Ally. —Es Ally, se llama Ally. Y viene a curarte. —Dije sentándome a su lado, bajándole un poco el edredón porque iba a morirse de calor. —Es mi enfermera personal. —No soy tu enfermera personal, soy enfermera. —Ally me dio con el dedo en la frente y cerré los ojos, soltando un suspiro. Maia se rio un poco, aunque acabó tosiendo. —Ahora voy a ponerte esto en el pecho. —Ally alzó el fonendoscopio y se lo puso en las orejas. —No duele, pero está frío. —No me gusta el frío. —Dijo la pequeña con la voz tomada, y Ally sonrió. —Sólo será un segundo, y seguirás calentita. —Levantó la camiseta de Maia y no sabía qué estaba haciendo, pero a la pequeña le hacía bastante gracia. Ally, tras darle el jarabe y ponerle un par de paños de agua fría en la frente, me dijo que 12

tomase algo caliente, lo cual me parecía una tontería porque estaba ardiendo. —Oye, Ally. —La cogí del brazo antes de que se fuese. —¿Me puedes traer un balón? —Ella frunció el ceño, y acabó asintiendo. Pedí que me trajesen un vaso de leche con cacao caliente y un sándwich. Aunque no entendía muy bien si había pedido el sándwich para mí misma o para Maia. Le quité el paño de la cabeza y la senté en la cama con un cojín en la espalda, y comenzó a beber del vaso por una pajita, mirando los dibujos en la tele. Estaba mejor, y me alegraba, porque a su madre parecían darle cinco infartos por minuto sin siquiera pasar nada. —¿Te gustan los dibujos? —Le pregunté comiéndome la mitad del sándwich, y ella le dio un pequeño mordisco al suyo, que duró masticándolo minutos. —Sí. —Asintió, y la miré con una sonrisa. —¿Dónde está tu padre? —Le pregunté y ella negó mirando la tele, con el vaso —que era más grande que ella misma— entre las manos. —Tengo a mami. —Le limpié las mejillas de chocolate, y aunque aquello me alegró, porque obviamente su madre era preciosa, me dio algo de pena aquella respuesta. —¿Te gusta el fútbol? —Pregunté, y ella abrió los ojos asintiendo, señalándome a mí. —Ayer saliste en mi tele. —Cogí su mano para bajarla, sonriendo. —Eres una niña muy guapa. —Le dije sentándome a su lado, acariciándole el pelo con suavidad. —Tú también. —Dijo su voz, y escuché cómo pegaban a la puerta. Me levanté rápido y abrí, viendo a Camila entrar agitada, sin darme tiempo a decir nada. Camila's POV Aquél día había sido incluso más duro que otros, porque había tenido que hacerlo todo perfectamente, dejarlo todo limpio en menos de la mitad de tiempo. Cuando entré en aquella habitación, vi a Maia sentada en la cama, con un vaso de leche y cacao entre las manos, mirando la tele. Me apresuré hacia ella, que le daba el vaso a Lauren y yo la abracé, porque estaba estirando los brazos hacia mí. Su fiebre había bajado, y ya estaba mejor. —Mamá, es la mujer de la tele. —Dijo Maia señalando a Lauren, que se encogía de hombros riendo. —Sí, se llama Lauren. —Maia giró la cabeza hacia ella, y Lauren la saludó con la mano. —Yo soy Maia. —Dijo la pequeña, sonriendo un poco. En ese momento sonó la puerta, y quizás creía que iban a decirnos algo porque estábamos allí, o porque había terminado antes de tiempo.

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—Ya era hora. —Dijo Lauren a la persona que estaba en la puerta, y apareció una chica castaña, mucho más bajita que Lauren con un balón en la mano. —Aw, ¿es su madre? —Lauren asintió cogiendo el balón, dándole un par de patadas frente a la cama y volviendo a cogerla con las manos. —Soy Ally, encantada. Tu hija es adorable. —Sonreí un poco confusa, porque no sabía quién era y qué estaba pasando. —Ella es Camila. —Lauren me dio la pelota sonriendo. —Toma, el balón que me pediste. Esta es Ally, mi enfermera personal. —Dijo poniendo una mano en la cabeza de la chica, que dio un codazo en el abdomen de Lauren. —¡Mami! ¡Es un balón! —Dijo Maia cogiéndolo, y aunque era más grande incluso que ella, se abrazó a él. —Es un balón, como me pediste. —Ella se abrazó al balón quedando debajo del edredón, y miré a Ally. —No sé cómo pagar esto. —Dije, refiriéndome al hecho de que era una enfermera. —¿El qué? —Lauren entrecerró los ojos. —Has llamado a un médico. —Lauren no entendía nada, y al final terminó abriendo los labios. —Oh, te refieres a ella. No es médico. —Negó, y Ally volvió a pegarle con la mano en el costado. —Bueno, sí es médico. Pero no tienes que pagar nada, trabaja aquí. Es, es la doctora del equipo. La que sale al campo cuando nos tiran al suelo. —No podía decir nada, porque aquella situación parecía demasiado surrealista para ser verdad. —Gracias, gracias Lauren. —Dije levantándome de la cama, abrazándola fuerte. Era la primera persona que hacía algo por mí en años. Sus manos se pusieron encima de mi espalda, respondiendo al abraza. —No hay de qué. Por cierto, ¿queréis venir a comer conmigo? Vamos, invito yo. —Negué al separarme, viendo cómo Maia había asomado la cabeza del edredón, y me separé de ella. —No, no puedo aceptar eso. —Me pasé la mano por la frente, y Lauren suspiró, poniéndose las manos en la cintura. —Venga ya, es en agradecimiento. Limpias todo lo que ensuciamos en el vestuario, que es bastante. —Reconoció, y sentí la manita de Maia agarrar la mía, mirándome. —¿Por qué no podemos ir con Lauren? Me gusta... —Negué de nuevo, cruzándome de brazos. —No, porque tienes frío, y no te llevaste el abrigo. —¿En serio es por eso? —Dijo Lauren, acercándose justo donde estaba yo. Abrió el 14

armario, y un montón de camisetas del equipo, sudaderas, pantalones estaban colgados allí. —Pero esas cosas le quedan grande. —Dije cruzándome de brazos, y Lauren sacó una sudadera de color rojo con franjas en las mangas negras. —¿Y qué? —Maia subió los brazos, y Lauren le puso la sudadera con cuidado. Le quedaba enorme, no se le veían los bracitos y le tapaba los pies. —Mírala, es adorable. —¡Me gusta! —Dijo Maia alzando los brazos, y las mangas cayeron hasta sus codos, dejando sus manos libres. —Tu hija ha hablado. Salimos de la habitación, y tuvimos que recoger un poco la sudadera para que no fuera tan larga, y las mangas también, para que pudiese ir más cómoda y pudiese coger también el balón entre sus brazos. Llegamos a una de las cafeterías cercanas, y Maia se sentó junto a mí, mirando a Lauren que la teníamos enfrente. —Toma, Maia. —Lauren le dio el móvil a la pequeña y ella abrió los ojos, dándole con el dedo a la pantalla. —¡Dibujos! —Reí un poco y besé su cabeza, porque ya estaba concentrada en ellos con la cabeza agachada. Miré a Lauren y nos quedamos en silencio, porque no sabíamos qué decir. No me había percatado, pero sus ojos eran verdes, tenía un tatuaje en el brazo, y llevaba el pelo ondulado con una sonrisa absolutamente perfecta. —Para mí una ensalada y pescado, un menú infantil y un menú normal. —Entreabrí los labios negando, pero la camarera ya se había ido. —No iba a pedir nada. —Aquellos sitios me parecían extraños, porque no había ido en años, quizás desde que tuve a Maia. —Por eso lo he pedido yo. —Ella cruzó las manos encima de la mesa, sin apartar la vista de mí. —De alguna forma sabía que no ibas a pedir nada. Es extraño. —¿Qué es extraño? —Decía mientras le recogía a Maia el pelo en un pequeño moño para que pudiese ver mejor la pantalla del móvil. —Que sé cómo eres. Tu forma de ser, quiero decir. —Lauren jugaba con el vaso en la mesa, moviendo el hielo que tenía el agua que había pedido. —¿Por qué haces esto? —Pregunté suspirando, mirando a Lauren. —¿Por qué hago qué? —Bebió del vaso, dejándolo a un lado, ladeando la cabeza para mirarme.

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—¿Por qué me ayudas? ¿Por qué cuidas de mi hija? ¿Por qué me invitas a este restaurante? —Dije frunciendo el ceño, cruzándome de brazos en el asiento. —Porque me caes bien. Porque tu hija me parece adorable. Y porque tengo hambre. —Justo al decir eso, llegó lo que había pedido, y el plato de Maia tenía pizza, patatas y alitas de pollo. El mío mientras, una hamburguesa casi más grande que yo. Ella sin embargo, un simple pescado con lechuga. —¿Y por qué nos pides esto y tú te pides eso? —Señalé su plato. Sí, he de reconocer que estaba obsesionada con darle pena a la gente, porque no quería que nadie me viese así. Lauren me miró como si estuviese loca. —Porque tengo que comer esto. Cuando dije que no podía comer snickers, era verdad. Juego al fútbol profesional, ¿recuerdas? —Suspiré, dios, era verdad, acababa de hacer el idiota. —¡Pizza! —Maia cogió el trozo con dos manos dejando el móvil en la mesa contra el servilletero, sin dejar de ver los dibujos mientras comía. Era la segunda vez que probaba la pizza, pero le encantaba y yo no podía permitirme aquello. —Deberíais venir al partido del sábado. —Solté una risa baja, negando, cogiendo una patata del plato. —¿Qué? —Si tú juegas, yo trabajo. —Le di un pequeño mordisco a la patata. —Pero no durante el partido. Venga, así Maia podrá distraerse, y pasarlo bien un rato. —Lauren comía, humedeciéndose los labios mientras me miraba. —¿Y qué hago luego cuando tenga que trabajar? —Ella suspiró, poniendo las manos encima de la mesa. —Que se venga conmigo. Me gusta estar con ella, y a ella le gusto yo, te lo ha dicho. —Miré a Maia, que estaba teniendo más cosas desde que había conocido a Lauren que nunca. —Está bien. —Suspiré, viendo cómo la pequeña aún no se había terminado el trozo de pizza. —¡Maia, vas a ver fútbol! —Ella levantó la cabeza de los dibujos para mirar a Lauren, dando saltos sobre ella misma en el asiento. —¡Sí! Y no sabía si estaba haciendo lo correcto o no, lo único que sabía es que aquellos siguientes meses iban a ser los mejores de mi vida.

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Capítulo 3 Camila's POV Maia caminaba de mi mano, dando pequeños saltitos mirando a todas partes. No sabíamos por dónde entrar, porque yo nunca entraba de aquella manera, sino que me metía por los vestuarios. Llevaba puesto el jersey rojo de Lauren remangado, y parecía aún más pequeña de lo que ya era. También, un gorrito negro de lana con una bola en la punta. —Mami, ¿por dónde entramos? —Me encogí de hombros porque no tenía ni la más remota idea de por dónde debíamos entrar. —No sé, cariño. —Puse una mano en su mejilla pegándola a mí, cuando vi salir de una puerta a Lauren. Llevaba la misma sudadera que Maia, pantalones cortos negros, medias hasta las rodillas y las botas de fútbol. Nunca la había visto así vestida, y ahora me daba cuenta de verdad que era una jugadora de fútbol profesional, y yo una simple limpiadora. —¡Lauren! —Maia soltó mi mano y corrió hacia Lauren, que la cogió en brazos. —¡Llevamos el mismo jersey! —Dijo señalándolo, y Lauren sonrió dándole un beso en la mejilla mientras yo me acercaba. —Buenas. —Dijo Lauren mirándome, y sonreí, frunciendo un poco el ceño. —Espero que hoy no te metan cinco. —Hice una mueca, y ella se rio, negando. Maia apoyaba las manos en uno de sus hombros. —No volverá a pasar. ¿Sabes qué, Maia? —La miró entrecerrando los ojos. —Tengo una cosa para ti. ¿Quieres venir a verla? —Maia me miró, y asentí, suspirando. —Sí, ve con ella. —Respondí resignada, y Lauren se giró para entrar en los vestuarios con Maia en brazos. La pequeña le había cogido un cariño inusual a Lauren en tan poco tiempo que casi me parecía imposible, y Lauren se había preocupado por nosotras de una forma extraña, porque nadie en su sano juicio se atrevería a ayudarme, no a mí. Cuando salieron, Maia llevaba una sudadera de su talla, que le quedaba perfecta, y debajo podía verse el borde de una camiseta como la de Lauren. —¡Mira mami! —Lauren le levantó la sudadera, dejando ver su nombre y el número uno en su pequeña espalda. —¡Estás preciosa! —Dije acercándome, poniendo una mano en su espalda. Lauren la volvió a poner en mis brazos, y me miró, con una sonrisa. —¿Quieres darle algo que le dé buena suerte? —Maia me había dicho que quería darle a Lauren algo para que le diese buena suerte, aunque no sabía muy bien el qué, pero luego recordó que tenía unos zapatos que le gustaban mucho, y que quizás aquello ayudaría a Lauren, así que me hizo 17

cortar un cordón del zapato en tres partes, (daba gracias a que era bastante ancho) y hacerlo una trencita como las que yo le hacía a ella en el pelo, formando así una preciosa pulsera color rosa. —Esto es para ti. —Le di la pulsera a Maia para que se la diese a Lauren, que abrió los labios, colocándose la pulsera en la mano, aunque no podía. —Espera. —Dije yo, dejando a Maia en el suelo. Cogí los dos extremos de la pulsera y los até con cuidado, rozando mis dedos con su muñeca al enlazarlos. Podía sentir su mirada sobre mí, y me ponía bastante nerviosa. —Es preciosa, Maia. —Lauren se agachó cuando terminé, dándole un abrazo fuerte, y Maia le dio un beso en la mejilla. Luego se levantó, y yo cogí la mano de la pequeña que se agarró a mí. —Entrad por aquella puerta, hay canapés, sándwiches y esas cosas. —Lauren sonrió, y yo también lo hice, porque era inevitable no hacerlo. —Gracias. —Dije echando a andar, viendo cómo ella se iba dentro del vestuario de nuevo. —Ah, Lauren, buena suerte. —Añadí, viendo de soslayo su sonrisa y entré por la puerta con Maia a mi lado, que no soltaba mi mano para nada. Nos sentamos en los primeros sitios que casi estaban a pie de campo, aunque quedaban algunos asientos hasta llegar, porque nosotros estábamos en un palco. No me imaginaba hace dos semanas que iba a estar así, pero me gustaba, me gustaba poder ver a mi hija disfrutar de cosas de las que siempre la había privado. —Mami, ¿puedo comer de eso? —Señaló la mesa que había un poco más arriba, y un camarero bajó con la bandeja, poniéndosela a Maia a su altura. —Claro, claro que puedes. —Maia cogió una de las salchichas con un palillo, y sonrió al camarero. —Muchas gracias, señor. —Una de las cosas de las que me sentía orgullosa, era de lo educada que era con tan sólo cuatro años. Mucho más que la gente madura. Ella estaba entre mis piernas porque no podía estar sentada, y se comía la salchicha mordisco a mordisco, mirando el campo donde aún no había nadie, pero los asientos estaban llenos. —Mamá, ¿crees que le gustó a Lauren mi regalo? —Dijo girándose, y puse las manos en sus mejillas asintiendo, dándole un beso en la frente. —Sí, ya verás cómo se lo pone. —Dije remangándole las mangas del jersey para que no se lo manchase, y Maia sonreía. —¿Sabes qué? Mañana es domingo. ¿Y sabes qué pasa los domingos? —Dije cogiendo una de sus manos, viendo la sonrisa de la pequeña aparecer en sus labios. —Que puedo dormir con mami hasta tarde. —Alzó los brazos y rodeó mi cuello con estos para abrazarme, y la subí para sentarla en mi regazo, besando su mejilla. Ella se giró con el palillo y el último trocito de salchicha, acercándomelo a la boca. —Toma, está bueno. —Atrapé el trozo entre mis dientes, y observé cómo las jugadoras comenzaban a salir al 18

campo. —Mira, esa es Lauren. —Dije señalándola, y Maia saltó un poco en mi regazo, aunque luego se giró hacia mí con un puchero. —No lleva la pulsera. —Dijo con un atisbo de decepción en sus palabras, y se pegó a mi pecho algo triste. —La tendrá guardada para que no se le pierda en el campo, cariño. —Le dije, y ella se animó de nuevo, poniéndose de pie entre mis piernas. Maia ni siquiera sabía cómo se jugaba a aquello, pero el hecho de que se emocionase y pasase un rato fuera de casa me hacía feliz. El partido comenzaba, y Lauren caminaba por el campo, aunque Maia intentaba saludarla, pero Lauren no miraba, porque iba corriendo ahora detrás del balón. —Cielo, está concentrada, después del partido la verás. —Dije bajándole las manos, y ella se quedó jugando con sus manos. Mientras, Lauren corría, y la gente le gritaba desde las gradas. Todavía no me acostumbraba a ver a Lauren como alguien 'famoso', como una futbolista que era. Alguien que cobraba miles de dólares al mes por jugar a aquello. En una de las jugadas, Lauren corría por el campo, y no sé qué pasó, pero acabó en el suelo con una mano en la pierna, casi retorciéndose de dolor. —Mami, le han hecho daño. —Señaló a Lauren en el suelo, que se levantó cojeando ayudada en una de sus compañeras de equipo. Si dijera que no me preocupé por Lauren, mentiría, porque estaba apretando a Maia contra mí con un pequeño suspiro. —Está bien, ¿ves? —Señalé cómo se levantaba, y ella se mordía el dedo índice asintiendo. —¿Maia? —Uno de los camareros se acercó, agachándose un poco y la pequeña se giró hacia él. —Toma, esto es para ti. —El camarero le abrió un zumo de melocotón, hincando la pajita, y se lo dio en la mano. Maia sonreía y comenzó a beber, dando pequeños saltitos porque Lauren corría, y creía que ella seguía los movimientos de la chica. En una de aquellas jugadas, Lauren golpeó el balón, que rozó el fondo de la red. En el mismo instante el estadio entero se levantó, y Maia saltaba pero no podía ver, así que me puse de pie con ella en brazos, mirando a Lauren que corría hacia donde nosotras estábamos, señalándonos con el dedo. Y no sé si fue mi imaginación, o la emoción de mil gargantas cantando gol al mismo tiempo, pero creía que me había mirado a mí en vez de a Maia. ¡Gol! —Decía Maia, moviendo un bracito en el aire para saludar a Lauren, que volvía a irse al centro del campo.

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Y así, terminó el primer tiempo. La pequeña volvió a beber del zumo, y miraba al campo moviéndose entre mis piernas. Llevaba cuarenta y cinco minutos de pie, y no se cansaba. —Ese señor de ahí sabe mi nombre. —Dijo señalando al camarero con el brazo estirado, y le bajé la mano lentamente. —No se señala, Mai. Está feo. —Le dije en voz baja. Ella se pegó las manos a la boca y volvió a señalar sólo levantando el dedo índice. —Ese señor sabe mi nombre. —No pude evitar reírme, abrazándola y dándole besos por toda la cara, y ella simplemente me abrazaba de la misma manera. El chico volvió a acercarse con la bandeja de salchichas, y Maia cogió una, pero luego me miró a mí. —No, gracias. —Negué, y miré cómo ella se deleitaba mientras mordía el trozo de salchicha. —Mi mamá hace pulpos de salchicha, ¿sabes? —Maia miró al camarero, señalándolo con la salchicha. —Lo tomaré en cuenta la próxima vez. —El chico soltó una suave risa, volviendo a su sitio. Maia veía el partido de nuevo conmigo, y yo sostenía su zumo, porque de vez en cuando le entraba la sed. Lauren volvía a volar tras una patada, y esa vez no sabía si estaba bien. Se retorcía en el suelo con la mano en el tobillo, pero estaba segura de que sólo había sido un golpe al verla levantarse del suelo. El partido terminó, y rápido, cogí a Maia de la mano, saliendo de allí porque me tenía que ir a trabajar. En la puerta de los vestuarios, me puse de cuclillas delante de ella, cogiendo sus manitas entre las mías. —Cielo, mamá se tiene que ir un ratito, te vas a quedar con Lauren, ¿vale? —Le dije sonriendo, y ella asintió conforme. Al poco rato, comenzaron a salir chicas del vestuario, una detrás de otra, dejando aquello vacío hasta que salió Lauren. —Hey. —Lauren me miró a mí directamente, y luego bajó la mirada a Maia, saludándola con la mano. —¿Estás bien? —Pregunté directamente, y ella frunció el ceño ante esa frase. —Sí, ¿por qué? —Ella se acercó a nosotras, dejando la maleta en uno de los bancos que había a la salida. —Porque te han hecho daño. —Señalé su tobillo y ella asintió riendo, sacudiendo la cabeza. —Son sólo golpes en el momento, luego se curan. —Buscó algo en su bolsa hasta que lo 20

encontró, sacando la camiseta del partido. —Toma, para que vayáis las dos a juego. —Lauren, no... No tenías por qué. —Sonreí, abriendo la camiseta para verla algo mejor. —Claro que sí, seguro que te queda genial. —Me sonrojé al instante, agachando la cabeza. —¿No llevas la pulsera, Lauren? —Maia hizo un puchero, y Lauren levantó la muñeca en la que le habíamos puesto la pulsera. Llevaba puesta una cinta de color rojo, y aunque creía que era para protegerse la muñeca, cuando la quitó, tenía la pulsera debajo. —No me dejaban llevar pulsera, así que la escondí. —Sonrió Lauren, y yo carraspeé sacudiendo la cabeza. —Tengo que irme, ¿te quedas con ella? —Dije a modo de pregunta, sin querer obligarla a nada aunque fue ella quién lo sugirió, y asintió con una sonrisa. Me agaché para darle un beso en la mejilla a Maia, colocándole mejor el gorro. —Pórtate bien, ¿me oyes? —Ella asentía, sonriendo aunque mis manos apretaban su cara. —Te quiero, vuelvo en un ratito. —Y yo a ti mami. Lauren's POV Maia se agarró de mi mano en cuanto Camila se fue, y comencé a caminar con ella de la mano, ladeando un poco la cabeza. —¿Dónde quieres ir? —Ella se encogió de hombros, y la cogí en brazos, dándole un beso en la frente. —¿Te ha gustado el partido? —Asintió, jugando con el cuello de mi camiseta entre los dedos, y me paré a mitad de camino. —Te voy a llevar a un sitio que va a gustarte. Con Maia en brazos, salí por el túnel hasta el césped del campo, observando las gradas vacías, donde reinaba el silencio cuando minutos antes todo el mundo estaba gritando. —Uala. —Dijo ella abriendo los ojos, y la dejé en el suelo. Empezó a correr aunque no duró mucho, y se sentó en el suelo tocando el césped con las manos. —Es muy grande. —Reí un poco y me senté en el suelo con ella, mirando alrededor. —¿Cuántos años tienes? —Dije viendo cómo se ponía de pie, llevándose un poco de césped pegado a los costados del jersey. Era muy pequeña, pero adorable. —Cuatro. —Dijo sentándose en mis piernas, mirándome con una sonrisa. —¿Cuatro? Vaya, eres muy mayor. —Fruncí el ceño asintiendo, y ella sonrió aún más ampliamente. —Tus ojos azules son muy bonitos. —¿De qué color son los tuyos? —Preguntó señalándolos, aunque luego retiró la mano rápidamente. —Mamá dice que está feo señalar.

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—Los míos son verdes, en ocasiones. —Reí un poco, ladeando la cabeza. —¿Sabes? Tu mamá es muy guapa. —Le dije viendo cómo levantaba la cabeza. —Mi mamá es la mejor del mundo. —Dijo en voz baja, tirando del césped con suavidad, y estrujándolo entre los dedos. —Hace salchichas con forma de pulpo, me deja ver los dibujos mientras como y siempre huele muy bien. —Sonreía al hablar de su madre, y no creía que hubiese algo más adorable que aquello. —Pero se pone triste muchas veces, Lauren. —Ella me miró, señalándose un ojo. —Y llora. Llorar no es bueno, ¿verdad? —Negué, poniendo una mano en su espalda para que ella no se cayese. —Pero dice que es porque me quiere mucho, y por eso me lleva a comer a un restaurante muy chulo. Y y la quiero un montón. —Terminó de decir, y de repente vi por qué Camila era tan protectora con su hija, porque Maia era el pilar en su vida. —¿Entonces no sabes dónde está tu papá? —Maia se puso de pie y yo también, pero la cogí en brazos para caminar por el campo. —Mamá dice que no lo necesito. —Apoyó la cabeza contra mi hombro y caminé directamente hacia los vestuarios, dándole un beso en la cabeza. —Tu mamá lleva razón. Camila's POV Mis brazos rodeaban a Maia con ternura, manteniéndola así pegada a mí. No se había querido quitar la camiseta que le regaló Lauren, y tampoco intenté quitársela mientras dormía. La mía, la lavé y la guardé para el próximo partido, si es que había un próximo. Por fin, no teníamos que levantarnos, tenía a mi hija hecha una pequeña bolita junto a mí, y eso era todo lo que podía pedir y más. Maia se revolvió un poco y sonreí, acariciándole la mejilla con dos dedos. Era adorable verla así, era increíble cómo no daba ningún problema, incluso me ayudaba a cocinar o a limpiar la casa, por muy poco que fuese. —Buenos días, cielo. —Susurré acariciando su pelo, y ella suspiró, quedándose sin abrir los ojos con una sonrisa en los labios. El día anterior había sido demoledor, si ensuciaban los días de entrenamiento, los de partidos aquello era el infierno en la tierra, aunque por suerte, la zona de la taquilla de Lauren estaba bastante limpia. ¿Tendría bien el tobillo o no? Me preocupaba por mucho que dijese que era un golpe de nada, pero me ponía nerviosa. —Buenos días mamá. —Dijo bostezando, pegándose a mí un poco más. Enredé mis dedos en su pelo, que estaban resquebrajados, algo hinchados y doloridos. Cuando miré el reloj, era ya más la hora de comer que otra cosa, y me levanté, con Maia saliendo de la habitación antes que yo, pero cogiendo mi mano para ir a la cocina. —¿Te has lavado los dientes? —Ella negó, jugando con el borde de la camiseta. —Pues lávate los dientes, y luego vienes que vamos a comer, ¿sí? —Maia asintió enérgicamente, subiendo las escaleras, y yo suspiré girándome hacia los armarios de la cocina. Tenía 22

poca cosa, por no decir casi nada. Cogí un paquete de macarrones y eché un poco en un vaso, la virtud que tenía es que Maia comía relativamente poco. Cocí los macarrones y les eché un poco de tomate por encima, tampoco mucho, además, partí media salchicha y se la eché a trocitos por encima. —Maia, ven cariño. —Dije poniendo el plato en la mesa, y lo que sobró, un poco me lo eché yo y lo otro lo guardé en la nevera. Ella apareció corriendo con la muñeca en las manos, y la cogí para alzarla y que pudiese sentarse. Cogió el tenedor con la mano hecha un puño y pinchó un macarrón, metiéndoselo en la boca. —¿Te lo pasaste bien ayer con Lauren? —Ella asentía, cogiendo un trozo de salchicha y comiendo. —Sí. Me dijo que eras muy guapa. —En ese momento dejé la jarra de agua en la mesa, mirando a mi hija que movía las piernas, balanceándolas al no llegar al suelo. —Espera, ¿Lauren te dijo que yo era guapa? —La pequeña asintió, y siguió comiendo de forma lenta, y no sabía por qué, pero me halagó muchísimo. Quizás porque nadie me lo había dicho en años. —Quiero jugar a la pelota. —Suspiré, comiendo un poco de macarrones que habían quedado en mi plato, mirando a Maia. —No sé dónde se puede jugar a la pelota. —Respondí, y ella agachó la cabeza con un puchero. Eso no costaba dinero, no costaba dinero llevarla a jugar, así que cogí el móvil y marqué el número de Lauren. —¿Camila? —Dijo ella, y me sonrojé un poco porque ni siquiera dijo '¿sí?' o algo así al contestar. —Hola, Lauren. —Respondí, y Maia levantó la cabeza del plato mientras comía. —Oye, quería preguntarte una cosa. —A ver, dime. —¿Tú sabes algún sitio dónde se pueda jugar a la pelota? —Ella se quedó en silencio unos segundos. —Mi casa. —Respondió de forma tajante. —¿Qué? —Fruncí el ceño mirando a la pequeña, que mordía los macarrones poco a poco. —Mi casa, vamos, venid. Tengo un jardín enorme, además me hace falta compañía. Los domingos son odiosos. —¿Estás segura? —Me mordisqueé el labio un poco. —Claro que estoy segura.

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Capítulo 4 Camila's POV Lauren abría la verja de su casa, y Maia apretaba mi mano. Era una casa bastante grande, a decir verdad, porque simplemente en la urbanización en la que estaba tenía que valer bastante dinero. La pequeña llevaba la pelota metida en una bolsa, y entramos en casa de Lauren. Era grande, espaciosa, con cristaleras que daban a la bahía de Portland. Un sofá color negro, bastante largo, una tele, el suelo de madera clara, y el mismo salón conectaba con el jardín, aunque lo separaba una cristalera. —Uala. —Dijo Maia, abriendo los ojos al ver la casa de Lauren, y yo por dentro también dije lo mismo. —Ahí está el jardín, y mi perro, Dash. —Señaló fuera, y un perro Golden Retriever estaba tumbado al sol. —No muerde, ni siquiera ladra. A veces me pregunto si de verdad es un perro. —Rio ella, abriendo el ventanal para que Maia saliese, y se acercó al perro con cuidado, que la miró de reojo. —Hola, perrito. —Dijo poniéndose de cuclillas a su lado, pasando una mano por su cabeza. El perro cerró los ojos, y Maia lo abrazó por el cuello, dándole un beso. —Mami, quiero uno. —Cariño, con suerte cabría en nuestro salón. —Dije con una risa, y ella siguió abrazada al perro, dándole besos en la cabeza. Tras un momento mirando a la pequeña, nos separamos del ventanal y lo miré todo, y es que la casa no tenía desperdicio. —Tu casa es preciosa. —Le dije, y ella sonrió, quedándose parada en el ventanal que daba a la bahía, mirándome a mí. —¿Quieres algo de beber? —Preguntó señalando la cocina, y negué, cruzándome de brazos. Ella y yo casi nunca hablábamos, las palabras que cruzábamos eran simplemente por Maia, y en aquella situación estábamos las dos solas. —Le gustas mucho a Maia. —Dije mirando a la pequeña, cruzándome de brazos y frotando estos con las manos lentamente. —Es una niña diferente. Tiene cuatro años y me habla sobre su madre, cuánto la quiere. —Agaché la cabeza con una sonrisa. —Y algo me dice que eres una gran madre. —Añadió ella, y levanté la cabeza, con los ojos casi brillantes porque esas cosas eran las que me hacían felices. —Y un niño siempre dice la verdad. —Todos los niños dicen que sus madres son las mejores. —Me encogí de hombros, y pude ver en sus ojos cómo de verdad estaba interesada en mí ahora mismo. —¿Te quedaste embarazada a los diecinueve? —Preguntó Lauren, y moví la cabeza para 24

asentir, mordiéndome el labio inferior. —Sólo me pareció raro que su padre no fuese a por ella al colegio. —Porque no tiene. —Respondí, resoplando un poco, comenzando a inquietarme. —Me dejó embarazada y se fue. Y no sé dónde está, pero tampoco importa. No lo necesito. —Mentí, porque sí necesitaba algo de dinero en casa. ¿Pero para darle una figura paterna a mi hija? Me tenía a mí misma como madre. —Trabajas mucho para mantenerla. —Lauren apretó los labios mirándome, y bajé la mirada asintiendo, metiéndome un mechón de pelo tras la oreja. —Ella lo sabe, y por eso está tan orgullosa de ti, ¿sabes? —Sonreí encogiéndome de hombros, cogiéndome las manos delante de mí. —Y no deberías de estar trabajando de esa manera, no a tu edad. —Lo sé, pero tengo que hacerlo. —Sacudí la cabeza negando, apretando los ojos. —No quiero hablarte de esto, ¿vale? —Lauren asintió con la cabeza, y yo miré el mar por la ventana. No necesitaba darle pena a nadie, y menos a una persona como Lauren. —Lo siento. —Se disculpó, soltando un suave suspiro. —¿Se ha comido ya todas las chocolatinas? —Preguntó con una sonrisa, y negué. —No, aún no. —De hecho, no dejaba que comiese muchas chocolatinas. Si algún día tenía hambre y no tenía qué darle de merendar, entonces sí que dejaría que se comiese una, pero no por placer. —¿Es verdad que le dijiste que yo era guapa? —Pregunté casi sin pensar, y ella agachó la cabeza. —Vale... Vamos a dejar de hablar de Maia. —Reí un poco, porque sí, básicamente nuestra conversación llegaba a un punto en el que el centro era mi hija. —Sí, pienso que eres muy guapa. —Se encogió de hombros, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón. —Siento si te molesta o... —No, no. —Negué riendo, cerrando los ojos. —Está bien, en realidad. —Su cara era completamente un poema, y estaba absolutamente confusa. —¿Por qué esa cara? —A las chicas que le gustan los chicos, si les digo eso suelen huir a otro estado. —Reí un poco y caminamos hacia la cocina, sentándome frente a ella en el taburete de la cocina. Me quedé en silencio, mirándome las manos. —¿Te duelen? —Las señaló, e hice una mueca. —Un poco. —Dije en voz baja, escondiendo las manos bajo la encimera, y ella agachó la mirada. —Sólo están hinchadas de los productos y eso. —Le quité hierro al asunto, pero Lauren parecía no estar nada conforme con mi respuesta. —Me gustan tus manos. —Negué ante aquello, mirándolas bajo la mesa. Los surcos entre los dedos estaban blanquecinos de limpiar, de estirarse, de mojarse y quedarse húmedos bajo los guantes. —Sí, me gusta cómo eres. Eres muy fuerte, y eso es mejor que ser guapa, o tener unas manos perfectas. Y tú tienes las tres, por suerte. —Rio un poco, y negué, pasando los dedos entre mis manos. 25

—No soy fuerte. Sólo tengo una hija que es lo que me hace seguir, ya está. —Dije en voz más baja, agachando la cabeza. —Y si al final del día quiero que coma, tengo que trabajar. Escuchamos un ruido a nuestro lado, y Maia estaba dentro de casa con el perro, que la seguía. —Lauren, ¿me das una cuchara? —Lauren al principio se quedó un poco extrañada pero se dio la vuelta y de uno de los cajones sacó una cuchara reluciente, y se la dio a la pequeña en la mano. Ella se puso de rodillas al lado del perro, cogió el pienso con la cuchara y se lo puso en el hocico, y el perro empezó a comer. —Maia, no puedes utilizar las cucharas para eso. —La reprendí, y ella se giró a mirarme haciendo un pequeño puchero. —Déjala, jamás se come el pienso, pero así sí que lo hace. —Maia pasó un brazo por el cuello del perro, dándole un beso en la cabeza. —Creo que nunca se ha sentido tan querido. —Me froté las manos, y ella se giró hacia mí de nuevo frunciendo un poco el ceño. —¿Cómo se te pueden poner así las manos en tres semanas? —Preguntó Lauren. —No llevo tres semanas limpiando, ¿sabes? Más bien llevo cuatro años. —Desde que nació Maia, todo fue cuesta abajo. Era como en uno de esos programas de televisión, en el que la chica se queda embarazada a los 16. Pues era yo con 19, pero además mi novio había desaparecido de la faz de la tierra, y yo rezaba porque lo encontrasen muerto en el arcén de una carretera, aunque gracias a él ahora tenía a la persona que me mantenía con vida, aunque sonase paradójico. Lauren se quedó en silencio, y por las ventanas vi que se estaba haciendo de noche, así que me levanté del taburete y me acerqué a Maia. —Mai, tenemos que irnos, es tarde y mañana hay cole. —Ella hizo una mueca, pero se dejó coger en brazos. —Gracias por invitarnos a tu casa, Lauren. —Dije yo, y Maia se dio la vuelta, asintiendo. —Es muy grande. —Podéis venir cuando queráis, sólo llamad al timbre. *

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Llegué al trabajo casi en punto, lo justo para poder fichar y cambiarme algo más tranquila. Cuando entré en los vestuarios, Lauren estaba con los brazos cruzados esperándome, vestida, con el pelo algo mojado por las puntas y creía que estaba esperándome. —Buenos días. —Dije algo extrañada de verla allí, cogiendo la escoba, como siempre hacía. —Buenos días. —Se frotó la frente con los dedos, y la miré de reojo con una sonrisa al 26

pasar por su lado, comenzando a recoger los desperdicios de las demás jugadoras. —¿Puedo ayudarte? —Me preguntó, y levanté la cabeza del suelo. —¿A qué? —Solté la basura en la bolsa del carro, y se acercó a mí, no mucho. —A limpiar. Quiero ayudarte. —Dijo encogiéndose de hombros, y negué con una sonrisa. —Gracias, pero no es tu trabajo. —Volví a barrer, y se quedó en silencio. —No lo entiendes, quiero ayudarte. Y voy a ayudarte. Así que dime qué tengo que hacer. —Se subió la camisa hasta los codos, y esperó a que yo hablase, pero seguía en silencio, terminando de recoger. —Está bien, así que, ¿esté líquido va encima de las taquillas? —Cogió un bote y apuntó hacia las taquillas, y me apresuré hacia ella poniendo mis manos sobre el detergente. —¡No! —Dije, negando. —Está bien. —Suspiré resignada, y Lauren sonrió bastante satisfecha. —Dime, ¿qué limpio? —Cogí el trapo y le eché un poco de líquido, poniéndoselo en la mano. —Limpia las taquillas por encima. —Le di, obviamente, lo que menos trabajo tenía, aunque ella no lo sabía, pero se veía sonriente por aquello. Mientras, yo cogí el carro y di la vuelta tras el muro de taquillas, llegando hasta las duchas, donde eché en el suelo alicatado de cada una un chorro de líquido azul. Me puse de rodillas y comencé a frotar con un estropajo, fuerte, sintiendo cómo se clavaba en la palma de mi mano y entre mis dedos aquellas pequeñas rejillas de metal. —¿Qué estás usando para limpiar? —Preguntó buscando en el carro, y cogió otro estropajo, poniéndose justo en la ducha de al lado, frotando el suelo rápido y fuerte. —No tienes por qué hacer esto. Es mi trabajo. —Volví a repetir, y ella se encogió de hombros, moviendo el brazo para limpiar el suelo. —Necesito ayudarte, no es una opción. Y así, durante los siguientes cuarenta y cinco minutos nos pasamos limpiando las duchas, frotando, y mis rodillas dolían contra el suelo, la espuma ocultaba mis dedos y luego, el agua corría para dejar la zona totalmente limpia. Cuando terminamos, me levanté del suelo, pero Lauren se quedó sentada tocándose las rodillas. —Estoy destrozada. —Dijo con los ojos cerrados, y extendí los brazos para que cogiese mis manos. Ella las apretó, poniéndose de pie con una mano en el costado. —Jugar al fútbol implica menos desgaste físico que esto. —Reí un poco, pasándome un mechón de pelo que se había soltado de la coleta por la oreja, y asentí ante lo que decía. —¿Cómo lo haces siempre?

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—¿Alguna vez has visto a tu hija sonreír porque le gusta ducharse con agua caliente? —Ella negó, quedándose en silencio. —Pues ahí tienes la respuesta. —A cualquier niño le encantaría tenerte como madre. —Me dijo, dejando el estropajo en el carro, y me encogí de hombros. —Sólo quiero que crezca feliz. —Dije dándome la vuelta, comenzando a caminar por el vestuario para salir, llevando el carro. —¿Me dejas que te lleve a casa? —Preguntó, cogiendo la bolsa que estaba encima del banquillo delante de su taquilla. —Has hecho suficiente por mí hoy. Y no quiero ser tu obra de caridad. —Dije dejando el carro en el cuartillo, cerrando con llave. —La realidad es que yo soy tu obra de caridad. —Respondió, mirándose las manos con una mueca. —Me haces sentir bien de una forma en la que nadie lo había hecho antes. Déjame llevarte a casa, por favor. —Suspiré, entrando en el vestuario de personal, agachando la cabeza. —Espérame fuera. Al salir, no vi a Lauren, y cuando me di cuenta estaba esperándome en un Audi mate negro fuera del estadio. Caminé fuera, y abrí la puerta del copiloto para sentarme a su lado, mirando el coche. Olía a esa esencia de pino que llevaban los coches, y Lauren arrancó. —¿Dónde está Maia? —Dijo girando el volante con las dos manos, y suspiré mirando las mías, pasando un dedo por la palma de la otra. —La dejé comer en el colegio y luego se quedó allí jugando. —Obviamente, era la única alternativa que tenía porque aquél entrenamiento era por la tarde. Lauren paró frente al colegio de Maia, y abrí la puerta, girándome hacia ella. —Ahora vuelvo. —Sonreí un poco, y me apresuré hacia la puerta. Maia estaba en uno de los bancos del patio del recreo, mirando a los demás niños jugar al balón, y en cuanto me vio, salió corriendo cruzando el patio y la profesora abrió la verja, justo a tiempo para que ella saltase a mis brazos, y acaricié su pelo con los dedos suavemente, cerrando los ojos. —Creía que iba a quedarme a dormir aquí, me daba miedo. —Decía ella, y reí caminando hacia el coche de Lauren. —Nunca te dejaría, patito. —La puse en el suelo dándole un beso en la frente, y señalé a Lauren en el coche. —Mira con quién volvemos a casa. —¡Lauren! —Corrió pegándose a la puerta del coche, y Lauren bajó la ventanilla, acariciándole el pelo. 28

—Vamos, entra por atrás. —Abrí la puerta y me senté al lado de ella, poniéndole el cinturón y cogiendo la mochila. —¿Te lo pasaste bien? —Dije acariciándole el pelo, y asintió, abriendo la mochila y sacando un folio. —¡Mira! Aquí pone mamá. —Lo señaló, y la palabra con letra grande y algo temblorosa estaba pintada allí. —Para tú. —Me lo digo y sostuve el folio entre las manos, sonriendo y sin poder estar más orgullosa de ella. —Para ti. —Le corregí, y ella movía las piernas, mirando a su alrededor. —Tu coche es muy grande, Lauren. —Dijo, y yo guardé el folio plegado en mi bolso, pegando a Maia a mí. —¿Te gusta? Si se lo pides a tu mamá puedo llevaros donde queráis. —Miré a Lauren por el retrovisor, que en aquél momento miraba la carretera. —Quiero ir a casa. —Respondió ella, bostezando un poco. El día había sido bastante largo para las dos, y Lauren paró en la puerta de nuestra casa. Me acerqué a su ventanilla, viendo cómo Maia se agachaba para mirar los caracoles que subían por la verja de madera entre las hierbas. —Gracias por traernos. —Sonreí, mirando sus ojos que estaban de un color más claro de lo normal. —Por nada. —Negó, y nos quedamos mirándonos unos segundos más. —Buenas noches, Lauren. —Buenas noches, Camila. —Ella metió el cuerpo dentro del coche y arrancó, desapareciendo al final de la calle. Yo abrí la puerta de casa, y al ir a encender la luz, no iba. Di un par de veces más, pero no, no funcionaba. Dios, no. Me apresuré al buzón del diminuto jardín que teníamos y saqué las cartas, hasta que vi la carta de la factura de la luz, nos la habían cortado. Apreté los ojos en ese instante, intentando no desmoronarme allí mismo delante de mi hija. Cerré el buzón y con la luz del móvil entré en casa. —Mami, ¿por qué está oscuro? —Dijo Maia abrazándose a mi pierna, mientras yo cerraba la puerta con cuidado. —Porque... Tú siempre me dices que quieres ir de acampada, y nunca podemos, ¿verdad? —Tragué saliva, abriendo un cajón de la cocina para coger una linterna, varias velas y encenderlas con un mechero, alumbrando la cocina. —Pues vamos a acampar en casa. ¿Qué te parece? —¡Síiiiiiiiiii! —Alzó los brazos corriendo por la cocina, y en aquél momento me sentía fatal. 29

Me sentía la peor madre del mundo. En realidad, era como Guido en La Vida Es Bella. Intentaba hacerle ver a mi hija que todo era un juego, que todo estaba bien, intentaba ocultarle todo lo malo del mundo para que tuviese una infancia normal y que cuando fuese mayor pudiese decir que había crecido como todo el mundo. Guido le decía a su hijo que en aquél campo de concentración tenían que esconderse para poder ganar un carro blindado, pero en realidad era para que no lo matasen. Hacía bromas, se reía de la situación y era justo lo que hacía yo. —¿Tienes hambre? —Le pregunté sacando un camping gas de debajo del mueble de la cocina, y ella asintió, sentándose en la mesa. —Mira, esto es lo que comen los excursionistas en el campo. —Cogí un cazo y abrí la nevera, echando un poco de caldo con garbanzos, patatas, zanahorias y verduras varias que había hecho el día anterior para un mes. —¿De verdad? —Asentí, encendiendo el fuego y poniendo el cazo encima. Puse un vaso de agua en la mesa, que estaba iluminada por una vela. —Uala. ¿Cómo sabes esas cosas tan chulas? —Sonreí, removiendo los garbanzos de cuclillas en mitad de la cocina, y cuando estuvieron calientes, los eché en dos platos distintos, dándole una cuchara a Maia. —Porque soy tu mami. —Dije besando su frente. Ella empezó a comer, y miré el plato encima de la mesa, con las manos en la frente. ¿Qué iba a hacer? Si pagaba la luz, me quedaban escasos 50 dólares para todo el mes. Para no morir en el intento. Maia se había comido todo el plato, y le di un poco más del mío, mirándola sin hablar porque probablemente mi voz no saldría, y estaría mi garganta completamente agarrotada. Maia se metía los garbanzos de uno en uno en la boca, y movía las piernas debajo de la mesa. Cuando terminó, cogí una vela con una mano y la linterna con otra, subiendo al piso de arriba. —Mamá, mis zapatos están rotos. —Dijo sentada en la cama, mientras yo le quitaba sus zapatos. La suela estaba despegada de lo que era el zapato en sí, y yo ya no sabía cómo arreglar aquello. —Mañana serán más chulos, ¿vale? —La tumbé en la cama, a la luz de una vela, y ella asintió con una sonrisa. Besé su frente y Maia se giró, quedándose dormida casi al instante, y la envidiaba por eso. El llanto ya era inevitable, porque no sabía cómo arreglar aquello. Me limpié las lágrimas con las mangas del jersey, y cogí los zapatos de Maia yéndome directamente hacia el baño. Comencé a lavarlos, porque estaban sucios y los frotaba con estropajo, como ya era usual, pero mis lágrimas no me dejaban ver bien lo que hacía, así que seguí frotando mientras lloraba, y sentía que las lágrimas quemaban bajando por mis mejillas hasta fundirse con el agua del lavabo. Cuando estuvieron limpias, las puse en la ventana abierta de una de las habitaciones, y me tumbé al lado de Maia, apretando los ojos. Quería dormir, quería olvidarme de todo por un rato, pero las 30

preocupaciones no me dejaban, invadían mi cabeza, y no me dejaban dormir. Me levanté de nuevo, y para cuando lo hice, las zapatillas de Maia estaban secas. Volví a la habitación y me senté en el escritorio, cogiendo un poco de pegamento y esparciéndolo por la suela, y pegándolo bien. Puse un par de libros encima para que hiciesen presión, y me volví a tumbar en la cama. Las cuatro de la mañana, y yo estaba cansada, pero esta vez era de llorar.

Capítulo 5 Camila's POV Al día siguiente, gasté 30 dólares de los 80 que me quedaban para pagar la luz, y Maia volvió a poder tomar leche caliente por las mañanas. Volvió a ducharse, y se puso sus zapatos 'nuevos', que decía que le gustaban mucho, aunque sólo los hubiese lavado. Pero me gustaba verla feliz con aquellas simples cosas, me gustaba ver cómo de camino al colegio se miraba los zapatos con una sonrisa, y se despedía de mí con el mismo y risueño 'te quiero mami' de todos los días. Y así, pasaron las semanas. Yendo a trabajar y Lauren esperándome, ayudándome a limpiar, y me gustaba, me gustaba mucho. Además de porque tenía otra mano que me ayudaba, porque siempre me hacía reír cuando más lo necesitaba. Acababa siempre tirada en el suelo de una ducha, estirando su mano para que la ayudase a levantarse, y de lo único que me preocupaba en aquellos momentos era que estos no se acabaran nunca. Mis manos y mis rodillas estaban cansadas, hastías, pero ella siempre estaba ahí. Muchas veces hablábamos sobre política, otras muchas sobre el amor y sus relaciones, y cómo nunca se había enamorado. Le respondí que yo tampoco, y entonces había un silencio extraño entre nosotras. Aquella mañana Lauren se terminaba de abrochar el pantalón cuando entré, y se giró de forma instantánea con una de sus mejores sonrisas. —Buenos días. —Dijo ella, que cogió directamente la escoba antes de que yo lo hiciese. —¿Hoy quieres barrer? —Dije riendo, cogiendo un trapo para darle a las puertas de las taquillas, mientras ella recogía la basura del suelo. —Sí, me he levantado hoy con esa motivación. —Solté una pequeña risa, negando. Lauren no sabía nada de cómo estaba la situación económicamente en casa, y no quería que lo supiese. Probablemente era mejor así, porque si la conocía lo suficiente, se enfadaría con el mundo y querría ayudarme. Cogí el bote de líquido verde para seguir limpiando las taquillas, y al apretar un chorro salió disparado hacia la mejilla de Lauren. Me llevé una mano a la boca y al ver toda la mejilla manchada de verde, y ella se levantó lentamente hasta quedar erguida, tocándose 31

la mejilla con la mano. —¿Qué haces? —Me dijo mirándome, y negué. —Lo siento. —La verdad es que estaba intentando aguantarme la risa, pero Lauren no se reía para nada, hasta que las carcajadas comenzaron a salir de mis labios, y ella cogió un bote de líquido azul, apuntándome con él. —¡De qué te ríes! —Dijo señalándome, y yo salí corriendo tras las taquillas a las zonas de las duchas, con ella detrás. —¡Déjame! —Grité riendo, hasta que ella apareció sin botes en la mano. —Mira, no tengo nada, déjame acercarme a ti. —Bajé el bote y Lauren se acercó, mirándome con una sonrisa, y esos ojos claros que se iluminaban bajo los fluorescentes que alumbraban el vestuario. —No deberías fiarte de mí mientras estoy jugando contigo. —Sus manos se pusieron en mis mejillas y comenzaron a frotarse, y yo me removí intentando quitarle las manos de mis mejillas. El olor a detergente llegaba hasta mí, y no podía parar de reírme, porque pasó de mis mejillas a mis costados para hacerme cosquillas y me pegué contra las taquillas, acabando con Lauren pegada a mí con las manos a mis lados. —¡Para, para, para! —Dije riéndome, poniendo mis manos sobre las suyas. Sus dedos dejaron de moverse, y tomé un poco de aire llevando la vista a los ojos de Lauren. Mi respiración estaba agitada por la risa, y una de sus manos estaba apoyada en el metal de la taquilla, y se inclinó hacia mí. En un principio nunca me había imaginado una situación así, pero sí, sí que quería. Era guapa, eso es obvio, pero su forma de ser atraía mucho más. Su forma de tratar a Maia, de tratarme a mí era diferente a todo lo que había conocido. Podía ver cómo sus labios se acercaban a los míos y yo no haría nada para pararlo. —Camila. —Giré la cabeza rápido, separándome de Lauren. —Estás despedida. *

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Mi móvil sonaba y sonaba. Por la mañana, por la tarde, por la noche, pero yo no tenía cuerpo para responder ninguna llamada. Habían pasado tres días desde que me despidieron, y ni siquiera me había molestado en buscar trabajo, porque no lo había. Maia necesitaba unos zapatos nuevos, porque al llegar a casa se volvían a descomponer, y probé a coserlos y pegarlos, a ver si aquello funcionaba algo mejor. Vendí mi sangre en aquellos días, y es una de las cosas más duras que he hecho nunca. Me estaba vendiendo, literalmente, era como prostituirme. Maia tenía hambre, y estaba segura de que se cansaba de comer aquellos guisos de verduras, pero no lo decía. Estaba demasiado entretenida mirando a su muñeca sentada contra el vaso de agua, balanceando las piernas como siempre hacía. Al menos, le quedaba un mes de comida y agua caliente, lo que no sabía era cuánto iba a durar 32

aquello. Por las mañanas ya no era un vaso de leche, era medio con un poco de magdalena, no mucha, porque tenía que durar toda la semana. —Mami, en el colegio me han dicho que tengo que llevar capeta con hojas. —Me dijo aquella mañana, mientras con la cuchara se comía el dulce de la leche. —¿Una capeta? —Me reí un poco, limpiando la encimera de la cocina. —Se dice carpeta, cariño, y ¿para cuándo es? —Para mañana. Carpetas y colores. —Asentí con un suspiro, frotándome la cara. —Está bien, cariño, ahora vamos al cole. —Dije poniéndole el chaquetón, dándole un beso en la frente. Salimos de casa, ella de mi mano, y se paraba para dar saltitos para seguir andando. —Maia, ¿qué haces? —La cogí en brazos para caminar más rápido, y ella se abrazó a mi cuello. —Es que me hacen daño los zapatos. —Se le estaban quedando pequeños, y se me acumulaban las cosas que tenía que comprar. Estaba tan saturada, que mi mente no sabía de dónde sacar dinero para pagar tantas cosas. Maia jugaba con mi mano, y hacía que le acariciase la mejilla ella misma, porque le gustaba sentirlas. Pasé el pulgar por su mejilla y apoyé la cabeza en el cristal, observando cómo llegábamos al colegio. Bajamos, y esa mañana realmente necesitaba a Maia a mi lado, necesitaba a mi hija y que me hiciese sentir que todo iba a estar bien, pero se tenía que ir y yo me desmoronaba a cada momento. —Te quiero, ¿vale? —Puse las manos en sus mejillas, dándole un beso en la frente. —Y yo mami. —Dijo ella, abrazándose fuerte a mí antes de separarse, pero no quería, no podía, pero la solté, y se fue tras los muros de la escuela. El autobús de vuelta a casa daba muchísimo que pensar. ¿Qué podía hacer? Podía vender mi sangre otra vez, óvulos, o lo que fuese. Me daría para unos cuantos días más, pero algo era algo. Eché la cabeza hacia atrás en el asiento, cubriéndome la cara con las manos para ocultarme, y pensando en qué iba a ser de nosotras. Pensando, que me iban a quitar a Maia. Cuando llegué de nuevo a casa, el cartero estaba sacando sobres de su carrito frente a mi puerta, y me acerqué a abrir la verja. —¿Tengo algo de correo? —Pregunté echándome el pelo hacia atrás. —Sí, aquí tienes. —Puso unas cuantas cartas en mi mano y siguió adelante tirando del carro. A ver qué factura no había pagado ahora. Me senté en la mesa de la cocina, y la luz parpadeaba así que había que cambiarla, ¿más 33

gastos? Propaganda, carta de propaganda de juguetes, y la última era una carta de verdad. Oficina de desempleo. La abrí, y saqué el folio extendiéndolo entre mis dedos. Cuando mis ojos recorrieron la carta, leyendo cada palabra, comencé a llorar. Y esta vez, a llorar más fuerte que nunca. No sabía qué decir ante lo que estaba leyendo, porque Maia tendría una vida digna por fin. Ochocientos dólares de desempleo, ochocientos. Ochocientos dólares, tras pagar la casa, me quedaban 500 dólares con los que tenía de sobra para comprarle a Maia lo que necesitaba, pero no podía dejar de llorar. En ese instante, mi pecho dejó de sentir aquella fuerte presión que llevaba sintiendo toda la semana, mis miedos desaparecieron, y a la vez que lloraba, sonreía mirando el papel una y otra vez. Era mi nombre, sí, mi nombre completo. Era mi fecha de nacimiento, mi DNI, mi dirección, todos mis datos puestos en aquella hoja, diciéndome que me iban a dar 800 dólares por tener una hija y no tener trabajo, aunque tras seis meses serían 750, pero me daba igual, seguía siendo suficiente. Lo primero que hice fue quitarme las lágrimas y salir corriendo con el bolso en la mano hacia el banco, mirando mi cuenta bancaria. Tenía cero, literalmente marcaba cero, y cuando ingresé mis datos en el cajero me aparecían ochocientos dólares, de los que saqué cien. Me daba exactamente igual ahora mismo, porque por primera vez en años tenía la cartera llena de dinero. Y lo primero que hice fue comprarle unos zapatos nuevos a Maia, blancos, con velcro y si pisaba muy fuerte tenía luces rosas en la suela. Luego, una carpeta y un montón de colores. Compré comida, carne, fruta, yogures, cosas que jamás había pensado que podría permitirme hacía unas horas, y también un par de chocolatinas. La nevera estaba llena, y no podía esperar a que Maia saliese del colegio. Mi móvil volvía a sonar, y lo cogí después de una semana. —¿Sí? —Me senté en el sofá, encendiendo la tele. —Camila, lo siento mucho, llevo una semana llamándote para pedirte perdón, dios, lo siento tanto, fui una estúpida. —Sonreí agachando la cabeza, sacudiéndola. —Sabes... Eso ha sido lo mejor que me pudo pasar. Estaba muy cansada. —Suspiré, echándome hacia atrás en el sofá. —¿Y el trabajo? ¿Y Maia? —¿Sabías que si trabajas con contrato regulado, cuando te despiden te dan dinero para que no mueras de hambre? —Reí un poco. —Sí, ¿por qué? —Porque yo no me acordaba. —Reí sacudiendo la cabeza, pasándome una mano por el pelo. —Oye, esta tarde juego un partido, si quieres, sólo... Si quieres, podríais venir. 34

—Claro, estaré allí. *

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Abrí los brazos cuando Maia salió del colegio, y la cogí en brazos dándole besos por la cara. Aquél día hacía bastante calor, así que tenía el jersey remangado por los bracitos, y me dio varios besos en la mejilla. —Te echaba de menos, mami. —Puso las manos en mis mejillas apretándolas un poco, y sonreí ampliamente. —Y yo a ti, patito. —Comencé a andar con ella, pero giró el cuerpo señalando calle arriba. —Mamá, la casa está por allí. —Dijo como si estuviese loca, y la senté en un banco cercano. —No vamos a casa, cariño. —Acaricié su mejilla, dándole un beso en la punta de su nariz. —Vamos a comer a McDonalds, y luego vamos a ver a Lauren que juega un partido esta tarde. —Ella se puso las manos en la boca, alzando luego los brazos. —¡Síiii! ¡McDonalds! —La llevaba por Navidad a McDonalds, cuando podía permitírmelo, y ahorraba tres meses antes para poder permitírmelo, ahorrando un dólar por mes. —Y también tengo otra cosita. —Me senté a su lado y del bolso saqué la pequeña caja de los zapatos, abriéndola. —¿Te gustan? —¡Son nuevos! —Dijo señalándolos, no estaba nada acostumbrada a que las cosas en casa fuesen nuevas, así que cuando vio los zapatos, puso las manos encima de ellos. Le quité los zapatos viejos y llevaba puesto sus calcetines de plátanos, y le coloqué los zapatos, abrochándole el velcro. Se puso de pie y comenzó a saltar, dándose cuenta de que tenía luces. —¡Mami mira! —Se puso en cuclillas y señaló las luces rosas que salían de sus pies, soltando varias carcajadas. Salió corriendo y me abrazó, y yo la rodeé fuerte con mis brazos, dándole un beso en la cabeza. —Eres la mejor. —¿Soy la mejor porque te gustan los zapatos? —Cogí su mano y empezó a caminar, mirándose los pies con una sonrisa. —Eres la mejor porque eres mi mamá. —Levantó la cabeza hacia mí, y mi propia hija me daba lecciones de moral, dejándome sin palabras. Mientras andábamos, cogí los zapatos sucios, rotos y pequeños de Maia y los tiré a uno de los contenedores de basura, y justo ese gesto casi simbolizaba cómo había dejado atrás la mísera vida que llevaba. Una vez en McDonalds, la cajera le dio dos juguetes de regalo porque no podía decidirse entre el dragón de los niños y el unicornio de las niñas y estaba formando una cola 35

enorme. Cogía la hamburguesa entre las manitas, dándole un pequeño mordisco, dejándola de nuevo en la mesa. Cogí de las patatas, dándole de beber coca cola, que era otra de las cosas que tampoco solía comprar. —Mami, unos niños me han quitado el balón en el cole. —Decía volviendo a coger la hamburguesa, dándole un pequeño bocado. —¿Quién ha sido? —Ella frunció el ceño con el vaso, que era bastante más grande que sus manos entre estas. —Billy. Es tonto. —Le acerqué la hamburguesa para que le diese un mordisco, y la senté en mi regazo, viendo cómo se miraba los pies. —Quizás Lauren te de otro, podemos preguntarle. —Cogí mi hamburguesa dándole un mordisco, y como estaba más alta al estar sentada en mis piernas, cogía la hamburguesa con más facilidad, y tiraba del pan, llevándoselo a la boca. —Me gustan mis zapatos. Tras comer en McDonalds, y que Maia se quedase mirando la hamburguesa un rato antes de seguir comiendo, nos cambiamos de camiseta en los baños y ella se puso la que le regaló Lauren, y yo me puse la que Lauren me dio después del partido. Y allí estábamos, justo frente a la puerta donde debía salir Lauren, y me senté en el banco cogiendo las manitas de la pequeña, dándole un beso en la frente. La chica salió detrás de la puerta y Maia se dio la vuelta corriendo hacia ella, colgándose de su cuello. —Hey, pequeña. —Lauren la abrazó, quitándole un mechón de pelo de la cara. —¿Cómo estás? —Mamá me llevó a comer a McDonalds. —Levantó los brazos con los dos juguetes en las manos, y Lauren la miraba con una sonrisa. Me levanté para ir hacia ella, poniendo una mano en la espalda de Maia. Lauren me miró, y sonreí un poco porque la situación entre nosotras era un poco extraña después de que intentase besarme, y luego la ignoré durante una semana, pero no porque estuviese enfadada con ella. —Hola. —Dijo ella, dejando a Maia en el suelo, que se agarró a mi mano. —Lo siento por todo, de verdad. —Te dije que no tenías que sentir nada. —Negué, y nos quedamos mirándonos en silencio. Su sonrisa se perfiló en sus labios, y me mordí el mío suavemente. —Sabes... A Maia le han quitado la pelota en el recreo. —Lauren bajó la cabeza hacia la pequeña, agachándose para quedar a su altura.

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—¿Quién? —Puso las manos en la cintura de Maia, que hacía pucheros. —Billy. Y me dijo que era pobre porque tenía los zapatos rotos, y se rio de mí. —Agachó la cabeza, y Lauren obviamente no sabía por qué le había dicho eso. —Pero hoy mamá me compró zapatos nuevos. —¿Sabes por qué no eres pobre? —Maia negó, poniendo las manos sobre las de Lauren. —Porque tienes una mamá que te quiere más de lo que te imaginas, que siempre va a verle el lado bueno a todo. Y tú has estado en mitad de un campo de fútbol enorme, todo para ti solita. ¿Billy alguna vez ha hecho eso? —Ella negó, jugando con sus manos mientras Lauren sonreía. —¿Alguna vez ha visto un partido de fútbol en la grada? —¿O ha acampado en su propia casa? —Me agaché también, quedando a la espalda de Maia, mirando a Lauren. —¿O su madre le hace pulpos de salchicha? —La pequeña negó, sonriendo mientras miraba a la chica. —¿Sabes? Haremos una cosa. —Lauren se levantó cogiendo a Maia en brazos, y abrió la puerta de los vestuarios. No, no los echaba de menos. —Eh, chicas. —El equipo entero se dio la vuelta, mirando a Lauren. —¿Conocéis a Maia? —Ella saludó con la manita, y sonreía algo sonrojada. —El otro día le regalé un balón, y un niño se lo ha quitado. ¿Creéis que podemos darle el balón el partido firmado? —Todas se quedaron en silencio, mirando a la pequeña. —¡Claro! —Todas se acercaron a la puerta y Ally salió de entre las sombras, apartando a gente para llegar hasta Maia. —Quién. ¿¡Quién le ha quitado el balón!? —Se puso las manos en la cintura y Lauren puso una mano en su hombro. —Cálmate, Allytas de pollo. —Llámame así cuando te estés muriendo de dolor ahí fuera. —La miró Ally entrecerrando los ojos, y Lauren se giró hacia mí con una sonrisa. —En fin, tengo que irme. —Dijo mirándome, y asentí, cogiendo de la mano a Maia. Lauren se agachó y levantó la muñeca vendada con cinta de color blanco. —Mira, da un besito aquí, encima de la pulsera. —Señaló esta, y Maia le dio un pequeño besito, y luego se levantó, mirándome. Puso la muñeca delante de mis labios. —¿Yo también? —Sonreí un poco, y asintió. Mis labios estaban pintados, así que cuando di el pequeño beso en la cinta, quedó una suave marca de mis labios. *

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Le quité la sudadera a Maia, dejándola con la camiseta del equipo de Lauren debajo, igual que la mía pero más pequeña. —Mira, mami, vamos iguales. —Señaló la camiseta y asentí con una suave risa, 37

abrazándola contra mí, dando un beso en su nariz. —Claro, tú eres Maia Cabello, y yo soy Camila Cabello. —Ladeé la cabeza arrugando la nariz, cosa que a ella le hacía especial gracia. —Tu nombre es muy bonito, mami. —Cogí sus manos y les di un besito en las palmas, sonriendo. —Muchas gracias. —Maia. —Escuché la voz de uno de los camareros, que se agachó, dejando ver la bandeja con un montón de salchichas hechas pulpo. —Lo que me pediste. —¡Pulpos! —Cogió uno de un palillo y se lo llevó a la boca comiendo, y aplaudió mirando al chico. Cogió otro y le tiró de la camisa para que se agachase. —¡Pruébalo! —Me giré para mirar al chico que se comió la salchicha, riendo mientras comía. —¿A que está bueno? —Riquísimo. —Dijo con la mano en la boca, y Maia cogió otra, dándose la vuelta para mirar al campo, porque sin saberlo el partido ya había empezado. Lauren, a decir verdad, jugaba bastante bien con respecto a las demás jugadoras de uno y otro equipo, aunque yo no sabía mucho de fútbol. Llevaba el balón pegado a los pies, la pasaba, se encimaba encima de la contraria, y la gente le gritaba desde las gradas. Muchos le decían lo que tenía que hacer, otros simplemente la animaban para que siguiese. Y no sé cómo pasó, porque Maia estaba andando delante de mí con la salchicha entre las manos, pero Lauren marcó de cabeza, y todo el mundo saltó, incluso yo alzando los brazos, y gritando. Cogí a Maia en brazos, y Lauren se acercó a la banda señalando la venda, dándole un pequeño besito, antes de desaparecer en una nube de jugadoras que se tiraban encima de ella. —¡Ha ganado! —Reí, sentándome de nuevo con Maia en el regazo, que apoyaba la cabeza en mi hombro. —No, no ha ganado. No aún. *

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Cuando Lauren salió con el balón en la mano de los vestuarios, Maia lo cogió como si fuese a romperse, y miró a Lauren con una sonrisa. —No lo llevaré jamás a la escuela. —Dijo abrazándolo, y reí un poco al ver que no podía abarcar todo el balón. —Muchas gracias Lauren. —De nada, pequeña. —Le acarició el pelo, y luego me miró a mí con media sonrisa. —Has estado muy bien. —Se encogió de hombros, cogiendo una pequeña bolsita entre sus manos. 38

—Gracias. Oye... ¿Queréis venir a mi casa? Nunca he celebrado una victoria, así que... —Se encogió de hombros, y miré a mi hija que tiraba de mi mano con un puchero, y suspiré. —Está bien. En el trayecto a casa, Maia se estaba quedando dormida en el coche, y le puse bien el cuello que se caía a un lado, manteniéndola pegada a mí. De vez en cuando, miraba a Lauren por el retrovisor, y ella levantaba la mirada, pillándome observándola, lo cual me causaba bastante vergüenza, y provocaba que mis mejillas se pusieran del color de la camiseta que llevaba puesta. Salí del coche y cogí a Maia en brazos, caminando dentro de la casa de Lauren. Subí las escaleras, y el pasillo era bastante largo, ancho, con muchas habitaciones separadas. Ella abrió la puerta de una, dejando ver una cama de matrimonio, y acomodé allí a Maia, que se removió un poco tumbándose. Salí, y cerré la puerta, topándome con sus ojos de golpe. —Te quedarás aquí, ¿no? —Susurró apartándose un poco de la puerta y tiró de mi brazo hacia ella, pero sólo para que nos alejásemos de la puerta. —No puedo irme si no me llevas. —Me mordí el labio inferior encogiéndome de hombros, y ella se humedeció los labios. —Siento lo que hice. —Agaché la cabeza con una sonrisa encogiéndome de hombros, volviéndola a mirar con una sonrisa. —Y verte ahí hoy, veros a ti y a Maia con la misma camiseta, viéndome jugar. —Suspiró, cerrando los ojos sonriente. —Es lo mejor que me ha pasado desde que juego al fútbol. Estabais preciosas. —Susurró, poniendo los dedos sobre mi mano, intentando agarrarla, pero sin llegar a hacerlo. —¿De verdad? —Asintió, y sus ojos escudriñaron los míos, pasándose la lengua por los labios. Se inclinó sobre mí, y subí mi mano por su brazo acariciándolo lentamente, y sus labios iban a tocar los míos. —Mami... —La voz somnolienta de Maia sonó detrás de nosotras, y levanté la cabeza aguantándome la sonrisa de imbécil, girándome hacia ella que, afortunadamente, se frotaba los ojitos con los puños. —Ven conmigo... Miré a Lauren que sonreía, metiendo las manos en sus bolsillos y caminando hacia atrás. —Hasta mañana. —Dijo ella, mientras yo cogía la mano de Maia entrando en la habitación. —Hasta mañana...

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Capítulo 6 Camila's POV Cuando me incorporé abriendo los ojos, Maia no estaba a mi lado. Me recogí el pelo en una coleta y casi salté de la cama, abriendo la puerta. El pasillo era bastante largo, con el suelo de madera oscura, que no crujía al pasar por encima de ella. Se escuchaba la voz de Lauren mientras bajaba por la escalera mientras hablaba con Maia. —Tienes que comértelo todo, ¿vale? –Decía Lauren, y cuando asomé la cabeza Maia tenía un cuenco de cereales, un zumo de naranja y una tostada en su sitio. Luego, estaba Lauren que tenía delante un poco de revuelto de huevo algo más claro de lo normal, con unas tiras de lo que creía que era pavo y un bol de frutas enfrente. Al lado de Lauren, un plato con tortitas, beicon y huevo humeante estaba recién hecho. —Vale. –Maia cogía la cuchara y se llevó los cereales de colores a la boca, sonriendo al probarlos. Lauren giró la cabeza hacia mí. —Buenos días. –Dijo con una sonrisa, llevándose un bocado a la boca. —Buenos días. –Respondí yo, acercándome primero a Maia. Le di un besito en la cabeza, acariciando su mejilla, viendo la sonrisa de la pequeña aparecer en su rostro al notar mis manos. Me senté al lado de Lauren, mirando el plato. –Te agradezco todo esto pero... Es mucho para mí. –Lauren giró la cabeza para mirarme, masticando el revuelto de clara que tenía en la boca. —Bueno, si no puedes con todo no importa. –Asentí apretando un poco los labios, cortando un poco de tortitas con el tenedor, comiendo y suspirando. Hacía demasiado que no comía tortitas, y creo que Lauren debió notarlo. —¿Está bueno? –Sonreí asintiendo, cogiendo el vaso de zumo. —Sí. –La miré a los ojos y ella me sostuvo la mirada un instante. La situación era rara, no sabía cómo actuar. No sabía si aceptar que pasó algo entre nosotras y hablar con ella de aquello, o simplemente actuar como si nada hubiese pasado. —¿Has dormido bien? –Pregunté, y asintió mientras se comía un trozo de melón con el tenedor, humedeciéndose los labios. —Después de un partido siempre se duerme bien. –Sonrió, y su mirada se fijó en el sitio donde se suponía que debía estar Maia. Cuando giré la cabeza, la pequeña había dejado el bol de cereales vacío y el vaso de zumo a medio tomar, y Maia ya estaba en el jardín persiguiendo a Dash, el perro de Lauren. –Oye, siento lo de anoche... —No, no... —Fruncí un poco el ceño riendo levemente, pasándome los dedos por la frente. –Es decir, ahora mismo en este punto, no sé si puedo tener algo con alguien. –Jugaba con mis dedos y Lauren soltó una pequeña risa. —Lo siento, no quería hacerte sentir así, no era mi intención. 40

—Quiero que mi vida se asiente un poco. –Ella frunció las cejas, comiendo un poco más mordisqueando un trozo de pan. —¿Qué quieres decir? –Bebí un poco de zumo y apreté los labios. —¿Recuerdas cuando nos vimos en el supermercado? –Lauren asintió mientras comía, bebiendo de su vaso. –No le compré a Maia la chocolatina, no porque no quisiera comprársela o que se la comiese, es porque no tenía dinero para comprarla. –Lauren giró el cuerpo entero en la silla instantáneamente. –No podía comprar comida, ni comprarle unos zapatos nuevos, me cortaron la luz durante un día hasta que la pagué y me quedaban unos treinta dólares para todo el mes. –Solté una risa bastante triste. –Y ella me pedía algo de comer, y yo sólo podía darle guisos que aumentaba con agua. Y luego, me despidieron. Estuve una semana sin hablarte no porque estuviese enfadada contigo porque me echasen, es que no tenía fuerzas para hablarle a alguien que no fuese mi hija. Esto te va a sonar muy fuerte, pero vendí mi sangre y pensaba hacerlo otra vez porque haría lo que fuese porque mi hija tuviese comida, y un techo. Y luego, ayer por la mañana el cartero me dio un sobre en el que decía que tenía 800 dólares al mes. –Sonreí un poco, encogiéndome de hombros. –Así que, tras todo eso, estoy intentando estar bien emocionalmente y calmar un poco todo en mí, y en casa. –Lauren se levantó del taburete y me abrazó. Sentí el calor de su cuerpo, sus brazos en mi cintura, y acercó su boca a mi oído. —Si harías lo que fuese para que a tu hija no le faltase de nada, ¿por qué no me preguntaste a mí? –Negué, mientras que Lauren no se separaba ni un centímetro de mí, es más aumentaba la sensación de recogimiento que tenía en los brazos de ella. —No lo sé. –Susurré en voz baja, sintiendo su mano ponerse encima de mi pelo y acariciarlo suavemente. —Si necesitas algo ahora, dímelo. Y si no lo haces, Maia me lo dirá. –Se separó sentándose en su banquete, mirándome. –Siento no haber estado ahí cuando me necesitabas. —Tú no tenías nada que ver en mi vida. Hiciste suficiente ayudándome a limpiar. –Sonreí un poco, cogiendo el tenedor y dándole un bocado a lo que me había preparado en la mesa. Nos quedamos mirándonos a los ojos durante unos instantes, aunque ella parecía estar totalmente seria, mirándome, yo simplemente no podía parar de sonreír, porque en aquél momento no tenía ninguna razón para estar triste, ahora todo estaba bien por fin. —No me mires así. –Dije moviendo las manos con una mueca, frotándome los dedos. —¿Te duelen las manos? –Me preguntó, señalándolas, y asentí frunciendo el ceño. Lauren cogió mis manos entre las suyas, acariciando el dorso con el pulgar. Sus manos comenzaron a masajear las palmas de mis manos. –Al principio pensaba que me odiabas. –Dijo mientras sus dedos apretaban lentamente el centro de las palmas, y solté un suspiro 41

de alivio. Era increíblemente placentero aquello que Lauren hacía. —¿Por qué? No sería capaz de odiarte. –Dije observando que una sonrisa salía entre sus labios. —Parecías tan preocupada, agobiada, alejándome de ti que creía que me odiabas. Ahora sé que era porque estabas en esa situación, y me siento una idiota superficial. –Dijo negando, y con mis manos dejando de doler un poco, puse estas en sus mejillas, acariciándola con cuidado. —Si ahora aún tengo que aclarar mi vida, antes estaba hundida así que... —Ella asintió con la cabeza gacha, y apreté un poco la mano en su mejilla, haciendo que me mirase. –Eh, mírame. No lo sabías, ya está. —He intentado besarte dos veces, y las dos he fallado. Parece que el mundo intenta decirme algo, ¿no crees? –Ella volvió a coger mis manos y a dar masajes en estas cuando se dio cuenta de que me estaban doliendo bastante. —No confío en el destino, ni en el mundo, ni en nada de eso. –Dije yo, negando. Me incliné un poco hacia ella, poniéndome de pie en el suelo y quedé entre sus piernas, acercando mis labios a los suyos lentamente hasta que escuché el ladrido del perro que hizo que me sobre saltase. —En serio, en serio Dash. No ladras en cuatro años, en cuatro, y ladras ahora. Te voy a castrar. –Le dijo Lauren señalándolo, y vi a Maia con el balón entre las manos pasar por delante de mí en la cocina. Me agaché y la cogí en brazos, dándole besos en la mejilla y haciendo que riese. —Creo que tenemos que irnos, ¿verdad Mai? –Ella negó, haciendo un puchero. —No quiero. –Suspiré, pasándole una mano por el pelo para quitárselo de la cara, y la senté en la encimera de la cocina, recogiéndole el pelo en un pequeño moño. —Cariño, tengo que hacer muchas cosas, y tú tienes que hacer tus deberes. –La señalé entrecerrando los ojos. En realidad eran sólo unas fichas para aprender a escribir las letras correctamente, pero antes que pasar un día con Lauren estaba eso. –Lo siento, cariño. *** Era extraño aquello, era extraña aquella situación. Lauren me mandaba mensajes constantemente, antes de dormir, cuando se despertaba, siempre. Me sentía como una total adolescente otra vez, aunque sin olvidar que tenía una hija que pronto cumpliría cinco años y que me necesitaba. —Maia, cariño, no te quites los guantes, hace mucho frío hoy. –Me dolían mucho las manos aquél día, y sabía que iba a empezar a llover de un momento a otro.

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—¿Y para escribir? –Ella se miraba las manos, algo confusa por lo que acababa de decirle. —Para escribir sí. Para tomar el desayuno no. Da igual que se te manchen, pero no te quites los guantes. –La advertí, quedándome en cuclillas delante de ella en la puerta de la entrada. —Vale, mami. –Sonrió ella, abrazándose a mí con fuerza, y le di besos en las mejillas. —Te quiero, patito. –Ella sonrió, dándose la vuelta y corrió hacia el colegio mientras yo me quedaba mirando cómo se cerraban las puertas. Cuando me di la vuelta, choqué con Lauren y casi me caigo de espaldas, pero sus manos fueron más rápidas y me cogieron de la cintura. —Buenos días. –Me dijo Lauren, y tardé un poco en reaccionar. Llevaba una chaqueta de cuero ajustada al cuerpo, una bufanda y los ojos más claros que de costumbre. —Buenos días, Lauren. –Respondí yo, mordisqueándome el labio inferior. —¿Qué haces aquí? –Me puse bien el chaquetón, observando cómo aún llevaba las llaves del coche en la mano. —Tenía el entrenamiento más temprano de lo normal, así que... Supuse que estarías aquí. –Se encogió de hombros, y vi su coche aparcado en la puerta del colegio. —¿Quieres ir a desayunar? —Ya he desayunado, pero gracias de todas formas. –Sonreí, comenzando a caminar hacia donde estaba la parada del autobús. —Oh, vaya, vale. –Ella asintió, viniendo detrás de mí. —¿Quieres ir a dar un paseo por la playa? –Preguntó poniéndose delante, y entrecerré los ojos. —Tengo que hacer la compra, Lauren. –Ella se quedó mirándome con los ojos entrecerrados, y soltó un suspiro. —El súper no te va a cerrar por estar un rato conmigo, son las nueve de la mañana. –Me mordisqueé el labio y miré el final de la calle donde estaba la playa y el puente, terminando por asentir. —Está bien. El sol daba ese agradable calor en mitad del invierno, ese calor que te hacía sentir tan a gusto, que si estabas tumbado te daba sueño. El calor que te abrazaba los sábados por la mañana en la cama cuando tenías la ventana abierta y el sol se colaba por ella. Miraba mis zapatos pisar la arena y dejar su huella tras de mí, y Lauren lanzaba piedras que se iba encontrando por el camino. —¿Cuál es tu historia? –Me preguntó, pensé que ya la sabía.

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—Ya te la conté. –Respondí encogiéndome de hombros, sonriendo con los ojos achicados por el sol. —Sé el esquema. Chico deja preñada a chica y huye. Pero no sé tu historia. –Metí mis manos en los bolsillos del chaquetón, y suspiré. —Cuando tenía 18 años tuve un novio, y ya sabes, acababa de terminar el curso, empecé a salir de fiesta, lo normal. Mis padres no lo aprobaban, ni siquiera dejaban que entrase a casa. Cuando me dejó embarazada, mis padres me echaron de casa. Él me dejó en cuanto se enteró de que iba a tener un hijo, y entonces me vi sola. Tenía una amiga que se llamaba Margaret, e iba a ir a la universidad de Portland, cogí mis maletas y me metí en el avión para acabar aquí. Compramos la casa en la que vivimos ahora, y todo iba bien. Nació Maia, y ella trabajaba por las tardes y yo por la mañana, así que nos turnábamos para cuidar a mi hija. Pero después del primer curso, conoció a un chico. Y entonces empezó a beber, a ir a fiestas en la universidad y me dijo que sus padres se lo pagaban todo a ella, y me dejó tirada en aquella casa, con mi hija siendo apenas un bebé. La llevaba conmigo a trabajar, por eso nunca trabajé en empresas. Limpiaba casas que casi siempre estaban vacías porque por las mañanas los dueños trabajaban, y entonces estaba pendiente de ella mientras lo hacía todo. Así un año tras otro, sin llegar a fin de mes y no me daba ni siquiera para comprarle leche a Maia. Y la ropita se le quedaba pequeña, y daba gracias a dios a que seguía dando leche, si no no sé cómo habría sobrevivido. Y no sabes lo duro que fue vera un bebé que no tenía culpa de nada llorar, noche tras noche porque tenía hambre. Pensé que cuando fuese mayor mejoraría, y no sería tan duro, pero era aún peor, porque empezaba a pedirme cosas que yo no podía darle. Y veía a los otros niños y.. –Suspiré sacudiendo la cabeza, y miré a Lauren que estaba en total silencio sin levantar la cabeza de la arena. —¿Cuál es la tuya? —No tengo historia. –Ella se encogió de hombros y se sentó en una de las rocas de un salto, cogiendo mis manos fuerte para subirme a su lado. —Vamos, Lauren. ¿Me has hecho contar mi mierda de vida y ahora tú no me vas a contar la tuya? –Puse una mano en su rodilla, y ella tiraba pequeñas piedras al agua que rompía con suavidad debajo de nosotras. —Bueno, mi historia se titularía 'Cómo decirles a tus padres que te gustan las chicas y quieres ser jugadora de fútbol profesional cuando tu madre te odia.' Ese sería un buen resumen. Con 16 años estaba harta de estudiar algo que no me aportaba nada, sólo me gustaba el fútbol y era lo único que hacía. Así que un día se me cruzó un cable y salí del armario delante de mis padres, y bueno, me echaron una bronca sobre cómo me habían educado y eso. Seguí jugando al fútbol, y uno de los ojeadores de Los Ángeles Galaxy me vio, y quiso llevarme a hacer las pruebas a Los Ángeles pero mis padres no me dejaban. Falsifiqué sus firmas y compré los billetes para LA con mis ahorros, y allí estaba el día del entrenamiento. Viví durante tres años en la residencia del equipo, tenía que estudiar y aprobar para poder jugar, me pagaban la comida, todo, era como un hotel. Llegué al primer equipo, y casi nunca jugaba, es decir, había muchas jugadoras mejores que yo. Así que me vendieron a un equipo de Wisconsin, luego a Florida, Oklahoma, Nevada y yo 44

seguía creciendo, hasta ser la jugadora que soy ahora. Y entonces me ficharon en Portland hace unos tres años, y aquí estoy. Siendo la mejor en lo que quiero, con una casa con vistas a la bahía y lo más triste es que he tenido mil novias que sólo me han querido por dinero y un perro que sólo ladra cuando estoy a punto de besarme con la chica que me gusta. –Ella tiró la última piedra al mar con algo de desgana, y se giró para mirarme. –Estoy frustrada, ¿por qué la vida tiene que ser tan cómoda para unos y tan difícil para otros? —No lo sé, pero es así. –Respondí yo, viendo cómo bajaba de las rocas hasta la arena, cogiéndome de las muñecas para bajarme con ella con cuidado. —¿Te gusta una chica...? –Alcé una ceja, caminando y mirando al frente, dejando que el sol me diese en la cara, mientras mis manos se resentían aún más. —Camila... —Ella se rio poniéndose delante de mí, pasándose las manos por la cara. –Tú... —Se rascó la frente con los dedos, quedándose en silencio mirando al suelo. –Sólo doy gracias todos los días por haberte conocido. Capítulo 7 Camila's POV Miré a Lauren intentando descifrar lo que sentía, lo que decía, pero la verdad es que estaba todo muy confuso ahora. Mis manos estaban rabiando, y yo no podía esperar a que Lauren siguiese hablando para que me quitase esta incomodidad de encima de una vez. —Y yo... —Se pasó una mano por la nuca. —Tengo miedo de que no empieces a sentir lo mismo que yo. —Iba a llover de un momento a otro, y las nubes comenzaron a ponerse sobre la ciudad en cuestión de segundos. —No te estoy pidiendo ninguna relación, ni nada de eso. Sólo quiero estar a tu lado. —Añadió, y di unos pasos hacia ella. Me quité los guantes mirándome las manos y me los guardé en el bolsillo sin decir nada, en silencio. Cogí su cara entre mis manos y la besé, la besé lentamente, atrapando su labio inferior entre los míos y tiré de este con suavidad para unirnos en un beso más lento, y Lauren reaccionó. Sus manos apretaron mi espalda contra ella, y solté un suave suspiro en su boca. Hacía años que no sentía ese tipo de afecto, ese tipo de abrazo, que nadie me besaba. Me separé de ella y la miré, quedándose con los ojos cerrados. —¿Responde esto a tus preguntas? —Lauren abrió los ojos para mirarme, y le quité un poco de gloss de los labios con el dedo pulgar. —¿Esto era una muestra o puedo besarte cuando quiera? —Preguntó ella, y volví a besarla, acariciando el tatuaje que llevaba en la nuca, y con la otra mano puse la mano en su antebrazo, justo donde tenía el otro tatuaje, y esta vez el beso fue más pasional, también porque Lauren tomó el control del beso, y justo entonces empezó a llover. Una gota cayó entre nuestros labios, y luego en mis hombros, notaba el sabor dulce del agua entre nuestros labios pero cuando cayó en mi nariz me separé. Estaba empezando a llover fuerte. 45

Lauren cogió mi mano y salimos andando rápido de la playa, y su coche quedaba unas calles más abajo. —Te dije que iba a llover. —Le dije riendo, escuchando cómo empezaba a tronar, y se giró hacia mí frunciendo el ceño. —No, no me lo dijiste. Además, hacía sol. —Tiré de la mano de Lauren y nos metimos en el supermercado, y ella se quedó algo aturdida por lo que acababa de hacer. —Ayúdame a hacer la compra hasta que pare de llover. —Me quité el chaquetón y lo puse encima de un carrito. —Vale, está bien. —Lauren cogió el carro y comenzó a llevarlo, mientras yo miraba todo para ver qué me hacía falta y qué no. La verdad es que en realidad estaba aún en la playa pensando en cómo Lauren me besaba tan lentamente, tan profundamente que me daban escalofríos. Cogí un poco de pasta, aceite, mantequilla, un poco de leche, huevos, chocolate en polvo, y Lauren miraba el carro, con los antebrazos apoyados en este mientras lo llevaba. —Oye, ¿quieres venir a comer a casa? —Pregunté algo tímida, poniéndome a su lado y ella hizo una mueca. —Llevo una dieta bastante estricta. —Respondió con una sonrisa, y me encogí de hombros cogiendo un paquete de arroz. —Puedo cocinar para ti también. —Ella se echó el pelo a un lado, y yo cogí un paquete de verduras. —Mira, estas son como las que tú compras, ¿verdad? —¿Espías mi nevera? —Preguntó y negué llegando a la caja, poniéndolo todo en el mostrador. —Lo tenías encima de la mesa cada vez que fui. Tras pelearnos por quién iba a pagar, pagué yo, y me quedé con las bolsas en la puerta del supermercado, porque no había parado de llover. Lauren me recogió con el coche que estaba dos calles más abajo y me dejó en casa, por fin. Lauren's POV A la salida del colegio esperaba a Maia bajo el paraguas, y moviéndome un poco porque hacía bastante frío aquél día. Tras las puertas del colegio, vi cómo Maia salía sollozando con la cabeza agachada haciendo pucheros. —Hey, hey, hey. —Me agaché para estar a su altura y cubrirla con el paraguas, quitándole las lágrimas de los ojos. —¿Qué ocurre? —Billy me ha manchado los zapatos de barro, me ha dicho que mami no me quiere y luego me ha pegado. —Cogí con un brazo a Maia que se abrazó a mi cuello, enterrando 46

la cabeza en él sin dejar de llorar. —¿Quién es ese Billy? —Señaló uno de los niños que quedaban dentro de la escuela, y caminé hacia dentro cruzando el patio mojado por la lluvia hasta llegar a la entrada exterior que tenía. —Tú, ven. —Le puse una mano en el hombro llevándomelo a una zona más apartada, donde no nos viese nadie. —Cuántos años tienes. —Ocho. —Dijo el niño, y yo apreté los dientes. —¿Y te parece bien meterte con una niña que está en pre—escolar? —Él se encogió de hombros. —Cuando era pequeña mi padre me daba unas hostias más grandes que tu cara, niño. Eso es lo que te hace falta. Así que como te vuelva a ver acercarte a ella, hablarle, o tocarla, vendré y te mataré. —Sonreí asintiendo con Maia en brazos. —Te daré un guantazo con la mano abierta que te vas a hacer un hombre. Igual hasta te aceptan en el ejército. —Él se pegó contra la pared con el ceño fruncido. —Y lo digo en serio. —Coloqué a Maia mejor en mi brazo y salí de allí con el paraguas en la mano y la pequeña sollozando contra mi cuello, que se abrazaba a este con sus bracitos. La dejé dentro del coche y le puse el cinturón, levantándole luego la cabecita con un dedo en la barbilla. —Eh, ese niño es idiota, ¿vale? No va a volver a decirte nada. —Le di un beso en la cabeza y me senté delante para empezar a conducir, pero ella parecía seguir triste, y lo entendía. Era muy pequeña y cuando le decían esas cosas le dolía, le dolía porque para ella su madre era algo superior en su vida, adoraba a Camila y en cuanto escuchó aquello se puso a llorar. La miraba por el retrovisor, y ella se miraba las manitas y movía los pies, y efectivamente estaban manchados de barro. Cogí a Maia en brazos de nuevo, y crucé el pequeño jardín al llegar a casa. Llamé a la puerta y un profundo olor a comida casera llegó hasta mí. Casi me pongo a llorar porque desde que me fui de casa, sólo comía pescado, pollo y verduras. No debería haber aceptado comer con ella. Dejé a Maia sobre el felpudo, y Camila miró para preguntarme qué pasaba, pero yo negué. —¿Qué pasa, cariño? —Se arrodilló delante de Maia y le desabrochó los zapatos, cogiendo su mano para luego entrar en casa. Dejé el paraguas en la entrada y Camila cogió a su hija en brazos. —Billy le ha manchado los zapatos de barro, ha dicho que tú no la quieres y... Le ha pegado. —Camila levantó la cabeza para mirarme a los ojos, y luego le dio un beso en la frente. —Lavaremos los zapatos, por eso no hay problema. Y yo te quiero mucho, ese niño es un mentiroso. Soy tu mamá, ¿recuerdas? —Camila entró a la cocina, poniendo a Maia en la mesa, en la silla más alta. —Y si te ha pegado, iré yo a hablar con él. —Ya lo he hecho yo. —Fruncí el ceño cogiendo las zapatillas que me dio Camila y se las puse a Maia con cuidado poniéndome de rodillas, mientras su madre le echaba comida en el plato. 47

—No le habrás pegado, ¿verdad? —Camila alzó las cejas poniendo mi plato de pollo y verduras en la mesa, y en ese momento quería lanzar el plato por la ventana. —Camila, cuando yo era pequeña mis padres si no me portaba bien me daban un buen guantazo. Y dime que a ti no te han hecho eso. —Ella se quedó en silencio y nos sentamos a la mesa, mientras ella comía. —Pues yo nunca le he faltado al respeto a mis padres porque sabía que si lo hacía venía el guantazo del siglo. —Camila se aguantaba la risa y podía verlo, mientras echaba agua en los vasos. —Y si sacaba malas notas, castigada un mes sin jugar al fútbol y bronca. ¿Ahora qué pasa? Los padres van a hablar con el profesor para echarles la culpa de que su hijo es inútil. —Negué cortando un trozo de pollo y suspiré, mirando el plato de Camila. —Llevas razón, si yo lo entiendo. Pero no puedes pegarle a un niño de ocho años. —Camila empezó a comer, y miré sus labios moverse y apretarse entre ellos. —¿Seguro que no quieres? —Claro que quiero, pero no puedo. —Suspiré, mirando a Maia que comía en silencio. —Sólo le advertí de que no le hiciera nada, es todo. Camila pasó una mano por la cabeza de Maia, y no parecía como los demás niños. El tiempo fuera no mejoraba, y Camila no paraba de apretarse las manos encima de la mesa, soltando suspiros. Maia terminó de comer, y Camila se iba a levantar pero fruncí un poco el ceño. —¿Dónde vas? —Dije con el plato ya terminado, pero Camila aún iba por la mitad. —A acostarla. —Me levanté y cogí a Maia, dándole un besito en la mejilla. —No. —Subí las escaleras y llegué hasta su cuarto, abriendo la cama y sentándola. —¿Te pones el pijama o duermes así? —Así. —Le quité las zapatillas y las dejé en el suelo, para luego tumbar a la pequeña y cerrar la persiana. —Duerme bien, ¿vale? —Me incliné y besé su mejilla, Maia asintió. Era una pequeña bolita en mitad de la cama, y salí de la habitación cerrando la puerta. Camila seguía comiendo en la cocina, y se miraba los dedos. No me gustaba verla así, y menos cuando yo no podía hacer nada... O sí. —¿Te duelen? —Negó, y comencé a recoger los platos de la cocina. —Tengo los dedos dormidos. —Respondió ella, levantándose para meter los platos en el lavavajillas, y mientras ella colocaba las cosas en la nevera yo limpiaba la encimera. —Esta tarde vamos a ver a Ally. Te harán unas pruebas y sabremos lo que tienes. —Nos quedamos mirándonos, y me sequé las manos en un trapo, agachando la cabeza. —No tienes que seguir así, ya no. Si confías en mí, todo va a cambiar. —Camila sonrió de 48

forma tierna, y me abrazó por el cuello. Sus manos estaban acariciando mi pelo con la ternura que caracterizaba a la chica, y ella escondió la cabeza en mi cuello de la misma forma que lo hacía su hija al abrazarme. *

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Tal y como le prometí, aquella tarde estábamos en la clínica donde trabajaba Ally y todo el staff médico del equipo, y allí era donde me habían tratado varias veces en esos tres años. Ally entró por la puerta, y Maia estaba pegada al pecho de Camila, porque le daban mucho miedo los hospitales. —Aw, si está aquí la pequeña Maia. —Ally la miró con los ojos brillantes, y Maia saludó a la chica con la manita. —Decidme, ¿qué os trae por aquí? ¿Tú estás bien? —Me preguntó, y asentí mirándola seria. —Es por Camila. —Ally desvió su atención a la latina, y Maia vino a mis brazos, sentándose en mi regazo. —¿Qué ocurre? —Ally cruzó las manos encima de la mesa, y besé la frente de la pequeña. —Me duele la mano muchísimo. Cuando me levanto por las mañanas, cuando hace frío, en definitiva, siempre. —Ella apuntó algo en los folios. —¿En qué trabajas? —Limpiaba. —Ally abrió los ojos y levantó la cabeza hacia Camila. —¿Te sientes los dedos dormidos? —Camila asintió, sin dejar de mirarse las manos. —A ver, aprieta esto. —Ally puso un pequeño cubo en la mesa con un botón, y Camila intentó presionarlo, pero no podía meterlo. —Vamos a hacerte unas radiografías y concretaremos qué es. Maia y yo nos quedamos fuera, ella jugaba con la cremallera de mi chaqueta, y yo tenía las manos puestas en su espalda, mirándola. —¿Mami está bien? —Asentí frunciendo el ceño, acariciando su mejilla con el pulgar. —Claro, es sólo una prueba de nada. —A la media hora, Camila salió por la puerta de la izquierda, y Maia salió corriendo hacia ella para abrazarse a las piernas de Camila, que sonreía al verla. —¿Qué tal? —Bien, genial. —Ally señaló la consulta para que entrásemos, y ella vino detrás de nosotras. —Bien, sufres algo que se llama el síndrome del túnel carpiano. —Ally cruzó las manos encima de la mesa. Camila entreabrió los labios mirando a Ally, y yo jugaba con las 49

manos de Maia. —Hay un nervio en la muñeca que cubre lo que es la zona de la mano y el antebrazo. Los tendones de tu muñeca están totalmente inflamados, y eso presiona el nervio. No te deja presionar con el pulgar, se te duermen los dedos y te provoca el dolor crónico que tienes en las manos. Si fuese algo normal, pues te diría que hicieses algunos ejercicios y reposes la muñeca, pero viendo cómo están los tendones habría que operar. —Camila hizo una mueca, y me miró a mí buscando algo de consuelo. —Es simple, es un pequeño corte en la parte delantera de la muñeca, casi no te quedará cicatriz. —¿Cuándo sería? —Preguntó Camila, y Ally se giró hacia el ordenador. —Lo antes posible, esta semana supongo. En tu caso, es una enfermedad laboral. Las limpiadoras, informáticos, músicos, gente que usa las manos suele tener este síndrome. Así que la empresa en la que estuvieses debería indemnizarte. —Cogí a Maia y la puse encima de mi regazo, dándole besos por las mejillas. —¿El miércoles te parece bien? —Sí, sólo quiero que deje de dolerme. —Puse una mano en su muslo, y ella sonrió, poniendo su mano sobre la mía. —No tengo que advertirte que nada de limpiar, nada de esfuerzos, y nada de usar las manos, ¿no? —Camila rio negando, y tenía claro que durante el tiempo que Camila tuviese que estar de reposo, se quedaría en mi casa. *

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—¿Dónde está Maia? —Camila salió del baño ya cambiada, con aquél camisón color azul de los hospitales mientras yo miraba el móvil. —En casa con Ally. —¿Ally no va a operarme? —Negué, pasando el dedo por el móvil. —Ella es doctora, el que te opera es un cirujano. —Camila se acercó a mí y cerré el móvil, guardándolo en el bolsillo. —¿Tienes algo que contarme? —Ella se cruzó de brazos, y levanté la mirada hacia sus ojos. Estaba enfadada, ni siquiera estábamos juntas y no sabía qué había hecho. —No... —Ella rodó los ojos con un suspiro. —He visto en las noticias que vas a fichar por un equipo de Nueva York. —Dijo en voz baja, y sonreí negando, presionando los bordes del móvil con los dedos. —Sí, antes de conocerte, antes de conocer a tu hija, antes de que me besaras. —Me encogí de hombros con una sonrisa. —Me gusta la ciudad, me gustas tú, y estoy bien aquí. No te creas nada que escuches por ahí hasta que te lo diga yo. —Ella me abrazó, y yo a ella dándole un beso en la frente con dulzura, escuchando a la enfermera entrar por la puerta.

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—¿Camila? Vamos, el quirófano está listo. —Camila se separó un poco de mí, y le di un beso lento en los labios, con las manos en sus caderas. —Nos vemos ahora, ¿vale? —Puse las manos en sus mejillas besando su frente, y la vi asentir con una sonrisa. Camila subió a la camilla, y la vi desaparecer por la puerta. Salí detrás de ella hasta sentarme en las sillas del pasillo, viendo la hora que era. Y así, me pasé dos horas, mirando a los lados, tomando café, saludando a los médicos que me preguntaban qué hacía allí, y el tiempo se hacía eterno. Pasaron cuarenta y cinco minutos, cuando salió Camila del quirófano y me levanté, entrando en la habitación después que la cama, viendo cómo sonreía. —¿Cómo te encuentras? —Ella se encogió de hombros, y me senté en el lado contrario de la camilla para no molestar la mano. —Bien, aunque siguen sin gustarme los quirófanos. —Rio un poco, y me acerqué con algo de miedo para besarla, porque igual no se sentía bien, o por mil cosas, pero la besé, lentamente, y su mano libre se puso en mi nuca para acariciarme. —Esta noche dormirás en mi casa, Maia está con Ally y su marido, y yo cuidaré de ti. —Mis labios presionaron su frente para darle un beso tierno, y ella asintió sin rechistar. —Vale. Capítulo 8 Camila's POV Había salido un poco aturdida del quirófano, y estaba algo dolorida pero pasó rápido, porque pude irme a casa dos horas después. Quien dice casa, dice la casa de Lauren. No tenía coche, así que aunque me negase, no me llevaría a mi casa. Echaba de menos a Maia, era la primera vez que estaba tanto tiempo sin ella desde que nació, pero ya era tarde y seguro que se habría muerto del sueño en cuanto dieron las diez. —Gracias por dejar que me quede. –Dije viendo cómo Lauren ponía la bolsa con mi ropa encima de la cama, y ella levantó la cabeza negando. —No, no es molestia. –Sonrió, acercándose a mí para colocarme la cinta del cuello de la funda que sujetaba mi brazo. —¿Estás bien? —Sí, sólo estaba algo aturdida. –Me mordí el labio, ella me quitó el cabestrillo y me sujetó el brazo con una mano. —¿Puedes cambiarte tú sola? –Asentí, y miré las camisetas que había encima de la cama. –Está bien, pues voy abajo. Necesitas comer algo y descansar. —No tengo mucha hambre. –Comencé a quitarme los botones de la camisa y ella abrió 51

los ojos un poco, levantando la mirada al frente sin siquiera mirarme a los ojos, y era bastante divertido aquello. —Pero... Pero tienes que comer. –Carraspeó ella, dándose la vuelta. –Si necesitas algo llámame. —Está bien. –Asentí, riéndome un poco cuando se fue. Las cosas habían cambiado del todo desde que conocí a Lauren hacía unos meses, y todo había sido muy rápido. Nos veíamos en el trabajo, jugaba con mi hija, y aquél pequeño roce día a día comenzó a gustarme. Comenzó a gustarme que cuidase de esa forma de Maia, me parecía que la gente que sabía cuidar de los niños era realmente atractiva. Aparte de eso, Lauren era realmente preciosa. Y no me importaba sentirme así por Lauren, no me importaba que me gustase de aquella forma. Esta era mi vida, y yo estaba decidiendo cómo vivirla. Ni mis padres, ni nadie estaba ahí para opinar, y la verdad es que tampoco lo haría. Bajé las escaleras y vi cómo estaba cortando algo de fruta, echándola luego en un bol. —¿Quieres nata? Normalmente yo no como nata, pero sé que a Maia le gusta así que... —Movió el bote con la mano, y negué sentándome en la mesa de la cocina. —La echo de menos. –Ella sonrió echándome un poco de agua en el vaso, sentándose frente a mí. —Es normal. –Puso una mano en mi brazo, y posé la vista en ella. –Es decir, nunca he tenido un hijo, pero es normal. —¿Qué es ese tatuaje? –Ella estiró el brazo en la mesa, ladeando la cabeza. —Me lo hice a los 18 cuando me fichó mi primer equipo. En realidad simboliza muchas cosas. –Se encogió de hombros sonriendo, y bajé la mirada al plato con una sonrisa. –No tienes hambre, ¿verdad? –Negué arrugando la nariz, porque la verdad es que seguía con el estómago cerrado por los nervios de la operación. –No pasa nada, pero deberías dormir. —La verdad es que sí. –Lauren se levantó de la mesa y subimos a la habitación. —Bueno, si necesitas algo estaré en la habitación de al lado... —Señaló la puerta con una mano, y luego con la otra sin apartar la mirada de mí. —Creí que ibas a dormir conmigo. –Lauren abrió los labios un poco, sin saber qué decir. –Pero si te incomoda dormir a mi lado... —Me encogí de hombros, sentándome al borde de la cama. –Porque la verdad es que me gustaría que durmieses conmigo. –Puse mi pelo a un lado de mis hombros, mirando el suelo. Cuando levanté la cabeza, Lauren estaba sentándose al borde de la cama quitándose los zapatos, lo que me hizo cierta gracia.

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—Es que si de verdad lo necesitas... —Se tumbó en la cama, y yo también lo hice con cuidado, poniendo una mano en mi antebrazo para sujetar la mano contra mí. —¿Te duele? —No mucho... —Arrugué la nariz mirándola con una sonrisa, y ella se incorporó un poco. —¿Estabas preocupada? –Lauren cerró los ojos haciendo una mueca, negando. —No... —Yo permanecí en silencio, con una sonrisa en los labios porque se delataba ella sola. –Bueno, vale, sí... —Intentaba hacerse la dura, y que no me diese cuenta de que le importaba más de lo que me hacía creer. –Si te hago daño, sólo dímelo, ¿vale? –Lauren me miraba poco convencida de que estuviese bien, y ahora sí que mostraba su total preocupación por mí. —Está bien, Lern. –Lauren arrugó la nariz con los ojos cerrados y negó, y yo solté una pequeña risa. La observé un momento, sosteniendo su mirada, y Lauren volvió a tumbarse a mi lado. Las luces estaban apagadas, y el silencio reinaba en la habitación. Busqué su mano a tientas y ella la cogió, acariciando la mía con ternura y tranquilidad. –Lauren. –Intenté captar su atención. —Dime. –Su voz sonaba baja, tenue, ronca. La voz de Lauren era especial, no era corriente. Era grave. Tenía esa templanza, esa profundidad que podía tener la voz de un chico, pero con la dulzura de una chica. —¿Puedes abrazarme? –Le pedí, y sentí cómo su mano se desprendía de la mía para después sentir sus brazos rodear mi cintura y quería acariciar su brazo con el dedo índice de la mano operada, pero si lo movía probablemente me moriría de dolor, así que lo dejé quieto. La noche, en calma, apaciguada, reconfortaba cada rincón de mi cuerpo, cada centímetro de mi piel volvía a los diecinueve años, como si nunca hubiese pasado el tiempo. Como si esa adolescencia que perdí de forma tan temprana, volviese a mí cada vez que Lauren me mirase, como si ahora nada importase. Cuando me desperté a la mañana siguiente, lo primero que pensé es que Lauren estaba durmiendo conmigo, pero al abrir los ojos Maia estaba justo a mi lado. Lauren estaba en la puerta de la habitación con los brazos cruzados y noté cómo Maia volvía a tener fiebre, estaba ardiendo. —Después del entrenamiento fui a verla al recreo y estaba en el patio mientras los demás niños se metían con ella y le quitaban el chaquetón. –Señaló a Maia con el dedo, cruzándose de brazos. —Ven, cógela. Está temblando. –En aquél momento sólo quería que parase de temblar por el frío, porque estaba lloviendo como casi siempre. Lauren cogió a Maia en brazos y yo me levanté, echándome el pelo hacia atrás algo agobiada. Hacía pucheros a punto de llorar, abrazada a Lauren. –Vamos al baño, tiene que bañarse.

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—Dice Ally que se duchó ayer. –Lauren frunció el ceño, pero negué entrando con ella en el baño. —Es para que se le pase el frío. –Puso a Maia en el suelo, y me senté en el váter cerrado para ayudar con la mano libre a quitarle la camiseta. –Ahora Lauren va a bañarte, ¿sí? Porque mami no puede ahora. –Se frotaba los ojitos con las manos mientras Lauren la desprendía de la ropa y la metió en la bañera que le cubría a la pequeña hasta los hombros. Cuando la sacamos, la enrollamos en una toalla, y parecía estar más tranquila aunque no dejaba de tener esa cara apagada, y tampoco dejaba de tener fiebre. Como Ally había visto a Lauren en el entrenamiento, le había dado las cosas de Maia y estaba allí, por lo que le pusimos su pijama de color rosa y Lauren la volvió a coger en brazos para llevarla al salón, y Lauren la sentó en el sofá, y yo me senté a su lado. Sin preguntar nada, se sentó en mi regazo, apoyando la cabeza en mi pecho. Posé mi mano en su frente e hice una mueca, rozando mis labios con su frente. —¿Quieres ir mañana al cole? –Pregunté bajito, y Maia hizo un puchero comenzando a sollozar, negando. —No, no quiero... —Dijo frotándose los ojos con las manos, y en ese momento sabía que no iba nada bien. Siempre quería ir al colegio, excepto por las mañanas, y entonces empezaba a alarmarme. Besé su mejilla de forma repetida unas cuantas veces, apretando los ojos con un suspiro. Lauren estaba de cuclillas con una mano apoyada en el sofá, mirando a Maia con el ceño fruncido. Acaricié su espalda, quedándome casi pegada a ella porque no quería separarme. Desprendía calor, pero en aquél momento no podía hacer nada más que abrazarla, porque sólo de pensar que le estaban haciendo daño con lo pequeña que era, me rompía en dos. —No volverás al cole, ¿vale? –Lauren se acercó sentándose a mi lado, acariciando la mejilla de Maia que dejaba ver un poco la cara al separarse de mi cuello. –Vas a ir a uno mucho más chulo, y harás amigos nuevos. Me aseguraré de eso. –Giré el rostro para mirar a Lauren, que estaba más cerca de lo que creía de mí. Cuando levantó la cabeza y sus ojos chocaron con los míos, oscilando de uno a otro. Su forma de cuidar a Maia era lo que la hacía aún más atractiva, y era a la mejor persona que había podido conocer en aquél momento. Y quería besarla, pero no era el momento adecuado. Si ella quería entrar en mi vida, iba a dejarla. Por el bien de Maia, por cuidar a mi hija, y porque yo quería que lo hiciese. —¿Puedes cogerla y tumbarla? –Pregunté en voz baja, porque mi único brazo libre no daba para tanto. Lauren cogió a Maia y la tumbó en el sofá, echándole una manta por encima. Yo me levanté, dándole un beso en la mejilla que ardía. –Ahora vengo, ¿vale? –Maia asintió con los ojos cerrados, y caminé hacia la cocina donde estaba Lauren. —Es muy pequeña para que le hagan eso, Camila. –Decía negando, frotándose los 54

brazos. –Sé que no le han hecho daño, pero ya la están tratando así y tiene cuatro años. Yo sé lo que es estar así. –Se puso las manos en la cintura mirándome con los labios apretados. –Y tenemos que cambiarla de colegio. –Lauren se quedó en silencio, y yo también. –Tienes, tienes que cambiarla. –Se rascó la cabeza carraspeando, cruzándose de brazos. –Es muy duro que te traten así desde pequeña.. –Negó cogiendo un poco de aire. —¿Cómo vas a conseguir plaza en un colegio a mitad de curso? –Lauren cortaba un poco de piña encima de la mesa, y paró de nuevo cogiendo un trozo para llevárselo a la boca. —Eso no es problema. –Sostuve su mirada y ella sostuvo la cabeza gacha, cruzándose de brazos. –Quiero mucho a tu hija. Sólo quiero estar a vuestro lado, a tu lado. –Dijo por último. Me acerqué a ella y atrapé su labio inferior entre los míos, besándola lentamente, sintiendo sus manos coger mis mejillas y profundizar el beso. Su lengua daba suaves toques con la mía, y solté un suspiro separándome de ella. La respiración se me había agitado, y Lauren me observaba con el ceño algo fruncido. —¿Te he mordido o algo? –Dijo en voz baja, y negué. —Es la primera vez en mucho tiempo que tengo este tipo de acercamiento con alguien... Bueno, desde que ese inútil me dejó embarazada. –Reí un poco, mordiéndome el labio. —Voy a arreglar eso si me dejas.. –Dio un beso más corto en mis labios, y otro, y otro más, esperando una respuesta por mi parte mientras yo sonreía algo idiota. —Laur... En. –Me reí un poco en sus labios, separándome de estos para poder mirarla. –No tienes que darme más explicaciones, si quieres estar a mi lado, ven a mi lado. Porque la verdad es que te necesitamos. Yo necesito a alguien, que nunca pensé que iba a encontrar si te soy franca. –Reí un poco frotándome la frente. –Y Maia te necesita a ti. Necesita a alguien más que no sea yo, que pueda cuidar de ella si yo no estoy. —No te fallaré, ¿vale? –Susurró en mi oído al abrazarme, y asentí con una sonrisa, acariciando su nuca con la mano. –¿No le resultará que su madre salga con una... Chica? –Volvió a cortar piña al separarse, y llegué a la conclusión que lo hacía porque estaba nerviosa. –No sé, no quiero confundirla... —Su mami no fue una santa todo el tiempo. –Dije suspirando, poniendo la mano encima de las de ella para que parase de cortar. —¿Te has acostado con chicas antes? –Negué mirando a Lauren, que había dejado por fin el cuchillo en la mesa. —No, las he besado. –Cogí el jarabe de encima de la mesa, enseñándoselo a Lauren. —¿Puedes dárselo? Con un poco de zumo de naranja para después... O vomitará. Cuando me di la vuelta, Maia estaba tumbada y Dash, el perro de Lauren se encontraba 55

sentado frente a ella mirándola. Alzó la mano y le acarició la cabeza, Dash comenzó a lloriquear. —¿Tu perro está llorando? –Susurré mirando la escena sin apartar la vista de ella. —Sí. –Respondió Lauren de la misma manera. Al ver que Maia no se levantaba, apoyó la cabeza en el sofá, quedándose sentado en el suelo y ella puso una mano en su cabeza. Lauren sacó el móvil y le hizo una foto, porque la verdad valía la pena ver aquello. —¿Te importa si la pongo de fondo de pantalla? –Alzó el móvil y negué, observando la foto. –Es igual que tú. —Tiene los ojos azules. –Reí un poco mordiéndome el labio inferior. —Es igual que tú con los ojos azules. Capítulo 9 Lauren's POV —¿Qué quieres? –Dinah abrió la puerta de su casa y yo rodé los ojos con un suspiro. —Buenas tardes guapa. Venía a hacerte una visita. –Ella frunció el ceño abriendo algo más la puerta para que entrase. —¿Cómo que guapa? ¿Y cómo que visita si no pasas por mi casa nada más que para Navidad, desgraciada? –Me llevé un golpe en la cabeza con los nudillos por parte de Dinah y me froté la frente con los ojos apretados. —Pero si te veo casi todos los días. –Ella gruñó suspirando, poniéndose las manos en la cintura. —¡Tía Lauren! –Un niño de la misma edad que Maia salió corriendo por las escaleras y lo cogí en brazos, dándole un beso en la frente. —Hola, Nick. –Lo dejé en el suelo, porque era mucho más alto que Maia y pesaba más a pesar de tener los mismos años. —¿Te quedarás a comer? –Negué frunciendo el ceño, revolviéndole el pelo. —Vamos, tengo que hablar con tu madre. –Le puse una mano en la espalda y el pequeño salió de la cocina donde estábamos saliendo al jardín delantero de la casa. —¿Qué quieres? –Preguntó Dinah echándose un vaso de té con hielo, sorbiendo por la pajita. —Te necesito. –Dinah soltó una risa irónica. 56

—¿Y cuándo no? –Rodé los ojos sacudiendo la cabeza. —Eres mi representante, así que te necesito siempre. –Sonreí para hacerle un poco la pelota, apoyando las dos manos en la mesa de la cocina. –Necesito un favor enorme. —A ver, qué quieres... —Suspiró cerrando los ojos. Tenía el pelo rubio, algo despeinado como siempre, los ojos negro intenso y piel tostada. —Necesito matricular a una niña en el colegio al que va Nick. –Dinah levantó los ojos y negó, guardando la jarra de té en la nevera. —No, ah, ah. ¿A quién vas a matricular si no tienes hijos? –Resoplé frustrada, frotándome la cara con las manos. —Joder, Dinah, necesito eso. Es... La hija de una amiga. –Dinah entreabrió los labios, asintiendo lentamente. —Una amiga. –Repitió ella sin apartar la mirada de mí. —Una amiga. –Respondí yo, intentando que captase aquella indirecta. —¿Qué me das a cambio de tirarte a una milf? –Rodé los ojos negando, pasándome las manos por la cara. —Oye, no, no, no es sobre eso. Bueno sí, su madre me pone y me gusta mucho, estoy completamente enganchada a esa chica. Pero no lo hago por ella, quiero a su hija. –Dinah levantó la cabeza del vaso, asintiendo lentamente. —¿Esa fue la chica por la que le dijiste que no a Nueva York? –Asentí con la cabeza gacha, cruzándome de brazos. Iba a echarme la bronca del siglo. —¿Vas a sentar la cabeza? —Sí, bueno, quiero decir... Quiero estar con ella siempre, en todo lo que pueda. –Respondí encogiéndome un poco de hombros. La mirada de Dinah se fijó en la mía, asintiendo un poco. —Está bien, le buscaré plaza en el colegio. –Di una palmada levantando los brazos. —¡Sí! –Me senté en la silla de la cocina cogiendo algunas uvas del frutero que había encima, llevándome una a la boca. —¿Y cómo es en la cama? ¿Cuántos años tiene? –Metí otra en mi boca comiendo, poniendo los pies encima de la mesa. —No lo sé, aún no me he acostado con ella. Y tiene veintitrés. –Me encogí de hombros viendo a Dinah dar la vuelta por la isla de la cocina hasta llegar a mí. —¿Qué aún no te has acostado con ella? Dios mío, Lauren, vas en serio con esto. –Me dio un manotazo en los pies para que los quitase de la mesa, y los retiré. 57

—Me vas a lesionar tú antes que una jugadora. –Dinah se apoyó en la encimera, mirándome con los labios entreabiertos. —Es una madre adolescente. –Me dijo ella, y asentí alzando las cejas mientras miraba la uva en mi mano, haciendo una mueca. —Por desgracia, sí. Su vida no ha sido muy... Fácil que digamos. –Me comí otra uva, sacudiéndome las manos cuando estas se terminaron. —Tienes que presentármela si va a ser tu futura novia. –Me reí un poco y alcé los hombros, pasándome la lengua por el labio inferior. El novio de Dinah entró por la puerta y me miró sonriendo. —Hombre, Ed Tandy ha llegado. ¿Todo bien? –Era bastante guapo, y lo decía yo. A decir verdad, era el único chico que había tratado bien a Dinah y el único que me había caído bien. —Genial. –Respondió él dándole un beso a Dinah, poniendo las manos en su cintura. —¿De qué hablabais? —La nueva novia de Lauren. ¿Es guapa, por cierto? –Saqué el móvil y le enseñé una foto de Camila. Dinah abrió los ojos ampliando la foto con los dedos. –Dios, es preciosa. —Su hija es... —Cogí el móvil y puse una foto de Maia. Tenía el pelo recogido en un pequeño moño, el pelo al trasluz se veía algo rubio por delante y tenía los ojos azules. Llevaba un jersey gris remangado hasta los codos, y sostenía entre sus manos un helado de fresa que lamía. —¿Van a los partidos? –Preguntó ella, y Ed se sentó a mi lado en la mesa cogiendo una uva, como antes hice yo. —Sí, pero como tú nunca vienes... —Rodé los ojos guardando el móvil. —¡Perdóname por estar planeando tu futuro, imbécil! –Me llevé otro golpe en la cabeza que froté con la mano, soltando un quejido. —Me vas a dejar tonta. *** Camila's POV Aquél sábado por la mañana era uno de esos días en los que no apetecía para nada salir de la cama, y mucho menos si tu hija dormía pegada a ti para darte aún más calor. Llevaba un par de días durmiendo hasta tarde con Maia desde que la retiré del colegio, aunque los profesores no habían llamado ni dicho nada, pero tendría que ir a hablar para quitar su matrícula. Se recuperó en unos días de aquél resfriado, aunque seguía con la voz tomada y algo de frío, lo que era normal porque en Portland se pasaba el día 58

lloviendo. —Mai... —Dije en voz baja, dándole un beso en la mejilla, acariciando su tripa con una mano. –Despierta... —Decía en la voz más tenue y suave posible, provocando que abriese los ojos un poco y me mirase, volviéndose a dormir un poco. No iba a insistir más, pero tampoco iba a moverme de allí, y justo cuando iba a cerrar los ojos, llamaron al móvil. Era un FaceTime con Lauren, así que descolgué observando su rostro aparecer en la pantalla. Tenía puesta una chaqueta de chándal con los hombros y el cuello rojo, y del pecho hacia abajo era negra. —Hey... ¿Aún dormías? –Reí un poco cerrando los ojos, alejando el móvil de mi cara para que viese que Maia dormía a mi lado. –Oh... Lo siento. —No importa, intenté despertarla pero... —Lauren sonrió, y me coloqué de lado para estar algo más cómoda, con Maia pegada a mí. —Es adorable. Sois adorables... —Dijo Lauren, y por lo que pude observar estaba en su habitación de hotel. –Os echaba de menos, sólo eso. —Nosotras también a ti. –Respondí mordiéndome el labio inferior. Nos quedamos en silencio un momento, y noté cómo Maia volvía a revolverse contra mí, dándose la vuelta para abrazarse a mi cuello. Lauren se acercó algo más a la cámara, y yo miré a Maia que apretaba los ojos. –Mai.. –Ella arrugó la nariz, y le di un beso en esta que se frotó con los puños al separarme. A veces me parecía que seguía siendo un bebé de seis meses. Abrió los ojos para mirarme y le sonreí, dándole un beso en la mejilla. —Mami... —Se abrazó a mi cuello y miré a Lauren, que casi se le caía la baba con Maia. —Mira con quién estoy hablando. –Dije señalando el móvil con la cabeza. Ella se dio la vuelta y al ver a Lauren soltó una risa, tapándose la boca con las manos. —Lauuuren. –Dijo tocando la pantalla con los dedos, que aparté un poco para que no colgase la llamada. —¿Está detrás de la pantalla? –Maia se alzó un poco para ver detrás del móvil, y escuché la risa de Lauren en el móvil. —Estoy en Alabama, Maia. Un poco lejos. –Maia volvió a tumbarse, pero decidí incorporarme hasta sentarme en la cama y la pequeña se puso entre mis piernas. —¿Has dormido bien? —Yo quería que estuvieses aquí, Lauren. –Sus manos jugaban con el edredón, bostezando un poco. —No puedo dormir con vosotras, peque. –Al decir eso, me miró, y se mordió el labio levemente. —¿Vais a ver el partido hoy? —Sí, mientras almorzamos, ¿verdad Mai? –Agaché la cabeza para mirarla, y asintió 59

poniéndose las manos en la boca. —¿Qué le tienes que decir a Lauren? –Se quedó pensando un momento, tirando de las sábanas de la cama. —Suerte Lauren... Jalapeño. –Lauren estalló en risas, y también lo hice yo poniendo una mano en el pecho de Maia. —Lauren Jauregui. –Dije dándole un beso en la mejilla, provocando una sonrisa en la cara de Maia. —Jalapeño es infinitamente mejor. –Asintió Lauren, riendo levemente. —Vamos, patito, lávate los dientes. –Maia se echó hacia adelante casi pegándose a la pantalla del móvil. —Hasta luego Lauren, te quiero mucho. –Le dio un beso sonoro a la pantalla y saltó de la cama con cuidado. —Yo también, Maia. –Respondió Lauren, y nos quedamos un momento en silencio. —¿Qué tal la mano? –Preguntó Lauren, y bajé la mirada a esta que seguía con la férula. —Bien, intento no moverla mucho. Quería darte las gracias por lo del colegio, ha sido un gran detalle. –Lauren negó, sentándose con las manos entre sus piernas. —Lo que importa es que nadie volverá a hacerle daño. –El silencio volvió de nuevo entre nosotras, hasta que Lauren volvió a hablar. –Te echo de menos. –Se encogió de hombros, y fue algo adorable, porque ni siquiera me lo esperaba. —Y yo a ti. –Apoyé la espalda en la pared, ladeando la cabeza. —¿Cuándo vuelves? —Por el cambio de horario... Por la noche. –Suspiró, y desvió la mirada por la habitación. —Pues, si quieres puedes pasarte por casa y no sé, cenar quizás. –Me encogí de hombros mordisqueándome el labio inferior. —Claro, claro que quiero. Este partido... Quiero mucho a Maia, de verdad, pero quiero marcar por ti. ¿Vale? —Me ofendes preguntándome eso... —Reí, algo sonrojada por Lauren. Ella sonrió ampliamente y volvió a mirar hacia un lado. –Tengo que irme, deséame suerte. Te veo luego. —Suerte, Lauren. –Se despidió y cortó la conexión, quedándose la pantalla en negro. Maia caminaba por el pasillo riéndose, intentando que no la viese porque andaba muy rápido. —Eh, ¿qué has hecho ya? –Dije levantándome de la cama riendo, acercándome a ella que estaba justo en las escaleras. 60

—Me puse la camiseta de Lauren. –Se tapó la boca con las manos y comenzó a saltar de escalón en escalón hasta llegar abajo. —¿Quieres almorzar algo de pizza hoy? –Obviamente no podía utilizar la otra mano, así que lo de cocinar iba a ser un poco imposible. —¡Síiiiiiiiiiiiiiii! –Maia se sentó en la mesa del salón y sacó su estuche repleto de colores, comenzando a pintar en un cuaderno. La pizza estaba en el horno, y, al igual que Maia, me puse la camiseta que me regaló Lauren. Lo encontraba especial, no sabía por qué. Había llevado aquella camiseta, así que ponérmela era como llevar un pedacito de ella conmigo. El partido comenzó, y en Alabama comenzaba a hacerse de noche, aunque aquí eran escasamente las 3 de la tarde. —Mira mami, es Lauren. –Señalaba la pantalla mientras mordía un trozo y lo estiraba, a decir verdad era bastante raro verla comer algo que no fuesen salchichas o garbanzos con verduras. Las cosas iban bien, todo era perfecto en aquél momento. No podía despilfarrar, pero sí que podía vivir con mi hija, y eso hacía. Acaricié su pelo suavemente con la mano, y ella se quedaba de pie mirando la tele. —¿Cuándo ganan? —Cuando la pelota entre en la red. –Señalé la pantalla, y se volvió a sentar, aunque no paraba quieta un segundo. —Esa pelota es como la mía. –Lauren llevaba el balón, y yo asentí, limpiándole los labios del aceite que tenía. —Claro que es como la tuya. ¿Sabes? Lauren va a hacer que vayas a un colegio más chulo que al que ibas. ¿Qué te parece? –Maia se dio la vuelta, hinchando un poco los mofletes. —¿Habrá niños malos allí? –Negué recogiéndole un poco el pelo con una gomilla para que no se le pusiese en la cara. —No, ninguno. –Ella sonrió, y justo en ese momento el sonido de la voz se hizo algo más alto para cantar el gol de Lauren. —¡Mira, Mai, es Lauren! —¿Ha ganado? –Preguntó abriendo los ojos acercándose a la tele cuando apareció Lauren, y como siempre, se dio un beso en la muñeca antes de salir corriendo de nuevo. —De alguna manera, sí. *** Era un poco tarde, y Maia estaba tumbada en el sofá quedándose dormida mientras veía la tele. La realidad es que sólo eran las diez y media, pero se dormía con mucha facilidad, y aún más después de haberse dado un baño. Iba a llevarla a la cama, cuando llamaron a 61

la puerta y obviamente no podía ser otra que Lauren. Llevaba una chaqueta de cuero, las manos en los bolsillos y tenía un rasguño en el ojo izquierdo. —Hey. –Dijo Lauren con una sonrisa, dándome un beso en la mejilla. —Te echaba de menos. –Dije en voz baja, abrazándola con el brazo libre sintiendo sus manos en mi cintura. —Y yo a ti, te repites. –Me dijo al oído, dándome un beso en la mejilla. —¿Por qué hablas tan bajito? —Está dormida en el sofá. –Cerré la puerta cuando Lauren entró, y se acercó al sofá sin decir nada. Levantó la cabeza señalando las escaleras. —¿Puedo llevarla? –Su tono era aún más bajo, que casi ni la escuché, y asentí para que la acostase. Lauren cogió a Maia en brazos, y la pequeña ni se inmutó, sólo se aferró al cuello de Lauren que subía por las escaleras con ella hasta llegar a su habitación. La tumbó en la cama, y observé la escena desde la puerta, apoyándome en esta. —Buenas noches. –Le susurró, dándole un beso en la frente antes de girarse hacia mí y salir conmigo del cuarto. —Eso ha sido adorable. –Comenté en voz baja, sintiendo sus labios presionar los míos y sus manos sujetar mi cara, dándome un beso lento y tranquilizador. Sus labios se separaron de los míos, y uno de sus dedos metió un mechón de pelo tras mi oreja. —Eres preciosa. –Me dijo Lauren en un susurro, besándome de nuevo de aquella manera tan lenta y profunda que tenía de hacerlo. Me separé de nuevo, poniendo una mano en su abdomen. —¿Quieres ir al salón o...? –Lauren entrecerró los ojos, ladeando la cabeza. —¿O...? –Esperó mi respuesta enredando su mano con mi mano libre. —O a mi habitación. Sólo para... Hablar, ya sabes. –Me encogí de hombros, y tiré de su mano porque en realidad, quería ir a mi habitación con Lauren. Cerré la puerta cuando estuvimos dentro, y sus manos se pusieron sobre mi cintura cuando estuvimos de espaldas. —¿Puedo besarte el cuello? –Su voz sonaba ronca en mi oído, y apreté los dedos contra la puerta. —¿Vas a preguntar para todo? –Susurré antes de sentir los labios de Lauren besando lentamente el lóbulo de mi oreja, y no me hizo falta nada más. Su lengua fue lenta acariciando la piel de mi oreja, bajando con besos por el mentón hasta llegar al cuello. Retiró un poco de pelo con la mano y sus labios besaron mi cuello como si fuese mi boca, porque podía sentir la humedad de su lengua recorrerme, mordiendo un poco. 62

Me dio la vuelta por la cintura, y metí la mano por uno de sus hombros para quitarle la chaqueta de cuero, quedándose con una camiseta negra ajustada al cuerpo. Tiré de ella un poco hasta quedar sentada con ella medio encima en la cama, que abría los labios para atrapar mi boca y hundir su lengua en mí, provocando un jadeo leve en su boca. Mis manos se apretaron en su espalda, mientras su boca bajaba hasta llegar a mis clavículas, que besó lentamente. —Lauren, para, para... —Solté su espalda jadeando, y tragué saliva. Ella me miró algo confusa, y alcé la mano vendada. –Me duele al apretar... —Susurré, y Lauren cogió mi mano, dándole un beso a las yemas de mis dedos. —Lo siento, lo siento. –Colocó esa mano en su mejilla, antes de inclinarse y besarme más lento y suave, y dar un leve toque con los labios en mi nariz. —¿Quieres dormir conmigo? –Pregunté, y cómo no, Lauren no se negó. Mientras se desnudaba, me hubiese encantado que siguiera, pero mi mano dolía al apretar, y eso no podía controlarlo. Se tumbó a mi lado, y una de sus manos pasó por mi cintura, pegándome un poco más a ella. —Lauren. –Bajó la mirada hacia mí y frunció el ceño. –Sé que no me has contado toda tu historia. –Ella soltó una risa encogiéndose de hombros. —Me parece irrelevante. –Respondió ella, mirando al techo con un suspiro. —No, a mí no me lo parece. Necesito conocerte de verdad para... Para tener una relación contigo.—Ella suspiró cerrando los ojos, arrugando la nariz. —Bueno, en el instituto era la única lesbiana así que, imagínate. De pequeña jugaba al fútbol y no estaba bien visto, y desde entonces, desde los ocho años más o menos la gente empezó a meterse conmigo por cómo vestía, porque jugaba al fútbol... Y cuando salí del armario creí que la cosa se calmaría, pero fue incluso a peor. Un chico me pidió ir al baile de graduación, y cuando se enteró de que me gustaban las chicas me acusó de querer utilizarlo y dejarlo como un idiota delante de todo el mundo. Me dieron una paliza, estuve como un mes en el hospital, pero nadie hizo nada ni dijo nada. Ni siquiera mis padres. Me metían papeles en la maleta insultándome, en el pasillo me lo gritaban casi al oído, y cuando me hartaba y les reventaba la cara, la culpable siempre era yo, porque nadie se daba cuenta nunca de los insultos. Yo no era una de esas raritas que se esconden, y casi no hablan. Tenía carácter, y por eso todo se volvía aún peor. La cosa empeoró cuando me enamoré de una de las animadoras, y en fin, te puedes imaginar cómo acabó la cosa. Se lo dijo al novio, y entonces el instituto me parecía un infierno. Ya no eran insultos, eran agresiones todos los días. Me estampaban contra las taquillas, unas chicas incluso me quemaron el pelo, y entonces fue cuando Los Ángeles me propuso irme allí con el equipo. No era un capricho, no era porque fuese 'mi sueño' mayormente. Sí, me gustaba el fútbol, pero jugaba para divertirme y olvidar todo eso, no para acabar siendo profesional. Así que me fui, y todo me fue bien. –Lauren se encogió 63

de hombros, pero yo no podía dejar de mirarla con los labios entreabiertos. –Lo tuyo es mucho peor, no intento compararlo. –Rio en bajo, acariciando mi brazo. —Lo siento mucho... —Apoyé la cabeza en su pecho, cerrando los ojos. —Eres la persona que le está dando un punto fijo a mi vida, así que eres la que menos tiene que disculparse. Capítulo 10 Lauren's POV Metí las manos en los bolsillos de la chaqueta porque hacía demasiado frío aquella mañana, y no me podía imaginar el que tenía que estar pasando Maia con aquella falda del uniforme. Iba de la mano con Camila, y el colegio se veía a lo lejos. Llevaba una mochila de Tarta de Fresa que parecía gustarle mucho, y muchas veces no entendía la mente de aquella niña. Unas veces quería jugar al fútbol, y otras me enseñaba sus muñecas vestidas de rosa para que jugase con ella, pero aquello estaba bien, ¿no? No le importaba qué juguetes fuesen, porque ella siempre se lo pasaban bien. Al llegar a la puerta, Dinah estaba allí y se giró topando conmigo abriendo los ojos. —¿Tú? ¿Aquí? ¿Qué te ha picado? –Me agaché para coger a Maia en brazos, que rodeó mi cuello con los suyos, mirando a Dinah. —Dinah, esta es Maia. Y esta es Camila. –Me giré para mirar a Camila, que sonreía a la rubia. —Oh dios, son iguales. –Dinah las miraba, y se acercó a Camila dándole la mano. –Encantada. —Lo mismo digo. –Respondió Camila, estrechando la mano de Dinah con una sonrisa. –Y gracias por la oportunidad, de verdad. –Camila casi se llevó una mano al pecho. —No importa, Lauren me lo contó todo, está bien. –Se giró hacia la pequeña acariciándole la manita. –Aww, eres preciosa. –Maia sonrió escondiendo la cabeza en mi cuello, aunque no dejaba de mirarla. —Tú también. –Respondió a Dinah, que se mordía el labio por lo adorable que estaba siendo Maia con ella. —Nick, mira, esta es Maia. –La puse en el suelo para que saludase al pequeño, alzando la mano con una sonrisa. –Tienes que cuidar de ella, ¿vale? –Le decía Dinah a su hijo, poniéndole bien la chaqueta. Camila se agachó delante de Maia, poniéndole bien el pelo con la mano libre, y podía ver cómo tenía una sonrisa dibujada en la cara. —Pórtate bien, ¿vale? –Maia asintió, jugando con la tira de la mochila aunque miraba a su 64

madre con una sonrisa. –Te quiero. –Camila le dio un beso en la frente a Maia, que se abrazó a Camila dándole un beso en la mejilla. —Yo también te quiero, mami. –Camila se separó de ella, y Maia se acercó a Nick entrando con él tras la verja del colegio. Cuando me quise dar cuenta, Camila estaba de pie a mi lado llorando, quitándose las lágrimas con la mano. —¿Camila? –Ella se giró hacia mí riendo con la cabeza gacha. —Lo siento, es que es muy pequeña. –Negó intentando secarse las lágrimas, pero me adelanté y la abracé contra mí, dándole un beso en la cabeza. Dinah me miró, arqueando una sonrisa en sus labios para después desaparecer de allí, dejándonos a solas. —Tenemos que ir al médico, no querrás llegar tarde, ¿verdad? *** Casi me estaba quedando dormida en la sala de espera mientras a Camila le revisaban los puntos de la operación que tuvo hacía unas dos semanas. Era algo rara la situación en la que estábamos. ¿Estábamos saliendo o no? ¿Qué iba a pasar ahora con Maia? No lo sabía, lo único que tenía por seguro era que todo iba bien, y que nada iba a cambiar. Me emocionaba la idea de ser alguien para la pequeña, de poder cuidarla junto a Camila. Y con respecto a Camila... Estaba empezando a sentir cosas un poco más fuertes, y eso me asustaba demasiado porque no sabía si ella iba a sentir lo mismo por mí. Camila salió de la consulta mirándose la mano, y luego me miró a mí con una gran sonrisa. —Mira. –Dijo moviendo la mano y los dedos, esbozando una gran sonrisa. –Ahora puedo hacer esto. –Al acercarme a ella, sus manos cogieron mi cara y me besó, tan lento como podía, y solté un suspiro en su boca, separándome de ella mientras me humedecía los labios. –Y esta mano puede sentirte también. –Dijo separándola de mi rostro, y reparé en la pequeña cicatriz que tenía en la muñeca. Acerqué los labios a esta y le di un beso tierno, seguido de otro en su nariz. –No hagas eso, deja de ser adorable... —Bueno, entonces deja que me aproveche de ti ahora que estás bien y... Quizás puedas hacerme algo de eso que huele tan bien cuando haces de comer. –Camila se separó de mí entrecerrando los ojos, aunque no quitaba esa sonrisa de sus labios. —De momento vámonos, y me lo pienso. –Y tal y como me dijo, salí por el pasillo detrás de ella, porque prácticamente parecía un pequeño perrito siguiendo a Camila. Abrí la puerta de mi coche para que entrase en el coche, y entré a su lado, arrancando para salir de allí. Con un toque de dedos puse la radio, Camila miraba por la ventana hasta que se giró hacia mí.

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—¿Sabes cuánto hace que no escucho algo de música? –Preguntó Camila, cruzándose de brazos. —¿Cinco años? –Dije a modo de pregunta, pero de soslayo pude ver cómo asentía con una risa. —Cinco años. Quiero a mi hija, pero ya sabes, me he perdido muchas cosas por ella, y no me arrepiento. –Paré en un semáforo, pudiendo mirarla por primera vez en algunos minutos. —Eres la mejor madre que he conocido, de verdad. –Solté una pequeña risa, sacudiendo la cabeza. –Y si mi madre hubiese sido así... Probablemente hubiese estado tomando el pecho hasta los 17. –Comencé a reírme y Camila me soltó un manotazo en el brazo, aunque yo ya estaba de vuelta en la carretera. —Eres muy exagerada. Aparqué en casa, y notaba a Camila algo cabizbaja, pero no sabía por qué. Dash se acercó a ella, y Camila comenzó a acariciar su cabeza. La verdad es que nunca se había acercado a ella, pero parecía sentirse a gusto con ella. —Parece que le gustas. –Dije quedándome a su lado, y Camila negó con una sonrisa. —Huelo a Maia. –Camila se levantó, frente a mí con una sonrisa algo triste que pude notar. —¿Qué te ocurre? –Mis manos acariciaron sus mejillas, intentando que me mirase a los ojos. Tenía miedo de que se sintiese incómoda conmigo, o no quisiese seguir con esto. —Sólo mira esto. –Se separó de mí y alzó las manos, negando con un suspiro. –Quizás ya no me duela, pero siguen igual. Y... No sé, están ásperas, y son... —Negué cogiendo estas entre las mías, apretándolas un poco. —¿Por qué te obsesionan tanto tus manos? –Acariciaba estas suavemente. –No tienes que avergonzarte porque tus manos estén así. Yo me sentiría orgullosa, no sé tú. Además, exageras demasiado. Tus manos son prácticamente igual que las mías, salvando que las tuyas tienen la manicura francesa perfectamente hechas y las mías no... Pero son iguales. –Abrí la mano colocando su palma contra la mía, que era un poco más grande que la de Camila. —¿Lo ves? —Lo sé pero... —Negué apretando su mano un poco entre mis dedos. —Camz... —Me incliné un poco y la besé, de forma tierna y sonora, repetidas veces sintiendo su sonrisa en mis labios. —Que... —Sus dedos se habían enlazado con los míos, y no paraba de darme pequeños besos en respuesta a los míos.

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—Tengo hambre... —Camila me empujó riéndose, y de repente se convirtió en una de mis cosas favoritas, verla reír de aquella forma. —¿Qué quieres comer? –Me quedé en silencio yendo a la cocina con ella, frunciendo un poco el ceño. —Mmh... —Apreté los labios evitando reírme, y Camila me pilló en seco. –Si te digo lo que quiero comer probablemente sería una depravada. –Las cara de Camila era de un rojo intenso, tapándose la cara con las manos. —Llevo tanto tiempo sin hacerlo que tengo la certeza de que vuelvo a ser virgen. –Negó riendo, y saqué una pequeña caja de plástico con fresas. —Podría arreglarlo... —Camila apretó mi brazo moviéndome un poco, y me quitó la caja de las manos. —¿Qué quieres hacer? –Dijo abriendo la caja, y arrugué la nariz sin tenerlo muy claro. —¿Un suflé? ¿Sabes hacer suflé? –Se remangó la camiseta hasta los codos y asintió casi ofendida. —Claro que sé. Primero tienes que coger huevos, las fresas y azúcar. –Abrió la nevera y los cogió ella misma mientras yo cogía el azúcar de uno de los muebles. —¿Y ahora? –Dije dejándolo todo en la mesa, observando a Camila junto a mí. —Ahora tienes que coger algunas fresas y hacer un puré. Que no quede muy líquido. –Entrecerré los ojos rascándome la mejilla. —No sé cómo hacer eso. –Respondí, cogiendo una fresa para llevármela a la boca pero Camila me la quitó. No sé cómo, pero trituró las fresas dejando trocitos, y eso me gustó porque robé algunos mientras ella no miraba. —Me gustan las fresas, ¿a ti no? –Dije cogiendo un bol como me había pedido Camila porque según ella, no podía batir las claras del huevo, qué tontería. —Claro que me gustan. –Puso las claras y me dio una varilla, sonriéndome. –Ahora bate hasta que yo te diga. –Comencé a mover el brazo, y ella me paró. –Muy, muy rápido. —Eso suena bastante mal, pero como quieras. –Dije moviendo el brazo rápido como ella me dijo, sintiendo un golpe en el costado al decir aquello lo que me provocaba la risa. Tras unos treinta segundos, miré a Camila frunciendo el ceño. —¿Más? —Dos minutos mínimo. –Entreabrí los labios y seguí moviendo la mano. —Pero me duele el brazo y la mano.

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—Por eso no puedo hacerlo yo, vamos, no puedes parar. –Se reía mirándome, pero paré antes de escuchar eso último. —¡No podías parar! —A la mierda. –Dejé el bol con la varilla y cogí una fresa, embadurnándola en azúcar y comiéndomela. —¿Ves? Esto está más bueno que tu suflé. —¡Pero si eras tú la que quería comer un suflé! –Me reí con la boca llena de fresa, tapándome la boca con la mano. —Mira, toma. –Mojé la mitad de la fresa y se la acerqué a los labios, viendo cómo se la comía. —¿Está bueno? —Claro que está bueno, es fresa con azúcar. –Dejó el trozo restante en la mesa. Me acerqué a ella ladeando la cabeza, poniendo las manos en su cintura. —¿Tu mano está bien? –Camila asintió como respuesta, y mis labios besaron su frente. Luego, su mejilla, y después algo más cerca de su oído. —¿De verdad? –Mi lengua rozó su oreja, y asintió de nuevo. —Ajá... —Mis manos bajaron un poco hasta llegar a su trasero, apretándolo un poco con las manos. Me apostaba lo que fuese a que Camila ya estaba mojada, porque sus manos apretaron mis hombros y mi boca comenzó a lamer su cuello lentamente. Mis dientes se arrastraban por su piel, tirando de esta suavemente, succionando, dejando pasar la lengua para chupar el cuello de Camila. Levanté la boca y sin darle tiempo a decir nada besé sus labios lentamente, de forma húmeda, enlazando mi lengua con la de ella y escuchando el sonido agitado de su respiración. —¿Cómo te sientes justo antes de perder tu segunda virginidad? –Camila arrugó la nariz, negando levemente. —No hagas comentarios como ese si no quieres que se me pasen las ganas. –La cogí en brazos sujetándola por los muslos, apretándolos con fuerza porque ya no podía más. —Estaré callada, eso te lo aseguro. –Susurré subiendo las escaleras con ella en brazos, que enredaba las manos en mi pelo y no dejaba de besarme profundo, húmedo, de forma ávida, incluso mordí un poco su lengua suavemente antes de tumbarla en la cama con la máxima suavidad posible. Sus manos comenzaron a quitar mi camisa lentamente, botón a botón, hasta quedar con esta entreabierta, y Camila pasó las manos por mi abdomen. Su camiseta estaba fuera, en el suelo, y mis manos recorrían lentamente los costados de Camila, llegando hasta su boca para poder besarla lenta y profundamente. Mis manos bajaron su pantalón hasta sacarlo por los tobillos junto con su ropa interior, y entonces me puse más nerviosa yo que ella. Sus manos entraron dentro de mis pantalones, bajo mi ropa interior y apretaron mi trasero de tal forma que pegué mi cadera contra la de ella, aunque no tardó en separarme para quitarme el pantalón y dejarme sólo con la camisa y el sujetador puesto, que no duró mucho porque su mano subió por mi espalda, desabrochándolo. Quedamos en las mismas condiciones, y entre aquellos besos húmedos y hambrientos mi mano fue bajando por su abdomen hasta llegar a su 68

entrepierna. Presioné su clítoris suavemente con dos dedos, moviéndolos lentamente, y mis caderas comenzaron a moverse de la misma manera contra su muslo, jadeando contra su boca al igual que hacía ella en la mía. Mis tres dedos se movían en forma circular, cada vez más rápido, mezclándose e impregnándose de la humedad de Camila, hasta que uno de mis dedos se hundió lentamente en su entrada. Camila gimió, apretando una mano en mi hombro y sus dientes mordieron mi labio inferior, sabía que no podría durar mucho. Acariciaba su pelo lentamente sin dejar de darle besos tiernos y suaves a ratos, aunque húmedos y cálidos en otros. Mi lengua se hacía con la suya, succionaba y atrapaba los gemidos que la latina soltaba contra mi boca, aún más cuando introduje el segundo dedo. El calor subía por mis mejillas, mordiendo su cuello suavemente al gemir por el roce constante contra su pierna, pero Camila no aguantó mucho más y sus caderas se alzaron instintivamente, gimiendo con la espalda arqueada y el cuerpo entero en tensión, hasta que se dejó caer en la cama con un suspiro. Me aparté de encima de ella y permanecí a su lado, tapándonos con el edredón. Ella intentaba recobrar la respiración, pero se dio la vuelta para besarme como lo había estado haciendo sólo que algo más lento. —Lo siento... —Susurró contra mi boca, acariciando mis mejillas con los dedos. No medio tiempo a contestar porque su mano se colocó en mi sexo, presionando mi clítoris en forma circular. No podía ver su mano, pero el simple movimiento del edredón subiendo y bajando me excitaba aún más. Puse una mano tras su muslo, apretándolo un poco. —¿Sabes hacer eso? –Dije con una sonrisa entre jadeos, recibiendo los besos lentos y lascivos de Camila. Al escuchar la pregunta, Camila hundió dos dedos dentro de mí, que me hicieron entreabrir los labios, porque me estaba respondiendo a la pregunta. Se movían lentos, presionaban mi interior, y sus labios se despachaban a gusto con el lóbulo de mi oreja, mi cuello y mi mentón, haciendo conmigo casi lo que quería, porque yo estaba colapsando contra sus dedos y gimiendo en su oído, ronco, grave, bajo y casi desgarrado. Abrí los ojos y la sonrisa de Camila era la más completa que había visto hasta ahora. La apreté entre mis brazos, dándole un beso en la cabeza y escuché su suspiro, y sentí cómo sus brazos rodeaban mi cintura. —¿Cuántas veces has tenido sexo en los últimos meses? –Fruncí el ceño bajando la cabeza hacia ella. —Mmh... Una. Esta. –Las yemas de mis dedos se paseaban lentamente por su espalda, y Camila se pegó algo más a mí. —¿Qué esperabas? —¿Por qué? —Primero porque quería acostarme contigo y estaba detrás de ti a ver si caías. Eso fue la primera semana, luego se convirtió en algo más. Desde que conocí a tu hija y empezamos a hablar. En el momento en que te vi en el vestuario fue como, vaya, me la tiraría en las duchas. –Sentí un pequeño golpe con el pie de Camila, que comenzó a 69

reírse. —Cállate... —Me dijo poniéndose encima de mí arrugando la nariz. —Cállame. –Respondí con una voz repelente y aguda, haciendo una mueca con la cara. Camila comenzó a reírse, apoyando la frente en mi hombro. —Eres imbécil, Lauren. –Dijo riéndose, separándose de mí para reírse. —Debo de ser buena en la cama para que te hayas acostado con una imbécil. Capítulo 11 Camila's POV Era extraño aquello. Normalmente, las únicas relaciones que había tenido eran esas en las que lo hacía con mi novio y él se quedaba dormido, solía ser así. Lauren, sin embargo, se quedó hablando conmigo casi toda la mañana en la cama. Sus manos no paraban de jugar con las mías, y me hacía reír, me contaba lo que sentía y cosas de su vida que nunca le había contado a nadie. Me decía lo que sentía cuando jugaba al fútbol, cómo recordaba a todos los de su instituto cada vez que salía al campo. Dejó que me diese una ducha antes de salir, y recogimos a Maia del colegio. Estaba más emocionada que nunca porque venía con mil dibujos en la mochila, y le gustaba la falda que llevaba, y además porque ese día comíamos en casa de Lauren. —Me gusta más la casa de Lauren que la nuestra, mamá. –Dijo de forma contundente sentada en la mesa, y fruncí el ceño quitándole los dibujos de encima para que Lauren pudiese ponerle el plato. —Pues a mí no. La comida de tu madre está más buena que la mía, créeme. –Lauren colocaba los cubiertos y solté una risa negando. —Esta comida la he hecho yo. –Le eché un poco a Maia y Lauren se sentó en la mesa y yo a su lado. —Ya lo sé, pero no es lo mismo. –Rodé los ojos riendo, y cogí uno de los dibujos de Maia, observándolo mientras comíamos. —Aw, ¿soy yo? –Dije sonriendo, dejándolo en la mesa sin apartar la vista de él. —Sí, ¿te gusta? Nick me dijo que es muy bonito. –Movía las piernas desde la silla porque no llegaba a tocar el suelo. –Mami, ¿ya no tienes pupa en la mano? –Dijo señalándola. —No, ya se me curó esta mañana. –Alcé la mano para que la viese, y ella soltó una pequeña risa dando una palmada. —¿Te alegras de que me haya curado? —Sí... Ahora puedes cogerme en brazos. –Estiró los bracitos abriendo las manos, y apoyó estas luego sobre la mesa de cristal. Lauren no paraba de mirar a Maia, y sí, se le caía la baba con ella. 70

—¿Sabes Maia? Tengo una sorpresa para ti. –Lauren la señaló con el tenedor, mientras yo cortaba mirando a Maia. —¿Quieres saber qué es? –La pequeña asintió masticando, con una enorme sonrisa. –Pero primero te lo tienes que comer todo. —Soy buena. –Maia frunció el ceño mirando a Lauren, y no pude evitar reírme. —Es buena, siempre se come todo el plato. –Acaricié la rodilla de Lauren bajo la mesa, y ella se limpió los labios con una gran sonrisa en el rostro. —Entonces por ser tan buena con mamá, te lo tendré que dar ya. –Se levantó de la silla y desapareció escaleras arriba. Maia se puso de rodillas en la silla mirando las escaleras, pero le señalé el plato. —Tienes que comer, ¿eh? –Maia asintió, cogiendo algo del plato y llevándoselo a la boca, entreteniéndose un poco hasta que Lauren bajó las escaleras con una bolsa acercándose a la mesa. —A ver si te gusta. –Sacó una camiseta negra, con los bordes en blanco, a juego con el pantalón de la talla de Maia. Luego, los puso en la silla y sacó unos calcetines negros y blancos, y unas botas de fútbol para Maia, justo como las de ella. La pequeña parpadeó un poco, poniéndose de rodillas en la silla. —¡Es igual que la tuya! –Señaló la ropa bajando de la silla. —¡Los zapatos de Lauren! ¡Mami, mira! –Los señaló riendo, abrazándose a ellos. Lauren rio, y se puso de cuclillas delante de ella, poniendo las manos en sus costados. —¿Quieres venir al próximo partido vestida así? –Maia asintió, y pude ver a Lauren sonreír mirándola. Sabía que quería a mi hija sólo en cómo se fijaba en ella, en que la cuidaba, y cómo se esforzaba cada día en hacerme ver que sí que podíamos estar juntas. —Sí. –Asintió entre los brazos de Lauren, que cogió la camiseta y la abrió por detrás. —¿Sabes qué pone aquí? –Maia se quedó mirando la camiseta un momento, jugando con los dedos y se agachó un poco, más que para ver la palabra, estaba pensando. —¿Mami? –Respondió con tono de pregunta, y Lauren asintió riendo, dejándome ver la camiseta. —¿Y sabes por qué tiene ese nombre tu camiseta? –Lauren le dio un beso en la mejilla a Maia, que se reía por los siguientes besos que le daba Lauren, comenzando a hacerle cosquillas por los besos. —Porque quiero mucho a mami. –Lauren me miró con una sonrisa, mientras Maia se abrazaba a la camiseta. —Exacto. Porque tu mamá es la mejor. ***

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Todo parecía ir bien, ¿no? Excepto que cuando llegaba final de mes, todo parecía ser un completo desastre. No había calculado muy bien lo que me llevaría la calefacción, pero sin duda, no podíamos mantenerla en casa. Ni eso, ni tampoco la ropa de invierno para Maia que se le estaba quedando pequeña. A finales de noviembre hacía bastante frío en Portland, y comenzaron las nevadas. —Uh, qué frío hace. –Dijo Lauren al entrar en casa, y simplemente suspiré agachando la cabeza. —Lo sé. –Cerré la puerta antes de que casi se me congelase la cara y Lauren ni siquiera se quitó el chaquetón. —¿Por qué no pones la chimenea? –Preguntó señalando el salón, mientras yo cerraba la puerta de la cocina, y Maia bajaba las escaleras de forma torpe hasta correr por el salón y abrazarse a Lauren que la recibía en brazos, dándole un beso en la frente. —Porque no tengo leña. –Lauren no parecía entenderlo, me quedaban unos cien dólares para sobrevivir una semana. Bueno, ya era más de lo que tenía antes, porque ahora por lo menos podía vivir de forma más desahogada y darle a mi hija cosas que nunca pudo tener, pero aquél sentimiento seguía ahí, de que Maia no podía ser como Nick, por ejemplo. —Estás muy calentita. –Le decía Maia a Lauren, pegando su mejilla a la de ella. —¿Tienes frío, enana? –Lauren la miró entrecerrando los ojos, y la pequeña asintió quedando de nuevo en el suelo. –Ve un momento a la habitación, tengo que hablar con tu mami, ¿vale? –Maia se resistió un poco al principio haciendo un puchero, pero acabó subiendo a seguir jugando. —¿Me cuentas qué pasa aquí? —¿Tengo que contártelo? –Suspiré dejando caer los brazos a los lados de mi cuerpo, dándome la vuelta para entrar en el salón. —Claro que tienes que hacerlo. –Su voz me perseguía por la espalda, y negué cruzándome de brazos de nuevo. —No es muy difícil saberlo. –Respondí en voz baja, retirando del sofá las mantas y las doblé, haciendo con ellas un pequeño montón. —¿No puedes pagar la calefacción? –Suspiré poniéndome las manos en la cintura, y apreté los ojos ladeando la cabeza. –Eso no es ningún problema, yo puedo... —No. –Negué seria y con la mirada fija en sus ojos. –No. Si tu frase termina en 'puedo ayudarte' la respuesta es no. —¿Por qué te preocupa tantísimo eso? ¿Se te ha olvidado que ya no estás sola? –Lauren se acercó a mí, pero yo me aparté un poco desviando la mirada. —¿Se te ha olvidado que yo también quiero que Maia esté bien, y que no pase frío?

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—La diferencia es que no es tu hija. –Lauren apretó la mandíbula al escucharme. —Deberías tragarte ese orgullo que tienes y aceptar la ayuda de otras personas, por tu hija. –Sus labios estaban presionados, y estaba enfadada, y yo alterada al mismo tiempo. —Tú no tienes ni idea de lo que es criar a una niña. –Lauren se quedó en silencio unos segundos, y en aquellos momentos no sabía cómo sentirme. —Quizás no. Pero sé qué es quererla, y querer que no le pase nada, y si tengo la oportunidad ayudarla. Pero, ¿qué más da? No es mi hija. –Se separó de mí cogiendo la bufanda del sofá, poniéndosela al cuello. –Te pagaré la calefacción quieras verme o no después de eso. Y espero que tu hija no saque el orgullo que tienes. –Me miró dirigiéndose a la puerta, abriéndola. –Porque haces daño. –Y cerró la puerta. Tomé una bocanada de aire y me pasé las manos por el pelo, porque en aquél momento tenía un totum revolutum de cosas en la cabeza que no sabía ni por dónde empezar. Primero no podía pagar la factura de la calefacción, y si Maia cogía un nuevo resfriado sería por eso, por no haber aceptado que Lauren lo pagase. Segundo, el tema de Lauren. Estaba sintiendo cosas tan fuertes por ella que no quería afrontarlo, no quería que si todo fuese mal Maia la acabase echando de menos, y le tendría que explicar qué había pasado con ella. A la vez que quería que se alejase, quería estar con ella todo el tiempo, y quería que estuviese con Maia. No sabía por qué le había dicho aquello de que no era su hija, pero le había dolido. Lo había visto en su cara, en sus ojos, lo había sentido yo. Me senté en la mesa de la cocina y aún tenía ahí la libreta con las cuentas, no cuadraba ni una de ninguna manera. Todo daba negativo de alguna forma, y empezaba a agobiarme. —Mami. –Maia me llamaba desde la puerta pero yo estaba demasiado metida en las cuentas. –Mamá. –Volvió a llamarme. —¿Puedo jugar con tu móvil? –Ni siquiera le prestaba atención, tachaba números y volvía a hacer las cuentas. –Mami. –Me tiró del jersey. —¿Puedo jugar? —¡No, Maia, no! –Estallé levantando la cabeza de la mesa, y cuando la miré, estaba haciendo pucheros a punto de llorar y agachó la cabeza, saliendo de la cocina frotándose los ojos con las manos. Tardé en reaccionar unos segundos, y cuando me levanté fui hasta la habitación de Maia. Cuando la vi, sentada en la cama frotándose los ojos haciendo pucheros llorando, me di cuenta de lo que estaba haciendo. –No, no... Cariño, lo siento... —Susurré cogiéndola en brazos, apretándola fuerte y enterrando casi la cara en el pelo de mi hija. Nunca le regañaba, de hecho, nunca le había gritado así. Besé su pelo, sentándome con ella en la cama que no dejaba de llorar. –Shh, ya está, es mi culpa cariño, claro que puedes jugar con mi móvil. –Maia comenzó a calmarse, pero no levantaba la cabeza de mi pecho. –Lo siento, lo siento mucho... —Apreté a Maia entre mis brazos con un suspiro, cerrando los ojos. –Te quiero, no llores más, ¿vale? –Maia asintió, aunque se quedó en silencio con la cabeza en mi pecho, y pasé el pulgar por su mejilla. –Si no me dices que me quieres me voy a poner muy triste... 73

—Yo también te quiero mami... *** Y le mandé mensajes a Lauren, como unos mil, pero a ninguno respondió. A la mañana siguiente teníamos calefacción, pero Lauren seguía sin contestarme al teléfono, sin leer mis mensajes, nada. Justo después de dejar a Maia en el colegio, cogí un autobús que dejaba en la zona donde vivía Lauren, en el centro, aunque tenía que andar un poco hasta llegar a su casa. Cuando iba andando por la acera, viendo las casas que había frente a la bahía, observé a Lauren abriendo la puerta de su casa a través de la verja, venía de entrenar. —Lauren. –La llamé sin dudarlo, y su cabeza se ladeó un poco pero no se giró. Tras unos cuantos segundos, Lauren se dio la vuelta y me abrió la verja, volviendo de nuevo a la puerta. –No me ignores. –Le dije, y Lauren entró en su casa dejando la puerta abierta para mí. —¿Qué quieres? –Dejó una pequeña bolsa de forma rectangular encima de la mesa, sin darse la vuelta para mirarme. —Necesito hablar contigo. –Abrió la nevera sacando una botella de agua, y cerré la puerta. —Estamos hablando. –Dio un buche y cerró la botella con el tapón. Era obvio que iba a estar a la defensiva. —Ayer fui idiota, Lauren, y lo siento mucho. –Ella leía unos papeles encima de la mesa. —Vale. –No se molestó ni en mirarme a la cara, simplemente pasaba las hojas que tenía encima de la mesa. —Y gracias por lo de la calefacción. —Oye, yo no hago esto porque seas tú, porque seas guapa y sienta cosas por ti. –Soltó una risa mirándome a los ojos. –Lo haría con cualquiera que estuviese en mi situación. Lo he hecho antes y nadie se ha negado, todo el mundo me ha dado las gracias y eso es lo que me hace sentirme una persona. Y llegas tú, diciendo que no quieres que nadie te ayude. ¿Los comedores sociales no te dan ayuda? ¿Las asociaciones no te dan comida? Sí, ¿verdad? ¿Entonces por qué cojones no puedo dártela yo? ¿Por qué crees que siento pena por ti? –Lauren soltó una risa levantándose de la silla para venir hasta mí. –Siento pena por ese orgullo que tienes, que impide que progreses en la vida. Porque sí, puedes no tener dinero, pero eres muy valiente. Pero todo ese orgullo que tienes te lleva a la mierda, y deberías tragártelo por tu hija. –Asintió apretando la mandíbula. –Y no, quizás no sea mi hija, pero es una niña que necesita sobrevivir. –Aquella frase le había dolido a Lauren, muchísimo, porque su respiración estaba alterada. —Siento eso que dije. –Respondí refiriéndome a aquello de que 'no era su hija'. Ella soltó una risa y se pasó las manos por la cara. 74

—Sé que no es mi hija, y sé que nunca lo será. Y yo nunca quise tener una familia ni nada de eso, pero luego entré en este mundo, en el fútbol. Y mis compañeras tienen a sus hijos, a sus maridos y mujeres, van a verlas a los partidos, y sus hijos llevan sus camisetas con los nombres de sus padres, pero yo no tenía a nadie. Nadie venía a verme, y de repente senté la cabeza y quería eso para mi vida. Quería formar una familia algún día. –Lauren soltó una pequeña risa bajando la cabeza. –Y luego pasaste tú. Y llegaste con tu hija siendo adorable, preguntándome si quería un poco de su sándwich. Veníais a mis partidos, y por fin sentía que tenía alguien por el que hacer las cosas, ¿sabes? Tenía alguien por quien preocuparme, alguien que estaba ahí cuando estaba cansada, alguien con quien celebrar si ganaba, alguien a quien le emocionara verme jugar. Tenía dos personas por las que ganar. Y lo sé, siempre lo supe, nunca será mi hija. –Lauren paró un poco pasándose los dientes por el labio. –Pero la quería como si lo fuese, y quería cuidaros porque sois lo único que me importáis. –Tenía los ojos enrojecidos, y suspiré bajando la mirada. –Pero sé que nunca podré formar parte de eso, así que... —Se quedó en silencio y dio la vuelta sin decir nada, y yo no podía articular palabra. –Y dile a Maia que se haga un doble lazo en las botas o se tropezará. —¿Por qué no se lo dices tú misma? –Me acerqué a la mesa de la cocina y ella seguía leyendo. —Porque no quiero invadir vuestro espacio. Capítulo 12 Lauren's POV Estaba tan dolida, tan tan dolida, que ni siquiera podía mirar a Camila a la cara, simplemente leía algunas cartas que me había dado Dinah sobre el equipo de Nueva York. Se fue, porque yo no respondía a nada más de lo que Camila decía, porque no merecía mi tiempo. "Siento lo que dije", me decía, pero yo no quería escucharla. Y así, en casa, pasaron las horas. Dash estaba tumbado en el suelo a mi lado, mientras yo estaba en el sofá mirando al techo con las noticias de fondo. Hablaban de mí, y de cómo los New York Giants volvían a estar interesados en mí. —¿Crees que deberíamos irnos, Dash? —Bajé una mano para acariciarle la cabeza lentamente, y él no se movió. —¿Crees que deberíamos dejar de molestar a esa familia? —Murmuré antes de soltar un pequeño suspiro, cerrando los ojos. Camila había dicho que lo sentía, pero no lo retiraba. Mi móvil empezó a vibrar encima de la mesa, y alargué la mano descolgando casi sin mirar. —¿Sí? —Respondí pasándome una mano por la cara. —¿Quién eres? Vaya... —Se escuchó una risa. —¡Se escucha en alto! —¿Maia? —Fruncí el ceño incorporándome, mirando a los lados. 75

—Sí, —se rio bajito— ¿quién eres tú? —Soy Lauren, ¿qué haces con el móvil de tu madre? —Maia comenzó a reírse y hacer ruidos. —¡¡Lauren!! ¿Dónde estás? Te echo mucho de menos... —Estoy ocupada, Maia, yo... —Maia, ¿a quién estás llamando? —La voz de Camila sonó de fondo algo agitada. —No puedes molestar a la gente, cariño. —Pero mami... —No. —Y colgaron. No sabía que era yo, porque si supiese que era yo probablemente actuaría de otra forma. Volví a tumbarme en el sofá suspirando, porque estaba agotada de sentirme así. De sentir como si me taladrasen la cabeza y el pecho a la vez. —Las echo de menos, ¿sabes? —Reí un poco, negando, porque no podía ser. Era como si Camila no quisiese que me acercase a ellas, y sí, entendía que no iba a ser nunca su madre, ni nada parecido, ni siquiera un familiar, pero me hundía oírlo. *** Dash tiraba de mí mientras lo paseaba, y era incluso más fuerte que yo. Es más, creía que él me paseaba a mí en vez de yo a él. Era demasiado bueno, lo saqué de la protectora siendo un cachorro, ni siquiera se fiaba de mí, no me dejaba tocarlo, y ahora casi ni se separa de mi lado. —No te vayas, ¿eh? —No había ninguna zona libre, pero tenía que sacar dinero del cajero, así que até a Dash al poste de una señal de stop y él se quedó allí, mirándome mientras yo sacaba dinero. Me acerqué al cajero e introduje la contraseña y la clave de la tarjeta, observando el saldo en cuenta. Lo que de verdad me daba pena es tener todo ese dinero ahí y que Camila y Maia estuviesen pasando frío. Saqué el dinero y lo guardé en la cartera, girándome para volver a coger a Dash, pero para mi sorpresa, Maia estaba abrazada al cuello de Dash dándole un beso en la cabeza. —¿Maia? —Guardé mi cartera en el bolsillo y me acerqué a ella, antes, mirando a los lados. —Maia, ¿qué haces aquí? —¡Lauren! —Se abalanzó a mi cuello, y yo no sabía si responderle al abrazo o no. —¿Dónde estabas? —Su voz era tan inocente y dulce, que casi se me derretía el corazón al oírla. —Maia, ¿qué haces? —Camila apareció casi corriendo, y al verme paró de golpe. Yo me 76

levanté y le quité la correa a Dash. —Hey. —Dijo ella, escuetamente. —Hola. ¿De dónde vienes? —Miré una carpeta que tenía en la mano, y ella negó. —Buscar trabajo. ¿Y tú? —Agaché la cabeza negando, porque era muy irónico y paradójico que le dijese que iba a sacar dinero. —Pasear a Dash. —Lo señalé, que buscaba a Maia para olisquearla, y ella lo abrazaba con fuerza. —Pero ya me iba, tranquila. Y no deberías buscar trabajo ahora. —¿Por qué no? —Ella se cruzó de brazos, y sí, otra vez estaba a la defensiva con aquella postura. —Porque tu mano aún se resiente de la operación y no puedes forzarla, o no habrá valido para nada. —Camila agachó la cabeza y yo tiré de Dash, que ni siquiera se movía al tirar de la correa. —¿Quieres venir a tomar un café? —Me lo pensé incluso, pero no, no podía hacerlo. —No, no puedo tomar café. —Perfecta excusa, Jauregui. Perfecta. —Puedes tomar otra cosa, no sólo tomar café. —Maia estaba a punto de subirse encima de Dash, abrazándolo con fuerza. Creo que el amor que tenía Dash por Maia no lo tenía ni conmigo, desgraciado. —Lauren... Necesito hablar contigo de lo que ha pasado. Necesito aclarar todo esto, te echo de menos. —Se acercó a mí, hablándome en susurros para que Maia no escuchase. Cerré los ojos al escuchar las palabras de Camila, negando y eso casi me dolió más a mí que a ella. —No. —Respondí, alejándome un poco, apretando la correa de Dash en la mano. —Si quieres os acompaño a casa, pero no, no puedo. —Retiré la mirada de los ojos de Camila, y el silencio parecía haber invadido la calle entera. —Está bien. —Accedió. Íbamos por la acera sin decir nada, y Maia andaba al lado de Dash dando saltitos, pero yo no podía ni siquiera levantar la cabeza del suelo. Al llegar a la puerta de su casa, Maia soltó al perro y se abrazó a mis piernas. —Mami, ¿puede quedarse a dormir Lauren esta noche? —Le preguntó la pequeña a Camila, y yo negué sin que ella contestase. —No puedo. —La peor parte de todo esto, era que me daba pena tocar a Maia por aquellas palabras que me dedicó Camila. Nunca sabría lo que es eso. —Está bien... Cariño, ve a tu habitación. —Señaló las escaleras Camila y Maia salió corriendo para desaparecer por el pasillo. —Gracias por acompañarme. —De nada. —Dije con la mirada fija en el suelo, sin querer siquiera mirarla a los ojos, porque no podía hacerlo. Camila dio unos pasos hacia mí, plantándose justo frente a mí, y 77

una de sus manos cogió mis dedos. Ni siquiera reaccioné. —Lauren.. —Susurró acercando su cara a la mía, pero yo no respondí. Sentí su aliento chocar contra mis labios, y me besó de forma tímida, tierna, que en cualquier otra situación hubiese respondido, pero al ver que yo no me movía, paró. —No puedo. —Respondí apartándome un poco, cogiendo la correa de Dash. —No puedo estar contigo. No así. —Negué dándome la vuelta, saliendo del pequeño jardín. —¿Me vas a culpar siempre por una frase por la que ya te pedí perdón, porque no llevaba razón? —Alzó la voz y me paré en seco, dándome la vuelta. —No te culpo por la frase. Necesito alejarme de ti, para que Maia no se confunda, para que tú no vuelvas a enfadarte porque quiero cuidarla, para que todo vuelva a la normalidad. Soy nada para ella, y para ti también. *** Camila's POV Sí, había hecho el idiota de una forma tan profunda que aquella frase había destruido todas las esperanzas que tenía de estar con ella, porque de verdad la necesitaba. Empecé a sentir cosas que ni yo misma sabía, y la echaba de menos. Que se apartase de mí de aquella forma cuando quise besarla, terminó de destrozarme. Aquella tarde, Maia estaba jugando con las pinturas en la cocina después de haberme rogado desde que llegó del colegio así que al final la consentí. Escuchaba cómo se reía pintando, y cuando llegué a la cocina estaba con la cara con manchas azules, verdes y rojas, las manos llenas de pintura y el jersey que se había vuelto multicolor. No me podía imaginar lo mucho que le hubiese gustado a Lauren ver a Maia así, y ponerse a pintar con ella, y a mí se me derretía el corazón sólo con pensarlo. Así que, si ella no quería perdonarme, iba a hacerlo, iba a tenerla de vuelta conmigo y con Maia. Claro que quería que estuviese con ella, y quería que volviese a cuidar de Maia y... ¿Por qué no? Me gustaba casi parecer una familia. Así que me decidí y encendí la cámara del móvil, grabando y entrando en la cocina. —Dios mío, mira cómo te has puesto. —Dije con el móvil en la mano, llevándome la otra a la frente. Maia se reía, sentada de rodillas en la silla. —¡Mira! —Puso las manos en el folio poniendo estas y luego moviéndolas. —¿Te gusta? —Alzó las manitas mirándome, moviendo los dedos. —Es muy bonito, claro que me gusta. —Le acaricié el pelo con la mano, y ella levantó la mirada hacia mí. —¿Le gustará a Lauren? —Me senté a su lado, y le limpié la mejilla con el dedo. —Claro, le encantará. ¿Echas de menos a Lauren? —Maia asintió mientras dibujaba un 78

círculo con un dedo, e hizo un puchero. —¿Ya no me quiere? —Claro, claro que te quiere. ¿Te gustaría tener a Lauren aquí contigo? —Ella asintió con una sonrisa frotando sus manos para mezclar las pinturas, decía que eso le hacía cosquillas en las manos. —¡Sí! Quiero que me lleve en su coche al cole. —Sus manos, manchadas por completo de pintura, se posaron en mis mejillas y abrí los labios, enfocándome con la cámara. Maia se reía sin control, y yo la miré sin cerrar la boca. —¡Me has manchado! —Maia se puso de pie en la silla y la sujeté por las piernas, sentándola en mi regazo dándole un beso en la cabeza. —Mira, esto es un vídeo para Lauren, ¿le quieres decir algo? —Mmmh... —Se miró las manos y jugueteó con ellas, tocándome la mejilla con un dedo. —Quiero abrazar a su perrito. Y que... —Se quedó un momento pensativa. —Quiero dormir con Lauren. —¿Quieres dormir con Lauren? —Fruncí el ceño, y Maia asintió cogiendo un papel de la mesa, para casi prácticamente pegárselo a las manos. —Sí, como duermo contigo. Y así nunca nunca tendré frío. —Me miró arrugando un poco la nariz. —¿Puedes dormir tú también con Lauren y conmigo? ¡Quiero! —Alzó los brazos, a la vez que yo las cejas mirándola con una suave risa. —Podría si Lauren me dejase, cariño. —Metí un mechón de pelo tras su oreja, sonriendo algo tierna por lo que decía Maia. —Yo quiero que duermas con nosotras. —Hizo un puchero, apoyando la cabeza en mi pecho. —Y yo también quiero, créeme. Pulsé enviar, y tan rápido como levanté el dedo de la pantalla, el vídeo iba a llegarle a Lauren. *** Lauren no respondió, pero yo no iba a parar en mis intentos de enternecer aquél corazón que intentaba parecer de hierro, pero en realidad no. —¿Qué estás haciendo? —Dije viendo a Maia en el salón, grabándola de nuevo, y solté una suave risa. —Me preparo para el baño. —La pequeña se estaba quitando la ropa mirando la tele, sin siquiera mirarme a mí.

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—¿Te gusta Bob Esponja? —Asintió quedándose sentada encima de la mesa del salón en ropa interior, y yo no podía dejar de reírme. —¿O te gusta más Dora? —Ni siquiera me contestó porque su mirada estaba fija en la tele, y me acerqué a ella, poniendo un paquete frente a ella. —¿Qué es esto? —¿¡Qué es!? —Maia apartó la mirada de la tele y cogió el paquete envuelto, abriéndolo casi a tirones echándose en el suelo. Cuando vio la caja, me miró con la boca abierta, y luego a la caja, y luego a mí. —¿Te gusta? —No dejaba de grabarla, porque sencillamente, era lo más adorable del mundo. —¡Es arena de colores! —Se echó encima de la caja, dándole un beso que provocaban mi risa. Maia tenía una obsesión por querer llevarse la arena de la playa cuando íbamos, y siempre lloraba cuando le decía que no. —¿Sabes quién te lo ha comprado? Ha sido Lauren. ¿Te gusta? —Maia asintió haciendo pucheros, y comenzó a llorar abrazándose a mis piernas. —Aw, mi vida... —La cogí en brazos para darle un beso en la frente. —No llores, es un regalo. —Cada vez que recibía juguetes nuevos, Maia lloraba abrazándolos. Y aquello se lo había comprado Lauren antes de que pasase todo eso, pero yo le dije que no, que viniese a recogerlo a casa pero... Nunca vino. Así que decidí dárselo, y demostrarle a Lauren que me estaba tragando mi orgullo. Le envié el vídeo, pero de nuevo, Lauren no respondió. *** Al día siguiente, Maia no se podía quedar dormida y rodaba por la cama, le dejé mi móvil para que se entre tuviese y como tenía la cámara abierta de aquellas veces que le había mandado los vídeos a Lauren, comenzó a grabar sin que yo lo supiese. —Mai. —Le di un beso en la mejilla para que me hiciese caso, y ella soltó suaves risas al sentir mis besos. —¿Quieres a Lauren? —Sí. Mucho. —Respondió, y suspiré abrazándola un poco contra mí. —¿Te gustaría que Lauren fuese como una... Segunda mami? Que estuviese ahí siempre, pudieses dormir con ella, te llevase al cole, te ayudase a tomar la cena... —Le peiné un poco el pelo, cerrando los ojos esperando su respuesta. —Sí. Me gusta el coche de Lauren. —Sonrió, y solté una carcajada al escuchar su respuesta. —¿Y seríais como el papi de Nick y su mami? —Maia no dejaba de toquetear el móvil, y asentí. —Ajá. Como Ed y Dinah. —Eché su pelo hacia atrás con la mano. —¿Y tendré hermanitos? —Abrí los ojos de par en par al escuchar a Maia, quedándome 80

en silencio. —¿Quién te ha dicho a ti eso, eh? —Comencé a darle besos por las mejillas y ella rio, manoseando el móvil entre sus manos dándole a botones sin sentido, provocando que el vídeo se enviase a Lauren. Y esa vez, sí que respondió, pero no en un mensaje. Capítulo 13 Camila's POV Aquél sábado, Maia y yo nos habíamos quedado hasta tarde (las doce de la noche, ni más ni menos) viendo películas de princesas en la tele, aunque La Sirenita sólo dio tiempo a verla hasta la mitad, porque en los anuncios la pobre se quedó dormida, aunque la dejé aguantar hasta esa hora. Así que, a la mañana siguiente la tenía abrazada a mi cintura, y yo estaba completamente dormida, disfrutando de aquél plácido sueño hasta que sonó el timbre. Fruncí el ceño y abrí los ojos, eran sólo las ocho de la mañana, ¿quién narices sería a aquella hora? Como fuese el cartero, iba a matarlo. Me puse la bata atándomela a la cintura, y bajé las escaleras. No estaba de muy buen humor durante aquellos días, porque había perdido a Lauren y no sabía cómo recuperarla. No sabía tampoco qué hacer para dejar de sentir esas cosas, para dejar de sentir cómo si me hundiese cada vez que en la tele decían que se iba a Nueva York, pero yo no me lo creía, como me dijo Lauren una vez, "no te creas nada hasta que no te lo diga yo". Abrí la puerta y Lauren estaba tras ella. La estampa blanca lucía a sus espaldas, llevaba su chaqueta de cuero, un gorro y la bufanda. Simplemente, me quedé congelada al verla y no sólo por el frío que entraba en casa desde la calle. —Buenos días. –Dijo ella, pero ni siquiera sabía cómo reaccionar. ¿Aquello de verdad estaba pasando? Al principio me pareció bien, pero al segundo siguiente ya no sabía para qué estaba allí. —Buenos días. –Intenté aclarar aquella cara de dormida que tenía, pero era simplemente imposible porque acababa de saltar de la cama. —He visto los vídeos. Y yo, uhm... —Miró hacia otro lado, quedándose en silencio, pensativa. —Vale, déjame explicarte. Primero siento todo lo que dije, de verdad. Necesito tu ayuda, no sólo económica. –Lauren soltó una risa, negando un poco. –Es decir... —Me di cuenta de que estaba temblando de frío, y me aparté de la puerta para que entrase. –Lo siento, pasa, qué inútil soy. —No, no lo eres. –Respondió con contundencia, quitándose el gorro con algunos copos de nieve de la cabeza. 81

—Vale... —Me recogí el pelo en una coleta porque sinceramente, parecía que había salido de la lavadora, y me daba verdadera vergüenza que me viese así. –Ya estoy, más o menos. –Suspiré cerrando los ojos, intentando encontrar las palabas adecuadas. –Te necesito. Pero no por el dinero, me da igual eso, aunque sí, me has dicho mil veces que cuando me haga falta lo tendré. No, no es por eso. –Apreté los labios intentando hablar después de que sus ojos se clavasen en mí. –Me... Me encanta estar contigo. Me encanta parecer una pequeña familia cuando estás con Maia, me encanta que la cuides, me encanta cuando comemos juntas, o cuando simplemente juegas con ella. Y yo... —Solté una pequeña risa, mordiéndome el labio inferior bajo su mirada. –Me estoy enamorando de ti. Sólo pienso en que me abraces, o que me vuelvas a besar. Cuando no estás me dedico a recordar algo que me has dicho, o cómo nos hemos besado y ruego para que vuelva a pasar. Es una necesidad estar contigo, y no tengo miedo de estar contigo. De que pueda llamarte 'mi novia' de una vez, o de que nadie se extrañe cuando pasamos el día entero juntas pero no estemos saliendo. Quiero levantarme a tu lado por las mañanas, que me abraces, o simplemente abrazarme a ti mientras duermes. –Lauren me miraba en silencio, y no sabía qué esperar, porque de ella no salía ninguna reacción. Su cabeza se ladeó, casi desencajando la mandíbula, y me temía lo peor. Se irguió con el rostro serio, y cerré los ojos negando con un suspiro. –Si esa es tu forma de decirme que... –Y me besó. Enlazó sus manos con las mías y mis dedos rozaron los suyos, siguiendo aquél beso lento, por mi parte, casi desesperado, hasta que ella se separó. —Y creo que sois adorables. –Siguió la frase que había empezado al principio antes de que la interrumpiese, y me sentí una auténtica idiota, porque si la hubiese dejado hablar quizás me habría ahorrado todas aquellas palabras. —¿No te vas a Nueva York? –Lauren negó con las manos en mi cintura, y la abracé, escondiendo mi rostro en el hueco que dejaba su cuello, sonriendo ampliamente. —¿Recuerdas lo que te dije? Que no te creyeses nada de lo que la gente dijese hasta que te lo dijera yo. –Sus labios dieron un tierno beso en la punta de mi nariz, y otro en mi mejilla. –Así que... —Suspiró separándose un poco, ladeando la cabeza. –Camila, quiero salir contigo. Y si la gente me pregunta, podré decir, sí, tengo novia y es preciosa, y si la veis con su hija aún lo es más. —No he estado en una relación desde hace cinco años, ¿crees que lo haré bien? –Mordisqueé mi labio inferior algo nerviosa, y ella frunció el ceño. —Lo has estado haciendo hasta ahora sin ser mi novia, así que, sí. –Asintió, y volvió a besar mi labio inferior casi como si quisiese quitar las marcas que había dejado con los dientes al mordisquearla, provocando una sonrisa en mis labios. –Por cierto, se me olvidó preguntarte... ¿Qué tal fue el otro día? ¿Lo hice bien, mal...? –Entreabrí la boca soltando una carcajada, negando. —¿Te tengo que contar eso? –Dije soltando su mano, cruzándome de brazos. —Claro, ahora eres mi novia y me interesa saber eso. 82

—Y yo creo que ya sabes la respuesta y por eso lo preguntas. –Entré en la cocina intentando no reírme, apretando los labios. —Ya, pero me gusta escuchártelo decir. –Se puso detrás de mí y suspiré cerrando los ojos. —Me gustó mucho *** Lauren's POV Desde el calentamiento, pude ver en los asientos a Camila con Maia de pie entre sus piernas jugando con algo. Iba vestida con la camiseta negra, el pantalón y las botas que le regalé, justo igual que yo iba vestida aquél día. La vista se me iba hacia ellas pero tenía que concentrarme en el partido, y además en el calentamiento. Pero no podía, aquella mañana todo había sido mejor de lo que esperaba, y sin duda alguna, no me arrepentía. Volvimos al vestuario, última charla y al campo de nuevo, pero esta vez paré para coger a Maia en brazos, que se agarró a mi cuello. —Suerte. –Me dijo Camila justo a la salida del vestuario, y sonreí. —Gracias. ¿Te gusta esto? –Le dije a Maia que miraba a la gente con la boca abierta, y yo la sostenía llegando hasta el grupo para hacer la foto. —Es muuuy enorme. –Dijo ella abriendo la boca, sonriendo. Me coloqué en mi sitio, con Maia en brazos y señalé al frente, justo donde estaba Camila cruzada de brazos. —Mira a mamá. –Dije para que mirase al frente al hacer la foto, y la dejé en el suelo luego, cogiéndola de la mano y la llevé hacia donde estaba Camila. —¡Suerte Lauren! –Gritó Maia alzando los brazos, antes de que le diese un beso en la mejilla, a ella y a Camila. Camila's POV Cuando el partido comenzó nos sentamos donde siempre, los dos sitios estaban libres y ya casi parecía que lo tenían reservado para nosotras. El camarero se acercó a Maia, agachándose un poco. —Vaya, hacía mucho tiempo que no te veía por aquí, Maia. –Dijo él, abriéndole un zumo de melocotón poniéndole la pajita. —Yo a ti tampoco. –Arrugó la nariz cogiéndolo con las manos, dándole un pequeño sorbo. El camarero se rio, y volvió a su sitio dejando que Maia se girase para ver el partido, señalando a Lauren. La verdad es que a mí me daba bastante miedo que Lauren se hiciese daño, como le 83

pasaba usualmente. Quizás yo era una exagerada, porque sólo eran arañazos leves, pero cuando se los hacía siempre pensaba que podrían ser algo más, y entonces es cuando Lauren me llamaba paranoica. Maia estaba a mi lado moviéndose de un sitio para otro siguiendo el partido, señalando el balón y saltando cuando había alguna jugada. Quizás, ella con cuatro años entendía mejor el fútbol que yo. —¿Camila? –La voz de Dinah me sorprendió entrando por detrás, y me di la vuelta con una sonrisa. –Vaya, ¿qué haces aquí? —Vengo a ver todos los partidos de Lauren, lo que me sorprende es verte a ti aquí. –Ella rodó los ojos con una risa, sentándose a mi lado. —No suelo venir para ver cómo le pegan, ¿sabes? Pero tenía una reunión con los agentes de Nueva York. —¿Nueva York? –Me giré hacia ella casi alarmada, y asintió cogiendo un vaso de refresco que le tendió el camarero. —Sí. ¿No te lo ha dicho? Se queda en Portland, así que quedé con ellos para rechazar la oferta. –Solté un suspiro de alivio relajándome en el asiento, cerrando los ojos. —Dios, deja de asustarme de esa forma. –Ella rio, y Maia señalaba el partido. Comenzaba a haber un murmullo general, y cuando giré la cabeza es que Lauren corría por el campo con el balón, mirando al frente y de nuevo a la pelota entre sus pies. Esquivaba a una, a otra, la pasaba, corría más rápido, controlaba el balón y lanzó este dándole una patada. El balón chocó contra el poste para acabar dentro, y a sus compañeras no le dio tiempo a reaccionar porque vino corriendo hacia nosotras, saltando una de las vallas de publicidad y subiendo entre los asientos del público hasta llegar hasta a mí. Me levanté e incliné mi cuerpo cuando llegó a la zona más reservada donde estábamos, y me besó. Pude sentir su respiración inestable y el sudor leve en su cara, antes de separarse de mí con una sonrisa y volver a bajar, dejándome allí como una idiota. Cuando me giré, Maia me estaba mirando con las dos manos puestas en la boca, y eso había sido un factor que no había tenido en cuenta. Soltó una risa señalándome, y Dinah la tenía agarrada por la cintura. —¿Qué opinas de eso? –Le preguntó a la pequeña, y me senté cogiéndola de las manitas para tenerla frente a mí. —Mami es novia de Lauren. –Se las volvió a poner en la boca sonriendo, y la abracé contra mí cerrando los ojos, llenándole la cara de besos. —Sí, mamá es novia de Lauren. –Ella se abrazó a mí, y la senté en mi regazo, dándole un beso en la cabeza porque no parecía que le molestase, es más, le gustaba. —Así que, ¿ya lo habéis hecho oficial? –Dinah frunció el ceño bebiendo del vaso, y asentí dejando que Maia jugase con mi mano, como solía hacer. 84

—Sí... Es decir... Después de todo, hay cosas que no puedes dejar pasar. –Me encogí de hombros sonriendo, y ella asintió cruzando las piernas, quedándose medio recostada. —Me alegro mucho por vosotras, Lauren estaba colada por ti, en serio. –Alcé las cejas, y ella asintió, porque prácticamente le estaba preguntando con gestos. –Nunca la había visto así, y la conozco desde hace muchísimo. —Creo que ella hace las cosas con mucha... Pasión, no sé si me entiendes. Juega al fútbol porque le encanta, escucha música porque le apasiona, y me quiere porque... —Me quedé en silencio, encogiéndome de hombros. —¿Por qué te ama? –Dijo ella, y negué soltando una risa, dirigiendo la vista al partido. —Porque cuando quiere a alguien, no importa de qué forma sea, lo hace de una forma muy entregada, pasional, le da igual hacerse daño. –Dinah asintió, mirando las dos a Lauren que corría por el campo. —¡¡ESO ES UNA PUTA FALTA MÁS GRANDE QUE TU PUTA CABEZA!! –Dinah se levantó señalando al árbitro, y tuve que taparle los oídos a Maia mientras yo me reía, porque había saltado de una forma tan espontánea que aún me sorprendía. Lauren giró la cabeza hacia Dinah mientras caminaba hacia atrás, haciéndole un gesto para que se callase, y volvió a correr un poco. —Ya está, ya me quiere callar, siempre lo mismo. –Negó refunfuñando Dinah. —Quizás es porque eres su representante. —O quizás es porque ella es idiota. —También es una opción. Capítulo 14 Lauren's POV Se acercaba Navidad, y el último entrenamiento con el equipo antes de las fiestas era algo más ligero. Los niños venían con sus madres, y a mí siempre me hacía mucha ilusión, aunque en cierta parte me daba algo de pena. Jugaba con los hijos de mis compañeras, aunque claramente no era lo mismo, porque a los diez minutos querían volver con sus madres. Pero aquél año era diferente, Camila me dejó recoger temprano a Maia, y casi iba vestida como yo. Pantalón largo negro, las botas de fútbol que le regalé y una nueva sudadera roja con detalles negros, además de su pequeño gorrito y guantes. A pesar de que el techo de estadio estaba cubierto, hacía muchísimo frío. Tenía a Maia en brazos, y sus mejillas estaban ligeramente rosadas por la sensación térmica de frío gélido, y no dejaba de mirarla, porque era preciosa. Tenía rasgos latinos de Camila, pero era castaña, casi rubia con ojos azules.

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—¿Te gusta esto? —Maia asintió antes de tocar el suelo con los pies, y se agachó para acariciar el césped con las manos. —Está muy suave. —Se rio mirándome, y me dio su mano para ir al centro del campo. —¿Puedo coger una pelota? —Por supuesto que sí. —Dije cogiendo una de la red, dejándola en el suelo. Creí que iba a darle con los pies al balón, pero en vez de eso lo cogió con las manos y lo lanzó. Era demasiado graciosa. —No, mira Mai, es con los pies. —Le di un toquecito al balón, llevándoselo a ella de nuevo. Maia estiró la pierna para darle una patada, que sólo avanzó un metro. —¡Muy bien! Mira, ¿quieres ver algo? —Comencé a darle pequeñas patadas al balón, y pasé el pie alrededor de este antes de que volviese a rebotar en mi pie. —¡Ualaaaa! —Señaló mi pie ella, y bajé la pelota riendo. —¿Quieres marcar un gol? —La cogí de la mano acercándome a la portería, poniéndola bastante cerca porque si no, no llegaría a esta, y le puse la pelota en los pies. —Voy a ponerme ahí, tienes que tirar fuerte, ¿vale? —Maia asintió, y su rostro era la cosa más adorable del mundo. Sonreía y me miraba algo tímida al verme en la portería. Le dio una patada a la pelota que salió lento, muy lento y yo me quedé en el centro viendo cómo cruzaba la línea y caí de rodillas al suelo. —¡Nooooooooooo! ¡Me has marcado! —Dije tirándome al suelo, y Maia corrió hacia mí, echándose encima riendo, dándome un abrazo. —Nooo, Lauren, no llores, tú también marcas. —Me dio un beso en la mejilla, y no pude más que soltar una pequeña risa y abrazarla, quedándome sentada en el suelo con ella entre las piernas. —¿Puedo preguntarte algo? —Le coloqué bien el gorrito, y Maia asintió poniéndome las manos en las mejillas casi como si quisiese darme calor. —¿Te gusta que esté con tu mami? —Sí. —Dijo Maia, señalándome con el dedo. —Le diste un beso en la boca a mamá. —Se tapó la boca con las manos agachándose para quedar en cuclillas, y no pude evitar reírme. —¿Recuerdas como era tu padre? —Maia se sentó con la pelota entre las piernas, y estas estiradas, dándole golpecitos. —No tengo papá. —Levantó la mirada hacia mí. —¿Quieres ser mi papá? Yo quiero que lo seas. —Entreabrí los labios ante la respuesta de Maia, que siempre me dejaba con la boca abierta con aquellas caídas que tenía. —No puedo ser tu papá, cariño. —Me pasó la pelota con las manos, y la cogí volviéndosela a pasar. —¿Por qué?

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—Porque soy una chica, no un chico. Entonces sería tu mamá, pero tu mamá es Camila. —Sonreí mirando hacia otro lado, y vi que una pelota iba directa a la cabeza de Maia y no sé de dónde saqué los reflejos para poner el brazo y que me diese a mí en vez de a ella. —¡Eh! ¿¡Qué cojones haces!? ¿No estás viendo que está la niña aquí o qué coño te pasa? —La hija de una de mis compañeras de doce años acababa de chutar a portería, viendo que Maia estaba ahí. —¡Lo siento mucho Lauren! —Resoplé y me levanté cogiendo a Maia de la mano, caminando hasta un poco menos del centro del campo, poniendo la pelota en el suelo. Golpeé el balón y fue desde el interior al exterior, golpeando el travesaño de la portería. —Uala, Lauren. —Maia se agarró a mi pantalón viendo que una de mis compañeras se acercaba a mí. —No sabía que tenías una hija. —Puse la mano en la cabeza de Maia que estaba algo avergonzada tras mis piernas, sujetándose. —No es mi hija. Ella es... La hija de mi novia. —Aquello sonó un poco raro al decirlo, chocante, porque nunca antes había llamado 'mi novia' a Camila, y la verdad es que sonaba bien. —Pues es preciosa. —Maia miraba a la chica desde detrás, con algo de timidez. —Sí... Mai, ¿quieres que vayamos a por mamá? —Me agaché delante de ella, que asentía agarrándose a mi cuello para que la cogiese en brazos. Salimos de allí y la senté en el asiento trasero, colocándole el cinturón, luego, me subí yo al asiento delantero arrancando, observándola a ratos por el retrovisor. —¿Dónde está mami? —Preguntó moviendo los pies, porque no llegaba al suelo. —Pues... Creo que está en el médico. ¿Quieres que vayamos a por ella? —Dije arrancando con una mano en la palanca de cambios, mirando a ratos a Maia por el retrovisor. —Sí. —Respondió con una sonrisa, quitándose los guantes con algo de torpeza hasta que terminó por dejarlos a un lado. Conduje hasta la clínica sin perder de vista a Maia que jugaba con los bordes del jersey básicamente igual que el mío, y paré en el aparcamiento esperando a que ella viniese. Miré por la ventanilla, y Camila salió por la puerta sacando el móvil, hasta que vio el coche y corrió con una sonrisa. Le abrí la puerta estirándome y ella entró, dándome un beso directamente en los labios al sentarse. Luego giró el cuerpo y estiró un brazo hacia Maia, acariciándole la mejilla. —¿Cómo os lo habéis pasado? —Preguntó ella mirando a su hija. —Muy bien. Lauren me ha enseñado a jugar a la pelota. —Saltó un poco en el asiento 87

con una risa, y arranqué, esperando a que Camila se pusiese el cinturón. —¿Sí? Eso es genial. —La miraba por el retrovisor mientras yo conducía, sin saber muy bien dónde ir. —¿Sabes Lauren? Estamos casi en Navidad, así que... He comprado algunas cosas para decorar tu casa. —Fruncí el ceño y escuché a Maia aplaudir, pero yo no. —¿Del dinero que te di? —Paré en un semáforo girándome para mirarla. —Claro, no lo necesito pero tu casa sí. ¿Qué es una casa sin adornos, Lauren? —Alcé las cejas y arranqué de nuevo cambiando de marcha con la palanca, viendo cómo volvía a nevar en Portland. —¡Navidad! —Maia reía, aplaudiendo al escuchar las palabras de su madre. Al final, las llevé a mi casa, y Dash estaba justo detrás de la puerta esperando a que entrásemos, pero a nosotras ni siquiera nos hizo caso, porque comenzó a frotar la cabeza contra Maia, que lo abrazaba por el cuello. —Hola perrito. —No sabía por qué nunca lo llamaba por su nombre, pero así daba incluso más ternura aún. —No sé cómo puede quererlo tanto. —Dije con el ceño algo fruncido, y Camila puso las bolsas en el sofá y sacó una guirnalda color rojo pasándomela por el cuello, haciéndome arrugar la nariz. —Vamos a adornar tu casa. —Di mi negativa negando con la cabeza pero ella asentía cerrando los ojos, y Maia se subió al sofá para tirar de mi mano. —Sí. —¡Sí Lauren! —Volví a mirar a Camila, que se mordía el labio mientras asentía, pero me di por vencida. Camila colocó aquellas guirnaldas en la barandilla de la escalera, algo de muérdago encima de la tele, luces, y todo muy bien decorado, casi como de película. —Podrías haberte dedicado al diseño. —Dije poniendo el árbol justo en una esquina de la cristalera, y ella comenzó a poner la guirnalda de color rojo alrededor del árbol, y Maia y yo colocábamos las bolas con cuidado, rojas con toques dorados y doradas con toques rojos. —¿Tú crees? —Preguntó llegando encima del árbol, ayudándonos a colocar las bolas a Maia y a mí, que le costaba algo más de dos minutos colocar una sola bola, pero aun así, nos ayudaba. —Claro, has dejado la casa preciosa. —Rodeé el árbol con cuidado con las luces de navidad amarillas, enchufándolas para que comenzasen a brillar. —Bueno, si quieres te podría ayudar a redecorarla, pero creo que así está bien. —Terminamos casi de poner las bolitas y Maia andaba por alrededor, tocando las hojas 88

del árbol y riéndose porque le hacía cosquillas en las palmas de las manos. —Mai, ¿quieres poner la estrella? —Preguntó Camila a su hija, enseñándole la estrella. Estiró los brazos y la cogí, dándole un beso en la mejilla. Sostuvo la estrella entre las manos y la alcé un poco para que pudiese ponerla en la cúspide del abeto, y lo hizo. Se quedó mirándola un momento y la señaló, antes de girar la cabeza y mirar a su madre. —Lo has hecho genial. —La bajé un poco, pero no la solté, sino que seguía entre mis brazos, y nos quedamos mirando el árbol con una sonrisa. Giré la cabeza hacia Camila, y la observé, y ella me miró a mí. Hice un simple gesto, que hace pocos días jamás me podría haber permitido. La besé, tan simple y corto que me dejó con ganas de más, pero me bastaba. Maia nos miraba jugando con las mangas de mi jersey, algo tímida, porque jamás había visto a su madre besarse con alguien y menos con una chica. Así que, a la vez y como si estuviese planeado, comenzamos a darle besos en las mejillas escuchando la risa de Maia, que se retorcía entre mis brazos por las cosquillas. En cuanto dejamos a Maia sentada en el sofá, se quedó dormida, y a mí me daba un poco de pena despertarla para cenar, así que decidimos que se acostase y nada más. Camila la dejó en la cama y salió al pasillo donde la esperaba yo. —¿Sigue dormida? —Pregunté levantándome de la pared, caminando junto a Camila para ir a la habitación. —Sí, dice que se lo pasó genial. —Mi mano se posó en su cintura, y entramos en la habitación. —Me encanta que pase tiempo contigo. —Al entrar en la habitación me quité el jersey sacándolo por la cabeza, dejándolo en la silla al lado del armario que había, y me giré hacia ella. —¿De verdad? —Camila se quitaba el pantalón, y sólo podía fijarme en sus piernas, en su ropa interior que se veía debajo del jersey de punto gris, que también se quitó quedando en sujetador. —Claro que sí. —Se acercó a mí poniéndose de puntillas y me dio un beso suave con la mano en mi mejilla, señalando luego un montón de ropa. —¿Puedo coger una camiseta? —Sí, sí. Cuando se la puso, rápidamente entró en la cama y se quitó el sujetador por debajo de la camiseta, dejándolo en la mesita de noche. —¿Vienes? —Preguntó poniéndose de lado, y en el instante en que terminé de cambiarme me colé en la cama, apagando la luz. Sus ojos permanecían abiertos en la oscuridad, iluminados por la luz que entraba por la ventana, aunque era poca, porque las nubes tapaban la luna. —Maia me ha dicho hoy que quiere que sea su padre. —Dije pasando una mano por su mejilla, y Camila arrugó un poco la nariz. —Le dije que no podía ser su padre porque era 89

una chica, y que su madre eras tú. —Ladeé la cabeza un poco, apartando el pelo que caía en su cara para pasarlo tras su oreja. —Eres mil veces mejor que ese idiota, estoy segura. —Nuestros labios se juntaron de nuevo, y pude denotar una sonrisa en su boca, mordiéndose el labio inferior. —Además, salir con una chica que tiene una hija de cuatro años no lo hace todo el mundo. —Finalizó con un suspiro. —Quiero a esa niña y... —La miré a ella, que esperaba con una sonrisa a que terminase la frase, pero me daba cierto miedo, así que me quedé en silencio. —Ella también te quiere. —Camila se giró, cogiendo mi brazo y pasándolo por su cintura para que la abrazase. —Te quiero, Camz. —Susurré en voz baja, terminando la frase que había empezado, sintiendo cómo su mano apretaba la mía. —Yo también te quiero, Lauren. *

*

*

Camila dormía abrazada a mi cintura, con la cabeza apoyada en mi pecho y yo no variaba mucho, porque el sueño me había invadido pronto. Pero algo pasaba, cuando abrí los ojos Camila estaba incorporada a mi lado con una sonrisa, ladeando la cabeza. —¿Qué ocurre, monito? —Dijo con la voz áspera, y dirigí la mirada a la puerta. Maia estaba allí con su pijama de fresitas, con las manos en la boca. Estaba lloviendo. —Tengo miedo mami... —Dijo en voz baja, caminando hasta la parte de la cama donde estaba Camila. —¿Quieres dormir conmigo y con Lauren? —Maia asintió, y Camila la cogió en brazos para subirla a la cama y colocarla entre nosotras. En cuanto sonó el primer trueno, Maia se escondió debajo del edredón, temblando un poco. —Eh, eh, no pasa nada.. —Puse una mano en su tripa, ya que estaba de cara a su madre echa una bolita entre sus brazos. —¿Mejor, Mai? —Susurró Camila en su oído, dándole un beso en la cabeza cuando la pequeña asintió. —Buenas noches, Maia. —Dije yo, dándole un besito en la mejilla antes de ponerme de lado, sonriendo al ver a Camila. —Buenas noches, Camz. —Le di un beso, tierno y suave, antes de separarme y quedarme absolutamente dormida.

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Capítulo 15 Lauren's POV El tacto de la mano de Camila contra mi espalda me hacía no querer despertarme, y su respiración, chocando contra mi cuello provocaba que quisiese pasarme toda la mañana abrazada a ella, viéndola despertar, viéndola removerse para encontrar una postura algo más confortable, viendo cómo sus manos apretaban las mías para que la apretase un poco más. Sus labios, de alguna manera, siempre estaban mojados, carnosos, rosados, con ganas de morderlos a deshoras. Su pelo, aunque estaba revuelto, encajaba perfectamente con la templanza y serenidad de su cara, que se acomodaba sobre la almohada, justo frente a mí, sin un ápice de querer despertarse, no aún. Pero entonces caí en la cuenta, había estado observando a Camila, a sus perfectas facciones durante un rato, pero no había reparado en que Maia no estaba. Antes de levantarme, le di un beso a Camila en la mejilla, y se removió buscando algo más el edredón para taparse. Bajé las escaleras al salón y escuché el sonido de la tele, en efecto, cuando bajé estaba encendida. Maia estaba sentada en el sofá, mirando la pantalla con Dash a su lado pero tumbado en el suelo. Estaban emitiendo un capítulo de Tom & Jerry, y al menos agradecía que echaran en la tele dibujos decentes, en vez de esas bazofias que echaban hoy en día. Lo que más me sorprendió es que sabía encender la tele, cuando yo estuve dos días intentando aprender a encenderla y apagarla. Maia giró la cabeza y me acerqué a la pequeña bordeando el sofá, quedando detrás. —Buenos días, Maia. –Dije yo, revolviéndole un poco el pelo con la mano. —Buenos días Lauren. –Respondió la niña volviendo a girarse hacia la tele, y bostecé, echándome el pelo a un lado enredándolo entre mis dedos. —¿Quieres desayunar, enana? –Me acerqué a la cocina y puse un poco de café en la cafetera, mirando por la ventana, estaba nevando de nuevo. Las luces del árbol parpadeaban, junto con las que había por encima de la tele. —Sí, por fi. –Respondió Maia, que me hizo sacar la primera sonrisa de la mañana. Le puse un poco de cereales con leche en un cuenco, un poco de pan y mermelada y zumo. Probablemente, Camila me diría que eso era demasiado para ella, pero si Maia no se lo terminaba, lo haría yo. Mientras la pequeña se tomaba el desayuno, yo bebía café viendo los dibujos con ella de pie apoyada en la mesa de la cocina. Tomé un sorbo de aquél café recién hecho, humeante, que daba olor a toda la estancia y Maia sujetaba una tostada con las dos manos para casi enterrar el rostro en esta, dándole un mordisquito. Como es lógico y normal, quedó manchada de mermelada, así que con una servilleta le limpié las mejillas.

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Cuando Camila bajó, nos encontró a mí y a Maia mirando la tele mientras yo bebía café, desde la cocina. La comida de los dibujos siempre me parecía deliciosa, era deliciosa, incluso cuando era pequeña me entraba hambre viendo la tele con mis hermanos. Bebí un poco más de la taza, y al bajar la taza vi a Camila aparecer por las escaleras, recogiéndose el pelo en una coleta. —Mmh... Qué bien huele. –Dijo ella, y moví la taza de café que estaba bebiendo, observando cómo se ponía delante de Maia en cuclillas, dándole un beso en la mejillas que hizo a la pequeña reír. —Buenos días mami. –Camila miró a Maia que le ponía una tostada en la boca, y la mordió, dándosela de nuevo a su hija. —Buenos días cariño, ¿has hecho tú el desayuno? –Maia negó señalándome. —Fue Lauren. ¿A que está bueno? –Camila sonrió asintiendo finalmente, dándole un beso en la mejilla y en la frente a Maia, antes de levantarse para venir hacia mí. Antes de decir nada, cogió mi taza de café y le dio un sorbo, dejándola otra vez en mi mano para darle un beso tierno en los labios. —Buenos días Aurora. –Sonreí, haciendo clara referencia a la Bella Durmiente, que ella conocía bien, por lo que rio. —¿Si yo soy Aurora, tú eres Felipe? –Se sentó en un taburete y le puse el desayuno en la mesa, que me agradeció apretando mi mano por encima de la mesa. —Me conformo con ser un pajarillo del bosque, pero sí. –Sonreí sentándome con mi plato en la mesa, tomando un sorbo de café.— ¿Sabes que Maia sabe encender la tele ella sola? –Camila se puso una mano en la boca para evitar reírse, mientras yo le echaba un poco de zumo en el vaso. —Es muy lista. –Nos quedamos mirándola mientras veía la tele, aunque se quedaba embobada a momentos sin siquiera masticar. —Tienes mucha suerte de tener una hija así. Es decir, no he visto una vez que hayas tenido que regañarle. –Volví a mirar a Camila mientras comía, cogiendo la taza. –Y tiene cuatro años. –Camila sonrió bebiendo de su vaso, ladeando la cabeza. —Odio a mi ex novio por dejarme embarazada, pero me dio a Maia, y aunque todo fuese duro por eso... No me arrepiento. ¿Entiendes? –Ella se giró hacia mí, y negué al mirarla. —No, no lo entiendo. No soy madre. –Me encogí de hombros con una sonrisa, cortando un poco de beicon del plato. –Pero sí comprendo la situación. —Algún día lo serás y lo entenderás. –Me atraganté mientras bebía café, dejando el vaso en la mesa y poniéndome un paño en la boca. —¿Qué ocurre? –Me cogió la mano por encima de la mesa y yo casi no podía hablar.

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—¿Algún día seré madre? –Cogí de nuevo el tenedor, y Camila abrió los ojos al escuchar lo que había dicho. —Es decir... Ha sido confuso. No quería que sonase a que vamos a tener una familia, ni presionarte, ni nada de eso con el futuro. –Para nada era eso. Es más, me hacía ilusión tener una familia, hijos, etc. Pero sabía que nunca lo tendría, de hecho me había hecho a la idea antes de conocer a Camila. —No, no me agobias, Camila. Sólo no me esperaba eso. –Camila soltó una risa, y sacudió la cabeza algo aturdida. –Por cierto, voy a Miami esta semana, pensé que podríais venir conmigo. –Ella se quedó en silencio, con el vaso de zumo en la mano. –Sólo si quieres, creía que sería bueno que vieses a tus padres. —Sí... —Asintió, pero miró a Maia apoyando la barbilla en la mano. –Pero no tengo dinero para pagarme un vuelo a Miami. Dos vuelos a Miami, además. —¿Quién dijo que los ibas a pagar tú? *** Camila's POV Tras muchos intentos, me convenció y llegamos a Miami. Nos cambiamos porque, del frío intenso de Portland al calor veraniego de Miami había un gran trecho, incluso Maia lo notaba. —Mami, hace mucho calor aquí. –Dijo Maia mirándose los zapatos, que eran unas sandalias rosas, a juego con su vestido. Nunca llevaba vestido, y era normal, porque en Portland era congelarse de frío. —Lo sé, cariño. –La llevaba de la mano, y Lauren caminaba a nuestro lado, observando la escena con algo de curiosidad y una sonrisa en los labios. –Pero podremos ir a la playa, ¿quieres? –Añadí. —¡Sí! –Respondió Maia alzando las manos, y solté una pequeña risa al escucharla. Llegamos a una casa frente a un canal de agua de mar, bordeado por césped, y suspiré en la puerta del jardín. —¿Preparada? –Preguntó Lauren en voz baja, y asentí caminando por el césped. Noté que mis manos temblaban un poco, y una de sus manos se acopló en su cintura, dándome un beso en el hombro antes de que llamase a la puerta. Unos segundos después, mi madre, una mujer bajita, de pelo rubio, con gafas pequeñas y rectangulares abrió la puerta. Su primera reacción fue taparse la boca con la mano, y Lauren cogió a Maia de la manita, retirándola un poco de la escena y sin dudar fue con ella. —¡Alejandro! ¡Alejandro! –Gritó mi madre llamando a mi padre, y me cogió la cara entre las manos. No había cambiado nada en absoluto, nada. Y ella empezó a llorar, pero yo no 93

sabía qué sentir, así que me dejé abrazar. La había echado de menos, sí, pero no se me olvidaba que ella me echó de casa cuando más la necesitaba. Mi padre apareció por las escaleras y apartó a mi madre para poder abrazarme, y yo me dejé, sintiendo cómo mis ojos se humedecían al sentir el cálido abrazo de mi padre, pero yo, yo no quería, no quería emocionarme por aquello. —¿Qué pasa? –Sofi apareció por las escaleras, y ella sí que se emocionó al verme. —¡Sofi! –Apartó a mis padres y la abracé, permitiéndome llorar, emocionarme y disfrutar de la única persona que me echó de menos cuando me fui de casa, la única que no quería que me fuese. –Estás enorme, dios, eres una mujer, eres preciosa. –Dije con su cara entre mis manos, aunque ella no paraba de llorar, y me abrazó, me abrazó fuerte, como si no quisiese que me fuera otra vez. —Quédate, Camila, quédate... —Apreté los ojos al escuchar las palabras de Sofi, que me partían el alma al escucharla. Al separarme, ella me limpió las lágrimas y yo limpié las suyas. La dejé siendo una niña, y ahora era una adolescente. Me giré hacia la puerta, y Maia estaba cogida de la mano de Lauren, delante de ella. —Esa es Lauren, es... Es mi novia. –Sofi abrió un poco los ojos, pero ni siquiera miré a mis padres. –Y esa es Maia, mi hija. —¿Esa es nuestra nieta? –Dijo mi madre señalando a Maia, y me reí negando. —¿Nieta? ¿Dices 'tu nieta'? Me echaste de casa estando embarazada de ella, mamá. Me dejaste en la calle, sin saber dónde ir, embarazada de la que tú llamas tu nieta. Me fui a vivir a Portland porque aquí no encontraba trabajo, y Maia nació allí. ¿Me llamaste para preguntar cómo estaba después del parto? ¿Me llamaste para preguntar siquiera cómo estaba 'tu nieta'? No. No tenía dinero para vivir, mamá, vivir, que no tenía ropa que ponerle a un bebé, ni comida que darle, ni calefacción. He trabajado día y noche para conseguir que no me quiten la casa, para darle un plato de comida caliente a mi hija. He trabajado limpiando durante cuatro años, imagínate de qué manera que me han tenido que operar esta mano. –Reí levantando la mano derecha para que viese la cicatriz. –No comía para que mi hija pudiese comer, he vendido mi sangre, mamá. Mi maldita sangre para que mi hija pudiese llevar la vida más normal posible. Me han cortado la luz, casi me quitan la casa, ¿y dónde estabas tú? ¿Llamaste? ¿Preguntaste por mí? ¿Sabías siquiera que estaba en Portland? —Camila... —Espetó mi padre. —Cállate. –Lo señalé apretando la mandíbula. –Una madre nunca, jamás, dejaría a su hija en la calle porque esté embarazada. Una madre nunca dejaría que su hija pasase lo que yo he pasado, y no puedes decirme que no lo sé, porque yo sí soy madre. Lo soy más que tú lo serás en toda tu vida. –Pude ver cómo mi madre miraba a Lauren. –Y sí, es mi novia. Con A, novia. 94

—Es una mujer. –Dijo mi madre con la voz temblorosa, apretando la mandíbula. —¿Vas a opinar sobre mi vida ahora? ¿Vas a decirme que soy lesbiana y que eso no está bien? ¿Eh? No tienes derecho a opinar sobre mi vida, nada. Si no fuese por ella, quizás no tendría a Maia. Quizás no tendría casa, y seguiría siendo una infeliz. ¿Y quieres saber qué, 'mamá'? –Me acerqué a ella sonriendo irónicamente. –Está siendo mejor madre con Maia, que tú lo serás como su abuela. Porque nunca lo serás. Jamás tendrás la oportunidad de saber cómo es, ni de verla sonreír, nada. Perdiste esa oportunidad cuando dejaste de ser mi madre. –Me alejé unos pasos, porque no tenían nada que objetar, ninguno de los dos. Me di la vuelta y me arrodillé delante de Maia, que con un dedo me quitó las lágrimas de los ojos. —No llores mami... —Reí un poco y tomé sus manos entre las mías, dándole un beso en las palmas. —¿Sabes por qué lloro? –Maia sonrió con la cabeza gacha. —Porque me quieres mucho. –Asentí dándole un beso en la mejilla, y ella se abrazó a mi cuello. Era lo único que me hacía sentir en los peores momentos. —¿Mila? –La voz de Sofi me llamó y giré la cabeza, sonriendo. —¿Puedo conocerla yo? —Claro, claro que sí. —Sofía, entra en casa. –Dijo mi madre, de brazos cruzados. —¿O qué? ¿Vas a echarme como hiciste con ella? –Se quedó en silencio y se giró, dejando la puerta abierta, y Sofi la cerró, antes de volver conmigo. —Primero, esta es Lauren. –Lauren le dio la mano a Sofi, que sonrió al ver a la morena. —Te conozco. Me suena mucho tu cara. –Lauren sonrió un poco, ladeando la cabeza. —¡Ya sé! Te vi en un anuncio de la tele. Anunciabas Sky Sports, ¿verdad? –Solté una suave risa al escuchar a Sofi. —Sí, soy yo. ¿Cómo has visto ese anuncio? —Mi padre ve el fútbol, así que... —Se encogió de hombros, y Lauren asintió con una gran sonrisa. Sofi se agachó delante de mí, y Maia escondió medio cuerpo detrás de mis piernas mirando a Maia. —Mai, esta es la tía Sofi. —Hola, Maia. –Dijo mi hermana, y Maia la saludó con la manita de forma tímida. –Soy hermana de tu mamá. —¿Es tu hermana? –Maia levantó la cabeza hacia mí y asentí, Maia se mordía el dedo. –Te pareces a mamá.

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—Porque es mi hermana, cariño. –Lauren y Sofi rieron, aunque Maia seguía algo tímida. –Siempre es así al principio, menos con Lauren. —Sí... Creo que fue porque cuando me vio la primera vez le di chucherías, así que.... –Las tres reímos, y comenzamos a caminar bordeando el canal. —Te echaba muchísimo de menos, de verdad, Mila. –Lauren llevaba a Maia de la mano, y mi hermana estaba abrazada a mí mientras andábamos. –Sabía que tenía una hermana, pero no estaba aquí para crecer con ella, ¿sabes? –Tragué un poco de saliva. —Perdóname por dejarte. –Dije cuando paramos en uno de los puestos a los que solíamos ir cuando éramos más pequeñas. –Recuerdo esto, recuerdo que nos gustaba venir a comer tacos aquí. —Sí, y mamá nunca me dejaba comer más de dos porque decía que me pondría gorda. –Arrugué la nariz y fruncí el ceño negando. —Eras perfecta antes y ahora, no dejes que mamá te diga gilipolleces. Pedimos un par de tacos para cada una, Lauren entretenía a Maia, y ella se comía medio taco, manchándose la boca de salsa. —Es preciosa, Camila. Es extraño pero se parece a Lauren. –Ladeé la cabeza con una sonrisa, porque las dos tenían la cara de tomate. —Sí, sí que se parecen. —Mucha gente me pregunta si es mi hija, pero porque creen que tengo los ojos azules, son verdes. –Dijo mirando a Sofi con los ojos entrecerrados. —Ya lo veo, pero digo en general. Os parecéis. Aunque es una réplica de Camila, pero se parece a ti y es raro. –Maia se acercó a Sofi, dándole de su taco. —¿Para mí? –La pequeña asintió sentándose al lado de mi hermana sin decir nada. –Muchas gracias Maia. –Sofi le acarició la cabeza, y ella sonrió. —De nada tía Sofi.

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Capítulo 16 Lauren's POV Y al día siguiente llegó mi turno. Veía la que fue mi casa durante diecisiete años, y sólo había cambiado el color de la pintura. Ahora, estaba reformada y el blanco era más puro y limpio. La bandera de Estados Unidos seguía ondeando anclada a la barandilla que subía al porche de casa, y eso, aquél patriotismo y mente retrógrada de mi familia, era lo que me daba más miedo. —¿Quieres que me quede aquí fuera? –Preguntó Camila en la puerta del jardín, con Maia de la mano, con una gorra puesta hacia atrás de florecitas. —No, necesito que vengas conmigo. –Dije pasándome una mano por el pelo. Cogí aire y lo expulsé lentamente, sin dar un paso al frente. —¿Estás preparada? –Camila apretó mi antebrazo, y caminé hasta llegar hasta la puerta de casa, casi conteniendo el aliento. Llamé al timbre, y esperé unos segundos. Tras la puerta estaba mi padre, y no, no había adelgazado aquellos años tampoco. Y tampoco se había afeitado la barba, ni había cambiado sus camisas. —¿Lauren? –Sonrió al verme, y me abrazó, sintiéndome tan pequeña como cuando tenía apenas cinco años, en los que me llevaba en brazos todo el rato, me subía a su espalda, y mi único problema en la vida era qué pedir para Navidad. —Papá... Esta es Camila, mi novia. Y su hija, Maia. –Me separé un poco para que la viera, su respuesta me ponía de los nervios. Pero no, no fue como yo creía. Mi padre extendió la mano con una sonrisa a Camila, y ella la estrechó. —Encantada. –Respondió la latina, pero cuando fue a saludar a Maia, estaba pegada a las piernas de Camila, cogiendo la mano de su madre delante de su cuerpo. —Hola, soy el papá de Lauren. –Maia lo miraba con recelo, apretando las manitas en las de su madre. —Hola papá de Lauren. –Saludó con la mano tímidamente, y mi padre soltó una risa. —¿Queréis pasar? Tu madre está dentro. –Y entramos. El salón seguía igual, pero me percaté de que en una de las estanterías frente al sofá algunos trofeos de mis campeonatos de fútbol que gané cuando era pequeña estaban puestos allí. También, algunas fotos en la mesa, de mis hermanos, de ellos, y una mía justo del día que me presentaron en Portland. —Mike, ¿te gusta el...? –Mi madre se paró en seco al verme, y salió disparada para abrazarme. Había echado de menos aquello, a mi familia. Estar siempre sola no era una de las mejores cosas que había sentido, pero después de lo que acababa de ver, que se seguían acordando de mí, y al fin y al cabo, me apoyaban en mi vida, me alegraba volver 97

a casa. –Has vuelto. –Mi madre lloraba, y yo la separé de mí para darle un beso en la frente. —Sí, he vuelto, por poco. –La verdad era que creía que mi familia seguía sin apoyarme, sin querer verme, sin aceptarme, pero todo lo contrario porque mi madre se quedó mirando a Camila. —¿Es tu novia? –La señaló, y Camila se mordió el labio inferior asintiendo. —¿Cómo lo sabes? –Camila sostenía a Maia contra ella, que agarraba sus manos contra su pecho. —Porque la besaste en mitad de un partido. –Cerré los ojos apretando los labios, asintiendo. —Claro. –La señalé sonriendo. –Camila, y su hija Maia. –Mi madre se agachó delante de Maia con las manos en las rodillas. —Eres muy guapa. –Maia seguía tímida, cogiendo las manos de Camila, y apretando estas. —¿Es muy tímida? —Con gente nueva sí... Ha conocido a mucha gente estos últimos días. –Dijo Camila acariciando la mejilla de la pequeña. Me acerqué a Maia y me agaché para quedar delante de ella, poniendo las manos en sus costados. —Ven conmigo. –La cogí en brazos, y ella puso los brazos alrededor de mi cuello. –Mira, esta es mi madre. Como tu mami es Camila, la mía es ella. —¿Os queréis quedar a cenar? –Mi padre puso su mano en mi hombro y asentí arqueando una media sonrisa, aunque a Camila no pareció importarle. Maia estaba entre Camila y yo, y era raro todo eso. Porque la última vez que los vi fue con 17 años, en una discusión que acabó conmigo llorando y saliendo de casa. Así que ahora, en la misma mesa, en el mismo salón, con mis padres, pero todo es diferente a la vez. Y mi madre parecía estar que se le caía la baba con Maia, aunque yo también lo estaba. Le contaba cómo conocí a Camila, y lo que íbamos a hacer en Navidad. Mi madre le quiso cocinar algo diferente a Maia, pero no fue necesario porque la pequeña estaba acostumbrada a comer verduras y lo que Camila hiciese. —Entonces... ¿Tuviste a Maia con 19 años? –Casi me atraganto ante la pregunta de mi madre, y me puse la mano en la boca. —Sí. –Respondió Camila, humedeciéndose los labios. —Mamá... —Dije en voz baja para que parase de preguntar cosas tan comprometidas. —No, está bien. –Sonrió Camila, poniendo una mano en mi rodilla debajo de la mesa. –Además, no fue mi culpa.

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—¿Y tus padres que dijeron? –Rodé los ojos cortando el filete, mirando a Maia que parecía no enterarse de nada, sólo comía moviendo los pies al no llegar al suelo. —Bueno... Me echaron de casa. –Mi madre y mi padre se quedaron en silencio, y negué con los ojos cerrados, soltando un suspiro. —Pero... ¿Volviste? –Camila negó con una sonrisa, y no sabía si era por ironía, por no saber si reír o llorar, o porque de verdad lo sentía así. —No, me fui a Portland. Crie a mi hija y conocí a Lauren. –Lo explicaba como si fuese tan normal, pero suponía que no quería que mis padres sintiesen lástima de ella, porque había oprimido toda su historia en Portland. —Yo también conocí a Lauren. –La voz inocente y dulce de Maia se escuchó entre Camila y yo, y Maia tenía un trozo de filete en la boca, aunque jugaba con una pelota pequeña que había ganado en uno de los puestos donde metes un dólar y sacas un regalo, y ese había sido el que le tocó. Cuando terminó la cena, sólo pudimos volver a casa. —Siento mucho lo de tus padres. –Dije, como si aquello de que me hablase de nuevo con los míos le molestase, o le diese algo de remordimiento por no poder estar con su familia. —No lo sientas, no quiero estar con esa gente. Tus padres parecen agradables. –Camila sonreía, y yo lo hacía también. Maia iba de nuestra mano, cogida a las dos, aunque mientras yo observaba a la pequeña, Camila comenzó a hablar. —¿Qué coño haces tú aquí? –Cuando levanté la cabeza, un chico con una gorra hacia atrás, vaqueros ajustados rotos, zapatos plateados –mucho gusto no tenía— y una camiseta blanca se paró frente a nosotros. Tenía los ojos azules, y... Era bastante raro. —Oí que habías vuelto a Miami. ¿Esa es mi hija? –Señaló a Maia y justo la cogí en brazos, poniéndole una mano en la cabeza para que no se diese la vuelta. —No, no es nada tuyo, Nash. –Él soltó una risa, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón. —¿Ah no? ¿Y con quién lo hiciste para tener una hija? ¿Con el fontanero? –Camila soltó una risa, y yo apretaba la mandíbula intentando no partirle la cabeza incrustándole el puño en la frente. —Whoa, ¿te haces llamar el padre de mi hija por echar un polvo conmigo? ¿Quién fue el primero en no dejarme entrar en su casa cuando sabía que me habían echado de la mía y que estaba embarazada? –Camila soltó una risa, negando de brazos cruzados. –No vas a verla jamás. —¿Por qué? ¿Porque tú lo digas? –El chico se acercó a Camila, demasiado cerca, 99

porque incluso ella dio un paso hacia atrás ladeando la cabeza. —Porque he sido yo su madre, y ella no tiene padre. Ni siquiera sabes cómo se llama, pero su apellido no es el tuyo, ni va a serlo nunca. –El tipo apretó la mandíbula y los puños. —Espero que le hayas enseñado fotos mías. Eh, eh. –Llamó a Maia, y ella se dio la vuelta haciendo un puchero. —¿Quién es tu padre, pequeña? –Camila empujó a Nash para que no pudiese acercarse a Maia, mientras yo la sostenía en brazos. —Lauren. –Respondió Maia sin más, abrazándose de nuevo a mi cuello. El chico miró a Camila y la empujó, haciendo que diese varios pasos hacia atrás. En eso sentí demasiadas cosas, y felicidad ante todo, pero debía aparcar eso. Cogí la mano de Camila y la aparté de él de un tirón, poniéndole a Maia en brazos. Me acerqué al tipo subiéndome las mangas de la chaqueta, y él se reía. —¿Quién coño es esta? ¿Tu guardaespaldas? –Solté una risa riéndome con él, aunque me puse seria de golpe negando. —Su novia. –Su risa se cortó directamente, y ladeé la cabeza. –O te vas o te mato. –Sonreí al decir aquello, y él también soltó una carcajada. —¿Tú? ¿A mí? –Mientras él se reía me quité la chaqueta dándosela a Camila sin apartar la mirada de él. El primer puñetazo fue directo a su nariz, que crujió bajo mi puño y pude sentir la sangre brotar al segundo. —Vaya, te has manchado la camiseta. –Justo cuando venía a por mí casi hecho una fiera, le di una patada en las piernas que hizo levantarlo del suelo, cayendo en el cemento del camino. Me puse encima de él y recibí un golpe por su parte que me dio en el pómulo, y aunque me dolió, ni siquiera reaccioné, eso sólo me hizo enfadar muchísimo más. Los puñetazos eran seguidos, en su cara, mi rodilla presionaba su entrepierna y le daba golpes con esta a la vez que mi puño descargaba con fuerza en su cara. –Eres una mierda. Y si vuelves a acercarte a Camila o a Maia te mataré. Te cortaré los huevos, y te daré tal paliza que no se te va a ocurrir follar en la vida. –Le escupí en la cara, y me levanté, limpiándome un poco de sangre que salía por mi nariz, y un pequeño corte en el labio por sus réplicas a mis puñetazos, pero él había quedado para el arrastre. Cuando me di la vuelta, Camila tenía una mano puesta en la cabeza de Maia, y cogí mi chaqueta poniéndomela de nuevo, aunque ella estaba completamente pálida. —Vamos al hotel, creo que necesitamos descansar. * Y llegamos al hotel, Maia se había dormido y aunque en principio me acosté con Camila en la cama, no podía dormir. Así que me levanté de la cama y me asomé al pequeño balcón que daba a la ciudad, donde miles de luces se mezclaban, y la actividad no paraba 100

ni siquiera a las tres de la mañana, seguía habiendo el mismo tráfico que en hora punta. Al otro lado de la bahía podía ver las casas, podía ver las luces de los edificios reflejadas en el mar. Sentía el calor y el ambiente de Miami, y lo echaba tantísimo de menos... La gente activa, alegre, casi sin preocupaciones. Echaba de menos encontrar latinos, y gente que entendiese la cultura en la que crecí, aunque encontré a Camila. —¿Qué haces despierta? –La voz adormecida de la latina se escuchó a mi espalda, y me giré un poco para mirarla, aunque volví a mirar la ciudad. —No podía dormir. –Estaba inclinada con los brazos apoyados en la barandilla, y su mano se puso sobre mi espalda. —¿Estás bien? –Me preguntó acercándose a mí, dándome un beso justo donde aquél imbécil me había dado el puñetazo. —¿Lo estás tú? –Giré la cabeza hacia ella, y asintió con una gran sonrisa en el rostro. —Sí, estoy bien. –Hizo una mueca pasando el dedo por mi labio y luego acarició mi pómulo. –Tú no tanto. —No me duele. –Me encogí de hombros, y nos quedamos en silencio. –Oye, siento lo que dijo Maia. –Ella se separó de mí extrañada y con el ceño fruncido. —¿Qué ha dicho Maia? –Me incorporé un poco haciendo una mueca. —Que soy su padre. –Ella abrió los ojos, riendo un poco. —Bueno, debería molestarte a ti porque no dijo 'madre'. –Reí un poco con ella, aunque negué frotándome la cabeza. —Es que... No quiero que te deje de lado, o que se sienta confusa, porque tú eres su madre de verdad, quien la ha cuidado y yo pues... Soy Lauren. –Me encogí de hombros y sonreí, aunque ella me cogió de las manos acercándose a mí. —Tienes que aceptar el hecho de que, algún día, dejarás de ser Lauren y empezarás a ser su madre. Y ella se olvidará de que antes no estabas, de hecho creo que ya no sabe qué era la vida antes de ti. –Las dos reímos a la vez, y negué un poco. –Pero para que te llame mamá aún falta mucho. —Es raro. –Me encogí de hombros sonriendo. –Maia le ha cerrado la boca a ese tío de una forma impresionante. Aún no entiendo cómo te acostaste con él. —Estaba borracha. –Ladeó la cabeza sonriendo. –Y además, dijo que no quería usar condón porque no era lo mismo. —Por eso no tienes la culpa. –Susurré, rodeando su cuerpo con un brazo para pegarla a mí, mirando la ciudad. —Exacto. –Nos quedamos en silencio unos minutos, y Camila apretó mi mano. –Aunque 101

le doy las gracias, porque sin ese gilipollas no habría tenido ni a Maia, ni a ti. Capítulo 17 Lauren's POV Desde la toalla, veía cómo Maia sacaba de la bolsa su nuevo juego de cubos y palas de tarta de fresa. Lo había elegido sin siquiera dudar en la tienda, y me había hecho demasiada gracia porque salió de la tienda con él sin esperar a que pagase. Cogió un poco de arena con la pala, y echaba ésta en el cubo, parándose a coger las conchas que habían caído y las mojaba en el agua para poder verlas bien. Luego, les daba un besito y las volvía a meter en el mar. —Tu hija le da besos a los animales, Camila... —Susurré en sintiendo sus besos en el cuello, porque la pequeña no estaba mirando, sino que estaba demasiado entretenida en echar arena a su cubo. Ella soltó una risa, y me giré para mirarla sonriendo. —¿Qué pasa? —¿Te estoy besando el cuello y me dices eso? –Sus manos se pusieron en mis mejillas. –Tienes que relajarte, no se va a ir corriendo al agua ni nada de eso. —No la miro por eso... ¿Y si nos ve besándonos de esa forma? –Camila me miró con una sonrisa, sacudiendo la cabeza. —Oye... Relájate. Está jugando con la arena, y nosotras ya tendremos nuestro momento de besarnos de esa manera. –Asentí apretando un poco los labios, y Camila puso la barbilla en mi hombro con un pequeño puchero. –Lo siento. —No, no lo sientas. –Sonreí, girándome para darle un beso en la frente con una gran sonrisa. —Sí lo siento, porque a nuestra edad no debería haber niños y tú... Estás con una chica que tiene una hija de cuatro años. –Camila suspiró y nos quedamos mirando a Maia que hacía figuras en la arena como tortugas, y aplaudía cuando conseguía hacerlas. —No, es... Es genial. Valoro más cuando estoy contigo asolas al fin y al cabo, pero... Poder abrazarla y estar con ella merece la pena, ¿no crees? –Volví a mirarla, y estaba con la barbilla apoyada en mi hombro observándome con una sonrisa. —Piensas como una madre. –Negué mordiéndome la cara interior del labio, intentando no sonreír. —Sí... Es decir, no, no. –Negué otra vez para dar mi negativa con el ceño fruncido. —Deja de hacerte la dura. –Me dio con el dedo en el brazo, que me hizo reír y sacudí la cabeza, porque la verdad era que Camila llevaba razón. —¡Mila! –Sofi apareció por la orilla saludando a su hermana y Camila saltó de la toalla para abrazarla. Y fui tras ella de una manera más calmada. Maia se giró con la pala en la 102

mano, sonriendo a Sofi. –Hola peque. –La pequeña saludó con la mano a Sofi, y se levantó apoyando las manos en el suelo. —Hola tía Sofi. –La pequeña se acercó poniéndose a mi lado, y puse la mano en su mejilla mientras Camila hablaba con su hermana. —¿Qué haces aquí? –Puso las manos en las mejillas de su hermana, sonriendo al verla. —Vacaciones de Navidad. –Camila se puso las manos en la cintura con una sonrisa cerrando los ojos. —Olvidaba que estás en el instituto y vas a cumplir quince años. —Y tú veinticuatro. —Y yo veinticinco. –Dije con el ceño algo fruncido, ladeando la cabeza. —Yo cinco. –Miré a Maia que alzaba la mano con los dedos estirados, no pude evitar cogerla en brazos y darle un beso en la mejilla. —Eres la niña más bonita del mundo. –Maia se encogió con las manitas en la boca, apoyando la cabeza en mi hombro. —Lauren, ¿qué te ha pasado? –Sofi me señaló el labio, e instantáneamente me pasé la lengua por este, carraspeando. —Nada, el fútbol, esas cosas. –Carraspeé para quitarle hierro al asunto, y Maia estiró una mano hacia Sofi, dándole con el dedo en la mejilla y retirándolo rápido. —Te pareces a mamá. –Camila soltó una risa negando, cogiendo la mano de su hija. —Ya te dije que es mi hermana, cariño. –Sofi estiró los brazos hacia la pequeña, que pareció no tener reparos en dejarse coger por su tía. —¿Y por qué yo no tengo una hermana? –Alcé las cejas al escucharla, poniendo una mano en su cintura para que se pegase a mí. —Mientras tus mamis te hacen una hermana, ¿quieres venirte conmigo a dar un paseo? –Maia asintió y Sofi miró a Camila, buscando su aprobación. —Claro. Sólo... Ten cuidado, y tú –señaló a su hija poniendo las manos en sus mejillas— hazle caso a Sofi, cariño. —Vale mami. –La dejó en el suelo y la pequeña cogió el cubo y su pala, dándole la mano a su tía para caminar por la orilla mirando el suelo, y pararse a coger una piedra. Camila estaba a mi lado, apretando mi brazo mientras veía a Sofi y Maia de la mano aminar por la arena. Tiré de su mano hacia mí, para que dejase de mirar a Maia o se pondría a llorar por separarse de su hija unos minutos, o quizás, por ver a su hija y a su hermana juntas. 103

—¿Quieres venir conmigo al agua? –Froté su espalda con la mano, y sin dudar, me empujó hacia el agua riendo, mientras yo andaba hacia atrás por los toques que Camila me daba en los hombros.— ¡Oye! –Me quejé, tirando de su mano para que entrase conmigo de golpe al agua, cogiéndola de las piernas aunque el agua nos llegase por la mitad del muslo. —Echo de menos esto. –Me dijo con las manos en mi cuello, ladeando la cabeza. Lo extrañaba de verdad, porque la sonrisa, esa sonrisa que tenía Camila en el rostro era de lástima por lo que había perdido. —Podemos volver siempre que quieras. –Camila negó apoyando su frente en la mía, y fui bajando un poco hasta quedar casi dentro del agua, mirando sus ojos. –Sí, sí que podemos volver. —No. Maia tiene colegio, y tú tienes partidos. Además, me gusta Portland. –Se encogió de hombros casi resignándose. La besé corta y repetidamente, hasta que sus labios decidieron parar los míos en un beso más lento, acariciando mi lengua con la suya y sus manos fueron a mi nuca, acariciando lenta y suavemente mi pelo. —¿Te has dado cuenta de que nunca hemos tenido una cena a solas? ¿O una cita? —Estuve contigo todo el tiempo. –Camila arrugó la nariz, poniendo las manos en mis hombros con un suave suspiro proveniente de sus labios. —Pero no es lo mismo. –Ladeó la cabeza mirándome, y negué, apretando las manos en su cintura con un suave suspiro. —Hubiese sido diferente si nos hubiésemos conocido por citas, ¿sabes? Yo te invito a cenar, y tú probablemente no me hubieses contado lo de tu hija. Entonces me habrías empezado a gustar, y me había hecho una idea sobre nuestro futuro y una vida sin hijos. Y cuando me dijeses que tenías una hija me habría quedado en shock, y a Maia probablemente le habría costado mucho acostumbrarse a mí. Además, tampoco podría hacerme a la idea de tener que mi novia tenga una hija, ¿sabes? Pero de esta forma... No sé. No ha sido chocante ni nada parecido, me gusta cuidar de Maia, cuidar de ti, hacer cosas diferentes no sólo... No sólo citas y encuentros banales. –En cuanto terminé de hablar, sus labios presionaron los míos para comenzar un beso más suave, y me dejé llevar aunque se separó de mí. —Muchas gracias por ser así con nosotras. *** Llamé a la puerta de casa de Camila, metiendo las manos en los bolsillos porque el frío era intenso, y la nieve que caía aumentando el grosor en las calles. Abrió la puerta, y de lo primero que me percaté era que la chimenea estaba puesta y el calor me chocó en la cara. —¿Puedo entrar? –Pregunté, casi encogida para resguardarme del frío, y Camila se 104

apartó un poco para dejarme pasar a su casa. Sus manos pasaron por mi cintura, abrazándome con fuerza, y levantó la cabeza con una sonrisa para que le diese un beso, que, obviamente concedí. —¿Todo bien? –Camila ladeó la cabeza con las manos en mis mejillas, y asentí con una sonrisa antes de volverla a besarla, pero esta vez con algo más de profundidad. Puse mis manos en sus caderas, abriendo un poco los labios para que mi lengua se colase en su boca, pero paramos. Camila se separó de mí y cuando me quise dar cuenta, Maia estaba en la bajada de las escaleras abrazada a un peluche. —Hey Maia. –Sonreí agachándome para quedar a su altura, y ella simplemente me saludó con la manita. *** Esperaba en la puerta del colegio moviéndome de un lado a otro, porque Maia no salía y hacía un frío que me estaba matando, así que cuando la vi salir, sonreí soltando un suspiro. La pequeña corría hacia la salida, y cuando llegó a mí paró de golpe. —¿Y mami? –Entreabrí los labios porque ni siquiera me había dado tiempo a decirle hola. —Mmh... Mami tiene que hacer algunas cosas, así que hoy te recojo yo. –Maia me miró un momento y asintió, permitiendo que cogiese su mano. Íbamos en silencio hasta el coche, y la monté con cuidado poniéndole el cinturón. El ambiente estaba demasiado silencioso, y normalmente no era así. Maia solía hablar conmigo, pero últimamente estaba muy callada. —¿Te lo has pasado bien hoy? –Pregunté intentando recuperar algo de normalidad. —Sí. –Y se quedó en silencio. Normalmente, Maia me contaba lo que había hecho en el cole, pero su respuesta se quedó ahí, en un escueto sí. Lo dejé pasar. Cuando aparqué frente a su casa, abrí la puerta del coche y Maia salió disparada hacia su madre, que la cogió en brazos dándole besos en la mejilla bastante sonoros. —¿Te lo has pasado bien en el cole? –Le preguntó Camila, y la pequeña la miró con una sonrisa asintiendo. —Sí, Nick y yo hemos dibujado un oso azul... Lo tengo en la maleta, ¿quieres verlo? –Decía con ilusión, y Camila asintió dejándola en el suelo. —Entra y mientras comemos me lo enseñas, ¿vale? –Maia asintió con una sonrisa, corriendo dentro de casa sin casi despedirse de mí. –Gracias por recogerla. –Camila puso sus manos en mis mejillas, y yo sonreí un poco. —No hay de qué. 105

*** Camila estaba sentada a mi lado en la cocina de mi casa, mientras yo abría un paquete transparente de arándanos, y ella se abrazaba a mí dándome un beso en el brazo. —Hace mucho que no los como. –Solté una suave risa, enjuagando uno bajo el agua y acercándoselo a la boca. Camila lo tomó con los labios, comiéndoselo con los ojos cerrados. —¿Te ocurre algo? –Preguntó separándose un poco de mí, y cogí un arándano para llevármelo a la boca. —No, nada. –Negué, viendo cómo Maia estaba sentada en el sofá con los brazos cruzados. —¿Le pasa algo a Maia? —No que yo sepa. –Camila arrugó la nariz, mirándome con una sonrisa. —¿Por qué me lo preguntas? —Ha estado... Rara conmigo últimamente. No sé si ya son imaginaciones mías o qué. –Dije suspirando, abriendo una botella de agua. —Son imaginaciones tuyas. –Hizo un gesto con la mano, y sí, quizás eran imaginaciones mías. Maia caminó hacia nosotras, y tiró de la camiseta de su madre para que le prestara atención. —Mami, ¿cuándo nos vamos? –No, no eran imaginaciones mías. Tras todo aquél tiempo que llevaba con Camila, Maia me quería, o quizás no ahora que lo veía. —¿Cómo que irnos, si acabamos de llegar? –Cogí la caja de arándanos y la guardé en la nevera, quedándome de espaldas para no molestar. —Quiero jugar con la arena en casa, y pintar. —Pero cariño, aquí puedes jugar a la pelota y pintar. —Pero quiero ir a casa. –Solté un suspiro y me giré, frotándome el puente de la nariz con los dedos. —No importa, yo os llevo a casa. *** —¿Por qué tenemos que venir? –Escuchaba a través de la puerta del vestuario, justo cuando iba a salir a saludarlas como siempre hacía. —Porque juega Lauren, cariño, y siempre venimos a verla. –La voz de Camila traspasaba la puerta, y yo me apoyaba en ella atándome la cinta en la muñeca. —Yo quiero ir al parque. 106

Me separé de la puerta y decidí no salir, colocándome justo en la salida al campo. Decir que aquellas cosas que llevaban pasando desde hacía algunas semanas no me dolían era mentir como una bellaca. Lo último que había leído antes de guardar el móvil fue un "Te quiero :)" de Camila, pero no estaba para muchos ánimos aquella tarde. Cuando salí me percaté de que Maia ni siquiera miraba al campo, estaba sentada con algo entre las manos que no distinguía, y luego, miraba a los lados, pero nunca al campo como solía hacer. —Eh. –Una de mis compañeras me dio un golpe en el pecho suavemente, captando mi atención. –Marca. Créeme, eso era lo que necesitaba en aquél momento, pero no. Sólo recibía patadas, golpes, cada vez que avanzaba con el balón me hacían falta, me tiraban al suelo, y cuando por fin conseguía tener el balón y lanzar con fuerza, el palo. El portero. Estaba empezando a cansarme de subir y bajar, de caerme y levantarme, de que mis pulmones empezaban a quemar. Justo en un momento del partido, corría hacia la portería en busca del balón y un pinchazo me recorrió la parte trasera del muslo derecho. Me llevé la mano al muslo tirándome al suelo, levantando la otra mano rápido y el partido paró. No era una tontería aquello que me estaba pasando, dolía, dolía de verdad. —¿Te duele? –Susurraba Ally al acercarse a mí junto con los demás médicos, y me apoyé en los codos mirándola sus dedos presionaron la parte detrás de mi muslo y solté un quejido. —Para, para. –Dije para que quitase la mano, porque me estaba matando. —No tiene buena pinta. No puedes seguir. –Suspiré apretando los ojos, levantándome apoyada en dos médicos, comenzando a caminar fuera del campo mientras cojeaba. Cuando llegamos al vestuario, me senté en la camilla estirando la pierna, levantándome un poco el pantalón para que pudiese examinar el muslo. —No sé de qué grado, pero es rotura. Tienes que ir a la clínica ahora. Y me duché, me vestí, y tras ponerme un vendaje elástico, de color azul en el muslo, cogí las muletas porque no podía siquiera caminar. Cuando salí del vestuario Camila casi se echa encima de mí pero paró al verme con las muletas. Maia estaba sentada moviendo las piernas, me miró y luego volvió a mirar a la puerta por donde habían entrado. —¿Estás bien? –Asentí, intentando sonreír pero en aquél momento no me salía. —¿Qué te ha pasado? —Rotura fibrilar del muslo. –Camila me miró perpleja como si no entendiera nada. –Que se me ha desgarrado el muslo por dentro. –Se llevó las manos para taparse la boca, y negué porque exageraba. –En unas semanas estaré bien, aunque ahora tengo que ir al hospital.

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—Vamos a ir al hospital. –Espetó ella señalándome. —No, no puedes. –Suspiré, y aunque tenía la cabeza gacha, consiguió besarme. Yo no quería, pero me besó, lentamente, suave, hasta separarse de mí. –Yo también te quiero. *** Y sí, en efecto, era una rotura de grado dos, y allí estaba, en casa, con la pierna en el sofá, viendo las noticias mientras yo negaba. Salía en todos y cada uno de los canales de Portland, e iba a reventar el mando contra la tele sólo de ver cómo me rompía en mitad del césped. Mi madre no paraba de mandarme mensajes casi gritando en mayúsculas preguntándome cómo estaba, y mi padre, más calmado, me preguntaba cómo había sido todo y si me encontraba bien. Pero no, no me encontraba bien. Llamaron a la puerta y cogí las muletas, caminando hacia esta y abrí, viendo a Dinah retocarse el maquillaje frente a un espejo que cerró al instante en que me vio. —¿Cómo estás? –Nick estaba a su lado, y me saludó con una sonrisa, entrando en casa. —He estado mejor. –Caminé de nuevo hasta el sofá, sentándome porque no podía aguantar mucho con la pierna en alto. —Nick, siéntate en el otro sofá que la tía Lauren necesita descansar. –Nick se levantó y miré a Dinah, que se sentó al lado de su hijo. —Déjalo, no importa. –Estiré un poco el brazo y le revolví el pelo, provocando las risas del pequeño. —Bueno, lo importante es, tienes que recuperarte lo antes posible, el mundial está a la vuelta de la esquina. –Eché la cabeza hacia atrás, pasándome las manos por la cara. —Son sólo tres semanas. –Nick se levantó y fue a jugar con Dash, así que Dinah y yo nos quedamos solas. —¿Qué te pasa? –Se puso al borde del sofá, mirándome con el ceño fruncido. —¿Te parece poco que tenga el muslo partido en dos? –Dinah sacudió la cabeza, soltando un suspiro. —Ayer no diste ni una, y mira cómo acabaste. ¿Qué te ha pasado? —Maia. –Dije con desgana, incorporándome para mirarme la pierna. –No quiere estar conmigo. —Vaya... Pero es normal, es decir, sales con su madre. –Desencajé la mandíbula girando la cabeza lentamente hacia Dinah. –Maia tenía a Camila exclusivamente para ella, y ahora has llegado tú y se la has quitado prácticamente. Si ve que Camila te besa, te abraza, te presta atención, es normal que no quiera verte porque le estás quitando a su madre. 108

—¿Y qué hago? –Dinah se encogió de hombros frunciendo el ceño. —No sé, Lauren. Mi hijo nació con un padre, y no he tenido que vivir esa situación. –Se giró en el sofá. –Nick, deja tranquilo al perro. Y llamaron al timbre. Dinah se levantó para abrir y Camila entró de la mano de Maia, que hacía pucheros al entrar en casa. Eso era lo peor de todo. No podía estar sin Camila, pero no podía ver cómo Maia odiaba ir a mi casa. —Qué guapa Camila. –Dijo Dinah cerrando la puerta, y en cuanto Maia vio a Nick se fue con él sin decir nada más. —Gracias. –Contestó con una sonrisa, caminando hacia mí hasta llegar al sofá. —¿Cómo estás? –Preguntó antes de besarme, aunque fue corto, y se sentó justo a mi lado pasando los dedos por mi pelo. —Mejor. –Sonreí un poco, y sus labios besaron mi frente soltando un suave suspiro. —Nick, ven aquí. –Lo llamó Dinah y el pequeño se acercó corriendo, dejando a Maia detrás del sofá mirándolo. —¿Qué tenías que decirle a la tía Lauren? —Mmh.. –El pequeño se giró hacia mí, y soltó una suave risa. –Quiero que te pongas buena pronto tía Lauren, te quiero mucho. –Nos abrazamos, y le di un beso en la frente que lo hizo reír. Y llamaron de nuevo al timbre, dios. —Hola, ¿vive aquí Lauren? –Fruncí el ceño girando el cuerpo para mirar la puerta, y una chica afroamericana con dos niñas apareció en casa. Ni idea de quién era. –Hola, no pretendíamos molestar. Soy la nueva vecina de enfrente, mi marido vio el partido y dice que lo pasaste bastante mal. Soy Normani, por cierto. Y estas son mis hijas Ivy y Summer. –Las dos pequeñas de unos seis años llevaban una bandeja cada una. —Oh, muchas gracias. –Intenté levantarme pero prácticamente no pude. —Se me hace muy raro e incómodo esto. –Dijo ella con una risa, y negué con el ceño fruncido. –Te traigo un poco de lasaña, a ver si eso ya hace que te sientas mejor. —Wow, Lauren me gusta tu vecina. –Dinah cruzó las piernas al ver la bandeja, y miró a Normani que, sí, era muy muy guapa. —Bienvenida a la urbanización entonces y muchas gracias, de verdad. Summer e Ivy, me gustan esos nombres. –Dije riendo, sintiendo la mano de Camila acariciar mi costado, y me relajaba un poco. —A nosotras nos gusta tu apellido, es muy chuli. Jauregui. –Todas rieron pero las niñas se miraron entre ellas. –¿Te duele? —Un poco. –Nick también se metió entre las niñas, y Maia se quedó sentada en el suelo. 109

—Es mi tía. –Dijo señalándome, y las dos niñas lo miraron. —Uaa, tu tía juega al fútbol. –Camila se apartó de mi lado para que los tres niños se sentasen, y ella tomó asiento al lado de Dinah. Maia corrió hacia su madre y la abrazó, terminando por sentarse en su regazo. —Y esa es mi madre. –Señaló a Dinah que sonrió orgullosa. –Y esa es la tía Camila. —Ahora soy su tía. –Dinah, Normani, Camila y yo reímos, porque al pequeño Nick no parecía importarle nada. —Niñas, dejad a Lauren descansar. –Normani puso las manos en el pecho de sus hijas y las apartó, negando. —No importa. –Dije negando, recostándome un poco. —Se le da bien los niños. –Dijo Dinah con una mano en el respaldo del sofá. —No, no se me dan bien. —Maia, cariño, ¿por qué no vas con Lauren? Le duele la pierna. –Maia se quedó entre las piernas de Camila mirándome, haciendo pucheros, pero no vino hacia mí. —¿Cuánto te dolió? –Dijo una de las gemelas a las que no llegaba a distinguir. —Como si me hincaran una barra de hierro en el muslo. Pero en realidad, era sólo una metáfora de lo que pasaba entre Camila, Maia y yo. Capítulo 18 Lauren's POV Dinah, Normani y sus respectivos hijos se fueron, pero Camila se quedó un rato más, aunque no tuvo que tardar en irse por... Por Maia, básicamente. Me levanté con las muletas para acompañarla a la puerta, observando a la pequeña en una esquina del porche refugiándose de la nieve. Por mi cara, Camila pudo deducir que no estaba muy bien, así que sus manos acariciaron mis mejillas, lo que me hizo sonreír un poco. —Escucha... Sé que lo estás pasando mal pero... Después de lo que yo he vivido, de casi quedarme sin casa y sin comida, esto es un mal menor. No es nada. Es pequeña. –Con la cabeza gacha entrecerré los ojos, porque sí, llevaba razón, comparado con su situación esto era una mierda por la que quejarse, así que simplemente levanté la cabeza y sonreí. —Llevas razón. Sí, es una tontería, una idiotez. –Camila sonrió un poco, y le acaricié la cabeza a Maia, que al notarme se revolvió un poco y me aparté, y aunque me doliese no quería hacer el idiota quejándome por una tontería como esa. —Nos vemos mañana. –Dijo sonriendo, cogiendo la mano de Maia y saliendo por el jardín, quedándome –no sé si 'por fin' o 'de nuevo' sola—. 110

¿Era verdad que estaba así por una tontería? Posiblemente. Estaba así por una niña de cuatro años, venga ya, Camila tenía razón y había cosas mucho peores en la vida, pero, de alguna forma, yo seguía estando mal y después de sus palabras, me sentía una idiota por dejarme sentir así por una niña, por una tontería. Camila's POV Era el último día de colegio de Maia, y ella, por una parte estaba alegre, porque iba a tener vacaciones todo el tiempo, pero por otra no quería dejar de ir a la escuela. Me agaché a su lado y puse las manos en sus costados, dándole un besito en la nariz al que ella se encogió riendo. —Pásatelo bien, ¿vale monito? –Maia asintió abrazándome, me dio un beso en la mejilla y desapareció por la puerta, encontrándose con Nick dentro. —Camila. –Me giré para encontrarme con Dinah, dedicándole una gran sonrisa a la chica. —Hey, buenos días, ¿cómo estás? –Me puse mejor el gorro, y ella cruzó los brazos mirándome. —¿Qué le has dicho a Lauren? –Aquella pregunta me pilló por sorpresa, y abrí los ojos como platos. —Nada... Sólo que hay problemas más importantes en la vida que ese. –Dinah cerró los ojos suspirando, ladeando la cabeza. —Vale, creo que te has pasado. Primero, todo el mundo tiene derecho a sentirse mal por algo, Camila, por inútil y tonto que sea. Segundo, ella está intentando estar bien y lo está reprimiendo todo. Siempre lo hace, Lauren se traga sus sentimientos y no le dice nada a nadie de cómo está, ni de qué le ocurre, ¿sabes? Pero un día va a explotar. Y no como una palomita, más bien como una palomita, dentro de una bolsa de palomitas en Hiroshima. Tercero, ¿en serio me estás diciendo que es un "mal menor" que tu hija odie a tu novia? Y ya no es el hecho de que sea tu novia, es que Lauren se había hecho ilusiones contigo, con Maia. Ella quiere a esa niña y en su cabeza había una remota posibilidad de que quizás, sí, pudiese llegar a ser su hija. –Agaché la cabeza mordiéndome el labio inferior. –Y no sé qué pensarás tú, pero a mí no me haría ninguna gracia que mi hijo odiase a su tía Lauren. –Agaché la cabeza en ese instante, porque sí, había metido la pata hasta el fondo. Llamé a la puerta de su casa esperando a que abriera, y era normal que tardase tanto porque tenía mal la pierna, ¿no? Esperé como un minuto, y la puerta se abrió. Lauren tenía el pelo recogido, un jersey azul y un pantalón gris. Podía oler café, y vi la mesa de la cocina perfectamente ordenada. —Buenos días. –Me dijo ella apartándose un poco con una sonrisa, y entré mientras ella caminaba con las muletas hasta la mesa de la cocina donde estaba sentada.

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—¿Qué hacías? –En la mesa, había una taza de café humeante, una tostada, un bol de avena y arándanos, y zumo de naranja. —Sólo... Intentar distraerme. –Lauren sonreía, y cogió una tostada dándole un mordisco. —¿Quieres desayunar? –Preguntó humedeciéndose el labio inferior. —No, gracias, ya he desayunado. –Me senté a su lado en la mesa, y justo al lado del plato había unos papeles que rápido se apresuró a quitar, guardándolo en una carpeta junto con un bolígrafo. Quería preguntarle qué era, pero tampoco quería presionarla ni nada por el estilo. —¿Estás bien? —Sí, genial. –Asintió ella, dándole un sorbo a su zumo de naranja. Pero yo sabía que no, y quizás sonreía con los labios pero su mirada ya no era la misma, ni siquiera su sonrisa. —No, no estás bien. –Negué, jugando con mis manos en el regazo, mirándome estas. –Y siento lo que te dije hace unos días, puedes sentirte como quieras con respecto a Maia, es normal que te sientas así. —Estoy bien. No quiero molestarte más, estoy bien. –Sacudió la cabeza con los ojos cerrados, cogiendo las muletas antes de levantarse. —No me digas que estás bien cuando no es verdad. –Lauren paró de caminar, y sus nudillos se pusieron blancos de apretar las muletas. —Es una tontería estar mal por esto. Tú llevas razón, Camila. Estuviste a punto de perder tu casa, de que te quitasen a tu hija y yo estoy así por nada. Y te quiero, te juro que te quiero más que a nadie. –Ella rio un poco, pero negó al segundo siguiente. –Pero no puedo alejarte de tu hija. —No me alejas de mi hija. —No puedo consentir que por mí tengas que enfadarte con ella y regañarle porque no quiere verme, es sólo una niña. –Lauren se sostenía en las muletas, mirándome a los ojos. —¿Y por mi hija de cuatro años tengo que dejar a la persona con la que soy feliz, Lauren? –Me crucé de brazos acercándome a ella. —¿Tengo que dejar de lado a mi novia? ¿Tengo que renunciar a ser feliz para criar a mi hija que no sabe ni leer aún? –Solté una risa, y ella se dio la vuelta, caminando hacia el salón. —Es tu hija. ¿Y si me sigue odiando con el paso del tiempo? —Maia ni siquiera sabe lo que es odiar. –Lauren paró, dejando las muletas a un lado en el sofá y luego se giró hacia mí apretando la mandíbula. —Siento sentirme mal por todo esto. He visto cómo mirabas los papeles encima de la mesa, ¿quieres saber qué son? Un contrato con Nueva York. —Estás exagerando todo esto. –Dije frotándome la cara con las manos. 112

—No es porque tu hija no quiera verme. Es porque no quiero que te alejes de tu hija, ya te lo he dicho. *** Me senté en el sofá con un suspiro, viendo cómo Maia veía la tele de pie en mitad del salón casi embobada con los dibujos. Entre sus manos, sostenía un pequeño muñeco que Lauren le había conseguido, qué irónico. La gente solía creer que Maia tenía tres años por su complexión, pero no. Era bastante pequeña, pero al escucharla hablar, todo cambiaba. —Mai, cariño, ven un momento. –Maia se dio la vuelta y al acercarse se colocó entre mis piernas, dándome un besito en la mejilla. —¿Puedo preguntarte algo? —No sé... Si puedes hablar si, si no puedes hablar no, ¿no es así? –Solté una suave risa al escucharla hablar, porque a veces pensaba que tenía más edad para entender aquellas preguntas. —Está bien... ¿Por qué te comportas así con Lauren? Ella te quiere mucho, ¿sabes? Y le estás haciendo daño. –Maia bajó la cabeza rodeando mi cuello con las manos. —Tú eres mi mami. Y no le hice nada, no le he pegado. –Pasé una mano por su espalda, escuchando la voz inocente y pueril de Maia. —¿Por qué dices que soy tu mami? Claro que lo soy, cariño. –Me separé de ella poniendo las manos en sus costados. —Porque ya no desayunas nunca conmigo, ni me haces la comida tampoco, ya no duermes conmigo, a veces no me recoges del cole, y la abrazas más a ella y la quieres más a ella, y... —La pegué a mi pecho cerrando los ojos, soltando un suspiro bastante pesado apretando los labios. —Te quiero Mai, te quiero mucho. ***

Lauren's POV Las navidades eran para pasarlas en familia, y eso es lo que hacían mis compañeras mientras entrenaban. Sus hijos jugaban a la pelota con ellas, y yo no tenía ni hijos ni pierna con la que jugar a la pelota, así que, tras ir al fisioterapeuta aquella mañana, salí al césped para saludar. Incluso Nick estaba allí, y para mi sorpresa Dinah también, pero lo que más me dejo perpleja fue que Camila también estaba en la grada con Maia. 113

—Lauren, ¿ahora no puedes jugar a la pelota? –Nick se sentó a mi lado en el banquillo, y negué señalando la pierna. –Vaya, ¿te duele mucho? —Sí. –Asentí, revolviéndole el pelo con una sonrisa. —Vaya, ¿y te quedará cicatriz? –Negué riendo, frunciendo el ceño un poco. —No, no me han operado ni nada de eso, Nick. –El pequeño se quedó en silencio mirando el campo de fútbol. —¿Estás casada con Camila? –Se giró para mirarme y la pregunta sí que me impactaba. —No, claro que no Nick. —Pero mamá me dijo que os casaríais. –Giré la cabeza hacia la grada para mirar a Dinah y entrecerré los ojos, negando. *** La verdad es que aquella tarde no tenía muchas ganas de nada, así que, cuando abrí la puerta lo que menos esperaba encontrarme allí era a mis padres. —¡Has llegado! ¿Dónde estabas? –Mi madre casi corrió hasta a mí, poniendo las manos en mis mejillas. —Estaba dándome masajes en la pierna. –Mi padre puso sus manos en mis hombros, y luego, me abrazó. —Mira, te he comprado pijamas nuevos para el invierno, aquí hace mucho frío. Y además te traje comida, eso que tienes en la nevera no es bueno. ¿Qué es eso de la avena, Lauren? –No me quedaba más que reírme ante aquella situación, pero mi madre estaba indignada con eso de la avena, y yo me senté en el sofá porque me dolían las manos de las muletas. —Mamá, no puedo comer cosas grasas, y tus comidas, según recuerdo, se basan en guisos cubanos, como los de Camila. –Mi madre se sentó justo al mi lado, y mi padre enfrente. —¿Camila es cubana? –Asentí pasando mi mano por la rodilla, y mi madre sonrió ampliamente. –Eso es genial. —¿Cómo te encuentras? –Mi padre era más centrado, y se preocupaba más por cómo llevaba la lesión que mi madre, que se alteraba y sólo quería que me abrigase y comiese caliente. —He estado mejor. –No había parado de repetir eso en la semana que llevaba en casa. —¿Es grave? –Ladeé la cabeza con una mueca. —No, duele mucho, pero no es grave. –Los dos se quedaron en silencio, y pero mi padre 114

me puso la mano en la cara, aunque con ese tamaño de mano más bien me dio un guantazo, que me espabiló del golpe. —Estarás bien. —Papá... No sé si irme a Nueva York. Me pagan mucho más que aquí, y... No sé. –Me encogí de hombros mirando mis manos. —¿Quieres irte? –Suspiré apoyando la espalda en el sofá con los ojos cerrados. —No lo sé, por eso te pido consejo. —Si te sientes a gusto aquí, no deberías. Nosotros no te educamos así, a moverte por dinero. –Me dijo él, y su cara seria era más intimidante de lo que recordaba. * Aquella noche eché de menos a Camila, y ella a mí. Me mandó un mensaje al que no respondí, más por orgullo quizás, que por ganas. Mi habitación nunca se me había hecho tan grande y silenciosa como aquella noche, porque me había acostumbrado a la respiración de Camila, o a sus abrazos mientras dormía. "Y yo a ti", respondí simplemente, porque no me daban para más los ánimos de aquél día. Capítulo 19 Lauren's POV Mis padres eran algo así como... Un poco pesados. Mi madre había hecho como mil sopas en dos días que llevaba en casa, y mi padre no paraba de darme charlas para motivarme en cada partido. "Está todo en tu cabeza, Lauren" "Yo sé que puedes, eres la mejor" "América está hecha de gente como tú", y ante eso, yo sólo podía o reírme, mirarlo con la misma cara que él me miraba a mí, o simplemente abrazarle y decirle que lo haría, y preferí hacer lo último. También se preguntaban cómo podía vivir en Portland con el frío que hacía siempre, y cómo salía de casa si estaba todo nevado, pero en realidad, se hacía algo ameno aquél retiro casi 'espiritual' de un par de días, pero necesitaba volver a mi vida. Sí, los quería, y desde Miami los seguiría queriendo, así que cuando se fueron, respiré. Aunque no por mucho tiempo. —Lauren, desde Nueva York no paran de mandarme emails, mensajes y llamarme para que des una respuesta. Llámame, gilipollas. O iré a tu casa y te arreglaré el desgarro del muslo con las uñas. —Y sonó el pitido del contestador. Otro mensaje. —¿Pero puedes contestarme? Mira, Lauren, sé que es difícil, pero necesito de forma IMPERATIVA que me contestes DE UNA PUTA VEZ. —De nuevo, el pitido. Otro más. —Te voy a matar. Yo te mato. Te juro que te mato. Voy a hacer un montaje tuyo con una foto de los Seattle FC para que tu propia afición te arranque la cabeza. LLÁMAME. No es difícil. —Y sonó el pitido. —Hey Lauren... Soy Camila. —Me incorporé en el sofá mirando el teléfono, esperando a 115

que siguiese. —Sé que esto que voy a pedirte te partirá el alma, pero... Tengo una entrevista de trabajo y no sé con quién dejar a Maia, está de vacaciones. Si tú pudieras... Cuidarla, sólo serán un par de horas. Respóndeme antes del lunes si puedes, y aunque me digas que no mmh... —Suspiró un poco. —Te echo mucho de menos. Y no creo que esto tenga que alejarnos... Voy a intentar que todo esto se arregle, te lo prometo. Te quiero Lauren. —Pitido, ningún mensaje más. Pulsé el botón para llamar al número de Camila, y me humedecí los labios antes de llamar. —Siento no haberte contestado antes pero estaban aquí mis padres y no tenía privacidad para llamar ni nada. Claro, me quedaré con Maia, le gusta estar con Dash y yo podré dedicarme a mis cosas y eso... Déjamela cuando quieras. —Hice una pausa mirando al suelo. —Y yo también te quiero, hasta mañana. Camila's POV Maia bajó las escaleras con sus lápices de colores y una libreta en la mano casi dando saltitos, y yo, desde la cocina la llamé con el dedo. —Ven aquí, señorita. —Ella se acercó a mí despacio, porque cada vez que le decía eso es que iba a regañarle. —Tú y yo tenemos que hablar. —La cogí de la mano y me senté en el sofá, sosteniendo las manitas de la pequeña entre las mías. —¿Por qué antes querías tanto a Lauren y ahora ya no? —Ella soltó mis manos poniéndose de morros con el ceño fruncido. —O me lo cuentas o te quito los juguetes. —Un niño del cole me dijo que su papá se fue de su casa, y llegó otro papá, y ahora su mamá no le hace caso. —Entreabrí los labios y solté una suave risa. —Cariño... Nick tiene dos papás, ¿verdad? —Maia asintió, y puse las manos en sus bracitos. —¿Y Dinah y Ed quieren mucho mucho a Nick? —Maia volvió a asentir, con la cabeza gacha. —¿Y a que van los tres juntos siempre, y se quieren los tres? —Maia movió la cabeza para dar su afirmación. —¿A que Dinah quiere a Ed, y quiere a Nick? —Pero Ed es el papá de Nick, y yo no tengo papá. —Se cruzó de brazos haciendo un puchero. —Lauren puede ser tu papá, ¿quieres? Sólo que en vez de papá, será mamá igual que yo. Y te querrá, nos querremos las tres mucho. Podemos ir a Disney, a la playa de nuevo, a ver a la tía Sofi... —¿Tendré que llamarla ahora mamá? —Maia arrugó la nariz y negué pasándole una mano por el pelo. —La puedes llamar como quieras. Entonces... ¿Le harías el favor a mamá de quedarte mañana un ratito con Lauren? Mami tiene que hacer cosas, pero volverá pronto, ¿sí? —La pequeña asintió, no muy convencida pero asintió, pegándose a mí para que la abrazase. A la mañana siguiente, bajamos del autobús y Maia parecía una pequeña bolita andando 116

con su abrigo, el gorro, los guantes y la bufanda además de las orejeras. Antes de entrar y llamar a la verja de la casa de Lauren, me puse de cuclillas delante de ella. —Cariño, Lauren te quiere muchísimo, ¿vale? —Asintió mirándome, y sus mejillas estaban rosadas por el frío gélido de Oregón. —Y yo sé que tú la quieres a ella mucho. —Sonreí, dándole un beso en la nariz. Llamamos a la puerta, y Lauren en pijama abrió. Bueno, no era exactamente un pijama, pero era lo que llevaba para estar por casa. —Buenos días. —Dije inclinándome un poco para darle un beso en los labios pero se apartó un poco, así que terminé de dárselo en la comisura. No sabía si era por mí, o si era porque Maia estaba delante. —Buenos días. —Ella abrió un poco la puerta y me agaché para mirar a mi hija, señalándola con el dedo y entrecerré los ojos. —Pórtate bien con Lauren, porque si te portas mal me enteraré y no te gustará nada quedarte sin juguetes por Navidad. —Maia hizo un puchero, y le puse las manos en las mejillas dándole un beso en la frente. —Te quiero cariño. —Ella me abrazó, y luego la solté. —Te quiero mami. —Se giró, y justo antes de entrar a casa de Lauren la miró. —¿Puedo pasar? —Dijo en un tono inocente, y Lauren asintió apartándose. —Claro. —Maia entró en casa, y yo me incorporé quedándome frente a Lauren. —Suerte en la entrevista. —Espero que te vaya bien a ti. —Dije en voz baja y cuando vi que Maia estaba en la planta de arriba, me acerqué a ella juntando nuestros labios, y ella abrió un poco los labios para besarme dejando que nuestras lenguas se rozaran, pero fue sólo un segundo, porque separó su boca de la mía. —Te quiero. —Sonreí separándome de ella, corriendo para coger el autobús que casi se me escapaba.

Lauren's POV Cerré la puerta y Maia se tumbó en el sofá hecha una pequeña bolita, y me acerqué a ella moviendo las muletas dando pasos largos. —¿Tienes frío? —Pregunté, y asintió, así que le puse una manta de pelo gris por encima. —¿Has desayunado? —No me acuerdo.. —Dijo en voz baja, metiéndose bajo la manta y sólo me salió reírme ante aquello.

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—Está bien... Si tienes hambre dímelo. —Encendí la tele y cogí de nuevo la muleta, caminando hacia la cocina. Allí, me senté observando la pierna que me hacía ir en pantalón corto todo el día, y me toqué un poco por encima la zona trasera del muslo. Seguía doliendo igual, y yo comenzaba a desesperarme bastante porque llevaba una semana y media y no tenía ninguna mejora. Eché un poco de pomada en mi mano y levanté un poco el pantalón, comenzando a pasar la crema lentamente y sin presionar, justo como Ally me había dicho que lo hiciese. —¿Dinah? —Llamé a su móvil, mirándome la pierna. —Ya era hora. —No tengo una respuesta todavía. No sé si irme, no sé qué va a pasar. Si me voy, dejaré a Camila aquí, y a Maia... —Pues tienes que aclararte, Lauren. El mercado de invierno se cierra en tres semanas, inútil, tres. —Colgó de golpe y me pasé las manos por la cara, levantándome de la silla y caminando con las muletas hasta el sofá, sentándome a los pies de Maia que estaba entre las mantas. Casi tiré el móvil a la mesa, y mi cabeza... Mi cabeza ya no sabía qué pensar. Ya no sabía qué éramos Camila y yo, no sabía dónde ir, y por eso me estaba muriendo en aquellos momentos. Froté mi cara con las manos, y noté los brazos de Maia rodearme el cuello, y escuché cómo sorbía por la nariz. —Lauren no te vayas. —Me dijo dándome un beso en la mejilla, abrazándose más a mi cuello. Mis brazos la rodearon, sentándola en el muslo sano y ella seguía sin mirarme porque estaba llorando. —Me portaré bien, no te vayas. —Sonreí un poco, porque después de tanto tiempo, Maia volvía a estar a mi lado. —No me voy a ir. —Posé mi mano en su mejilla pero ella no dejaba de llorar, así que opté por darle un beso en la frente. —Maia, no me voy. Si dejas de llorar, te prepararé lo que quieras de desayuno. —¿Y jugarás conmigo? —Se separó de mí frotándose los ojos con las manitas hecha puños, haciendo pucheros. —Claro, jugaré contigo a lo que quieras. —Maia se quedó un momento más abrazada a mí, y eso tenían los niños, en un momento eres la persona más mala del mundo y al siguiente te quieren. Maia me pidió que le hiciera el desayuno de 'los mayores', porque siempre que venía a mi casa se lo hacía a su madre. Un poco de revuelto y beicon, tampoco hacía falta mucho más. Tras ponerle el plato en la mesa, volví para recoger la cocina. —¿Por qué llevas eso? —Señaló las muletas aún con los ojos enrojecidos del llanto, y me 118

sujetaba en una mientras limpiaba la mesa. —Porque me he hecho una herida en el muslo. Mira. —Levanté el pantalón por detrás dejando ver el hematoma, y Maia hizo un puchero comenzando a casi llorar de nuevo. —No, no, Maia no llores. No pasa nada, va a curarse. —La cogí de los costados y la senté en la mesa. —¿De verdad? —Cogió el tenedor mirándome algo triste. —De verdad. Después de comerse todo el desayuno más el zumo, se quedó dormida en el sofá, y Camila llamó a la puerta. Otra vez, me levanté para abrir con las muletas y la verdad es que me estaba cansando de aquello. Solté las malditas muletas antes de abrir, y al verla cogí su cara entre mis manos para besarla lentamente, esta vez sí dejando que su lengua palpase la mía, jugase con ella y al separarme tiré de su labio inferior. Camila se quedó con los ojos cerrados, suspirando, y volví a coger las muletas porque iba a caerme. —¿Puedo volver a entrar y me vuelves a besar así? —Dijo señalando la puerta, y reí un poco caminando hasta el salón. —¿Qué tal fue? —Bueno... Se ha pasado la mañana llorando. —Dije en voz baja y el rostro de Camila fue de total preocupación. —¿Qué? ¿Qué le ha pasado? —Dijo mirándome, metiéndose un mechón de pelo tras la oreja. —Lo siento mucho Lauren, hablé con ella y... —Mmh pues... Estaba hablando por teléfono con Dinah y creo que debió escucharme decir que me iba. Así que cuando me senté en el sofá, me abrazó llorando pidiéndome que no me fuese, que se portaría bien si no me iba. —Camila se acercó a mí con el ceño fruncido. —Luego le enseñé el moratón del muslo y lloró de nuevo porque creía que iba a morirme o algo, le puse el desayuno y se durmió. —¿Te vas? —Se paró delante de mí, cruzándose de brazos. —No, no me voy. Le dije que no me iría y no puedo romper una promesa, ¿sabes? —Camila se enganchó a mi cuello, y cerré los ojos con una sonrisa, dándole un beso en el lateral de su pelo. —Ahora volvamos a donde nos besamos, me haces el amor y me dices que me quieres, ¿vale? —Era inevitable no sonreír, ni volver a besarla de esa forma tan lenta, aunque me separé. —No puedo hacerte el amor ahora. —La risa de Camila era suave y melódica, que chocaba contra mis labios. —Pero te quiero, ¿eso está bien? —Eso es mejor que me hagas el amor.

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Capítulo 20 Lauren's POV Normalmente cuando me levantaba, desayunaba y solía ir al entrenamiento, o si tenía el día libre iba a correr. Ahora, al levantarme desayunaba, pero como no podía hacer nada simplemente miraba la tele o jugaba a alguno de esos juegos en la Xbox que me habían regalado. Así que, allí estaba, mirando la tele con la pierna estirada en la cama viendo en la televisión uno de esos programas que analizaban todos los partidos. En especial, me analizaban a mí. —¿Lauren? –Escuché la voz de Camila subiendo las escaleras y fruncí el ceño porque no la esperaba a aquellas horas, y aún menos porque tenía la puerta de casa cerrada con llave. Abrió la puerta de la habitación y pude ver la sonrisa con la que había aparecido. —¿Cómo has entrado? ¿Y Maia? —Dinah me dio tus llaves, y Maia está en un taller de manualidades del colegio con Nick. Así que... —Caminó hasta acercarse al borde de la cama, y gateó hasta mí para darme un beso, abriendo un poco os labios hasta atrapar los suyos, apoyándome en el cabecero de la cama, pero Camila se separó sentándose en el muslo sin lesionar. —Vaya, pues buenos días... —Dije en un susurro, y ella soltó una suave risa mordiéndose el labio inferior. –Sabes a pasta de dientes. —Claro que sé a pasta de dientes, me los acabo de lavar. –Se pasó la lengua por los dientes superiores. —¿Pero has desayunado? –Camila asintió, pasándose un dedo por los labios. —Sí, he desayunado. Lo que pasa es que me los lavo después de desayunar, no antes. Siempre he pensado que es una tontería lavarte los dientes para volvértelos a ensuciar al comer. —Nunca lo había pensado así. –Camila volvió a inclinarse hacia a mí, dándome un beso lento en los labios. —Por eso.. –Siguió el beso lentamente, separándose de nuevo. –Yo sé a menta.. –Su lengua tocó la mía lentamente, separándose de nuevo. –Y tú sabes a café. —Me estás poniendo cachonda y no son horas... —Besé su cuello lentamente, pasando la lengua por su piel, que se humedecía bajo mi tacto y empecé a desabrochar los botones de su camisa con pausa, sin dejar de subir por su garganta hasta llegar a su barbilla. —Lauren... —Susurró separándose un poco de mí, cuando ya podía ver el sujetador negro que llevaba debajo. Ver a Camila casi pegada a mí, con la camisa entreabierta, el sujetador y el pelo a un lado, era mucho mejor que una modelo de lejos. 120

—No me digas que pare ahora. –Negué rápido, poniendo una mano en su trasero. —No podemos hacer nada. –Casi hice un puchero como los de Maia, mientras sus manos acariciaban mis hombros. –Tu pierna. —Bueno... Puedes sentarte en mi cara, además aún sigo teniendo hambre. –Ella comenzó a reírse con la cara completamente roja, tapándose esta con las manos. —¡Lauren! –Terminó por decirme, mordiéndose el labio inferior aunque sin dejar de reírse. —¿Te da vergüenza que diga esas cosas? –Puso las manos en mi abdomen y se levantó un poco para colocarse mejor. —Sí. No estoy acostumbrada a que me digan esas cosas. –Camila se abrochó la camisa con cuidado, y paré sus manos. —Vale, pero no te abroches la camisa. –Desprendió las manos de su camisa, volviendo a ponerlas en mi abdomen. —¿Te gusta? –Teniendo en cuenta que no paraba de mirarle los pechos, sabía la respuesta. —Me gusta, me gustas mucho. –Cuando miré a Camila tenía una mano en la boca riéndose. —¿Qué pasa? —Que me refería a la camisa, es nueva. –Eché la cabeza hacia atrás soltando una risa negando. —Perdón, es que tus pechos. –Mis manos subían y bajaban por sus muslos. Camila agachó la cabeza con el ceño fruncido, mirándose los pechos apartándose un poco el pelo. —Es lo que tiene dar leche hasta los dos años de tu hija. –Levantó de nuevo la mirada hacia mí, cogiendo mi cara entre sus manos. –Pero no me gustan. —Bueno, a mí me gustan, y me parece que eres perfecta. –Ella hizo un puchero echándose un poco más encima de mí. —No me digas eso que no podemos hacer nada. –Sentí cómo me daba un beso en la mejilla, y arrugué la nariz. —Porque no quieres sentarte en mi boca, si no ya verás qué bien lo pasaríamos. –Dije escuchando su risa, y Camila casi se escondió detrás de sus manos. —¿Por qué te da tanta vergüenza? —Porque nunca he hecho eso... —Acaricié su pelo echándolo a un lado para poder verle mejor la cara. —Bueno... Pues cuando lo hagamos, te gustará, créeme. –Sus dedos bordeaban mis 121

mejillas, antes de volver a besarme de esa forma tan lenta y profunda que tenía, y justo cuando nuestros labios estaban abiertos para que su lengua tocase la mía, paró. —¿Qué pasaría si ahora paro de besarte? –Susurró ella en voz baja, mordiéndose el labio inferior. —Que te mataré. –Y volví a besarla yo, echándome un poco encima tirándola en la cama con los brazos, haciéndola reír, aunque yo no podía moverme mucho eché la parte superior encima de ella. –Eres preciosa, lo digo en serio. Y me encanta tu risa. —Te quiero, te quiero mucho. *** Cuando Ally me dijo que apoyara la pierna, tenía miedo, demasiado quizás. No sabía qué esperar porque la última vez que me toqué hacía unos días, casi lloro de dolor. Pero cuando puse el pie en el suelo y caminé un poco, notaba una pequeña molestia, pero nada más. —No te duele, ¿verdad? –Negué mirándome el muslo, que aún tenía ese color morado del desgarro en el interior. —Sólo una molestia, lo normal. –Me remangué un poco el pantalón frunciendo el ceño, y miré de nuevo a Ally. —Vamos, túmbate. –Señaló la camilla dentro de una pequeña habitación y me tumbé boca abajo, mirando las vistas que tenía a través de la ventana de toda la ciudad nevada. —¿Qué vas a hacer por navidad? –Preguntó Ally mientras echaba un poco de crema en mis muslos. —No sé, llamé a mis padres pero van a pasar las vacaciones con mis tíos en Cuba. Y creo que viene la hermana de Camila desde Miami. ¿Por qué? –Sus manos masajeaban mi muslo y yo sostenía mi cabeza en los brazos mirando por la ventana. —Troy y yo me preguntaba si queríais venir a nuestra casa porque no tenemos planes, pero si ya tenéis entonces nada. —Podéis venir con nosotros. Va a venir también Dinah y mi vecina, estaría bien que la conocieses. Lo que pasa que habrá muchos niños. –Dije con una mueca, pero escuché cómo se reía. —Está bien, iremos. ¿Quieres pastel de carne? –Me giré tan rápido que creí que se me había crujido el cuello. —Necesito tu pastel de carne. –Ally terminó de masajearme, y me levanté de la camilla mirándome los pies al caminar, notando cómo el muslo me ardía por la crema que acababa de aplicarme. —Me necesitas a mí. Y ahora vete al gimnasio, estás fofa. –Me reí negando, llegando 122

hasta el ascensor y entrando, viéndola quedarse en la planta. —Tu culo sí que está fofo enana. *** —Vale, no tengo ni idea de qué hacer de cenar y sólo son las ocho. Me van a matar. –Dije bajando las escaleras con el teléfono en la mano, y Camila se reía a través de este. —Lo sé. Pero no te preocupes cielo, sólo ábreme la puerta que hemos llegado. –Me apresuré a abrir y Camila estaba allí con un precioso abrigo blanco de paño, con varios botones negros y el cuello que tapaba la mitad de su boca. Además, una coleta simple e informal, no muy arreglada. Pero mierda. También sostenía una bolsa en su mano izquierda. A su lado, Maia tenía el mismo abrigo y peinado que su madre, y las dos me miraban a la vez con una sonrisa. —Wow, vais preciosas, sois preciosas. –Maia alzó los brazos caminando hacia mí. —¡Feliz Navidad Lauren! –La cogí en brazos dándole un beso en la mejilla, y Camila entró en casa no sin antes darme un beso, al que esta vez no iba a negarme. —Mira, como sé que eres un poco inútil para estas cosas... —¡Oye! –Dije caminando hacia la cocina con ella, viendo cómo se quitaba el chaquetón ella primero y al dejar a Maia en el suelo, me lo daba directamente. —No niegues la evidencia. –Y no la negué, porque el vestido de color rojo, ajustado de Camila que le llegaba muy por encima del muslo no me permitía decir mucho más. —No voy a negarme a nada.. –Dije en voz baja, acercándome a ella por detrás ahora que Maia había ido con Dash. Puse las manos en su cintura besando su cuello, pero me separé justo cuando ella se dio la vuelta mirándome con una sonrisa. —Para. –Puso un dedo en mi pecho y me alejé, riéndome un poco. –He comprado marisco, y he hecho costillas con esas patatas que te gustan, y salmón. —¿Marisco? ¿Qué marisco? Ally va a tener razones para decirme que estoy fofa. –Le di un beso en la nariz con una sonrisa, separándome de ella para colocar las cosas en la mesa. —¿Cómo has conseguido esto? —Bueno, Dinah me dio tu tarjeta de crédito para que comprase yo tu propia cena. –Alcé las cejas, alejándome de las bandejas de comida que había traído Camila. —¿Tienes mi tarjeta de crédito? O sea, no, ¿Dinah tiene mi tarjeta de crédito? –La latina comenzó a reírse, señalando la mesa. —Está ahí, cariño. Obviamente eres un poco descuidada con todo, pero para eso estoy 123

yo aquí, para arreglarte la vida. –Me cogió de las solapas de la chaqueta para darme un beso, y sonreí porque la verdad es que llevaba razón. Al escuchar la puerta me separé, dejando que ella siguiese sacando la comida y poniéndola en mitad de la mesa, en los platos. Eran Ally y Troy, luego, llegaron Dinah, Ed y Nick, Normani, su marido Keith y sus dos hijas, y finalmente Sofi. Camila abrazó tanto a su hermana, que pudieron pasarse tres minutos sin soltarse, hasta que por fin pudimos saludarlas. Maia también la abrazó, porque según decía, se lo había pasado genial en la playa con su tía Sofi. Y cenamos, Maia simplemente miraba una gamba con los ojos entrecerrados y la señalaba. —¿Qué es esto Lauren? –La señaló en el plato, y comencé a pelarla con los dedos. —Esto es una gamba, y está muy muy rica. Mira. –La mojé un poco en salsa y se la acerqué a los labios. –Pruébala. –Ella la cogió con las dos manitas y le dio un pequeño mordisco, comenzando a comer algo más. Entre Camila, Ally y yo le pelamos como unas doce gambas, mientras que nosotros disfrutábamos más de la cena. Camila tenía un ojo puesto en Maia, otro en la comida y a la vez me miraba a mí. No podía verla más feliz, quizás porque aquella había sido su primera navidad que estaba viviendo con Maia, conmigo, o quizás todo el conjunto. No sabía cómo había pasado, pero lentamente, después de todo, me había enamorado de Camila hasta la médula. —¿Puedo decir algo? –Dijo Ally levantando la mano, y todos asentimos quedándonos en silencio, mientras Summer, Ivy, Nick y Maia comían mirando a la chica. –Primero, felicidades a Lauren y Camila, por estar juntas, sólo eso. –Aplaudí con una sonrisa, dándole un pequeño beso a la latina en los labios. –Segundo, felicidades a Lauren porque ya no le duele el muslo, gracias a mí. ¡Bien! –Aplaudió Ally y todos echamos a reír, incluso ella que se llevó la mano a la boca. –Tercero... Quizás, Lauren, sólo quizás, tenías razón y la que está fofa soy yo. Porque voy a tener un bebé, y supongo que la barriga, las estrías... —La hostia puta Ally. –Dije yo, y me llevé un golpe en la boca de parte de Camila. —Oh dios mío, dios mío, ¡vas a tener un hijo! –Dinah se llevó las manos a la boca y yo aún no sabía qué decir. —¿Podré cogerlo? Me gustaría cogerlo. Y darle besitos. ¿Podré darle besitos? –Alcé las cejas al preguntar y todos se rieron al escucharme. —Mira, te pareces a Maia hablando. –Ally me señaló, y negué por completo. —No, te aseguro que ella habla mucho mejor que yo. Y así, los niños se fueron a jugar por la casa, mientras nosotros nos sentamos en el salón 124

después de una laaarga sobremesa, como era tradición en las familias latinas y que Ally, Camila, incluso Sofi y yo habíamos trasladado a esa cena multicultural de navidad. Sofi no pudo quedarse, y tuvo que coger el vuelo a Miami en cuanto cenó, pero los demás nos quedamos bebiendo copas y hablando entre nosotros. —No sé, estoy un poco asustada. –Ally se tocaba la tripa, mientras yo bebía de mi copa de Martini Rosato mirándola. —No creo que debas tenerle miedo, ¿sabes? –Dijo Normani, que tenía una mano puesta en la rodilla de Keith. –Y yo tuve dos niñas. Dos. –Todos reímos, aunque yo fruncí el ceño también. —Yo casi no llego al hospital y... —Me giré hacia Camila. —¿Vas a contar tu parto? –Ella asintió con los ojos achicados. —Claro que sí, a ti nunca te lo he contado, escúchalo. –Apoyé la cabeza en la mano, que estaba sujeta al sofá mirándola. –Pues al principio las contracciones no fueron muy fuertes, pero luego es insoportable, de verdad. —Eso es cierto, mientras que dilatas o no, te puedes estar muriendo de dolor que no te van a poner la epidural. –Dinah corroboró lo que decía Camila, y yo me achiqué un poco en el sofá. —No me ayudáis nada. –No pude evitar reírme ante el comentario de Ally, negando. —Pero luego te la ponen y no sientes nada. Mi parto duró dieciséis horas, y hasta las diez no me pusieron nada. –Camila bebía de su copa mirando a las chicas. —Debías de estar preciosa embarazada. –Asentí apoyando la cabeza en el sofá, pero ella se echó a reír. —No, cariño, era una embarazada a los dieciséis. Sólo faltaban las cámaras. Además, en aquella época creo que no te habrías fijado en mí. –Su mano se apoyó en mi muslo, acariciándome por encima del pantalón. —Bueno, pues esta noche te hago un niño y listo. Problema arreglado. –Todos reían, incluso Camila que a su vez se apoyaba un poco más en mí. —Pues Lauren de lo fuerte que mueve las caderas podría hacerte trillizos. Ni Keith con Normani. –Comentó Ally, y Camila abrió los labios mientras nos reíamos. —¿Cómo sabes que Lauren da tan fuerte? –Parecía casi impactada. —Pues porque la entreno yo, Camila. ¿Ves? ¿Ves esos muslos? Son míos en realidad. —Son suyos, Camila. Los hizo ella con esas manos de Polly Pocket que tiene. –Ally se levantó casi para matarme, y Camila se reía aún más. –Eh, eh, que tengo que hacer un niño esta noche no me desgastes. 125

Y cuando se fueron todos, acostamos a Maia en su cama que estaba muerta de sueño, ni siquiera nos dio las buenas noches y Camila tiró de mi mano hasta llegar a nuestra habitación. —¿De verdad quieres que te haga un niño? –Me reí al decir eso, observando el cambio de estatura de Camila al quitarse los tacones, y puse las manos en su culo, apretándolo fuerte entre mis manos. —Si con eso te refieres a la velocidad con la que me lo quieres hacer, prefiero que me hagas tres. –Me dio un besito en los labios, y luego otro, y otro más, tirando de mi labio inferior. Bajé la cremallera de su vestido suavemente. —Hecho. Capítulo 21 Lauren's POV Bajé la cremallera de su vestido lentamente, mientras ella me besaba quitando uno a uno los botones de mi camisa, aunque tiró de esta para pegarme un poco más a ella. —Me da pena quitarte el vestido. –Susurré contra sus labios, a la vez que este caía al suelo junto con mi camisa. Coló un dedo por el borde de mi pantalón y tiró de mí atrayéndome hacia la cama, hasta colocarme encima de ella y Camila se acomodó un poco, acariciándome el cuello hasta colar las manos bajo mi pelo. —¿Has cerrado la puerta con pestillo? –Me preguntó mordiendo mi oreja, pasando la lengua por mi oreja. Suspiré y llegué hasta la puerta, cerrándola. Cuando me di la vuelta, Camila se quitaba el sujetador, y me llamó con el dedo índice para que fuese con ella. Y casi me tiro encima entre sus piernas, sus manos me terminaron de quitar el sujetador mientras mi boca ya se deslizaba por su cuello junto con mi lengua, hasta llegar a sus pechos, donde se enredaron con sus pezones arrancándole a Camila un jadeo de sus labios. Sus manos acariciaban mi pecho, y no sabía si aquello le gustaba más a ella o a mí. Verdaderamente estaba disfrutando mientras bordeaba sus pechos, jugaba con ellos, y una de mis manos bajaba lentamente por su abdomen hasta llegar a su sexo. Mis labios tocaron de nuevo su cuello, mis dedos comenzaron a moverse lentamente sobre su clítoris, y ella comenzó a acariciarme el brazo hasta llegar a mi hombro. Una de las cosas que me gustaba de aquello y que Camila no me decía, era lo rápido que se excitaba, porque en aquél momento casi se estaba derritiendo contra mi mano. Uno de mis dedos se hundió lentamente en ella, y de la misma manera salía y entraba. Mi lengua jugaba con la de Camila, tan pausado, con calma, que podía disfrutar de cada recoveco de su boca, besando sus labios a la vez que me separaba, buscando un beso profundo y húmedo tras otro. Mientras, un segundo dedo se unía al primero, moviéndolos algo más rápido para provocar unos jadeos más intensos. Mi brazo se movía rápidamente contra ella, y aparecieron sus gemidos, apartándose de mi boca para poder gemir. 126

Sin decir nada, retiré mi mano poco a poco y me tumbé a su lado, cogiéndola de la mano. Y la besé, como lo habíamos hecho anteriormente, uniendo nuestras lenguas y casi las fundimos en una. Camila se colocó encima de mí con una pierna a cada lado de mis costados, y bajé su ropa interior que sacó con facilidad. —Ven y siéntate. –Susurré tirando de sus muslos hacia mi cara, y ella avanzó de rodillas hasta mi cabeza. Desde abajo, podría jurar que tenía las mejores vistas de toda la ciudad. Puse las manos en sus caderas para que bajase un poco, y así, abrí la boca para tenerla entre mis labios por completo. Comenzó a moverse de arriba abajo, y eso daba facilidad para que mi lengua entrase y saliese. Podía escuchar sus gemidos, y sin necesidad de verla, me imaginaba su cara, lo que hacía que mi lengua fuese incluso más rápido. Abrí los ojos un momento para verla apoyada en el cabecero de la cama, apretando la sábana en su mano jadeando de forma seguida, pero me separé. Ella ni siquiera se quejó, levantó una pierna para quedar a mi lado, y volver a besarme lentamente sacando mi lengua para lamerla ella misma. De rodillas a mi lado mientras me besaba, una de sus manos se coló bajo mi pantalón y mi ropa interior, presionando suavemente con la yema de dos dedos en forma circular. Notaba cómo sus dedos comenzaban a estimularme más rápido de lo que yo había hecho con ella, y Camila disfrutaba teniendo el control por un momento, aunque aproveché para llevar una mano a su trasero, apretándolo con fuerza. Cuando me quise dar cuenta, Camila llevaba cinco minutos embistiéndome y yo llevaba cinco minutos gimiéndole en la boca, porque a la vez que metía sus dedos, seguía estimulándome con el pulgar. Retiré su mano con cuidado y volví a tumbarla en la cama, sin darme tiempo a decir nada cuando me estaba desabrochando el pantalón, casi precipitada, retirando a la vez la ropa interior. Y esto no era lento como lo había hecho al principio. Mis rodillas se clavaban en el colchón, y mis caderas lo hacían con ella. Apreté sus manos contra la almohada, pero no por mucho, porque comenzó a arañarme la espalda con las uñas y a gemir un poco más alto de lo normal. La besé, dejando que ahogara su voz en mí, apretando mi trasero con las manos hasta llegar abajo, y la velocidad aumentada cada vez que un gemido nuevo de Camila salía de su boca, y yo no podía más, y ella tampoco porque bajo mis labios estaba llegando a su orgasmo, y yo acababa de tener el mío, quedando apoyada en el colchón, recobrando la respiración, aunque mis caderas seguían moviéndose un poco para que el placer durase hasta el último segundo. —Madre mía... —Jadeó ella por el cansancio, sonriendo, algo ida. Me tumbé boca abajo a su lado, bostezando un poco y ella volvió a ponerse encima de mí. –Lauren, arriba. —¿Más? –Abrí los ojos girando un poco la cara para mirarla, y escuché aquella risa en voz baja. —No, tenemos que poner los regalos en el árbol. –Arrugué la nariz, soltando un suspiro final. –Vamos, tienes que vestirte o Maia cuando venga mañana nos verá desnudas. —Está bien. –Salí de la cama y cogí ropa interior limpia, para mí y para Camila, mi 127

pantalón de pijama azul con rayas y una camiseta de manga corta, mientras que Camila llevaba un jersey verde claro y unos shorts blancos. Comenzamos a poner los regalos en el árbol, y Dash dormía junto a este, así que nos miraba sin decir nada, aunque no me extrañaría que empezase a ladrar en aquella ocasión, siempre tan oportuno. —¿Qué me has comprado? –Dijo Camila mirándome, y me encogí de hombros. —Tendrás que verlo mañana. –Había tantos regalos que no sabía si cabrían todos. —¿Quieres saber lo que te voy a regalar? –Subíamos las escaleras y yo aún no había procesado bien el orgasmo. —Pero es que... Yo no quiero nada. –Abrí de nuevo el edredón en la cama y me metí en ella, con Camila a mi lado. –Nunca pido nada, pero el año pasado pedí una novia que estuviese buena y me la han regalado. —Eres idiota. –Camila se dio la vuelta y la abracé fuerte contra mí. —Pero es verdad. Estaba en casa de Dinah y me regaló un exprimidor de maracuyás, y le dije: "el año que viene quiero una novia", y me trajeron una novia. Además he tenido buen sexo. —Pues te aguantas porque tienes regalos. Míos y de Maia, aunque los de ella son... Bueno, ya lo verás. –Asentí, pero yo estaba ya casi dormida, y ella sólo pudo darme un pequeño beso en los labios. —Buenas noches Laur. —Buenas noches Camz. *** —¡Mami ha venido Santa! –Camila estaba ya incorporada, y Maia tenía los brazos alzados mirando a su madre. Levanté la cabeza aún dormida, y sonreí por la estampa, porque detrás, por el ventanal, la nieve caía sobre el puente y la bahía estaba casi congelada. —¿Quieres que vayamos a ver los regalos? –La latina sostuvo entre sus manos el rostro de su hija, que asentía y yo me estiré hacia ella aún con la cara de dormida. —Feliz Navidad Mai. –Maia se subió a la cama como pudo y se puso de pie tirándose encima de mí. —¡Feliz Navidad, Lauren! –Le di un beso en la frente, y Camila se echó por el otro lado encima de mí, quedando atrapada entre las dos. —Mira, somos una trenza. –Maia y yo miramos a Camila en silencio sin entenderla. 128

–Porque estamos dos Cabellos enredadas. –La miré un momento hasta soltar una carcajada, negando por lo malo que era el chiste. —Mamá vamos a abrir los regalitos. –Tiró de la mano de su madre y de la mía, arrastrándonos fuera de la cama. Maia corrió hacia el árbol, señalando las cajas que había con los ojos llenos de ilusión. Creo que, nunca había tenido tantos regalos y eso me hacía verdaderamente feliz. —¿Cuáles son míos? –Camila se agachó delante de su hija, señalando el montón principal frente al árbol. —Todos esos. –Maia se sentó en el suelo abriendo una caja, y Camila y yo nos agachamos a su lado. —¿Qué es eso, cariño? —¿Esto es una pelota para mí? ¿Para poder jugar con ella? –Era una pelota mucho más pequeña que las que le había dado yo, porque a fin de cuentas no podía darle a la pelota con lo pequeña que era. —Claro, y así podrás jugar con Nick. –Lo más extraño, es que le dio un beso al balón y lo abrazó, para luego seguir abriendo regalos. Una muñeca nueva, un coche teledirigido, ropa, zapatos de todos los dibujos que veía, y también un juego de plastilina. —Mira, a eso podremos jugar mamá, tú y yo. –Dije sonriendo, y la pequeña giró la cabeza con una gran sonrisa hacia mí. Pero cuando Maia vio la bicicleta, se echó a llorar. —¿Qué le pasa? –Dije mirando a Camila, que sonreía mirando a Maia. —Que le gusta todo. –Susurró sin perder de vista a Maia, que se abrazó a la bicicleta con las lágrimas por las mejillas. —¿Te ha gustado todo, cariño? —Todos son muy bonitos. –Dejó la bicicleta y corrió hacia Camila, abrazándola con fuerza, sollozando de emoción por los regalos. Su madre le dio unos cuantos besos en la frente, y yo la recibí en brazos para alzarla como si fuera un auténtico bebé y darle un beso en la frente. —¿Quieres que le demos los regalos a mamá? –Maia asintió, y como si no hubiese pasado nada, volvía a sonreír. –Pues vamos. Puse a Maia sentada en la encimera de la cocina y cogí los paquetes, poniéndolos en la mesa. —Vamos, ábrelos. –Camila cogió la primera caja, rectangular y un poco pesada. Al abrir el envoltorio se llevó la mano a la boca. —Lauren, esto es muy caro. –Me reí un poco al escucharla y miré el portátil que le había regalado. —Lo sé, pero cuando estoy fuera no quiero verte en la pantalla de un móvil, y muchas 129

veces ni eso porque estás haciendo tareas, así que podremos vernos por fin. –Cogí la siguiente caja y se la di, esta no estaba envuelta, así que cuando la destapó y vio los tacones, simplemente cerró los ojos arrugando la nariz. —¿Cómo sabías que me gustaban estos tacones? –Maia se estiró para verlos en la caja, tapándose la boca con las manos. —Mami esos zapatos son muy bonitos. —Porque lo sé, simplemente. Van a juego con el vestido que hay en la caja siguiente. –Dije con total normalidad, y al abrir la caja, un vestido negro apareció, simplemente, sabía que iba a quedarle como un guante. Ajustado hasta un poco menos de la mitad del muslo, tirantes y algo de escote. —Mami yo te regalé esto. –Maia sacó un dibujo de una de las bolsas, enseñándoselo a Camila. –Esta eres tú, esta es Lauren y esta soy yo. Y esta es mi mano porque estaba jugando con las pinturas y tropecé con Nick, y luego este es el perrito. –Lo señalaba con el dedo índice, estirándolo hacia Camila. —Este es el mejor regalo de todos, sin duda. –Me sacó la lengua y negué, porque sí, era el mejor regalo de todos con diferencia. —¿Sabes qué? Podríamos enmarcar ese dibujo y ponerlo en tu casa. –Sostenía a Maia en brazos que daba pequeños saltitos asintiendo. —También tengo un regalo para ti Lauren. –La pequeña sacó una figura de arcilla, parecida a una persona, más o menos, pero pintada de rojo, negro y azul, la cara rosa, y el pelo negro. –Eres tú, ¿te gusta? Mira, tiene balón. –Señaló el que llevaba pegado al pie, y me quedé en silencio mirándolo con una sonrisa. –La maestra me dijo que era bonito. –Sonreí un poco, notando cómo mi labio superior comenzaba a temblar, y una lágrima cayó por mi mejilla, aunque yo sonreía. —Aw, Lauren... —Susurró Camila abrazándome, y Maia me dio un beso en la mejilla. Camila me regaló unas botas de fútbol nuevas, pero con su propio nombre grabado en estas y una bandera de Cuba, cosa que me pareció curiosa y me gustó mucho. También ropa, de más colores que negro, porque decía que me hacía falta algo de vida, además una muñequera para que pudiese llevar esa pulsera que me regalaron el primer partido y un vinilo de Lana del Rey. —Ha sido la mejor navidad de mi vida. –Susurré mientras Maia iba por la casa con su bicicleta, y Dash iba detrás corriendo, saltando, jugando con ella. –Y gracias. –Sonreí frunciendo los labios, pasando el brazo por su cintura, quedándome con su espalda pegada a mi pecho, mirando a Maia. —¿Quieres desayunar? —Desde luego.

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Capítulo 22 Lauren's POV El aliento de Camila chocaba contra mi boca, y sus manos comenzaban a relajarse para acariciar mi espalda, soltando los últimos gemidos débiles en mi oído, terminando por besar mi cuello, mi oído, y esbozar una débil y cansada sonrisa. Cuando me separé de ella, la latina tenía el pelo desordenado en la almohada, las mejillas rosadas, y la respiración completamente agitada. En esos momentos comprendía enteramente la suerte que tenía de estar con ella, que podía besarla, como estaba haciendo ahora, que podía acariciarle el pelo y era mía. Cuando me retiré de encima y pude recostarme a su lado, Camila se abrazó a mí, casi refugiándose en mi pecho dejando un beso en este antes de levantar el rostro y darme un beso lento, hasta parar, y quedarnos en silencio. —Tu cama es muy pequeña. –Susurré yo, porque prácticamente las dos no cabíamos, y ella apretó los ojos soltando una risa. —Sólo vivía yo aquí con Maia, así que... —Camila se incorporó quedando de lado hacia mí, ahuecándose el pelo con la mano. –No es tan bonita ni grande como tu casa, pero... —A mí me gusta tu casa, es muy acogedora. Además para que quepamos en la cama tienes que estar encima de mí. –Su mirada se fue directamente a mi pierna, que sobresalía de la cama y la manta. —Seguro que sí. –Comentó irónicamente, y se levantó de la cama, poniéndose la ropa interior mientras yo la observaba mordiéndome el labio inferior. Aunque en Portland nunca hacía sol, Camila tenía las piernas bronceadas, torneadas, casi brillantes que atraían mi atención. Luego, cogió un suéter enfundándoselo, y sí, sin duda era más sexy y provocativa que llevando cualquier vestido. –Voy a despertar a Maia. —¿No puedes despertarme a mí así? –Dije quitándome la manta de encima, poniéndome la ropa interior, un pantalón (al contrario que Camila) y una camiseta. —Ya lo hago. –Comentó divertida, y salimos hacia la habitación de Maia. Camila se acercó a la cama y se tumbó junto a la pequeña, abrazándola, mientras, yo las miraba desde la puerta. Maia dormía con un peluche que soltó al notar a su madre, y sin esperar, se abrazó fuerte a ella, pero aún sin despertar. Llevaba puesto un pijama morado, con dibujos de animales en blanco, y el pelo castaño se mezclaba con el de Camila al estar abrazada a ella. —Mai... —Susurró la latina besando la mejilla de Maia, que se removía un poco apretando los ojos. Mientras Camila intentaba despertar a su hija, yo veía la escena apoyada en el marco de la puerta, y en sí, era genial verlas a las dos así, aunque yo no podía evitar sentirme un poco fuera de lugar en aquellos momentos, porque muchas veces era como si nuestra relación fuese por otra parte que Maia. 131

—No... —Maia se resistía, aunque terminó por abrir los ojos frotándolos con los puños. —¿Quieres desayunar? ¿Mmh? –Los besos se sucedían en la mejilla de la pequeña, y esta se revolvió entre sus brazos, asintiendo. Cuando Maia levantó la cabeza y me vio, se quedó en silencio, hasta que alzó los brazos hacia mí para que la cogiese. —¿Quieres que Lauren te haga tortitas? —No. –Respondió mientras yo la sostenía, y se abrazaba a mi cuello. La verdad es que creía que las cosas volvían a estar bien con Maia. –Quiero cereales... —Y acerté, porque sí que lo estaban. Maia, Camila y yo bajamos a la cocina, y le eché un poco de cereales en un bol, pero yo prácticamente no tenía hambre, así que decidí no comer. —¿Sabes qué? Te he comprado una sillita nueva para que puedas ir en mi coche, ¿te gusta eso? –Pregunté con una sonrisa dándole un golpecito en la nariz a Maia, agrandando su sonrisa y asintiendo. —No hacía falta, Lauren. –Cogí un vaso de zumo, moviéndolo un poco con una sonrisa. —¿Cómo qué no? ¿Y si me ponen una multa por llevarla sin sillita? –Terminé por beber, mirando a Maia que cogía un cereal con los dedos y se lo llevaba a la boca, cosa que me hacía reír bastante porque parece que lo estudiaba. –Además, es más seguro así. —Es más seguro así. –Repitió Maia con un tono divertido, y Camila se acercó a ella dándole besos en la mejilla y parte de su oído. —¿Cómo que 'es más seguro así', enana? ¿Quién te has creído tú que eres? –Adoraba verlas así, adoraba ver cómo Camila besaba a su hija, y esta se retiraba porque su madre le hacía cosquillas. Terminaron de desayunar, y yo recogí un poco la mesa, porque me daba cosa que después de tanto Camila siguiese limpiando, y a mí me daba igual, además, era gracioso llenarle de jabón a Maia la nariz. —¿Quieres secar los platos conmigo? –La cogí por los costados, bajo los brazos, poniéndola encima de la silla. Le remangué un poco el jersey del pijama, y abrió las manitas enseñándomelas. —¿Qué hago ahora? –Le di un vaso pequeño y un trapo, que sostuvo con las manos. —Ahora lo secas, ¿sabes secarlo? Como cuando sales de la ducha. –Ella comenzó a pasar el paño por el vaso con cuidado, y parecía divertirse, al hacerlo. Cuando terminó, lo alzó enseñándomelo, y yo lo guardé en la estantería –Abajo, vamos. –Volví a ponerla en el suelo, colocando la silla en su sitio, y justo cuando salimos de la cocina la puerta de casa sonó. Cuando Camila abrió la puerta, ni siquiera llegué a creerme lo que estaba viendo, porque 132

Nash estaba allí, y aunque yo quería ir y reventarle la cara de nuevo, ella ni se inmutó. —Qué coño haces aquí. –La voz de Camila era seria, profunda, cortante y firme. —Vengo a por mi hija. –Maia me dio la mano, y Nash miró por encima del hombro a Camila clavando los ojos en la pequeña. –Hola, ¿quieres venir con papi? –Maia caminó hacia atrás pegando contra mis piernas y se abrazó a mí. —Mami. –No se lo estaba diciendo a Camila, me lo estaba diciendo directamente a mí, mirándome a los ojos, por lo que la cogí en brazos sosteniéndola firmemente, no me daba tiempo a procesar aquello, que en cualquier otro momento me habría hecho llorar. —No tiene padre, no quiere irse con nadie. La única persona que tiene esos derechos de Maia es Lauren, así que ya puedes desaparecer. —Voy a pedir su custodia. –Escupió de mala gana mirando a Camila. —Pide también una vida, que te hace falta. –Cerró de un portazo, y se giró hacia nosotras. No dijo nada, pero estaba realmente preocupada. —No me quiero ir con él... Es malo... —Decía Maia sollozando, apretando las manos que rodeaban mi cuello. –Me quiero quedar aquí por favor... —Eh, eh, eh, tú no vas a ir a ningún sitio. –Me arrodillé en el suelo y la separé de mí, quitándole las manitas de la cara. –Te vas a quedar aquí, con mamá y conmigo, ¿vale? –Camila se puso de cuclillas detrás de ella, dándole un beso en la mejilla mientras yo le quitaba las lágrimas. —Tú vas a estar aquí con nosotras, vamos a ir a Disney, a la playa, dormirás con nosotras si quieres... —Camila acariciaba la tripa de su hija con una mano, que hacía pucheros. —¿Tendré un hermanito como Summer? –Camila me miró a mí, yo miré a Camila, y nos quedamos sin saber qué responder. —Eso... Eso ya lo veremos, cariño, pero haremos lo que tú quieras, ¿está bien, monito? –Maia sonrió un poco, aún algo disgustada. —Creo que deberíamos irnos a mi casa. –Propuse yo, porque allí iba a volver, y eso fue lo que hicimos. * —Estoy preocupada. –Mientras, yo sorbía noodles de un bol, mirando a Maia que jugaba distraída en el salón con los juguetes que le regalamos para Navidad. —Es normal, pero no va a pasar nada. –Camila se mordía las uñas, y yo volvía a sorber los fideos poco a poco, cerrando los ojos con una sonrisa.

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—¿Por qué te ríes? —Porque cocinas genial y me gustan los noodles. Cariño, tú... Tienes que relajarte, ¿vale? Llamaremos a un abogado, lo que sea, encontraremos la forma de que no se la lleve, tan difícil no puede ser. –Me encogí de hombros dándole un beso en la mejilla, escuchando su suspiro, pero yo volví a sentarme en una banqueta de la cocina, a seguir comiendo aquél plato, que para mí más bien era un manjar. —Pero aun así, no puedo dejar de estar preocupada. Es mi hija, no es suya. Él sólo... Yo simplemente me acosté con él, y él no es nada. No sabe ni su nombre. –Me humedecí el labio inferior cogiendo de la cintura a Camila para colocarla entre mis piernas, y pude ver que el miedo era real. Estaba convencida de que le iban a quitar a su hija, pero eso no era así. No iba a ser así. —Maia me llamó 'mami' cuando vio a ese tío. –Dije de la forma más seria posible, observando la sonrisa que se le formaba a Camila en los labios al pensar en aquello. –Y haré todo lo que esté en mi mano para que ese tío vuelva a Miami, y no os vea de nuevo ni a ti, ni a Maia. –Le di un escueto y tierno beso en los labios, que lograron sacarle una sonrisa a Camila, aunque no duró mucho. Llamaron a la puerta, y esta vez me levanté yo, mirando primero por la mirilla, era Normani. —Hey, pasa. —Gracias Lauren. Oye, ¿tienes un poco de...? –Se quedó en silencio al ver la cara de Camila y me miró a mí. —¿Qué ocurre? ¿Por qué esa cara? —Mmh... —Me pasé la mano por la nuca, mirando a Camila, porque no sabía si quería que alguien lo supiese. —El tío que me dejó embarazada de Maia ha venido a decirme que va a pedir la custodia de Maia. Y no sé qué hacer, no sabemos qué hacer, en realidad. –Suspiró ella y Normani soltó una suave risa. —Bueno, soy abogada, creo que de esos temas sé un poco. –Camila se levantó de la silla de golpe, yendo hacia Normani con la boca abierta. –Hay varias formas, pero la mayoría son procesos judiciales, largos y muy estresantes. –Se cruzó de brazos cerrando los ojos. —¿Cuál es la otra forma? –Preguntó Camila, impaciente y casi desesperada. —No sé si... No sé si vais a querer. Pero es la más fácil y directa. –Camila hizo un gesto para que siguiese hablando, y yo la miré sin entender nada. –Que Lauren y tú os caséis. –Yo no dije nada, ni Camila tampoco, sólo miramos a Normani que esperaba una reacción algo más sorprendente por nuestra parte. –Así, Maia pasaría a llamarse Maia Cabello—Jauregui, y sería hija de Lauren. Entonces él no podría reclamarte nada. Era una situación bastante incómoda, porque nos quedamos en silencio mirando a 134

Normani, sin decir nada en unos segundos, casi como meditándolo. —O también puede ser por juicios, demostrando que él no ha ejercido de padre, que no te ha pasado ninguna manutención por la niña, pero... —Se encogió de hombros cruzándose de brazos. —¿Y luego si, por alguna razón, Lauren y yo nos separamos...? –Preguntó Camila a Normani, y yo volví a sentarme en el taburete de la cocina porque aquello me estaba dejando perpleja. —Entonces Maia seguiría siendo su hija, tendría que pasar esa manutención de la que hablábamos todos los meses y podría verla los fines de semanas, o lo que acordéis. Y si os ponéis de acuerdo, puede volver a ser sólo tu hija llamándose Maia Cabello. Entonces ni manutención, ni visitas. A no ser que tú la dejes, claro. El caso es, ¿tenéis algo de limón? –Tardé unos segundos en reaccionar, parpadeando y cogí limones de la nevera, dándoselos en la mano. —Claro, ten. –Volví a sentarme aún con la cabeza en las nubes intentando asimilar las palabras de Normani. —¿Y tendríamos que vivir en la misma casa? –Camila seguía preguntando, acompañando a Normani. —No, no. Hay muchas parejas que deciden vivir en casas diferentes, sólo para no caer en la rutina. Si os aclaráis, me llamáis con lo que queráis hacer, ¿vale? —Vale, gracias Normani. –Se despidió de la chica que salió de casa, y luego se volvió hacia mí, acercándose. —¿Qué piensas? —Pienso que... Que te quiero mucho.

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Capítulo 23 Camila's POV —¿Cuáles serían los pros y contras de casarme contigo? Lauren estaba frente a mí en la mesa de la cafetería, mientras movía el café con la cucharilla antes de taparlo, y le dio un largo trago. —Pues que te casas conmigo, ¿no te parece suficiente? –Volvió a abrir la tapadera y echó algo más de azúcar, mientras yo me reía por aquél comentario. —Me parece más que suficiente, Lauren, pero entiende que tengo una hija y que... No todo es tan fácil. Un pro sería que... No tendríamos que vivir en la misma casa aún, así que seguiríamos como hasta ahora. —A mí... Me gustaría vivir contigo cuando nos casemos. –Se quedó en silencio un momento cogiendo la galleta en la mano. –Bueno, si es que nos casamos. –Mojó la galleta en el café y la presionó entre sus labios. —Bueno... No veo ninguna contra. Sólo que si nos va mal pues... Habría muchas cosas complicadas. –Lauren hizo una mueca, y yo no quería que se sintiese así. Teníamos muchas cosas en las que pensar, pero el tiempo pasaba rápido y esa era la opción más fácil. —Si Khloé Kardashian y Lamar Odom se casaron en nueve días y duraron cinco años, nosotras hasta que la muerte nos separe, cariño. –Solté una suave risa negando. —Las cosas son algo más serio que eso. –Lauren agachó la cabeza encogiéndose de hombros. —Yo sólo haré aquello con lo que tú te sientas cómoda. –Sonreí un poco ante su respuesta, y ella también lo hizo. Mientras ella comía, aparentemente sin preocupaciones, en mi cabeza sólo se debatía si casarme con ella, o entrar en juicios y todo era algo abrumador. —Gracias por entenderlo todo. Nos levantamos de la mesa, y ella llevaba en una mano una barrita de cereales y en la otra el vaso de café. Casi siempre solía salir con hambre de los entrenamientos, aunque aquél día había ido al gimnasio. —¿Podrías dejar de comer y darme la mano? –Pregunté con el ceño fruncido, soltando una suave risa. Lauren cogió el vaso y la barrita con una mano, y con la otra me cogió a mí, enlazando nuestros dedos. —Camz... Necesito hablar contigo. –Bebió de su café y en ese momento me asusté, pegándome un poco más a ella. Quizás estaba enfadada porque no tenía muy claro si casarme con ella, quizás Maia le había dicho algo que le había molestado, quizás aquél 136

tema del padre de mi hija le molestaba. –Mmh... La semana que viene dirán quién ira al mundial, y... —Se pasó la mano por la nuca con un suspiro bastante profundo. –Uhmm... Voy a pasarme un mes entero en Brasil. De junio a julio, y sé qué tú eres bastante cabezota, así que no sé si vas a querer venir conmigo, tú y Maia, quiero decir. —¿En serio vas a ir al mundial? Eso es genial. –Abrí los ojos con una gran sonrisa, poniendo una mano en la mejilla de Lauren. –Y claro que me gustaría ir contigo... He visto todos tus partidos esta temporada, ¿cómo me iba a perder una competición así? * —¿Todo bien? –Dinah estaba cruzada de brazos mirando la entrada del colegio, con el móvil en la mano. La verdad es que aquél día me iba a estallar la cabeza. —Más o menos. –Lauren me había dicho que tomase un tiempo para pensarlo, unos días, y que ella se apartaría de todo porque sólo me confundiría más. Aun así, seguía estando conmigo, y la veía hablar con Ed algo más delante de nosotras, lo justo para que no pudiesen escuchar qué hablábamos. —Comprendo que es un lío, pero, no sé. –Lauren giró la cabeza sonriéndome un poco, y volvió a mirar al frente. –Ella se casaría contigo sin pensarlo dos veces. Tiene muy claro lo que siente por ti, y es... Bastante fuerte. —Lo que yo siento por ella también es así, pero la diferencia es que ella no piensa en qué pasará con Maia si nos separamos. –Me pasé las manos por la cara, cada vez más frustrada. —La diferencia es que tú piensas en que se va a acabar, ella no. Tú tienes miedo, y ella no. ¿Piensas que no es la adecuada? –La pregunta me dejó congelada, sin saber qué responder, ni replicar. —Creo que... —Comencé a hablar después de unos largos y agónicos segundos. –He pasado mucho tiempo sola, y esta es la primera relación estable que he tenido. La gente rompe, sale, se pasan años juntos antes de casarse después de varias relaciones, y me da verdadero miedo que a Lauren y a mí nos pase eso. —Ed y yo nos conocemos desde el colegio y empezamos a salir a los dieciocho. Nos casamos a los veintidós, y ahora tenemos un hijo. Maia salió del colegio con esa bonita mochila rosa, su falda a cuatros y el jersey burdeos, corriendo hacia Lauren que se agachaba para abrazarla. —Si no estás segura de casarte con ella ahora, ¿por qué le das ilusiones a Lauren sobre ser su madre? —Porque quiero que lo sea, créeme. –Lauren cogió a Maia en brazos, y la veía tan encariñada con ella, y a mi hija con Lauren, que no podía imaginar un día en que dejasen de abrazarse. 137

—Pues tienes que dejar de pensar, de hacerle falsas ilusiones si en tu mente, lo vuestro no va a durar mucho. * Lauren's POV —¿Cómo llevas la vida? –Dinah se sentó al lado de Ally en el sofá, que ya tenía algo de tripa y se le notaba bajo el jersey. —Bien, genial. Esta noche dicen el equipo al completo que va a Brasil, ¿no estáis emocionadas? –Le tendí una taza de café a Dinah, y a Ally le serví un té caliente, que ella cogió con las manos y colocó sobre su tripa. —Claro, voy a estar un mes en la playa viéndote jugar al fútbol. –Dinah levantó la taza con una sonrisa. –Aunque en realidad, me refería a Camila. –Justo cuando tomé asiento frente a ellas, solté un suspiro. —Bien, genial. ¿Por qué preguntas eso? –Sonreí un poco ladeando la cabeza, mirando a la rubia con el ceño fruncido. —Venga, Lauren, que nos conocemos. Sé que te quieres casar con ella. –Pasé una mano por mi pelo intentando apaciguar la repentina sensación de confusión y, para qué mentir, algo de tristeza. —Haré lo que ella quiera hacer, es su hija, y yo sólo quiero que no se la quiten. Es todo. –Susurré mirándome las manos, frotándolas entre ellas para tener algo donde mirar y no mantener la vista fija a la de Dinah. —Pero te casarías con ella, ahora mismo, sin pensarlo un segundo, ¿verdad? –Sonreí con ternura, asintiendo mirando a Ally que formuló la pregunta. —Es normal que tenga dudas, es... Es algo muy serio. –Ladeé la cabeza con un semblante algo más serio. —Esa niña sería tu hija, Lauren. –Negué, frotándome los pantalones con nerviosismo ante todas las preguntas que hacían. —No, yo sólo quiero que se quede con su madre, sea con mi apellido o con el de Camila. Yo sólo seré... Lauren, ya está. Y si Camila decide ir a juicios, la apoyaré y contrataré los mejores abogados. —A ver, Lauren... Un padre puede no ser biológico. Imagínate que Troy me dejase, y cuando naciese yo tuviese otra pareja que me ayudase a criarlo, mientras que Troy se desentiende, ¿quién sería el padre? –Ally tenía las dos manos puestas en la tripa, y Dinah rodó los ojos. —El otro chico, es obvio. –Resopló la rubia mirando a Ally.

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—No es lo mismo. Maia tiene a su madre, yo soy alguien que ha llegado cuando ya es mayor, y sabe diferenciar quién es su madre y quién es la chica que sale con su madre. Yo sólo quiero que Maia esté con su madre, y Camila con su hija. –Ally se levantó y tomó asiento a mi lado, dándome un beso en la frente mientras sus manos sostenían mi cara. —Tienes un corazón que no te cabe en el pecho. Pero sé que quieres casarte, sé que quieres ser su madre, y sé que la posibilidad de no ser nada te mata. –Y no dije nada, me quedé en silencio, porque era cierto todo lo que ella había dicho. Ally me abrazó, y me incliné apoyándome en su pecho con una mano sobre su tripa, dejando que me diese algo de cariño que me había hecho falta esos últimos días aunque yo quisiese ocultarlo. —Me da pena que te sientas así. –Dijo Dinah, y me separé de Ally encogiéndome de hombros. —Es así. Maia puede quererme mucho, pero si por la noche tiene miedo, irá con su madre. Si tiene frío, buscará a su madre. Aunque sea duro, porque la quiero como a una hija pero por mucho que lo ponga en un papel, tengo asumido que eso no va a suceder. –Me coloqué el reloj de la muñeca en silencio, rogando en mi fuero interno que no hablasen más del tema. —¿Queréis algo de cenar? —No, la embarazada y yo nos vamos, tenemos que hablar de negocios. –Ally se levantó con las manos en la tripa y el ceño fruncido. —¿Qué negocios? ¿Es que quieres que te venda morfina del hospital o qué? –Las dos caminaban hacia la puerta detrás de mí, y abrí para que saliesen. —Pues mira, muchas veces no me vendría mal un chute. –Dinah se sacaba el pelo atrapado por el abrigo y me dio dos besos. –Hasta mañana, cariño. Y suerte en todo. Justo en ese instante, Camila cruzaba el jardín para entrar a casa, y las tres se cruzaron junto con Maia que iba de la mano de su madre. —Y suerte a ti también. –Las dos desaparecieron tras los arbustos que cubrían el jardín, y agaché la cabeza para ver a Maia que me saludó con la manita y luego corrió dentro de casa. —Hey. –Camila me besó, y yo lo respondí con una sonrisa, dejando espacio para que entrase. —Te traemos algo de cenar, hoy es un día importante. –Su mano pasó como una caricia débil y suave por mi mejilla, poniendo las bolsas de papel en la mesa. –Sé que sólo comes sano, lo sé, pero porque comas una noche comida china no pasará nada, ¿no? —No, y hace bastante que no la como. La ayudé a sacar las pequeñas cajitas de la bolsa, y como a Maia no le gustaba nada la 139

comida china, así que calenté un poco de pasta con tomate para ella. La pequeña intentó arrastrar una silla para sentarse en el sofá y usarla como mesita, pero fue mejor tenerla entre mis piernas mientras cenaba. —Mai, ¿quieres probar esto? –Cogí un poco de bambú y se lo acerqué a los labios cuando se dio la vuelta, aunque la pequeña tenía el rostro entero lleno de tomate. —Vale. –Abrió los labios y le puse el bambú en la boca, y en el momento en el que comenzó a morderlo, hizo un puchero negando, escupiéndolo en la mesa. –No me gusta... —Sacudió la cabeza con los ojos apretados, y Camila y yo reímos. Y mientras yo me moría de los nervios, Maia intentaba abrir un plátano como postre, pero al ver que no podía, lo estiró hacia mí con la mano. —¿Me lo abres, por fi? —Claro que sí. –Maia se puso de pie entre mis piernas mirando la tele, mientras yo le quitaba la cáscara al plátano. —Cariño, tienes que dejar de molestar a Lauren. –Dijo Camila mientras yo le tendía el plátano a Maia que se separó de mí. —Lo siento Lauren. –Hizo un puchero y la cogí de los costados acercándola a mí. —Ella nunca molesta, ¿verdad? –Maia negó subiéndose encima de mí en el sofá, acercándome el plátano a la boca del que comí un poco. —Nunca molesto. Dejé a Maia en el suelo, y miré a Camila que tenía un semblante más serio que el mío. —¿Estás nerviosa? –Me encogí de hombros dejando a la pequeña sentarse en el suelo al lado de Dash, acariciándole la cabeza con una mano, mientras con la otra le daba diminutos mordisquitos al plátano. —Un poco. –Justo al decir aquello, en la televisión que llevaba encendida todo el tiempo, comenzaron a dar las noticias sobre la selección femenina de fútbol. No estaba muy segura, aquél último mes había estado lesionada, y eso provocaba la incertidumbre en la decisión del entrenador, pero cuando escuché mi nombre salté del sofá con las manos en alto. —¡Sí! ¡Sí! ¡Me voy a Brasil! –Apreté los puños y los brazos de Camila me rodearon, sentí un beso en mitad de mi espalda y me giré para abrazarla, apretando los ojos. Era mi primera vez como aquél que decía en un mundial, y todos mis sueños se estaban cumpliendo poco a poco, aunque sólo me faltaba uno. —Me prometiste que no te irías... —La voz temblorosa, débil y dulce de Maia se escuchó desde abajo, estaba llorando como una magdalena. 140

—Eh, no, no, no... —La cogí en brazos y ella apoyó su cabecita en mi pecho, escondiéndose en mí mientras lloraba. –Nos vamos todos, mamá, tú y yo. —¿De verdad? –Cuando se separó, se frotó los ojos con los puñitos cerrados, haciendo pucheros. Camila, me rodeaba la cintura con los brazos y su barbilla estaba apoyada en mi hombro, mirando a su hija. —De verdad. Capítulo 24 Camila's POV Me fui un momento al baño a cambiarme, y cuando bajé de nuevo al salón me encontré la escena más tierna del mundo. Lauren tenía a Maia tumbada encima de ella, en la tele, los dibujos puestos, y las dos completamente dormidas. La cabeza de la pequeña permanecía en el pecho de Lauren, que subía y bajaba lentamente. Reparé en la manita de Maia, que estaba apretada en la camiseta de Lauren para que no se fuese, o también en que Lauren rodeaba su cuerpo con un solo brazo. Mi primer instinto fue de quedarme observando la escena todo lo que pudiese, porque era adorable y simplemente me enternecía verlas a las dos así. Pero después, cuando Lauren quiso moverse y no pudo, decidí coger a Maia en brazos. La pequeña se abrazó a mí en cuanto la tuve en brazos, y subí las escaleras, sintiendo cómo se movía, y cómo su respiración chocaba contra mi cuello. La tumbé en la cama y, me tomé mi tiempo para cambiarla y ponerle el pijama. Aunque se removía, conseguí meter el jersey por su cabeza, los bracitos, y la tapé. Observé durante unos instantes a Maia, acariciándole el pelo, dándole un beso en la frente. —Buenas noches. –Sonreí, tapándola saliendo de aquella habitación. Cuando llegué al salón, Lauren seguía dormida en el sofá y lo que menos quería es que se hiciese daño en la espalda. —Lauren. –Susurré acercándome a ella, acariciando su mejilla. Ella arrugó la nariz un poco y abrió los ojos. –Cariño, vamos a dormir. –Creo que Lauren ni siquiera me escuchaba, sólo se levantó y casi seguía con los ojos cerrados. No me dio tiempo a decir nada porque ella se había tumbado en la cama, y parecía que estaba en una fase de trance. —Te quiero... —Me giré en el acto al escucharla, que estaba tumbada boca abajo. –Aunque no quieras casarte conmigo... Y no dije nada, porque ella ya estaba dormida, pero me dolió demasiado hacerla sentir así. Sobre todo, porque me seguía queriendo a pesar de que yo la estuviese desilusionando de aquella manera. Lauren me quería sobre todas las cosas, y yo a ella. 141

Lauren cuidaba de Maia como si fuese su propia hija, y eso era lo que yo quería para mi hija. Las cosas iban a ir bien, tenían que ir bien. Si nos queríamos, ¿qué podría salir mal? Nada, absolutamente nada. Y así estaba, tumbada al lado de Lauren con su cabeza apoyada en mi hombro mientras dormía, pero yo no pegaba ojo. Eran las cuatro de la mañana, y no veía la hora de dormir, o como última opción, de que amaneciera. —Lauren... —La llamé en voz baja, pero no reaccionó. –Lauren... —Volví a llamarla, y esta vez se separó un poco. —Qué quieres... —Susurró con la voz tomada, algo ida, ronca. —Cásate conmigo. –Susurré en su oído, y ella no se movió. —Ahora no... Tengo sueño... —Se acomodó de nuevo hundiendo la cabeza en mi cuello para volver a dormir, pero al menos, ya lo tenía del todo claro. * En el baño, sólo se escuchaba el sonido del grifo abierto. Lauren a mi lado, inclinada mientras se lavaba la cara, mientras yo me la secaba con una toalla color azul claro. Cogimos los cepillos de dientes, y mientras Lauren se echaba la pasta, yo la miraba. —Oye... ¿Recuerdas algo de lo que pasó anoche? –Lauren ya tenía el cepillo en la boca, lavándose los dientes mientras hacía espuma. Sus cejas se juntaron para fruncir el ceño, sacándose el cepillo de la boca. —¿Qué hice? ¿Rompí algo? –Estaba claro que ella no se acordaba de nada. —No, nada. –Sacudí la cabeza, volviendo a ponerle dentífrico al cepillo. —¿De verdad no recuerdas nada? —¿E va a conta e asó? –Dijo Lauren con la boca llena de pasta y el cepillo en la boca, supuse que quería decir 'me vas a contar qué pasó'. —Sólo hablabas en sueños y me pareció gracioso. –Sonreí un poco, pero justo cuando iba a lavarme los dientes, Maia apareció frotándose el ojito izquierdo con el puño. Tenía las mejillas encendidas, y no parecía tener buena pinta. —Hace frío. –Apreté los labios y la cogí en brazos, pegando mis labios a su frente y cerré los ojos con un suspiro. —Tienes fiebre... No puedes ir a la escuela así. –Escuché cómo Lauren se enjuagaba la boca, y luego se acercó hasta nosotras. —¿No enferma mucho? –Maia sorbía por la nariz, y acaricié su mejilla con cuidado, dándole un beso tierno.

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—Es una niña de cuatro años, que vive en uno de los sitios más fríos de Estados Unidos y juega al balón en el colegio con la falda del uniforme. –Sonreí un poco, porque si después de todo lo que habíamos pasado Maia estaba bien, es porque tenía una salud de hierro. —Tiene sentido. –Lauren agachó un poco la cabeza para mirar a Maia, que la saludaba con la manita. –Buenos días Mai. —¿Quieres ir con Lauren mientras yo te preparo algo de desayunar para que te pongas mejor? –Sin decir nada, Maia estiró los brazos y Lauren la cogió, dándole un beso en la frente. Mientras yo en la cocina le preparaba un vaso de leche con cacao caliente y algo de pan. —¿Me cuentas un cuento? –La voz débil de Maia sonaba desde el salón, y cuando giré la cabeza, le estaba dando el libro a Lauren. —Claro. ¿Qué cuento quieres que te lea? –Lauren estaba algo recostada en el sofá, medio tumbada, y encima de ella Maia estaba apoyada en su costado, mirando el libro que Lauren sostenía entre las manos. —Este. –Señaló la pequeña uno de los títulos del principio, y Lauren asintió abriendo el libro. —A ver, a ver... Aquí está. Ya se sabe que en las grandes ciudades hay palacios, y también pobres casitas. Pues bien: en la ciudad que existió hace mucho en un Reino lejano había también un Palacio Real, donde vivía el Rey con su hija la Princesa. —¿Puedo ser la princesa? –Preguntó Maia con la voz tomada, mientras Lauren acariciaba el brazo de la pequeña. —Claro, y yo seré el Rey. Un grupo de hermanos sastres, vivían en aquél lejano Reino, y un día recibieron la noticia de que la princesa del reino buscaba pretendientes. –Lauren paró un momento frunciendo el ceño. –Si fueses mi hija no te dejaría tener novio hasta los treinta, pero el caso, es que la princesa recibía cientos de pretendientes al día, pero los intrépidos hermanos se atrevieron a acudir, así que al día siguiente acudieron a palacio. "Aquí hay tres pretendientes más" —Le dijo el primer Ministro a la Princesa. "Decidles uno de vuestros acertijos, a ver si hay suerte." —Me gusta cómo lees. –Puse el vaso y el plato en una bandeja y caminé hacia el salón sin perderle ojo a la escena. —¿Te gusta mi voz? —Sí. –Coloqué la bandeja en la mesa, y Lauren se giró un poco cerrando el libro. —Vamos, ahora hay que desayunar. –Maia frunció un poco el ceño y se revolvió, sorbiendo por la nariz. —Quiero cereales. –Lauren cogió a la pequeña como si no pesase nada y la sentó en su 143

regazo, señalando el plato. —Mira, pan con mantequilla y cola cao. –Maia negó girándose hacia Lauren, haciendo un puchero con los ojos cerrados. —Hey, antes sí que te lo comías. ¿Quieres que volvamos a casa y no desayunes más cereales? –La pequeña volvió a girarse hacia el plato, y Lauren cogió un trozo de pan quedándose mirándolo. —Mi madre me lo hacía para desayunar cuando era pequeña, y con café. –Le dio un mordisco y se limpió el labio superior de mantequilla. –Mmh.. Podría casar... —Y se quedó en silencio, mirándome sin decir nada más porque aquella frase era algo inapropiada en nuestra situación. —Dame, por fi... –La pequeña tiró de la mano de Lauren, cogiendo el trozo con las dos manitas y dándole un bocado. —¿Quieres que te haga un poco? —Claro. Y se lo hice, y Lauren lo disfrutó como si fuese aquella niña pequeña que casi no llegaba a la mesa de la cocina, según me decía, que le pedía a su madre por favor que se diese prisa, y que muchas veces se apresuraba tanto a coger el pan que se quemaba las manos de lo caliente que estaba. —¿Quieres continuar la frase? –Pregunté yo con una taza humeante de café entre las manos. Maia se había quedado dormida después de desayunar y de darle el jarabe, con el que casi siempre le entraba sueño. —¿Qué frase? –Lauren miraba el café de su taza y le daba un sorbo, mirándome luego a mí. —'Me casa..' –Sonreí un poco apoyando la cabeza en el respaldo del sofá. –Síguela. —No. –Sonrió sacudiendo la cabeza, y mi mano acarició su muslo con suavidad para darle algo de confianza. –No quiero presionarte más sobre ese tema. —Vamos. –Dije como réplica, y ella soltó un suspiro. —Me casaría contigo. –Lauren soltó algo de aire dejando la taza en la mesa. —Yo también me casaría contigo. –Ella asintió algo cansada de ese tema, y se encogió de hombros. —Ya, ya sé que te casarías conmigo si llevásemos más tiempo, si todo fuera diferente, ya lo sé. —No, estoy hablando de que te cases conmigo, ahora, Lauren. 144

Capítulo 25 Lauren's POV Miraba el mostrador con el ceño un poco fruncido, y de los interminables modelos de anillos, yo no me decidía por ninguno. Algunos más grandes, con diamantes, esmeraldas y zafiros —que según me había dicho Normani, se llamaban así, aunque a mí más bien me recordaba a los juegos de Pokémon— y otros más sencillos, simplemente plateados con un pequeño diamante, o sin nada encima. —Esto es muy difícil. —Le dije a Normani, rascándome la nuca con la mano. —No sé si quiere uno que tenga un diamante enorme, o si quiere uno más sencillo. —Giré a mirar a la afroamericana, que se entretenía observando el estante de anillos. Normani era una chica muy sofisticada, siempre con traje de chaqueta, el móvil en la mano y unas gafas de pasta, casi como Dinah. Llevaba los labios cubiertos por labial casi púrpura, y los apretó mirándome. —¿Cómo es Camila? —La pregunta de Normani me pilló algo desprevenida, y creí que era una broma, pero no, ella seguía insistiendo en que le respondiese. —¿A qué te refieres? —Si le gustan las cosas... A lo grande. Si le gustaría llevar vestidos de Gucci, Dior, Chanel, si quiere una gran casa y un coche de lujo. —Metí las manos en el bolsillo de mi chaqueta, y no, la verdad es que no. —No... —Negué mirando los anillos puesto en la caja que nos había sacado el joyero. —De hecho creo que si le comprase algo así me haría devolverlo. —Fruncí un poco el ceño, señalando uno de los anillos. Tenía una pequeña esmeralda puesta encima, y si algo me decía mi madre de pequeña era "el verde es el color de la esperanza". Al ver aquél anillo, sólo podía pensar en la vida que había llevado Camila, en todo lo que ella y Maia habían pasado juntas, cómo había criado a una niña ella sola sin nada, creyendo que un día todo mejoraría, porque la esperanza es lo último que se pierde. —Me llevo ese. —Dije señalándolo, sin ninguna duda, era ese. No quería otro más. No era muy ostentoso, pero tampoco demasiado simple. Era como Camila. Precioso, sutil, sencillo, pero no demasiado simple. —Bueno, tú eres la que decide. Y tienes buen gusto. —Dijo Normani, y sonreí cogiendo la cajita que me había dado el joyero, saliendo con ella de la tienda. —Sé que no es un matrimonio convencional, pero me gustaría que esto fuera algo más que 'un pacto' para que no le quiten a Maia. —Guardé la cajita de terciopelo verde en el bolsillo de la chaqueta, pero no dejé de acariciarla ni aun estando dentro.

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—No es un pacto. Camila quiere casarse contigo. —Respondió Normani mientras caminábamos por la calle, con las luces brillando en los edificios, escaparates, entre los árboles que sucedían la avenida, las cafeterías encendidas y humeando olor a café. —Está convencida de que eres tú, y que no habrá nadie más. —Te haré caso. Normani y yo entramos en la cafetería que tenía un letrero en neón rojo en el que ponía 'ABIERTO' con una taza de café dibujada al lado. El exterior era de madera, y la verdad es que era extremadamente acogedora aquella cafetería. En una mesa al lado de la ventana, Dinah, Ally y Camila estaban sentadas mientras hablaban, y al darse cuenta de que Mani y yo habíamos entrado se dieron la vuelta. —¿Dónde estabais? Empezaba a preocuparme. —Dijo Camila frunciendo el ceño con una sonrisa, y me incliné para darle un beso corto en los labios, sentándome a su lado. —Mmh... A Mani se le rompió un tacón. —Ella me dio un golpe por debajo de la mesa que me hizo reír, y la camarera me trajo un café. Mientras las demás hablaban, yo me mantenía en silencio, intentando contener lo que llevaba dentro, pero era imposible. —Vale, no puedo más. No puedo. —Las cuatro se giraron hacia mí, y yo miré a Camila directamente. —Quería pensar una forma de hacer esto, pero ahora mismo, me da igual. Sé que nuestra relación no se ha basado desde un principio en momentos románticos, ni cenas a la luz de la luna, ni nada por el estilo. Se supone que en la vida primero tienes pareja, te casas y luego tienes un hijo. Y en nuestras vidas todo ha sido al revés, especialmente en la tuya. Así que, por una vez, quiero hacer las cosas bien y pedirte esto como debe ser. Así que, si me lo permites. —Me levanté sacando la cajita verde del bolsillo y la abrí dejando ver el anillo reluciente bajo los focos de la cafetería. —Aunque ya sepa la respuesta, ¿quieres casarte conmigo? Todo el mundo se paró a mirar, pero Camila no tardó mucho en contestar, porque se tiró a mi cuello a abrazarme. —Claro que sí. Y Camila estaba temblando, sollozando un poco mientras le ponía el anillo que se quedó mirando, pero cuando me quise dar cuenta, la cafetería estaba aplaudiendo, y a mí eso me daba algo de vergüenza, por lo que volvimos a sentarnos. Ally estaba llorando a moco tendido sin ningún reparo, y Dinah intentaba contenerse de llorar. Normani sonreía orgullosa, y Camila sollozaba sin dejar de mirarse el anillo y mirarme a mí alternativamente. —Estoy embarazada y llena de hormonas, pero lloraría igual si no lo estuviese. —Cogí la mano de Camila, pasando mi dedo por encima del anillo. —¿Te gusta? 146

—Es perfecto. *

*

*

Unos días después, los nervios me recorrían, al igual que yo lo hacía por el pasillo de los juzgados. —Vamos, tranquilízate, no es como si fueses a tener una gran boda. —Ally me cogía de las mejillas, dándome un beso en la frente. —Pero voy a casarme con Camila, por mucho que sea en el ayuntamiento de Portland. —Normani soltó una risa al escucharme. —Vas muy elegante. Ojalá te casases con traje, y te quedarían bien, querida. —Dijo poniendo las manos en mis mejillas. —Gracias, Mani. —Me incliné un poco sobre la tripa de Ally, dándole un besito. —Gracias a ti también por venir, campeón. —Lauren no me hagas llorar antes de tiempo, me ha llevado una hora maquillarme. —Me separé de ella y le di un beso en la frente. —Oh dios, ahí está. —Susurró Normani mirando al fondo del pasillo, y me di la vuelta. Camila llevaba a Maia de la mano, detrás, Dinah, Ed, Nick y Troy que venía con una botella de agua en la mano, al parecer, no era el único que haría lo que fuese por su mujer por muy ridículo que sonase ir a por una botella de agua en coche. Llevaba puesto un vestido corto de color rosa por debajo , con algo de vuelo y la parte superior era de tirantes color rosa palo. Por otro lado, Maia llevaba un vestido rojo casi igual que el de su madre y de repente recordé que eso que estábamos haciendo era por ella. —¿Vamos? —Dijo ella, y Maia me saludaba con la manita desde abajo. —Vamos. —Respondí yo. Camila se agachó frente a Maia, que llevaba el pelo recogido en un pequeño moño. Algunas veces, me parecía increíble el color de ojos de la pequeña. No era un azul apagado, gris, algo triste como solían ser la mayoría. Sus ojos eran azul intenso, casi turquesas, y eran tan grandes como los de su madre. —Cariño, ¿quieres quedarte un ratito con la tía Dinah? ¿Sí? —Maia asintió, y tan rápido como escuchó a su madre tomó la mano de la rubia. Y mientras Normani, Keith, Summer, Ivy, Dinah, Ed, Nick, Troy, Ally y Maia estaban sentados en las sillas de la sala, yo sólo podía mirar a Camila mientras el juez hablaba. Y cuando me preguntó si la tomaba como esposa, simplemente miré a Camila, intentando dejar de sonreír tanto. —Por supuesto que quiero. —Me giré hacia Maia que estaba a nuestro lado, y cogí el 147

anillo que me daba, colocándoselo a Camila en el dedo con cuidado. —Y tú, Camila a... —Sí, sí. —No dejó terminar al juez, provocando mi risa y la de los demás, pero me colocó el anillo en el dedo anular. No podía esperar más a besarla, y cuando terminó diciendo que podía besarla, lo hice. Uní mis labios con los suyos besándola lentamente, terminando por abrazarla. Estaba feliz, y ella también, porque sollozaba un poco. Tras aquello, y aprovechando que estábamos en el juzgado, le cambiamos el apellido a Maia. —¿Sabes cómo me llamo? —Le pregunté a Maia, quedando de cuclillas frente a ella. —Lauren. —La pequeña puso sus manitas sobre mis brazos. —¿Lauren qué? —Lauren Jalapeño. —Camila se agachó a mi lado, acariciándole la mejilla a la pequeña. —¿Y sabes cómo te llamas tú? —Maia Cabello. —Negué, y Camila hizo que su hija la mirase. —Ahora te llamas Maia Cabello—Jauregui. ¿Te gusta eso? —Maia se tapó la boca con las manos mirándonos. —Y yo también me llamo así, y Lauren se llama Jauregui—Cabello. —¿Nos llamamos Jalapeños? ¿Somos Jalapeños? —Camila y yo soltamos una risa, abrazando entre las dos a la pequeña, que ahora, era mi hija. *

*

*

Yo seguía con la liga, con partidos, viajando cada semana, entrenando, y no habíamos tenido tiempo ni de celebrarlo, de tener luna de miel, ni nada de lo que me hubiese gustado hacer. Y me sentía mal por Camila, porque ella se merecía ser feliz, todo lo bueno que le pudiese pasar a alguien, quería que fuese a ella. No vivíamos juntas, porque aún nos parecía algo pronto, pero pasaban mucho tiempo en mi casa, y yo en la suya. Aún no asimilaba que Maia era mi hija, porque ella me seguía llamando Lauren, y a mí no me importaba. Lo único relevante era que ya no se la podía quitar nadie, y que yo podía disfrutar de ella sin importar nada. —¡Feliz cumpleaños, Maia! —Veía a la pequeña correr por la acera, hasta llegar a mis brazos. —¡Cinco años! ¡Qué mayor eres! —¡Has visto Lauren! —Me dio un besito en la mejilla que me hizo cerrar los ojos, y Camila iba llegando con nosotras. 148

—Te echábamos de menos. Mucho. —Camila se abrazó a mí al llegar, dándome un beso en los labios suavemente. —¿Os gustó el partido? —Maia asintió junto a su madre mientras entrábamos en McDonalds y nos poníamos en la cola. —Mucho. ¿Pero por qué te pegan tanto? —Se quejaba Camila mientras avanzábamos camino al mostrador. —Porque es fútbol, cariño. Llegamos al mostrador, y la chica de la caja, algo desganada, nos miró esperando nuestro pedido. —Mmh... Yo pediré McPollo, y Maia Happy Meal. —Dijo Camila. —Yo una ensalada César. —Saqué la cartera. Cuando Maia vio el regalo, me miró a mí con un puchero, negando. —¿Qué ocurre? —Pregunte yo con la pequeña en brazos. —También quiero el coche. —Señaló el cartelón en el que había como regalo una muñeca, para niña y un coche, para niño. —Pero eres una niña. —Dijo la cajera. Miré a la chica sin entender nada, entreabriendo los labios. —¿Algún problema con que a una niña le guste un coche o? —Dije mirándola. —Lauren. —Me llamó la atención Camila, pero eso eran cosas que simplemente no soportaba. —Ninguno, pero el menú para niña lleva una muñeca, y ella es una niña. —¿Has decidido tú los géneros de las cosas? ¿Los juguetes tienen género? ¿Has visto alguna vez a un juguete hablar y decir si es niño o niña? —La chica se quedó en silencio y negó. —Pues dale un coche de regalo a mi hija, porque es su cumpleaños. El encargado se acercó y metió un coche en la cajita, poniendo la bandeja en el mostrador. —Perdonen las molestias. Nos sentamos en la mesa y Maia abrió los juguetes, cogió el coche y montó a la muñeca encima paseándolo por la mesa. —Venga, Maia, a comer. ¿Te gusta? —Camila le acercaba la hamburguesa y la pequeña mordía, sin dejar de jugar. Le habían dado incluso globos por ser su cumpleaños, y Maia no podía estar más contenta. 149

—Me encantaría comerme esa hamburguesa. —Murmuré viendo cómo Camila comía, y yo me quedaba con mi triste ensalada. Se puso una patata en los labios y acercó su rostro al mío, tomando su patata entre mis labios y terminé por besarla lentamente, mordiendo su labio inferior aprovechando que Maia no miraba, e hice el beso más lento y largo. —Pero esto también me vale. Capítulo 26 Lauren's POV Desde una esquina del sofá, veíamos cómo Ally ponía la tarta de cumpleaños en mitad de la mesa, tenía un glaseado rosa y con letras blancas ponía "Felicidades Maia", además llevaba esa vela en forma de cinco. —¡Cumpleaños feliz! ¡Cumpleaños feliz! ¡Te deseamos todos, cumpleaños feliz! –Maia se tapaba la boca con las manos mientras daba saltitos, y sopló la vela aplaudiendo, y Camila la abrazó. A fin de cuentas, era su pequeña, y siempre lo sería. Le daba besos en la mejilla, y yo, acariciaba su espalda suavemente. —¿Te ha gustado? –Pregunté sonriendo, inclinándome hacia Maia que me abrazó rodeando mi cuello con los brazos. —Mucho mucho Lauren. –Dijo la pequeña, dándome un beso en la mejilla. La dejé ir con Nick, Ivy y Summer, que jugaban con los nuevos regalos de Maia. Mientras la conversación entre los adultos fluía, uno de mis brazos estaba por encima del hombro de Camila, y ella tenía la mano enlazada con la mía, acariciándola lentamente. —¿Cómo te sientes ahora que estás casada? –Me preguntó Dinah, y Camila giró la cabeza hacia mí. —Pues exactamente igual que antes, pero con un anillo. –Todos rieron, pero yo no, porque no debía cambar nada. Y cuando todos se fueron, Maia acabó dormida en una esquina del sofá, y nosotras en la misma posición que antes. —Voy a acostarla, ¿vale? –Sonreí al sentir el beso en la mejilla, y la vi subir con Maia en brazos, desapareciendo escaleras arriba. Estaba agradecida de que pasasen más tiempo en mi casa, que pudiésemos parecer una... Una familia, en definitiva. Porque me gustaba saber que podía ir a recoger a Maia al colegio, que podía ser su "madre". Aunque me asustaba un poco Camila en sí. No sabía si ella estaba de acuerdo en todo eso, no sabía si había aceptado porque era su último recurso, porque me quería, o no sé. No sabía si a ella le gustaba eso de jugar a las familias, o simplemente lo hacía para que Maia tuviese a alguien. Cuando Camila bajó, se volvió a sentar a mi lado, dándome un beso en los labios que 150

respondí levemente. —¿Ocurre algo? –Negué enlazando mi mano con la suya por encima de sus hombros, quedándome en silencio. –Vamos, cuéntamelo. —Sólo estoy cansada. –Dije, echando la cabeza hacia atrás. El silencio no duró más de diez segundos. —Lauren, venga... —Se sentó en mi regazo con una pierna a cada lado, dándome un beso lento del que se separó. –Sé que te pasa algo. —Es que... No estoy muy segura de esto. Por ti, no por mí. Yo sé que te quiero, y quiero que... Que seamos una familia. Pero no sé si tú quieres, o si lo haces sólo por Maia. –No quería abrir los ojos, porque probablemente ahora estaría enfadada, y el simple hecho de tener que discutir con ella me dolía. —Hey... Te quiero. Estoy enamorada de ti, Lauren, y estoy segura de que vamos a ser una familia que todo el mundo va a envidiar porque Maia va a tener a una madre genial. Y cuando pase un tiempo nos mudaremos a esta casa, o a la mía, o donde quieras tú. Pero el problema no soy yo, cariño. –Puso las manos en mis mejillas acariciándolas con los pulgares. –Si no tuviésemos a Maia, probablemente ya estaría viviendo contigo, pero está ella. No puedes cambiar tan rápido el ambiente en el que vive una niña de cuatro años, no puedes confundirla así. La que tendría que estar insegura soy yo, podrías estar con una modelo y sin embargo estás conmigo, que soy... Nada y tengo una hija. —Eres una madre maravillosa, y eso es mucho más que una modelo superficial. Además, eres preciosa. –Le di un beso suavemente, sintiendo sus manos acariciar mi cuello. —¿Quieres tener sexo marital esta noche? —No... Estoy... —Hizo una mueca a la que asentí, no había que dar más explicaciones que esa. –Pero podemos abrazarnos y besarnos. Así. –Se inclinó para juntar sus labios con los míos en un tierno beso, aunque acabé cogiéndola en brazos y subiendo por la escalera. –Te quiero mucho, Lauren. * Al despertar, la primera visión borrosa que tuve fue del lado de la cama de Camila vacío, y Maia estaba en la puerta corriendo hacia mí en la cama. —¿Puedo dormir contigo un ratito? –Preguntó con voz dulce, y sonreí asintiendo. Maia se subió a la cama, y pegó su pequeño cuerpo contra mi pecho. —¿Dónde está mamá? –Dije aclarándome la voz, que salía más bien ronca aquella mañana. —Haciendo el desayuno. –Le di un beso en la frente a Maia, abrazándola contra mí, y aunque el cuerpo me pedía quedarme con la pequeña en la cama, me levanté con ella en brazos. 151

—Mami no quiero levantarme. –Susurró y me separé para mirarla, parpadeando un poco. —¿Qué has dicho? –Pregunté absolutamente extrañada, y con el corazón casi en un puño. —Que no quiero levantarme... —Se volvió a abrazar a mi cuello, y no volví a preguntar nada más, sólo bajé con ella las escaleras observando a Camila en la cocina que acababa de poner los platos en la mesa. —Iba a subírtelo yo, pero mejor así. –Sonreí un poco, dejando a Maia en su silla. La había comprado para ella, era como las demás pero más alta para que pudiese estar a nuestra altura en la mesa. —No hace falta. –Besé la mejilla de Camila, quedándome abrazada de espaldas a ella, dándole otro beso más suave en el cuello. –Maia se ha quedado a dormir un ratito conmigo. —Mai, te dije que subieses a despertar a Lauren, no a dormir con ella, cariño. –Camila me acariciaba la mano mientras sacaba el pan de la tostadora. —Ya... Pero yo quería dormir con ella. –Maia cogió su tostada con mermelada y le dio un bocado, poniéndole bien las piernas a uno de los juguetes que le habían regalado por su cumpleaños. —Aw, el día que tu madre tenga que ir a algún sitio, dormirás conmigo. –Le acaricié un poco el pelo y justo cuando me fui a sentar, sonó el timbre. —¿Es que en esta casa no se puede vivir tranquila? –Bufé, viendo cómo Camila se reía bebiendo de su zumo de naranja. Caminé hacia la puerta y abrí, sonriendo al ver a mis padres que se tiraron a abrazarme y mi madre comenzó a darme besos por las mejillas. —Buenos días a vosotros también. –Dije al separarme riendo, quitándome las babas de mi madre. –Y... Si queréis desayunar. –Señalé la cocina, donde Camila saludaba con la mano y Maia nos miraba con los labios entreabiertos al no recordar muy bien quiénes eran. —Buenos días. –Saludó Camila levantándose para darle dos besos a mi padre y otros dos a mi madre. —Buenos días. Sentimos no poder haber ido a la boda... —Decía mi madre con una mueca. –Mike tenía que trabajar, y los vuelos eran muy caros. –Cogí a Maia de la manita para que bajase de la silla y la acerqué hasta mis padres. —¿Te acuerdas de ellos? –Maia los miró, pegándose a mí un poco como siempre cuando conocía a gente nueva y estaba algo tímida. –Son mis padres, los vimos en Miami, ¿recuerdas? –Maia asintió levantando la manita y los saludó con una tímida sonrisa.

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—Hola.. –Dijo la pequeña sonriendo, y Camila la cogió en brazos. —No, Lauren, no. –Negó mirándome a mí. –Este es el abuelo Mike, y esta es la abuela Clara. –Maia abrió los ojos mirando a su madre, y luego a mis padres. —¿Tengo abelos? –Camila asintió riendo. —¿Cómo Nick y Summer y Ivy? –Me encantaba la ilusión con la que aceptaba todo aquello. —Claro, son tus abuelos. –Ella le colocó un poco mejor el pelo a Maia, que se estiró hacia mi madre para que la cogiese en brazos. Aquello sí que me sorprendió de Camila, porque cualquier duda que pudiese tener, ella las había disipado en segundos. —Nos han dicho que ayer fue tu cumpleaños. –Mi padre se inclinó para mirar a Maia, que se encogía tímida en los brazos de mi madre. —¿Cuántos añitos cumples? —Cuatro. –Alzó la mano con los cuatro dedos, y luego frunció el ceño mirándose la mano durante un momento. –No, cinco. –Dijo volviendo a abrir la manita. —Wow, eres muy mayor ya. Mira, ¿quieres ver lo que te hemos regalado? –Mi madre dejó a Maia en el suelo que asentía, y mi padre abrió una bolsa, sacando de ella una mochila de Disney. —¿Te gusta? –La pequeña abrazó la mochila, pero mi padre la paró. —Espera, espera, ahora tienes que abrirla. –Como si Maia no pesase nada la cogió en brazos, y la sentó en el sofá. Mientras, Camila estaba delante de mí, y yo la abrazaba por la espalda. Maia desabrochó la cremallera de la mochila, abriéndola, y cogiendo un par de camisetas de Mickey y Minnie. —¡Mira mami! –Dijo mirando a Camila, que sonreía al ver a Maia. Luego, un par de zapatos de velcro blancos, con Daisy y Donald dibujados en un lateral. —¡Quiero ponérmelos! ¡Lauren! –Me señaló para que se los pusieran, y me reí. —Pero sigue sacando las cosas, Mai. –La pequeña volvió a introducir la mano en la mochila, y sacó un par de bolsas de chucherías, chupa—chups, la película de La Sirenita, El Rey León y Toy Story. —Nos quedamos anclados en esas películas cuando Lauren era pequeña. –Dijo mi madre mirando a Camila, a lo que me reí porque era verdad. También un pequeño peluche de Ratatouille, que seguramente yo se lo robaría para poder achucharlo, tenía pinta de ser blandito y suave. —¿Ya está, Maia? –Preguntó Mike, y Maia estiró la mano hasta el fondo de la mochila, sacando unas orejas de Minnie que se puso en la cabeza, y luego un sobre. —¿Qué es eso? —Es una carta. –La sacudió nerviosa levantándose hacia mi padre dándosela. –No sé leer aún, abelo. 153

—Abuelo. –Dije yo y Maia ladeó la cabeza. —Abuelo. –Repitió asintiendo. –Abuelo no sé leer aún. —Mira, aquí dice... —La abrió y Maia casi se coló entre sus brazos para poder leer. –Oh, vaya, dice que Maia va a ir a Disney. ¿Esa Maia eres tú? ¿Tú eres Maia Cabello? –Ella hizo un puchero negando, comenzando a sollozar. —No. –Mi padre me miró a mí, y luego miró a Maia. —¿Cómo que no eres Maia Cabello? –Dijo mi madre poniendo la mano en su mejilla. —Porque yo soy Maia Cabello—Jalapeño, como Lauren. –Me señaló a mí, y mis padres se echaron a reír. —Pues esta carta es para Maia Cabello—Jalapeño. —¿¡Voy a Disney!? ¿¡Abuelo voy a Disney!? ¿¡Vamos todos a Disney!? –La pequeña saltaba aún con las lágrimas del pequeño disgusto, y mi padre asintió. —¡Vamos todos a Disney! * Maia había comido antes que nosotros, y sin saberlo se había quedado dormida en el sofá con Dash al lado, abrazada a él. Mientras, mis padres, Camila y yo comíamos en la mesa uno de aquellos guisos que solía hacer mi madre, junto con tortilla de patatas. Echaba de menos eso. —Cuando tu padre vio que ibas con la selección a Brasil, casi le da un infarto. –Dijo ella riendo, y mi padre rodó un poco los ojos. —Lo tengo grabado incluso. Esta puede ser tu oportunidad de dar el salto. –Me apuntó con el tenedor mientras comíamos. —¿El salto a dónde? Esto no es como el fútbol masculino... Estoy en un gran club para ser fútbol femenino, papá. Tenemos gradas con capacidad para más de 20.000 personas. Hay clubes que no tienen ni gradas, eso es triste. –Hice una mueca, cogiendo el vaso de agua. –Y me gusta Portland, es genial vivir aquí. —Eso es cierto. –Mi padre frunció un poco los labios. —Además, el fútbol femenino en Estados Unidos es mucho más famoso y valorado que en otros países. –Añadí. —Bueno, si es así entonces... Gana el mundial por mí.

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Capítulo 27 Lauren's POV En la barra de la cafetería, Normani miraba el reloj, Camila le daba un sorbo a su café y yo jugaba con el vaso de zumo entre mis manos. —Estás muy callada hoy. –Dije yo al ver a Normani en silencio, y ella se encogió de hombros. —Mucho trabajo, estoy agotada. –Suspiró cerrando los ojos, y Camila miró sus manos, haciendo una mueca. –Es decir, no quiero compararme contigo, Camila, esto no es nada. —No, cada uno tiene por lo que quejarse. –Dijo Camila en voz baja mirando a Normani –Ya no trabajo, no me cogen en ningún sitio. –Apretó los labios con una sonrisa, encogiéndose de hombros. —Yo estoy buscando a una persona que me archive los casos y tenga manejo en idiomas. –Miré a Normani parpadeando, y Camila tomó un sorbo de su café tranquilamente. —¿En serio? ¿Por qué no coges a Camila? –La latina soltó una risa, y negó humedeciéndose los labios. —Porque yo por poco no llegué a graduarme. No tengo formación, Lauren. –Normani y yo miramos a Camila, que seguía bebiendo de su café. —Ya lo sé, pero eres responsable y... Ordenada, y sabes bien lo que tienes que hacer. Además, sabes español. –Normani asintió, poniendo una mano en su hombro. —Camila, has criado a tu hija tú sola y por lo que me contó Lauren no fue nada fácil, yo creo que no hay mejor formación que esa. –Camila hizo una mueca soltando un suspiro, negando. —No sé... No quiero defraudarte, Normani. —No me defraudarás, eres una persona muy responsable y lo único que tienes que hacer es... Guardar los casos en el ordenador. Todo el mundo sabe utilizar el ordenador. –Mani apretó la mano de Camila, mirándola. –Por favor. —Pero yo no he estudiado derecho, Mani. Si ni siquiera sabía qué hacer con lo de Maia hasta que llegaste tú. —Mira, ven a probar un día, si lo haces bien te contratamos. –Camila se quedó en silencio, algo insegura, y apreté su muslo. —Venga... Sólo por probar no vas a perder nada. –Me encogí de hombros sonriendo. —Está bien. 155

* La mañana sin Camila era aburrida, paseé con Dash por la playa, volví a casa y vi aquellos programas de deportes que estaban en antena el día entero en los canales de Portland. Casi rozando el medio día, recibí un mensaje de Camila. "No puedo ir a recoger a Maia. ¿Vas tú, por fi? Te quiero." Claro que quería ir a recoger a Maia, y allí estaba, en la puerta del colegio esperando a que Maia saliese de clase, mientras Dinah revisaba el móvil una y otra vez. —Tienes una entrevista el miércoles, y el martes una sesión de fotos. –Me giré para mirarla frunciendo el ceño. —¿Una sesión de fotos para qué? —Un calendario benéfico. Pero tranquila, no es en bikini ni nada de eso, es para niños. –Agitó la mano quitándole importancia, y cuando volví a mirar al frente Maia salía detrás de las vallas corriendo hacia mí. Me agaché y la abracé, dándole un beso en la frente. —¿Te lo has pasado bien? –Ella asintió con una sonrisa, dándome un tierno besito en la mejilla, quedándose abrazada por el cuello a mí. —¿No está mamá contigo? –Era extraño, porque en otras ocasiones decía 'dónde está mi mamá', pero ahora simplemente decía mamá. —No, está trabajando hoy. –Le quité la mochila con cuidado, sacándola por sus bracitos y la cogí con dos dedos. —¿Quieres comer conmigo hoy? —¡Sí! –La cogí de la mano sonriendo, comenzando a caminar con ella hacia mi casa. —¿Qué vamos a comer? —Mmh... Lo que tú quieras, hoy es un día libre. –Ella apretó mi mano y la vi pensar mordiéndose el dedo, y luego me señaló. —Quiero pulpos. –Fruncí el ceño y la cogí en brazos, porque así iríamos más rápido hasta el coche. —¿Pulpos? ¿Cómo que pulpos? –Reí un poco mientras llegábamos al coche, y ella apoyaba la cabeza en mi hombro. —Pulpos de salchicha. –Tendría que preguntarle a Camila cómo se hacía eso, porque yo no tenía ni idea. Llegamos al coche y la senté en su sillita, que había personalizado ella misma con pegatinas de purpurina, brillantina o lo que fuera aquello de dibujos animados. —Tendremos que llamar a mamá para que nos explique cómo va eso. –Respondí tras ponerle el cinturón y asegurarme de que estaba bien apretado. Pulsé el botón de 156

encendido de la radio, que se tornó a un color verde comenzando a sonar la música. —Cause the players gonna play, play, play. And the haters gonna hate, hate, hate. Baby I'm just gonna shake, shake, shake. Shake it off. –Cuando levanté la cabeza, Maia estaba cantando la canción, moviéndose en la sillita y levantando las piernas. —¿Te sabes la canción? –Dije riendo, mirando al frente mientras conducía. —¡La ponían en la tele! –Dio una palmada, y me quedé estupefacta porque una niña tan pequeña se supiese aquella canción. —But I keep cruising, can't stop, won't stop grooving. It's like I got this music in my mind, saying it's gonna be alright! –Canté yo también con Maia, que se reía y movía las piernas al escucharme cantar, emocionada e incorporada en el asiento con las manos en los reposa brazos. Cuando llegamos, apagué la radio y ella hizo un puchero mirándome por el retrovisor. —¿Ya nos vamos? –Salí del coche para quitarle el cinturón, la bajé al suelo y cogí la mochila. —Claro, vamos a comer. –La cogí de la mano y entramos en casa, ella directamente desapareció corriendo, y yo me fui a la cocina cogiendo el móvil para llamar a Camila. —¿Sí? –Sonó ella tras el teléfono. —Camz, oye... Maia me ha pedido que haga pulpos, ¿eso qué es? –Dije abriendo la nevera con el móvil en la oreja. —Oh, sólo son salchichas. Las cortas por cada lado, y es como si le hicieses unas patitas, y cuando se fríen pues se levantan y parece un pulpo. –Me rasqué la frente, buscaría fotos en google para saber cómo se hacía aquello. —¿Cómo te está yendo? –Pregunté sacando un paquete de salchichas y patatas, poniéndolos encima de la mesa. —Pues la verdad es que mejor de lo que pensaba, creo que Normani está contenta y los demás también. Te dejo, voy a comer, te quiero mucho. –Sonreí agachando la cabeza, pasándome una mano por la cara. —Te quiero, Camz. Y no tardes mucho en venir. –Escuché su risa por el altavoz, y me mordí el labio inferior. —No lo haré, te lo prometo. Te quiero, hasta luego Laur. –Colgamos casi a la vez, y dejé el móvil en la mesa. Maia venía por el pasillo mirándome con un puchero. —¿Y el abuelo y la abuela? –Preguntó con una voz dulce, mientras yo abría el paquete de 157

salchichas. —Han vuelto a Miami, cariño. —¿No están? –Volvió a preguntar mientras yo las sacaba y cogía un cuchillo. —No, volvieron a casa, Mai. –Se hizo el silencio, y cuando giré para mirarla, Maia estaba llorando como nunca la había visto. Ni siquiera hizo ruido, pero empezó a llorar con el corazón encogido. Tenía la cara completamente roja, como si se hubiese encendido, y rápido lo dejé todo para ir a por ella y cogerla en brazos. –Eh, eh, cariño, no llores, van a volver. –Pero no dejaba de llorar, y se abrazaba a mí. Podía notar cómo su pecho subía y bajaba rápidamente contra el mío, y sus manitas apretaban mi nuca. –Vamos a ver al abuelo, ¿vale? Pero Maia no se separó de mi cuello, así que me senté en la mesa de la cocina con el portátil frente a mí, y lo abrí, llamando a mi padre por Skype. Unos segundos después él apareció tras la pantalla. —Hey, ¿qué ocurre? –Preguntó él, y mi madre se veía por detrás en el salón. —Es que... Maia os echaba de menos y se ha puesto a llorar sin parar. –Le acaricié la mejilla y la aparté un poco de mí. –Mira, Mai, son los abuelos. –Ella se giró un poco y al ver a mi padre allí, tocó la pantalla con la mano. —¿Abuelo? –Mi padre sonrió, saludándola con la mano. —Hola Maia. –Se movió por el salón hasta sentarse al lado de mi madre. –Mira, es Maia. Nos echaba de menos. —¿Por qué os vais? No quiero que os vais. –Aún le costaba un poco hablar a Maia, pero lo hacía bien. —Mira, mientras yo te hago el almuerzo tú hablas con los abuelos, ¿vale? –Le quité las lágrimas de los ojos dándole un beso en la frente y ella asintió. —Abuelo, he hecho un dibujo en el cole mira... —Y Maia abrió su pequeña mochila para sacar la libreta y yo me puse a hacerle aquellas magníficas salchichas que seguro no rozarían las de su madre. Tras media hora hablando con sus abuelos, ellos se tuvieron que ir, y Maia tenía que almorzar, y viendo la tele se comió aquellas salchichas mojándolas en kétchup al igual que las patatas. —Gracias mami. –Me dijo tras ponerle el plato delante, y lo dijo tan normal que comenzó a comer al instante, pero yo me quedé congelada. Y tras eso, se quedó dormida en el sofá. Eran ya las cuatro de la tarde, y yo comenzaba a prepararme una ligera ensalada en la cocina cuando llamaron a la puerta. 158

Era Camila, y nunca la había visto así. Tenía el pelo recogido con una coleta baja, algunos mechones caían desaliñados, y dejaban ver sus pendientes de perla blancos. Además, llevaba una americana azul, unos vaqueros negros ajustados y unos tacones que sinceramente me dejaron KO. —¿Lauren? – Ella acarició mis mejillas antes de darme un beso en los labios, que respondí gustosamente. —Vaya uhm... Espero que te cojan si vas a ir todos los días así a trabajar. –Dije cerrando la puerta con cuidado, y ella me abrazó de golpe. —Me han cogido. –Posé un suave beso en su cabeza, y ella se separó de mí tirando de mis manos. –Si no hubiera sido por ti... —Ella soltó una suave risa, poniéndose de puntillas para besarme suavemente. Y no quise terminar aquél beso, no quise separarme de ella, así que sujetando sus manos por las muñecas la pegué contra la encimera de la cocina. —Lauren, Maia está ahí.. –Susurró separándose de mis labios, y apoyé las manos en la encimera. —Pues vamos arriba. –Susurré yo encogiéndome de hombros. * —Oh dios mío, Lauren... —Escuché sus gemidos en mi oído, mientras sus caderas y las mías se movían rápidamente, chocando entre ellas. Mi boca quería abarcar la suya, quería besarla, raspar su lengua con mis dientes, lamerla, y a la vez quería morder su cuello, dejar suaves besos en este, pero en cambio estaba en sus pechos, mordiéndolos, besándolos, jugando con ellos mientras mis caderas cada vez se movían más y más rápido, y sus gemidos eran más altos. Sus manos subieron mi cabeza hasta llegar a su boca, y la besé, abriendo los labios para hacerlo con profundidad y de forma húmeda. Camila hundía las uñas en mi espalda hasta llegar a mi trasero, y comencé a ir más rápido, entreabriendo los labios con los ojos cerrados, sin poder aguantar más. Camila llegó unos segundos antes que yo, hasta que colapsé con un gemido en su boca, dejándome caer encima de ella a pesar de que no quería apoyarme en ella. —Deberías tener más cuidado... —Decía Camila con la respiración agitada, mientras me acariciaba el pelo. –O un día te partirás la cadera... —No soy tan vieja. –Me levanté riéndome, tumbándome a su lado. –Además, no me canso nunca. —Pero eso es porque eres futbolista, no vale. –Pasé un brazo por detrás de su cabeza y ella se abrazó a mi cuerpo, dejando un beso en mi pecho. –Es raro. —¿Qué es raro? –Pregunté yo, girándome para mirarla a ella. 159

—Que no me acostumbro a que estemos casadas, ¿sabes? Es muy raro. –Solté una suave carcajada, dándole un beso en la frente. —Sí, es bastante raro. –Acaricié los dedos de sus manos lentamente, enlazando la mía con la de ella. —Pero está bien así, ¿sabes? Está bien que no tengamos aún la idea de que estamos casadas. –Dejó un simple beso en mi hombro, y pegué mi frente a la de ella cerrando los ojos. —Todo es genial así. Capítulo 28 Camila's POV Echaba de menos a Lauren, eso sin dudarlo, pero los compromisos con su trabajo eran lo primero, y aunque ninguna de las dos quisiéramos, ella ya había partido a Brasil, donde una semana después iríamos Maia, sus padres y todo el mundo. Más bien, parecíamos un séquito. Pero mientras eso ocurría, la vida en Portland seguía, y yo tenía que hacer la compra después de trabajar y recoger a Maia del colegio. Caminábamos por el pasillo del supermercado, aunque la pequeña estaba sentada en el asiento que tenía el carro, y yo lo llevaba. Hacía unos meses jamás se me habría ocurrido coger un carro de la compra, porque ni siquiera me hacía falta. Un paquete de pasta y otro de tomate cabían en mis manos, que en aquellos momentos se retorcían de dolor. Ahora, llevaba una americana, vaqueros ajustados, tacones y mi hija vestía con uniforme de colegio privado, además, íbamos llenando el carro de la compra a nuestro gusto. Verduras, carne, pescado, podía permitirme comprar cosas congeladas, yogures, leche, huevos y si veía algo más que me apetecía, podía comprarlo. Y a mí todavía me parecía increíble, aunque bueno, yo seguía intentando no malgastar mucho, sino gastar lo justo y necesario. —Mamá. —Escuché la voz de Maia en la caja, tras poner las cosas en esta y bajarla del carro. —Dime cariño. —Le dije yo, acariciando su mejilla con cuidado. —Quiero eso. —Señaló un montón de chocolatinas y huevos de chocolate en el mostrador. Hace unos meses me partía el alma decirle que no, hace unos meses lloraba porque no podía darle nada a mi hija. —¿Cuál quieres? —La cogí en brazos para que pudiese verlos mejor, y Maia al no estar acostumbrada a pedir cosas y que le dijese que sí, sonrió ampliamente con los ojos 160

abiertos, señalando un huevo de chocolate. —Ése mami. —Lo cogí y se lo tendí a la cajera, que sin inmutarse lo pasó por caja. Y así, volvimos a casa. Seguía cogiendo aquél autobús, aunque ahora sin hambre, sin comerme la cabeza sobre cómo pasar el mes, sin estar pensando en que tenía que comprarle unos zapatos nuevos a Maia y sin estar con una ansiedad constante. —Mami, ¿por qué siempre comemos cosas raras? —Decía la pequeña frente a la tele del salón. Estaba comiendo arroz y pescado con salsa, y no pude hacer más que reírme. —Los niños de mi clase no comen estas cosas mami. —Porque tú eres cubana. —Le dije en español, y la pequeña siguió comiendo. Una de las cosas de las que siempre me había preocupado era de que Maia hablase español, era bastante difícil de aprender, pero si le hablaba desde pequeña, no tendría ningún problema en el instituto. —¿Está rico? —Sí. —Me senté a su lado cruzando las piernas, y le acaricié la espalda, viendo cómo se comía poco a poco los trozos de pescado que le había cortado. —Voy arriba, cariño. —Le di un beso en la cabeza, pero ella simplemente veía los dibujos mientras cenaba. También pude comprarle cubiertos, platos y vasos de plástico, cuando la dejaba sola a veces se le caía el vaso al suelo, y no quería mayores destrozos que un suelo mojado. Mientras me quitaba la chaqueta miraba la luna me preguntaba si Lauren la estaría viendo a la misma vez que yo. Era extraño, porque donde fuera que estuviésemos, siempre veíamos el mismo cielo, siempre veíamos la misma luna, y de alguna forma me hacía conectar con ella. —¡Mira, es mami! —Escuché desde el salón, y bajé las escaleras con el ceño fruncido, sin saber muy bien qué quería decir con eso, o con quién estaba hablando. Quizás tenía un amigo imaginario, pero no. Estaba saliendo Lauren en la tele, y la pequeña estaba de pie señalándola y dándole pequeños golpecitos a la pantalla. —¿Quién es? —Pregunté divertida al sentarme en el sofá, y ella vino hacia mí algo tímida. —Mmh... Lauren. —Negué dándole un besito en las manitas, que la hizo reír un poco. —¿Cómo la has llamado antes? —Ella abrió los ojos al darse cuenta poniendo sus manos en la boca. —Perdón. —Acababa de pedirme perdón por llamar a Lauren mami, lo que me hizo bastante gracia.

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—Cariño, ¿quién es Lauren? —Le pregunté, y aquella pregunta sí que la descolocó. Tenía el ceño fruncido, y apretaba los dedos en mis rodillas encogiéndose de hombros. —No lo sé... —Aquella situación era demasiado confusa para Maia, y lo entendía. Sólo tenía cinco años, y a esa edad era casi imposible saber qué estaba pasando. —Es tu mami, como yo. —No sabía qué reacción esperar por su parte, no sabía si le iba a gustar aquello, aunque Lauren me había dicho en varias ocasiones que la llamaba 'mami', se le escapaba simplemente, como acababa de pasar. —¿Cómo tú? ¿Tengo dos mamás? —Asentí sonriente, dándole un beso sonoro en la mejilla, arropándola entre mis brazos. —Tienes dos mamás, por eso te llamas como Lauren. —Cogí sus mejillas y le di un beso en la frente apretando los ojos. —Y somos una familia, ¿qué te parece? Maia se quedó pensativa, era mucho que procesar para una niña de cinco años, así que sólo se frotó los ojos con los puñitos cerrados, tenía bastante sueño. —¿Y por qué no está aquí con nosotras? —Hizo un pequeño puchero subiéndose al sofá, poniendo una pierna en este e impulsándose. —Quiero que esté aquí... —Cogí a Maia en brazos, dándole un beso en la frente. Ella apoyó su cuerpo contra el mío, bostezando un poco. —La veremos muy muy pronto. *** El contraste del mayo fresco de Portland contrastaba por el caluroso y húmedo de Brasil, que era insoportable. Maia nunca había sentido tal sensación de agobio por las esas temperaturas tan altas, y ni siquiera me dejaba que le arreglase la camiseta mientras íbamos de camino al hotel. —¡Abuelo! —Gritó Maia al entrar en la recepción del hotel, donde Mike y Clara estaban adquiriendo ya las tarjetas de sus habitaciones. Mike cogió a la pequeña en brazos mientras yo llevaba la maleta, pero uno de los empleados las cogió para llevarla luego a la habitación. —Obrigado. —Le dije amablemente al chico 'gracias' en portugués, que era lo único que sabía decir. —¡Camila! —Exclamó Clara abriendo los brazos, y me apresuré a llegar a ella abrazándola, dándole dos besos y ella tomó mi cara. —Estás preciosa. —Tú también, Clara. ¿Habéis visto ya a Lauren? —Mike dejó a Maia en el suelo que se fue corriendo a brazos de su abuela, mientras yo abrazaba al padre de Lauren. —No, está entrenando, creo que a las doce o así viene. Pero mientras nosotros podemos disfrutar de la piscina. —Clara tenía a Maia en brazos que alzaba estos y daba una 162

palmada. —¡Piscina! Abuela vamos a la piscina. —Eh eh, antes tienes que ponerte el bañador. Con el bañador puesto, Maia corría por los alrededores del hotel pegándose a las cristaleras que daban a la piscina, grande, circular, de un color turquesa intenso, rodeada por palmeras, césped y hamacas blancas. Nunca había estado en un lugar así, sólo lo había visto por la tele y la verdad... Es que yo estaba tan emocionada como Maia. —¿Quieres parar un momento, cariño? Tengo que ponerte el flotador. —Dije sacándolo de la caja, y comencé a hincharlo haciendo un poco de presión con los labios alrededor de la boquilla, observando cómo este, transparente por algunas partes, de color rosa por debajo y dibujos de Mickey y Minnie se terminaba de hinchar. —Ven aquí. —Ella se acercó y alzó los brazos para que le pusiese el flotador. —Por la parte bajita, ¿vale? —Sí, mami. —Me agarró de la mano y entré con ella en el agua, que estaba templada, pero lo suficientemente caliente como para poder refrescar aquél calor infernal. —Está fresquita. —Maia movía las piernas con los brazos apoyados en el flotador, y se acercaba a mí. —¿Te gusta esto? —Le pregunté, pegándola contra mí y quitándole el flotador para que pudiese venir conmigo. —Es muy chulo. —Apreté sus mejillas con una mano y Maia se revolvió riéndose, abrazándose a mi cuello. —¿Y por qué hemos venido? ¿Es un regalo para mí? —Las preguntas de Maia eran rematadamente tiernas, pero tuve que negar, sentándola en uno de los escalones de la piscina y cogiendo una de las gomillas para el pelo que llevaba enganchadas en la muñeca. —Lauren juega este mes aquí, y hemos venido a verla. —Recogí su pelo en alto, haciendo un pequeño moño que dejaba algunos mechones mojados y sueltos sobre su cuello. —Va a ganar porque es la mejor más mejor. —Asintió convencida, y volví a meterla en el agua conmigo, abrazándola. —Camila. —Mike me llamó y se acercó a mí desde la hamaca en la que estaba sentado, aprovechando que yo había vuelto a dejar a Maia en el flotador y nadaba a su aire. —Lauren está en su habitación, pero no sabe que estáis aquí. Si quieres nos quedamos nosotros con Maia y tú... Subes a verla. Acepté sin dudarlo dos veces, Maia estaba feliz con sus abuelos, y yo necesitaba ver de forma imperiosa a mi mujer, así que cuando llamé a la puerta y abrió su habitación me aseguré en un segundo de que no había nadie, y al siguiente casi me eché encima de ella.

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—¡Habéis llegado! —La abracé, la abracé tan fuerte que no quería separarme de Lauren ni un segundo, porque la echaba de menos incluso cuando estaba con ella. —Te necesitaba ya aquí. —Estás increíble. —Puse las manos en el polo blanco con bordes azules y rojos que llevaba puesto, y bajé la mirada a los pantalones cortos azules que llevaba puestos y sus zapatillas Nike blancas. —Y sexy. —No mientas, voy en chándal todo el día. —Lauren se encogió de hombros mirándose, y luego se acercó a mí, poniendo las manos directamente en mi trasero. —Te quiero. —¿De verdad? —Lauren movió la cabeza asintiendo, dándome lentos, suaves y cortos besos separándose de mí entre ellos. —Sí... —Terminó por atrapar mi labio inferior entre los suyos, disfrutando de él, retirándose para seguir con otro nuevo, así hasta que su lengua se coló en mi boca, y entonces sí que noté que me había echado en falta, pero cuando salté para enrollar mis piernas a su cintura, su lengua soltó mi boca. —No puedo tener sexo, Camz. —¿Por qué? —Pasé las manos por sus mejillas, dándole un tierno beso, llevándome su labio entre los míos y lamiéndolo con mi lengua. —Por fi... —No me dejan... Y no... N—No hagas eso... —Decía refiriéndome a mi beso, pero volví a hacerlo, volví a atrapar su labio entre los míos y a lamerlo un poco antes de separarme. —¿Te han dicho algo sobre masturbarte? —Lauren frunció el ceño, negando. —¿Y sobre que te masturbe otra persona? —Pero Camz... —La volví a besar, pero esta vez colé mi lengua en su boca sin previo aviso, y sus manos apretaron mis nalgas al hacerlo. —Pero no me dijeron nada sobre hacer que tú disfrutes... Lauren me tumbó en la cama, quitándome el pareo que llevaba puesto para estar en la piscina junto con la parte inferior del bikini. Cerré un momento los ojos y sentí sus labios besar mi entrepierna lentamente, casi como si besara mis labios. Su lengua comenzó a moverse, al principio lento, luego, fue aumentando de velocidad conforme los gemidos salían de mis labios, y mi mano se enredaba en su pelo, y movía la cadera contra su boca, buscando un poco más... Que Lauren me dio. Introdujo dos de sus dedos en mí, comenzando a embestirme con fuerza, rápido, hasta que no quedaba rastro de estos que pudiese ver, y no paraba. Lauren no paraba ni de mover la lengua ni de hundir sus dedos en mí. Al ver que casi me tenía donde ella quería, se puso a mi altura, pero no dejó de meter y sacar sus dedos, que se escuchaban al entrar y salir, mezclándose con mi humedad, y ese sonido hacía juego con mis gemidos, que esta vez chocaban contra la boca de Lauren. —Vamos Camz... —Me susurraba ella, y no podía más. Si Lauren me hablaba mientras lo 164

estábamos haciendo, estaba perdida, y eso ocurrió. Apreté los ojos y presioné la mano que tenía en mi interior para que no saliese, notando sus besos en mi barbilla, en mi oreja, hasta que me relajé, abriendo los ojos para ver a Lauren sonreír. —Bienvenida de nuevo. —Aw... —Acaricié su mejilla dándole un tierno beso, quedándome observándola con una sonrisa. —Siento no poder hacer nada... —¿Sabes que es lo que nos diferencia de una pareja hetero? —Preguntó ella, enlazando su mano con la mía, pero negué, porque no sabía la respuesta. —Que hacemos el amor para que la otra disfrute, porque tu placer es el mío. Los chicos buscan sólo su propio placer, pero... Nosotras no. —No sabía qué decir. —Me alegra haberme casado contigo, no sabes cuánto. * —¡Mai! —Lauren caminaba por la recepción el hotel hacia la salida a la piscina, y Maia corría desde la piscina hasta Lauren, saltando sobre ella al verla. —¡Lauren! —Maia se abrazó a ella, apretando los ojos y las piernas alrededor del cuerpo de Lauren. —¿Te lo estás pasando bien? —Lauren le daba besos por las mejillas que la hacían encogerse y apretar las manos. —Mucho. No me quiero ir de aquí nunca. —Alzó los bracitos y ella la miró, caminando junto a mí hacia el restaurante. —Pues nos queda un mes aquí muy interesante, ¿sabes? —Respondió Lauren, dejando a Maia en el suelo que se agarraba a su mano, y aunque las cosas fueran lentas y a su ritmo... Todo llegaría. Capítulo 29 Lauren's POV El calor era como una hoja de doble filo. Era genial cuando teníamos ratos libres, pero era como la muerte súbita mientras jugábamos un partido de fútbol. Por suerte, aún estaba en el hotel, y allí el fresco del aire acondicionado hacía la estancia mucho más llevadera. —Toma. —Maia alzó la manita y la abrió, mostrando una pulsera roja, azul, y blanca, los colores de Estados Unidos. —La hicimos mamá y yo. La pequeña llevaba la equipación completa de Estados Unidos, botas de fútbol nuevas calcadas a las mías incluidas, con dos pequeñas trencitas hechas, las cuales resaltaban los mechones rubios de su pelo que habían adquirido aquella tonalidad por el sol de aquellos días en Brasil. Tenía la zona de la nariz, bajo los ojos, algo rosada, morena, que hacía juego con aquellos intensos ojos azules que tenía la pequeña. 165

—Es preciosa, ven aquí. —Me puse de cuclillas y abrí los brazos, viéndola correr hacia mí para envolverla en un reconfortante abrazo, dándole un beso en el lateral de su pelo, sin despeinar aquellas trenzas que su madre le había hecho. —Cuida de mamá mientras no estoy, ¿vale? —Puse una mano en su cabeza, dándole un beso en la frente y escuchando la risa de Maia. —Soy mayor. —Se apoyó en mis manos para alzarse un poco y darme un beso. —Te quiero mucho. ¿Vas a ganar? —Claro que voy a ganar, tengo la pulsera, ¿recuerdas? —Di un beso más tosco y rápido en su mejilla, que la hizo arrugar la nariz y reír, corriendo hacia su abuelo a toda prisa. —Si me dejas que te la ate, será mejor, ¿no crees? —Me giré de golpe al escuchar la voz suave de Camila, que pasó los brazos por mis hombros y me atrajo hasta ella, dándome un beso lento, pausado, dulce, cálido del que no quería separarme, pero ella lo hizo simplemente para atarme la pulsera como me había dicho. —¿Crees que tenemos posibilidades de ganar contra Alemania? —Esbozó una media sonrisa, levantando la vista hacia mí cuando ya estaba puesta. —Si tú juegas, no es una posibilidad, es un hecho. Eres la capitana por algo, ¿no? Todo el mundo confía en ti, y yo también. —Se encogió de hombros con esa tímida sonrisa que la caracterizaba, que casi se escondía mordiéndose el labio. —¿Y qué pasa si fallo? ¿Si no puedo marcar? —Todas esas cosas me recorrían la cabeza antes del primer partido, los nervios, la tensión por qué pasará, por la primera impresión, porque éramos un grupo nuevo de chicas reemplazando a otra generación. —Bueno... Por lo que he visto esta temporada, tú nunca fallas. A veces no marcas, pero da igual, porque puedes hacer que otros marquen, y eso está bien, ¿no? —Juraba por Dios que no había nadie mejor que Camila en el mundo. —Y si perdéis, no pasa nada. De los errores se aprende, y remontaréis, confío en vosotras. * Un estadio de 80.000 personas no tenía nada que ver con uno de 20.000 al que estaba acostumbrada a jugar, pero yo tenía suerte. La mayoría de las chicas que competían, incluso de mi equipo, apenas tenían gradas y eso... Eso me mataba. Los hombres, por muy pequeño que fuese el equipo, tenían un campo decente, con césped decente, en el que al menos cabían 30.000 personas. No hablo de Estados Unidos, porque en Estados Unidos el fútbol femenino estaba bastante más valorado que el masculino, pero las chicas que venían de Europa, los partidos que yo veía no tenían nombre. No había categoría para 'Balón de Oro' femenino, sino 'Jugadora Mundial'. ¿Alguien sabía el nombre de la ganadora de aquél año? No. Nadie. Teníamos que soportar los comentarios en internet, redes sociales, periódicos Republicanos y demás, que nos decían cosas como 'volved a la cocina, allí es dónde tenéis que estar', 'sólo sabéis usar el palo de la fregona' o también 'el fútbol es un juego de hombres y vosotras tenéis que complacerlos a ellos', pero en mi 166

caso... En mi caso iba mucho más allá. Yo no era como las demás jugadoras, yo destacaba en todos los sentidos. Mi cara, mi cuerpo, era como una marca. La gente me consideraba guapa, sexy, salía en revistas, era la cara de Nike, yo era un producto en sí y tenía que soportar comentarios como 'tú sólo estás en la selección porque eres guapa', 'a ti sólo te pagan por tu cara', 'no eres la mejor, ni eres buena, estás buena', y eso dolía mucho. Cristiano Ronaldo podía ser la cara de una marca de ropa interior para más inri como era Calvin Klein, podía salir en carteles que ocupaban la fachada entera de un edificio, podía salir en calzoncillos en Times Square, pero él era un héroe para la sociedad. Yo sólo era una puta. —Capitana. —Escuché la voz de Morgan, que también recibía lo suyo por parte de la prensa y la sociedad. —Vamos. Ya no éramos el equipo de hacía unos años, Abby, ya no estaba, ni muchas otras que habían dejado el equipo por la edad, y nosotras cogíamos su relevo, así que ahora, me tocaba a mí tomar las riendas de aquél equipo, excepto Solo, que seguía dando guerra en aquella portería. —No sé cómo dar esos discursos inspiradores que daba Abby, pero... Todo el mundo está esperando a que fallemos. Todo el mundo desconfía de nosotras, porque ya no somos las mismas, o porque nos tienen muy menospreciadas. Pero eso está bien. —Mis brazos reposaban en los hombros de Morgan y Brian. —Estarán confiados, creerán que nos tenemos que ir 'adaptando', pero la verdad es que no. Somos un equipo compacto, somos compañeras, jugamos casi de memoria, estamos compenetradas. Tobin sabe dónde estará Morgan o dónde estaré yo, no perdemos un pase, no damos un balón por perdido, nunca, ¿me oís? Y si perdemos, perdemos con la cabeza alta. Por un penalti mal pitado, porque no entran los goles, pero no porque nos vapuleen. Y salimos al túnel, mientras yo me colocaba el brazalete mejor en la camiseta, Morgan me miraba moviéndose, saltando. Estaba nerviosa, se lo notaba, pero yo... Me había dejado los nervios para la final. —¿De verdad crees que saldrá bien? Son Alemania. Son como una máquina. —Solté una risa y me giré hacia ella, poniéndole una mano en el hombro. —Exacto. Son como una máquina, sólo hay que desmontar una pieza y se desmontará todo. —Besé su mejilla para darle ánimos, dándole unos toques con la mano en la mejilla antes de salir. Todo en el campo, todo listo, Morgan me miraba con el balón en los pies, escuchando el pitido del árbitro y me pasó la pelota, que yo entregué a Brian, comenzando a correr. El juego de Alemania era sucio, tosco, brusco, atascado, que sólo solucionaba nuestros pases con patadas que dejaban a las jugadoras por el suelo. En cada córner y balón que recibía, sentía los tacos de las botas en mis tobillos, lo que se llama 'dejar un recado', 167

pues a mí me estaban dejando varios cada vez que tocaba el balón. En una de las jugadas, Morgan salió disparada y en cuanto recibí el balón de espaldas lo colgué con un suave toque, haciendo que cayese bombeado a los pies de Morgan, que nada más recibirlo disparó y lo blocó la portera. Mierda. El sonido era intenso, y la presión de la grada no era a la que todas estábamos acostumbradas, pero las alemanas aún menos. La defensa tocaba, de un lado a otro, luego a Brian en el centro, de Brian a Tobin, Tobin a Lauren, mientras Morgan y yo luchábamos casi a codazos con la defensa alemana. Lauren se la pasó a Morgan desde el centro del campo a la banda derecha, y Morgan basculó para mí, que la acomodé con el pecho. Estaba sola, tenía que esperar a que llegase alguien o la pelota acabaría fuera, pero fui lista y esperé algo más hasta que me hicieron falta y acabé en el suelo. Alex me tendió la mano y me levanté, estaba casi al lado del banderín de córner, y ella se puso la mano en la boca. —Jauregui, ¿qué hacemos? —Brian se acercó corriendo, y la miré, asintiendo. —Vale, Brian, tú la pones bombeada al segundo palo. Morgan tú al remate, yo intento molestar, bloquear y que Kelley suba también. —Dije con la mano en la boca, caminando hacia el área pequeña. El calor era asfixiante, tenía la camiseta totalmente pegada al cuerpo, lo que era un punto a favor porque no podían darme agarrones, y me era más fácil moverme, molestar, crear huecos que aprovechó Morgan al saltar y golpear de cabeza, dio en el palo y casi de rebote le di con el muslo que acabó al fondo de la red. —¡Gol, joder, gol! —Me gritaba Kelley cogiendo mi cara entre sus manos, y corrimos por el campo aunque yo sólo quería zafarme de ellas y mirar a la grada. Maia y Camila con mi camiseta, azul con los hombros blancos, era lo mejor que me había podido pasar en la vida. ¿¿Ally estaba allí?? Estaba de casi ocho meses, iba a explotar en cualquier momento pero allí estaba, animándome, Troy, Normani, pero al que más podía ver era a mi padre. Estaba feliz, estaba orgulloso de mí. Camila's POV Tras el descanso, fui a por algunas bebidas a los puestos que había fuera, esto no era como en Portland, aquí no había zona vip, lo único que teníamos era sitio justo en la primera fila, pegados a la barrera de publicidad. —¿Y tu madre? —Preguntó Dinah a Maia mientras yo llegaba con las bebidas en la mano. —Ahí. —Señaló el campo, y Lauren estaba calentando esperando a que el partido 168

empezase de nuevo. La rubia soltó una carcajada, apretándole las mejillas a Maia. —Eres lo más mono del mundo. —¿A quién buscabas tú? —Le dije a Dinah, bajando las escaleras hasta llegar a ellas. —A ti. Preguntaba si ibas a querer algo de comer. —Tomé asiento dejando las bebidas en los reposa vasos, y Maia se sentó a mi lado. —Sí, tráeme lo que quieras cariño. Vas a tener que ser mi mujer ahora que Lauren me tiene abandonada por trabajo, ¿sabes? —Dije sorbiendo refresco por la pajita, y ella soltó una sonrisa sacudiendo la cabeza. —Si fuese tu mujer querrías dejar a la patuleta de tu mujer real. —Y la vi desaparecer escaleras arriba. —Mami tengo calor. —Maia alzaba los brazos intentando colocarse mejor la camiseta, pero yo no podía hacer nada, así que sólo la puse de pie para que no se agobiase tanto, y le coloqué mejor las dos trencitas que llevaba hechas en cada lado pero por detrás. —Ya lo sé, cariño, pero cuando lleguemos al hotel te podrás dar una ducha, ¿qué te parece? —Ella puso las manos en mis mejillas, apretándolas un poco. —Eres muy guapa mami. —La senté en mi regazo dándole un besito en el mentón que la hizo reír y encogerse entre mis brazos. —Tú más aún. Dinah trajo patatas y ya está, aunque Clara y Mike volvieron a sentarse a nuestro lado, Ally se había tenido que ir porque le agobiaba estar con el calor y tanta gente en el estadio, así que tras ver la primera parte, decidió que la segunda la vería desde el hotel con aire acondicionado. —Abuelo, ¿quieres? —La pequeña cogió una patata y se la tendió a Mike, que la cogió y frunció el ceño al comérsela. —Mmh, está deliciosa. Me encantaba que Maia pudiese tener esa relación con sus abuelos, incluso con sus tíos, Taylor y Chris, a los que había conocido aquél mismo día por la mañana en el desayuno, pero que se había encariñado de ellos tan pronto como lo hizo de Mike y Clara. Y me encantaba porque yo me sentía en familia, porque Clara me trataba como si fuese su hija, al igual que Mike. Porque todo lo que iba a salir bien estaba saliendo bien, y no le podía pedir más a la vida. Sufría con cada patada que le daban a Lauren, incluso a una de las jugadoras le hicieron sangre que se veía a través de la media, pero por suerte no fue a ella. * 169

Lauren's POV —Eres increíble, ha sido increíble. —Mi padre tenía puestas sus anchas y grandes manos sobre mis mejillas, asintiendo con una sonrisa. —Estoy tan orgulloso de ti. —Sus brazos me atraparon en un abrazo que no había sentido nunca, jamás había escuchado esas palabras salir de los labios de mi padre, y oírlas fue como agua de mayo. Ahora sí que tenía que ganar por él. —Oye, Camila, ¿por qué Maia es tan pequeña? —Le preguntaba mi madre a Camila mientras nos sentábamos en la mesa. —Fue prematura, creo que eso explica bastante. —La verdad, es que para ser una niña de cinco años tenía la complexión de una niña de tres, lo que la hacía incluso más adorable. —Vaya, lo siento. —Mi madre frunció un poco el ceño, mirando a Maia que no se enteraba de nada porque estaba mojando los palitos de mozzarella en salsa. —No, no. Mírala, está genial. ¿Verdad Mai? —La pequeña alzó la cabeza con la boca llena de tomate, mirando a Camila. —¿Qué? —La pequeña miró algo confundida a mi madre y Camila, que rieron ante su aturdimiento. —¿Y tú cómo has venido? ¿Por qué no te quedaste en Portland? —Pregunté a Ally, poniendo una mano en su tripa. Pasé ésta un poco por encima, acariciándola lentamente. —La que te preparó para que llegases hasta aquí fui yo, no me perdería esto por nada del mundo. Además, viaje pagado. Y en aquella mesa todo eran sonrisas, los besos de Camila a mitad de la cena que me hacían sonreír, y Maia sentándose en mi regazo y quedándose medio dormida. Tenía la cabecita apoyada en mi pecho, regocijándose un poco del ruido de los demás, que hablaban y reían en alto, pero para ella ya era tarde, y qué mejor refugio en el que quedarse dormida que su madre.

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Capítulo 30 Lauren's POV Los partidos pasaban, y tan rápido como habíamos llegado a Brasil, los días habían ido pasando, y tras ganar a Uruguay, habíamos pasado a semifinales, pero la cosa no quedaba ahí. Yo estaba jugando el partido, y mi cabeza no estaba en el campo. Así que cuando terminamos el partido, cogí un taxi y salí corriendo hacia el hospital más cercano sin dejar el móvil un segundo. Ni siquiera me había cambiado, seguía con el polo blanco, rojo y azul del equipo junto con el pantalón corto y las zapatillas, pero no me importaba, porque Ally había tenido su bebé. —Hey... Felicidades. —Me dijo Ally con el pequeño en brazos, pero solté una risa poniéndome las manos en la cara. —¿Felicidades? ¿Yo? Acabas de tener tu primer hijo. —Dije acercándome a ella, dándole un beso en la frente. —¿Dónde están los demás? —En la cafetería tomando algo, ha sido bastante largo y cansado. —Sonreí un poco mirando al pequeño. Era diminuto, casi como Ally, y los pequeños puños se retorcían entre ellos a punto de llorar. —Se llama Dylan. ¿Quieres cogerle? —No lo dudé, y lo cogí en mis brazos dándole un beso suave en la frente. —Hey, soy la tía Lauren. —Tras quedarme embobada con el pequeño, dándole con el dedo en la barbilla aunque él seguía con los ojos cerrados. —Es igual que Troy. —Volví a mirar a Ally, sentándome a su lado. —¿Cómo fue todo? —Genial. —Su mano acarició mi brazo, sonriendo un poco. —Siento no haber podido estar, Ally. —Ella negó arrugando la nariz y volví a ponerle a su hijo en brazos. —Tranquila, Lauren. Has jugado muy bien, y además has marcado, ¿qué más pides? Estamos en semifinales. —Me acarició la mejilla con una mano, y no pude evitar sonreír. —No compares jugar un partido con tener un hijo, Al. —Le di con el dedo en la mejilla riendo. —Por cierto, te traje algo. Me dio tiempo a meterlo en la bolsa antes de salir. —Dije cogiendo la bolsa de deporte, sacando una pequeña cajita. —Lo siento, no es la manera más elegante. —Solté una risa y la abrí, enseñando un pequeño pijama de color naranja. —¿Te gusta? Pensé que el naranja es un color neutro, y me pareció bonito. A Camila le gustó, por eso lo elegí. —Es... Es precioso Lauren. Se lo pondré para salir del hospital, va a estar guapísimo. —Y Ally no podía apartar la mirada de su hijo, y yo la entendía, porque tampoco podía apartar la mirada de Maia y ni siquiera era mi hija biológica. —Camila me ha regalado unos zapatos del mismo color y un body azul, es increíble. —Sí, a mí me gustó ese body azul. 171

Dejé que Ally descansara junto con su hijo y Troy que volvía de la cafetería, al que saludé y por supuesto, felicité, aunque en ese momento todo el mundo me felicitaba a mí. —¡Lauren! —Al verme aparecer por la cafetería, Maia salió corriendo y yo me puse de rodillas para abrazarla, dándole un beso en la mejilla. Echaba de menos pasar tiempo con ellas dos, pero estaba segura de que todo valdría la pena al final. —¿Has ganado? Mami dice que ganaste. —¿Tú crees a mamá? —La cogí en brazos frunciendo el ceño, dándole un beso que hizo que se encogiese. Maia asintió rodeando mi cuello con sus bracitos. —Pues claro que gané, te prometí que ganaría siempre. Nos acercamos a Camila, que simplemente puso las manos en mis mejillas para darme un beso tierno, abrazándome luego. —Te lo dije, te dije que ganarías. Te quiero. —La abracé contra mí junto con Maia, rozando su frente con los labios. —Yo también os quiero. * Camila's POV Me gustaba estar en la playa aquellas tardes con Maia, era la niña más feliz del mundo cerca del mar, lo que no me gustaba tanto era que Lauren no podía estar nunca con nosotras. —Mai, ¿quieres bañarte con mami? —Dije abriendo los brazos y ella corrió hasta mí, dándome la mano. —Chi. —Era la niña más adorable del mundo, sin duda alguna. Mike y Clara también estaban con nosotras, pero se había pasado toda la tarde jugando con ellos, y Mike se había quedado dormido después de tanto trote con Maia. —¡Mira mami! —Cogió una piedra blanca y me la enseñó. —¡Es preciosa! —Me agaché para cogerla, dándole un besito en la mano. —Tengo una idea. ¿Por qué no cogemos una concha y le hacemos un collar a Lauren? —¡Sí, sí! —Puso sus manitas alrededor de mi cuello y la apreté un poco, dándole un beso en la mejilla con suavidad. —¿Le gustará? —Claro que sí cariño, además a Lauren le gustará tenerlo. Vamos, vamos a buscar. —Me puse de pie y cogí su manita, comenzando a andar por la arena. Las dos mirábamos al suelo, y ella, con su pequeña manita, apretaba la mía y señalaba la arena. Cogí lo que me dijo, era una concha preciosa, blanca con motas azules, a decir algo extraña.

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—¿De qué será, mami? —Me senté en la arena, y Maia se sentó entre mis piernas dándole vueltas entre sus manitas, y echó la cabeza hacia atrás para mirarme. —No lo sé, cariño. —Le di un besito al verla echarse hacia atrás, y luego le saqué la lengua. Maia me la sacó a mí y arrugó la nariz encogiéndose. —¿Cómo que me sacas la lengua? ¿Qué es eso de sacarme la lengua? —Comencé a hacerle cosquillas dándole varios besos por el cuello, haciendo que se encogiese y comenzase a reírse. —Eres la niña más guapa del mundo. —Tú eres la mejor mamá del mundo. —Vivía por aquellos pequeños momentos en los que me abrazaba y me decía que me quería. Di mi vida casi literalmente por mi hija, que me mirase y me dijese que me quería, o que le gustaba mi comida, o que quería dormir conmigo era una de las mejores cosas que me podía pasar en la vida. —¿Lo soy? —Sonreí un poco, enmarcando su cara entre mis manos viéndola asentir. —Cuando volvamos a Portland haremos lo que quieras, cariño. —Yo quiero vivir aquí. —Hizo un pequeño puchero, apoyándose en mi pecho. —¿No quieres ir a Miami a ver a los abuelos y la tía Sofi, el tío Chris y la tía Taylor? —Me levanté y la cogí en brazos, dándole un beso en la mejilla. —Quiero al abuelo y a la abuela... Mucho. —Y de nuevo, no pude más que darle un beso en la mejilla antes de entrar con ella en el agua. Maia se abrazó a mí con fuerza, me hundí con ella en el agua, viéndola abrir la boca al sentir el frío. —Mami, ¿y tú y mami estáis cadadas como los papás de Nick? Él me dijo que sus papás no se pueden ir, porque están cadados, y yo no quiero que Lauren se vaya. —Lo primero de todo, había llamado a Lauren mami, cosa que me había enternecido el corazón y lo segundo, que al contrario de lo que pasó hacía unos meses, ahora no quería que se fuese. Le mojé un poco el pelo pasando la mano por este, aunque lo llevaba recogido en un moño, como casi siempre, y me puso las manos en las mejillas. —Di, mami. —Solté una risa mirándola, asintiendo. —Sí, estamos casadas, cariño. ¿Ves esto? —Levanté la mano indicando el anillo que llevaba en el dedo. —Esto significa que Lauren y yo no nos vamos a separar nunca. —¿Nunca nunca? —Se frotó la mejilla con la mano abierta, y negué. —Nunca nunca. Y seguí con Maia en el agua, la sumergía y ella salía frotándose los ojos, pidiéndome que lo hiciese otra vez. Me abrazaba, y yo la abrazaba a ella, y por la parte más baja del agua corría para que yo no la cogiese, pero al final acababa cayendo con ella al agua, manchándonos de arena, metiéndonos bajo el agua, con ella colgada en mi espalda. Era uno de esos momentos que piensas que ocurrirá cuando seas madre, pero que yo hacía 173

unos meses creía que nunca iba a sucederme. En una playa de Brasil, sin preocupaciones y con mi hija sentada encima de mí en el agua diciéndome que me quería. Al salir, envolví con una toalla a Maia, secándole el pelo y me volvió a sacar la lengua riéndose. —No me hagas eso, patito. —Dije abrazándola, frotando mi mejilla contra la de ella. —¿Quieres un zumito? —Sí. —Asintió sentándose en mi regazo, sacando los bracitos por la toalla que parecía un burrito. Saqué uno de sus zumos y se lo puse entre las manitas, viéndola sorber por la pajita. A lo lejos, se veía cómo un grupo de chicas iban corriendo, pero a medida que se iban acercando, vi que era el equipo de Lauren. Al pasar por delante de nosotros, Maia se levantó saliendo de la toalla. —¡Mami! —La señaló, y Lauren nos miró sonriendo, pero cuando nos quisimos dar cuenta iban muy lejos. —Adiós... —Maia miró a Lauren a lo lejos, saludándola con la manita algo triste, girándose hacia mí. —¿No nos quiere? —Claro que nos quiere, pero mamá está trabajando. Esta noche la veremos, ¿vale? —Maia asintió abrazándome. —Vale, mami. * Lauren's POV No podía marcar, simplemente no podía. En el minuto ochenta corría a la misma velocidad que en el veinte, pero la suerte no estaba de mi lado. El balón me llegó sola en el área, controlé y cuando disparé sin dejar de botar el balón dio al travesaño de la portería. Mierda, mierda, mierda. Daba golpes en el césped de la frustración, tirándome de los pantalones en el suelo. ¿Qué coño pasaba? Me zafaba de los defensores, las patadas llegaban de todos lados y yo no sabía cómo cortar aquél chorreo de agresividad por parte de Francia. Me estaban dando golpes hasta morir en los tobillos, poco a poco, hasta que al final del partido no podía más. Levanté la mano pidiendo el balón, minuto 88, corrí desmarcándome hasta el centro, recibí el balón, acomodé la pelota mirando la portería, sorteé una defensa, otra, disparé y en ese momento se paró el tiempo. Pude ver cómo la pelota hacía una parábola perfecta hasta la portería, y la guardameta se estiró, sacándola a pocos centímetros de la portería. Me llevé las manos a la cabeza negando, lo peor de todo es que íbamos a la prórroga. En el minuto 115 el balón me dejó de cara, abrí las piernas y la dejé pasar bajo mis 174

piernas y la de la contraria, corriendo hacia el balón que estaba solo ante la portería miré el balón, a la portera, y justo cuando iba a lanzar sentí los pies de la defensa entrar en tromba, dándome con los dos pies en plancha y clavándome los tacos en los tobillos, derribándome al suelo. Ni siquiera me quejé del dolor punzante cuando vi que la jugada seguía, ni penalti ni nada, era dentro del área y el árbitro no decía nada. —¡EH! —Grité yo, cojeando hacia el árbitro. —¡Era penalti! —Grité acercándome a él, que me apartó con una mano. —¡Era puto penalti! —¡Lauren, apártate joder, que te van a expulsar! —Y me aparté enseguida, aunque me zafé de las manos de Morgan que me intentaban calmar. Me pusieron algo de hielo un momento, pero volví al campo. —Si no te gusta lo que pita te jodes. —Me dijo la francesa al oído, y me puse la mano en la boca. —Da casualidad que el vicepresidente de la FIFA sea Platini, ¿no? —Las putas francesas me estaban sacando de quicio, y yo sólo quería sacarle los ojos, pero el partido acabó. Yo tiraba el último penalti, por qué. No era buena tirándolos, fallaba, fallaba a menudo y hoy no tenía ninguna suerte. Hoy no iba a marcar nada. Estábamos en la mierda, las piernas me temblaban y había tenido dos calambres, dos, nada más y nada menos. Me costaba mantenerme de pie, pero cogí a Solo antes de que se fuese a la portería. —Escúchame. —Le puse las manos en la cara señalándola. —Esta es tu primera oportunidad y probablemente la última de triunfar en esta selección. Y vas a hacerlo, hoy hay un maldito muro en la portería, y le vas a contar a tus hijos cómo su madre llevó a su país a ser campeón del mundo. Hazlo por ellos, por mí, por el equipo, por tu país, o por ti. Sé que puedes, ¿me oyes? Y Solo asintió, yéndose hacia una esquina en el córner a observar el primer penalti que debía tirar Morgan. Me temblaban las piernas del cansancio, no quería mirar, simplemente miré al césped recitando rezos internos, hasta que escuché al estadio gritar y a Morgan correr con el puño en alto. Iba la francesa, 22, no quería ni mirar su nombre. Solo tenía que hacer un milagro, pero no lo logró. Brian tiraba, el corazón se me iba a salir del pecho, marcó gol. No quería mirar, otra francesa, pero esta vez Solo paró, y salté de alegría agitando los brazos. Lauren, rasa a la izquierda engañando a la portera marcó, esta vez sí que estaba 175

mirando. Solo vio la dirección de la pelota, pero al tirarse tarde, la francesa acabó marcando por un pelo. Tobin cogió el balón, y esta vez sí que no quería mirar. Me di la vuelta, escuchando el pitido del árbitro, y segundos después mis compañeras saltaban y yo salté también. Solo estaba en la portería ajustándose los guantes, mirando a la francesa que llevaba el balón, lo colocó en el suelo, y con elegancia marcó. Mierda. —Si marcas, ganas. —Me dijo Morgan poniéndome las manos en las mejillas. —Si marcas ganamos. No quería escuchar nada más, con la mirada fija en el suelo, me acerqué hasta la portería. Mis botas, mojadas y cubiertas de hierba, avanzaban hasta el área pequeña. Cuando levanté la cabeza la portera francesa tenía el balón en las manos. —¿Cómo te vas a volver mañana a casa, en coche o en tren? —Decidí no contestar y cogí la pelota, poniéndola en el suelo. Las piernas dejaron de temblarme, y miré a la portera, poniéndome las manos en la cintura. Al escuchar el sonido del silbato, di uno, dos, tres pasos largos miré a la portera, miré al balón y lancé. Fuerte, recto, clavado a la escuadra e imparable para la portera, habíamos ganado. Me tiré al suelo con las manos en la cabeza, mirando la avalancha de jugadoras que se venía encima de mí, y casi no podía respirar, pero no me importaba porque habíamos ganado. * —Eres increíble. —Me decía mi padre, apretando sus manos en mi espalda. —Y te odio porque has hecho que casi me dé un infarto. —No evité soltar una risa, sacudiendo la cabeza, y mi madre me cogió de la cara pasando las manos por mis mejillas. —Te quiero mucho, cariño. —Terminó por abrazarme, y yo también a ella, apretando los ojos. Aquellas pequeñas cosas eran las que había echado de menos en aquél tiempo, mis padres, el reconocimiento, su orgullo, sentirme parte de una familia y... Ahora echaba de menos a mi familia, a la que yo había creado. A mi pequeña hija y a mi mujer, aunque estaban en el hospital con Ally. Abrí la puerta de la habitación y Camila estaba allí con Maia en brazos, que soltaron confeti al verme. —¡Sorpresa! —Las abracé, apretando los ojos sin decir nada, porque el cansancio podía más que yo. Tenía las piernas cansadas, todo el cuerpo en realidad, y además era 176

demasiado tarde. —Os quiero muchísimo. —Di un beso en la mejilla a Maia, y uno en los labios a Camila. —De verdad. —Vamos, necesitas descansar. —Camila tiró de mi mano y me senté en la cama con Maia a un lado y Camila al otro. Enlacé mi mano con la de la latina, sintiendo el suave tacto de sus dedos contra los míos. Cuando me quise dar cuenta, Maia estaba completamente dormida, y es que eran las doce de la noche, nada menos. Camila me besó, de una forma tierna, lenta y profunda, acariciando mi mejilla de la manera más suave y delicada posible, hasta separarse de mí. —Te amo. —Sonreí, porque era la primera vez que me lo había dicho, aunque yo a ella tampoco. —Y yo a ti. —Musité dándole un beso más lento en los labios, sintiendo su mano colarse por mi cuello. —Dormid esta noche conmigo. —Sugerí, y eso hicieron. Camila dormía en ropa interior con una camiseta, y la pequeña también. Tenía a Maia abrazada a un lado y a Camila apoyada en mi hombro al otro, besándome antes de dormir con una pequeña sonrisa. Echaba de menos aquello, echaba de menos sentir cómo éramos una pequeña familia, echaba de menos a Camila, lo echaba de menos todo pero... Sólo quedaba una semana de sacrificio que esperaba poder terminar de la mejor manera posible. Capítulo 31 Lauren's POV —¿Vas a llevarme a la piscina? —Maia apretaba mi mano mientras se miraba los pies al andar. —Claro que sí. Vamos a ir a la piscina con mamá, ¿qué te parece? —La cogí en brazos porque no paraba de mirarse las sandalias rosas de Disney que le había comprado mi madre. —¡Sí! —Pasó sus bracitos por mi cuello, y se pegó a mí mientras salíamos a la piscina. Allí estaba Camila, que me esperaba con los brazos puestos en la cintura, con un bikini blanco, haciendo juego con el moreno que había adquirido aquellos días de sol y playa. —Esa es mami. —Exacto, esa es mami. —Al acercarnos, Camila le cogió las mejillas a Maia dándole un besito justo en la boca como solía hacer siempre, y luego se me quedó mirando a mí. —Deberías estar descansado, seguro que tu entrenador va a matarte si te ve aquí. —Me 177

sujetó de las mejillas para dar un beso lento y suave hasta separarse. —Precisamente él nos ha dado el día libre. —Respondí yo, mientras sostenía a Maia entre mis brazos que jugaba con el borde de mi camiseta. —¿Te gusta? —Chi. —Maia se pasó la manita por el ojo y luego señaló la piscina, apoyándose en mi hombro. —¿Podemos ir? —Primero deja que te eche crema, y después vamos a la piscina. —Dijo Camila cogiendo a su hija en brazos, dejándola en el suelo. —No me gusta la crema. —Replicaba la pequeña, mientras Camila se sentaba en el borde de la hamaca y le recogía el pelo en un moño, y yo me quité la camiseta sentándome al lado de Camila dándole un beso en el hombro con suavidad. —Ya sé que no te gusta, cariño, pero tienes que echártela. —Maia llevaba uno de aquellos bañadores enterizos de color rosa claro con algunos lunares pequeños en blanco, y estiraba las manos hacia la cara de Camila para acariciarle las mejillas. Tras extender la crema por los brazos de Maia, sus piernas y su cara, esta arrugó la nariz echándose hacia atrás. —Está pegajoso, no me gusta. —Volvió a repetir, y se acercó a mí hasta ponerse entre mis piernas, señalándome sonriendo. —Lo. —¿Qué me has llamado? —Ella se rio encogiéndose, con aquella sonrisa tímida que le salía. —Lo. —La cogí en brazos levantándome con ella, dándole besos por la mejilla, el cuello, haciéndola reír y se revolvía entre mis brazos intentando zafarse de mis cosquillas. —¡Ay! —Decía entre risas, poniendo sus manos en mi cara para apartarme. —¡Mami, para! —Y paré, dejándole un beso en la frente. —¿Quieres ir al agua? —Bajé las escaleras de la piscina con ella, era bastante pequeña para niños de su edad, así que simplemente me senté en el agua para que me cubriese por el pecho. Maia estaba de pie y le cubría también por esa altura. —No quiero volver nunca a casa. —Negó con el ceño fruncido haciendo un puchero. Con la mano le mojé el pelo, y luego le apreté las mejillas. —Aún falta mucho para que volvamos a casa. La semana que viene nos vamos a una isla muy muy chula. Mamá, los abuelos, el tío Chris, Nick... —Maia asintió sonriendo moviendo las manos en el agua rápido para salpicarme, aunque se sentó encima de mí. Levanté un poco las piernas para que el agua ya no le llegase por el cuello y la cogí de las manitas. —¿Qué es? —Hizo un puchero señalando mi hombro, porque tenía una pequeña herida del partido del día anterior. 178

—Es un pequeño rasguño, porque cuando juegas al fútbol a veces pasan esas cosas. —Sonreí cogiendo sus manitas para darles un beso. A veces me sorprendía de ver a aquella niña, porque era increíblemente igual que su madre, pero rubia de ojos azules. Tenía las facciones de su cara, su nariz, comenzaba a tener los labios de Camila, pero sus ojos eran como los de la piscina en la que estábamos. —¿Mamá me dejará jugar al fútbol como tú? —Caminaba hacia adelante riendo hasta apoyar las manitas en mi pecho, arrugando la nariz. —Vamos a hacer una cosa. —Le moje la cabeza pasando mis manos por su pelo, y ella se echó hacia atrás abriendo los labios con una risa. —Cuando lleguemos a casa te apuntaré en un equipo de fútbol, y así podremos jugar juntas, y mamá y yo podremos verte jugar al fútbol. ¿Quieres? —¡Sí! —Dijo sin dudarlo un momento, poniéndose de rodillas sobre mi regazo y levantó los brazos, aunque luego se retiró y cogió una pelota color rojo que había por allí y la lanzó, tampoco fue muy lejos, cayó justo delante de mí para salpicarme. —Mmh.. —La pequeña se acercó a mí de nuevo casi corriendo en el agua, aunque parecía imposible y se abrazó a mí. —Estás muy cariñosa, ¿me das un besito? —Fruncí los labios de forma que quedasen para que me diese un beso como los que le daba a Camila, y lo hizo apretando luego mis mejillas. —¿Eres mi mami? —Miré a Maia pasándome la lengua por el labio inferior, porque no sabía muy bien qué contestarle, ¿sí pero no? ¿Estaría Camila de acuerdo con eso o no? —¿Tú qué piensas que soy? —Ella soltó una risa poniéndose las manos en el bañador, arrugando la nariz. —No sé, ¡por eso te pregunto! —Aquella niña era adorable, sin duda, y no paraba de sorprenderme con cada respuesta que me daba. —Te quiero mucho, Mai. —Besé su frente sonriendo, evitando aquella pregunta, porque yo no estaba preparada para responder aquello. Y luego, jugamos, ella se ponía al borde de la piscina más grande, justo delante de donde estaba Camila, sonriendo al ver a su hija. —Ten cuidado, Maia. —Decía Camila preocupada, jugando con sus manos desde fuera, mientras yo abría los brazos cerca del bordillo. —Vamos, una... Dos... ¡Y tres! —Maia saltó a mis brazos en la piscina, hundiéndose conmigo en el agua hasta salir de nuevo a la superficie, viéndola sonreír y soltar carcajadas. Camila se acercó al borde de la piscina y se sentó en este, estirando el brazo hacia nosotras para que fuésemos con ella. 179

—Ah, ah, métete en el agua. —Negué con Maia en brazos que abría la manita para que su madre fuese con ella. Camila se bajó del bordillo y entró en la piscina, estirando las manos hasta que cogió las de Maia que se enganchó a ella rápidamente. —¿Te gusta jugar con Lauren? —Camila besó la frente de su hija mientras yo me acercaba y metí la cabeza debajo del agua, saliendo para coger aire abriendo la boca. —Me gusta mucho. * Camila tenía las manos puestas en mis mejillas, acariciándome suavemente mientras sus ojos estaban clavados en los míos. —¿Estás nerviosa? —Preguntó ladeando la cabeza, y asentí como era obvio, porque los nervios me estaban recorriendo el estómago y sólo quería saltar ya al campo. —No deberías, sé que vas a ganar. —Eso no se sabe. —Repliqué yo soltando una suave risa, sintiendo sus manos bajar hasta la parte de detrás de mi pelo. —Holanda son mejores que nosotras. —Murmuré encogiéndome de hombros. —No, no lo son. Juegan sucio, eso no es ser buenas, o eso me decía tu padre. —Las dos nos reímos a la vez, y me mordí el labio encogiéndome de hombros. —Sabes, mi madre de pequeña me decía una frase que me parece muy apropiada. —¿Cuál es? —Respondí inmediatamente y ella sonrió de la forma más tierna. —Sólo aquél que pueda tocar el cielo será más grande que tú. —Apretó mi mejilla y luego se acercó a mí para darme un beso suave y dulce, acompañado de aquella caricia en mi mejilla. —Así que, hazlo como sabes e intenta que no te hagan daño. —Solté una suave risa agachando la cabeza, dándole un fuerte abrazo para reconfortarme un poco, porque en unos minutos ella ya no estaría allí para decirme si lo hacía bien o mal, o para abrazarme si lo necesitaba. —Te quiero, Lauren. —Diría que te amo, pero te lo diré después del partido. —Sonreí cogiéndola de las mejillas para hundir mi boca en la suya, saboreando sus labios, su lengua, su boca, y su sonrisa rozando mis labios al separarse. —Tengo que irme. —Musité en voz baja, separándome de ella con un último roce en su mejilla. Al final del pasillo estaba Maia en brazos de mi padre que se entretenía jugando con uno de los juguetes nuevos que le habían comprado, y simplemente me alegraba de que aquello fuese lo último que viera antes de salir al campo. * Los uniformes naranjas se sucedían por todo el túnel antes de salir al campo, y yo no 180

sabía dónde estaba. Había una niña a mi lado, que me cogió la mano y casi me sacó al césped porque yo no sabía ni lo que estaba haciendo. El himno sonaba de fondo, y yo movía las piernas nerviosa, intentando no mirar detrás de la portería contraria donde estaba mi familia sentada. No quería decepcionar a nadie, por lo que había escuchado, aquél partido estaba teniendo mucha repercusión en el país, y sin duda no quería decepcionar a alguien. El pitido de inicio sonó, y simplemente pasé la pelota hacia atrás, corriendo hacia adelante. Sí, Camila tenía razón, no jugaban bien, pero en el momento en el que me llegó el primer balón noté los tacos de una de las jugadoras en mi tobillo pero no paré hasta pasar el balón y poder pararme a tocar el tobillo. No habían pasado más de tres minutos de partido, y a mí ya me habían hecho una falta que era tarjeta roja. Y todo seguía, las patadas, las entradas a destiempo, mientras nuestro equipo intentaba mantener el balón y crear acciones. En un córner me alcé para golpear el balón con la cabeza pero golpeó en el travesaño y me llevé las manos a la cabeza. ¿Cómo podía ser aquello? ¿Cómo podía no haber entrado? La suerte no estaba de mi parte. Corrí, pedí el balón que controlaba de espaldas pero era casi imposible darse la vuelta así que mi única opción era pasarla de nuevo y correr a la espaldas de la defensa hacia la portería, pero si cogía el balón, me cargaban hasta que me derribaban. Estaba exhausta, y con el calor de Brasil, en una de las faltas me acerqué al banquillo a beber algo de agua y echármela por la cabeza. —Lauren. —Me llamó el entrenador, señalando las dos defensas. —Ponte ahí y deja las bandas, al centro. Y lo hice después del descanso. Miré la grada con las manos en la cintura, sonriendo un poco al ver que estaba Maia en el regazo de Camila con una camiseta exacta a la que yo llevaba puesta. Azul, con detalles rojos y blancos y un 'Jauregui' detrás. El partido empezó de nuevo, y el ver aquella escena sí que me dio fuerzas, en cuanto toqué el primer balón lo volví a soltar a una de las bandas pero yo corrí al centro, y cuando lo volví a recibir chuté, enviándolo a centímetros de la portería. Me levanté del suelo tirándome del pantalón, frustrada. Miraba la jugada de lejos, y corrí para presionar, poniéndome encima de ella, intentando que soltara el balón contra la banda, pero no lo hacía, hasta que una de mis compañeras consiguió robarlo. Los minutos pasaban, y las patadas cada vez hacían más mella en mí. No me dejaban recibir un simple balón, levantarme y volver a caer, y sobre todo los golpes cansaban más que seguir corriendo. —Lauren. —Morgan me levantó del suelo porque yo sólo quería quedarme allí o pegarle patadas a todo. —Levanta joder. —Me puse en pie con su ayuda, y me toqué el tobillo 181

malherido durante todo el partido. El partido había terminado cero a cero, y ahora quedaban treinta interminables minutos de prórroga. —Necesito agua. —Dije andando a su lado, viendo nuestras piernas llenas de césped, barro, y magulladuras provocadas por las holandesas. —Toma. —Bebí un poco de la botella que me dio, aunque fue más para enjuagarme la boca y escupirla, o echármela por la cabeza. —Están más cansadas que nosotras. —Recalcó, y sólo pude mirarlas. —Ellas ni siquiera se han acercado. —Tenemos que arrancarles la cabeza. ¿Sabes a lo que me refiero? —Pregunté dejando la botella en el suelo, saliendo de nuevo al campo a su lado, tapándome la boca con la mano. —Sí. —Pues hay que destrozarlas. —Me retiré la mano de la boca y cogí el balón, poniéndolo en medio y miré directamente a Alex, que asentía. Si ellas presionaban, nosotras el doble, si ellas daban patadas, nosotras intentábamos levantarnos para no darles el gusto de tenernos en el suelo. Minuto 116, nada, nada ocurría. Lo cortaban todo, era imposible traspasar aquella barrera naranja, simplemente sacábamos córners y poco más. Intentaba zafarme de las defensas pero ellas tiraban de mi camiseta que se estiraba, daban tirones pero yo tenía la mirada puesta en la pelota. Todo lo que vino después, fue demasiado rápido. Di un salto de casi medio metro superando a todos, y mi cabeza contactó con el balón, fuerte, rápido, directo, seco, girando el cuello para ver cómo la pelota iba directa a la escuadra y peinaba el fondo de la red. No reaccioné, porque no sabía cómo reaccionar, simplemente eché a correr escuchando el sonido de 80.000 personas gritando gol, pero no fui muy lejos porque una masa de chicas se echaron encima. —¡La puta madre Lauren! ¡¡La puta madre!! —Gritaba Tobin, que me cogía la cara y todas éramos una piña. Grité, las abracé, y ni siquiera sabía cuánto quedaba de partido. Los cuatro minutos más largos de mi vida, defendíamos cada balón como si fuese el último, así, hasta que en el minuto 122, el árbitro pitó el final. Caí de rodillas al suelo con las manos en la boca comenzando a llorar sin importar nada. Todo el equipo estaba hecho una piña en el centro, el entrenador corría, todos gritaban, pero yo estaba allí viéndolo todo pasar de rodillas y llorando, con Solo abrazándome haciendo que la mirase. Pero no sabíamos qué decir, así que simplemente le respondí al abrazo. Me levanté del suelo y Morgan venía con una bandera de los Estados Unidos para 182

dármela, abrazándome. —Gracias. —Me dijo simplemente, y me puse la bandera al cuello antes de subir a aquél pequeño escenario para coger el trofeo. Hope tenía su brazo alrededor de mi cuello tras ponerme la medalla, que miré una, dos, tres veces para poder creerme aquello. —¡Cógela Jauregui! —Gritaba Lauren y me empujaron delante, para subirme en aquél mostrador, más alto que ellas. —Si me caigo cogedme, ¡cabronas! —Todas se rieron y yo también. Se escuchaba ese murmullo al ver la copa venir, hasta que la tuve delante y la alcé, viendo cómo el confeti salía de los lados y caía sobre nosotras. Dejé la copa, lo dejé todo para correr hacia donde estaba Camila. Ella sacó medio cuerpo de la grada y se agachó, tenía miedo de que se cayese, pero no pude decir nada solo besarla. Camila estaba llorando, y yo también. —Te amo, —le dije riendo a la vez que comenzaba a llorar de nuevo— muchísimo. —Añadí. Camila se separó de mí y cogió a Maia en brazos, bajándola hasta mí. —¡Mami! ¡Mami! —Me gritaba, enganchándose a mí como si fuera un pequeño monito. —¡Mami has ganado! —Le di un beso en la frente, abrazándola contra mí y caminé hasta el centro del campo. —¡He ganado! —Dije cogiendo una de sus manitas, dándole un beso. En una de las pantallas estábamos saliendo Maia y yo, en grande, para todo el estadio. —Mira, Mai, somos nosotras, ¿quieres saludar a mamá? —Maia se giró hacia mí y me saludó, dándome luego un besito en la boca como hacía con Camila. —Muá. —Muá. —Repitió ella, mientras todo el estadio seguía repleto de gente. —Ahora tenemos que saludar, ¿ves toda esa gente? Está aquí por ti. —Señalé las gradas y ella levantó la mano saludando junto a mí, dando la vuelta por el estadio. Maia miraba a todos sitios, pero yo sólo podía mirarla a ella. Besé su cabeza y la dejé en el suelo, cogiéndola de la mano. Maia saltaba y se agachó para coger el confeti y lo lanzó, corriendo delante de mí. Yo iba detrás, observando cómo jugaba y corría dando pasitos cortos. Llevaba mis botas y la equipación al completo, excepto que en vez de 'Jauregui' ponía 'Mami' en su espalda, con dos colitas hechas, dejando ver su pelo totalmente rubio. —¿Qué es eso? —Señaló la medalla y me arrodillé delante de ella, poniéndole la medalla en el cuello. —Esto es para ti. ¿Te gusta? —Ella la sujetó con las manitas asintiendo, corriendo hacia mis brazos para volver a abrazarme sin decir nada. 183

—Te quiero mami. —Volví a cogerla en brazos, yendo hacia donde estaba Camila. Dejé a Maia en el suelo, y estiré los brazos hacia Camila y la saqué de la grada, poniéndola en el suelo. No me dio tiempo a decirle nada porque comenzó a besarme, abrazándome luego. Y Camila era preciosa, con el pelo recogido en una coleta, los mechones de pelo cayendo por sus mejillas. También con mi camiseta, y abrazada a mí caminando por el campo. —Te lo dije, te lo dije. Ibas a ganar. —Maia corría delante de nosotras, y Camila y yo la mirábamos, como si fuese nuestra, porque en realidad, lo era. —Ese 'mami' de su camiseta, ¿es por ti? —Camila soltó una risa, negando. Maia vino corriendo hacia mí, y la cogí en alto, dándole un beso. —La vida puede ser genial a veces, ¿no crees? —Dijo Camila pasando el brazo por mi cintura. —O siempre. Capítulo 32 Lauren's POV Indudablemente, todo el equipo estaba eufórico, gritaban en el vestuario y el champán corría por el suelo y entre nosotras. Sólo yo me duché y tuve que salir a atender a la prensa, que esperaba impaciente detrás de una delgada cinta negra a que apareciese. Normalmente, no solía sonreír tanto, ni hablar de forma distendida, pero joder, ¡acababa de ser campeona del mundo! —¿Cómo ha sido el partido, Lauren? —Me humedecí los labios mirando primero el micrófono. —Lo habéis visto todos, ¿no? —Solté una risa sacudiendo la cabeza. —Ha sido el partido más duro que he tenido que afrontar físicamente y... —¡Jauregui, deja de ser tan seria! —Tobin pasó detrás de mí y me empujó la cabeza, provocando mi risa y la de los periodistas. —El caso es que hemos aguantado las patadas, la presión y... —De soslayo, vi cómo Maia aparecía corriendo mirando a todos sitios hasta que me encontró y salió disparada hacia mí. La cogí en brazos dándole un beso en la frente y ella se asustó al ver tanta gente delante de mí. —Mami dice que nos vayamos ya... —Fruncí el ceño al mirarla colocándole algo mejor el cuello de la camiseta, centrándome en Maia y dejando de lado a la prensa.

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—¿Para qué quiere mami que nos vayamos? —La pequeña tardó en responder, apretando con sus dedos el borde de la camiseta. —Para comer chuches y ver al abuelo y al tío Chris... —Abrí los ojos a modo de sorpresa, como si de verdad fuese algo importante, porque prácticamente llevábamos juntos un mes. —Oh, hay que comer chuches. —Asentí y me di la vuelta hacia la prensa con una mueca fingida. —Lo siento, chicos, tenemos que comer chuches. Lo mejor de que aquél campeonato terminase, no era el trofeo, ni la celebración, que sí, era genial, pero por fin podía dormir en la misma habitación que Maia y Camila. La primera estaba sentada sobre mi abdomen mientras yo estaba tumbada en la cama, y Camila estaba tumbada a mi lado, con la cabeza apoyada en mi hombro. La pequeña tenía confeti entre las manos, aún no se había quitado la camiseta, ni aquellas dos coletas rubias que Camila le había hecho. —¿Por qué tienes una herida aquí? —Señaló mi hombro y simplemente me encogí de hombros, poniendo una mano en su espalda para que no se fuese hacia atrás. —En el fútbol pasan esas cosas. —Dije tomando sus manitas entre las mías, y Maia hizo un puchero. —Yo no quiero jugar al fútbol... —Fruncí el ceño alzándola y poniéndola entre Camila y yo, dándole un suave besito en la frente. —¿Ya no? ¿Y eso? —Pregunté algo extrañada, mirando a Camila que sonreía mientras apartaba el pelo de la cara de su hija. —Porque no quiero hacerme pupa... —Dijo removiéndose para darse la vuelta y abrazarse a Camila, que acariciaba su pelo con ternura. —Pero si juegas conmigo no te haré pupa. —Maia sonrió un poco, y después bostezó frotándose los ojos con los puñitos cerrados. —¿Quieres dormir? —La pequeña asintió, y Camila se incorporó un poco, poniéndola de pie en la cama. —Vamos a ponerte el pijama. —Maia negó, haciendo un puchero mientras miraba a la latina. —¿No quieres el pijama? —Quiero esta camiseta. —Respondió sin dejar de frotarse un ojito, y Camila soltó una risa bastante suave. —Está bien, ¿quieres ver una peli con mamá y conmigo antes de dormir? —Camila le quitó las gomillas que sujetaban aquellas dos coletas con cuidado, y Maia asintió gateando en la cama hasta llegar a mí. Camila puso una de esas películas Disney que estaban echando en la tele, y Maia no tardó más de cinco minutos en quedarse dormida. Camila la cogió en brazos, estaba 185

absolutamente derrotada, y la llevó a su habitación para acostarla. Eran las dos de la mañana, y sin duda, el día había sido agotador para todos. Cuando ella volvió, se sentó sobre mí, inclinándose para poder besarme, presionando las manos en mis mejillas con una sonrisa. Y siguió con unos cuantos besos más que retumbaban en la habitación, yo sabía por dónde quería ir ella, pero tuve que separarme antes de que fuese a más. —Camz... —Susurré antes de que me diese otro beso, y ella se separó tirando de mi labio inferior, levantando la mirada hacia mis ojos. —¿Qué? —Frunció las cejas ladeando la cabeza, como si estuviese curiosa. —Que si empiezas no te voy a poder seguir. —Susurré con una sonrisa, pasándome la lengua por el labio inferior. —Estoy... No sé ni cómo puedo hablar. Mira. —Levanté la mano que estaba temblando, entre el cansancio, los nervios y la euforia, mi cuerpo se había convertido en un auténtico flan. —Hey, hey... No pretendía que pareciese eso. —Camila rio un poco, y puse la cabeza gacha apretando los ojos. —¿Qué ocurre? —Me quedé en silencio, no había manera de ocultarle nada a Camila. Había ganado el campeonato del mundo, pero mi cabeza estaba en otra parte. Negué. —Dime que te pasa o lo averiguaré yo. ¿Es por lo mismo que la vez anterior? —Cerré los ojos ante su pregunta. Esta vez, me planteaba si Camila me quería de verdad. Ella se incorporó quedando sentada encima de mí con un suspiro, pasándose las manos por la cara. —Es una idiotez. —Respondí sentándome en la cama con la espalda a la pared, y ella negó con los ojos cerrados. —¿Una tontería? —Negó quitándose las manos de la cara con un suspiro con los ojos cerrados. —No sé qué hago mal. No sé cómo demostrarte que te quiero, ya no sé cómo. Porque intento mejorar, intento estar contigo en todo, ¿sabes? Me duele que pienses que no te quiero lo suficiente, Lauren. Te dejé que entrases en mi vida, te di... Te di a mi hija porque ahora también es tuya, ¿es que eso no es querer, Lauren? —Camz... —Puse las manos en sus mejillas para limpiar las lágrimas que caían de sus ojos, era imbécil por pensar aquellas cosas. —Y tú sales en las portadas de las revistas, tienes un montón de dinero, y yo por no 'aprovecharme' de ti no quiero ni vivir en tu casa, Lauren. No te pedí ayuda no... —Enterró la cara entre sus manos para llorar, y la rodeé entre mis brazos para estrecharla, escuchando cómo hipaba y su corazón se encogía. Ella se puso de pie separándose de mí, y yo me levanté de la cama para acercarme a ella y volver a abrazarla. —Si no puedes entender que una persona esté enamorada de ti, que quiera compartir toda su vida contigo... —Camila, no. Mírame. —Sujeté su cara entre mis manos, pasando los pulgares bajo sus 186

ojos para apartar las lágrimas. —Nuestra situación es extremadamente rara. Estamos casadas y ni siquiera me acuerdo, pienso en ti como en mi novia, y me aterra saber que puedo perderte. No vivimos juntas, y eso lo hace todo más raro aún. —Camila se apartó de mí limpiándose las lágrimas ella misma y se metió en la cama tapándose con la sábana, casi no se le veía el rostro. —Y soy una mierda de mujer porque no sé cómo hacer que eso cambie. Quizás si fuese más cariñosa, quizás... —Murmuraba y sí, la había cagado hasta el fondo de nuevo. Apagué la luz y me quité la camiseta frustrada, debería ser la mejor noche de mi vida, pero en cambio, pasaba aquello. Entré en la cama casi desnuda, sólo con la ropa interior puesta y sin sujetador. La tenía al lado pero, estaba segura de que no estaba durmiendo. Pegué mi pecho a su espalda, y no podía rehuirme porque estaba al borde de la cama. Estiré mi pie suavemente para rozarlo con el suyo, aunque al final no fue un simple roce, mi pierna acabó entre las suyas. —Siento no apreciarte tanto. Yo soy la mierda de mujer, Camila. —Susurré en voz baja, apretando mi mano en su cintura. —Cállate Lauren. —Escuché que decía con la voz débil, y aunque me callé, la abracé algo más contra mí. —¿Estás enfadada? —Pregunté en voz baja. —Sí. —Respondió ella. —¿Conmigo? —Claro que es contigo. —Escuché un suspiro, y no pude evitar agachar la cabeza y cerrar los ojos, era una mierda. Le di la vuelta a Camila poniéndome encima de ella las manos a los lados de su cabeza, haciendo que me mirase. —Sólo quiero que seamos una familia. —Camila me puso la mano en la cara y se puso boca abajo, negando. —No lo arreglas. —Puse una mueca de asco, sacando la lengua entre mis labios. —Camz... —Ella se removió en la cama con un suspiro pesado, y no, no me quería allí. —¿Quieres que me vaya? —Eso es lo que estás deseando hacer porque no te quiero lo suficiente. —Me levanté de la cama y cogí mi camiseta, poniéndomela encima y saliendo de la habitación sin decir nada. El sofá no era muy cómodo a decir verdad. El brazo era recto, rígido, por suerte tenía un fino cojín. Tras unos minutos, y por mucho que mi cabeza diera vueltas y estuviese a punto de 187

romper a llorar, me dormí. Aquél cansancio, aquella tensión habían llevado a que casi no pudiese sostenerme. No sé cuánto había dormido, no mucho, porque estaba en esa fase del sueño en la que te duele abrir los ojos y te toca las narices que te levanten, pero tenía a Camila dándome golpecitos en el hombro con cuidado. Abrí un poco los ojos, casi costándome hacerlo, hasta ver el rostro de la latina. Tenía el pelo desaliñado, revuelto, y ojeras en la cara. —¿Puedes venir a dormir conmigo, por fi? —Susurró casi haciendo un puchero, tirando de mi mano. Me levanté como un zombi, y caminé de su mano hasta la habitación tumbándome en la cama con los ojos cerrados lista para dormirme de nuevo. Entonces noté el peso de Camila sobre mí y cómo se abrazaba a mí hasta ponerme de lado y poder engancharse como un koala, dándome besos en la cara porque estaba totalmente dormida. * El sol, las aguas turquesas, cabañas de madera conectadas entre sí, playa, sol, y todo el mundo en Bora Bora. —¿Ya estás bien después del parto, Ally? —Camila cogió un cóctel de gambas al que se quedó mirando un segundo y luego removió este con un tenedor. Ally estaba frente a ella con el pequeño en brazos. Era la cosa más pequeña que había visto en mi vida, y yo estaba sentada al lado de Ally mirándolo todo el rato. —Sí... ¿Puedes cogerlo? —Ally me lo colocó en brazos, y yo lo sostuve mientras ella iba a por otro cóctel. Dinah estaba sentada en una de las tumbonas, y había un toldo en el porche de la cabaña de Ally, y Nick, Maia, Troy y Ed jugaban con ellos en el agua. Habían saltado desde allí mismo, había unas escaleras al lado para poder subir, y era maravilloso poder contemplar el agua azul turquesa y cristalina. —Es que fue todo muy muy rápido. —Respondió ella dándole el primer mordisco al cóctel, bajo la atenta mirada de Dinah y Camila que estaban sentadas frente a nosotras. —Yo siempre quise tener un hijo. —Camila me miró con el ceño fruncido, y seguro que pensaría 'ya tienes una hija. —Es decir, un bebé. —Sí... Esa es la mejor parte de ser madre, cuando son bebés. Cuando llegan a los cinco años, seis, no es lo mismo. —Mientras Dinah decía aquello, di varios besos en la mejilla de Dylan, que apretaba las manitas como reacción a mi beso. —Pues eso nunca va a pasar, porque no puedo quedarme embarazada. —Dije en voz baja, sonriendo al ver al pequeño Dylan sonreír aunque ni siquiera estaba haciendo nada. —Si fuese otra jugadora... Pero... Soy yo. Tengo un contrato de cinco años, y si me voy sólo porque 'me he quedado embarazada' tendría que pagar un dinero que no tengo. —Suspiré levantándome para dejar a Dylan en la sillita, quedándome mirándolo un 188

momento y acariciando su tripita. —Lo siento, Laur. —Ally puso una mano en mi rodilla cuando me senté a su lado, y sonreí negando quitándole su cóctel de gambas. —No lo sientas, ya tengo una hija, ¿no? —Sonreí, notando la mano de Camila acariciarme el pelo cuando se levantaba del asiento. —Y quiere mucho a su madre. —Dijo sonriendo antes de mirar abajo al agua, y saludar a Maia que nadaba con su flotador puesto. Una vez Camila estaba en el agua, yo seguí comiendo y Dinah arrastró la hamaca para ponerla más cerca de Ally y yo, que paré de comer al ver lo que hacía. —¿Qué haces? —¿De verdad que quieres quedarte embarazada? —Saboreé un poco las gambas y la salsa y asentí, pasándome la lengua por los labios. —Bueno, no quedarme embarazada en sí, pero me gustaría tener un hijo. Es decir... Un bebé, que sepa que yo soy su madre y me reconozca así. —Me encogí de hombros pinchando otro par de gambas, y Ally me dio un golpe en el hombro. —¿Por qué no le preguntas a Camila? Igual ella sí que quiere. —Negué ante esa idea, removiendo la salsa, las gambas y la lechuga antes de comer un poco más. —No, no lo creo. Creo que tener a una hija con 18 años le marcó mucho. —Hablábamos en voz baja, porque justo debajo de nosotras estaba ella. —Y sigue siendo muy joven aún. —¿Joven? Ella tiene 24 y tú 25. Lo que sí es verdad es que la vida de Camila no ha sido muy fácil, y supongo que ahora eso le dará miedo. —Asentí ante las palabras de Dinah, dejando la copa en la mesa, jugando con mis manos. —Lo siento. —Está bien, estoy bien. —Hice un gesto con la mano para quitarle importancia. —Quizás deberías preguntarle directamente a ella, el 'no' ya lo tienes. * —Wow, estás preciosa. —Camila se miraba en el espejo mientras se probaba un vestido blanco corto por encima de las rodillas y sujeto al cuello por dos tiras anchas, casi parecía Marilyn Monroe, pero su versión latina. —¿Tú crees? —Dio una vuelta y asentí riendo, levantándome de la cama para ponerme detrás de ella en el espejo. —Claro que sí, en esas cosas nunca miento. —Sonreí dándole un beso en el hombro, que la hizo encogerse, escuchando mientras los gritos de Maia y Nick que jugaban fuera con 189

Ed. —¿Puedo hacerte una pregunta? —Puedes hacerme las que quieras. —Respondió Camila, dándose la vuelta para cogerme de las manos y darme un beso en los labios. —¿Si quiero salir contigo? ¿Si quiero casarme contigo? —Soltamos una risa, aunque yo negué agachando la cabeza. —No... Si... Querrías tener un hijo conmigo. —Camila soltó una suave risa, humedeciéndose los labios. —Pero... No puedes dejar el fútbol, ¿no? —Me había entendido mal, así que reí ladeando la cabeza con los ojos cerrados, esperando su reacción, igual se enfadaría. —No, no puedo. —Respondí entrecerrando los ojos, y hasta que pasaron unos segundos y ella los abrió. —¡Oh! Te refieres a que yo... —Asentí con los ojos cerrados y una sonrisa. —A que yo me quede embarazada. —Exacto. —Dije riendo un poco, y por fortuna ella también lo hizo, aunque paró un poco apretándome las manos. —No sé, Lauren, es... —Arrugó la nariz con la cabeza gacha. —Tuve una niña con 19 años y perdí casi mi juventud, no quiero... —Camz, Camz, no hace falta que me des explicaciones, me lo esperaba. —Ella me miró a los ojos con un atisbo de tristeza y me abrazó. Apreté los ojos y mis manos en su cintura. —Lo siento mucho. —Susurró ella, y aunque era algo decepcionante, no se acababa el mundo por aquello. —Siento no poder darte lo que quieres. —No pasa nada, Camz. Quizás en cinco años deje el fútbol. —Pero ambas sabíamos que eso no iba a pasar, porque el fútbol era mi vida por encima de todo. —Perdóname. —Decía abrazándome, acariciando mi nuca. —Te quiero. —Me separé tomando sus mejillas entre mis manos y la besé suavemente, cerrando los ojos. —No puedo dejar de ser un fracaso, ¿eh? —Dijo con una risa triste, y negué. —Me has dado una hija así sin más cuando pensaba que nunca tendría una, así que debería darte las gracias por eso. —Pero piensas que no es lo mismo. —Camila apoyó la cabeza en mi pecho, y la separé para mirarla a los ojos. —Estoy bien, Camz. Era una simple pregunta. —¿Segura? —Apretó mis manos un poco. 190

—Segura... Capítulo 33 Lauren's POV —Así que Camila dijo que no. —Decía Dinah sentándose conmigo en el bar de la piscina con dos cervezas y unos nachos delante. Casi nunca podía permitirme comer aquellas cosas, cerveza, refrescos, patatas fritas y mucho menos nachos, pero para eso estaban las vacaciones. El agua nos llegaba por la mitad del gemelo, sentadas en dos sillones de mimbre con una mesa delante mientras veíamos la playa tras unos arbustos donde estaban todos. —Ajá. —Tiré de los nachos poco a poco, estirándolos hasta llevarme el queso y meterme el nacho en la boca, chupándome el dedo. —Pues qué mal, si de verdad te quiere debería hacerlo. —Fruncí las cejas rápidamente levantando la cabeza para mirarla, soltando una risa. —¿Cómo que 'si me quiere'? —Cogí la cerveza entre mis manos, mirando a la rubia. —Es como cuando un maltratador quiere acostarse con su mujer y le dice 'si me quieres tienes que hacerlo'. Es su cuerpo, no puedo obligarla a nada. —En otras cosas quizás no, pero en aquello sí que llevaba razón. No podía tener posesión ni potestad sobre el cuerpo de Camila, y mucho menos de su vida. —Buen punto. Pero no sé... Bajo mi punto de vista, quizás debería intentarlo. Seríais muy monas con un bebé y Maia. —Noté una mano a mi espalda y rápidamente me giré; era Ally. —Creo que nadie se ha parado a pensar aquí en lo que siente Camila. —Se sentó en una de las sillas de mimbre y bebió un poco de su refresco a través de la pajita mientras nosotras mirábamos. —Quizás Dinah no lo recuerde, pero yo acabo de tener un hijo y no es algo que se quiera vivir así como así. Duele muchísimo, y Camila no lo tuvo fácil con Maia. —Pero que no lo tuviese fácil con Maia no significa que con este vaya a ser igual. —Ally se frotó la frente ante la réplica de Dinah. —Es como un trauma. Pensad en ella un momento, ha perdido toda su juventud por criar a una niña sin nada y sin nadie. Sola y sin nada que llevar a la boca de su hija. Ahora tiene un buen trabajo, tiene una mujer, sí, pero no le apetece tener otro bebé es porque primero, tiene a Maia casi criada y no quiere volver a perder cinco años de su vida criando a un hijo. Segundo, además de lo mal que se pasa en el embarazo, el parto. Tercero, igual ella no quería tener hijos desde un principio pero el idiota de su novio la dejó embarazada cuando era una adolescente. —Bebí algo de cerveza girando la cabeza hacia Dinah alzando las cejas y los hombros a la vez.

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—Te lo dije. Pero no importa, sólo era una pregunta no es que me urja. —Cogí otro trozo de aquellos nachos, viendo a Maia aparecer desde la playa señalándome al verme y corrió hacia el agua de la piscina donde estábamos, entrando y comenzando a nadar aunque el agua le llegaba perfectamente por debajo de la cintura. Cuando llegó hasta mí, se apartó el agua de la cara con las manitas. —¿Qué haces aquí, bicho? —La cogí en brazos sentándola en mi regazo, y aunque estaba mojada no me importó. —Tengo hambre y mami me dijo que fuese contigo. —Reí un poco dándole un beso en la frente totalmente mojada. Maia no había salido del agua en lo que llevábamos de viaje, y era maravilloso ver cómo se divertía. —¿Ves a ese señor? —Señalé al chico de la barra y ella asintió. —Pues ve y le pides lo que quieres comer. —La puse de nuevo de pie y Maia fue caminando hasta llegar al bar y el chico se asomó a la barra para poder verla. —Mi mamá dice que te diga lo que quiero comer. —El muchacho soltó una suave risa agarrándose al borde de la barra. —¿Y qué quieres comer? —Maia se giró para mirarme y le asentí, dándole permiso, pero se quedó pensativa mordisqueándose el dedo. —Quiero... Pizza. ¿Tienes pizza? —El chico asintió señalándome a mí. —Claro que tenemos pizza, vuelve con tu mamá y ahora te lo llevo, ¿vale? —¡Sí! —Dio un pequeño saltito y se giró para volver hacia mí, que la cogí y la senté en mi regazo dándole un beso en la cabeza. —¿Dónde está mami? —Señaló la playa moviendo las piernecitas y apoyando su cuerpo contra mi pecho. —Mami está... Hablando con la abuela en la playa. ¡No! Mira, ahí está. —Señaló a Camila que venía por el camino de piedra que conectaba con la playa y entraba en el agua de la piscina, y a la vez venía el chico con el plato de pizza en la mano. Camila, al acercarse y ver el plato que el chico dejó en la mesa frunció el ceño sonriendo, y aunque había sillas vacías, decidió sentarse en mi regazo. —Camila, ¿qué te has hecho? —Preguntó Dinah, y ella al pasar su brazo por mi cuello frunció el ceño. —¿Qué me he hecho? —Desvió la mirada hacia Maia entreabriendo los labios. —Mai, corazón, ¿estás segura de que vas a terminarte todo eso? —Todo todo. —Ya tenía la cara manchada por completo de tomate, lo que nos hizo reír a las cuatro.

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—No sé, estás más guapa. —Apreté su muslo, y Camila se encogió de hombros frunciendo un poco el ceño. —Pues no sé, lo único que he hecho es tomar el sol y... —Se quedó en silencio con una sonrisa, encogiéndose de hombros. —¿Y...? —Dinah movió la mano incitándola a hablar, pero Camila sólo se rio. —Ya lo sabes, inútil. —Estiró el pie y le dio en la rodilla a Dinah que le devolvió un guantazo en este que hizo reír a Camila. —Ya no quiero más. —Maia levantó las manos llenas de tomate, y para limpiarlas iba a meterlas en el agua, pero Camila casi saltó de mi regazo cogiéndole las muñecas y levantándolas. —¿Para qué sirven las servilletas, Maia? —Dijo en tono serio, limpiándole las manos con algunas servilletas y mantenía las manitas en alto. —Para limpiar... —Respondió la niña, y yo me aguantaba la risa porque era demasiado gracioso ver cómo Camila le regañaba de aquella manera. —¿Y por qué no las usas? —Dejó las servilletas en la mesa y luego puso las manos en sus mejillas. —Lo siento... —Maia corrió hasta Camila estirando sus brazos para abrazarla, y ella se bajó de mi regazo para hacerlo, dándole un beso en la frente. —¿Puedo ir a jugar con Nick? —Claro, pero ten cuidado, ¿vale? —Pellizcó su mejilla y Maia asintió, saliendo de la piscina donde estábamos y siguiendo el camino de piedra con cuidado hasta llegar a la arena con Nick y mi padre. —Entonces, ¿qué es lo único que has hecho? —Dinah volvió a darle en la pierna y Ally soltó una risa. Yo me recosté en el asiento, mirando a Camila que se reía. —Tomar el sol y tener sexo como loca. —Cogió el trozo que Maia se había dejado allí y le dio un mordisco, apretándome la mejilla con una mano. —¿Queréis que os dejemos asolas? —Preguntó Ally levantándose para coger una botella de agua de la mesa, y asentí. —Sí, por favor, sería algo genial. —Hice un gesto con la mano poniendo la otra en la cintura de Camila que se reía. —Que te follen Jauregui. —Dijo Dinah de mala gana, rodando los ojos. —Que sepas que ese maravilloso sueldo que vas a tener este verano es gracias a mí. —Me hizo un corte de mangas, y mientras Ally se reía, salieron de la piscina.

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Camila se sentó de cara a mí, poniéndome un trozo de pizza en la boca. Lo mordí y pasé las manos por sus muslos, sintiendo sus labios sobre los míos una y otra vez provocándome una sonrisa. —Has cambiado. —Le dije poniendo las manos en su trasero, inclinándome para morderle el labio suavemente. —¿Qué? —Ladeó la cabeza, colando las manos bajo mi pelo con una sonrisa. —¿Cómo que he cambiado? —Estás más cariñosa. —Dije, y Camila me dio un golpe en la espalda con una risa. —¿Quizás porque has pasado un mes entero recluida y casi no nos hemos visto? —Arrugué la nariz y agaché la cabeza, pegándola contra su pecho. —Quizás por eso la sensación extraña. —Ella negaba con suspiros rodando los ojos. —Me hiciste pasar un mal rato sólo porque eres idiota. —Asentimos a la vez, y ella pasó sus dedos por mis mejillas, pegando su frente a la mía. —Pero eres adorable. Camila's POV —¿Qué es eso? —Lauren caminaba por los pequeños puentes de madera que conectaban una cabaña tras otra. Llevaba a Maia en brazos con un vestido blanco igual que el mío, y aunque la pequeña y yo teníamos la piel totalmente tostada, Lauren simplemente estaba rosada como una gamba. —¿El qué? —La pequeña se giró, mordiéndose el dedo mirando el mar. —Eso, mira. —En el agua se veía una estrella de mar roja, y Maia se estiró en sus brazos para mirarlo. —Es una estrella de mal. —Lauren frunció el ceño bajando hasta el embarcadero, y soltó una risa. —Estrella de mar. Porque viven en el mar. —Dejó a la pequeña en el suelo y la cogió por los costados subiéndola a la barca, y luego se giró, cogiéndome de la mano para ayudarme a entrar con ella. Puse una mano en la tripa de Maia para que no se moviese, y miré a Lauren. Sinceramente, creo que no había una mujer más guapa, por algo salía en las revistas y era la cara de numerosas marcas. Porque tenía los ojos verdes que contrastaba con su pelo azabache, o por ese piercing en la nariz, o en la oreja. O por el tatuaje de su brazo o el de su nuca, o porque era adorable con Maia, había mil razones para estar enamorada de ella. —¡Y entonces pum! Si se les cae un bracito, les vuelve a crecer otro, y de ese bracito nace otra estrella de mar. —Lauren volvía a llevar a Maia en brazos camino del restaurante, y la pequeña estiró su bracito. —No, Mai, si te arrancas el brazo a ti no te 194

volverá a crecer. —¿No? —Encogió el brazo y las dos reímos ante la ocurrencia de nuestra hija. —No, Mai. —La dejó en el suelo y salió corriendo hacia su abuelo, y Ally levantó la mano para que nos sentásemos a su lado en la mesa. La cena transcurría, y yo me pasé la noche acariciando su mano por debajo de la mesa, y verla reír con las bromas de Dinah, o como cogía de la ensalada de pollo estirándose en la mesa. —Oye, ¿sabéis qué le ha pasado a Rose? —Comentó Dinah mientras Lauren y yo comíamos, y daba gracias a que Maia estaba entretenida con Clara porque así era todo mucho más fácil. —¿Rose la madre de Josie de la case de Maia y Nick? —Pregunté cortando algo de pescado, llevándomelo a la boca y Dinah asintió. —¿Qué le ha pasado? —Su marido ha muerto. —Dijo en voz baja, y paré de masticar irguiéndome un poco. Ally directamente se puso a llorar, y la entendía muy bien porque después del parto lloraba todo el tiempo, pero ahora me estaban dando ganas de llorar de nuevo. —Voy a tomar un poco el aire. —Dejé el trapo en la mesa y salí del restaurante a la entrada que daba al mar. El agua se iluminaba por los focos de luz que tenían los cimientos del restaurante por debajo, y a pesar de que era precioso, comencé a sollozar. ¿Qué pasaría si algún día a Lauren le pasaba eso? Era la peor sensación del mundo y ni siquiera me había pasado a mí, pero sólo de imaginarlo me ponía a llorar como una idiota. —¿Camz? —Escuché la voz de Lauren, y me alegró volver a oírla porque aunque fuese una tontería. —Oye, si he hecho o dicho algo... —No, es que... Lo de Rose, me ha afectado. No sé qué haría si tú... —Sorbí por la nariz mientras sollozaba, y sentí sus brazos rodearme, apoyando su barbilla en mi hombro. —Hey, no, estoy aquí. No me voy a ir a ningún sitio. —Sentí cómo besaba mi mejilla, y me di la vuelta para poder abrazarla y sus brazos me reconfortaron. Apoyé mi cabeza en su pecho y solté un suave suspiro, calmándome un poco. —No me voy a morir, cariño. —Sé que no pero... Sólo pensarlo me pone enferma. —Me separé de ella limpiándome las lágrimas, aunque no tomó mucho tiempo, porque me besó de la forma más tierna posible. * Tumbada en la cama, veía cómo Lauren se colocaba su camiseta del pijama y se tumbaba en la cama. —Esta temporada que viene ya seré la capitana de mi equipo también, ¿sabes? 195

—Comentaba Lauren, y yo estaba tumbada de lado en la cama. —¿Me puedes abrazar? —Tras unos segundos, Lauren me abrazó por la espalda pegándose totalmente a mí, cogiendo mis manos entre las suyas. —Siento no quedarme embarazada. —Hey, hey, hey, ya te dije que está bien. —Apreté sus manos un poco, enlazando mis dedos con los suyos. —Es gracioso, porque... Ya no puedo dormir sola. —Solté una suave risa, dándole un beso en el dorso de la mano, cerrando los ojos. —Y no me puedo enfadar contigo porque si no... —¿Sabes qué? Si yo muriese, seguro que estaría detrás de ti todo el tiempo. Y me acostaría contigo, y me levantaría contigo, aunque tú no me vieses. —Le di un codazo en el abdomen, girándome para quedar encima de ella que al final, no se había dejado la camiseta puesta. —¿Quieres casarte conmigo? —Ya estamos casadas... —Le di un beso dulce en los labios, pasando las manos por sus mejillas. —Digo una boda de verdad, en la playa, con pareo blanco al estilo polinesio. ¿Quieres? —Enlacé mis manos entre las suyas con una sonrisa y asentí, inclinándome para darle un beso más lento. —Eres increíble. * En el desayuno, serví un poco de zumo a Maia que movía las piernecitas a mi lado y Lauren se echaba el beicon en la tostada junto con un poco de sirope, no sé cómo podía comer esas cosas, porque era extremadamente raro, pero a ella le encantaba la combinación de salado y dulce. —Mami, ¿hoy iremos a la playa? —Me preguntaba Maia con un trozo de pan y mantequilla en la mano, que mordía y masticaba lentamente. —Claro que sí, iremos donde quieras. —Por la puerta del restaurante entraba Ally, y rápidamente y aunque llevase a su hijo en el carrito, me levanté y me acerqué a ella. —Buenos días Mila. —Sonrió algo sorprendida al verme, y le di un abrazo besando su frente. —Me ha dicho Lauren que necesitas una gasa para Dylan, tengo una en mi habitación. —Ally se separó de mí poniendo una mano en mi cintura. —¿Quieres venir a por ella? —Claro.

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Capítulo 34 Lauren's POV En el restaurante cerca de la piscina, por fin nos habíamos reunido todos alrededor de una misma mesa después de tener que buscar a mi hermano al aeropuerto y que al final no apareciese porque su vuelo se había retrasado. Maia estaba entre Camila y yo en la mesa, cogiendo los espaguetis que le habíamos cortado con una tijera para que pudiese comer mejor, aunque eso no quitaba que se manchase de tomate toda la cara. Mientras, yo miraba a Camila que me daba algo de marisco de su plato pasando el tenedor por encima de Maia. Aquellas comidas en familia me habían parecido imposibles hacía un año. No me hablaba con mi familia, y las novias que tenía me duraban como mucho uno o dos meses. Pero algo había cambiado, y es que estaba enamorada de una chica que me había entregado una familia. Me había dado una hija, así sin más. Pero ya no era una chica que había conocido, era mi mujer. —Así que, Chris viene esta tarde. —Pregunté mirando a mi madre frente a mí, saboreando la langosta que Camila me había puesto en la boca. Ella jamás había comido aquello, así que al probarlo parecía bastante emocionada. —Sí, hemos mandado a que lo recojan porque nos hemos perdido buscando el aeropuerto. —Cogí una patata de Nick, que arrugó la nariz con el ceño fruncido. No le gustaba compartir la comida. —Es mía. —Dijo el niño tirándome una patata, que cogí y me la metí en la boca. —¿Ah sí? ¿Tienen tu nombre? —Tan pronto como el niño me habló así, Dinah lo señaló con el dedo. —Tú, a comer, cierra la boca y deja a tu tía. —Troy y Ally miraban desde el final de la mesa, y yo aguantaba la risa por lo bruta que era Dinah a la hora de regañarle a su hijo. —Dinah... —Ed intentó tranquilizarla poniendo una mano sobre su rodilla. —Nick, la comida se comparte. —¡No! ¡Es mía! —Y entonces, escuché la vocecita que procedía de mi lado, débil e inocente. —¿Quieres? —Maia cogió algo torpe su plato de patatas, levantándolo algo tembloroso. Era la mejor hija que alguien podría tener, era la pequeña mejor educada que había visto. Dejé el plato en la mesa y la cogí en brazos dándole besos por toda la cara que la hacían reír y revolverse hasta quedar sentada en mi regazo con la cabeza en mi pecho. —No, quiero abrazarte, ¿puedes abrazarme tú a mí? —Y Maia pasó sus bracitos por mi cintura sin despegar su cabeza de mí, reconfortándola entre mis brazos. Acaricié su mejilla con el pulgar muy suavemente, dejando un beso en su frente con una sonrisa. 197

Cuando levanté la cabeza, todos seguían comiendo, pero a la vez miraban a Maia con una sonrisa tierna. Camila era la única que no comía y simplemente me miraba, sentándose algo más cerca de mí. —¿Y por qué tu papá es una mujer? —Preguntó Nick con la cara manchada de salsa marinera donde había estado mojando sus patatas. —¿Y por qué tu papá es un hombre? —Señaló Maia a Ed con el ceño fruncido. Nick y la mesa se quedó en silencio con la respuesta de la pequeña. —Nick, a tu habitación ya. —Riñó Ed, pero Nick se encogió en la silla. —Eh, no importa, son cosas de niños. —Noté cómo Maia apretaba sus dedos sobre mi camiseta, sosteniéndola algo más firme. Y mientras nosotros hablábamos, Maia se había quedado dormida en mi pecho, y al terminar de comer la cogí en brazos con una mano, y con la otra llevaba a Camila agarrada. La pequeña rodeaba mi cuello con los brazos, mientras recorríamos el camino de piedra rodeado por arbustos hasta llegar de nuevo a la playa. Llegué a una de aquellas camas balinesas y la tumbé con cuidado en el colchón, aunque Maia buscó rápido la almohada para abrazarse a ella. —¡Lauren! —Ed se me acercó por la espalda, mientras Ally se sentaba con Dylan en brazos al lado de Camila para hablar. —¿Vienes a jugar? —Alzó un balón de plástico con un dibujo de Mikey dibujado en medio. —Claro. ¿Pero estás seguro de que quieres jugar conmigo? —Caminamos hasta la orilla, aunque desvié la mirada hacia Camila y Ally que hablaban en la cama de al lado a la que estaba Maia. —Claro, voy en tu equipo. —Fruncí el ceño cogiendo el balón, apretándolo un poco. —No, Dinah en mi equipo. —Ella corrió hacia mí asintiendo y abrazándome con fuerza. —¡¡ESA ES MI CHICA!! —Choqué las manos con ella, y le di la pelota a Ed que la cogió al vuelo, y Troy nos miraba desde detrás. —Os vamos a machacar. —Troy me señaló con dos dedos, y me reí lo más alto que pude. —A alguien se le olvida que soy campeona del mundo en esto. Os damos tres goles de ventaja. —Ed frunció el ceño negando, poniendo el balón en el suelo. —No necesitamos tres goles de ventaja. —Dijo Ed con las manos en la cintura, comenzando a conducirlo. Me coloqué tras él, metiendo mi pierna entre las suyas para quitarle la pelota, y lo hice llevándomela para mí, corriendo hacia las dos zapatillas que hacían de portería, y justo pasé la pelota por debajo de las piernas de Troy para marcar. 198

—¡¡Wooooooow!! —Alcé los brazos, y Dinah se echó encima de mí para celebrarlo. —¡Ya no quiero jugar! —Se quejó Troy riéndose, pero la verdad es que después de un mes entero jugando al fútbol, lo que menos quería hacer era eso, así que lo dejamos. —Es que si sabéis con quién jugáis... —Me reí, hasta que sentí unas manos rodear mi cintura, e instantáneamente un beso en el hombro, por lo que era sin duda Camila. —Yo quiero jugar contigo. —Me di la vuelta pasando los brazos por su cintura, desviando la mirada hacia Maia que seguía durmiendo sin problemas, así que me incliné para besarla, presionando mis manos en la parte baja de su espalda, notando el calor que desprendía por el sol que había estado tomando todo el día. —¿Quieres jugar? —Susurré en voz baja, pasando mis dedos por su espalda, recorriendo su piel tersa y suave, a la vez que cálida. —Ajá. —Respondió ella sobre mis labios, dándome un beso más suave, atrapando mi labios entre los suyos. —¿Por qué no bailas conmigo? —En ese momento me di cuenta de que en el club de la playa tenían puesta música desde hacía un rato. —Puedo enseñarte a bailar bachata. —Alzó las cejas, y solté una suave risa cogiéndola de la cintura para pegar casi su entrepierna con la mía. —¿Quién dice que no sepa bailar bachata? —Camila pasó las manos por mi cuello para acariciarlo, con un gesto de sorpresa. —Soy cubana. —Añadí en español, sintiendo sus dedos apretar mi cuello justo cuando pronuncié esas palabras. No dijo nada más, simplemente cogí una de sus manos mientras la otra seguía enganchada a mi cuello, y comencé a bailar con ella. Mis piernas rozaban las suyas, y mis ojos estaban clavados en sus labios. Hice que diese una vuelta y la pegué de espaldas contra mí, moviendo las caderas contra ella, y Camila contra mí. Lentamente, mientras sus manos acariciaban mi cuello y las mías su cintura, y cuando le di la vuelta la besé tocando su lengua con la mía directamente, apretando su trasero entre mis manos porque habíamos parado de bailar y yo sólo quería besarla. —¿Poqué no puedo hablate en ehpañol? —Pregunté en un susurro contra sus labios, escuchando cómo su respiración salía inestable entre estos. —Porque me pone, Lauren. —Presioné nuestros labios una vez más, aunque esta vez mordí un poco al separarme, lo que la hizo sonreír. —Y eres graciosa. —Bueno, se acabó ser graciosa. —Dije frunciendo el ceño, y ella comenzó a reírse cuando me di la vuelta y se subió a mi espalda. —¡Lauren, no! —Enrolló sus piernas en mi cintura y yo la cogí de los muslos, caminando con ella por la orilla. —Es que a la vez que eres graciosa me pones, es muy raro. —Decía en voz baja, y la dejé en el suelo dándome la vuelta con el ceño algo fruncido. —¿Cómo? —Dije fingiendo estar enfadada, con las manos en la cintura. 199

—Que eres graciosa y... ¡Lauren! —La llevaba en brazos corriendo hacia el agua, y cuando me llegaba por los muslos la solté, cayendo al agua delante de mí. Me aparté un poco pero no me dio tiempo, porque me cogió de las piernas y me tiró también al agua, aunque acabé sentada en la arena con el agua al cuello al salir, y me aparté el agua de los ojos. Camila se sentó encima de mí poniendo las manos en mi abdomen y se inclinó para darme un beso tierno. —Te quiero. —Ladeó la cabeza con una de aquellas sonrisas en las que se mordía el labio y arrugaba la nariz. —Te quiero más que a tus guisos. —Camila abrió los ojos soltando una pequeña risa ante mi respuesta. —Wow, eso es muchísimo. —Asentí cerrando los ojos, sintiendo sus labios chocar contra los míos de nuevo pero volvió a reírse abrazando mi cabeza con sus brazos, pegándome a su rostro. —¿Sabes? No creo que nos haga falta casarnos de nuevo. —Yo tampoco lo creo. —Susurré dándole un beso más lento, incorporándome un poco para rodear su cintura con los brazos. —Lo que nos hacía falta era... Un tiempo así, a solas, porque casi no lo hemos tenido. —Soltó una risa pasando sus dedos por mis mejillas. —Creo que no hemos tenido todo el tiempo para reafirmarnos como pareja, en definitiva. Por unas o por otras, siempre acabábamos alejándonos un poco y no nos dejaba tener una continuidad. —Pero por otra parte... Quiero volver a casa. —Murmuró ella, volviendo a ponerse bien en mi abdomen. Sus manos reposaban en mi tripa, y ladeé la cabeza algo confusa y curiosa. —¿Y eso por qué? ¿No te gusta esto? Vamos a vivir dos meses de verano aquí... —Murmuré en voz baja, y ella negó con la sonrisa más tierna que pudo esbozar. —Me encanta, y siempre me había imaginado cómo sería esto y me encantaría vivir aquí siempre. Pero... Quiero volver al trabajo, quiero ir a tus partidos, quiero volver a Portland, quiero bajar al salón y encontrarme a Maia durmiendo contigo... —Sonreí un poco, agachando la cabeza al escuchar eso último. —¿Pero sabes por qué quiero volver? —Negué, comenzando a acariciar sus muslos bajo el agua. —Porque quiero vivir contigo. —¿Hablas en serio? —En principio, Camila no había querido vivir conmigo por Maia. Pero ahora tenía sentido, era su madre sobre el papel y era su madre en la vida real. —Sí, tengo un trabajo, se ha acostumbrado a estar contigo, y te llama mamá. Y yo no puedo esperar a despertarme contigo todos los días y ser una familia. —Sólo hay un problema. —Levanté a Camila de mi regazo y me levanté yo, caminando 200

con ella de la mano hacia la orilla. —¿Qué problema? —Maia estaba sentada en la cama recién despierta, bostezando con el pelo recogido y alborotado, frotándose los ojitos. —Que no cabemos todos en mi casa. —Respondí. Chris apareció en la playa con un bañador azul, y Maia instantáneamente lo vio y estiró los brazos hacia él. Se habían conocido durante el mundial en Brasil, y la pequeña no dudaba un segundo de que aquél era su tío Chris, como la tía Sofi. Chris le dio un beso en la frente cuando la tuvo en brazos, y Maia se acurrucaba en él, porque eso de despertar de golpe no lo llevaba muy bien. —Hola Chris. —Camila le dio dos besos a mi hermano. Chris pasó su brazo por mi hombro dándome un beso en la cabeza. —¿Cómo van las vacaciones en el paraíso? —Preguntó con Maia en su brazo, que estaba en silencio abrazada a su tío. —Genial, ¿verdad Mai? —La pequeña asintió sonriendo un poco. —Genial. —Repitió ella colgándose del cuello de Camila. —¿Quieres merendar? ¿Sí? —Le decía la latina a Maia, sentándose con ella. Chris se alejó para saludar a mis padres que venían de dar un paseo, y yo me senté en la cama al lado de la pequeña, colocándole el pelo algo mejor. —Quiero mirienda. —Pasé el brazo por su cuerpo y la pegué a mí, dándole un beso en la cabeza. —¿Tú quieres mirienda también mami? —Me señaló y luego escondió el brazo, tapándose la boca con la mano. —Yo también. A ver, ¿qué hay de merendar? —Cogí a Maia sentándola en mi regazo, observando algo de fruta que traía Camila, algunas galletas y un sándwich de mantequilla de cacahuete y mermelada. —Mmh, eso tiene buena pinta. ¿Qué quieres comer? —La pequeña señaló las galletas y Camila negó, abriéndole un plátano. —No, no. Primero te tienes que comer la fruta, luego ya veremos. —Maia no rechistaba por esas cosas, simplemente cogió el trozo de plátano que le dio Camila y empezó a comer, y Camila se comió el restante. —¿Es que para mí no hay nada? —Me quejé, y la latina se tapó la mano para reírse, dándome a mí un plátano. —Y sin pelar, me encanta cómo me cuidas. —Dije irónica, lo que la hizo reír aún más sentándose a mi lado. —Te quiero, no te enojes. —Acarició mi rodilla mirando al frente, aunque yo no le quitaba ojo a Maia, que tenía las mejillas llenas por el plátano. —¿Tere? —Me extendió el plátano, y negué acariciándole la mejilla, así que ella siguió 201

comiendo. —¿Te guhta má el platano frito o así? —Maia frunció el ceño y levantó la cabeza hacia mí algo extrañada. —¿Por qué hablas así? —Camila empezó a reírse echándose hacia atrás mientras yo negaba con cara de resignación. —Hablas raro mami. —Esto no puede estar pasando. No. —Apreté los labios escuchando cómo Camila se reía, pero Maia se colocó de pie entre mis piernas cogiendo mis mejillas con sus manos. —¡Mami tú sabes hablar! ¡Sabes hablar! —Dio unos pequeños saltitos y cogí sus manos entre las mías frunciendo las cejas. —¿Qué se hablar? —Pregunté, viéndola sonreír. —En el cole cuando hablo eso la gente no sabe qué digo. —Frunció el ceño echándose encima de mí para abrazarme. —¿Hablas español en el cole? —Maia asintió algo tímida, apoyando las manitas en mi pecho. —No puedes hablar español en el cole. —¿Por qué? —Hizo un puchero mirando a su madre, y luego a mí. —Porque la gente no te entiende. —Maia no parecía captar muy bien lo que intentaba decirle, así que simplemente se quedó en silencio delante de mí, mirándome de nuevo. —Pero tú y mami sí. —Asentí y Camila acarició la mejilla de Maia que comenzó a sonreír al sentirla. —¿Cómo se dice 'te quiero mami' en español? —Maia me miró y sonrió un poco, agachándose antes de saltar para abrazarnos. —Te quiero mami.

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Capítulo 35 Lauren's POV Las fotos de casas en Portland se sucedían por la pantalla a medida que deslizaba el cursor el portátil que le regalé a Camila las navidades pasadas. Las ventanas de la cocina de la que aún era su casa estaban abiertas, y el olor a verano, a aquellos aparatos de antimosquitos, al mar que parecía evaporarse se colaba en cada casa. Habíamos vuelto de vacaciones después de bastante tiempo, y las tres estábamos más morenas que nunca. Pero la que más era Maia. Su piel era absolutamente tostada, sobre todo por la zona de las mejillas, y su pelo estaba aún más rubio que antes. Aquél moreno contrastaba con el azul intenso de sus ojos y además realzaba su color. En la cocina, Camila ponía al fuego algo que no podía distinguir qué era. Me gustaban esos momentos, esos en los que parecíamos una familia de verdad. —Tampoco hace falta que busques algo muy grande, ¿vale? —Me decía Camila de espaldas, mientras yo, con las cejas gachas, miraba las casas en la pantalla. —¿A qué te refieres con grande? —Pregunté sin apartar la mirada del portátil, deslizando el dedo por el ratón demasiado concentrada. —A que podamos pagar entre tú y yo. —Escuchaba a Camila de fondo, y negué levemente. —Huh... No. No es viable. —Respondí tecleando algo más explícito en el buscador, porque ninguna de aquellas casas de la página web eran de mi agrado. —¿Cómo que no es viable? ¿Qué es para ti viable entonces? —Una casa con jardín, piscina climatizada, una sala de juegos para Maia, una terraza en la azotea para estos meses de verano, con vistas a la bahía, y eso no es viable para ti, ¿verdad? —No. —Observé que se dio la vuelta para mirarme. —¿Ves? Pues me da igual. Vamos a tener una casa enorme y preciosa. —No es sobre lo grande que sea, es que... Me parece despilfarrar mucho dinero sólo por una casa. —Rodé los ojos hasta posarlos de nuevo en el ordenador, negando. —Si compro esa casa, daré de comer a bastantes personas, ¿no crees? —Dije parándome en una de las casas, clickando en el enlace. —A mí no me parece despilfarrar, me parece mover la economía. Si yo no compro, otro no come. —Camila se quedó en silencio y se giró sobre sus talones para volver a la cena. A mi derecha escuche los pasos y los saltos de Maia que entraba con nosotras. Llevaba un pijama de pantalón corto de color amarillo, y comenzó a saltar a mi lado mientras yo no dejaba de mirar la pantalla. Se metió entre mis piernas y me tapó la boca, pero no hice 203

nada porque estaba mirando aquella casa. Luego, me puso las manos en las mejillas. —Mami, ¿qué estás haciendo? —Puse una mano en su espalda sin mover la cabeza. —Estoy buscando una casa. —Respondí, y ella intentó subirse encima de mí, y como no pudo, miró la pantalla, aunque tampoco llegaba a verla. —¿Una casa para quién? —La cogí de los lados y la senté en mi regazo, tecleando algo más rápido con una sola mano. —Una casa para nosotras. Para mamá, para ti y para mí. —Cogí el bolígrafo y apunté el número de teléfono de aquella casa mientras Maia me miraba a mí tirándome de las mejillas. —¿Y para el perrito también? —Sonreí un poco girando la cabeza para darle un besito en la mano. —Y para el perrito también. —Cerré el portátil y me levanté cogiéndola en brazos, dándole un beso en la mejilla. —¿Te has duchado? —Chi. —Respondió como solía hacer ella, y se enganchó a mi pecho como si fuese un pequeño monito. —Ya decía yo, hueles a champú. ¿Es el champú de Bob Esponja? —La pequeña soltó una risita y negó, mientras la sentaba en la silla. —Es de un cocodrilo verde. Y tiene los ojos así. —Abrió las manitas mientras se las ponía en los ojos, lo que hizo que Camila soltase una carcajada negando. Camila's POV Aquella mañana era fría, como todas las del invierno en Portland. Aquella mañana, el cielo estaba encapotado y la lluvia caía sin parar a las ocho de la mañana. Maia tenía demasiado frío, y lo único que pude hacer fue cortar una de mis sudaderas y ponérsela debajo del jersey y el chaquetón. Salimos del autobús, y me arrodillé frente a ella delante de la puerta del colegio, acariciándole las mejillas rosadas del frío. El vaho salía de su boca, y sorbía por la nariz. —Pórtate bien, ¿vale? Que en unos días es Navidad, y Santa te está viendo. —Vale, mami. —Cogí sus mejillas entre mis manos y la abracé apretando los ojos, tragando algo de saliva. —Te quiero, estaré aquí en nada. —Me levanté, dejándola ir con su profesora dentro del colegio, y aquél, sin duda alguna, era el peor momento del día. Caminé calle arriba, justo hasta la parroquia de la ciudad. La cola doblaba la esquina, pero yo permanecí allí, bajo mi paraguas. No me importaban las horas, no tenía nada que 204

hacer. Tampoco me afectaba el frío, ni que las manos me doliesen a rabiar. La presencia de aquellos surcos blanquecinos, mis manos endurecidas, me hacían pensar que no tenía veintitrés años. Tenía que llegar, tenía que poder entrar en la parroquia o si no, sí que estaba perdida. Pasaron dos horas hasta que por fin llegué dentro de aquella iglesia y cerré el paraguas. Estaba temblando de frío, y mis manos no se paraban de mover solas. Estaba tiritando por el frío gélido que azotaba Oregón. —¿Qué necesitas? —Una de las voluntarias se me acercó, mientras retorcía mis manos entre sí, intentando calentarlas y quitarle el frío a la vez.—¿Ropa, comida? —Todo. —Susurré muy a mi pesar con los ojos apretados.— Tengo una hija que acaba de cumplir cuatro años. —Añadí a la explicación. La chica se dio la vuelta para ocultarse detrás de unas mesas que se extendían de punta a punta, y yo esperé acercándome un poco a la mesa. Tras esperar unos minutos, la chica sacó dos bolsas de basura negras. —En una hay ropa y juguetes. En la otra, algo de comida. Feliz Navidad. —Sonreí un poco cogiendo las bolsas, y agaché la cabeza. —Feliz Navidad. —Respondí en voz baja, saliendo de la parroquia a duras penas. Hasta casa, había unos dos kilómetros andando. Quizás no era mucho, pero con dos bolsas en una mano que me hacía rabiar y en la otra el paraguas para mojarme a cero grados, me estaba desgastando. La cuerda de la bolsa se clavaba entre mis dedos, y al llegar a casa, casi no pude sentarme. Abrí las bolsas y me puse a llorar por lo que había. Las manos seguían temblándome, por el frío, por la situación, por el dolor y el enrojecimiento que tenía. Pasta, tomate, arroz, lentejas, garbanzos, caldo, leche, aceite, azúcar y sal. En la otra bolsa, ropa de niña. Abrigos, dios mío, ¡abrigos y gorros! Calcetines, pantalones que podrían abrigarle, y unos zapatos que, aunque tuviesen la suela gastada, estaban en buenas condiciones. Juguetes, una caja casi rota de un "tragabolas" antiguo, una pelota pequeña algo desgastada porque la había utilizado otro niño, una película de Winnie de Pooh y un pequeño estuches con unos cuantos lápices de colores. No eran nuevos, unos eran más cortos y otros más largos, pero eran colores. Me senté en la mesa de la cocina con las manos en la cara, llorando con el corazón en un puño, porque por lo menos, aquella Navidad podría regalarle algo a Maia. Podría ponerle ropa que la cubriese algo más, podría ponerle unos zapatos "nuevos" y tirar aquellos que llevaba desde hacía unos meses y que también recogí de la parroquia. Hice uno de aquellos guisos con lentejas y arroz, el arroz básicamente para rellenar las lentejas y que no fuese un guiso tan pobre. Lavé la ropa a mano en la bañera, porque era demasiado caro para mí poner la lavadora. Froté y froté, enjuagando la ropa y luego, la dejé delante de la chimenea colgada del tendedero, para que así secase. 205

*** —¿Sabes qué día es hoy? —Me acerqué a Maia en el sofá, que tenía un gorro de Santa puesto en la cabeza. Se lo había regalado su profesora, y asintió enérgicamente. —¿Qué día es hoy? —¡Navidad! —Alzó los brazos y solté una carcajada negando, sentándola en mi regazo. —No, mañana es Navidad. —¿Hoy es mi cumple? —Levantó la mirada hacia mí con tanta ternura, que planté un beso en su mejilla, abrazándola contra mí. —Hoy es Nochebuena, cariño. Y hoy se puede comer lo que uno quiera, ¿qué quieres comer tú?—Maia se puso las manos en la boca y de pie en el sofá, mirándome con los ojos llenos de ilusión. —Quiero pizza. —Alzó los brazos y abrí la boca, cogiéndola en brazos. La llevé hasta la nevera, y no tenía mucho, por no decir nada. Medio limón, aquella olla de guiso y una pizza precocinada, que Maia al verla se estiró hacia ella casi cayéndose dentro de la nevera. Se la acerqué a los brazos y ella se quedó mirándola con la boca abierta. —¡Mami! ¡Es pizza! Su reacción era lo que movía mi vida. Trabajaba, hacía todas esas cosas simplemente por verla feliz. Por ver cómo era feliz en aquél mundo ficticio, irreal que dibujaba para ella. Y así, con una simple pizza congelada en mitad de la mesa mientras veíamos el especial de Navidad frente a la chimenea, viéndola sonreír y señalar la tele. —Mami, ¿por qué no tenemos un pollo en la mesa como esa gente? —En la tele, una familia tenía un pavo relleno en la mesa, múltiples bandejas con puré de patata, verduras y panecillos. —Porque... Nosotros somos mucho más guays que ellos. ¿Verdad? —Maia asintió convencida, porque sin duda la pizza era uno de sus platos favoritos. *** Noté cómo algo se removía a mi lado, y luego los besitos de Maia en mi mejilla. A duras penas abrí los ojos, viéndola sonreír con las manitas en las mejillas. —Mami, ha venido Santa. —Susurró en voz baja, señalando la puerta, que sorprendentemente, estaba abierta. —¡Oh dios mío, ha venido Santa! —Abrí los ojos y me levanté con ella cogiéndola de la manita. Antes de bajar, hice que se enfundase sus zapatillas de andar por casa y 206

descendimos por la escalera. Nuestro árbol lo había encontrado en un contenedor de basura, algo destartalado, pero aún servía para una casa como la nuestra. Ella me preguntaba por qué nuestro árbol no era como el de la tele, y yo le respondía que porque Santa Claus nos regaló ese árbol personalmente, y entonces sus ojos brillaban de ilusión y comenzaba a mirar el árbol. Bajo este, la ropa doblada, los zapatos y los juguetes que nos habían regalado. —¿¡Cuáles son mis regalos!? —Preguntó entusiasmada saltando alrededor del árbol, sin saber por dónde cogerlos. —Todos, cariño. —Ella salió corriendo y lo primero que cogió fue la pelota que estrujó entre sus manos con algunas risas. Luego, cogió el tragabolas (al que le había tenido que quitar la caja porque estaba destrozada) y lo observó mirándome a mí. Maia al haber visto todos los regalos se sentó en el suelo haciendo pucheros con los lápices de colores en la mano y se puso a llorar en silencio. —¿Te gustan? —Asintió abrazándose a mi cuello, poniéndose de pie porque estaba al lado de ella. La sostuve entre mis brazos un momento, y ella paró de llorar. Pero fue verla con sus zapatos 'nuevos', que estaban desgastados por el uso, con la suela delantera casi plana y verla tan feliz por aquella cosa tan simple lo que me hizo llorar. Quería dárselo todo, y yo simplemente le daba las migajas de lo que una buena madre le daría. Las lágrimas corrían por mis mejillas al verla de pie, y me tapé la boca con la mano para evitar emitir un gemido entre sollozos. —¿Mami? ¿Por qué estás llorando? —Se acercó a mí haciendo un puchero, dándome un besito en la mejilla antes de abrazarme. —Porque te quiero mucho, cariño. *** Camila's POV La cama era bastante reducida, pero Portland no se caracterizaba por el calor en verano, así que Lauren y yo dormíamos prácticamente pegadas. —Camz. —Susurró ella en voz baja, y noté su mano acariciar mi muslo lentamente. —Es tarde. —Abrí los ojos y la miré directamente, soltando una suave risa. —¿Es tarde? —Subí la mano por su mejilla para atraerla hacia mí, dándole un beso tierno, que inundaba el silencio de la habitación. Me separé de ella mirándola a los ojos, y entendía que no podíamos hacer nada porque aquellas habitaciones eran de papel. —Te 207

quiero. —Agaché la cabeza pegándome a su pecho, pasando un brazo bajo el suyo para poder abrazarla también. —Y yo. Y necesitamos una casa, se me duermen las piernas al dormir aquí. —Retiré mis piernas con cuidado de encima de las de ella, porque a menudo solía ponerme encima cuando no cabíamos. —Me da pena irme, en esta casa creció Maia. —Susurré agachando la cabeza, haciendo una leve mueca después. —Pero lo pasé tan mal, Lauren... —Apreté los ojos y mis labios entre sí, suspirando. —Quiero salir de aquí con ella. —Saldremos, no te preocupes por eso. *** —Sh, sh, siéntate aquí. —Maia estaba absolutamente despeinada, y me hacía gracia cómo Lauren le regañaba porque quería desayunar en el salón. Mientras yo preparaba el revuelto de huevos y algo de beicon, Lauren echaba el zumo de naranja en los vasos y colocaba los cubiertos y un poco de pan en medio de la mesa. Maia corrió hacia mí, abrazándose a mi pierna. —Buenos días mami. —Acaricié su pelo suavemente, cogiéndola en brazos con uno sólo, mientras con el otro removía las sartenes. —Buenos días cariño. —Maia me cogió de las mejillas, dándome un besito en la nariz que me hizo arrugar la nariz. —Estás muy cariñosa hoy. —La pequeña apoyó la cabeza en mi hombro, y retiré la sartén del fuego. —A mamá no le gustan las mañanas. —Dijo con un tono cantarín, y me giré hacia Lauren que cogía los platos con revuelto y bacon soltando un suspiro. —No, no me gustan. Las odio. —La dejé en el suelo y Maia fue directa a su sitio, cogiendo su tenedor rosa de plástico. —Mami dice que no se puede odiar a nadie ni a nada. —Lauren soltó un pequeño suspiro cogiendo un gofre y le echó sirope por encima. —Mami es demasiado buena. —Sonrió Lauren, y justo antes de empezar a comer, sonó el timbre, aunque Maia tenía un gofre entero entre sus manos que se comía poco a poco. —¿Quieres que abra yo? —Sí, por favor. —Hice un pequeño puchero, cogiendo gofre de Maia negando. —Cariño, a trocitos pequeños. —Empecé a cortarlo con el cuchillo, y escuché la voz de Lauren. —¿Camz? Cariño, tienes... Tienes visita. —Me giré para mirar a Lauren y al ver su cara me levanté rápidamente, asomándome a la puerta. Mis padres estaban allí, con una caja delante de ellos y algunas bolsas en las que se 208

podían intuir regalos envueltos. Me crucé de brazos y dejé que Lauren fuese con Maia, para terminar de desayunar. —¿Qué hacéis aquí? —Dije sin más mirándolos a los ojos. —Vinimos a verte, traemos algunos regalos para la pequeña. —Dijo mi padre. Abrí los ojos con una sonrisa asintiendo. —Aaaaaah, sí, regalos. —Torcí el gesto apretando los dedos en mis brazos. —Esos regalos debíais haberlos enviado hace cinco años, ¿sabes? Cuando yo estaba embarazada y entonces ahora todo estaría bien y aceptaría esos regalos. —Camila, estamos intentando arreglar las cosas. —Añadió mi madre, y fruncí el ceño soltando una suave risa. —¿Arreglar las cosas? —Solté una risa negando con los ojos vidriosos. —Si hubieses venido a verme hace cinco años para pedirme perdón y pedirme que volviese a casa, mi vida no habría sido un infierno. Justo ayer me acordé de una Navidad preciosa que pasé con mi hija, en la que sólo pude comprarle una pizza precocinada, y los regalos eran donaciones de la iglesia. Dime, dime dónde estabas tú entonces. ¿Dónde? —Me quedé en silencio mirándolos a los dos. —Decidme, ¿dónde estabais cuando nació la que se suponía que era vuestra nieta? ¿Preguntasteis alguna vez si tenía algo que llevarse a la boca? No sé, ¿pensasteis en mí? ¿Pensasteis en que una chica de 19 años que acaba de tener una niña, no tiene dinero para nada? ¿Venís ahora a verme por el capricho de tener una nieta? —Mis ojos desprendían rabia e impotencia, la que me estaba incitando a ponerme a llorar ahí en medio. —Nuestra hija sólo tiene dos abuelos, que son los padres de Lauren. —Lauren no es ni su madre biológica. —Solté una risa apretando los dientes. —¿Y qué? Es su madre, y ellos son sus abuelos. ¿Sabes lo felices que estaban al enterarse de que tenían una nieta de la nada? ¿Tú sabes cómo la hubiesen querido si conociesen a Maia desde que nació? Se les cae la baba con su nieta, la llevan a Disney, a la playa, cada vez que pueden vienen a vernos a las tres a Portland. ¿Vosotros a qué venís? —¿Por qué nosotros no podemos tener esa relación con ella? —Mi padre me sacaba de quicio. —Porque vosotros elegisteis esa opción al echarme de casa y no volver a llamarme nunca más. —Maia salió corriendo de la cocina hacia mí y la cogí en brazos, acariciando su pelo con ternura. —¿Me quieres? —Preguntó la pequeña, y sabía que lo preguntaba porque estaba llorando. —Te quiero mucho. —Susurré en su oído, viendo a Lauren aparecer por la puerta.

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—Creo que deberían irse. —Dijo ella con la mano en el pomo, mirando a mis padres. —¿Irnos? ¿Quién te crees que eres? Es la casa de mi hija. —Escupió mi madre. Lauren apretó la mandíbula y movió el cuello antes de clavar la mirada en mi padre. —Soy su mujer, y esta es nuestra casa. ¿Va a venir a joder después de dejar a su hija tirada cinco años? Porque me parece que usted no capta el mensaje. He visto a esta niña llevar zapatos con la suela rota porque su madre no tenía dinero para comprarle unos nuevos, han tenido que ir a comedores sociales durante mucho tiempo, han sobrevivido con cincuenta dólares todo un mes. Cuando la conocí, no podía comprarle a su hija ni siquiera una puta chocolatina. Trabajaba como una descosida en unos vestuarios llenos de mugre para ganar cuatrocientos dólares y poder tener esta casa. Partiéndose las manos, las rodillas y la espalda cada vez que limpiaba. ¿Me va a decir usted que no es duro ver cómo Camila lloraba delante de su hija porque no tenía para darle de comer? ¿Me va a decir usted que no es duro que tenga que fingir que acampa en casa porque le cortaron la luz? ¿¡Eh!? —Aquél último grito de Lauren fue más agresivo, y negó. —Yo nunca he rechazado a Camila por tener una hija, en cambio ustedes sí. Me casé con ella para que no se la quitasen, les di la ayuda que pude, que me pareció poca. Además, ¿a qué vienen si ya les dijo todo esto en Miami? —Los dos se quedaron en silencio, mi padre tomó la palabra. —Vamos a quedarnos en un hotel cerca de la bahía, por si cambiáis de idea. Sinuhe, vámonos. —Se dieron la vuelta y Lauren cerró la puerta pasándose las manos por la cara con un suspiro. Maia no se despegaba de mi cuello hasta que Lauren acarició su cabeza. —Ya está, peque. —¿Son malos? —Preguntó frotándose los ojos mientras Lauren me limpiaba las lágrimas con los pulgares. —No, cariño. —Susurré yo, mirándola y forzando una leve sonrisa. —No se portaron muy bien con tu mamá. —Respondió Lauren, y Maia agachó la cabeza con un puchero. —Los niños que no se portan bien son malos... Entonces ellos son malos. —Susurró sin dejar el puchero, abrazándose a mi cuello más fuerte. —Lo fueron, Mai. Fueron malos conmigo.

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Capítulo 36 Lauren's POV —¿Hola? Soy Lauren Jauregui. Llamaba para concretar el día de la firma. Mientras Maia pintaba sentada en la mesa de la cocina, yo miraba por el ventanal cómo las gaviotas se sentaban a flotar en el agua, y el sol pegaba fuerte aquella mañana de agosto en Portland. —Sí, el jueves estaría bien. —Apoyé mi peso en la mesa de cristal, mientras Maia cambiaba del color rojo al lápiz azul para colorear el interior del monstruo de las galletas. —Está bien, nos vemos. —Al colgar, me di cuenta de que Dash estaba tumbado al lado de la silla de Maia. No necesitaba jugar ni nada de eso, simplemente quería estar al lado de la pequeña. —¿Dónde está mami? —Me preguntó con esa voz pueril, sin levantar la cabeza del dibujo. —Mami está trabajando, hoy la necesitaban en la oficina. —Respondí dándole un beso en la coronilla al pasar. —Ven al salón a pintar, anda. —Cogí la caja de lápices de colores y la coloqué en la mesa, Maia rápidamente se bajó de la silla y corrió al salón, arrodillándose delante de la mesa central de madera para seguir allí el dibujo. —¿Puedo sentarme contigo? —Señaló el sofá, y asentí estirando los brazos para que viniese, conmigo. La alcé y la senté en mi regazo, y Maia se recostó en mí para ver la tele. Mi brazo rodeaba su cuerpo con cuidado de no apretarla mucho. Le puse los dibujos, aquellos que tanto le gustaban a la pequeña y que siempre que podía, veía. Un rato después, la puerta se abrió, y casi como si estuviésemos sincronizadas, Maia y yo nos dimos la vuelta a la vez para mirar a Camila que llegaba del trabajo. Una camisa blanca, unos jeans negros y el pelo recogido, y el bolso colgando de su antebrazo. —¡Mami! —Maia saltó de mi regazo para ir con Camila, que la cogió en brazos haciendo un poco de esfuerzo. Justo iba a levantarme cuando llamaron a la puerta, tres simples toques secos. —Camz, si son otra vez tus padres les voy a partir la cara. —Dije señalando la puerta. Camila rodó los ojos, quizás algo irritada por mi comentario, pero era verdad. Odiaba a sus padres de todas las formas posibles. Cuando abrí la puerta, había dos oficiales de policía frente a mí, pero no sabía por qué estaban allí. —Mai, ve a tu cuarto. —Dijo Camila, pero debía ser una equivocación.

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—Buenas, ¿puedo ayudarles en algo? —Ofrecí abriendo un poco más la puerta por si querían pasar, pero no dieron un paso. —Buscamos a Lauren Jauregui. —El tipo me escudriñó con la mirada, y yo le eché un vistazo rápido a Camila. —Eh... Soy yo. ¿Ocurre algo? —Tenemos una orden de arresto por una denuncia. —Mi semblante se tornó pálido, blanco, porque no me podía creer lo que estaba ocurriendo. —¿Qué? —Escuché la voz de Camila aparecer detrás de mí. —¿Cómo que una orden de arresto? —Tiene una denuncia por una pelea en Miami. Por favor, si nos permite, procederemos a la detención. —Uno de los policías sacó las esposas, y me di la vuelta para mirar a Camila. Como si le pidiese perdón, como si dijese 'lo siento' por tener que ver aquello. *** Los pasos en el pasillo hacían eco. Las puertas de metal chirriaban al cerrarse. Trozos de metal chocando. Lamentos de algún borracho con la voz vacía, alegando que él no hizo nada. Frente a mí, una chica con aspecto desgarbado, tenía rasgos polinesios parecidos a los de Dinah, pero en definitiva, no tenía parentesco con ella. Debían ser las seis de la mañana cuando el policía se paró frente a mi celda. —Jauregui. —Hizo un gesto con la cabeza abriendo la puerta de rejas, y yo salí estirando mi espalda. La luz alógena del pasillo me dio de lleno en los ojos, que eran bastante sensibles y además, no habían visto la luz del día en bastantes horas. Al fondo del pasillo pude distinguir la figura de Camila de espaldas, que al escuchar mis pasos se dio la vuelta y corrió hacia mí para abrazarme. —¿Estás bien? —Su voz parecía rota, preocupada, y lo reflejaban sus manos que se apretaban alrededor de mi cuello. —Siento todo esto. Nash puso una denuncia por lo que le hiciste en Miami... —Me lo imaginaba. —Mis ojos se cerraron al sentir un beso suave de Camila en mi mejilla, y me separé para poder mirarla a los ojos. —Normani se acaba de ir, me ha dicho que como no tienes antecedentes y no hay pruebas de la pelea, que te dejan ir sin más. —Sonreí un poco y tomé sus mejillas con mis manos para besarla de una forma tierna, separándome de ella. —¿Dónde está Maia? —Camila cogió su bolso de una de las sillas, y tomó mi mano. —En casa de Normani con Keith y las niñas. —Antes de que saliésemos de la comisaría, la cogí del brazo. No amanecería en unas horas, y yo, no quería volver a casa. 212

—Vamos a alguna cafetería. Tengo hambre. —Ella me miró algo desconcertada con el ceño fruncido. —¿Acabas de salir de la cárcel y no quieres volver a casa? —Solté una pequeña risa negando, agachando la cabeza. —Necesito comer algo, y sé que vas a querer cocinar pero no quiero que lo hagas. —Camila esbozó una tímida sonrisa, accediendo a lo que le pedía. Una cafetería con el letrero de neón rosa de 'abierto 24 horas', todo de madera y con un olor a café y beicon que inundaba la estancia. Yo pedí café y algo para comer. Camila sólo café, no tenía mucha hambre. —No sé cómo puedes comer después de todo. —Tomé sus manos por encima de la mesa, encogiéndome de hombros. —¿Qué voy a hacerle? No ha tenido más relevancia. Y por desgracia sí que la tuvo. *** El camión de mudanzas estaba parado en la puerta de la que ya era la antigua casa de Camila. Sacábamos las cajas una en una con ayuda de los empleados de la empresa de mudanzas, y Maia miraba su habitación por última vez. —Mira bien que no se te olvide nada, ¿vale Mai? —Dije poniéndome de cuclillas tras ella, poniendo las manos en sus costados. Maia asintió, presionando su propia mejilla con su dedo índice. —Vale. —Me incorporé y le revolví el pelo un poco antes de bajar las escaleras. Camila llevaba hacia afuera una de las cajas de ropa, y yo cogí la de los utensilios del baño. Era poca cosa, pero había que llevarlo al camión. —¿Ya está todo? —Pregunté dejando la caja en el camión, poniéndome las manos en la cintura. —Sí, aunque creo que Maia sigue eligiendo qué juguetes quiere quedarse. Lo que no entiendo muy bien es esa camisa de cuadros. —Eché la cabeza hacia atrás con un suspiro, soltando una suave risa. —Es decir, te queda genial. —¿Esta es tu nueva forma de meterte conmigo? —Cogió mi camisa en un puño y me acercó a ella negando mientras reía. —Cállate. —Y me besó. Era como decirme te quiero, como admitir que aunque fuese algo idiota aquello le encantaba. Al separarse de mí, Camila frunció un poco el ceño, arrugando la nariz. 213

—¿Qué ocurre? —Nada. —Respondió ella con una risa, pasando las manos por mis brazos, pero entonces volvió a poner esa mueca. —¿No hueles a humo? —¡Mami! —Me di la vuelta y cuando nos quisimos dar cuenta la casa entera estaba en llamas. —¡Maia! —Gritamos las dos a la vez. Salimos corriendo dentro de la casa, sin importar que el fuego estuviese abrasándolo todo. El humo inundaba la casa, y Camila no podía respirar, pero yo subí por las escaleras de tres en tres, tapándome la cara con los brazos hasta llegar a la parte de arriba a la que no había llegado el fuego. —¡Maia! —Grité de nuevo, y entré en su habitación. Estaba sentada en un rincón con su vieja muñeca en la mano. No dije nada y quité la colcha de la cama rápido, con las manos temblando igual que el cuerpo. La enrollé en él. —Maia, escúchame, no saques la cabeza. —Ella no respondió y yo salí corriendo por el pasillo llegando a la escalera. El fuego era aún mayor, las llamas habían consumido el salón, y cuando vi a Camila tirada en el suelo mi instinto fue ir hacia ella. Pero entre las llamas, tenía que sacar a Maia primero. Comenzó a darme la tos, y la única escapatoria era la cocina. Mierda, mierda, mierda. La puerta trasera estaba cerrada, pero no iba a dar aquello por perdido. Busqué la ventana, que también estaba cerrada, no había tiempo. Di un golpe, y la ventana no se rompió. Di otro más, los nudillos me ardían. Las llamas entraban por el pasillo. Al tercer golpe el cristal cedió rompiéndose contra mi puño. Empujé los cristales, contra toda la sangre que salía de mi puño que tenía un trozo de vidrio hincado entre los nudillos y saqué a Maia al jardín delantero. —Maia, ¡quítate la manta y corre a casa de la vecina! —Sin más, salí corriendo de nuevo, Camila estaba en una esquina del salón. Estaba rodeada de llamas, pero ninguna en ella. Me quité la camisa casi arrancándomela. No podía perder a Camila, no allí, no de esa forma. Nunca. Até la camisa a su cara y comencé a toser aún más fuertes. El humo era más denso en el salón, así que me dirigí a la cocina que parecía estar envuelta en llamas, menos la ventana. Volví a golpear el cristal para hacer el hueco más grande. El corazón me bombeaba fuerte y rápido contra el pecho, mis piernas apenas podían mantenerse en pie pero debía sacarla de allí. Dejé a Camila en la encimera de la cocina, y salté rápido para poder arrastrarla conmigo fuera. La tumbé en el césped y le quité el pañuelo de la cara, no, no, no. Debía tener sangre fría aunque por dentro quisiese gritarle que se despertase, quería abrazarla y decirle que ni se le ocurriese dejarme, pero en cambio le rompí la camiseta de un tirón. Me incliné para poner los labios sobre los suyos y tapar su nariz, dando bocanadas de 214

aire para que se hinchasen sus pulmones. Mis manos presionaban su pecho con las manos juntas, una y otra vez. Una y otra vez. —Vamos Camz, joder. —Susurré volviendo a pasar aire a sus pulmones, y mis manos volvían a presionar. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, hasta treinta. —No te vas a ir, lo sabes, ¿no? —Dije con rabia, acercando mis labios a los suyos para intentar darle algo más de aire, dos veces. Presioné, de nuevo. Una, dos, tres veces. No podía parar, no debía parar. Cuatro, cinco, seis. Camila empezó a toser, y paré de mover mis manos. Cogí su cara entre mis manos, haciendo que me mirase. —Camila, Camila. —Dije llamando su atención, y ella cogió mi rostro para abrazarme después. —No te puedes ir, ¿eh? No de esa manera. —Dije a punto de llorar, notando cómo asentía con la cabeza. En aquél momento la mano me empezó a doler, y cuando la miré tenía un trozo de vidrio clavado entre los nudillos y el brazo lleno de sangre hasta el codo. Giré la cabeza y Maia estaba con uno de los policías, llorando sin consuelo. Llorando casi sin tomar aire, con el rostro enrojecido, y entonces llegaron las ambulancias. —¡Maia! —Camila se levantó del suelo tambaleándose, pero uno de los enfermeros la paró. —No puede levantarse, tiene que venir al hospital. —Ha sido mi mujer la que me ha traído de vuelta. —Decía con pesadez en su voz, intentando encontrar aire para hablar— Así que no me diga qué puedo o qué no puedo hacer. —Lo apartó y yo no podía, tenía el brazo destrozado. Quemado, y la mano casi partida en dos por un trozo de cristal. Lo sujeté yendo hacia el enfermero, porque sentía que de un momento a otro me desmayaría ahí mismo. *** Camila's POV Pasé unas cuantas horas en observación, me pusieron oxígeno y estaba bien. Si no hubiese sido por Lauren... En aquél momento estaría muerta, sonaba duro, pero era la realidad. Se me subía la bilis por la garganta simplemente al pensar que Maia y Lauren podrían haberse quedado sin mí. Pero después de todo el peligro... La que peor quedó fue Lauren. Se desmayó después de perder tanta sangre, tenía el brazo algo quemado, pero era leve, aunque su mano... Estaba destrozada. Además de tener cortes en su totalidad, un cristal había atravesado su tendón y la tuvieron que operar. Tragó muchísimo más humo que Maia y yo, y me sentía culpable de que ahora ella estuviese así. Estaba sentada en el pasillo, y Maia estaba en mi regazo, dejándose arropar por mí entre mis brazos. No hablaba, estaba en silencio. Las cosas que había tenido que ver no eran propias de una niña de cinco años. 215

—¿Dónde está mami? —Me preguntaba en voz baja, apagada. Tenía un puchero permanente en la cara, que yo no sabía cómo solucionar. —Está en una sala con médicos. —Murmuré intentando no hacérselo muy difícil. —¿Se va a poner buena? —Asentí apretando los labios, notando las lágrimas rodar por mis mejillas hasta colarse entre mis labios. —Sí, seguro que sí. —¿Por qué nos pasan estas cosas malas, mami? —No quería que Maia siguiese hablando. Apreté los ojos y los labios a la vez. —¿Por qué las cosas malas no les pasan a la gente mala? —No lo sé, cariño. Quizás pasaron dos o tres horas, no lo sé. El tiempo se me hizo eterno, y aún más cuando mi hija, que era la única distracción cuando peor lo pasaba, estaba sumida en la misma tristeza que yo. —¿Camila? —Un doctor me llamó, mostrándome una sonrisa. —Sí. —Me levanté dejando a Maia en el suelo, que se agarró a mi mano poniéndose justo detrás de mí. —Hemos subido a Lauren a su habitación. Está bien, está despierta. Tiene oxígeno puesto porque respiró muchísimo humo, la mano se recuperará fácilmente. —Gracias. —Respondí sin más, viéndolo alejarse por el pasillo. Abrí la puerta de la habitación de Lauren, y Maia pasó primero delante de mí. Al vernos, Lauren sonrió a través de la mascarilla y estiró un brazo hacia la pequeña para acariciarle la mejilla cuando estuvo cerca. —Hey... ¿Estáis bien? —Maia le dio un besito en la mano y se subió a la silla para estar más cerca de ella. —Estás malita, mami. —Lauren soltó una suave risa cerrando los ojos, quedándose así, con una sonrisa, varios segundos. —Pero me voy a poner bien. —Respondió asintiendo. Tenía el brazo escayolado hasta casi llegar al hombro, y en la mano, tenía colocados unos cuantos clavos que atravesaban su mano. No quería ni mirarlos. —¿Sabes lo que has hecho? —Pregunté sentándome al borde de la cama, poniéndole bien la mascarilla que se le había movido al hablar. —¿Todavía no he salido del hospital y ya me vas a regañar? —Solté una risa agachando la cabeza, era absurdamente adorable. 216

—No, nos has salvado la vida. —Ella se quedó en silencio, mientras Maia jugaba con su muñeca, la que había podido salvar del incendio. —Tenemos mucha suerte de tenerte. —¿Por sacaros de allí? Lo habría hecho cualquiera, Camila. —Dijo haciendo una mueca, tomando una bocanada de aire. —No. Por todo. Por ser tan buena madre, por ser tan buena mujer, por ser tan buena en todo. —No soy buena en todo. —Fruncí el ceño alejándome un poco de la cama, porque Maia quería acercarse. —Soy pésima cocinando. —Es pésima cocinando. —Repitió Maia, que nos hizo reír a las dos, aunque a Lauren en menor medida. Al final, acabó subiéndose con Lauren en la cama, quedando de rodillas a su lado. La pequeña dio un beso en la mejilla a Lauren, que sonrió mirando a Maia. —¿Salvaste a tu muñeca? —Maia asintió poniéndola en el abdomen de Lauren, acariciándole el pelo. —Sí. Como tú hiciste con mamá y conmigo. Capítulo 37 Camila's POV —Puedo sola, Camz. Odiaba que Lauren fuese tan cabezona como para dejar que le diese de comer. Me dejó cortarlo y nada más. Estaba algo mejor, eso es verdad. Después de varios días en el hospital, dejó de usar aquella odiosa mascarilla. —Eres una cabezona. –Le dije dándole con el dedo índice en la frente. —Eres una cabezona. –Repitió Maia, que estaba pintando en la mesa con las dos piernecitas subidas a la silla. No podía responderle o regañarle porque era absolutamente adorable incluso cuando repetía aquellas palabras. —Dejadme comer. –Lauren frunció el ceño algo divertida, comiéndose un trozo de pollo a la plancha sin apartar la vista del plato. —Te dejo lo que quieras. –Dije besando su frente que tenía algún que otro rasguño, y aunque al principio se resistía, dejó que le diese algunos de aquellos mimos. Sonó la puerta, y Maia se giró para mirarme, pero negué, no la dejaba abrir la puerta a ella sola ni conmigo presente. Pero cuando la abrí, me alegré de esa decisión que había tomado. Mis padres estaban al otro lado de la puerta, y Maia al verlos se levantó de la mesa y fue 217

hacia Lauren quedándose detrás de la cama. Lauren me miraba a mí, pero yo no entendía nada de lo que estaba pasando en ese momento. —Oh dios mío, estáis bien, estáis bien. –Mi madre se puso una mano en el pecho, escondiéndose casi en mi padre. Yo no sabía qué sentir, ni qué decir tampoco. Agradecía que estuviesen allí, pero yo tenía demasiado rencor guardado. Cuando tienes que criar a tu hija con diez dólares semanales y a veces hasta menos sin que tus padres se preocupen por ti, no es como para perdonar nada, porque esa niña a la que ahora querían como nieta, podría haber muerto de hambre o de frío cuando era un bebé. —¿Qué estáis haciendo aquí? –Pregunté sin más, con una mano en el marco de la puerta. —Aún seguíamos en el hotel, en Portland y... Salió en las noticias, era tu casa. –Yo no tenía nada que hablar con mi madre. —Maia y yo tragamos un poco de humo, la peor parte se la llevó Lauren. –Comenté, y los tres nos quedamos en silencio, suponía que a ellos Lauren no les importaba mucho, más bien, no les importaba nada. Tras mis padres la figura de Mike y Clara apareció, tenían mala cara, pero yo sonreí al verlos. Clara abrió los ojos poniéndose las manos en la boca, pero no podía pasar porque mis padres obstruían su paso. —Estáis bien. –Susurró ella casi al borde de las lágrimas. Mis padres se apartaron para mirarlos, y Clara pudo abrazarme de una forma firme. —¡Abuelo! –Maia salió corriendo hacia Mike, que la cogió en brazos sin esfuerzo alguno, dándole un sonoro beso en la mejilla. —¿Estáis bien? –Preguntó Clara cogiéndome de las mejillas, y miró a Lauren en la cama apretando los labios. —Será mejor que vayas con ella. –Dije sonriendo un poco y aunque Mike quería saludarme, negué para que fuese con Lauren. —A mami le han puesto una funda en el brazo. –Dijo Maia en brazos de su abuelo, y los dos acorralaron a Lauren. Yo me di la vuelta, mis padres seguían ahí. Quizás, sólo quizás, debería hablar con ellos. Salí de la habitación y cerré la puerta, cruzando los brazos delante de ellos, era una clara postura defensiva. —¿Por qué? –Pregunté sin entender nada, mirando primero a mi madre y luego a mi padre. —¿Por qué venís ahora? ¿Porque tengo la vida más o menos resuelta? ¿Porque ya no me tendríais que dar dinero o ayudarme? —Camila, por favor... –Solté una risa apretando los ojos, y negué repetidas veces. 218

—¿Por favor qué? –Desesperé soltando los brazos a los lados de mi cuerpo. —¿Qué tenéis que decirme? —Lo hicimos mal. –Se apresuró a decir mi madre, poniendo una mano en brazo para intentar mostrar algo de afecto. –Llevas toda la razón del mundo, nunca debimos echarte de aquella manera porque tú nos necesitabas. Y debimos llamarte, pero no sabíamos dónde estabas. —Tenía móvil, mamá. –Apreté la mandíbula desviando la mirada de ellos mientras negaba. –No tenéis nada que argumentar, no... —Camila, fuimos unos malos padres en ese momento, y esa es la única verdad que hay. –Achacó mi padre, pasando a ser una víctima ante mis ojos, pero eso no me afectó. —Yo nunca dejaría que Maia se fuese de casa embarazada y sin recursos. Nunca. –Si mi padre quería echarse las culpas ahora, bien. –Que vengáis ahora a pedir perdón no arregla todos estos años. —Venimos a ver si estabais bien por el incendio, Mila. No venimos a pedirte que vuelvas, porque por mucho que nos disculpemos, eso no va a pasar. Si algún día quieres volver a hablarte con nosotros, aquí estaremos. Nosotros sólo queríamos saber que no te había pasado nada. –Cuando bajé la mirada, la puerta se estaba abriendo y Maia, desde abajo me miraba, aunque al ver a mis padres se encogió un poco en sí misma. —Mami, tengo hambre... —No me demoré más y la cogí en brazo, sintiendo cómo se enganchaba como si fuese un monito a mí. Me giré y miré a mis padres, que observaban a Maia con tristeza, pero yo no dejaría que se acercasen. —Ahora vamos a comer, corazón. *

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Por fin estábamos en nuestra nueva casa, y era absolutamente enorme, a mi parecer, creo que más que cuando la vimos por primera vez. Las estancias eran incluso más grandes que las de la casa antigua de Lauren, pero totalmente diferentes, esta era una casa algo más familiar, en cambio la de Lauren era de diseño. Nuestra casa estaba situada en una urbanización junto al bosque, pero muy cerca del centro, aunque a decir verdad Portland estaba rodeado de bosques y naturaleza, así que era la ciudad perfecta. El salón tenía un color cálido que le proporcionaban las lámparas, algo anaranjado. El sofá color beis, el suelo de madera oscura y la pared de enfrente era de piedra, donde se situaba una chimenea, y encima la televisión. Además, por uno de los ventanales se veían algunos árboles, un riachuelo y piedras repletas de musgo. —Mira, ¡mira! –Lauren llevaba de la manita a Maia a su habitación. Eso sí que era una habitación de verdad. 219

Su cama era alta, con otra cama debajo que se deslizaba por si Nick, Summer o Ivy querían quedarse a dormir, y bajo esta cama, una hilera de cajones alternando blancos y rojos. El edredón de la pequeña era rojo por fuera, aunque por dentro era blanco. Un escritorio de madera con un montón de colores, y la estantería frente a la cama la habíamos llenado con libros, y muchísimas películas. —¿Aquí voy a dormir yo? –Maia sonreía con los ojos brillantes, dando vueltas para poder mirar su habitación, que además estaba pintada de un gris claro. Encima del cabecero de la cama, pusimos algunos dibujos de Mickey en blanco, totalmente en blanco, simplemente la silueta. —Claro, ahora es tu habitación. –Lauren con la mano si escayolar le acarició el pelo, y Maia miraba hacia arriba, hacia la estantería con la boca abierta. —¿Y cómo voy a subir a la cama? –La pequeña no llegaba a la cama, ni su cabeza veía por encima de esta, pero la cogí en brazos, acercándome a la estantería. —¿Qué peli quieres? –Preguntó Lauren señalando todas estas, pero Maia sólo se tapó la boquita con las manos, porque era realmente muchísimas películas. Monstruos SA, La Sirenita, Toy Story 1, 2 y 3, El Rey León, Pocahontas, Cars, Nemo, Ratatouille, Frozen, Goofy e hijo, la Dama y el Vagabundo, el Libro de la Selva... Incluso las 8 películas de Harry Potter. Sólo decir que dos estantes eran sólo películas, y luego, había libros. La Cenicienta, Blancanieves, fábulas para antes de dormir... Lauren y yo nos habíamos vuelto locas en la tienda de juguetes, incluso más que Maia. La pequeña cogió la del Rey León y casi se abrazó a ella, poniéndose de pie en la cama. —Mira, esto es un ordenador. –Lauren lo puso encima de la cama delante de Maia. No era de los más caros, era uno sencillo, antiguo, pero en el que se podían ver películas. –Le das a este botoncito y sale esto, pones el disco, lo metes y ya puedes ver la peli aquí. —¿Para mí? –Maia miraba el ordenador, que ni siquiera tenía internet, pero allí podría ver películas si ella quería. —¡Claro! Mira, y tenemos otra cosita para ti. –La bajé de la cama y caminamos por el pasillo hasta llegar a otra habitación, pero en esta, todo eran juguetes. Una cama elástica en un rincón, una piscina de bolas en otra esquina, muñecas, pinturas, juegos de mesa, y por supuesto, balones de fútbol. Maia salió corriendo, pero luego se dio la vuelta y se abrazó a mí, empezando a llorar como una pequeña magdalena. Era la niña más tierna del mundo. —¿Te gusta? –Le pregunté yo, cogiéndola en brazos, y asintió con la cabeza escondida en mi cuello. No había cambiado en absoluto, y apreciaba cada más mínimo detalle que nosotras le brindábamos. —Muchas muchas muchas gracias. –Lauren quería comérsela a besos, apretando sus mejillas con la mano y dándole besos por toda la cara. 220

La distribución era igual que la de la casa de Lauren, desde la cocina, se veía el salón, sin ninguna pared por medio, en eso sí que era igual, y en el ventanal enorme que nos dejaba ver el bosque y la montaña. —¿Quieres que veamos el Rey León? –Maia asintió yendo con Lauren hacia la tele, y aunque estaba demasiado alto para ella, porque se situaba encima de la chimenea. —¿Ya podemos verla? –La música del Rey León comenzó a sonar en todo el salón, y Maia salió corriendo a sentarse en uno de los sofás, rodeada por cojines marrones. —Maia t... —Shhhh, mami, la peli. –Señaló la pantalla mirando cómo empezaba la película. Lauren se sentó a mi lado, y pasó su brazo por encima de mis hombros, y apoyé la cabeza sobre su pecho, mirando la pantalla. La película avanzaba, y yo le daba unos cuantos besos a Lauren en el cuello, lentamente, haciéndola encogerse, aunque tampoco quitaba la vista de Maia, que estaba entregada en la película. Pero cuando Mufasa muere... Maia hizo un puchero y comenzó a sollozar sin apartar la vista de la pantalla, y a decir verdad, yo seguía llorando por su muerte, pero era precioso ver a Maia emocionarse por eso. —Mai... —Susurré yo, y me miró con un puchero y las lágrimas cayendo por sus mejillas. —¿Estás triste? –La pequeña asintió, volviendo a mirar a la pantalla, donde Simba seguía intentando levantar a su padre con el hocico. —¿Quieres un abrazo? –Volvió a asentir. Me levanté del lado de Lauren y me senté con Maia, rodeándola entre mis brazos y dándole un beso en la cabeza. Le quité las lágrimas, pero ella no dejaba de ver la película. *

*

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—Yo voy a ser el rey león, ¡y tú lo vas a ver! –Maia estaba de pie en mitad del salón con Dash al lado, mientras yo hacía la cena y Lauren ponía la mesa, pero ninguna de las dos le perdía el ojo a la pequeña. Miraba la pantalla con las manitas juntas y la boca abierta, saltando en las partes en las que la música era más divertida. —Le gusta la casa, ¿verdad? –Preguntó Lauren mientras yo echaba una porción de espaguetis en cada plato, y Lauren lo hacía con el agua en el vaso. —Le encanta la casa. –Corregí yo, yendo al salón para cogerla en brazos y parar un momento la música. —¡Vamos a cenar! —¡Vamos a cenar! –Repitió ella enganchándose a mí, dándome un beso en la mejilla. Definitivamente, estaba feliz.

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Cuando se sentó en la mesa frente a nosotras, comenzó a succionar los espaguetis manchándose la boca entera de tomate. —Esta casa es muy guay. –Miró hacia abajo, y como siempre Dash estaba tumbado detrás de Maia, creo que tenía una conexión con la pequeña muy especial. —Y aún no has visto el patio trasero de día, va a encantarte. –Añadió Lauren, dándole un bocado a aquellos espaguetis que había hecho unos minutos antes. –No más que esto pero... —¿Os gusta? –Pregunté comiendo yo también. —Lo que tú cocinas siempre está bueno, mami. Capítulo 38 Camila's POV En cuanto la alarma sonó apagué el móvil, observando a Lauren removerse a mi lado. Se me había olvidado apagar la alarma de los días laborales. Lauren, era, sin duda alguna, algo adorable. Cerré los ojos de nuevo y me acurruqué contra su cuerpo, cogiendo su brazo para pasarlo por encima de mis hombros, y mi mano se posó en uno de sus costados, metiendo la mano bajo su camiseta. Pocas veces podía acariciarla así, sentir su piel directamente contra la mía, su calidez, aunque eso provocase que Lauren abriese los ojos. Me sentí culpable. —Mmh... —Abrió un ojo, mirándome a mí y terminó por esbozar una media sonrisa. —Hey... —No quería despertarte. —Di un suave beso en su pecho, aunque Lauren dio un beso tierno en mi frente sin apartar los labios de mí. —Te dejaré seguir durmiendo. —Vale. —Dijo ella con voz ronca, inclinándose para darme dulces y cortos besos en los labios hasta terminar en uno más lento y delicado, hasta esconder su cara en mi cuello. En ese instante se había quedado dormida, y me parecía adorable. Bajo la manta, pase mi pierna por encima de las suyas, regocijándome en aquél calor que Lauren desprendía. Mis manos seguían bajo su camiseta, palpándola, acariciándola, sintiendo su vello erizado al paso de mis yemas suaves y lentas. Entonces sonó el móvil de Lauren, y aunque yo fui a cogerlo, ella alargó el brazo al instante, abriendo un poco los ojos para poder descolgar el teléfono. —¿Sí...? —Su voz parecía estar tomada, ronca y rasgada, algo cansada. —Mmh... Vale... Gracias. —Colgó y volvió a dejar el teléfono en la mesita de noche, girándose hacia mí para seguir durmiendo de una forma plácida y tierna. —¿Quién era? —Pregunté poniendo una mano en su mejilla, aunque ella parecía estar tranquila. 222

—Normani... Tiene pruebas de quién provocó el incendio. Fue el tipo este con el que echaste un polvo... —Hizo una mueca con los ojos cerrados y presioné su pecho con la mano, volcándola en la cama hasta ponerla boca arriba. —¿¡Nash!? —Me senté encima de Lauren que aún estaba medio dormida, y asintió pasándose la mano por la cara, estaba absolutamente dormida. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue ir a matarlo, pero, ¿qué iba a hacer yo? Iban a detenerle y a meterlo en la cárcel, porque él sí que tenía antecedentes y eso que hizo, aunque no los tuviese, conllevaba esa pena. Así que me incliné sobre Lauren escondiendo la cara en su cuello, dándole suaves besos en este, aunque ella se removía un poco frunciendo el ceño. Paré de hacer aquello, y sólo me quedé abrazada a Lauren, aunque no por mucho tiempo. Por la puerta escuché unos pasitos, y vi a Maia pasar por delante frotándose un ojito, despeinada, con el pelo rubio revuelto y su pijama de conejitos rosas. Me miró y estiró las manitas hacia mí, abriéndolas y cerrándolas para que fuese a por ella. Me levanté rápido y la cogí en brazos, sintiendo sus brazos y sus piernas engancharse a mí al instante, y mientras acariciaba su pelo, besé su cabeza. —¿Quieres dormir con mamá y conmigo? —Susurré en voz baja, sintiéndola asentir en mi hombro. La tumbé junto a Lauren en la cama, y luego me metí yo, tapándonos con el edredón y acaricié su pelo retirándoselo de la cara para ponerlo detrás de la oreja de Maia, dándole un beso tierno en la mejilla. Tenía la marca de las sábanas en la cara, y los labios entreabiertos al dormir. Cuando veía a Maia, justo en esos momentos, no me arrepentía de nada de lo que había pasado en mi vida. Durmió una media hora más, en la que yo la abracé contra mí, sintiendo su respiración en mi pecho. En ese instante sentía que volvía a ser un bebé, que dormía en mis brazos todas las noches y que no se separaba de mí para nada. Abrió los ojitos un poco, y se quedó mirándome con el puño justo al lado del ojo apunto de frotárselo. —Buenos días, Mai. —Dije en un susurro, y ella se abrazó a mí, dándome un beso en la mejilla aunque aún estaba algo dormida, así que simplemente me abrazó. —¿Quieres preparar el desayuno conmigo? —Sí... —Asintió pasándose la manita por los ojos, y se incorporó en la cama quedando de rodillas. —Vamos mami... —Tiró de mi mano e hizo que me levantase con ella. La cogí en brazos y crucé el pasillo hasta llegar a las escaleras, bajándolas para llegar a la cocina. Aún no me acostumbraba a eso de tener una cocina tan grande que no fuese la de Lauren. —¿Qué le gusta a mamá de desayunar? —Pregunté dejando a Maia encima de la mesa, 223

que sonreía con las manitas en la boca. —El huevo y... El pavo. —Abrió las manitas mientras yo ponía las tiras de pavo en la sartén, sujetando su cuerpo con la mano. —¿Y a ti qué te gusta desayunar? —Mientras ella movía las piernecitas encima de la mesa, yo le daba la vuelta a las tiras de pavo. —No lo sé... —Saqué las tiras y eché el preparado de claras de huevo en la sartén, dejando que cuajase un poco. —¿No sabes lo que te gusta para desayunar? —Maia jugaba con sus manitas mientras yo removía el huevo en la sartén, hasta que estuvo listo y lo saqué, poniéndolo en el plato. —Me gusta la comida. —Estiró los brazos hacia mí y la cogí de nuevo entre mis brazos, dándole un beso en la mejilla. —¿Quieres tostadas y mermelada? —La dejé en el suelo mientras asentía, y se frotó una mejilla con la palma de su manita. —Ve a despertar a mamá y ahora subo, ¿vale? —Maia asintió y salió corriendo escaleras arriba, y yo serví un vaso de zumo de naranja poniéndolo en la bandeja junto al plato. Cuando subí a la habitación, Maia estaba al lado de Lauren con medio cuerpo encima de ella. Le daba pequeños besitos en la mejilla y se abrazó a su cuello. —Mami. —Susurró en voz baja, y Lauren arrugó la nariz. Maia le movió el hombro con sus diminutas manitas. Lauren odiaba las mañanas. —Mami despierta... —Le dio otro pequeño beso en la mejilla y Lauren abrió los ojos. Sonrió al ver a la pequeña y con el brazo libre la abrazó, dándole un beso en la cabeza. —Buenos días princesa. —Le dijo a la pequeña y luego me miró a mí, que puse la bandeja en la mesita de noche. —Buenos días a ti también. —¿Yo no soy una princesa? —Fingí indignarme sentándome a su lado, poniendo una mano en su costado. —No, mi única princesa es ella. ¿Verdad? —Maia asintió abrazada al pecho de Lauren, mientras yo reía un poco. —Porque entonces tú serías la reina. ***

Lauren's POV Cuando pude mover la mano con normalidad, volví al equipo, y fue lo mejor que me pudo 224

pasar en aquél momento. Estaba harta de estar en casa y de casi no poder mover el brazo, aquellos meses fueron una auténtica tortura. —Mami, ¿y ahora dónde vas? —Cogí a Maia en brazos caminando por el pasillo de los vestuarios. —Ahora voy a jugar al fútbol, ¿es que ya no te acuerdas de que mamá juega al fútbol? —Le coloqué mejor el cuello de la camiseta roja y negra, escuchando el sonido de los tacos resonaba en todo el pasillo, mientras la llevaba a la salida del campo. —Es verdad. —Se tapó la boca con las manitas, y luego le di un ligero beso en el pelo. —¿Me deseas suerte? —Dije parándome antes de salir al césped, besando su frente. —Suerte mami. *** Me coloqué el micrófono en la camiseta, y evitaba mirar a las cámaras que había enfrente porque de verdad me incomodaban. El presentador se sentó en su mesa, dándome la mano con una sonrisa. —Bienvenida. ¿Estás nerviosa? —Se colocó la corbata y yo fruncí el ceño. —¿Por qué debería estarlo? —Él soltó una risa dándome en el hombro y yo me acomodé en el sillón. Las luces se encendieron y el programa comenzó, no sabía por qué estaba haciendo aquello, pero probablemente era porque Camila me había animado a hacerlo. —Por si no la conocéis esta es Lauren Jauregui, la capitana de la selección de fútbol femenina de los Estados Unidos. —Sonreí asintiendo un poco, y crucé las piernas delante de mí frotando mi mano en esta. —¿Cómo estás, Lauren? —Bien, gracias. —Respondí sonriendo. —Has sido campeona del mundo con la selección, eres la capitana de los Portland Thorns que por cierto va líder en la liga, ¿me equivoco? —Levantó la mirada de los papeles y negué. —No, en nada. —¿Cómo es ganar un mundial? Es decir, debe de ser... Increíble. —Solté una suave risa asintiendo, ladeando la cabeza. —Bueno, lo mejor de todo fue cuando al terminar me fui de vacaciones a Bora Bora. Creo que ese fue el colofón. —El público rio, no era muy dada a hacer reír ni a hacer bromas. —Pero... Esta entrevista no es para hablar de fútbol, es decir, queremos saber cosas que la gente no sabe de ti. Alguien, no diré quién, me dijo esto: "me gusta cuando me coge en 225

brazos y me lleva a la cama porque tengo mucho sueño, y también cuando me dice que soy su princesa, y cuando mamá no está me prepara las salchichas de pulpo." ¿Quién puede ser? —Apoyé el codo en el borde del sillón intentando no sonreír como una idiota al escuchar aquellas palabras, y me froté el labio con el dedo índice. —Mi hija. —Respondí con una sonrisa, moviendo la pierna que tenía cruzada. —¿Cuántos años tiene? —Froté los dedos bajo mi labio y solté una suave risa. —Tiene cinco años y se llama Maia. —¿Cómo es? —Solté una risa entrecerrando los ojos, meditando mi respuesta. —Es... Muy complicado decirte como es. Es como todo el equipo de fútbol en una niña de cinco años, no para. Está jugando con los coches y al segundo siguiente está corriendo por la casa en busca de sus lápices de colores, o saliendo al jardín para jugar a la pelota. Pero después es la niña más dulce que vas a conocer jamás, y te quiere con un corazón que no puedes creer que quepa en ese cuerpo tan pequeño, y dice frases tan... Inocentes y a la vez te hace reflexionar tanto que... No sé, cuando le digo que es mi princesa es porque lo creo de verdad, es como la mujer de mi vida. —El público soltó un 'aw' al unísono, y me mordisqueé el labio algo avergonzada por eso. —¿Y tu mujer no es la mujer de tu vida? —Aquella pregunta había sido a traición, y negué ante aquello. —Mi mujer me cambió la vida. Me conoció y cambié por completo. No tengo adjetivos existentes para describirla, es perfecta en todos los aspectos. —¿Cómo se llama? —Se llama Camila. —Sonreí un poco al pronunciar su nombre, cerrando los ojos con una sonrisa. —Y no sé a quién dar las gracias por tenerla ahí al despertar. Lo que voy a decir es muy cursi, pero siempre se lo digo a ella, Maia es la princesa pero ella es la reina de la casa. Es la mujer más fuerte que he conocido, lo digo en serio. El presentador se giró señalando la pantalla donde aparecían algunas fotos. —Estas son algunas fotos que subiste a tu cuenta de Instagram. ¿Esa es Maia? —Maia salía en la foto de espaldas, con el pelo rubio recogido y un jersey azul, caminando por Portland. —Sí. —Salió otra, en la que simplemente dormía con Dash abrazada a él, y todo el público gritó 'aw'. —Y esa es Camila. —Señaló la pantalla y salió una foto de Camila con Maia en la playa. Camila sentada en la arena y la pequeña le manchaba las mejillas de arena blanca y fina, riendo a la vez. —La familia Jauregui. —Dijo el presentador señalando la pantalla. En la foto, sosteníamos a Maia entre las dos, con la playa de fondo, el agua turquesa 226

iluminando la postal. —Si mi hija te escucha decir eso te mata. —Apunté riéndome, mirando la pantalla. —¿Por qué? —Porque como no sabe pronunciar Jauregui, dice Jalapeño, y cuando escucha que dicen Maia Jauregui se pone a llorar porque piensa que no es ella. —El público se debatía entre reír y el 'aw', aunque al final ganó lo último. —Esta es adorable. —Señaló la pantalla, y en ella había una foto del mundial. Tenía a Maia en brazos, cuando ya habíamos ganado, y estaba perpleja mirando a nuestro alrededor mientras yo le daba un beso en la frente. Luego, otra más, pero en esta salía Camila mirándome a mí, mientras yo besaba la frente de Maia. —Eso fue lo mejor de ganar el mundial. Capítulo 39 Camila's POV Estaba sentada al lado de Maia en la habitación, ayudándola a que hiciese sus deberes. Tenía un lápiz amarillo en la mano con goma en la punta, y apretaba al escribir las palabras en aquél cuadernillo que su profesora le había mandado. —El pe... rro. Co—me, pienso. –Leía la pequeña al terminar de escribir la frase, con una letra algo mal hecha e infantil. —Muy bien, Mai. —Le revolví el pelo y Maia sacó la lengua un poco, levantando los brazos antes de frotarse los ojitos. —No quiero hacer más deberes, mami. —La verdad es que llevábamos como una hora en la habitación, y no había parado de escribir aunque tampoco era mucho. Aún recordaba cuando trajo a casa un folio con la palabra 'mamá' escrita en medio, y ahora... Ahora casi sabía escribir y leer. —Lo has hecho muy bien hoy. —Levanté a Maia de la silla para cogerla en brazos y darle un besito en la frente, sentándola en mi regazo. —Eres muy lista. —Tú también. —Puso las manitas en mis mejillas arrugando la nariz, y luego se quedó sentada con las manitas entre sus piernas. —¿Dónde está mamá? —Preguntó la pequeña frunciendo el ceño. —Viene de camino a casa, creo que no tardará mucho en llegar. —Mientras hablaba, Maia se enganchó a mi cuello dándome un abrazo, y me levanté con ella en brazos, dándole unos cuantos besos por las mejillas. —¿Me quieres mucho? —La pequeña asentía mientras bajaba con ella en brazos las escaleras que conducían hacia el salón, y se separó un poco sólo para poder mirarme.

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—Mucho mucho mucho. Así. —Abrió los bracitos para indicarlo, y volvió a abrazarme rápidamente. Por mucho que lo hubiese pasado mal, esas cosas hacían que todo valiese la pena. La dejé en el suelo, justo en el momento en el que se escuchó la cerradura de casa, y aún se me hacía extraño pensar que estaba viviendo con Lauren. Apareció tras la puerta con una pequeña bolsa de tela bajo el brazo y las llaves del coche en la mano. Maia salió disparada hacia ella, que se agachó para cogerla con un brazo. —¡Mamá! —Lauren besó la frente de Maia con una sonrisa, y con la pequeña en brazos se acercó a mí dándome un tímido beso en mis labios. —¿Te has portado bien hoy? —Le preguntó Lauren a Maia dejándole en el suelo, y la pequeña asentía convencida. —No me convence del todo, le tendré que preguntar a mamá. —Levantó la cabeza hacia mí con el ceño fruncido. —¿Se ha portado bien hoy? —Se ha portado genial. Pero ahora tiene que bañarse, y luego cenar. —Alcé las cejas cruzándose de brazos, viendo cómo Maia hacía un puchero mirando a Lauren, buscando algo de refugio en ella. —Mamá tiene razón. Ve a darte un baño, ponerte el pijama y luego te pongo los dibujos, ¿vale? —Le pellizcó suavemente la mejilla y la pequeña, aunque desganada, aceptó, subiendo las escaleras y cuando desapareció, me dirigí a la cocina para hacerle la cena. —Hey. —Lauren vino conmigo a la cocina, poniendo una mano en mi brazo, acariciándolo con suavidad. —¿Cómo estás? —Lauren... —Apreté los ojos y suspiré dándome la vuelta para mirarla directamente a los ojos. —Necesito hablar contigo. —¿Qué ocurre? —Lauren se cruzó de brazos apoyando la espalda en la encimera. —Sabes qué ocurre. No estamos bien. —Acabé por soltar, pero ella ni siquiera cambió de expresión. —Tenías razón cuando me decías eso de que no parecíamos una pareja, porque no, no lo parecemos, y tú lo sabes. Pero no sé qué hacer para arreglarlo. —Camz... —Lauren se acercó a mí poniendo una mano en mi mejilla y apreté los ojos negando. —Te quiero. –Y yo a ti también, Lauren. Sólo quiero que parezcamos un matrimonio de una maldita vez. ***

Lauren's POV Después de llevarme la noticia de que habían destituido a nuestro entrenador, no había 228

nada mejor que tu mujer te dijese que no parecíais un matrimonio. Todo iba genial en mi vida, porque si no fuese por Maia, probablemente me habría dejado hacía mucho. Estaba enfadada, absolutamente cabreada conmigo y con el mundo. Quizás no valía para estar en una relación, y mucho menos para tener una familia. Quizás debería haberlas ayudado y seguir sola mi camino, haberlas dejado en su casa y nada de esto estaría pasando. Ni siquiera Nash se habría vuelto a meter en sus vidas si yo no las hubiese llevado a Miami. Quizás, por el bien de las dos, debería desaparecer. Cerré la puerta de la taquilla de un portazo, terminando de ponerme la camiseta de entrenamiento con la sudadera negra encima. Hacía demasiado frío en Portland en Noviembre, y sin duda los guantes eran mi mejor aliado. —Jauregui. —Escuché la voz de la nueva entrenadora llamarme, y levanté la mirada poniéndome de pie delante de ella. Tendría unos 50 años, de pelo castaño, nariz recta y labios fruncidos, mucho más baja que yo. —Qué te pasa. —Más que una pregunta, fue una orden de que respondiese. —Problemas personales. —Respondí sin más, deshaciéndome fácilmente de aquella pregunta. —Está bien. No vas a entrenar con el grupo. —Soltó de golpe, y casi abrí los ojos de par en par al escucharla. —¿¡Qué!? —¿Quieres ser la capitana? Tienes que cambiar. No estoy diciendo que seas mala jugadora, al contrario, eres la mejor del equipo, pero yo quiero una capitana, y tú eres una blanda. —Parpadeé sin poder creer lo que estaba diciendo porque era la primera vez que me decían eso. —Quiero una capitana que sepa sacar las armas para destrozar al rival, quiero que sepa cuándo poner calma y cuando echar leña al fuego, y tú no lo tienes. Tú sólo tienes calma. —Se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta e hizo un gesto con la cabeza señalando la salida al campo. —Sal ahí y corre hasta que yo te diga. —Y no pude añadir nada más, porque era mi nueva entrenadora. Mientras veía a mis compañeras entrenar de forma normal, yo hacía carrera continua con zapatillas de deporte, y quería entrar ahí, golpear balones, hacer rondos y dejar en ridículo a alguna de la que todos nos riésemos, pero no, en absoluto, yo sólo corría sin saber por qué. Una zancada tras otras, las vueltas al campo no cesaban, casi parecían interminables, y las chicas de mi equipo tomaban un descanso para beber agua u otras bebidas, pero yo no. Ellas terminaron, y yo seguía corriendo. La entrenadora se había quedado conmigo en el campo una media hora más, hasta que tres horas después de empezar el entrenamiento, terminé yo. Mi pecho subía y bajaba, la garganta me quemaba del aire frío que estaba tragando constantemente, y el sudor caía por mi frente. —Nos vemos mañana. —Me dijo ella sin ningún tipo de explicación. 229

* Aquella noche Camila y yo dormimos cada una en una punta de la cama, diciendo un tímido 'buenas noches' y poco más. Ella no estaba cómoda conmigo, y yo... Yo no estaba cómoda con mi vida. —Jauregui, al gimnasio. —La entrenadora estaba en los vestuarios mientras nos cambiábamos para salir a entrenar, y todas mis compañeras se quedaron en silencio. ¿Qué pasaría si le faltaba al respeto delante de todo el mundo? Quizás me sentenciaría para siempre. Así que simplemente asentí, me cambié las botas por las zapatillas y salí del vestuario hacia el gimnasio, cerca de donde estaba el centro médico. A la entrada del gimnasio, me esperaba el preparador físico, y no sabía por qué aquella mujer hacía eso. Yo simplemente era una buena jugadora, hacía bien mi trabajo, animaba al equipo, no hacía falta ser agresiva para ser la capitana. —Lauren vas a correr veinte minutos en cinta, luego vas a la piscina de hielo, vuelves a máquinas a trabajar los isquiotibiales, y luego trabajo de suelo. —Levantó la cabeza del papel, esbozando una sonrisa que a mí no me hizo ninguna gracia, pero antes de que pudiese decir nada, la entrenadora llegó, le quitó la carpeta de la mano e hizo un gesto con la cabeza para que entrase en el gimnasio. —Yo me encargo. —Esto no iba a ser un paseo de rosas. Los primeros veinte minutos corriendo fueron fáciles, aunque iba aumentando la velocidad hasta que los últimos dos minutos fueron un sprint total que me dejaron exhausta. Esa mujer estaba mal de la cabeza. Luego, la piscina helada. Tuve que cambiarme, como es obvio, y al entrar casi sentí que se me congelaba el alma, no me salía el aliento y por un momento pensé en salirme. En medio de aquella piscina, había una bicicleta estática. Me subí, y la entrenadora puso su cronómetro. —Dale fuerte Lauren. —Me decía, pero mis piernas no podían ir más fuerte de lo que ya iban, me estaba quemando, pedaleaba lo más fuerte que podía incluso levantándome del asiento. —No eres tan buena como pareces ser, ¿sabes? —Me decía en voz más baja, de cuclillas al borde de la piscina. Mis pies pedaleaban aún más rápido al escucharla, porque la rabia me estaba invadiendo cada vez más. —En el instituto deberían meterse contigo, porque eres lo más fácil de insultar que he visto en mi vida. —Mantuve la calma, era mi entrenadora, me podían echar del equipo. —¿Qué hacías cuando te insultaban por bollera, Lauren? ¿Quedarte calladita sin decir nada? Apuesto a que sí. —Mis piernas comenzaron a sentir pinchazos del frío y el calor que provocaban mis movimientos, eran como pequeños alfileres clavándose en mi piel. —Para. Sal de la piscina, vuelve al gimnasio. Y me cambié sin rechistar, con ganas de reventar a puñetazos todas las taquillas del vestuario, pero volví al gimnasio. Ella estaba allí apuntando algo en su carpeta. Frente a 230

la entrenadora, unas cuerdas elásticas color naranja, enganchadas a la pared por dos hierros circulares. —Ponte eso en la cintura y tira hasta donde puedas. —Dejó la carpeta en una mesa y me acerqué a las gomas, poniéndomelas alrededor de la cintura. —Empieza a tirar. Caminé hacia adelante y en principio no había problema, seguí tirando, la cuerda apretaba mi estómago, y mis piernas estaban ya debilitadas después de todo el esfuerzo que había hecho. Unos metros más adelante, ya no podía seguir tirando. —Sigue andando, Lauren. —Me ordenó, pero si intentaba dar un paso más, la cuerda me tiraba hacia atrás. —Vamos, joder, ¿qué pensarían de ti tus compañeros de clase si te vieran ahora? Seguro que dirían que eres una blanda fracasada, que se deja manejar por todos, ¿no es así? —Casi empecé a correr aunque la cuerda elástica me ahogaba, y a pesar de lo que ella me dijese, esa cuerda me echó hacia atrás, y acabé cayendo de espaldas en el suelo dando una vuelta. Estaba harta, estaba a punto de estallar, aquella tía se estaba burlando de mí y yo la estaba dejando. —Serías la burla de la clase. —¡¡CÁLLATE!! —Grité con la respiración agitada, con la impotencia que me recorría el cuerpo estallando en mil palabras. —¡¡DÉJAME EN PAZ!! NO SABES NADA DE MÍ. NO. SABES. NADA. —Puntualicé gritando, intentando respirar y hablar a la vez. –MI MUJER DICE QUE NO PARECEMOS UN MATRIMONIO, Y ENCIMA LLEGAS TÚ A JODERME MÁS LA VIDA. VETE A JODER A OTRA, PORQUE O TÚ O YO SE VA A IR DE ESTE EQUIPO. Y yo, al contrario que tú, tengo ofertas de otros clubes. —Tomé aire, dándome cuenta de lo que acababa de decir, y que en su mirada no había nada. Estaba terrada, dudaba entre salir corriendo o tirarme a sus pies a pedirle perdón, había sido una auténtica idiota. —Eso es lo que yo quería ver. Necesito que saques esa rabia que llevas dentro, y que igual que me gritas a mí, le grites al contrario. Y tu mujer... Quizás es que eres tan buena, que parece que pasas de ella. —Hizo una pausa, mientras yo intentaba recuperar la respiración después de eso. —Ve a ducharte, nos vemos mañana. * En la puerta del colegio, Normani, Dinah y yo esperábamos a que nuestros hijos saliesen de clase. Dinah miraba concentrada su móvil, aunque a la vez hablaba conmigo. —Tu entrenadora lleva razón. Eres una puta blanda, Lauren. Incluso me callas cuando insulto desde la grada. —Levantó la cabeza guardando el móvil en su chaqueta. —Es que eso no está bien. —Le respondí con un suspiro. —¿Sabes qué no está bien? Que se caguen en los muertos de toda tu familia, y tú no hagas nada. Eso no está bien. —Hice una mueca mirando a Dinah. —Te daré un ejemplo de cómo eres y cómo deberías ser. —En ese momento, Dinah me endosó un guantazo con la mano abierta que picó y dolió lo suficiente para que me llevase la mano a la cara. 231

—¡Pero qué haces, imbécil! —Dinah se giró hacia Normani, y le dio el mismo guantazo que a mí. Normani la miró y le respondió con otro guantazo a Dinah, más fuerte incluso que el que ella le había dado. —Por hija de puta. —Añadió Normani cruzándose de brazos, y Dinah se giró hacia mí con la cara desencajada. —Así es cómo tienes que ser. En cambio, yo te he pegado y has puesto incluso la otra mejilla en vez de reaccionar. —¿Y qué tiene que ver eso con Camila? —Pregunté nerviosa, mordiéndome el labio inferior mientras miraba al frente. —Joder, Lauren, pues que tienes que tener sangre con ella. No puede ser todo 'te quiero mucho, Camz'. —Dijo Normani con el ceño fruncido, y Dinah asintió aún con la mano en la mejilla. —Yo creo que Camila quiere que le digas que te la quieres follar, y que te la folles. Que la marques como a una perra en celo. —Entreabrí los labios achicando los ojos. —¿Estás segura de eso? —Pregunté buscando la mirada de Normani, que asintió. —Es nuestra amiga. Lo que quiere Camila es... Que saques tu lado divertido con ella, que seas pasional, que sepa que tú la deseas. Eso es. —Comentó Normani asintiendo con Dinah, y seguramente habían dado en el clavo. Capítulo 40 Lauren's POV El aliento que salía entre mis labios se convertía en vaho al contactar con el aire congelado de Portland. Con un gorro en la cabeza, guantes, la sudadera negra y el pantalón blanco y las botas puestas, volvía a estar entrenando. Toqué el balón un par de veces con el empeine, dando algunas patadas hasta empalar la pelota y lanzarla desde el centro del campo hasta alguna de las porterías, quedándome observando cómo entraba en la red con pequeños botecitos. —Jauregui, coge peto. —La entrenadora señaló el montón en el suelo, y sin demorarme mucho cogí uno y me lo puse. —El que llegue a dos goles, gana. Cuando la pelota empezó a rodar, corrí hacia adelante, recibiendo la pelota después de unos minutos, que volví a pasar, y me colé en la defensa, recibiendo de nuevo la pelota y la pierna de una de mis compañeras me sacudió para quitarme el balón. —¡Jauregui baja a defender! ¡Baja! ¡Baja joder! —Corrí de nuevo hacia a mi área, adelantando a las demás jugadoras hasta estar lo más cerca posible de la que llevaba el balón, que acabé quitándole con un movimiento de pies, golpeando el balón hacia el centro del área contraria, para que mi compañera de cabeza, marcase gol. 232

El partidillo se basó en mí corriendo al área contraria y de la entrenadora gritándome "JAUREGUI ¡BÚSCALA, BÚSCALA!" "JAUREGUI VE A POR EL BALÓN, BAJA, BAJA, BAJA" "CORRE JAUREGUI, CORRE, MÉTELE INTENSIDAD COÑO". Y acabé el entrenamiento haciendo flexiones en el suelo, con la entrenadora gritándome al oído "MÁS RÁPIDO" "ESO ES TODO LO QUE SABES HACER, ¿Y ERES LA CAPITANA?" *

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El día del partido estaba demasiado enfadada conmigo misma, con el mundo, así que en el autobús de camino al estadio, simplemente me puse los cascos mientras miraba por la ventana el cielo oscuro, casi negro, parecía que en cualquier momento iba a caer una tromba de agua que no nos dejaría ni siquiera jugar. Me llegó un mensaje de Camila. "Acabo de llevar a Maia a la puerta del colegio para que la recoja el autobús de Seattle. Mucha suerte, Lauren." Lo leí, pero estaba tan concentrada en el partido que ni siquiera recordé que debía contestarle, pero en mi cabeza, sí que le daba las gracias, aunque supuse que no vendría. Los vestuarios estaban impolutos, y recordé las veces que ayudé a Camila a limpiarlos. Desde entonces no he vuelto a ensuciar más de lo que debía en la ducha. —Jauregui. —Me llamó la entrenadora mientras yo me ataba las botas, y me levanté mirándola. Ella me apartó del grupo poniendo una mano en mi hombro. —Sé que no puedes hacerlo, eres una maldita blanda. —No debía de haberse ido nuestro entrenador. Aquella era una pequeña bruja explotadora. —Así que al final del partido, dejarás de ser la capitana y te sentarás en el banquillo. No. Salí al campo no con ganas de jugar, con ganas de comerme a cada una de las jugadoras que estaban en frente. El pitido del silbato me daba la vida en aquellos momentos, y comencé a correr, a seguir la pelota con la mirada, y bajaba a presionar. Ellas tenían la pelota y yo me coloqué delante de ella, metiendo la pierna una, dos, tres, veces hasta que se la robé y rebotó en ella, saliendo fuera. El primer saque debanda para nosotras. En una jugada de peligro, una de las jugadoras me pisó el tobillo apoyándose en él para saltar y caí al suelo con los tacos de sus botas clavados en mi piel. Me retorcí en el suelo, escocía, pero en vez de seguir quejándome porque no habían pitado nada, me levanté y fui corriendo detrás de aquella jugadora. —La próxima vez que se te ocurra acercarte a mí te quedas sin pierna. —Le dije con la mano en la boca al pasar, adelantándola para llegar hasta mi área y presionar. 233

Metí la pierna intentando quitársela, pero con ayuda de una de mis compañeras al final acabamos recuperando el balón, y volvimos a correr hacia el área contraria. Llevaba el balón, levanté la cabeza y éramos dos para tres, corrí aún más rápido pero aquella jugadora me embistió con los tacos por delante, clavándose en mi pie y derribándome, provocando que diese un par de vueltas en el suelo. Creía que me había hecho algo más grave, pero no, simplemente era una contusión bastante dolorosa. Era la misma que la jugada anterior. El árbitro le mostró tarjeta amarilla, aunque todas estaban reclamando a gritos que era roja, porque me iba directamente hacia la portería, pero no hizo caso. —¿La tiras tú, Jauregui? —Negué cediéndole el balón a mi compañera, y entré en el área pequeña, justo detrás de la jugadora que me había estado dando cera durante todo el partido. —Qué mala eres. —La jugadora se giró y me dio un codazo en la boca, provocando que cayese al suelo con las manos en la boca, y todas mis compañeras cogieron de un puñado a la jugadora, mientras yo me levantaba del suelo. Penalti y expulsión. Lo había conseguido, una jugadora menos y oportunidad para ponernos por delante. —Jauregui, seguro que a tu hija la violaron cuando fuiste a Brasil, hija de puta. —Escuché que me decían por detrás. Giré la cabeza y justo pillé a la que me lo estaba diciendo. Decidí no tirarlo yo. Puso balón en el punto de penalti. Escoró el cuerpo a la izquierda, mi mirada puesta en el palo izquierdo, ahí era donde siempre tiraba, raso. Uno, dos, tres pasos. Cogió carrerilla y golpeó el balón, seco, fuerte, rápido, hacia la escuadra derecha. Gol. La portera ni siquiera se la olió. Me giré y corrí a la tipa que se quedó con las manos en la cintura, lamentándose por el gol. —Vuelve a mencionar a mi hija y el próximo codazo va a tu boca. —Dije antes de salir corriendo a celebrarlo con mis compañeras, dándole un beso en la cabeza a la que había marcado el gol. Medio tiempo. El frío de Portland era insoportable cuando te enfriabas, un trago de agua, quizás dos, lo demás, lo expulsé al césped antes de volver a ponerme los guantes manchados de hierba y barro, al igual que mi camiseta. Miré a mi entrenadora, pero ella ni siquiera se dignaba a mirarme a mí. Al final del partido, me quitaría la capitanía, pero yo no era ninguna blanda. No. No lo era. Media hora de la primera parte, estaban acechando nuestra portería cada vez más, no estábamos jugando bien, y yo me estaba hartando. —Vamos, vamos, vamos, joder. —Di unas cuantas palmadas animando al equipo mientras corría de nuevo al área contraria, moviéndome por el campo y viendo cómo la pelota corría rápida e impredecible por el césped.

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Cerca del área contraria me llegó el balón, levanté la cabeza, la portera estaba descolocada, armé la pierna y chuté fuerte y seco, iba a gol, tenía que ser gol. Al travesaño. Mierda, mierda, mierda, pensé. Me tiré del pantalón casi desesperada, dándome la vuelta para volver a defender a mi área. Era una desesperación continua, miraba el balón y lo buscaba, mordía los talones de los contrarios dejando pequeñas patadas por todas las que ellas me dieron. Un córner a nuestro favor, antes de pitar, ya me estaban tirando de la camiseta estirándola hasta el punto en el que el sujetador deportivo se veía, pero no hice caso, cuando chutó el balón y lo vi en el aire, era mío. Salté y di un testarazo girando el cuello, y la cabeza impacto contra las manos de la portera, el rechace me cayó a mí, y ahí sí empalé la pelota hasta el fondo de la red. Había contrarias en el suelo y salí corriendo llena de euforia, pisándole el tobillo a la que había dicho aquello de Maia 'sin querer' y sin mirar, corriendo hacia el banderín de córner para darle una patada de pura rabia. Miré a la grada mientras mis compañeras me rodeaban saltando, y entonces, vi a Camila. Llevaba puesta la camiseta roja del equipo, con un chaquetón color caqui encima y los guantes puestos mientras aplaudía con una sonrisa. Estaba allí, y yo ni siquiera me había dado cuenta en todo el partido. * —Jauregui. —La entrenadora se acercó cuando tenía la camiseta en la mano, y aunque estaba en sujetador, la solté. Cogí el brazalete de la taquilla y me giré hacia ella. —Tome. —Dije tendiéndole el brazalete. —Espero que disfrute del equipo sin mí. —¿Para qué lo quiero? —Fruncí el ceño al escucharla, bajando la mano un poco. —Buen partido, Jauregui. Mañana tienes día libre. —Se dio la vuelta y tal como vino se fue. Me puse el polo rojo, la chaqueta, y cogí la bolsa en la que llevaba mis cosas. Al salir, Camila estaba fuera, esperándome en la calle, dando pequeños saltos del frío que hacía y al verme sonrió. —Hey. Has jugado como nunc... —Junté mis labios con los suyos, abriendo un poco los labios para colar mi lengua en la boca de Camila y poder besarla con profundidad. Cuando me separé, Camila aún seguía con los ojos cerrados. —Sabes, el otro día compré una botella de vino, si quieres podemos abrirla hoy. ¿No te parece? —Abrí la puerta del coche para que ella entrase, y luego di la vuelta, entrando al sitio del piloto. —Me parece, me parece. —Asintió, y arranqué mirándola de reojo a momentos. Giré el volante, escuchando de nuevo su voz. —Entonces, ¿sigues siendo la capitana? —Sí. Muy a su pesar. —Aceleré un poco más hasta llegar a la entrada de la urbanización, pero Camila no hablaba, aunque se miraba las manos con una pequeña sonrisa. 235

Entramos en casa, y me quité la chaqueta del chándal rojo, dejándolo encima de la mesa de la cocina. Me acerqué a una de las estanterías y cogí una botella de vino, descorchándola y echando un poco de dos copas. —¿Y Maia? —Pregunté para asegurarme de que no estaba, aunque era prácticamente seguro que estaba en Seattle. —Está en Seattle con el colegio. Van a ver una exposición de Shakespeare para niños o algo así, ya sabes. —Cogió una uva, mientras yo cortaba el queso en lonchas más o menos finas, poniéndola en un plato al lado de las uvas. —¿Qué te pasa? —Le pregunté cogiendo la copa de vino, mirándola a los ojos. Desde que la había besado, no había cambiado el semblante. —¿Qué me pasa? —Preguntó con una pequeña sonrisa, tapándosela con la mano que sostenía la copa, poniéndola delante de la boca. —Esa sonrisita. ¿Me cuentas que te pasa? —Cogí un poco de queso llevándomelo a la boca, acercándome un poco a ella tras beber algo de vino. —Hoy has estado muy... Intensa. —Dijo casi con un suspiro al final, que me hizo fruncir el ceño cuando su mirada conectó con la mía. —Dentro y fuera. —¿Sabes qué es lo mejor que puedes hacer después de un partido así para liberar tensiones? —Pregunté alzando las cejas, dándole un largo trago a la copa de vino. Ella negó y dejé la copa en la mesa, acercándome a su oído. —Follar, fuerte y duro. —Camila se quedó en silencio, y comencé a besar su cuello lentamente. Me separé y comencé a besar a Camila lo más profundo y húmedo que podía. Su lengua se enredaba con la mía, y se tiró encima de mí para enganchar sus piernas por mi cintura y sus manos por mi cuello sin dejar de besarme. La pegué contra la pared, y sus manos se colaron debajo de mi camiseta, acariciando mi espalda al levantarla y sacarla por mi cabeza. Volví a cogerla entre mis brazos y subí las escaleras, sin parar los besos y las mordidas a sus labios hasta que llegamos a la habitación y la dejé en el suelo. Me deshice de la camiseta tirándola al suelo, y la empujé a la cama, arrancándole los pantalones y la ropa interior de un tirón, acercándome a gatas a ella en la cama. Besé la cara interior de su muslo, bajando lentamente, dejando suaves lametones con la lengua hasta llegar a su centro. Pasé la lengua por los pliegues, lentamente, comenzando a profundizar hasta llegar a su clítoris. Puse los labios encima de su clítoris comenzando a lamerlo, sintiendo la mano de Camila en la cabeza, mientras levantaba las caderas lentamente para moverlas contra mi boca. Comencé a introducir mis dedos en su interior cuando estuvo lo suficientemente húmeda, y casi no me hizo falta ni empujar. Jamás había tenido a Camila así hasta ahora, cuanto más movía mi lengua, Camila más gemía, y mis dedos iban cada vez más rápido en su interior.

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Me alcé de entre sus piernas, presionando la parte superior de su entrada, y mientras acariciaba su pelo, Camila comenzó a gemir de forma más alta y gutural, moviendo las caderas de arriba abajo y arqueando la espalda. —Joder. —Gruñó Camila en alto, y mi mano se movió en su interior fuerte y rápido, haciendo que se enganchase a mi mano para que no la sacase. —Vamos Camz, córrete. —Susurré en su boca, y eso terminó de hacer que estallase en un orgasmo que la dejó tirada en la cama, tragando saliva con las manos a los lados de la cabeza. Camila se incorporó un poco y negué con una sonrisa. —No creas que esto se ha terminado. —Me quité el pantalón con la ropa interior y me deshice del sujetador, abriéndole las piernas y colocándome encima de ella. —Ahora sí que voy a follarte. —Susurré contra su boca, comenzando a mover las caderas rápido y fuerte contra ella, gracias a la lubricación del sexo de Camila, mis embestidas eran rápidas, duras y fuertes, haciéndola gemir aún más al estar sensible del orgasmo anterior. Mis caderas chocaban contra las de ella, y comencé a jadear escuchando los gemidos de Camila en mi boca, que me arañaba la espalda de arriba abajo hasta llegar a mi trasero que apretaba fuerte, e hincaba las uñas en este a la vez que levantaba la espalda del colchón. Mis manos se enlazaron con las suyas contra la almohada, y ella las apretaba fuerte, removiéndose debajo de mí para buscar incluso más fricción, y yo, entre sus gemidos, la previa excitación y el orgasmo que estaba teniendo en aquél momento Camila, no podía más. Solté un gemido seguido de varios más, cansados y buscando algo de aire, quedándome con las manos a los lados de la cabeza de Camila recuperando el aliento. —Creo que... Acabo de quedarme embarazada... —Solté una risa intentando buscar el aire, juntando mis labios con los suyos antes de tumbarme a su lado. —¿Qué te ha pasado? Ha sido... Wow. —Camila se abrazó a mi cintura, dejando un beso en mi hombro. —No sé... Algo ha cambiado. ¿No lo has visto? —Camila alzó las cejas, haciendo dibujos en mi abdomen, cerca de mi ombligo. —Lo he notado... —Solté una carcajada negando, acariciando la espina dorsal de la latina con suavidad. —Decía en el campo. Algo se ha encendido. Mi entrenadora... Mi entrenadora me ha hecho tener sangre en las venas como aquél que dice, ¿sabes? —Solté una suave risa pasándome la mano por la frente. —Y siento por el sexo que te daba antes. Este es muuucho mejor, créeme. —No te creo, lo afirmo. —Las dos reímos, y al final, acabamos dormidas debajo de la manta, buscando algo de refugio y calor en el cuerpo de la otra. —Te quiero. —Susurré dándole un beso en la mejilla.

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—Y yo a ti, Laur. Y acabé con ella dormida entre mis brazos, con mis piernas aun temblando del esfuerzo, y la nariz enterrada en su pelo, pensando en el fin de semana que iba a vivir con ella. Capítulo 41 Lauren's POV Apreté los ojos un poco, intentando dormir un poco más y evitar la luz del sol que pegaba fuerte en nuestra habitación, pero terminé por despertarme y abrirlos. Camila estaba a mi lado, con el pelo revuelto y el edredón a la altura de sus pechos, apoyada con los codos en la cama. —Buenos días. —Carraspeé al tener la voz ronca y algo tomada, humedeciéndome los labios un poco. —Ya pensé que tendría que meterme bajo las sábanas a despertarte. —Giró su cuerpo, haciendo que pusiese medio cuerpo encima de mí, dándome un suave beso en los labios al que respondí con un suspiro. —Tengo hambre. Mucha. —Me pasé la mano por la cara al bostezar, volviendo a mirarla con una sonrisa. —Es normal, después de un partido, sin casi comer, hacer eso... —Alzó las cejas con una sonrisa, mientras yo me incorporaba en la cama con la espalda apoyada en el cabecero. —Debes tener agujetas. —Solté una carcajada al escucharla, y Camila se sentó encima de mí, tapándonos con el edredón. —Podría echar tres o cuatro polvos más así que... —¡Lauren! —Camila se reía, dándome un golpe en el hombro y apoyó su frente contra la mía. —¿Qué? Es verdad. —Tenía las mejillas rosadas mientras negaba, y se levantó completamente desnuda delante de mí. Alcé las cejas viéndola salir de la cama, cogiendo la camiseta del equipo sin nada más debajo. Al agacharse se levantó la camiseta y pude ver sus nalgas, perfectamente redondas, tonificadas y absolutamente suaves. —Madre mía. —Pero eso no acababa ahí. Se subió el culot negro lentamente hasta ponérselo, ajustado, colocándose mejor la camiseta para que no se viese nada. —¿Qué te pasa? —Soltó una risa recogiéndose el pelo en una coleta mal hecha, dejando algunos mechones de pelo sin recoger. —Voy a hacer el desayuno. —Se acercó de nuevo a la cama y caminó de rodillas hasta a mí, dándome un beso húmedo y lento hasta separarse. —Ahora vengo. Salté de la cama poniéndome la ropa interior y el polo rojo que llevaba ayer, que estaba tirado en el suelo. Casi salté las escaleras y entré en la cocina, viéndola de espaldas con 238

algo en la mano. Me acerqué por detrás y metí la mano bajo su camiseta, dándole un beso en el cuello y dándome cuenta que tenía una pequeña cajita transparente de fresas y que se estaba comiendo una. —Mmh... Tienes las manos calentitas. —Musitó ella, y mi mano no se retiró del interior de su camiseta, acariciando su piel con la yema de los dedos, notando cada vello de punta rozar con mi mano. —¿Quieres? —Llevó la fresa a mi boca, y le di un suave mordisco. Noté el sabor ácido de la fresa, mezclado con algo de azúcar con la que Camila la había bañado. —Mmh... —Me relamí dándole la vuelta, poniendo la mano en la parte baja de su espalda. —Creo que me podría acostumbrar a esto. —Puso otra fresa en mis labios que mordí, seguido de un beso en sus labios, algo suave y lento, dejando una sonrisa en rostro. —Te gusta que te dominen y te pongan en tu sitio, ¿verdad? —Camila se subió a la encimera de mármol frío, y tiró de mi camiseta para acercarme a ella en la mesa. —Puede que un poco. —Apoyé las manos en el mármol frío, ladeando la cabeza con una sonrisa. —Así que lo que te hacía falta era un buen polvo. —Alcé las cejas asintiendo, escuchándola reír y me tapó la boca con la mano. Camila se enganchó a mi cuello, rodeando mi cintura con las piernas. —Me tapas la boca pero sabes que es verdad. —Ya lo sé, Lauren. —Se soltó de mis brazos y caminó hacia el salón con la caja de fresas en la mano. Reparé en la forma en la que su trasero se movía al andar, con la camiseta subida por encima, dejando ver aquél culot negro que se ajustaba perfectamente a sus nalgas. —Mmh, están hablando de ti. —Había encendido la tele y yo ni siquiera me había dado cuenta. Me tumbé en el sofá, y Camila tomó lugar entre mis piernas, dándome otra fresa antes de seguir comiendo ella misma. El olor que desprendía era el de su perfume, que aún no se había desprendido de la tela desde el día anterior. —Portland Thorns ganaron ayer 2—0 con una gran actuación de la capitana, Jauregui, que sin duda se dejó la piel en el campo. Provocó el penalti y la expulsión de Johnson, dejando el marcador 1—0 para el equipo local y quedando así el Seattle Reign con nueve jugadoras. Al final del segundo tiempo y tirando de garra, Lauren marcó el gol que daba la victoria y la tranquilidad al equipo rojinegro. Escuchaba la tele de fondo, mientras dejaba suaves besos en la nuca de Camila, sin importarme mucho lo que estaba escuchando, porque sin duda era mucho más interesante besar a mi mujer en aquél momento, rozando mi nariz con algunos mechones que se desprendían de la sujeción de la goma. —Cariño, están hablando de ti. —Giró la cabeza para mirarme, aún con un trozo de fresa en la boca.

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—Lo sé. Y yo te estoy besando a ti. —Me tumbé en el sofá con las manos a los lados de la cabeza. Camila se dio la vuelta, quedando de cara a mí y sentada en mi entrepierna, con una pierna a cada lado de mí. —Lo siento, es que salías tan guapa en la tele... Porque en el campo no puedo verte de cerca, ¿sabes? —Se inclinó hacia mí, y con un brazo la giré para que quedara tumbada conmigo en el sofá, justo a pegada a mi pecho. No tardó mucho en meter su pierna entre las mías, y mi mano no tardó mucho en colarse bajo la camiseta y comenzar a acariciar su espalda. —Esta noche te llevaré a cenar. ¿Qué te parece? —Alcé las cejas esperando su respuesta, y Camila simplemente sonrió acariciándome la mejilla, comenzando un beso lento, dulce y tímido que yo seguí. Abrí los labios para que su lengua chocase con la mía, y Camila me besó aún más profundo, pero lento, húmedo, sacando mi lengua para poder chuparla lentamente, con una sonrisa en los labios al separarse y volver a juntar sus labios con los míos. Y así pasamos la tarde, entre besos y caricias, hasta que ella se quedó tumbada encima de mí. Vimos una película, Media noche en Manhattan, con Camila tumbada a mi lado, abrazada a mí, con una manta por encima de las dos, aunque en algún momento y como solía pasarme con todas las películas de Woody Allen. * —Arriba, dormilona, hay que ducharse. —Escuché a Camila decir en mi oído, dándome una suave caricia en la mejilla. Estaba absolutamente aturdida, cuando miré la tele, estaban emitiendo una de esas series de media tarde, policíacas, en las que la médico forense y el policía estaban liados, en sí todas eran lo mismo. Me levanté del sofá y subí las escaleras hasta llegar a la primera planta, donde estaban nuestras habitaciones y el baño. El ruido de la ducha y la música de fondo. Abrí la puerta del baño, y quizás, Camila estaba tan ensimismada en sus pensamientos que ni siquiera se dio cuenta de que yo estaba allí. Me deshice de la camiseta y de la ropa interior, colándome en el baño y cerrando la puerta con cuidado. Por suerte, Camila estaba de espaldas a la pared, enjabonándose el pelo. Sonaba Christina Aguilera de fondo, lento, profundo, al igual que su canción. Our bodies touch and I just can't get enough I wanna love you, love you, love you, love you, love you, eh Won't let you sleep, gotta satisfy my needs I need to love you, love you, love you, love you, love you, eh

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Colé las manos bajo el brazo de Camila y apreté su pecho suavemente, haciendo que ella se alterase un poco, dando un suave respingo que me hizo sonreír. —Soy yo. —Le susurré al oído, dándole un beso en la parte trasera de la oreja. Mis manos no paraban de amasar sus pechos lentamente, enjabonándolos, enredándolos entre mis dedos, embadurnándolos de espuma. Camila dio un paso hacia atrás, pegando su espalda a mi pecho. —¿No te cansas nunca? —Cogió una de las manos que tenía en sus pechos y la deslizó hasta quedar entre sus piernas. —No, nunca. —Abrí sus pliegues con los dedos, dejando correr el agua caliente entre estos, presionando su clítoris con el dedo pulgar. Lo moví lentamente en círculos a la vez que presionaba con el dedo. And when the sun rises there's one thing on my mind I want sex for breakfast, stay inside And even though we made sweet love all night Sex for breakfast, it feels so right Acaricié su trasero con una mano, la otra, pellizcaba, tiraba, hacia lo que quería con su pezón, y haciéndome hueco entre sus nalgas, encontré su entrada. Mis dedos lo hacían lento, a veces rápido. Mis dedos la encontraban en aquél punto profundo que la hacía delirar, que la hacían apoyar las manos en la mampara empañada de la ducha, donde sus manos se marcaban y se diluían con las gotas de agua que iban desprendiéndose por el cristal. Sus gemidos se sucedían, cada vez más fuertes, más agudos, pegándose al cristal, dejando la marca de sus pechos y su vientre en el vidrio empañado. Don't go, so hungry for you, taste me and I'll taste you There's no stopping what I'll do to get you in the mood. Su orgasmo resonó en el baño, en mis oídos, de una forma gutural, desgarrada, seguida, uno tras otro, hasta que terminó. Entonces, la tuve entre mis piernas. Me miraba a los ojos mientras su lengua hacía de las suyas, se movía rápida, cerraba los ojos como si disfrutase aquello, como si darme placer le provocase placer a ella. Eché la cabeza hacia atrás, con la mano en su pelo, comenzando a moverme lentamente sobre su boca. Lo hacía bien, y Camila lo sabía. Camila sabía que sus dedos y su lengua podían destrozarme de la misma manera que yo lo hice con ella, y así terminó. Mis gemidos no eran agudos como los de ella, era más grave, ronco, como un gruñido, sintiendo la presión en la parte baja de mi vientre, apretando cada músculo de mi cuerpo hasta colapsar gracias a su boca. *

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—Este sitio es muy caro. —Musitó Camila al bajar del coche. No era un restaurante de lo más caro de Portland, era un simple restaurante italiano, aunque entendía que para Camila aquellas cosas aún le resultasen extrañas. Pero el caso, es que era nuestra primera cena a solas en un restaurante. Camila llevaba un pantalón negro de cuero bastante ajustado, unos botines negros, una camisa blanca, cubierta por una americana azul oscuro. Mientras que yo, de cintura para abajo vestía igual que ella, vestía una camiseta blanca, una camisa verde caqui y una chaqueta de cuero negra. —No es caro, créeme. —Respondí tomando su mano al salir del coche. Por primera vez en mucho tiempo, sí que parecíamos un matrimonio. Quería a Maia sobre todas las cosas, pero lo que sí era cierto, es que nos hacía falta aquél fin de semana para nosotras solas. —¡Lauren! ¡Es Lauren! —Escuché una voz a nuestra derecha. Había un grupo de personas que estaban esperando para entrar, fumando, y yo sólo levanté la mano para saludarlos con una sonrisa, entrando en el restaurante. El metre de la sala al verme, simplemente sonrió y me señaló una mesa al final. —¿Esa gente te ha reconocido? —Preguntó Camila, quitándose el pañuelo del cuello cuando llegamos a la mesa. —Sí. —Camila alzó las cejas mirando la mesa, y se sentó frente a mí, dejando la chaqueta en la parte trasera de la silla. —¿Qué pasa? —Es extraño. —Crucé las manos con los codos apoyados en la mesa, frunciendo el ceño. —Explícame eso. —Es extraño porque eres mi mujer. Se me olvida que juegas al fútbol la mayoría de las veces, ¿sabes? —Cogí la botella de vino y serví un poco en cada una de las copas. —Se te olvida que juego al fútbol y me ves en las noticias locales cada día. —Cogí mi copa llevándomela a los labios para darle un pequeño sorbo. —Lógico. —Eres imbécil. —Sonreí dejando la copa en la mesa, y tomé su mano por encima de esta. —Ya lo sé, cariño, pero me quieres. —Camila cogió la copa de vino asintiendo antes de beber. —Una verdad aplastante. —Terminó por dar un trago. La comida llegó minutos después de pedirla, ella, una lasaña boloñesa, yo, raviolis con salsa de nata rellenos de carne, eran mi total debilidad. 242

—¿Cómo estará Maia? Espero que esté bien, y que esté comiendo. —Musitó ella partiendo un poco de lasaña para que se fuese enfriando. —Estará bien, Camila. Maia come de todo, no te preocupes. —Metí un ravioli en mi boca, saboreándolo el máximo tiempo que pude, pegándolo a mi paladar. —¿Tendrá frío? —Solté una risa negando, removiendo los raviolis de mi plato. —¿Qué? No te rías, es verdad. —Camz, cariño, no le va a pasar nada. El lunes llegará y te dirá: "mami, mami, mira lo que encontré" y te traerá una piedra de la calle. —Camila empezó a reírse, y la verdad es que nunca se había reído nunca de mis chistes, porque yo nunca había sido graciosa. —Es verdad. —Sí, tiene esas cosas. Pero la echo mucho de menos. —Apretó la mano que tenía encima de la mesa, y pasó un dedo por encima del dorso de la mía. —Yo también, cariño. Y en un día la tendremos aquí, así que no te preocupes, Camz. Capítulo 42 Lauren's POV Diez de la mañana en Portland. Tres grados. Las ventanas heladas por el frío, vapor saliendo de las alcantarillas, y una taza de café humeante frente a mi rostro. Dentro, unos veinte grados. Los ventanales de la cafetería estaban empañados, y Camila se quitaba su pañuelo del cuello, y le sonreía a la camarera que le servía el café. —¿El entrenamiento bien? –Me preguntó poniendo las manos alrededor de la taza. —Sigo sin sentirme los dedos, pero sí, diría que bien. —Cogí una barrita de cereales y frutas, mojándola en el café. Era una de esas que te ponían antes de que viniese tu desayuno, para que no murieses de hambre. —Cada día hace más frío en esta ciudad, es insufrible. —Camila miraba su móvil con el ceño fruncido, removiendo el vaso de cartón con aquél pequeño palo de madera. —Estoy hablando con compañeros de la oficina. —Puntualizó, quizás, porque la estaba mirando y creería que quería saberlo. —No tienes que decirme con quién hablas o con quién no. —Me separé un poco de la mesa, dejando que la camarera pusiera delante de nosotras los platos. El mío constaba de dos tostadas con pavo y mantequilla, el de Camila eran dos tostadas con mermelada. —Lo siento, es que... No quiero que pienses otra cosa. –Suspiró, dejando el móvil al lado de la taza en la mesa. —Estoy bastante liada. Me piden los contratos que se hicieron en septiembre del año pasado cuando yo ni siquiera estaba, ¿dónde voy a buscar eso? Están locos. —Deberías vivir más relajada. —Dije dándole un bocado a la tostada, relamiéndome para 243

quitarme los restos de pan de los labios. —Créeme, después de este fin de semana vivo relajada. —Casi me atraganto al tragar, comenzando a reírme en bajo, bebiendo un poco de café. —Por cierto, anoche me pegaste un codazo en la cara. —¿Qué? Pero si anoche no hicimos nada. —Respondí extrañada, pero sin dejar de comer porque aquél hambre me estaba matando. —No, estabas dormida, y al moverte me diste un codazo. —Se señaló la mejilla y fruncí el ceño levemente. —Debe ser por el fútbol. —Respondí asintiendo, cogiendo el vaso de café, llevándomelo a los labios. —¿Por el fútbol? —Claro. Muevo mucho los codos al jugar al fútbol para protegerme, entonces es probable que mi subconsciente o yo qué sé, haga eso cuando duermo. —Camila me miró con los ojos entrecerrados porque no me creía para nada, pero era verdad. Ally alguna vez me dijo que eso podía pasar. —Es verdad, es como mi movimiento de caderas en el sexo. —Oh dios... —Agachó la cabeza hundiendo la cara entre sus manos. —Síii... —Me mordí el labio asintiendo, mirándola con una sonrisa. –No te hagas la tímida ahora, Karla. —¿Desde cuándo me llamas Karla? –Me chupé el dedo manchado de mantequilla y justo cuando iba a responder, sonó el teléfono. —Desde que me pone llamarte así. ¿Sí? —Respondí al descolgar. —Lauren, tengo que hablar contigo. —Era la voz de Dinah, parecía algo agitada. —Me han llegado ofertas desde Seattle Reign, los Sky Blue, Houston Dash y Western New York Flash, pero esta, con esta vas a alucinar. —Miraba a Camila con el ceño fruncido escuchando las palabras de mi amiga. —Hay un nuevo equipo, se llama Miami Pride. Están dispuestos a pagar veinte millones de dólares por ti, cobrarías tres millones por temporada. —Pero... —Cállate. No he terminado. Están Harris, Fields, Evans, Sanderson, Spencer, Presley, Hemmings, Levin, Kyle, Alves y... Morgan. Lauren, estamos hablando de que vas a estar por fin en un equipo en el que todas van a dar la cara por ti. —Dinah, ¿cuándo podemos vernos? —Puedo quedar para comer hoy. Luego te digo dónde y a qué hora. —Colgó, y yo me quedé mirando la pantalla del móvil casi perpleja. 244

—¿Qué ha pasado? —Camila estaba bastante preocupada, pero yo no podía dejar de mirar el teléfono hasta que reaccioné. —Un equipo de Miami está interesado en mí. Dice Dinah que es nuevo, parece ser que están haciendo un proyecto grande. Dice que están dispuestos a pagar veinte millones por mí. ¿Sabes lo que es eso para una mujer en el fútbol? —¿Miami? —Camila sólo se quedó con eso, y asentí. No sabía qué pensaría ella, era la otra punta del país, literalmente. —No sé qué voy a hacer, tengo que hablar muchas cosas, probablemente no nos vayamos, así que puedes estar tranquila. —Lauren. —Me llamó seria, entreabriendo los labios a medida que pasaban los segundos. —Miami, me estás diciendo que tenemos la posibilidad de volver a... ¿Miami? —Camz, ¿quieres volver a Miami? —Camila se quedó en silencio ante mi pregunta. Se recogió el pelo, alisándoselo, y haciendo que cayese sobre uno de sus hombros, intentando aparentar normalidad, aunque yo sabía que no era así. —Mmh... Es tu futuro, cariño, yo no quiero interferir en él. —Sonrió de forma afable, tomando mis manos por encima de la mesa, apretándolas con firmeza. —Probablemente se quede en nada, de todas formas, he quedado con Dinah para comer. No deberías preocuparte. —Camila volvió a beber de su café, girando la mirada para posar su vista en los cristales empañados. Y en aquellos momentos, con una débil e hierática sonrisa, no sabía muy bien qué se le pasaba por la cabeza a Camila. *** —Mira, Lauren, tenemos dos equipos ya encima de la mesa. —Dinah sacó el dossier y lo puso en la mesa, entregándome un folio en la mano. —Ese, es Seattle Reign. Ofrecen 19 millones por ti, un contrato de 5 años, a 2 millones por temporada. —Para irme a Seattle me quedo aquí. A la gente de Portland no le haría ninguna gracia que me fuera con el mayor rival, así que descartado. No. —Negué entregándole de nuevo el folio, cortando un trozo de filete de ternera, llevándomelo luego a la boca. —Luego tenemos Miami Pride. Su estadio tiene un aforo de 60.000 personas, como ya te dije, tienen un auténtico equipazo, ofrecen 3 millones netos por temporada. Además, al ser nuevo, —Dinah señaló una de las frases remarcadas de aquél documento en amarillo. —exigen que seas la capitana del equipo. Vi las fotografías que habían añadido al dossier, del estadio. Era enorme, casi como en el que jugamos la final del mundial. Era increíble poder jugar allí, de hecho, sólo pensarlo se me hacía un nudo en el estómago. Era Miami, podría ver a mis padres cada vez que 245

quisiera, volvería el sol, la playa, y no aquella lluvia eterna en la que estábamos sumidos en Porland. —¿Qué dices? —Levanté la cabeza del folio. Dinah tomaba bocados de su plato de pasta, bebiendo también del vino. —Me... Me hace demasiada ilusión ir a Miami con Morgan y Harris. Me hace ilusión jugar en ese estadio, jugar en mi ciudad, pero... —¿Pero? —Dijo con la boca llena, negando rápidamente mientras tragaba. –No, no hay peros. Tienes que ir a ese equipo, la ciudad está deseando ver a un equipo formado por las campeonas del mundo, con el pilar de una selección. —Me preocupa Maia, me preocupa Camila. —¡Lauren! –Alzó un poco la voz con un gruñido. —Joder, deja de pensar tanto y llévate a tu mujer y a tu hija. Ten un poco de sangre. —Tengo sangre, Dios, Dinah, pero estas cosas las tengo que hablar con Camila antes de hacer nada. ¡Quiero irme! Claro que quiero irme, joder. Me gusta este equipo, estoy feliz aquí, pero sería culminar mi vida y mi carrera si fuese a Miami. —Seguro que Camila quiere, Lauren. —Cogí mi copa de agua dándole un trago para humedecer mi boca, que en aquél momento se había quedado seca. –Cuando lo tengas claro, llámame. —Necesito echar un polvo. —Susurré cortando de nuevo otro trozo de filete, masticando con fuerza y rabia. —¿Qué? ¿Desde cuándo hablas tú así? —Fruncí el ceño masticando más lento, fijándome en Dinah. —¿Desde siempre? Yo qué sé. —Solté una risa comiendo del salteado de verduras que tenía en mi plato. —¿Para quitarte tensión lo necesitas? —Asentí sin quitar la mirada del dossier de color morado donde se encontraba la información de Miami. —Uhhh... Pues Camila debe de estar contenta, porque el último partido fue tensísimo. —Uf, hemos pasado un fin de semana que para qué contarte. —En la sala, sólo se escuchaba el sonido de los cubiertos de Dinah y los míos, ya que era una zona reservada del restaurante, así que tampoco había problema en hablar de todas aquellas cosas. —Wow, eso no me lo ha contado ella. La notaba rara, ahora sé que es por eso. —¿Rara? —Pregunté apoyando los codos en la mesa, cruzando las manos entre sí encima de la mesa. —Ya sabes, muy suavita, alegre, graciosa, amable. —Mientras Dinah comía y hablaba, yo 246

la miraba perpleja. —¿Sabes qué? Me la follé como dijiste. Camila alucinó con todo lo que hicimos este fin de semana. —Me reí bebiendo algo más de agua, encogiéndome de hombros. —Te lo dije, lo que le pasaba es que le hacía falta un buen polvo. Sin sangre, que eres una sin sangre. —Y tú una imbécil. *** En la puerta del colegio, esperábamos Normani, Dinah, Camila y yo. Hacía demasiado frío aquél día, demasiado, diría yo, y estábamos viendo cómo llegaba el autobús desde Seattle y las cabezas de los pequeños se intuían tras los cristales tintados. —Ay, la echaba de menos. —Camila se recostaba contra mí, buscando algo de calor y refugio entre mis brazos, porque aquél grado de temperatura que teníamos era insoportable. —Y yo, creo que le va a gustar volver a casa después de este fin de semana. —Sobre todo, porque Camila y yo estábamos más unidas después de tener tiempo para nosotras solas, tiempo para arrumacos y mimos, aunque en el fondo necesitábamos que nuestra hija volviese ya. Nos acercamos al autobús, y una pequeña cabecita con un gorro blanco se hizo paso entre la gente, con un chaquetón color salmón con dibujos de ratones y quesitos corrió hacia nosotras. —¡Mami! ¡Mami! ¡Mami! —Saltó a los brazos de Camila que estaba más adelantada, y yo me acerqué rápido para coger su pequeña maleta con una mano. —¡Mamá! ¡Mami! –Gritó al verme tirándose a mis brazos desde los de Camila, y yo la cogí, dándole besos por toda la cara. —¡Has vuelto! Creía que ya no volverías y nos dejarías a mamá y a mí solas. —Fingí llorar abrazándola con fuerza, escuchando aquella risa melódica, alegre y pueril de Maia. —Noooo, no mami, no me quiero ir. —Se aferró a mi cuello, y cerré los ojos intentando retener ese momento un poco más, soltando un pequeño suspiro. —Ni mamá y yo queremos que te vayas otra vez.

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Capítulo 43 Lauren's POV —Y y y vimos unos dinosairos en el museo. —Maia levantó los bracitos para que le sacase aquella camiseta interior blanca por la cabeza. Aún no sabía pronunciar bien algunas palabras, y eso la hacía aún más tierna. —¿Dinosaurios? Wow, ¿eran muy grandes? —La pequeña asintió mientras yo le quitaba la gomilla que recogía su pelo en un pequeño moño. —Sí, eran así. —Abrió los bracitos para mostrármelo, y no pude más que reírme ante el desparpajo de Maia. —¿De qué habláis? —Dijo Camila entrando en el baño, agachándose para terminar de quitarle el pantalón a la pequeña. —Tu hija me contaba los dinosaurios que ha visto en Seattle. —¿Cómo que mi hija? —Miré de nuevo a Maia que hacía un suave puchero, apretando los puños para frotarse los ojos. —¿No eres mi mamá? —Dijo con una voz más suave, tierna y débil que antes, apunto de romper a llorar. —Claro, claro que soy tu mamá. Somos una familia, ¿vale? —La cogí de las manitas, dándole un beso en la frente. —¿Y por qué mamá y tú no os dais besos? Los papás de Nick se dan besos. —Se encogió de hombros sin dejar de hacer pucheros, mirándome a mí. —Sí que nos damos, mira. —Camila se agachó a mi lado y le di un beso que sólo juntó nuestros labios, girándome de nuevo hacia Maia. —¿Ves? Nos damos besos porque nos queremos. —Vamos, cariño, que el agua de la bañera se enfría. —Camila le dio un pequeño tirón en las mejillas haciendo a la pequeña reír. Tras desvestirla, la cogí en brazos y la sumergí en la bañera, viéndola abrir la boca al sentir el agua caliente, agachándose para que el agua le llegase por el cuello. Me miró, sonrió y sacó la lengua para burlarse de mí mientras Camila iba a por el champú de Maia. —¿Te burlas de mí, moco? —Ella asintió escondiendo la cabeza mientras se reía, y Camila se agachó a mi lado, mostrando aquél champú de cocodrilo. —Yo me quiero duchar con ese champú. —Tú eres muy mayorcita para bañarte con él. —Replicó Camila aguantándose la risa. —Eres muy mayorcita para bañarte con él. —Repitió cogiendo una pelota pequeña de 248

color rojo, hundiéndola bajo el agua para que después saliese. —Debería enfadarme cada vez que repite lo que dices pero es adorable. Oye, mira a tu madre. —Dije con el ceño fruncido para que le hiciese caso a Camila, que tenía el bote de champú en la mano. —Vamos, mete la cabeza en el agua para mojarte el pelo, ¿quieres? —Camila la trataba con mucha más dulzura que yo, pero me encantaban aquellos momentos. Maia se tapó la nariz y metió la cabeza bajo el agua, saliendo al segundo, apartándose el pelo de la cara con las manitas y abriendo la boca para coger aire. Cuando ya estuvo totalmente despejada, Camila echó un poco de champú en su mano, y mientras Maia cogía la pelota, un patito de goma y un barco, su madre le enjabonaba la cabeza. —Mai, levanta la cabeza. —Le dije yo para que el jabón no cayese en sus ojos, y la pequeña alzó la barbilla, abriendo la boca. —Mami, este jabón huele mejor que el que teníamos en la otra casa. —Sentenció la pequeña hundiendo el barco, y hundiéndose ella también debajo del agua cuando Camila terminó de enjabonarla. Giró el rostro esbozando una débil sonrisa, y es que aquél comentario de Maia le había afectado. Cuando Maia se terminó de enjuagar el pelo, la saqué del agua en brazos y la enrollé en una toalla con la ayuda de Camila, quedándome con ella en brazos mirándonos en el espejo como si fuese un bebé. —Mira, Mai, eres nuestro bebé. —Dije dándole un besito en la frente, y Camila pasó un brazo por mi cintura, dándole otro beso en el pelo acariciándolo con los dedos. —¿Te gustan los brazos de mamá? ¿Sí? —Le preguntaba Camila a la vez que la pequeña asentía. Me gustaba cuando Camila decía aquellas cosas, cuando simplemente le hablaba de mí como su madre. —Pues ahora tienes que vestirte porque vamos a cenar, ¿vale? —Pero la pequeña negó refugiándose entre mis brazos. —¿Quieres quedarte con mamá? —Asintió mirando a su madre con aquellos ojos suplicantes, como un pequeño cachorrito, a los que su madre nunca podía decir que no. —Huh, está bien, iré a hacer la cena. —Antes de que se fuera, cogí su mano para atraerla hacia mí y darle un beso, y otro y otro, hasta que me separé y la vi riéndose. —Ya te puedes ir. —Camila sacó la lengua arrugando la nariz, siendo la viva imagen de su hija, desapareciendo por la puerta. —Bueno, nos quedamos tú y yo solas. —Comenté poniéndola de pie encima de la taza del baño, quitándole la toalla para secarle el pelo con esta, frotándolo con las manos. —Mami. —Retiré la toalla al escucharla, y cogí la ropa interior de encima del lavabo. —Dime. —Dije poniéndola, sintiendo su manita en mi hombro para apoyarse al levantar una de las piernas.

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—Mamá ya no llora. ¿Eso es que no me quiere? —Me quedé con su pantalón del pijama entre las manos, sin saber muy bien qué decirle. Aquellas cosas, aquella situación por la que Camila había pasado me revolvía el estómago sólo de pensarla. —¿Has visto a mamá sonreír? —La pequeña asintió jugando con sus pequeñas manitas. —Pues cuando sonríe te quiere más aún. —¿De verdad? —Le puse el pantalón y cogí la camiseta asintiendo con el ceño fruncido. —Claro que es verdad, ¿cómo le iba a mentir yo a mi hija? ¿Eh? —Maia se reía entre dientes, alzando los bracitos para colocarle la camiseta del pijama, era gris con unos elefantes rosas que cubrían toda la superficie. Le sequé el pelo y le puse sus zapatillas, bajando con ella al salón. No sabía cómo se las ingeniaba Camila para hacer una cena en media hora. Porque sí, yo sabía cocinar, pero tardaba mucho más que ella. —¿Sabes algo de Miami? —Preguntó mientras yo tenía la boca llena de verdura, intentando tragar para poder responderle. —Mmh... Sí. Algo sé. —Respondí con el ceño fruncido mientras cortaba el pollo. Me quedé en silencio. —¿Me lo vas a contar o no? —Asentí con el vaso de agua en la mano, mirando a Maia que comía entretenida cortando las patitas de los 'pulpos' y las engullía con puré de patatas. —No sé si debería fichar por Miami. No sé... —Suspiré frotándome las manos, y Camila me miró apoyando la barbilla en una de sus manos, sonriendo un poco. No sabía cómo interpretar aquello, pero sonreí también. Tomó mi mano por encima de la mesa y apretó un poco, lo suficiente. Camila insistió en que ella recogería la cocina, y yo mientras debería acostar a Maia. La pequeña no podía más, la tuve que llevar en brazos —después de que casi se quedase dormida en el sofá con Dash— hasta su cama. —Si te levantas y tienes sed, aquí tienes un vasito de agua. —Señalé la mesita de noche al lado, que tenía también una pequeña luz rosa que alumbraba la habitación en la oscuridad. —Vale mami. —Me incliné para arroparla un poco. Maia bostezaba, hasta que mis labios tocaron su frente para darle un tierno beso. —Buenas noches. —Sonreí saliendo de la habitación, cerrando la puerta con cuidado. *

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Camila's POV Mientras fregaba el plato de Lauren, que era prácticamente el último que me quedaba, sentí sus brazos rodear mi cintura, dándome un beso en el hombro. —Me pones. —Susurró en mi oído, que me hizo sonreír un poco. —¿Acuestas a nuestra hija y eres otra persona o cómo es eso? —Dije mientras enjuagaba el plato, pero Lauren no se rindió. —Me pones siempre, sólo que cuando se acuesta puedo decírtelo. Aunque, si no quieres, sólo tienes que decírmelo. —Me quedé en silencio un momento a conciencia, sin responderle, y ella se separó de mí. —Entonces voy a la cama. —Finalizó a media voz, dándome un beso en la coronilla. Había tomado aquél silencio por un 'no', pero aquél silencio era más un 'aún no'. Terminé de limpiar la cocina y subí a la habitación, donde Lauren estaba tumbada en la cama con el iPad entre las manos y el ceño fruncido. Lauren ni siquiera me hizo caso, así que empecé a desvestirme, dejando caer el vestido al suelo. —¿Qué estás viendo? —Dije gateando por la cama para llegar hasta Lauren. —Porno, del duro además. —Me removí entre las sábanas y el edredón para meterme debajo de este, y como Lauren no me hacía caso, me colé entre sus piernas. Mordí por encima de su pantalón su entrepierna, escuchando un gruñido salir de sus labios. Bajé su pantalón con cuidado, observando cómo se acomodaba mejor en la cama y abría las piernas para mí. Pasé el dedo por su sexo, por mitad de sus pliegues, apartándolos con cuidado. —Si usas el dedo primero no voy a disfrutar nada. —Se burló en tono jocoso, y le di un golpe con la mano en la entrepierna, del que se quejó. —Sé cómo hacerlo, idiota. —Y entonces Lauren no pudo pararme. Mi lengua se movía tan rápido que al instante tenía la mano de Lauren en mi cabeza por encima del edredón, con movimientos precisos y diferentes, cada uno en una dirección, provocando sus jadeos leves, aunque su mano cada vez apretaba más mi cabeza. Añadí uno de mis dedos, escuchando algunos suspiros por parte de Lauren, que movía la cadera contra mi boca en busca de más fricción. Metí y saqué los dedos aún más rápidos y fuertes, introduciendo todo lo que podía de ellos hasta que daba con mis nudillos, mientras mis labios succionaban su clítoris, tiraban un poco de él hasta soltarlo. Noté cómo su mano presionaba mi cabeza, y entonces, la sentí apretarse contra mis dedos. Aparté el edredón buscando aire, relamiéndome los labios con mi propia lengua y una sonrisa lasciva. Lauren estaba apoyada en el cabecero de la cama, con una sonrisa algo 251

ida y los ojos entrecerrados. La había dejado completamente KO. —¿Bien? —Pregunté divertida mordiéndome el labio inferior. Lauren simplemente levantó el pulgar asintiendo. Comencé a reírme y salí debajo del edredón para besarla, atrapando sus labios entre los míos de una forma continua, apresurada, húmeda, que se fue encendiendo con el paso de los besos. Lauren se colocó encima de mí, y se deshizo de mi ropa interior, de mi sujetador, mientras yo la despojaba a tirones de su camiseta para dejarla completamente desnuda. Sumergí mis manos bajo su pelo, sintiendo la primera embestida de Lauren. Su cuello se tensaba de tal forma que la vena que ocultaba salía a relucir, brotando desde la base del cuello hasta esconderse en la mitad. Se movía muy rápido contra mí, tanto, que comencé a gemir contra su boca, que no paraba de morder mis labios, succionarlos, hasta que en un momento me la tapó con la mano. No podíamos hacer ruido, pero yo no podía controlarlo. Arqueé la espalda a medida que sus caderas me embestían, aguantando mis gemidos cuando ella quitó la mano de mi boca. —Necesito que te corras, porque yo no puedo más. —Decía con la respiración totalmente agitada, sus caderas aumentaban de velocidad cada vez más, presionando mi centro contra el suyo, haciendo fricción más fuerte a cada segundo, terminando por provocar en mí un orgasmo que acalló ella poniendo su boca sobre la mía, porque sin duda no había aguantado más. Lauren se separó de mí un momento, pero no por mucho, porque volvió a besarme, sin dejar de mover las caderas lentamente para que aquél placer perdurase unos minutos más. —Si fueses un chico juraría que estoy embarazada... —Susurré volviendo a besarla, abriendo la boca un poco para tocar su lengua con la mía, apretando su pelo entre mis dedos. Lauren rio contra mi boca, tumbándose a mi lado con las manos detrás de la cabeza. No iba a desaprovechar esa oportunidad, así que me abracé a ella, poniendo una mano sobre su vientre, acariciándolo lentamente. —¿Vas a fichar por Miami? —Pregunté alzando la mirada hacia Lauren, que frunció un poco el ceño, enlazando su mano con la que yo tenía encima de su vientre. —No lo sé. —Volvió a responder, llevándose mi mano a los labios para darle un tierno beso. —Lo único que tengo claro es que te quiero. *

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—Arriba, cielo. —Susurré en voz baja, dándole un beso en la frente a Maia, que fruncía el ceño y se retorcía en la cama negando. —Cariño, hay que ir al cole, vamos.

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—No, mami... —Se dio la vuelta dándome la espalda, pero tuve que quitarle un poco el edredón para que me hiciese caso. —Corazón, arriba. —La cogí en brazos, y me costó lo suyo, porque era un peso muerto al estar dormida. Le di un beso en la mejilla, Maia se frotaba un ojito con el puño cerrado, y la senté en la cama. —¿Quieres ir al cole ya? —Sí... —Asintió con una débil sonrisa, aunque pronto se borró, porque estaba totalmente adormilada. Le puse los leotardos burdeos, ajustándolos a sus piernas, el polo blanco para el cual tuve casi que suplicar sólo porque se lo pusiese. Luego, aquella falda con tirantes y el jersey burdeos. —¿Quieres un vasito de zumo? ¿Sí? —La pequeña asentía convencida, mostrando una pequeña sonrisa mientras alzaba la tostada con sus manitas para darle un mordisco. —Está muy buena mamá. —Dijo masticándola, y le puse el vaso de zumo en la mesa, y me senté a su lado para desayunar también. —Me alegro. —Dije dándole un besito en la cabeza, cogiendo mi tostada y mirando el bosque por la ventana. Era absolutamente precioso, porque además, aquella noche había llovido y dejó las ventanas empapadas, al igual que las hojas de los árboles, y además del olor a café, el olor a tierra mojada se podía percibir. De soslayo vi a Lauren bajar por las escaleras con un jersey de lana y unos jeans ajustados, con el pelo revuelto, o más bien, como lo solía llevar siempre. —Buenos días. —Dije yo aguantándome la risa por esa cara de perro que tenía por las mañanas, y ella respondió con un gruñido, mientras echaba en su taza un poco de café. —Buenos días mamá. —Dijo Maia en un tono cantarín, moviendo un poco la cabeza mientras mordía de nuevo su tostada. —Buenos días, moco. —Le dio un beso sonoro en la mejilla, y a mí otro en los labios sentándose en la mesa frente a nosotras. —Buenos días Camz. * Lauren's POV Maia salía del colegio con la cara un tanto triste, porque yo, como solía ser normal, me había retrasado. —Mami, has llegado otra vez tarde. —Me decía Maia, y me puse de cuclillas para abrazarla, dándole un beso en la frente con un suspiro. —Lo siento, cariño, pero para compensarte mamá y yo vamos a llevarte a comer a McDonalds, ¿quieres? —A la pequeña le cambió la cara, y esbozó una sonrisa de oreja a 253

oreja, asintiendo rápidamente. Le quité la maleta en la que sólo llevaba sus lápices de colores y su botella de agua, y ella me dio la mano instintivamente. —Quiero una hamburguesa, mamá. —Me decía mirándome desde abajo, bastante convencida de lo que decía. —Claro que te pediremos una hamburguesa. —Respondí sonriendo, hasta que escuché una voz a mi espalda que me llamaba de camino al coche. —¡Lauren, Lauren! —Cuando giré la cabeza, era uno de esos reporteros deportivos con una cámara detrás. —¿Es verdad que te vas a Miami? ¿Has firmado ya el contrato? ¿Vas a jugar por última vez en Portland este fin de semana? —Me quedé sin decir nada, caminando, hasta que me giré a mirarlo y paré. —Ten un poco de respeto, ¿no? ¿No ves que voy con mi hija que acabo de recogerla del colegio? —Abrí la puerta del coche, agachándome para ponerla mejor en su sillita, y me apoyé en la puerta para volver a mirarlos. —Si no os importa, no os voy a contestar porque esto forma parte de mi vida privada. —Cerré la puerta y me metí en el coche, arrancando para salir de allí. —¿Quiénes eran? —Preguntó Maia con aquél tono inocente. —Unos... —Iba a decir 'gilipollas', pero claro, era mi hija. —Unos hombres que no me respetan. *

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Camila's POV —Dinah, no me jodas, no sé qué coño quiero hacer aún. Lauren llevaba discutiendo por teléfono con Dinah al menos diez minutos sobre el mismo tema; Miami. Mientras, yo planchaba la ropa en el salón, justo tras el sofá, mirando a Lauren que se devanaba los sesos en esa conversación. —No es tan difícil de entender. Sí, jugar en Miami es mi maldito sueño, pero ahora tengo una hija, y tengo a mi mujer, no es como hace tres años. —Seguí pasando la plancha, escuchando de forma bastante interesada aquella conversación. —Sí, sé que empieza el mercado de invierno en siete días. Lo sé. No, yo no te quiero, que te den por meterme tanto estrés. —Colgó y tiró el móvil al sofá, sentándose en él tapándose la boca con las dos manos. Terminé de planchar y subí a colocar aquellas camisetas de Maia en el cajón de su ropa. Cuando bajé, Lauren estaba en la misma posición. Me senté a su lado en el sofá, poniendo una mano en su muslo. —Laur, ¿qué ocurre? —Ella se echó el pelo a un lado con la mano, y luego se frotó la 254

cara con estas. —Nada, nos vamos a quedar aquí. —Murmuró mirando al suelo, triste, apesadumbrada, casi perdida, pero yo la iba a encontrar. —Quiero ir a Miami tanto como tú. —Lauren giró la cabeza lentamente para mirarme. —Allí me crie, y fui la niña más feliz del mundo porque siempre era verano. ¿Le has visto la cara a Maia cuando estamos en Miami o cualquier sitio con playa? —Solté una suave risa, acariciando su espalda suavemente. —E imagínate cómo se pondrá cuando sepa que puede ver a sus abuelos todos los días, cuando ella quiera. —Hice una pausa sin borrar la sonrisa de mi rostro. —No me pronuncié, porque quería que tomases tú la decisión, pero creo que no te aclaras. —Dije riendo un poco. Me incliné para coger mi bolso, y de éste, saqué una cajita. —Quizás esto te ayude a tomar la decisión. —Sonreí poniéndosela en la mano. Lauren la abrió, y se quedó mirando su interior durante un segundo. Dentro había unos patucos amarillos. Lauren se quedó mirándolos, y su rostro parecía no tener expresión. —Camila... —La voz de Lauren se había quebrado, mirando los patucos en la caja. —¿E—Esto significa qué...? —Que vamos a tener un bebé. —¿Estás de broma? —Lo preguntó, pero ya estaba llorando, con las lágrimas deslizándose por sus mejillas hasta sus labios. —No. —Negué con una sonrisa, y Lauren se abrazó a mí lo más fuerte que pudo, llorando casi con el corazón encogido. Estaba demasiado sensible, acabé llorando con ella, o incluso más que ella, pero con una sonrisa en el rostro. —¿Y sabes que es lo mejor? —Pregunté poniendo las manos en sus mejillas, con la voz y las manos temblorosas. Lauren negó. —Que es tu hijo biológico. Capítulo 44 Camila's POV —Así que me mentiste todo este tiempo haciéndome creer que no querías tener más hijos, haciendo algunos comentarios crueles que me retorcían el corazón sólo para... ¿Darme una sorpresa? —Lauren me miraba con los ojos entrecerrados mientras colocaba las cajitas de fruta en la nevera. Aquella mañana había sido realmente productiva, tanto para ir de compras como para por fin desvelarle aquello a Lauren, que después de llorar media hora entre mis brazos había vuelto a la normalidad. Volvió a hacerse la dura, aunque yo sabía que por dentro no lo era tanto. —Sí... —Respondí a su comentario, acercándome a ella para apoyar la barbilla en tu espalda. —Cuando me lo dijiste, yo sí que quería. Madre mía, estuve a punto de 255

contártelo un par de veces pero me parecía mejor esperar. —¿Y cómo lo has hecho? Es decir... —Lauren negaba un poco, cerrando la nevera y dándose la vuelta con las manos en la cintura. —Hablé con Ally. Ella me dijo que te habían hecho unas pruebas hacía unos años y que tenían un óvulo tuyo, así que... Puede que Ally me llevase a una clínica para tener a nuestro hijo. —Lauren tenía los labios entreabiertos, parpadeando un poco. —Tienes una mente muy retorcida. —Me dijo asintiendo con los ojos entrecerrados. —O sea que siempre quisiste tener hijos. Increíble. —Síiiii... —Me abracé a su cintura apoyando la cabeza en su pecho, haciendo un pequeño puchero. —Pero vamos a tener un bebé, Laur, un bebé tuyo. —La abracé con fuerza como si fuese peluche gigante. —Lo sé, ¡lo sé! —Respondió dándome un beso en la frente, pasando las manos por mi cintura. —Lo mejor de todo esto es que quieras tenerlo, ¿sabes? Y que tengas esa ilusión. —Metió las manos bajo mi pelo dándome varios besos rápidos y cortos en los labios. —Además, nos vamos a Miami, ¿qué puede haber mejor? —Me encogí de hombros apartándome de ella, rodeando la mesa para sentarme en uno de los taburetes. —Que metan a Nash en la cárcel, por ejemplo. —Terminó de guardar la compra cerrando el mueble de la cocina. —Sí, eso lo hace todo aún más redondo. El móvil de Lauren no paraba de sonar encima de la mesa, y lo cogió, era Dinah por la cara que hizo al coger el móvil. —Tengo tu respuesta. Nos vamos a Miami, ve preparando las maletas, rubia. —Lauren apartó el móvil de su oreja, y se podía escuchar a Dinah gritar, lo que me hacía bastante gracia. Tras unos segundos, volvió a ponerse el móvil en la oreja. —Oye, ¿tú vienes a Miami, no? Vale, vale... Y Ally también. Entonces... Diles que sí, que la semana que viene estoy ya allí. Ah, por cierto, Camila está embarazada, hasta luego. —Y colgó. Al segundo, su móvil volvió a sonar, provocando mi risa y la de Lauren. *** Lauren's POV Al final del partido, el vestuario estaba vacío, lleno de aquellos trozos de tiras adhesivas, botellas de agua y lleno de agua. Llevaba el brazalete en la mano, y caminé hasta la última esquina escondida de aquella sala. —Entrenadora. —Allí se escondía ella, sentada, recogiendo sus cosas a la vez que le echaba un vistazo a las jugadas. Al escuchar mi voz, levantó la cabeza. —Vengo a darle 256

esto. —Dije enseñando el brazalete de capitana. —Le agradezco lo que ha hecho por mí, pero... Supongo que ya sabrá que me voy a Miami. —La entrenadora me miró, pero no dijo nada. Metió su carpeta dentro de la bolsa de deporte y se la colgó al hombro. —Tú no te vas a Miami. —Abrí los ojos al escucharla, bajando la mano con el brazalete. ¿Me iba a decir ella lo que tenía o no qué hacer? —Tú te vienes conmigo a Miami. Entonces todo me encajó. Por eso exigían que yo fuese la capitana, por eso estaban insistiendo tanto en mí, porque ella iba a ser la entrenadora. —Así que haz las maletas y coge el brazalete morado, porque vas a seguir apretando los dientes en Miami. *** Aunque todo parecía ir bien, era demasiado lío para nosotras. Primero, por el trabajo de Camila. ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Lo iba a dejar? Estaba claro que aquello la hacía feliz, estar en activo, traer un sueldo a casa era lo que siempre había querido haciendo lo que fuese. Así que, con este conflicto entre manos, se lo comunicamos a Normani. Ella no reaccionó a la primera, porque a todos nos había pillado por sorpresa, y cuando tomó constancia de aquello, se dio cuenta de que todos nos íbamos. Era nueva en Portland, procedente de Nueva Orleans, así que tomó una decisión que a todos nos sorprendió; se venía con nosotros a Miami. Había pedido un traslado en su empresa, y con ella, también se iba su ayudante, que era Camila. Así, de golpe, nos habíamos mudado tres familias casi a un mismo vecindario. Nuestra casa, la había elegido de forma que no fuese muy diferente a la anterior. Cristaleras y espacios abiertos, para que entrase la claridad, la luz, el sol, que corriese el aire y refrescase aquél calor y aquella humedad. La habitación de Maia era igual que la de Portland, pero más luminosa, pintada de azul claro para refrescar un poco la estancia, suelo de madera negra y muebles blancos. Además, el sofá era marrón chocolate, con una mesa transparente de vidrio en medio, y un gran televisor en la pared. A decir verdad, todo había cambiado, y a la vez, nada. *** En el patio del nuevo colegio de Maia, los niños corrían con el balón en los pies jugando al fútbol, tomaban su desayuno, y reían, saltaban a la comba los más mayores, y la pequeña los miraba a todos con los ojos bien abiertos. En aquél colegio, también llevaba uniforme, solo que aquí en vez de leotardos para soportar el frío, llevaba simplemente calcetines, y no llevaba jersey, porque con el polo blanco de manga corta era suficiente. Maia se acercó hasta el grupo de niños que tenían el balón, casi todos chicos, y mientras el juego se realizaba en la otra portería, cruzó el campo con una sonrisa, acercándose hasta el niño más mayor. 257

—Hola. —Dijo ella, y el niño la miró. —¿Puedo jugar con vosotros? —El niño negó, y en el rostro de Maia se formó un pequeño puchero, que al crío no le afectó. —¿Por qué no? —Al ver que el niño hablaba con Maia, los demás se acercaron a él, uno de ellos con el balón en las manos. —Porque tú no puedes jugar, eres una niña. —Contestó el niño dándole un suave empujón a la pequeña para que se apartarse, y esta frunció aún más el puchero a punto de llorar. —Mi mamá es una niña y juega al fútbol . —Replicó la pequeña, cruzándose de brazos con las lágrimas acechando con salir de sus ojos. —Eso es mentira, tu madre no juega al fútbol. —Exclamó el niño del balón en las manos, soltándolo en el suelo para acercarse a la pequeña. Estaba aterrada, desprotegida sin sus madres, y queriendo decirles que sí, queriendo gritarles que su madre jugaba al fútbol, pero para una niña tan pequeña no era posible expresar la verdad. —¡Sí que juega! ¡Mi madre juega en Miami! ¡Mi mamá es Lauren! —Gritaba la pequeña, comenzando a llorar. —¡Tú madre no es Lauren! ¡Eres una mentirosa! —Uno de los niños la empujó por la espalda de forma bastante bruta. La pequeña cayó al suelo de rodillas, y todos se empezaron a reír de ella. Maia, al escuchar aquellas crueles risas, no pudo evitar llorar aún más, porque le dolían las rodillas en las que se había hecho dos heridas, y sus manos, que habían quedado raspadas por el suelo. Era demasiado para una niña de cinco años, que además acababa de ser humillada. Nick se acercó a ella, agachándose a su lado, y le cogió de las manos para levantarla del suelo. La pequeña estaba temblando mientras lloraba con el corazón encogido, y Nick, al ver el estado de su amiga, se abalanzó contra el niño que la había empujado y tirado al suelo. —¡Déjala! —Los dos cayeron al suelo, y se tiraban del polo blanco del uniforme, rodaban por el suelo, Nick apretó sus ojos, porque era la única manera de defenderse, pero el otro niño dio un golpe certero en su pómulo. Lo normal hubiese sido que Nick llorase también, pero simplemente se levantó, le cogió la mano a Maia y caminó con ella hasta el interior del colegio. —¿Quieres que llamemos a tu mamá? —Le preguntó él y Maia asintió con un pequeño puchero, frotándose los ojos con los puños cerrados. —Sí... —Asintió ella, pero casi no podía dejar de llorar. ***

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Cuando entré en el despacho del director, Maia estaba sentada en una silla, con la mirada gacha, los ojos totalmente enrojecidos y aun llorando, sorbiendo por la nariz, con el labio inferior atrapado por el superior. —Mai... —Entré sin decir nada más, poniéndome de cuclillas delante de ella. —¿Qué ha pasado, cariño? —Unos niños malos me han pegado... —Al decirlo, volvió a llorar, y la cogí en brazos dándole un beso en la cabeza, meciéndola un poco. —Señora Jauregui, siento mucho lo ocurrido. —Me giré hacia el director, frunciendo un poco el ceño. Si no iba a hacer nada contra eso, cambiaría a mi hija de colegio, aquello estaba claro. —Tenemos unas normas anti violencia y anti bullying en este colegio, siento mucho que haya ocurrido esto. Esos niños serán expulsados unos días. —Muchas gracias. Si no le importa, voy a llevármela a casa. —El director asintió, y yo salí del despacho con Maia apoyada en mi pecho, algo triste. —¿Te han hecho daño? —Sí... Tengo pupa en las rodillas... —Admitió la pequeña, que hacía pucheros con el labio inferior temblando. —Vamos a por tus cosas y te llevo a casa, ¿vale? Subí las escaleras con Maia en brazos, observando las clases y casi perdida, hasta que la pequeña me señaló la que era. La puerta era roja con los bordes azules, y arriba ponía 'clase de El Principito'. Cada clase tenía el nombre de un cuento. —¿Puedo ayudarle? —Preguntó la profesora, que al verme y reaccionar, abrió un poco los ojos con sorpresa. —Sí... Venía a recoger a Maia. Están ahí sus cosas. —La profesora se apartó rápido asintiendo, y yo entré en la clase. Todos los niños se quedaron mirándome al verme allí, con Maia en brazos, y yo buscaba su silla con la mirada, hasta que la encontré. En la segunda fila, la pequeña tenía su mochila colgada en el respaldo. Era pequeña, con las tiras finas de color amarillo y rosa. La eligió ella misma al principio de aquél curso. —Mira, Lauren es su mamá de verdad. —Escuché cómo murmuraban los niños, y tras coger la mochila, me di la vuelta para salir de la clase. —¿Hay algún problema con Maia, Lauren? —Preguntó la profesora, y yo asentí mirándola, algo cabreada. —Sí, unos niños la han empujado y se han metido con ella en el recreo. Espero que el colegio tome represalias contra eso, porque ya ha pasado por lo mismo en otro centro y a este no le gustaría que yo diese mala imagen de él, ¿verdad? —La profesora negó lentamente, y yo asentí algo más convencida. —Que tenga un buen día. 259

Senté a Maia en el coche poniéndole el cinturón, aunque ella parecía no dar indicios de estar mejor, porque seguía absolutamente triste. Era muy extraño verla así, porque normalmente, incluso cuando le regañábamos, Maia era la alegría constante. —Cuéntame, ¿qué ha pasado exactamente? —Maia jugó con sus manitas, haciendo de nuevo un pequeño puchero. —Yo quería jugar al fútbol y unos niños me dijeron que las niñas no podían jugar al fútbol. Entonces le dije que mi mamá jugaba al fútbol, que era Lauren y me dijeron que era una mentirosa y me pegaron. —Entonces lo entendí todo. No era sólo que le hubiesen pegado, es que su orgullo estaba herido. Maia estaba pasando por lo mismo exactamente que sufrí yo durante todo el colegio. También entendí el comentario de aquél niño 'Lauren es su madre de verdad'. Claro que lo era. —No te van a hacer más daño, confía en mí. —Besé su frente cerrando los ojos, más con rabia e impotencia que otra cosa, porque además del daño que le habían hecho a mi hija, podía ver el machismo en esos niños que ni siquiera tenían uso de razón aún. —Vamos a comprar unos helados, ¿vale? De lo que tú quieras, luego iremos a casa y te curaré las rodillas. Mientras conducía, miraba por el retrovisor y veía a Maia con la cabeza gacha, aún triste. Paramos en una heladería, y en mis brazos señalé la variedad de sabores que había. Ella señaló el de fresa, siempre lo elegía. De nuevo en el coche, me decidí a poner la radio, estaban poniendo una canción de Taylor Swift, y comenzó a mover la cabeza tarareando la canción con sonidos de su garganta. Le gustaba mucho, de hecho, se quedaba mirando la tele embobada en los canales de música cada vez que salía algún vídeo de Taylor. Con el de Shake it off era como desmontar la casa. —Mami, ¿quién es James Dean? —Era un actor muy guapo. —Respondí girando el volante, mientras la pequeña, ya algo más animada, se comía su helado a pequeñas cucharadas. Ya en casa, la senté en el sofá y le miré las rodillas, que tenía algo raspadas, y se había hecho algo de sangre. —Te voy a echar un poquito de agua para limpiarla, ¿vale? —Maia frunció el ceño haciendo un puchero, recogiendo un poco las piernas en el sofá. En realidad, la engañé, era un poco de agua oxigenada, que al contrario que el alcohol, no escocía, bueno... Sólo un poco, pero igual que el agua en una herida abierta. —Mami me duele, ¡mami! —Terminé de limpiar las heridas retirando el algodón, viéndola llorar, pero yo sabía que no era para tanto. —Mira, mira qué tengo. Son tiritas de Tom y Jerry, ¿quieres una? ¿Sí? —Maia asintió y le 260

coloqué una tirita en cada rodilla. —Ya verás cómo mañana esos niños no te vuelven a tocar, porque te llevaré yo al cole y sabrán que soy tu mamá. Entonces, me tumbé con ella en el sofá, pusimos aquellos dibujos que tanto le gustaban, y se quedó dormida en mi pecho, contagiándome a mí el sueño para quedarme dormida con la pequeña en mi pecho. Capítulo 45 Camila's POV Después de pasarme toda la mañana en la oficina, por fin pude salir y di gracias a que Mike me recogió con su coche, porque yo aún no sabía muy bien cómo llegar hasta nuestra casa desde la oficina. Desde que se enteraron del embarazo, prácticamente me habían dicho que cualquier cosa que necesitase, estarían ahí. Siempre lo hacían, pero ahora mucho más. De hecho, él propuso que me recogería del trabajo si no tenía nadie que me recogiese, y por lo visto, Lauren no me cogía el teléfono. —Gracias por traerme, Mike. —Le di un beso en la mejilla, al que él sonrió, aunque antes de salir me giré de nuevo hacia él. —¿Quieres quedarte a comer? —No puedo, Clara y yo vamos a comer a un restaurante cubano. —Mientras, yo salía del coche al escuchar su negativa a mi propuesta. —Oye, pues si algún día queréis comer comida cubana, podéis venir a cenar con nosotras. —Dije asomándome por la ventanilla con una sonrisa. —Te tomo la palabra, Camila. —Respondió sonriente a mi propuesta, arrancando el coche. —Hasta luego, Mike. —Me despedí de él, que con la mano levantada para decir adiós arrancó y desapareció calle abajo. Mientras sacaba las llaves del bolso, caminaba hasta la verja que aparecía entre los setos para cubrir por completo el jardín. ¿Se habría acordado Lauren de recoger a Maia del colegio? Esperaba que sí, porque yo aquél día había llegado algo más tarde por todo el lío del traslado. Abrí la puerta y no se escuchaba nada, ni siquiera Dash se movió, que estaba tumbado en el suelo, justo en la puerta que daba al jardín trasero, donde corría algo de fresco. —¿Lauren? Tu padre me ha traído del trabajo, dice que se iba a comer con tu madre a la playa. —Solté el bolso en la mesita de la entrada, mirando las escaleras. —Además, ha venido tu coche nuevo, está aparcado en la puerta. —En el salón, la tele estaba puesta con los dibujos, y al girar la cabeza vi a Lauren tumbada con Maia encima, ambas dormidas. —Lauren... —Dije agachándome a su lado, apartándole el pelo de la cara un poco. —Laur, arriba... —Ella abrió los ojos un poco, sonriendo al verme.

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—Mmh... ¿Qué haces aquí? —Preguntó poniendo una mano en la espalda de Maia, que apretaba la camiseta de Lauren al moverse. —Acabo de llegar de trabajar. —Frunció el ceño girando la cabeza. —¿Ya? ¿Qué hora es? —Las dos de la tarde. ¿Qué ocurre? —Ella se incorporó un poco, y como pudo dejó a Maia tumbada en el sofá, con un cojín bajo su cabeza. —He tenido que ir a recogerla al colegio sobre las diez de la mañana. —Lauren se puso las manos en la cintura, hablando en pequeños susurros para que la pequeña no se despertase. —¿Qué? —Dije yo, mirando a Maia que dormía plácidamente en el sofá, casi sin darse cuenta de que yo había llegado. —Unos niños del colegio le han pegado porque no la dejaban jugar al fútbol. Le han dicho que las niñas no pueden jugar y... La han empujado al suelo. —Suspiró, dejando caer sus hombros con pesadez. —El director me ha dicho que van a expulsar a esos niños un par de días. —¿¡Le han pegado!? —Me hice paso entre Lauren y el sofá, y me agaché delante de la pequeña, acariciándole la mejilla con el dorso de la mano. —Mai... Maia cariño. —Susurré dándole un beso en la frente. Ella se removió, abriendo un poco los ojos. Estaba algo adormilada, confundida, pero al verme sonrió. —Mami. —Alargó su manita para rozar mi mejilla, pero yo di un beso en la palma de su mano. —¿Quieres comer con mamá y conmigo? ¿Sí? —Maia asintió, y la cogí en brazos con cuidado para que se fuese despertando un poco. —Vaya, qué tiritas más chulas. —Comenté en voz baja, y ella asintió un poco con una leve sonrisa. —Me las puso mamá. —Movió las piernecitas un poco, aunque no dejaba de estar enganchada a mi cuello. Levanté la mirada hacia Lauren, que sonreía con la mirada puesta en la comida que estaba preparando. —¿Quieres ir a la piscina mientras mamá hace de comer? —Al decir eso, Lauren se dio la vuelta con el ceño fruncido, abriendo los brazos con el cuchillo en la mano. —¡Oye! Yo también quería. —Negué con el dedo acercándome a ella con Maia en brazos, que se reía al ver que yo no dejaba ir a la piscina a Lauren. La solté en el suelo y me puse de cuclillas delante de la pequeña. —Ve a ponerte el bañador, ¿vale? —Asintió con los ojos abiertos y las manos juntas, dándose la vuelta para salir corriendo hacia la piscina. Una vez solas, me levanté poniendo las manos encima de su camisa. 262

—¿Vas a hacer el almuerzo, por fi? —Pedí en forma de pregunta, haciendo un puchero. Ladeé la cabeza para mirarla, y ya sabía que no tenía que decir nada más, sólo darle un beso en los labios tan suave que al separarse siguiese con los ojos cerrados buscando más. —Está bien. —Suspiró dándose por vencida, girándose para seguir cortando tomate en la tabla de madera. —Pero esta me la debes. —¿Cómo que deberte? Voy a tener a tu segundo hijo. —Lauren sonrió un poco negando, mordiéndose el labio inferior mientras miraba la tabla. —Eso... Eso es chantaje, chantaje del sucio. —Me encogí de hombros con una sonrisa, girándome para acercarme al pie de las escaleras, donde Maia bajaba con el bañador a medio poner, porque sólo había metido las piernas, y además, mal. —Mai... —Negué, acercándome a ella, poniéndome de rodillas. —No sé ponerlo, mami. —Lo saqué, le di la vuelta y volví a ponérselo, quedándome mirando cómo salía al jardín. —Maia, a la piscina pequeña, ¿me oyes? —La pequeña asintió mientras se colaba por el hueco del ventanal hacia el jardín. —Échale un vistazo, mientras voy a cambiarme. * Lauren's POV Miami por las mañanas era algo digno de admirar. Aún el sol no había salido, sino que el cielo estaba algo gris, cubierto por la bruma de las mañanas, pero no era como en Portland, aquí no hacía frío. Miami era calor a todas horas. —¿No quieres ir al cole conmigo? ¿Mmh? —Dije girando el volante, levantando la mirada para ver a Maia en su sillita, con cara de sueño acurrucada y mirándome con el ceño fruncido. —Pues hoy tengo una sorpresita. —Maia abrió un poco más los ojos, justo en el momento en que paramos en la puerta del colegio. Tuve que cogerla en brazos porque estaba absolutamente dormida, después del día anterior en la piscina, aún no se había recuperado. Cogí su pequeña mochila con una mano, y caminé hacia las verjas que separaban el exterior del patio del colegio, pero al contrario de los padres que se quedaban fuera, yo entré con ella al colegio. —Mami, ¿vienes conmigo? —Asentí sonriendo, dejándola en el suelo. —Algo parecido. Ve a tu clase, ¿vale? Ahora nos vemos. —Le di un beso en la mejilla, acariciándola luego para que ella saliese corriendo hasta llegar a la fila donde estaba su clase. Pero yo subí a la primera planta, donde el director del colegio estaba esperándome con una sonrisa, pero a mí aquellas sonrisas no me servían hasta que después de ese día no 263

viera a esos niños expulsados. —Bienvenida de nuevo, Lauren. Le hemos preparado todo lo que usted pidió, todos los niños estarán reunidos en el aula magna. —Asentí caminando a su lado, cruzándome de brazos para mirarle. —Pedí una cosa más. —Dije con el ceño fruncido, y él asintió rápidamente para aceptar aquello. —Sí, sí. El consejo de profesores también ha aceptado eso. —Mi sonrisa se amplió al escucharlo, y una vez que el murmullo y el griterío de los niños ya no se oía, se escuchó un timbre que cerraba la entrada a clases. —Si me sigue por aquí, encontrará el aula magna. Seguí al director, mirando los pasillos llenos de cuadros, diplomas, cartas de escritores y pintores en su lecho de muerte, todo con un aire creativo y distinto al colegio en el que yo estudié. —Suerte. —Abrió la puerta y entré, estaba todo el instituto en aquella sala. Unos de pie y otros sentados, los más pequeños al frente, y Maia al verme se levantó y salió corriendo hacia mí. —Shhh... Ahora tienes que sentarte ahí y estar en silencio, a menos que te pregunte, ¿vale? —Ella asintió con la cabeza agachada, y volvió a su sitio, con las piernas colgando de las sillas. Había niños desde los 4 hasta los 18 años, y todos me miraban con la boca abierta, aunque mi rostro no expresaba una especial emoción por los adolescentes aquellos. Ni siquiera por los demás niños. —¡Es Lauren! —Se escuchaba entre murmullos, y me apoyé en la mesa del profesor. —Buenos días a todos. —Dije cogiendo la botella de agua que había encima, y todos dijeron a la vez 'buenos días' mientras yo bebía un sorbo. —Me llamo Lauren, y no he venido a daros una charla sobre fútbol en sí. —El silencio recorrió la sala, y me levanté cogiendo una tiza, acercándome a la pizarra donde escribí en mayúsculas la palabra 'feminismo'.—¿Alguien me puede decir qué es el feminismo? —Oteé la sala, y todos se miraban entre sí, hasta que vi la mano de un chico levantarse. —Tú. —La superioridad de la mujer con respecto al hombre. —Hice una mueca soltando una risa. —Mal, fatal. Horrible. ¿Alguien más? —Esta vez, nadie levantó la mano. —Chicas, ¿qué pensáis lo que es el feminismo? —Ninguna habló, sólo se quedaron en silencio mirándose unas a otras. Había tanta ignorancia en aquella sala que no me lo podía creer. —El feminismo es, por definición, la igualdad económica, política y social entre los sexos. La superioridad de la mujer se llama hembrismo. —Dije jugando con la tiza entre mis manos.

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—¿Y por qué se llama feminismo, si se basa en la igualdad? —El chico que preguntó aquello parecía indignado con la definición de la palabra. —Porque actualmente el poder social, económico y político lo tienen los hombres, y trata de impulsar a la mujer a que llegue a su mismo nivel. Yo soy futbolista profesional, he ganado un mundial y sin embargo, cobro mucho menos que los jugadores de un equipo de media tabla europeo. Eso pasa en la vida real, una profesora cobra menos que un profesor. Por cada dólar que gana un hombre, una mujer gana 75 centavos, por hacer exactamente el mismo trabajo. —Los chicos del fondo parecían reírse, pero a mí aquél tema no me hacía ninguna gracia. —Los del fondo, ¿os hace gracia que vuestra madre cobre menos que un hombre? —Todo el mundo se giró a mirarlos, y ellos enmudecieron. —Yo... —Una chica alzó la mano, carraspeando un poco. —Yo tengo una duda. —Asentí para que la dijese. —El otro día subí una foto en bikini a Instagram, y unos chicos empezaron a decirme que borrase eso, que era una... —¿Una puta? —La chica asintió, jugando con sus manos. —Eso, sí, y cuando entré en sus perfiles, la mayoría de sus fotos eran con el torso desnudo, en la playa. —Otra de las razones por las que necesitamos el feminismo, es esa. Un hombre puede enseñar sus partes íntimas si le apetece, que las mujeres seguimos viviendo en el siglo XIX. Hice una campaña con Calvin Klein este año, me llamaron... —Iba a comenzar a decir toda clase de insultos, zorra, puta, guarra, pero me di cuenta de que Maia estaba allí. —Me llamaron de todo, desde que me prostituía, a que me regalaba. Cristiano Ronaldo hizo lo mismo, un cartel gigante de él en bóxers fue puesto en la fachada de un edificio en España, pero él era un ídolo, un jugador excelente, y yo sólo gané mi fama por 'estar buena'. Así que cuando eso te pase, bloquéalos, aunque sean tus 'amigos'. —Dije con un tono absoluto de ironía, y la chica sonrió, más que por la solución, porque se sintió comprendida. —Esto viene a que mi hija es nueva en este colegio, y el otro día quería jugar al fútbol, pero no la dejaron porque le dijeron que las niñas no pueden jugar al fútbol. ¿Quién ha dicho qué puede o qué no puede hacer una persona sólo por su género? —Los miré a todos pero ninguno supo responderme, porque no había respuesta. —Si mi hija me pide un balón de fútbol, voy a dárselo. Si me pide una muñeca, voy a dársela. Si me dice que está enamorada de un chico, muy bien. Si me dice que quiere a una chica, perfecto. Si un día llega y me dice, 'mamá, no me siento a gusto con mi cuerpo porque yo no soy así, no me siento una mujer', y quiere cambiar de sexo haré todo lo posible por hacerla feliz. —A mí me gusta jugar a la Xbox. —Comentó una chica levantando la mano, que me hizo reír un poco. —Yo veo el fútbol con mi padre. —Dijo otra encogiéndose de hombros, y asentí moviendo la mano para que siguiesen diciendo. Me percaté de un chico pegado a la pared, mirando la clase como si estuviese atemorizado. 265

—¿A ti qué te gusta? —Él levantó la mirada, asustado, y negó rápidamente. —Nada, nada. —Todos sabemos lo que te gustan, te gustan las pollas. —Dijo uno de los chicos del fondo, y entre ellos todos se rieron a carcajadas. —¿Y qué si le gustan? —Ellos se quedaron callados, mirándome. —Os dais cuenta que para él no es un insulto, ¿verdad? Que si él es gay, no es un insulto que le digáis eso. Es como decir '¡te gusta la pizza!'. —Negué mirándolos, cruzándome de brazos. —No sé qué hay de ofensivo en querer a alguien. —Eso es lo que dicen los maricones y las lesbianas. —Solté una risa ladeando la cabeza, negando. —Lo soy. De hecho estoy casada con una mujer que es preciosa y está embarazada. ¿Vas a dejar de interrumpir con cosas inútiles o voy a tener que echaros de clase? Porque por si no te has dado cuenta, todos los demás respetan la orientación sexual de quién sea, y el único que está haciendo el ridículo en esta charla, eres tú. —Rodé los ojos volviendo a girar al chico, que seguía algo cohibido por mi pregunta. —¿Cómo te llamas? —David. —Respondió frotándose un poco los brazos con las manos. —¿Qué te gusta hacer, David? —Él se quedó en silencio un segundo, soltó un suspiro casi armándose de valor y me miró. —Bailar. —Soltó por fin, encogiéndose de hombros. —Pero mis padres no me dejan. —Los padres muchas veces no saben cómo criar a sus hijos. No saben que ellos también tienen su vida y que no es la suya. —Él sonrió un poco, y dejé la tiza en la mesa. —¿Y a ti qué te gusta? —Señalé a Maia con el ceño fruncido, que movió las piernas en la silla más rápido. —Mmh... Me gusta jugar con mami a la pelota, y pintar. —Abrí los brazos para que fuese hacia mí, y la cogí dándole un beso en la mejilla. —¿Te gusta jugar a la pelota conmigo? —Maia asintió, algo vergonzosa por estar delante de tanta gente. —A partir de ahora tendréis una asignatura llamada feminismo, espero que aprobéis. Vámonos Mai, tienes clase.

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Capítulo 46 Camila's POV —Noooo, perrito. —Maia se abrazó al cuello de Dash, caminando con él por el césped del jardín. —No puedes ir al agua, porque no tienes un flotador. —Le decía al perro, que ni siquiera se inmutaba porque la pequeña estuviese todo el día encima de él. Aquél cambio de aires había sido fantástico. Habíamos pasado del aspecto lúgubre, húmedo, casi triste de Portland, a vivir en una ciudad que nunca duerme, que siempre hace sol, una ciudad en la que siempre huele a verano, en la que la gente siempre tiene una sonrisa en la cara, y eso se reflejaba en nosotras. Maia parecía estar más feliz desde que nos mudamos a Miami, le encantaba estar en el jardín, a diferencia de antes que nunca podía salir a jugar porque siempre estaba lloviendo. Aquí, después de hacer sus deberes, en vez de ver una película como hacía siempre, su recompensa era darse un baño en la piscina. —Toma. —Maia se sentó en el césped, llevaba un pequeño dulce en la mano y se lo puso a Dash en el morro, que cogió con la lengua y se comió de la mano de la pequeña. Sin duda, era admirable cómo podía haber una amistad entre una niña de apenas cinco años y un perro. —Maia, ¿quieres entrar conmigo? —Dije apoyada en la puerta del ventanal que daba al jardín desde el salón. —Va a jugar mamá. —Llevaba puesto el pantalón corto y la camiseta moradas, justo como la del nuevo equipo de Lauren, además, aquellas botas de fútbol hechas para ella, como las de Lauren. Antes, en Portland, apenas podía ponérselo porque hacía demasiado frío. —¿Mami? —Dash entró en casa dejando a la pequeña fuera, que se levantaba del suelo apoyando las manitas en el césped. —¿Dónde va a jugar? —Lo vemos por la tele. ¿Quieres venir? —Asintió corriendo rápido hasta la puerta del jardín. —Pero te tienes que lavar las manitas, ¿vale? —Y Maia subió las escaleras de una en una hasta llegar al baño. —Es el primer partido de la historia de Miami Pride, y la primera capitana que tendrá el equipo será Lauren Jauregui, que hasta hace unas semanas militaba en Portland Thorns y ha completado el equipo que Griffin ha confeccionado. ¿Cómo crees tú, John que será este partido contra Kansas? —Bueno, en principio Miami tiene mucho mejor equipo que Kansas. Además, sus jugadoras están en un momento de forma excelente, de hecho, algunas de las jugadoras del equipo están en las quinielas para ser nominadas al balón de oro. Pero hay que tener en cuenta que no han jugado juntas, que la propia capitana sólo lleva dos semanas entrenando, y quizás les falte rodaje. —Me giré en cuanto escuché los pasitos de Maia por la escalera, que corrió hasta llegar al centro del salón, mirando la gran pantalla que teníamos puesta. La señaló y luego me miró a mí. 267

—¿Ahí juega mami? —Asentí, sentándome en el sofá, observando cómo salían los dos equipos al campo. —Sí, ahí juega mami. —Se giró hacia mí, colándose entre mis piernas para apoyar la cabeza en mi pecho. Acaricié sus mejillas con el dorso de mis manos, dejando un beso tierno en la frente de la pequeña que se refugió entre mis brazos, buscando quizás algo de refugio para ver el partido. Lo que estaba claro, es que Lauren y su equipo jugaban de maravilla. Básicamente el otro equipo iba en busca de la pelota, pero Miami la escondía, hacía lo que quería con ella. —Mira... —Señalé mi camiseta morada, con el nombre de Lauren a la espalda. Me gustaba aquella más que la anterior, porque para ser sinceros el color morado era más bonito que el rojo y negro. —Llevamos la misma camiseta que mamá. —Yo voy vestida como mamá. —Frunció el ceño acercando su cara a la mía, poniendo sus manitas en mis mejillas. —¿Sabes cuánto te quiero, Mai? —Pregunté dándole un beso en la nariz, haciéndola encogerse un poco. —Sí... Mucho. Así. —Abrió los bracitos con las manos estiradas, mirándome con las cejas alzadas. —¿Verdad que sí? —No, ¡mucho más! No puedo contarlo con los bazos. —Maia se puso las manos en la boca con los ojos abiertos, abrazándose a mi cuello con fuerza. —Te quiero mami. —Dijo al separarse, sentándose entre mis piernas para mover sus pies un poco, mirándose las botas de fútbol naranjas como las de Lauren. Pronto, Maia se cansó de ver el partido a través de una pantalla, porque ni siquiera distinguía bien a su madre, así que salió de nuevo al jardín y con un ojo puesto en ella, que jugaba a la pelota dándole algunos golpes hasta conseguir meterla en la portería. La verdad es que aquello era fantástico, simplemente ver a Lauren jugar a la pelota con ella, haciendo que intentase coger el balón era una de las cosas por las que siempre había querido mudarme a Miami, porque debajo del sol siempre se era más feliz. Lauren's POV Ganamos, no por mucho, pero lo hicimos. Yo estaba rabiando por llegar a casa, porque entre el sueño y el cansancio temía tener un accidente desde la ciudad deportiva del club hasta casa. Eran la una de la madrugada, y a esa hora Maia ya estaría dormida. Cuando entré en casa, las luces estaban apagadas y en la tele emitían uno de aquellos programas de teletienda en los que vendían batidoras y picadoras de prácticamente todo lo que pudieses imaginar.

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Me acerqué al sofá, y Camila estaba en pijama, un simple pantalón corto y una camiseta de tirantes, tumbada y completamente dormida. Me puse de rodillas delante de ella y acaricié su rostro con el dorso de mi mano. —Camz. —Susurré lo más bajo que pude, pero Camila no me hizo caso. —Camila, acabo de llegar. —Ella frunció el ceño y cuando creía que iba a despertarse, sólo soltó un suspiro, acomodándose mejor en el sofá. Iba a levantarse con la espalda hecha trizas, así que la cogí en brazos y ella se enganchó a mi cuello por instinto. Con cuidado de que su cabeza no golpease con ninguna puerta, caminé por el pasillo hasta llegar a nuestra habitación, y la tumbé en la cama con delicadeza, viéndola removerse entre las sábanas y tumbarse boca abajo. Eché un vistazo a la habitación de Maia, que dormía de la misma forma que Camila, boca abajo y sin soltar aquella muñeca, con el pelo revuelto encima de la almohada. Sin más, y como llevaba queriendo hacer desde que terminó el partido me metí en la cama, girando para mirar a Camila, que abrió los ojos un poco. Sonrió algo somnolienta, estirando su mano para acariciar mi mejilla. —Mmh... Te quiero. —Susurró poniéndose encima de mí, quedándose completamente dormida. * Sobre las cuatro de la mañana, mi móvil comenzó a sonar, y casi di un manotazo en la mesita de noche para cogerlo. El brillo de la pantalla me golpeó, haciendo que cerrara los ojos y esperase un poco. Eran mensajes, mensajes de Dinah pero ni siquiera los miré, lo leí por encima y volví a dejar el móvil en la mesita de noche. —¿Quién era? —Preguntó Camila incorporándose un poco con el ceño algo fruncido. —Dinah... Me han nominado al balón de oro o algo así... —Estaba absolutamente ida, no sabía lo que decía. Me bastaron dos segundos para comenzar a dormir, hasta que sentí un golpe en la cara que me hizo abrir los ojos. Camila acababa de endosarme un guantazo. —¡ESTÁS NOMINADA AL BALÓN DE ORO, IMBÉCIL! —Dijo poniendo las manos en mis hombros. —Dios mío. ¡DIOS MÍO! —Me incorporé con Camila sentada en mi regazo, cogiéndome de las mejillas para que la mirase a los ojos. —¿¡YO!? ¿¡PERO QUÉ HICE!? —Camila puso su mano en mi boca para que dejase de gritar y me tumbó de nuevo en la cama, acercándose a mi rostro. —Ser la mejor, en todos los sentidos. *** 269

Camila's POV Después de los entrenamientos Lauren siempre llegaba algo cansada a casa y aquél sábado no era una excepción. Yo le decía que parecía un señor mayor quedándose dormida en el sofá mientras veía un documental sobre naturaleza en la tele. Mientras yo pasaba el trapo por encima de la mesa de la cocina, Maia bajó las escaleras desde su habitación con un estuche de maquillaje, miró a Lauren en el sofá e hizo un puchero mirándome a mí. —Shh... —Me puse el dedo en los labios y le hice un gesto con la cabeza para que viniese conmigo, que prácticamente había acabado con lo que estaba haciendo. —¿Qué ocurre? —Pregunté bajando la mirada mientras me enjuagaba las manos en el fregadero. —Mami me dijo que jugaría conmigo al maquillaje. —Dijo en voz baja, secándome las manos con el ceño fruncido. —Mmh... ¿Quieres que hagamos una cosa tú y yo? —Estiré la mano hacia Maia que la cogió sin dudar, y caminé hasta donde Lauren dormía. —¿Querías jugar al maquillaje con mamá? Vamos a jugar al maquillaje con mamá... —Susurré mirándola con una sonrisa, y la pequeña abrió los ojos con las manitas en la boca, viéndome abrir el estuche de maquillaje que le regaló su tío Chris. Maia cogió gloss de labios y comenzó a pintar a Lauren, que parecía no inmutarse aunque la pequeña pasara el gloss también por sus párpados, y yo casi me muero de la risa. Con un poco de sombra morada espolvoreó el gloss de sus párpados y pasó los dedos por sus mejillas. Estaba disfrutando, estaba casi burlándose de su madre y yo la estaba dejando, porque éramos absolutamente iguales. Con pintalabios verde, comenzó a dibujar sobre su nariz, su frente, sus mejillas, mezclándolo con pintalabios rojo, y entonces, Lauren apretó los ojos. Maia se giró hacia mí pero yo no hacía más que reírme, aunque ella estaba preocupada porque Lauren le regañaría. —Hey, ¿qué hacéis ahí? —Frunció el ceño mirándome a mí y luego miró a Maia, pero su mirada se clavó en el estuche abierto y en la manita de Maia con el pintalabios. —¿Qué habéis...? —Se levantó rápido para mirarse en el reflejo del ventanal que daba al jardín, y luego se giró hacia nosotras. —¡Venid aquí! ¡Os voy a matar! —Me levanté del sofá riéndome, y Maia al ver que no la tomaba en serio, se subió al sofá riéndose, y Lauren se acercó a ella con el ceño fruncido, entonces, Maia se calló, encogiéndose un poco, haciendo un puchero. —Me prometiste que ibas a jugar conmigo hoy. —Dijo pasándose la manita por la mejilla, agachando la cabeza. Lauren se quedó en silencio, sin cambiar el gesto. —Lo siento. ¿Me perdonas? —Maia asintió levantando la mirada hacia Lauren, que la cogió en brazos, con la cara toda embadurnada en maquillaje. —¿Quieres ir a la piscina mejor que jugar al maquillaje?

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—Sí... —Respondió la pequeña, rodeando el cuello de Lauren con sus manos. —¿Puede venir mamá? —Mamá es muy estirada para bañarse en la piscina. —Achiqué los ojos enviándole una mirada casi asesina, acercándome a ella. —Te voy a matar. —Le di un golpe en el cuello, y otro en la espalda. —Tira fuera, que voy a por el bañador. —Cuando me giré escuché cómo añadía: —¿Ves? Se quiere meter con bañador, estirada... Aquella tarde Maia no salió de la piscina, y Lauren aprovechó para quitarse el maquillaje que llevaba en la cara, cogiendo a Maia en brazos cada vez que saltaba, o lanzándole la pelota para que nadase con los manguitos puestos. Era un no parar, la pequeña nadaba y no descansaba, se reía, saltaba y así acabó en los brazos de Lauren después de la ducha. En el sofá Lauren la tenía encima durmiendo de una forma tan profunda que ni siquiera la televisión le molestaba, y ella se quedaba mirando a la pequeña, dándole un beso en la cabeza. —Se parece a ti. —Me senté frente a Lauren, poniendo mis piernas sobre las suyas en el sofá. —Es mi hija. —Reí como si fuese algo obvio. —Y eres idiota. Capítulo 47 Lauren's POV —¿Qué vas a pedir este año por Navidad? ¿Eh? —Pregunté a Maia que iba en mis brazos enrollada en una toalla de camino a la orilla. —¿Ya es Navidad, mami? —La pequeña se retiró el pelo de la cara con las manitas, aunque de manera algo torpe, pero Camila ya corría para llegar y hacerle de nuevo un pequeño recogido con una de las gomillas que tenía en la muñeca. —Claro, es Navidad. —Dije yo, y Camila cogió de las mejillas a Maia dándole besos por toda la cara, aunque la pequeña se retiró por el constante manoseo de su madre. —Creo que mamá es un poco pesada, ¿verdad? —Tú eres pesada. —Me dio un golpe en la nuca que me hizo encogerme, pero en lugar de enfadarme, solté una carcajada. El embarazo la tenía de los nervios de una forma casi constante. Ya se le notaba algo la tripa y es que después de cuatro meses de embarazo, comenzaban a no servirle las camisetas, y los pantalones le quedaban algo apretados, 271

pero se manejaba bien. Aunque el apartado del sexo no tanto, porque cuando ambas queríamos, Camila se quedaba dormida incluso antes de empezar, y cuando ella quería, yo tenía que irme a entrenar, pero cuando yo quería, Camila me rechazaba poniéndome la mano en la cara y haciéndome a mí su almohada personal. —Pediré... Un un... —Fruncí el ceño mientras Camila le recogía el pelo, y esperábamos a que terminase de hablar. —Un carrito para mi muñeca. —La dejé en el suelo, quitándole la toalla mientras ella me miraba desde abajo. —¿Nada más? —Fruncí el ceño, cogiendo el bolso de la arena, pues ya nos íbamos a casa. —Sí. —Maia se cogió de la mano de Camila, caminando hacia nuestra casa que estaba a unos cincuenta metros de la playa. —Maia, cariño, puedes pedir más cosas, ¿sabes? —Le dijo Camila con una sonrisa, mientras la pequeña caminaba casi a tropezones por la arena. —Yo voy a pedirte un hermanito, seguro que viene este año. —Dije sacando las llaves de casa, mientras Maia cruzaba corriendo el jardín para abalanzarse sobre Dash, que sin inmutarse se quedó tumbado en el césped. —Mai, ¿vamos a la ducha? ¿Sí? —Le decía Camila a la pequeña con la mayor ternura posible, y ella asentía rápido entrando en casa. —Ten cuidado, ¿vale? Ahora subo. —Mmh... Qué buena madre eres. —Dije sacando las toallas del bolso para meterlas en la lavadora. —Y eso es sexy. —Camila soltó una risa negando, tirando el cordón del bikini para deshacerse de la parte superior sin quitarse la camiseta. —Para ti todo es sexy. —Metí las toallas en la lavadora y me acerqué a Camila que metió también el bikini en la lavadora, y la pegué contra la encimera, ladeando la cabeza. —Es que tú lo eres. —Acerqué mi boca a la suya para atrapar sus labios suavemente, rozando sus labios con la punta de mi lengua, con mis manos apoyadas en su cintura. —Shh.. No, Lauren... —Puso las manos en mi pecho con la nariz arrugada. —Tu hija está arriba y vamos a llegar tarde a cenar con tu familia. —Vimis i lligir tirdi i cinir cin ti fimilii. —Rodé los ojos con una mueca y Camila me empujó soltando una risa. —Eres idiota. —Estaba intentando permanecer seria, pero la sonrisa le salía aunque no quisiera. —Iris idiiti. —Bufó sonriendo y tomó mi rostro entre sus manos para darme un beso algo más profundo, enlazando su lengua con la mía hasta separarse. —Listo, vamos, vístete, tenemos que irnos.

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—Yo sí que me estoy yendo... —Camila abrió los ojos y me puso un dedo en los labios, aguantándose la risa. —¡Laur! —Besé la yema de su dedo con ternura, con la mirada de Camila fija en mí mientras negaba. —¿Cómo puedes ser tan tonta y hacer que te quiera tanto a la vez? —No lo sé. —Me encogí de hombros y justo cuando fui a besarla con los labios entreabiertos, se separó. —Vamos a acabar mal y no podemos, Jauregui... —Señaló las escaleras con el dedo y aquella mirada de madre mandona que tenía. —Tira. —Bufé rodando los ojos, pero ambas sabíamos que Camila llevaba razón. * Camila's POV Muchos días el cielo no parecía despejarse, simplemente, permanecía gris, por unas partes más oscuro. Encapotado, así era Portland. El suelo de la calle estaba mojado, y la tarde se hacía larga en aquella casa enorme, en la que sólo estábamos Maia y yo. Sólo era un bebé, pero tenía que venir conmigo donde yo fuese. En la última planta, tras cuatro horas de limpieza, yo seguía frotando hasta los pomos de las puertas con fuerza, subiendo por la madera sin perder de vista a Maia, que estaba entre mantas tumbada en la cama. Escuchaba los adorables ruidos que hacía con la boca, y que mientras limpiaba, me recordaba que eso lo hacía por ella. —¿Te diviertes? —Froté las ventanas con fuerza, observando cómo quedaban tirantes y resecas por la lejía que había utilizado durante toda aquella tarde. Cuando acabé, solté el trapo en el cubo y suspiré, cogiéndolo con ambas manos para echar el agua por el inodoro, y dejar el cubo tras la puerta del baño. Tras secarme las manos, volví con Maia, cogiéndola en brazos al ver que comenzaba a hacer pucheros. —Shhh... Ya estoy aquí, ¿vale? Ya puedo cogerte en brazos.—Besé su frente con los ojos cerrados, bajando las escaleras hasta el salón, donde tenía mi chaquetón. Era triste, porque ni siquiera podía tener un carrito para llevar a Maia, la debía llevar siempre en brazos. A veces iba por la calle y veía a matrimonios felices con el carrito y su bebé. Y no tenían problemas, eran felices, sonreían, pero yo no. Quería a mi hija más que a nada en el mundo, pero no tenía los medios para poder criarla y ser feliz con ella. Salí de aquella casa levantando la cabeza para mirar el cielo, no estaba lloviendo, menos mal. Había muchos días en los que tenía que llevar a Maia bajo mi chaquetón para cubrirla de la lluvia en el camino al autobús que me llevaría de vuelta a donde vivíamos, casi las afueras del centro. —¡Espere! —Llegué andando rápido hasta la puerta del bus que se me escapaba, y el chófer volvió a abrir las puertas, dejándome entrar. 273

Una vez había tomado asiento, descubrí un poco la manta para mirar el rostro de Maia. Tenía las mejillas rosadas, el pelo rubio y los puños apretados. Era una sensación agridulce aquella, era una de cal y otra de arena. Maia me hacía feliz, no me arrepentía de haberla tenido, de poder criarla y tener a mi hija en brazos... Pero aquello estaba siendo muy duro. Entre pensamientos, mi móvil comenzó a sonar, y metí la mano en el bolsillo del abrigo, abriéndolo con el dedo. —¿Sí? —¿Eres Camila? —La voz de un hombre, era uno de los tipos de aquél supermercado. —Sí, sí, soy yo. —Dije a media voz, recomponiéndome en el asiento, notando las manitas de Maia apretar mi pecho. —Lo siento, sé que te dije que estaba prácticamente hecho pero... Le han dado el trabajo a otra chica. —Miré al frente y parpadeé un momento, mirando a Maia que volvía a dormir en mi brazo. —No importa. Gracias por avisar. —Colgué sin más. Uní mi frente con la de Maia, que se removía entre mis brazos dándome con su manita en la cara. —Mami va a arreglarlo, ¿vale? —Asentí apretando los ojos, dándole un suave besito en la palma de su mano. Bajé del autobús, y crucé la calle directamente para llegar a casa, estaba comenzando a llover, así que me apresuré a entrar. Aunque mis manos estaban aún temblorosas por aquellas cuatro horas limpiando aquella enorme casa, encendí la chimenea, sin quitarle el ojo a Maia que estaba en el sofá. —Se está mejor así, ¿verdad? —Puse mis manos con las manos de cara al fuego, calentándome, pero fue durante sólo un segundo, porque nunca tenía tiempo para mí misma. Desde hacía cuatro meses, no tenía tiempo para mí, porque mi vida ahora era de mi hija. —Vamos a cambiarte... —Cogí la bolsa de pañales y miré dentro, quedaba uno más. Sólo uno y estábamos a final de mes. Desabroché el pijama que llevaba puesto color azul, pero a mí no me importaba de qué color fuese, me costó un dólar en un mercadillo de segunda mano. Ni siquiera me preocupaba si era de niño o niña, me daba igual mientras la mantuviese caliente. Mientras cambiaba a la pequeña, no quería pensar en qué pasaría en el día siguiente, en el que casi no tenía trabajo. Se me encogía el corazón sólo de pensar en pasar todo el día en casa con Maia en brazos, sabiendo que podría estar ganando dinero para mantenerla pero en cambio, estaba allí sin hacer nada, simplemente cuidando de ella. Y cuando creía que tenía un momento de paz, Maia empezaba a llorar. Sólo me quedaba darle el pecho, y así se calmaba, siempre se calmaba porque siempre tenía hambre. A veces incluso me hacía daño por la fuerza con la que succionaba, y es que yo estaba igual de hambrienta, pero en la nevera no había nada. Mis manos temblaban, dolían por 274

el esfuerzo, las rodillas me quemaban y tenía el cuerpo destrozado. Además, en ocasiones pasaba días sin comer, o quizás comía algo de pasta cuando tenía dinero, pero yo no era la prioridad, mi prioridad era mi hija. Sujetándola entre mis brazos mientras tomaba el pecho, eché la cabeza hacia atrás cerrando los ojos, sintiendo su pequeño cuerpo cálido entre mis brazos animándome a que siguiese, porque por mucho que la vida se torciese, tenía que seguir. Me tumbé en el sofá con una manta por encima, así dormíamos, en la habitación hacía demasiado frío sin calefacción, y en el sofá frente a la chimenea al menos se estaba bien, aunque fuese incómodo. Maia descansaba sobre mi pecho, durmiendo con sus dedos enganchados a mi camiseta, aquellas manitas tan grandes como mi dedo meñique o incluso menos. —Algún día todo mejorará. —Susurré para mis adentros, pero en realidad se lo decía a Maia, acariciándole la espalda con la mano. —Te lo prometo. * Abrí los ojos de golpe, con la respiración algo agitada y el cuerpo descompuesto. Estaba temblando, y me incorporé apoyando las manos en la cama, mirando a mi alrededor. Lauren estaba acostada a mi lado boca abajo, el reloj marcaba las tres de la mañana, y desde la enorme ventana se veían las olas romper en la orilla de la playa. No era un sueño. —¿Camz? —Escuché la voz ronca de Lauren hablar, pero sacudí la cabeza. —Ahora vengo. —Me levanté de la cama y caminé por el pasillo, justo hasta la habitación en la que dormía Maia. Al abrir la puerta la pequeña estaba dormida, con las sábanas enrolladas y el pelo desparramado por la almohada. Me acerqué a la pequeña, colocándole entre sus brazos de nuevo a su peluche que acogió con fuerza entre sus brazos, y besé su frente. —Te dije que todo mejoraría. —Tenía la necesidad de abrazarla, de no soltarla, pero debía dormir tranquila, así que volví a nuestra habitación aún con mal cuerpo. —¿Una pesadilla? —Preguntó Lauren con voz ronca mientras yo me tumbaba a su lado en la cama, de espaldas a ella. —No. —Ojalá fuese una mera pesadilla. Era mucho peor que eso, eran recuerdos. Recuerdos que me hacían sufrir como si fuese una pesadilla, pero era la realidad que yo viví. —Deberías descansar. —Escuché la voz de Lauren, y sus manos rodear mi cintura hasta posarse en mi vientre. Puse mi mano sobre la de ella, acariciando sus dedos suavemente, sintiendo un suave beso en mi hombro. —Deberíais descansar. Cerré los ojos sonriendo, dejándome abrazar por Lauren y sentir su mano acariciar mi tripa. 275

Nuestro hijo tendría mucha mejor suerte. * Al abrir los ojos, Lauren no estaba, y el día había levantado con sol y calor, como siempre. Su lado de la cama estaba frío, eran las once de la mañana. ¿Tanto había dormido? Bajé las escaleras hasta el salón, escuchando las voces de Lauren y Maia que se unían en la cocina, donde la pequeña estaba de pie al lado de Lauren con un trozo de melón entre las manos. —¿Te gusta el melón? ¿Sí? —Lauren puso tres tortitas en un plato, echando luego zumo de naranja en un vaso. Estaba todo el desayuno puesto, algo de fruta, tortitas, tostadas y pavo, además de café y zumo. —Pero mira quién se ha despertado... —Bromeó Lauren con una sonrisa, y Maia salió disparada hacia mí. Después de aquella horrible noche, no dudé en cogerla en brazos, arropándola contra mí. —Buenos días mami. —Besé su frente caminando hacia la cocina, donde Lauren ya se sentaba en su sitio. —Buenos días a las dos. —Le di con el dedo a Lauren en la mejilla, y me senté con Maia en mi regazo, que se apoyó en mi tripa. —¿Has hecho tú todo el desayuno? —Maia me miró, y luego miró a Lauren, que asintió con una sonrisa. —Sí, lo he hecho yo, para ti. —Respondió la pequeña, haciendo que soltase una risa y que llenase su cara con pequeños besos. Maia tardó dos segundos en desayunar cuando ya estaba en el jardín sentada en el césped jugando con una pequeña pelota entre sus manos. Cuando nosotras terminamos, Lauren se levantó para recoger la mesa, pero me enganché a ella abrazándola con los ojos cerrados. —Gracias. —Susurré pegando mi cabeza a su pecho, subiendo las manos por su espalda hasta engancharlas a sus hombros. —¿Por qué? —Lauren frunció el ceño con una pequeña sonrisa. —Ya sabes por qué. —Murmuré. Lauren sabía perfectamente qué tipo de sueños tenía, y que no eran sueños, eran recuerdos que me perseguían. Por eso me dijo que descansase, por eso simplemente puso la mano encima de mi vientre, simplemente para decirme que no me preocupase, que estuviese tranquila porque ya no tendría que sufrir más, que todo había cambiado, que todo estaría bien.

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Capítulo 48 Lauren's POV —¡Jauregui! –Escuchaba desde la banda, y cuando miré mi entrenadora estaba señalando a la jugadora número 3 del equipo contrario. —¡PRESIONA! ¡PRESIONA! ¡NO TIENE FONDO! —Asentí rápido a lo que me decía, y encimé a la jugadora como si yo fuera la defensa y ella la delantera. Tenía que correr más de lo que podía hasta que en uno de los rechaces el balón me llegó a mí y comencé a correr, pasando a la jugadora de una forma estrepitosa, dejándola atrás con una facilidad pasmosa, levantando la cabeza para mirar quién había, Morgan levantaba la mano. Chuté el balón dándole algo de parábola, de fuera hacia adentro, para que la cabeza de Alex conectase con la pelota, y rematase alto, bombeado, que acabó dentro de la red. Corrí hacia donde estaba Morgan, que se abrazó a mí para celebrarlo y froté su cabeza dándole un beso en la mejilla. —¿No lo querías a la cabeza en tu antiguo equipo? —Ella se echó a reír dándome con el codo en el costado. * —Así que Balón de Oro, Jauregui. —Ashley se echaba el desodorante delante de mí mientras yo me ajustaba las zapatillas riendo. —¿Cómo has hecho eso? ¿A quién se lo has comido? —A ti. —Dije riendo a la vez que todas mis compañeras, y ella me revolvió un poco el pelo para sentarse en el banco delante de su taquilla. —Pero ha sido merecido. La verdad es que yo decía 'si no soy yo, al menos que sea Lauren'. —Comentó Morgan cogiendo su chaqueta, mientras yo me ponía la camiseta. —Claro, claro. Seguro que lo decías. Lo decíais todas. —El vestuario entero se rio ante mi ironía y cogí mi bolsa colocándola debajo del brazo. —¡No, capitana, no te vayas! ¡Te necesitamos, el barco se hunde! —Gritó Harris tirando de mi camiseta y cogí su mano rodando los ojos con una risa. —Nos vemos mañana, mariconas. —Saqué un poco la lengua sonriendo y por fin salí del vestuario, pero aún no iba a casa. Algunos periodistas se amontonaban en la zona de prensa, y me acerqué a ellos con una pequeña sonrisa, esperando sus preguntas. —Lauren, ¿cómo has visto el partido? —Rasqué tras la oreja agachando un poco la mirada.

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—Hemos presionado bien, hemos sabido dosificar las fuerzas y aprovechar las ocasiones de gol que tuvimos y, sobre todo jugamos como un equipo. —Giré la mirada hacia otra periodista, que sostenía el móvil frente a mi cara. —¿Crees que te puede perjudicar el favoritismo a la hora de ganar el Balón de Oro? —Me encogí de hombros con una mueca. —Yo sólo quiero que mi equipo gane, los premios individuales son menores. —Levanté la mirada a una de las pantallas de la sala en la que se estaba repitiendo uno de los goles que había marcado aquella tarde. —Hay gente que dice que haces muy buena pareja con Alex Morgan, ¿qué opinas de eso? —Giré la cabeza con el ceño fruncido soltando una risa. —Que no han visto la buena pareja que hago con mi mujer. —Me retiré y conseguí escabullirme con tan sólo tres preguntas contestadas, y una de ellas irrelevante. Quería llegar a casa, quería ver cómo estaba Camila que últimamente tenía algunos vómitos por las mañanas y quería estar con Maia, a la que desde ayer no había visto ni había hablado con ella. Aparqué el coche en la puerta de casa y mientras caminaba buscaba las llaves de casa con el ceño algo fruncido. En el jardín delantero estaba Dash, que ni siquiera al verme se inmutó, así que seguí el camino hasta la puerta. Abrí con cuidado, casi sin hacer ruido, y vi a Maia de espaldas con mi camiseta puesta y el 27 a la espalda. Tenía el pelo recogido en una coleta, pantalones cortos y aquellas botas de fútbol exactas a las mías. Frente a la pequeña, Camila de pie con las manos en la cintura que me miró, pero negué para que no dijese nada. Me agaché detrás de Maia y apreté sus costados para asustarla. —¡BÚ! —Maia saltó entre mis manos dándose la vuelta, y comenzando a llorar al instante. —Oh no, no, no, no. —Maia apretó los puños llevándoselos a los ojos, llorando con fuerza y la cogí en brazos dándole un beso en la mejilla. —Mai, soy yo, soy mami. Ya está. —Maia se abrazó a mi cuello con fuerza, calmándose poco a poco, hasta que dejó de llorar. —¿Me das un besito? —Asintió un poco con un puchero, dándome un beso suave en la mejilla. —¿Puedes sonreír un poquito? —Maia asintió comenzando a sonreír, y le quité las lágrimas de las mejillas. Después, ella se abrazó a mi cuello con sus pequeños brazos. —¿Pero por qué la asustas? —Camila soltó una pequeña risa acercándose a nosotras, dándome un beso corto en los labios. —Es muy pequeña. —Lo siento... ¿Me perdonas Mai? –Maia asintió sin dejar de abrazarme. —Siento haberte dejado sola hoy. —Dije caminando hacia el sofá, dedicándole a Camila una mirada dulce. —¿Cómo que lo sientes? Es tu trabajo. —En cuanto me senté, Maia puso los pies en el suelo y desapareció corriendo a coger la pelota. 278

—Ya lo sé, pero no quiero que vayas al médico sola y esas cosas, ¿sabes? Yo debería estar ahí contigo. —Camila quedó de pie delante de mí, ladeando la cabeza con el ceño fruncido. —Vale, no tienes por qué sentirte culpable porque tenías otras responsabilidades, ¿me oyes? —Alzó una ceja señalándome con el dedo. —Así que si quieres hacer algo, pregúntame qué tal me ha ido. —Es verdad, lo siento. —Puse las manos en la parte trasera de sus piernas, acariciándolas un poco. —¿Qué tal ha ido todo? —Bien... ¿Tú qué querías que fuese? —Entrecerró los ojos ladeando la cabeza para mirarme. La verdad es que no me había parado a pensar aquello, porque fuese lo que fuese a mí me iba a dar igual. Iba a ser nuestro hijo o hija y lo íbamos a querer, así que me encogí de hombros. —No sé, me da igual supongo. —Camila enlazó sus manos con las mías sin decir nada pero con una sonrisa y el ceño fruncido. —¿No me vas a decir qué es? —Es una niña, y la vamos a llamar Lucy, o Daniela. No sé. —Miró al frente con los ojos entrecerrados, y alcé las cejas con una risa. —¿Ya has elegido el nombre sin decirme nada? —Dije riendo, tirando de sus manos para que acabase sentada en mi regazo, y Camila asintió. Puse mi mano abierta sobre su tripa, mirándola. —Lo siento... ¿Qué nombres quieres tú? —Apoyé la barbilla en su tripa, acariciándola con el pulgar y una sonrisa. —El que tú quieras. —Ella se echó a reír y luego se abrazó a mi cuello apretando sus brazos un poco. –¿Qué es eso de que haces buena pareja con Morgan? ¿Uhm? —Me dio con el dedo en el pecho. Su humor cambiante era impredecible. —La prensa inventa mucho. * —Mmh... —Escuché cómo Camila se removía a mi lado y a la vez me soltaba un manotazo directamente en la cama. —Jesús... —Me incorporé porque el codo había impactado directamente en mi nariz, pero ella seguía durmiendo. Seguro que sería alguna de sus pesadillas, nunca me contaba sobre qué iban. Nunca indagaba en el tema, lo único que me decía es que soñaba con Maia. —Camz. —Susurré acariciando su mejilla, y ella apretó los ojos, abriéndolos segundos después. —¿Pesadilla? —Asintió levantándose un poco en la cama, quedándose sentada con las manos en las mejillas. —¿Estás bien? 279

—Sí. –Se apresuró a decirme sonriendo un poco, pero algo no iba bien. —¿Me vas a decir qué ocurre? —Pregunté acercándome un poco a ella con el ceño fruncido, pero Camila parecía negarse. Se hundió entre las sábanas, y yo me volví a tumbar para rodearla con los brazos. —¿Alguna vez te he contado el parto de Maia? —Negué, dejando pequeñas caricias en su vientre. —No sé cómo llegué al hospital, si te soy sincera. Recuerdo que cogí el autobús, y la gente al verme le gritaba al conductor que fuese directamente al hospital que era justo la última parada. Cuando llegué, estaba a punto de tenerla y no pudieron ponerme epidural ni nada. Todo el mundo estaba alterado porque Maia tenía el cordón enredado en el cuello y tendrían que hacerme cesárea, pero mágicamente después de unos minutos, desapareció y pudo nacer. No te puedo decir qué clase de dolor sentí porque eso es inhumano, estaba sola y después de sufrir durante casi una hora, nació. Era muy muy pequeña, por eso es tan pequeña ahora. No lloró, simplemente se quedó con los ojos cerrados apretando el camisón que llevaba puesto, así. Como si estuviese sosteniéndome a mí en vez de yo a ella para que no me derrumbase, y... —Camila se retiró las lágrimas bajo sus ojos tomando una bocanada de aire. —No dejó que lo hiciese. » Cuando pasaron unas horas una de las enfermeras entró en la habitación y me dijo que tenía que irme porque yo no tenía seguro médico y eso es todo lo que podían hacer por mí. Así que me vestí, cogí a mi hija y me fui a casa. Estaba agotada, me dolía... Me dolía todo muchísimo. La espalda, las costillas, y... Estaba muy dolorida. Llegué a casa, le di el pecho por primera vez y me tumbé con ella, dormimos toda la noche. Parecía que ella sabía que yo estaba cansada, porque ni siquiera lloró. Pero yo tenía que seguir trabajando, y con ella todo se hizo mucho más difícil. —Camila se levantó de la cama con el ceño fruncido, negando. —Camz. —Negó saliendo de la habitación, limpiándose las lágrimas con las dos manos. Salté de la cama bajando las escaleras de dos en dos hasta alcanzarla y sujetar su brazo con delicadeza, dándole la vuelta para que me mirase. —Sé que esos recuerdos no se van a ir, pero no tienes que tener miedo ahora. —Camila pegó su cabeza a mi pecho, y yo intentaba por todos los medios no llorar. —Os cuidaré a las tres, ¿vale? No va a ser lo mismo, no lo será. —Lo sé. * Camila's POV Noté cómo Lauren se movía a mi lado en la cama hasta que se acomodó y paró de moverse. Abrí los ojos, pero no era ella, era Maia que estaba buscándome para dormir conmigo. 280

—Buenos días, pequeña. –La pequeña sonrió un poco, escondiendo la cara entre mis brazos. —Hola mami. —Besé su frente con los ojos cerrados y luego lo hice con su mejilla, algo sonoro. —¿Sabes quién es la niña más guapa del mundo? —Pregunté viéndola asentir. Solté una risa al verla, era absolutamente adorable. —A ver, ¿quién? —Tú. Capítulo 49 Lauren's POV —Mami, se parece a donde vivíamos antes. —Maia miraba por la ventana del coche con los ojos bien abiertos y las manos pegadas al cristal. Llevaba uno de aquellos gorritos que ahora ya nunca usaba, blanco con una bola de lana en la punta. Camila miraba su móvil porque según decía no paraban de llegarle mensajes de sus padres, no quería bloquearlos pero yo le repetía una y otra vez que lo hiciese. —Sí, Mai, aquí también nieva. —Sonreí mirando con ella la estampa de la ciudad totalmente nevada. Zúrich estaba vestido de blanco para nosotras. —¿A que es bonito, Maia? —Camila se acercó a nosotras poniendo las manos en los costados de la pequeña que asentía con alegría. —Mucho bonito. —Torcí el gesto con una sonrisa, frunciendo las cejas al escuchar a mi hija. —Muy bonito. —La corregí. Maia se volvió a sentar en el asiento jugando con sus guantes, que al parecer no le gustaban nada. —Muy bonito. Maia había decidido de una forma directa y sin dudas que quería dormir con sus abuelos en el hotel, y ellos ni siquiera se plantearon un no como respuesta. A la pequeña le gustaba dormir con el abuelo Mike, incluso en la playa cuando mi padre se echaba una de sus siestas bajo la sombrilla ella se tumbaba a su lado, o en su defecto encima de él, y dormían un rato. Camila y yo podíamos disfrutar de un momento de tranquilidad antes del evento, pero ella se miraba delante del espejo con la camiseta subida por encima de la tripa. Ladeó la cabeza con una mueca, poniéndose de perfil frente al espejo. Mientras, yo estaba tumbada en la cama intentando mantenerme despierta. —Laur, ¿tengo mucha tripa? —Desvié la mirada de mi móvil hacia su vientre y negué. Era una de esas embarazadas adorables que normalmente sólo eran las famosas. 281

—En absoluto. —Negué por completo cerrando los ojos. —¿Crees que me quedará bien el vestido? Las mujeres de todos los jugadores van perfectas, y yo voy... —Embarazada, tú vas perfecta embarazada. —Cerré un poco los ojos hundiéndome en la cama, queriendo descansar, pero entonces Camila se tumbó a mi lado. —Qué pasa... —¿De verdad piensas que estoy bien? —Solté una risa sin abrir los ojos. No se cansaba nunca. —Claro que sí, Camz. Ella se acomodó contra mi cuello, con su tripa rozando mi costado. Puse la palma encima del vientre; tersa y suave, dándole suaves caricias hasta que el cansancio pudo conmigo y caí rendida. * Y la verdad era que Camila estaba despampanante con aquél vestido color salmón; era bastante largo y llevaba una pequeña cinta entre el pecho y el vientre, para acentuar bien la tripa. Además, Camila tenía el pelo totalmente liso y el maquillaje hacía que yo me quedase embobada mirándola. Estaba claro que tenía buen gusto en eso de elegir pareja. Mientras que yo llevaba un mono negro de traje*, tacones y el pelo liso, sin peinar mucho porque lo odiaba, prefería llevarlo así, donde pudiese moverlo de un lado a otro si estaba insegura de cómo lo tenía. —Vas muy elegante, ¿eh? —Mi padre frunció el ceño mirándome con una sonrisa. —Por cierto, ¿qué es esto? —Del bolso de mi madre sacó una revista enrollada. Oh no. Al abrirla en la portada salía yo tumbada en una cama, en ropa interior de Calvin Klein. Un sujetador gris de algodón y la parte inferior igual, el pelo ondulado, casi despeinado y... Nada más. —Uh... Creo que soy yo en ropa interior. —Me hice la idiota ladeando la cabeza con las cejas gachas. —¿No? —¿Qué es eso? —Preguntó Maia mirándonos desde abajo. Llevaba el pelo recogido en un moño y un vestido con la parte inferior dorada y la superior blanca. —Ve con la abuela que te va a dar chuches. —Dije sonriendo, y no hizo falta añadir nada más porque ella salió corriendo. —¿A que es bonita la nueva colección de 2016, papá? —No me gusta mucho eso de que salgas casi desnuda en una revista, a decir verdad. —Cogí el ejemplar y lo enrollé entre mis manos con un suspiro. —Y no, no me saltes con ese discurso feminista porque no es por eso. Es porque... No quiero que medio mundo vea a mi hija así. —Papá, no te preocupes, es algo superficial. A mí no me importa que la gente me vea y 282

me diga, no sé, piropos. —Comenté mientras caminábamos hacia la puerta del hotel. —Ya lo sé, pero eres la misma niña a la que yo bañaba y secaba en mis brazos. Dime, ¿te gustaría ver a Maia así? —Resoplé un poco viendo a Camila entrar en el coche con Maia, subiéndola con ella. —Me gustaría lo que a ella la hiciese feliz. Sé que no te gusta, pero tampoco tienes que reprochármelo, ¿entiendes papá? —Puse una mano en su hombro dándole un suave apretón. —Yo sé que tú no comprendes muchas cosas porque los valores que tienes no son de esta época, pero tu mente sí que está abierta. —Lauren, no te estoy echando en cara nada, sólo es que... Me puse incómodo al verlo. Porque así es como te ve Camila, ¿no? —Rodé los ojos soltando una risa, y negué varias veces saliendo del hotel. —Oh, papá. Al entrar en el coche Maia estaba distraída mirándose los zapatos, y luego mirando por la ventana. Camila arrancó la revista de mis manos con el ceño fruncido y una mirada acusadora, sabía que lo estaba escondiendo. —¿Qué es? —Es... Son las fotos para Calvin Klein. —Dije en voz baja; le quité la revista de las manos de nuevo con más suavidad y no de forma tan brusca como ella lo había hecho conmigo. —Nada que comentar. —Camila se humedeció el labio inferior con una sonrisa que me hizo reír y negar a la vez. Nos despedimos de Maia, a la que le dijimos que tenía que irse con sus abuelos, pero para ella no era ningún problema porque ya estaba en brazos de mi madre al salir del coche. Uno de los organizadores nos acompañó hasta la alfombra, y cogí la mano de Camila enlazando mis dedos con los suyos. —Estás preciosa. —Me incliné para besar su mejilla con ternura, notando cómo la presión del agarre entre nuestras manos aumentaba. En cuanto comenzamos a caminar unos cuantos flashes empezaron a dispararse, y cuando llegamos al centro me paré sólo para colocarle bien el vestido a Camila encima de la tripa. Me erguí de nuevo y pasé un brazo por su cintura al igual que ella tenía el mío por su espalda. Sonreímos durante unos minutos, mirando de izquierda a derecha, incluso me agaché a besar el vientre de Camila por petición de algunos; luego caminamos hasta la prensa. Detrás de mí llegaba Messi, no tenía nada en su contra pero prefería centrarme en la prensa norteamericana que estaba mucho más centrada en mí en aquél momento, aunque los gritos aumentaron considerablemente por el jugador y no me dejaban escuchar las preguntas que me hacían. 283

—¿Cómo llevas el ser favorita para el Balón de Oro? —Camila seguía de mi mano algo más atrás para dejarme un poco de espacio. —No me considero favorita, hay factores que influyen mucho aquí. —Por ejemplo, que una de las nominadas fuese francesa pero aquello no podía decirlo delante de las cámaras. —¿Te han llamado tus compañeras de Portland para felicitarte? —Solté una risa alzando las cejas. —Por supuesto. —Justo en ese momento Messi pasó detrás de mí y lo miré un momento, justo para que su mirada se parase en mí. —Eh, encantado de conocerte. —Me giré estrechando la mano que me había tendido con una sonrisa. —Igualmente. —Él me dio un pequeño golpe en el brazo como si quisiese animarme. —Suerte para esta noche. —Soltó el agarre con una sonrisa y asentí. —Tú no la necesitas. —Messi se encogió de hombros con una débil sonrisa comenzando a caminar. —Quién sabe. El hecho de que ni siquiera me conociese y se acercase a mí para darme suerte decía mucho de cómo era él, aunque ya todo el mundo lo sabía por cómo jugaba. —¿Ese es Messi? —La pregunta de Camila parecía un poco tonta, pero ella el único fútbol del que sabía era del que veía cuando yo jugaba, lo cual me parecía adorable. —Sí. —Me gusta su traje. —Era lo único que tenía que añadir sobre el mejor jugador del mundo, aunque todos se habían quedado prendados de Camila, porque nadie la conocía. No era una supermodelo con las que los jugadores salían, no era 'nadie' en ese mundo. Era una mujer preciosa, tan simple como eso. Entramos en la sala y justo detrás de nuestros asientos estaban mis padres, y Maia alzaba la manita para saludarnos desde el pasillo señalando nuestros asientos. —Mami ahí pone mi nombre. ¿Me puedo sentar? —Jugaba con el borde de su vestido, y es que al igual que le encantaba vestirse con las botas de fútbol le gustaban los vestidos. La gala a veces se hizo pesada, y aunque al principio yo estaba muy tranquila porque pensaba que no ganaría comenzaron los nervios. ¿Y si sí ganaba? ¿Qué iba a decir? Yo no me había preparado nada de nada. Además, yo me lo merecía pero, ¿y las demás jugadoras? No quería que nadie se sintiese una perdedora ni nada de eso, pero yo quería ganarlo, claro que quería ganarlo. 284

—Dios mío. —Escuché decir a Camila cuando comenzaron a poner un pequeño vídeo sobre las jugadoras que estábamos nominadas, y ese era el mío. —Mamá mira, tú. —Señaló la pantalla de rodillas en la silla observando aquél reportaje. En él salió el mundial de Brasil y algunos de los goles que marqué, además mi trayectoria en Portland, la cual echaba mucho de menos, pero por nada del mundo cambiaría de nuevo Miami por Portland. Ahora sí que estaba nerviosa, porque justo iban a anunciar a la ganadora del premio. Camila tomó mi mano porque yo no sabía dónde estaba, notaba cómo las yemas de mis dedos latían contra su piel. Ella intentaba calmarme, pero en ese momento lo único que me calmaría sería saber el resultado. —La ganadora del Balón de Oro, es... —Abrió el sobre con cuidado y el ceño fruncido, hasta que sacó el papel del sobre. —Lauren Jauregui. —Alcé las cejas con una débil sonrisa, levantándome del asiento cuando sentí que volvía en mí. ¿¡Qué!? El beso que le di a Camila fue el más tierno y sentido que jamás le había dado, el abrazo de mi padre estaba colmado de orgullo y mi madre... Mi madre simplemente lloraba. Caminé hacia el escenario cogiendo el premio, y mirando a toda aquella gente a la que en realidad no le importaba nada. —Uhmm... —Solté una risa porque de repente se me vinieron todas las palabras de golpe a la cabeza. Dejé el premio en aquél atril y apoyé las manos mirando el trofeo. —Lo primero que quiero es dar las gracias a mis padres, a mi mujer y a mi hija, de verdad. A mi mujer porque... Si no la hubiese conocido quizás sólo me habría quedado en ser una jugadora más del montón. —Sonreí cruzando mi mirada con la de ella, que se limpiaba las lágrimas con las manos y una gran sonrisa en su rostro. —Segundo, sé que para muchos de vosotros esto es sólo un entretenimiento, algo para rellenar el tiempo que queda para decir quién es el balón de oro masculino. Así que en este tiempo, quiero dejar algo bien claro. Este premio no es para mí, este premio no lo quiero por ser buena jugadora. Este premio es para todas esas mujeres ahí fuera a las que les dicen que no pueden, a las que limitan, a las que las degradan por nacer mujeres. Este premio es para las mujeres que luchan cada día por sus hijos, que trabajan de sol a sol sin recompensa alguna sólo para poner un plato encima de la mesa. Este premio es para las mujeres que son juzgadas por hacer cosas que los hombres pueden hacer, como jugar al fútbol por ejemplo. Este premio es para todas aquellas mujeres que alguna vez fueron víctima de la violencia de género, que alguna vez fueron violadas. Yo no quiero un premio banal que se quede en el olvido, en una vitrina guardando polvo, no. Quiero que este premio año a año cambie las cosas. ¿Por qué los campos de fútbol femeninos en Europa y Estados Unidos son tan mediocres y sin embargo hasta un equipo de tercera división masculino tiene como mínimo 10.000 espectadores? Quiero que este premio empiece a cambiar las cosas, a valorar que las mujeres también podemos. Este premio también va para todos aquellos machistas que me decían que estaba en la Selección Estadounidense sólo por ser guapa. —Tomé el premio y lo levanté un poco. —Esto no se gana siendo guapa. Hay muchos jugadores que 285

hacen campañas para Calvin Klein y otras marcas, que salen en revistas, ellos son superestrellas y yo sólo soy una puta que tiene su fama por su cuerpo, ¿no? Es exactamente lo mismo, pero a mí se me juzga por ser una mujer. —¡Mami! —Escuché la voz de Maia y me giré en el acto comenzó a aplaudir ella solita, sin más. Camila susurraba algo en su oído y yo me acerqué al borde del escenario, porque Camila la traía de la manita hacia mí. Subió las escaleras hasta llegar a mí y la cogí en brazos, pero cuando vio a toda aquella gente se escondió en mí. La senté en el atril justo al lado del premio, que la pequeña miraba con una sonrisa tímida y luego me miró a mí. —Esta es mi hija, se llama Maia. Tiene cinco añitos, ¿verdad? —Maia asintió levantando la manita con los cinco dedos abiertos. —Pues a mi hija le encanta jugar al fútbol y unos niños de su colegio le pegaron y no la dejaron jugar porque según ellos el fútbol es de chicos. ¿Quién decidió que las cosas tienen género? ¿Desde cuándo el deporte tiene género? Nada en esta vida tiene género, nada. Maia igual que se pone un vestido, se pone mi camiseta para jugar al fútbol, igual que juega a los coches le gusta pintarse con su maquillaje. —Bajé la mirada hacia Maia, dándole un beso en la frente. —Si quieres jugar al fútbol, está bien. Si quieres jugar a las casitas, está bien. Si quieres vestir como un chico, está bien. Si quieres salir con chicas, perfecto. Si quieres salir con chicos, genial. Si quieres salir con los dos, maravilloso. Si no te gustan ninguno, vale. Si algún día me dices que no te sientes bien siendo una chica, mamá y yo te apoyaremos. Pero haz lo que te haga feliz, ¿me oyes? —Maia asentía jugando con el premio que sostenía en mi mano, y terminé por cogerla en brazos. —Buenas noches. —Te quiero mucho mami. —Dijo mientras entrábamos en el backstage, donde estaban mis padres y Camila. No iba a añadir mucho más, porque Camila no paraba de llorar y yo quería tranquilizarla, pero simplemente nos abrazó sin más. Y así permanecimos, con Camila sonriendo a la vez que lloraba e intentaba parar pero juraba que no podía. Dejé a Maia en el suelo y me acerqué a mi padre acercándole el premio que él miró con los labios apretados y los ojos enrojecidos, quería llorar pero a la vez no podía permitírselo. —El feminismo además dice que los hombres también lloran, ¿sabes? —Él soltó una risa y dejó caer las lágrimas por sus mejillas, dándome un abrazo fuerte, con suaves apretones en mi espalda. —Estoy muy orgulloso de ti, no sólo por el premio si no... —Tragó saliva y puso un dedo en mi frente. —Por cómo eres aquí. Yo no te crie con esos valores y no sé cómo sentirme. —Quizás no me educases con esos valores, pero nací en esta época y heredé tu mente abierta, papá. —Puse el premio en su mano que él agarró y se quedó mirándolo.

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La mano de mi madre hizo que me diese la vuelta y la abracé tan fuerte que la cogí en brazos, aunque la bajé rápido porque empezó a patalear por su vestido. Me besó la cara unas mil veces, llena de orgullo. * Una de las mejores cosas de volver a casa era ir en primera clase en el avión. Camila ya no llevaba su vestido, un simple jersey de lana y unos jeans, al igual que Maia que jugaba con el móvil sacando la lengua y el ceño fruncido. —Estoy muy orgullosa de ti. —Camila me cogió de las manos, poniéndose de puntillas para besarme con una sonrisa. —Mucho. —¿Cómo te sientes después de haber captado la atención de media Europa ante las cámaras? Y además embarazada. —Se encogió de hombros con una sonrisa algo perversa. —Yo sólo quiero captar tu atención. La dejé allí mientras yo iba al baño durante un segundo, y es que el montón de sensaciones que había sentido en tan sólo 24 horas era estresante. Al volver, ya no estaba de pie ni sentada. Estaba tumbada en el asiento con Maia recostada contra ella, ambas dormidas. El jet lag. La pequeña tenía el pelo despeinado, y su madre la rodeaba con un brazo. Además Maia tenía una pierna por encima de las de Camila, haciéndolo todo aún más adorable. Tomé mi móvil, saqué una foto y la publiqué en Instagram. "El verdadero premio."

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Capítulo 50 Camila's POV En la mesa de mármol negro de la cocina la revista de Lauren permanecía abierta. Yo con una mano en la mesa y un trozo de pepino en la mano que masticaba con lentitud. La primera página era Lauren tumbada en una cama apoyada en los codos y una rodilla medio flexionada en ropa interior mirando a un lado. Oh dios. Pasé la página a la vez que le daba otro mordisco al trozo de pepino, y esta no estaba lejos de la anterior. Lauren estaba en un vestuario con los pantalones del equipo algo bajados dejando ver la tira elástica de Calvin Klein, y un sujetador deportivo blanco puesto mientras abría la taquilla con el pelo suelto, enmarañado. Madre mía; mordí otro pedazo de pepino que tenía entre los dedos. Una hoja más, otra foto. En esta Lauren sale de espaldas con tan sólo un culot puesto, sin ni siquiera sujetador. Con el pelo recogido y la cabeza ladeada, pasándose una mano por el hombro, como si lo estuviese masajeando, algo cargado. —¿Qué haces? —La voz de Lauren me sacó de mis pensamientos y levanté la mirada hacia ella con los ojos entrecerrados. —¿En qué momento se supone que eres esta chica de aquí? Porque si es mi mujer la quiero ver. —Lauren llevaba en las manos su móvil que dejó en la encimera al lado de la revista. —En el momento en que me pongo en ropa interior, cosa que nunca ves porque ya no follamos. —Me dijo al oído dándome un beso en la mejilla, dándose la vuelta para abrir la nevera y coger una botella de té frío. —Además, follar ahora contigo embarazada es... Raro. —¿Cómo que raro? Llevo a tu hija aquí. —Tracé pequeñas líneas con el dedo encima de la tripa, que cada vez estaba más grande. —Por eso mismo es raro. —Se dio la vuelta abriendo el tapón de la botella para darle un sorbo. —¡Oye! Encima de que me quedo embarazada por ti... —Lauren paró de beber frunciendo el ceño, bajando la mirada al suelo. —Yo no dije que me urgiese tener un hijo ni que estaba muriéndome por tenerlo, sólo era una idea de futuro. Pero... ¿Es que tú no quieres tener este hijo y sólo lo has hecho porque pensabas que yo me moría por tenerlo? —Oh no, Lauren lo había malinterpretado del todo. O igual es que yo no había sabido expresarme, más bien era lo segundo. —No, ¡no! —Negué rápidamente con el ceño fruncido. —Es decir, yo quería quedarme embarazada y sé que tú me lo preguntaste como un plan futuro, nada más. Quería decir que estoy embarazada de ti. —Lauren asintió lentamente con el ceño fruncido dándole 288

otro sorbo a aquél té humedeciéndose los labios. —¿Estás enfadada? No te enfades conmigo. —Cogí sus mejillas entre mis manos haciendo que me mirase. —No te puedes enfadar con una embarazada, va contra los códigos morales. —Lauren apretó el entrecejo mirándome a los ojos. —No estoy enfadada, pero vengo de correr durante una hora y te vas a manchar de sudor. —Me abracé a ella pasando las manos por su cintura alzando la cabeza hacia ella. —Dame un beso. Vamos. —Sus labios chocaron contra los míos abriendo la boca para colar su lengua en la mía hasta que me separé con el ceño fruncido. —Así no, como no podemos tener sexo... —La separé de mí dándole un golpe en los hombros y salí de la cocina, dejándola allí con la boca abierta. * Lauren's POV —Lauren, ¿tú sabes cambiar pañales, poner biberones y como cuidar a un bebé? —Dinah estaba al lado de Normani en la mesa y frente a nosotras, Camila y yo. Levanté la mirada de mi ensalada para fijarla en ella. Estábamos en uno de los restaurantes en la playa, y mientras los niños jugaban en el parque, nosotras almorzábamos. —Sé cómo clavarte el tenedor en el ojo. —Normani comenzó a reírse, aunque Camila pasó su brazo por encima de mis hombros. Yo ya estaba con cara de perro gruñón. —No, no sabe, pero eso se aprende. —Dinah comenzó a reírse y yo me alcé un poco para darle con el tenedor en la cara. —¡Que no te rías hija de puta! —Dije cogiéndole las manos para apretarlas, aunque las de ella eran más grandes que yo y me apretaron. —¡Ah, suéltame zorra! —Camila, ¿tienen tres o cinco añitos? —Volví a sentarme en mi sitio enfurruñada, y Camila se echó hacia atrás pasándose la mano por la tripa con un suspiro. —Lucy tiene más madurez que la madre. —Abracé su tripa casi echándome encima de ella, dándole un beso en esta. —Hola Lucía. —Susurré levantando la camiseta de Camila para tener un contacto directo con su piel. —No se llama Lucía. —Achacó Normani, y entrecerré los ojos mirándola. —Estoy practicando para cuando me enfade y tenga que regañarle. 'Lucía, ven aquí'. —Noté una patada de la pequeña contra mi barbilla que me hizo fruncir el ceño, pero a Camila la hizo reír. —No le gusta que la llames así. —Camila me acarició el pelo con ternura, mientras yo le 289

dejaba varios besos en su vientre. —¿De cuántos meses estás ya? —Preguntó Dinah cortando el filete que había en su plato. —Siete y medio. —Camila cerró los ojos con un suspiro, removiéndose en la silla. —Podrías no molestarme, hablo con tus tías. —¿Alguna vez has cogido a un bebé Lauren? —Terminé de masticar bebiendo un sorbo de agua del vaso. —Mmh... Cojo a Maia desde el sofá hasta la cama cuando se queda dormida. Eso sirve, ¿no? —Ambas negaron con los ojos cerrados y miré a Camila algo desesperada. —Camz, ¿tan mala madre voy a ser? —Qué dramática eres. Yo tenía diecinueve cuando tuve y fui madre, sale natural. —Sin azúcares añadidos. —Se mofó Dinah soltando una carcajada, y yo acabé tirándole el plástico en el que venía envuelta la pajita. —Hija de puta. * —Tenemos que comprar ropita de bebé. Que no nos falte nada, y también ropa para Maia. —Decía mientras entrábamos en el centro comercial, aunque yo lo hacía casi a rastras. Estaba demasiado cansada después del entrenamiento pero lo hacía por ella. —¿Nada más que ropa? —No, más cosas que ropa. Un carrito, jabones, cremas, pañales, biberones, ya sabes esas cosas que necesitan los niños. —Yo llevaba el carro con los brazos apoyados en el manillar. En él, ya llevábamos un montón de ropa para Maia, pero ahora tocaba comprar las cosas del bebé. —Espero que sepas tú lo que necesitan los niños, porque veo a esas madres todas alteradas comprando sacaleches y polvos mágicos para que sus hijos no sé, sean inmortales. —Camila soltó una carcajada mientras caminaba delante de mí observando los escaparates de las tiendas. —Cariño, crie a una niña a base de darle el pecho hasta los dos años y con máximo 400 dólares al mes. Créeme que va a ser rápido. Y lo fue. Camila compró ropa, un montón de vestiditos adorables, bodys de dibujos y diversos colores, patucos, y más ropa diminuta que yo me quedé mirando durante minutos asimilándolo todo. Compró un pequeño bote de jabón y un tarro de colonia que decía servirle también a Maia, además de un par de cremitas y polvos talco. Entonces me di cuenta de que estaba pasando y de que íbamos a tener un bebé, de que 290

Camila estaba embarazada de ocho meses y en apenas un mes tendría a mi segunda hija en brazos. Casi me caigo redonda al suelo al darme cuenta de aquello, se me puso la cara blanca y es que quizás no estaba tan preparada como yo creía, ¿o sí? No sé. Camila había criado a su hija sin dinero y teniendo que trabajar día a día para que tuviese ropa, pañales y cuando fue más mayor algo de comida, además de tener un techo para Maia. ¿Pero y yo? Quizás no todos estábamos hecho de la misma pasta y Camila era una superviviente nata, Camila era una madre modélica, una madre ejemplar, Camila era increíble y yo sólo era... Yo era Lauren. Yo hacía que los niños se riesen poniéndome dos patatas en la boca y haciendo la morsa, o jugando con ellos al fútbol. Yo no era una madre así, yo era el típico tío al que todos sus sobrinos quieren porque es el que nunca les regaña. —¿Cariño? —Terminé de meter las cosas en el maletero del coche y entré a su lado en el asiento, mirando al frente. —Te noto... Extraña. —Vamos a tener un bebé. —Solté el aire por la nariz mientras salíamos del parking del centro comercial. —¡Bien! Por fin te has dado cuenta de que lo que llevo aquí no es un melón es tu hija. —Negué soltando una inevitable risa, girando el volante para girar en una glorieta. —Pero... ¿Y si no sé cuidar al bebé? ¿Y si sólo soy un estorbo? —Ella soltó una risa con las manos alrededor de su tripa. —Me dices eso cuando no tuve a nadie que me ayudase con Maia, que ni siquiera pudiese cogerla cuando yo me tenía que duchar porque tampoco tenía carrito. —Paré en un semáforo y la miré, tenía una sonrisa dibujada en su rostro. —Yo no tengo miedo, porque para mí lo que tuve que sufrir ya pasó. Todo el mundo sabe criar a un hijo, está en nuestra naturaleza. Cuando nace es como... Te vuelves otra persona diferente, yo sé que con Maia no has vivido eso porque ya tiene cinco años pero, ver a una cosita tan pequeña débil e indefensa que necesita toda tu atención hace que despiertes. —Arranqué de nuevo con la mirada puesta en la carretera y mi oído en las palabras de Camila. —Imagínate, si yo supe criar a una niña después de una adolescencia de sexo y fiestas... —¿De verdad confías en mí? —Camila puso una mano en mi hombro dándome un suave apretón. —¿Has oído eso Lucy? Mamá me da consentimiento para que te apunte a un equipo de fútbol. —Sus dedos empujaron mi mejilla y yo comencé a reírme. —En la vida voy a dejar que a mis niñas les den esas patadas. —Negué mordiéndome el labio suavemente soltando un suspiro. —No sabes cuánto te quiero, Cabello. —No más que yo a ti, Jauregui.

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Capítulo 51 Lauren's POV La habitación de la pequeña Lucy ya estaba totalmente preparada, entre mi padre, Chris y yo habíamos pintado la habitación de lila, un color que Camila adoraba. Montamos la cuna, una cajonera, el cambiador, y entre todos colocamos la ropita de la pequeña en los armarios. Lo único que no cabía era el enorme paquete de pañales que teníamos justo al lado del cambiador. A Camila le preocupaba un poco cómo reaccionaría Maia ante su nueva hermanita, porque incluso se puso celosa de mí cuando empezamos a salir. Pero a mí no me preocupaba. Yo estaba enamorada de Maia, se me caía la baba al verla al igual que a mis padres. Maia estaba de pie al lado de Camila que ya casi no se mantenía mucho en pie, pero allí estaba preparándole a la pequeña algo para merendar. Un sándwich de jamón y queso, además de un zumo de arándanos que la pequeña ya estaba disfrutando. —No te lo bebas todo que luego no te comes el sándwich, ¿eh? —Dije yo mientras enredaba la correa de Dash en mi mano y la metía en uno de los cajones de la entrada. Cuando Camila fue a darse la vuelta para darle el plato con el sándwich su tripa dio en la cabeza de Maia que dio unos pasos hacia atrás aturdida, mirando a su madre por eso. —Oh dios mío. —Camila se puso una mano en la boca comenzando a reírse, inclinándose para poner las manos en las mejillas de Maia. —Tu barriga me ha pegado. —Camila sólo se reía ante las palabras de la pequeña, dándole un apretón algo más fuerte. —Madre mía... Perdóname cariño, es que no te he visto. —Me acerqué a Maia y la cogí por los costados, alzándola hasta que quedase sentada en la silla de la cocina. —La barriga de mami está ya muy grande, ¿no crees? —Maia asentía mientras cogía uno de los pequeños triángulos del sándwich dándole un bocado mientras miraba a Camila. —Sí. Mucho. —Estiró un dedo para señalarla y luego rio poniéndose las manitas en la boca. —Mira, ven. —Camila extendió la mano para que Maia la cogiese. Abrí la nevera y cogí una botella de aquél zumo pero con sabor a cerezas, lo tomaba desde que tenía uso de razón. Maia prefería el de arándanos por lo que se veía. La pequeña se puso de pie justo al lado de su madre, que se levantó la camiseta y posó la manita de Maia sobre su tripa pero no decía nada. Se mordía el dedo índice un poco y miraba a su madre que frunció el ceño.

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—Espera un momento. —Le dijo a la pequeña que dirigió la mirada a su tripa, y de repente apartó la mano con rapidez mirando a Camila que soltó una risa. —¿Qué fue eso? —Preguntó Camila sonriendo, y Maia negó mirándola desde abajo. —Era tu hermanita. Maia se acercó a la tripa y le dio un beso rápido, porque según ella le daba miedo que se saliera de la barriga de mamá por aquél beso. Después simplemente me la llevé en brazos al sofá, y allí me comí la mitad de su sándwich aunque Camila me regañaba porque se lo tenía que comer entero ella, pero no le hicimos caso. Hice que se bañase, tampoco era muy difícil porque con un simple barco de juguete y un pato de goma Maia podría pasarse horas en la bañera sin rechistar. Después yo hice la cena, pasta con tomate y jamón cocido. Camila se reía de mí porque era todo lo que yo sabía cocinar que no era verdura, y Maia me alentaba a seguir cocinando con su muñeco de Ratatouille. Cayó rendida en el sofá mientras veía esa película, según me había dicho Camila mis padres la llevaron a su casa a la hora de comer y allí estaba Chris. Se ponía a jugar con ella a lo que fuese y daba pie a que ambos acabasen exhaustos. Pero más exhausta acabé yo, aunque a la una de la madrugada me desperté. Las escaleras estaban iluminadas y Camila no estaba a mi lado en la cama. Seguro que estaba desvalijando la nevera otra vez, era algo que llevaba haciendo aquellos ocho nueve meses de embarazo. Bajé las escaleras hasta la cocina y allí estaba Camila, de pie con un bote de nutella en la mano y la cuchara en la boca. Al verme ni siquiera se inmutó, sólo suspiró. —Creo que estoy de parto. —Cerré los ojos y alcé una ceja intentando asimilar aquello. —Qué. —Que creo que estoy de parto. Bueno, no es que lo crea es que... —Se quedó en silencio cerrando los ojos, y vi cómo apretaba la cuchara hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Luego levantó la cabeza hacia mí con una mueca. —Eso era una contracción. —Vale. —Asentí intentando respirar con normalidad. —Vale. —No te alarmes, no te pongas nerviosa. —Vino caminando hasta mí poniendo las manos a los lados de mis brazos. —No me alarmo, no me pongo nerviosa. —Camila asentía despacio y yo asentía con ella. —Ahora necesito que metas a tu hija y mi maleta en el coche y me lleves al hospital antes de que empiece a morirme, ¿sí? —Tomé una bocanada de aire al escucharla abriendo los ojos de par en par. —Eso no me ayuda nada. —Dije expulsando el aire que había tomado.

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—Lo sé, pero tienes que llevarme al hospital. Mientras Camila se cambiaba yo cogí las bolsas que tenía preparada y las metí en el maletero del coche, ella ya estaba dentro, pero yo aún tenía que coger a Maia en brazos. Estaba algo desconcertada pero volvió a dormirse sobre mi hombro de camino al coche. Camila había avisado a mis padres, así que sólo tuvimos que llegar a su casa y ya nos estaban esperando. —Nos vemos en unos días, ¿vale cariño? —Maia asentía somnolienta, dejando que Camila le diese besos por la cara y un último abrazo. * La habitación en aquél hospital era bastante grande a decir verdad, eran apenas las tres de la madrugada así que nada más cambiarse y entrar en la cama, Camila siguió durmiendo. Al ver que ella dormía, yo también lo intentaba pero lo hacía a cabezadas. De repente se despertó apretando las sábanas y yo salté del sillón acercándome a la camilla, pero ella ni siquiera me hacía caso y yo no sabía qué hacer, pero al parecer las contracciones remitieron. —¿Quieres que haga algo? —Ella negó, incorporándose en la camilla para quedar sentada. —Es mejor así. —Soltó un suspiro tragando algo de saliva, y abrió los ojos para poder mirarme. —Estás pálida. —Sí. —Dije con un hilo de voz asintiendo con firmeza a esa afirmación que no iba ni a intentar negar. —¿La campeona del mundo y balón de oro tiene miedo de un parto que no sufrirá ella? —Me senté al borde de la cama con una débil sonrisa y la cabeza gacha. —Lo sufrirás tú, es mucho peor. —Camila esbozó media sonrisa que se tornó en un gesto de dolor y un gemido desgarrado, más bien un alarido ahogado. —Vale, cariño, respira conmigo, ¿vale? —Comencé a tomar y expulsar aire tranquilamente cuando sentí un manotazo suyo en mi mano. —¡CÁLLATE LAUREN! —Se echó hacia atrás con los ojos apretados, creía que había terminado, pero no. Las contracciones no eran cada diez minutos o veinte como en casa, ni mucho menos, comenzaba a ser entre uno y dos. Intenté calmarla poniendo mi mano en su tripa, pero me dio otro manotazo arañándome en la mano. —¡NO ME TOQUES LAUREN, JODER! —Aparté la mano tan rápido que me asusté, creía que iba a desmayarme ahí mismo. Camila se encogía en la cama, intentaba ponerse de pie, se apretaba así misma la tripa, 294

todo ello acompañado de quejidos y a veces gritos de los que yo quería sacarla, pero no podía. Se estaba consumiendo, apretaba el cuello de mi camiseta rompiendo los hilos y ni siquiera había empezado a empujar. Entonces el doctor entró, y por suerte podían ponerle aquella epidural, creo que lo deseaba yo más que ella. Sufrió mucho con el parto de Maia, y no quería que este fuese igual. Entonces, Camila se calmó y volvió a tumbarse en la cama, mirándome con una sonrisa. Estaba perpleja mirando a Camila que estiró una mano hacia mí para que fuese con ella, pero a mí las piernas me fallaban hasta para dar los dos pasos que me separaban de ella. —Mejor ahora. —Dijo ella, pero yo no dije nada porque en ese justo momento el médico volvió a entrar para prepararlo todo. —Vale, Camila ahora tienes que empujar. Cada vez que veas que esos números suben y escuches mi voz, empuja. ¿Vale? —Camila asintió apoyando los brazos a los lados de la camilla, y no tuve ni siquiera que ofrecerle mi mano porque ella me buscó. Cuando la miré a los ojos no tenía una pizca de miedo, todo lo tenía yo. Quizás porque a ella ya no le dolía, pero yo seguía con sus gritos en la cabeza intentando calmarme y pensar que Camila estaba bien. —Agárrame fuerte, ¿vale? —Solté una risa al escuchar sus palabras, dándole un beso en el dorso de la mano. —Y no te rías de mí. —Estaré aquí. —Dije simplemente. La siguiente hora fue algo que se quedaría grabado en mi mente toda mi vida. Cada vez que el médico alzaba la voz Camila empujaba más fuerte y sus dedos se apretaban entre mis manos hasta volverse pálidos, y sus quejidos ahora eran del esfuerzo. Aparté el pelo que caía sobre su cara y se pegaba a su frente, con cada empuje que daba los músculos de todo su cuerpo se tensaban y, agotada, descansaba unos segundos con la respiración agitada, hasta que el médico no dijo que empujase. —Está aquí, Camila, puedes descansar. Nuestra pequeña Lucy nació un 27 de marzo a las cinco de la mañana. Pesó dos kilos quinientos gramos, era diminuta cuando la pusieron en el pecho de Camila nada más nacer. Nació llorando, casi gritando hasta que Camila la abrazó, y es que biológicamente era mía, pero había pasado nueve meses en la tripa de su madre. Era suya. Volvió con un pijama morado y el rostro algo menos hinchado que antes, y la pusieron en los brazos de Camila. Sinceramente en ese momento quería arrodillarme y llorar delante de ellas, pero simplemente lloraba con una sonrisa frente a la cama. —¿Puedo cogerla? —Pregunté sentándome en la cama frente a Camila, y ella sonrió arrugando un poco la nariz. 295

—Es tu hija, Lauren. Cuando la tuve entre mis brazos, sintiendo el calor de su cuerpo, sus manitas moviéndose muy lentamente y un débil bostezo sabía la sensación que Camila me describió meses antes. Haría lo que fuese por cuidarla, porque para empezar no tuve ninguna duda sobre cómo coger a Lucy cuando la tuve en brazos. Todo era natural. Camila's POV Ver a Lauren con nuestra hija en brazos era la imagen con la que había soñado durante mucho tiempo. Jugaba con los dedos de la pequeña y la miró no sé durante cuánto tiempo. La miramos. No hacía nada pero a la vez cada movimiento de la pequeña nos provocaba una lágrima. Quería descansar, sí, quería acostarme y dormir un poco, pero a la vez no podía dejar de mirar a Lucy. —Voy a llamar a mis padres, ¿vale? —Susurró dejándome a Lucy en brazos, que se removió con el ceño algo fruncido. —Está bien... Oye, si esto no te sienta mal... ¿Puedes decirles que no vengan hoy? Estoy realmente cansada. —Apreté los ojos al sentir el beso de Lauren en mi frente. —Por supuesto. —Sentenció saliendo de la habitación. Se me había olvidado aquella sensación de tener algo tan pequeño y frágil entre mis brazos, algo que querías proteger con tu vida porque era lo que más te importaba. Sus mejillas, sus ojos cerrados, sus labios diminutos y el pelo negro que denotaban ser de Lauren; no podía sentirme más feliz por aquello. —Hey Lucy... Soy mami. —Dije con voz dulce, acariciando su mejilla con la yema de mi dedo haciéndola sonreír. —¿Sabes? Tienes que conocer a tu hermana. Lauren abrió la puerta con cuidado, guardándose el móvil en el bolsillo con una débil sonrisa. Se acercó a la cama sentándose en el sillón con una leve sonrisa. —Nadie vendrá hoy. Mientras, deberías dormir. —Acarició mi mejilla con un suave pellizco al final. —Estaré aquí cuando despiertes. —Vale... Quédate con ella. —La alcé un poco para que Lauren pudiese sostenerla en brazos, con una sonrisa. —Muy bien... Estás aquí pequeña. —Besó su frente mientras la mecía, y esa fue la última imagen que tuve de ella antes de caer rendida.

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Capítulo 52 Camila's POV La realidad era muy diferente a la de hacía casi seis años. Estaba feliz viendo a Lauren con Lucy en brazos, o simplemente viéndola dormir. Sabiendo que Maia estaba bien con sus abuelos, y que todo estaba bajo control. Que yo estaba descansada y no había ningún riesgo de que me desangrase como en el parto de Maia. Pero sobre todo porque la tenía a ella obligándome constantemente a comerme todo el plato aunque ya me lo estaba comiendo. —Ya, Lauren, ya, estoy comiendo, ¿no me ves? —Dije riendo recogiéndome el pelo en un moño con una gomilla que deslizaba por mis dedos. —Lo sé, me aseguro de que te entren los nutrientes suficientes. Te podrías desmayar después de tanto desgaste físico. —Volví a coger el tenedor de plástico intentando no reírme, negando un poco con la cabeza. —Lauren, lo único que me ocurre es que me duele y estoy algo cansada. No me voy a morir. Además... —Me metí una cucharada de pasta en la boca alzando las cejas. —Está bien, está bien. Dejo de exagerar. Me dejó comer tranquila, por fin, y comenzó a mirar su móvil con el ceño fruncido. No lo había mirado desde ayer así que tendría miles de mensajes, pero por su rostro denoté que había pasado algo grande. —Camz, Nash está en prisión. ¡Nash está en la cárcel por fin! —Alzó la voz aunque seguía siendo baja, y me llevé una mano a la boca con una gran sonrisa. —Eso es estupendo. Dios, podré ir a comprar sin miedo. —Sí, también mi madre me ha mandado fotos de Maia en la piscina con Chris. —Ladeó la cabeza con una sonrisa y me enseñó el móvil. Maia estaba en los brazos de su tío con el pelo recogido y uno de sus bañadores amarillos, sacándole la lengua a la cámara con la nariz arrugada. —La echo mucho de menos. ¿Cuándo volvemos a casa? —Terminé de comer apartando la bandeja y estiré los brazos para que me diese a Lucy. Al igual que con Maia, no podía estar un segundo separada de mi pequeña. —Mañana, o eso me dijeron los médicos. —La sostuve entre mis brazos una vez más, observando aquellos grandes ojos grises que se volvieron a cerrar. Cogí uno de sus pequeños piececitos, y lo observé sonriendo un momento, aunque luego fruncí un poco el ceño. Tenía una mancha en el empeine. —Lauren, ¿puedes llamar al médico? —Ella se acercó tan rápido como me escuchó.

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—¿Qué pasa? —No dejé de mirar la mancha, acariciándola un poco por encima. —Tiene una mancha en el pie. ¿Crees que será malo? —Levanté la mirada hacia ella, que negó lentamente con el ceño fruncido. —No, yo tengo una exactamente igual. —Lauren se levantó un poco el pantalón y me enseñó el tobillo. —¿Ves? —Aw... —Hice un puchero mirando a Lucy, dándole un besito en la marca que tenía en su piececito. —Eres igual que mamá. * El trayecto a casa de los padres de Lauren se me hizo eterno, lo único que hacía era mirar a Lucy que echaba babas y hacía pompitas, así que mi pasatiempo fue limpiarle la boca con una gasa durante todo el camino. Me dejaba embobada, llevaba puesta una pequeña cinta en el pelo con una florecita encima, además un vestidito azul precioso que Clara le había regalado. —¿Vas bien? —Lauren cogió la sillita en la que iba Lucy, y yo caminaba poco a poco pero me las apañaba bien para ir a la puerta, aunque con algunas muecas. —Bueno... La verdad es que duele un poco. —Musité atravesando el jardín. —Tú siempre quitándole importancia al dolor. —Rio con algo de ironía, llamando al timbre. Clara abrió la puerta llevándose las manos a la boca al vernos, y es que era un verdadero shock encontrarse con su nueva nieta por primera vez. Llenó la cara de besos a su hija que arrugó la nariz, apretando sus mejillas con fuerza para luego abrazarla. Y a mí no dijo nada, simplemente me abrazó incluso más fuerte que a Lauren, cogiendo mis mejillas para poder mirarme bien. —¿Estás bien? ¿Todo bien? —Asentí con una gran sonrisa, bajando la mirada hacia la pequeña Lucy que bostezaba en la sillita. —Todo bien. Entramos en casa y se escuchaban voces en el salón, algunas risas, mientras, Clara me ayudaba a avanzar poco a poco, paso a paso hasta aparecer en el salón donde Mike y Taylor hablaban. —¡Madre mía! ¿¡Ya estás aquí!? —Mike se levantó rápido sonriendo de medio lado, aproximándose hasta nosotras. Nos abrazó, y a mí se me quedó mirando un momento con una sonrisa antes de envolverme entre sus manos de una forma reconfortante, casi como si fuese Lauren. Luego se agachó sobre la sillita de Lucy y la cogió, aunque la pequeña se resistió un poco al principio haciendo muecas y amenazando con llorar, pero al final acabó abriendo los 298

ojos en los brazos de Mike. —Wow, es igual que Lauren cuando nació. Justo cuando estuve frente al sofá, Chris apareció con Maia a su lado. Me senté en el sofá y ella se percató en que era yo, así que comenzó a correr desde el jardín hasta mí. —¡Mami! —La abracé cuando llegó a mis brazos, notándola incluso más pequeña que cuando me fui y es que para mí seguía siendo aquél bebé de hacía seis años. —Ay, cielo, te echaba tanto de menos. —Susurré sentándola en mi regazo apretando los labios para contener las lágrimas que iban a salir en poco tiempo. —¿Me has echado de menos? Porque yo me he acordado de ti todos los días. —Comencé a darle besos por la cara algo sonoros, haciéndola reír, justo como Clara hacía con Lauren. —Te eché mucho.. De menos. —Terminó de decir jugando con mi mano, mirándome luego con una sonrisa. —¿De verdad? —Maia asintió apretando mis dedos entre sus manitas, justo como hacía cuando simplemente era un bebé, y eso me daba aún más ganas de llorar. —No llores mami, te quiero. —Se abrazó a mi cuello dándome un beso en la mejilla, pero eso hacía que mis hormonas incluso se revolucionasen más. —Ven, dame un beso. —Me quité las lágrimas con los dedos y me incliné, dándole un pequeño besito a la pequeña. —Muá. Lauren se sentó a nuestro lado en el sofá y apoyó la cabeza en mi pecho mirando a Maia, que se echó encima de Lauren abrazando su cabeza, luego le dio un tímido beso en la frente. —Te quiero Mai. ¿Quieres conocer a tu hermanita? —La pequeña asintió algo recelosa, pero yo la abracé mientras Lauren iba en busca de Lucy. —Sí. —Asintió sin dejar de acariciar mi mano. Lauren se sentó de nuevo a nuestro lado con Lucy en brazos y giró su cuerpo hasta quedar frente a Maia que se inclinó para mirar a su hermana pequeña. La observó durante un momento con los labios entreabiertos, y luego me miró a mí algo perpleja. —¿Estaba en tu tripa? —Ajá. —Puso un dedo en mi vientre y luego alzó la cabeza para mirar a Lucy en los brazos de Lauren. —¿No le vas a dar un besito? —Maia asintió lentamente, inclinándose para dejar un beso en la cabeza de Lucy, encogiéndose luego en mi regazo. Recuerdo que cuando nació Sofi yo reaccioné algo distante, porque en principio yo no quería una nueva hermana que me alejase de mis padres. Simplemente me dediqué a mirarla en la distancia, y a ver cómo a mis padres se les caía la baba con Sofi, pero 299

conforme yo la quería. Siempre estaba mirándola, pendiente de que no se llevase nada a la boca y aprendiese andar. Pronto, mi hermana comenzó a reconocerme y a querer estar conmigo todo el día. Pero ahora era diferente, porque Maia miraba a su hermana pequeña curiosa, porque nunca había visto un bebé así de cerca. *** —¿Estás segura de que estás bien? ¿No necesitas nada? —Lauren intentaba quitarse la pulsera de identificación del hospital a tirones, mordiéndose el labio inferior para emplear más fuerza. —No, cariño, no. —Me acerqué despacio a ella con una mueca y la tomé de la muñeca, cortando la pulsera de plástico blanco. —A veces es mejor maña que fuerza, ¿eh? —¿Cómo crees que se lo ha tomado Maia? —Preguntó en voz baja abrazándome contra ella, dejando un beso tierno sobre mi pelo. —Bien. —Respondí con seguridad, rodeando su cintura con mis brazos. —Me preocupa el hecho de que no quisiera cogerla en brazos. —Quizás es porque tiene cinco años y le da miedo tirar al bebé, ¿no crees? —Apoyé la barbilla en su pecho mirándola de una manera casi acusatoria. Hablaba Lauren Jauregui, campeona del mundo y Balón de Oro 2016 que tenía miedo de coger a su hija en brazos. —Vale, vale, vale. —Se dio por vencida, ladeando la cabeza con una sonrisa tierna y recelosa. —Tú ganas. —Siempre gano yo. —Entrecerré los ojos tirando de la camiseta de su pijama hasta besarla como antes lo hacía. Odiaba estar tantos meses sin poder abrazarla como quería, o besarla de esa forma profunda porque si empezábamos no parábamos. —Mmh... —Me separé de ella poniéndole un dedo en el pecho. —No. —¿Cuándo vamos a follar otra vez Camila? Me estoy MURIENDO. —La aparté con un dedo negando con la cabeza y una sonrisa pícara. —Dos meses. * Eran las tres de la mañana y los llantos de la pequeña Lucy comenzaron a escucharse, pero aún más en la habitación de Maia que dormía justo a su lado. Comenzó a removerse en la cama, hasta que se dio cuenta de que era su hermana menor la que lloraba de una forma tan ruidosa. Pero nadie acudía en su ayuda, si nadie iba a por ella era porque sus mamás estaban durmiendo, y si dormían era porque debían de estar cansadas del viaje que hicieron para traer a su hermana a casa. Maia bajó de la cama frotándose un ojito con el pelo enmarañado y se asomó a la habitación de Lucy con un puchero. No podía verla en la oscuridad, así que entró 300

acercándose a la cuna con pasos cortos. —Nooo... —Susurró negando poniéndose las manitas en la boca. —No puedes llorar, vas a despertar a mami y a mamá... —La pequeña hizo un puchero, negando, mirando a la puerta asegurándose de que no las había despertado, y se mordió la punta del dedo índice mirando a su hermana. —No llores Lucy, por fi... —Dijo en voz baja, pero su hermana comenzó a llorar incluso más alto, asustando Maia que hizo un puchero encogiéndose en su sitio. Entonces vio algo al lado de la cabeza de Lucy, era su chupete. Recordaba que lo llevaba cuando la vio por primera vez y quizás lo echaba de menos. A ella también la ponía triste cuando perdía algo. Maia estiró la mano por las rejas de la cuna hasta coger el chupete con su manita, y lo colocó en la boca de su hermana, que lo atrapó así dejando de llorar. Cuando se dio la vuelta, Lauren estaba de pie en el umbral de la puerta con las manos en la cintura y los ojos entrecerrados. —¿Qué haces aquí? —Preguntó su madre. Maia negó, temía que le regañase porque según sus amigos del cole le habían dicho los papás se portaban mal con ellos cuando un bebé nacía en casa. —Nada mami. —Se frotó el ojo con un puchero y luego pasó su manita por la mejilla agachando la cabeza. —Yo no la hice llorar, ella ya lloraba mami yo quería calmarla... —Lauren sonrió, entró en la habitación y cogió a Maia en brazos dándole un beso en la mejilla. —Lo sé. ¿Quieres dormir con mamá y conmigo? —Lauren caminó por el pasillo mientras Maia asentía frotándose los ojos, recostando su cabecita en el hombro de su madre. Al llegar a la habitación Camila esperaba a Lauren con un ojo medio abierto, que terminó de abrirse al ver que traía a Maia en brazos. —¿Qué ocurre? —Lauren sonrió cruzando hacia su lado de la cama sin soltar a la pequeña hasta que pudo tumbarla con comodidad. —Ha hecho que Lucy deje de llorar. —No quería que os despertase y lloraba mucho... —Se encogió en la cama mirando a Camila, que la abrazó contra ella fuerte, acariciando su pelo con los dedos. —Te quiero mucho cariño. —Susurró Camila al oído de su hija que asintió adormilada entre los brazos de su madre. —Y yo a ti mami.

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Capítulo 53 Camila's POV —Cariño, tienes que decirle a la profesora de Maia que la semana que viene iré a hablar con ella. —Mientras yo ponía las tortitas en el plato, escuchaba simplemente el sonido de Lauren y Maia desayunar. —Lauren. —Puse el plato en la mesa y ella alzó la mirada hacia mí con las mejillas llenas de aquella tortilla de claras de huevo y atún. Tragó de una forma pesada, asintiendo mientras se bebía aquél zumo de naranja. —Mmh... Sí, vale, la semana que viene. ¿Para qué quieres hablar con ella? —Me senté en la mesa colocándole bien a Maia el cuello del polo blanco, girando la mirada hacia Lauren con el ceño fruncido. —Para ver si todo va bien en el colegio, los niños, ya sabes. —Aquél tema de Maia y los niños me estresaba bastante. Esperaba que aquello que Lauren me contó quedase en una anécdota y nada más, porque entonces la cambiaría de colegio de nuevo sin duda alguna. —Está bien. —Lauren se levantó mirando el reloj, señalando a Maia que sonreía terminándose de comer los cereales de su cuenco. —Vámonos princesa, llegamos tarde. Lauren cogió las llaves del coche y la mochilita de Maia, a la que yo le limpiaba la cara de chocolate, y luego le llené las mejillas de besos, en la frente, incluso en la nariz, mientras sostenía su mejilla con la mano. —Te quiero. Cómete todo el desayuno, ¿me oyes? —La pequeña asentía rápido, corriendo hacia Lauren que extendía su mano para irse con la pequeña. Me levanté y caminé hacia Lauren, cogiendo sus mejillas para darle tiernos y seguidos besos, el último en la nariz. —Y tú... —Ella alzó las cejas al escuchar mi intento de amenaza. —Estaré aquí a media mañana. Te quiero cariño. —Dijo eso último saliendo por la puerta. —Hasta luego mami. —Maia me decía adiós con la manita y una sonrisa mientras cruzaban el jardín. Recogí la cocina, no tardé mucho porque tampoco había muchas cosas en medio de la mesa. A mi lado estaba Lucy en su carrito, durmiendo como casi siempre. A veces abría los ojos y me miraba, o quizás no me miraba a mí y miraba a la nada, lo único que sabía es que adoraba cuando comenzaba a hacer aquellos ruidos con la garganta, o simplemente apretaba los puños un poco. —Oh, no, no, cariño... —Comenzó a llorar de la nada, así que la cogí en brazos calmándola un poco mientras me dirigía hasta el sofá. —Dame un momento, cielo. Con una sola mano comencé a desabrocharme la camisa, lentamente, colocando luego a la pequeña justo frente a mi pecho, notando la succión instantánea de su boca. En ese instante mi móvil comenzó a sonar, Dios, no daba un suspiro. Era Dinah. 302

—Hey teen mom. —Solté una risa al escuchar aquellas palabras de Dinah. —Eres imbécil. —Lucy estaba apoyada en mi brazo, y con la otra mano sostenía el móvil. —¿Cómo estás? ¿Qué estabas haciendo? —Bajé la mirada hacia Lucy, que comía sin importarle mucho lo que yo hiciese, con la leche casi rebosando por la comisura de sus labios e intenté limpiarla con la gasa. De fondo, el informativo de las mañanas. —Estoy bien, dándole el pecho a Lucy. —Fruncí las cejas esbozando una débil sonrisa, observando cómo en la tele reponían la sección de deportes del día anterior. —¿Cómo lo lleva Maia? Sé por experiencia que no siempre se lleva bien eso. —Pues... Por lo que Lauren y yo vemos lo lleva bien. Es decir... El otro día Lucy estaba llorando y despertó a Maia, entonces bajó de la cama y la calmó. Le volvió a poner el chupete que se le había caído. —Awww, Mila eso es adorable. En realidad tu hija es adorable siempre, es muy educada. —Que me dijese aquello alguien que no fuese Lauren o sus padres hacía que me llenase de orgullo por el simple hecho de que yo la había educado. —Bueno, ¿y Lauren ha follado ya o no? —Madre mía, ¿y a ti qué te importa? —Fruncí el ceño poniendo el móvil entre mi hombro y mi oreja, colocando mejor el pecho en la boca de Lucy que aún no había parado. —Pues porque me lo cuenta. Es decir, no cómo folláis sino que no folláis. —Rodé los ojos soltando un pesado suspiro que se escapó casi sin querer de entre mis labios. —Acabo de tener un hijo, ¿de verdad crees que me voy a poner a tener sexo ahora? No puedo, quiero pero no puedo hasta dentro de cuatro semanas. —Volví a coger el móvil con la mano, viendo aparecer a Lauren en la tele en uno de los entrenamientos. —¿Y? Te puedes masturbar. —Me quedé en silencio apretando las cejas mientras negaba. —Dinah, eso no es tener sexo. —No, no me refería a eso. Me refería a que si te puedes masturbar, podéis follar. Y más vosotras, sois dos tías. Mi marido no se quedaba satisfecho porque los tíos para esas cosas son limitados, pero nosotras sí. —Solté una risa negando, pero sin quererlo estaba atendiendo a las cosas que Dinah me decía. —Es decir, cuando haces la tijera es lo mismo que masturbarse pero con... —¡Dinah! —Ella comenzó a reírse, pero yo sabía que en cierto modo llevaba razón. —El caso es que te puede tocar pero no puede meter. —Apreté los labios al escucharla, ¿estaba loca por escuchar aquellos descabellados consejos de mi amiga? No lo sabía, pero lo que sí sabía es que tenía las hormonas revueltas a tiempo completo.

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—Vale, Dinah, ya te contaré que tal, hasta otra vida. —¡Per...! —Colgué. * Después de recoger la casa y limpiar un poco —aunque Lauren me dijo que esperase a que llegase ella, no me iba a quedar sentada de brazos cruzados con Lucy en brazos pudiendo hacerlo yo misma— Lauren llegó sobre las once de la mañana. La pequeña estaba durmiendo en su sillita justo frente a mí mientras yo, sentada en el sofá, ojeaba la portada de Calvin Klein de Lauren. Jesús, aquello no podía ser normal. —Buenas. ¿Qué haces? —Se acercó a mí tras el sofá, inclinándome para besarme boca abajo. —Esperarte. ¿Puedes llevar a Lucy a su cuna? Estoy bastante cansada. —Hice una mueca a la que ella sonrió como respuesta, cogiendo a su hija en brazos con el mayor cuidado posible. Mientras Lauren acostaba a Lucy, yo subí a nuestra habitación antes de que ella llegase, que no tardó mucho. Cuando me vio allí, puso las cejas gachas con la cabeza ladeada. —¿Qué pasa? ¿Me tienes que contar algo? —Me levanté de la cama cruzándome de brazos fingiendo estar enfadada. —¿Cómo que qué pasa? —Abrió los ojos algo sorprendida por mi reacción. —Me prometiste que después del embarazo te pondrías en ropa interior delante de mí, justo como en la portada de esa revista. —Pero Camz... —Negué con el dedo delante de mi cara y una sonrisa pícara. —No, no, no. Lo prometiste. Vamos. —Lauren apretó los ojos humedeciéndose los labios, resoplando un poco al final. Se quitó la camiseta sacándosela con ambas manos por la cabeza, quedando en sujetador, el mismo que llevaba en la revista. Se desabrochó el pantalón con un movimiento rápido de dedos, aquella estampa era realmente excitante. Era extraño, pero ver a Lauren quitarse el pantalón delante de mí me encendía aún más. Cuando quedó en ropa interior delante de mí se puso las manos en la cintura, ladeando la cabeza. —¿Ya? —Alcé las cejas negando. Me levanté de la cama acercándome a ella mientras me mordía el labio, arrugando un poco la nariz. —Oh no... ¿No querrás que me tumbe en la cama? —Sí. —Asentí haciendo un puchero, tirando de su brazo y ella negó enfurruñándose mientras caía en la cama y se tumbaba, colocándose las manos detrás de la cabeza.

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—¿Ya? —Volvió a preguntar, pero esta vez simplemente gateé por la cama hasta quedar encima de ella, con una pierna a cada lado de su cuerpo. —Oh no... Sh, no. Quieta. No hagas esto. —¿Por qué? —Pregunté quitándome la camiseta dejándola a un lado en la cama, sin quitar el puchero de mi rostro, y me incliné un poco hacia Lauren. Tenía su mirada fija en mis pechos con los labios entreabiertos. —Oh joder. Porque... —Carraspeó intentando aclararse las ideas. —Porque tú... No puedes... No podemos porque... Hasta dentro de dos meses... —Acerqué mi boca a la suya para besarla lento, profundo, húmedo, lamiendo cada centímetro de su lengua, fundiéndola con la mía hasta separarnos. —Sabes... Podemos... —Pasé los dedos por mitad de su abdomen suavemente, acariciándolo con cuidado. —Sin tener que... —Presioné estos contra su piel, alzando la mirada a Lauren que entreabría los labios al escucharlo. —¿Entiendes? —Oh... —Lauren se quedó con los ojos abiertos y los labios con forma circular, mirándome perpleja. —Oh. —Repetí yo mientras asentía. —Vamos Jauregui no tenemos todo el día. —Mascullé desabrochándome el sujetador dejándolo junto a mi camiseta. Lauren se movió rápido pero con la dulzura mínima para tumbarme en la cama, bajando las manos por mi cintura hasta apretar mis nalgas entre sus manos, haciéndome jadear contra su boca. Hacía demasiado tiempo que no me tocaba de aquella manera, que no me sentía tan deseada. Su boca no tardó mucho en dejar mis labios para instalarse en mis pechos, entre ellos, o jugueteando con mis pezones de forma suave y delicada, arrancándome jadeos y pequeños gemidos con el simple movimiento de su lengua. Su boca dio besos húmedos por mi abdomen, algo abultado después del parto, no mucho, tampoco me preocupaba porque no era nada exagerado y a Lauren no parecía importarle nada. Las manos de Lauren acariciaron la cara interior de mis muslos a la vez que abría mis piernas con delicadeza. Apoyé mis codos en la cama, bajando la mirada a Lauren que hundía la punta de su lengua en mi sexo. Apreté los dedos cerrando los puños, sintiendo cómo comenzaba a moverse sobre mi clítoris lentamente, me estaba matando. Jadeé mientras observaba a Lauren mover la cabeza entre mis piernas, echando la cabeza hacia atrás. —Y yo que pensaba que necesitarías lubricante... —Se burló de mí en el momento que se separó para tomar aire. —Con la boca llena no se habla. —Puse la mano en su cabeza empujándola contra mi sexo, que comenzó a succionar y a estimular con aún más fuerza. Su lengua iba en todas direcciones, en todas formas, dejándome a mí totalmente rendida 305

en la cama con el cuerpo absolutamente en tensión. No podía soportarlo más, estaba demasiado sensible como para aguantar aquél remolino que tenía Lauren por lengua y hacía lo que quería conmigo. Me tenía gimiendo, con la espalda arqueada, hasta que sopló sobre mi clítoris hinchado; entonces me deshice en gemidos. Lauren subió dando besos por mi abdomen, colándose entre mis pechos con suaves mordiscos algo fuertes, lo suficiente para dejar marcas en mi piel y comenzó a besarme de nuevo de esa forma dulce y lenta. —Casi se me había olvidado lo bien que... —Le puse en la mano en la boca justo cuando iba a terminar la frase, negando algo sonrojada. La apartó suavemente sonriendo con el ceño fruncido. —Me dices que con la boca llena no se habla, ¿y te da vergüenza que te diga lo bien que sabes? —Sí. —No había nada más provocativo que aquella sonrisa lasciva en los labios de Lauren. Volvió a echarse sobre mí, pero cuando quise quitarle la ropa interior metiendo mis dedos por el elástico escuché el llanto de Lucy, y Lauren se incorporó haciendo una mueca pasándose las manos por la cara. —Y sigo sin follar. Joder. —Empecé a reírme a carcajadas rodando por la cama mientras ella salía por la puerta para coger a Lucy. —¡Ya te pillaré Cabello! Ya te pillaré. En aquél minuto en el que Lauren calmaba a Lucy, aproveché para entrar al baño y darme una buena ducha. Quizás algo larga, pero después de pasar tanto tiempo con Maia, ahora con Lucy y aún más tiempo enseñando a Lauren a cambiar pañales en aquellas semanas me debía un descanso de pocos minutos para estar conmigo misma. Ahora tenía dos hijas, dos, y sí, el matrimonio con Lauren se había consolidado por fin después de todo. Lauren había pasado de ser la chica con la que salía, que estaba casada conmigo y era madre de Maia a ser completamente mi mujer, y con eso iba implícito que teníamos una familia. Nos había costado, quizás porque desde el principio nunca tuvimos tiempo a solas, o porque no vivíamos en la misma casa, pero nuestra situación había sido un tanto extraña. Ahora éramos un matrimonio modelo. Salí del baño con el pelo ya seco recogido en una coleta y un vestido amarillo de lino, fresco para estar por casa. Bajé las escaleras hasta el salón y allí estaba Lauren meciendo a Lucy sólo con un pantalón corto deportivo puesto color rojo. —¿Por qué no te has vestido? —Pregunté con el ceño fruncido, observando a la pequeña mirar a su madre entre los brazos de Lauren. —Porque si la suelto llora. —Alcé las cejas al escuchar sus palabras y entonces recordé algo. —La enfermera me dijo que los niños siempre tienen una conexión especial con su madre porque, ya sabes, ha estado nueve meses dentro de mí y eso une mucho. —Lauren se 306

quedó en silencio con los ojos entrecerrados sin entender muy bien lo que quería decirle. —El caso es que me dijo que es bueno que los padres o tú en tu caso os pusieseis al bebé en el pecho desnudo. —¿Es una excusa para verme las tetas? —Frunció las cejas agachándose para mirar a Lucy, besando su nariz con ternura. —No necesito excusas si quiero verte las tetas. —Lauren abrió los ojos levantando la cabeza. —Wow, razón de peso. Lauren se sentó en el sofá con Lucy apoyada en el pecho, aunque llevaba sujetador era más que suficiente. Para ser sinceros, casi no pasaba mucho tiempo con Lucy por miedo a que Maia se pusiese celosa, así que me senté a su lado apoyando la cabeza en su hombro. —¿Quieres cogerla? —Preguntó Lauren, sonriendo de medio lado. —Vamos, es tu hija, es igual que Maia. No vas a privar a Lucy de lo que sí tuvo Maia, sería injusto para ella. —La puso en mis brazos, y la realidad era que todo se hacía distinto cuando tu hija aún es un bebé. Se me caía la baba viéndola, era verdad, pero es que habían pasado tan pocas semanas que tenía que estar con ella. —Es preciosa. Se parece a ti. —Besé la mejilla de la pequeña que bostezaba y apretaba las manitas. —Quizás. —La vi vestirse al lado del sofá, recogiéndose el pelo con una gomilla mientras me miraba. —Y Maia eres tú en tu versión rubia de ojos azules. —Sonrió abrochándose el pantalón, acercándose luego a mí para dejar un beso en mis labios. —Por cierto, voy a recogerla. —No te olvides de comprar leche por el camino. —Alcé la voz mientras la veía irse por la puerta. —Ni ti ilvidis di cimprir lichi pir il cimini. —Movió la cabeza burlándose de mí. —¡Inútil! —Grité aguantándome la risa. —Ahora vengo, cariño. —Esbozó media sonrisa lasciva antes de cerrar la puerta de casa. Me dejó con una sonrisa, mordiéndome el labio y negando, pensando en cuánto la quería.

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Capítulo 54 Lauren's POV —Mami... —Las manitas de Maia se movían sobre mi pecho. Mierda, me había quedado dormida en la cama de la pequeña. —Ahora no Mai... —Me di la vuelta en la cama sin importarme, pasándole un brazo por encima para atraerla a mí. La hizo soltar una risa, acomodándose contra mi pecho. Maia comenzó a dar pequeños toquecitos con su dedo en mi mejilla, y abrí los ojos con el ceño fruncido, haciendo que la pequeña bajase la mano algo arrepentida. —¿Quieres que vayamos abajo con mamá? —Maia se apartó el pelo de la cara con las manitas, algo torpe. Me bajé de la cama y le recogí el pelo mientras Maia se frotaba los ojos con las manitas, y luego, me miraba algo somnolienta. La cogí en brazos y se enganchó directamente a mi cuello, bajando al salón donde mis padres estaban hablando con Camila. —¡Abuelo! —La dejé en el suelo y corrió hacia mi padre que estaba más cerca, y la cogió en brazos. Iba simplemente con una camiseta con un elefante dibujado delante, y es que en Miami el calor no era muy normal. —Mami se ha quedado dormida en mi cama. —Le dijo a mi padre mientras le apretaba las mejillas. —Genial, creía que era un secreto Maia. —Ella se escondió entre los brazos de mi padre, abrazándose a su cuello. —¿Te ibas a quedar dormida en vez de bajar a ayudarme? —Camila me señaló con el ceño fruncido, aunque en realidad no estaba enfadada y lo sabía. —No, por supuesto que no cariño. Claro que no, qué cosas tienes. —Fruncí el ceño acercándome al carrito de Lucy, cogiéndola en brazos aunque hacía algunos soniditos con la garganta. —Voy a cambiarle el pañal. —Ya está cambiada. —Camila finalmente soltó una risa, y miré a Lucy contra mi pecho que tenía los ojos abiertos al igual que la boca. Maia también reía con mi padre. —Bueno, me voy con Lucy ya que es la única que me quiere aquí. * Maia había insistido tanto en ir a casa de sus abuelos que al final Camila cedió y la dejó irse a pasar el día allí y a dormir. Mientras, yo estaba en el jardín, tumbada en una hamaca con Lucy en mi pecho. Aunque estaba en unos aquellos bikinis que Calvin Klein me había regalado, Camila decía que era bueno que la tuviese así un poco cada día y a mí me encantaba hacerlo aunque no lo dijera. —¿Te gusta tomar el sol, huh? —Con una mano sostenía a Lucy en mi pecho, que con aquél mes y medio de vida ya comenzaba a moverse algo más. Pero aunque ver a Lucy 308

en mi pecho apretando sus puños y manchándome de baba era genial, a eso se le sumaba Camila caminando por el borde de la piscina. Me puse las gafas de sol porque la luz me daba directamente en la cara y no veía nada, probablemente Lucy heredaría esa sensibilidad en los ojos. Camila andaba alrededor de la piscina con un bikini blanco que contrastaba con su piel tostada, morena, con las piernas largas y torneadas, brillantes por las cremas y... Solté un suspiro. Su culo. Parecía que no había tenido un bebé hacía un mes y medio, estaba justo como antes del embarazo. Aunque a mí me parecía increíble, a Camila no tanto. Hacía ejercicio, o eso me decía. No era como yo, pero lo suficiente para volver a estar así. De esa manera en la que la línea de su vientre bajaba hasta su ombligo, y sus pechos casi no cabían en aquél bikini. Camila dio un salto en la piscina, zambulléndose de cabeza. Vi su sombra bajo el agua, apareciendo en el medio con los ojos cerrados para peinar su pelo hacia atrás. Era una auténtica modelo y ella ni siquiera lo sabía. Salió de la piscina estrujándose el pelo para que cayese el agua sobre el césped, y vino caminando hacia mí. —¿Está fría? —Pregunté yo, y ella frunció el ceño negando, agachándose a mi lado para mirar a Lucy. —Hola cosita. —Ponía esa voz aguda para hablarle, y la pequeña comenzaba a sonreír al escuchar la voz de su madre. —¿Te gusta estar con mami? ¿Sí? —La risa contagiosa de Lucy chocaba contra mi pecho, y sacaba la manita para coger a Camila, pero esta dio un beso en la palma de su mano. —Madre mía con Karla. —Carraspeé incorporándome para dejar a Lucy en la sillita, entre las dos hamacas. —¿Qué pasa conmigo? —Camila frunció el ceño metiendo la sillita de Lucy un poco más hacia la sombra, cogiendo el bote de crema para echárselo por los brazos. —Venga ya... —Solté una risa mirándola, con el pelo mojado, ondulado cayendo a un lado de sus hombros. —Mmh, no sé de qué hablas. El caso es... ¿Estará Maia bien? Es decir por tus padres... —Cogió el móvil con un pequeño suspiro, tumbándose mientras miraba a Lucy. Podía hacerlo todo a la vez, era alucinante. A mí aún me costaba llevar de la mano a Maia y a Lucy en brazos. —Claro que están bien, Camila. —De todas formas, ella llamó. —Clara, soy Camila. —Soltó una risa por algo que le diría mi madre, y ella se metió un mechón de pelo tras la oreja, dándole a Lucy un juguete de goma relleno de gel para que pudiese morderlo con facilidad. —Todo bien, ¿no? No, no es que me da miedo que os de mucho trabajo. —Me levanté de la hamaca recogiéndome el pelo con una gomilla, 309

moviendo el cuello de un lado a otro para crujirlo. —Vale... Hasta mañana. —No llegó a colgar, me miró con el ceño fruncido cuando ya sonaba su móvil. —¿Quién es? —Pregunté ladeando la cabeza. —No lo sé, no conozco el número. —Aun así descolgó, llevándose el móvil a la oreja mirándome con las cejas gachas y algo desconcertada. —¿Sí? Ajá... Sí, soy yo. —Hizo una mueca de no saber nada. —Oh, vaya. Ahá... ¿Conmigo? —Se señaló a ella misma levantando la mirada hacia mí. —Pero... Es decir, yo no sé mucho sobre eso. Está bien, sí... Tendría que hablarlo de todas formas, muchas gracias. —Colgó y se quedó mirando el móvil, luego me miró fijamente a mí. —¿Qué pasa? —Dije algo asustada abriendo los ojos, tomando una bocanada de aire. Las malas noticias llegaban de sopetón. —Me han ofrecido hacer una portada de GQ... Contigo. —Me agaché abriendo más los ojos soltando una risa, tumbándome en su hamaca ya que ella estaba sentada al filo. —¡Sí! Te lo dije. Eres una modelo. Eres modelo. —Pasé la mano por su espalda y ella se tumbó contra mi pecho, dándome un golpe en el abdomen. —¡Ah! —No soy modelo. No sé posar ni esas cosas que tú haces. —Me incorporé de lado con un brazo apoyado en la hamaca casi ofendida. —Pero si andas como una modelo, te colocas el pelo como una modelo, madre mía. Y yo cuando me tumbo soy... Soy como mi padre. —Tus portadas en las revistas no dicen lo mismo. —Entreabrí los labios y cerré los ojos. Golpe bajo. —Quiero hacerlo, pero me da miedo porque no sé cómo posar. —¿Confías en mí? —Claro que confío en ti. Cogí su muslo y lo levanté un poco, acariciando la parte trasera, su miel húmeda y casi pegajosa por el agua se hundía bajo mis dedos. Me eché el pelo a un lado con la mano, para que cayese así algo más ondulado. Miré sus labios y noté que ella miraba los míos, subiendo sus manos por mis brazos y alzando su boca hasta llegar a la mía con los labios entreabiertos. Iba a besarme, pero me separé. —Ahora estás posando. —Se separó de golpe de mí con las mejillas totalmente sonrojadas, tapándome la boca con la mano para que no hablase, pero me retiré a tiempo. —Sólo tienes que mirarme así, y dejarte llevar. —Pero, ¿seguro que no haré el ridículo? —Se mordisqueó el labio inferior y ladeé la cabeza negando. —Después de todo lo que has pasado para criar a una hija sin nada, ¿me vas a decir eso? —Camila sonrió abrazándome, y yo la abracé escondiéndome en su cuello, porque 310

sabía que llevaba toda la razón. *** —¿Seguro que no me dolerán los parches en las tetas? Oye, que como al quitármelo me haga daño te denuncio. —Le decía a la maquilladora, que me ponía algo de sombra por el pecho y el cuello. A Camila no le había hecho gracia la idea de que fuésemos desnudas. Bueno, más que desnudas... Sin sujetador. Por eso habíamos decidido ponernos unas pegatinas negras en la zona de los pezones que yo no paraba de mirar. Era raro. —Que no duele, Lauren, llevan una esponjita. —Suspiré cerrando los ojos, porque me daba los últimos retoques en la sombra. Me miré al espejo, mis ojos cobraban más profundidad, se agrandaban y el verde de mis ojos se hacía incluso más intenso. Cuando la maquilladora se fue, me puse el pelo como me dio la gana mientras salía de la habitación y veía a Camila con un albornoz puesto. Al menos llevábamos unos jeans ajustados puestos, pero no creo que la consolase. —Ehh, quítate eso. La gracia está en que te puedo ver las tetas. —Dije en voz baja provocando su risa, aunque acabó con un golpe en mi brazo. —¿Estás nerviosa? —Mmh... —Camila apretó los labios mientras se quitaba el albornoz y lo dejaba en una de las sillas. —No mucho la verdad. —¿Y eso? —No me dio tiempo a mirar sus pechos cuando me tomó del cuello e hizo que me agachase para que pudiese hablar en mi oído. —Que estoy cachonda. —Susurró con la voz más grave que pudo, y se separó de mí con una sonrisa inocente de oreja a oreja, dejándome con cara de idiota. —Vamos Lauren. —Tiró de mi mano a la vez que la directora nos llamaba con la mano para que nos pusiésemos en el centro de aquél plato. —Muy bien chicas, vamos a empezar. Uhm... Lauren, túmbate en el suelo con los codos apoyados e incorporada, pero no mucho, sino... Que quedes lo suficientemente tumbada como para que Camila pueda estar encima de ti. —Asentí frotándome las manos dirigiéndome al centro. —Ponedme algo de música, que si no, no me inspiro. —Todos soltaron una risa mientras yo me sentaba en el suelo con los codos apoyados. De fondo; Do I Wanna Know. —Ahora Camila túmbate sobre Lauren, ponte entre sus piernas y... Que vuestro pecho se toque, ¿entiendes? —Camila se puso de rodillas delante de mí con una sonrisa. —Perfectamente. —Se tumbó sobre mí, con su estómago sobre el mío y sus pechos presionando los míos. Sus manos rodearon mi cuello, pero no tenía que decirle nada más. Miré sus labios, miré sus ojos con el repiqueteo de la cámara de fotos de fondo. 311

—Así, genial. Ahora levantaos y... Lauren, siéntate aquí. Serán mejores las fotos. —Camila se levantó de encima y me incorporé del suelo empujándome con las manos. Me senté en la silla, y Camila tomó asiento sobre mi regazo con una pierna a cada lado de mi cuerpo. —Lauren, abre más las piernas.... Eso es. Camila, pégate un poquito más. —Alcé los ojos cuando sus pechos aplastaron los míos. —Así, con los brazos por su cuello, como antes. —Camila me rodeó con sus brazos, mirándome desde arriba con aquellos ojos oscuros, intensos, con los labios entreabiertos húmedos y rosados que me moría por besar. —¿Podéis besaros? Sólo un beso, profundo, ya sabéis. —Metí mis manos bajo sus jeans, presionando sus nalgas con mis dedos mientras Camila empezaba un beso lento y húmedo que no duró más que unos segundos. —Genial. Nos fuimos a cambiar, aunque tampoco me puse mucho encima, simplemente el pantalón morado de Miami Pride, y Camila se puso la camiseta sin pantalón, sólo en ropa interior. —¿Estás más cómoda así? —Asintió dando saltitos hacia mí, cogiéndome de la mano. —Mira, así podríamos ir por casa. —Observé a Camila sólo con la camiseta del equipo puesta mientras que yo aún llevaba aquellas pegatinas en los pechos. —¿Con tiritas tapándome los pezones? —Hice una mueca haciéndola reír, hasta que el fotógrafo se volvió a acercar con la directora. Habían tardado un poco, pero habían traído una cocina móvil. —Ahora id a la cocina y dadle la espalda a la cámara. —Subí el escalón de aquella plataforma y lo miré todo, era igual que una cocina. —Espera, Lauren. —La directora subió y me bajó un poco el pantalón que tenía algo subido para que se viese la marca de la ropa interior. —Perfecto. —Karla, ¿quieres jugar a las cocinas? —Abrí un armario para ver si había algo, pero no, no había nada. —A eso jugamos en casa. —Camila pasó una mano por mi cintura, metiéndola bajo el pantalón pero por encima de la ropa interior mientras yo cogía unos cuencos de plástico entre las manos. —En casa jugamos a los médicos. —Volví a mirarla con media sonrisa, pasando mi brazo por sus hombros para pegarla a mí. —¿Te gusta mi culo por un casual, Camilita? —Ella sonrió dándome un suave apretón con los ojos cerrados. —¿Y a ti el mío no? —Mmh... A mí me gustan tus tetas. —Ella enrojeció cuando se lo susurré al oído, dándome un empujón para que me separase. Nos cambiamos de nuevo, pero esta vez yo llevaba el pelo recogido y un traje negro, con 312

camisa blanca y una corbata, además de unos tacones de aguja de unos 14 centímetros. Camila en cambio llevaba un vestido blanco, corto, ajustado por arriba pero con algo de vuelo por abajo. Con el pelo suelto que cubría su espalda. —Vale, Camila ahora tienes que... Tener el control. —La directora se puso detrás de Camila que me miraba mordiéndose el labio. —Quieres tener sexo con ella y lo quieres ahora, ¿entiendes? Y la tienes a tus pies. —Claro que lo entiendo, yo siempre tengo el control, ¿verdad Lauren? —Suspiré escuchando las risas de todos, aunque ese tema empezaba a cansarme un poco. —Verdad, cariño. Camila tiró de la corbata mirándome a los ojos con los labios abiertos, mientras yo permanecía sentada en el borde de una mesa con Camila entre mis piernas. Me quitó la corbata y la puso alrededor de mi cuello formando una sonrisa en mis labios, casi a punto de besarme. Otra de las fotos, Camila me había quitado la chaqueta y ahora me estaba desabrochando la camisa lentamente, dejando ver un sujetador de encaje negro debajo. Luego me agaché delante de ella para que pudiesen tomar un primer plano de mi rostro frente al suyo con nuestros labios abiertos, y Camila sujetando mi barbilla con un dedo, como si tuviese todo el poder sobre mí; y lo tenía. * —Bueno, chicas, ahora vamos con la entrevista. —Me coloqué la camiseta gris que nos dejaron para cubrirnos después de la sesión y me senté al lado de Camila en uno de los taburetes. El foco de luz me dio de lleno en los ojos y giré la cara hasta que lo quitaron y pude ver a la periodista con el móvil encendido delante de nosotras. Había más personas alrededor. —Me gusta tu pelo. —Dije mirando a Camila, pasándolo tras su oreja. Ella se sonrojó encogiendo el hombro, como si quisiera así abrazar mi mano. —Lo primero es, felicidades por vuestra hija. —Gracias. —Dijimos las dos a la vez mientras yo cogía una botella de agua para beber algo, estaba absolutamente seca. —Se llama Lucy, ¿verdad? —Asentimos las dos a la vez mientras yo enroscaba el tapón en la botella de agua. —Y como la concebisteis, es decir... ¿Te afectó el hecho de que no fuese biológica, Lauren? —Fruncí el ceño torciendo el gesto. —Uhm... De hecho sí que es su hija biológica, no es mía. —Las dos reímos a la vez, mientras yo la miraba con una sonrisa embobada al hablar. —Yo quería que Maia tuviese una hermana, cuando las cosas fuesen mejor cuando... No sé, algún día. Yo crecí con mi hermana Sofi y sinceramente, no sé qué habría sido de mí sin ella. Así que Lauren me 313

dijo 'hey, quiero tener un hijo, no ahora sino...' Ya sabes, eran planes de futuro. —Asentí sonriendo al escuchar sus palabras, viendo cómo jugaba con sus propias manos en el regazo. —Pero yo le dije que no, le mentí. —Solté una risa asintiendo al recordarlo. —Y como por pruebas médicas en su equipo Lauren tenía que dejar varios óvulos en estudio, cogí uno. Si no funcionaba, tendría que ser mío, pero funcionó. —Se encogió de hombros cruzando las manos con una risa. —Vaya, eso es... Eso es muy tierno e interesante. ¿Y cómo es Maia, esa pequeña? —Camila me miró haciéndome un gesto con la barbilla para que respondiese yo. —Es lo más tierno del mundo. Jamás he tenido que regañarle, que alzar la voz, nada. No sé qué te puedo decir, es mi hija y es lo más tierno que he visto en mi vida. —Me encogí de hombros porque las palabras me faltaban cuando se trataba de hablar de Maia, y en aquél momento la echaba mucho de menos. —Y es muy graciosa porque, tiene ya seis años pero parece que tiene tres o cuatro. Va andando por la casa y Dash, nuestro perro, siempre, pero siempre va detrás de ella. De hecho duerme en la puerta de su cuarto, no llega a entrar, se queda en la puerta. —Me humedecí los labios encogiéndome de hombros. —Y... ¿Cómo os conocisteis? —Miré a Camila, ella me miró a mí, y le hice un gesto con la cabeza para que lo contase ella, por si quería o no quería contar algunas cosas. —Antes de conocer a Lauren yo... No tenía una posición económica muy acomodada. Trabajaba limpiando en los vestuarios de Portland, y allí me encontré a Lauren. Yo ni siquiera pensaba en tener una relación, tenía suficiente con mi vida con... Trabajar, darle de comer a mi hija, darle ropa y un techo en el que vivir, pero no sé. Ella vino y me dijo, 'hey no estás sola, no tienes por qué hacer esto sola'. Y surgió, nada más. —Lo explicó con tanta simpleza que todo lo que habíamos vivido se esfumó en tres palabras. —¿No se te pasó por la cabeza que se podía estar aprovechando de ti? —Eché la cabeza hacia atrás abriendo los ojos ante la pregunta. —Esa pregunta está fuera de contexto, pero la responderé. Ella no quería mi ayuda, ella no quería mi dinero, no quería mi comida, no quería mi casa. Así que no, jamás se me pasó por la cabeza eso. —Dije algo más seria, y la entrevistadora se quedó algo pálida, porque había entendido que aquello era algo ofensivo. —Vale, lo siento, esto... Pasemos a algo más divertido. ¿Cómo te sentiste cuando en la gala del Balón de Oro fuiste el centro de atención incluso estando embarazada? —Camila comenzó a reírse poniéndose la mano en la boca, negando. —Madre mía... No lo sé, porque me acabo de enterar de esto. —Comencé a reírme yo también, jugando con la botella entre mis manos. —Sí, en todas las revistas del corazón del país hay un artículo o una página hablando de ti como 'Karla Jauregui'.

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—Ese es mi nombre en Instagram. —Murmuró en voz baja mordiéndose el labio inferior. —Es muy raro eso. —Y... ¿Quién lleva los pantalones de la relación? —Señalé a Camila apretando los labios y Camila asintió cerrando los ojos. Todos comenzaron a reírse a carcajada limpia, pero a mí aquello no me hacía ninguna gracia. —Quiero puntualizar una cosa... ¿Por qué es tan ofensivo eso? Es decir, ¿por qué la gente se ríe de que la que 'lleve los pantalones' sea ella? A mí no me gusta ser la que controle u organice todo, no sé... Si ella quiere ir a la playa, vale —me encogí de hombros— me da igual. Si quiere comprarse unos zapatos, yo se los compro. Si quiere que vaya a comprar, voy a comprar. Si quiere que le cocine tortitas, le hago tortitas. No es cuestión de 'llevar los pantalones' o no. Es cuestión de que la quiero, y me gusta tratarla así. Me gusta que se sienta querida, que tenga lo que quiere porque yo se lo doy. Después de todo lo que ha sufrido, prepararle unas tortitas no es nada comparado con lo que a mí me gustaría hacer. La respeto, la quiero sobre todas las cosas, y me parece que eso es lo que a muchos les hace falta. Me parece que por eso sus mujeres se cansan de ellos. Porque si pasas de ella por 'orgullo', ella va a encontrar a otro mucho mejor que tú que sepa tratarla. Es un simple gesto, no significa nada hacer lo que te pide, y si por eso me llaman 'gobernada' o 'perrito faldero' de mi mujer, genial. Me gusta tratarla como si fuese una princesa, porque para ti debería serlo y si no lo es entonces déjala. Quiero que se sienta querida todos los días, un simple te quiero a veces no basta. A ver cuándo lo aprendéis. Capítulo 55 Lauren's POV Entré en el vestuario donde las madres se acercaban a sus hijos, y ellos gritaban. Al fondo Maia estaba sentada en un banco, con la toalla echada por encima. Me acerqué y al verme, alzó los bracitos abriendo las manos. —¡Mami! —Reí al verla, y me puse de cuclillas delante de ella. —¿Cómo fue hoy la clase? —Pregunté quitándole la toalla, dejándola sólo con el bañador. —Bien, jugamos con una pelota. —Le quité el bañador abriendo los ojos, cogiéndola de la manita para llevarla hasta las duchas. —¿Juegas como yo en el agua? —Ella se metió bajo la ducha, alzando los brazos con una sonrisa al notar el agua caer sobre ella. —Nooo, mami con las manos. —Eché un poco de champú en sus manitas y dejé que se lavara el pelo ella solita, haciendo espuma. Apretaba los ojos mientras se frotaba el pelo tal y como le dije, para que no le entrase el jabón en los ojos. Luego le dije que parase, y que metiese la cabeza bajo la ducha, 315

entonces el agua comenzó a enjuagarla. —¿Entonces te lo has pasado bien? —Dije envolviéndola en la toalla, secándole el pelo en cuclillas delante de ella. —Sí. ¿Dónde vamos ahora? —Le puse la ropa interior frunciendo el ceño, comencé a ponerle el vestido que Camila había elegido para ella. Hacía demasiado calor aquél día como para pantalones. —Vamos a casa con mamá. —Asintió con una gran sonrisa, mientras yo le colocaba aquellas sandalias azules, que me recordaba a las que me ponía mi madre para ir los domingos a casa de mis abuelos a comer. —Me gustan mucho los viernes... —Dijo saltando del banco en el que estaba sentada, dando pequeños saltitos mirándome. La peiné y le sequé el pelo, ella no dejaba de jugar con una pequeña muñeca de plástico entre sus manos. Después de vestirla, cogí su pequeña mochila y a ella en brazos, saliendo de los vestuarios donde me estaba asando de calor. —¿Y qué vamos a cenar? —La senté en el coche, poniéndole el cinturón con cuidado mientras ella jugaba con aquella muñeca entre sus manos. —Cuando lleguemos le preguntamos a mamá. —Le coloqué bien el vestido, y me senté en el asiento delantero. —¿Qué disco quieres? —El cuatro... —Levantó la manita, y luego movió las piernas esperando a que yo pusiera el disco. En cuanto le di al play, comenzó a sonar Taylor Swift. Movía la cabecita con la boca abierta, mirando al frente. Se sabía todas las canciones de Taylor, incluso para su cumpleaños le regalamos un DVD en concierto. Al salir del colegio siempre le ponía los discos, ella elegía cuál. No se sabía los nombres, así que simplemente me decía el número del disco. —We are never ever ever getting back together! Weeeeee e! —Cantaba con aquella voz pueril y dulce, moviendo a su muñeca en el regazo. —¿Esta es tu canción favorita? —Pregunté mirando por el retrovisor al arrancar tras parar en un semáforo. —No. —Negó tarareando la canción, y giré el volante para entrar en la calle donde estaba nuestra casa. —¿Y cuál es tu canción favorita? —Aparqué parando el coche y sonreí mirándola de nuevo por el retrovisor. —Todas. —Respondió mientras yo salía del coche, para abrir su puerta y cogerla en brazos.

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—¿¡Todas!? —Cerré la puerta y ella se sujetó a mi cuello con un brazo, asintiendo mientras jugaba con el cuello de mi camiseta. —Sí, todas. —Decía con una risa, mientras nos encaminábamos a través del jardín para entrar en casa. Allí la dejé en el suelo sujetándola de la mano, y al ver a Camila con Lucy en brazos, dejándola en el carro al escuchar la puerta. —¡Mami! —Gritó para llamar su atención, y Camila se giró con una sonrisa, levantándose para cogerla en brazos con un pequeño quejido al final. Cada vez estaba más grande aunque seguía siendo como una pequeña de cuatro años. —¿¡Ya estás aquí!? —Camila la abrazó. Sólo habían estado separadas unas horas, pero aun así no podían estar separadas la una de la otra. —¿Cómo te lo has pasado hoy? ¿Bien, sí? —Le dio un par de besos por sus mejillas y su frente, limpiándole luego la marca del pintalabios con el dedo pulgar. —Ha jugado un montón hoy. —Respondí yo, acercándome a ella en cuanto dejó a Maia en el suelo, que desapareció corriendo en busca de Dash. Sujeté a Camila por las mejillas, dándole un tierno beso en los labios que la hizo sonreír. Siempre la hacía sonreír. Al separarnos me sacó la lengua arrugando la nariz; era la cosa más adorable que jamás había visto. —Oh dios mío, no sé si la que tiene dos meses eres tú o Lucy. —Camila se echó a reír poniéndome la mano en la boca mientras negaba. —Hablando de Lucy, te ha echado mucho de menos. —Fruncí el ceño sin entenderla muy bien. —Se reía cada vez que veía una foto tuya, es adorable. —Me cogió de las mejillas dándome un beso en la nariz. —¡Se parece a ti! —Bruh. —Bufé. Odiaba que me agarrase de las mejillas y me hablase como si fuera un bebé. Me agaché en el carrito donde Lucy estaba, y al verme comenzó a reírse con carcajadas contagiosas. Sus ojos aún tenían ese color gris, pero deseaba con todas mis fuerzas que tuviese mis ojos. —¡Hey! ¿Cómo está mi pequeña princesa? —Susurré cogiéndola en brazos y la alcé un poco para darle un beso tierno. Ese olor a bebé que desprendía Lucy era la cosa más adorable del mundo. La acuné en mis brazos, mirando sus manitas aferrarse a mi camiseta y abrir la boca al verme; parecía casi sorprendida. Esos pequeños ruidos que hacía con la boca me enternecían, y aún más cuando besaba su mejilla de forma rápida y tierna, escuchándola reír de nuevo.

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—Vas a ser una niña preciosa. —Murmuré dándole un besito en la cabeza, y al levantarla Camila sostenía la barbilla de Maia frunciendo el ceño. —¿Qué ocurre? —Aw... Se le mueve su primer diente. —Apretó su mejilla y Maia frunció el ceño moviéndose el diente con la cabeza agachada. Debería ser algo extraño para ella, seguramente ahora se preguntaría por qué los dientes se caían, o por qué se movía de aquella manera. —Wow, ¡entonces vendrá el ratoncito Pérez! —Le revolví el pelo con la mano que tenía libre. El tono rubio de sus mechones se entremezclaba con mis dedos aún más al levantar la cabeza para mirarme con aquella preciosa sonrisa. —¿De verdad, mamá? —Asentí retirando la mano para poder sujetar mejor a Lucy. —De verdad. Ellas se reían de mí porque me quedaba dormida en el sofá con Lucy en mi pecho. Pero era la mejor sensación del mundo. Sentir su peso, su pequeño cuerpo contra el mío era algo por lo que cualquier padre mataría. Maia y Camila se quedaron delante de mí en el sofá, observándome, y al abrir los ojos me sentí algo confundida, sacudiendo la cabeza. —Mmh... Estaba pensando. —Camila se rio, y Maia hizo el amago de ir a echarse encima de mí, pero rápidamente volvió a pegarse a las piernas de Camila jugando con sus manitas. —¿Quieres ir con mamá? —Preguntó ella, y la pequeña negó levemente enganchada a sus piernas, y puse las cejas gachas algo confusa. —¿Y eso? ¿Por qué no quieres venir conmigo? —Me incorporé sujetando a Lucy contra mi pecho, que al notar el movimiento comenzó a llorar con fuerza. —Ay no, otra vez no... —Déjame a mí, quizás tenga hambre. —Camila cogió a la pequeña entre sus brazos, pasando los dedos por sus mejillas, y yo fui tras ella por el salón. —¿Estás segura? —¿Por qué te asustas tanto cuando llora? —Se bajó la camisa un poco y justo frente a mí comenzó a darle el pecho, mirando a la pequeña con una sonrisa y luego a mí. —No sé, es muy pequeña. Puede que le pase algo... —Suspiré cruzándome de brazos. —¿Ves? No le pasa nada, Lauren. Tranquila. —Lucy había dejado de llorar. *

*

*

Lauren y Camila ni siquiera se dieron cuenta de aquello, era una situación absolutamente normal. Pero la pequeña Maia las miraba desde detrás del sofá jugando con sus manitas. Ella estaba hablando con sus mamás, y de repente el bebé comenzó a llorar, entonces pasaron de estar con ella a centrarse en su hermanita, cambiando totalmente. Nadie se 318

percataba de aquellas cosas, nadie reparaba en el daño que podía hacerle aquello a la pequeña. Camila era su mamá, la que se quedaba durmiendo con ella todos los fines de semana, la que hacía acampadas en casa, la que le preparaba salchichas con forma de pulpo, pero desde que llegó su hermanita ya nada era lo mismo. Ahora la mayoría del tiempo Maia estaba a un lado observando cómo sostenían a su hermana en brazos, e intentando hablar pero nadie le hacía caso. Maia mientras miraba a sus mamás con Lucy, se sentó a mirar los dibujos nada más. Movía los pies un poco, que sobresalían del sofá. Le gustaban mucho esos dibujos, eran sus favoritos. Tras unos minutos, se levantó del sofá y caminó hacia Lauren y Camila. Lauren preparaba biberones metiéndolos en la nevera, y Camila le daba el pecho a Lucy. —Mami, tengo que bañarme. —Miró hacia arriba tirando del pantalón de Camila. Esta simplemente frunció el ceño, soltando un pequeño quejido del daño que le hacía Lucy al succionar. —Cariño, ¿puedes ir a bañar a Maia? —Lauren asintió terminando de guardar los biberones, y cogió a Maia en brazos dándole un beso sonoro en la mejilla. —¡Vamos a bañar a Maia! —La pequeña soltó una risa feliz, soltando una pequeña carcajada, mientras Lauren la llevaba al hombro como si fuese un pequeño saco de patatas. —¿Sabes quitarte la ropa? —¡Sí! —Respondió ella sentándose en la taza del váter a quitarse los zapatos. —Genial. —Comentó Lauren mientras abría el grifo de la bañera en agua templada. Cuando estuvo lista, cogió a Maia en brazos y la sumergió hasta el pecho, echando en el agua los juguetes de la pequeña. —¿Vas a jugar conmigo, mami? —Dijo moviendo el bote de champú de cocodrilo que ahora que estaba vacío lo utilizaba como juguete. —¡Claro que sí! Y Lauren y Maia empezaron a jugar juntas. Lauren hundía el cocodrilo bajo el agua, y luego lo acercaba a ella como si la atacase. —Lauren, ¿puedes venir? Te necesito. —Se escuchó la voz de Camila desde la primera planta, y ella se levantó pellizcándole la mejilla a Maia. —Luego vengo, enana. Cuando Lauren se fue, Maia se quedó sola en el baño con sus juguetes en la bañera. Movía el cocodrilo bajo el agua algo triste, haciendo que apareciese y desapareciese de la 319

superficie. Quizás sus mamás ya no tenían tiempo para ella, porque ahora estaba el bebé. Capítulo 56 Camila's POV —¿Qué haces? ¿Qué estás haciendo? —Lauren limpiaba a Lucy con una toallita, apartada de ella medio metro, sujetando sus pequeñas piernas por los talones. —Trae, Dios mío. —Bufé mientras negaba con una risa, y Lauren rápidamente se apartó para dejarme a mí. —Eso es demasiado difícil para mí. Estoy hecha de otra pasta. —Le puse el pañal nuevo a Lucy, negando levemente ante lo que me decía. —Mami. —Escuché la voz de Maia a mi lado llamándome, pero yo aún estaba ocupada abrochándole el body a Lucy. —Dime corazón. —Lauren me miraba con el ceño fruncido mientras vestía a la pequeña. —¿Puedo merendar? —Asentí rápidamente, acariciándole la cabecita a Lucy al terminar, apretando los labios. —Claro. —Asentí rápidamente. —¿Tienes hambre? —Le preguntó Lauren a Maia revolviéndole el pelo con la mano. —Sí. —Ella levantó los bracitos para que Lauren la cogiese en brazos, pero torció el gesto apretando su mejilla sonriendo nuevo. —No puedo cogerte, enana, me duele la espalda hoy. —Ella bajó las manitas mientras apretaba un poco los dedos. —¿No? Vale... —Lauren cogió a Lucy en brazos, mientras salíamos de la habitación. *** Maia miró a su madre, que cogía a su hermana en brazos justo segundos después de que le dijese que le dolía la espalda. Para una persona mayor, era normal, pero para aquella niña que hacía poco tenía cuatro años era algo doloroso. —Mami. —Llamó a Camila caminando tras ella, pero ella estaba demasiado ocupada organizando los papeles de la oficina. Se pasó el pelo detrás de la oreja, tecleando en el ordenador sobre la mesa de la cocina. —Mami. —¿Qué pasa, Maia? —Que tengo hambre. —Le repitió jugando con sus manitas. El borde de la mesa quedaba muy por encima de ella, porque, aunque ya no tenía cuatro años, su estatura era de una 320

niña de tres. —Ahora te hago la merienda, ¿vale? —Camila se colocó las gafas con el bolígrafo entre los dedos. Pasaron dos minutos, y en ese momento Lucy comenzó a llorar de nuevo. Camila se levantó quitándose las gafas, caminando hacia el carrito. —Lucía, por favor... —Murmuró, cogiéndola en brazos para mecerla. Maia, al ver que su madre no le hacía caso, abrió la nevera y dio un par de saltitos para coger la botella de batido de fresa. En el último salto tocó el tapón de la botella, lo desestabilizó y cayó al suelo, desparramando el líquido rosa. Se llevó las manitas a la boca y escuchó la voz de su madre. —¡Maia! ¿¡Pero qué has hecho!? Te dije que te haría la merienda. Y mira cómo te has puesto... —Camila dejó a Lucy en el carrito, y apartó a Maia de todo el desastre que había causado. —Lo siento... * —¿Puedo ir a casa de los abuelos? —Maia se acercó a Lauren que colocaba las bolsas de la compra en la mesa de la cocina. —¿A casa de los abuelos? ¿Para qué quieres ir tú a casa de los abuelos, eh, enana? —Rio revolviéndole el pelo. Maia frunció el ceño, últimamente lo único que su madre hacía era revolverle el pelo, y ella odiaba que la despeinase de aquella manera. —Porque echo de menos a los abuelos... Por fi. —Lauren sacó las verduras de la bolsa y se inclinó para mirar a su hija con los ojos entrecerrados. —¿Puedo quedarme a dormir con los abuelos? —Está bien, moco. Se lo preguntaré a los abuelos y a mamá. *** Camila's POV Miré a Maia desde la cocina que estaba sentada en el sofá. Veía la tele moviendo los pies un poco, mientras en la tele se emitía un nuevo capítulo de Tom y Jerry. Lauren se acercó a mí por detrás, rodeando mi cintura con sus brazos, besando mi nuca. Al no responder, inclinó la cabeza hacia adelante para mirarme. —¿Qué te ocurre? —Apretó dos veces sus manos sobre mi cintura. —¿No ves a Maia algo callada últimamente? —Me giré hacia ella apoyando mi espalda en la encimera de la cocina. 321

—No sé, supongo que son los niños. Espera a que llegue a la adolescencia, ya lo verás. —Me cogió las manos y se inclinó para besar mis labios de una forma tierna. Quizás tenía razón, era sólo una etapa de los niños. —Por cierto, tenemos que llevarla a casa de mis padres. —¿Y eso? ¿Por qué quiere ir ahora a casa de tus padres? —Ladeé la cabeza con el ceño algo fruncido. —Porque los echa de menos. Ya sabes. —Asentí cogiendo sus mejillas entre mis manos para plantarle un beso lento en los labios, y luego rodear su cuello con los brazos. —¿Cuándo es el último partido de la temporada? —Lauren frunció el ceño mientras se echaba encima de mí contra la encimera, besando mi cuello y sus manos se posaban en mi cintura. —Mmh... En dos semanas. —Justo cuando fui a apretar su cuello, un pinchazo recorrió toda la mano izquierda hasta la mitad del antebrazo. No había sentido aquello desde que... —¿Estás bien? —Preguntó al ver mi mueca, y asentí lentamente retirándome de ella con cuidado. —Sí, voy a coger el bolso y vamos a llevar a Maia. —Sonreí dirigiéndome hacia las escaleras que subían hasta la segunda planta. Al llegar a nuestra habitación me senté en la cama y miré mi mano izquierda, dolía. Hacía un par de días que mis dedos se quedaban dormidos, y de algunos meses en adelante sentía molestias leves en las manos. Creía que eso ya lo había pasado, que el dolor en mis manos había terminado hacía más de un año... Pero no. —Camila, ¿nos vamos? —La voz de Lauren se escuchó al final de la escalera. —Voy, cielo. *** Lauren se quedó en el coche con las manos en el volante, con Lucy en la sillita trasera mientras el coche seguía en marcha. Camila llevaba de la manita a Maia por el camino de piedra a través del jardín de los Jauregui hasta que llegó a la puerta. Se puso de cuclillas delante de Maia, colocándole bien el mechón de pelo que se había soltado del moño que llevaba la pequeña. —Pórtate bien con los abuelos, ¿me oyes? —Pasó la mano por la camiseta de la pequeña para alisarla. —Vale, mami. —Asintió mirándose las puntas de los zapatos. Tenía esa sonrisa tierna, esa voz dulce y aniñaba que encogía el corazón al escucharla. —Dame un beso. —Camila dio un pequeño beso a Maia que la hizo sonreír. Llamó pulsando el timbre, esperando a que abriese sin soltar la mano de la pequeña. 322

Tras unos minutos Clara abrió la puerta y Maia se puso de puntillas alzando los brazos al verla, abriendo y cerrando las manitas. —¡Abuela! —Clara la tomó en brazos dándole mil besos en las mejillas. Maia se abrazó a su cuello, mientras su madre la miraba con una sonrisa en la entrada. —Mi pequeña. —La dejó en el suelo y abrió los brazos para fundirse en un abrazo con Camila, acariciando su espalda. —¿Todo bien? —Todo bien. Lauren está en el coche. —Camila se apartó para dejar ver el Range Rover negro mate que Lauren conducía. —¡No sales ni para saludar a tu madre! —Lauren giró la mirada, asomándose por la ventanilla. —¡Hola mamá! —Sacó la mano para saludar, y Clara soltó una carcajada a la vez que tomaba a Maia de su manita. —Aquí trae algo de ropa, varios juguetes y... —Camila entrecerró los ojos para recordar las cosas que había metido en la mochila de la pequeña. —¡Ah, sí! Deberes. Tiene un cuaderno de caligrafía. Si tienes algún problema o te da mucha tarea llámame y vengo a recogerla. —No. —Maia se aferró a la pierna de Clara, lo que hizo reír a su abuela. —Bueno, si hay algún problema me llamas. Camila entró de nuevo en el coche al lado de Lauren y se fueron, mientras que Clara cerró la puerta con la mochila de Maia en la mano que miraba la casa de su abuela como si fuese la primera vez que la visitase. —¿Dónde está el abuelo? —El abuelo está en... —Mike apareció por la puerta de la cocina abriendo los brazos al ver a su pequeña nieta. La tomó en brazos con fuerza y ternura, dejando un beso en su frente. Hacía mucho que nadie cogía en brazos a la pequeña, que nadie le prestaba ese tipo de atención, y al fin y al cabo era una niña que acababa de cumplir seis añitos y que hasta hacía unos meses tenía toda la atención de sus madres. ¿Cómo había podido pasar todo tan rápido? Ahora, el máximo cariño que Maia recibía era aquella mano de Lauren que le revolvía el pelo. A la hora de comer, Clara tenía preparado un guiso con cerdo, verduras y patatas, pero no sabía si a la pequeña le iba a gustar; estaba algo indecisa. —¿Tú qué quieres comer, corazón? —Preguntaba Clara a la pequeña mientras llevaba el plato de Mike a la mesa, y él colocaba los cubiertos.

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—Mmh... —Se puso el dedo índice en el labio mientras caminaba alrededor de su abuela. —De eso. —Señaló la olla de la que estaba sirviendo en los platos. —¿De esto? ¿Seguro? Te cocinaré lo que quieras. —Clara no quería que su nieta comiese mal, o que al menos en su casa comiese algo que le gustase. —Quiero eso. —Señaló de nuevo el plato de guiso que ya estaba en la mesa. —Está bien. Clara sirvió un plato más pequeño de guiso y Mike la sentó en la silla cogiéndola por los costados; aún era una niña muy pequeña para poder subirse a la silla sola. Ambos se quedaron mirándola, a la espera de que probase aquello. Maia tomó la cuchara y cogió un trozo de patata y otro de carne —que Mike le había cortado en trozos mucho más pequeños para que pudiese comer— y se lo llevó a la boca. Esperaban una reacción o algo de la pequeña, pero simplemente masticaba y movía las piernecitas que colgaban de la silla. —¿Está bueno? —Preguntó Clara con el ceño fruncido, y Maia asintió empujando una patata para que se colase en la cuchara. —Mucho abuela. —¿Tu mamá también hace esto? —Mike cogía las cucharadas más grandes, que eran como seis o siete de Maia. —Sí. Pero ya no, porque mami trabaja y y... Cuida mucho del bebé. —Maia tomó otra cucharada entre sus labios, y sus abuelos la miraron con los ojos entrecerrados. —¿Mucho? —La pequeña asintió cogiendo el vaso de agua, que se tambaleó entre sus manos cayendo en la mesa de madera. Maia hizo un puchero al verlo, llevándose las manos a la boca a punto de llorar. Rápidamente Mike puso un paño en la mesa y puso bien el vaso, que por suerte no había manchado mucho. —Lo siento... —Dijo con voz dulce y culpable. —Hey, no pasa nada, cielo. Mira, ¿a que ya está limpio? —Clara intentó animar a la pequeña. Maia alzó la mirada a la mesa y asintió, porque ahora ya estaba seco.

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Capítulo 57 Camila's POV Aquella mañana era una auténtica locura. El zumo estaba derramado encima de la mesa porque Lauren lo había tirado con las prisas, mi ordenador echaba humo y aún no eran las nueve de la mañana. Lucy lloraba al escuchar todo el barullo, Lauren corría de un lado a otro para vestir a Maia que también lloraba en el sofá. Pero para colmo, los pinchazos en mi mano izquierda no paraban. Era un dolor intenso que apenas me permitía cerrar la mano. —Maia, vamos, llegamos tarde al cole. —Repetía Lauren mientras le ponía el pantalón a Maia que lloraba en el sofá hecha una bolita. —¡No! ¡No quiero! —Gritaba entre llantos, sin siquiera moverse del sofá. —¡Me duele la tripa! —Escuchaba de fondo mientras mecía a Lucy intentando que volviese a dormir, pero los gritos y llantos de Maia eran tan altos que la hacían llorar más. —Maia, tienes que ir al cole. —Dije yo andando por el salón, oyendo aquél llanto casi desesperado de la pequeña. Pero no podía inventarse que le dolía la tripa sólo para no ir, sé que ir a clase no era lo más divertido, pero... —Venga, Mai, vamos. —Lauren intentó ponerla en el suelo pero Maia se negó llorando. —Joder. —La cogió en brazos y cogió su mochila, acercándose a mí para darme un beso rápido. —Ahora vengo. —Cuando salió por la puerta Maia no dejaba de llorar. Lucy se calmó, y por fin pude recoger la cocina de aquél destrozo que se había formado. Trozos de tortita por la mesa, el zumo derramado, la mermelada sin tapa, cuchillos manchados... Incluso tuve que apartar el ordenador durante un rato porque quería estar algo tranquila. Al terminar, me senté en el sofá con Lucy a la que coloqué en mi pecho. Abría los ojos de par en par, ahora se podía distinguir que tomaban un color verdoso precioso. Sonreí al escuchar el sonido que hacía con la garganta al verme, y cómo apoyaba las manitas en mi pecho para erguirse delante de mí. —¿Ya no lloras? ¿Uhm? —Le di varios besitos seguidos en las mejillas provocando esa risa contagiosa de bebé, y sus manitas se posaron sobre mi barbilla apretando los dedos. —Lo que me ha costado dejarla en el colegio. —Ni siquiera había escuchado a Lauren abrir la puerta, pero resoplaba algo cansada. —Te dije que estaba muy rara últimamente... —Musité pasando la mano por la cabecita de Lucy, que abrió la boquita al ver a Lauren sentarse a mi lado. Dejé que la tomase en brazos. —Ser hermano mayor cambia a los niños, no es nada por lo que preocuparse.

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Fuimos a comprar, Lauren como siempre iba a rastras con el carrito de Lucy mientras yo llevaba el carro de la compra. Por suerte no se puso a llorar, gracias a Dios. Volvimos a casa, eran las diez de la mañana y apenas había pasado una hora desde que Lauren dejase a Maia en el colegio. Sonó el teléfono. —¿Sí? —Lo cogí con el ceño algo fruncido al no conocer el número. —¿Es usted la madre de Maia? —Me tensé en ese momento mirando al frente. —Sí, soy yo. —Su hija está en el hospital, tiene apendicitis. * Los pasillos se me hacían largos, eternos, mientras yo corría mirando las puertas una a una hasta encontrarme a Ally de frente. —¿¡Dónde está!? —Pregunté alterada con la respiración agitada, y Ally sonrió un poco. —Están operándola. Pero... Hey, Camila. —Me giré para apoyar la cabeza en el pecho de Lauren, que simplemente me rodeó entre sus brazos para consolarme. —Es apendicitis, sólo es apendicitis. Yo también la tuve. —Negué deshaciéndome de su abrazo, poniéndome las manos sobre mi rostro, intentando ahogar mis lágrimas en las palmas. Pero no, sólo aumentaba al pensar que había dejado a mi hija sola. —Camila, no es para tanto... —¡Cállate! —Grité dándome la vuelta totalmente enfurecida, con las lágrimas descendiendo por mis mejillas encendidas. Mi garganta agarrotada por el llanto casi no podía hablar. —He cuidado a mi hija sola durante casi cinco años, sin separarme de ella, y ahora no le hago caso, y por mi culpa se ha ido al colegio muriéndose de dolor. Porque yo no le he creído. —Dije alterada, con un tono de voz más alto, resquebrajándome en dos. Lauren intentó agarrarme del brazo. —Pero Camila, no llores, no te... —La aparté de un manotazo enfadada. —TÚ NO SABES LO QUE ES LUCHAR POR TU HIJA, NO SABES LO QUE ES QUERERLA ASÍ. —Solté gritando de sopetón, y entre las lágrimas y la furia ese atisbo de razón me paró. ¿Qué le había dicho? Me tapé la boca con las manos mirando a Lauren. Su mirada estaba baja, apretó los ojos un poco mientras asentía. —Llevas razón. —Murmuró en voz baja, volviendo a mirarme a los ojos. La tristeza que sus ojos reflejaban hacía que el pecho se me hundiese, notando una bola de metal bajar por mi garganta.

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—No, Lauren, no, no... —Intenté cogerla de la mano pero ella no me agarró, simplemente frunció el ceño retirándose. —Sí, ehm... Creo que iré a cuidar de Lucy esta noche, no quiero darle tanto trabajo a mi madre. Si... Quieres vengo mañana. —Se apartó de mí, justo cuando mi mano no podía retenerla más y se soltó. —Lauren, por favor, no te vayas... —Susurraba a la vez que ella hablaba, pero se fue, y estaba en su derecho de hacerlo porque yo la había echado. Caí a plomo en la silla pasándome las manos por la cara sin dejar de llorar. Había mandado a mi hija con el apéndice a punto de estallar a clase, y prácticamente le había dicho a mi mujer que no quería a Maia como una madre de verdad. —¿Es usted la madre de Maia? —La voz del doctor me sacó de mis pensamientos. Asentí enjugándome los ojos con los dedos. —Acaba de salir, está bien. Puede pasar a verla. Me encaminé hacia su habitación a través de aquél pasillo pintado de colores vivos, con dibujos en las paredes que hacían más amena la estancia de aquellos niños. Cuando entré en la habitación, Maia estaba en la cama con las sábanas hasta la cintura y hacía pucheros; hasta que me vio. —¿Mami? —Aquella voz se retorcía en mi interior. ¿Cómo pude estar sin hacerle caso? ¿Cómo? El pequeño camisón que llevaba puesto estaba arrugado por su cuello, con el pelo despeinado encima de la almohada. —Estoy aquí. —Fue lo único que pude decir antes de sentarme en el sillón que había a su lado, cogiendo su mano para darle un besito que la hizo sonreír. —Me dolía mucho la tripa. —Se quejó arrugando la nariz. Entonces me volví a venir abajo, y negué con las lágrimas cayendo sobre la cama. —Pero mami, no llores... —Perdóname, ¿quieres? —Mi voz salía temblorosa, y entre las lágrimas que emborronaban mi visión vi a la pequeña asentir. —¿Por qué, mami? Tú no te has portado mal conmigo... —Pasó sus bracitos por mi cuello para abrazarme y me derrumbé, apoyándome con una mano al otro lado de su cuerpo. Sí, sí que lo había hecho. Y en aquél último mes había sido una madre horrible. Tardé unos minutos en recuperarme, hasta que por fin pude levantarme y sentarme a su lado, dándole un par de besos en las mejillas. Ella estaba bien, y era todo lo que importaba. Acaricié su rostro, lentamente, dándole un beso en la frente con los ojos cerrados jurándome que no volvería a dejarla sola. —Deberías dormir un poquito, ¿vale? —Murmuré acariciando su mejilla lentamente, y Maia casi de forma instintiva puso su mano sobre la mía apretándola. 327

—No te vayas, mami. —Cogí su manita entre la mía, viendo cómo cerraba los ojos lentamente. —No me voy a ir. —Escuchar eso salir de mis labios la dejó más tranquila, y cerró los ojos. Debía de estar agotada, aquél dolor probablemente la habría agotado. Me levanté de la cama y me senté en el sillón, esperando a que la pequeña estuviese totalmente dormida. Llamé a Lauren escuchando el pitido del móvil, rogándole a dios por que no me colgase. Un pitido, dos, tres. Al cuarto, descolgó. —¿Sí? —Perdóname... Estaba alterada, había dejado a mi hija sola con apendicitis y... —Me pasé la mano por la frente algo agobiada. —Lo entiendo. —Dijo sin más. —No, no lo entiendes, Lauren... No quería decir eso, de verdad, sé que la quieres y sé que la operación no era para tanto... —Lo entiendo. —Repitió de nuevo, parecía algo cansada al decirlo, no sabía si por mí o porque estaba cansada de repetírmelo. —¿Está bien? —Sí, está bien. Se ha quedado dormida. —Miré a Maia en la cama, con el bracito al lado de su cabeza, removiéndose un poco en la cama. Lauren no dijo nada, el silencio a través del teléfono era bastante incómodo. —Lo siento mucho... Es que no quería decir eso... —Sé que no querías decir eso. Lo que querías decir es que no tendré ese instinto protector con Maia como el que tú tienes. Has luchado mucho por ella y ahora, cuando has tenido a Lucy te has desentendido un poco y eso te ha dolido. Te sientes una mala madre pero no lo eres. Diste a luz a una niña y en cuanto pudiste te incorporaste a trabajar en casa, haces la compra, limpias y cuidas de Lucy y Maia a la vez. ¿Y qué hago yo? A veces estoy tres días fuera de casa, otras semanas sólo uno, cuando llego todo está limpio y ordenado. Los días que estoy tengo entrenamiento por las mañanas y para entonces tú ya lo has hecho todo. ¿Y sabes cómo me sienta ver que tú te esfuerzas tanto después de todo? No puedo enfadarme contigo por lo que dijiste, no puedo reprocharte nada porque eres increíble y no, yo nunca tendré esa conexión que tienes con Maia ni siquiera con Lucy porque el sufrimiento te unió a ella. —No eres inútil. Cielo, no lo eres. No quiero que pienses así, ¿es que un padre es menos padre sólo porque no ha tenido a sus hijos? ¿O porque no sabe cambiar pañales? No, a la gente le parece adorable eso de que un padre que no sabe cambiar pañales lo intente, y tú por el hecho de ser mujer no tienes que saber. Esto no va en el género, va en la persona. Y... —Hice una pausa apretando las manos que comenzaban a dolerme. —Estoy segura de que estás cuidando bien de Lucy. Eres una gran madre.

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—Supongo... —Suspiró y yo me dejé caer en el sillón apretando los ojos. —Mañana iré a verla, ¿vale? —Vale. —Buenas noches. —Dijo ella. —Buenas noches. —Dije yo al colgar. Me miré la mano, que parecía resquebrajarse por dentro. No podía controlar nada de lo que estaba pasando, y es que al igual que había sido apendicitis podría haber sido cualquier otra cosa que yo no hice caso porque no la creí. —Mami... —Se despertó abriendo los ojos, estirando la mano hacia mí abriendo y cerrando su manita. —Voy contigo, cariño. Apagué las luces de la habitación. Me quité los zapatos. Me tumbé a su lado. La arropé entre mis brazos con cuidado, había olvidado las veces que la tuve así entre mis brazos para que no pasase frío por las noches, o las veces que dormía hasta tarde a mi lado. Quería eso. Quería volver a eso. —¿Le das un besito a mamá? —Pregunté en un susurro leve, y Maia asintió adormilada dándome un beso en la mejilla, apretujándose contra mí. —Te quiero mucho. —Y yo, mami... —Dijo a punto de quedarse dormida. Capítulo 58 Camila's POV —Ahora debería comer un poco, ¿vale? No creo que le duela más. —El doctor sonrió mirando a Maia en la camilla, con la carpeta entre sus manos. —Mañana ya podréis iros a casa. —Gracias, doctor. —Sonreí un poco sentándome al lado de Maia, acariciándole el pelo con cuidado. La miré con ternura, porque no dejaba de jugar con mi mano izquierda, justo la que estaba empezando a dolerme de nuevo. —Mañana ya nos iremos a casa con mamá. —¿Dónde está mamá? La echo de menos. —Hizo un pequeño puchero apretando mis dedos y en ese momento la mano comenzó a hormiguearme. Apreté los ojos; se me había vuelto a quedar dormida. —Mamá... —Suspiré inclinándome para besar su cabeza, acariciando una de sus mejillas lentamente. Quería decirle la verdad, que estaba cuidando de Lucy pero quizás eso la haría pensar que no estábamos pendiente de ella como antes. Entonces me quedé en silencio porque no supe qué decirle. 329

En ese momento sonó la puerta y casi di las gracias; era demasiado extraño tener un silencio incómodo con mi propia hija. Salté de la cama y me alisé la camiseta; llevaba un día entero sin haberme cambiado ni siquiera duchado, me coloqué bien el pelo a un lado de mis hombros y caminé hacia la puerta. Tras ella apareció Lauren. Iba a sonreír pero la voz de Maia se alzó más alto que cualquiera de nuestros pensamientos. —¡Mamá! —Me aparté de la puerta apartándome de ella, y vi cómo Lauren entraba con dos bolsas a la habitación. —¡Hey, cielo! —Dejó las bolsas en el suelo y se acercó a la cama, dándole besos por las mejillas haciéndola reír un poco. Maia puso las manitas en sus mejillas para que parase porque le estaba haciendo cosquillas. —¿Cómo estás? ¿Estás bien? —Síii... Mami me cuidó mucho. —Me crucé de brazos al escucharla pero agaché la cabeza. No, no la había cuidado, no como debería. —Te echaba mucho de menos, mamá... —Se abrazó a su cuello dándole un beso a Lauren en la mejilla. —Mami siempre cuida muy bien de todos. Incluso de mí, ¿sabes? —Esbocé una sonrisa al escuchar sus palabras, aunque en el fondo sabía que lo hacía para que no estuviese tan disgustada con lo que hice. —Mira, mira lo que te traigo. —De una bolsa sacó una caja con el dibujo de una casa de muñecas. Maia abrió las manitas estirándose para cogerlo, pero Lauren negó retirándolo. —Nooo, ahora no podemos abrirlo. Cuando lleguemos a casa lo montaremos, ¿vale? Y... —Lauren, ¿podemos hablar un momento? —Pregunté cerrando los ojos y señalando la puerta de la habitación. Lauren me miró un momento y asintió, dándole a Maia un pellizco en la mejilla antes de venir hacia mí. Cerré la puerta de la habitación y me puse frente a ella negando con los ojos cerrados. La culpa me estaba consumiendo. —Perdóname, Lauren, de verdad que no quise decir eso que... —Lo sé, sé lo que quisiste decir. Y lo entiendo. —Negué de nuevo rápidamente, poniendo las manos sobre sus antebrazos. —No, no, no tienes que entender nada porque lo que dije no es cierto. —Lauren esbozó media sonrisa con los ojos cerrados. —No me dijiste que no la quisiese. Me dijiste que no entendías de la forma en que la querías tú, en que después de todo lo que has luchado por ella ahora te hayas desentendido de esa forma. Porque con Lucy no te sientes así. Ningún padre va a tener esa relación con su hijo como tú la tienes con Maia. —Entreabrí un poco los labios mirándola, no sabía si estaba enfadada o no. —Quiero a Lucy. —Dije completamente seria, apretando el ceño. 330

—Claro, las dos queremos a Lucy. Pero no vas a tener con Lucy la conexión que tienes con Maia. No es que la quieras como madre, es una conexión entre personas. El sufrimiento une a la gente independientemente de parentesco. —La presión que tenía en mi pecho se desvaneció en cuanto escuché aquellas palabras provenientes de Lauren. La abracé, me apreté a su pecho con los ojos cerrados y un suspiro de alivio. Lauren me rodeó con sus brazos y me dedicó un beso en la coronilla, acariciándome la espalda con la palma de su mano abierta. —Perdóname, perdóname... Me alteré, no quería gritarte... —Su mano acarició mi pelo por encima, haciéndome sentir protegida y menos vulnerable. —Para. Dame un beso. —Levanté la cabeza y justo sus labios se toparon con los míos, besándola lentamente apretando su camiseta con los puños cerrados. Me separé de golpe abriendo los ojos. —¿Y Lucy? ¿Está bien? ¿Se ha resfriado? ¿Le ha pasado algo? —Ella levantó la mirada arrugando la nariz. —Ya vuelves a ser mi mujer paranoica. —Golpeé su pecho con el puño cerrado soltando una risa, levantando la mirada hacia ella. Lo estaba preguntando completamente en serio. —Claro, claro que está bien. Sólo me hizo pis encima y... He cambiado bastantes pañales. —¿Tú? ¿Cambiar pañales? —En otras circunstancias quizás me hubiese separado para mirarla con una mueca extraña, pero en aquél momento no. Me quedé abrazada a su pecho porque aún tenía miedo de que se fuera. Entramos de nuevo en la habitación y allí Maia miraba la caja de la casa de muñecas que Lauren le había comprado. No hacía falta nada de aquello, pero no rechisté. En ese momento la pequeña se merecía todo y más. —Qué, ¿te gusta? Tiene tres muñequitas dentro. No sé cómo se llaman, pero a mí me parecieron monas. —Lauren se sentó al lado de Maia, acariciándole el pelo con la mano y una sonrisa. —¿Por qué no estabas aquí, mamá? —Preguntó con voz débil, mirándola después a punto de hacer un puchero. —Porque... Mira, cariño. Sabes que tienes una hermanita, ¿no? —Maia asintió con la cabeza gacha. —Pues alguien tenía que cuidarla, entonces mami se quedó contigo y yo cuidé de tu hermanita. Porque tú no quieres que le pase nada, ¿verdad? —La pequeña negó rápidamente alzando la mirada hacia su madre, que no dejaba de acariciarle el pelo. —Pues tu hermanita no sabe ni comer, ni andar, ni hablar, entonces... Tenemos que ir enseñándola poco a poco. Tenemos que bañarla, darle de comer... ¿Puedes creer que no hace pipí en el baño? —Lauren entrecerró los ojos soltando una risa. —Porque es muy chiquitita... ¿No? —La voz inocente de Maia se alzó con un dedo en su 331

labio inferior, algo dudosa. —Sí, ¿pero sabes qué? —La pequeña negó jugando con la manga de la camisa de Lauren. —Tú seguirás siendo nuestra pequeña. * —Lauren, ¿coges tú a Maia? —Pregunté justo cuando Lauren paraba el coche en el jardín delantero de casa donde estaba el garaje. Mi mano seguía doliendo, así que coger a Lucy era mucho más fácil que a Maia. —Claro. ¿Quieres venir conmigo, moco? —Lauren salió del coche a la vez que yo. Abrí la puerta y con cuidado cogí a Lucy en brazos. Aquellos ojos verdes me miraban con la boca abierta, soltando una risa al notar que la abrazaba. Entonces entendí que no podía privar a mi hija de lo que sí había tenido Maia, que era mi cariño. —¿Has echado de menos a mami? —Sus manitas se apoyaban en mi pecho, tambaleándose mientras yo caminaba dentro de casa tras los pasos de Lauren. —Yo también te eché de menos, bichito. —Dije con voz aguda pegando mis labios a su mejilla para darle besitos rápidos que la hacían reír. Al entrar en casa Lauren dejó a Maia en el sofá, y entonces se me encendió la bombilla. Dejé a Lucy justo al lado de Maia que la miró durante un segundo. La pequeña estaba sentada con las piernecitas hacia adelante y el chupete en la boca, mirando a su hermana mayor con los ojos bien abiertos. Mientras yo las observaba desde detrás. Lucy estiró la manita hacia Maia y en el intento se cayó hacia un lado, apoyada en el costado de su hermana mayor. —Nooo... No te caigas... —Le dijo intentando colocarla de nuevo bien, pero Lucy sólo la miraba con la boca abierta estirando las manitas hasta la cara de su hermana. —Ay... —Maia arrugó la nariz al notar las manitas de Lucy tirar del cuello de su camiseta para poder acercarse a ella. Maia sacudió la cabeza apartándose con un puchero, mirando a Lucy con el ceño fruncido. —Hace eso porque quiere conocerte. —Murmuré acariciándole el pelo por encima del sofá con cuidado. —Eres su hermana mayor, y eso es mucho para ella, ¿sabes? Te quiere mucho, te ha echado mucho de menos. —Me separé del sofá mirando a las dos, y Maia se inclinó para darle un beso en la mejilla a su hermana, que no paraba de dar golpes en el sofá con las manitas abiertas. —Sujétala bien, ¿vale? Voy a colocar tus cosas. En cuanto me di la vuelta choqué con Lauren que llevaba una taza en la mano y sin decir nada me besó lentamente, dejándome absolutamente a merced de ella con una sonrisa que al separarse no borré. 332

—Lo siento, es que me gusta cuando te pones en plan madre conciliadora. Sí. —Rodeé su cuello con mis brazos apoyando mi cabeza en su hombro, dándole un beso en el cuello con media sonrisa. —Y también cuando me das besitos así en el cuello. —Tengo mucha suerte de tenerte, de que me conozcas tan bien como para que sepas lo que quiero decir. —Por eso me casé contigo, ¿no? —Abrí los ojos un momento y me separé de Lauren asomándome un poco por detrás del sofá para mirar a Maia y Lucy. Maia la tenía abrazada contra ella, dejando que jugase con la pulsera del hospital blanca que llevaba en la mano. —¿Todo bien? —Pregunté en voz baja. Maia simplemente asintió sin decir nada más. Esa noche Maia comió a mi lado como lo hacía antes, casi sin llegar a la mesa y manchándose la boca de tomate. Sorprendentemente pidió un poco más de pasta, que se comió lentamente mientras estaba entretenida mirando los dibujos en el móvil de Lauren. —Mamá, ¿mañana vas a montar la casita? —Lauren tenía la boca llena de ensalada de pasta y asintió con una sonrisa, estirando el brazo para acariciarle la mejilla. —Mmh... Mañana por la mañana cuando te levantes ya estará montada, ¿te parece? —Maia alzó la cabeza con una gran sonrisa y asintió mientras masticaba aquellos macarrones con tomate que tanto le gustaban. —Pórtate bien con mamá, ¿vale? —Ella siempre se porta bien. —Sonreí inclinándome para besar su frente. * —Echaba de menos esto. —Escuché a mis espaldas mientras me quitaba el sujetador frente al armario. La verdad era que había pasado mucho tiempo desde la última vez que una de las dos estaba despierta a la hora de acostarnos las dos. —¿Te vas a poner camiseta? —Sonreí levemente con los ojos cerrados y giré un poco la cabeza para que pudiese ver mi sonrisa. —¿Quieres que lleve camiseta? —No. —Cerré el armario y me giré sobre mis talones caminando hacia la cama, subiéndome a ella de rodillas y gateé hasta quedar justo encima de Lauren. —Si le cuento esto a la Lauren de dieciocho años no me creería... —¿Por qué? —Ella alzó las cejas mirándome, poniendo las manos sobre mi trasero, apretándolo por encima de la tela de mi culot. —Entiendo... —Susurré mirándola sin decir nada más. Nos quedamos en silencio pero Lauren no me miraba a los ojos, su mirada estaba fija en mis pechos. —Lauren. —Le levanté la barbilla para que volviese a mirarme a los ojos y choqué mis labios con los suyos fundiéndolos en un beso lento y profundo, moviéndome lentamente encima de ella, de un lado a otro, separándome con una risa. 333

—¿Por qué me miras tanto las tetas? ¿Huh? —Lauren se quedó perpleja con los ojos abiertos. —Porque me gustan y las tengo casi en la boca, Camila. —Apreté sus mejillas con mi mano para darle un beso en los labios que la hizo reír y arrugó la nariz. —No empieces que no vamos a follar y me vas a calentar para nada. Además, estoy perezosa... —Gruñó con una mueca. —¿Y quién dice que no? Quizás hoy puedas dejarme a mí, ¿no? —Comencé a besar lentamente su cuello, dejando salir la lengua entre mis labios para chupar su piel lentamente. Pasé la lengua desde sus clavículas subiendo por su cuello hasta llegar a su barbilla, comenzando a moverme contra su muslo, arrastrándome pausadamente hasta llegar al final de su muslo y luego volver hacia atrás. —A la mierda. —Tiró de mi ropa interior con fuerza hasta romperla mientras me besaba, haciendo que abriese los ojos en mitad del beso, sobre todo cuando sus dos manos apretaron mis nalgas colocándome justo encima de ella. —L—Lau... Aunque yo estuviese arriba, Lauren seguía controlándome y es que era imposible no dejarse llevar por ella. Me moví rápidamente sobre ella apoyando las manos a los lados de su cabeza, inclinándome para besarla. Quería que fuese más rápido, movía mis muslos y apretaba, haciéndome gemir contra sus labios. Me abracé a ella apretando los ojos, sintiendo cómo sus caderas chocaban contra las mías fuertemente, casi seco, a la misma vez que las mías se frotaban contra ella. Mi cuerpo se tensó, apreté mis manos en la almohada, con la mano de Lauren en mi boca mientras gemía contra su palma, cayendo a plomo contra su pecho. Lauren me acariciaba la espalda lentamente con la yema de sus dedos, dejándome con los ojos cerrados, relajada, casi adormilada con esas caricias delicadas, con su cuerpo contra el mío. Me hizo sonreír sin siquiera moverse. Escondí mi cabeza en su cuello y pasé mi pierna por encima de las de ella, dándole un tierno beso en la mandíbula. —¿Estás preocupada? —Pregunté en un susurro mirándola con el ceño fruncido. La conocía muy bien, y después de aquello siempre solía besarme, hablar conmigo, pero en aquella ocasión sólo se quedó en silencio. —Vamos... Puedes contármelo. ¿Es por lo que te dije...? —No, no, Camila lo que me dijiste es una tontería. —Negó apretando los ojos, humedeciéndose los labios. —Es por el fútbol. —¿Es que no te sientes cómoda en el equipo? —Me incorporé apoyando el codo en la 334

almohada, y Lauren volvió a negar con una mueca. —Es nuestro primer año y vamos dos puntos por detrás del primero. Quedan cuatro jornadas y... Quiero ganar. Necesito ganar. —Movió las manos abriendo los ojos, dejándolas caer a los lados de su cuerpo con un suspiro. —No puedes ganar siempre, ¿sabes? —Asintió torciendo los labios, levantando la mirada hacia mí. —Pase lo que pase, tus hijas y yo siempre vamos a estar aquí. Sé que no es lo mismo que ganar un partido, pero... —Me encogí de hombros con una sonrisa tierna. —Es verdad, no tiene ni punto de comparación. —Agaché la cabeza con su respuesta, algo apenada por su respuesta. —Es mucho mejor. Capítulo 59 Lauren's POV Esos instantes antes de despertar del todo siempre eran los mejores. El instante en el que eres consciente de que ya no estás dormida, que tienes constancia de tu cuerpo, de la cama, de que vas a despertarte. El instante en el que notas un cuerpo cálido contra el tuyo, y por un segundo no sabes quién es. Entonces recuerdas que es la persona a la que quieres y te aferras algo más a él, intentando darle tu calor como esa persona te lo está dando a ti. El roce de sus piernas con las tuyas, de su cuerpo moviéndose y su respiración contra tu pecho te hacen sentir que esa persona es real. Entonces abres los ojos poco a poco, y la luz del sol que se filtra por el hueco de la persiana te molesta, e intentas refugiarte en el cuello de esa persona pero ya es demasiado tarde; la alarma del despertador suena. Di un manotazo para apagarlo porque se me acababa el mejor momento del día que había durado diez minutos. —Mmh... —Camila se removió, dándose la vuelta en la cama para quedar de cara a mí, abriendo los ojos con una mueca. —Sigue durmiendo. —Susurré inclinándome para darle un beso en la frente y volver a taparla con la sábana. Ni siquiera rechistó, simplemente volvió a dormir como le dije. Entré en el baño y me quité la camiseta mirándome al espejo, encendiendo la ducha. Durante un momento la escuché caer el agua fría y me miré en el cristal; parecía estar demacrada. El agua fría se clavó en mis músculos como si fuesen mil agujas a la vez insertándose en lo más profundo de mi piel. Me despertaba, me hacía estar lo más viva posible antes de cada entrenamiento. Me enfundé los jeans rotos, unas zapatillas deportivas blancas y una camiseta negra de los Rollings. 335

Al salir del baño pasé por la habitación de Maia y la vi frotándose un ojito intentando levantarse. Fruncí el ceño y entré en la habitación negando. —Hey... Hoy no vas al cole, Mai. —Sonreí un poco y puse una mano en su abdomen, ella me miró algo confusa. —¿Quieres dormir con mami? —Asintió y estiró sus bracitos hacia mí abriendo y cerrando las manitas. La cogí en brazos pegándola a mi pecho donde se quedó de nuevo adormilada mientras caminaba con ella hacia nuestra habitación. Tenía el pelo enmarañado, y aquél pijama de elefantes rosas con el fondo gris la hacía aún más adorable. Aunque tenía seis años, seguía siendo aquella niña de cuatro que aparentaba tres. La tumbé con cuidado en la cama justo al lado de su madre. Camila, sin siquiera despertarse alargó un brazo para pegar a Maia contra ella, casi como un acto instintivo y protector. Esas eran el tipo de cosas que yo nunca haría. Pero estaba bien, lo entendía. Las familias normalmente estaban formadas por un padre y una madre, y la madre siempre tiene ese instinto protector con sus hijos mucho más fuerte que el del padre. ¿Por qué sería? Quizás porque llevó a su hijo durante nueve meses dentro de ella, y aunque Lucy fuese mía biológicamente también tenía esa conexión con Camila. Pero era normal, porque yo también la tenía con mi madre. —Hey... No llores. Ya voy. —Me apresuré a llegar hasta la cuna de Lucy que comenzaba a llorar, y al notar mis brazos se tranquilizó. Camila decía que era igual que yo, pero al ser aún un bebé yo no le veía ningún parecido; excepto quizás los ojos verdes. La mecí un poco entre mis brazos con una mano en su cabeza y la otra en su pequeña espalda, pegándola a mi pecho justo como había hecho con Maia. —Mmh... Creo que te toca el biberón, ¿verdad? —Pregunté en un susurro bajando las escaleras, acariciando la cabecita de Lucy con mi mano de una forma suave. La dejé en su sillita encima de la mesa de la cocina, y le di uno de aquellos juguetes de gel color verde para que jugase con él. Camila decía que era para que lo chupase y lo mordiese, yo no estaba segura. Metí el biberón en el microondas y esperé mirando a la pequeña. Parecía una pequeña bolita, con la boca llena de babas y el pijama manchado. Sus pies no eran más grandes que mi dedo índice, y sus puños se mantenían apretados. El timbre del microondas me despertó, y lo saqué enroscándole la boquilla. —Muy bien, aquí está tu desayuno. —Sonreí volviéndola a coger en brazos, esta vez estaba tumbada contra mi pecho y acerqué la tetina del biberón a sus diminutos labios, que atrapó y comenzó a succionar.

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La miré durante todo ese rato en que la tenía en mis brazos y sujetaba el biberón. Mientras la sostenía me embobaba con ella. Nunca imaginé que tener un hijo fuese así, y es que Camila tenía razón; cuando son bebés todo es diferente. Subí de nuevo a Lucy a su habitación para dejarla dormir y yo bajé al salón de nuevo. Abrí la caja de la casa de muñecas de Maia y comencé a montarla en el suelo del salón con una taza de café y una tostada de aguacate al lado. Con medio bocado en la boca incrustaba las piezas de una en una hasta que las paredes quedaron fijadas al suelo, y el techo fue lo último en colocar. Estaba listo, lo dejé encima de la mesa del salón para que pudiese verlo al despertar. Luego dejé los cereales, el café, el pan preparado para tostar, el zumo y la mermelada encima de la mesa para que Camila al despertar no tuviese que esforzarse mucho. Y después de eso, me fui a entrenar. * Camila's POV Abrí los ojos de golpe, debían ser las doce de la mañana. Giré la cabeza rápidamente para mirar el reloj de la mesita de noche, suspiré; las diez de la mañana. Maia estaba a mi lado despierta viendo en el iPad de Lauren los dibujos animados. —Hey, ¿no me das los buenos días? —Sonreí un poco al decir aquello, y Maia de forma instantánea soltó el iPad y se abrazó a mi pecho. Tras unos besos en su cabeza la miré entrecerrando los ojos. —Buenos días mami... —Entonces entrecerré los ojos y me separé para mirarla, acariciándole la mejilla. —¿Y tú cómo has llegado a mi cama? —Ladeé la cabeza al preguntarlo, y Maia se encogió de hombros riendo. —Mamá me trajió. —Solté una carcajada al escuchar aquella palabra, levantándome de la cama. —Te trajo, mamá te trajo a la cama. —Asintió mientras yo caminaba alrededor de la cama hasta llegar a su lado. —Mamá me trajo. La cogí en brazos y bajé al salón con ella, que tenía la cabeza apoyada en mi hombro mientras bostezaba. Me recordaba a esas veces que la llevaba al colegio y en el autobús se quedaba dormida encima de mí. Aunque en esos momentos lo estaba pasando bastante mal, el simple recuerdo de cuidar de ella y verla así me hacía sonreír. Cuando llegamos al salón en la mesa estaba la casa de muñecas ya montada con las tres muñequitas fuera para que Maia pudiese jugar con ellas. 337

—¡Mami! —Señaló la casita mirándola con la boca abierta, mirándome luego a mí. —Mira, ¡mamá la ha montado para ti! —Abrí la boca para parecer tan sorprendida como ella. —Después de desayunar podrás jugar, ¿te parece bien? La senté en la mesa de la cocina y subí a por Lucy, aunque entonces estaba dormida, así que la dejé dormir un poco más; aún era temprano. Volví a la cocina bajando las escaleras y Maia ya se había echado ella sola los cereales y la leche en su cuenco. —¿No esperas a que mamá te haga el desayuno? ¿Uhm? —Sonreí acariciándole el pelo al pasar por su lado. Creía que iba a responderme que quería jugar con la casita lo antes posible, pero lo que dijo me dejó congelada. —No, te duele la mano mami. —Movió el cuerpo mientras comía al ritmo de la canción que sonaba de fondo en la tele. Aquellos dibujos animados le encantaban. —Vale, Mai... Vamos a hacer una cosa, no le digas a mamá que me duele la mano, ¿sí? —Maia me miró con el ceño fruncido mientras comía con la boquita llena. —¿Por qué? Eso sería no decir la verdad, y no decir la verdad es mentir, y mentir está mal, ¿verdad mami? —Entreabrí los labios y cerré los ojos. La había educado demasiado bien aunque pareciese imposible. —Ya, cariño, pero si mamá no te pregunta no hace falta que se lo cuentes, corazón. —Asintió mirando su tazón de cereales, y yo suspiré dándome la vuelta para fregar lo que había en el fregadero. —A ver qué ha desayunado hoy tu madre... —Dije en con un suspiro desganado, no la culpaba de no fregar sus platos porque apenas tenía tiempo, pero me molestaba tener que hacerlo yo. Cuando miré el fregadero sólo había una taza y el biberón sucio de Lucy. Por eso estaba aún dormida. Fregué la taza y el biberón, porque la verdad era que no me costaba nada hacerlo. Maia después de desayunar jugó con su casita, y yo me puse a desayunar aquellas tostadas con mermelada que Lauren había preparado para mí sólo para que yo las tostase. Tuve que fregar todo aquello, como es obvio. Me senté en el taburete de la cocina y me miré la mano, me quedé absorta observando cómo las marcas, las asperezas no se iban, seguían ahí. Quizás eran como los recuerdos. El pasado siempre será tu pasado por mucho que las cosas mejoren, y mis manos eran el reflejo de ese trabajo por salir de aquél pozo. Sentí un pinchazo que me recorrió desde la mano al antebrazo, haciendo que apretase los ojos y cerrase la mano en un puño hasta que pasase. La mano se me había quedado dormida de nuevo, no me sentía los dedos. —Camila. —Di un respingo en la silla y me di la vuelta de golpe. El corazón me iba a mil por hora, no había escuchado la puerta, de hecho Lauren estaba detrás de mí con el gesto serio y no me había dado ni cuenta.

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—Hey. —Suspiré apartándome el pelo de la cara. Lauren se quedó en silencio y miró hacia la mesa, donde había aún un tenedor que se me había olvidado guardar. —¿Me haces el favor de coger ese tenedor? —Alargué la mano y lo cogí con la derecha, enseñándoselo, pero ella negó con el ceño fruncido. —Con la izquierda. —Tragué saliva y reí, negando. —No, Lauren ya lo he cogido, es lo que querías... —No, cógelo con la izquierda. Eso es lo que quiero. —Suspiré cerrando los ojos. Levanté la mano y sentí el hormigueo en la punta de mis dedos, dolían como mil agujas clavándose a la vez. Intenté cerrar los dedos, pero al hacerlo el tenedor se me escapó de las manos deslizándose por la encimera. —¿Por qué no me has dicho que tienes esa mano mal de nuevo? —Se cruzó de brazos negando, parecía casi decepcionada. —Porque te dije esas cosas en el hospital, y te hice daño y... No quería decirte esto por si pensabas que era para darte pena, y ahora tu cabeza está en el fútbol, en la liga, es tu prioridad y no quiero ser una carga más. —Dije frustrada, levantándome del taburete con la cabeza gacha. —Camila, ¿aún no te has enterado que mi prioridad sois vosotras? —Enmudecí cerrando los ojos mirando al suelo. —¿Crees que importa más un maldito partido de fútbol que tu salud? —No, no me refería a eso. Es sólo que no quiero que esto te afecte también. —Suspiré frotándome la frente con dos dedos. —Mañana vamos al hospital y que te vean la mano, ¿me has oído? —Lauren puso sus manos sobre mis brazos y asentí lentamente. —Siento no habértelo dicho, pero... No quería que te preocupases por mí. —Me abrazó, y apoyé en su pecho sintiéndome mucho más reconfortada, segura. —Me preocupo por ti, aunque no te pase nada.

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Capítulo 60 Lauren's POV Ally dijo que su mano ya estaba dañada desde hacía un año, pero el trabajar con el ordenador, seguir limpiando —aunque fuese en menor medida—, la humedad de Miami y el embarazo hicieron empeorar el estado de su mano hasta que quedó igual de dañada que la otra. Había que operar de nuevo, y según decía Ally no habría ningún problema después de aquello. Camila entró al quirófano a las doce de la mañana y yo me quedé por los pasillos tomando café y mirando el móvil. Maia estaba ya totalmente recuperada, así que después de aquella semana de reposo en casa volvió al colegio, daba gracias a que mis padres irían a recogerla a la escuela y cuidarían de la pequeña Lucy. A las dos de la tarde Camila salió del quirófano. Entré a la habitación y me miró con una sonrisa, con el brazo apoyado en su vientre. —Hey... ¿Cómo estás? —Me senté en el sillón al lado de su camilla, dándole unos cuantos besos seguidos en los labios. —Mejor, mejor. ¿Y tú? ¿Has comido? —Solté una risa al sentir su mano sana acariciar mi mejilla y giré mi rostro para dejar un tierno beso en la palma de su mano. —Siempre que estás hospitalizada me preguntas cómo estoy yo. Déjame que te cuide al menos, ¿no? —Ella enrojeció, apretando mi mejilla con una tierna sonrisa. —Dice el médico que en una hora podremos irnos, así que... Si quieres te ayudo a vestirte. —Anda sí... Ayuda a tu débil e indefensa mujer. —Fruncí el ceño abriendo la bolsa de su ropa, cogiendo la camiseta que llevaba para cambiarse. —No tienes nada de eso. —Repliqué volviendo hacia ella, quitándole la camiseta con cuidado. Metió el brazo por el hueco de la manga hasta que pude sacarlo, y cogí el sujetador para ponérselo. —A veces me gusta que me cuides, ¿sabes? —¿Es que no te cuido? —Me pegué a ella para poder abrocharle el sujetador, quedando con su cara pegada a mi abdomen. —Me refiero a que me mimes, me consientas, Lolo. —Sonreí al escuchar aquello, cogiendo la camiseta limpia con el ceño fruncido. —No me llames así. —Metí la camiseta por su cabeza, apartándole el pelo para ponerlo por encima de esta. —Está bien, está bien. —Terminé de ponerle la camiseta y me agaché para colocarle los pantalones, metiéndolos por sus piernas con su ayuda. —¿Cómo está Maia? ¿Y Lucy?

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—Relájate, está todo bien, sh, ya. —Se puso de pie en el suelo para que yo le terminase de poner el pantalón y me dio un golpe en el brazo. —Eh, que te dejo sin vestir. —¿Me vas a llevar a comer a algún sitio? —Me arrodillé delante de ella para ponerle los botines con media sonrisa. —¿Cómo lo sabes? —Me puse de pie de nuevo viéndola levantarse de la camilla. Estaba absolutamente perfecta y acababa de salir de una operación. —Tienes la tarjeta del restaurante con la hora reservada en el bolsillo del pantalón. —Acarició mi mejilla sonriendo, mirándome de aquella forma tan tierna y dejándome tan enamorada. Salimos del hospital en menos de media hora y por fin subimos al coche. Yo me puse aquellas gafas de aviador con los cristales azules y ella llevaba unas iguales pero con los cristales naranjas. Mantenía el brazo pegado contra su vientre en el cabestrillo mientras miraba el móvil y yo conducía. —¿Te duele? —Pregunté girando el volante hacia la izquierda, dejándolo luego deslizarse entre mis manos. —No, me dieron una pastilla para el dolor. —Asentí levemente parándome en el semáforo, simplemente quedándome en silencio. Todo aquél tema de la mano de Camila me preocupaba bastante, después de todo no quería que volviese a sufrir de aquella manera. —Oye... ¿Podemos no ir al comer? —Se giró para mirarme con los ojos entrecerrados. —Me gustaría pasar más tiempo contigo a solas, ya sabes... —Apretó los labios esperando mi respuesta. —Sabes... Eso suena mucho mejor que mi plan. Al final acabamos en casa, Camila tampoco tenía muchas ganas de salir por ahí. Además, pasaríamos algo de tiempo juntas en casa, algo que nunca hacíamos. Muchas veces echaba de menos sentarme a cenar en el jardín con ella, o simplemente tumbarnos en el sofá a ver una película. Mientras yo servía vino en dos copas miraba a Camila sentarse en el taburete de isla de la cocina, alargando la mano para tomar su copa. —¿Segura de que estás bien? —Pregunté sentándome frente a ella, dándole un sorbo a mi copa. —Sí, estoy completamente bien. Tú estate tranquila. —Después de decir eso se bebió de un sorbo la copa de vino que le acababa de servir. Entreabrí los labios al verla. —Ya, estás bien y te acabas de beber la copa de vino entera y del tirón... —Asentí, me humedecí los labios y le serví un poco más de vino, escuchándola reír. —Nada, no es nada. Tonterías mías. —Giré rápido la cabeza hacia ella, poniéndole el 341

corcho a la botella. —Cualquier tontería tuya quiero saberla. —Cogí su mano entre las mías y ella frunció el ceño negando, encogiéndose de hombros. Se quedó en silencio durante unos segundos e hizo una mueca. —Es que... Echo de menos a mis padres y no quiero echarles de menos, ¿sabes? —Soltó una risa triste, mirando hacia la pared. No, esto no era 'una tontería de las suyas'; esto era algo importante. —Te veo a ti con tus padres, lo bien que os lleváis después de todo. Veo a Clara, cómo te trata y cómo me trata a mí, pero al fin y al cabo es tu madre y no la mía. ¿Por qué les echo de menos? —Porque quieras o no son tus padres. —Camila agachó la cabeza apretando los ojos sollozando mientras negaba. —Sé que te han hecho daño, y sé que... Fueron unos cabrones contigo. ¿Pero qué pasa si uno de ellos muere? Vas a estar arrepintiéndote toda tu vida de no haber arreglado las cosas. —Soltó mi mano para poder limpiarse las lágrimas. —No has escuchado su parte de la historia, y... Me parece que quizás tengan algo que decir. —¿Por qué ahora los defiendes? —Me preguntaba con la respiración agitada, levantándose del taburete para darse la vuelta. —Porque han venido una y otra vez a verte aunque les decías que no. Y quizás es porque... O realmente lo sienten, o la realidad no es como tú la has vivido. —Me levanté poniendo mi mano en su brazo, haciendo que se diese la vuelta para mirarme. No podía verla así, le limpié las lágrimas con los dedos sonriendo un poco. —Nunca me has hecho caso, pero por una vez, házmelo. * Camila's POV Quería a Lauren sobre todas las cosas, eso era lo primero. Lo segundo, echar de menos a mis padres me estaba matando por dentro, y quería tener una razón clara para odiarlos del todo, o que me diesen una explicación para aquellos cinco años en los que no llamaron ni una vez. Mi mano ya no dolía, pero tenerla en aquél cabestrillo era bastante incómodo, sobre todo si iba a entrar a la que había sido mi antigua casa y quería dar un par de golpes en la pared. Lauren paró frente a mi casa, pero yo no articulé palabra. —Hemos llegado. —Me giré hacia ella, que me miraba con una pequeña sonrisa. —¿Estás preparada? —No. —Murmuré negando, y ella soltó una risa. A veces entendía por qué la quería, y ese momento era uno de ellos. No me estaba obligando a pasarlo mal, Lauren quería que 342

tuviese ese cariño que ella tenía de sus padres. Quería verme feliz. —Camila Cabello, la mujer de hierro que crio a su hija con absolutamente nada, me dice que no está preparada para una simple charla. —Hice un puchero acercándome a ella para que simplemente me diese un beso en la frente, me arropase y me hiciese sentir bien antes de entrar al matadero. Salí del coche y me encaminé hasta la puerta de casa de mis padres, respirando largo y profundo, casi a punto de desmayarme. Llamé a la puerta sin pensármelo dos veces, con el corazón en la boca. Mi madre abrió, y al verme la mandíbula casi se le cae al suelo. Se había teñido el pelo a un castaño oscuro, pero seguía igual. —¿Camila? —Me miraba parpadeando, y luego bajó la mirada a mi brazo. —¿Puedo pasar? —Rápidamente mi madre se apartó para dejarme paso a aquella casa donde tantos años había vivido; pero ya nada era igual. El sofá no era el mismo, este era de un color burdeos terroso, frente a una mesa de cristal donde había un centro de mesa con bolas de madera de distintos colores; blancas y marrones. —Alejandro, ven. —Mi madre no apartaba la vista de mí, mientras yo lo observaba todo algo más tranquila, pero con esos nervios en mi interior. Mi padre apareció por la puerta, y aunque a la que más echaba de menos era a mi madre a él me dolió mucho más verlo. Él fue muy duro conmigo, él fue el que me echó de casa. Mi madre simplemente lo obedecía, nada más. Él fue a abrazarme, pero yo negué mirando a mi madre. —¿Podemos hablar? —Ambos asintieron y se sentaron juntos en el sofá frente a mí, que estaba sentada en el sillón contiguo. Nos quedamos en silencio, intentaba buscar las palabras justas para empezar la conversación. —No vengo a que me contéis el rollo de que estáis muy arrepentidos, no. Quiero que me contéis que cojones hicisteis, quiero que me contéis todo. —Bajé la mirada a mi brazo, colocándome bien la cinta que sujetaba el cabestrillo. —Camila... —Empezó mi padre. —No. —Mi madre lo cortó, lanzándole una de aquellas miradas que asesinaban. —Mira, Camila, quiero empezar diciéndote que somos de una cultura muy conservadora y distinta, y no me estoy excusando. —Carraspeó cerrando los ojos. —Cuando te quedaste embarazada, lo primero que pensé es '¿qué hicimos mal?', te escapabas por las noches y 343

aparecías a las diez de la mañana en casa para dormir hasta medio día. Queríamos que estudiases una carrera y que triunfases en la vida, algo que ni tu padre y yo tuvimos, pero en cambio pasó eso. Te quedaste embarazada, y yo no supe cómo reaccionar. Tu padre enfureció, y... En esta cultura que te digo, la mujer no tiene mucha voz, ¿sabes? —Soltó una risa apretando las manos en sus rodillas. —Así que con el enfado de tu padre, te echó de casa, y tú te fuiste. Yo pensé que volverías, pensé que a la mañana siguiente estarías de nuevo en casa y cenarías con nosotros, pero no, no fue así. » Salimos a buscarte, fuimos a casa de Nash y él ni siquiera nos abrió la puerta. Llamamos a todas y cada una de tus amigas, hasta que Marielle nos dijo que te ibas a Portland con una amiga, pero ella ni siquiera sabía quién era. Pasaron los días e intentamos llamarte, pero tú no cogías el teléfono por un problema con la compañía de teléfonos, así que nos fuimos a Portland a buscarte; pero no te encontramos. Papá y yo estuvimos una semana llamando, buscando, preguntando, pero nadie sabía nada de ti; así que volvimos a Miami. Después de eso cambiaste de número, y ahí sí que te perdimos la pista. Cada tres meses íbamos a Portland a buscarte, pero nunca teníamos suerte, nunca dábamos contigo. Así pasaron cinco años. —Mi madre llevaba llorando como cinco minutos, y mi padre tenía la cabeza agachada con las manos entrelazadas. —Cinco años en los que en cuanto teníamos algo ahorrado, íbamos a Portland a buscarte. Pero un día llamaste a la puerta y apareciste con la hija de la que te fuiste embarazada y una chica que era tu novia. —Pero tú no aceptaste a Lauren cuando la viste. —Susurré en voz baja con la voz quebrada a punto de romper a llorar. —Yo sólo dije que era una mujer. Es chocante que tu hija se vaya embarazada de un imbécil y vuelva con una mujer cuando jamás te habló de eso. Y estaba feliz por ti, estaba feliz por verte, por ver que tenías una pequeña familia, por... Ver que las cosas no te habían ido tan mal, aunque yo no sabía todo lo que habías pasado antes. » Tras escuchar todo lo que nos dijiste, tras ver todo lo que nos odiabas nosotros... Nos sentíamos como los peores padres del mundo a pesar de haberte buscado por todas partes, a pesar de haberle preguntado a todo el mundo; pero no podíamos dejar que te fueses otra vez. A tu padre le sonaba la cara de Lauren, pero no sabía de qué. Empezó a buscar por internet 'Lauren', hasta que dio con Lauren Jauregui, y era la jugadora de fútbol. En una de esas fotos salías tú en la grada, Camila, con tu hija en brazos mientras celebrabais el gol de Lauren. Entonces contratamos un canal donde pudiésemos ver todos los partidos, y empezamos a seguir la liga femenina. Vimos ese programa en el que Lauren habló de ti, vimos lo preciosa que estabas embarazada en la gala del balón de oro, y te visitamos las veces que podíamos, sólo por verte, aunque la respuesta siempre era la misma. Siempre era un portazo en la cara, y cuando vinisteis a Miami... —Mi madre paró un momento para enjugarse los ojos, cogiendo un pañuelo de encima de la mesa. —Cuando supimos que estabas bien y que estabas aquí, no quisimos molestarte, porque eso era lo único que hacíamos; molestarte. Mientras mi madre lloraba, mi padre intentaba no hacerlo, una lágrima caía por mi mejilla 344

tras escuchar todo aquello. —¿Cómo voy a creerme que esto no es una historieta para que vuelva? —Mi voz temblaba, se rompía, y mi madre se encogió de hombros con un pañuelo que apretaba su nariz. —Porque yo lo vi, Mila. —La voz de Sofi captó mi atención, y levanté la cabeza para mirarla. —Yo tenía unos 10 u 11 años, no entendía por qué mis padres me dejaban sola en casa de la abuela cada cierto tiempo, nunca me contaban nada, ni dónde estabas, ni por qué te habías ido... Echaba de menos a mi hermana. —¿Podrías perdonarme? —Preguntó mi padre absolutamente derrumbado. Jamás, en toda mi vida había visto a mi padre llorar, ni siquiera estar triste, pero ahora mismo era un mar de lágrimas al igual que mi madre. Pero yo no podía hablar, porque el llanto me embriagaba y apenas respiraba porque mis labios se entreabrían un poco. —¿Puedo abrazarte? —La pregunta de mi madre se me hizo necesaria. Me abrazó de pie en mitad del salón, seguíamos midiendo lo mismo. Era pequeña, y me abrazaba con fuerza aunque tenía cuidado con mi brazo. Mi padre se unió al abrazo, lo que me quebró aún más en un llanto ya irreparable. Sofi se coló bajo mi brazo bueno, y los cuatro acabamos así, abrazados como la familia que siempre quise que fuéramos. Capítulo 61 Camila's POV Salí al jardín; necesitaba despejarme un poco. Las lágrimas seguían cayendo por mis mejillas pero con sentimientos mezclados. Por una parte estaba tan feliz de volver a tenerlos que se me hacía imposible llorar, y por otra había sido una idiota al irme. Si no me hubiese ido, si, quizás hubiese vuelto a recoger mis cosas me habría encontrado con mis padres y me lo habrían explicado todo; pero no fue así. Lauren salió del coche y caminó rápido hacia mí, resguardándome entre sus brazos y acariciando mi cabeza. Lloré aún más apretando las manos en su espalda, y escondiéndome contra su pecho. —Hey... ¿Qué ha pasado? —Me separó de su cuerpo con las manos puestas en mis brazos, aunque luego me limpió las lágrimas con sus manos en mis mejillas. —Ellos me... —Apreté los labios intentando no llorar mientras hablaba. —Me buscaron todo este tiempo y, y yo me fui pero ellos no querían que me fuera y... Vinieron a Portland todos los meses a buscarme... —Me abracé a ella intentando controlar mi respiración. —Si no fuese una estúpida y hubiese vuelto, si sólo lo hubiese pensado... —Hey, no, mírame. —Puso las manos en mis hombros con el ceño fruncido. —Todo pasa 345

por una razón, Camila. El destino está escrito, nada sucede por casualidad. Si tus padres te hubiesen encontrado y se hubiesen explicado, habrías vuelto a Miami y nunca me habrías conocido. Nunca nos habríamos casado y Lucy no existiría. Imagina que Nash esa noche no puede llegar a drogarte, a emborracharte o no consigue acostarse contigo... No habrías tenido a Maia. ¿Crees que Maia fue un error? —Miré al suelo ante sus palabras, y es que cada una de ellas tenía razón. —No me habría enamorado de ti, y seguiría sola en mi casa de Portland intentando que Dash ladrase y con las esperanzas de tener una familia que sé que jamás habría tenido. Nada es un error, Camz, a la larga todo tiene su explicación. —Sonreí mientras lloraba con la cabeza sobre su pecho de nuevo, y mis manos apretándola mucho más que antes. —Sabía que me casé contigo por algo... —Soltó una risa y se removió para soltarme de su agarre, sacando un pequeño paquete de pañuelos y cogió uno solo. —Voy a intentar encontrar a mi mujer tras esta niña mapache. —Sonreí mientras me limpiaba el rímel con los pulgares y se inclinó para besarme luego de una forma dulce. —¿Quieres que recoja a las niñas y tú te quedas un poco más con tus padres? —Está bien... No tardes mucho, ¿eh? —Me abracé a ella con el brazo que me quedaba libre, dándole un beso en la clavícula. —Estaré aquí pronto. * Lauren's POV Creo que yo estaba más feliz incluso que Camila, para ella eso era como volver a nacer, como recuperar todo el tiempo que había perdido sin ellos. Aparqué frente a casa de mis padres y me bajé del coche caminando hasta la puerta; toqué el timbre y tres veces con los nudillos. —¡Mamá! —Escuché que Maia decía tras la puerta. —Es mamá. —¿Es mamá? ¿Estás segura? —La voz de mi madre lo cuestionaba, pero cuando abrió la puerta se quedó con la boca abierta, y Maia saltó hacia mí con los bracitos abiertos. —¡Mamá! —La cogí en brazos con facilidad, porque seguía teniendo ese cuerpo menudo y pequeño para una niña de su edad. —¿Cómo sabías que era yo? —Le di un beso en la mejilla a mi madre y pasé dentro con Maia en brazos. —No sé mami. —¿Qué tal con Camila? —Preguntó mi padre que llegaba con una taza en la mano, y dejé a Maia en el suelo con cuidado.

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—Sorprendentemente bien. Lo hablaremos en... Otro momento, —miré a Maia con el ceño fruncido que pisaba fuerte el suelo para que sus zapatos brillasen— ahora tenemos que irnos. —Bueno, mañana si quiere Camila puede llamarme. —Está bien, papá tienes que venir a por las entradas del último partido de liga. —Lo señalé riendo, entrecerrando los ojos porque le había perdido la pista a Maia. Cogí la sillita de Lucy y a Maia de la mano y caminamos hasta el coche. Allí primero subió Maia, y luego acomodé la sillita de la pequeña con una sonrisa. —¿Tienes ganas de ver a mami, Mai? —Dije enganchando la sillita al asiento, y ella asintió mirándose las puntas de los zapatos. Enganché bien su cinturón. —Hoy hay que darle mucho cariño, ¿está bien? —¡Está bien! —La cogí de las mejillas con una mano, apretando sus mofletes y le di un besito, al igual que hice con Lucy. Me encantaría pasar más tiempo con aquella pequeña. —Entonces vamos a por mamá. El trayecto se hizo tranquilo más que nada porque las niñas no dieron ni un ruido. Maia iba ensimismada con una pequeña pelota de goma que apretaba entre sus manos y Lucy... Lucy no lloró, algo es algo. Paré frente a la casa de los Cabello y miré a Maia por el retrovisor, que levantó la mirada hacia mí con una sonrisa y me saludó con su manita algo tímida. —¿Qué quieres cenar hoy, bichito? —Apoyé las manos en el volante mirando la casa de los Cabello esperando a que Camila saliese. —Comida. —Solté una risa al escuchar la voz inocente de Maia. —Entonces no hay problema. Camila salió de casa y volví a arrancar el coche para irnos. Al llegar hasta la ventanilla me dio un beso en los labios y se quedó parada mirándome. —¿Qué ocurre? —Pregunté frunciendo el ceño. No había ido a su asiento, simplemente me miraba con una pequeña sonrisa. —Verás, es que no sé si tú vas a querer... Mis padres quieren conocerte a ti y a las niñas. —Abrí los ojos al escucharla; estaba perpleja. —¡Mami! —Maia estiró la manita y Camila la cogió con una sonrisa, dándole un beso en la palma. —Mmh... ¿Tú quieres, Camz? —Ella apretó los labios evitando aquella sonrisa que estaba deseando mostrar y se encogió de hombros. 347

—No quiero que te sientas incómoda. No quiero que nada salga mal, que... Sientas que no he hecho lo correcto. —Apagué el coche y saqué las llaves, abriendo la puerta. Camila se quedó algo desconcertada y cogí su cara entre mis manos. La miré a los ojos; aún tenía restos de rímel corrido pero era casi imperceptible, los labios algo rosados y entonces me perdí. Me perdí en aquella curva que se formaba en la curva de sus labios cuando sonreía, en su cuello, en sus clavículas y volví a perderme en sus ojos. —Vamos dentro. —Dije simplemente terminando por darle un suave y tierno beso en los labios. Camila tomó a Maia de su manita y yo cogí la sillita en la que llevaba a Lucy. Nos encaminamos hacia la puerta cruzando el jardín y al llegar Camila se puso en cuclillas delante de Maia. —Vale, bichito... —Cogió su mano y les dio un tierno beso, ladeando la cabeza con una sonrisa. —Ahora vamos a cenar con mis padres. —¿Tus papás? Yo creía que tú no tenías papás... —Se acercó a Camila algo tímida, pasándose la mano por la mejilla. —Sí, sí que tengo. Ya los has visto antes, ¿vale? Y... Son tus abuelos. —Maia frunció el ceño, me miró a mí y luego miró a su madre con el ceño fruncido; estaba confusa. —Pero yo ya tengo al abuelo Mike y la abuela Clara... —Parecía algo disgustada y confusa, lo que hizo que Camila soltase una sonrisa. —Cariño, todo el mundo tiene cuatro abuelos. Dos por mamá y dos por papá, o dos por mamá y dos por mami. ¿Quieres conocer a los dos que faltan? —Entonces Maia esbozó una pequeña sonrisa y asintió agarrándose a la mano de su madre. Llamó a la puerta. Cuando abrió, su madre apareció y se quedó mirando a la pequeña un momento, luego sonrió casi a punto de llorar, apartándose de la puerta para que entrásemos. Su casa no era nada del otro mundo, aunque la de mis padres era más grande y espaciosa, pero estaba bien. Por lo que me contó Camila no estaban muy acomodados. Maia estaba entre las piernas de Camila mirando hacia arriba sin entender nada de lo que estaba sucediendo, así que miraba a su madre y la cogió de la mano como si quisiese ocultarse. —Mira, Mai, esta es mi madre. —Dejé la sillita de Lucy en el suelo y cogí a Maia en brazos para que estuviese a la altura de la madre de Camila. Se escondió un poco en mí, rodeando mi cuello con los brazos y mirando a la mujer. —Es tu abuela, Mai. Como la abuela Clara. Y él... —Señaló a Alejandro que aparecía por detrás. —Es el abuelo Alejandro. —Alejandro. —Murmuró mirándolo, pero al ver a Sofi estiró el brazo con una gran sonrisa, saludándola.

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—¡La tía Sofi! —Abrió la boca mirándome a mí, y asentí riendo. —¿Son también tus papás? —Sofi asintió dándole unos cuantos besos ruidosos en la mejilla. —Mira, esta es mi madre, Sinu y este es mi padre, Alejandro. Y son tus abuelos, mira. —Se dio la vuelta y cogió de las mejillas a Alejandro, estirándoselas hasta que hizo una cara bastante graciosa, provocando la risa de Maia. —¿A que es gracioso? —Es mucho gracioso. —Lo señaló algo más suelta, entonces fue cuando la dejé en el suelo. —Muy gracioso. —Revolví su pelo mientras me reía, y todos observábamos a la pequeña. —Muy gracioso. —Respondió mirándolos a los dos desde abajo, ladeando la cabeza. —¿Tú eres mi abuelo? —Alejandro asintió y se puso en cuclillas delante de Maia con una sonrisa. —Y si eres mi abuelo... ¿Me vas a comprar chuches? ¿Muchas chuches? El abuelo Mike me compra chuches y la abuela Clara me compra juguetes... —Aquella niña no se cansaba de engatusar a los mayores con su encanto incluso si les estaba pidiendo que la sobornasen con chuches o juguetes. —Claro, ¿cuáles son las chuches que te gustan? —Maia se abalanzó sobre Alejandro sujetándose a su cuello y él la levantó. —Los caramelos de limón. Sinu entró en la cocina y sacó una lata repleta de caramelos de limón importados de Cuba, parecían estar bastante buenos, de hecho cuando volvió corriendo de la cocina me dijo que tenía que probarlos. —Papá... Esta es Lauren. Bueno, ya la conoces pero, Lauren este es mi padre. —Extendí la mano para estrecharla y él la apretó fuerte tirando de mi brazo y abrazándome luego con dos golpes con la mano abierta en la espalda. —En... Encantada. —Dije con una pequeña risa al final. —Juegas bien, ¿eh? —Comentó con esa misma risa. Insistieron en que nos quedásemos a cenar y, por mi parte no iba a objetar nada. Maia estaba al lado de Camila, y yo a su otro lado. A mi izquierda Sofi y en frente Alejandro y Sinu. Le expliqué que no podía comer de lo que había preparado porque en dos días tenía partido y Sinu muy amablemente preparó un plato de pasta sólo para mí aunque insistí en que no hacía falta. —Hay... Hay algo que quiero preguntarles. —Dije carraspeando, mirando un momento a Camila. Alejandro asintió para darme permiso. —¿Por qué no le dijisteis esto antes a Camila? ¿Por qué no avisarla de que la buscabais? —Porque cuando la encontramos intentamos explicarnos pero no nos dejaba y... Bueno, preferimos que siguiese con su vida. Sé que suena extraño, pero cuando ves que alguien 349

ya no te quiere en tu vida no vas a molestarla más porque, además, pensábamos que nunca nos creería. —Asentí con el ceño fruncido, mirando luego a Camila que no apartaba la vista de mí con una sonrisa. —Siento si la pregunta ha sido muy directa. —Me disculpé tomando el vaso para darle un sorbo. —Es normal. También queríamos darte las gracias a ti por... Cuidar de ellas, ya sabes. Nos quedamos más tranquilos cuando supimos que estaba a tu lado. —Esbocé media sonrisa y esa última frase me llenó de orgullo. Incluso nuestro matrimonio había sido para proteger a Maia, todo lo que yo hice era para protegerlas a ellas dos. —Oye, ¿cómo van los entrenamientos? Y así, entre conversaciones de Sinu con Camila, y Alejandro hablando conmigo pasamos la cena. Me preguntaba sobre cómo veía la liga, y la verdad es que estaba muy muy cercana. A un punto del primero, cosa que estaba genial. Me preguntó si veía posibilidades de ganar, le respondí que muchas. Camila tomó mi mano y, mientras Maia y Lucy se quedaron en el salón con sus padres y Sofi me llevó a su habitación. Tenía una colcha rosa, algunos peluches encima de la cama, un escritorio de madera bastante antiguo y un armario enorme; se parecía a mi habitación. —Ven. —Se sentó en la cama y tiró de mi mano para hacer que yo me tumbase a su lado. Miramos al techo; tenía unas cuantas estrellas que se iluminaban en la oscuridad. —Las pusimos ahí porque mi hermana dormía conmigo y le daba miedo la oscuridad. —Murmuró en voz baja, con su cabeza apoyada en mi brazo. —Me pedía que nunca me fuese por la noche, que le daba miedo. —Soltó una pequeña risa que fue cesando poco a poco. —Tenía sólo nueve años, y siempre quería que le contase cuentos sobre princesas, o que jugase con ella con las muñecas. —Escuché cómo su respiración comenzaba a temblar y se hacía irregular, cómo tragaba saliva. —Para Sofi fue como si muriese, ¿sabes? —Asentí lentamente con gesto serio, tomando su mano libre con la mía y enlacé nuestros dedos. —Eres una gran hermana. —Besé su frente cerrando los ojos, y ella dejó que la abrazase. —Y eres una gran madre. Capítulo 62 Lauren's POV Puse las manos en la cintura y comencé a mover el tobillo, escuchando es murmullo del estadio que poco a poco se iba llenando. Miré el marcador, Seattle había ganado su partido, Kansas también, ahora sólo faltábamos nosotras por ganar para seguir en la pelea. Moví el cuello hacia atrás, haciendo movimientos circulares con la cabeza para estirarlo 350

con los ojos cerrados. De fondo comenzó a sonar la música, y los asientos comenzaban a llenarse. —Jauregui, tú sólo aprieta, aprieta, aprieta a la portera. —Decía Jocelyn, la preparadora física del equipo. Daba palmas para animarme, mientras yo bajaba el cuerpo entero para tocar el césped con las manos. —No dejes que respiren, haz que el equipo muerda, ¿me oyes? —Levanté el cuerpo y asentí, cogiendo una botella de agua de una de las neveras que había repartidas por la zona en la que estábamos. —¡Vamos, vamos, vamos, chicas, os jugáis la vida hoy! —Gritaba, y yo desenrosqué la botella, dándole un largo trago de agua, para luego escupirlo en el césped. —Hace buen día hoy, ¿eh? —Sonreía Morgan, y le pasé el brazo por encima para entrar a los vestuarios. —Va a ser un buen día. —Asentí con los ojos cerrados, y ella se rio. Bajamos las escaleras hasta los vestuarios, donde ya estaban todas cambiándose de camisetas y poniéndose los vendajes. Quedé frente a mi taquilla y la abrí, escuchando el barullo y las voces de las chicas que gritaban mensajes de ánimo. Miré la foto pegada en la taquilla, Camila y las niñas siempre me animaban antes de cualquier partido. Cogí las espinilleras, y me senté bajándome las medias para poder colocarlas en mis piernas. —Hey, ¿y ese tatuaje nuevo? —Harris se sentó a mi lado para colocarse las vendas de la mano, y me miré el antebrazo izquierdo con media sonrisa. —Es un dibujo de mi hija. —Levanté el brazo para enseñárselo. A decir verdad, me daba un poco de vergüenza; ella tenía los brazos tatuados por completo. —¡Es adorable! —Dijo tomándome del brazo. Era un osito de peluche dibujado y coloreado por ella misma. A su lado, había otro más pequeñito, que era su hermana Lucy. —Se pasó toda la tarde dibujándolo para mí. —Harris se echó a reír, mientras yo me colocaba una venda en la muñeca, apretándola fuerte. Se me había abierto en uno de los entrenamientos. Quería hacerme algo que llevar conmigo siempre, un recuerdo de las dos, algo con lo que celebrar los goles que no fuese un gesto. Así que le pedí a Maia que dibujase algo, lo que quisiese, para ella y para Lucy. Así que ella dibujó dos ositos de peluche. Me los tatué en la zona exterior del brazo, colindando con la mano, y no podía gustarme más. Estaban coloreados en marrón, con la nariz rosa y un lacito rojo en el cuello. Un golpe en el hombro me sacó de mis pensamientos cuando estábamos en el túnel a punto de salir, era Morgan para darme un beso en la mejilla y un pequeño golpe de ánimo en la espalda. Caminamos hasta el centro del campo, pero aquél día, aquél día yo tenía una sensación extraña que me recorría el cuerpo. Eran nervios, nervios como cuando jugamos la final del mundial, y es que aquello sí que era una final. 351

Miré el balón en el suelo, miré a Morgan que estaba, al igual que yo, con los brazos en jarra y las manos en la cintura, ella asintió para darme seguridad. El pitido del árbitro hizo rodar el balón. Corrí contra hacia el área contraria, y veía cómo se fabricaba el juego entre líneas, en la defensa, subiendo al centro del campo. Corrí para desmarcarme siguiendo el balón con la mirada, pero nadie vio mi desmarque, así que fue en vano. Levanté la mano mirando a los lados, Morgan me vio, y salí disparada hacia el área al mismo tiempo que la pelota, que impactó contra mi bota derecha para controlarla, entonces escuché el pitido del árbitro. Miré hacia el linier que había levantado la bandera. —¿Qué? —Dije sin entender, pero él no la bajaba. Negué con el dedo y la cabeza mientras me alejaba trotando de nuevo hacia mi área. Tocábamos y tocábamos, y si ellas presionaban nosotras presionábamos más. Cada vez que recibía el balón, también me llegaba un recado de la defensora en los talones; me estaba matando. Los tacos se me clavaban en los tobillos, y caía una y otra vez al suelo, pero nadie pitaba nada, era increíble. Si intentaba tocar la pelota, patada y al suelo. Me revolví contra la jugadora que tenía detrás, dándole un empujón para que se apartase. —¿¡SABES JUGAR AL FÚTBOL O SÓLO DAS PATADAS!? —Le grité pegando mi frente con la de ella, que me empujó de nuevo. Mis compañeras corrieron a separarme, y yo me zafé de todas ellas corriendo cabreada al centro del campo. "Hija de puta", vocalizó la jugadora para insultarme, pero hice caso omiso y busqué con la mirada el balón, que estaba en el centro del campo y corrí hacia el centro del área rival levantando la mano, entonces vi el balón volar hacia mí. Corrí, corrí lo más rápido que pude sintiendo mis muslos quemar, y estiré la pierna para controlar el balón, pero una de las jugadoras se tiró en plancha contra mi pierna de apoyo mientras la otra estaba levantada intentando controlar el balón. Los tacos se clavaron en mi tobillo, que se dobló por completo, y yo caí al suelo con un pinchazo en él. Ardía, dolía, pero yo sabía que no estaba bien. Levanté la mano rápidamente sujetándome la pierna en alto, y comencé a llorar. Lo primero que pensé es que me había partido el tobillo, y ahí se acababa la temporada para mí. Me puse las manos en la cara mientras lloraba y Ally y los demás del equipo médico me rodearon. No quería ver a nadie, no quería saber nada, sólo que me llevaran al vestuario. Me quitaron el brazalete, y me subieron en la camilla para llevarme fuera del campo. Yo seguía llorando casi sin consuelo, sintiendo cómo me ponían de nuevo en el césped, y Ally me quitaba la bota. Abrí los ojos, lo veía todo emborronado por las lágrimas, pero no podía. Cogí una toalla y me la eché sobre la cara, esperando a que aquél rato pasara. * 352

—Esguince de grado I. —Ally terminó de colocarme el zapato encima de la venda, y apreté los ojos porque me dolía bastante. —Creo que... En unos 15 días estarás bien. —Abrochó los cordones y asentí, bajándome de la camilla. Cogí las muletas y la miré. —Sentí mucho dolor, fue... Muy doloroso. Creía que me perdería lo que quedaba de temporada. —Dije caminando hacia la salida a su lado. —Pero el dolor fue por los tacos, no por el tobillo. Te dio fuerte. —Caminé a su lado con las muletas, escuchando los gritos de la gente de fondo, mientras yo salía del vestuario con ella. —¿Estaré para el último partido? —Ella asintió y puso una mano en mi hombro. —Deberías irte a casa. —Entonces vi a Camila al final del pasillo. Daba gracias a que hoy Maia no fue al partido, porque sinceramente, no sabría con qué cara iba a decirle que estaba bien. Me abrazó con fuerza, acariciándome el pelo y dándome pequeños besos en el hombro, haciéndome suspirar. Entre sus brazos me parecía que todo iría bien. —No ha sido nada grave, sólo me asusté. Me asusté mucho. —Le dije separándome, y ella me tomó de las mejillas con el semblante serio y enfadado. —No. Ha sido una salvaje, creí que te había partido el tobillo, y no. Eso no es permisible. Aunque la echaron y Morgan marcó el penalti, pero... —Negó abrazándome de nuevo, y solté una pequeña risa. —Sólo me tendrás que cuidar quince días, nada más. ¿Qué hubiese hecho yo sin Camila? ¿Quién me diría que todo estaría bien, quién estaría esperándome en casa? Nadie. Ni siquiera mis padres, porque si no fuese por ella no habría vuelto a entablar relación con ellos, y mucho menos habría venido a Miami. Mientras caminaba a mi lado yo la miraba, me llevaba la bolsa donde estaban mis cosas, y esperaba a que yo fuese a su paso. Salimos al parking, y ella abrió la puerta del coche, apartándose para dejarme paso. —Vamos, dame las muletas. —Di pequeños saltos hasta entrar al coche, metiendo la pierna con cuidado. Camila me dio las muletas y las coloqué entre mis piernas. —Gracias. —Sonreí viéndola dar la vuelta para entrar en el asiento del piloto. Cerró la puerta y se puso el cinturón. —Maia está en casa de mis padres. —Arrancó y me miró con media sonrisa. —Quería quedarse allí con Sofi. —¿Mis padres están en casa con Lucy? —Camila asintió sonriendo, girando el volante y echándose hacia adelante para mirar la carretera. —No te preocupes por mí, ¿vale? Estaré bien. —Apreté los dedos en mi rodilla, y luego encendí la radio para hacer el 353

ambiente más ameno. —Lo único que quiero es que te encuentres bien; si te encuentras bien, yo estoy bien. ¿Cómo no me iba a encontrar bien con Camila a mi lado? Sonreía a pesar de que hubiese derramado más lágrimas en quince minutos que en toda mi vida. Cuando bajamos del coche, ella me ayudó a salir, abrió la puerta de casa y, aunque mis padres insistían en quedarse, ella manejó la situación de tal manera que se quedaron tranquilos al irse. Por fin me senté en el sofá, aunque aún seguía algo triste y preocupada, porque una lesión siempre era una lesión, por pequeña que fuese. Llegaría entre algodones al partido, y me preocupaba no dar el cien por cien. Pero las dudas se pasaron cuando Camila puso a Lucy en mis brazos. —Hey... —Puso sus manitas en mi pecho, y yo la sujeté por detrás, dándole pequeños besos en sus voluminosas y rosadas mejillas. —¿Has echado de menos a mamá? —Soltó una risa y puso su manita en mi boca, le di suaves besos en la palma, haciendo pedorretas sobre ella. —Sí... Esta semana que no has estado mucho en casa te han echado en falta las dos. —Puse las manos en los costados de Lucy y la levanté, alzándola un poco para hacerla reír. —Estas semanas voy a estar aquí, casi lo agradezco. —Solté una risa rodeando a Lucy entre mis brazos, dándole un beso en su frente. Odiaba eso, odiaba pasarme dos o tres días fuera de casa cada dos semanas, o tener compromisos en otras ciudades, entrenamientos, gimnasio, y en verano podría pasar 2 o 3 semanas fuera de casa. Nos recostamos en el sofá, con Camila a mi lado apoyando su cuerpo contra el mío. Lucy estaba tumbada en mi pecho con los puños cerrados sobre mi camiseta y el chupete en su boca. Vimos el final del partido algo adormiladas, con su mano acariciando la cabecita de Lucy que buscaba la mano de su madre para quedarse así, con un bracito colgando por mi pecho. —¿Te duele? —Susurró Camila, pasando un dedo por la mejilla de la pequeña, a la que casi se le caía el chupete entre los labios. —Sí. Pero es normal, no te preocupes... —Giré la cabeza di un beso en su frente, suspirando. —¿Te echaré de menos esta semana por las mañanas? —Pregunté en un susurro, y antes de responder me besó de forma lenta. —Me tendrás que echar de menos por las mañanas.

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Capítulo 63 Lauren's POV Me miré el tobillo con una leve mueca. No estaba segura de si podría correr como antes, o al menos, llegar a mi nivel normal después de aquellas tres semanas. Tenía un leve moratón en la parte derecha del talón, pero Ally me dijo que era normal, se producían derrames o algo así, suponía. Me coloqué el calcetín con cuidado, aunque no me dolía, tenía miedo. Me coloqué las deportivas Nike y las até algo flojas, no debía apretar mucho. —¿Y esos zapatos nuevos? —Me humedecí los labios mientras me ataba el zapato con más normalidad. —Me los han regalado. —Camila se apoyó en la parte trasera del sofá, mirándome de arriba abajo. —¿Te vienes conmigo a correr por el paseo de la playa? —Uhmm... Me gustaría bastante. —Solté una risa yendo hacia ella, que estaba detrás del sofá, y besé su frente. —Te espero fuera entonces. Nunca había ido a correr con Camila, y la verdad es que estaba deseando hacerlo. Por unas cosas o por otras, nunca, nunca teníamos tiempo la una para la otra, solamente a la hora de ir a dormir, aunque muchas veces mientras ella me hablaba yo me quedaba dormida y me sentía fatal. —Wow. No creí que una chica en pantalones cortos pudiese ser tan guapa. —Camila terminó de estirarse la coleta, corriendo un poco para llegar a la entrada del jardín. —No me hagas la pelota, anda. —Enlazó su mano con la mía, y caminamos fuera del jardín, calle abajo, viendo ya la playa desde lejos. —¿Estás segura de que podrás correr más de media hora? —Llegamos al final de la calle, donde comenzaba el paseo marítimo de la playa, y Camila me empujó con el ceño fruncido. —Idiota. Ya verás, te vas a cagar. —Me señaló con el dedo y los ojos entrecerrados. Me hacía demasiada gracia cuando me retaba, porque la mayoría de las veces salía ella perdiendo, pero aun así siempre lo hacía; le encantaba perder conmigo. —Venga. Una, dos... Y tres. —Empecé a trotar a su lado, probando mi tobillo un poco, pero no noté nada. Ninguna molestia, y menos mal. Me quité un grandísimo peso de encima al saber que estaba totalmente recuperada. —¿Maia y Lucy estarán bien con mis padres? —Asentí frunciendo el ceño sin dejar de correr, escuchando ya la respiración agitada de Camila, que ya estaba agotada.

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—Sí, a Maia le cae bien Sofi, además, son tus padres. —Avanzábamos mirando el mar a nuestro lado, turquesa y brillante, con la arena blanca y el sol pegando fuerte ya a finales de mayo. Seguí corriendo concentrada, y cuando me quise dar cuenta, Camila estaba parada con las manos en las rodillas intentando encontrar sus pulmones, dando grandes bocanadas de aire. Tenía el pelo en la cara y sonreía mirándome. —Eh... Sigue... Sigue tú. —Asintió con el ceño fruncido mientras yo me acercaba a ella. —Yo estoy bien. —¿Qué tú estás bien? —Solté una risa al escucharla, dándole un beso un tanto profundo cuando se incorporó. —¿Segura? —Asintió mientras yo seguía el beso, y solté una suave risa. —¿Si digo que no, me besarás otra vez? —No podía ser seria con ella, tampoco quería. La agarré de la mano y caminé con ella, que casi se enganchó a mi cintura con su cabeza apoyada en mi hombro. Pasase lo que pasase aquél sábado, siempre la tendría a ella. * Hundí las manos bajo el grifo y salpiqué el agua en la cara, apoyando las manos en el lavabo. Todo se resumía a la suerte, y aquella noche debía tener demasiada. Debía tener puntería, velocidad, fuerza... Maia decía que parecía un pokémon, qué encanto. —¿Todo bien, Jauregui? —Harris me zarandeó del hombro, y me incorporé para mirarla. Asentí con el ceño fruncido. —Sí. Fuerte hoy, ¿eh? —La abracé, dándole un toque de ánimo en la espalda. Me dio un beso en la mejilla antes de irse. Miré el vestuario desde una esquina, ajustándome la muñequera en la mano derecha donde tenía aquella pulsera que me hizo Maia en el primer partido que vino a verme. En ese momento el brazalete me pesaba, me apretaba demasiado. Después de lo que había en el vestuario, después de ver la cantidad de buenas jugadoras que el club había fichado y no habríamos podido conseguir ni un título aquella temporada. Caminé hacia el centro, poniendo las manos en los hombros de Harris y Morgan. Suspiré. —Sólo tenemos que ganar. Lo demás, no es cosa nuestra. —Todas asintieron, y dijeron algo, pero yo no escuché nada más. Simplemente miré hacia adelante, al túnel que desembocaba en el campo, en nuestro campo. En toda esa gente que gritaba, que animaba, que alentaba. No sólo teníamos que esperar a que un equipo perdiera, teníamos que esperar a que dos perdiesen. Dos. Ni siquiera me di cuenta de que estaba en el centro del campo con un pie encima del 356

balón, escuché el pitido y pasé la pelota hacia Morgan. Me moví por el campo sin perderle la vista al balón, pasándolo rápido cuando me llegaba. Levanté el brazo desde en medio y corrí para desmarcarme, pero nadie me vio. Suspiré, pasándome las manos por el pelo. Cuando vi que perdían el balón, corrí rápido para presionar a la jugadora, metiendo la pierna para quitárselo y subí por la banda con la mirada puesta en la pelota y la portería. Morgan levantaba la mano, y golpeé el balón con algo de rosca que salió disparado hacia el centro del área, a la cabeza de Spencer, que directamente fue a las manos de la portera rival. Me desesperaba, el tiempo corría y yo no estaba al cien por cien. Me daba miedo pisar, me daba miedo dar un mal golpe y que mi tobillo se fuese a la mierda. Podía escuchar los comentarios de la prensa en mi cabeza, y los 'Jauregui le ha fallado al equipo', pero no, iba a ser así. La entrenadora había hecho los tres cambios, y apenas quedaban diez minutos de partido; estaba rota. Íbamos a perder la liga, y no podía dejar de echarme la culpa. Todo era mi culpa, yo era la capitana, yo debía levantar a ese equipo; pero no lo hice. Miré el balón que llevaba Morgan en los pies, y Tobin la seguía por la otra banda; yo quedé en el medio, corriendo sin miedo a que mi tobillo se rompiese de nuevo, e incluso de una forma más grave que la vez anterior. Jadeé de cansancio, pero vi el centro de Morgan justo para mi cabeza. No perdí la vista al balón, y salté para rematarlo. Y lo rematé, mi cuello giró, pero al estar mirando la pelota no vi que la portera también saltaba para cogerlo. El impacto me dejó noqueada y caí al suelo, viendo cómo el balón iba manso hacia la portería, y que la defensa llegaba tarde a despejarlo, porque acababa de marcar gol. Estaba aturdida por el golpe, pero me levanté rápidamente, mis compañeras me perseguían pero yo me deshice de ellas hasta llegar a la grada donde estaba Camila. La cogí de las mejillas y la besé, algo lento pero fue fugaz, porque fui a reencontrarme con mis compañeras. En aquellos cinco minutos restantes, di lo que quedaba de mí, pero no debí haberlo hecho. Tobin mandó un pase en largo y yo corrí desmarcándome de las defensas, el balón iba medido a mi pie, pero en cuanto di la última zancada para controlar el balón, sentí el pinchazo más doloroso en la parte trasera de mi muslo. Cojeé hasta la banda y negué, levantando la mano y negando con el dedo índice, notando que mis lágrimas empezaban a brotar. No podía seguir, y los tres cambios se habían hecho. Me toqué el muslo negando, cabizbaja, y mis compañeras, incluso la portera del equipo contrario se acercaron a mí. —Lauren, ¿puedes aguantar en el campo? ¿Puedes? —Me preguntaba Ally, pero yo no lo sabía. No podía caminar, porque el dolor era demasiado intenso, y si forzaba iría a más.

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—Voy a intentarlo. —Ella asintió, colocándome un vendaje apretado en el muslo, y salí de nuevo al campo cojeando. Escuché los aplausos del público, pero era evidente que yo no estaba bien. Con las manos en las caderas me quedé en el centro del campo, caminando rápido y viendo cómo el balón pasaba por delante de mis ojos hasta mi pie. No podía moverme, pero lo hice. En cuanto corrí un poco por inercia y chuté con la izquierda, me dejé caer al suelo. Había aguantado tres minutos, ahora sólo quedaban dos. Estaba mal, estaba llorando, pero no era por lesionarme en ese partido, era por aquella racha de lesiones en un mes. Estaba rota, salí cojeando del campo agarrada a los dos auxiliares, pero ni siquiera me fui al vestuario. Me limpié las lágrimas y cogí una botella de agua, echándomela por la cabeza mientras me ponían hielo en la parte trasera del muslo. Era como una pequeña bolsita azul, que vendaron a mi pierna. Me levanté, mandé a la mierda eso de 'mantén la pierna en alto' de Ally, y me puse un poco detrás de la entrenadora. —¡TOBIN! ¡APRIETA JODER! —Grité señalando a la defensa, que tenía problemas para mover el balón. —¡VAMOS JODER, VAMOS! —Quedaban dos minutos, y yo estaba de los nervios. Cuando terminó el partido, yo estaba mirando el marcador, uno de los equipos que necesitábamos que perdiesen iba perdiendo, y el otro iba empate a 1, Seattle era momentáneamente campeón de liga. Me puse las manos en la cabeza y miré a la pantalla del estadio donde retransmitían el partido, nadie se movió del estadio. Por extraño que parezca, no se escuchaba nada, a nadie, todo el mundo estaba en tensión. Entonces, lo vi, el equipo rival de Seattle, marcó. Marcó. Éramos, a falta de 1 minuto, campeonas de liga. No me lo podía creer, di mil vueltas hasta encontrarme con Alex que me abrazó, y comenzamos a saltar. En ese momento ni siquiera me dolía la pierna. —¡CALMA! ¡CALMA! —Gritaba la entrenadora. Quedaban apenas unos segundos, pero la pelota salió fuera, y el árbitro pitó tres veces. El partido había terminado. Entonces sí, yo no sabía ni dónde estaba, me giré buscando a alguien y me topé con los brazos de Harris. Nos abrazamos fuerte mientras llorábamos, porque sin duda alguna, esa competición había sido un completo suplicio para nosotras, nos habíamos sacrificado tanto y habíamos estado a punto de perderla. Yo lloraba mientras veía cómo nos traían el trofeo, y sin esperar a nada, lo levanté, todo el mundo gritaba, aquello era lo más esperado de la noche. Wow. Alex lo tomó después de mí, y entre una nube de confeti color morado brillante, caminé hasta la grada. Salté la valla como pude, porque mi pierna parecía más bien una pierna de madera, y al llegar suspiré. Camila lloraba más que yo. —¡Tú pierna! —Me gritó, y solté una risa. Sabía que no lloraba por el título, que lloraba por mí. Rodeé su cintura con un brazo y la alcé para que saltase la valla y viniese conmigo al campo. 358

—Mi pierna está bien, Camila. —Le limpié las lágrimas y la besé, con mis manos en su cintura y las suyas en su cuello. —Ven conmigo. —Cogí a Camila de la mano, y caminé cojeando hasta las chicas, que festejaban con sus parejas el título. —¿Qué? Lauren, no creo que... —Chicas, esta es Camila. —Dije dirigiendo mi mirada hacia ella con una sonrisa. Camila nunca había querido conocerlas, porque decía que yo necesitaba 'mi espacio'. Que no hacía falta que la presentase, pero yo sí que quería. —¡Hey! Yo soy Alex, encantada. —Morgan le dio dos besos a Camila, que sonrió ampliamente al escucharla. —Así que eres la chica de los rumores. —Hice una mueca al escuchar las palabras de Camila, y Alex comenzó a reírse, poniendo una mano en mi hombro. —¿Sabes qué pasa? Que la sociedad es muy machista, sexualiza a las mujeres y en cuanto le doy un beso a Lauren, ¡bam! Sexo lésbico. —Asentí, muy de acuerdo con ella. —Nadie piensa eso cuando los jugadores se dan besos en las mejillas antes de salir. —Lo sé, además, Lauren me habla mucho sobre ti. —Rodé los ojos sintiendo el tirón en la mejilla de Morgan. —¡Ya está! ¡Fuera! —Camila y Alex se reían, y cogí su mano para caminar hasta la salida de vestuarios. Allí, se suponía que debían estar mis padres con Maia y Lucy. Ellos sí que se habían quedado en la zona vip, pero Camila se había colado a la primera fila de las gradas. Maia, al verme, me señaló algo tímida, y abrí los brazos, inclinándome un poco para cogerla en brazos. La abracé, llenando su mejilla de besos. Llevaba la camiseta morada del equipo con 'mami' a la espalda y el número 27. Mientras, Camila sostenía en brazos a Lucy, a la que su pequeña y el pequeño pantalón, con esas pequeñas botas la hacían parecer adorable. —¿Cómo has visto a mamá? ¿Huh? —Le preguntaba Camila, intentando sacarle algo. —¡Mamá marcó! —Dijo riendo, apretando sus manitas entre ellas, y yo comencé a reírme al escucharla. —Mai, ¿quién me quiere más, mami o tú? —Maia frunció el ceño, miró a Camila y se abrazó a mi cuello. —¡Yo! La dejé en el suelo para que corriese por el campo, y yo cogí a Lucy en brazos. Wow, pensar que hace unos años eran mis compañeras las que tenían hijos, las que disfrutaban de aquello, que a veces me parecía una utopía. Lucy miraba a todas partes, a su madre sobre todo. Caminamos, yo cojeando, siguiendo a Maia que saltaba, porque el confeti 359

seguía cayendo por algunas partes. —Mami, mira. —Maia cogió un puñado de confeti del suelo y se lo enseñó a Camila. Ella se acercó y lo cogió, echándoselo por encima a Maia que comenzó a saltar. —Ven, ¿quieres venir conmigo? —Camila estiró la mano hacia Maia, que la cogió sin rechistar. Bajé la mirada a Lucy, dándole un besito en la cabeza mientras ella estiraba el cuerpo, algo curiosa, abriendo la boca cuando me veía. Llené sus mofletes de besos, mientras caminaba por el campo persiguiendo a Camila y Maia, que jugaban entre ellas. Esa, puedo decir, que fue una de las mejores noches de mi vida. Capítulo 64 Camila's POV Aquél fin de semana había sido como un bálsamo para nosotras. Bueno, al menos para Lauren. Por fin estaba de vacaciones, y aquél lunes sería el primer día en que no tendría que levantarse para ir a entrenar, y que podría disfrutar todo el día de las niñas. Todo el día, o casi todo el día porque yo tenía que trabajar. El despertador sonó una vez a las seis de la mañana, pero no le hice caso. Sonó a las 6: 15, tampoco le hice caso. Sonó de nuevo a las 6: 30, caso omiso. Y a las 6:45 el despertador se me clavó en la cabeza, y me di cuenta de que tenía que ir a trabajar. Miré el reloj, oh dios, llegaba tarde no, ¡tardísimo! Salté de la cama y me puse el pantalón de pinza, la camisa y la americana casi a la carrera. —Lauren, Lauren, cariño, despierta. —Dije moviéndole la pierna sana, y ella entreabrió los ojos para mirarme. —¿Qué? —Dijo con la voz ronca. —Tengo que irme a trabajar, tienes que darle el desayuno a Maia y el biberón a Lucy. A las 10 tienes que dejar a Maia en las clases de manualidades, y a las 12 tienes cita con el médico para Lucy. Para almorzar no hagas pasta que ya comieron ayer, y ten cuidado con Lucy, no dejes que se acerque a Dash, le tira de las orejas, y tampoco le des yogur de limón, hace que vomite. —Lauren me miraba con los ojos tan entornados que no sabía si estaba dormida de nuevo. —¿Me has escuchado? —Sí... —Asintió levemente, dejando caer la cabeza de nuevo en la almohada. Me lavé los dientes a toda prisa, me despedí de Maia y Lucy con un beso en la frente, y salí disparada hacia la oficina. Eran las 7: 15 de la mañana, y el tráfico de la carretera principal de Miami que llevaba al 360

centro financiero estaba colapsada. Miré por la ventana, Normani iba a despedirme, seguro. Llegar tarde era como, no sé, darle una bofetada al jefe del bufete de abogados. Ugh, para colmo, seguro que Lindsay quería los informes de su caso en menos de cinco minutos, y Jackson también los quería, y Normani por supuesto, pero yo no daba para más. Aparqué en el parking de la empresa, y subí el ascensor apretando los ojos, esperando que lo pasasen por alto. En el hall, Denise, la telefonista ya atendía llamadas con una sonrisa. Tenía un bol de caramelos en el mostrador, y me señaló las puertas de cristal opaco donde estaba la oficina. Oh dios, esto sería un descontrol. En cuanto entré y me senté en mi mesa, Lindsay se abalanzó sobre mí cuando ni siquiera había encendido el ordenador. —Camila, necesito ya los informes del caso Harper. —Cerré los ojos y solté el aire por la boca. —Lindsay, todavía tengo el ordenador apagado, ¿podrías calmarte? —Ella rodó los ojos apretando las manos en el pequeño muro de madera que separaba una mesa de otra. Claro, aquí estábamos los no—abogados, ellos tenían sus propios despachos. —Deja tranquila a Camila, Lindsay, cuando los tenga que llamará. —Dijo Normani señalándole la puerta de su despacho. La miré alzando una ceja, esperando un momento. Miré la pantalla del ordenador con la mano del ratón. —Oye, Camila... ¿Crees que podrías tener los informes de Morrison listos antes que los de Lindsay? Sé que te pido mucho, pero bueno, digamos que te debo un favor si lo haces. —Me guiñó el ojo mientras asentía. —Veré que puedo hacer, Hamilton. —Levanté la mirada hacia ella, que sonrió señalándome. —Esa es mi chica. Escribía todo lo rápido que podía, viendo cómo la oficina era un auténtico caos. Dieron las diez de la mañana y yo aún no tenía los informes de Normani y Lindsay. Apareció también Jackson haciendo presión. Yo iba a explotar. Entre medias, recibí mensajes de Lauren en pánico, porque el médico le había dicho que Lucy tenía una infección en la garganta. Tuve que explicarle que no era nada grave, que comprase los medicamentos que le había recetado y se los diese, además de explicarle cómo había que dárselos. Normani se acercó a mi mesa a la hora de la comida, y puso una cajita de tallarines con un tenedor de plástico blanco hincado. La miré abriendo un poco los ojos. —¿Esto es un soborno? —Ella achicó los ojos, miró la cajita y terminó asintiendo con una sonrisa. —Sí, es un soborno. 361

—¡Cabello, los informes del caso de la niña que mataron en Fort Lauderdale! —Gritó Bill por detrás, moviendo la mano. —Está bien, mejor te dejo tranquila. No podía parar de rellenar hojas de Word con los informes de los casos, con pruebas, con todo para que estuviese listo para Normani. Por fin terminé el primero, eran las cinco de la tarde. Se lo envié por correo, y lo imprimí, guardándolo en una carpeta color salmón. Llamé a su despacho, esperando a que abriese. —Adelante. —Abrí la puerta y la vi firmando algunos papeles. Levanté la carpeta con un suspiro. —Aquí tienes el informe, toma. —Lo dejé en la mesa como si fuese un peso menos de encima. —Muchas gracias, Camila. De verdad, no sé qué habría hecho sin este informe mañana. —Sonreí un poco, y me despedí, saliendo del despacho. No salí de aquella oficina hasta que dieron las siete de la tarde, y cuando llegué a casa ya eran las ocho. Lauren jugaba con ellas en el jardín, y ayudaba a andar a Lucy, sujetándola de las manitas. —¿Todo bien hoy? —Le di un beso a Maia en la cabeza que jugaba con la pelota en sus pies. —Bueno... Eso creo. Maia comió mucho en casa de mis padres y vomitó de camino a casa, Lucy tiene infección de garganta, y Mai dice que se le ha roto su mochila. —Suspiré poniéndome en cuclillas delante de Maia, cogiendo su cara entre mis manos. —¿Estás bien, cielo? —Asintió abrazándose a mí, yo también la echaba mucho de menos todo el tiempo. —¿Te ha cuidado bien mamá? —Volvió a asentir con una sonrisa, y Lauren se encogió de hombros con Lucy en brazos. —Está bien, tengo que trabajar, ¿vale? —Claro, yo las ducharé. No hay problema. Y no hubo problema. Me puse algo más cómoda tras ducharme, un simple pantalón de algodón gris y una camiseta blanca, y me senté en la mesa de la cocina a trabajar. Tenía un ojo puesto en el ordenador y otro en Maia, que cenaba un pequeño sándwich vegetal con zumo de naranja natural junto a Lauren. Estaba bastante bueno para que lo hubiese preparado ella. —¿Quieres un café? —Dijo dándome un beso en la cabeza. Eran las once de la noche. —Sí, por fi. —Arrugué la nariz, levantando la mirada hacia ella para que me diese un beso tierno.

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Me hizo una taza de café cargado para poder aguantar, porque a esa hora ya me pesaban los ojos y se me caían los párpados. No sé cómo, pero a la una de la mañana terminé por fin los dos informes que me quedaban. Daba gracias a Dios, por fin pude irme a dormir con Lauren, que al notar mi presencia se abrazó a mí como si fuésemos una cuchara. A la mañana siguiente otra vez a la carrera, ni siquiera pude darles un beso a Lucy y a Maia antes de irme, o decirle a Lauren lo que tenía que hacer. Y otra vez lo mismo. Otra vez gente que me metía presión para que les consiguiese una cita con alguien, para que les enviase un documento del año 1985 sobre dónde estaba su cliente, otro informe más, recuento de casos y entre medias, Lauren mandándome mensajes porque no sabía dónde estaba la iglesia donde debía llevar la ropa. Llegué a casa otra vez, de nuevo a las ocho de la tarde, pero esta vez no fue como ayer. La tele estaba puesta bastante alta, Lauren le cambiaba el pañal a Lucy en el sofá, Dash había mordido un cojín y estaba jugando con él, soltando gomaespuma por toda la casa. —Camila, ¿dónde estaba la iglesia? Ni siquiera pude encontrarla, no sé por qué. Cogí la dirección de Google Maps, no entiendo. —Negaba sin sentido. —Mami, mamá no me compró la mochila, hoy he ido a clase sin pinturas. —¡Es que no he tenido tiempo, Maia! —Alzó la voz Lauren. —¡Pero cómo iré a clase, mamá! —¡No lo sé, Maia, le diré a tu madre que te lo compre! —¡BASTA! —Grité yo, y en ese momento, ni siquiera Dash mordía el cojín. Estaba enfadada, estaba enfurecida. —LLEGO DE TRABAJAR TODOS LOS DÍAS A ESTA HORA, Y SIEMPRE ES LO MISMO. NO TENGO NI UN SEGUNDO PARA MÍ MISMA, NI UNO. ESTOY HARTA. YO HE ESTADO AHÍ SIEMPRE QUE TÚ HAS ESTADO MAL, PERO TÚ NUNCA ESTÁS PARA MÍ. —Grité mirando a Lauren. Me di la vuelta y salí de casa dando un portazo, caminando hasta el coche. Aceleré rápido, estaba enfadada, estaba cabreada. No tenía ni un respiro para mí, no tenía nada. Antes Lauren estaba trabajando, pero ahora que no, era mucho peor. Tenía que estar preocupándome de lo que hacía y cómo lo hacía, mientras yo estaba ahogada en trabajo. Ella no sabía qué hacía yo, ella no sabía la presión a la que estaba sometida todos los días, sólo conocía lo que era cuando llegaba a casa. Hasta que exploté. Entonces me di cuenta de que no era su culpa, y que había sido una idiota actuando así. Cuando me di cuenta, estaba en el bar que había debajo del bufete, donde Normani y los demás siempre iban a tomarse una copa después del trabajo. La vi en la barra con una copa de bourbon en la mano. Me senté a su lado y no dijimos nada, ella sólo me miró.

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—¿Quieres un bourbon? —Alzó las cejas al decirlo, dándole un sorbo a su vaso. —Soy una idiota. Acabo de hacer el idiota delante de Lauren y delante de mis hijas. Soy una madre... Nefasta. —Dije poniéndome las manos en la cabeza. —Vamos, no puede ser tan malo. —Se quedó en silencio y frunció el ceño. —¿Te has dejado a tu hija olvidada en un avión con rumbo a Siria? —Levanté la cabeza negando. —Oh, entonces, tan malo no puede ser. —He explotado. Estaba muy estresada, y... —Negué suspirando, pasándome las manos por la cara. —Le he gritado, le he dicho que estaba harta de no tener un momento para mí y... Me he ido. —Normani asintió y sonrió encogiéndose de hombros con un suspiro. —Póngale un whiskey doble con hielo a mi amiga. —Me señaló, y apoyó las manos a los lados de su vaso. —¿Sabes? Esas cosas a veces pasan. Es... Normal. —Le dije que... —Comencé a llorar mientras negaba. —Que yo siempre había estado ahí para ella con sus problemas profesionales, apoyándola, pero ella nunca estuvo para mí. —¿Le cuentas a Lauren algo de la oficina? —Negué cogiendo el vaso de whiskey, dándole un sorbo. —No... Es que no quiero agobiarla. Ella está sometida a mucha más presión que yo, tiene lesiones, es más complicado. Yo sólo quiero hacerla sentir bien, no agobiarla con mis problemas y quejarme, porque, en parte, gracias a ella tengo este trabajo y no quiero ser desagradecida. —Me humedecí los labios probando mis lágrimas. —Es maravillosa, hace lo imposible por mí, aunque luego no le salga bien, pero... Es una madre increíble. —Pues... Tu mujer me acaba de mandar un mensaje. —Hice un puchero mirando cómo sacaba su móvil. —Me ha dicho 'Hey, ¿está Camila contigo?', le he dicho que sí y ha respondido: 'Está bien, cuídala.' —¿Ves cómo es perfecta? —Suspiré dándole otro trago al whiskey, sintiendo cómo la presión en el pecho disminuía a medida que iba hablando con Normani. —Voy a ascenderte, ¿vale? —Me puso la mano en el hombro y me sacudió con una sonrisa. —Así la presión la harás tú sobre los demás. —Solté una pequeña risa al escucharla. —Has demostrado de sobra que sabes trabajar, así que, serás mi asistente legal. —¿Asistente legal? ¿En serio? —Asintió con una sonrisa, levantando el vaso de bourbon para chocarlo con el mío. —Por las nuevas Sherlock Holmes. —Bebí del vaso, y aunque no sabía si iba a hacerlo bien, al menos iba a intentarlo. —Por cierto tu horario va a ser solo de mañana. No quiero que mi pareja favorita se divorcie y eso. Volví a casa, y abrí la puerta con miedo, porque no quería ver en qué situación había 364

quedado todo. Pero, sorprendentemente, Maia, Lauren y Lucy estaban sentadas en la mesa de la cocina con una pizza pepperoni abierta en medio, y Lauren le daba de comer a Lucy. —Entonces, ¿fuera de la tierra podemos volar? —Lauren cogía la cuchara de la papilla de Lucy y se la daba. —Sí, se podría decir que sí. Porque no hay gravedad, y la gravedad es lo que hace que las cosas se caigan. Por eso, si te tiras desde el sofá al suelo, te haces daño, Mai. —La pequeña frunció el ceño dándole un pequeño mordisco a su trozo de pizza. Al verme, Lauren sonrió un poco. —Hey, hemos pedido pizza, ¿quieres? —Maia asentía enseñándome el trozo con una sonrisa, moviéndose en la silla. —Claro, claro... —Me senté entre Maia y Lauren, mirándola a ella con los labios entreabiertos. —¿Cómo te ha ido el día? —Preguntó Lauren, limpiándole la boca a Lucy antes de ponerla de pie sobre su regazo. —Mmh... —Era la primera vez que Lauren me hacía esa pregunta desde que estaba trabajando. O al menos, que me lo preguntaba de verdad. Le diría que bien, pero estaría haciendo lo mismo que hacía antes; mentirle para que no se preocupase. —Bastante ajetreado, con bastante trabajo, con calor y... —Hice una mueca, quitándome la americana para dejarla en la silla. —Y montones de informes por hacer. —Suspiré encogiéndome de hombros. —Maia dice que los de tu trabajo son muy caprichosos, ¿verdad? —Maia asentía con las mejillas hinchadas por la pizza. —Porque mi profe dice que no hay que pedir las cosas muchas veces, sólo una, —levantó el dedo mirándome a mí— porque si no, la gente se cansa de ti. —Wow, no sabía que tu profesora era tan lista. —La cogí en brazos y la senté en mi regazo, dándole un beso en la cabeza. —¿Echas de menos a mami? —Mucho. —Respondieron Lauren y Maia a la vez, mientras Lucy me miraba con la boca llena de babas, señalándome para poder venir conmigo. Las tuve a las dos encima durante toda la cena, Lucy daba golpes con sus manitas sobre mis manos, y buscaba el brazo de Maia porque siempre la buscaba a ella. Iba gateando donde su hermana fuera, y se quedaba mirándola embobada por cualquier cosa que hiciese. Después de la cena, Lauren acostó a las niñas, y en la habitación yo me desvestía hasta que entró ella. Quedé con la camisa a medio desabrochar, y me acerqué a Lauren. —Perdóname, exploté sin razón. Actué como una niña de quince años y... —Me pasé las manos por la cara, esperando una respuesta de Lauren. Pero cuando la miré, se quedó allí parada, mirándome los pechos. —¿Me estás mirando los pechos?

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—¿Qué? Por supuesto que no. —Negó resoplando y rodando los ojos, quitándose la camiseta que llevaba puesta. —Ah, ¿no? ¿Y qué he dicho? —Tragó saliva agachando la cabeza. —Que... ¿Me quieres? —Se rio algo nerviosa con las manos en la cintura, y me eché sobre ella que me cogió por los muslos, dándole varios besos en los labios. —Que me perdones. —Te perdono. —Sonrió dándome un beso más suave y lento, dejando otro en la punta de mi nariz. —Me han ascendido. —Dije en voz muy baja arrugando la nariz y los ojos. —Lo sé. —Dijo ella de la misma forma y con el mismo gesto. Normani se lo había contado. —Me alegro de que hayas explotado, todo el mundo necesita expresarse. —Sonrió de la forma más encantadora posible, y mis manos se enlazaban en su cuello. —Gracias a ti por entenderme. Último Capítulo Camila's POV Una de las mejores cosas que tenía Lauren, era la comprensión. Ni siquiera se enfadó por lo que pasó, me dijo que lo comprendía, me besó y a la mañana siguiente se levantó un poco antes para prepararme el desayuno, y así todos los días durante aquél mes. Una cosa buena de que Lauren fichase por Miami era que vivíamos, literalmente, al lado de la playa. Desde la ventana de nuestra habitación se veía el mar que estaba a unos escasos cincuenta metros, pero nunca podíamos ir. Entre semana yo trabajaba, y los fines de semana Lauren tenía partido. Era increíble que, desde que nos mudamos, habíamos ido unas diez veces. Por eso, cuando tuvimos un respiro y un poco de tiempo libre, nos pasábamos los fines de semana allí. Ahora Lucy tenía 10 meses, casi un año, y Lauren se entretenía con Maia en el agua. —Tened cuidado, ¿eh? —Señalé a Lauren con los ojos achicados. —Venga, Camz, no te pongas así. Sólo voy a tirarla desde mis hombros. —Cogí mejor a Lucy con un brazo y estiré el dedo, moviéndolo de izquierda a derecha negando. —Ah no. Ah no. En el agua, nada de golpes ni saltos ni nada. —Maia se colgó del cuello de Lauren, dándole un beso en la mejilla. —No estés triste mamá, podemos jugar con las olas. —Era tan divertido ver a Maia consolar a su propia madre cuando la que debería jugar era ella. 366

—¡Sí! Las olas son chulas, son más chulas que mamá. —Me miró achicando los ojos, y se fueron más hacia la orilla, para disfrutar de las olas que rompían. Suspiré, no tenían remedio. Lucy era la niña más bonita del mundo, justo igual que su madre, con los ojos verdes y unos pequeños hoyuelos en las mejillas. Me pasaría el día mirando cómo se reía, y cómo se mordía el dedo con esos dos dientes delanteros a punto de salir. —¿Quieres mucho a mamá? ¿Sí? —Besé su mejilla un par de veces, dejándola de pie en la arena. La sujeté de las manitas, y ella alzaba la pierna para dar pasos, aunque cuando notaba el agua levantaba las dos, y yo la sujetaba de las manitas para volverla a poner en el suelo. —Mira, ahí está Maia, ¿quieres ir con ella? —Aaaia. Aia. Aaaaaaaa. —La señalaba con el dedo y chapoteaba con el pie en el agua. Lauren y Maia saltaban las olas, y cogía a la pequeña por los costados para sacarla del agua y tirarla al agua. Salía volando casi literalmente, era tan pequeña que creía que se iba a romper en cuanto tocase el agua, pero no lo hacía. Luego salieron del agua, y se pusieron a hacer castillos de Arena. Lucy estaba al lado de Maia en cuclillas, y se abrazó a su cuello soltando aquellas carcajadas contagiosas. Maia estaba tan cansada de Lucy que ya ni siquiera se quejaba, sólo le daba un besito en la mejilla y jugaba con ella. —Mira Lucy, esto es una pala. —Le puso la pala en la manita. Yo estaba sentada a su lado, y Lauren al otro, haciendo un montón de arena. —Aiaaaaa. —Dio golpecitos con la pala en la arena, que golpeó accidentalmente en la mano de Maia. —Auch. —Frunció el ceño, y le quité la pala a Lucy negando. —Ah, ah. A la hermana besitos. ¿Le das un besito? —La palabra besito, para Lucy, era abrazarse al cuello de Maia, a su pierna, babearle la cara, echarse encima de ella, pero por supuesto Maia nunca se quejaba. Era su hermana pequeña, y aunque fuese pesada y a veces le hiciese daño, la quería. Lucy se abrazó a su cuello, y Mai la abrazó, dándole un besito en la frente. He de decir que en ocasiones había llorado viendo a Maia dormir abrazada a Lucy en el sofá. La pequeña se acomodaba entre sus brazos, como si fuésemos Lauren o yo, y dormía la siesta con su hermana. —Vamos a enjuagarte en el agua, enana. —Lauren se levantó, y cogió en brazos a Maia con tanta facilidad que se la puso en el hombro. —¡Mamá! —Gritaba riendo Maia, mientras Lauren entraba corriendo con ella al agua. La soltó en el agua, y Maia salió del agua después del chapuzón. Mientras, yo le lavaba las manitas de arena a Lucy. 367

—Venga, vamos fuera, que tenemos que comer, ¿vale? —Le decía Lauren, casi exhausta, a Maia, que asentía quitándose el pelo de la cara con la mano abierta. Nos sentamos bajo la sombrilla, Lauren estaba recostada en la arena, abriendo una fiambrera con ensalada de pasta. —Maia la quería con tomate, ¿no? Porque... —Sacó una fiambrera de Minnie y abrió la tapa. —Yo la hice con tomate. —¡Sí! —Lauren puso la fiambrera sobre su regazo, y le dio el tenedor verde de plástico. —Wow, te has acordado. Y yo que creía que sólo tenías memoria para recordar los días que librabas. —Lauren cerró los ojos y asintió, casi orgullosa de ello. —Aw... —Puse a Lucy en su sillita, sacando la papilla de frutas del bolso y cogí la cuchara. —Soy una madre genial, ¿no crees Mai? —Lauren cogió la ensalada de pasta, pinchando unos cuantos lacitos de pasta, llevándoselos a la boca. —Eres muy guay. —Respondió la pequeña con la boca llena de tomate. Cogí un poco de papilla y se la acerqué a los labios a Lucy, que la atrapó y arrugó la nariz, aunque empezó a comer. Cuando terminamos de comer, Lucy se había quedado dormida, y Maia se fue corriendo directamente a la orilla a hacer castillos de arena. Lauren se quedó tumbada en la toalla, bajo la sombra, bostezando un poco. —Lauren, tengo que contarte algo. —Abrió los ojos de repente, y yo coloqué la sillita de Lucy, con cuidado, bajo la sombra. —¿Estás embarazada? —Dijo casi espantada. —¿Qué? No. —Negué rápidamente. Lo último que quería ahora era un tercer hijo, con Lucy y Maia ya tenía suficiente, y la vida, en aquél instante, era maravillosa. —¿Entonces? —Se incorporó un poco, apoyando los codos en la toalla. Estaba preocupada. —No es nada, tranquilízate. Bueno... Sí es algo. —Torcí el gesto mirándola. —Camila, habla ya, que me va a dar algo. —Es que me llamaron de la revista Latina. —Lauren no hizo ningún gesto, simplemente me miró esperando a que continuase. —Me propusieron hacerme un reportaje, para mostrar a las mujeres latinas de la comunidad lgtb. —Me encogí de hombros, cogiendo una de aquellas zanahorias baby, que mojé en mayonesa. —¿Y qué pasa? ¿Por qué estabas tan preocupada? —Me robó la zanahoria y se la llevó a la boca.

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—No sé, quería que me dieses tu... Visto bueno. —Se me quedó mirando con cara de incredulidad, hasta que soltó una risa seca. —¿Quieres que te dé permiso para hacer una sesión de fotos que es para ti? —Miré a otro lado intentando pensar en lo que había dicho, y sí, básicamente era eso, así que asentí. —Yo no voy a darte permiso para nada. —¿Qué? —Que no tengo que darte permiso. Es tu cuerpo, es tu vida. Sí, estamos casadas, pero, ¿y qué? Tenemos nuestro espacio, nuestros proyectos. ¿Cómo voy a tener poder sobre tus decisiones y tu vida? —Me tumbé a su lado, sin perder de vista a Maia, y besé su hombro con suavidad. —Así que, ¿me dejas hacerlo? —Pregunté mirándola. —No. —Respondió negando. —¿Tú quieres? —Asentí tímida. —Entonces, te dejas. * Lauren's POV —Ya estamos aquí. —Aparqué frente al estudio en el centro de Miami, y miré a Camila que cogía su bolso para salir del coche. Yo me quedé dentro. Ella volvió a abrir y metió la cabeza. —¿No vienes? —Preguntó con el ceño fruncido. —Camila... No quiero entrar ahí y que... El reportaje, de pronto, se centre en mí. Yo he salido en esta revista, me conocen, y sería como hacerle una sesión a 'la mujer de', y tú eres una mujer maravillosa por ti misma. —Apoyé las manos en el volante, y ella sonrió, ladeando la cabeza. —Vamos, ven conmigo. Salimos del coche y subimos en el ascensor hasta la planta donde estaba el estudio. La entrada, según me dijo Camila, se parecía a la de su oficina. —Oh, has llegado, menos mal. Con el tráfico que hay creíamos que llegarías tarde, pero aqu—... Pero mira a quién tenemos aquí, la magnífica Lauren Jauregui. —El estilista me puso las manos sobre los hombros, y negué separándome un poco. —¿No te apetece salir con tu mujer? —No, ella es la del reportaje, yo soy su mujer, exacto. —Sonreí, caminando dentro con Camila, que pronto se fue con las maquilladoras. Pasó como una hora, no lo sé. Me aburría. Puse los pies en alto en una de las sillas mientras miraba el móvil. Bostezaba, me levanté a comer algo del cáterin, miré la sala, hasta que Camila salió por la puerta, y daba gracias a que no llevase nada en las manos 369

porque habría acabado en el suelo, justo como mi mandíbula. ¿Llevaba una chaqueta de cuero? Llevaba una chaqueta de cuero. ¿Y unos jeans rasgados por las rodillas? Y unos jeans rasgados por las rodillas. ¿Y el pelo lacio? Y el pelo lacio. Preferí mantenerme detrás de los focos mirándola, en las sombras, porque así no se me vería la cara de idiota que se me acababa de quedar. —¡Espera! Dejad que le haga una foto. —Dije acercándome a ella, que se echó a reír en cuanto me vio sacar el móvil. Hice como mil fotos sin que se dieran cuenta, y puse una mano en su cara sin dejar de hacerlas, dándole un beso en los labios. —Ya está. Te quiero. —Y yo a ti. Después de eso, lo único que escuché fueron los disparos de la cámara y los 'así Camila' 'mira a la cámara', 'de lado', 'mírame otra vez', y ese tipo de cosas. Oh, si pudiese grabaría esas imágenes en mi cabeza para el resto de mi vida. —¿Cuándo tuviste a tu primera hija? —Camila se removía en el taburete mientras el periodista le hacía las preguntas. —A los 19. —Se encogió de hombros con una sonrisa tierna. —¿Tuviste ayuda de tus padres? —Ella negó con los labios y el ceño fruncido. —No, por cuestiones de la vida, mis padres y yo no nos vimos durante cinco o seis años tras quedarme embarazada. Me mudé a Portland y... Allí la crie. —Se encogió de hombros, como si fuese nada. —Debió ser duro criarla tú sola con tan solo 19 años. ¿Cómo lo hiciste? —Camila agachó la cabeza y comenzó a jugar con sus manos. —Fue duro, fue más que duro. No tenía nada, literalmente, nada. Recuerdo que cuando di a luz a mi hija, me echaron del hospital porque no tenía seguro para pagarlo. Así que unas dos horas después del parto, cogí en brazos a mi hija, tomé un autobús y me marché a casa. —Ladeó la cabeza con una sonrisa triste. —Muchas veces no tenía leche en el pecho para darle, porque yo no comía. —¿Nunca se te pasó por la cabeza darla en adopción? —No, no, nunca. —Negó poniendo las manos en sus rodillas. —Trabajaba por horas en casas, limpiando con mi hija al lado en un sofá, o en una cama, porque tampoco tenía un carrito donde llevarla. Era difícil, era muy difícil. Recuerdo que, pensaba 'cuando crezca será mejor, no será un bebé al que no puedes explicarle lo que pasa, por qué no puedes darle de comer', pero cuando Maia creció, fue incluso peor. Me preguntaba por qué los niños de su clase podían tomar zumo, y ella no. Me preguntaba por qué íbamos a ese 'restaurante tan chulo', que era un comedor social. Sus zapatillas estaban rotas, nuestra casa estaba sin luz, y yo tenía que... Tenía que aparentar que estaba bien, rasgar unos cuantos dólares y sobrevivir un día más. —Las lágrimas caían por las mejillas de Camila, 370

y ella agachó la cabeza. —Yo lo intentaba, lo intentaba todos los días y cada vez más fuerte. Limpiaba lo más rápido que podía para irme de un trabajo a otro, pero nada era suficiente. Acabé teniéndome que operar las dos manos por trabajar de sol a sol. Me odiaba a mí misma, porque lo daba todo pero ni siquiera podía ponerle un plato de comida caliente a mi hija. Todos en la sala estábamos llorando, el silencio inundó la sala. Los recuerdos de Camila eran tan dolorosos que, sin haberlos vivido, nos rompían a todos al escucharlo. * —Odio los eventos como este. —Camila se echó a reír por mi comentario, poniendo una mano en mi rodilla. —No seas tonta. Además, ese traje te queda genial. —Me pasé las manos por las solapas de la chaqueta, estirándome luego las muñequeras de la camisa. —¿Tú crees? Yo diría que fenomenal. —Camila apretó mis mejillas para darme un beso en los labios, y luego apartarme de ella. —Pero tú estás... —Llevaba un vestido negro, largo, que tenía un poco de cola y arrastraba. —Wow. —Susurré justo antes de sentir el coche parar. —No exageres, anda, vamos. Salimos del coche, y me miré los tacones, que sí, eran espectaculares, además combinaban con aquél traje de una forma casi armónica. Nos condujeron hasta el photocall, y había algunas personas esperando para posar, la mayoría famosos. —La última vez que estuve en uno así, estaba embarazada. —Se colocó mejor el bolso y miré su pelo recogido, bajando la mirada a su escote, aunque la subí rápidamente al darme cuenta de que me miraba. —¿Te sientes más segura ahora? Yo me sentiría la diosa de la fiesta. —Me dio una caricia en la mejilla, y un señor nos hizo una señal para que entrásemos al photocall. Puse la mano en la parte baja de la espalda de Camila, y miré a las cámaras. Se desenvolvía bastante bien en aquella situación, yo creía que era modelo de verdad, que ese era su destino, pero Camila siempre se reía. Siempre me decía que estaba loca, o que no era para tanto. La miré en mitad del photocall, miré sus labios, sus ojos, su mentón, su perfil, y tenía toda la suerte del mundo por haberla encontrado. Cuando me miró, junté mis labios con los suyos, dándole un pequeño beso, y sonreí, alejándome de ella para quedar fuera del photocall, y dejar que Camila fuese la protagonista, porque sí, lo era. Y necesitaba tiempo para entender que, era especial, que tenía una vida aparte del trabajo y los hijos. Camila debía entender que ella era una persona independiente, que necesitaba respirar, que necesitaba tener vida. La vi responder preguntas, me miraba de vez en cuando algo tímida, pero yo sonreía, porque Camila estaba teniendo el reconocimiento que se merecía 371

después de todo. Esa noche las miradas iban para ella, todo el mundo buscaba hablarle, porque la historia que contó en su entrevista marcó a todo el mundo, y era normal. Camila sonreía algo tímida, posaba para las fotos con famosas que, ni en sus mejores sueños se habría imaginado conocer. Todos le decían lo preciosa que era, y yo me quedaba sentada en la mesa de invitados, mirando cómo Camila llevaba su copa de champán en la mano, cómo reía ante algunos comentarios y se ruborizaba por los cumplidos. Me encantaba verla así, era maravilloso que se sintiese valorada por alguien que no era yo, que no era su hija. Verla ser una persona despreocupada, sin estrés, simplemente siendo Camila. * —Wow, es un placer tenerte con nosotros esta noche. —El público aplaudió, y yo asentí mirando a la presentadora, que se sentó justo frente a mí. —¿Cómo estás? —Bien, como siempre. —Me acomodé en el sillón. —Dime, ¿qué se siente al ser la mejor jugadora del mundo? —Alcé las cejas ante la pregunta, porque no sabía ni qué responder. —No lo sé, se me olvida que realmente lo soy. —Todos se rieron, pero era la verdad, así que me encogí de hombros. —Se me olvida, porque el Balón de Oro lo tiene mi padre en el salón de casa, no sé. —Volvieron a reírse a carcajadas. —Está bien, ¿qué piensa Morgan de que seas la mejor jugadora del mundo? —No sé, si no me acuerdo de que lo soy, ¿cómo voy a saber lo que piensa ella? —No sé por qué a la gente le hacía aquello tanta gracia, pero yo sonreía. —Y... ¿Es cierto eso de tu relación con Alex? —Desencajé la mandíbula y negué alzando una ceja. —Tengo dos hijas y una mujer maravillosa, es decir... —Reí un poco, revolviéndome en el sofá. —No tengo esa necesidad. —Oh, es verdad. Tu mujer está causando sensación en las redes sociales y en las revistas de moda. ¿Cómo llevas eso? —¿Cómo llevo el qué? —Me eché a reír, cruzando las piernas. —Me encanta, me encanta que la gente la aprecie y vea de verdad cómo es. —Creo que, esto lo hicieron en otro programa, pero vamos a stalkear el Instagram de Karla, ¿os parece? —Todo el mundo aplaudió, y en la pantalla gigante que teníamos justo al lado, apareció el perfil de Instagram de Camila. —Oh vaya... —La foto de perfil era de la última sesión, y sí, yo también tenía esa reacción. —Tiene 500k seguidores en Instagram, es increíble. ¿Es modelo profesional? —No, es asistente legal, pero siempre le digo que nació para ser modelo. Es increíble. 372

—Apareció una foto mía durmiendo en la cama, con el pelo desenredado. —Aw... Te hace fotos durmiendo. Probablemente porque eres tú, una persona normal como nosotros saldría hecha un espanto. —Todos rieron y alcé los hombros con una sonrisa. —Awww, mirad, mirad aquí. —Esa era del día que ganamos la liga. Wow, la verdad es que era preciosa. La rodeaba por la cintura mientras la besaba, aunque mis botas, mis medias y mis piernas estuviesen manchadas de barro y césped, al igual que mi brazo, o que estuviese sudada con la camiseta morada pegada al cuerpo, pero incluso así Camila se abrazó a mi cuello, se pegó a mí y me besó. Miré también las fotos donde Camila sujetaba a Lucy en brazos y le daba un pequeño besito en la nariz mientras ella reía, o en las que Maia estaba comiéndose un trozo de pizza de Gino's, nuestra pizzería favorita de Miami. Tiraba del queso con los ojos apretados y los labios manchados de tomate. También una foto mía en la playa, con el mar de fondo y el ceño fruncido. Odiaba que me hiciese fotos si no salía con ella. Y en las que salía con ella era absolutamente adorable. —Hay muchísimas fotos vuestras. —Camila estaba sentada en mi regazo, yo sujetaba su teléfono con mi mano e hice aquella selfie. Fotos de Camila tumbada con Lucy, una foto mía con una copa de vino en la terraza de nuestra casa mientras caía el sol al atardecer, o... Yo en la cama, con Lucy en mi pecho y Maia a un lado con su pequeña pierna encima de mí. También, el día de nuestro aniversario, había una foto mía sentada frente a ella en la mesa de un restaurante con una copa de vino en la mano, con el título 'lo mejor que pudo pasarme'. Luego, pasaron a mi cuenta, y ahí encontraron la primera ecografía de Lucy, Camila embarazada, en bikini en la parte baja de nuestra piscina, que le llegaba por los tobillos con las manos en su tripa. También, Camila y Maia comiendo espaguetis en Gino's, con la boca toda manchada de tomate, los ojos apretados y una gran sonrisa. Fotos mías con Alex, en los entrenamientos dándole toques al balón, y entonces, Camila en la cama del hospital con Lucy en brazos. El día de nuestro aniversario, había una foto de Camila con una sonrisa mirando el plato, algo tímida al saber que le estaba haciendo una foto, removiendo la carne del plato, con el título 'wifey'. El público se reía por la diferencia entre el título de Camila y el mío. —Camila y tú os habéis convertido en un icono en la comunidad lgtb, ¿cómo es eso? ¿Cómo sienta eso? —Crucé las manos sobre mi rodilla que estaba cruzada y sonreí un poco. —No me gustan las etiquetas, pero digamos que, siempre me han gustado las chicas y, esta sociedad es heteropatriarcal, así que si no eres mujer cishetero u hombre cishetero blancos, no tienes representación alguna. Recuerdo ver la tele cuando era adolescente, o leer un libro con historias de amor entre un chico y una chica, y pensar 'yo no soy así', yo no quiero enamorarme de un chico, a mí me gustan las chicas. ¿Está mal lo que siento? Y empiezas a sentirte mal, porque eres diferente. Nada te representa. Todas las parejas famosas o con hijos son heterosexuales, por eso, creo que las chicas bisexuales o lesbianas empiezan a ver el fútbol femenino. Porque somos chicas, chicas que además somos como algunas de ellas. —El público aplaudió y asentí mirando a la presentadora. 373

—¿Y cuál es la sexualidad de Camila? —Me hacía gracia que me preguntase eso cuando yo acababa de decir que no quería poner etiquetas. —No lo sé. Nunca me lo ha dicho, y tampoco tengo curiosidad en saberlo. Lo único que sé a ciencia cierta es que me quiere, y lo hace de una forma tan intensa que jamás me he parado a pensarlo. —Es una chica genial, ¿no? —Es una mujer maravillosa. En la última entrevista que hice no dije nada de ella, y si lo dije fue muy por encima, porque en ese momento no... Nuestra relación no estaba muy bien, y era por mi culpa. Pero habló conmigo, me lo dijo en vez de callarse para hacerme sentir bien, y todo se arregló. Camila confió en mí lo suficiente para dejarme entrar en su vida, para que su hija fuese mía, ¿quién hace eso? Es tan fuerte que, creo que por eso me enamoré de ella. * —¡Tú estabas en la tele, mami! —Cogí en brazos a Maia, dándole un beso en la mejilla. —Sí, ¿te ha gustado verme? —La coloqué sobre mis hombros, sujetando su pierna con mi mano. Camila caminaba con el carrito de Lucy por Miami Beach. Las palmeras y los letreros de los restaurantes se sucedían por el paseo. —Sí. —Vi el letrero de Gino's acercándose a lo lejos, y miré a Camila que de reojo. —Mamá ha estado increíble hoy, y por eso vamos a comer pizza. —Sonrió ampliamente entrando en el restaurante. Bajé a Maia de mis hombros, que salió corriendo hacia nuestra mesa de siempre junto a la ventana, bajo las luces de neón rojas y verdes que decían "Gino's". Camila sacó a Lucy del carrito, que ya daba sus primeros pasos. Señaló a Maia que salió corriendo y gruñó, porque quería irse con su hermana. —Venga, vamos con ella. —Acerqué el carrito, a la mesa, y Lucy estaba sujeta al borde del asiento, hasta que Camila la cogió en brazos y se sentó con ella en la mesa, conmigo enfrente. —¿Sabes qué, Mai? Lucy piensa que eres la mejor hermana del mundo. —Dije yo, cogiendo un trozo de pan que había encima de la mesa. —¿De verdad, mami? —Se giró hacia Lucy, que la tenía sujeta por los costados y se echaba sobre Maia, babeándole toda la cara. —Ay, Lucy... —Camila soltó una carcajada y sentó a Lucy en la sillita del bebé, sentándose luego a mi lado. —¿Sabes qué ha pasado hoy? —Dijo Camila, y pasé mi brazo por encima de sus hombros. —Maia no sabe cómo te llamas. —¿Qué? —Reí mirando a la pequeña, que se agolpaba un trozo de pan en la boca con las manitas. —Mai, ¿sabes cómo me llamo? —Masticaba el pan lentamente y se quedó en silencio mirándose las manos después de tragar.

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—Mamá. —Me señaló con una sonrisa, y Camila y yo reímos. Era tan extraño aquello, pero tan bonito a la vez. Cuando la conocí sólo me llamaba Lauren, y ahora... Ahora me llamaba mamá, y casi ni recordaba mi nombre porque yo era su madre. Ya no había celos porque le había quitado a 'su mamá', y tampoco era 'la amiga especial' de su madre. Éramos sus madres, ambas. Trajeron aquella pizza gigante, y me encantaba ver cómo Lucy chupaba el tomate y el queso del trozo de pizza, con la punta de la nariz manchada con tomate. Maia comía poco a poco, y canturreaba moviéndose en el asiento con una sonrisa, justo al lado de Lucy que la miraba embobada, apretando el trozo de pizza haciendo que la salsa de tomate manchase sus dedos. Yo le daba besos a Camila en los labios llenos de tomate. Camila enrolló un trozo de pizza, y le demostré a Maia que podía comérmelo en dos bocados, era divertido. * Camila's POV La vi quitarse la camiseta y se giró hacia mí, ladeando la cabeza, mirándome directamente a los pechos. Pero ni siquiera me molestaba, es más, que siguiese sintiéndose atraída por mí. —Vaya... —Se acercó a mí, poniendo las manos en mi cintura, rodeándome y pegándome contra ella. —Vivo aquí arriba. —Puse mis manos en su cuello, arrugando un poco la nariz. Lauren levantó su rostro hacia mí, abriendo un poco los labios para besarme, tan lento, que incluso me desesperé un poco cuando se separó. —A la cama. —Me separé, cogiéndola de la mano para llevarla conmigo. —Oh, venga ya, estaban perfectas, Camila. Así juntitas, apretaditas... —¡Lauren! —Reí tumbándome en mi lado de la cama, y ella se quedó de rodillas, ladeando la cabeza. —Sé que estás de broma. —Mmh... —Hizo una mueca y se tumbó encima de mí con los brazos a los lados de mi cabeza. —Puede que no lo esté. —Hizo una flexión para bajar hasta mí y me besó lentamente, apoyando su cuerpo sobre el mío y acariciando mi pelo. —Gracias por lo que has dicho hoy. Ha sido precioso. —Acaricié sus mejillas, viendo aparecer una sonrisa bastante tierna en sus labios. —Y no fue difícil dejarte entrar en mi vida, sólo llamaste antes de entrar. —Lauren se quedó mirándome con la misma expresión, girando un poco la cabeza. —Y llevabas desodorante, colonia e ibas duchada. Así que sí, fue bastante fácil. —Sí... Qué hubiese sido de mí si te viese en esas revistas pero no completamente desnuda. Auch. —Apretó los ojos, y negó. 375

—Probablemente ni siquiera me verías en las revistas porque no te habría conocido. Y tampoco habría salido de aquella situación, ni habría vuelto a Miami, ni me habría reconciliado con mis padres. —Lauren se tumbó a mi lado, abrazándome contra ella. Dejó un beso en mi coronilla, y acarició mi brazo suavemente. —Te equivocas. —Dijo ella. Me separé al instante al escucharla, ladeando la cabeza. —Estoy segura de que habrías salido de aquella situación. Habrías encontrado un trabajo mejor y habrías sacado adelante a tu hija. —Puede, pero prefiero el camino contigo. Epílogo —Ya os dije que Fifth and Alton estaría vacío a esta hora, siempre lo está. —Bueno, Brandy, tampoco es para echarse flores. A esta hora no hay nadie en la calle. —Todos echaron a reír, incluso yo, mientras caminábamos por la sexta planta del centro comercial Fifth and Alton. —¿En qué universidades os han aceptado? —Preguntó Will desde detrás, haciendo que todo el mundo se parase a mirarlo. —Penn State. —Dijo Kevin, asintiendo con una gran sonrisa. —Columbia. —Añadió Brandy, guiñando un ojo. —¿Y tú, Maia? —Kevin pasó un brazo por encima de mis hombros. —Me han aceptado en dos. Miami y Portland. —Sonreí al decirlo, aunque no sabía muy bien qué era esa sonrisa. Si por el hecho de que dos universidades me querían, o porque me iba a graduar en unos días. —Oye, ¿esa no es tu hermana, Maia? —Giré la cabeza para mirar donde señalaba, y allí estaba Lucy, sentada en un banco con la cabeza gacha y un pañuelo entre sus manos. —Chicos, id sin mí. —Todos se quejaron, pero yo me alejé de ellos hasta que llegué a Lucy. —¿Qué haces aquí? —Levantó la mirada hacia mí, y vi que tenía la nariz enrojecida de haber estado llorando. —Nada, una tontería. —Soltó una risa negando, limpiándose con el pañuelo. —Venga, cuéntamelo, Lucy, soy tu hermana. —Ella se giró y señaló una mesa de uno de los restaurantes del centro comercial. —¿Recuerdas que te dije que me gustaba un chico de tercer curso? Y que me llevó a The Red Lobster, y... —Lo señaló. —Es ese de la camiseta amarilla de ahí. Y me dejó por la chica esa. —Se giró de nuevo hacia mí a punto de llorar. —¿Por qué? Parecía un buen chico. —Lucy sonrió negando, agachando la cabeza. 376

—Sólo quería acostarse conmigo. —Oh no. Me levanté del banco y caminé hacia el restaurante donde estaba Rob con aquella chica. —Maia, ¿dónde vas? ¿Qué haces? —Ella vino detrás de mí, casi apresurada. —Eh, tú. —Rob hablaba con aquella chica riendo, y al verme se le torció el gesto. —La próxima vez que te acerques a mi hermana, será otra cosa la que te reviente. —Y mi mano se estampó contra su mejilla, haciendo que él se quejase, llevándose la mano a la cara. Cogí el vaso de refresco y se lo eché por encima delante de todo el restaurante, que murmuraba. Sonreí cuando él se puso de pie, y me encogí de hombros despidiéndome con la mano. —Chaito. —Cogí a Lucy de la mano y salí andando rápido de ahí, explotando en risas con mi hermana. —¿¡Le has tirado un vaso de refresco por encima, y le has dado una bofetada!? —Decía riendo, mientras entrábamos en mi cafetería favorita de Fifth and Alton, en la última planta. —A ese tipo de tíos hay que pararlos, ¿sabes? —Le di una carta, que ella examinó con los ojos entrecerrados, aún enrojecidos. —Y más con tu edad. —Muchas gracias, Mai. —Me encogí de hombros, jugando con las manos en la mesa. —No sé qué voy a hacer cuando te vayas a Portland. —Hey... Todavía no he decidido dónde voy a ir. —Le di las cartas a la camarera. —Dos cheeseburgers con patatas y dos batidos grandes con helado de fresa. —Se me quedó mirando con los ojos abiertos y las cartas en la mano. —Ruptura dolorosa. —Entonces se dio la vuelta y se fue. —Pero si te vas... No sé, eres mi hermana y mi mejor amiga. No hemos estado separadas desde que era un bebé, ¿y qué pasa si decides irte? —No me quiero ir. —Respondí tomando sus manos por encima de la mesa. —Escucha, me voy a quedar. Aquí tengo a mi familia, no sé. Tengo mi vida aquí, y en Portland ya viví hasta los cinco años, así que no sería descubrir nada nuevo. —Ambas reímos mientras la camarera ponía los batidos encima de la mesa. —Viviré cerca de la universidad, pero podremos vernos. —Espero que sí... No quiero tener que soportar a mamá siendo sobreprotectora, ¿sabes? —Solté una risa moviendo la pajita del batido, dándole un ligero sorbo. —Mmh, está muy bueno. —Sí... Aunque mamá la maneja bien. —Ambas sonreímos, pero Lucy no dejaba de estar triste. Miraba el plato que le pusieron delante, y luego me miró a mí. —Cuando eras pequeña eras muy pesada, ¿sabes? No me dejabas en paz. —Lucy esbozó una débil sonrisa, agachando la cabeza. —Si yo iba a la cocina, tú venías detrás de mí gateando. Cuando aprendiste a andar, si salía al jardín, tú venías conmigo. Cuando tenías cinco años, te sentabas conmigo mientras yo hacía los deberes, hasta ahora.

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—Lo siento, pero tener una hermana mayor es muy chulo. —Me dijo encogiéndose de hombros. Yo no tenía esa suerte, por desgracia. Me gustaría haber tenido una hermana que me apoyase, que me guiase en ciertos momentos, que fuese mi amiga y a la vez mi hermana. Justo como yo lo era para Lucy. —¿Tú nunca te has preguntado quién es tu padre? —Solté una risa mirando a Lucy. —Lauren. —Respondí yo, haciendo que las dos riésemos ante mi respuesta. —¿Y el tuyo cuál es? —Lauren. —Repitió Lucy, cogiendo una patata del plato para llevársela a la boca. —Si te refieres al tipo que dejó embarazada a mamá, sí que sé quién es. Está en la cárcel. —Alcé las cejas bebiendo del batido con la pajita entre los labios. —Dios, de ahí tienes esa agresividad, ¿no? —Empecé a reírme al escucharla y negué, cogiendo otra patata. —No, la agresividad es de mamá. ¿Lo ves? —Nos quedamos en silencio, y miré a Lucy mientras le daba el primer bocado a su hamburguesa. —Mira, Lucy, necesito contarte algo. Nunca he hablado de esto con nadie. —Ella levantó la mirada del plato, y me mordisqueé el labio. —¿Crees que debería dedicarle el discurso de graduación a mamá? —Lucy sonrió, y asintió levemente. —Sí, creo que deberías hacerlo. —Oye, Lucy... ¿Qué te parece si matamos a mamá de un infarto? * Camila's POV —Mamá, esta noche voy a casa de Nick. —¿Qué tú qué? —Lauren cerró los ojos, quedándose paralizada y negando. —Ya empezamos... —Susurré yo, terminando de colocar en la estantería de la cocina un paquete de arroz. —Ah no, ah no. ¿Cómo que a casa de Nick? ¿Y quién más va? —Lauren se puso las manos en la cintura. Me decía que era la táctica que usaban para los osos, hacerse grande para que el oso se asustase, pero ella lo hacía con su propia hija. Maia había sacado también parte del carácter de Lauren, lo cual me parecía perfecto, además de que era una copia exacta a mí, pero rubia y de ojos azules. —Nick, Summer, y Josh. —Maia se cruzó de brazos y ladeó la cabeza para mirar a su madre. —O sea, que encima es una cita por parejas. No, tú no vas. —Maia suspiró, y me miró a mi echando la cabeza a un lado. 378

—Mamá, ¿puedo ir? —Me encantaba torturar así a Lauren, y sabía que a Maia también. Así que me encogí de hombros. —Intenta convencer a tu madre, a ver qué dice. —No. —Respondió ella negando. —No, no, y no. —Mami, por favor... —Maia hizo un puchero, y Lauren se fue al salón intentando deshacerse de ella. —No me mires así, no. —Maia la abrazó por la cintura, apoyando la cabeza en su pecho. Lauren tenía el corazón muy frágil con sus hijas, y en cuanto le suplicaban un poco con cara de pena, cedía. —Por fi... —Susurró como cuando tenía cuatro añitos. —Está bien, vale, vale. —Bufó ella, y Maia levantó los brazos riendo. —¡Bien! —Empezó a reírse y aplaudió mirando a Lauren. —Es mentira mamá, ¿cómo te voy a preguntar eso? —Lucy, que estaba en el sofá, comenzó a reírse a carcajadas con una mano en el pecho, señalando a Lauren. —Oh, ¿queréis que os castigue hasta que tengáis 21? —Las señaló a las dos. —Lauren, tengamos la fiesta en paz. —La cogí de la mano y la senté en el sillón, escuchando cómo sonaba el timbre. —Ya voy yo. —Dijo Maia con rapidez, saltando del sofá para ir hacia la puerta. —Hey, no te esperaba tan pronto. —Lauren y yo nos giramos para mirar la puerta, y era Nick, que justo le daba un beso en los labios a Maia. —Hola tía Lauren, hola tía Camila. —Saludó el chico, y yo sonreí, apretando la mano de Lauren para que se quedase en silencio. —Hola Nick, corazón. ¿Quieres tomar algo? —Pregunté yo levantándome del sofá, dándole dos besos. —No, muchas gracias, sólo vengo a recogerla para ir a cenar. —Lauren se levantó, de nuevo con las manos en la cintura aunque el chico era un poco más alto que ella. —Ten cuidado, ¿eh? —Lo señaló con los ojos entrecerrados, y Maia bajó las escaleras con una sonrisa y un bolsito en la mano. —Mamá, ya está. —Dijo riendo, dándole un beso en la mejilla. —Nos vemos esta noche. * Lucy había ido al cine con su grupo de amigos, y Lauren y yo volvíamos a estar solas en casa. Era agradable tener unas hijas tan independientes y a la vez responsable, más que agradable era casi una bendición. Lauren se tomaba una copa de vino en la terraza frente 379

al puerto, con los brazos apoyados en la barandilla. —Sabes, Camila, Maia es perfecta. —Asintió mirándome con ternura, moviendo la copa de vino entre sus manos. —Es la mezcla perfecta de ti y de mí, igual que Lucy. No quiero que nadie les haga daño, porque son... —Son tus hijas. —Respondí yo, dándole un beso suave en el hombro. —Pero tenemos que dejarlas ir, no podemos estar prohibiéndoles cosas toda la vida. —Lo sé, pero cuando se gradúe ya no será mi niña. Ya no vivirá en casa, ya no bajará a desayunar y me abrazará por las mañanas. —Suspiró agachando la cabeza. —Y no quiero que nadie le haga daño. —Te aseguro que nadie se lo hará. * —Saben, cuando yo nací no tenía mucho. —Maia soltó una pequeña risa. —No tenía nada. Vivía en Portland con mi madre, pero yo no entendía muy bien qué pasaba. No sabía por qué no tenía padre, ni por qué mi madre estaba siempre tan triste. Tampoco sabía por qué los demás niños tenían zapatos sin agujeros y colores en su estuche, o por qué yo debía comer casi siempre lo mismo, y los niños de mi clase decían que habían comido pizza o hamburguesas. Dicen que el instituto te prepara para la vida real, pero yo la he vivido desde que nací hasta que tuve cinco años, y pensaréis que no me acuerdo de nada, pero sí. Yo sabía que no podía pedirle cosas a mi madre, pero no entendía por qué. Sabía que no podíamos tener calefacción, que nuestra nevera siempre estaría vacía, pero no sabía por qué. Recuerdo a mi madre haciendo lo imposible por hacer que tuviese una infancia normal, y siempre con una sonrisa en el rostro, aunque yo sabía que estaba triste. Siempre recordaré a mi madre como una heroína, porque no todo el mundo tiene las agallas de sacar una hija adelante sin prácticamente nada, no todo el mundo tiene la valentía de hacer que mi infancia fuera maravillosa sin apenas tener para comer, e hizo que lo fuese. Pero no por los juguetes, la ropa, o cosas que tuve, sino porque la tuve a ella. Y durante esos años me divertí, reí, me sentí querida, y, ¿no es eso en lo que se basa una buena infancia? Mi madre siempre piensa que ella no me la dio, pero sí que lo hizo. Puede que no tuviese lujos, o apenas lo más básico para vivir, pero tuve una madre como tú, y eso la mayoría de la gente no lo tiene. Gracias, y te quiero, mamá. Había llorado muchas veces a lo largo de mi vida, pero nunca, nunca de una forma tan intensa como aquella. Cuando Maia bajó del escenario, con su toga roja y su birrete en la cabeza, la abracé, y quería decirle algo, pero no podía ni siquiera articular palabra. No tenía ni idea de todas las cosas que Maia sentía respecto a eso, ni siquiera sabía que recordaba las cosas tan claramente, pero saber que sí, y que valoraba lo que hice, me hacía sentir que todo valía la pena. —¿Por qué lloras, mamá? —Me quitó las lágrimas de los ojos, como si ahora fuese ella la que me consolaba a mí.

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—Porque te quiero mucho.

FIN.

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