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Viernes 8 de febrero de 2008 El Velo. Entre la fantasía occidental y la realidad oriental. Un aporte a la mirada occide

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Viernes 8 de febrero de 2008

El Velo. Entre la fantasía occidental y la realidad oriental. Un aporte a la mirada occidental orientalista. María Carolina González Bracco Presentado en: I CONGRESO INTERNACIONAL ORIENTE-OCCIDENTE: LOS CAMPOS DE LA DIVERSIDAD Y EL ENCUENTRO – 2, 3 y 4 DE MAYO DE 2007 – “…Que no se olvide que no podemos cambiar Wall Street si no logramos cambiar la fantasía obsesiva de los emires. Porque los emires necesitan a Wall Street y Wall Street necesita a los emires. Y a ninguno de los dos les interesa tener mujeres independientes y autosuficientes, ni en tierras musulmanas ni en tierras del capitalismo herético”. Fátima Mernissi La relación entre Oriente y Occidente es una relación de poder, como bien explicaba Edward Said, basada en la dominación del segundo por el primero. Esto lo podemos ver desde el encuentro de Flaubert con Kuchuk Hanem, pasando por la incorporación del velo como elemento de fantasía y lo que llamaré la “cabaretización” de la danza oriental hasta llegar a la prohibición del uso del velo en las escuelas francesas y la cruzada occidental por la liberación de las mujeres árabe-musulmanas. Claro que en esta relación de dominación, como en todas, las responsabilidades se reparten entre ambos lados. Desde el usufructo del petróleo hasta la comercialización de la danza, se evidencia la hegemonía –en términos de Gramsci- de la cultura occidental por sobre la oriental. “El orientalismo político (y aquí cito a Said) rige en todo campo de estudios, de imaginación y de instituciones académicas, de modo que es imposible eludirlo desde un punto de vista intelectual e histórico”. De lo que les voy a hablar hoy es del velo como paradigma de la no-comprensión de la otredad. Ya que, por un lado, Occidente se escandaliza de los velos islámicos y la situación de las mujeres en los países legislados bajo la sharia, y sin embargo fomenta, difunde y comercializa la danza árabe del vientre en la que el velo es el elemento más característico. Lo que voy a tratar de explicar, es como esta aparente contradicción está sostenida por una fantasía. A partir de la década de 1950 Occidente abre las puertas a la danza árabe del vientre. Películas en blanco y negro muestran a bailarinas como Samia Gamal y Tahia Carioca, devenidas actrices. En las filmografías se las ve bailar sobre tacos altos, en clásicas cenas de salón americano –pero en el Cairo- peinadas y vestidas a la occidental.

Así, la danza árabe del vientre se mostraba a través de las pantallas, no como la expresión de la tradición de un pueblo -del balad- sino más bien como una danza exótica, sensual, que encuentra en la utilización del velo su expresión más nítida, paradójica y acabada. En la danza, el velo materializa una fantasía en la que la mujer se cubre y se descubre. Para la mujer oriental esto significa -en los orígenes- una provocación, un desafío a la tradición, es por ello que las bailarinas árabes por lo general no utilizan el velo para bailar y si lo hacen solo es para marcar una entrada y luego lo arrojan. Para la mujer occidental, en cambio, se trata de una demostración de destreza y glamour. Contrariamente a lo que se cree –o se quiere hacer creer - la danza con el velo como elemento es contemporánea y tiene que ver con una de las grandes fantasías que Occidente creó sobre Oriente. Hacia fines del siglo XIX numerosos orientalistas fotografiaron y pintaron mujeres posando con velos en escenarios de clara connotación erótica y sensual, recreando supuestos harenes. Las mujeres retratadas eran generalmente prostitutas, esclavas no musulmanas, judías o incluso bailarinas pobres, ya que ninguna musulmana respetable se dejaría fotografiar. Además, va de suyo que ningún fotógrafo o pintor hubiera podido entrar a un harém. Los pintores orientalistas encontraron entonces en el velo la materialización de la fantasía oculta detrás de ese otro desconocido y misterioso que eran las mujeres de los harenes. Tanto así que Renoir comentó “Las mujeres árabes, conocen el valor de estar ocultas y son adeptas a explotarlo. Un ojo vislumbrado a través del velo, era particularmente encantador” Es así que Occidente creó una imagen falsa de la mujer árabe, una fantasía que prevalece hasta nuestros días. Sí se supo de danza con pañuelos o velos en el norte de África por esta época pero nada tiene que ver con la danza del velo como la conocemos en la actualidad. Ésta surge en la década de 1940. Según el relato de Samia Gamal -una de las más talentosas bailarinas egipcias de todos los tiempos- quién popularizó la danza del velo en la película “Alí Babá y los cuarenta ladrones” la utilización del velo como elemento fue incorporado por una bailarina llamada Ivanova y su profesor, quienes habían sido contratados por el rey Faruk de Egipto para dar clases a sus hijos. Esta bailarina, de origen ruso, le enseñó a Samia a llevar el velo y manipularlo. Aquí vemos un ejemplo nítido de cómo, explica Said: “Oriente mismo participa de su propia orientalización”. Posteriormente el Ballet Ruso utilizó el velo en la escenificación coreográfica de “Salomé” de Oscar Wilde y pronto Hollywood difundió la imagen de la bailarina oriental delicada y sensual oculta tras el velo como la imagen viva de la fantasía creada por las fotografías y pinturas orientalistas del siglo XIX. La mexicana Ikram Antaki observa un elemento fundamental de la visión occidental orientalista de la bailarina reflejada en las películas de la época. En ellas se la ve bailando semi desnuda con un velo tapando su rostro. Esto, explica Antaki, es un contrasentido ya que si la mujer –y siempre estamos hablando de la mujer de la cultura árabe-musulmana- se desnuda y baila no lleva velo porque es una mujer pública, o una esclava. Si lleva el velo es privada y por lo tanto no puede bailar.

La occidentalización de la danza oriental consistió, básicamente, en quitar todo aquello que era considerado anti estético o “impúdico” como los movimientos pélvicos -que, dicho sea de paso, le son característicos por ser en su origen parte de los rituales de fertilidad- y añadiendo el plexo solar como eje de la danza, acercándola así al ballet occidental. La combinación de danza oriental y Hollywood dio origen a lo que llamo “cabaretización” de la danza. Esto forma parte de uno de los aspectos señalados por Said respecto al triunfo del orientalismo: el consumo en –y yo agregaría de- oriente. En el imaginario occidental lo que suele haber entonces es una mezcla de danza árabe con el glamour occidental de Hollywood que fusionaba a su vez elementos del ballet clásico y que luego incorporó también elementos de la danza jazz. Para los occidentales la danza oriental se relacionaba directamente con los cabarets. Podemos suponer que esta relación no era fortuita, ya que en los países árabes las presentaciones de danza del vientre se pueden apreciar mayormente en estos ámbitos. Las más famosas bailarinas de los años treinta y cuarenta como las mencionadas Samia Gamal y Tahia Carioca salieron del cabaret “Casino Opera”, el primero en Egipto, que abrió sus puertas en 1926. El estilo que desarrollaron allí estas bailarinas correspondía a las demandas del público colonial. El uso del velo se relaciona también con este ambiente, lo que desagrada al público local, ya que lo que hace la bailarina al sacarse el velo es tomar un elemento tradicional para hacer un streaptease. No es casual que por esta época y, respondiendo también a demandas del ambiente, surgiera el traje de dos piezas, estigma de una tradición teatral propia de la concepción occidental de la danza. Explica la bailarina e investigadora Wendy Buonaventura que en parte, la “cabaretización” de la danza es atractiva para las mujeres occidentales ya que, aparte de ser otra forma de financiarse, hace pública una relación entre la sexualidad y su identidad como mujeres. Decía Edward Said que “el mundo árabe e islámico en su totalidad está sometido a la economía de mercado occidental.” La comercialización de la danza oriental su enseñanza, escenificación y “espectacularización”, así como la inmensa industria que se mueve alrededor del sinfín de elementos utilizados; vestuarios, libros, videos, discos, instrumentos, y un largo etcétera es para Occidente, más que para Oriente, un gran negocio. La danza, su enseñanza y ejecución se convierte también en trabajo inmaterial propio de la era posfordista, en tanto lo que se está vendiendo es aquello que existe solo como posibilidad. Es una ilusión, una fantasía en potencia, inseparable de la persona viviente del vendedor que, en este caso, es la bailarina. Al decir de Debord, “el “espectáculo” convierte a la comunicación humana en mercancía.” Así, la fetichización de la danza oriental está teñida de orientalismo, un orientalismo reflejo de un estilo occidental que pretende -y logra- dominar, reestructurar y tener autoridad sobre Oriente. Autoridad material e inmaterial. Del otro lado del Mediterráneo, las bailarinas de origen árabe también incrementaban sus ingresos ocultándose tras un velo. No ya escenificando la danza sino dejándola atrás. A fines de los años ochenta el Cairo vió decenas de ellas abandonar los escenarios para adoptar el velo islámico. La vuelta al velo era impulsada por los gobiernos árabes que desde la

década del setenta financiaban movimientos religiosos conservadores. Por lo bajo, se decía que las renuncias de las bailarinas eran subvencionadas por jeques saudíes, quienes depositaban grandes sumas de dinero a las artistas para que se mostraran públicamente arrepentidas. Lo cierto, es que no sólo las bailarinas se retiraban sino también las cantantes, actrices y otras mujeres del espectáculo. Por esta misma época, en otro de los focos del renacer islámico, Argelia, las mujeres abandonaban el vestido europeo rechazando con ello las costumbres occidentales impuestas y adoptando también el velo islámico, no sólo como símbolo de un retorno a la tradición sino también reconociendo su pertenencia a, o al menos su simpatía con, el movimiento islamista. El velo es también, en el imaginario de muchas de sus portadoras, un símbolo de status y fue debido a ello que “los responsables de la administración francesa en Argelia -explica Frantz Fanon- [fueron] encargados por el poder de intentar a cualquier precio la desintegración de las formas de existencia susceptibles de evocar una realidad nacional, aplicaron el máximo de sus esfuerzos para destruir la costumbre del velo”. La socióloga marroquí Fátima Mernissi hace un paralelo entre las campañas a favor del velo de los ochenta con el crecimiento del terrorismo religioso en estos mismos lugares (El Cairo y Argelia). Según Mernissi ambos fenómenos forman parte de una estrategia que tiene como finalidad última silenciar a los ciudadanos, frenar el proceso democrático y así debilitar la sociedad civil. Re-veladas, las bailarinas, actrices, pero también profesionales que abrazaban la reislamización de sus países como resultado de la onda expansiva que provocó la revolución iraní, las mujeres árabes se “hicieron invisibles”. El velo islámico –que quiere decir literalmente “cortina”-vino a reducir no sólo a la población femenina sino también al espacio público. Lo que los gobiernos árabes esconden tras el velo, según Mernissi, es la marginación de la mujer como un problema intrínseco de estas formaciones sociales así como los altos índices de desempleo, analfabetismo y toda clase de problemas estructurales. Este tipo de planteo feminista como el que sostiene Fátima Mernissi no es muy popular entre el público femenino oriental. De hecho, la mayoría de las militantes de los derechos de las mujeres rechaza el término “feminismo” por considerarlo restringido y propio de un escenario espaciotemporal ajeno. En Marruecos, como en la mayoría de los países árabes, estos grupos van desde el islamismo más extremista a posturas más cercanas al laicismo. Estos últimos son identificados por las islamistas como grupos de élite francófonos, lo que genera todo tipo de asperezas entre ambos. Actualmente, la gran mayoría de las mujeres del mundo árabe-musulmán llevan el hiyab. Excepto en Arabia Saudita e Irán -donde la legislación obliga su uso- muchas de ellas lo hacen por su propia voluntad, contrariamente a lo que cree, o gustaría hacer creer, la visión occidental orientalista que se enorgullece de enarbolar la bandera de la “mujer árabe oprimida” que necesita que la de-velemos a sí misma. En este sentido la mujer musulmana es tan invisible a los ojos de sus compatriotas como a los occidentales. Lo que nos devuelve al escenario orientalista que da lugar a estos acontecimientos, ya que muchas veces la “cuestión de la mujer” tiene que ver más con la visión occidental del islamismo reforzado hasta el paroxismo cuando el presidente de Estados Unidos luego de bombardear a la población civil durante meses espetó: “La bandera estadounidense flamea

hoy sobre nuestra embajada en Kabul (…) y hoy las mujeres de Afganistán son libres” . Occidente trajo a su terreno la discusión que no ha podido instalar en el seno de las sociedades árabes: el debate sobre el uso del velo. Y ahora no me referiré ya a las bailarinas de danza oriental -sobre las que ya he hablado lo suficiente- sino al debate que se ha desarrollado en torno al uso del velo en las escuelas francesas. El “asunto del velo” tiene su primer hito en 1989 y no puede ser comprendido fuera del proceso de re-islamización que estaba agitando al mundo árabe desde la década del setenta. Lo que puso sobre el tapete el “tema del velo” fue la expulsión de dos niñas de origen marroquí que se habían presentado a clase con el hiyab de un colegio de las afueras de Paris. El director decidió y mantuvo la expulsión de las dos alumnas, en “nombre de la Constitución laicista de la República Francesa”. El debate desatado en torno a este suceso es extenso y las posiciones variadas. Mientras la extrema derecha lo tomaba como un signo de la inminente “islamización de Francia” -algo así como una especie de “peligro verde” que comenzaría con las estudiantes veladas y terminaría minando los ideales laicos de la República- por su parte, la izquierda abogaba por la tolerancia de las minorías étnicas y religiosas al tiempo que condenaban los preceptos del fundamentalismo islámico que se venían diseminando entre los inmigrantes del norte de África. En esta línea, el orientalista francés Maxime Rodinson, analizaba el acontecimiento como una “señal significativa de aquel regreso masivo al islam riguroso de tiempos antiguos que prometía poner remedio a todos los males de la época, a todas las humillaciones inferidas por la sociedad, al desenfrenado ateísmo y al libertinaje diabólico de la naturaleza humana”. Y luego se preguntaba: “¿Nos asombrará todo esto?” El velo era así también un símbolo del apego a la propia identidad y religión en un una cultura ajena y que comenzaba a mostrarse hostil. Si recordamos aquello que decía Fanon sobre los esfuerzos de la autoridad francesa para erradicar el uso del velo en la Argelia colonial el “asunto del velo”-como lo denominaron los medios franceses- no tendría que haber sorprendido a nadie. Puesto que el velo ya estaba instalado como un estigma de la confrontación entre Oriente y Occidente que tomó publicidad con las bailarinas “arrepentidas” y se extendió más allá de las fronteras de los países árabes para “demostrar el fracaso del movimiento modernista que desde principios de siglo había prendido en todo el mundo islámico, y entre cuyos objetivos más importantes se encuentra la emancipación de la mujer” como explican Heller y Mosbahi. Este desafío a la hegemonía cultural occidental terminó reafirmando la relación de dominación. En Agosto de 2004, luego de un extenso debate y el apoyo explícito del presidente Jacques Chiraq, entró en vigor la llamada “ley del velo” en Francia. Los defensores de la ley, como el filósofo Peña-Ruiz aseguran que “el día de mañana miles de muchachas darán las gracias a la República por haber preservado su derecho a ir a la escuela con la cabeza descubierta y a sentarse junto a varones con el mismo status que ellos”. Aquellos que se pronuncian contra la ley advierten que en nombre de la defensa de la igualdad se recurre a la coacción de la exclusión escolar de aquellas adolescentes que usan el velo por presión familiar, condenándolas al aislamiento.

Quisiera, para ir terminando, traer una reflexión de Fátima Mernisi que creo puede ayudarnos a ordenar lo que aquí se ha dicho: “El concepto de hiyab es tridimensional, y las tres dimensiones confluyen muy a menudo. La primera es visual: sustraer la mirada. La raíz del verbo hayaba quiere decir «esconder». La segunda es espacial: separar, marcar una frontera, establecer un umbral. Y, por último, la tercera es ética: incumbe al dominio de lo prohibido. A ese nivel, no se trata ya de categorías palpables, que existen en la realidad de los sentidos, como lo visual o lo espacial, sino de una realidad abstracta, del orden de las ideas. Un espacio oculto por un hiyab es un espacio prohibido”. Si, como explica Romina Forti, la mayoría de los verdaderos problemas que afectan a las mujeres musulmanas –y yo agregaría árabes- derivan de las contradicciones a las que se ha sometido al mundo musulmán. Entonces es profundamente necesario comenzar a verlas, a escucharlas y dejar de adivinarlas. Sino las mujeres árabes permanecerán para nosotros aún tras ese velo romántico que vieron los orientalistas del siglo XIX y estaremos condenados a permanecer en una fantasía frugal, estando ignorantes y perdidos. Es urgente una historia de las mujeres del mundo árabe-musulmán escrita por ellas mismas, alejada de nuestras fantasías y más cerca de sus realidades. Y, en lo que nos toca a las mujeres occidentales -a las intelectuales, a las bailarinas, y a las que tratamos de conjugar ambas pasiones- urge una actitud responsable y respetuosa. Pero por sobre todas las cosas recordar que siempre una forma de ver es también una forma de no ver. Posiblemente sea real que el velo es símbolo de la opresión de la mujer oriental a una tradición misógina, pero no dejemos de lado que también puede simbolizar –paradójicamentela opresión de la mujer occidental a un estereotipo estético absurdo e irreal.