270837276 Cuando El Problema Es La Solucin 2a Ed

CUANDO EL PROBLEMA ES LA SOLUCIÓN Aproximación al enfoque estratégico 2ª edición Ramiro J. Álvarez CUANDO EL PROBLEMA

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CUANDO EL PROBLEMA ES LA SOLUCIÓN Aproximación al enfoque estratégico 2ª edición

Ramiro J. Álvarez

CUANDO EL PROBLEMA ES LA SOLUCIÓN Aproximación al enfoque estratégico 2ª edición

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Crecimiento personal C O L E C C I Ó N

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

1ª edición: febrero 1998 2ª edición: febrero 1999

Diseño de colección: Luis Alonso

© Ramiro Álvarez, 1998 © EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 1998 Henao, 6 - 48009 Bilbao www.edesclee.com [email protected]

Printed in Spain ISNB: 84-330-1280-0 Depósito Legal: Impresión: Publidisa, S.A. - Sevilla

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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1.- LOS INEVITABLES PROBLEMAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - La dinámica del problema . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - La práctica de la teoría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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2.- CUESTIONES PROBLEMÁTICAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - El dueño del problema . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - Problemas sin dueño . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - Actitudes frente a los problemas . . . . . . . . . . . . . . . . . . - La práctica de la teoría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

37 37 41 43 50 51

3.- SOLUCIONES INTENTADAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - Los mapas mentales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - El nivel de la solución . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - Más de lo mismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - La práctica de la teoría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

53 53 57 62 66 70

4.- CATEGORÍAS PROBLEMÁTICAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - La manera segura de ahogarse . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - La práctica de la teoría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

71 71 78 80

5.- POSTURAS ANTE EL PROBLEMA . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81 - Las reglas de juego . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81 - Posturas frente al problema . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85 - La zona minada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 96 - La práctica de la teoría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99 - Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100

6.- PASOS HACIA LA SOLUCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - Cuando el problema es la solución . . . . . . . . . . . . . . . . - Hacia la solución efectiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - Cambiar la estrategia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - La práctica de la teoría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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7.- ESTRATEGIAS PARA EL CAMBIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - La bola de nieve: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - Guiones para el cambio: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - La filosofía del cambio mínimo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - La práctica de la teoría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

123 123 130 138 141 143

8.- EL ENFOQUE ESTRATÉGICO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - Un punto de vista muy pragmático . . . . . . . . . . . . . . . - Anatomía de la estrategia psicoterapéutica . . . . . . . . . - La práctica de la teoría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Apéndice: EL ESTILO "PALO ALTO" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - El equipo terapéutico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - Organización del tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - No trabajar más que el cliente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - Trabajar en solitario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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A cuantos han confíado en mi ayuda. Ello son mi razón para superarme

A mi madre, convaleciente mientras se fueron llenando estas páginas. Nunca antes le había dado las gracias por nada.

INTRODUCCIÓN "El medio de salir es a través de la puerta; ¿por qué nadie quiere utilizar esta salida? Confucio Recuerdo la impresión con que recibí, siendo niño, el cuento de "el vestido nuevo del emperador": entre divertido y escandalizado oía explicar al narrador –un viejo maestro de mis años de parvulario– el astuto engaño con el que unos embaucadores llegan a convencer al rey del país de todos los cuentos para que se deje hacer un vestido maravilloso con una tela mágica que sólo podía ser visible para las personas sensatas e inteligentes. Por supuesto, no existían tales tela ni vestido y el rey estrenó su nueva indumentaria paseándose por la calle en paños menores en medio del cómplice silencio de sus súbditos que no se arriesgaban a poner en evidencia su eventual estupidez personal proclamando que eran incapaces de ver los maravillosos encajes que adornaban el mágico paño del vestido. El engaño sólo llegó a romperse con la ingenua intervención de un niño que no pudo evitar una carcajada espontánea al ver a su majestad en calzoncillos. En aquella época yo desconocía el poder de la sugestión y no podía concebir que fuera posible crear una ilusión colectiva como la que propone el relato de Andersen. No sabía tampoco que los cuentos pudieran ser algo más que meros pasatiempos para mantener tranquilos a los niños durante un

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rato; no tenía la menor idea acerca de mensajes metafóricos dirigidos al subconsciente ni de arquetipos compartidos que se transmiten por tradición oral. Ignoraba que las narraciones infantiles eran la base de los guiones de vida a los que mucha gente adapta su estilo personal de actuar en el mundo (posteriormente me fui encontrando con muchas "Caperucitas" y algunos "Lobos Feroces"; también llegué a conocer a unos cuantos "Patitos Feos" y a varias "Cenicientas"). En todo caso, la imagen del niño con el valor de desafiar los convencionalismos establecidos –el pacto de silencio frente a lo evidente– se fue convirtiendo, sin saberlo yo mismo, en un ideal de comportamiento para mi vida futura. Mas tarde, con el correr de los años, a medida que me fui internando en el terreno de la psicoterapia, empecé a reconocer con sorpresa a muchos vendedores de la misma "tela mágica", que se dedican a colocar su inexistente mercancía a quienes están dispuestos a comprar humo a cambio de librarse del esfuerzo personal que, inescapablemente, requiere todo proyecto de cambio. Un vistazo somero al panorama ideológico de eso que ha dado en llamarse el "desarrollo personal" muestra una variedad de direcciones y prácticas tan dispares que más bien parece que estemos construyendo una nueva Babel: se recuperan los valores de Oriente de modo que Buda, Lao-Tsé y Confucio ya no resultan extraños –aunque sigan siendo igualmente desconocidos– al hombre europeo actual. El chamanismo andino se une a la mejor tradición druídica europea y se busca recuperar a través de prácticas rituales antiquísimas el contacto con las fuerzas de la naturaleza. Ceremoniales de imposición de manos se convierten en actividades perfectamente normalizadas y el trabajo con los "chakras" o la visualización del "aura" se están convirtiendo en conceptos tan familiares a nuestra cultura occidental como podía serlo el teorema de Pitágoras en mis años de estudiante. La mentalidad popular se va tiñendo de conceptos reencarnacionistas y espiritistas. Los videntes y futurólogos se profesionalizan –aunque sin pagar IVA, me temo– de un modo cada vez más sofisticado y su actividad encuentra una magnífica caja de resonancia en los medios de comunicación que tratan todos estos temas

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INTRODUCCIÓN

"espirituales" con la misma seriedad que la previsión meteorológica para el fin de semana. La oferta de cursos sobre actividades variopintas es apabullante: "Reiki", "Renacimiento", esencias florales, sabiduría interior, rituales con velas, conocimiento de vidas anteriores... Asistimos en la actualidad a un despliegue irracional de supersticiones teñidas de pseudocientificismo que van conformando una curiosa idolatría de fin de siglo, indicativa de la pasividad mental en la que vamos incurriendo. Y en medio de todo esto mi niño interior, el que se quedó maravillado con el cuento del vestido nuevo del emperador, no deja de alertarme ante la creciente oferta de telas invisibles: – Los métodos para el crecimiento personal, anunciados cada uno de ellos como el conocimiento definitivo y el control supremo de los mecanismos psíquicos, se suceden unos a otros apoyados más en conceptos de marketing que en nociones efectivas del funcionamiento humano. El "buzoneo" o los anuncios en revistas constituyen el flamante método de auto-oferta de los "gurús" contemporáneos y el pago correspondiente, en efectivo o mediante tarjeta de crédito, el modo más eficaz de asegurarse un programa de desarrollo espiritual completo en cursillos de fin de semana. Lo más normal es que los seguidores incondicionales de una escuela determinada, desengañados al cabo del tiempo, se adscriban ciegamente a una nueva doctrina recién llegada y luego a otra y a otra, sin darse cuenta de que aún no se han movido un palmo en su proyectado camino de desarrollo personal. Personalmente desconfío mucho de las montañas que van a Mahoma y pienso más bien que lo lógico es que Mahoma vaya a la montaña. No creo en la sinceridad de los maestros que venden su sabiduría a través de anuncios publicitarios; en el camino del desarrollo personal creo que sólo tiene sentido el conocido proverbio oriental: "Cuando el discípulo esté preparado, aparecerá el maestro". En efecto, los maestros preocupados por conseguir discípulos, difícilmente podrán ocuparse de su propio desarrollo personal con lo que dejarán de ser verdaderos maestros. – La "energía" a la que tanto se apela en la terminología "New Age" es conceptualizada como una especie de capa sutil que

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envuelve el cosmos y se manifiesta sobre el ser humano en meridianos, chakras o coloraciones del "aura". El nivel de salud o enfermedad, los estados emocionales y hasta la buena o mala fortuna de los sucesos que nos acaecen en la vida dependerían de la configuración específica de estas líneas de fuerza que nos rodean. Para mantener una adecuada relación de energías sería preciso recurrir a determinados rituales (imposición de manos), ejercicios mentales de visualización, productos al estilo de esencias florales o talismanes varios. El esfuerzo personal se considera irrelevante pues en la nueva ideología el ser humano ha pasado de conceptualizarse como "conquistador" activo de su universo (¡con toda la violencia que ello implica!) a simple pieza del puzzle cósmico en igualdad de condiciones que las demás entidades visibles e invisibles, animadas o inertes que constituyen ese socorrido "todo". Creo, sin embargo, que la única energía válida para ponerse en camino hacia el logro de las metas personales es aquella que nosotros mismos generamos con nuestro propio esfuerzo. La energía la desencadena cada sujeto, no se limita a "absorberla". Y aquí es donde discrepo de un modo más radical respecto a los planteamientos ingenuos –a mi modo de ver– de muchos de los seguidores de la filosofía "Nueva Era" que, al confiar en unas fuerzas universales de tipo panteísta, se limitan a esperar pasivamente a que el viento infle las velas para dejarse ir con la nave por la derrota más conveniente. Los partidarios de la "Vieja Escuela" preferimos empuñar los remos si es preciso y, en todo caso, manejar el timón y las escotas para ajustarnos al rumbo que nosotros mismos elegimos en cada momento. "De los esforzados es el reino de los Cielos", reza la cita evangélica. También los esforzados, y sólo ellos, podrán conquistar el reino de su propio existir. No conozco la historia de ningún gran personaje que no haya alcanzado sus metas sin esfuerzo, a base de horas de estudio, de trabajo, de renovados intentos tras cada fracaso. La inspiración, la iluminación, la curación y la madurez sólo llegan con el esfuerzo individual, tras muchas horas de búsqueda infructuosa y después de muchos ensayos fallidos. Jamás la "energía" se ha aposentado gratuitamente en un elegido para mimarlo con sus dádivas

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INTRODUCCIÓN

gratuitas. Dicho de un modo más popular: "A Dios rogando y con el mazo dando". – La "sabiduría interna" suele ser entendida, dentro de esta concepción panteísta desnaturalizada en la que se está convirtiendo la ideología del "homo consumitor" de fin de siglo, como el canal secreto de comunicación con las energía cósmicas o con el inconsciente colectivo que, con la debida disciplina mental de meditación y visualizaciones, llegaría a hacerse accesible a la consciencia. Del mismo modo que las "energías" circulantes, este concepto de sabiduría interior puede conducir a una actitud pasiva. Lo cierto, una vez más, es que jamás he visto a nadie convertirse en ingeniero de caminos a base de recurrir a su conocimiento interno; más bien creo que el conocimiento y la sabiduría tienen que ser también objeto de conquista personal a través del esfuerzo invertido en su adquisición. Otra cosa diferente es buscar dentro de uno mismo eso que, desde siempre, se ha denominado en nuestra cultura sentido común y que de tanta utilidad nos puede ser a la hora de determinar el camino por el que queremos que discurra nuestra existencia. Vivimos en una época de ritualismos. El hombre de final de siglo, creador de la sociedad consumista del bienestar, ha perdido el sentido de su fuerza individual: la tolerancia a la frustración, la capacidad de aguante frente al sufrimiento, la necesidad de recurrir al esfuerzo propio, son vistos como amenazas al deseado disfrute de la vida y, por eso mismo, es preciso inventarse conjuros que suplan la responsabilidad personal de hacer frente a las demandas de la vida. En lugar de poner a punto la propia fortaleza, es más sencillo apelar a la energía del cosmos y engañarse a sí mismo imaginando que es posible asimilarla mediante combinaciones de colores, danzas o imposición de manos. ¡Poco hemos avanzado desde la oscura Edad Media! Hace algún tiempo, un buen amigo mío, también terapeuta, decidió hacer una "inmersión espiritual" marchándose a pasar una temporada en un monasterio de la India, para dedicarse a la meditación y al silencio. Cuando se puso en contacto con el organismo que iba a gestionarle tanto el viaje como la estancia en aquel país, se encontró con la desagradable sorpresa de que todas las plazas

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estaban ya ocupadas no sólo para las fechas de las que él disponía, sino incluso para los meses siguientes. Pero lo más chocante fue el argumento con el que los organizadores trataron de aliviar la frustración de mi amigo: "Haga usted meditación en su país –le dijeron–; tiene el mismo valor que en la India". Lo que importa, en efecto, no es tanto el ritual, sino la intencionalidad personal. No es que crucen la India meridianos de energía más poderosos que los que pueden discurrir por nuestras tierras; de lo que se trata es de comprometerse con una disciplina de meditación, no simplemente de auto-engañarse "comprando" unas vacaciones meditacionales en un escenario con reminiscencias más o menos esotéricas. ¿Vamos ahora a adquirir la tela invisible sólo porque hay mucha gente que nos dice que es la de moda, la innovadora, la del futuro? ¿Y qué hacemos con nuestra evidencia personal?, ¿qué hacemos con el sentido común? No puedo dejar de recordar aquí otro cuento de la infancia, tal vez no tan conocido como el del vestido nuevo del emperador, pero en la misma línea de éste: Cuentan que en un lejano país, tras la muerte del sabio monarca que había conducido prudentemente a sus súbditos por el camino de la paz y la prosperidad durante largos años, subió al trono su hijo, tan inexperto en tomas de decisión como acostumbrado a la vida fácil de palacio donde todos sus caprichos eran inmediatamente satisfechos. Al contrario que su padre, prefirió delegar las tareas de gobierno en arteros ministros aduladores para poder dedicarse así más ampliamente a las fiestas y diversiones de palacio. Pronto, los nefastos efectos del mal gobierno de sus validos se hicieron notar en todos los aspectos de la vida económica y social del país: los impuestos aumentaban, el trabajo escaseaba, en las fronteras se vivía en una situación de guerra permanente y la vida en palacio se había convertido en una conspiración permanente. El resultado de todo ello fue que los enemigos del nuevo rey eran tan numerosos dentro de su propio palacio como más allá de los confines del debilitado reino Cuando el joven monarca comprendió que la situación se le podía ir de las manos, quiso tomar las riendas del gobierno pero la empresa no resultaba nada fácil. Su carácter era voluble, sus decisiones poco firmes y su

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INTRODUCCIÓN

inseguridad manifiesta. Como era consciente de sus limitaciones y deseaba verdaderamente enmendar sus errores, decidió pedir ayuda al mayor sabio del país, un anciano que ya había aconsejado prudentemente al anterior soberano en momentos especialmente difíciles de su gobierno. –"Venerable maestro, ¿qué es lo que necesito para imponerme a todos mis enemigos y pacificar de nuevo el país?" –preguntó el joven monarca. –"Para vencer a vuestros adversarios, Majestad, tan sólo precisáis una cosa: la espada de vuestro capitán, vencedor en las guerras de la frontera" –tal fue la respuesta del sabio anciano. Encantado con el sencillo remedio que le acababan de sugerir, el joven rey hizo comparecer urgentemente ante sí al capitán que velaba por la seguridad del reino en la lejana frontera del país. Cuando tuvo ante sí al aguerrido soldado, y después de agradecerle sinceramente su lealtad, el soberano pidió a su capitán que le entregara la espada victoriosa en tantos combates contra el enemigo exterior a cambio de elevarlo a la dignidad de primer ministro. –"Tomad mi espada, Majestad. Vuestra es pues por vos ha luchado en cada combate. Nada tenéis que darme a cambio"– respondió el leal soldado mientras, arrodillado ante su rey, le ofrecía desnuda y brillante el arma. Pero cuando el monarca intentó levantar el arma que le ofrecían, fue incapaz de moverla ni un solo palmo, tal era el peso del acero, y por muchos esfuerzos que hizo no consiguió sujetarla con sus dos manos. Entonces comprendió el sentido de la enseñanza del anciano consejero: ¡lo que puede decidir el combate no es una espada, sino el brazo de quien la maneja! En definitiva, mi concepción tanto de la psicoterapia como del desarrollo personal se fundamenta en dos principios básicos: la responsabilidad personal –la voluntad para trazarse un camino y ponerse en marcha sin desmayo hasta completarlo– y el sentido común –la prudencia de asegurarse tanto de que el camino proyectado es deseable, asequible y provechoso como de que los medios utilizados para recorrerlo resultan sensatos y adecuados al fin que se desea conseguir–. Comencé a escribir este libro –que será mi obra número diez– a mi vuelta de Palo Alto, en la dorada California. En lo mas escondido de la tierra prometida de los movimientos "hippie" y "new age",

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en ese maremágnum californiano de culturas e ideologías que constituyen una amalgama de lo oriental y lo occidental, existe una veta profunda de racionalidad y sentido critico: el "Mental Research Institute", conocido a nivel de publicaciones como la "Escuela de Palo Alto". Allí he tenido ocasión de conocer personalmente a figuras prestigiosas como Paul Watzlavick, Richard Fish o Karin Schlanger y de aprender de ellos a enfocar directamente la realidad sin la mediación de los habituales prejuicios que suelen empañar nuestra visión del mundo. La aportación más notable de esta escuela al ámbito de la psicoterapia se refiere a la interacción dinámica entre problemas y soluciones infructuosamente intentadas que conducen a la paradójica situación de que el problema a eliminar está, en realidad, siendo alimentado por el intento de solución equivocado. Una propuesta aparentemente muy simple, pero con un alcance insospechado, como intento detallar en las páginas que siguen. No debe, por lo tanto, esperar el lector hallar aquí la clave mágica de una nueva iniciación para el dominio de "energías" desconocidas; aquí sólo se harán apelaciones continuas a la responsabilidad personal y a la razón. No vamos a vender ninguna tela mágica que sólo los elegidos puedan disfrutar; más bien queremos repartir arpillera, burda, sí, pero abrigosa y al alcance de todos los bolsillos. Nuestra intención tampoco consiste en proporcionar un arma invencible, sino en adiestrar el brazo para que así podamos manejar con eficacia cualquier herramienta que nos sea útil. Nadie diga luego que no he avisado de la clase de mercancía que ofrezco.

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1 LOS INEVITABLES PROBLEMAS "Para poderse resolver, un problema ha de ser, ante todo, un problema" Paul Watzlawick

La dinámica del problema Conocí en cierta ocasión a un médico jubilado, extrovertido y vitalista, que me narró múltiples peripecias relacionadas con su rica vida profesional. Entre las anécdotas que salieron a relucir, me llamó especialmente la atención una referida a su etapa en un conocido balneario de mi tierra gallega, donde ejerció como facultativo durante cierto tiempo, y que mi interlocutor utilizó para explicarme su poca fe en la eficacia del termalismo como sistema terapéutico: Me contaba el veterano doctor que en cierta ocasión le preguntó a un conocido magistrado de la audiencia nacional, cliente asiduo del balneario verano tras verano por sus problemas crónicos de vesícula, qué tal marchaba su tratamiento hidroterápico. –"Excelente –le respondió el magistrado– como que hace ya treinta y dos años que acudo sin falta cada verano a tomar las aguas de este balneario". –"Imagínese lo insensato que tenía que ser este hombre –ironizaba el curtido médico– para continuar intentando el mismo remedio durante años y años sin darse cuenta de que la solución a

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su problema no llegaría nunca por ese camino, mientras que mediante una sencilla intervención con las actuales técnicas quirúrgicas, en setenta y dos horas habría resuelto su dificultad... ¡incluyendo el postoperatorio!". Si tuviera que dar una definición lo que es un "problema", probablemente lo describiría como una situación incómoda, persistente, que se da en un marco social, y a la que se ha intentado poner fin en repetidas ocasiones pero sin alcanzar el resultado apetecido. Gráficamente la situación se corresponde con el esquema de un "círculo vicioso" en el que cada vuelta al circuito nos deja en el punto de partida, como se refleja en la figura adjunta (pág. 25). Tal es el ineficaz sistema utilizado por el recalcitrante magistrado de la anécdota inicial, que para solucionar sus molestias de vesícula acude al balneario, pese a lo cual las molestias persisten, por lo que decide regresar de nuevo a tomar las aguas a la temporada siguiente, para encontrarse de nuevo con idénticas molestias... y así sin final Si analizamos con calma las implicaciones de la definición anterior, puede que nos demos cuenta de que la cosa no es tan simple como pudiera parecer en un primer momento: Así, en primer lugar, ha de darse una condición de incomodidad para el sujeto que sufre el problema. Pero como los criterios de molestia, agobio y sufrimiento son subjetivos, la condición de problematicidad no reside en la situación concreta que se debe afrontar, sino más bien en el propio sujeto que la define como problemática. Puede que yo no soporte al perro de mi vecino –ni a ningún otro can– pero para él el animal no constituye ningún problema; de hecho parece encantado de que el chucho le destroce las tapicerías y le arañe el parquet simulando que entierra huesos imaginarios. Para los atribulados padres de un chico vago constituye un serio problema el hecho de que el muchacho suspenda curso tras curso sin el menor atisbo de que vaya a concluir sus estudios de bachillerato ni, mucho menos, a comprometerse con una carrera superior; sin embargo, para el chico más interesado en la música, el cine y los amigos, el hecho de suspender no constituye ningún problema. Estas consideraciones ya nos colocan sobre la pista de una importante cuestión referida a la "propiedad" del problema y que desarrollaremos con mayor detalle más adelante. Baste por ahora con apun-

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LOS INEVITABLES PROBLEMAS

tar que sólo el "dueño" del problema puede darle solución: todos cuantos sermones le endilguen los padres del estudiante melómano a su hijo no van a lograr cambiar su comportamiento mientras el chico no perciba como un problema real, es decir, como una situación poco deseable, el hecho de estar fracasando en los estudios. Paradójicamente, una situación aparentemente deseable puede, en realidad, constituir un problema para su protagonista. Por ejemplo, una joven bulímica consigue adelgazar una docena de kilos transformándose en una chica esbelta. A partir de ese momento puede que se convierta en foco de atención por parte de los jóvenes de su entorno pero ella, en lugar de sentirse halagada como la mayoría de las chicas de su edad, tal vez se convierta en víctima de un estrés continuo al carecer de las habilidades sociales más elementales para relacionarse con la gente del otro sexo y atribuir las normales atenciones de sus compañeros a oscuros intentos de acoso sexual. El segundo requisito indispensable para poder hablar con propiedad de un "problema" es la persistencia de la situación indeseable. Todos nos enfrentamos antes o después a situaciones vitales dramáticas: muerte de seres queridos, pérdidas económicas o laborales, proyectos frustrados, enfermedades, etc. Una situación negativa, por indeseable que sea, si se da sólo de manera puntual no tiene por qué constituir necesariamente por sí misma un problema. Mi padre falleció cuando yo entraba en la pubertad. Fue un golpe duro al que hube de adaptarme como tantos otros chicos que pierden a sus padres de manera inesperada, en un accidente o por otras causas, en un momento crítico de su desarrollo pero no por ello quedan "traumatizados" para el resto de sus vidas. Conozco a un ingeniero que perdió su empleo en la etapa crítica de los cuarenta y tantos; eso supuso un serio traspiés para muchos de sus planes pero él supo adaptarse y encontró un nuevo trabajo temporal en otra empresa desempeñando una función inferior a la que por su titulación le correspondería. Podría contar también la historia de un matrimonio que perdió hace años a sus dos únicos hijos en un dramático accidente de un transporte escolar y que, a pesar de todo, han logrado rehacer su vida y continuar adelante con un claro proyecto de futuro. Son acontecimientos puntuales en la vida de

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cualquier persona. Pueden resultar muy dolorosos, pero no constituyen problemas. Por el contrario, también conozco el caso de otros padres que no han superado la muerte de su hijo mayor y que todavía hoy, aunque han pasado ya más de quince años siguen refiriéndose a él como si estuviera vivo. Evidentemente estos padres se comportan de un modo neurótico; pero su problema, si es que en realidad existe, no reside tanto en la pérdida del hijo –la muerte no es nunca un problema, sino una dura realidad que forma parte de la existencia– como en la insana defensa frente al dolor que han puesto en juego durante todo este tiempo. Una tercera característica que se debe añadir a la definición de una situación como problemática es el hecho de que prácticamente todas las dificultades con las que debemos bregar a lo largo de nuestra vida surgen en un contexto interpersonal; todo problema lo es siempre de relación. Aunque la queja inicial, aparentemente, concierna a un solo individuo, no debemos perder de vista la condición social del ser humano. La postura tradicional de la psicología clínica que se ha desarrollado siguiendo el modelo médico ha consistido en identificar la causa intrínseca de cada problema a través de un diagnóstico clasificatorio, para proceder, a continuación, a la aplicación del tratamiento específico supuestamente encaminado a ayudar al sujeto a superar su mal funcionamiento. Extirpado el apéndice, se acabó la inflamación. Esta consideración clínica del sujeto como un "enfermo" carencial supone un punto de vista muy limitado de la realidad ya que si queremos entender en toda su dimensión la totalidad del problema de una persona determinada, digamos un estudiante perezoso, lo cierto es que poca información nos va a reportar un análisis del nivel de sus neurotransmisores cerebrales o de su ingestión diaria de vitaminas –aunque en ocasiones también pueden ser datos relevantes– sino que más bien deberemos enmarcar su conducta negligente, su falta de motivación, en la totalidad de las interacciones que se producen en el ámbito familiar y escolar así como en su círculo de amigos que, en buena medida, constituirán los elementos de mantenimiento de tal comportamiento autoindulgente.

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LOS INEVITABLES PROBLEMAS

Del mismo modo, un ama de casa deprimida persiste en su depresión como una reacción bastante "lógica" a la interacción que sus allegados sostienen con ella: probablemente llegó a su estado de distimia como consecuencia de la falta de reconocimiento a su trabajo cotidiano y, quizás, lo que ahora mantenga su ánimo deprimido sea la percepción inconsciente de haberse convertido en centro de la preocupación familiar. Otro tanto se puede decir del esquizofrénico o de cualquier paciente encuadrable en una categoría diagnóstica. Esto no quiere decir que el entorno sociofamiliar sea el "culpable" o la causa de los trastornos psíquicos que en un momento dado llegue a experimentar cualquier persona, sino más bien que algunas de las interacciones que se producen en dicho entorno pueden constituir uno de los factores desencadenantes y, en cualquier caso, será el elemento crucial a la hora de posibilitar la desaparición o el mantenimiento del síntoma. Se puede objetar que muchos trastornos psíquicos se dan en personas solitarias que viven al margen de cualquier entorno humano; pero como asegura Paul Watzlawick "es imposible no comunicar". Si bien se mira, tal marginalidad no se produce nunca en estado puro, pero aún cuando pudiéramos concebir a un psicótico desgajado por completo del seno de cualquier grupo social, en el fondo, su conducta sería un claro mensaje dirigido a esa sociedad: "No deseo comunicarme con vosotros" y, ciertamente, la respuesta de indiferencia social a este desafío tácito vendría a constituir el factor primordial de su psicosis. De este modo podemos entender la última condición necesaria para la definición de una situación como problema: los intentos repetidos e infructuosos de poner fin a tal estado de cosas. Continuamente tenemos que habérnoslas con situaciones adversas: dificultades propias y típicas de los diferentes estadios de desarrollo a través de los cuales todos vamos constituyendo nuestra propia evolución personal; confrontaciones con los componentes de nuestros respectivos entornos sociales, familiares o de trabajo como consecuencia de las diferentes perspectivas que cada uno alimenta en relación a las situaciones concretas en las que se producen los roces; crisis inevitables derivadas de las propias condi-

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ciones del existir humano y de la realidad inescapable de la vida, como las que se refieren a enfermedades, pérdidas, sufrimiento y muerte o demandas que inesperadamente se nos plantean y a las que tenemos que hacer frente, que pueden abarcar desde reveses económicos a embarazos no deseados. El caso es que frente a todas estas eventuales circunstancias, los humanos funcionamos muy a menudo según los rígidos mapas mentales que adquirimos a través de la educación, en su más amplio sentido, como resultado tanto de la acción intencional propia de las instituciones al efecto así como de la impregnación difusa de opiniones, valores, normas, creencias, costumbres, expectativas, atribuciones, etc. a los que como miembros de diferentes grupos culturales estamos expuestos a lo largo de toda nuestra existencia y principalmente durante la época infantil. Típicamente, cada microgrupo social ofrece un repertorio de soluciones esquemáticas para cada una de las dificultades en que pueden verse inmersos sus componentes y los miembros de cada cultura se aferran a las soluciones que se le ofrecen como si realmente constituyeran la única salida posible a sus inquietudes. Sin embargo, lo cierto es que diferentes colectivos humanos pueden echar mano de soluciones opuestas frente a una misma demanda vital... y hasta es bien posible que ninguno de las arreglos propuestos alcance a dar término de modo satisfactorio a la queja inicial que impulsó a la búsqueda de una solución concreta. Es posible que los valores familiares transmitidos a una determinada persona enfaticen la necesidad de llevarse bien con los vecinos por encima de todo mientras que otro microgrupo familiar trata de mentalizar a sus miembros para que impongan los propios criterios personales de modo que no se "dejen pisar" jamás en sus derechos. Cuando los intentos de solución desembocan en la misma situación problemática de partida, consolidando así el círculo vicioso típico de las interacciones problemáticas, podemos estar bien seguros de que los intentos infructuosos de solución han pasado a formar parte integrante del problema. La tentación que surge entonces es intensificar la magnitud de la solución puesta en práctica en una tentativa de alcanzar la dosis terapéutica para que nuestra

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acción alcance el resultado deSituación seado, como cuando un resfriaindeseable do no responde al jarabe y hay que pasar al ataque incrementando el tamaño de la cuchara; Efecto negativo Mismo resultado pero este razonamiento suele conducir a un nuevo fracaso o, peor aún, a una escalada en la que cuanta más "solución" Intento de solución intenta poner una parte, con mayor cantidad de "problema" le responde la otra. Podría pensarse que, en sentido estricto, los problemas de vesícula del magistrado de la Audiencia no estaban relacionados con sus periódicas visitas al balneario en el sentido de que tal actividad no le causaba directamente la enfermedad. Sin embargo, si bien se considera la cuestión, claro que existe una relación muy directa entre ambos factores: el mantenimiento de su enfermedad vesicular sí que estaba relacionada con el hecho de que en lugar de buscar un tratamiento adecuado se limitaba a realizar maniobras distractoras que nada positivo aportaban para la solución del asunto. Si para mí constituye un problema encontrarme cada mañana un charquito de pis al salir del ascensor y me limito a maldecir entre dientes por la poca consideración de algunos vecinos que tienen perro, puedo tener la completa seguridad de que cada mañana habré de saltar por encima de un charco similar a menos que decida intentar algo más efectivo como hablar con mi vecino, quejarme a la comunidad de propietarios o llamar a la policía municipal (no sugiero otras soluciones más drásticas por los consiguientes problemas que su puesta en práctica me podrían acarrear). Si los padres del chico melómano que repite curso tras curso intentan, típicamente, hacerle "entrar en razón" mediante coacciones tales como riñas o castigos repetidos con frecuencia, y la reacción del muchacho se concreta en una airada declaración de no ser comprendido por los "viejos" que le lleva a encerrarse en su cuarto después de cada bronca para buscar el consuelo de la música, des-

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tilada en sus oídos a través de los correspondientes cascos, o si su respuesta es la clásica de "resistencia pasiva", en la que debajo del aparente sometimiento a los deseos paternos se esconde el más absoluto holgazanear día tras día, de modo que en cualquiera de los dos casos el resultado sigue siendo el fracaso escolar, entonces podemos hablar con claridad de una interacción problemática entre todos los personajes implicados. En psicoterapia se da muchas veces una situación parecida a la que me contaba el médico del balneario: un paciente acude al terapeuta para tratar de superar un problema emocional o para desenredar alguna embrollada vivencia que le ha quedado pendiente desde la infancia. A veces transcurren meses e incluso años y el nudo emocional continúa sin deshacerse. El cliente, semana tras semana, vierte lágrimas durante su hora de consulta, saca a flote sentimientos de todo género y airea emociones que ni siquiera sospechaba poder albergar en su subconsciente. El terapeuta, por su parte, pone en juego toda su capacidad de empatía, acompaña al consultante en su búsqueda de pistas, le ayuda a reinterpretar todo el material que va aflorando... y el mismo problema o la vivencia objeto de consulta permanece constante a pesar de todo el tiempo y el esfuerzo invertido en las sesiones. Cliente y terapeuta están convencidos de hacer lo correcto y de trabajar muy duro, pero la única realidad contrastable es la permanencia del problema. Cuando se habla de solucionar problemas, el único criterio válido de contraste ha de ser el resultado, no la buena voluntad empleada ni el esfuerzo invertido en la supuesta resolución. Un buen nadador puede hacer un par de largos en una piscina olímpica en poco tiempo y con un esfuerzo mínimo; para realizar el mismo recorrido, alguien que sólo sea capaz de mantenerse a flote pero desconozca la técnica necesaria para coordinar brazadas y respiración de una manera efectiva, empleará mucho más tiempo, se fatigará de un modo desproporcionado y aunque tenga la sensación de haber realizado una gran proeza, en realidad no habrá hecho otra cosa que malgastar su energía. Intentos de solución estériles han existido –y persisten– de modo continuado a lo largo de la historia. En una tablilla de cerá-

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mica, procedente de la antigua Babilonia, que se exhibe en el Museo Británico, se refleja en caracteres cuneiformes una amarga queja sobre la desconsideración de los jóvenes de la época que no muestran respeto alguno por los mayores y tan sólo manifiestan interés en beber cerveza. Tres mil años después de que la tablilla hubiera sido acuñada, el mensaje continúa siendo aplicable a nuestra realidad contemporánea a pesar de los repetidos intentos por cambiar las cosas reflejados en la organización de planes de educación, la reforma de dichos planes y el estudio de "nuevos" proyectos para mejorar las evidentes lagunas de todo lo anterior. En nuestras relaciones habituales es posible que nos encontremos cada día con alguien "imposible", cuyo comportamiento nos saca de quicio o nos pone al límite de nuestra paciencia. Un hijo rebelde, un compañero de trabajo entrometido, un jefe abusivo, un vecino fastidioso, pueden ser espinas emocionales que se nos clavan en el ánimo impidiéndonos con su presencia el disfrute de las pequeñas cosas de la vida a las que tenemos pleno derecho. A veces nos limitamos a tolerar con resignación la incómoda realidad de estos elementos de nuestra vida cotidiana; en ocasiones tal vez nos enzarcemos en una batalla continua para tratar de cambiar las cosas; en cualquier caso, es posible que hayamos desarrollado un determinado estilo personal de habérnoslas con las dificultades de cada día. "Por más que lo castigamos, no conseguimos que nuestro hijo estudie"; "lo he intentado todo, pero no consigo dejar de fumar"; "él es así y por mucho que me empeñe no voy a cambiarlo". Frases de este estilo pueden sonar a rendición sensata ante lo imposible, pero en el fondo tal vez estén encubriendo sencillamente el viejo estilo de "más de lo mismo" que, indefectiblemente, conduce siempre al mismo resultado. Cuando alguno de estos problemas cotidianos se convierte en crónico, la única solución "razonable" que cabe intentar es actuar de un modo diferente al habitual para, así, poder romper el círculo vicioso y lograr llegar a alguna otra parte, como se ejemplifica en la segunda figura. Pero, muchas veces, la apertura de un camino nuevo choca de plano con las creencias o las prácticas

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habituales, con los modos tradicionales de inNueva Situación situación indeseable tento de solución. Uno se pregunta si no estará cometiendo una locura por salirse del camino Efecto negativo Diferente resultado culturalmente marcado e in-tentar en solitario una nueva ruta incierta, cuyo Solución punto de llegada no se novedosa conoce con seguridad. El argumento que hay que contraponer entonces es que, con toda certeza, el viejo camino nos dejará donde siempre; la nueva conducta que vayamos a desarrollar, sin duda, abrirá nuevas posibilidades de interacción con nuestro entorno. En ocasiones, los intentos de solución adoptan una engañosa diferenciabilidad, de manera que uno puede creerse que ha emprendido una acción distinta cuando, en realidad, está haciendo "más de lo mismo", lo cual le llevará, inevitablemente, al mismo resultado indeseable. A diario podemos encontrarnos con múltiples ejemplos de tales falsas soluciones, de atajos que nos devuelven al punto de partida en el circuito inacabable del mantenimiento del problema: Tal vez una madre considere que es muy diferente echarle la bronca a su hija por dejar la ropa tirada por el suelo de su habitación que intentar razonar serenamente con ella sobre las ventajas del orden y la pulcritud. Y ciertamente el estilo es distinto, pero el mensaje contenido en ambas interacciones puede ser exactamente el mismo: "Por las buenas o por las malas, tienes que ordenar tus cosas". No es extraño que la reacción de la chica sea entonces la misma resistencia activa o pasiva frente a las demandas maternas. Si las diferente actuaciones de una persona aquejada por una depresión severa se limitan a variar el medicamento A por el antidepresivo B, en realidad, el cambio es sólo aparente y otro tanto cabe decir del sujeto que decide transformar su dependencia de las drogas en otra adhesión ciega a determinado grupo de psicoterapia, secta o ideología fantasiosa.

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La práctica de la teoría Aunque en la teoría puede que todo resulte muy claro y convincente, enfrentarse a la realidad de los problemas que nos rodean no es, en modo alguno, tarea fácil. Muchas veces necesitaríamos estar fuera de nuestro bosque para darnos cuenta de la configuración del terreno y poder trazar así la ruta que nos conduzca afuera. Esa es, precisamente, la función del psicoterapeuta: servir de guía a quien encuentra dificultades para escapar de los circuitos cerrados en los que sus problemas lo atrapan. El propósito de este libro es fundamentalmente práctico: proporcionar pautas eficaces para que cada cual elabore la solución que más le convenga a su situación personal y vital. Por eso mismo, en cada capítulo se propondrán una serie de ejercicios relacionados con la teoría expuesta, de manera que se pueda ir avanzando paso a paso, tanteando el terreno y, a veces, deteniéndose a descansar o incluso retrocediendo hasta encontrar el camino más seguro y satisfactorio. En la tarea de dar respuesta a las demandas de la propia vida no se pueden dar recetas fijas ni platos precocinados; cada cual debe aprender a guisar su propia salsa. Las situaciones vitales de cada persona son únicas y las soluciones válidas para un caso no tienen por qué serlo necesariamente para otro por muy similar que parezca al primero. Por eso, los ejemplos que se utilicen a lo largo del libro deben considerarse sólo como muestras de cómo actuar más que como modelos de lo que se debe hacer. En todo momento debemos tener muy claro que el objetivo final de todo el trabajo que nos dispongamos a hacer debe estar enfocado hacia la consolidación de la responsabilidad personal puesto que sólo puede ser responsable quien es libre y sólo es libre quien sabe seguir su propio criterio; es decir, quien es mentalmente sano.

Identificar las áreas problemáticas La primera tarea va a consistir en un ejercicio de reflexión acerca de las área vitales más problemáticas; de los temas pendientes

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que posiblemente hemos venido arrastrando a lo largo del tiempo sin habernos dado una oportunidad para reflexionar acerca de su presencia ni, mucho menos, plantearnos la posibilidad de aplicarles alguna solución. De lo que se trata en concreto es de establecer las áreas vitales en las que podemos estar experimentando dificultades en la actualidad; después seleccionaremos los temas más importantes sobre los que deseamos trabajar en el futuro para aplicarles una solución y, finalmente, nos pondremos manos a la obra a medida que vayamos descubriendo nuevos puntos de vista y podamos, así, diseñar nuevas estrategias. A continuación figura una lista de posibles categorías o áreas problemáticas. La relación de situaciones que se ofrece no pretende ser exhaustiva, sino tan sólo indicativa. La tarea consiste en identificar los elementos de la lista que pueden constituir una "zona conflictiva" personal o añadir otros que no figuren explícitamente pero que pueden ser fácilmente identificables por cada lector, de manera que se pueda realizar una reflexión acerca de los conflictos que pueden estar presente en la propia vida. Ciertamente, algunas veces una buena táctica frente a un problema determinado consiste en dejarlo en estado "durmiente" pues su solución podría acarrear efectos secundarios indeseables tales como fuertes conflictos familiares, pérdidas afectivas u otras consecuencias semejantes. Sin embargo, el objetivo de esta primera tarea no es comprometerse con ningún trabajo difícil o costoso, sino simplemente lograr un incremento de la conciencia personal de las áreas conflictivas; más adelante será posible elegir sin presión alguna con qué temas concretos se empezará a trabajar y cuáles se decidirá dejar tal como están.

Lista de posibles zonas problemáticas – Área personal: Sentimientos de inferioridad, incompetencia. Baja autoestima. Hábitos indeseables (fumar, beber, uso de drogas, adicción al juego...).

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Tendencia a la depresividad. Irritabilidad, violencia. Tendencia a aplazar las cosas, indolencia. Dificultad para expresar las propias opiniones. Excesiva dependencia de los demás. Ideas o pensamientos obsesivos. Actos compulsivos. Dificultades de carácter sexual. Incapacidad para tolerar las frustraciones. – Área familiar: Disgustos, discusiones, discrepancias frecuentes con la pareja. Problemas de control de los hijos. Entrometimiento de la familia de origen o de la política. Problemas de economía familiar. – Área laboral: Monotonía en el trabajo. Deseo de cambiar de empleo. Sentimiento de ser manipulado, explotado en el puesto de trabajo. Estrés laboral. Incapacidad para lograr ascensos. Sentimiento de estancamiento, de ser sobrepasado por los compañeros. – Área social: Dificultades de relación interpersonal. Tendencia a ponerse colorado. Miedo a hablar ante la gente. Incapacidad para hacer amigos. Vergüenza, timidez ante el sexo opuesto. Sentimientos frecuentes de soledad. Carencia de habilidades sociales (iniciar y mantener conversaciones, decir o recibir cumplidos, etc.) – Salud: Enfermedades crónicas. Tendencia al insomnio. Hipertensión.

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Problemas con la comida (por exceso o defecto). Vida excesivamente sedentaria. A esta lista se deberán añadir las áreas o elementos que sean más adecuados a la situación personal de cada uno. Como se observará, los términos empleados son muy vagos y genéricos. Por eso, una vez realizado este somero acercamiento genérico a las áreas conflictivas que pueden estar afectándonos en un momento dado, es conveniente centrarse en una en concreto y comenzar a desbrozarla lo más pormenorizadamente posible especificando: – Qué ocurre exactamente; en qué consiste el problema de la manera más concreta y detallada. A menudo la gente se queja de cosas tan ambiguas como los propios elementos de la lista. Muchas personas acuden en demanda de consejo para su problema de relación matrimonial alegando que tienen "un problema de comunicación". Esta etiqueta es tan genérica que no resulta útil ni como descripción de la interacción que tiene lugar en la pareja ni como punto de partida para intentar una solución adecuada. El primer paso imprescindible consiste en especificar cómo se desarrollan los episodios de incomunicación concretos: ¿cuando él llega a casa está ella tan absorta con el serial de la televisión que ni siquiera dice "hola" al marido que se mete detrás de su periódico para no interrumpir la afición de su mujer hasta la hora de cenar poniendo así en marcha un juego de ignorancia mutua? ¿o lo que ocurre es que él evita los intentos de su esposa para iniciar una conversación ocultándose detrás del periódico? Evidentemente, los dos ejemplos no parecen equiparables pues mientras en el primer caso parece apreciarse una interacción simétrica de alejamiento por parte de los dos esposos, en el segundo se observa un juego de acercamiento-distanciamiento. A veces es conveniente recurrir a un ejemplo típico de la situación problemática habitual y tratar de recrearla en la imaginación con todo detalle, como si se estuviese presenciando una película representativa del suceso para darse cuenta de todos los elementos implicados: qué hago yo exactamente, cómo reaccionan los demás; cual es mi respuesta a esa reacción...

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Un error muy corriente a la hora de describir un problema consiste en recurrir a una etiqueta diagnóstica: "Mi problema es que tengo una depresión", declara algún consultante, como si ese rótulo fuera inequívoco e hiciera referencia a un estilo de comportamiento exactamente idéntico en todos los pacientes adscritos a la categoría. Pero un estado depresivo puede variar desde un ligero sentimiento de tristeza más o menos persistente (¿en qué momentos del día, o en qué situaciones concretas está más presente y en cuáles no es tan intenso?, ¿qué actividades pueden servir como distracción frente a los sentimientos?...) hasta una sensación de vacío de emociones o incluso un intento de suicidio (¿fue planificado o espontáneo?, ¿qué elementos decidió utilizar?...) En cualquier caso, lo importante es destacar que los seres humanos no somos máquinas automáticas y que la individualidad personal alcanza incluso a la forma de experimentar cada problema. – Quién está implicado en la situación problemática además del que sufre la dificultad Muchos problemas son interaccionales y en ellos será fácil determinar los protagonistas de la situación conflictiva: problemas entre los miembros de una pareja, desobediencia de los hijos, roces con un colega, etc. Sin embargo es importante estar también atentos para ver si además de los personajes más evidentes no intervienen, además, otros protagonistas ocultos a los que también cabe atribuir una importancia capital en el mantenimiento de la situación indeseable. Tal vez la queja manifiesta de un matrimonio sean sus frecuentes discusiones. A la hora de detallar un poco más pormenorizadamente el problema puede que nos encontremos con que la mayor parte de las discusiones surgen en torno al comportamiento de uno de los hijos o tal vez puede que sean inducidas por la presencia de este tercer elemento de la familia. En tal caso, habrá que incluir al elemento filial en la interacción conflictiva ya que es evidente que algo tiene que ver en la situación problemática. – De qué manera lo que ocurre llega a constituir un problema. Juan llega hambriento a su casa después de una larga jornada de trabajo agotador. María se afana en la cocina en un intento inútil de

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acelerar la cocción de la olla. Ella ha tenido que arreglar a los niños y llevarlos al colegio; después se entretuvo más de la cuenta en la cola de la caja del supermercado y, para colmo, tuvo que perder un poco más de tiempo en acercarse hasta el cajero automático para sacar algo de dinero antes de hacer el resto de la compra. Luego de limpiar la casa (incluido el odioso cuarto de baño) e iniciar los preparativos de la comida, ha ido a toda prisa a recoger a los niños a la salida del colegio. La maestra de la mayor la retuvo para hablar con ella sobre las dificultades que la niña estaba teniendo con la lectura. Cuando, finalmente, se pudo poner a los mandos de la cocina era ya muy tarde: la comida no iba a estar a tiempo y sabe que, como casi siempre, su marido le va a echar en cara la poca consideración que muestra hacia él, que llega siempre harto de trabajar, cansado y hambriento, esperando encontrar en su casa un poco de bienestar... María se considera una mala esposa, piensa que no sabe desempeñar adecuadamente su función de ama de casa, se cree un estorbo para su marido y teme que él la abandone en cualquier momento. Por eso, cuando escucha el ruido del ascensor precediendo a la entrada de Juan en el piso, no puede evitar que los ojos se le llenen de lágrimas y el corazón se le apretuje en un rincón de su pecho... Imaginemos que volvemos a leer ahora exactamente el mismo relato pero sustituyendo el fragmento que aparece en cursiva, después de los puntos suspensivos por este otro: ... María sabe que ha trabajado muy eficientemente bregando con la casa y los niños. Su autoestima es alta y está muy satisfecha de cómo lleva la casa y los niños. Conoce el descontento de su marido con el trabajo y espera que, como cada día, él utilizará la excusa de no tener la comida a punto para desahogar su mal humor. María sabe que ella está haciendo lo mejor por los suyos; está segura de sí misma y se siente lo suficientemente fuerte como para ayudar a su estresado marido con las frustraciones que se trae a casa. Ella tiene planes para la tarde y se los va a proponer a Juan después de comer, cuando él sienta ya su estómago satisfecho. Cuando oye el ruido del ascensor no puede evitar una sonrisa sabiendo que, como siempre, se va a salir con la suya... La misma situación no constituye un problema para distintas personas, sino que buena parte del problema deriva, en realidad,

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del modo en que cada cual interpreta esa situación; el problema no nos viene, sino que nosotros lo creamos. Por eso, a la hora de tomar conciencia de la dinámica de una situación conflictiva debemos reflexionar acerca de cómo esa situación nos afecta en concreto, en función de las creencias y valoraciones propias, de modo que lleguemos a percibir que todo problema es, en realidad, el resultado de una interacción dinámica entre las condiciones vitales que nos afectan y nuestra codificación personal de tales acontecimientos. Dicho de otro modo, los problemas no son cosas que existen en el mundo externo, tales como los árboles o las montañas, sino más bien elaboraciones mentales que reflejan nuestra interpretación de la realidad externa.

Resumen – Un problema consiste en una situación indeseable, de carácter persistente, que se da en un marco social, y a la que se ha intentado poner fin en repetidas ocasiones pero sin alcanzar el resultado apetecido. – Un incidente aislado no es un problema, sino sólo un incidente. – Todo problema se da en un contexto de interacción social que hay que tener en cuenta a la hora de solucionarlo. – Sólo el "dueño" del problema puede darle solución. – El problema real, lo que hay que cambiar, es la solución ineficazmente intentada.

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2 CUESTIONES PROBLEMÁTICAS "Cuando el lenguaje se toma unas vacaciones, surgen problemas filosóficos" Wittgenstein

El dueño del problema No siempre resulta fácil determinar quién tiene el problema cuando en una interacción entre dos o más personas surge el conflicto. Esta dificultad se deriva del mismo hecho de la imprecisión de nuestro propio lenguaje y de la poca consciencia que tenemos acerca del valor limitado de nuestras propias palabras. Pero este es un tema que podría llenar otro libro entero1. Si yo le digo a alguien: "tienes un grano sobre la ceja izquierda", mi interlocutor podrá comprobar inmediatamente la verdad o falsedad de mi declaración recurriendo a sus propios sentidos externos, ya sea pasándose la mano por la zona señalada o bien contemplando la imagen de su cara en un espejo. La sencillez de este procedimiento de constatación de la realidad se debe a que el enunciado hace referencia a algo que tiene existencia física en el mundo de la realidad; esto es: un grano es una acumulación subcutánea de pus. que suele producir un abombamiento en la parte del cuerpo afectada. 1. El lector interesado en estos temas puede consultar: Alfred KORZYBSKI: Science and Sanity, Lancaster: International Non-Aristotelian Library, 1933.

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Sin embargo, cuando hablamos de problemas, la mayor parte de las veces, no nos estamos refiriendo a nada que tenga existencia real en el mundo físico, sino a un producto de nuestra interpretación personal de la realidad social. Estamos tan acostumbrados a identificar el mundo de nuestras palabras, nuestro mapa de la realidad, con el mundo de los hechos, que muchas veces nos cuesta trabajo separar ambos elementos o, incluso, nos resistimos a creer que se pueda tratar de dos cosas diferentes y, así, consideramos que la manifestación verbal de nuestro pensamiento constituye una evidencia tan objetiva y universal que no concebimos que alguien pueda imaginar una interpretación diferente de nuestra "realidad". Pero los problemas no son algo tangible como los granos en la frente, las páginas de un libro o los tornados del Caribe; no forman parte del mundo físico, sino que son elaboraciones mentales, conceptualizaciones individuales –compartidas por más o menos sujetos, pero nunca de una manera unánime– de determinados aspectos de la realidad. No existen instrumentos de medida válidos y fiables que puedan ser aplicados para acotar sus dimensiones, ni siquiera va a existir un acuerdo universal sobre la existencia o no del problema: "¡Tú tienes un problema!" –exclama airada la esposa, agobiada ante la perspectiva de todas las tareas domésticas que tiene por delante como argumento definitivo de su razón en la disputa– "y es que nunca piensas en los demás". En efecto, el marido permanece sentado, ante la televisión, sosteniendo una revista abierta entre sus manos, bastante ajeno a la bronca de su mujer, lo que hace suponer que se despreocupa ampliamente de las cuestiones domésticas que sacan de quicio a la esposa. Sin embargo, al observar la escena con desapasionamiento, al margen de prejuicios machisto-feministas, ¿quién parece, realmente, estar expresando un problema? ¿quién es el sujeto que sufre y que parece demandar un cambio en sus circunstancias? Tendemos a construir nuestra realidad según los propios presupuestos personales; aplicamos a los demás nuestras normas y valores y juzgamos desde nuestro particular punto de vista si los otros

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lo están haciendo "bien" o "mal"; si tienen o no un problema, como si existieran unas normas estándar de vida, válidas para todo el mundo. Esta normativa personal se traduce, a menudo, en los conocidos términos: "debería", "hay que", etc. aplicados a uno mismo, a los demás o a los acontecimientos en general. Todo "debería" seguir su cauce. Lo malo es que las personas y las cosas no tienen ningún cauce diseñado; es nuestro punto de vista personal el que se empeña en encarrilarlos según unos criterios puramente subjetivos. "El problema de mi hijo es que se ha juntado con unos amigos indeseables"... o que le falta motivación, o que tiene poca autoestima, o es muy desordenado, muy desobediente... Cuando la actitud o el comportamiento de alguien nos molesta, casi siempre lo catalogamos de problemático y, por supuesto, atribuimos a esa persona la responsabilidad de poner remedio a la situación indeseable según nuestro particular modo de ver las cosas. Cuando alguien llama por teléfono para solicitar una consulta para otra persona, ya sea un padre que decide hacer algo por poner fin a la colección de suspensos de su hijo, una esposa desesperada con la adicción al juego de su marido o un marido harto de los celos de su mujer, lo primero que tratamos de aclarar es si esa persona, en cuyo nombre se solicita la consulta, está interesada en acudir por su propia voluntad con ánimo de trabajar en la solución de la queja. Si la respuesta es negativa, el pronóstico es desfavorable; en efecto, todo terapeuta sabe que es imposible cambiar a quien no desea hacerlo. Ni siquiera las más "duras" técnicas hipnóticas tienen nada que hacer frente a alguien que no está dispuesto a dejarse persuadir para intentar un nuevo comportamiento. Generalizando, podemos decir que quien tiene una queja tiene un problema, y que sólo puede solucionar un problema su legítimo propietario. Así, en los casos anteriores, debemos distinguir dos niveles de problema: 1) el que describe la persona que llama, referido al pretendido "cliente", es decir, la pereza del hijo, la ludopatía del marido o los celos de la esposa –lo que, a su vez, puede ser definido o no como problema por ellos– y 2) el que sufre en propia carne el comunicante por el hecho de tener que relacionarse con quienes manifiestan los comportamientos descritos.

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TU PROBLEMA

MI PROBLEMA · Me siento mal cuando me preguntan por las notas de mi hijo.

· Sacas bajas calificaciones.

· Me siento un fracasado como padre por no haber podido inculcar a mi hijo hábitos de estudio.

· Tendrás dificultades para conseguir un empleo...

· Te pasas los veranos castigado.

MI PROBLEMA

TU PROBLEMA

· Me siento abandonada, relegada a un segundo plano.

· Descuidas tus deberes familiares.

· Siento vergüenza de pensar que debes dinero a todo el mundo.

· Eres el hazmerreir de tua amigos. · No consigues ahorrar para el futuro

· No puedo contar con un remanente de dinero.

NUESTRO PROBLEMA · Imposibilidad de ahorro

Tal como se ejemplifica en el primer esquema, cada persona sólo puede hacerse cargo del campo de problemas incluido dentro de sus posibilidades de acción directa, representado por los puntos especificados en cada uno de los círculos que simbolizan a un personaje determinado en una interacción diádica. Por otra parte, en las relaciones de convivencia, siempre la actitud de uno de los miembros influye sobre el otro por lo que, en muchos aspectos, la propiedad de un problema puede que sea compartiMI PROBLEMA TU PROBLEMA · Relegada. da por varios miembros · Desconsiderado. de una familia, aunque la responsabilidad del mis· Avergonzada · Ridículo. mo recaiga sobre todo en uno de ellos. En ese caso existe una zona compar-

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tida que afecta a los dos sujetos de la relación como se sugiere en el segundo esquema. Si el "paciente" señalado asume su conducta como problemática y está dispuesto a hacer algo por cambiarla, entonces es posible comenzar el trabajo directamente con él. Si, por el contrario, no está dispuesto a aceptar su designación como cliente –lo que suele ser el caso más frecuente– lo más conveniente será indicarle abiertamente a quien solicita la consulta que, si bien no es posible forzar a la otra persona a un cambio que por sí misma no desea, sí podemos, en cambio, ayudar al propio comunicante a hacer frente al problema que a él le supone tener que soportar esas actitudes indeseables y a establecer los cambios que estén en su mano para lograr una variación efectiva en su relación, lo cual supone, en definitiva, una vía indirecta hacia el cambio de conducta de la otra persona. En el capítulo dedicado a las soluciones efectivas (capítulo VI) abordaremos el modo de hacer frente a las situaciones incómodas generadas principalmente por el comportamiento de otra persona que no podemos controlar de modo directo.

Problemas sin dueño Existen acontecimientos y situaciones incómodas pero inevitables por las que obligatoriamente todos hemos de pasar alguna vez en la vida. En sí mismos no deberían constituir ningún problema por cuanto, en realidad, son condiciones de la existencia humana y lamentarse de su realidad es algo así como protestar por tener que pertenecer a un género determinado –varón o mujer– sin que se nos haya dado opción a elegir nuestro grupo de preferencia o quejarse de tener los ojos de determinado color cuando hubiéramos preferido tenerlos más claros o más oscuros. La menarquía y la menopausia, el envejecer, las enfermedades, las catástrofes de la naturaleza, las inevitables separaciones de los amigos y seres queridos así como otros muchos eventos que entretejen la realidad de nuestro existir, incluyendo la muerte, forman parte del camino de la vida por lo que no deberían ser conceptua-

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lizados como problemas. Lo que sí puede constituir un problema es nuestra reacción ante estas realidades inescapables: la negativa a afrontar la realidad, la dejación de nuestra responsabilidad personal frente a estos "retos" existenciales que demandan una acción o una actitud por nuestra parte para asumirlos y madurar con ellos. El doctor Albert Ellis2, creador de la "Terapia de Conducta Racional-Emotiva" denomina "tremendismos" y "no-soportantitis" a estas actitudes de rechazo de las circunstancias existenciales. Según la corriente racional-emotiva, la actitud neurotizante de alguien que se enfrenta a algún acontecimiento doloroso de su vida va siguiendo los pasos siguientes: 1. La persona parte de unas exigencias irreales acerca de su necesidad de bienestar, ausencia de dolor y favorabilidad de sus circunstancias vitales. Obsérvese que el error de salida es la actitud de "exigencia" neurótica frente a una postura de normal "preferencia" por las condiciones más favorables posibles. Es como si el pensamiento de fondo del sujeto tomase la forma de: "Necesito que todo me salga bien" en un lugar de un razonable: "Sería bueno que todo marchara sobre ruedas" 2. En un segundo paso hacia la neurosis se magnifican los problemas hasta llegar a la fase de horripilación en la que se considera como "terrible", "espantoso" y "horroroso" el hecho de tener que hacer frente a la situación problemática que a uno le ha tocado vivir. Aquí, de nuevo, la clave explicativa de los sentimientos extremadamente dolorosos reside en la exageración que supone convertir lo que es meramente "indeseable" o "inconveniente" en "horrible". 3. Finalmente, ante la realidad inevitable de que los acontecimientos vitales siguen su curso al margen de nuestras exigencias o deseos, la persona neurótica entra en la fase de desmoronamiento, caracterizada por pensamientos al estilo de: "No lo puedo soportar" que expresan la actitud personal de derrota, abandono y renuncia en contraposición al talante más razonable de quien, ante una dificultad, aunque sea ine2. Albert ELLIS: Razón y Emoción en Psicoterapia, Bilbao: Desclée De Brouwer, 1980.

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ludible, al menos trata de poner todos los medios a su alcance para paliar en lo posible, sus consecuencias negativas. Hace algunos meses, un buen amigo mío se tuvo que enfrentar a un diagnóstico de cáncer. Si bien eso le supuso un duro golpe, él supo asimilar la situación con bastante serenidad de manera que, en la medida de lo posible, continuó realizando sus actividades habituales y hasta disfrutando de momentos de esparcimiento con sus amigos. Su esposa, por el contrario, se sumió en una desesperación tan grande que llegó a abandonar su trabajo habitual y hubo de recurrir a tratamiento psiquiátrico para tratar de salir de su profunda depresión. Es un ejemplo ilustrativo de cómo a partir de una condición vital incontrolable, unos, simplemente, ponen en marcha todos sus recursos personales para hacerle frente de la mejor manera posible, mientras que otros la convierten en un problema insoluble. En cualquier caso, hay que aceptar como inevitables muchas situaciones que nos plantea la vida ante las cuales sólo cabe el recurso de la adaptación y no utilizarlas como base para edificar sobre ellas un problema, aún mayor, de actitudes personales de horripilación y rebeldía frente a lo que no está en nuestras manos solucionar. Podríamos decir que se trata de "problemas sin dueño" y por lo tanto, sin solución.

Actitudes frente a los problemas: Negar el problema Muchas veces, el intento de solución más primario e ineficaz que activamos frente a un problema consiste en su negación. Es algo así como traspasar a la propia situación vital el "digno" desenlace que la zorra supo darle al episodio de las inalcanzables uvas. Lo malo es que ella se alejó con la cabeza muy alta, pero con el estómago vacío. Cuestiones de dignidad personal o de prestigio social pueden llevar a la gente a adoptar posturas de negación de lo más evidente llegándose así a las paradójicas situaciones de los "secretos a voces" donde todo el mundo conoce el punto débil de alguien, pero nadie lo menciona. Es algo parecido a lo que ocurría en el cuento

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de "El traje nuevo del emperador". Se organiza de esta manera una especie de juego con reglas tácitas que todos los participantes se comprometen a respetar. El juego puede continuar indefinidamente mientras alguien no haga explícita la trampa del "como si", en cuyo caso ya no es posible prolongar más la partida. Tengo una paciente paranoica de treinta y pocos años que vive con sus padres en una pequeña aldea. Ella desconfía de casi todo el mundo; se siente vigilada, piensa que todos hablan de ella a sus espaldas y que la observan continuamente. Cuando comenzó a manifestarse su problema, hace ya varios años, la familia se empeñó en ocultar lo que resultaba evidente para todos los vecinos que se acercaban por el domicilio de mi consultante –que eran todos los habitantes de la aldea, como suele ocurrir en las localidades muy pequeñas, donde todo el mundo se conoce. Así, los familiares de esta joven, cada vez que observaban que ella iba a iniciar alguno de sus comportamientos estrafalarios o que decía incoherencias en presencia de extraños, le ordenaban que se retirara a otro lugar; después, una vez que habían despachado a la visita, la adoctrinaban severamente acerca de lo que los demás podrían pensar de la familia si ella se comportaba de manera rara y la conminaban a que no hiciera ni dijera nada en presencia de gente que no fuera de la casa. El establecimiento de todo este complicado montaje dio como resultado una serie de normas implícitas que, al ser escrupulosamente respetadas por todas las partes, condujo, inevitablemente, a una agravación del problema: – Como había que ocultar la realidad del trastorno de la joven al vecindario, nadie en la familia debía hablar de ese tema. Los vecinos, al no hallar más que evasivas a su preguntas acerca de la salud de la chica, obviaron también el tema hasta que llegó un momento en el que ya nadie hablaba del asunto aún cuando todos lo tenían presente. – Para no dar pie a que los vecinos pensasen que algo andaba mal con la chica, era necesario evitar en lo posible el contacto de la joven con las gentes del pueblo. Para ello se recurrió a animarla a que se quedara en casa y se dejase ver lo menos posible por sus vecinos.

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– Como refuerzo a la medida anterior, se inculcó en la chica la idea de que "algunas personas" son malas y sólo desean hacer daño, por lo que es mejor evitarlas –al no especificársele qué personas eran las malas, lo más lógico era desconfiar de todo el mundo y evitarlos a todos–. De esta manera, con la presión interna de la familia y sin poder contar con un soporte social externo de relaciones normalizadas con las personas de su entorno, la joven se fue volviendo cada vez más recelosa de la gente con lo que su comportamiento se volvió cada vez más chocante y extraño; su familia fue tendiendo cada vez más a ocultarla y los vecinos, ignorantes de la situación real así como del comportamiento que debían mantener frente a ella, evitaban cada vez más su trato con lo que los recelos de la chica hacia la gente resultaban confirmados por la actitud esquiva de aquellos que constituían su entorno social más inmediato. Pero sin llegar a extremos tan dramáticos como la esquizofrenia, en cualquier familia se pueden hallar "secretos a voces", que pertenecen a la historia familiar, y que a pesar de ser conocidos por todos sus miembros, aparentemente todos los ignoran. Virginia Satir3 consideraba como un elemento muy importante, a tener siempre en cuenta en sus trabajos de "reconstrucción familiar", estos secretos que llegan a formar parte integrante del espíritu de la familia y vienen a constituirse como uno de los elementos configurativos de la manera de ser común que impregna a todos los miembros de un grupo familiar. Por mucho que un padre intente ignorar la vida sexual de su hijo, es evidente que éste la está desarrollando de uno u otro modo; ignorar el tema no va a suponer una ayuda para el adolescente aunque para el padre esa postura sí implique el alivio de no tener que entrar en temas delicados frente a los que probablemente se sentirá incómodo y bastante perdido. En definitiva, los problemas siguen molestando por más que las partes implicadas en la situación conflictiva se empeñen en ignorar su existencia. La técnica del avestruz que esconde la cabeza para no 3. Virginia SATIR: Nuevas relaciones humanas en el núcleo familiar, México: Editorial Pax, 1991.

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encarar el peligro que la acecha sólo conduce a una creciente falta de control que en nada va a beneficiar nuestro bienestar personal.

¿Es "malo" o está enfermo? La ideología personal implicada en la atribución de las causas de una determinada situación indeseada constituye el factor determinante tanto a la hora de establecer quién es el responsable del problema como los métodos a utilizar para intentar alcanzar una solución satisfactoria. En principio, la respuesta individual básica más frecuente que vamos a encontrar en el análisis de cualquier interacción problemática va a ser el intento de desimplicación de cada una de las partes por su lado y la atribución de la responsabilidad total al otro protagonista. Este mecanismo básico de autodefensa nos ayuda a protegernos de la ansiedad, pero a costa de perder el realismo y la objetividad a través de los cuales, en lo posible, deberíamos tratar de enfocar cuanto está ocurriendo en la relación. Una vez situada la responsabilidad del problema sobre el otro, sólo nos caben dos explicaciones "lógicas" para dar cuenta de su comportamiento desviado según nuestro personal punto de vista: o bien esa persona actúa deliberadamente con maldad para crearnos un conflicto, lo cual implicaría que es indigno de nuestro aprecio, o bien sufre algún tipo de desarreglo orgánico o mental, es decir, está enfermo, con lo cual quedaría atenuada su responsabilidad y así podemos seguir dispensándole nuestro afecto a pesar de todo; lo único que habría que hacer, en este último caso, sería ponerlo en cura para recuperarlo plenamente. La primera alternativa, la perversidad intrínseca, es muy difícil de aplicar cuando el problema se mantiene en relación con familiares muy allegados: si alguien tiene que admitir que su hijo no estudia por "maldad", las preguntas que inevitablemente van a derivarse de tan simplista explicación de las causas de su holgazanería se van a referir al origen genético de ese malévolo temperamento ("¿lo habrá heredado de la propia familia de quien se hace el cuestionamiento...?) lo cual lleva a crearse un problema aún mayor por cuanto uno puede llegar a preguntarse acerca de sus propias poten-

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cialidades malignas. Es más cómodo, desde luego, achacar el problema a una carencia: de vitaminas, de motivación o de cualidades pedagógicas en sus maestros. De este modo siempre queda a salvo el honor de la familia... aunque en cualquiera de los casos, la realidad sea que el chico corre un riesgo evidente de fracasar en sus estudios. En todo caso, la hipótesis de la maldad suele aplicarse más liberalmente a personas ajenas a la propia sangre. Mas tranquilizadora parece la alternativa de la equivocación, el error salvable o el trastorno transitorio porque siempre deja un resquicio a la esperanza de recuperabilidad en cuanto se encuentra la clave –fármacos, persuasión o rituales– que haga que las cosas vuelvan a la normalidad. No hace mucho tiempo recibí la visita de una esposa preocupada porque había descubierto que su marido estaba frecuentando con asiduidad cierto club de alterne y se daba cuenta de que las cosas entre ellos se iban enfriando rápidamente. Después de que el marido, que había reconocido abiertamente la situación, accediese a mantener una entrevista conmigo con vistas a organizar un plan de terapia familiar, recibí la llamada angustiada de la mujer para preguntarme cómo lo había encontrado y para confirmar su suposición inicial de que él iba a necesitar un determinado tratamiento psicofarmacológico que pusiese fin sus aventuras galantes. Pero cuando le expliqué a ella que su marido no precisaba medicación alguna y que lo que íbamos a tener que hacer sería trabajar conjuntamente los tres para provocar un cambio en la situación, ella se mostró muy defraudada. Incluso me preguntó si no me había fijado en el extraño brillo de la mirada del marido, síntoma para ella confirmatorio del trastorno mental transitorio por el que debía estar pasando su esposo. Muchos padres albergan las mismas expectativas respecto a los problemas de rendimiento o comportamentales de sus hijos: van buscando que alguien le de unas "charlas" al chico para que éste reflexione y cambie a una conducta más ajustada. Pocos están dispuestos a hacer algo por su parte para provocar un cambio en la situación y encuentran la justificación a su postura pasiva precisamente en la idea de que el problema lo tiene el chico porque "es" vago o "le pasa algo".

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Traté en una ocasión a un muchacho de diecisiete años que presentaba un notable problema de anorexia junto con un estado depresivo de tal seriedad que lo había llevado a un intento de suicidio. Parte de las preocupaciones del muchacho se referían a su futuro académico: De brillantes calificaciones, él quería cursar estudios superiores aunque por problemas económicos momentáneos de la familia, sus padres lo presionaban para que colgara los libros y preparase unas oposiciones sencillas que le permitieran contribuir a sanear la economía doméstica. Tras explicarles a los padres la situación, éstos estuvieron de acuerdo en que era conveniente que el muchacho continuara estudios universitarios ya que, de todos modos, iban a poder hacer frente a los gastos derivados de la matrícula y libros correspondientes. El estado del chico comenzó a mejorar rápidamente; ganó peso, se le veía más animado y volvió a salir con sus amigos. Por eso me extraño su apremiante llamada unas semanas más tarde: Con lágrimas en los ojos, me explicó que su padre había sido trasladado temporalmente por su empresa a otra ciudad distante varios cientos de kilómetros y que, en casa, le habían vuelto a insinuar que tal vez sería mejor que él dejase de estudiar y empezase a pensar en unas oposiciones. Cuando llamé de nuevo a la madre para hablar sobre la recaída del chico, ella me respondió muy cortante que ya sabía lo que le pasaba a su hijo y que le habían asegurado que eso se curaba con determinadas inyecciones... Afortunadamente el muchacho está en la actualidad terminando sus estudios de Empresariales. A estas alturas, ya es el momento de decir explícitamente que el error está en buscar las causas de un problema en la parte "equivocada" de la relación. El problema no reside en sólo uno de los protagonistas de la situación conflictiva: el problema es la interacción, no la actitud personal de los miembros. Por eso, una terapia estratégica eficaz debe señalar como objetivo de su intervención no al miembro "culpable" o "enfermo", sino a la relación en sí misma. Aunque la terapia sistémica, es decir la que centra su interés en los sistemas sociales de los que forma parte un individuo, está cobrando una importancia y consideración cada vez mayores entre los psicólogos, no deja de sorprender este enfoque a los terapeutas

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de formación tradicional, seguidores en el fondo del modelo médico clásico que busca la patología, el funcionamiento anómalo de determinadas estructuras psíquicas o las vivencias personales traumáticas para actuar sobre ellas, "intrapsíquicamente". El énfasis sobre la interacción, antes que sobre la patología individual, arranca del concepto de "cismogénesis"4 de Gregory Bateson5 quien en su estudio antropológico de la tribu Iatmul llega a la conclusión de que para comprender el comportamiento de un individuo, hay que tener en cuenta los lazos que establece con las personas de su entorno social y así, "cismogénesis" viene a ser el "proceso de diferenciación en las normas de comportamiento individual resultante de interacciones acumulativas entre unos individuos" Sólo desde un punto de vista integrador se puede lograr un progreso efectivo en el caso de mi paciente paranoide, que no aprenderá a confiar en la gente a menos que su entorno familiar afloje su presión constante para mantener oculto el secreto a voces de su demencia; por supuesto que ella sufre delirios, pero ¿su ocurrencia no estará relacionada con la actitud de prevención que le transmite su entorno? Del mismo modo, el marido calavera sólo se dará una oportunidad de rectificar su comportamiento cuando encuentre una relación diferente a la que ha mantenido hasta ahora con su mujer; naturalmente que él no debería haber incurrido en una conducta tan deshonesta con su esposa, pero ¿no estarán acaso presentes los factores que le llevaron a buscar esa loca aventura más en la deteriorada convivencia actual de ambos esposos que en la enfermiza mentalidad de calavera del marido? Mientras culturalmente se siga patologizando a quien se desvía de las normas establecidas y se pretenda solucionar el problema 4. Bateson sostiene que en las sociedades occidentales, la diferenciación de un grupo respecto a su sociedad matriz se produce de una manera "herética"; es decir, mediante la adopción de nuevas costumbres diferenciadoras, mientras que algunas sociedades primitivas, como los Iatmul, la segregación de grupos sociales diferenciados sigue una pauta "cismática": hay un cambio de líderes, pero no de dogma 5. Gregory BATESON: Naven: a survey of the problems suggested by a composite picture of the culture of a New Guinea Tribe drawn from three points of view, Cambridge: Cambridge University Press, Reimp. McMillan Co. Nueva York, 1937.

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enderezando sólo al sujeto desviado, sin intervenir para nada en su ambiente más inmediato, lo único razonable es esperar que ese mismo ambiente intacto, las relaciones cotidianas habituales, contribuirán una y otra vez a arrastrar al "paciente manifiesto" a su desvío, a menos que se llegue a implementar una nueva pauta de relaciones entre el sujeto y quienes con él conviven. Pero no sólo la conceptualización de los problemas se debería enfocar desde un punto de vista interactivo; como tendremos ocasión de ver, también las posibles soluciones van a tener un carácter compartido, de modo que, siempre, el comportamiento de una de las partes afecta a la conducta de las demás pudiendo su influjo contribuir al mantenimiento del problema o bien aportando una vía para lograr un cambio en la situación. Paul Watzlavick6 propone el ejemplo de dos marineros haciendo bordo por las bandas opuestas de una embarcación: cuanto más se inclina uno hacia afuera, más tiene que inclinarse el otro por su banda para mantener el equilibrio de la embarcación; de esta manera, en muchos sistemas familiares o de relación humana en general, se llega a alcanzar una posición precaria a base de un equilibrio de fuerzas contrapuestas que, a menudo, resulta muy incómodo para ambas partes.

La práctica de la teoría 1.- A lo largo de este capítulo se han referido diferentes ejemplos de interacciones problemáticas. Como ejercicio práctico se propone al lector que repase los ejemplos de "la joven paranoica", "el marido infiel" y "el joven depresivo" para: a) Identificar a los personajes entre los cuales se mantiene la situación conflictiva en cada caso. b) Asignar a cada uno de los personajes los problemas implícitos en la situación que le son propios. c) Determinar los posibles problemas compartidos por ambas partes en cada situación. 6. Paul WATZLAWICK, John H. WEAKLAND y Richard FISH: Cambio, Barcelona: Herder, 1989.

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Al final del capítulo se sugiere una posible solución. Es posible que la propuesta de cada lector difiera de la indicada; eso es normal y ninguna de ellas se debe considerar como errónea; es simplemente un reflejo de cómo la misma realidad puede ser objeto de diferentes enfoques, necesariamente parciales todos ellos y ninguno superior al otro. 2.- Como segundo ejercicio se propone llevar a la vida práctica las sugerencias del capítulo, permaneciendo atento a las diferentes interacciones conflictivas que tienen lugar en los ambientes habituales y adoptando la postura de "árbitro" o "juez" que asigna a cada cual su parte correspondiente del problema. Es importante, sobre todo, ser consciente de las propias atribuciones a las causas profundas del problema detectado: – ¿El problema se debe, fundamentalmente, a otra persona o a uno mismo? – ¿Está causado por alguna "patología" sufrida por el responsable: rasgo de carácter, trastorno, ofuscación, etc.? – ¿De qué manera el propio comportamiento puede afectar a la aparición o al mantenimiento de la situación problemática? – ¿Se trata de una situación que se produzca con frecuencia en la vida personal? – ¿Existe una categoría de problemas "típicos" en los que uno se ve envuelto sin saber exactamente de qué manera?

Resumen – Tiene un problema quien formula una queja explícita o hace una demanda de cambio en relación a una situación determinada. – Sólo el "dueño" del problema puede darle solución. – La causa de los problemas de relación no estriba en la "maldad" o en déficits de sus protagonistas, sino en la anómala relación entre los implicados. – El problema es la interacción, no la actitud personal de sus protagonistas.

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Posible solución al ejercicio 1: Personajes Situación 1 - joven paranoica.

- familiares.

- vecinos.

Situación 2 - marido. - esposa. Situación 3 - joven depresivo.

- padres.

Problema individual

Problema compartido

-angustia, temor de - presión para oculque le puedan hacer tar la situación. daño. -vergüenza por tener un miembro de la familia perturbado. -no tienen ningún problema en esta interacción concreta. -insatisfacción en la - relación insatisfactoria para ambos. relación marital. -temor a perder a su marido, abandono. -problemas de auto- - inseguridad en el futuro. imagen (anorexia). -temor de no poder continuar los estudios. -baja tolerancia a la frustración. -problemas económicos. -ansiedad/ira ante la depresión del hijo. -planes inconstantes.

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3 SOLUCIONES INTENTADAS "A fin de salvar la ciudad, tuvimos que destruirla" (Informe del comandante de una unidad norteamericana en Vietnam)

Los mapas mentales "Lo he intentado todo y no consigo que mi hijo se siente a la mesa y coma"; "por más que lo intento ,no logro liberarme de mis pensamientos obsesivos"; "no puedo dejar de fumar y eso me desespera"... "El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra" dice el proverbio. Y no sólo dos, sino que, a menudo, se producen bastantes tropezones más. Con frecuencia, la gente tiene la sensación de encontrarse en un callejón sin salida, atrapados en la dinámica de sus problemas que les llevan una y otra vez a recorrer el mismo trayecto para alcanzar, finalmente, el inevitable resultado indeseable del que desean verse libres; la música de fondo de su existencia parece componerse de un único tema repetido una y otra vez como un "canon" barroco que vuelve constantemente sobre las mismas notas. Y si bien se mira, un problema típico posee una estructura determinada, una partitura que es posible objetivar si se posee la suficiente lucidez como para distanciarse emocionalmente de las resonancias afectivas desagradables que la situación despierta y adoptar el talante científico del antropólogo

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que se dedica a tomar nota, desapasionadamente, de la ceremonia ritual que se desarrolla en la comunidad que desea estudiar. Desde una primera aproximación simplista pudiera parecer que los humanos tendemos a desarrollar, paradójicamente, comportamientos altamente irracionales frente a las situaciones más o menos amenazadoras a las que debemos hacer frente cada día. Lo cierto, sin embargo, es que, en general, somos rigurosamente lógicos... sólo que solemos aplicar nuestras estrictas reglas racionales a partir de premisas absurdas y, consecuentemente, todo el edificio racionalista acaba desmoronándose sobre el incauto que intenta hallar en él su refugio. Por extraño que pueda sonar, los humanos no reaccionamos directamente frente a los acontecimientos, sino ante nuestra personal interpretación y valoración de los hechos. Concebimos una imagen del mundo constituida por prejuicios, atribuciones, expectativas y sistemas cerrados de clasificación y después ya no respondemos a la realidad objetiva de cuanto se cruza en nuestro camino, sino al producto subjetivo resultante de aplicar todos esos esquemas mentales a los estímulos ambientales que continuamente inciden sobre nosotros, al mapa cognitivo que de manera individual construimos sobre la realidad. Es como llevar el timón de una nave en medio de la niebla: Una vez localizada la enfilación de dos puntos conocidos de la costa, no determinamos nuestra situación directamente sobre las aguas que rodean a nuestra embarcación, sino sobre la carta marina que desplegamos en la mesa y así podemos prever bancos de arena ocultos a nuestra visión y determinar de antemano un nuevo rumbo hacia el punto de destino. La seguridad de la navegación depende de la fiabilidad del mapa. Lo malo es que los "mapas cognitivos", lejos de reflejar arrecifes objetivos, están más bien plagados de escollos asentados sobre prevenciones personales, a menudo sobredimensionadas. Por ejemplo, alguien que ha tenido experiencias de rechazo en algún momento crítico de su vida, seguramente se habrá formado una matriz mental de expectativas negativas en relación a lo que puede esperar de los demás, que va a constituir la base de su acti-

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tud frente a las personas con las que llegue a interactuar en su vida cotidiana. Con toda probabilidad, desarrollará una postura típicamente defensiva ante los demás como consecuencia del núcleo de creencias individuales sobre su propio valor personal y su capacidad de protegerse frente a los otros, así como respecto a las atribuciones relativas a sus intenciones y propósitos. Este "mapa mental" será el punto de referencia para cada una de las situaciones cotidianas que se le puedan presentar. De este modo, ante la posible propuesta de invertir en una empresa o negocio, sus pensamientos adquirirán la forma de: "se quieren aprovechar de mi"; "se van a beneficiar a mi costa", etc. y su respuesta más probable será una negativa a la proposición. En cambio, la persona que, en función de sus vivencias, ha llegado a elaborar mapas cognitivos de confianza en sí mismo y en los demás, desarrollará una visión mucho más positiva de la situación y se mostrará más proclive a participar en el negocio. Pero a diferencia de los geográficos, los mapas mentales no se suelen comparar con la realidad: mientras que, por ejemplo, en el océano se puede constatar que, por la acción erosiva de las corrientes, donde originalmente estaba señalado un banco de arena existe ahora calado suficiente, de modo que resulta posible rectificar la información en las futuras ediciones de la carta marina, a nivel cognitivo no siempre se procede a confrontar la información codificada en los archivos mentales correspondientes con los elementos de la realidad y, a menudo, quien parte de un prejuicio acerca de las aviesas intenciones del prójimo, no se molesta en comprobar ese dato, sino que al activar su postura defensiva –evitando así la interacción con el otro interlocutor– refuerza la creencia inicial en la malevolencia de sus propósitos. Un marido, inesperadamente, se presenta en su casa con un radiante ramo de rosas para su esposa. La pregunta es: ¿cómo reaccionará la sorprendida mujer ante una atención tan inusual en el repertorio de comportamientos de su cónyuge? Podemos sentirnos tentados a responder que se sentirá encantada. Sin embargo, no deberíamos perder de vista que ella no va a reaccionar directamente a la presencia de las flores (ese sería el

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comportamiento elemental de una abeja) sino al significado que percibe en esta pauta no verbal del marido. Y tal significado lo va a buscar en la sección de su atlas mental correspondiente a "atribución de intenciones a actos inesperados". Si la confección de ese mapa se ha regido por criterios de desconfianza –lo que algunos autores llaman "protensión"1– ella pensará, probablemente, que se trata de un intento de desagravio por parte del esposo que busca congraciarse por algún ignoto incidente del cual, de todos modos, ella no tardará en enterarse. En este caso, el resultado, entonces, va a ser una reacción de alarma, más que un sentimiento de agradable sorpresa, por parte de la mujer. También puede que la actitud de prevención de la esposa no alcance cotas tan elevadas y, simplemente, se limite a ponerse enguardia ante la posible petición que, seguramente, se oculta tras el ramo de rosas en cuyo caso su actitud será de expectación defensiva. Finalmente puede ocurrir, como no, que la esposa considere el detalle de las flores como una muestra de sincero cariño de su marido, sin segundas intenciones, con lo que su reacción será, evidentemente, un sentimiento agradable de sorpresa y de cordial agradecimiento hacia el simpático detalle. Keyser2 formuló el "Principio del destino y la libertad": Tenemos la libertad (de acuerdo con las leyes del pensamiento) para elegir nuestras suposiciones, pero una vez elegidas, las consecuencias las siguen con un "destino lógico". 1. Protensión es un término descriptivo del Cuestionario 16 PF de R.B. Cattell se y se refiere a una excesiva desconfiabilidad acerca de las intenciones ajenas. Corresponde a ese tipo de personas que mantienen una actitud básicamente defensiva ante los demás. 2. Citado en: Isabel CARO: Semántica General y Psicoterapia, Valencia: Promolibro, 1992.

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Nos atreveríamos a matizar que esta libertad de elección de nuestros supuestos personales a través de los cuales vamos a enjuiciar todos los acontecimientos de nuestras vidas es sólo una libertad relativa, precisamente debido a nuestra cualidad social de seres humanos que nos aboca a la imitación de pautas, posturas y roles en el momento crítico de comenzar a construir la estructura de la propia personalidad. En todo caso, nuestra responsabilidad como adultos consiste en investigar nuestras suposiciones para descubrir si están basadas en hechos objetivos o son, más bien, el fruto de unos rígidos esquemas mentales que dificultan nuestro desarrollo personal.

El nivel de la solución Si bien nos fijamos, los problemas que a diario tenemos que afrontar son persistentes. La misma inquietud nos asalta una y otra vez y no encontramos la manera de desprendernos de ella. La actitud de resignación impotente nos lleva a aceptar muchas situaciones incómodas de nuestro vivir diciéndonos que esto es lo que nos "ha tocado"; que es nuestro "destino" y que la única actitud razonable frente a ello es la resignación. Pero un hijo rebelde, unas condiciones de trabajo penosas, una depresión persistente o un cónyuge despreocupado no son "pruebas" que se nos ponen para que, con nuestro callado sufrimiento, lleguemos a conquistar el cielo, sino, más bien, consecuencias del estilo de relación que, a diario, mantenemos con cuantos nos rodean y con nosotros mismos. Estilo que, como hemos explicado, está predeterminado por nuestros esquemas mentales. La perpetuación de un problema puede explicarse por varias causas. Los motivos generales de persistencia de una situación indeseable ya se han analizado en el capítulo anterior: – Negar la existencia del problema es el medio más eficaz para que el conflicto persista. En las asociaciones de ayuda a alcohólicos, por ejemplo, el primer paso que se espera por parte de quien desea ser ayudado es que reconozca la presencia de ese problema en su

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vida; de lo contrario es imposible que pueda hacer nada para superarlo. Negar que un problema existe conduce a la inmovilidad en el seno del propio conflicto. – Convertir en problema aquello que no lo es, constituye también una manera eficaz de amargarse la existencia. Es el procedimiento de quienes consideran indeseables ciertas circunstancias ineludibles de su existir, como el hecho de envejecer; realidades de las que más que escapar, hay que saber afrontarlas como elementos sobre los cuales apoyar los diseños realistas de futuro, los proyectos de vida, el sentido del propio existir. Considerar como problemático lo que simplemente es natural, conduce a falsear los datos de la propia existencia convirtiendo la vida en un autoengaño infecundo por el que se llega a valorar más el aspecto del envoltorio que la riqueza de la mercancía principal, perdiendo el tiempo en superficialidades cosméticas en lugar de emplearlo en acciones realmente importantes. – Atribuir el problema a quien no le corresponde hace que la situación quede sin solucionar. El responsable del conflicto se niega a emprender los cambios que podrían abrir una vía hacia su resolución y, en cambio, se empeña en culpabilizar a otros. Si este dinamismo se perpetúa, es evidente que la dificultad queda sin resolver y la insatisfacción llega a convertirse en la música de fondo de cada uno de los instantes de la vida. – Emitir mensajes de doble significación resulta demoledor para el destinatario de la comunicación que no sabe qué sentido atribuir a la interacción de la que forma parte. Los mensajes de "doble vínculo" han sido propuestos por G. Bateson3 como el origen de la esquizofrenia. Imaginemos una madre despidiendo a su hijo pequeño que, todo ilusionado, parte por primera vez de excursión con sus compañeros de colegio: – "Diviértete mucho –le recomienda su madre– no te preocupes por el dinero y compra todo lo que te parezca bien". A la vuelta de la excursión el niño, lo mismo que la mayoría de sus compañeros, se ha gastado casi todo el dinero en helados y 3. Gregory BATESON, Don JACKSON, Jay HALLEY y John WEAKLAND: A theory of Schizophrenia, "Behavioral Science", 1956, 1.

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chucherías de modo que cuando su madre se interesa por cuánto dinero trae de vuelta, el pequeño apenas si puede reunir unas pocas monedas. Entonces, la esquizofrenogénica4 madre amonesta severamente al niño no sólo por derrochador sino también por no haberse acordado de ella trayéndole algún recuerdo de su excursión. Si analizamos con cuidado todas las posibilidades anteriores, podemos encontrar que, la mayor parte de las veces, los conflictos se consolidan de manera permanente porque, en algún lugar de su estructura, existe un cruce de niveles entre planteamientos de base y aplicación de soluciones que imposibilita el cambio de situación. Para esclarecer el tema de los "niveles" podemos utilizar un determinado mapa cognitivo que sirve como modelo para ilustrar ciertos aspectos de la realidad: Imaginemos una madre empeñada en la lucha diaria de la educación de su hija quinceañera. La madre desea que la chica desarrolle determinados hábitos –tales como orden, limpieza y disposición hacia el trabajo– que, a su vez, reflejarán una cierta actitud personal de responsabilidad, meta real de los esfuerzos educadores de la madre. La chica, sin embargo, por más que la buena de la mujer la sermonea, amenaza, castiga o riñe, mantiene su habitación en un constante caos de ropa amontonada, discos tirados por todas partes, cama perpetuamente deshecha y zapatos desparejados. La madre, como la mayor parte de las madres, mantiene en este terreno una guerra con su hija que sólo concluirá cuando ésta abandone el hogar familiar para instalarse con su marido en su propio hogar. En casos semejantes al descrito, lo que ocurre es que el problema está teniendo lugar en un determinado nivel de realidad –el comportamiento de la chica– pero la madre se empeña en aplicar una solución en otro nivel diferente –el del carácter de la chica. Es decir, que la madre no se limita a negociar con su hija una serie de 4. El término "esquizofrenogénico" se aplica a aquellos progenitores que suelen utilizar términos de doble significado de tal modo que al desconcertar sistemáticamente a aquellos con quienes mantienen una interacción cotidiana, provocan en ellos una ruptura con la realidad; es decir, una psicosis.

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cambios concretos de conducta –lo que "deberías hacer"– sino que le exige un cambio de actitud personal –"cómo deberías de ser". Ocurre como si nuestra personalidad tuviera una estructura piramidal, de manera que en la base se encuentran los elementos más sencillos, las conductas manifiestas, y a medida que ascendemos de nivel nos encontramos con factores más íntimos y difíciles de observar directamente. En el ejemplo propuesto, la madre, a través de la guerra del dormitorio, persigue insertar en el nivel "ACTITUDES" de su hija elementos muy importantes en la personalidad de todo joven como "autonomía" y "responsabilidad"; pero para llegar eficazmente a ese nivel, hay que subir la escala desde el primer peldaño de "COMPORTAMIENTOS" y centrarse en aspectos muy concretos de la realidad tales como "cama hecha", "zapatos recogidos en la parte baja del armario", "jerseys colocados en el estante corresIDENTIDAD pondiente, etc."... situación de orden y limpieza CREENCIAS de la que la chica, por ACTITUDES otra parte, se beneficia cada día porque, al final, HÁBITOS termina propiciándola la propia madre tras la habiCOMPORTAMIENTO tual riña a la que la joven ya estará acostumbrada. Otro tanto ocurre, por ejemplo, con la persona gravemente deprimida, o con quien sufre algún tipo de fobia incapacitante. En el nivel de la actitud personal se ha instalado una pauta de desánimo o de evitación de determinada conducta. La solución no va a llegar mediante el análisis de los posibles traumas causantes de la actual situación de paralización emocional o de comportamiento, sino más probablemente a partir de la instauración de determinadas conductas –actividades sencillas frente al sentimiento de incapacidad del depresivo y afrontamiento gradual de la situación temida por parte del sujeto fóbico– que comiencen a contrarrestar la inmovilidad inicial y que, al repetirse, puedan llegar a constituir

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nuevos hábitos de comportamiento facilitadores, a su vez de una nueva actitud personal, abierta a nuevas expectativas y creencias diferentes sobre las propias capacidades que, finalmente, desemboquen en una nueva conceptualización acerca de la propia personalidad. Paul Watzlawick5 recurre al concepto matemático de grupo para explicar que muchos problemas adquieren la estructura de "círculo vicioso" comentada en el capítulo I, de tal manera que la solución intentada se convierte, en realidad, en parte constituyente del problema de manera que su aplicación sólo contribuye a alimentarlo. Por ejemplo, un agorafóbico que en determinadas situaciones experimenta las señales típicas de un ataque de pánico: sudoración, sensación de vértigo, aceleramiento de la tasa cardíaca y demás síntomas, tiende a suponer que sólo va a poder enfrentarse a los estímulos temidos a partir de un nivel de relajación fisiológica que le permita hacer más soportables todas esas sensaciones. Así, hay un conjunto de elementos –situación temida, comportamiento de evitar o mantenerse en dicha situación, respuestas fisiológicas de angustia, etc.– que se relacionan según unas "operaciones" o reglas determinadas. Entre tales normas, se sitúan la creencia en la escalada de las propias sensaciones fisiológicas, que se supone llegarán a situarse totalmente fuera de control provocando un ataque cardíaco, y la única maniobra de control concebible: retirarse de la situación. Así, el único modo imaginable de rebajar los niveles de angustia para atreverse a hacer frente a la situación de una manera más confortable es... alejándose de la situación, con lo que, a su vez, el único resultado previsible a largo plazo será la continuación del temor fóbico a las situaciones asociadas con la ocurrencia de los ataques de pánico. De este modo, toda la cadena de comportamiento se mantiene siempre en un mismo nivel, digamos el nivel 1. Pero para que se produzca un cambio efectivo en la situación, será necesario provocar un cambio de segundo orden, es decir, introducir algún elemento nuevo en el orden de creencias, expecta5. Paul WATZLAWICK, John H. WEAKLAND y Richard FISCH: Cambio, Barcelona: Herder, 1976.

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tivas o comportamientos que no esté originariamente incluido en ese nivel de partida. Por ejemplo, un intento deliberado de aumentar los niveles de angustia arriesgándose a que sobrevenga un desvanecimiento que ponga fin a la insoportabilidad de la situación, o una actitud experimental que lleve a tomar nota minuciosa de todas las señales fisiológicas que acompañan al estado de angustia experimentado en esa situación (¿se perciben los latidos del corazón sólo en el pecho o también en la garganta, las sienes, las muñecas, los tobillos...?; ¿en qué zonas del cuerpo se produce sudoración?, ¿cómo se puede cuantificar la cantidad de sudor...?) Todos estos "descabellados" comportamientos que no están presentes originariamente en el nivel donde se produce el círculo vicioso de la angustia tienen que ser introducidos necesariamente desde otros niveles diferentes (nuevas creencias, aceptación de riesgos...) con lo cual se posibilitan el inicio de nuevos comportamientos diferentes a la evitación persistente de la situación ansiógena.

Más de lo mismo A veces se intenta abrir una vía de solución a partir de un cambio ficticio: "Si le digo a mi hija que recoja su habitación, entonces se tumba encima de la cama con los cascos, se aísla de todo y no me hace caso. Cuando le riño, me llama dictadora y me acusa de que siempre quiero que se haga mi voluntad, o bien, si me enfado de verdad, se marcha llorando a su cuarto y allí se encierra toda la tarde. A veces, cuando la pillo de buenas, trato de razonar con ella haciéndole ver que tiene que acostumbrarse a llevar una casa y que el orden es algo fundamental..." Órdenes directas, reprimendas, razonamientos; ¿tres estrategias diferentes? Solamente en apariencia; en el fondo son tres maneras de presentar una misma actitud: "Por la malas o por las buenas, tienes que hacer lo que yo te digo". El cambio verdadero en una situación como ésta requiere algo más que el simple maquillaje formal de la demanda materna; es necesaria una nueva pauta de interacción con

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la hija. Algo completamente diferente a las reglas de actuación implícitamente aprobadas por ambas partes a lo largo de los años de cooperación mutua en el mantenimiento del problema. Las operaciones o "reglas de juego" son bien conocidas por ambas partes aunque no pueden hacerse explícitas entre los "jugadores" porque entonces dejarían de tener valor y habría que sustituirlas por otras diferentes, con todo el coste de riesgo e incertidumbre que eso implica. Cuando Fina tuvo a su hijo, los padres de ella se volcaron en el bebé hasta el punto de que prácticamente se lo arrebataron con la excusa de que la joven madre tenía antecedentes de epilepsia y necesitaba noches tranquilas para que no empeorase su habitualmente irascible temperamento con las pequeñas frustraciones derivadas inevitablemente de la necesaria atención nocturna que el niño requería. La regla aparente era "nosotros cuidamos tu bebé para que tú descanses y te repongas". La pauta de comportamiento efectiva, por el contrario, podía interpretarse como: "Eres una madre inmadura e incapaz: Sólo conseguirás traumatizar a tu hijo con tu mal genio. Nosotros nos haremos cargo de la educación del niño por su bien y por el tuyo". Al romperse el matrimonio unos meses después por causas que no vienen a cuento, la anterior regla implícita dio pie a la joven para desarrollar toda una serie de comportamientos más propios de una delincuente juvenil que de una madre responsable, preocupada por la educación de su hijo: salidas nocturnas hasta altas horas, violencia física contra sus propios padres, "amenaza" de volver con su ex-marido llevándose consigo al niño, etc. Por su parte, los padres intentaron tres soluciones "diferentes": 1. Razonar por las buenas con la chica para tratar de hacerle comprender lo inapropiado de su comportamiento y exhortarla a la adopción de una actitud más responsable. 2. Conducirla al psiquiatra, quien determinó la necesidad de incrementar las dosis que venía tomando de ansiolíticos. 3. Forzarla a que iniciara un período de psicoterapia con la finalidad de que alguien ajeno al entorno familiar le "diera unas charlas" que la hicieran entrar en razón.

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Pero las tres vías de solución comparten un único denominador común: La chica está trastornada, enferma, y de ninguna manera se puede hacer cargo de su hijo. Aquí el juego consistía en que los abuelos no deseaban renunciar al encanto de hacerse cargo de un niño pequeño que volvía a traerles una chispa de ilusión a sus vidas y la madre del niño no deseaba soportar las pequeñas incomodidades de la crianza de su hijo: la abuela jugaba a ser madre y la madre a estar "desquiciada". Naturalmente que la joven madre necesitaba terapia individual y hasta estoy de acuerdo en que le venía bien una cierta dosis de ansiolíticos. Pero la solución efectiva a todo ese panorama no podía perder de vista las pautas de interacción que se habían establecido entre todos los protagonistas de la historia que, de un modo tácito, seguían las reglas del juego silencioso que conjuntamente habían llegado a crear. La táctica del "más de lo mismo" parte del supuesto de que existe sólo una actitud razonable ante un problema determinado y que si no se logra alcanzar el resultado apetecido, la única solución sensata consistirá en amplificar la intensidad de los esfuerzos, pero siempre apuntando en la misma dirección, como si el esperado efecto terapéutico hubiera de producirse con dosis más altas de idéntica "actitud razonable". El verdadero resultado, sin embargo, suele consistir en un incremento del problema mismo, ya se trate del comportamiento indeseable de otra persona o bien de actitudes, conductas o emociones propias. El error de partida está en la premisa inicial de muchos de nuestros supuestos vitales. Como ya hemos apuntado, no es que los seres humanos actuemos de una manera consistentemente ilógica, es sólo que aplicamos una lógica rigurosa a partir de postulados equivocados. De ese modo, el resultado final del razonamiento es una falacia redundante. Conozco, por ejemplo, el caso de una persona que se ha estado sometiendo a tratamiento por depresión durante varios meses. En vista de que su estado no mejoraba todo lo rápidamente que él desearía, decidió aplicarse la regla elemental del cambio e intentar algo diferente; de este modo, optó por prescindir de los psicofármacos que

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habitualmente venía tomando y empezar un tratamiento homeopático... El supuesto sobre el que se monta este cambio aparente es el de que la depresión es una enfermedad del mismo nivel que la gripe; es indiferente lo que uno haga o deje de hacer para sacudirse de encima el pertinaz abatimiento que acompaña a este estado ya que la solución ha de venir por vía medicamentosa. Por lo tanto, si no funciona el compuesto A, parece sensato intentarlo con el preparado B. Pero la variación inducida en esta situación (producto homeopático) es un simple cambio de nivel 1; se sitúa en el mismo plano de la anterior relación depresión-psicofármaco-depresión. No aporta una modificación cualitativa como la que podría derivarse, por ejemplo, de un incremento de actividades y así, el círculo vicioso inicial se convierte en otro de idéntica estructura que, previsiblemente, conducirá al mismo resultado. Empleando un símil geográfico, podemos pensar que a veces nos comportamos como si nuestros mapas mentales se correspondieran con la creencia de que la Tierra es plana. Nos asusta investigar nuevas posibilidades si ello implica partir de premisas poco convencionales y perdemos de vista que son, precisamente, esas premisas las que nos mantienen atados a nuestros propios prejuicios. Creemos estar en "lo cierto" cuando, en realidad, sólo alcanzamos a atisbar un diminuto fragmento del todo global. Nos creemos que nuestra cueva es el mundo entero y no conocemos la montaña que la sustenta, ni el paraje en el que se enclava la montaña, la región de la que forma parte el paraje... Por eso, un cierto relativismo más que un dogmatismo inamovible es, a menudo, la actitud mentalmente más sana. Cuando, en el análisis de los datos, nos encontramos reiteradamente con que, a pesar de las acciones emprendidas para solucionar un conflicto, desembocamos siempre en el mismo resultado indeseable –la rabieta del hijo, el abuso de autoridad del jefe, la indiferencia del cónyuge, etc.– es lógico empezar a considerar que una buena parte del problema está constituida, en realidad, por la solución recurrentemente intentada. Lo sensato entonces es aplicarse a buscar el eslabón más débil del círculo vicioso para hacer

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saltar el circuito y poder iniciar así un trayecto nuevo que nos conduzca a una situación diferente. Pero en lo más profundo del bosque es difícil percibir el sendero que puede conducir a la salida; a veces es necesario buscar una perspectiva aérea para alcanzar una visión de conjunto de todo el entramado de caminos, sendas y atajos en el que fácilmente podemos desorientarnos con nuestra miope mirada a ras de suelo. Lo cual, traducido al terreno de nuestras cuitas personales, significa que, para salir del atolladero personal en el que a veces nos encontramos atascados repitiendo una y otra vez las mismas pautas de comportamiento estéril, puede ser muy oportuno recurrir a un punto de vista externo –consejero, terapeuta, persona desimplicada de la situación– o bien buscar un plano más elevado sobre el que encaramarnos para conseguir ampliar el propio campo de visión.

La práctica de la teoría En vista de lo anterior, parece que el primer paso hacia la resolución efectiva de cualquier dificultad que nos preocupe en un momento dado debe estar constituido por el análisis cuidadoso de la solución que estamos intentando aplicar al problema. A menudo, cuando interrogamos a alguien sobre las dificultades que experimenta, obtenemos respuestas muy genéricas, comentarios imprecisos que, aunque a nuestro interlocutor pueden parecerle totalmente explícitos, en realidad dejan un montón de lagunas informativas a la hora de confeccionar un mapa de la situación, tanto del problema en sí como de las acciones específicas emprendidas para solucionarlo. Los padres de Gonzalo, un chico de catorce años con serios problemas de obesidad (pesa ciento seis kilos) se quejan de que "por más que lo intentan" no consiguen romper la pauta del muchacho que engulle su comida a toda prisa, sin apenas masticar los bocados. Explorando un poco más las soluciones intentadas nos encontramos con una estructura de comportamiento típica que suele seguir esta pauta:

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1. La madre no interviene. El padre exhorta a Gonzalo a que coma más despacio dándole una "orden blanda" directa en ese sentido (sin mucho convencimiento). O bien adopta una actitud más "razonadora" y pregunta al chico si le gusta lo que está comiendo. Como la respuesta de Gonzalo es afirmativa, su padre le explica que si comiera más despacio disfrutaría aún más de la comida. 2. Gonzalo contesta de mal humor que si come más despacio, la comida no le sabe a nada. Se pone nervioso y acelera un poco el ritmo de ingestión. 3. El padre se sonríe, menea la cabeza o hace algún comentario del estilo "es imposible poder razonar contigo" y sigue comiendo. La madre se ocupa de los pequeños detalles de la mesa y las viandas, ajena a la interacción padre-hijo. Gonzalo termina su comida y se va rápidamente a ver la televisión (los días que los padres consiguen que se siente a comer con ellos a la mesa). Es evidente que estos padres no han intentado muchas cosas; en realidad, sólo mantienen una pauta única para tratar de corregir la nefasta manera de engullir del chico. En todo caso, no lo han intentado "todo": – No han probado a ponerle porciones minúsculas de comida en el plato. – O a darle la comida tan caliente que no le quede más remedio que esperar un rato antes de engullirla. – Ni a guardar el cable de la televisión hasta la noche. – A hacer comer al chico, cada día, de pie sobre la báscula. Ni otras muchas "maldades" que es posible que repugnen al "sentido común" pero que pueden convertirse en puertas abiertas hacia un cambio de comportamiento en el muchacho. El primer ejercicio, por lo tanto, va a consistir en centrarse en el problema personal que se ha elegido en los capítulos anteriores, u otro que resulte más apremiante, e identificar la solución –o soluciones– que se ha intentado aplicar típicamente como forma de ponerle término. Una vez reconocida la pauta habitual de reacción al problema, se procederá a analizarla minuciosamente, como si

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realizáramos su "autopsia", del modo más objetivo y desapasionado posible, teniendo presente que cualquier comportamiento puede diseccionarse en tres estratos interconexionados: – El nivel fisiológico. Aquí se producen las respuestas más elementales y automáticas, dependientes del sistema nervioso autónomo: secreción salival, variaciones en la tasa cardíaca o de tensión arterial, erizamiento del cabello y otras muchas cuyo control no resulta inmediatamente accesible de manera voluntaria. Algunos de estos componentes se pueden modificar a través de técnicas de relajación o similares. En el anterior ejemplo de Gonzalo, el chico obeso, no tenemos constatación de las respuestas fisiológicas de ninguno de los protagonistas por no considerarlas relevantes al caso (otro asunto sería si se tratara de un problema fóbico donde los componentes fisiológicos de la angustia son muy importantes) – El nivel conductual es el comportamiento visible de manera directa y que puede ser descrito y comprobado objetivamente por cualquier observador. En el ejemplo anterior serían los gestos de los tres personajes, sus actos; las palabras concretas que el padre de Gonzalo dirige a su hijo y la respuesta de éste; las acciones específicas de la madre, "cacharreando" por la cocina, etc. – El nivel cognitivo no es tampoco observable de manera directa. Constituye el ámbito de los pensamientos –ya sea mediante imágenes o a través de una especie de diálogo interno–. Mediante un cierto entrenamiento en introspección cada uno puede llegar a darse cuenta de las ideas que acuden a su mente en un momento dado. Tal vez en el ejemplo que estamos utilizando Gonzalo se diga a sí mismo cosas como: "Ya adelgazaré más adelante". El padre puede pensar cosas como: "Mi hijo puede llegar a ponerse fornido si lo convenzo de empezar en un gimnasio" y tal vez la madre se diga: "Es inútil que yo intervenga; todo lo que yo hago le parece mal a mi marido". Así pues, una vez se ha identificado la solución a desmenuzar, se procurará analizarla en todos sus componentes, describiendo detalladamente en relación a cada uno de los personajes implicados:

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– – – –

Qué hace cada uno específicamente. Qué dice cada uno de los protagonistas típicamente. Cómo se hace o se dice. Qué se piensa en el momento de actuar (aunque no es posible conocer directamente lo que piensan los demás siempre podemos tratar de situarnos dentro de su propia piel y observar el mundo adoptando su punto de vista). – En qué situaciones concretas se actúa de ese modo y en cuáles se adopta otro comportamiento diferente. – Qué sentimientos afloran al actuar de la manera habitual. Qué sentimientos parecen experimentar los demás. El segundo ejercicio está encaminado a intentar un enfoque nuevo del problema elegido. Es una especie de juego cuya finalidad es la de aportar un punto de vista diferente al que se mantiene de manera habitual de modo que, a partir de esa visión distinta, se posibiliten también nuevas vías de solución. Se trata de completar frases como las que se proponen a continuación. No hay que limitarse a las que se presentan aquí, sino que cada cual puede ampliar o variar el ejercicio de acuerdo con su situación personal: El problema real no es ........................ (el comportamiento del otro); el problema real es ................. (cómo respondo yo). El problema real no es ........................... (lo que yo pienso); el problema real es ............... (cómo me siento). El problema real no es ....................... (por qué sucede eso); el problema real es ............... (dónde sucede). Etc. En el ejemplo de Gonzalo, su padre podía utilizar el formato de este ejercicio para hacerse planteamientos diferentes a los suyos habituales hasta que algo en su interior le diera la pista de una nueva posibilidad: "El problema real no es cómo "devora" mi hijo; el problema real es que yo me muestro permisivo". "El problema real no es que yo piense que Gonzalo debería adelgazar; el problema real es que, en el fondo me siento satisfecho de verlo tan grandote".

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"El problema real no es que discutamos por su estilo de comer; el problema real es que esto ocurre siempre en relación a la TV". Etc.

Resumen – Los problemas tienen una estructura característica o siguen unas "reglas de juego". – No reaccionamos directamente frente a los acontecimientos, sino ante "mapas mentales" que representan nuestra personal interpretación y valoración de los hechos. – Los conflictos permanecen inmutables porque se intentan aplicar la soluciones desde un nivel ineficaz para iniciar un cambio. – Las soluciones repetitivas arrancan del mantenimiento de determinadas creencias erróneas que reflejan una visión muy parcial de una realidad más global.

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4 CATEGORÍAS POBLEMÁTICAS "Todos los cretenses son unos mentirosos" Epiménides de Creta

La manera segura de ahogarse Cada situación problemática se produce en un contexto determinado y para unos actores concretos, lo que equivale a decir que cada problema es único e irrepetible, pero tiene una estructura determinada que es preciso comprender para articular los cambios necesarios que faciliten una salida del inevitable circuito cerrado que supone toda interacción conflictiva. Existen situaciones delicadas cuya resolución parece programada según una especie de ritual solventador, común a todos los miembros de una determinada cultura, que se considera como lo socialmente "correcto" aunque, en realidad, la pauta de acciones establecidas no sirva para nada útil. Recuerdo haber leído en cierta ocasión el informe de un antropólogo que había pasado varios meses estudiando las costumbres y pautas culturales de cierto pueblo esquimal dedicado a la pesca. El científico había compartido con ellos sus rituales, su comida, sus vestidos y había participado en cada una de las ocupaciones grupales que tenían lugar en el poblado, como si fuera un miembro más del grupo social que estaba estudiando.

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En cierta ocasión, participando en las faenas de pesca, su canoa volcó y él se encontró, cabeza abajo, dentro del agua. Fiel a su espíritu de antropólogo cultural, procuró adaptar su comportamiento de supervivencia a las pautas propias del pueblo objeto de estudio y recordó que los pescadores experimentados recomendaban a los jóvenes que hacían sus primeras salidas al mar no abandonar, bajo ningún concepto, la embarcación en caso de vuelco. Tratando de ajustarse a la sabiduría popular de los esquimales, el antropólogo intentó adrizar de nuevo su canoa, pero por más intentos que hizo, no consiguió restablecer la posición inicial. Finalmente, en vista de su fracaso, decidió salir de la barca y ganar a nado la orilla, cosa que logró felizmente. Cuando, tras ser socorrido por los demás pescadores, preguntó a los más veteranos cuál era el motivo de aconsejar a los jóvenes la permanencia en la embarcación, a pesar de las evidentes dificultades para restablecer el equilibrio que, él personalmente había constatado, la respuesta le dejó más helado que la temperatura del agua de la que acababa de salir: nadie en el poblado sabía nadar; por eso, arriesgarse a dejar la embarcación era una acción suicida para ellos. También en nuestra sociedad tecnificada seguimos fielmente pautas culturales que a menudo nos llevan a hundirnos con la canoa. Por eso no es extraño que se insista tanto a lo largo de los capítulos en la necesidad de emprender acciones diferentes a las intentadas habitualmente, aunque se corra el riesgo de incurrir en la desaprobación de los "expertos" o aún a costa de pillar algún buen resfriado. Veamos, por tanto, con algún detalle, los intentos más comunes de aferrarnos a "lo malo conocido", aún a sabiendas de que no nos reportará solución alguna, para que podamos darnos cuenta a tiempo de nuestro círculo vicioso e intentar aplicar alguna solución nueva.

Forzar lo espontáneo A veces, cuando me pongo delante del ordenador con ánimo de escribir una página, las ideas se niegan a acudir hasta la punta de

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mis dedos para que ellos puedan convertirlas en letras, palabras y frases. Entonces me obligo a realizar un tremendo esfuerzo de concentración... y sólo obtengo arrobas de frustración por el vacío mental que se abre delante de mí. En ocasiones, sin embargo, se perfila ante mí el proyecto de un capítulo cuando estoy dedicándome a cualquier otra cosa que no sea escribir, llegando incluso a sacarme de un plácido sueño a altas horas de la madrugada. A menudo nos empeñamos en conseguir de modo inmediato aquello que sólo puede llegar a su debido tiempo, o lo que no está en nuestras manos alcanzar. Partiendo de un imperioso "DEBERÍA", queremos que las cosas adopten el cariz que nosotros nos empeñamos en imprimirles, aunque, en su discurrir natural, los acontecimientos sigan cauces ajenos a nuestras preferencias personales. Muchos de los hechos que nos empecinamos en forzar por el tesón de nuestra firme voluntad pueden tener que ver con acontecimientos de carácter fisiológico, psíquico o bien con interacciones interpersonales: Una jovencita puede caer en toda una neurosis de angustia con su empeño en que sus pechos alcancen un desarrollo mayor que el que actualmente presentan (mientras que, por supuesto, otra puede llegar a autoanularse con sus sentimientos de inferioridad por todo lo contrario). Los expertos en disfunciones sexuales vienen hablando desde hace tiempo del "rol de espectador"1 para explicar cómo es, precisamente, la angustiada vigilancia por parte de la víctima de la disfunción lo que bloquea el normal proceso fisiológico que se desarrollaría de una manera totalmente natural en una situación de relajada entrega a la otra persona. Son tan sólo una muestra de la variedad de cuestiones fisiológicas que uno puede desear controlar a toda costa cuando, en realidad, por 1. Como ejemplo ilustrativo del "rol de espectador" se cuenta la anécdota del intelectual barbudo, cuya perilla le caía hasta casi la cintura: Un amigo le preguntó en cierta ocasión si dormía por las noches con la barba por dentro o por fuera del embozo de las sábanas por lo que, en las noches sucesivas, atento a darse una respuesta a sí mismo ante una cuestión que nunca se había planteado, el barbudo pensador no logró encontrar acomodo en ninguna de las dos posturas por lo que llegó a perder el sueño y hubo de cortarse la frondosa barba para poder recuperarlo.

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mucho que lo intente, caen por completo fuera de su control personal. El obsesivo que se siente víctima de sus propios pensamientos repetitivos, de sus compulsiones, y que, cuanto más se obliga a frenar la vorágine de sus rituales, mayor es su angustia, por lo que más acuciado se siente a recurrir a los estériles actos estereotipados, a través de los cuales busca liberarse de su tensión psíquica, o las noches en vela del insomne que consume los minutos consultando el reloj para calcular el tiempo de descanso que aún le queda antes de que el fatídico timbre del despertador de la señal para levantarse, pueden servir como muestra de los procesos mentales que, a menudo, se desencadenan de tal modo que, cuanto más empeño se pone en frenarlos, más autónomos parecen volverse. En este mismo grupo se pueden encuadrar los desesperados intentos del adicto al tabaco –o a cualquier otra sustancia– por liberarse de la esclavitud a que se ve sometido; la lucha consigo mismo del exhibicionista compulsivo, del ludópata y de la bulímica que se sienten devorados por sus propios actos automatizados. "No quiero que mi hijo (o mi pareja) lo haga porque yo se lo pido, sino porque él mismo desee hacerlo voluntariamente". Frases de este estilo resumen claramente la paradoja inherente a la actitud de empeñarse en forzar la ocurrencia de algo de manera "natural"; pero lo cierto es que si provocamos una reacción en otra persona, por definición, ese comportamiento o actitud manifiesta, nunca va a ser espontáneo y, por otra parte, si una conducta se ha de producir espontáneamente, ya tendrá lugar a su debido tiempo y no en el momento en que alguien quiera que ocurra. La tragedia de quien se empeña en desencadenar actitudes espontáneas en otra persona, estriba en que nunca va a estar seguro de la naturalidad de las manifestaciones que de tal actitud se deriven. Así, por ejemplo, una esposa puede reprochar a su marido el que nunca le manifiesta su afecto con expresiones verbales pero en cuanto el marido, acuciado por esas quejas, le dice que la quiere, ella empieza a lamentarse de que esa no es una expresión de cariño sincero, sino que ha sido forzada por su queja previa en ese sentido.

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Forzar lo espontáneo es, como vemos, una forma bastante común de crearse un círculo vicioso de difícil salida; pero no es, ni mucho menos, la única fuente de problemas o de falsas soluciones a los problemas que nos angustian.

Aplazar lo temido Es bien sabido que cuando un avestruz observa un peligro, simplemente esconde la cabeza para no verlo, imaginándose que así queda a cubierto de toda amenaza. Los humanos funcionamos muchas veces como el ave corredora y nos imaginamos que podemos controlar las situaciones temidas evitando enfrentarnos a ellas. Pero conseguir una tregua no es lo mismo que ganar la batalla. Posiblemente, se trate de un mecanismo de defensa que pervive desde la infancia; los niños, en efecto, saben recurrir a su fantasía para imaginarse desenlaces maravillosos a las situaciones de angustia a las que también ellos tienen que enfrentarse algunas veces. Pero si bien es normal –y hasta sano– que los pequeños alberguen en sus cabezas hadas y magos, ya no lo sería tanto en el caso de las personas adultas; de hecho, cuando una persona mayor se empeña en echar mano de esas estratagemas infantiles frente a la ansiedad, se le suele colocar la etiqueta de "esquizofrénico". Lo que los mayores pueden hacer de una manera más "razonable", consiste en rehuir las situaciones temidas recurriendo a estrategias de evitación sutiles –como alegar tener asuntos más importantes que atender– o a conductas abiertamente fóbicas. Los problemas fóbicos, como los de depresión, no parecen implicar claramente una situación de interacción humana, condición que asignábamos a la definición inicial de problema, pero, si bien se mira, las personas que rodean al sujeto que sufre el trastorno sí pueden hacer mucho por favorecer o impedir la instauración y mantenimiento del comportamiento fóbico o depresivo ya que con su propio comportamiento –a veces de compasión mal entendida– llegan, en realidad, a inducir a la persona a que se convierta en un "inválido" a base de facilitarle todo cuanto necesita o de hacerle compañía para levantarle el ánimo, impidiendo

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así que el sujeto sienta la más mínima necesidad de activar sus propios recursos personales que terminan anquilosándose por falta de uso. Por supuesto, el trastorno fóbico es el caso más extremo de "técnica del avestruz". Cuando uno se da cuenta de que es presa del pánico en determinadas situaciones realmente inocuas tales como ascensores, centros comerciales, transportes públicos, instalaciones hospitalarias, mostrarse ante grupos de gente, etc. y constata además que, sistemáticamente, cada vez que intenta entrar en una de esas situaciones, sufre una crisis de angustia, su primera reacción lógica va a consistir en evitar toda vinculación con tales escenarios ansiógenos, reacción que, ciertamente, elimina el estado de ansiedad asociado a la situación temida. Pero como las complejas necesidades de la vida moderna frecuentemente nos imponen determinados actos burocráticos y de relación social, tarde o temprano, la persona fóbica llega a plantearse la necesidad de superar sus angustias irracionales. Como observa, además, que las otras personas no alteran lo más mínimo su propio comportamiento ante los mismos estímulos tan temidos para él y que afrontan con naturalidad situaciones que personalmente se le antojan insuperables, el fóbico se plantea un absolutista "DEBERÍA" ("... superar mis miedos", "hacer frente a todo esto, ser igual que los demás", etc.) con lo que, en realidad, empieza a labrarse un círculo vicioso de exigencias de espontaneidad que llegan a constituir un problema sobreañadido.

Defender el baluarte Muchos problemas de interacción con otras personas se pueden encuadrar en esta tercera categoría de situaciones problemáticas; ya se trate del proverbial "abismo generacional" que tradicionalmente separa las posiciones de padres e hijos, de las problemáticas relaciones de comunidad de vecinos o de la competitiva "camaradería" que suele establecerse entre compañeros de trabajo. En muchas situaciones de este tipo, típicamente, los protagonistas se encuentran empeñados en una especie de pugna en la que sólo se considerarán vencedores si consiguen "derrotar" a su adver-

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sario. Es otra variación del conocido tema de los "DEBERÍA" que consiste en aplicar al comportamiento de los demás unas determinadas condiciones, ideales según el propio punto de vista personal, pero que la otra parte no parece compartir en absoluto. Como ambos participantes en la interacción siguen las mismas reglas, tratando de controlar la conducta del otro, se comienza una escalada simétrica en la que cada uno de los participantes quiere situarse por encima del adversario; pero como éste no está dispuesto a quedar por debajo, busca subir más alto que el primero con lo que la interacción se convierte en una contienda sin fin en la que el tema de "vencer" se repite en un continuo "in crescendo" por ambas partes. En este grupo de interacciones problemáticas hay que incluir las disputas conyugales por los más variados motivos (sea cual sea el pretexto de la discusión, el tema de fondo casi siempre hará referencia al poder: quién tiene derecho a exigir qué cosa, quién tiene que hacer cual otra, etc.), las riñas entre hermanos que se desarrollan en el marco de una lucha por determinar la jerarquía respectiva de cada cual y, en general, todas las disputas con las que los “iguales", en cualquier contexto humano, tratan de marcar sus respectivas diferencias de estatuas. En este contexto, también es importante determinar quién tiene el problema: en general, será siempre el "ofendido" quien demande de la otra parte respeto hacia su posición personal, obediencia a su autoridad, o el reconocimiento de su posición superior. En consecuencia, él parece, en principio, el dueño del problema.

Coartadas acusadoras La paciente paranoica que se mencionaba en el capítulo II está muy preocupada pensando si no estarán hablando de ella a sus espaldas. Cada vez que sorprende conversando a dos miembros de su familia se apresura a preguntarles ceñuda si la están criticando y por más que ellos se esfuerzan en tranquilizarla explicándole el tema de su conversación, ella considera todas esas explicaciones como un camuflaje del verdadero argumento de la tertulia: sus manías persecutorias. Algo parecido le ocurre a un ludópata

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rehabilitado que cada vez que regresa un poco tarde a su casa es interrogado acerca de su posible recaída en el juego; sus explicaciones y argumentos justificativos son tomados, sistemáticamente, como prueba de la insinceridad con que recubre la recidiva de su problema. Este tipo de situaciones proporcionan un buen ejemplo de cómo, normalmente, en lugar de examinar directamente la realidad, nos detenemos en los prejuicios cristalizados que componen nuestro arsenal de datos mentales: etiquetas, definiciones inamovibles y observaciones sesgadas que no nos molestamos en adaptar a la realidad cambiante de los datos objetivos del mundo físico. Supongo que el empeño en mantener una relación problemática se debe a que es más "económico" conservar intactos los mapas mentales correspondientes a esa situación conocida que hacer el esfuerzo de adaptarlos a la nueva realidad. Así, para una esposa puede ser menos amenazador seguir tratando a su marido como ludópata sospechoso que arriesgarse a admitir que ahora es una persona perfectamente responsable y tener que cederle a él parte del control en las decisiones domésticas. También para el ludópata rehabilitado puede resultar más cómodo continuar dejándose llevar en cuanto a temas económicos que asumir la responsabilidad de organizar un plan de ahorro familiar. Pero, por lo general, en este tipo de situaciones, una de las partes se rebela ante la idea de que le apliquen un trato que no se merece. Su autodefensa, sin embargo, sólo consigue provocar nuevos ataques de su acusador con lo que la situación se parece mucho a la escalada que se produce en las luchas de poder a las que hacíamos referencia en el punto anterior.

La práctica de la teoría Es un buen hábito aprender a tomar distancia de los problemas para ampliar la propia perspectiva hasta alcanzar una comprensión más exacta de la situación. No sólo se consigue con ello un mayor acercamiento al plano objetivo de la realidad, sino que además dis-

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minuyen los niveles de ansiedad derivados de la activación de los prejuicios personales. Adoptar una actitud "científica" suele requerir rutinas de observación –desapasionada– y agrupamiento de fenómenos semejantes para llegar a generalizaciones útiles y económicas. Los ejercicios propuestos como parte práctica de este capítulo tendrán que versar, por lo tanto, sobre la adquisición de hábitos clasificatorios de situaciones problemáticas siguiendo el esquema expuesto en las páginas precedentes. Hemos considerado cuatro categorías de problemas: Forzar lo espontáneo, eludir lo temido, defender los criterios personales y acusar con la defensa (cada lector puede buscar otros criterios de clasificación que se acomoden mejor a su visión personal del mundo y ese, también, puede constituir un excelente ejercicio de reflexión). El primer ejercicio consistirá, por lo tanto, en asignar a su grupo correspondiente cada una de las situaciones problemáticas que se sugieren a continuación. Al final del capítulo se propone un modelo de solución –que no es, necesariamente "la" solución–. a) "Yo nunca he tenido que hablar de sexo con mis hijos; esas cosas ahora las explican en la escuela con muchos medios didácticos" b) "Él siempre dice que me quiere, pero yo sé que, en realidad, eso es sólo una pantalla para tenerme contenta y evitarse los reproches que se merece por su actitud falsa" c) "¡Tú tienes un problema!" –exclama airada la esposa , agobiada ante la perspectiva de todas las tareas domésticas que tiene por delante como argumento definitivo de su razón en la disputa– "y es que nunca piensas en los demás" – "Lo que ocurre en realidad, es que tú te empeñas en que las cosas se hagan siempre a tu modo y no aceptas un criterio diferente", le replica el marido d) Una joven anoréxica persiste en su comportamiento de evitación de alimentos en un desesperado esfuerzo por mantener su aspecto aniñado.

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Resumen Los tipos más frecuentes de problemas suelen pertenecer a alguna de las siguientes categorías: – Hacer esfuerzos para lograr que suceda algo que sólo puede ocurrir de manera espontánea. – Intentar eludir o aplazar lo que se teme. – Empeñarse en mantener a toda costa las propias razones. – Utilizar los argumentos justificatorios como indicios para alimentar las dudas personales. Posible solución al ejercicio 2: a) "Yo nunca he tenido que hablar de sexo con mis hijos; esas cosas ahora las explican en la escuela con muchos medios didácticos".

Aplazar lo temido.

b) "Él siempre dice que me quiere, pero yo sé que, en realidad, eso es sólo una pantalla para tenerme contenta y evitarse los reproches que se merece por su actitud falsa".

Defensa acusadora.

c) "¡Tú tienes un problema!" –exclama airada la esposa, agobiada ante la perspectiva de todas las tareas domésticas que tiene por delante, como argumento definitivo de su razón en la disputa– "y es que nunca piensas en los demás". – "Lo que ocurre en realidad, es que tú te empeñas en que las cosas se hagan siempre a tu modo y no aceptas un criterio diferente", le replica el marido.

Defensa de las razones propias.

d) Una joven anoréxica persiste en su comportamiento de evitación de alimentos en un desesperado esfuerzo por mantener su aspecto aniñado.

Forzar (en este caso retrasar) lo espontáneo.

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5 POSTURAS ANTE EL PROBLEMA "Por lo general, lo que promueve el cambio es la desviación respecto a alguna norma" Paul Watzlawick

Las reglas del juego Virginia Satir señalaba la importancia de los "secretos de familia" –el aborto de la tía soltera, el alcoholismo social del padre, etc.– como elementos configuradores del propio carácter familiar. Son incidentes de la pequeña historia genealógica, aparentemente ignorados por el grupo de parientes pero, en la realidad, perfectamente conocidos por todos los miembros del clan. Pues bien, lo mismo ocurre con la estructura de muchos de los problemas: las interacciones conflictivas se ajustan a unas determinadas reglas de juego que los jugadores no mencionan nunca explícitamente pero que respetan al máximo, ciñéndose a lo permitido y lo prohibido por el reglamento tácito. Hace algún tiempo traté a un muchacho del medio rural con un trastorno obsesivo-compulsivo constituido por rituales comprobatorios y de limpieza de tal complejidad que le obligaban a permanecer buena parte del día en su casa, entregado a su escrupulosa cumplimentación –lo que le llevó a perder aquel curso– además de perturbar seriamente la convivencia familiar.

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El grueso de sus manías se centraba en torno al aparato de televisión: nadie, salvo él, debía tocar el artefacto para encenderlo o apagarlo. Además, había que comprobar determinadas alineaciones tanto en los botones del televisor como del mando a distancia y si observaba alguna huella grasienta o una mota de polvo en el aparato, tenía que proceder a una complicada maniobra de limpieza. Si se le contrariaba en algún momento, el chico desencadenaba una crisis de ansiedad de tal calibre que llegaba a provocarle unos evidentes temblores corporales tras los cuales se encerraba en su habitación y permanecía en un mutismo total. El caso es que todo este complejo problema se desarrollaba exclusivamente frente al aparato de televisión, situado en la cocinacomedor, donde la extensa familia compuesta por abuelos, dos tíos, padres y muchacho, se reunía a diario para comer y no tenía lugar, por ejemplo, en relación al aparato de TV que los padres le habían puesto al chico en su propia habitación. El joven estaba siguiendo tratamiento psiquiátrico y había pasado también por varios psicólogos, sin que el problema hubiera variado en absoluto en el último año. Cuando, después de tomar buena nota de los factores que parecían estar facilitando la ocurrencia del problema sugerí a los padres que empezaran por retirar el televisor del lugar donde comían, me miraron horrorizados explicándome que no podían privar a los otros miembros de la familia de su entretenimiento favorito a la hora de la comida. El horror de aquellos padres provenía del hecho de que yo les estaba proponiendo quebrantar una regla familiar estricta1 al invitarles a tomar una iniciativa que, por norma consuetudinaria, no era de su competencia. Por su función de padres, ellos estaban dispuestos a hacer añicos el dichoso televisor, pero como "herederos" 1. La estructura familiar en las zonas rurales de Galicia, con una incidencia muy acusada de los peculiares sistemas de herencia de las tierras por los que la mayor parte de la Propiedad queda en manos del hijo mayor, favorece el mantenimiento de rígidos sistemas patriarcales en los que los abuelos son dueños absolutos de todos los bienes, incluida la casa donde habita la familia extensa, mientras que el supuesto heredero, aún cuando pueda sobrepasar los cincuenta años de edad, no es libre de tomar decisión alguna sin el consentimiento de aquellos, so pena de que la herencia pase a algún otro hijo.

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no podían quebrantar una regla familiar tácita por la que era preciso consultar con los abuelos hasta las más mínimas decisiones relativas a la casa. Todos comprendían que el problema más inmediato a atajar era el comportamiento del chico a la hora de comer; todos sabían que dicho comportamiento estaba relacionado con la presencia del televisor en el lugar de la comida, pero nadie quería decirlo en voz alta, arriesgándose a que la sugerencia pudiera resultar molesta a quien había que tener contento... En nuestras interacciones personales jugamos muchas veces a fingir que no somos conscientes de que la otra persona está desempeñando su papel, que consiste en simular que desconoce el nuestro propio. Si las reglas ocultas se hacen explícitas ya no es posible continuar con el juego; pero esto, como ya hemos apuntado, puede generar una considerable angustia al perder los puntos de referencia que señalan las competencias y limitaciones de cada uno de los participantes, con lo que, a partir de ese momento, ya no se puede predecir con exactitud el comportamiento del otro protagonista que hasta ahora se ha ajustado estrictamente a las normas implícitas. En otra ocasión un padre solicitó una entrevista para exponerme el caso de su hijo: el chico estaba fracasando estrepitosamente en sus estudios, también había hurtado cantidades relativamente importantes de dinero tanto de la propia casa como de la de algún vecino; por último, había sido sorprendido en el colegio fanfarroneando ante sus compañeros con unas pajitas de hashis. Según la versión paterna, el chico debía de tener un cociente mental tan brillante que sus intereses intelectuales sobrepasaría los contenidos concretos de su programa de estudios, lo que hacía que el muchacho no atendiera a sus clases. Por otro lado, sus problemas de comportamiento eran debidos, seguramente, al carácter histérico de la madre que sólo interactuaba con su hijo para reñirle constantemente. La pretensión de este padre era que, con la excusa de comenzar un tratamiento con el chico, llamara yo a la madre a consulta y, de una manera sutil, me pusiera a trabajar con ella ya que, en definitiva, ella era la causa de todas las dificultades. Evidentemente, en esa familia existía un juego de reglas muy complejas y lo único que se pretendía con el simulacro de acudir a

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la consulta del psicólogo era legitimar la distribución de los papeles en la farsa que se estaba organizando: Un padre tan preocupado por la situación que estaba dispuesto a todo; incluso hasta a recurrir a un psicólogo en busca de ayuda; un hijo víctima de la incomprensión de quienes se ocupaban de su educación (profesores que no sabían conectar con los verdaderos intereses del muchacho; madre nerviosa que perturbaba aún más el comportamiento del joven) y una madre, verdadera "causa" del conflicto existente, tan trastornada que no podía hacer nada por sí misma para salir de su estado de ansiedad permanente y empezar a contribuir así a la paz familiar. Pero desde mi perspectiva, la realidad que yo veía en la situación que ese padre me planteaba era muy diferente a su punto de vista personal. Yo veía: – Un adolescente negligente en sus estudios y con un comportamiento gravemente desajustado, más por dejación de sus propias responsabilidades personales que por incomprensión de cuantos le rodeaban o por intereses intelectuales superiores a los habituales en su edad. – Un padre encubridor de las fechorías del muchacho, que estaba funcionando como refugio constante del chico el cual, al sentirse defendido por el padre, no hacía nada por responsabilizarse de su propia conducta. – Una madre angustiada como consecuencia de toda la situación anómala que estaba viviendo con su hijo en la que se sentía una luchadora en solitario (ella era la que iba a hablar con los profesores, con los vecinos robados y la que se encargaba de vigilar las andanzas continuas del muchacho). La contrapropuesta que yo le hice a este padre consistía en trabajar directamente con todos los miembros de la familia, con el objetivo de lograr que el chico empezara a modificar su comportamiento en lugar de intentar engatusar a la madre para que sólo ella acudiera a psicoterapia –lo que equivalía a responsabilizarla en exclusiva de la situación general. Por supuesto, cuando le expuse al "preocupado" padre mi punto de vista, el juego concluyó definitivamente entre nosotros de modo que él se despidió, supongo que

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en busca de otro terapeuta que estuviera dispuesto a aceptar las reglas que él pretendía instaurar. El Análisis transaccional estudia pormenoriVíctima Perseguidor zadamente "los juegos a 2 los que jugamos" y las reglas dinámicas a las que éstos se ajustan. Una aportación importante de esta escuela psicolóSalvador gica ha sido la definición del "Triángulo dramático" compuesto por tres protagonistas que asumen los papeles relativos de perseguidor, salvador y víctima de tal manera que estos roles son intercambiables. De este modo, si aplicamos la estructura del triángulo dramático al caso utilizado como ejemplo vemos que, según la apreciación del padre, la víctima aparente es el muchacho, "perseguido" por sus profesores y, fundamentalmente por la madre mientras que mi consultante se reservaba el papel de salvador. Lo malo es que, como decíamos, los papeles son fácilmente intercambiables, y eso es lo que significan las dobles flechas del gráfico, por lo que, de no implicarse de una manera activa en la solución de esa interacción conflictiva en el seno de su propia familia, ese padre probablemente no tardará en convertirse en víctima de las acciones de su hijo... ¡y ya se verá entonces si la madre está dispuesta a adoptar el papel de salvadora!

Posturas frente al problema Las soluciones que se van a intentar aplicar para solucionar un problema dado van a estar configuradas por el conjunto de creencias y actitudes de quien pretende llevarlas a cabo. Evidentemente, la reacción de unos padres ante el comportamiento rebelde de su 2. Eric BERNE: Games People Play, New York: Grove Press, 1964.

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hijo no va a ser la misma si ellos consideran que el chico está pasando por un período, difícil pero transitorio y perfectamente justificable desde el punto de vista de su desarrollo evolutivo, que si piensan que el muchacho está siendo víctima de alguna mala compañía, o que su hijo sufre algún trastorno de carácter patológico. En el primer caso la reacción más probable será inhibirse, manteniéndose a la espera, mientras que en el segundo, probablemente, adoptarán medidas coercitivas para lograr que el muchacho abandone a sus amigos habituales y, en el tercero, decidirán remitir el problema a un profesional de la salud mental. Podemos considerar a la "postura personal" como un importante mapa mental, característico de cada individuo, que refleja las creencias más profundas en relación a lo que uno es, a lo que puede esperar de sí mismo, de los demás y de la vida. Referida a la definición y resolución de problemas, es una manifestación de los valores vitales del sujeto que se enfrenta a la situación conflictiva específica. Ejemplos concretos de posiciones personales podemos encontrarlos indagando las razones por las cuales se realizan determinadas elecciones como, por ejemplo, haber adquirido precisamente el automóvil que se posee o el motivo de vivir en el barrio en el cual se reside: en unos casos, las razones de prestigio primarán sobre las económicas mientras que, en otros, será al contrario y también encontraremos motivaciones de lo más insólito: desde la búsqueda de la singularidad hasta el más profundo deseo de pasar totalmente desapercibido. Centrándonos en el ámbito de las interacciones conflictivas, podemos comprobar que la postura personal se hace sentir ya en la definición misma del problema. El comportamiento rebelde de un muchacho se puede convertir en fuente de quebraderos de cabeza para sus padres a partir de consideraciones muy diversas por parte de éstos: puede que interpreten la situación como la evidencia de su fracaso como educadores, o tal vez como una señal de inferioridad respecto a sus amigos que no están teniendo conflicto alguno con sus respectivos hijos; como una vergüenza ante sus vecinos que constatan día a día las tropelías del chico y hasta como una amenaza al concepto de sí mismos por cuanto, al fin y al cabo, la

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conducta de su hijo no deja de ser una exteriorización de los propios genes que como padres han transmitido al muchacho. También a la hora adoptar medidas para resolver un problema la postura personal se hace sentir de un modo evidente: desde el escéptico que duda de poder encontrar alguna salida a la situación y, por ello, difícilmente intentará ninguna, hasta el optimista exaltado que minimiza la verdadera importancia que el problema pueda tener, pudiéndose encontrar asimismo a la persona que se siente responsable de la situación y decide tomar alguna iniciativa ,y a quien espera que otros le solucionen aquello de lo que no se siente en modo alguno partícipe. La comprensión de la propia postura personal, o el análisis de las posiciones de otras personas que nos puedan pedir ayuda para la resolución de sus propios conflictos, resulta, como vemos, indispensable a la hora de diseñar un cambio efectivo que nos ayude a desterrar las soluciones ineficaces que están reforzando los círculos viciosos en los que podemos estar inmersos. Por ello, merece la pena que hagamos un pequeño alto en la consideración de este aspecto del comportamiento, que a menudo nos pasa desapercibido. Virtualmente, podemos encontrar tantas posturas vitales como personas individuales que se enfrentan a sus propios problemas. Sin embargo, de alguna manera, es posible delimitar ciertas categorías actitudinales que los humanos solemos adoptar como consecuencia de nuestros valores personales, y este es un campo que diferentes autores o escuelas psicológicas han intentado acotar en base a sus propios modelos teóricos. Pues bien, dentro de las múltiples categorizaciones propuestas por diferentes sistemas o escuelas psicológicas, me gustaría destacar dos: El modelo de los patrones de comunicación de Virginia Satir y la fascinante propuesta del Eneagrama.

Patrones de comunicación Virginia Satir, la genial terapeuta familiar, fallecida hace unos años, consideraba que los humanos buscamos, fundamentalmente, protegernos de la amenaza que supondría el hecho de ser rechazados por los demás y que, para lograrlo, recurrimos básicamente a

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un determinado estilo de interacción con los otros, lo que refleja una "postura personal" típica en las interacciones humanas. Los patrones de relación interpersonal identificados por Satir son los siguientes: – Conciliador: La persona que adopta sistemáticamente esta postura vital es muy poco asertiva: se suele valorar a sí misma menos que a los demás –los importantes son los otros– por lo que considera que se debe esforzar mucho para mantener el aprecio de quienes le rodean. Jamás hace valer sus preferencias ni sus opiniones. Está muy pendiente de los deseos de las personas de su entorno y se desvive por atenderlas. Consigue, en efecto, el aprecio de los demás pero a costa de renunciar a su propia identidad. A nivel fisiológico, este tipo de personas suelen desarrollar sintomatologías psicosomáticas3 relacionadas con tensión muscular y trastornos del aparato digestivo –lo cual no deja de ser una materialización de todo cuanto, metafóricamente, tienen que "tragar"–. – Acusador Manifiesta una personalidad agresiva. Parece que los demás le estorban y que son ellos quienes tienen la culpa de que las cosas no marchen como él desearía. Él se siente en posesión de la verdad y si el mundo marcha mal, son los otros los responsables. Sistemáticamente se muestra en desacuerdo con las opiniones ajenas y trata de imponer la suya con mucha vehemencia. Normalmente esta postura personal esconde una fuerte vulnerabilidad e intensos sentimientos de soledad: en realidad suele salirse con la suya, pero a costa de que los demás rehuyan su compañía. A nivel fisiológico, como a este carácter le "arde la sangre", suele desarrollar síntomas de hipertensión esencial u otros trastornos cardiovasculares. – Calculador Su mecanismo de defensa es el distanciamiento emocional a través de la racionalizción. Todo lo analiza cerebralmente y trata de no mostrar sentimiento alguno, permaneciendo continuamente en 3. Existe una tendencia creciente a relacionar los factores de estrés psíquico con la vulnerabilidad a las enfermedades orgánicas. La psiconeuroinmunología es una ciencia joven que está avanzando en este sentido.

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una actitud tranquila, fría y contenida. Detrás de esta fachada de aséptico intelectualismo se esconde el miedo a verse desbordado por los propios sentimientos. Como la postura implica un alejamiento constante de las zonas candentes y la adopción de un punto de vista supervisor que permita un análisis objetivo, las personas que adoptan este patrón de relación suelen desarrollar síntomas relacionados con tensión muscular de la espalda: lumbalgias, rigidez, cefaleas tensionales, problemas de cervicales, etc. – Irrelevante Es la persona de comportamiento disparatado, que logra desimplicarse de toda situación interpersonal mediante mecanismos de comportamiento absurdo. Sus comentarios no tienen relación con la situación y hace observaciones superficiales sobre asuntos que no vienen al caso. En realidad, trata de defenderse de sus propias tensiones emocionales fingiendo que no existen ya que, en realidad, se siente desplazado en todas partes. Los posibles síntomas a desarrollar por las personas que mantienen esta actitud personal están relacionados con la confusión mental, la inestabilidad (vértigos) y la descoordinación corporal. Estas cuatro pinceladas nos pueden ayudar a imaginar el cuadro completo de muchas posturas personales que van a condicionar el rango de las soluciones intentadas para poner fin a las interacciones problemáticas: la de quien tiene que conseguir que le obedezcan, la del que no puede arriesgarse a que no le quieran, el que no ve el problema, el que sólo estará dispuesto a adoptar soluciones "razonables"...

La propuesta fascinante El máximo objetivo de todos los sistemas psicológicos ha sido, desde siempre, la elaboración de un sistema clasificatorio de la personalidad de tal precisión que pueda no sólo describir las características de una persona determinada, sino también de predecir con exactitud su comportamiento futuro. De este modo se han definido numerosas categorizaciones algunas de las cuales han alcanzado niveles de divulgación considerables, como la conocida diferenciación entre introvertidos y extrovertidos, mien-

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tras que otros son sólo manejados por los profesionales del estudio de la conducta humana. Pues bien, en los últimos años se ha comenzado a reconsiderar una antigua propuesta de estudio de la realidad humana basada, al parecer, en conocimientos milenarios recogidos por los sufíes: el eneagrama, de historia confusa y misteriosa –elementos en los que reside buena parte del encanto de este instrumento de autotransformación– que sorprende al profesional de la psicología por la detallada descripción de caracteres humanos que propone así como por las sensatas direcciones de desarrollo que contempla. Aunque el tema del eneagrama se merece la extensión de todo un libro4, por existir ya una amplia bibliografía que lo recoge, me limitaré a lo más esencial de la cuestión, en relación a las "posturas personales" y proporcionaré al lector interesado en el asunto una reseña de libros sobre el asunto al final del capítulo. Según podemos observar en el gráfico representativo del eneagrama, la estrella de nueve puntas, se consideran nueve actitudes vitales –las etiquetas asignadas a cada uno de los eneatipos que generalmente se identifican mediante su número correspondiente– de manera que ENEAGRAMA cada individuo, aún cuando pueda mostrar CONCILIADOR 9 algunos rasgos atribuibles a diferentes gruLÍDER 8 1 PERFECCIONISTA pos, puede encontrar una descripción carac- VITALISTA 7 2 SERVICIAL terística de su habitual modo de ser y de com3 EJECUTIVO LEAL 6 portarse en alguno de OBSERVADOR 5 4 ROMÁNTICO los nueve tipos, el que corresponda a su postura personal. Cada eneatipo se configura en torno a un defecto o "pecado capital" –comportamiento compulsivo– característico de las perso4. Estudiar el Eneagrama y escribir sobre él es uno de mis proyectos de futuro.

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nas que componen el INDOLENCIA 9 grupo eneagrámico, tal REPRESALIA IRA como se esquematiza en 8 1 la figura siguiente. SUPERIORIDAD Las líneas que unen PLANIFICACIÓN 7 2 entre sí a los eneatipos TEMOR EFICACIA 3 6 representan las posibles AHORRO MELANCOLIA direcciones de desarro5 4 llo e involución que puede seguir cada perCOMPORTAMIENTOS COMPULSIVOS sona en su búsqueda de perfección o bien en el afianzamiento cada vez más sólido del defecto característico. Así, por ejemplo, el tipo 5, que característicamente es un observador desimplicado de los acontecimientos que ocurren a su alrededor, debe moverse hacia el 8 –el líder– asumiendo compromisos y responsabilidades respecto a los demás para superar así su individualismo y desembarazarse de la "avaricia" que le mantiene centrado en sí mismo. Si, por el contrario, el 5 organiza su comportamiento en función del otro tipo eneagrámico al cual está unido mediante la otra rama de la estrella, el 7, su empeño en "vivir la vida", actitud característica de este otro eneatipo, le conduciría a encerrarse más en sí mismo, en el disfrute de su propio bienestar, con lo que, de nuevo, se afianzaría más su comportamiento compulsivo inicial de "guardar para sí" en lugar de compartir con los demás. Veamos entonces las posturas vitales, las actitudes personales que contempla el eneagrama: 1.- El Perfeccionista. La actitud personal correspondiente a cuantos se pueden encuadrar en este tipo viene definida por un marcado nivel de exigencia –hacia sí mismo y hacia los demás. Los problemas, normalmente, surgirán por su inflexibilidad y su perfeccionismo. La frase emblemática de las personas que se caracterizan por esta postura ante la vida podría ser la conocida "un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio". El aspecto más apreciable entre los "1" es su entrega al trabajo; el polo negativo de tal cualidad: la intolerancia. El personaje de ficción representativo –exagerada-

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mente– de esta tipología vendría a ser la "Señorita Rotenmeyer", la austera institutriz de la historia de "Heidi". Entre los personajes reales5 que, personalmente, encuadraría en este grupo figura Severo Ochoa, el premio Nobel español cuya entrega a su trabajo siempre me ha parecido encomiable. 2.- La persona Servicial se caracteriza por su entrega a los demás. Parece vivir más para los otros que para sí misma. La cualidad más apreciable entre los "2" es su interés por los demás; lo peor que pueden hacer con ese tesoro es transmutarlo en absorbencia. El problema básico de este tipo de personas puede radicar en que sólo pueden considerarse valiosas en la medida en que se sienten útiles a los demás con lo que, en casos extremos, pueden caer en el juego del "salvador" que se empeña en cuidar a su protegido aún en contra de la voluntad de éste. Su frase característica sería algo parecido a la cita evangélica: "venid a mí los afligidos". El personaje ficticio representativo de este grupo sería la estatua principesca en "El príncipe Feliz", de Oscar Wilde, que se despoja de cuanto tiene para socorrer a las personas necesitadas de su reino. Entre las personas reales se podría pensar en la Madre Teresa de Calcuta. 3.- El Ejecutivo suele mantener una actitud de exigencia continua consigo mismo que siempre le lleva a ir más allá, a superarse continuamente. "Nunca digas nunca jamás" podría ser su grito de guerra para nunca caer rendido en una empresa. La virtud mejor cultivada en este grupo es el dinamismo; el aspecto más negativo que pueden llegar a desarrollar, la superficialidad. Los problemas relacionados con esta postura personal pueden derivarse del sentimiento de insatisfacción permanente que suele acompañar a quienes mantienen esta actitud o bien de un espíritu de competición malsana que lleva a desarrollar una actitud constante de pugna con los demás. Pero sobre todo, el mayor problema de los "3" eneagrámicos se deriva del hecho de que, continuamente, viven más repre5. Las referencias a personas reales, vivas o fallecidas, como representantes de un eneatipo determinado son apreciaciones meramente subjetivas del autor y no ejemplos paradigmáticos. En todo caso, el autor desea expresar su más profundo respeto y admiración hacia todas las personas referenciadas.

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sentando el papel de triunfador que en contacto con su propia realidad personal. La mayor parte de los denominados "yuppies" podrían asignarse a esta categoría. Tal vez el cantante Michael Jackson podría elegirse como un ejemplo de persona que, cara a los demás, muestra más su rol que su vida interna. 4.- El grupo de los Románticos está constituido por cuantos viven en y para sus propios sentimientos. Suele tratarse de gente muy especial, de alta sensibilidad, envueltos en un aire de soledad e incomprensión por parte de quienes les rodean. Tienen un sentido fatalista de la vida y suelen mostrar una sensibilidad muy delicada. "El sentimiento trágico de la vida" podría ser el título correspondiente a su vida afectiva. La cualidad más destacable en este grupo es su especial sensibilidad; su debilidad más paralizadora, la tendencia a la depresión morbosa. "La Dama de las camelias" que no puede llegar a disfrutar las delicias del amor sería una buena representante de este grupo. Entre las personas de carne y hueso que yo asignaría al eneatipo "4" figura Antonio Gala, cuya alta sensibilidad se deja traslucir en sus palabras, ademanes y hasta en el más mínimo detalle que rodea a su persona. El problema mayor de los "4" consiste en que, paradójicamente, sólo el sufrimiento los mantiene en contacto con la vida y por ello no saben cómo liberarse de sus pesares. 5.- "Pienso, luego existo" podría ser la frase emblemática de los Observadores, en buena medida ajenos a su mundo emocional y que rehuyen la realidad a base de interponer continuamente ante ellos la lente de la racionalidad. Temerosos de perder el control ante aquello que no comprenden, se empeñan en controlar todas las esferas de la realidad convirtiéndose en polifacéticos introvertidos. La cualidad más destacable de los "5" es su capacidad de integración; el peor defecto que pueden desarrollar: el desapego. El personaje de ficción más representativo que yo encuentro para este grupo es el detective "Nero Wolfe" que resuelve los más intrincados casos sin desplazarse de su domicilio, ni llegar a entrar nunca en contacto con la sangre y las víctimas, valiéndose de las informaciones que le proporciona su ayudante. Bertrand Russell, polifacético pensador, matemático, psicólogo, filósofo, etc. podría ser el prototipo real de los

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“5”. Las áreas de conflicto de los "observadores" pueden estar en relación con la inevitable necesidad de "mojarse", de implicarse en interacciones interpersonales que a menudo temen. 6.- Al tipo de los Leales pertenecen cuantos se sienten identificados con un grupo de cualquier índole –deportiva, política, religiosa, familiar– de tal manera que desarrollan un sentido del "nosotros" que se superpone al del yo personal. "El deber es lo primero" es su máxima. La virtud característica de los "6" es la confiabilidad; el defecto extremo en el que pueden incurrir, el fanatismo. El problema que entraña esta actitud vital es que el "nosotros" cohesionador requiere la existencia de un "ellos" antagonista, lo que puede generar tensiones partidistas. Cuando el enemigo no se puede situar en el exterior, a menudo se identifica con el propio líder grupal, con lo que se generan disensiones y cismas. Adolfo Suárez, el primer presidente democrático de nuestro país me parece un "6" característico. También Martín Lutero quien en su empeño por permanecer leal a sus convicciones llegó a enfrentarse y romper con sus superiores. 7.- El tipo Vitalista es aquél que sabe disfrutar realmente de la vida: se la bebe a tragos, literalmente. El título del filme "Qué bello es vivir" constituye su lema. Su cualidad es el optimismo, su capacidad de extraerle todo su jugo a la vida, mientras que su mayor defecto lo constituye el hedonismo a ultranza. Centrado continuamente en planificar un futuro idealizado se olvida de vivir su presente. Las áreas más conflictivas en que puede incurrir el tipo "7" se relacionarán, probablemente, con su "sed" de diversión que lo orientarán hacia la desimplicación con las propias responsabilidades. Un personaje de ficción representativo del grupo podría ser Paul McKlein, el personaje de "El río de la vida", encarnado en la pantalla por Brad Pitt, cuya dramática vida gira en torno a la pesca y las mesas de juego. Como personaje real, se me ocurre la faceta más gastronómica de mi admirado Camilo José Cela tal como se presentaba en algunos anuncios televisivos. 8.- El Líder tiene una personalidad fuerte e independiente, un personal sentido de la justicia –equivocado o no– muy desarrollado y una autoridad natural. El grito de guerra para los "8" es: "Por encima de mi cadáver". Su mejor cualidad, desde luego, es esa ten-

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dencia innata de protección del débil y su aspecto más negativo, la violencia arrolladora que pueden desplegar frente a sus "enemigos". Las áreas de conflicto de las personalidades tipo "8" estarán, probablemente, relacionadas con su agresividad y las difíciles relaciones que pueden entablar con la gente de su entorno. Como personajes representativos del grupo podríamos señalar a los "bandidos generosos" de la época del Romanticismo que despojaban a los ricos para entregárselo a los pobres y a su prototipo de ficción, Robin Hood, mientras que entre la gente real, la figura de Jesús Gil, con su personal visión de lo que es justo e injusto, no estaría muy alejada de esta tipología. 9.- El Conciliador es la persona pacifista por naturaleza; el "puente" siempre tendido entre actitudes encontradas como vía de solución de conflictos e integración de posturas. No es extraño que la cualidad que la gente aprecia más entre los integrantes de este grupo caracteriológico sea, precisamente, su sentido de la diplomacia, de la negociación; mientras que el defecto mayor en el que pueden incurrir es la indolencia. De natural tranquilos y calmosos, su postura ante la vida se puede resumir en la conocida expresión aplicable a los problemas que a menudo nos preocupan innecesariamente: "Si tiene solución, ¿por qué preocuparse?; y si no la tiene... ¿por qué preocuparse?". Los premios Nobel de la Paz son un buen semillero de este grupo caracteriológico. Entre los políticos se me ocurre señalar al actual secretario general de la OTAN, Javier Solana. Si se miran con detenimiento, las nueve posiciones contempladas en el Eneagrama cubren un amplio espectro de descripciones caracterológicas que en los sistemas clasificatorios de rasgos de personalidad más actualizados sólo aparecen parcialmente definidas. De hecho se ha estudiado el paralelismo entre Eneagrama y el sistema tipológico propuesto por C.G. Jung, que se asienta sobre tres consideraciones esenciales del funcionamiento psíquico humano: la orientación básica (intro-extraversión), las funciones preferentes (percepción: a través de los sentidos o de la intuición; juicio. mediante pensamiento racional o en base a procesos afectivos) y las funciones observables (juzgar y percibir). Tampoco será muy difícil, incluso al lector ajeno a las cuestiones técnicas de la Psicología,

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apreciar la relación entre los eneatipos y la clasificación de la personalidad en función de los intereses predominantes propuesta por Allport, Vernon y Lindzey que agrupa a las personas en base a sus personales preferencias de carácter teórico, económico, estético, político, social o religioso.

La zona minada A menudo, los valores personales, la actitud o posición desde la que se enfoca una situación problemática, da lugar a una clase típica de comportamientos que apunta hacia una intencionalidad determinada. Así, por ejemplo, la conducta consistentemente torpe de un niño que deja caer todo cuanto pasa por sus manos o los olvidos sistemáticos que experimenta un adolescente respecto a los encargos que se le encomiendan, puede estar orientada a conseguir la atención que desean de cuantos les rodean en un intento –efectivo muchas veces– de sentirse a sí mismos importantes. La reiterada desobediencia de un muchacho que, sistemáticamente, va seguida por la correspondiente riña paterna, suele apuntar hacia una lucha de poderes mediante la cual, probablemente, padre e hijo se dedican a delimitar sus territorios personales y sus correspondientes zonas de influencia. Ciertos comportamientos constituyen pura y simplemente intentos de venganza abiertos o encubiertos hacia alguien contra quien se guarda algún resentimiento. También es posible encontrar muestras de ineptitud por parte de quien, simplemente, desea que lo dejen en paz. Llamadas de atención, pulso de poderes y desquite son tres de los objetivos a los que apuntan numerosos comportamientos inadecuados o conflictivos en los que se encuentra involucrada una relación interpersonal. A menudo constituyen peldaños de una misma escalera que, inadvertidamente, van subiendo quienes se enredan en una dinámica conflictiva, de manera que el comportamiento que comienza constituyendo una simple molestia para la persona hacia la que va dirigido, pasa a convertirse en un desafío a la autoridad, lo cual desencadena la consiguiente réplica punitiva que, a su vez, genera un deseo de desquite en el protagonista más

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débil institucionalmente. El otro tipo de conducta inapropiada, las muestras de ineptitud, puede darse en un contexto interpersonal o bien producirse a partir de un sentimiento individual de incapacidad, como en el caso de las depresiones o las fobias. Las personas del entorno habitual de este tipo de "provocadores" reaccionan con un comportamiento que está determinado también por su posición personal y, de este, modo se inicia un clásico círculo vicioso, indicativo de que se está engendrando un típico problema circular. Así, a cada tipo de comportamiento inadecuado se le suele contraponer una reacción típicamente ineficaz y continuadora del conflicto: Las llamadas de atención intentan ser neutralizadas recurriendo a un tono irritado: – "Oye, papá y por qué...” (enésima pregunta que el niño aburrido dirige a su cansado padre que, a la vuelta del trabajo, intenta concentrarse en la repetición de las jugadas más interesantes de los partidos del domingo). – "Hijo, ¿no ves que estoy intentando descansar? espérate un rato y luego juego contigo". La acción del niño ha conseguido desencadenar una fuerte reacción emocional en su padre; se puede decir que el hijo "controla" las emociones del adulto; el niño es, por lo tanto, el "vencedor" en esta interacción Los desafíos a la propia autoridad intentan ser contrarrestados dándole más fuelle al mando institucional: – "¡Es así porque lo digo yo y basta!" (el padre está encendido de ira porque, lejos de agachar la cabeza como un corderito, su hijo le está haciendo ver algunas incoherencias de sus argumentaciones de adulto en relación a las salidas nocturnas con sus amigos). – "¡Pues por mucho que me chilles, no vas a tener más razón!" (el hijo se muestra firmemente sereno, lo cual desencadena un enojo aún mayor en el padre). Los deseos de revancha generan nuevos deseos de venganza: – "Por haberte peleado con tu hermano te quedarás esta noche sin ver la TV".

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– "Espera que te agarre.." (le susurra por lo bajo el reo a su acusador mientras le lanza una mirada cargada de odio). El comportamiento de ineptitud provoca deseos de "rendirse" dejando por imposible a quien muestra tal conducta inadecuada o bien es la justificación para abandonarse uno mismo evitándose la incomodidad de todo intento de autosuperación: – "No, mira, se hace de esta manera... (después de mostrarle un modelo varias veces)... ¡oh!, está bien, deja, yo te lo hago". O tal vez: – "Tengo una voluntad muy débil... es inútil que siga intentando dejar de fumar...". Pues bien, como estas actitudes son las que provocan que la interacción se mueva permanentemente en el mismo círculo, es importante ser consciente de su existencia para evitar a toda costa penetrar en la misma "zona minada" que, sin remisión, nos conducirá de nuevo al lugar del que, precisamente, queremos salir. Si el padre del primer ejemplo evita caer en su propia zona minada de irritabilidad cada vez que su hijo solicita su atención y se esfuerza en desarrollar otra actitud diferente, por ejemplo tomando él la iniciativa para desarrollar algún juego de contacto físico con el niño en cuanto llega a casa en lugar de enfrascarse en la televisión, el niño ya no tendrá razón alguna para persistir en sus molestas llamadas de atención. Otro tanto se puede decir de quien, con su propia actitud, alimenta una escalada simétrica por la cumbres del poder: la mejor estrategia para romper el círculo de violencia engendrado por el "ordeno y mando" es otorgar a la parte contraria algunas de las cotas de responsabilidad que demanda. En cuanto al ánimo de revancha, no es difícil comprender que el ejercicio de la venganza sólo genera ansias de desquite en la parte perdedora, con lo que, fácilmente, se desencadenará una interminable rueda de vindicaciones en la que, sucesivamente el que ha quedado por debajo se situará momentáneamente arriba hasta que, de nuevo, el otro lo haga caer. En cuanto a las manifestaciones de ineptitud o las actitudes de impotencia, la zona minada está constituida precisamente por el deseo de retirada que provocan. Si un maestro "se rinde" ante la

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manifiesta cerrazón de su alumno para aprenderse la tabla de multiplicar, probablemente pasarán años antes de que el alumno, efectivamente, la aprenda. Pero si en lugar de eso el maestro persevera buscando formas amenas o sorprendentes de estimular el interés del chico, acelerará el proceso de aprendizaje. De hecho, muchos programas diseñados para el mejoramiento del rendimiento intelectual, como el "Proyecto HARVARD"6 o el "Programa de Enriquecimiento instrumental" (P.E.I.)7 de Reuven Feuerstein han demostrado resultados sorprendentes en alumnos con síndrome de Down, que si hubieran caído en manos de profesores fácilmente asequibles al desaliento, no hubieran desarrollado todo el potencial del que demostraron ser capaces. Lo mismo ocurre en relación a uno mismo: la actitud de rendirse ante los repetidos fracasos personales sólo conduce a nuevos fracasos. La zona minada a evitar, por lo tanto, frente a estas actitudes, tanto de los demás como propias, es el abandono.

La práctica de la teoría La asimilación de los puntos tratados en este capítulo, más que una práctica puntual sobre un par de ejercicios escritos, requiere el desarrollo de una disposición personal de reflexión en torno a las posibles actitudes, propias y ajenas, que subyacen a cada fragmento de comportamiento externo: – ¿Qué creencias, valores, qué postura personal, en definitiva, parece estar justificando la adopción de una determinada conducta? – ¿Qué papel se está desempeñando en el juego de comportamiento en cada caso: víctima, perseguidor, salvador? – ¿Qué actitud vital parece ser la predominante en cada uno de los actos cotidianos: conciliador, acusador, calculador, irrelevante? 6. CEPE. Madrid, 1992. 7. Bruño. Madrid, 1992.

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– ¿Qué clase de tipología de personalidad se puede atisbar por debajo del estilo habitual de funcionamiento propio y de los demás: perfeccionista, entregado, avasallador, melancólico, distante, adherente, despreocupado, justiciero, indolente? Mejor que unos pocos ejercicios con solución modelo, será mucho más provechoso consultar las referencias bibliográficas del final del capítulo e iniciar, a través de alguna de las lecturas sugeridas, la aventura de descubrir a los demás a través del conocimiento de uno mismo.

Resumen – La interacciones problemáticas parecen seguir unas reglas determinadas por los valores personales. – Las reglas encubiertas pueden definir diferentes papeles que los protagonistas de la relación-problema están jugando inadvertidamente. – Los papeles más simples en una relación difícil son los de perseguidor-víctima-salvador – Las posturas personales más frecuentes en relación con los demás son las de: conciliador, acusador, calculador e irrelevante. – La caracterología individual condiciona la actitud personal frente a una situación conflictiva. Un buen sistema de clasificación de personalidad se puede encontrar en el eneagrama y sus nueve tipos: perfeccionaste, entregado, triunfador, sentimental, observador, leal, vividor, justiciero y conciliador

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Lecturas recomendadas sobre el Eneagrama: BARON, Renee y WAGELE, Elizabeth: El Eneagrama., Barcelona: Planeta, 1995. Se trata de una obra de fácil lectura y muy completa. Excelente como introducción al tema. BEESING, María; NOGOSEK, Robert J.; O´LEARY Patrick H.: El Eneagrama Un camino hacia el autodescubrimiento, Madrid: Narcea, 1995 (3ª ed.). Excelente obra de estos pioneros en el estudio y divulgación del tema. Contiene un interesante capítulo sobre Eneagrama y espiritualidad. GALLEN, Maria-Anne y NEIDHART, Hans: El Eneagrama de nuestras relaciones, Bilbao: Desclée De Brouwer, 1997. Son dos excelentes obras de iniciación en la teoría eneagrámica. La primera enfocada hacia el autodescubrimiento personal y la segunda, con una dimensión hacia lo social. MELENDO, Maite: En tu centro: El Eneagrama, Santander: Sal Terrae, 1993. Libro de fácil comprensión, con el aliciente de estar escrito por una autora española, desde un punto de vista más cercano a nuestra propia cultura. Ideal para iniciarse en el tema. PALMER, Helen: El Eneagrama, Barcelona: Los Libros de la liebre de marzo, 1996. Se trata de la obra más recientemente publicada en España sobre el tema y tiene la virtud de que su autora es una auténtica pionera en el estudio del Eneagrama. RISO, Don Richard: Tipos de Personalidad. El Eneagrama para descubrirse a sí mismo, Santiago de Chile: Cuatro Vientos, 1993. ––––– Comprendiendo el Eneagrama, Santiago de Chile: Cuatro Vientos, 1994. Estas dos obras de Riso son, probablemente, las más completas y didácticas publicadas hasta la fecha. Pueden servir como manual de consulta permanente y como texto de aprendizaje sistemático. ––––– Descubre tu perfil de personalidad en el Eneagrama., Bilbao: Desclée De Brouwer, 1997.

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ROHR, Richard: Eneagrama y crecimiento espiritual, Madrid: P.P.C., 1995. Sorprendente obra de este franciscano de Nuevo Méjico. Conviene estar iniciado en el tema para sacarle todo su jugo a la obra. Cursos sobre Eneagrama: Instituto de Dinámica e Interacción Personal. C/ Hortaleza 73, Madrid Tfno. 91 310 32 38

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6 PASOS HACIA LA SOLUCIÓN "El principio de más de lo mismo no produce 'sorprendentemente' el cambio deseado, sino que, por el contrario, la 'solución' contribuye a aumentar el problema y se convierte en el mayor de ambos males" Paul Watzlawick

Cuando el problema es la solución Patricia es una joven universitaria que intenta (¡por tercera vez!) sacar adelante las asignaturas que tiene pendientes de primer curso de Historia. De brillante trayectoria a lo largo tanto de la EGB como de los estudios de bachillerato, posee además un notable talento musical –de hecho, está concluyendo sus estudios de piano–. Sus padres, además de quejarse de la mala marcha de la chica en los estudios, describen el comportamiento de su hija como caótico, desordenado, inconstante y sumamente variable. La madre, como ilustración a todo ese panorama, refiere la anécdota de que Patricia no sólo deja tirada su ropa por cualquier parte, sino que incluso es capaz de despreocuparse de hacer desaparecer la compresa que debería arrojar a la basura, olvidándosela ostentosamente en cualquier lugar de la casa. Los padres de Patricia constituyen una pareja culta, de posición económica desahogada, interesada en temas intelectuales y sin ningún tipo de problema serio de convivencia entre ellos. La segunda hija del matrimonio, además, es una chica encantadora, en absoluto problemática y excelente estu-

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diante y ellos aportan ese dato como justificación de que no deben ser unos padres tan desastrosos como para explicar el comportamiento problemático de su hija mayor. Cuando este angustiado matrimonio se pregunta cómo es posible que una hija pueda desorganizar su conducta hasta el punto de repetir por tercer año consecutivo un mismo curso de carrera, a pesar de todo el empeño, esfuerzo y cuidado que ellos han estado poniendo en la educación de las chicas, están muy lejos de plantearse que, en realidad, buena parte del problema de comportamiento de Patricia se puede estar dando a causa de ese mismo empeño, preocupación y desvelo que están teniendo con la chica. Puede parecer un disparate; sin embargo, la cuestión es bien simple: Si cada vez que alguien se enfrenta a un problema aparece una persona que lo resuelve por ella, entonces la propiedad del problema pasa del primer al segundo sujeto. Es el juego del perseguidor-víctima-salvador: el salvador se convierte en víctima de quien resulta salvado por su intervención y empieza a percibir a éste como su perseguidor. En el caso de Patricia, ella podía actuar del modo en que lo hacía sabiendo, por una parte, que sus padres no sólo le iban a tolerar que repitiese año tras año el mismo curso, sino que, además, podían permitírselo económicamente. También sabía, porque lo estaba constatando cada vez que surgía el tema, que si dejaba tirada su ropa y sus cosas por cualquier parte, alguien se las recogería de todos modos, con lo que ella siempre se iba a encontrar su habitación arreglada y sus pertenencias en perfecto orden. En otras palabras, lo que estaba manteniendo vivo el problema de Patricia era el hecho de que continuamente sus padres se encargaban de "sacarle las castañas del fuego". Llevando las cosas hasta un punto extremo, podemos considerar también el caso de problemas tan acuciantes en nuestra sociedad como la anorexia: Las estadísticas demuestran que este trastorno es prácticamente desconocido en los países del tercer mundo; cuando la preocupación principal de las personas es encontrar el alimento necesario para sobrevivir cada día, no tienen cabida consideraciones referidas a la cantidad de calorías que conviene o no

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ingerir en cada comida para mantenerse esbeltos. Se dice también que una buena batalla cura las depresiones y que en las líneas de combate no se conocen los estados depresivos (otra cosa es lo que pueda ocurrir en retaguardia o los efectos postraumáticos de una vivencia de tensión continuada en el frente). Cuando la preocupación primaria es la autodefensa, la conservación de la propia vida en cada minuto del presente, no hay lugar para las especulaciones acerca de futuros más o menos abrumadores y pesimistas. De este modo, bien es verdad que simplificando exageradamente las cosas, podemos entrever cómo un problema de déficit alimentario está vinculado a la disponibilidad de comida en abundancia por parte de la persona afectada, o una situación de angustia vital puede desencadenarse a partir del hecho de no tener una "batalla" personal en la que comprometerse.

Hacia la solución efectiva: De todo lo expuesto hasta el momento, no será de extrañar que la propuesta genérica para poner término a cualquier situación conflictiva, recurrente o que se prolonga indefinidamente en el tiempo, consista en poner fin a la solución infructuosamente intentada durante todo ese espacio de tiempo o en los momentos en que se ha querido atajar en vano el problema, y probar a hacer algo diferente. Dicho de un modo sencillo: Si lo que estás haciendo no funciona, prueba algo diferente. Parece una verdad de "perogrullo" pero, paradójicamente, la gente en lugar de ponerla en práctica se empeña en actuar como aquellos esquimales que no sabían nadar, aferrándose consistentemente a sus viejas pautas conocidas aún a sabiendas de que no van a solucionar su problema. La solución a cualquier problema requiere un cambio, la introducción de un elemento nuevo, actuar desde un nivel diferente o partiendo de unos presupuestos distintos –aunque esto no quiere

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decir que cualquier cambio vaya a arreglar la situación–. A veces los cambios suceden de manera espontánea, pero lo más normal es que haya que provocarlos intencionadamente para salir del estancamiento de la rutina. Los papeles en una familia pueden estar distribuidos de manera rígida de modo que cada miembro se ajusta a su partitura. La familia navega a través de sus pequeñas crisis rutinarias: broncas, quejas, reproches... tal vez el padre ha institucionalizado –a pesar de las protestas de su mujer– el desaparecer los sábados por la tarde para ir a echar la partida con los amigos y ver el partido de turno en el bar. No se trata de infidelidades escabrosas, ni de adicción al juego; simple definición de su papel masculino. Quizás la madre pone el grito en el cielo cada vez que su marido deja caer algo de ceniza sobre la pulcra alfombra... nada de grandes crisis; tan sólo ajustarse a su papel de ama de casa. Puede que la única hija del matrimonio vaya creciendo sin grandes sobresaltos: algunos problemillas con el inglés del colegio y, por supuesto, con las matemáticas; sus fiestas de cumpleaños con las amigas y toda la vida por delante. Tal vez esa familia ni siquiera se ha dado cuenta de que está tejiendo un inmenso problema en torno a sí: el de la rutina, el hastío, la desilusión. En consecuencia, no se plantean hacer nada por cambiar el estado de las cosas. Millones de familias sobreviven así durante años y más años. Pero, quizás ocurre algo imprevisto: un amago de infarto lleva al padre a ser ingresado en el hospital; tal vez un coche atropella a la niña o un accidente doméstico convierte a la madre en una víctima de la fatalidad. En cualquier caso, ha surgido una crisis. De pronto, los papeles desempeñados hasta el momento ya no sirven: el marido se da cuenta de que no es el "macho" independiente que se puede valer por sí mismo eternamente; la niña siente por primera vez el miedo ante la realidad de la muerte que ha visto angustiosamente cercana y la madre empieza a comprender en su propia carne que hay cosas más importantes que la alfombra del salón. Ya es un punto de partida. Por lo de pronto se habrá producido, como mínimo, un cambio de actitud personal en alguno de los miembros de esa familia o en todos ellos.

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Además, puede que empiecen a tener lugar otras variaciones sutiles en el entorno de los tres personajes: Quizás, por primera vez, pasen juntos la velada del sábado acompañando al miembro de la familia enfermo. Tal vez hagan planes conjuntos para cuando las cosas vuelvan a la normalidad. En cualquier caso empiezan a estar en disposición de propiciar un cambio real en sus vidas que, probablemente, abrirá una salida hacia la solución al problema de rutina y hastío en el que habían incurrido sin darse cuenta. Otras familias no tienen la "suerte" de encontrarse con la oportunidad de un cambio espontáneo a través de una crisis de cualquier tipo y languidecen en sus rutinas habituales arrastrando un sentimiento difuso de amargura y desazón, sin conseguir localizar el origen de su malestar. Algunos otros grupos familiares tienen mayor sensibilidad y, ante la activación de esa alarma sorda pero persistente, deciden buscar ayuda profesional para intentar reorientar su trayectoria hacia una meta más ilusionante que la que vislumbran desde su comportamiento de rutina. A la hora de diseñar un cambio efectivo hacia una situación más satisfactoria que la de partida, se supone que ya tenemos delimitado nuestro problema y que estamos en condiciones de definir o, al menos, intuir las posturas personales de los protagonistas implicados en la interacción conflictiva y que están contribuyendo al mantenimiento del problema. El primer paso hacia el cambio efectivo ha de ser, por supuesto:

Definir un objetivo de cambio mínimo Toda meta se alcanza después de una sucesión más o menos larga de pasos. Cualquier gran cambio ha de asentarse en pequeños cambios previos. El punto de partida más lógico para dar solución a cualquier problema ha de ser orientar, del modo más concreto posible, el rumbo a seguir y fijarse una primera meta cercana y fácilmente alcanzable. Si se quiere vaciar un camión de veinte toneladas no se puede hacer de golpe; hay que ir descargándolo saco a saco. Hace muchos años que la sabiduría popular utiliza la metáfora de la "bola de nieve" para ejemplificar el modo en que un comienzo modesto

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puede llegar a alcanzar proporciones considerables. En los países tropicales se recurre al "efecto mariposa": teóricamente es posible que una mariposa que agita suavemente sus alas en la selva amazónica desplace una pequeña masa de aire que a su vez, bajo determinadas condiciones, ponga en movimiento a otra más considerable y así sucesivamente hasta desencadenar un huracán en Florida. Pues bien, es este efecto mariposa o bola de nieve lo que hay perseguir a la hora de encarar la solución de un conflicto. Cuando Pedro intentó volver a la autoescuela tras suspender por primera vez su examen de conducir, se sintió invadido por una angustia tan grande que fue incapaz de entrar en el aula, por lo que decidió dejarlo aquel día y volverse a su casa. Como en los días siguientes se repitió exactamente la misma situación y la reacción de Pedro fue igualmente de huida, pensó en pedir ayuda psicoterapéutica para sobreponerse a su naciente problema de ansiedad fóbica. Tras una primera entrevista con el joven –en la que se constató una actitud extremadamente perfeccionista por su afán de demostrar a su suegro que él no era ningún "tonto" y toda una serie de demandas internas exageradas en el sentido de "tener que" aprobar en el primer intento, así como pensamientos ansiógenos del estilo "todos los que han empezado conmigo van a sacar el carnet antes que yo; me voy a convertir en el "tonto" de la autoescuela"– se acordó rebajar inicialmente su objetivo global: "aprobar en el siguiente examen" por el más específico de: – Entrar en el aula, tomar unos tests y cubrirlos hasta la llegada del profesor de teórica. – Atender a la explicación sobre normas del código correspondientes a ese día. – Permanecer una hora más en la autoescuela, una vez concluida la exposición del profesor, trabajando con otros tests y comprobando los resultados

Cambiar la posición personal El cambio, por supuesto, ha de orientarse en la línea de menor resistencia y, tal como hemos explicado, las actitudes personales

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son los muros de contención de las interacciones conflictivas, los cauces que ayudan a que los problemas fluyan una y otra vez siguiendo exactamente el mismo curso que en anteriores ocasiones. En una palabra, la postura personal forma parte integrante del problema. "Cuando uno no quiere, dos no discuten", sentencian sabiamente las madres cuando uno de sus hijos se empeña en mantener una disputa con su hermano acusándole de haber sido él el iniciador de la pelea. Cuando, en medio de un partido de tenis, uno de los dos jugadores decide que tiene cosas más importantes que hacer que jugar con la raqueta, no tiene más que dejar pasar unas cuantas bolas y el final partido se precipita en pocos instantes, o también puede dejar la raqueta en el suelo directamente y marcharse a las duchas. Pero si se empeña en devolver cada pelota que el adversario le lanza, el último set puede ser interminable y dejar exhausto al jugador deseoso de acabar. Quien se empeña en mantener su postura provoca que la otra parte se afiance en sus posiciones lo que, a su vez, conduce a una reafirmación más sólida del primer protagonista y así comienza la famosa "escalada" conflictiva que nunca concluye ni conduce a solución satisfactoria alguna. La homeopatía se fundamenta en el principio de que "lo semejante se cura con lo semejante" lo cual quiere decir que el remedio debe ser instaurado a partir de aquello que provoca los mismos síntomas que la enfermedad a la que se quiere combatir. La "homeopatía psicoterapéutica" ha sido descubierta hace ya bastante tiempo y ha recibido el nombre de "intención paradójica". Así, mientras el "(sin)sentido común" aconseja combatir un síntoma mediante la actitud contraria a pesar de la ineficacia de este método, sistemáticamente comprobada, la técnica paradójica aconseja seguir la corriente del problema en lugar de interponer los habituales diques actitudinales que, inevitablemente harán que revierta en donde menos se desea. Es como en el cuento de la caña y el roble: tanta resistencia ofreció el roble frente al viento que terminó quebrándose mientras que la caña, flexionándose en la dirección del huracán capeó sin problemas el temporal. Del mismo modo, el padre empeñado en some-

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ter a un hijo rebelde, sólo conseguirá provocar una mayor rebeldía en el chico que, a la menor oportunidad, buscará la manera de desafiar la autoridad paterna para situarse por encima, llegando incluso a fugarse de casa si la presión ya ha alcanzado cotas muy elevadas; mientras que si el padre abandona la lucha, probablemente el conflicto bajará a niveles más negociables.

Caminar despacio Como en música, cada cambio tiene su "tempo" e intentar acelerarlo sólo desemboca en estridencias. Problemas que han ido cristalizando a lo largo de los años no pueden desvanecerse por arte de magia (por cierto: la magia en psicoterapia no existe) en unos pocos días. Es preciso asegurar el objetivo final consolidando previamente cada una de las conquistas logradas. La actitud más importante a desarrollar a lo largo de este camino pausado es la de observador inteligente que aprende de cuanto examina y reconoce las leyes ocultas en los fenómenos que contempla, de manera que su sensación de control sobre la situación que está manejando se fundamenta cada vez con mayor solidez en su comprensión de las relaciones entre lo que hace y lo que obtiene. También es bueno tener en cuenta que la solución de un problema, de cualquier problema, por importante que sea, no supone la inauguración de una etapa de felicidad perpetua para el resto de los días de existencia, sino que, más bien, la vida es una sucesión de problemas y que, tras el que acabamos de dejar atrás, seguramente nos espera otro. Pero hay que saber también que un problema es sólo eso: una situación a la que conviene poner remedio. No se trata ni del fin del mundo ni de algo "horroroso". Áreas de cambio Según la estructura del problema al que debemos enfrentarnos en un momento dado, puede que sea necesario enfocar nuestro objetivo hacia los aspectos interpersonales de una relación o quizás el problema esté principalmente ubicado en nosotros mismos, con lo que el terreno de juego va a ser nuestra actitud personal.

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Sea cual sea el área conflictiva, los cambios que podemos proponernos iniciar pueden estar dirigidos hacia tres aspectos de la realidad social o personal: – El ámbito interno de los pensamientos y cogniciones. – El mundo de los afectos y sentimientos más íntimos. – El área concreta de las acciones personales, de la conducta observable. Los tres espacios constituyen, en realidad, aspectos parciales de la realidad global del funcionamiento humano: La filosofía básica de la vida –el mapa general de referencia, podríamos decir, o la base teórica de la "postura personal"–, constituye el sustrato a partir del cual se activan las valoraciones correspondientes a cada situación concreta en la que nos hallamos, la definición de uno mismo y de los demás, con todas las derivaciones que ello implica sobre aspectos tales como autoestima, juicios sobre los otros, expectativas, etc.. A nivel operativo se concreta en una especie de diálogo interno permanente, más o menos consciente, que mantenemos con nosotros mismos, ya sea en forma verbal o de imágenes. El clima afectivo se genera principalmente a partir de las valoración subjetiva de los acontecimientos que nos toca vivir en un momento dado, en el sentido de que los juicios personales pueden modular la intensidad de una emoción ya sea magnificándola o minimizándola (recuérdese la referencia a la teoría RacionalEmotiva de Albert Ellis apuntada en el apartado "Problemas sin dueño" del capítulo II). Además, la percepción personal de la intensidad de una emoción es utilizada como criterio confirmador de los presupuestos filosóficos de partida. El repertorio de conductas de cada cual está en función de sus presupuestos filosóficos básicos al tiempo que participa también de la esfera afectiva en el sentido de que el actuar o abstenerse de hacerlo en función de las creencias de base, activa determinados estados emocionales. Además, los actos concretos sirven a su protagonista para consolidar su propia visión del mundo y de sí mismo.

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Esta triangulación mutuaSENTIMIENTOS mente confirmatoria puede alterarse, sin embargo, modificando alguno de sus elementos: Si forzamos un camCREENCIAS COMPORTAMIENTO bio filosófico mediante debate y cuestionamiento de los planteamientos cognitivos de base, es posible modificar los sentimientos asociados al planteamiento primitivo y arriesgarse a iniciar nuevas conductas fundamentadas en los nuevos puntos de vista que se van consolidando. Por otra lado, si nos "arriesgamos" a realizar nuevos comportamientos que no figuraban inicialmente en el repertorio personal, es posible que algunos de los presupuestos teóricos de base tengan que ser modificados. Finalmente, también es posible forzarse a modificar un sentimiento llevándolo hasta niveles "razonables" o tolerables, tal como propone Albert Ellis con sus ejercicios de "imaginación emotiva", en los que invita al sujeto a representarse una situación problemática al tiempo que se esfuerza en mantener un nivel de emociones adecuadas, lo cual le lleva a efectuar algunos reajustes en su manera de pensar posibilitándose, por consiguiente, nuevas maneras de actuar en esa situación inicialmente problemática. Pues bien, estos cambios mínimos, lentos y dirigidos a modificar algunos aspectos de la posición personal pueden iniciarse sobre cualquiera de los tres aspectos del funcionamiento global. No obstante, como normalmente es más fácil ejercer un control directo sobre las acciones, será en esta área donde se centrarán la mayor parte de los intentos de cambio voluntariamente iniciados.

Cambiar la estrategia: "Si lo que estás haciendo no funciona, haz algo diferente". No debemos perder de vista esta máxima fundamental en la filosofía del cambio estratégico ya que toda acción encaminada a la obtención

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de un nuevo resultado debe partir de la novedad, de la diferencia respecto a los viejos caminos trillados cuyo indeseable destino ya conocemos de sobra. La clave fundamental del cambio se sitúa en la "postura personal". A menudo es este empeño en ganar el partido de tenis lo que provoca que el juego se prolongue indefinidamente, mientras que el hecho de deshacerse de la raqueta propiciaría la conclusión inmediata del partido. Por eso, a nivel general, lo que se debe perseguir a la hora de poner fin a cualquier situación de conflicto consiste en adoptar una postura diametralmente diferente a la mantenida hasta ese momento. Veamos las posibilidades de acción en cada una de las diferentes categoría problemáticas que se han señalado anteriormente (véase capítulo IV):

Forzar lo espontáneo Frente al empeño persistente en conseguir, sin resultado alguno, que se produzca aquello que sólo puede ocurrir de modo natural, la única postura que cabe adoptar para abrir una vía hacia resultados diferentes es, precisamente, empeñarse en no lograr aquello que deseamos conseguir. Este camino aparentemente absurdo es ampliamente utilizado en psicoterapia, por ejemplo a partir de técnicas paradójicas tales como la prescripción del síntoma que propugna Viktor Frankl1 así como otros muchos autores. Se puede constatar fácilmente que la mayor parte de los síntomas fisiológicos como el insomnio o las disfunciones sexuales son mantenidos, en buena medida, por la exigente demanda de que las cosas funcionen de manera diferente: Cuanto más empeño pone el insomne en lograr caer dormido, mayor ansiedad se genera a sí mismo con sus exigencias de aprovechar al máximo las pocas horas que le quedan hasta el momento de tener que levantarse. Si en lugar de angustiarse por el reloj o la perspectiva de un día somnoliento, se dedicara a disfrutar de su música favorita o de una lectura apasionante, o bien se afanara en hacer la limpieza del cuarto 1. Viktor E. FRANKL: Logoterapia y Análisis Existencial, Barcelona: Herder, 1990.

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trastero, como mínimo, se desestresaría y, muy probablemente, llegaría a caer rendido cuando menos se lo esperara. Del mismo modo, cuanto más se esfuerza en experimentar una erección la persona afectada de impotencia, más es presa de su propia ansiedad de expectación y, en consecuencia, más dificultades experimenta para lograrlo con lo que su frustración aumenta, añadiendo un nuevo problema a la situación, mientras que si aceptara de entrada su dificultad y se centrara más bien en el juego amoroso, en el que es posible participar sin erección alguna, sus probabilidades de lograrla aumentarían significativamente. También, el pretender forzar el nacimiento de un determinado sentimiento en otra persona es encuadrable en este apartado. Conozco un puñado de casos de padres o madres separados que, dolidos por el hecho de que sus hijos parecen más encariñados con el padre con quien conviven habitualmente, se empeñan en obligar a los pequeños a que los quieran a ellos en las fechas que el juez les ha estipulado como régimen de visitas cuando lo más razonable sería partir del hecho de que es lógico que el niño se sienta más apegado hacia la persona con la que convive habitualmente y tratar de ganar su cariño no por decreto y a fecha fija, sino mediante detalles y a lo largo de todo el año.

Evitar lo temido Cuando alguien siente aprensión ante una situación es porque se ve a sí mismo sin los recursos pertinentes para hacerle frente y salir airoso. En consecuencia, la reacción más inmediata consiste en tratar de esquivar la situación. Pero de ese modo se pierde la oportunidad de adquirir la práctica necesaria para el desarrollo de esos recursos de los que no se dispone. Este es el caso de las fobias y de las situaciones ansiógenas en general. Cuanto más se evita un estímulo temido, mayor temor llega a producir con lo que las conductas de evitación se vuelven más dominantes en el futuro. La única manera de superar el temor a una situación es entrando en escena y haciendo frente al miedo que ese estímulo desencadena. Sin embargo, hay que hacer una matización: las personas fóbicas a menudo se comparan con quienes no experimentan su

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temor irracional y, al comprobar que los demás superan sin la menor dificultad las situaciones que para ellos resultan totalmente insoportables, se ponen como meta "agarrar el toro por los cuernos" y enfrentarse a sus miedos hasta aplastarlos... con el resultado de que, con frecuencia los aplastados son ellos mismos. La actitud correcta para enfrentarse a lo que se teme consiste, por el contrario, en enfrentarse a la situación pero partiendo de una idea de falta de dominio ante ella, tal como hacen, por ejemplo, los oradores nerviosos que comienzan su disertación anunciando al auditorio su estado de nervios. Del mismo modo, alguien que teme a los ascensores, puede probar a utilizarlos mientras comprueba cómo su corazón se acelera (no estaría mal que observara su tasa cardíaca y la anotara en una libretita a intervalos de un minuto, así como cualquier otro síntoma de angustia que vaya sintiendo en su organismo) y hace predicciones acerca de cuál será el piso más cercano en el momento en que pierda el conocimiento. O bien, si todo eso le parece excesivamente angustioso, puede dedicarse a planificar con todo cuidado el día en que decidirá, por fin, subir a un ascensor: hasta qué piso llegará y si va a realizar la experiencia sólo o en compañía de alguien que le inspire seguridad; a continuación deberá visualizar toda esa situación varias veces hasta el más mínimo detalle mientras se encuentra en un estado de relajación lo más completo posible, y todo esto durante varias jornadas. Llegado el día del desafío, volverá a relajarse profundamente mientras activa pensamientos de tranquilidad y bienestar. Después, se dirigirá al ascensor elegido y esa vez ni siquiera intentará subir, sino que lo aplazará hasta el día siguiente en el que sólo subirá hasta dos pisos por debajo del nivel inicialmente propuesto (en todo caso no debe subir más allá de un par de pisos) y así sucesivamente. El primer procedimiento de hacer frente a la claustrofobia se relaciona con la técnica de la "terapia implosiva" y puede ser muy eficaz a corto plazo. El segundo enfoque está más próximo al espíritu paradójico que, en realidad, puede fomentar un auténtico deseo de "meterse en harina" de una dichosa vez en lugar de andarse con tanto rodeo.

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Defender el baluarte Esta es la postura clásica del "partido de tenis". La actitud que deberían desarrollar aquellos que siempre están empeñados en salirse con la suya para demostrar su dominio es la de aprender que el auténtico poder se demuestra consiguiendo que el otro funcione de la manera que uno desea pero sin que se de cuenta de que en realidad está siendo manejado. Se trata de una especie de Judo psicológico en el que, como en la lucha japonesa, en lugar de oponerse frontalmente a la fuerza del adversario, se emplea, precisamente, su propia energía para hacerle caer. Si alguien se lanza contra uno para derribarlo y el atacado se empeña en parar el golpe, en realidad lo único que hace es ayudar al agresor a mantenerse en pie, mientras que si se aparta, es muy fácil que el agresor caiga por su propio impulso. Conozco a una pareja de "aries" –en realidad ignoro su signo zodiacal ni, por supuesto, me importa en absoluto conocerlo– cuyas interacciones más habituales consisten en darse cabezazos de oposición dialéctica. Cuando acudieron en demanda de asesoramiento psicológico, en realidad pretendían una especie de juez que otorgara la razón a una de las partes en detrimento de la otra por lo que quedaron un tanto frustrados cuando les expliqué que esa no era mi función. Después de algunas sesiones con cada uno de los cónyuges por separado, procuré explicarle a la mujer –dado que ella era la que más sufría y, en realidad, era quien había demandado la terapia– cómo podía hacer en concreto para practicar esta clase de "Judo psicológico", pero ella lo interpretó como una propuesta para "ceder" ante las injusticias del marido. Cuando por fin logré hacerle entender que la inteligencia es la forma más refinada de poder, ella empezó a vislumbrar numerosas maneras de lograr salirse con la suya a partir de una aparente actitud de sumisión ante su esposo. Se guardó su "puño de hierro" y empezó a entrenar su "mano izquierda" con unos resultados muy esperanzadores. En definitiva, frente a la actitud de tener razón en todo momento y querer salirse siempre con la suya, se debe aprender a mantener una posición de debilidad aparente, lo cual puede implicar desde la sustitución del imperioso "tienes que" por un más amable

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"por favor, ¿podrías...?", pasando por técnicas más sutiles como el desconcierto para captar la atención (dado que en las interacciones beligerantes la otra parte puede estar tan enfrascada en el despliegue de su propio ataque que no capte las señales de cambio que empezamos a emitir, se pueden aplicar fórmulas de "choque" que provoquen la sorpresa de nuestro oponente) o estratagemas de "sabotaje benévolo" que ejemplificaremos en el capítulo siguiente.

Defensa acusadora Cuando el problema más acuciante entre dos personas consiste en un típico círculo vicioso que comienza con la imputación por parte de uno de los protagonistas de determinados comportamientos perversos en el otro y, ante la defensa negadora del acusado, se utiliza esa misma negación como prueba de su mala disposición para reformarse, lo que ocurre, en realidad, es que se está iniciando un círculo vicioso tan tupido que es imposible intentar buscar una salida "razonable". Este puede ser el caso de un ludópata en vías de cura: si cada vez que llega a casa su esposa le interroga acerca de sus incursiones en las máquinas tragaperras y éste niega haberse gastado ni un duro en tal vicio, pero su negativa es interpretada como una mentira defensiva, la situación puede llegar a ser tan asfixiante que induzca al presunto jugador a incurrir nuevamente en su hábito, como un medio de venganza frente a la actitud inquisitorial de la que ha de protegerse cada día. Mi paciente paranoica, de la que ya he hablado en capítulos anteriores, vive muy preocupada pensando si no estarán hablando de ella a sus espaldas. Una y otra vez interroga a quienes conviven con ella, pero nunca se queda satisfecha con las negativas que recibe; más bien sospecha que se confabulan para ocultarle la verdad de sus veladas murmuraciones. En cierta ocasión que acudió a la consulta acompañada por su madre aproveché para hablar con ésta y organizar una estrategia que pudiera servir a toda la familia para aliviar un poco su tensa situación. De este modo, en presencia de la joven, di a la madre instrucciones en el sentido de que, cada vez que la chica les preguntara si habían estado hablando de ella, le contestaran sistemáticamente en sentido afirmativo. Me aseguré de

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que la joven había comprendido bien lo que le esperaba cuando volviera a la carga con sus dudas martirizantes y aguardé hasta la consulta siguiente. En la siguiente sesión, en efecto, mi paciente me informó de que la situación se había convertido en una especie de juego aburrido porque desde la vez anterior ya no sabía si sus familiares habían estado hablando realmente de ella o si se limitaban a seguir mis instrucciones, con lo que su obsesión por interrogarles continuamente había decaído notablemente. En resumen, para romper el círculo de las "coartadas acusatorias", la actitud a desarrollar consiste en confirmar las dudas en lugar de oponerse a ellas. Si, al contrario que en el caso de mi paciente paranoide, la otra parte desconoce las reglas del juego, habrá que provocar su desconcierto recurriendo a confirmar sus dudas unas veces con un inequívoco aire burlón y otras veces con un talante completamente serio, de manera que ya nunca sepa a qué atenerse.

La práctica de la teoría A estas alturas es posible que ya se haya perfilado alguna zona conflictiva concreta sobre la que se desea iniciar algún cambio positivo. Por lo que llevamos expuesto, debería estar ya bastante claro que el problema, si bien lo miramos, no radica en la "causa" que ha dado origen a la demanda de cambio –eso pertenece al pasado y nosotros sólo podemos actuar sobre el presente concreto– ni, mucho menos, es el inevitable fruto de un caprichoso "destino" del que somos juguete. El problema, más bien, radica en aquello que estamos haciendo para conseguir que las cosas permanezcan inmutables, en la misma situación indeseable en la que se encuentran; el problema es la solución y todos nuestros esfuerzos deben orientarse a propiciar un cambio en la estrategia que abra nuevas posibilidades de resolución no intentadas hasta la fecha. Por ello, el objetivo de este capítulo apunta claramente a la ruptura del círculo vicioso, no abriendo un gran boquete en la estructura de nuestra conducta habitual, sino, sencillamente, permitiendo

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que se inicie una leve ranura a través de la cual pueda empezar a salir parte de la presión que estamos soportando con nuestra actitud.

Determinar el círculo vicioso Tal vez las prácticas iniciadas en capítulos anteriores puedan servir como punto de partida, o, a lo mejor, este es el momento de centrarse en un área diferente, de mayor relevancia que las que se han venido utilizando para realizar los ejercicios anteriores. En todo caso, el primer movimiento va a consistir en determinar la relación problema-solución ineficaz mantenida hasta el momento y para ello, hay que definir con todo detalle ambos parámetros: a) El contexto: Especificar el área elegida a nivel de comportamientos. Si el asunto sobre el que se ha decidido trabajar está enunciado en términos excesivamente abstractos, conviene concretarlo hasta especificar niveles de comportamiento muy definidos (por ejemplo, si el área de cambio propuesta es inicialmente tan amplia como "reducir mi inseguridad", será necesario matizarla inicialmente con expresiones más precisos que incluyan elementos como: – Momento (¿por la mañana, por la tarde, cuando hay mucha gente, cuando me quedo solo...? – Lugar (¿en el trabajo, en casa, en el restaurante...?) – Personas implicadas (¿el jefe, los amigos, los suegros, determinado proveedor o cliente...?) – Comportamiento específico –propio y de los otros (¿quedarse callado, ponerse colorado, salir huyendo, hablar por los codos...?; ¿los otros miran, se sonríen, dicen algo en concreto, levantan la voz, amenazan ...?) b) La solución intentada: Determinar claramente todas las tentativas puestas en marcha para poner fin a la situación que, evidentemente, no han tenido éxito hasta el momento. He aquí algunos más frecuentes de intentar provocar un cambio: – Castigar, reñir, amenazar, advertir – Esforzarse más en lograrlo, exigir(se), imponer – Desistir, abandonar, rehuir – Razonar, sermonear ... ... ...

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c) La actitud implicada en la solución ineficaz, como por ejemplo: – Demostrar que tengo razón – Hacerles ver que no se pueden arreglar sin mí – Demostrar(me) que no soy menos que ellos – Echarles en cara el daño que me hacen – Mantener el control de mis emociones – Sentirme protegido – No complicarse la vida – Hacerles pagar sus errores – Evitar discusiones Determinar la postura personal que mantiene determinado comportamiento no siempre es tarea sencilla. Los humanos somos unos expertos en el arte de engañarnos a nosotros mismos. De hecho, los "mecanismos de defensa" de los que tan largamente se ha venido ocupando la literatura psicológica no son otra cosa que argucias de las que todos nos servimos para mantener alta la propia autoestima a base de ocultarnos la realidad. Por eso, este paso ha de ser encarado con firme delicadeza de manera que no constituya un descubrimiento doloroso, pero, al mismo tiempo, que sea afrontado con decisión. De hecho, la cumplimentación de esta fase constituye más de las tres cuartas partes de la solución del problema.

Romper el círculo por el punto diametralmente opuesto Una vez que se ha determinado la actitud personal oculta, no será difícil determinar la postura que constituye su polo opuesto. Pues bien, una vez realizada esta constatación, será necesario iniciar una nueva vía en esa dirección, diametralmente diferente a todo lo intentado hasta el momento, en la seguridad de que sólo intentando algo diferente podremos alcanzar otro resultado.

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Algunas actitudes personales y sus correspondientes opuestos -Tengo razón. -Soy imprescindible.

-Me equivoco muchas veces. -Los otros pueden ser autosuficientes. -Hay muchos que me superan. -Puedo soportar mucho más. -Soy muy capaz de asumir riesgos. -No necesito hacer alardes.

-No soy menos que nadie. -Sufro intensamente. -Tengo que protegerme. -Tengo que demostrar quién soy. -No quiero complicarme.

-Asumo cualquier compromiso. -“Perdóname”. -Quiero que me expliques muchas cosas.

-“Me las pagarás”. -No voy a discutir contigo.

Resumen Estructura lógica de la solución de problemas: PROBLEMA de otro

mío INTENTOS DE SOLUCIÓN funciona

no funciona

SEGUIR

NUEVA SOLUCIÓN

FIN

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Esquema de la solución de problemas:

El problemas es:

La nueva solución a intentar será:

- Me empeño en que suceda algo que sólo puede ocurrir espontáneamente.

- Hacer lo posible por que no ocurra (Ej.: mantenerse despierta para combatir el insomnio).

- Trato de evitar algo.

- Programarse para hacer un mal papel en la confrontación (Ej.: empiezo a hablar en público confesando mi nerviosismo).

- Quiero salirme con la mía.

- Me pongo en manos de mi oponente (Ej.: pido la colaboración de mi hijo en lugar de empeñarne en que me obedezca).

- Tengo que defenderme continuamente de acusaciones injustas.

- Doy la razón a mi acusador sistemáticamente (ej.: siempre afirmo que he (fumado, bebido, jugado...) cuando me lo preguntan, tanto si lo he hecho como si no).

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7 ESTRATEGIAS PARA EL CAMBIO "Si no tiene ningún sentido, nos evita un montón de preocupaciones ya que no necesitamos encontrarle ninguno" El rey de la baraja en Alicia en el país de las Maravillas. Lewis Carroll

La bola de nieve Prepararse para cambiar puede ser una tarea más complicada de lo que a primera vista parece. El cambio es un arte, tal como demuestra Paul Watzlawick en su obra1 y como en todo arte, se pueden utilizar determinadas técnicas, seguir ciertas pautas estandarizadas y hasta esforzarse en utilizar las cantidades exactas de la "receta", pero la obra completa depende de algo más que de la aplicación mecánica de unas cuantas operaciones infalibles. A la hora de diseñar una estrategia de cambio, es preciso partir no de unas normas prefijadas ("¿de qué se trata aquí?: ¿de un intento de "forzar lo espontáneo? ¡Ah, bien! entonces lo que tengo que aconsejar es que boicotee sus intentos de éxito") sino de la comprensión de la postura personal del sujeto que demanda ayuda o de la actitud propia que, sistemáticamente, nos conduce a obtener el resultado que menos deseamos. Entonces, ¿cómo diseñar la estrategia de cambio con las mayores garantías de éxito?, ¿cómo aplicar las instrucciones de la receta para conseguir un guiso comestible y hasta sabroso? 1. Paul WALTZLAWICK: El arte del cambio, Barcelona: Herder.

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Los dos elementos básicos ya han sido comentados en anteriores capítulos; no obstante, dada su importancia fundamental, no estará de más recordarlos de nuevo brevemente:

Fijar un cambio mínimo Ante todo, hay que mentalizarse de que un largo camino sólo se puede recorrer paso a paso, o de que para descargar un camión de varias toneladas, la única forma posible de hacerlo es procediendo a vaciarlo saco a saco. En un buen guiso es importante ajustar las cantidades mínimas de los condimentos que lo acompañan; suficientes para potenciar su gusto, pero no tan abundantes que lleguen a encubrir el sabor característico del plato. Del mismo modo, se ha de proceder a iniciar cualquier cambio: contando con el efecto bola de nieve y en la seguridad de que una vez desencadenado, las cosas rodarán por sí solas. Los objetivos, por lo tanto, han de ser lo bastante modestos para que puedan llegar a alcanzarse sin demasiado esfuerzo, pero lo suficientemente significativos como para que el nuevo estado de cosas empiece a hacerse evidente, de tal manera que se tenga la sensación de que se va cumpliendo un objetivo tras otro. Concederse todo el tiempo preciso Por seguir con el símil culinario, podemos entender fácilmente que un plato necesita su tiempo exacto de cocción: si se apura demasiado, posiblemente quedará sin hacerse por algunas zonas, mientras que, si se deja demasiado tiempo al fuego, puede quemarse. En todo caso, a efectos digestivos, siempre será mejor que los alimentos estén un poco pasados antes que crudos. Otro tanto ocurre con los cambios. Para que una nueva conducta o relación queden debidamente asentadas es necesario que se fragüen durante el tiempo necesario. El desarrollo de nuevos hábitos requiere la práctica repetida de determinadas acciones, progresivamente con mayor maestría, hasta su perfecta consolidación. Todo lo novedoso requiere un tiempo de adquisición y de asentamiento por eso mismo, es importante no apresurarse con los cambios; es más, todo terapeuta consciente se encargará de atemperar

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los ímpetus arrolladores de los consultantes excesivamente impacientes por el logro de sus metas personales. Otros aspectos no menos importantes para propiciar un cambio efectivo son los siguientes:

Recolocar elementos más que "curar" actitudes La filosofía del cambio parte Enfoque sistémico: de una perspectiva sistémica; es decir, no considera al individuo "disfuncional" independientemente de su entorno. De esta manera, se aparta decididamente del modelo médico tradicional en el que la única estrategia consiste, básicamente, en actuar sobre el Si una naranja está aplastada... paciente para forzar una variación en sus funciones o metabolismo que le acerquen a la normalidad. El enfoque sistémico, por el contrario, no aísla a la persona de su entorno social significativo, del que es una parte constituyente, sino que considera la disfuncionalidad individual como una manifestación del carácter propio de las relaciones que se establecen entre todos los miembros del sistema. El objetivo del terapeuta del cambio no va a ser actuar sobre el "órgano enfermo" del paciente, sino recolocar las piezas del rompecabezas social de manera que, a semejanza de los juguetes móviles que cuelgan del techo de las habitaciones de algunos niños, el movimiento de una de las partes llegue a repercutir en todas las demás. Y, a menudo, la primera pieza que conviene cambiar no es el "paciente" designado, sino la actitud de algunas personas de su entorno ... algo tendrá que ver el resto familiar: del montón.

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Jaime tiene diecinueve años y ha venido a consulta debido a su estado depresivo. La madre explica que el curso pasado ha iniciado la carrera de arquitectura pero que, debido a su carácter introvertido, no ha conseguido encajar ni en la escuela ni en la residencia de estudiantes donde se alojó durante ese año, con el resultado de un suspenso casi general en todas las asignaturas. Al comenzar el nuevo curso, Jaime se encuentra sin ánimos para enfrentarse de nuevo a la misma situación. El chico ha pensado en cambiarse de carrera y empezar a estudiar una ingeniería técnica que podría cursar en la misma ciudad de residencia familiar y con esta perspectiva se muestra más tranquilo y esperanzado. Durante la entrevista inicial en la que madre e hijo están presentes, la madre trata de dar ánimos a su hijo con frases como la siguiente: –"Tú sabes que en casa nadie te dice que tengas que volver a arquitectura... pero es una lástima que pierdas las asignaturas que tienes aprobadas" (el joven tensa los músculos y se echa hacia atrás, encogiéndose, en la silla). Más adelante, la madre vuelve a intervenir con otro de sus argumentos: –"Puedes estudiar lo que más te guste... pero elige algo que tenga salida el día de mañana" (el chico se derrumba literalmente mientras mira al terapeuta como pidiendo socorro) La entrevista prosigue con la misma tónica de acoso por parte de la madre y de indefensión del muchacho. Evidentemente, lo primero que parece necesario arreglar antes de intentar ningún tratamiento para la depresión de Jaime, o una terapia encaminada a "curarle" de su actual depresión, es la interacción madre-hijo en la que el chico parece haberse quedado desarbolado ante el impetuoso avance de la mujer que le ha comido todo el terreno de las iniciativas propias para satisfacer su anhelo de tener un hijo arquitecto.

Aprovechar los recursos existentes Cuando nos centramos en el problema que nos acucia, a nosotros mismos o a un consultante, el campo de visión estratégica parece que tiende a estrecharse. La idea de orientar todos los esfuerzos

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hacia la búsqueda de una salida factible puede hacer perder la perspectiva de conjunto de todas las potencialidades positivas, así como de los episodios de la historia personal que culminaron con la resolución exitosa de alguna situación conflictiva anterior, que guarde más o menos similitud con las circunstancias presentes. Pero lo cierto es que, a menudo, se pueden encontrar en algunos mapas internos recónditos, actitudes personales que se han sabido aplicar a otros problemas con resultado satisfactorio y, entonces, mejor que recurrir a lo novedoso, parece más seguro y económico echar mano de lo que ya ha probado ser efectivo, lo cual proporciona al sujeto, además, una mayor sensación de control sobre los resultados. Por eso mismo, es crucial realizar un estudio previo de la capacidad del sujeto, en el caso de que estemos actuando como terapeutas, o de las propias habilidades personales, si se trata de llevar adelante un trabajo personal, a la hora de poner solución a otros problemas más o menos similares al que nos ocupa. Luis es un sujeto de cincuenta y seis años, que acudió a consulta debido a su grave problema con las máquinas tragaperras. En el momento de solicitar terapia, estaba endeudado en varios cientos de miles de pesetas por causa del juego y su vida familiar estaba seriamente amenazada por esta causa. En la entrevista inicial observamos que Luis era un "poliadicto" que había tenido problemas con prácticamente todas las "sustancias" legales existentes: fumaba tres paquetes diarios de cigarrillos; sus problemas de juego no se limitaban a las máquinas, sino que también había tenido serias dificultades con el bingo –hasta que decidió autodenunciarse para que le fuera impedida la entrada en las salas de juego– y se gastaba semanalmente una buena cantidad de dinero en los diferentes tipos de lotería existentes. Además, había tenido problemas con el alcohol y en la actualidad estaba tomándose altas dosis de emetina (una sustancia que, con el alcohol, provoca el vómito y puede servir como método de disuasión para quienes no tienen el suficiente autocontrol) para impedirse ingerir bebidas. Intentamos inicialmente un tratamiento "de choque" mediante técnicas de hipnosis que, si bien tuvieron un éxito parcial, no lograron erradicar totalmente el problema de ludopatía de Luis por lo

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que, tras algunas sesiones, decidimos aplicar el sistema de cambio lento o "bola de nieve". Lo que nos había llamado la atención desde el principio era la buena voluntad de nuestro consultante en poner fin a sus excesos con el juego, así como su convencimiento de que era incapaz de desarrollar la más mínima "fuerza de voluntad" para lograr un cambio. De hecho, el control sobre el alcohol lo estaba manteniendo por medios externos a sus recursos personales (emetina). Por otra parte, Luis nos relató que durante una larga temporada había dejado de fumar, sustituyendo los cigarrillos por pastillas y caramelos (lo que le llevó a engordar una buena cantidad de kilos). Partiendo de la base de que él, efectivamente, carecía de fuerza de voluntad (¡cómo nos íbamos a empeñar en recurrir a algo que no estaba bajo nuestro control directo ni del suyo propio, según su punto de vista!), le hicimos ver que, de todos modos, él sabía echar mano de mecanismos externos de control cuando lo consideraba oportuno: la emetina en el caso del alcohol, los caramelos frente al tabaco... Al interesarnos en la razón para haber decidido poner en práctica una solución tan extrema con el alcohol como las sustancias vomitivas, Luis explicó que había sentido mucha vergüenza alguna vez que sus amigos y conocidos lo habían visto bebido y que, por "vergüenza", se había impuesto esa solución. Aprovechando la propia actitud de Luis lo invitamos a que pensara de qué manera podía lograr sentirse avergonzado por jugar en las máquinas tragaperras. El no encontraba motivo ninguno; de hecho, era capaz de jugar cómodamente en presencia de sus amigos –alguno de los cuales también estaba "enganchado" en las máquinas– sin sentir ningún apuro. Del mismo modo, era capaz de sacar pequeñas cantidades de dinero en su banco habitual sin sentirse molesto por las posibles sospechas del cajero (Luis había renunciado a su tarjeta para operar en cajeros automáticos por obvias razones de control). Como el objetivo que habíamos convenido de antemano con nuestro cliente consistía en no recurrir al banco ni a amigos para no desequilibrar la economía doméstica, le sugerimos entonces que se comprometiera, cada vez que fuera a retirar dinero en la sucursal

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bancaria o a pedírselo prestado a algún amigo, a comentarle al cajero o al amigo, que el dinero era, en realidad, para gastarlo en las máquinas tragaperras. A Luis le horrorizó la idea, pero él mismo comentó que no resultaba mucho peor que ingerir emetina para activar una cierta aversión por el alcohol. En la actualidad, Luis ha liquidado todas sus deudas de juego, dice sentir tentaciones de jugar unas "doce veces al año" y, cuando incurre en alguna de ellas, es a costa del dinero que lleva tasado para sus dos cafés, pero no lo pide prestado ni lo retira de su cuenta. Curiosamente, aunque éste no había sido un objetivo explícito del contrato terapéutico, ha rebajado sus dosis de emetina y sólo recurre a ella los días que él considera de alto riesgo de bebida, por ejemplo, si tiene que acudir a alguna fiesta o celebración familiar. Además, tras el último chequeo médico en su empresa ¡ha empezado a plantearse el dejar de fumar!

Mantener una actitud pesimista No está de más contar con la naturaleza humana, falible por definición, y prever de antemano la posibilidad de fallos, errores y retrocesos a la hora de seguir un plan de acción. Quien ha sido fumador empedernido durante muchos años y decide dejar el tabaco, muy probablemente se verá envuelto en una larga lucha consigo mismo antes de tener éxito; en todo caso, sería un iluso si tratara de engañarse a sí mismo imaginándose capaz de lograr su objetivo de abstención total sin el menor esfuerzo y apelando exclusivamente a su capacidad de razonar consigo mismo. Cuando la tarea a encarar está enraizada en una larga serie de años de permanencia del problema parece, cuando menos, prudente prepararse para bregar con numerosas dificultades, e incluso esperar algunos fracasos. Tal vez sea conveniente rebajar el nivel de los objetivos apuntados inicialmente; quizás haya que mentalizarse para remontar una recaída. Lo cierto es que la vida sigue más bien una trayectoria sinuosa de modo que cuando nos sentimos en un momento pleno deberíamos pensar que, probablemente, el siguiente tramo será descendente por lo que tendremos que aprender a aceptar los altibajos

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como una parte integrante del propio camino que, inexcusablemente, tenemos que recorrer. Gerardo es un estudiante universitario que ha cursado los dos primeros años de su carrera de ingeniería industrial a trancas y a barrancas. Este curso, se encuentra con que lleva demasiadas asignaturas arrastrando y se propone realizar un importante esfuerzo para ponerse al día aprobando casi todas las que tiene pendientes de cursos anteriores. Pero el "historial clínico" de Gerardo está lleno de buenos propósitos incumplidos, de autoengaños con el tema de "esta vez sí"; por eso mismo, cuando nos pide consejo, mostramos nuestro escepticismo y le hacemos ver que difícilmente podrá llevar adelante sus planes dado su carácter voluble. Le explicamos que, teniendo en cuenta sus antecedentes de inconstancia, sería mejor que decidiera matricularse sólo de un par de asignaturas en la esperanza de que las saque adelante entre Junio y Septiembre. Paradójicamente, con esta actitud de pesimismo se cubren varios objetivos simultáneamente: Se normalizan el fracaso y las recaídas y así, al aceptar mejor los errores, dejan de constituir un lastre para el avance hacia los objetivos deseados; se estimula el amor propio de algunas personas que encuentran en el desafío implícito de tal actitud pesimista un motivo para superarse, o bien se marcan unos objetivos más modestos y razonables, más fáciles de alcanzar y más estimulantes, a la hora de proponerse nuevos logros más importantes. Si bien se mira, el conjunto de los factores anteriores constituyen pequeños elementos a partir de los cuales la bola de nieve puede comenzar a rodar sin grandes esfuerzos, de un modo sutil hasta desembocar en cambios notables. Examinemos a continuación algunas estrategias concretas de cambio:

Guiones para el cambio El boicot bienintencionado Retomemos el caso de Patricia, la joven universitaria con la que comenzábamos el capítulo anterior. Su comportamiento puede

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ilustrar la actitud de "lucha por el poder" por cuanto, a pesar de los esfuerzos de sus padres, ella no parece muy dispuesta a cambiar su conducta ni respecto a sus estudios ni en casa. Es más, cada vez que la madre se enfrenta con ella para intentar inculcarle una dosis mínima de sentido del orden, ella transforma su habitual resistencia pasiva en una lucha abierta con la madre en la que los gritos y desplantes se prodigan por ambas partes. Se quejaba la madre de la falta de consideración de Patricia, que llegaba a dejar tiradas sus compresas sin preocuparse de quien las iba a recoger por ella. Comentando este incidente en una de las consultas que se mantuvieron con los padres de la chica, encontramos pie para sugerir una actuación contrapuesta a la actitud beligerante de la madre que, simultáneamente, sirviera para responsabilizar a la chica del orden de sus pertenencias y pudiera abrir el camino a una redefinición de los papeles desempeñados en el seno de la familia. En concreto, se le sugirió a la madre que, cada vez que se encontrara con una compresa o ropa sucia de la chica tiradas en cualquier lugar donde no debieran estar, en lugar de recogérsela o echarle una reprimenda a la chica por su abandono, se la dejara encima de la cama –que, por supuesto, estaría sin hacer– sin el menor comentario. En el caso, más que probable, de que Patricia protestara por el inoportuno hallazgo entre las sábanas, la madre no debería enzarzarse en una disputa con ella, aprovechando la ocasión para hacerle ver el caos de su habitación, sino que debería limitarse a explicarle, en tono de disculpa, que había recogido la prenda del suelo y que luego, al entrar en la habitación para ventilarla, seguramente la habría dejado olvidada sobre la cama. También se le indicó que tratara de diseñar situaciones similares a este prototipo de actuación, de manera que Patricia percibiera una actitud "extraña" en su madre que ya no entraba en el habitual combate "cuerpo a cuerpo" que solían mantener por temas similares. Por su parte, el padre, si lo consideraban necesario, debía mostrar una cierta despreocupación por los estudios de Patricia y centrarse más en la madre, como si estuviera muy preocupado por el estado emocional de ésta.

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No es de extrañar que con este nuevo ambiente familiar de fondo, todas las alarmas mentales de Patricia saltaran a la vez: de pronto, su hogar ya no era el lugar estructurado y seguro donde había podido descargar cómodamente sus problemas, sino que empezó a tener la percepción de que "algo" podía ir mal, con lo que se vería privada de su refugio de seguridad. Poco a poco la conducta de Patricia fue evolucionando hacia una mayor preocupación tanto por sus estudios (de hecho, al final del curso, consiguió aprobar sus asignaturas pendientes de primero y alguna de segundo curso) como por el orden de sus cosas y la buena marcha de la casa en general. Incluso la tirante relación de lucha de poderes con su madre se convirtió en una mayor confianza y apoyo mutuos. Los cambios propuestos en esta intervención están bien claros: Se comenzó reformulando la queja inicial de los padres en el sentido de explicarles que Patricia no tenía nada anormal, sino que su comportamiento era fruto de su exceso de preocupación en relación a la educación de la chica. El cambio consistió, por una parte, en hacerle sentir a Patricia las consecuencias lógicas de su comportamiento en lugar de evitárselas sistemáticamente; por otro lado, se desvió el foco de atención hacia la "desquiciada" madre. La joven, que formaba parte del juego de relaciones intrafamiliares, no podía permanecer ajena al desplazamiento de la línea de fuerzas implicadas en el seno familiar y, lógicamente, tenía que seguir la dirección de la nueva configuración de energías.

Ayudarle a romper el cascarón Amelia es hija única. Sus padres han puesto en marcha una próspera empresa cuya dirección comparten ambos conjuntamente. Amelia lleva brillantemente sus estudios universitarios en una localidad distante del domicilio familiar, pero cuando se acerca la época de exámenes tiene fuertes episodios de bulimia con provocación de vómitos. El asunto ha llegado tan lejos que la chica sufre ahora ciertas complicaciones en el cardias por las que tiene que seguir tratamiento médico, a pesar de lo cual prosigue con sus episodios de bulimia. Los padres tienen que viajar con frecuencia al

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extranjero y se marchan muy preocupados por las posibles crisis de la joven que, a menudo, cursan con fuertes estados de angustia. En las entrevistas iniciales con los padres se percibe que la madre, también hija única a su vez, está completamente volcada en Amelia desviviéndose por atender sus posibles necesidades; no en el sentido de consentirle todos sus caprichos, sino procurando desarrollar una educación "científica" a base de consultar todo tipo de obras de psicopedagogía –de hecho está angustiada porque el diagnóstico inicial de la chica fue "anorexia" y aunque actualmente, en realidad, tiene un notable sobrepeso–, la madre vive obsesionada con el dato leído en alguna publicación referente a que un diez por ciento de jóvenes anoréxicas llegan a fallecer. El padre está tan intranquilo por su esposa como por la chica y, en realidad, no sabe a cuál de las dos atender. La madre cuenta cómo la última vez que fueron a ver a Amelia, antes de los exámenes de la chica, le llevaron una enorme ensalada con el fin de que le llegara, a ella y a su compañera de piso, para un par de días pero Amelia se la comió toda aquella misma noche, tras la cena. A lo largo de la conversación también se comenta el detalle de que la chica ha logrado el permiso de conducir recientemente pero que su madre se resiste a que utilice el coche por miedo a que pueda sufrir algún accidente. Comenzamos el trabajo con los padres informándoles de la clara diferencia entre anorexia y bulimia, explicándoles que, en efecto, muchas jóvenes que comienzan con un serio problema de pérdida de peso, después se pasan al extremo contrario, pero que, en todo caso, lo que hace peligrar la vida de cualquier chica anoréxica es un peso corporal inferior a cuarenta kilos y no un sobrepeso, como estaba ocurriendo con Amelia. Después procedimos a reencuadrar toda la información en el sentido de felicitar a los padres por el excelente trabajo que habían hecho con la educación de Amelia, y que, evidentemente, se reflejaba tanto en el buen expediente académico de la joven como en sus cualidades personales. Por otro lado, resaltamos ante los padres la posibilidad de que Amelia, al tomarlos a ellos como modelo de conducta, tal vez estaba fijando su propio listón dema-

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siado alto, lo que explicaría su excesiva angustia ante los exámenes, así como el exagerado interés en obtener siempre calificaciones excelentes. Por último, desarrollamos la hipótesis de que, ahora que Amelia ya era una mujer, sería conveniente desplegar otro estilo de relación, menos protector, con la chica ya que, seguramente, una buena porción de la angustia de la joven podía provenir del hecho de que ella estuviera empezando a plantearse inconscientemente el hecho de que, un día, tendría que salir al mundo sin contar con la seguridad del apoyo que ellos le estaban dando continuamente. En resumen, se propuso a los padres de Amelia que pensaran nuevas formas de relacionarse con ella desde un nivel más adulto, en lugar de tratarla como la "niñita" a la que continuamente se refería la madre. –"Algo así como darle las llaves del coche antes de que nos las pida" –apuntó el padre–. Evidentemente, en esta intervención hubo mucho camino que recorrer –más con la madre de Amelia que con la propia chica– pero el inicio quedaba claramente señalado por la propuesta del padre: en lugar de mantener al pollito en el cascarón para evitarle los inconvenientes de la vida sobre la tierra, los padres debían ayudarle a desprenderse de los últimos restos de cáscara que todavía le impedían volar... aún a riesgo de que fuera a darse algún que otro batacazo

La sombra de la desgracia A menudo, los problemas parecen estar asentados a nivel personal, más que desarrollarse en la interacción entre varios protagonistas. Cuestiones como los pensamientos obsesivos o las depresiones es posible que tengan un origen más característico a partir del sistema cognitivo del sujeto que como resultado de un juego de relaciones con otros, si bien el factor social puede tener también una notable incidencia tanto en la aparición como en el mantenimiento del problema. En estos casos, al igual que en los típicamente derivados de las inevitables vinculaciones interpersonales, la directriz más clara para buscar una salida válida al conflicto individual consiste en establecer la postura personal que parece estar

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manteniendo el problema para, una vez especificada, esforzarse en desarrollar la actitud opuesta. Lucía es ama de casa y a sus cuarenta y pico años se encuentra atrapada en una depresión crónica. No tiene hijos y debido al trabajo de su marido se pasa sola buena parte del día. Ella se esfuerza por mantenerse activa y, de hecho, lucha seriamente por no caer en la trampa de la inmovilidad típica de las depresiones, pero no puede evitar el sentirse mal. Explica que las cosas le resultan particularmente difíciles por las noches, cuando se dispone a preparar la cena antes de que su esposo regrese a casa. En ese momento, explica, suele sentir una congoja casi palpable a nivel físico y a su mente acude con carácter obsesivo la idea de que una grave desgracia se cierne sobre su hogar, como si una catástrofe inevitable estuviera a punto de ocurrir mientras espera la llegada del marido. La historia de Lucía se parece de alguna manera a la cómica anécdota de aquel viajero, tan preocupado por la eventualidad de que pudiera haber una bomba en alguno de los aviones que a menudo utilizaba en sus desplazamientos, que empezó a estudiar muy concienzudamente todos los datos referidos a catástrofes aéreas. Para su sorpresa, pudo constatar, a través de sus estudios estadísticos, que la probabilidad de hallar una bomba en un avión era tan baja, que resultaba casi ridícula. Pero a él no le bastaba con una probabilidad baja; para su completa tranquilidad necesitaba una posibilidad nula. Entonces, descubrió que la probabilidad de encontrar dos bombas en un mismo avión sí que resultaba totalmente nula. Desde aquel día, el preocupado viajero se encarga de llevar su bomba personal cada vez que ha de subirse a un avión... Lucía se estaba preocupando de una bomba potencial, con muy escasas probabilidades de detonación, y esta obsesión le hacía adoptar una postura temerosa. Por eso mismo, coherentemente con el principio paradójico de la prescripción del síntoma y aplicando las estadísticas de la "segunda bomba" se decidió proponerle una medida de autosabotaje para sus horas nocturnas más conflictivas. En concreto, se sugirió a Lucía que, dado que ella tenía ese sentimiento de angustia tan acentuado, lo mejor que podía hacer era, realmente, provocar una catástrofe casera, no muy grande,

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precisamente a la hora en la que solía preparar la cena; algo así como derramar aceite por el suelo o dejar que se quemara un poco la comida. El efecto, según los posteriores comentarios de la propia interesada, fue que como ella tenía la mente bastante ocupada en diseñar "catástrofes caseras" de no mucha gravedad (la primera vez que derramó aceite por el suelo se arrepintió luego mil veces de haber elegido un desaguisado tan difícil de recomponer), empezó a dejar de lado sus negras ideas sobre desgracias más serias que podían sobrevenirles y hasta llegó a apreciar el aspecto humorístico de la situación. En esta ocasión, se empleó abiertamente la táctica de la "prescripción del síntoma" abundantemente utilizada en los enfoque paradójicos. El hecho de que la consultante tuviera que ocupar sus pensamientos en el desarrollo de la tarea sugerida sirvió de cortafuego a sus pensamientos depresógenos habituales y el mecanismo de autocontrol de las propias ideaciones empezó a establecerse en base a un principio de "menos de lo mismo"

Lo segundo que te venga a la cabeza Manuel tiene un pasado de adicción a las drogas y aunque actualmente está "limpio" de toda sustancia, mantiene algunos de sus rasgos temperamentales típicos de su anterior etapa; en concreto, su baja tolerancia a la frustración le lleva a experimentar frecuentes explosiones de ira desencadenadas por estímulos tan nimios como no encontrarse la comida a su hora habitual o tener que posponer algún plan, tal como una salida al campo debido a un cambio de tiempo inesperado. Según refiere el propio interesado, en sus arrebatos de ira llega a golpearse contra las paredes o bien a romper cuanto tiene al alcance de la mano. Una vez fuera de esas situaciones, él reconoce que su conducta es disparatada y se arrepiente de sus arrebatos, pero, cuando está "en caliente", asegura no poderse controlar. Manuel está muy preocupado por el riesgo de deterioro de su relación de pareja: teme que su mujer lo abandone, lo que le supondría un duro golpe.

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El punto de partida de esta intervención fue hacer ver a Manuel su gran capacidad de autocontrol por el hecho de haber conseguido desengancharse de las drogas, si bien se le puso de manifiesto que una empresa tan difícil no se puede rematar en poco tiempo, por lo que parecería muy razonable esperar todavía un cierto período de arrebatos. Dado que el mecanismo semiautomático que desencadenaba sus estallidos de ira, posiblemente, permanecería fuera de control aún durante una buena temporada, se le sugirió que, en lugar de plantearse como objetivo la erradicación de sus crisis temperamentales, se centrara en introducir pequeñas variaciones en el modo de liberar su tensión psíquica; así, por ejemplo, cuando en plena crisis de ira se diera cuenta de que estaba a punto de estrellar un vaso contra el suelo, forzara un cambio de planes y lo lanzara contra la pared más próxima; o también podía elegir otro proyectil, o tal vez otra acción diferente, como la de dar un puñetazo en la mesa... en cualquier caso, se le pedía que evitara poner en práctica lo primero que se le viniera a la cabeza y que lo cambiara por lo segundo o lo tercero... Una intervención parecida se puede sugerir a quienes experimentan trastornos obsesivos con ideas recurrentes, a las que no pueden poner freno. En lugar de proponerse eliminar ese tipo de pensamientos, resulta más eficaz sugerirles que se fijen un horario para sus obsesiones de manera que, llegada la hora, aún cuando no tengan deseos de pensar en su tema obsesivo, lo activen voluntariamente o bien, si a lo largo del día, fuera del horario previsto, aparece alguno de los temas recurrentes, lo aplacen hasta la hora convenida. Todas estas estrategias, por extrañas que puedan parecer, en realidad, posibilitan un cierto control sobre la situación que se calificaba como incontrolable. Se trata, en efecto, de un cambio mínimo, pero no debemos perder de vista en ningún momento que el verdadero cambio sigue el principio de la bola de nieve por lo que la intervención más inmediata se debe centrar en la creación de una "diferencia mínimamente perceptible" en relación a las condiciones habituales de partida.

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La filosofía del cambio mínimo Como se puede apreciar, el objetivo de cualquier intervención estratégica no consiste exactamente averiguar la causa real problema para llegar a propiciar, desde esta clara comprensión de causas y efectos, "el cambio" exacto que asegure la conclusión definitiva del problema, dentro de los parámetros de la verdad absoluta. En realidad, las teorías que se asientan sobre rígidos dogmas acerca de los mecanismos de funcionamiento de la psique humana, no son otra cosa que mapas limitados, útiles para realizar con éxito determinados recorridos terapéuticos, pero en modo alguno se pueden considerar representaciones de "la verdad" sobre las leyes del comportamiento. Es posible bucear en los entresijos mentales de una joven bulímica, explorar sus vivencias infantiles y rescatar de su subconsciente recuerdos olvidados relacionados con experiencias ambivalentes de sobreprotección y separación y hasta es posible que ella misma se maraville ante todo este planteamiento tan razonable, pero ¿servirá todo este "insight" para eliminar su compulsión hacia la comida? La lógica nos dice que así debería ser; la experiencia clínica nos muestra que rara vez las cosas son tan sencillas. El enfoque estratégico no pretenda fundamentarse en planteamientos de "verdad" –más bien éste es un concepto bastante subjetivo y equívoco– sino sobre bases de funcionalidad y eficacia. Un terapeuta que pretenda ajustar su actuación a esta filosofía pragmática, no va a estar demasiado interesado en explorar las vivencias infantiles de su consultante bulímica que, tal vez, llegaron a propiciar su actual trastorno alimentario. Ese puede ser un conocimiento interesante, pero de escasa utilidad para propiciar un cambio en el presente. Más bien, el terapeuta estratégico intentará diseñar nuevas formas de comportamiento en el presente, que le permitan abrir una vía de cambio efectivo hacia una posición diferente, mínimamente satisfactoria. Desde un punto de vista lineal, que es el que mantienen muchos planteamientos reduccionistas, las cosas sólo pueden ocurrir como en una partida de billar: el taco golpea a la bola A, imprimiéndole

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una determinada trayectoria que la llevará sucesivamente sobre B y C, si los ángulos están bien calculados. No puede haber ninguna otra posibilidad y, en este sentido, podemos decir, con bastante propiedad, que el movimiento de la primera bola "causa" la puesta en marcha de la segunda que, a su vez, origina el de la tercera y todo ello sucede a lo largo de una secuencia temporal. Pero, en la realidad, las cosas suelen ser más complejas y se asemejan, más bien, a un estanque en el que flotan varios barcos de juguete. Si se lanza una piedra en el punto A, las ondas producidas por el impacto provocarán determinados ondulaciones simultáneamente en varios lugares de la superficie. En la vida real, A puede tener lugar, efectivamente, antes B que B, pero ¿tenemos la completa C seguridad de que el primer suceso A es la causa del segundo? y lo que es más importante: ¿el hecho de conoD cer esa relación de causalidad basta ya por sí solo para poder cambiar las cosas? A una joven bulímica, independientemente de las causas que en el pasado hayan podido provocarle su estado actual, se le sugirió un cambio: antes de darse un atracón, debía proceder a pintarse los labios con sumo cuidado. Pues bien, esta sencilla prescripción tuvo como efecto el que la chica incrementase su autocontrol respecto a la comida. Ella disminuyó significativamente sus episodios bulímicos y eso ya es bastante para un terapeuta estratégico; pero un partidario de planteamientos más profundos también encontraría cubiertos sus presupuestos teóricos, al descubrir que ese simple cambio en la cadena del comportamiento de la joven había activado en ella pensamientos relacionados con sus propios

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valores estéticos y su automotivación para llegar a sentirse aún mas atractiva. Esto no quiere decir que "la solución" para la bulimia consista en sugerir a la consultante que utilice el pintalabios antes de comerse el chocolate; fue una solución que dio resultado en ese caso concreto, pero, ante otra persona, posiblemente no tuviera sentido formular ese planteamiento por lo que habría que diseñar un plan diferente. Por eso, hay que tener muy claro que, desde un punto de vista estratégico, no se pretende "curar" cuadros clínicos, sino ayudar a desarrollar cambios concretos en las situaciones indeseables específicas que un individuo puede estar soportando. No se trata tampoco de proponer cambios a ciegas, sino de ir siguiendo el hilo de una estrategia definida que pueda abrir una nueva orientación, en sentido contrario al de la solución ineficazmente intentada, en la cual tenga cabida todo cuanto pueda parecer útil para poner término a la situación conflictiva. Es algo así como tirar una piedra al agua, pero no simplemente para ver qué pasa, sino con la intención de producir un movimiento global hacia una zona determinada. De un modo muy simple, se pueden intentar muchos tipos de cambio mínimo; así, por ejemplo, podemos: – Cambiar la frecuencia o tasa de una conducta (ej.: le sugerimos a un obsesivo que se centre en sus pensamientos distorsionadores sólo tres veces al día, después de las comidas, independientemente de si le aparecen espontáneamente o no). – Cambiar el escenario de una interacción problemática (ej.: a un matrimonio que suele discutir en la cocina se le puede sugerir que vaya a hacerlo al propio dormitorio). – Añadir un elemento nuevo al patrón de la queja (ej.: se le pide a una bulímica que antes de comer chocolate se pinte bien los labios). – Cambiar la secuencia de elementos (ej.: sugerirle a la misma bulímica que primero se provoque un vómito y, a continuación, se de un atracón de comida). – Asociar la realización de una conducta motivo de queja a alguna actividad gravosa (ej.: indicamos a un fumador muy socia-

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ble e hipocondríaco que, en lugar de renunciar a su hábito, se comprometa a practicarlo exclusivamente a solas y después de haber desprendido el filtro de cada cigarrillo). También son posibles los cambios mentales que a través de reinterpretaciones, reencuadres y reformulaciones, abren nuevas rutas en los mapas cognitivos utilizados para valorar una situación determinada. Sin embargo, la auténtica "prueba de fuego" se sitúa siempre en el nivel de los comportamientos específicos.

La práctica de la teoría Tal vez la lectura de este capítulo o de alguno de los ejemplos presentados en cualquiera de los anteriores, haya podido servir de pauta para intentar provocar algún cambio en la situación conflictiva personal que se desea erradicar. Cada cual puede diseñar su propio cambio introduciendo las variantes personales que considere más oportunas. No existen reglas fijas ni se persigue actuar de acuerdo con "la verdad". La sugerencia más útil que se puede dar en relación a un proyecto de cambio consiste, precisamente, en intentar un cambio, no el mejor posible, ni el más adecuado en relación a los datos examinados, sino simplemente, arriesgarse a manipular alguna de las condiciones existentes y esperar a ver qué pasa. En todo caso, no se debe perder de vista los dos pilares básicos de todo cambio efectivo: – Proponerse un cambio mínimo – Concederse el tiempo necesario para lograrlo Es posible que cada lector esté trabajando ya sobre un tema vital, una situación personal, que desea resolver. De todos modos, para los más perezosos, se proponen a continuación algunas situaciones posibles para que se diseñen sugerencias de cambio. Al final del capítulo, como siempre, se apuntan algunas posibilidades (que en ningún modo pretenden representar "la verdad" del cambio): He aquí, de manera muy esquematizada, diferentes situaciones conflictivas. La tarea del lector consistirá en hacer propuestas de

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cambio que puedan provocar un movimiento hacia adelante para salir del estancamiento que impone todo círculo vicioso: Situación

De quién es Propuestas el problema de cambio

1. Ana se siente celosa porque una chica nueva ha comenzado a trabajar en la oficina de su marido. Se muestra distante e irritable con el marido cuando éste llega a casa, como para "castigarlo". 2. La niña de Julia reclama continuamente su atención a la hora de comer; no para quieta: sube y baja continuamente de la silla, pide que le den la comida, quiere que le cuenten cuentos. Por atender a su hija, Julia tiene todos los días el tiempo muy justo para el trabajo. 3. María está deprimida porque desea romper su relación con el chico con quien está saliendo, pero siente que sus padres la están presionando para que continúe con él. Ella no quiere a ese chico, pero tampoco desea dar un disgusto a sus padres. 4. Carlos llega a su casa la noche de los viernes más tarde de lo acordado con sus padres. Éstos están hartos de razonar con él, de reñirle y de amenazarle. 5. Mario está desesperado porque no consigue dejar de fumar. Ya lleva muchos intentos y no lo consigue. Le preocupa mucho el riesgo que está suponiendo para su salud.

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Resumen – El cambio, para ser efectivo, ha de perseguir sólo unos objetivos mínimos. – Hay que contar con el tiempo requerido para que el cambio se produzca. – Para propiciar un cambio hay que manipular los elementos manejables. – Se deben potenciar los recursos personales existentes. – Es recomendable mantener una actitud escéptica respecto a los resultados.

Situación indeseable

Más de lo mismo... conduce siempre al mismo resultado. Efecto negativo

Mismo resultado

Intento de solución

El Cambio variación.

requiere

Nueva situación

Situación indeseable

Efecto negativo

Diferente resultado

Solución novedosa

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Posible solución al ejercicio De quién es el pro- Propuestas de cambio blema Hablar claramente con 1. Ana se siente celosa por- De Ana. el marido, explicándole que una chica nueva ha cosus sentimientos. Presmenzado a trabajar en la ofitar atención a las muescina de su marido. Se muestras de cariño que le da tra distante e irritable con el su marido. marido cuando éste llega a casa, como para "castigarlo". Situación

2. La niña de Julia reclama De Julia. continuamente su atención a la hora de comer; no para quieta: sube y baja continuamente de la silla, pide que le den la comida, quiere que le cuenten cuentos. Por atender a su hija, Julia tiene todos los días el tiempo muy justo para el trabajo.

Conceder a la niña un tiempo prudencial para comer. Pasado ese momento, retirarle el plato y mandarla a hacer sus tareas habituales, con una actitud normal, sin aires de reprimenda y sin hablar más de la comida.

3. María está deprimida De María. porque desea romper su relación con el chico con quien está saliendo, pero siente que sus padres la están presionando para que continúe con él. Ella no quiere a ese chico, pero tampoco desea dar un disgusto a sus padres.

Explicarle a sus padres cómo se siente respecto a ellos y al chico. Contarles la historia de alguna amiga que estuvo a punto de suicidarse por algo similar. Comentarles que está segura de que desean lo mejor para ella y que, por eso, estarán encantados el día que decida tener un novio formal, etc. CONTINÚA

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ESTRATEGIAS PARA EL CAMBIO

VIENE DE LA PÁG. ANTERIOR

Situación

De quién es el problema

Propuesta de cambio

De los padres de Carlos.

Sacarle las llaves de casa y cuando regrese tarde, dejar que se pase en la calle un buen rato antes de abrirle la puerta.

5. Mario está desesperado De porque no consigue dejar de Mario. fumar. Ya lleva muchos intentos y no lo consigue. Le preocupa mucho el riesgo que está suponiendo para su salud.

Explicarle que, dado su carácter voluntarioso, el fumar probablemente le está sirviendo para algo positivo, como protegerlo de un estrés excesivo. Proponerle un ritual complicado para que siga fumando: deberá hacerlo siempre a solas y quitando el filtro del cigarrillo...

4. Carlos llega a su casa la noche de los viernes más tarde de lo acordado con sus padres. Éstos están hartos de razonar con él, de reñirle y de amenazarle.

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8 EL ENFOQUE ESTRATÉGICO "Podemos considerar la situación tal como existe ahora y aquí, sin comprender de qué modo ha surgido y, a pesar de nuestra ignorancia acerca de su origen y evolución, podemos hacer algo con ella"

Paul Watzlawick

Un punto de vista muy pragmático Tal vez todo esto pueda parecer excesivamente manipulativo y hasta engañoso ¿Cómo se pueden eliminar las raíces del problema si nos estamos limitando a darle un toque de maquillaje superficial? ¿No resulta demasiado falso el pretender forzar un cambio sin buscar primero la comprensión, los "por qués", de toda la trama problemática? ¿Dónde encajan aquí los enfoques tradicionales que se articulan en torno a la empatía, la aceptación incondicional y la devolución al consultante? Es evidente que nos hallamos ante un planteamiento esencialmente práctico en el que se prima lo efectivo sobre lo "verdadero", lo operativo sobre lo teórico y lo evidente sobre lo implícito. Y esto es así porque se parte de la base de que la "Verdad" es incognoscible en toda su extensión; actuamos sobre fragmentos parciales de realidades personales, sobre esquemas o mapas mentales que, sistemáticamente, conducen a un callejón sin salida y lo único que pretendemos es propiciar nuevos enfoques y conexiones entre los datos que se manejan para construir soluciones nuevas. También estamos

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seguros de que las reflexiones profundas sobre un determinado problema sólo son útiles si desembocan en planes de acción concretos, ya que, de lo contrario, a lo único que conducen es a la inmovilidad más inoperante. Además, el único campo de actuación sobre el que se puede operar con un mínimo de eficacia es el terreno de los comportamientos evidenciables; de otro modo, intentar modificar constructos teóricos, supuestamente subyacentes a los actos concretos, es algo así como empeñarse en modelar el humo con las propias manos. Lo característico del enfoque estratégico es que pone todo su énfasis en resaltar los intentos de solución que sistemáticamente devuelven el problema a la situación de partida, para diseñar recursos nuevos que permitan abrir un cauce diferente a partir del cual se posibilite el cambio. Desde este punto de partida, el enfoque es aplicable a todo tipo de situaciones problemáticas, inter o intrapersonales, tanto en el ámbito clínico como en el de las organizaciones o en el desarrollo personal. Los dogmatismos rígidos no tienen cabida en el marco de las estrategias para el cambio; las creencias pueden ser conceptualizaciones abstractas de los mapas mentales de cada individuo, más o menos ajustadas a la posible realidad inabarcable. Pero la verdadera medida de la acción personal la constituyen los resultados alcanzados en función de los objetivos fijados. Por eso, es posible amplificar uno de los postulados de partida: Si lo que haces no funciona, no creas que eres un incapaz; simplemente prueba a hacer algo diferente y observa lo que ocurre. El enfoque, sin embargo, no se limita a un mero mecanicismo ciego. La responsabilidad personal en las acciones que sustentan el mantenimiento o facilitan el cambio de cualquier situación vital es insoslayable; más aún, la simplicidad de los planteamientos estratégicos no permiten recurrir al subterfugio de supuestos rasgos de carácter como excusa para mantenerse en el lugar indeseado, limitándose a elaborar lamentaciones o explicaciones inmovilistas a la

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situación sino que, por el contrario, invitan a la acción personal responsablemente asumida y se abren a la creatividad, a la iniciativa y al inconformismo.

Anatomía de la estrategía psicoterapéutica A lo largo de toda la obra ya se han dado claves abundantes sobre el funcionamiento del enfoque estratégico. Sin embargo, para una visión más completa, trataremos de sistematizar en este apartado los aspectos más relevantes de una sesión terapéutica basada en este enfoque de manera que se haga más comprensible el estilo paradójico que muchas veces lleva implícito.

Diagnóstico Ya habrá quedado claro que el enfoque estratégico no busca aplicar rótulos o etiquetas diagnósticas sobre los que apoyar la intervención posterior. No se trata de encasillar a los sujetos en categorías nosológicas ni de especificar su supuesta disfuncionalidad individual. Lo que se busca, más bien, es alcanzar una comprensión global de los elementos que constituyen la situación problemática de partida. La fase de diagnóstico, por lo tanto, se concretará en la descripción operativizada de la queja inicial: – Descripción general. – Personas implicadas. – Interacciones entre las personas implicadas. – Quién parece estar manteniendo el problema. – Quien parece ser el más perjudicado en la situación actual. – De qué manera constituye un problema y para quién. – etc. Una vez recabados los datos pertinentes, el terapeuta debe hacer una reformulación de la situación, como un resumen, que integre todos los elementos considerados y exponerla a su interlocutor para comprobar la adecuación del propio punto de vista al del consultante. En caso de que el ajuste de ambas percepciones no fuera el adecuado, el terapeuta deberá formular cuantas preguntas nece-

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site hacer hasta estar seguro de que comprende el punto de vista de su cliente. Teresa trae a consulta a su hija, Mónica, de nueve años. Explica que está separada de su marido desde unos meses antes del nacimiento de la niña y que el régimen de visitas establecido para que Mónica pase parte de sus vacaciones con el padre le está causando muchos trastornos a la chiquilla que, cuando ve acercarse los períodos en que ha de desplazarse al hogar paterno, se muestra angustiada, con síntomas de insomnio, cefaleas, vómitos, y alteración general de su comportamiento habitualmente tranquilo y pacífico. Teresa ha solicitado revisión del régimen de visitas, pero los trámites en el juzgado se están alargando más de lo debido y el tiempo de las vacaciones de verano se aproxima, con lo que la niña empieza a dar muestras de inquietud. La madre solicita ayuda porque teme que su hija pueda desestabilizarse gravemente en su equilibrio emocional de persistir tal estado de cosas mucho más tiempo. Según la madre, la situación constituye un problema dado que la niña, además de estar experimentando malestares físicos, ha comenzado a rendir menos en el colegio. Para la madre también es un problema pasarse noches en blanco a causa de los llantos de la niña y, además, ella está sintiendo que sus niveles de estrés se están disparando al sentirse impotente frente al estado de nerviosismo de la chiquilla. Así pues, madre e hija son las principales afectadas por esta situación problemática. Una posible reformulación de todo el cuadro por parte del terapeuta podría ser algo así como: "Usted cree que los contactos de la niña con su padre están resultando demasiado traumáticos para su hija y desearía liberarla de esta situación" Ante lo cual la madre podría puntualizar que no es eso exactamente, ya que ella entiende que, por una parte, no es posible suprimir las visitas del padre y, por otro lado, considera que lo deseable para el normal desarrollo de la niña sería que ésta normalizara la relación con su padre. Entonces, una nueva reformulación debería construirse a partir de esta consideración más específica: "Según su punto de vista, lo que puede perjudicar a Mónica, a largo plazo, es su rechazo hacia el padre y la resistencia que ofrece a normalizar su relación

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con él; pero lo más inmediato son los síntomas de ansiedad que está desarrollando la pequeña...".

Soluciones intentadas Ya ha quedado bien establecido que, en realidad, el problema es la solución y por eso mismo, será necesario especificar muy claramente cuáles han sido las soluciones ineficazmente puestas en práctica, que han dado como resultado el mantenimiento de la situación indeseable. En una entrevista inicial no se debe dejar de formular cuestiones como las siguientes: - ¿De qué manera han procurado hacer frente a la situación? - ¿Qué se ha obtenido exactamente? - ¿Qué es lo que parece funcionar y lo que no está dando resultado? - ¿Qué ha impedido que se continuara haciendo aquello que disminuía el problema? ... ... ... Un enfoque estratégico no puede perder de vista todo el entramado de interacciones que se producen en el entorno del sujeto –que, a menudo, ni siquiera es el dueño del problema1– y rechaza simplificar la cuestión a base de "patologizar" a cualquiera de los implicados cargando sobre él la responsabilidad exclusiva de la situación. La visión de conjunto de lo que está ocurriendo en realidad, no puede quedar completa sin un análisis detallado de los remedios que se han intentado poner en práctica. En el caso de Mónica la madre informa de que la ha llevado al pediatra a causa de las somatizaciones que experimenta la niña y que ha razonado con ella en el sentido de explicarle que los días 1. Muchas veces las sentencias judiciales intentan "forzar lo espontáneo"; así, en el caso que nos ocupa, no se puede considerar que el problema sea de la niña por no albergar unos sentimientos de cariño hacia su padre, sino más bien de éste por no haber sabido ganarse el cariño de su hija; la solución, por lo tanto, no se puede implantar a partir de obligar a la niña mediante una sentencia a que permanezca con su padre en contra de su propia voluntad, sino más bien, de recomendar al padre una actitud hacia su hija que le permita ganarse la confianza de esta.

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"malos" se pasan pronto y que luego todo vuelve a la normalidad.. También explica que cuando la niña se muestra demasiado nerviosa, en el momento de irse a dormir, opta por acostarla con ella para que se tranquilice. Los resultados obtenidos no han sido satisfactorios: los vómitos continuaron a pesar de la medicación y el insomnio permaneció sin cambios. En cuanto a las charlas de la madre para convencer a Mónica de que los días pasan pronto, producían una reacción de rebeldía en la niña o una crisis de llanto. No se pudieron determinar soluciones previas que apuntaran mínimamente al estado de tranquilidad deseado en la niña.

Objetivos mínimos Un vez desmenuzado el problema e identificados los caminos que no llevan a parte alguna, se necesita trazar nuevos itinerarios; pero es preciso determinar a dónde han de llevar las nuevas vías de acción, marcando objetivos concretos y verificables que permitan saber en cualquier momento si los intentos de cambio nos están acercando o no a la situación final deseada. En principio, los objetivos de cambio han de ser modestos y tangibles. Su cumplimentación puede suponer un estímulo adicional para el logro de nuevos fines más amplios al tiempo que señalan la eficacia del camino emprendido. Se trata, como hemos señalado anteriormente, de poner en marcha el efecto "bola de nieve". En esta fase puede ser de utilidad recurrir a preguntas tales como: – ¿De qué manera puedo yo ayudarle a afrontar este problema? En terapia, como en educación, muchas veces se actúa sobre el presupuesto equivocado de que es el profesional el que debe hacerse cargo de la situación, reduciéndose el papel del consultante al de un mero observador pasivo que se limita a pagar para que le resuelvan su problema. Cuestiones del estilo de la señalada ayudan a delimitar el problema estableciendo, por una parte, un marco de expectativas realistas al tiempo que deja sentado que la responsabilidad de la solución va a recaer no sobre el terapeuta, sino sobre el propio consultante ya que será él quien deberá esforzarse en

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seguir las indicaciones y las pautas que se le propongan para poner fin a la situación indeseable. – ¿Por qué me ha llamado justo en el momento en que lo ha hecho y no antes ni después? Tal vez existan factores que han contribuido a aliviar la situación manteniéndola durante un tiempo en niveles manejables o puede que, simplemente, se haya producido un cambio inesperado en la configuración del problema. Es conveniente, por lo tanto, explorar la existencia de posibles elementos de recurso así como prepararse para afrontar las dificultades nuevas. – ¿Cuál es, en este momento preciso, el cambio que parece más prioritario enfocar, el más urgente? En una situación problemática pueden encontrarse múltiples factores entremezclados, por eso resulta conveniente establecer una prioridad de necesidades y centrar el trabajo sobre uno sólo de los elementos para evitar la dispersión de esfuerzos, optimizar la probabilidad de alcanzar resultados positivos y abrir con ello una vía de esperanza hacia nuevos cambios futuros. A veces, si el objetivo a alcanzar resulta demasiado complejo, será necesario subdividirlo en metas intermedias de más fácil cumplimentación. En otras ocasiones, cuando hay que hacer frente a diferentes problemas que se presentan imbricados, será necesario decidir cuál eliminar primero para poder trabajar con mayor comodidad sobre los restantes En el caso de Mónica, y ante la constatación de que el padre de la niña se inhibía de cualquier tratamiento familiar amplio y completo y se limitaba a hacer valer su derecho de visita en los períodos fijados, se decidió orientar la terapia hacia los problemas de angustia de la niña, fijando como primer objetivo más urgente normalizar las noches de la pequeña de modo que consiguiera dormir ocho horas cada día. – Si llegase a producirse, ¿cuál se podría considerar como la primera señal de que ha ocurrido un cambio significativo, aunque sea pequeño? Mediante esta cuestión se indica al consultante que no debe esperar un gran cambio a corto plazo en la situación y sí prepararse para estar atento a las pequeñas modificaciones que deberán ir

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encadenándose hasta desembocar en el objetivo final deseado. Además, se invita al consultante a pensar en términos de cambio continuo, se le mentaliza para trabajar en pos de metas alcanzables y, en definitiva, se le motiva para estimularse a partir de los pequeños logros que va obteniendo. En el caso de Mónica, tanto la madre como la niña estuvieron de acuerdo en que una señal de cambio podría estar constituida por el hecho de que la niña pudiera permanecer en su propia cama sin llamar a la madre para que la acostara con ella

Exploración de los recursos existentes A medio camino entre el diagnóstico y la intervención, el hecho de determinar los recursos personales que posee el consultante en el momento actual o de los que ha podido servirse en anteriores situaciones semejantes, es un valioso auxiliar para propiciar el cambio deseado. Para explorar este aspecto pueden plantearse preguntas tales como: – ¿Qué ocurre los días en que el problema no sucede, o es menos acusado? ¿a qué se puede deber esa diferencia? Ningún problema está presente las veinticuatro horas del día de cada una de las jornadas del año. Es evidente que, en un momento u otro, el consultante pone en juego recursos personales, de afrontamiento o de distracción, de los que puede no ser consciente; por eso una buena ayuda por parte del terapeuta puede consistir en redirigir su atención hacia las ocasiones en que el problema está ausente. Un niño con enuresis normalmente pasará alguna noche sin mojar la cama; ¿qué factores pueden estar relacionados con ese episodio exitoso: la hora más temprana o más tardía de irse a dormir, la actividad relajante realizada justo antes de meterse en la cama...? Un obsesivo puede darse cuenta de que sus pensamientos recurrentes son menos intensos o menos molestos cuando está enfrascado en alguna tarea de tipo manual o intelectual, o tal vez han remitido en el momento en que voluntariamente ha activado una sentencia al estilo de: "tengo el control de mis pensamientos y activo justo los que yo deseo" o algún otro mecanismo por el estilo. Un

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depresivo puede encontrar que su estado de ánimo es más llevadero en algunos momentos del día, justo cuando algo está ocurriendo en su entorno... Este tipo de relaciones requieren una cuidadosa investigación y, en el caso frecuente de que durante la entrevista el consultante no consiga configurar una respuesta a esta pregunta, se le puede proponer como tarea la observación de esos "momentos buenos" en función de los elementos de la situación o personales que parecen estar presentes al mismo tiempo que el problema se hace menos acuciante. – ¿Has tenido alguna dificultad parecida anteriormente? ¿de qué manera conseguiste eliminarla? A veces, las soluciones a problemas nuevos pueden surgir del afrontamiento eficaz de viejos problemas. Un estudiante universitario se dio cuenta de que sí existía un factor que en otros tiempos le había ayudado a llevar adelante con éxito los primeros cursos en la facultad. Como él decía, consistía en "hacerse visible" a los profesores, lo cual implicaba ocupar un siento en la primera fila –arriesgándose a que pudieran formularle alguna cuestión sobre un tema de estudio– preguntar directamente a los profesores, en clase o fuera de ella, sus dudas acerca de los temas y otras conductas similares que, según él, lo obligaban a mantener un cierto compromiso de "no decepcionar" al profesor que era consciente de su existencia y su interés, con lo que se obligaba a llevar sus estudios al día. Para empezar a solucionar sus actuales dificultades de estudio, no tuvo más que comprometerse a reiniciar alguno de aquellos viejos hábitos, con lo que su rendimiento empezó a mejorar al cabo de poco tiempo. Ayudar al consultante a explorar sus recursos personales le proporciona una estimable sensación de autocontrol a la que podrá recurrir a la hora de comprometerse con metas más complejas o ante futuros problemas, semejantes de algún modo a los que afronta en la actualidad. De nuevo, el poner de manifiesto las posibilidades personales del consultante, le permite mantener un sentido de responsabilidad en la búsqueda de soluciones, con lo que su implicación en la estrategia será mayor, así como la sensa-

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ción de dominio una vez que toma consciencia de sus capacidades personales.

Intervenciones del terapeuta Algunas escuelas de psicoterapia conceptualizan al terapeuta como el elemento clave, responsable único de la intervención cuyo papel consiste en inducir actitudes nuevas en el consultante, elemento pasivo de la relación. Según otras, el papel del terapeuta es comparable al de un espejo que se limita a reflejar los materiales que su consultante hace salir a la luz para facilitarle la toma de consciencia de determinados aspectos emocionales, motivaciones ocultas o deseos subyacentes de manera que pueda volver a procesar todos esos contenidos y sacar sus propias conclusiones. Algunas otras consideran al terapeuta como un agente dispensador de recompensas o castigos en función de las conductas adecuadas o indeseables de su cliente. Desde el punto de vista de la terapia estratégica la función del terapeuta es compleja ya que, si bien se insiste en que la responsabilidad del cambio es del consultante, se asigna al terapeuta el papel de diseñador de estrategias, motivador de comportamientos y soporte seguro del consultante. Así como la función terapéutica engloba múltiples facetas, también las posibilidades de intervención son muy variadas y abarcan desde la primera toma de contacto telefónico hasta el momento de la despedida final, una vez se ha cumplido el objetivo marcado o bien se ha alcanzado el número prefijado de sesiones2. Las estrategias de intervención pueden adoptar formas muy diversas, si bien las más usuales pueden ser: Resaltar lo positivo Ya hemos señalado la importancia de hacer reflexionar al consultante acerca de sus propios recursos empleados en anteriores ocasiones o como medio para lograr algunos pequeños cambios en su situación actual. Además, el terapeuta debe estar muy atento 2. EL CENTRO DE TERPIA BREVE de Palo Alto ha fijado un número estándar de diez sesiones como tope para concluir una intervención. El objetivo de fijarse un límite en el número de sesiones no es otro que el de motivar al cliente a trabajar activamente hacia el logro de sus propios objetivos.

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para poner también de manifiesto aspectos que el cliente ni siquiera había conceptualizado como valiosos y esto puede hacerlo en diferentes momentos de la terapia: a) Resaltando los logros obtenidos que han podido pasar desapercibidos al cliente. Se puede hacer esto, por ejemplo, pidiéndole al consultante que verbalice su objetivo final y cuando lo ha detallado pormenorizadamente, se le puede hacer una pregunta del estilo: – "¿Algunos de esos elementos se están dando ya, en alguna medida en la situación actual?". De esta manera el sujeto puede reflexionar sobre algunos datos a los que no había prestado atención por centrarse fundamentalmente en los aspectos más negativos de su situación, con lo cual se propicia un nuevo punto vista hacia elementos más positivos con los que se puede estar contando ya en la actualidad. Cuando la madre de Mónica recapacitó a partir de una pregunta similar a ésta, pudo darse cuenta de que, incluso los días próximos a las visitas del padre, la niña era capaz de disfrutar de muchas horas de tranquilidad y diversión en determinadas actividades en el colegio y con sus amigas o, simplemente, en casa, cuando estaba enfrascada en sus programas favoritos de televisión. Un agorafóbico se había propuesto como objetivo concluir su preparación como abogado y comenzar a trabajar en un despacho. A poco que reflexionó pudo entender que, de hecho, estaba funcionando en buena medida tal y como deseaba; ciertamente la angustia lo atenazaba buena parte del día, pero su funcionamiento, a pesar de ello, era muy similar al guión de su meta ideal –acudía al juzgado, realizaba múltiples trámites a lo largo del día, preparaba intervenciones, etc.– lo cual le dio ánimos para perseverar en sus tareas de superación del miedo fóbico. b) Reformulando en positivo las palabras del consultante. En muchos de los mapas mentales que utilizamos están impresas de un modo fijo ciertos rótulos negativos pero, si bien se mira, tales etiquetas pueden ser examinadas desde otro punto de vista y sustituirse por conceptualizaciones más positivas. No se trata simplemente de un juego de palabras que hace el terapeuta, como un

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engaño piadoso, para contentar a su cliente sino de una auténtica redefinición enriquecedora de los presupuestos de partida inicialmente limitados. Cuando Teresa, después de su angustiada narración acerca de las luchas legales y personales mantenidas con su ex-marido para negociar unas condiciones de visita más tranquilizadoras para su hija Mónica, fue felicitada por haber sabido llevar su espíritu materno hasta el punto de entregarse en cuerpo y alma al bienestar de su hija, se quedó perpleja un instante y después cambió la expresión de su rostro crispado por una sonrisa de alivio. Una práctica recomendable consiste en felicitar sistemáticamente a los consultantes por la intención oculta detrás de sus intentos frustrados de solución. De hecho, los humanos funcionamos de la mejor manera que sabemos y si nuestras acciones no nos reportan los resultados que desearíamos se debe más a nuestra ignorancia acerca de otras alternativas que a una mala disposición personal. Por eso, a poco que busquemos, es posible encontrar un motivo para felicitar a un cliente a pesar de su desastroso comportamiento y así, siempre será posible elogiar la firmeza con que un padre intenta inculcar buenos hábitos a su hijo o la independencia de la que hace gala un hijo a pesar de las coacciones paternas. Muchos terapeutas no saben hacer felicitaciones, bien porque su modelo teórico de acción no contempla tal tipo de implicaciones personales con sus consultantes, bien por falta de habilidades sociales para hacer cumplidos. En el modelo de Palo Alto, como veremos más adelante, estos inconvenientes quedan a menudo obviados al ser el equipo de observación el que formula la felicitación, limitándose el terapeuta principal a transmitir al consultante el mensaje del equipo terapéutico lo cual le permite actuar de una manera más desimplicada. c) Normalizando y despatologizando Algunas personas descubren que son humanas sólo después de un largo período de remordimientos por sus supuestas conductas aberrantes: algunos se asustan de llegar a concebir ideas homicidas contra los suyos (sobre todo si se trata de obsesivos embargados por la sensación de que pueden perder el control y hacerse

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daño a sí mismos o a la gente de su entorno), otros se muestran preocupados creyendo que están viviendo un problema inédito en la naturaleza humana, lo que les convierte en una especie de monstruos. Por eso, cuando el terapeuta alude a casos semejantes al suyo o bien les explica el carácter universal de cierto tipo de situaciones, pueden empezar a concebir una esperanza cierta de salida para su problema. Reencuadrar y reinterpretar Buena parte del trabajo terapéutico, independientemente del modelo que se siga en la intervención, consiste en reformular el material que el cliente aporta de manera que le resulte más útil en función de sus objetivos. Reencuadrar es colocar la queja del cliente en un nuevo marco a partir del cual todo adquiere un nuevo significado. Bandler y Grinder3 refieren la redefinición a la que llegó una mujer, obsesionada con la limpieza, cuando se le cambió la perspectiva desde la pulcra visión de la alfombra de su salón perfectamente limpio y colocado, a la percepción de que todo ese orden y armonía eran el resultado de que no había nadie más junto a ella: un marido que deja el periódico tirado sobre al sofá o unos niños que marcan la alfombra del salón con el barro de sus botas... Se trata de ampliar el punto de vista del cliente para darle una perspectiva más amplia y completa de la situación: La madre que presiona sutilmente a su hijo para que, a pesar de su angustia, deje la comodidad de su hogar para pasar a convivir con una pandilla de gamberros que le hacen la vida imposible en la residencia estudiantil y llevar adelante los difíciles estudios de arquitectura, debe ser felicitada, ciertamente, por su empeño en conseguir lo mejor para su hijo, pero también debe ser ayudada, en función del grado de depresión del chico, a contemplar la posibilidad estremecedora de un desmoronamiento grave de su hijo... Podemos comparar el reencuadre como el movimiento de "travelling" realizado por una cámara de cine o el "zoom" de un objetivo fotográfico que parte de un enfoque muy detallado sobre un objeto para ir ampliando luego el campo de visión de manera que 3. Richard BANDLER y John GRINDER: Reframing, Moab, Utah: Real People Press, 1982.

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tengan cabida en él nuevos elementos que al principio no eran evidentes. Un tipo sutil de redefinición es el que se puede provocar sobre un consultante desesperanzado mostrándose aún más pesimista que él mismo, lo cual provoca una inmediata reacción de defensa de la propia autoestima y, por eso mismo, un reencuadre de las posibilidades personales. Hacer uso de este tipo de estrategias es muy parecido a jugar de "farol", pero suele dar unos resultados sorprendentes. No hace mucho tiempo, en una sesión con una paciente fuertemente deprimida y muy reacia a dejarse "engatusar" con reformulaciones positivas, nos vimos obligados a contrarrestar todas sus quejas autodevaluativas mediante una de las apuestas más fuertes que posee todo terapeuta: la posibilidad de renunciar a continuar adelante en vista de los fracasos reiterados. De manera que más o menos dijimos a nuestra paciente: – Lo cierto es que no hemos avanzado mucho en todo este tiempo; más bien me atrevería a decir que estás exactamente igual que al principio del tratamiento, por lo que estoy empezando a cuestionarme si realmente te estoy sirviendo de ayuda... La respuesta de la consultante saltó automáticamente antes de que se pudiera formular la conclusión lógica de la argumentación que se había iniciado: – "Bueno, yo no diría exactamente eso; de hecho he mejorado mucho en mi funcionamiento: en las dos últimas semanas no he perdido ni un solo día de trabajo por mi depresión y me estoy obligando continuamente a salir hacia adelante; es sólo que mi estado de ánimo sigue bajo mínimos, pero el funcionamiento general es mucho mejor que al principio". Pero no es conveniente jugar tan fuerte si no se parte del hecho de que es el cliente, y no el terapeuta, el responsable de los logros en el curso de la terapia. Prescripción de comportamientos La prescripción de un comportamiento determinado es el colofón de una estrategia detalladamente estudiada en la que se considera concienzudamente, a la luz de los objetivos propuestos, tanto

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las soluciones infructuosamente intentadas como la postura personal del consultante, así como el propósito positivo oculto tras toda su actuación. La formulación de las prescripciones, como los reencuadres, tiene mucho que ver con el lenguaje hipnótico ericksoniano. De hecho, los terapeutas que tienen experiencia con la formulación de sugestiones en trance hipnótico encuentran fascinante el hecho de enunciar sugerencias "en frío", fuera del marco de un estado de concentración dirigida; pero, en realidad, no se trata de nada muy distinto de las sugestiones formuladas por Milton Erickson, sin necesidad de "oficiar" una inducción de trance formal. Me imagino que un terapeuta novel va a necesitar tragarse mucha saliva antes de atreverse a pedirle a una cliente depresiva que esa noche, al disponerse a preparar la cena, derrame el aceite por el suelo u organice alguna otra catástrofe doméstica. De hecho, supongo que el inseguro tono de voz con el que va a formular tal petición provocará un buen desconcierto en su consultante que no se mostrará en absoluto dispuesta a someterse a tal sugerencia. Pero si con el mayor convencimiento del mundo se le dice algo así como: – "Entiendo que su temor por la posibilidad de que le pueda ocurrir algo malo proviene de lo más hondo de su subconsciente y está relacionado con un mecanismo de defensa de los sentimientos más positivos que usted experimenta hacia su familia. Por eso mismo debería usted sondear hasta qué punto esos sentimientos están presentes y a punto para empezar a ser liberados... no sé lo que pensará usted, pero se me ocurre que podría ser una buena idea que esta noche, cuando se disponga a preparar la cena, provoque usted misma algo de lo que teme; digamos, por ejemplo, derramar el aceite por el suelo, o cualquier otra pequeña catástrofe que pueda diseñar para los próximos días. y será interesante esperar a ver qué descubrimientos realiza sobre sus verdaderos sentimientos... ¡Es puro lenguaje hipnótico! El hemisferio cerebral izquierdo puede "volverse loco" tratando de desentrañar el significado literal de tan farragoso discurso que habla de miedos, sentimientos positivos y aceite, pero tal vez el hemisferio derecho capte con toda cla-

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ridad el mensaje de que las catástrofes más frecuentes en un hogar no van más allá de algún que otro charco de aceite y, a pesar de ello, ¡es posible sentirse bien, arropado por todo el calor familiar! A menudo se trata de prescripciones paradójicas que, aparentemente, corren el riesgo de echar por tierra los objetivos de la terapia. Entre las prescripciones más usuales están aquellas que implican: – Provocar o empeorar los síntomas. Paradójicamente, conseguir activar un síntoma implica hacerse con sus mecanismos de control y, por consiguiente, utilizarlos posteriormente para su eliminación. – Provocar una recaída. Esta prescripción tiene dos momentos especialmente útiles de aplicación: cuando el cliente se muestra entusiasmado con su progreso continuado a lo largo de varios días, es conveniente hacerle ver que lo más lógico es esperar que las cosas no prosigan eternamente bien, sino que habrá altibajos por lo que es de suponer que no está lejos la recaída. El otro momento especial es poco antes de dar de alta a un consultante que ya lleva una temporada "sintiéndose bien"; se le puede pedir que se esfuerce en recaer como una medida adicional de control de los síntomas y como recordatorio de cómo pueden llegar a ponerse las cosas en el caso de empeorar. – Actuar en contra de la tendencia habitual, pero manteniendo el propósito inicial: A Teresa, la madre de Mónica, se la puede felicitar por su empeño en proteger a la niña por encima de todo para explicarle a continuación (reencuadrar) que el modo más seguro de protegerla en el futuro es asegurarse de que la propia niña va a contar con recursos propios y, así, sugerirle finalmente que empiece por imponer a la niña que se quede en su propia cama a pesar de sus dificultades para dormirse, explicándole que es lo mejor para hacerse fuerte y que así estarán orgullosas la una de la otra. – Incurrir en la secuencia de conducta que se desea evitar pero variando alguno de sus elementos –frecuencia, intensidad, duración, orden– o introduciendo elementos nuevos relacionados con el entorno, personas implicadas, momento del día, etc. De nuevo, el

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EL ENFOQUE ESTRATÉGICO

efecto solapado de esta instrucción es proporcionar control sobre el comportamiento. Otras prescripciones tienen un carácter aparentemente pragmático –registros, observación de acontecimientos, autoobservación, etc.– pero, normalmente, llevan en sí mismas el germen del cambio mínimo que puede convertir al consultante de mero sujeto pasivo a controlador activo y organizador de su entorno. Toda intervención debe partir del análisis de la clase de soluciones ineficaces que se están manteniendo a partir de la postura personal del cliente y encaminarse a romper ese círculo vicioso, responsable de la perpetuación del problema: intentos de forzar lo espontáneo, evitación de lo temido, imposición del criterio propio o defensa frente a las acusaciones injustas (véase capítulo VI) Seguimiento y evaluación de resultados El enfoque estratégico surgió en un marco estrictamente experimental; por eso mismo, la evaluación de los resultados es un elemento clave dentro del modelo. En la terapia estratégica existe una línea conductora que da cohesión a la serie de sesiones que se mantienen con cada consultante; a diferencia de otros enfoques que consideran cada intervención como una unidad en sí misma, aquí existe una secuencia intencional entre todas las sesiones en función del objetivo planteado inicialmente. Por eso, en cada sesión se determina en qué punto se halla el consultante respecto de sus metas, los cambios debidos a la intervención específica y los que se han podido producir como efecto secundario, las causas de los posibles fracasos y las estrategias alternativas para superar las dificultades. Y con todos esos datos a la vista, se diseña la intervención correspondiente. A primera vista, podría pensarse que el enfoque estratégico no es más que un refinamiento de los planteamientos conductistas más radicales. Sin embargo existe una notable diferencia entre ambos, así como respecto a otros modelos de psicoterapia; el esquema adjunto puede servir como guía para constatar algunas diferencias: En el entorno ambiental están teniendo lugar continuamente acontecimientos que, al incidir sobre cada persona, son procesados

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CUANDO EL PROBLEMA ES LA SOLUCIÓN ENTORNO OTRAS PERSONAS SITUACIONES ELEMENTOS AMBIENTALES

SUJETO CREENCIAS EXPECTATIVAS

RESPONSABILIDADES

PREJUICIOS

PRESIONES SOCIALES

NORMAS

COMPORTAMIENTO

en función de sus propios mapas mentales y, de esa manera, se organiza la respuesta a emitir en cada situación específica que, a su vez, puede influir sobre el propio entorno modificándolo en alguna medida. El conductismo más ortodoxo centra las intervenciones en el nivel de las respuestas de manera que, al reforzar las conductas deseables y "castigar" las indeseables, se consiga un incremento en la probabilidad de ocurrencia de las primeras y una disminución de las segundas. Los enfoques puramente cognitivistas se fijan en los procesos de pensamiento del sujeto –sus mapas mentales– partiendo de la base de que una variación de las expectativas o las creencias de un individuo puede propiciar la aparición de nuevos comportamientos. Otros planteamientos, finalmente, tratan de introducir un elemento nuevo bien sea en el entorno o en el interior del sujeto –llámese energía, comunicación transpersonal o cualquier otra denominación– que será, en definitiva, el factor decisivo en el cambio de comportamiento. El enfoque estratégico, por su parte, actúa simultáneamente sobre los tres elementos del esquema del comportamiento humano: – Sobre el entorno: por ejemplo, a través de la prescripción de variaciones y la observación de los efectos que tales cambios provocan en la cadena entorno-comportamiento-resultado. – Sobre los esquemas mentales del sujeto: los reencuadres, reformulaciones y reinterpretaciones se pueden considerar como intervenciones puramente cognitivistas.

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EL ENFOQUE ESTRATÉGICO

– Sobre el comportamiento: mediante prescripciones directas, se ensayan nuevas conductas, se constatan los resultados y se abren nuevas posibilidades de actuación personal

La práctica de la teoría Al comenzar este capítulo teníamos en mente el objetivo de exponer con la mayor concisión posible el esquema de lo que puede ser el estilo estratégico. Si bien el capítulo se ha orientado más bien hacia los profesionales de la psicoterapia, nada impide a quienes no se dedican a tales menesteres aplicar tal esquema a muchas situaciones de su vida diaria. En concreto, consideramos que la comunicación habitual puede mejorar muy notablemente si se adopta como hábito el seguimiento de algunas de las pautas del enfoque estratégico: – Reformular el problema integrando todos los elementos es un ejercicio de comprensión y síntesis. Exponer a nuestro interlocutor un resumen de lo que creemos haber entendido, brindándole la oportunidad de matizarlo o modificarlo, es el mejor método para evitar malentendidos. – Resaltar lo positivo a su vez, no sólo despejará los canales de comunicación sino que, además, el esfuerzo por descubrir la intención positiva oculta tras las opiniones o la conducta de un interlocutor, constituye el más elaborado ejercicio de desarrollo de la empatía personal. – Prescribir cambios puede ser lo mejor que podemos hacer por cualquier persona que se vea envuelta en un problema. Hacerle ver que lo que está haciendo no funciona y que, por eso mismo, es necesario intentar algo diferente, puede abrirle la puerta hacia nuevas soluciones. Por supuesto, no es necesario esforzarse en recomendar sistemáticamente soluciones paradójicas; tal vez, fuera del marco de la psicoterapia, eso puede resultar demasiado forzado pero sí que podemos ayudar a nuestros interlocutores a diseñar estrategias alternativas ¡sin perder de vista que la responsabilidad última no nos corresponde a nosotros, sino a ellos!

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CUANDO EL PROBLEMA ES LA SOLUCIÓN

Como entrenamiento, vamos a proponer un ejercicio de reinterpretación positiva de comportamientos consistente en buscar un motivo de elogio para nuestro supuesto interlocutor a partir de su conducta problemática. Al final del capítulo se propone una posible solución. Situación

Reinterpretación positiva

1. Ana se siente celosa porque una chica nueva ha comenzado a trabajar en la oficina de su marido. Se muestra distante e irritable con el marido cuando éste llega a casa, como para "castigarlo". 2. La niña de Julia reclama continuamente su atención a la hora de comer; no para quieta: sube y baja continuamente de la silla, pide que le den la comida, quiere que le cuenten cuentos. Por atender a su hija, Julia tiene todos los días el tiempo muy justo para el trabajo. 3. María está deprimida porque desea romper su relación con el chico con quien está saliendo, pero siente que sus padres la están presionando para que continúe con él. Ella no quiere a ese chico, pero tampoco desea dar un disgusto a sus padres. 4. Carlos llega a su casa la noche de los viernes más tarde de lo acordado con sus padres. Éstos están hartos de razonar con él, de reñirle y de amenazarle. 5. Mario está desesperado porque no consigue dejar de fumar. Ya lleva muchos intentos y no lo consigue. Le preocupa mucho el riesgo que puede estar suponiendo para su salud.

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EL ENFOQUE ESTRATÉGICO

Resumen El enfoque estratégico parte de: 1. Determinar el problema. 2. Especificar las soluciones intentadas. 3. Delimitar una meta clara. 4. Contar con los recursos personales existentes. Las intervenciones estratégicas comprenden: 1. Resaltar lo positivo. 2. Reencuadrar y reinterpretar. 3. Prescribir comportamientos para romper el círculo vicioso problema-solución. 4. Evaluar los resultados obtenidos.

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CUANDO EL PROBLEMA ES LA SOLUCIÓN

ESQUEMA DE PREGUNTAS PARA DIRIGIR UNA SESIÓN DE TERAPIA ESTRATÉGICA

Descripción del problema: – ¿En qué puedo ayudarte?, ¿Cuál es el problema que te trae por aquí? – ¿Qué ocurre exactamente? ¿Quién hace qué? ¿Cómo respondes? – ¿Dónde, cuándo ocurre? – ¿Es siempre de la misma manera? ¿Cuáles son las diferencias?

Determinación de objetivos: – ¿De qué manera puedo yo ayudarle a afrontar este problema? – ¿Por qué me ha llamado justo en el momento en que lo ha hecho y no antes ni después? – ¿Cuál es, en este momento preciso, el cambio que parece más prioritario enfocar, el más urgente? – Si llegase a producirse, ¿cuál se podría considerar como la primera señal de que ha ocurrido un cambio significativo, aunque sea pequeño?

Exploración de los recursos existentes: – ¿Qué ocurre los días en que el problema no sucede, o es menos acusado? ¿a qué se puede deber esa diferencia? – ¿Has tenido alguna dificultad parecida anteriormente? ¿de qué manera conseguiste eliminarla?

Resaltar lo positivo – ¿Está ocurriendo ya algo que no deseas perder? – ¿Qué objetivo o función positiva se oculta detrás de todo eso?

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EL ENFOQUE ESTRATÉGICO

Solución al ejercicio propuesto: Situación

Reinterpretación positiva

1. Ana se siente celosa porque una chica nueva ha comenzado a trabajar en la oficina de su marido. Se muestra distante e irritable con el marido cuando éste llega a casa, como para "castigarlo". 2.La niña de Julia reclama continuamente su atención a la hora de comer; no para quieta: sube y baja continuamente de la silla, pide que le den la comida, quiere que le cuenten cuentos. Por atender a su hija, Julia tiene todos los días el tiempo muy justo para el trabajo.

Ana ama a su marido. Está muy pendiente de él y sabe mostrar sus emociones aunque sean las de una chiquilla celosa. Deberá empezar a mostrarle también sus sentimientos más cálidos.

3. María está deprimida porque desea romper su relación con el chico con quien está saliendo, pero siente que sus padres la están presionando para que continúe con él. Ella no quiere a ese chico, pero tampoco desea dar un disgusto a sus padres.

María es una hija preocupada por no herir los sentimientos de sus padres. Ella les dará la alegría de convertirlos en artífices de su felicidad por no renunciar a la elección personal que haga libremente en su momento. Los padres de Carlos se preocupan mucho por su hijo y desean verle libre de problemas. Seguramente estarán dispuestos a enseñarle la dura lección de las "consecuencias lógicas" del propio comportamiento.

4. Carlos llega a su casa la noche de los viernes más tarde de lo acordado con sus padres. Éstos están hartos de razonar con él, de reñirle y de amenazarle.

Julia es una "madraza" que desea lo mejor para su hija a la que está totalmente entregada. Como buena madre sabrá hacerle a su hija el regalo del autocontrol.

CONTINÚA

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CUANDO EL PROBLEMA ES LA SOLUCIÓN VIENE DE PÁG. ANTERIOR

Situación

Reinterpretación positiva

5. Mario está desesperado porque no consigue dejar de fumar. Ya lleva muchos intentos y no lo consigue. Le preocupa mucho el riesgo que puede estar suponiendo para su salud.

El mérito de Mario reside en su capacidad de perseverar a pesar de los obstáculos y de no rendirse ante los fracasos. Sus probabilidades de éxito aumentarán si aplica todo su empeño en la cumplimentación de alguna acción que le haga fumar menos accesible.

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APÉNDICE EL ESTILO “PALO ALTO” "Let's be brief" Lema del Centro de Terapia Breve del MRI, en Palo Alto No deja de sorprender al estudiante de Psicología la amplia bibliografía sobre temas psicoterapéuticos y comportamentales publicados en un lugar con un nombre de tan pintorescas resonancias hispanas. Pero el fenómeno es explicable si se tiene en cuenta que en esa pequeña población californiana, no lejos de San Francisco, confluyen dos importantes fuentes referenciales para el profesional de la psicoterapia: la Universidad de Stanford, por una parte y, especialmente, el "MENTAL RESEARCH INSTITUTE" (MRI) –nada que ver el uno con la otra– a cuyo amparo se desarrolla el "Centro de Terapia Breve", origen de la terapia estratégica y fundamento de otros enfoques de plena actualidad tales como la terapia familiar sistémica. En el jardín central del edificio que alberga al MRI, llega a palparse la presencia de John Weakland, en el banco de madera que sustenta la placa en su memoria, y, al tiempo que es posible tomarse un café con Paul Watzlawick mientras se le van proporcionando matizaciones lingüísticas a su encantadora jerga hispano-italiana o admirar el agudo sentido del humor del sorprendente Richard Fisch, uno no puede dejar de pasar revista mentalmente, entre reverente y encantado, a

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la larga lista de nombres ilustres ligados de un modo u otro a la institución; desde su precursor, Gregory Bateson, hasta los actuales encargados de mantener vivo su espíritu inconformista e inquisitivo, como la cosmopolita Karin Schlanger, sin olvidar el ramillete de personajes, casi míticos ya, que han contribuido a la configuración del espíritu del MRI de Palo Alto, como Don Jackson, Virginia Satir, y "a distancia", el propio Milton Erickson. Quien desee conocer en detalle la historia de esta institución puede consultar la bibliografía correspondiente . Pero lo más interesante para el terapeuta que allí va a impregnarse de algo de ese peculiar estilo estratégico para poder reflejarlo después en su acción profesional, es la forma concreta de trabajar que se sigue en el Centro de Terapia Breve desde su fundación, a principios de los años sesenta, y que rompe con muchos de los esquemas tradicionales de actuación en psicoterapia:

El equipo terapéutico Lo primero que sorprende es el hecho de que se trabaje en equipo. La sala de terapia consiste en un espacio sobriamente amueblado con dos sillas de brazos y una mesa baja que sirve de frontera entre el terapeuta principal, el responsable de la sesión, y su consultante. Una de las paredes laterales que limita con una salita contigua, está constituida por un gran espejo sin azogue, que permite observar desde este recinto cuanto ocurre en la sala de terapia. Aquí se instala el equipo de coterapeutas –entre tres y cuatro– cuya función va a consistir en prestar ayuda al terapeuta principal con sus comentarios, interpretaciones y sugerencias. Además, un equipo de vídeo permite grabar la sesión así como transmitir su contenido a un aula más espaciosa desde donde pueden seguir el desarrollo de los acontecimientos varios alumnos que no intervienen directamente en la sesión. Por supuesto, el consultante conoce la situación y sabe que está siendo observado. En la sesión inicial, se le ha explicado todo el procedimiento y se solicita su consentimiento por escrito para

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APÉNDICE

poder utilizar las grabaciones efectuadas a efectos didácticos o de investigación. A cambio se le garantiza la más escrupulosa discreción a nivel social. Lejos de resultar un inconveniente, en esta situación de exposición semipública, que podría retraer a los menos exhibicionistas, los consultantes se sienten más arropados por todo un equipo –al que sienten pero casi nunca ven– y perciben que se está poniendo un interés muy especial en la solución de su problema particular, lo cual es muy estimulante para ellos. La responsabilidad de la sesión corre a cargo del terapeuta principal, pero el equipo tras el espejo puede intervenir en cualquier momento mediante comunicación telefónica con la sala de terapia, convocando al terapeuta principal a una breve reunión en medio de la sesión, o bien irrumpiendo en la sala de terapia para comunicarse directamente con el terapeuta principal o con el consultante. Las interrupciones a través del teléfono son frecuentes, pero lejos de suponer una distracción, son percibidas por el cliente como un seguimiento muy cercano de su caso por parte de los "personajes misteriosos" ocultos tras el espejo. Desde el punto de vista del consultante las cosas, más o menos suceden de esta manera: Consultante: – "... he procurado seguir las instrucciones lo mejor que he podido, pero no estoy muy seguro de haberlo hecho bien: Usted me había sugerido que en lugar de mostrarme tan mandón con mi hijo, procurara pedirle su opinión en todo momento. Pues bueno, él iba a matricularse de unas asignaturas optativas y me pidió consejo. Yo estuve a punto de sugerirle que eligiera Matemáticas comerciales, pero me acordé de su consejo y le dije que no estaba seguro de lo que podría resultarle mejor a la larga y que en cuestión de estudios yo había "metido la pata" con los míos en alguna ocasión, así que le dije que no lo tenía muy claro, y que lo mejor era que pensara qué es lo que más le gustaba...". Terapeuta: – "¿Eso ha supuesto un cambio en su actitud habitual con su hijo?, quiero decir, ¿cómo habría actuado hace un par de semanas en una situación semejante?".

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Cliente: – "En efecto, antes yo le hubiera dicho: eres un inútil, no sabes nada, no tienes decisión...". Suena el timbre del teléfono. El terapeuta principal se disculpa y descuelga el auricular... – ... Terapeuta: –"Ajá. Está bien... Sí, sí... Se lo comunicaré. (el consultante sabe que están hablando de él; observa al terapeuta con un asomo de expectación). El terapeuta cuelga el teléfono y se dirige sonriente a su cliente: – "Me dice el equipo que les ha impresionado el cambio de actitud que ha mostrado usted en ese momento y quieren felicitarlo". El equipo terapéutico proporciona una enorme creatividad al proceso de la terapia; ayuda a evitar los bloqueos en los que todo terapeuta incurre de vez en cuando y provee un apreciable marco de seguridad al responsable de la sesión que sabe que va a ser asesorado en los momentos más críticos. Así, las reformulaciones positivas, los reencuadres y las prescripciones paradójicas pueden ser aceptadas más fácilmente por el cliente que ve tales intervenciones como el resultado de un trabajo conjunto más fiable, por lo tanto, que la simple opinión de un miembro aislado. A veces hay desacuerdo entre el equipo y el terapeuta principal. En estos casos, pueden ocurrir dos cosas: o bien el terapeuta, director de la sesión, prescinde del comentario de su equipo y se mantiene en su línea individual, o comunica al consultante la discrepancia existente entre él y el equipo de asistencia. En este último caso, la cuestión puede tener repercusiones terapéuticas importantes ya que, por lo general, el cliente se alía con su terapeuta frente al equipo que mantiene una postura diferente y así se posibilita una mayor motivación para un cambio concreto: – "Tenemos un punto de discrepancia los miembros del equipo y yo: ellos piensan que todavía es prematuro proponerle que haga un esfuerzo para mantener un poco más alejado ese "control a distancia" que ha venido ejerciendo sobre su hijo; sin embargo yo creo que usted ha dado ya muestras de prudencia suficiente y pienso que

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podría hacerlo; ¿qué opina usted de dar un paso más y probar a darle libertad al chico para que se informe de cómo podría organizar su prestación social sustitutoria antes de que decida si hace o no la mili?". – "No me haría mucha gracia que tomara esa decisión, pero comprendo que es su vida, y aunque él pueda tener ciertas ideas que yo no comparto, entiendo que sigue siendo mi hijo y, en efecto, va a necesitar mi apoyo".

Organización del tiempo El Centro de Terapia Breve de Palo Alto determina un número máximo de diez sesiones con los consultantes que acuden en demanda de ayuda. Este número se fijó de una manera bastante arbitraria en los primeros tiempos de puesta en marcha del programa experimental, como una forma de forzar la brevedad en terapia y los resultados han venido demostrando que es un plazo razonable. De hecho, muchos objetivos se alcanzan antes de la décima sesión. Limitar el número de sesiones es otra forma de mantener el control de la terapia por parte del terapeuta, aspecto que el Centro de Terapia Breve se cuida mucho de asegurar. La perspectiva de disolver el contrato terapéutico en un plazo determinado estimula a los consultantes a poner de su parte todo cuanto puedan para alcanzar los resultados propuestos. De todos modos, como una especie de garantía de tranquilidad, cuando el cliente alcanza el término de la terapia antes de la décima sesión, sabe que podrá utilizar el remanente de jornadas no utilizadas para trabajar sobre el mismo problema en caso de recaída o de resurgimiento del problema inicial. Pero la filosofía del Centro es establecer un límite máximo para trabajar sobre un problema determinado. Por supuesto, si un mismo consultante acude con otro problema diferente al inicial, tendrá también derecho a sus correspondientes diez sesiones. El tema del control por parte del terapeuta correlaciona inversamente con la resistencia al cambio: a mayor directividad del tera-

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peuta, aceptada por el consultante, menos dificultades para el cambio experimenta este; pero si el consultante percibe que puede imponer sus condiciones, por ejemplo en cuestiones como fijación de la fecha o el horario de la consulta, tipo de tareas que acepta o se niega a llevar a cabo, frecuencia de las sesiones o cualesquiera otros, entonces la resistencia al cambio se hace más evidente y las metas difícilmente son alcanzadas. En cuanto al tiempo dedicado a cada sesión, suele oscilar en torno a los cincuenta minutos, sin que el terapeuta tenga que ajustarse forzosamente a cubrir un tiempo determinado. De hecho, cada sesión terapéutica puede tener su ritmo propio de manera que se alcance una resolución antes del tiempo establecido con lo que sería un error prolongarla más allá de lo conveniente ya que eso podría mermar el impacto de una intervención o de una prescripción determinada. En general, la primera parte de la sesión suele estar dedicada a comentar la actuación del cliente; el modo de llevar adelante las tareas asignadas, problemas y descubrimientos realizados en torno a su ejecución y observaciones generales tanto en relación al problema objeto de consulta como sobre otros temas relacionados. Durante esta primera parte, el terapeuta, asistido por el equipo, realiza las correspondientes reformulaciones y reencuadrres. Normalmente tiene lugar, después, un breve corte en la sesión como consecuencia de la "mini junta" que celebran el terapeuta principal y sus asesores del otro lado del espejo: se hace una puesta en común de lo observado, se discuten criterios –y a veces no se llega a un acuerdo– y se planifica la estrategia a seguir. Los últimos quince o veinte minutos se dedican a comunicar al consultante los acuerdos o el punto de vista del equipo y en esta fase de la sesión se introducen las intervenciones de mayor impacto: elogios, desafíos, reencuadres novedosos. Finalmente, se formula la prescripción de comportamiento que el consultante debe poner en práctica hasta la siguiente sesión. La frecuencia de las sesiones es, en principio, semanal. A medida que el cliente se va acercando a los objetivos terapéuticos propuestos, las consultas se pueden ir espaciando como una forma de

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transferir el control al propio consultante así como una manera de ir preparando la terminación de la terapia. El término de la secuencia terapéutica puede producirse por haber alcanzado los objetivos propuestos o bien ante la imposibilidad manifiesta de lograrlo. En todo caso, se procura que el término sea siempre cordial y el terapeuta se muestra dispuesto a aprender de sus propios errores.

No trabajar más que el cliente Este consejo tuvo un impacto especial sobre mi forma de proceder en la actualidad. De hecho, resume bien la actitud general de no quitarle al consultante su problema, sino ayudarle a liberarse de él. Muchas veces los terapeutas somos presa de la ansiedad por conseguir una mejoría constatable, e, incluso, nos echamos sobre las espaldas la responsabilidad de que el cliente realice su trabajo. Tal vez tenga que ver con la autoestima, ya que a nadie le agrada ser testigo del fracaso de su propia intervención. Personalmente me he visto muchas veces luchando desesperadamente con un consultante inhibido, acosándolo a preguntas, asaetándolo con propuestas, abrumándolo con sugerencias... para no obtener más que débiles signos de que no se había perdido del todo la comunicación verbal. Pues bien, el espíritu de la terapia estratégica desaconseja esta forma de liberar al cliente de su carga. La consigna, más bien es: si tu cliente no habla, sé tú más mudo que él (he comprobado que es una buena manera de conseguir que empiecen a hablar: o bien el silencio se les hace incómodo, o bien empiezan a pensar que, ya que están pagando por esa sesión, les resulta más rentable hablar de algo); si no hace sus deberes, quítale asignaciones, si espera que tú le resuelvas su problema, plantéale más problemas que resolver... Es como tener que transportar un peso entre dos personas: si una de ellas afloja por su lado, la otra tiene que realizar un esfuerzo mayor para tirar de la carga. Y creo que es mejor que el que tire más fuerte sea el consultante... por su propio bien.

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CUANDO EL PROBLEMA ES LA SOLUCIÓN

Trabajar en solitario Lo malo para cuantos nos dedicamos al ejercicio libre de la psicoterapia es que no disponemos de un equipo tras el espejo que nos aporte creatividad, desafíos, ánimo y puntos de vista diferentes. De todos modos, las limitaciones de trabajar en solitario pueden paliarse, parcialmente, si se recurre a ciertas estrategias: – Grabar las sesiones. Tras pedirle el correspondiente permiso al consultante, se le puede explicar que la grabación se utilizará para consultar determinados puntos oscuros que hayan podido quedar en la sesión con otros colegas expertos. Y, si se tiene la posibilidad, realizar realmente tal consulta o, al menos, volver a escuchar la grabación y reflexionar sobre lo que allí se ha planteado, planificar nuevas estrategias o prescripciones, etc. En la siguiente sesión se puede transmitir al consultante el resultado de nuestras consultas o reflexiones personales. – El equipo imaginario: El "rol de espectador" tiene nefastas consecuencias en el ámbito del funcionamiento sexual; tener conciencia de sí mismo impide que ciertas funciones espontáneas puedan desarrollarse con normalidad. Sin embargo, en una sesión de terapia es bueno visualizarse de vez en cuando desde el otro lado del espejo, o imaginar que "el equipo" hace una llamada, justo en el momento en que parece haberse perdido el hilo de la sesión: ¿qué reencuadre o felicitación tienen para el consultante? ¿qué propuesta o prescripción le harían en ese momento? El equipo imaginario siempre ayuda a estimular la escucha activa, la percepción del punto de vista del consultante y, a menudo, es mucho más exigente que el equipo terapéutico real. En definitiva, el espíritu del Centro de Terapia Breve del MRI de Palo Alto se compone a partes iguales de altas dosis de creatividad, pragmatismo, entusiasmo y sentido común. Cualidades todas ellas muy deseables para cualquier terapeuta, independientemente de la línea teórica de base que sustente su trabajo clínico. Por otro lado, a cualquier terapeuta, de la escuela que sea, tampoco le resultará excesivamente difícil incluir sus técnicas concretas de trabajo dentro del marco general de actuación aquí expuesto.

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Tanto desde el punto de vista personal como desde el de profesional de la psicoterapia, entiendo que no es mala cosa intentar, periódicamente, un pequeño cambio... y observar los resultados.

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DIRECTOR: CARLOS ALEMANY 1. Relatos para el crecimiento personal. CARLOS ALEMANY (ED.), RAMIRO ÁLVAREZ, JOSÉ VICENTE BONET, IOSU CABODEVLLLA, EDUARDO CHAMORRO, CARLOS DOMINGUEZ, JOSÉ ANTONIO GARCÍA-MONGE, ANA GIMENO-BAYÓN, MAITE MELENDO, ALEJANDRO ROCAMORA. PRÓLOGO DE JOSÉ LUIS PINLLLOS. (6ª ed.) 2. La asertividad: expresión de una sana autoestima. OLGA CASTANYER. (21ª ed.) 3. Comprendiendo cómo somos. Dimensiones de la personalidad. ANA GIMENO-BAYÓN COBOS. (5ª ed.) 4. Aprendiendo a vivir. Manual contra el aburrimiento y la prisa. ESPERANZA BORÚS. (5ª ed.) 5. ¿Qué es el narcisismo? JOSÉ LUIS TRECHERA. (2ª ed.) 6. Manual práctico de P.N.L. Programación neurolingüística. RAMIRO J. ÁLVAREZ. (5ª ed.) 7. El cuerpo vivenciado y analizado. CARLOS ALEMANY Y VÍCTOR GARCÍA (EDS.) 8. Manual de Terapia Infantil Gestáltica. LORETTA ZAIRA CORNEJO PAROLINI. (5ª ed.) 9. Viajes hacia uno mismo. Diario de un psicoterapeuta en la postmodernidad. FERNANDO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN. (2ª ed.) 10. Cuerpo y Psicoanálisis. Por un psicoanálisis más activo. JEAN SARKISSOFF. (2ª ed.) 11. Dinámica de grupos. Cincuenta años después. LUIS LÓPEZ-YARTO ELIZALDE. (5ª ed.) 12. El eneagrama de nuestras relaciones. MARIA-ANNE GALLEN - HANS NEIDHARDT. (5ª ed.) 13. ¿Por qué me culpabilizo tanto? Un análisis psicológico de los sentimientos de culpa. LUIS ZABALEGUI. (3ª ed.) 14. La relación de ayuda: De Rogers a Carkhuff. BRUNO GIORDANI. PRÓLOGO DE M. MARROQUÍN. (2ª ed.) 15. La fantasía como terapia de la personalidad.FERNANDO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN. (2ª ed.) 16. La homosexualidad: un debate abierto. JAVIER GAFO (ED.). JAVIER GAFO, CARLOS DOMÍNGUEZ, JUAN-RAMÓN LACADENA, ANA GIMENO BAYÓN, JOSÉ LUIS TRECHERA. (3ª ed.) 17. Diario de un asombro. ANTONIO GARCÍA RUBIO. PRÓLOGO DE J. MARTÍN VELASCO. (3ª ed.) 18. Descubre tu perfil de personalidad en el eneagrama. DON RICHARD RISO. (5ª ed.) 19. El manantial escondido. La dimensión espiritual de la terapia. THOMAS HART. 20. Treinta palabras para la madurez. JOSÉ ANTONIO GARCÍA-MONGE. (8ª ed.) 21. Terapia Zen. DAVID BRAZIER. PRÓLOGO DE ANA MARÍA SCHLÜTER RODÉS. (2ª ed.) 22. Sencillamente cuerdo. La espiritualidad de la salud mental. GERALD MAY. PRÓLOGO DE JOSÉ-VICENTE BONET. 23. Aprender de Oriente: Lo cotidiano, lo lento y lo callado. JUAN MASIÁ CLAVEL. 24. Pensamientos del caminante. M. SCOTT PECK. PRÓLOGO DE JOSÉ-VICENTE BONET. 25. Cuando el problema es la solución. Aproximación al enfoque estratégico. RAMIRO J. ÁLVAREZ. (2ª ed.) 26. Cómo llegar a ser un adulto. Manual sobre la Integración Psicológica y Espiritual. DAVID RICHO. (2ª ed.) 27. El acompañante desconocido. De cómo lo masculino y lo femenino que hay en cada uno de nosotros afecta a nuestras relaciones. JOHN A. SANFORD. 28. Vivir la propia muerte. STANLEY KELEMAN. PRÓLOGO DE JUAN MANUEL G. LLAGOSTERA. 29. El ciclo de la vida: Una visión sistémica de la familia. ASCENSIÓN BELART - MARÍA FERRER. PRÓLOGO DE LUIS ROJAS MARCOS. (2ª ed.) 30. Yo, limitado. Pistas para descubrir y comprender nuestras minusvalías. MIGUEL ÁNGEL CONESA FERRER. 31. Lograr buenas notas con apenas ansiedad. Guía práctica para sobrevivir a los exámenes. KEVIN FLANAGAN. PRÓLOGO DE JOAQUÍN Mª. GARCÍA DE DIOS. 32. Alí Babá y los cuarenta ladrones. Cómo volverse verdaderamente rico. VERENA KAST. PRÓLOGO DE GABRIELA WASSERZIEHR. 33. Cuando el amor se encuentra con el miedo. DAVID RICHO. (3ª ed.) 34. Anhelos del corazón. Integración psicológica y espiritualidad.WILKIE AU - NOREEN CANNON. 35. Vivir y morir conscientemente. IOSU CABODEVILLA. PRÓLOGO DE CELEDONIO CASTANEDO. (3ª ed.) 36. Para comprender la adicción al juego. MARÍA PRIETO URSÚA. PRÓLOGO DE LUIS LLAVONA. 37. Psicoterapia psicodramática individual. TEODORO HERRANZ CASTILLO. 38. El comer emocional. EDWARD ABRAMSON. 39. Crecer en intimidad. Guía para mejorar las relaciones interpersonales. JOHN AMODEO - KRIS WENTWORTH.

40. Diario de una maestra y de sus cuarenta alumnos. ISABEL AGÜERA ESPEJO-SAAVEDRA. 41. Valórate por la felicidad que alcances. XAVIER MORENO LARA. 42. Pensándolo bien... Guía práctica para asomarse a la realidad. RAMIRO J. ÁLVAREZ. PRÓLOGO DE JOSÉ KLINGBEIL. 43. Límites, fronteras y relaciones. Cómo conocerse, protegerse y disfrutar de uno mismo. CHARLES L. WHITFIELD. PRÓLOGO DE JOHN AMODEO. 44. Humanizar el encuentro con el sufrimiento. JOSÉ CARLOS BERMEJO. 45. Para que la vida te sorprenda. MATILDE DE TORRES. (2ª ed.) 46. El Buda que siente y padece. Psicología budista sobre el carácter, la adversidad y la pasión. DAVID BRAZIER. 47. Hijos que no se van. La dificultad de abandonar el hogar. JORGE BARRACA. PRÓLOGO DE LUIS LÓPEZ-YARTO. 48. Palabras para una vida con sentido. Mª. ÁNGELES NOBLEJAS. 49. Cómo llevarnos bien con nuestros deseos. PHILIP SHELDRAKE. 50. Cómo no hacer el tonto por la vida. Puesta a punto práctica del altruismo. LUIS CENCILLO. PRÓLOGO DE ANTONIO BLANCH. (2ª ed.) 51. Emociones: Una guía interna. Cuáles sigo y cuáles no. LESLIE S. GREENBERG. PRÓLOGO DE CARMEN MATEU. (2ª ed.) 52. Éxito y fracaso. Cómo vivirlos con acierto. AMADO RAMÍREZ VILLAFÁÑEZ. 53. Desarrollo de la armonía interior. JUAN ANTONIO BERNAD. 54. Introducción al Role-Playing pedagógico. PABLO POBLACIÓN KNAPPE y ELISA LÓPEZ BARBERÁ Y COLS. PRÓLOGO DE JOSÉ A. GARCÍA-MOGE. 55. Cartas a Pedro. Guía para un psicoterapeuta que empieza. LORETTA CORNEJO. 56. El guión de vida. JOSÉ LUIS MARTORELL. PRÓLOGO DE JAVIER ORTIGOSA. 57. Somos lo mejor que tenemos. ISABEL AGÜERA ESPEJO-SAAVEDRA. 58. El niño que seguía la barca. Intervenciones sistémicas sobre los juegos familiares. GIULIANA PRATA; MARIA VIGNATO y SUSANA BULLRICH. 59. Amor y traición. JOHN AMODEO. PRÓLOGO DE CARLOS ALEMANY. 60. El amor. Una visión somática. STANLEY KELEMAN. PRÓLOGO DE JAIME GUILLÉN DE ENRÍQUEZ. 61. A la búsqueda de nuestro genio interior: Cómo cultivarlo y a dónde nos guía. KEVIN FLANAGAN. 62. A corazón abierto.Confesiones de un psicoterapeuta. FERNANDO JIMÉNEZ HERNÁNDEZPINZÓN. 63. En vísperas de morir. Psicología, espiritualidad y crecimiento personal. IOSU CABODEVILLA ERASO. PRÓLOGO DE RAMÓN MARTÍN RODRIGO. 64. ¿Por qué no logro ser asertivo? OLGA CASTANYER Y ESTELA ORTEGA. 65. El diario íntimo: buceando hacia el yo profundo. JOSÉ-VICENTE BONET, S.J. (2ª ed.) 66. Caminos sapienciales de Oriente. JUAN MASIÁ. 67. Superar la ansiedad y el miedo. Un programa paso a paso. PEDRO MORENO. PRÓLOGO DE DAVID H. BARLOW, PH.D. (2ª ed.) 68. El matrimonio como desafío. Destrezas para vivirlo en plenitud. KATHLEEN R. FISCHER y THOMAS N. HART. 69. La posada de los peregrinos. Una aproximación al Arte de Vivir. ESPERANZA BORÚS. 70. Realizarse mediante la magia de las coincidencias. Práctica de la sincronicidad mediante los cuentos. JEAN-PASCAL DEBAILLEUL y CATHERINE FOURGEAU. 71. Psicoanálisis para educar mejor. FERNANDO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN. 72. Desde mi ventana. Pensamientos de autoliberación. PEDRO MIGUEL LAMET. 73. En busca de la sonrisa perdida. La psicoterapia y la revelación del ser. JEAN SARKISSOFF. 74. La pareja y la comunicación. La importancia del diálogo para la plenitud y la longevidad de la pareja. Casos y reflexiones. PATRICE CUDICIO y CATHERINE CUDICIO. 75. Ante la enfermedad de Alzheimer. Pistas para cuidadores y familiares. MARGA NIETO CARRERO. 76. Me comunico... Luego existo. Una historia de encuentros y desencuentros. JESÚS DE LA GÁNDARA MARTÍN. 77. La nueva sofrología. Guía práctica para todos. CLAUDE IMBERT. 78. Cuando el silencio habla. MATILDE DE TORRES VILLAGRÁ. 79. Atajos de sabiduría. CARLOS DÍAZ.

80. ¿Qué nos humaniza? ¿Qué nos deshumaniza? RAMÓN ROSAL CORTÉS. 81. Más allá del individualismo. RAFAEL REDONDO. 82. La terapia centrada en la persona hoy. Nuevos avances en la teoría y en la práctica. DAVE MEARNS y BRIAN THORNE. PRÓLOGO DE MANUEL MARROQUÍN PÉREZ. 83. La técnica de los movimientos oculares. La promesa potencial de un nuevo avance psicoterapéutico. FRED FRIEDBERG. INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA POR RAMIRO J. ÁLVAREZ 84. No seas tu peor enemigo...¡...Cuando puedes ser tu mejor amigo! ANN-MARIE MCMAHON. 85. La memoria corporal. Bases teóricas de la diafreoterapia. LUZ CASASNOVAS SUSANNA. 86. Atrapando la felicidad con redes pequeñas. IGNACIO BERCIANO PÉREZ. CON LA COLABORACIÓN DE ITZIAR BARRENENGOA 87. C.G. Jung. Vida, obra y psicoterapia. M. PILAR QUIROGA MÉNDEZ. 88. Crecer en grupo. Una aproximación desde el enfoque centrado en la persona. BARTOMEU BARCELÓ. PRÓLOGO DE JAVIER ORTIGOSA. 89. Automanejo emocional. Pautas para la intervención cognitiva con grupos. ALEJANDRO BELLO GÓMEZ, ANTONIO CREGO DÍAZ. PRÓLOGO DE GUILLEM FEIXAS I VIAPLANA. 90. La magia de la metáfora. 77 relatos breves para educadores, formadores y pensadores. NICK OWEN. PRÓLOGO DE RAMIRO J. ÁLVAREZ. 91. Cómo volverse enfermo mental. JOSÉ LUÍS PIO ABREU. PRÓLOGO DE ERNESTO FONSECAFÁBREGAS. 92. Psicoterapia y espiritualidad. La integración de la dimensión espiritual en la práctica terapéutica. AGNETA SCHREURS. PRÓLOGO DE JOSÉ MARÍA MARDONES. Serie MAIOR 1. Anatomía Emocional. STANLEY KELEMAN. (4ª ed.) 2. La experiencia somática. STANLEY KELEMAN. (2ª ed.) 3. Psicoanálisis y Análisis Corporal de la Relación. ANDRÉ LAPIERRE. 4. Psicodrama. Teoría y práctica. JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ. PRÓLOGO DE JOSÉ ANTONIO GARCÍA-MONGE. (2ª ed.) 5. 14 Aprendizajes vitales. CARLOS ALEMANY (ED.), ANTONIO GARCÍA RUBIO, JOSÉ A. GARCÍA-MONGE, CARLOS R. CABARRÚS, LUIS CENCILLO, JOSÉ M. DÍEZ-ALEGRÍA, OLGA CASTANYER, IOSU CABODEVILLA, JUAN MASIÁ, DOLORES ALEIXANDRE, MIGUEL DE GUZMÁN, JESÚS BURGALETA, Mª. JOSÉ CARRASCO, ANA GIMENO. (8ª ed.) 6. Psique y Soma. Terapia bioenergética. JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ. PRÓLOGO DE LUIS PELAYO. EPÍLOGO DE ANTONIO NÚÑEZ. 7. Crecer bebiendo del propio pozo.Taller de crecimiento personal. CARLOS RAFAEL CABARRÚS, S.J. PRÓLOGO DE CARLOS ALEMANY. (6ª ed.) 8. Las voces del cuerpo. Respiración, sonido y movimiento en el proceso terapéutico. CAROLYN J. BRADDOCK. 9. Para ser uno mismo. De la opacidad a la transparencia. JUAN MASIÁ CLAVEL 10. Vivencias desde el Enneagrama. MAITE MELENDO. (3ª ed.) 11. Codependencia. La dependencia controladora. La depencencia sumisa. DOROTHY MAY. 12. Cuaderno de Bitácora, para acompañar caminantes. Guía psico-histórico-espiritual. CARLOS RAFAEL CABARRÚS. (3ª ed.) 13. Del ¡viva los novios! al ¡ya no te aguanto! Para el comienzo de una relación en pareja y una convivencia más inteligente. EUSEBIO LÓPEZ. 14. La vida maestra. El cotidiano como proceso de realización personal. JOSÉ MARÍA TORO. 15. Los registros del deseo. Del afecto, el amor y otras pasiones. CARLOS DOMÍNGUEZ MORANO. 16. Psicoterapia integradora humanista. Manual para el tratamiento de 33 problemas psicosensoriales, cognitivos y emocionales. ANA GIMENO-BAYÓN Y RAMÓN ROSAL. 17. Deja que tu cuerpo interprete tus sueños. EUGENE T. GENDLIN. PRÓLOGO DE CARLOS R. CABARRÚS. 18. Cómo afrontar los desafíos de la vida. CHRIS L. KLEINKE. 19. El valor terapéutico del humor. ÁNGEL RZ. IDÍGORAS (ED.). (2ª ed.) 20. Aumenta tu creatividad mental en ocho días. RON DALRYMPLE, PH.D., F.R.C. 21. El hombre, la razón y el instinto. JOSÉ Mª PORTA TOVAR. 22. Guía práctica del trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Pistas para su liberación. BRUCE M. HYMAN Y CHERRY PEDRICK. PRÓLOGO DE ALEJANDRO ROCAMORA.

Este libro se terminó de imprimir en los talleres de Publidisa, S.A., en Sevilla, el 3 de febrero de 2004.