2015.08.09

LOS DARDENNE FILMAN CON MARION COTILLARD . 20.000 DÍAS EN LA VIDA DE NICK CAVE . OTRA OPORTUNIDAD PARA LOS CUATRO FANTÁ

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LOS DARDENNE FILMAN CON MARION COTILLARD

. 20.000 DÍAS EN LA VIDA DE NICK CAVE . OTRA OPORTUNIDAD PARA LOS CUATRO FANTÁSTICOS

9.8.15 N° 986 AÑO 19

ANTICIPO EXCLUSIVO DE WHO I AM, LAS REVELADORAS MEMORIAS DE PETE TOWNSHEND

VALEDECIR

MUSTIAS BIBLIOTECAS DE MUÑECAS Del artista francés Marc Giai-Miniet (1946, Trappes) se han anotado cantidad de frases ilustrativas: que se parece a Papá Noel y labura como un desquiciado; que su obra lleva el espíritu de El juego del miedo mezclado con La ciudad de los niños perdidos; que sus piezas harían temblar al propio Tim Burton; que sus resonantes “casas de muñecas” bien podrían haber sido diseñadas por el propio Kafka de haberse aficionado a las Barbie y a la minifabricación; que haber visto de pequeño imágenes del Holocausto marcó el paso de sus trabajos futuros. Empero, está su propia palabra que, con peso específico, refiere a su motivación principal. A saber: “Desde la blancura de los libros hasta la oscuridad de las alcantarillas, hete aquí el sinfín oscilante de los dos principales polos de la humanidad: la bestialidad y la trascendencia, la fragilidad

y la divinidad inaccesible”. Ocurre que, de décadas a la fecha, con numerosos laureles y exposiciones en su haber, Giai-Miniet se ha especializado en dioramas de bibliotecas (siniestras) y sótanos (espeluznantes), de laboratorios alucinados o salones surrealistas donde repentinamente irrumpe un intestino o, para el caso, un cerebro. “¿Acaso el hombre no enmoheció sus chances de ser feliz?”, interroga el francés al ser cuestionado por las mentadas maquetas, que él —muy humildemente— apenas define como “cajas”. Cajas detallistas y lúgubres que esconden una historia de vidas pasadas (ausentes) y una narrativa repleta de misterios. Y de cierto suspiro generalizado, en tanto —anota algún mortal aliviado— ha querido la fortuna que Marc no trabaje para Mattel. No es de extrañar: Barbie no soportaría tan poco rosa.

LUKE, YO SOY TU...

HOTEL MUERTE Que los hay, los hay: hoteles extraños, con propuestas —por lo menos— curiosas. Están aquellos hechos íntegramente de hielo, cual iglú; otros fabricados exclusivamente de arena (sobre la playa, claro). Los hay con forma literalmente canina; los que se instalan bajo el agua, acondicionando lo que solía ser un viejo laboratorio; antiguas prisiones soviéticas que, con pocas comodidades, hoy reciben huéspedes; cuevas bajo tierra (no aptas para claustrofóbicos) que incluyen desayuno; suites hechas ciento por ciento de chocolate. En fin, hay de todo en la turística viña del Señor. Incluso, según informa el Aljazeera.com, hoteles... para muertos. Así lo anota el periodista Drew Abrose que, de paseo por las calles de Osaka, Japón, ha pasado por el Hotel Relation, “un sitio a priori anodino, aburrido, que uno tranquilamente pasaría de largo si estuviese buscando reservar una habitación”. Lo bien que haría, de estar vivito y coleando, porque, finalmente, dichas instalaciones buscan conformar a sus verdaderos clientes: los finados, target de los seis cuartos del mentado hospedaje. “El aumento de la tasa de mortalidad y la falta de suficientes crematorios ha implicado un alza en la industria funeraria japonesa, incluyendo hospedajes para personas fallecidas”, argumenta el autor, no sin dejar de citar que el 99% de la gente es cremada en el país, la tasa más alta del mundo. Con la gran demanda, grandes listas de espera, que obligan a aguardar hasta cuatro días para finiquitar con el rito mortuorio. Hagan, entonces, sus entradas triunfales sitios como Hotel Relation y sus servicios varios: hasta cuatro camuchas adyacentes al cadáver, un televisor y, por supuesto, un espacio de refrigeración (para que el cuerpo no se eche a perder, de más está...). “Usted puede ver a su ser querido cuando guste; solo tiene que tocar un botón y aparecerá el muerto”, aclara el sensible Yoshihiro Yuisu, manager del lugar desde hace un década, que —en miras del boom en materia— ha comenzado a incorporar funerales pequeños, “simples y más baratos”, para alivio de interesados. Interesados que, sólo por el cuarto, pagan 150 dólares la noche. Una baratela, considerando que rara vez se reportan ruidos molestos.

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Pobre LucasFilm; la productora no gana para disgustos. Primero fue la reciente portada de GQ Magazine, donde la comedianta Amy Schumer se mostraba suelta de pilchas en sugerente pose con C-3PO y R2-D2. Qué va: hasta ¡el sable de luz! recibía una fellatio, para horror de directivos de la mentada firma que —más rápido que un puritanísimo Millennium Falcon— declaraban públicamente “no aprobar, participar o tolerar el uso inadecuado de los personajes de tal manera”. Pues, si aquello les puso los pelos de punta, un flamante clip viral habrá de electrificarles (de espanto, no vaya a haber malentendidos) hasta la última gota de sangre. Ocurre que el sitio web Wood Rocket —dedicado a la realización de pornografía cómica o paródica, responsable de títulos como Porks & Recreation, Game of Bones y SpongeKnob SquareNuts, entre otros— ha lanzado un video ¿educativo? que muestra cómo hacer un Darth Vader exclusivamente a base de juguetes sexuales. 300 de ellos, específicamente. Parte de su nueva serie para YouTube “Screwing Things Up” (en criollo, “Jodiendo las cosas”), la escultora del malvado en cuestión ha sido Kayla-Jane Danger, una porn-star y otrora estudiante de la Parsons School of Design neoyorquina, quien mostró sus habilidades artesanales con la asistencia de su colega Seth’s Beard, productor y actor triple equis, y el especialista de efectos especiales Tom Devlin. En conjunto, el trío realizó el extreme makeover del rebautizado “Darth Vibrader”, maniquí intervenido con: más de 200 vibradores, un látigo, bolas chinas, puños de goma, tapones anales y botas sado, entre otros adminículos. Así, tras ocho horas de arduo trabajo y un presupuesto que superó los tres mil dólares (todo sea por el arte), voilà la obra final, que hoy yace en la sede central de Wood Rocket, en Los Angeles. Sobre sus potenciales usos alternativos, declaró la joven Danger: “Podés frotarte contra su cinturonga o contra su sable de luz; finalmente tiene cinco vibradores en la mano, es realmente poderoso”. Ajá. Al parecer, la fuerza sí que lo acompaña.

LOS ASESINOS POR ANGEL BERLANGA



Viene una represión muchísimo más grande que la que tenemos hoy en día y recordemos que Javier Duarte, al inicio de su mandato, dijo que era admirador de Franco.” El reportero gráfico Rubén Espinosa Becerril decía eso hace un mes, cuando ya se había asentado en el DF mexicano, en retirada preventiva tras ocho años de trabajo en Veracruz. Este estado de México, gobernado por el priísta Duarte, es considerado el más peligroso para el oficio periodístico: durante la gestión de este abogado de ojos desorbitados doce periodistas fueron asesinados, otros cuatro permanecen desaparecidos y 17 optaron por exiliarse. Especializado en movimientos sociales, el fotoperiodista sufrió un crescendo de hostigamiento: “Deja de tomar fotos si no quieres terminar como Regina”, le advirtió un agente gubernamental. Regina Martínez fue asesinada en 2012: trabajaba para el semanario Proceso y también era molesta. Espinosa, que entre otros medios también colaboraba en esa revista, era uno de los que se obstinaban en reponer en la plaza Lerdo, de Xalapa, la placa recordatoria de su compañera, que era sistemáticamente removida. Duarte estaba muy molesto con una fotografía que le tomó, en la que aparece de perfil, con una gorra policial, avanzando al frente de un

grupito uniformado. Cuando vio que unos tipos muy sospechosos lo señalaban, lo fotografiaban y lo apretaban a la salida de su casa y de sus coberturas, Espinosa se fue al DF. Allí lo asesinaron el viernes 31 de julio, en un departamento de la colonia Narvarte. En el lugar también fueron asesinadas la activista y gestora cultural Nadia Vera; la empleada doméstica Alejandra Negrete; la estudiante y maquilladora Yesenia Quiroz; y Mile Virginia Martín, cuyo nombre fue confirmado por autoridades colombianas. Todos fueron golpeados; las mujeres fueron abusadas sexualmente. A los cinco los ejecutaron con disparos a la cabeza. Nadia Vera también había tenido que irse de Veracruz, tras una serie de amenazas; era antropóloga, había participado del movimiento Yo Soy 132, y además había denunciado al gobernador: “Responsabilizamos a Javier Duarte y a su gabinete sobre cualquier cosa que nos pueda suceder a los que estamos involucrados y organizados en este tipo de movimientos”, avisó en una entrevista, ocho meses atrás. Los crímenes conmocionaron al país y repercutieron por todo el mundo. Sin ir más lejos, durante el partido entre River y Tigres en el Monumental, por la final de la Copa Libertadores, los reporteros gráficos exhibieron carteles con un reclamo: “Basta de genocidio en México”.

Cuatro años atrás el poeta Luis Emilio Pacheco advertía: “Aquí se empieza a hablar de holocausto”. El juez Raúl Eugenio Zaffaroni lo definió como un genocidio por goteo al que cifró en 100.000 asesinatos y 20.000 desapariciones en los últimos seis años: en la raíz, el tráfico de cocaína. Los femicidios y la trata en Ciudad Juárez. Las fosas comunes con cientos de cadáveres. Los represaliados que aparecen colgados en los puentes. Los descuartizados. La masacre y la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, el año pasado. El caudal y la ferocidad de los crímenes son espeluznante, pero los medios vinculados al poder los naturalizan y en muchas ocasiones ni los mencionan. Los carteles de la droga, las fuerzas militares y policiales, grupos empresariales y buena parte de la clase política aparecen entreverados en el narcotráfico: a cada rato salta un alcalde, un gobernador, funcionarios y oficiales, involucrados hasta el cuello. El mes pasado El Chapo Guzmán se les escapó del penal de máxima seguridad del país por el agujero de la bañadera de su celda, al que su gente conectó el famoso túnel de kilómetro y medio: todavía no apareció, y todavía no ha pasado nada. Por el modo en que se ha ido filtrando la información en la prensa oficial, los investigadores van semblanteando sus pesquisas hacia el robo y los femicidios como móviles, con acento en “la intriga”

sobre “la colombiana”: ni siquiera rozan las motivaciones políticas y las amenazas a Espinosa y Vera de parte de la administración Duarte. Luego de algunas contradicciones, el procurador general de Justicia del DF, Rodolfo Ríos Garza, anunció la captura de un hombre de 41 años con antecedentes que, asegura, reconoció haber estado en el departamento de Narvarte. La desconfianza es enorme, y sumada a las truchadas en las investigaciones de otros crímenes de alto impacto, excede a los interrogantes de éste, por el que siguen y seguirán las movilizaciones y los reclamos de justicia. “Javier Duarte, estado asesino”, dicen las pancartas de los fotoperiodistas que protestan con máscaras de papel con la cara de Espinosa en las principales ciudades del país. Se consideraba al DF como un sitio menos vulnerable a este tipo de homicidios: eso incidió en el grado de conmoción. La escritora Elena Poniatowska ha dicho que estas ejecuciones no la dejan dormir. Es que la aberración de los cinco crímenes instala además un mensaje potente: Espinosa y Vera eran dos jóvenes combativos y lúcidos, que leían perfecto los engranajes de violencia y poder, y en algún momento supieron que, por ellos y por sus personas cercanas, tenían que tomar distancia e irse de Veracruz para ponerse a salvo. Lo intentaron en el DF, pero hasta ahí también llegó el larguísimo tentáculo de los asesinos.

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YO SOY AQUEL Fue pionero en romper la guitarra sobre el escenario, pero su importancia en el mundo del rock naciente iría mucho más allá de aquel acto iconoclasta que primero sucedió por accidente y sólo después se convertiría en un gesto de salvajismo consciente. Guitarrista, cantante y compositor de The Who, una de las primeras bandas en combinar energía feroz y reflexión autorreferencial, Pete Townshend compuso las óperas rock Tommy y Quadrophenia y decenas de canciones que marcaron el derrotero del rock británico, salvó de la heroína a Eric Clapton, afrontó una denuncia por pedofilia y sobrevivió a su propia consigna de morir antes de envejecer. Pasados los setenta escribió sus memorias, Who I Am (Malpaso), que Radar anticipa aquí poco antes de distribuirse en la Argentina: la historia rica en anécdotas arriba y abajo de los escenarios de un hombre que –con bajo perfil si se lo compara con John Lennon, Mick Jagger o Keith Richards– influyó enormemente en la contracultura acunada desde los años sesenta. POR SERGIO MARCHI



Esa noche, yo era invencible”, escribió Pete Townshend casi en el inicio de su libro de memorias, Who I Am. Hay momentos de la historia que suceden por error y que se transforman en grandes aciertos. Después, el tiempo los agiganta y los convierte en mitos. Se pierde la verdad, se gana en leyenda, y ese simple error se convierte en un hito, un mojón: una vara inalcanzable que marca la estatura de un hombre que esa noche se sentía invencible. ¡Y lo era! Hasta que su invulnerabilidad cesó con el ruido espantoso que produce uno de esos errores fatales. El techo fue la kryptonita de Pete Townshend en esa tórrida noche de junio de 1964, cuando excitado por el ardor de los clásicos del rhythm & blues que tocaba junto al resto de The Who, incrustó su guitarra contra el techo del Railway Hotel en Harrow. Todavía no eran nadie. Esa noche y bajo ese techo, ahora astillado al igual que la guitarra que lo impactó, comenzaban a serlo. Esa fue la primera guitarra que rompió Pete Townshend: por error; una mera equivocación que inició una cadena de aciertos que lo depositaría en el panteón de las estrellas de rock más grandes de la historia: el chico que rompía las guitarras cuando nadie tenía un miserable amplificador, tal como su mejor alumno argentino, Charly García, lo cantó, como quien entona versos de alabanza en torno a las proezas de un héroe. ¿Hay miles ahora? No, Pete Townshend sigue siendo único, 4

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pero su acto ha sido imitado hasta el hartazgo. Pero reducirlo a un simple destructor de instrumentos es, además de falso, algo muy injusto. Sí, Pete Townshend es el que rompía las guitarras, pero también el que escribió que esperaba morir antes de envejecer; el que compuso dos óperas rock que definieron el género, Tommy y Quadrophenia; el que “inventó” (confesará su robo en el libro) el molinete con los brazos como si tocara una guitarra a hélice, y al mismo tiempo acuñó frases que lo convirtieron en el gran filósofo del rock, por su capacidad de pensar sobre el género sin ahorrar críticas, sobre todo a sí mismo. El que rescató a Eric Clapton de la heroína. El que fue acusado de pedófilo. El autor de decenas de canciones emblemáticas y hermosas que definieron la juventud del rock, y crearon un molde que serviría de guía a los impulsivos punks y de brújula a los impetuosos jóvenes del britpop de los ’90. Pete Townshend ha sido una figura fundamental, tal vez sin la dimensión mítica de un John Lennon o de un Keith Richards, pero sin un centímetro de menos en obra e inteligencia. Siempre ha sido demasiado honesto como para querer trepar a esas alturas; su excesiva franqueza siempre lo reveló como un hombre inseguro, con la autoestima baja, confundido con respecto de su lugar dentro de la cultura popular del siglo pasado. Ya desde el nombre de su banda, The Who (Los Quién), reveló una inquietud por la identidad. Podría decirse que muchas de las

canciones que Pete Townshend compuso para The Who y para su intermitente pero interesantísima carrera solista buscan responder preguntas en torno a quién verdaderamente es la persona que las compuso, o sea él mismo. Y encontrar esas respuestas se convirtió en su trabajo de por vida. Siempre ha habido un juego de palabras alusivo a eso en su obra: “Who’s Next?” (¿quién es el próximo?) “Who Are You” (¿quién eres?) “Who Came First” (¿quién llegó primero?). Se reservó la más importante, la que se hacía todo el tiempo, la que quedaba suspendida en el limbo del sujeto tácito en muchas de sus canciones. La que tardó décadas en responder, y lo hizo en forma de libro: Who I Am. Hay una trampita: no es una pregunta, sino una afirmación. Quién soy yo. Y a lo largo de las más de quinientas páginas que le insumió contar su vida, queda en claro que dijo la verdad. Who I Am (editado en castellano por Malpaso Ediciones, y distribuido en Argentina por Océano), es el modo que Pete Townshend tiene de pensarse en voz alta. La escritura de un libro le otorga una plataforma más amplia que la letra de una canción de rock, para contarse en vez de cantarse. “La verdad –dejó escrito– no es que yo esperara morirme para no envejecer, sino que esperaba morirme para no tener que escribir el libro.” Finalmente, envejeció y escribió. SIN DISFRAZ Si hay algo que queda claro es que Pete

Townshend tiene buena memoria. Cuando escribió este libro, que originalmente se publicó en el año 2012, y que fue republicado en 2013 en una edición de tapa blanda, se aproximaba peligrosamente a la frontera de los 70 años, hoy felizmente traspuesta. Lo que nadie podría adivinar a través del tono de su escritura ya que no se ubica ni en la posición de anciano sabio, ni del venerable mayor que da sermones, ni tampoco en la del hombre que lo ha visto todo (que lo ha hecho) y está dispuesto a revelarlo. No, Pete Townshend parece, por momentos, un joven inseguro que se mete en la piel del que fue. Cuando cuenta cada historia, es como si le hubiese sucedido ayer y no hubiera tenido tiempo para procesarla y extraer de ella alguna enseñanza. Las cosas parecen todavía provocarle sensaciones en carne viva y en tiempo presente. Obviamente, esto no sucede en todos los casos; el libro tiene humor, y corrientes cruzadas entre la confesión de una travesura y el reconocimiento de una equivocación, amén de una enorme cantidad de historias producto de una intensa vida que se desarrolló al calor del rock más estridente que hayan escuchado los oídos humanos. Entonces es curioso que el libro no tenga buen ritmo. Llama la atención, después de la lectura, que con tanto material a disposición, con tanta vida vivida, Pete Townshend haya conseguido una victoria pírrica cuando, antes de la lectura, daba la impresión de que ganaría por goleada. Es-

ta sensación se acentúa en la edición en castellano, que es estéticamente muy linda (con páginas de bordes rojos), y un librillo de fotos que respeta la cantidad y calidad de la edición estadounidense. La traducción puede expulsar al lector no español; pero la vida de Pete es tan rica en acontecimientos históricos, en anécdotas sobre Keith Moon y The Who, y en la exposición de lo difícil que fue el tránsito por acontecimientos clave de su infancia, que finalmente la importancia del todo prevalece frente a ciertas formas literarias no logradas. Y un triunfo, aunque apretado, es un triunfo igual. Al final, en el estribo del libro, Townshend se relaja y confiesa: “Si alguna vez escribo otro libro, dudo que sea otras memorias. Tampoco es que me haya aburrido de mí mismo, pero estoy cansado de tratar de explicar que, más allá de lo que dijera cuando era un joven entusiasta de dieciocho años o un treintañero maltrecho por la heroína, me niego a seguir cargando con esos dos tipos. Y no voy a pedir excusas por ellos”. Pero eso, ya forma parte de su vida y sus neurosis. Por eso mismo, se lo lee. Lejos del romanticismo, Pete se ubica en el lugar del antihéroe, aun cuando toda su vida ha sido una proeza. Las revelaciones familiares de la desidia de sus padres provocan incomodidad y empatía, lo mismo que los malos tratos del sistema escolar inglés de los ’50, donde el castigo físico y el acoso psicológico eran rutina. Muy perturbadora resulta la imagen de su abuela Denny, una anciana que se tornó

“bastante majareta”; sus padres enviaron a Pete a vivir con ella a ver si mejoraba, con resultados previsiblemente desastrosos para el niño de seis años. “Y así es como me adentré en la parte más oscura de mi vida”, concluye. Los detalles de esa pesadilla son los que permiten entender luego varias de sus obras (sobre todo Tommy) y sus comportamientos autodestructivos que lo llevaron a convertirse en adicto a la heroína, alcohólico catastrófico y cocainómano tanático. En Who I Am, Townshend embiste de lleno esas cuestiones; habla de sus tratamientos, sus titubeos, sus dobles intenciones y hasta deja que el lector pueda pispear un poco sus sesiones de análisis. Eso permite entrar con pulsera VIP al interior de una mente fascinante que pese a trabajar heroicamente para dejar un original de mil páginas en poco más de quinientas, no logró la consistencia narrativa necesaria para atrapar al lector y que se devore el texto en pocas sentadas. Eso no quiere decir que el lector vaya a aburrirse. La mente de Pete Townshend trabaja horas extras. Su agudo poder de observación, con pocos rivales en la historia del rock, le ha permitido trabajar a lo grande desarrollando óperas-rock definitivas, pero también ha operado maravillosamente en las grageas de las canciones pop, incluso dentro de esas enormes obras; “Substitute”, “Happy Jack”, “Pinball Wizard”, “Won’t Get Fooled Again”, “Baba O’ Riley”, “5:15”, “Who Are You”, “You Better You Bet”, son canciones que no suenan

“Si alguna vez escribo otro libro, dudo que sean otras memorias. Tampoco es que me haya aburrido de mí mismo, pero estoy cansado de tratar de explicar que, más allá de lo que dijera cuando era un joven entusiasta de dieciocho años o un treintañero maltrecho por la heroína, me niego a seguir cargando con esos dos tipos. Y no voy a pedir excusas por ellos.” PETE TOWNSHEND tan a menudo por la radio, pero de alguna manera el mundo las conoce a través de CSI, créase o no. En un artículo, Townshend dijo que se encontró con alguien que no lo conocía por The Who sino por ser el autor de las canciones que identifican la serie que desató una fiebre por la criminalística a escala global. Y que para él era importante ese reconocimiento. Tan importante como la hamburguesa

que le convidó un policía de los tantos que tuvo que tratar cuando en 2003 fue acusado de pedófilo. Su tarjeta de crédito envió una petición a un sitio de pornografía infantil que no fue siquiera procesada, pero la justicia procesó a Pete, que debió enfrentar cotidianamente una piara periodística en la puerta de su casa. “Al menos, estás vivo”, quiso consolarlo su hija. En una secuencia kafkiana, Townshend narra la ordalía en que se convirtió su existencia hasta su absolución total. Fue un proceso angustiante que llevó adelante con la entereza de un hombre que cree en su verdad y en la justicia. Buscaba en realidad el modo de disparar recuerdos propios del abuso sufrido que olvidó. Como si eso fuese poco doloroso de por sí, se le armó otra pesadilla en el presente. CARGANDO LA TINTA DRAMÁTICA A diferencia de Life, la biografía de Keith Richards, donde hasta los bochornos más grandes parecen aportar a la montaña mitológica que su nombre representa, Who I Am de Pete Townshend no escatima detalles frente a la dificultad de los enormes triunfos del protagonista... ni de los peores fracasos. Muchos párrafos del libro se encargan de autoflagelar a su propio autor (que muestra su capacidad para convertirse en su peor crítico), y allí Townshend pierde porque intenta señalar (se) lo que salió mal en algunos trabajos solistas, en los discos flojos de The Who, y sobre todo en intentos de nuevas óperas >> > RADAR

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conceptuales que se expanden tanto que diluyen el núcleo de la historia. Fue el caso de The Iron Man y Psychoderelict, claros intentos de recrear narrativas musicales como Tommy y Quadrophenia. El mismo lo reconoce, evocando charlas que dio en el Royal College of Art: “Quizás estaba cargando las tintas dramáticas. Quizá todo aquello era una mierda. Una cosa estaba clara: para cuando llegué al colofón de mi relato, la mayoría de la audiencia ya se había largado”. Con Who I Am pasa algo parecido; Townshend explica todo demasiado y eso a veces fatiga a quien lee. Pero quien conoce su historia, sabe que lo que en muchos casos está por venir, es demasiado interesante como para perdérselo. Y así, compartiendo tal vez la zozobra del autor al escribir, se van pasando las páginas. “Con todo, me sigo preguntando quién

THE WHO EN VIVO, 1967.

soy, de dónde vengo y hacia dónde voy. Todavía soy seguidor de Meher Baba (su gurú de los ’60), pero mantengo los dedos cruzados a mi espalda.” A confesión de parte, relevo de pruebas. Who I Am es un relato ferozmente honesto por parte de una estrella de rock demasiado sincera para su propio bien. Es esa insólita cualidad la que hace de Pete Townshend, un dios adorable, que no duda en denunciar sus propios pies de barro. También es lo que hace que su legado musical sea aun más luminoso: fue construido a pura herida. “A medida que me hago viejo, y feliz, me entra pánico”, escribe ya en el final. Nunca más claro el caso de un hombre que no puede con su genio. Como dijo Spiderman: “Todo poder trae consigo una gran responsabilidad”. Y como buen superhéroe, Pete Townshend se hace cargo, aunque su propia historia le queme las manos.

> Fragmentos de Who I Am. Memorias de Pete Townshend

NADA MÁS QUE LA VERDAD T odo aquel asunto me dejó un pozo de rabia y resentimiento. He pasado años en psicoterapia tratando de comprenderlo. En 1982, mi terapeuta me instó a que intentara adentrarme más a fondo en el recuerdo mediante la redacción de aquellos intercambios matinales. Me puse a escribir, y a medida que empezaba a describir uno de los encuentros –el oficial de la Fuerza Aérea bajando la ventanilla, Denny que se acodaba–, recordé de pronto por vez primera que la puerta trasera del coche se abría. Empecé a temblar de manera incontrolable y ya no pude escribir más, ni recuerdo más. Mi memoria se bloqueó. Nuestro piso se abría al rellano de la primera planta, y mi habitación nunca se cerraba con llave, que estaba siempre puesta por fuera. Las noches en que tenía miedo, corría hasta la habitación de Denny. Si estaba abierta, ella me ahuyentaba, y si estaba cerrada, simulaba dormir y no respondía. Aun hoy día sigo despertándome aterrado, sudando de miedo y temblando de rabia por el hecho de que mi puerta, ante el rellano, permaneciera sin cerrar por las noches. Era un crío, sólo tenía seis años, y cada noche me acostaba sintiéndome terriblemente vulnerable, solo y desprotegido. Además de la terminal de autobuses, también podíamos ver la estación de tren. Yo adoraba contemplar las fabulosas locomotoras de vapor y fantaseaba con compartir el momento con un amigo, hermano, hermana, alguien. A menudo, mis pensamientos antes de quedarme dormido se centraban en la mera necesidad de cariño. Denny no me tocaba salvo para azotarme, restregarme brutalmente en la bañera o sumergir mi cabeza bajo el agua para aclarar el jabón. Una noche en que perdió los estribos, me sostuvo la cabeza bajo el agua un buen rato. *** En Montreal, Keith (Moon) montó una fiesta en una suite elegante del recién estrenado hotel Four Seasons. Nos circundaban bandejas con pilas de comida. En un momento dado, el ketchup, reacio a salir del frasco como de costumbre, acabó pringando la pared. El efecto me pareció estéticamente llamativo. –Alguien debería enmarcarlo –dije. 6

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Keith se mostró de acuerdo y echó una mirada en derredor. Descolgó un cuadro de la pared, le quitó la pintura de un puñetazo y sostuvo el marco sobre la salpicadura de ketchup. Aplausos. Recordé entonces mi primera clase en el Ealing Art College, agarré un cuchillo de carne, me rajé la mano y embadurné la pared con sangre. –¡Esto es una raya! Más aplausos. Y entonces se armó la gorda. Lo que había empezado como una broma acabó con un sofá lanzado por la ventana sobre el bonito jardín del patio del hotel. Mientras hacía añicos el vidrio templado, reflejando estanques, helechos y arbolitos en el jardín, nos quedamos momentáneamente paralizados. Justo enfrente de nosotros estaba la zona de recepción tras una pared de cristal. El personal del hotel nos miraba atónito. Y nosotros mirábamos igualmente horrorizados, tras recobrar el sentido. Tres policías francófonos respondieron a la llamada, y una vez en la habitación registraron mi equipaje. Encontraron algunas revistas eróticas que agitaron como si hubieran descubierto un cuerpo descuartizado en un escondrijo. Reconocí haber tomado parte en la destrucción. (Puede que incluso añadiera algún comentario sobre arte, visto que seguía levemente borracho.) –Vaya –dijo uno, en inglés, mirando mi pasaporte–. Tú eres el que pateó al poli. Y siguió hablando en francés, sin que yo entendiera mucho de lo que decía. Aunque no eran piropos. Me llevaron a un cuarto en el sótano y, cuando empezaron a arrinconarme amenazadoramente, apareció el gerente, que había sido despertado, en la puerta. –¿Qué pasa aquí? –dijo en francés. –Es un interrogatorio –ladró uno de los polis. –La habitación para uso de la policía está arriba –dijo el gerente, con firmeza. Les dio el número de la habitación, esperó hasta que se pusieron en movimiento y cerró el cuarto con llave. Probablemente me salvó de una paliza. *** El 2 de agosto llamó Bob Priden, algo angustiado por Eric Clapton. La socia de Bob, y su futura esposa, Mia, era buena

amiga de Alice Ormsby-Gore, novia de Eric, y estaba terriblemente preocupada por la posibilidad de que la pareja hubiera sucumbido a su prolongado consumo de heroína. Alice, la hija pequeña de Lord Harlech, había empezado a salir con Eric cuando tenía dieciséis años. Bob me pidió si podía ir con él y con Mia para ver cómo estaban las cosas. Nos encontramos aquella noche en un pub cerca de la casa de Bob en Ripley. Llovía a cántaros, así que hasta la hora de cerrar no salimos para la preciosa casa de campo decimonónica de Eric. Algo borracho, mientras pregonaba el agarre de mi Porsche bajo condiciones adversas, perdí el control en una carretera mojada y casi nos matamos. Acabamos encajados entre dos árboles, habiéndolos esquivado milagrosamente. Llegamos a casa de Eric a las once y media. Qué paradoja sin gracia de la un borracho accidentado ofreciendo asistencia a un yonqui (...). Hacia el final de la gira veraniega por Europa, convencí a Eric y Alice para que se reunieran con nosotros en París; de este modo, quizá se animara y volviera a interesarse por tocar de nuevo en grandes escenarios. Los Who debíamos actuar en un evento diurno colosal, la Fête de l’Humanité, el festival promovido por el órgano oficial del Partido Comunista Francés para recabar fondos. La verdad es que no tenía ni idea hasta que me vi en el escenario ante todas aquellas banderas rojas. Eric y Alice permanecieron a un lado del escenario: incluso ciegos, se mostraban elegantes y educados. Pero llegado un momento, quizá porque yo no dejaba de correr y brincar ataviado con el mono y simulando lanzar granadas de mano, Eric se empezó a descacharrar de risa. –¡Prueba tú a mantener a la puta banda enchufada! –le chillé por encima del griterío. ***

Después del concierto en el Riverfront nos reunimos en el camerino. Bill Tenía pésimas noticias. –Ha pasado algo terrible –dijo–. Han muerto once chicos. Todavía no conozco los detalles.

–¿Cuándo ha sido? –preguntó alguien–. ¿Durante el concierto? ¿Entre el público? –No –Bill trató de calmarnos–. Fue en los accesos, en la explanada de fuera. –¿Antes del concierto? –pregunté, poniéndome en pie. –Decidimos no contároslo –dijo–. No podíamos dejar que la gente abandonara el recinto mientras los de seguridad seguían manejando todo el problema fuera. En el hotel nos reunimos en un salón a ver la tele. Algunos de la banda lloraban ante las imágenes de cadáveres esparcidos, como después de un tiroteo indiscriminado. No se habló mucho. Tomamos unas copas, pero yo ya estaba embotado. Resultó que con las prisas por coger asiento murieron once fans y muchos otros quedaron heridos. Todas las entradas se habían vendido, y cuando el gentío que esperaba afuera en el frío oyó las pruebas de sonido, creyó que el concierto empezaba y se produjo una estampida. Los que estaban delante fueron aplastados por los que empujaban por atrás, que no sabían que las puertas seguían cerradas. Entonces me acordé del incidente en Nueva York, cuando Bill Graham decidió no decirnos que se había producido un incendio. Luego me puse a repasar mentalmente el concierto una y otra vez. ¿Había dicho alguna idiotez sobre el escenario? Es posible. ¿Las frases “no es más que tierra adolescente arrasada” y “están todos arruinados” al final de “Baba O’Riley” encajaban de algún modo con aquella hilera de cadáveres? ¿Por qué no se nos había podido confiar el suceso? La respuesta era obvia. Y si yo hubiera estado en la piel de Bill habría hecho exactamente lo mismo. Pobre Bill: tener que pasarse todo el concierto con el alma en vilo, confiando en que no empeoráramos las cosas. Nuestras actuaciones eran cada vez más incendiarias e impredecibles, y Bill había descrito mi personaje escénico de por entonces como “malévolo”. Además, gestioné mal el trato con la prensa. En una entrevista con Greil Marcus de Rolling Stone, traté de mostrarme irónico: despotriqué contra la industria del rock, tan estúpida que era incapaz de mantener vivo a su público. También cometimos otro error, al decidir proseguir con la gira. Debe-

PETE TOWNSHEND Y SU FAMILIA EN TWICKENHAM.

en casa, y no había comido nada. –Come un poco, amigo –dijo, mientras engullía la suya–. Sabemos que estás con los buenos. Nunca un gesto tan simple significó tanto para mí. –¿Sabe por qué voy directo a las páginas de deportes cuando agarro un tabloide? –prosiguió. Sacudí la cabeza. –Porque todo lo que está mal en el mundo aparece en primera página, y lo que está bien, el esfuerzo, la superación, viene al final. Yo estaba claramente en primera página, e iba a ser tema de debate en los meses venideros. ***

ríamos habernos quedado en Cincinnati por unos días como muestra de respeto, que sin duda sentíamos, por los que habían muerto y sus familias. En su lugar, seguimos sin titubear el dictado de “el espectáculo debe continuar” y volamos a Buffalo para actuar al día siguiente. *** De entrada, no me preocupé. Sin embargo, tras colgar el teléfono, miré por la ventana y me entró pánico. La casa estaba rodeada de periodistas, camionetas de la tele, cámaras, fotógrafos y curiosos. Como le dije tiempo después a un periodista, si en aquel momento hubiera tenido un arma me hubiera pegado un tiro para escapar al linchamiento. Le dije a Rachel que

mejor sería que se fuera y se salvara de la quema. –Es imposible que salga honrosamente de ésta –le dije. –No has hecho nada malo, Pete –replicó–. Me quedaré. Hagamos una declaración conjunta. (...) Llamó mi hija Emma. –Al menos estás vivo, papá –dijo. Maurice Gibb, de los Bee Gees, había muerto la noche anterior. Los hermanos se habían quedado solos y estaban, con la familia entera, consternados. Le conté los detalles de mi situación a Emma, que trabajaba como periodista. –Si lo que hacías era investigar, entonces eso es lo que debes decir, papá –me apremió–. Debes contar la verdad. Hice caso del consejo de Emma. Rachel

y yo preparamos una declaración que ella leyó ante los medios reunidos en la calle. Luego fuimos en coche a su casa en Teddington, donde pasamos el fin de semana tranquilamente. (...) A lo largo del fin de semana recibí llamadas de Jerry Hall y Keith Altham, Mick Jagger, David Bowie, Sting, Bob Geldof y docenas de amigos. El lunes por la mañana empezaron a llegar paladas de correo; muchas cartas eran desagradables, pero la mayoría eran de apoyo. Sin embargo estaba demasiado exhausto para responder. No había dormido. Después de hacer la declaración, que fue filmada y grabada para un documental televisivo, un agente de policía salió a buscarme una hamburguesa. Me había pasado el día entero preparando té para la policía

El 31 de marzo fuimos a ensayar en un auditorio de West Ealing. En cuatro días nos dimos cuenta de que Tommy iba a ser una obra fantástica para tocar en vivo. Después del último ensayo, Keith me llevó a tomar algo, me miró a los ojos y dijo: “Pete, lo has conseguido. Esto va a funcionar”. Los ensayos fueron una revelación: la música de Tommy, al interpretarla, incluso en una sala vacía, generaba una energía y fuerza extraordinarias, y parecía dotada de un poder inexplicable que ninguno de nosotros había esperado ni planificado. Mientras los críticos se congregaban como una jauría de perros gruñones y ladradores, nos preparamos para dar la cara. El único modo de detener los ataques era programar la primera representación londinense de Tommy exclusivamente para el enemigo, la cínica prensa británica. El día D subimos al escenario del Ronnie Scott’s Jazz Club para estrenar Tommy ante un puñado de periodistas musicales medio borrachos ya con los tragos que nosotros pagábamos. Antes de empezar, un par de ellos gritaron: “Townshend, puto gillipollas, machaca la guitarra”. Empezaba a hervir el murmullo del público; la situación no se antojaba prometedora, así que ahogamos a los objetores con el volumen de los amplificadores, atronador para aquella reducida sala, y empezamos a tocar. Cuando terminamos, todos estaban de pie. Habíamos triunfado. La música funcionaba.

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LA SÚPER FAMILIA

DISFUNCIONAL Una vez más, los estudios Marvel deciden hacer un “reboot” (es decir, un reinicio) de una de sus adaptaciones al cine menos exitosas: esta vez le toca volver a intentarlo a Los Cuatro Fantásticos, la versión de la historieta de Stan Lee y Jack Kirby que en los años ’60 fue la contrapartida de La Liga de la Justicia, con una visión de superhéroes unidos por lazos de sangre: poderosos pero finalmente humanos y bastante neuróticos. La Antorcha Humana, La Mujer Invisible, El Hombre Elástico y La Cosa ahora son interpretados por Miles Teller (Whiplash), Kate Mara (House of Cards), Jamie Bell (Billy Elliott) y Michael B. Jordan (Chronicle), dirigidos por el jovencísimo Josh Trank, todos intentando una vez más hacerle justicia a esta historia cargada de subtexto, potencia y metáfora.

CINE

POR MARIANO KAIRUZ



En el número 141 de Los Cuatro Fantásticos, publicado en noviembre de 1973, Reed Richards tuvo que usar su arma antimateria sobre su propio hijo, a quien Annihilus ha convertido en la Bomba Atómica Humana. Es una situación típica de Los Cuatro Fantásticos, porque ellos no eran como otros superhéroes; eran más como una familia. Y cuanto más poder tenían, más daño podían hacerse los unos a los otros sin siquiera darse cuenta. Ese era el significado de Los Cuatro Fantásticos: que una familia es como tu propia antimateria personal. Tu familia es el vacío del que emergés, y el lugar al que regresás cuando morís. Y ésa es la paradoja: cuanto más te acercás hacia adentro, más profundamente te sumergís en el vacío.” El que dice esto es Paul, el personaje en

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el que Rick Moody volcó algunos de los rasgos más autobiográficos de su novela The Ice Storm, corte transversal en la América de las postrimerías de la revolución sexual, entre la era Kennedy y Nixon. Varios años antes de convertirse en El Hombre Araña, Tobey Maguire interpretó a Paul en la adaptación de la novela, La tormenta de hielo, bajo dirección del taiwanés Ang Lee (que más tarde dirigiría el film Hulk). Para Moody, las historietas de súper héroes constituyen un recuerdo esencial de la infancia que decidió incluir en su propia obra cuando tomó conciencia “de que estaba empezando a participar en la cultura americana”. “Dicho sea de paso –agregó en una entrevista de hace un par de años a propósito de su perdurable The Ice Storm– me resulta deprimente que hasta ahora la historia de Los Cuatro Fantásticos no haya dado lugar a una película decente. Para mi siempre

fueron tanto más interesantes que El Capitán América o Iron Man. ¿Por qué es tan difícil de adaptar? ¿Cómo puede ser tan difícil de adaptar esa historia?” Lo cierto es que cuando Moody dijo esto ya existían tres películas basadas en Los Cuatro Fantásticos y estaba en camino la remake-reinicio (“reboot”) que acaba de estrenarse esta semana en buena parte del mundo. Lo que Moody aprecia de la creación de Stan Lee y el dibujante Jack Kirby (mejor dicho, cuya autoría se disputaron largamente estos dos), su potencial no explotado en ninguno de estos films, es su capacidad de ofrecer una alegoría sobre la familia disfuncional, sobre la atracción y la bizarría y la inevitabilidad y todas esas tragedias que se anudan en las vidas y relaciones de las mayorías de los padres e hijos (y hermanos y esposos; y abuelos y primos); en sus simbólicas batallas a muerte, en los actos de villanía infinitos de unos y otros, en los desacuerdos e incordios eternos e insuperables que pueden producirse entre aquellos que conviven y se aman y odian a la vez. La familia como fuente perfecta de conflictos sobrenaturalmente dramáticos. Y es que aunque Los Cuatro Fantásticos le fueron encargados a Lee (Stan) como una respuesta a La Liga de la Justicia del sello competidor DC (que había agrupado a Superman, Batman, la Mujer Maravilla y otros) a principios de la década del ‘60, el hombre del bigote que se arroga la creación de El Hombre Araña y Hulk y otras licencias lucrativas, vio en ellos la oportunidad de hacer no otro sindicato de súper freaks, sino un auténtico grupo humano, falible y vulnerable y algo bizarro, pero humano al fin. Una familia. Dos de los Fantastic Four están de hecho, literalmente, emparentados: Johnny y Susan Storm, alias La Antorcha Humana y La Mujer Invisible, son hermanos. Y Sue se casa con Reed Richards, alias Mr. Fantastic, o El Hombre Elástico, suerte de cerebro y líder del equipo, y así ambos se convierten en mamá y papá superhéroes (mucho antes de Los Increíbles de Pixar) dejando en el proceso a Johnny Storm en el lugar del niño inmaduro, algo irresponsable y hormonal. Y al gruñón Ben

Grimm, alias The Thing –La Cosa o La Mole– como una suerte de tío o suegro siempre en desacuerdo, irascible, con ganas de romper todo. A Los Cuatro Fantásticos se los bautizó “La Primera Familia de Marvel”, y se la considera la historia que definió “la voz narrativa” del sello; tanto en su aspecto visual como por “ese humor autoconciente y autodenigratorio que se combina con historias de escala épica pero íntimas en el fondo: la mezcla justa de telenovela y comedia que le agregó un filo que sus competidores no tenían”. LA ZONA NEGATIVA “Encontrarte a vos mismo en la Zona Negativa, como les ocurre a menudo a Los Cuatro Fantásticos, significa que las cosas que damos por sentadas cotidianamente se verán invertidas. Me parece que todo el mundo existe parcialmente en la Zona Negativa, algunas personas más que otras. En tu vida es un poco como que te metés un rato y salís; es un lugar donde la cosas no resultan como debieran. Pero a alguna gente, la Zona Negativa la tienta. Y esa gente termina metiéndose adentro, hasta adentro de todo.” No hay detalle de Los Cuatro Fantásticos que el joven y atribulado Paul de Rick Moody no sea capaz de leer como una metáfora de las ansiedades de la vida contemporánea. Pero las series y películas basadas en los 4F no desarrollaron ese talento para la alegoría hasta ahora. Dejando de lado las series animadas producidas desde los años ‘60, se tardó mucho en hacer un verdadero intento por llevar a los Cuatro Fantásticos a la imagen en movimiento. En 1986, cuando los super héroes no eran considerados redituables en Hollywood (los Superman de Christopher Reeve habían empezado a revertir esa idea, pero la confirmación llegaría en 1989 de la mano del Batman de Burton) el productor alemán Bernd Eichinger –que había adaptado con éxito La historia sin fin– compró los derechos para filmar a la primera familia de Marvel. En 1992, habiendo fracasado en su búsqueda de inversores, y ante el riesgo de perder la licencia si no empezaba a usufructuarla an-

tes del 31 de diciembre, Eichinger convocó al “rey de la clase B”, Roger Corman para que pusiera el marcha una película por la menor cantidad de dinero posible. Lo que nadie sabía –acaso ni siquiera Corman– es que Eichinger no tenía planes de estrenar jamás ese film presupuestado en un millón de dólares, sino apenas utilizarlo para retener los derechos. Cuando esto se hizo evidente, su director y actores editaron el film por su cuenta y empezaron a promocionarlo, pero la propia compañía de Eichinger los obligó a desistir por medios legales. The Fantastic Four (1994) nunca llegó a salas comerciales, y Avi Arad (entonces de Marvel) la compró para destruir todas las copias y asegurarse de que jamás viera la luz. Sin embargo, un VHS pirata de muy mala calidad se filtró y circuló durante los ‘90. Hoy esa copia se consigue online, pero esto no es una recomendación: se trata de una aberración casi dolorosa de ver; aburrida, habitada por actores que no parecen saber qué hacer, plagada de diálogos inconsecuentes que parecen suplir las escenas de acción que eran demasiado caras para filmar. Poco después, la Fox empezaba a desarrollar un proyecto un poco más serio; sin embargo, el film estrenado 2005, no es exactamente lo que fans como Moody estaban buscando: asumido con humor, la cosa se ponía excesivamente paródica por momentos. Los poderes del cuarteto aparecían expresados en todo su esplendoroso absurdo: el mujeriego Johnny Storm, alias Antorcha Humana, está siempre caliente y aprovecha su popularidad mediática para conseguir chicas; El Hombre Elástico improvisa flexibilísimos nuevos pases de baile; La Mole rompe todo lo que toca con sus torpes dedotes, y La Mujer Invisible... bueno, simplemente está ahí, y eso es lo que casi todo el mundo recuerda de estos films: la bastante fantástica silueta de la morena Jessica Alba, con el cabello teñido de rubio e inverosímiles lentes de contacto azules. Entre otros detalles simpáticos del guión, Johnny le pregunta a La Mole cómo es que se las arreglan a la hora del sexo con su novia, dado su nuevo, desproporcionado tamaño y su escasa flexibilidad. Apenas un chiste, y

una inquietud, que no iba a revolucionar el mundo de los súper héroes pero al menos lo acercaba un poco a la carnalidad a la que aspiraban sus autores cincuenta años atrás. Los Cuatro Fantásticos y su secuela Los Cuatro Fantásticos y el Silver Surfer (2007, mismo reparto y mismo director: Tim Story) funcionaron moderadamente en términos comerciales, pero decepcionaron en cualquier otro sentido. En tiempos del Caballero de la Noche y los sufridísimos y discriminados miembros de esa familia extendida y bien diversa que son los X-Men, era hora de ponerle un poco de pathos a los miembros de la primera familia de Marvel. Para 2012 apareció la persona que parecía ideal para la misión: un chico de 27 años llamado Josh Trank. SUPERPODER Y NO PODER Californiano nacido en 1984, Trank tenía apenas algo de experiencia televisiva cuando sorprendió a todos con su opera prima Chronicle, estrenada por acá como Poder sin límites hace algo más de tres años. Chronicle toma el abusado truco del falso documental/found footage (que impuso Actividad paranormal) y le da un giro original, para narrar la historia de unos adolescentes, colegiales más o menos comunes y corrientes, que adquieren superpoderes por accidente y –como si se tratara de los cambios hormonales de la pubertad– al principio no saben del todo bien qué hacer con ellos, más que experimentar, divertirse, hacerles bromas a otros, sentirse inmortales: cualquier cosa menos salvar al mundo. Su principal protagonista, el chico que lo registra todo con su cámara (Dan DeHaan, un modelo algo parecido a DiCaprio), es uno de los adolescentes menos populares del colegio, víctima permanente de bullying, mientras que en casa –un hogar económicamente quebrado de Seattle– las cosas no andan mucho mejor: su madre se está muriendo de cáncer y su padre es un hombre borracho e irascible que suele descargar su amargura en el chico. Hasta que, previsiblemente, las cosas se pudren, el chico se harta y desata su ira superpoderosa generando una catástrofe más digna de un

supervillano que de un superhéroe. “Yo mismo fui víctima de bullying prácticamente toda mi infancia –ha dicho Trank, confirmando la raíz personal de todo el asunto–. Tenía un enorme sobrepeso y no me sentía tan solo un marginado: simplemente no me consideraba un ser humano. Luego fui un adolescente muy depresivo, y vivía medicado. Eventualmente perdí peso y atravesé un montón de cambios, pero sí, todo esto que se ve en Poder sin límites tiene mucho que ver con mi pasado.” Lo más interesante de Chronicle es que realmente consigue captar algo de la experiencia adolescente y por momentos se siente verdadera. No es difícil entender entonces por qué la 20th Century Fox le encargó a este debutante sub-30 el reboot de Los Cuatro Fantásticos: no solo su similar “relato de origen”, sino por la sensibilidad con que hace de la familia disfuncional uno de sus centros emocionales. El principal referente de Trank para sus 4F fue una de las versiones más modernas de la historieta, la saga “Ultimate”, que baja la edad de sus protagonistas, y multiplica sus crisis internas, a la vez que convierte a su archienemigo, el Doctor Doom, en uno más de ellos, una suerte de peligrosísima oveja negra de la familia. A su vez, dice, se propuso hacer una suerte de “Fantastic Four vía David Cronenberg”. “Para mí la historia de Los Cuatro Fantásticos y las bizarradas que les ocurren a estos personajes se corresponden con el universo de Scanners y La mosca, esos en los que algo horrible le pasa a tu cuerpo y lo transforma fuera de control.” En otras palabras, todo parecía alineado para que Trank hiciera una gran película con Los Cuatro Fantásticos, empezando por su reparto, que incluye a Miles Teller (que viene de ofrecer una actuación extraordinaria en el éxito indie Whiplash) como El Hombre Elástico, Kate Mara (de House of Cards) como La Mujer Invisible, el infalible Jamie Bell (Billy Elliott) como The Thing, y Michael B. Jordan (de Chronicle), quien tratándose del primer Antorcha Humana afroamericano desató una previsible y absurda polémica entre los fans puristas (y algo supremacistas tal

vez) del comic. La participación del guionista y productor Simon Kinberg, que venía de trabajar en las nuevas y muy buenas películas de X-Men, parecía duplicar la garantía. Pero las cosas no salieron bien. Unos meses atrás la revista The Hollywood Reporter publicó una nota que recogía los rumores que ya corrían en la industria: que la producción se había desmadrado, que Trank se estaba comportando de manera errática e indecisa, que se aislaba y era incapaz de resolver problemas en el rodaje; que se había peleado con Kinberg y los productores. Trank lo desmintió todo (y Kinberg salió a respaldarlo) pero ya era tarde: todo indicaba que el estudio, con o sin razón, le había quitado la película de las manos, y que esto le habían costado su siguiente trabajo: ponerse al frente de una de las múltiples nuevas películas de Star Wars (Trank alega que renunció porque quería dedicarse a “proyectos más personales después de una superproducción tan demandante”, pero ya nadie le cree). Y en cualquier caso, el resultado no es lo que esperaban los fans: con sus 100 minutos de duración dura 30 menos que el primer corte anunciado por Trank meses atrás, y la verdad es que el relato se siente apurado en su último tramo, hasta inconcluso. Mientras la crítica viene despedazándola desde su estreno, nadie termina de adjudicar responsabilidades oficialmente. O casi nadie: Trank tuiteó días atrás lo siguiente: “Un año atrás yo tenía una versión fantástica de esto. Y hubiera recibido grandes críticas. Pero probablemente jamás la vean. Esa es la realidad”. Trank borró el tuit poco después, pero un periodista de The Hollywood Reporter ya lo había copiado, y ahora está por todos lados, bajo el título: “Trank culpa a Fox”. Otra historia para los anales del fracaso cinematográfico de la Primera Familia de Marvel. Para que Rick Moody se siga preguntando qué es lo que tiene esta historieta favorita de tantos, cuál es la maldición por la que sigue siendo imposible todavía –la zona negativa, la antimateria, y todo eso–, hacer una buena película con ella. RADAR

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Boris Big Band: Thad Jones

Ricardo Carpani

Alberto Korda

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La exposición Carpani trabajador. Entre el taller y la calle se centra en la figura del trabajador como icono de la política nacional e internacional. A partir del archivo del artista, sobre el que la Universidad Nacional de San Martín comenzó recientemente un trabajo de ordenamiento y catalogación, se reúne buena parte de esa producción gráfica, iniciada en 1962 con el afiche ¡Basta!! A estos carteles se suman algunas pinturas de gran formato y numerosos materiales inéditos: dibujos, grabados y bocetos que muestran el trabajo desarrollado por el artista. Hasta octubre. En el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, Av. del Libertador 815. Gratis.

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Una retrospectiva del célebre fotógrafo cubano Alberto Díaz Gutiérrez, más conocido como Alberto Korda. Korda: pasión e imagen es una selección de 110 fotografías del acervo personal del artista. Guerrillero Heroico, la imagen que muestra al Che Guevara con 31 años, se transformaría después de su muerte en una de las obras más reproducidas de la historia. Korda muere en París en el año 2001, dejando un cuerpo de imágenes que forman parte de la memoria histórica de Cuba. Curadores: Diana Díaz López, Reinaldo Almira Naranjo y Virginia Fabri. En el Centro Cultural Borges, Viamonte 525. Entrada: $ 30.

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MÚSICA

ARTE

CINE

En el Paisaje

Sonata en Si menor Como parte de la

AGENDA

DOMINGO 9

Fundada en 2011, continúa (¡por quinto año consecutivo!) tocando cada domingo en Boris Club. En sus presentaciones transita la historia de las grandes Big Bands de los años 30 hasta la actualidad. La banda está integrada por 3 trompetas, 2 trombones, 5 saxofones y sección rítmica completa (guitarra, piano, bajo y batería). Entre los músicos se destacan Mariano Sivori, Daniel Kovacich, Gustavo Musso, Martín Pantyrer, Richard Nant, Juan Cruz de Urquiza, Victor Skorupski, Cirilo Fernández y Damian Fogiel, entre otros. Director: Daniel Camelo. Hoy: Especial Thad Jones. A las 20.30, en Boris, Gorriti 5568. Entrada: $ 120.

Noiseground Festival

Última jornada de la 4ª edición del ciclo Noiseground Festival, la reunión stoner y sludge de la ciudad, una gran celebración valvular al final de la jornada de elecciones. Hoy tocarán Dragonauta —festejando 15 años—, Sick Porky, luzparis, Hielo Negro, Güacho, Los Sprengers y Los Asteroide. A las 19, en UniClub, Guardia Vieja 3360. Entrada: $ 90.

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Sotavento Big Band

Recreando la mágica época del swing, la Big Band ofrece un variado repertorio que homenajea a las grandes figuras como Duke Ellington y Count Basie, entre otros. Además, adelantarán su repertorio de folklore y tango (en especial de Astor Piazzolla) con arreglos realizados para la orquesta, material que presentarán en su gira europea del 14 al 31 de agosto por Serbia, Italia, Francia y Suiza. A las 21, en Bebop Club, Moreno 364. Entrada: desde $ 100.

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TEATRO Usted está aquí En esta obra cada gru-

po de espectadores es guiado en una aventura, convirtiéndose en protagonistas de un espectáculo misterioso del cual forman parte. Una invitación teatral a ser otro y a sorprenderse de los mundos posibles que uno puede crear en una experiencia interactiva que requiere un compromiso físico de sus participantes. A partir de las 20, en Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131. Entradas: $150.

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CINE Nymphomaniac Última función del ciclo

Para aparecer en estas páginas se debe enviar la información a la redacción de Página/12, Solís 1525, o por Fax al 4012-4450 o por e-mail a

[email protected]

Para que ésta pueda ser publicada debe figurar en forma clara una descripción de la actividad, dirección, días, horarios y precio, a lo que se puede agregar material fotográfico. El cierre es el día miércoles, por lo que para una mejor clasificación del material se recomienda que éste llegue los días lunes y martes.

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que repasó en pantalla grande la última de las trilogías del corrosivo director danés Lars von Trier. El programa, que comenzó el jueves 9 de abril con Antichrist (2009), y siguió con Melancholia (2011), finaliza hoy con la proyección de Nymphomaniac, que cuentan la historia una ninfómana interpretada por Charlote Gainsbourg. A las 21, en BAMA, Av Roque Sáenz Peña 1145. Entrada: $ 50.

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FOTOGRAFÍA Diéresis Así es denominado el conjunto de

procedimientos quirúrgicos que permite la división de los tejidos orgánicos, y también un signo lingüístico dentro de las leyes de la ortografía. En esta exposición colectiva que reúne a Kenny Lemes, Manu Maurino, Jonatan Lubo y Eugenia Domínguez pueden recorrerse ambos caminos: abrir y cerrar, en un lenguaje que aborda a otro para construirse entre sí. En el Centro Cultural Paco Urondo, 25 de Mayo 201. Gratis.

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La exhibición reúne las obras paisajísticas de más de 30 artistas nacionales de distintas épocas y estilos. Los visitantes podrán apreciar un amplio abanico de técnicas como acrílico, óleo y grafito. Una gran parte de las obras pertenecen al campo de la fotografía, y en sintonía con lo contemporáneo, habrá videoinstalaciones. Bajo la curaduría de Diana Wechsler, la exposición reúne obras de Carlos Alonso, Ananké Asseff, Horacio Coppola, Facundo de Zuviría, Juan Doffo, Diana Dowek, Marcos López, Leonel Luna, Jorge Macchi, Martín Malharro, Luis Felipe Noé, Enrique Policastro, Santiago Porter, Res, Eduardo Sívori, Xul Solar, Eduardo Stupía, Juan Travnik y Helen Zout, entre otros. En Muntref Artes Visuales, Valentín Gómez 4838, Caseros. Gratis.

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Acciones en el espacio público

La Paternal Espacio Proyecto abre la convocatoria para la realización de acciones en el espacio público en el marco del ciclo PAPO (Paternal Arte y Política), que en su 6 edición girará en torno al tema “Sexopolíticas. Arte, sexo y política”. La convocatoria está destinada a proyectos de acciones en el espacio público que pongan de relieve problemáticas en torno a las políticas del cuerpo, las sexualidades y el género. No hay restricciones en cuanto al tipo de lenguaje o disciplina. Hasta el 22 de agosto. Consultas y propuestas a: [email protected]

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Teresa Burga La artista peruana es repre-

sentante de la renovación de la plástica peruana durante los años ’60 y ’70 e integrante del Grupo Arte Nuevo (1966-1968), fue una de las precursoras en el camino hacia la disolución del objeto artístico, incorporando procesos experimentales y nuevas estrategias creativas para producir un cuerpo de trabajo claramente conceptual. La exposición presenta dos importantes instalaciones de los años ’70 que tienen una enorme actualidad y relación directa con el trabajo que el CAYC hacía en Argentina en la misma época. Hasta el 2 de noviembre. En Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415. Entrada: $ 60.

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ETCÉTERA Enrique Dussel El filósofo argentino, na-

cido en Mendoza en 1934 y exiliado en México a partir de 1975, país donde aún reside, visita el país para recibir el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de San Martín. El martes 11 la Unsam le otorgará la distinción en el Campus Migueletes y Dussel dará una clase magistral. Hoy, el pensador ofrecerá una conferencia pública sobre “Actualidad de la filosofía de la liberación”. A las 19, en el Centro Cultural de la Cooperación, Av. Corrientes 1543. Gratis.

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celebración por los 70 años de Télam, continúa Cine y Periodismo, ciclo que propone un acercamiento a la actividad periodística y sus múltiples facetas a través de una selección de películas de diversas procedencias, con la participación de sus directores. Hoy, Patricio Escobar presentará Sonata en si menor (2014), documental que reconstruye el secuestro de 15 personas en Uruguay, entre ellos el pianista Miguel Ángel Estrella, en el marco del Plan Cóndor. Para ello, desmonta la versión oficial construida por la prensa, a través de revistas como Somos, Gente y Para ti. A las 18.30, en Casa Defensa, Defensa 372. Gratis.

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ARTE Grafías y ecuaciones Las obras de

Jacques Bedel, Paulo Bruscky, Emilio Chapela, Guillermo Deisler, Mirtha Dermisache, León Ferrari, Leandro Katz, Guillermo Kuitca, entre otros artistas, invitan a sumergirse en el campo experimental del arte de vanguardia, habitando una frontera que borra las diferencias entre aquello que define una figura, un garabato, una palabra, una imagen de una obra. Ultima semana. “¿En qué momento, en qué preciso momento, nuestra percepción se disloca para entrar en una zona de turbulencia en la que se entreveran signos y figuras?”, se pregunta su curador, Gonzalo Aguilar. En Henrique Faria Buenos Aires, Libertad 1628. Gratis.

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Víctor Rebuffo

Impresiones de un hombre moderno es el nombre de la muestra que recorre escenas cotidianas y las figuras de los marginados, motivos que viven en su obra. Un grabador comprometido con el realismo social, que inscribió su práctica en la tradición instalada por los Artistas del Pueblo. Con algunos de ellos, así como con Antonio Berni y Lino Enea Spilimbergo, compartió publicaciones y espacios de la escena. Esta selección cuenta de la mirada de Rebuffo hacia su entorno social e imprime una imagen del hombre moderno al convertirlo en su centro. En el Museo de la Muntref, Valentín Gómez 4838, Caseros. Gratis.

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ETCÉTERA José Pablo Feinmann

A partir de la reedición de cinco novelas fundamentales de José Pablo Feinmann (Últimos días de la víctima, El mandato, El cadáver imposible, La sombra de Heidegger, Timote), el escritor participará de una entrevista pública a cargo de Patricio Zunini en la que recorrerá su obra narrativa. A las 19, en Eterna Cadencia, Honduras 5582. Gratis.

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MIÉRCOLES 12 JUEVES 13

VIERNES 14

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Charles Chaplin

Imborrables

Luis Buñuel

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En sintonía con la muestra Memorias imborrables, durante el mes de agosto Malba presenta una selección de films que abordan episodios traumáticos del pasado latinoamericano desde perspectivas personales, a veces incluso íntimas. En todos ellos importa la memoria, ya sea como materia documental, como problema o como herramienta de interpretación. Esta semana se proyectará M, de Nicolás Prividera, hoy a las 21; Cordero de Dios, de Lucía Cedrón, el viernes a las 18; y Un muro de silencio, de Lita Stantic, el sábado 15 a las 18. En Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415. Entrada: $ 45.

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En el marco de un ciclo dedicado a repasar la obra del clásico director español, uno de los padres del surrealismo y legendario vanguardista, hoy se podrá volver a ver, en pantalla grande, Viridiana, film de 1961 donde una joven novicia que está a punto de tomar los votos abandona el convento para visitar a su tío, quien la desea sexualmente. Al no poder retenerla consigo, don Jaime se suicida, lo que provoca que Viridiana decida dejar sus hábitos. La llegada a la casa de Jorge, hijo de su tío, cambiará el destino de la joven. A las 19, en Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, Av. Del Libertador 815. Gratis.

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ARTE

ARTE

MÚSICA

Sur Polar

Ulises Conti Se presenta en el marco del

Durante agosto, un recorrido por las películas más memorables de Chaplin. Nacido en Londres, Chaplin se desarrolló como artista de vaudeville desde muy joven, logrando finalmente un contrato con una compañía en Norteamérica. Allí filmará entre 1913 y 1921 una serie de cortometrajes dirigidos y protagonizados por él mismo, con los que se popularizará su personaje de vagabundo tragicómico y su trabajo con la comedia física. Parte de esta producción se verá en este ciclo. Hoy, el clásico El pibe (1918) y Vida de perros (1918). Mañana, jueves, La quimera del oro (1925). A las 20, en la Universidad del Cine, Pasaje Giuffra 330. Gratis.

Marcelo Pombo Consolidando su pro-

yecto de recuperación histórica de la pintura latinoamericana, Marcelo Pombo presenta una serie de vitrinas y dos arpilleras en las que asocia el arte concreto, el informalismo, la artesanía y lo telúrico (este último representado por el barro). La utilización del barro en muchas de estas obras continúa con su línea de trabajo en torno a materialidades vinculadas con lo popular, llevada adelante por el artista desde comienzos de su carrera a fines de la década de los ‘80. Hasta el 5 de septiembre. En Barro Arte Contemporáneo, Caboto 531. Gratis.

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Frank Bretschneider

Se presenta uno de los artistas más importantes de la escena electrónica. Nacido en Alemania Oriental, posee una variada obra, desde sus discos más reduccionistas hasta los que denotan influencias del hip-hop, el dub y el dubstep. Interpretará piezas de su obra EXP. Será precedido por el joven artista colombiano Felipe Cabrera López (aka FCL). A las 20, en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Av. San Juan 350. Entrada: $ 15.

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TEATRO Vigilia de noche Obra de uno de los dra-

maturgos más singulares y representados del teatro europeo actual, el sueco Lars Noren, aquí traducido por Francisco J. Uriz, versionado y dirigido por Daniel Veronese. La trama exhibe el encuentro entre dos hermanos, cada uno acompañado de su pareja, tras la muerte y posterior cremación de la madre de ambos. A las 20.30, en el Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530. Entrada: $ 70.

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Isla Mauricio Dos medio hermanas, que se reencuentran luego de la muerte de la madre, heredan deudas, y una colección de estampillas que podría tener un alto valor económico. Alejandro Casavalle estrena en Buenos Aires esta obra de la dramaturga, escritora y guionista norteamericana Theresa Rebeck, una de las más prestigiosas dramaturgas contemporáneas de los Estados Unidos. Con Carolina Darman, Juan Luppi, Abian Vainstein, Ramiro Vayo y Antonella Scattolini. A las 21, en Hasta Trilce, Maza 177. Entrada: $ 130.

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ETCÉTERA No lo intenten en sus casas

En su quinta temporada, el ciclo de música y lecturas contará con la presencia de Juan José Burzi, Luis Mey, Matías Pailos, Valentina Vidal, y desde México, Ricardo Chávez Castañeda. Narrativa actual, tragos y climas musicales a cargo de Mystery Man. Coordinan Broemmel & Castagna. Invita: Editorial Pánico el pánico. A las 20, en Casa Brandon, Luis María Drago 236. Gratis.

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El Programa de Arte de la Dirección Nacional del Antártico presenta la sexta edición de la muestra que ofrece, en un ensamble entre arte y ciencia, las obras de los artistas que formaron parte de las campañas 2014 y 2015. Los artistas participantes son Betiana Bellofatto, Erica Bohm, Mariana Corral, Pablo La Padula, Pablo Mehanna, Guadalupe Pardo, Magdalena Petroni, Nicolás Trombetta y Natacha Voliakovsky. Curaduría: Andrea Juan. En el Museo Malvinas, Av. del Libertador 8151. Gratis.

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TEATRO El Farmer Pompeyo Audivert, Rodrigo de la

Serna y Andrés Mangone transforman la consagrada novela de Andrés Rivera sobre Juan Manuel de Rosas en una máquina teatral que propone una mirada poética sobre el personaje. Ambos actores interpretan a Rosas en dos momentos de su vida, el de la vejez y el exilio en Inglaterra y el de los años de ejercicio de su pleno poder. A las 20, en el Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530. Entrada: $ 70.

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ETCÉTERA Lacan Comienza “La posición del lector. Jac-

ques Lacan: la originalidad de una enseñanza”, curso de clínica psicoanalítica a cargo de Fabiana Grinberg y María Laura Alonzo, que a lo largo de cuatro encuentros durante el mes de agosto abordará cuestiones vinculadas con la experiencia de la lectura y el psicoanálisis. Comienza hoy. A las 19.15, en Fundación Cassara, Av. de Mayo 1190. Informes: [email protected]

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La disputa por la dignidad obrera El libro de Paula Varela, que estudia el sindicalismo de base fabril en la zona norte del conurbano bonaerense entre 2003 y 2014, será presentado por dos destacados especialistas: Daniel James (historiador y autor del clásico Resistencia e Integración y Doña María) y Lucas Rubinich (sociólogo y director de la revista Apuntes de Investigación). A las 19, en el aula HU02 Facultad de Ciencias Sociales -UBA, Santiago del Estero 1029. Gratis.

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Fogwill: memoria de paso A cinco años de la muerte del influyente autor de Los Pichiciegos y Vivir afuera, sus colegas, editores y amigos dialogarán a lo largo de tres encuentros sobre sus facetas como escritor, lector y agitador cultural. El ciclo comienza hoy con la presencia de Luis Chitarroni, Pablo Gianera y Gustavo Nielsen. Los jueves siguientes se presentarán Juan Ignacio Boido, Damián Ríos, Damián Tabarovsky, Diego Erlan, Mariano Vespa y Patricio Zunini. Modera: Maximiliano Tomas. A las 19, en el Ateneo Grand Splendid, Santa Fe 1860, 2º piso. Gratis.

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ciclo de Música en el Senado, en uno de los formatos más interesantes de sus diversas propuestas musicales: Solo piano. Después de haberse presentado en diferentes ciudades de Japón, Europa y Brasil, el compositor argentino regresa a Buenos Aires para presentar este maravilloso concierto. A las 19.30, en el Congreso Nacional, Hipólito Yrigoyen 1849. Gratis.

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Jorge Fandermole Referente del can-

cionero popular, recordado integrante de la llamada Trova Rosarina, presentará su último CD Fander, ganador del Premio Gardel a Mejor Disco de Folklore Alternativo. En esta oportunidad se presentará en formato solista, recreando viejos temas, los actuales, adelantando nuevos y haciendo versiones de otros autores. A las 21, en Café Vinilo, Gorriti 3780. Entrada: $ 200.

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DANZA Bob Fosse El Gran Final es un tributo core-

ográfico al multifacético artista norteamericano Bob Fosse. Con coreografías originales de Gustavo Wons, la historia toma como punto de partida la fiesta que el mismo Fosse paga para “celebrar” su fallecimiento y recorre diferentes momentos de la convulsionada vida de este extraordinario director. En el transcurso de su obra, una serie de flashbacks abrirán en Bob una mirada tierna y melancólica de su vida, en donde sus comienzos artísticos, su esposa, y los excesos se entremezclaran con su arte y su talento. A las 22.30, en Teatro Astral, Av. Corrientes 1639. Entrada: desde $ 200.

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ETCÉTERA Club Hem

La editorial platense presenta dos libros dobles, con dos títulos cada uno, uno de un autor y uno de una autora. Reynaldo Jiménez presenta Una cartografía de la insolación, de Ana Claudia Díaz; Horacio Fiebelkorn presenta Noticias de la belle époque, de Mario Arteca; Liliana Ponce presenta Libro Có(s)mico, de Romina Freschi; y Juan Salzano El gaucho celeste, de Mariano Massone. A las 19.30, en Gascón 1279. Gratis.

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Luego de su exitosa presentación en un teatro Opera agotado, el grupo porteño formado por Ariel Sanzo (más conocido como Ariel Minimal), Fósforo García y Franco Salvador vuelve a los escenarios porteños en la sala del Teatro Vorterix. Seguirán presentando El manto eléctrico, su nueva producción, y repasando toda su discografía, una trayectoria que nació el 17 de octubre de 1994, cuando comenzó lo que sería su primer disco: Cabeza. La apertura de la noche estará en manos de Flopa Lestani. A las 19, en Teatro Vorterix, Federico Lacroze y Alvarez Thomas. Entrada: $ 150.

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MÚSICA La Chicana

Todos los viernes y sábados de agosto, la banda liderada por Acho Estol y Dolores Solá presenta su nuevo disco: Antihéroes y Tumbas - Historias del Gótico Surero. Con Sebastián Zasali en bandoneón, Carolina Rodríguez, Pablo Clavijo en violín, Agustín Barbieri en percusión Patricio Cotella en contrabajo, Acho Estol en guitarra y dirección y Dolores Solá en voz. A las 21.30, en el Centro Cultural Torquato Tasso, Defensa 1575. Entrada: desde $ 170.

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Raly Barrionuevo En tres únicos con-

ciertos el viernes 14, sábado 15 y domingo 16 de agosto presentará su último material discográfico, Chango. Se trata de un disco conceptual de versiones e improvisaciones sobre el repertorio del Chango Rodríguez. Nacido en Santiago del Estero, heredero de la música cuyana y catamarqueña, cordobés por adopción, Raly es un músico trashumante que conjuga el pasado y el futuro del folclore, de la identidad, de la tradición. A las 21, en Niceto, Niceto Vega 5510. Entrada: $180.

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TEATRO La virgen de la Tosquera En el

marco del ciclo MonoBlock, que durante todos los sábados de agosto presenta una serie de obras unipersonales, se presenta nuevamente La virgen de la Tosquera, pieza adaptada e interpretada por Eugenia Mercante sobre un cuento de Mariana Enriquez, donde un grupo de adolescentes encuentra refresco en una inhóspita tosquera, a la vera de una ruta bonaerense. Con el avance de los días y su calor, el deseo frustrado de una de estas amigas convertirá ese escenario alejado y solitario en la locación de un film de terror. A las 23, en Abasto Social Club, Yatay 666. Entradas: $ 80.

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La máquina idiota

Buenos Aires. Cementerio de la Chacarita. Contiguo al muro del Panteón Oficial de la Asociación Argentina de Actores, ha ido creciendo una mutual anexa de figuras menores del espectáculo. Proliferan los reclamos y una bruta melancolía plagada de recuerdos sospechosos, de amores crispados los invade. Y sin embargo, el destino ha llamado a escena una vez más. De Ricardo Bartis. Últimas funciones. A las 22, en el Sportivo Teatral, Thames 1426. Entrada: $ 150.

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El hambre de los artistas

Una antigua troupe de artistas detenida en algún lugar del pasado. Un viaje en el tiempo. Del otro lado, un grupo de arrogantes trama el desconcierto: una trampa. Los nuevos y los antiguos son piezas fundamentales, y enfrentadas, en esta tragicomedia polifónica escrita y dirigida por Alberto Ajaka. A las 21, en el Teatro Sarmiento, Av. Sarmiento 2715. Entrada: $ 130.

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UN CUARTO PROPIO Hija de la aristocracia musical y de la bohemia más elegante –su madre es Egle Martin, su padre Jorge Palacios, sobrino de Alfredo, su cuñado Gustavo Santaolalla–, Barbarita Palacios eligió un camino artístico que recorrió veinte años en el más estricto under. Desde la Catedral de Almagro hasta colaboraciones con Mariana Baraj y Charo Bogarín, prefirió un relativo anonimato hasta que este año lanzó Si va, producido por Santaolalla, un trabajo donde se cruzan el folklore y el rock en un territorio personal, único, marcado por su recorrido vital, que va desde pasar Año Nuevo en casa de Gilberto Gil hasta ser una pionera del electro folk local; la música de una mujer latinoamericana a quien le gustan la chacarera y el rock.

E N T R E V I S TA

POR MARIANO DEL MAZO

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n la contratapa del segundo long play de Color Humano se lee, entre los agradecimientos: “A Egle (Negra) Martin y a su futuro bebé”. Egle hizo un solo de berimbau en la canción de Edelmiro Molinari “Sangre del sol” que abría aquel disco y es hoy una madre orgullosa: 42 años después, el futuro bebé tiene disco nuevo. Morocha de rasgos fuertes, Barbarita Palacios toma agua con gas y se debate como todo el mundo entre certezas e inseguridades. “Qué calor, ¿lloverá?”, “¿viste lo de Melingo en Encuentro?”, “quiero un café en jarrito”, dirá en el lapso de dos, tres minutos. Ahora duda ante la primera y más o menos obvia pregunta de por qué este debut solista tardío. Piensa y dice: “Es un debut y no es un debut”. La cavilación tiene su razón de ser: antes de este Si va, la obrita de treinta y dos minutos que presentará el 27 de agosto en Caras y Caretas, fue integrante de propuestas que fraguaron electrónica y folklore, pop y canción, raíz y grunge. Barbarita Palacios es una veterana novedad. Junto a la banda Semilla, en el cenit del electro folk de hace unos quince años, creó La Peña Eléctrica y El Semillero de La Catedral en Almagro. Integró la troupe de Terraplén, de Gaby Kerpel, Daniel Martín y Diego Vainer. Y movilizó Tiento, “un cuarteto power folk de dos parejas: Javier Casalla y yo y Laura Ros y Federico Gil Solá”. Con Sofía Viola desarrolló un repertorio propio bajo el proyecto Las Huevas. Y más: Trenzadas junto a Mariana Baraj y Charo Bogarín, etcéteras. 12

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Es un debut y no es un debut. Mucha canción pasó bajo el puente. Esta sucinta síntesis, un CV apretado y frío, ocupó casi veinte años de una vida artística consagrada al más estricto under. Aunque provenga de la familia de la que proviene, aunque Semilla haya sido producido por Santaolalla y los ex Arbol Pablo Romero y Edu Schmidt. Es que en Barbarita parece confluir rebeldía y ubicuidad, los más humosos templos under del despuntar del siglo y los mejores estudios de Los Angeles. Nació, como se desprende de la dedicatoria del disco de Color Humano, en 1973. Merced al don de gentes de sus padres –el encanto de Egle Martin, pero también el de Lalo Palacios, un conversador memorable, sobrino de Alfredo Palacios–, pasó su infancia rodeada de personajes de la aristocracia musical, un desperdigado club de la bohemia más elegante. En el medio, siempre, Egle: una mujer de belleza extrema, vedette, actriz y música. Alrededor de ellas orbitaban geniecillos, ególatras y cultores de la dolce vita. Un happening constante. “Fue la mejor infancia posible. Hermeto Pascoal, por ejemplo, era mi osito de peluche... Jugaba con él, lo peinaba, lo paseaba por toda la casa. Me despertaba para ir a la escuela y estaban los Abalos tocando chacarera en el living... Todos pasaron por la casa de mamá. Los que te imagines: Javier Martínez, Dizzy Gillespie, el Chango Farías Gómez, Caetano Veloso, Gilberto Gil. También venía Abelardo Castillo. Mi vieja siempre fue muy dada, muy querida... Papá también. El tuvo la sabiduría de compren-

der y dejar fluir el candombe de mamá. Un Año Nuevo lo pasamos en la casa de Gil, en Bahía. Estaba Caetano... Después de las doce de la noche Gil abría las puertas de la casa y entraba el que quería.” Otra marca musical en la piel curtida de influjos de Barbarita viene por el lado de su hermana mayor. Alejandra Palacios es fotógrafa e hizo sus primeros pinitos en revistas como Pan Caliente, Cerdos & Peces, Pelo, Twist & Gritos. Cubría conciertos de Sumo, Virus, Soda Stereo y trabajaba con Hilda Lizarazu y Andy Cherniavsky. Los famosos ochenta. Recorrió un circuito de la noche porteña no menos intenso que el de los personajes de su madre. El estudio de fotografía de Cherniavsky era frecuentado por Charly García, Andrés Calamaro, Miguel Zavaleta. Ahí estaba, con diez, doce años, Barbarita. Siempre rodeada de gente mayor, dato que galvanizó su tierno nombre de pila en diminutivo, como huella de identidad. Dato que seguramente ocupó algunas sesiones de los siglos de psicoanálisis que concede haber hecho. “Escuchame: ¡con la vida que tuve! –dice–. Mi hermana me llevaba a los conciertos. Yo flasheaba... Cuando Alejandra empezó a salir con Gustavo Santaolalla igual: conocí a un montón de gente interesantísima. Se conocieron en la gira de De Ushuaia a La Quiaca y todavía están juntos.” El célebre cuñado –hombre de actividad febril, entre música propia y ajena, cine, vinos; máquina de hacer pájaros y éxitos– está detrás de Si va. Junto a Daniel Martín, ex Terraplén, es el productor

artístico y toca en la mayoría de los temas. Manda mail: “Barbarita Palacios es una artista que conozco desde hace bastante tiempo. La búsqueda de un lenguaje musical en donde convergen el folklore y el rock es algo que siempre me ha acompañado y encontré en Barbarita a una artista comprometida con esa estética. Tanto en la composición como en sus interpretaciones marca un territorio verdaderamente personal y único”. Una de las claves del “método Santaolalla” apunta al trabajo o, mejor dicho, a la disciplina del trabajo. “Me ha formado. Es mi maestro. El trato familiar es bien diferente al laboral, y está bien que así sea. El me puso a componer, y hacer temas y más temas. Y yo, que soy una obrerita de mis proyectos, cumplí al pie de la letra. Sé lo que quiero y adónde voy. No tengo una relación espontánea con la música; me gusta que me obliguen, me gusta trabajar.” ¿Cómo fue el proceso que derivó en el disco?

–Largo, hace unos tres años comencé a demear canciones. Algunas las hacía con Javier (Casalla). Después se las mandaba a Daniel Martín, que elegía y producía. Luego era el turno de Gustavo (Santaolalla). Como capas y capas de filtros...

–Y sí, así se fue armando. Una vez que estuvo encaminado el disco salí a armar la banda. La banda quedó integrada con su pareja Javier Casalla en violín y guitarra, Hernán Burset en batería y Nicolás Martín Rainone en guitarra. Los productores Santaolalla y Martín aportaron un buen volumen

FOTO: NORA LEZANO

de instrumentos, desde ronrocos y campanas tubulares hasta teclados y programaciones. También participan clásicos de la factoría Santaolalla, como Tilín Orozco y Fernando Barrientos, Adrián Sosa (baterista de Bajofondo), Aníbal Kerpel y Alejandro Terán, que se luce en los arreglos de cuerdas. Si va se grabó en los Estudios Fader Records de Mendoza y en La Casa de Los Angeles, y fue masterizado por Tom Baker (30 Seconds to Mars, Beastie Boys, Café Tacuba) y sale el 21 de agosto, editado por Sony. Son nueve canciones portadoras de un misterio extraño, diáfanas y al mismo tiempo algo oscuras. Cada tema tiene un tratamiento singular. Pero se puede decir que más allá de la rítmica de “Hombre sereno” y su bombo omnipresente, no hay señales del folklore que Barbarita venía abordando al menos oblicuamente, a su manera. Son más bien canciones de autor con densidad rockera y gesto de pop indie. No agradan a la primera escucha: piden una decisión del oyente, un compromiso. Sólo así la red cancionística tendida por Barbarita Palacios finalmente atrapa. Temas como “Espejos rotos” se deslizan por un romanticismo áspero. Otros, como “Más allá”, conmueven por su sencillez: es una balada dedicada a su hijo adolescente, Lucero Carabajal. “Aprendí / aprendiste / a tropezar sin quebrar”, canta la madre. Y dice: “Lucero es un bombisto tremendo... De hecho participa en el disco”. Opina Santaolalla: “Sus temas más íntimos se intercalan con otros poderosos y hasta salvajes, de forma orgánica. Resulta muy atractivo el hecho de que el eclecti-

cismo y la diversidad se vean aunados, en un primer disco solista, por su identidad como artista”. Hay una palabra que Barbarita repite a lo largo de la entrevista: reinvención. “Siento que con este disco me estoy reinventando”, vuelve a decir, en un loop que apunta tanto a su pasado como al futuro, una suerte de ambición de cambio permanente.

pelear por lo que creía... Con ese espíritu nació La Peña Eléctrica. Entendí la frase de la chacarera: ‘Estaba donde nací lo que buscaba por ahí’.” El folklore ya es un lugar de pertenencia, más allá de lo que haga. Fue una búsqueda y ahora es un punto de partida. Y, siempre, es y será una tensión. Por eso la pregunta final; por eso su respuesta.

¿Y el grunge? ¿Dónde quedó?

–Está, está. No soy Roxana Carabajal. Soy urbana. Soy esto que ves. El rock está. Me mata Nirvana, P. J. Harvey... Pero ganaron Los Manseros Santiagueños. Barbarita Palacios presenta Si va el jueves 27 de agosto en la Sala Caras y Caretas, Sarmiento 2037, a las 21. Entrada: $ 120.

¿Por qué hablás de reinvención?

–Siento que al fin estoy encontrando mi camino, pero que ese camino tiene curvas, muta. Me gustaría que Si va se escuche como el disco de una mujer latinoamericana que busca sus raíces pero que fue pasada por arriba por el grunge. Que se haya reflejado en las canciones ese ir y venir permanente. Cuenta, finalmente, que a los 18 se fue a recorrer los Estados Unidos. Fue el viaje que la configuró, que definió sus perfiles estéticos e ideológicos. Estaba fascinada por la música negra: el jazz, el blues, el soul y el hip hop. Fue a cada uno de los boliches de música negra de Nueva York. En un momento sintió la revelación. Barbarita vio la luz. Una epifanía nac & pop. “Me di cuenta que yo no tenía nada que ver con ese mundo.” ¿Qué hago acá?, me pregunté una noche. ¡Hasta hablaba un inglés de mierda! Cuando volví el país estaba en llamas todavía... Me fui derecho a una peña. Me compré un montón de cancioneros y me largué a componer chacareras. Sentí que había encontrado un lenguaje para explorar, que tenía que ver con lo que soy. Muchos chicos amigos míos se iban de la Argentina por la crisis... Yo sentí que me tenía que quedar, y RADAR

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: ICO LOS ATAT Y ANIL B O L T A E C J I OB US AM CAJ

LAS COSAS QUE DEJÓ FOTO DE ALEJANDRO KUROPATWA

Hasta fin de mes, estarán expuestas en la galería El Mirador Espacio objetos de Batato Barea, desde personales hasta los que usaba en sus performances. Y además, se pueden ver imágenes del artista tomadas, entre otros, por Marcos Zimmermann o Alejandro Kuropatwa: una auténtica memorabilia de su vida, curada por Seedy González Paz y elegida, en vida, por el propio Batato. MUESTRAS

POR MARINA OYBIN



Todo lo que queda en esta casa es lo que sirve, el resto ya lo tiré”, le avisó Batato Barea a su mamá, Nené Bache. En un container frente a su casa del Abasto, ya había quemado cartas, diarios y fotos que no quería que nadie viera. Estaba por morir. Le pidió a Nené que cuidara sus cosas. Ella no dudó. Por estos días, la galería El Mirador Espacio condensa parte de la vida de Batato Barea. Desde el souvenir que se entregó a los familiares cuando su nacimiento, pasando por los inolvidables “objetos batáticos” que encarnaban personajes en sus performances, hasta fotografías tomadas, entre otros, por Marcos Zimmermann y Alejandro Kuropatwa. Hay cartas, manuscritos, vestuario, vestidos, afiches de sus obras. Simbólicamente potentes, las fotografías y los objetos llevan sin escala al artista que marcó el under porteño post dictadura. Hay fotografías que resultan hipnóti-

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cas: en escena o en el backstage, llegan al núcleo de los personajes. Aunque las piezas exhibidas integran la autobiografía que el propio artista preservó, uno tiene la extraña sensación de acceder a un espacio muy íntimo, vulnerable. Hay fragilidad en la vida de Batato: murió muy joven, ocultando hasta último momento su enfermedad: el sida había devenido estigma en aquellos años. El suicidio de su hermano, también gay, lo golpeó. Batato corrió los límites. Desplegó libertad en su vida y en el arte, que en su caso eran indivisibles. Creó en la frontera difusa entre exaltación y desgarro. Su obra aún hoy es transgresora. Basta ver su desnudo sensual y al tiempo irreverente, cross a la mandíbula para el espectador desprevenido, en “La señorita Batato Barea”, una bella fotografía de Gabriela Malerva. La escena es teatral, la luz barroca: el cuerpo de Batato en escorzo, desafiante, sobre unas sábanas revueltas, contrasta con la expresión de su rostro casi en penumbras.

“Batato tenía actitudes suicidas: con medias caladas y vestidos cortos caminaba a la noche por el Abasto, pasaba por lugares en los que paraban grupos punks”, dice su amigo Seedy Gonzalez Paz, artista, curador de la muestra y albacea de su patrimonio. Recuerda que una madrugada cuando Batato terminó una performance llamada “La cama”, en la Estrella de Maldonado, salieron juntos a desayunar. Ya en el bar, recibieron un escupitajo. Sin mediar palabra, Batato enfrentó el oprobio: “Se sacó la cadena de plástico rojo que usaba como collar, se la enredó en el brazo y la transformó en arma de defensa”. Exultante, Batato creó un híper kitsch periférico bien nac. & pop. Diseñaba sus joyas con tapas de gaseosas, espejitos, mostacillas, cotillón almodovariano. En la basura o en locales de ropa usada, seleccionaba su vestuario antiglamour. Muchas veces, cosía los vestidos con su madre. Lo suyo era el lujo oropel, como el de Ramona Montiel, que no imita ninguna moda: delata a simple vista su origen plebeyo. En su caso, ponerse pechos fue una intervención estética y política. No cualquiera se animaba. Le inyectaron un líquido aceitoso que dolió. Estaba feliz: aseguró que el busto era un vestido más. “Tenía rasgos humanistas, era muy conocedor, luminoso, siempre estaba sonriente. Por más ternura que despertara, vivió al borde del precipicio, no se drogaba y jamás lo ibas a ver tambaleando. Era un chongo hermoso: todos lo amaban”, cuenta Seedy, que caracteriza a su amigo como un rapsoda de nuestros tiempos que le puso el cuerpo a la poesía. Batato

tuvo amantes epistolares que contactaba en revistas para conocer gente. En una casilla de correo, recibía la correspondencia: le gustaba intercambiar poesías. A Batato le obsesionaba documentar su vida y su carrera: “Con absoluta humildad, trabajó para hacer de su nombre una leyenda”, señala Seedy. Junto a Nené, conservó estampitas de comunión, su carnet del servicio militar, boletines, cuadernos y hasta dibujos escolares. Hizo un registro exhaustivo de todas las obras y películas que vio. Guardó fotos, videos de sus obras, artículos sobre sus trabajos. Batato construyó una memorabilia en vida. Cuando murió, Nené cortó un mechón de su cabello: sumó el último recuerdo. En uno de sus libros de poesía, le escribió a su hermano ya muerto: “Todo esto es para vos. Y pensar que de chicos nos peleábamos tanto y, sin embargo, nos amábamos tanto”. Se apropió de los versos que amó, los recitó, los diseccionó en escena. “Y que de mí no quede más que la alegría de quien pidió entrar y le fue concedido”, escribió Pizarnik, y transcribió Batato en una hoja amarronada de su agenda. Con envidiable fervor, subrayó y marcó versos de una de las compilaciones de su admirada Pizarnik. Entre las hojas, aún se conservan plumas de gallareta que usaba como señaladores y pedazos de alas de mariposas. Yo Soy Batato se puede ver en El Mirador Espacio, de martes a viernes de 15 a 21, y los sábados de 12 a 18. Gratis, hasta el 25 de agosto. El jueves 13 se proyectará a las 20.30 se proyectará Alfonsina y el mal, dirigida por Batato. Reservas inbox: [email protected]

PASAJERO EN TRANSITO

Si los documentales sobre estrellas de rock buscan develar al hombre detrás de la máscara de la estrella, 20.000 días en la Tierra, el docu ficción de los directores Ian Forsyth y Jane Pollard sobre Nick Cave, logra el efecto casi contrario: contar entre la ficción y los testimonios reales la vida cotidiana del cantante y compositor que, tras vivir los días que indican el título, acepta el grado de artificio que conlleva el arte.

CINE

POR MARIANA ENRIQUEZ

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ace un mes, uno de los hijos gemelos de Nick Cave –Arthur Cave, de 15 años– se cayó de un acantilado en Brighton, la ciudad de veraneo donde vivía con su familia, completada por su hermano Earl y su mamá, la modelo y diseñadora Susie Bick. Fue un accidente del que no se saben mucho más detalles, aunque algunos especularon con que podía tratarse de un suicidio, teniendo en cuenta que Arthur era adolescente y el hijo del hombre que escribió las mejores canciones tristes, oscuras y trágicas de la historia del rock. Pero no: fue solamente mala suerte, desgracia, las desdichas de la vida. Muchos más se preguntaron sobre qué iba a escribir Cave ahora. Qué desasosiego exploraría; él, que de un desamor puede hacer cinco minutos musicales de absoluta angustia y belleza, ¿musicalizará la muerte de un hijo? Todo eso, claro, es especulación y sería más recomendable el silencio ante el duelo. Pero interrogantes parecidos y cierta sensación de incredulidad se repiten frente a 20.000 días en la Tierra, el docuficción sobre Nick Cave dirigido por Ian Forsyth y Jane Pollard que, después de alguna proyección aislada y su estreno en el Bafici se estrenará en Bama Cine Arte con apenas cinco funciones. 20.000 días en la Tierra es una película extraña, entre el documental y la ficción, con varias escenas recreadas o actuadas y otras deliberadamente fronterizas. Así, di-

cen los directores -–amigos personales de Cave y los responsables de los documentales que acompañaron las recientes reediciones de lujo de todos sus discos– lograron acercarse más a la verdad, retorciéndola, recreándola. Después de todo, es una película sobre el proceso creativo. Y también –esto es lo que la vuelve, ahora, irremediablemente triste– es una película que funciona como balance de una vida. Un balance positivo. 20.000 días en la Tierra no es autocelebratoria porque la personalidad de Nick Cave no lo permitiría -–es un hombre con muchísimo más humor y menos narcisismo del que aparenta– pero sí se permite evaluar una carrera, decir sí, hay canciones extraordinarias, sí, ya me hice un lugar entre los mejores compositores de la segunda mitad del siglo XX –y comienzos de éste–. La película empieza con Cave levantándose de la cama: la bella Susie Bick duerme y no se la verá nunca. Se trata, dice, de su día 20.000 en este mundo y entonces lo que sigue es una recorrida por ese día: su método de trabajo, un rato en el estudio de grabación, una visita a Warren Ellis, su ladero, mejor amigo y violinista donde se cuenta una extraordinaria anécdota sobre Nina Simone que no contaremos aquí, un fragmento de una sesión con su analista, una recorrida por su archivo, todos sus papeles y fotos y grabaciones y videos atesorados en un sótano. Sólo que no todo es lo que parece: el analista es de verdad un psicólogo, se llama Darian Leader, pero no es el terapeuta de Cave y, es más: es la prime-

ra vez que se encuentran. La improvisación, breve y simpática, incluye preguntas reales del profesional y respuestas imprevisibles de Cave. “Nick es muy mal actor”, dice Jane Pollard, la directora, pero es muy bueno haciendo de sí mismo. El archivo que recorren y sobre el que Nick comenta –y al que desciende– en realidad está en Australia, su país natal. El que muestra la película es un decorado. Pero las fotos que le muestran son reales y sus reacciones no están ensayadas. Cave cuenta cuando su padre le leyó Lolita; habla con Warren Ellis de Jerry Lee Lewis mientras comen; dibuja en sus cuadernos y charla con Ray Winstone, el actor, su amigo, el protagonista del video Jubilee Street. El mejor momento de la película también cruza realidad y ficción. Cave maneja de verdad su auto, en este día supuestamente muy ocupado. Y al auto, como si él fuera un chofer de taxi, se suben personajes de su pasado, amigos, colegas. La ausencia más notable es la de Mick Harvey, que lo acompañó en los Bad Seeds durante treinta años y que, cuando se fue de la banda, quebró la amistad como si se hubiese tratado de un matrimonio. (Y quizá lo fue). Sube Kylie Minogue y hablan de ese extraño dúo que hicieron juntos, la murder ballad “Where The Wild Roses Grow” y cómo él, un cantante de culto, logró llegar a ella, un icono pop: a través del fallecido Michael Hutchence, entonces novio de Kylie y amigo de Cave. Sube Blixa Bargeld, que también dejó los Bad Seeds --de manera brutal: apenas mandó un email de despedida y nunca hubo más contacto--, y tienen una conversación sorprendente, afectuosa, donde parecen estarse diciendo cosas pendientes pero impregnadas de cariño. Cave sabía que los directores iban a subir gente al auto y también sabía a quiénes, pero las conversaciones son espontáneas o, mejor dicho, improvisadas. “Con la ficción llegamos más cerca a la esencia de las cosas”, dijo Cave sobre la película, “y 20.000 días en la Tierra también se trata de eso”. Y después, por supuesto, están las canciones. La película se grabó durante la

composición de Push The Sky Away el breve y excelente último disco de Nick Cave & The Bad Seeds y además de documentar la génesis y el registro de esas canciones en un estudio de Francia, culmina con un recital en la Sydney Opera House –un show real y programado en la gira– que es intenso y sorprendente, resulta difícil de creer que Cave ya tiene 57 años y todavía es capaz de conjurar esa energía incandescente llena de magia negra, romanticismo, blues y punk rock. Lo que no hay en 20.000 días en la Tierra son revelaciones. No es un documental sobre “el hombre tras la máscara”. Más bien todo lo contrario. Dice Ian Forsyth: “Hay una tendencia en los documentales de los últimos años en tratar de mostrar al hombre tras la estrella de rock, a la persona detrás del mito, a pelar las capas del personaje y el artificio. Pero nosotros pasamos mucho tiempo con Nick, somos amigos, y nos parecía una propuesta imposible hacer eso. Nosotros sentimos que la mitología y la creación de un personaje es lo que Nick realmente es”. Hacia el final de 20.00 días en la Tierra, Nick Cave mira televisión con sus dos hijos más chicos: uno es Arthur, el chico que se mató. Es una escena de cierre: el hombre que no es tan distinto a los demás, que escribe canciones durante el día y, cuando vuelve de la oficina, come pizza frente a la tele con los chicos. Es un momento tan impregnado de artificio como los demás, pero es imposible no verlo distinto ahora porque la tragedia lo ha vuelto nostálgico y real, una especie de grieta premonitoria, un homenaje impensado en esta carta de amor de dos directores que, además, son fans. Y que lograron lo impensable: la complicidad de uno de los músicos más famosamente refractarios a cualquier exposición fuera de las canciones y los escenarios. 20.000 días en la Tierra se puede ver en Bama Cine Arte, Avda. Pres. Roque Sáenz Peña 1150, a pasos del Obelisco, desde el jueves 13 al domingo 16 de agosto, siempre a las 20.30. El sábado, función extra a las 22.30.

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RETABLO, 1982. ACRÍLICO SOBRE CHAPADUR. 152 X 122 CM

CATÁLOGO NIÑA IDEAL, 2007. ÓLEO Y LÁPIZ SOBRE TELA. 140 X 175 CM

SEGUNDO CIELO CON CRISTALES, 2006. ESMALTE SINTÉTICO, ACRÍLICO, ÓLEO, LÁPIZ Y VIDRIO LÍQUIDO SOBRE TELA. 140 X 160 CM

PEQUEÑO DAISY ILUSTRADO POR MARÍA MORENO

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a primera vez que visité a Diana Aisenberg me regaló tres diamantes. Eran de un cotillón fino que los hacía sospechosos de ser reales si no fuera por su liviandad y una diminuta cicatriz en uno de sus vértices. Ofrenda de una trinidad y regalo de “chica a chica”, yo ignoraba que se trataba de una señal y no la supe leer. Luego descubrí que el diamante era una metáfora de su arte. “Nos encontramos ubicados en la arista de un diamante donde todas nuestras partes se refractan hacia el infinito en todas las direcciones. Ese lugar casi invisible, que se pierde en el juego de espejos, es la pálida línea que contiene la información que necesitamos para saber dónde estamos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Dice de mí y dice en relación con otra cosa. Así como yo me veo y reproduzco –no siempre de cuerpo entero, a veces en fragmentos, los menos esperados–, otros muchos se reflejan en mí”. Es decir que para Diana Aisenberg el infinito está en uno, pero deja de estarlo si no se replica en un arte de la amistad, la transmisión y el círculo de la acción. Claro que esa amistad en arte no

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es la amistad que empieza eliminando la confidencia y termina eliminando la conversación, la amistad jurada de la militancia, la amistad de “fuego amigo” o aquella donde estar juntos es la consecuencia sólo de haberlo estado antes por obediencia a una causa, a la fundación garantizada por enemigos en común o en nombre de un suelo o de la sangre, sino que es la amistad de encuentro proteico y creación sin parricidios. No se es artista si se guardan secretos como en una sociedad templaría, a cuyo desciframiento se llega escalando a través de hazañas personales en las que otros son vencidos, si sólo se conoce la imaginación mediante la clausura del pasado, de las reinvenciones que no agradecen y la soledad paranoica del que guarda una propiedad intelectual. El feminismo señaló que el patrimonio cultural de las mujeres se detuvo en la fase de la conservación, por lo que debió abocarse a la interpretación actual de ese patrimonio, su circulación y valor al mismo tiempo que hizo la crítica del paradigma patriarcal de patrimonio, circulación y valor. De este modo, la conservación es mucho más que un mero acopio y cuidado: como artista, Diana Aisenberg revisa la

Como figura central en la articulación del arte argentino de los años ochenta con el de los noventa, Diana Aisenberg es una personalidad indiscutible e influyente, con una obra poderosa que, durante mucho tiempo, había quedado oculta detrás de su faceta más visible: la de docente de artistas hace más de tres décadas. Ahora en Aisenberg, el bello libro que le dedica Adriana Hidalgo en su colección “Los sentidos”, se reúne por primera vez su trabajo, desde las instalaciones hasta la pintura religiosa en clave feminista. A los textos de Roberto Amigo y Santiago Villanueva se le suma esta entrevista de María Moreno, de la que reproducimos un fragmento. ARTE

praxis del cielo, los retablos cristianos y los animales compañeros del rito: los cuida en una época en que se piensa que pintar el mar atrasa como si existiera un mar anterior a su teoría en palabra e imagen. Se ha comparado a l@s niñ@s de Diana Aisenberg con l@s de Henry Darger. Sin embargo, el obsesivo pariente artístico de Lewis Carroll trabajaba con los desechos de la reciente cultura de masas –historietas, fotos, comics– y sus niñ@s podían bien tener dos sexos. L@s niñ@s de Diana parecen límbicos, o al menos vivir en una zona que se sustrae a la diferencia de los sexos y su desigual contrato: otra vuelta de tuerca feminista. La libertad que dicta Diana Aisenberg a sus discípulos exige una disciplina, un método que es una suerte de autogestación por referentes a condición de que se le quite a la palabra “referente” su carga meramente fáctica. Los viejos estructuralistas hablaban de “totalitarismo del referente”. “El estudio minucioso de referentes implica el trabajo de determinación de una secuencia histórica, sea biográfica, cronológica, transversal, formal, personal o universal. Se ocupa de las preguntas que incumben a cada uno, a todas las personas, en el tiempo pasado,

presente, futuro. Es la construcción de un itinerario de lecturas, un mapa, una cartografía, recorridos de los que el mapa da fe: una superficie sobre la que se despliega una recomposición del mundo. Para construir esta cartografía con precisión es necesario establecer criterios de organización que nos ayuden a elegir, entre toda la información que contamos, cuáles son los mojones que nos marcaron y resultaron constitutivos en nuestras elecciones, desde las más despampanantes hasta las más aparentemente insignificantes”, escribió Diana Aisenberg. Luego atenuó en su blog el tono imperativo con unos ejemplos de preguntas en las que un humor fino parece ser la palmadita en las nalgas para los discípulos que estén dispuestos a hacer el vía crucis alegre de los siete referentes de su enseñanzas “¿El amarillo patito es el amarillo del pato? ¿Navegarías en una tormenta de Turner o de Quinquela?”. “El referente uno es una experiencia, pero es importante entender que no es meramente autobiográfica ni cronológica. Si bien se trata de una construcción del artista, no habla de él, sino de aquello que marcó en él una dirección que luego se revelaría históricamente como si fuera una profecía.

Yo, por ejemplo, tendría cuatro años y mi cuarto en lo de mis padres era la parte chiquita de la ele que hacía el departamento, dividido por una puerta de madera grande que tenía arriba un vitral muy sencillo: los colores eran verde, amarillo y azul. En mi casa había muchas fiestas y reuniones de amigos y la luz del salón se proyectaba a través de los vitreaux y daba en el techo. Se ve que yo me dormía y esos colores quedaron grabados a fuego en mi cerebro. El error de este ejercicio, te decía, es que no se entienda que son experiencias primarias que te han marcado como para dedicarte al arte y no el mero relato en el que ‘un día mi mamá bla bla bla’”. Como los puntitos en la parte de atrás del televisor en su casa de infancia, que después aparecen en la obra de Gumier Maier, o los objetos que había en la peluquería de su tía Ester, donde vio por primera vez “sus” colores: verde calipso, rosa salmón, amarillo patito...

–En mi taller, un chico se acordó de que cuando volvían del colegio, mientras esperaban hasta que estuviera lista la comida, a él y a su hermano les gustaba, para que no los jodieran, esconderse y dibujar con marcadores en el lavarropas.

Y nos dimos cuenta de que en ese mismo momento él estaba haciendo unos imanes con chapitas y azulejos que, prácticamente, era lo mismo que hacía con su hermano de chiquito. Yo a esto lo relaciono con una línea vertical que va anudando hitos biográficos. Pero hay un referente en el que no soy tan chica y ya hay una escena de “arte público”. En Mar del Plata, cuando el Parque Luro era casi campo, armamos con unas vecinas Chocolate con Churros, un club-escuela en donde hacíamos actividades con chicos de todas las clases sociales, como juntar sapos (y venderlos), fabricar casitas en el árbol. Me acuerdo del menú con forma de muñeca gigante, a la que le tirabas de la lengua y aparecía la carta. Hacía material didáctico para mis propias muñecas: les explicaba la llanura pampeana, la Mesopotamia, la Puna. Aisenberg Maquinarias, el negocio de tu familia, debía de ser una gran feria de arte.

–Quedaba en Hipólito Yrigoyen y Mármol. Me acuerdo de los accesorios de los rulemanes. Eran rosas, celestes: parecían gomitas Mogul. Tengo muchas horas de jugar a las escondidas tras una guillotina. íbamos a la Rural, a la ferias de herra-

mientas de las que también participaba mi padre. Ahí veíamos las máquinas de moldear plástico y las de braille, que estaban expuestas y en funcionamiento para demostraciones. Nosotros nos pasábamos días enteros ahí adentro probando todas las máquinas. Y luego, en casa, el braille lo practicábamos con los folletos que nos habíamos llevado. Cuando la industria argentina se fue al diablo, yo vi a mi padre llorar por un taladro chino frente a una góndola de supermercado. ¿El referente dos?

–El referente dos son los amigos, películas, situaciones que te llevaron a comprender algo, obras de otros que te gustan o que te gustaría haber hecho vos. Obliga a un recorte, aunque más no sea intuitivo, de la propia obra para poder encontrar esos aspectos en la de otro; podría dibujarse con una línea horizontal, apaisada, que cruzara y anudara información de todos los géneros y que fuera posible ligarla con la obra. Es como buscarle familia. ¿En tu caso?

–En mi caso Felisberto Hernández, Emanuel Swedenborg, Las mil y una noches. El referente tres es formal. Se trata de la obra como cosa material: el soporte, el montaje, su forma de difusión. La consig-

na es evitar sustentarse en la metáfora o el relato simbólico de la obra. A veces, pregunto: “¿trabajas en el suelo?”, “¿usaste un cuchillo?” Es un cable a tierra y el referente más forzado, el más duro: “la pincelada la aprendí mirando a tal señor, copiando tal cuadro”. Con este ejercicio, tenés que reconocer tus recursos formales. El módulo cuatro es topográfico: accidentes planetarios, arquitectónicos, urbanos, rurales. Galerías, escuelas, humedades, espacios soñados, deseados. Ahí puedo preguntar si el artista va a la cancha, si se sube a un colectivo y se baja en cualquier parte, si viaja a China a menudo y saca miles de fotos, si prefiere la casa o el exilio. O si prefiere un lugar. En mi caso fue el Tigre. En el Delta, en el limo del fondo se toca algo perturbador luego de la confesión de Scillingo. Es como si fuera un río culpable.

–Y eso me expulsó. Yo durante muchos años fui fanática del río. Cruzaba de un lado al otro con el perrito en el hombro, cosa que a los isleños les hacía gracia. ¿Nadás?

–Nado, pero nada especial. Digamos que me dejo llevar por la corriente, me tiro, me arreglo. Pero creo que la lectura de ese documento me expulsó. RADAR

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INE VITA BLES

TEATRO

MÚSICA

El borde de sí mismo

Star Wars

El Museo de Arte Moderno de B A presenta entre este viernes y el 27 de septiembre El borde de sí mismo: ensayos entre el teatro y las artes visuales. Los artistas Jérôme Bel (Francia), Richard Maxwell (Estados Unidos) y Ariel Farace, Bruno Gruppalli & Daniel Joglar, Mauro Guzmán & Nancy Rojas, Silvio Lang, Liliana Porter y Rubén Szuchmacher (Argentina) abrirán sus ensayos para convivir con el público en un espacio y tiempo al que éste no suele ser invitado. El ciclo, en el que participarán artistas escénicos y visuales nacionales e internacionales, cuenta con la curaduría de Javier Villa –curador de arte contemporáneo del MAMBA– y Alejandro Tantanian. Se abrirá con la presencia del bailarín y coreógrafo Jérôme Bel con su espectáculo 1000, una performance pensada para espacios no teatrales. El sábado seguirá con Compañía, compañía, del mismo director. Viernes 14 de agosto a las 20. Sábado 15, domingo 16 y lunes 17 a las 16 hs. Entrada: $ 30.

Nadie quiere ser nadie

La nueva obra de Mariela Asensio pone el bisturí sobre el pensamiento y las conductas de un sector amplísimo y muy variado de la sociedad, a la que podemos englobar bajo el título de “clase media”, ese colectivo variopinto que muchas veces confunde el tener con el ser. Artistas, empleados, profesionales, desocupados, nuevos ricos, gente que hace una cosa pero muere de ganas de hacer otra. Con la tarjeta Visa en la billetera, el smartphone en el bolsillo y el plasma en el living comedor, esta diversidad humana que rema para llegar a fin de mes o que disfruta de nuevos privilegios, se cuestiona a sí misma asumiéndose o negándose rotundamente a ser la clase media. El futuro llegó hace rato y la única certeza es que nadie quiere ser nadie. Sábados a las 21, en Teatro Celcit, Moreno 431. Entradas: $ 120.

SALÍ A COMPRAR COMIDA PARA LLEVAR

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Paloma Del Cerro es una banda liderada por la joven Paloma Kippes –completan la formación Grod Morel, Ezequiel Luka, Migma y Lucas Penayo– que en su segundo disco aggiornan coplas tradicionales con elemento digitales, en un trabajo atravesado por el misticismo latinoamericano de los pueblos originarios. Ellos lo definen como “música de raíces fusionada con respeto por músicos de este siglo”. Con instrumentos que van desde el birimbao hasta el tambur turco y la participación de Miss Bolivia en “Para todas las mamitas del mundo”, la voz de Paloma Kippes sobrevuela canciones que hablan de la tierra, la celebración, el contacto chamánico con la naturaleza y la energía. Se puede escuchar en palomadelcerro.bandcamp.com/

RODOLFO REICH

UNA FAMILIA TÍPICA

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Para bien

POR

AROMAS 100% INDIOS n su imprescindible enciclopedia de la gastronomía asiática, Charmaine Solomon define la cocina de la India como “resultado directo de siglos de influencias culturales y religiosas”. Y advierte que, más allá de las diferencias entre norte y sur, entre provincia y provincia, una idea une a todo el país: el cuidado, el trabajo y la atención que se le pone a la preparación de la comida. En Buenos Aires, un puñado de restaurantes indios muestra un panorama algo desolado de esta tradición, demasiado adaptada al paladar local. Pero eso no sucede en My Spice, hoy por hoy la mejor opción local para viajar a los aromas más profundos del enorme país asiático. My Spice es creación de Preeti Salkar, quien llegó de la India hace cinco años, y todavía prefiere hablar en inglés a arriesgarse al español. “Empecé dando clases, luego abrí My Spice. Viajo a la India una vez al año y traigo de allá las especias”, explica. El menú de My Spice recorre platos como las samosas (suerte de empanaditas con papa, especias y vegetales), el tandoori de pollo, los curries especiados de cordero o pescado, entre más de 30 opciones. Un 50% del menú es vegetariano (el arroz Pulao es delicioso, lo mismo el Aloo Mattur, especiada combinación de papas y arvejas), pero abundan también las carnes y pescados. El Butter Chicken, un pollo cremoso y delicado, es uno de los más pedidos, mientras que el poderoso curry de langostinos y mango verde es imbatible. Cada plato es único e intenso. Tanto que no se puede comer una sola cosa: una cena ideal suma cuatro o cinco opciones, incluyendo algún arroz, y agregando un chutney fresco. Y si bien las preparaciones son picantes, no exageran: sobresale en cambio la complejidad de las especias. Preeti cocina en su departamento de Palermo. Los pedidos se hacen con dos días de anticipación, con un mínimo de $500. Los precios oscilan entre los $90 y los $180 por generosa porción, y una comida completa costará unos $120 por persona. Una ganga para una experiencia que derrocha autenticidad, riqueza y sabor.

Sin pistas ni anuncios previos, Wilco lanzó hace dos semanas su noveno disco –de estudio– llamado Star Wars, como la mítica película de George Lucas, y lo hizo de forma gratuita: se puede bajar, por tiempo limitado, de su sitio wilcoworld.net/splash-star-wars-links. “El motivo para hacerlo así fue sencillo”, dijo Jeff Tweedy. “Nos pareció divertido.” Son once canciones en poco más de treinta minutos, mucho más rockeras que en sus anteriores producciones; y también mucho más raras y arriesgadas, bien lejos del alt.country y cerca de sonidos distorsionados que recuerdan tanto a Captain Beefheart (como en el instrumental “EKG”) como a My Bloody Valentine. Aunque es difícil de definir al disco, porque cada canción es diferente: “Random Name Generator” es glam rock a ritmo poderoso y “The Joke Explained” es stoner rock y “Magnetized” es una canción delicada y flotante, cierre perfecto. Apurarse que no estará mucho más tiempo gratis; por ahora también se puede escuchar en modo streaming en YouTube.

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ntrar a Rut’s Catering es entrar a una escena de película costumbrista, posiblemente guionada por Efraim Kishón, el famoso escritor israelí que supo retratar a la sociedad del país del Medio Oriente con sátira y ternura. No lejos de unos Campanelli judíos, en el pequeño local conviven fotos de famosos con pedidos almaceneros escritos a mano, aromas deliciosos y sabores aún más ricos, heladeras atiborradas de humus y carteles con precios y ofertas. La propia Rut (“la mandona”, aclara ella) está a cargo de la cocina, junto a una de sus hijas –Vanina–, que puede estar armando pletzlalej con pastrón o estirando alguna de las muchas masas que usan (con levadura, con manteca, con aceite, filo, etcéteras). Sergio, marido de Rut, hombre omnipresente, atiende con generosidad y exuberancia: resulta difícil irse de allí sin haber probado al menos un knishe, un bohio o un kipe de regalo, que no acepta devolución. Rut viene de familia sirio libanesa; su bisabuela cocinaba, su abuela cocinaba, su madre cocinaba, y la herencia continuará con sus nietas. El local es una mezcla entre rotisería y catering (cada día reciben pedidos para fiestas, “incluso nos pidieron para comuniones”, aseguran), y las especialidades están a la vista, incluyendo clásicos (knishes, bohios, sambusek de queso, especiados lajmayin abiertos o cerrados, pletzalej con pastrón casero y pepinillos) pero también invenciones de la propia Rut, en sintonía con la tradición. Dos ejemplos: los “mortales de berenjena”, elaborados con una delicada masa de manteca y muy sabroso relleno, y los viciosos bocaditos de puerro. Los precios son amables: los bocaditos pequeños rondan los $10, el sandwichito de pastrón cuesta $18, y los bohios extra large o el lajmayin cerrado están a $25. Elegir una única cosa es difícil: lo mejor es llegar con tiempo, preguntar con ganas y llevarse bandejas repletas de historia y tradición familiar. My Spice queda en Palermo. El menú y los pedidos se hacen a través de su FB: www.facebook.com/ItsMySpice.

DVD

CINE

TELEVISIÓN

El Hobbit 3

Mia madre

The White Queen

“La batalla de los cinco ejércitos”: tal es el título de la tercera y última parte de la estiradísima precuela de la trilogía de El señor de los Anillos, que J. R. R. Tolkien escribió efectivamente antes que esta pero que Peter Jackson ya había convertido en sus siguientes incursiones en la Tierra Media en un éxito universal. Y con esta película final pasa un poco lo mismo que con las dos anteriores: que la sorpresa ya se agotó y sin embargo, si uno la aborda sin las expectativas de los épicos films iniciales, más como una miniserie –a lo, digamos, Game of Thrones–, con sus reiteraciones y tiempos muertos, la cosa funciona. La gran amenaza del capítulo dos de la saga, el dragón Smaug, es eliminada apenas empieza, y ahora nos encontramos con que los muchachos bajitos deben hacer frente a las legiones de orcos enviados por Sauron, el Señor Oscuro (gran cameo despedida de Christopher Lee, que en paz descanse) al ataque de la Montaña Solitaria, y con Bilbo Bolsón peleando por su vida entre cinco grandes ejércitos en guerra. Ahí están, otra vez, Martin Freeman, la bella elfa Evangeline Lilly, Cate Blanchett y muchos otros. La edición en dvd incluye, a modo de extra, la tercera parte del documental “Nueva Zelanda: Hogar de la Tierra Media”.

Samurai X: Kioto en llamas

Tras los acontecimientos relatados en la intensa Samurai X (que, sin pasar por los cines, fue editada en dvd un par de años atrás) su protagonista, Kenshin Himura vive retirado, fiel a su juramento de no volver a empuñar la espada. Pero no hay reposo para los guerreros, y su retiro se verá interrumpido por la aparición de Makoto Shishio, un ex asesino, como Kenshin, que fue traicionado, y a quien se dio por muerto en medio del fuego. Makoto ha reunido a sus guerreros con el objetivo de derrocar al nuevo gobierno. Contra sus más firmes propósitos, Kenshin acepta ir a Kyoto para ayudar a evitar que su país vuelva a caer en una guerra civil. Tal la premisa argumental del film de Keishi Ohtomo; básicamente un pretexto sofisticado para el festival de artes marciales y patadas voladoras que prueba que en el cine oriental sigue perfectamente vivo.

En su tercera película en colaboración con Nanni Moretti (después de El caimán y Habemus Papam), la extraordinaria Margherita Buy encarna a Margherita, una directora de cine que está realizando una película protagonizada por un famoso, e insoportable, actor estadounidense de origen italiano (John Turturro). Tiene que enfrentarse a los cuestionamientos de su compromiso como artista y a las angustias de su vida privada: durante el rodaje, su madre se encuentra hospitalizada y su hija atraviesa varias crisis propias de la adolescencia. Su hermano (el propio Moretti), como de costumbre, es irreprochable... A apenas tres meses de competir en Cannes por la Palma de Oro, el director de Caro diario y Aprile vuelve a abordar un tema complicado como es la pérdida –esta vez de un padre, en una suerte de reverso de La habitación del hijo– pero volcando su alter ego en una actriz. Otra obra maestra del artista más político del cine italiano contemporáneo, con la potencia de sus films más conmovedores y una brutal reflexión sobre el paso del tiempo.

La imagen perdida

Nueva distribuidora (996films), nueva sala (Filmoteca Metropolitana: cuatrocientas butacas destinadas a films de difícil acceso al público) y un estreno comercial que, aunque limitado, es el primero en Buenos Aires de un autor, el documentalista camboyano Rithy Panh –el mismo de la extraordinaria S21: la máquina de matar del Khmer Rouge– cuya obra estaba restringida al circuito festivalero. La imagen perdida es de hecho la ganadora de Un certain regard (Cannes) 2013 y estuvo nominada al Oscar el año siguiente, y no es otra cosa que la adaptación de secciones autobiográficas del libro del propio cineastas, publicado en 2013, La eliminación (Anagrama). La historia es representada mediante figuras de arcilla superpuestas en la narración. Todos los miércoles de agosto a las 20, en la Filmoteca Metropolitana, Centro Cultural Caras y Caretas, Sarmiento 2037.

Mientras se convierte en una de las grandes revelaciones del cine de este año como coprotagonista de Misión: Imposible. Nación secreta la sueca Rebecca Ferguson llega también a la televisión como protagonista de esta notable serie británica. Escrita por la guionista Emma Frost –que adaptó la serie de libros de Philippa Gregory– The White Queen se centra en la Guerra de las Dos Rosas y las mujeres atrapadas en el conflicto por el trono. El argumento arranca en 1464, con el país en guerra desde hace nueve años, debido al enfrentamiento (civil) entre la casa York (cuyo emblema es una rosa blanca) y los Lancaster (rosa roja), quienes compiten por el trono de Inglaterra. La primera está comandada por el joven Eduardo IV de Inglaterra, coronado rey con la ayuda de su poderoso primo Richard Neville, tras derrotar a las fuerzas de los Lancaster. Pero cuando Eduardo conoce a la joven Elizabeth Woodville, queda obnubilado y la desposa, convirtiéndola en la titular Reina Blanca. No faltarán quienes quieran arrancarlos del trono.

La sala

La señal del Ministerio de Educación de la Nación presenta una nueva producción original que tiene como principal protagonista a la música de diferentes bandas y artistas de nuestro país, casi todas pertenecientes a las generaciones de artistas más jóvenes de cada provincia. Serán trece capítulos destinados a dar cuenta de “el cancionero” argentino de la década: el primer episodio está consagrado a los formoseños Guauchos, Premio Gardel 2014 a “Mejor Album Nuevo Artista Folklore” por su Pago, en el que se fusionan zambas, chacareras y guaranias con rock y pop; y al trío punk-blues del Gran Buenos Aires Oeste, Las Diferencias. Le seguirán la mendocina Mariana Päraway y el sexteto Mi Amigo Invencible; los porteños Los antiguos y los platenses Norma, los blues latinos de Los espíritus; y, entre muchos otros, Amor Elefante (de Banfield), y los sanjuaninos post-rockers Ex dealer; Alerta Pachuca y Luciana Tagliapietra; 34 puñaladas; y Acorazado Potemkin. Los jueves a las 20 (repite a las 3 y a las 14), por Encuentro

VIVA MÉXICO CABRONES

Rut’s Catering queda en Loyola 211. Teléfono: 4856-2620. Horario de atención: lunes a viernes de 8.30 a 19; sábados de 8.30 a 16.30.

FOTOS: PABLO MEHANNA

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ancho nació en Veracruz, en la costa del Golfo de México. En pareja con Giselda, argentina y música, desde hace cinco años que viven en Buenos Aires, donde reproducen los sabores de la cocina callejera de México en La Frontera Taquería Mexicana. “Vengo de una familia de gastronómicos, mis recetas son las de mi mamá, también de mi hermano”, explica Pancho, y cuenta que tardó años poder elaborar las famosas tortillas de maíz, base imprescindible de los tacos. “Empecé probando con harinas, pero no sirvió. Hay que partir del maíz puro, es un proceso largo, con remoje y molienda a mano”. La Frontera no tiene local a la calle: Giselda y Pancho cocinan en su departamento, en Almagro, donde reciben los pedidos por Facebook y teléfono. La carta es simple: allí están los tacos, pequeñas tortillas con distintos guisados como relleno (carne vacuna, pollo, cerdo, vegetales), todos a $15 la unidad. Las tostadas son tortillas crocantes con pasta de frijol negro, tomate, cebolla, crema, queso ($15) y hay unas deliciosas empanaditas fritas de queso ($15). Se suman quesadillas, sopes, un sabroso y fresco guacamole ($50 el pote), tortillas por docena ($30), frijoles negros en pasta ($30 el pote), jalapeños en conserva y, como especialidad, la intensa y picante salsa de mole ($60), ideal para acompañar un pollo hervido y arroz blanco o animarse a preparar unas enmoladas de pollo o queso. El picante se agrega a gusto, con salsas como la roja con tomate o la verde con palta, entre otras. “Cuando llegué, me costaba conseguir ingredientes, nadie quería comer picante. Esto cambió, creo que por la influencia de las inmigraciones peruanas y bolivianas. Ahora tengo proveedores que me traen jalapeños, chiles secos. Esto me permitió ampliar la variedad de platillos”. Ideal para pedir y buscar justo antes de comer (es difícil recalentar los tacos ya preparados), La Frontera es una buena muestra de la cocina rápida, sabrosa y sin grandes pretensiones de las calles mexicanas.

La Frontera Taquería Mexicana queda en Almagro. Teléfono: 3128-3310 y 3136-2608. Menú y pedidos en su FB: https://www.facebook.com/lafrontera.taqueriamexicana.9.

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EN BUSCA DEL TRABAJO PERDIDO Se estrena la película más comercial de los hermanos Dardenne, Dos días, una noche, donde vuelven otra vez sobre la ciudad industrial belga de Seraing –que es parte de sus vidas y el lugar donde comenzaron su carrera–, pero esta vez con una estrella como protagonista: Marion Cotillard, la ganadora del Oscar por La vie en rose, donde interpretó a Edith Piaf, y también nominada por esta película. A pesar de la apuesta por una cara conocida, la historia es bien Dardenne: Cotillard es Sandra, una mujer de clase media trabajadora que es semi despedida por la empresa donde trabaja. El despido es decidido por sus compañeros, quienes tienen que votar entre su reincorporación o un bonus de mil euros. Ella tiene un fin de semana exacto para convencerlos de que no voten por su despido y pueda volver a trabajar, como todos los lunes, yendo casa por casa a pedir por su puesto. Las mezquindades cotidianas, la crisis del capitalismo y el mundo obrero en una Europa deprimida son los temas de este drama sobre el miedo a perder el empleo y, de alguna manera, la vida.

CINE

POR FERNANDO KRAPP



Nacimos en Bélgica, y en Cannes”, dijeron los hermanos Dardenne –no importa cuál de los dos– unos años atrás en una charla en Buenos Aires, cuando vinieron a presentar su film anterior El chico de la bicicleta. Un poco en broma, un poco en serio, los Dardenne saben el lugar casi central que ocupan en el cine europeo actual. Por eso no desdeñan Cannes: para ellos es la ventana al mundo. El festival los vio “nacer” con La promesse en 1996, los premió con la Palma de Oro en dos ocasiones, por Rosetta (1999) y El niño (2002), y le abrió las puertas nuevamente, el año pasado, para su última película Dos días, una noche. Suficiente como para entender que estrenar en Cannes es para los hermanos, de sesenta años y pico cada uno, lo mismo que ir a comer a la casa de los padres un domingo al mediodía. Sin embargo, no estuvieron muy de acuerdo con la valoración que el director del festival hizo cuando presentó la película en la Competencia Oficial; para Thierry Frémaux Dos días, una noche es una película de cowboys hecha a su estilo; un “belga western”. Los Dardenne, conocidos por practicar un cine no cinéfilo, muy poco propenso a las intertextualidades o a los homenajes nerds, levantaron sus blancas cejas ante esta interpretación, el parentesco les parecía un tanto forzado: “Quizás –dijeron ante The Guardian, poco importa cuál de los dos habla cuando se trata de un cine siamés– Thierry se refería a esa rama específica de la economía global donde la palabra cowboy se usa para describir a gente sin recursos que toman el dinero y desaparecen sin terminar su trabajo”. Pero la referencia es bastante clara y quizá no 20

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tan desacertada: una mujer que debe sobreponerse ante sus pares de igual rango social, golpeando puerta a puerta, y pidiendo la ayuda de sus compañeros de trabajo que le dan la espalda remite obviamente al clásico de Fred Zinnemann, A la hora señalada, donde el Marshal Will Lane, interpretado por el flaco Gary Cooper, golpeaba puerta a puerta e intentaba reclutar y convencer sin éxito a un pueblo entero para que tomaran las armas y se defendieran de unos forajidos. Los tiempos cambian, las mezquindades del sistema sobreviven: lo que funcionaba como una clara metáfora del miedo al macartismo en A la hora señalada, se convierte en Dos días, una noche en un miedo neoliberal a perder el trabajo, a no cobrar una plata extra, a quedar en la calle sin poder mantener a una familia de inmigrantes árabes, a no poder comprar un sofá cama que armonice bien en el living. La historia de Sandra es muy Dardenne: una mujer de clase media trabajadora es semi despedida por una empresa de paneles solares para la que trabaja. El despido, sin embargo, es decidido por sus compañeros quienes tienen que votar entre su reincorporación o un bonus de mil euros que incrementaría su salario anual y su economía doméstica. Sandra tiene un fin de semana exacto para convencer a sus compañeros de trabajo de que no voten por su despido y pueda volver a la empresa, como todos los lunes. Sandra, sin embargo, no es otra que la ganadora del Oscar Marion Cotillard. La verdadera apuesta de los hermanos Dardenne con Dos Días, una noche fue justamente esa: trabajar con una actriz de renombre mundial que sin duda les dio –y les está dando actualmente– una proyec-

ción mucho más comercial. Aunque, en verdad, parecía una oportunidad única para Cotillard de despojarse de sus ataduras de estrella multinacional tras ganar el Oscar, y, seamos sinceros, perderlo años más tarde en su olvidable papel como villana de la saga de Batman versión Christopher Nolan (su “muerte” está considerada como una de las peores muertes de la historia del cine jamás representada). Pero había algo que atrajo, sin duda, a los hermanos; una belleza sencilla, que, si se rasca detrás de toda la pesada luz de Hollywood, puede ofrecer una expresividad muy natural, simple y poco artificial. “Nos preguntábamos si ella podía formar parte de la familia como el resto del equipo. Una estrella así llega con su propio equipaje; con todo su glamour y su éxito. De a poco, sin embargo, vimos que dejaba de ser Marion Cotillard para ser sencillamente Sandra. Nuestro objetivo era que dejara a un costado todo el peso de su pasado, se sintiera cómoda y pudiera formar parte de la aventura. Queríamos despojarla de todo su glamour y dejarla ser.” El protagonismo de Marion Cotillard pareció no alterar al equipo sino a un determinado sector de la crítica, seguidora del cine de los Dardenne, que no pudo evitar sentirse traicionada por la elección del casting. Ante este cuestionamiento, los hermanos se mostraron tan implacables como lo son con sus personajes: “Trabajar con ella fue un riesgo, sí. Pero ahí radicaba la belleza de este desafío”. TRABAJO, TRABAJO, TRABAJO El Monument Valley de John Ford, las fachadas de los viejos edificios del Upper East Side de New York en Woody Allen, el Bronx para Spike Lee,

incluso la Pampa de Hugo Fregonese; algunos directores mantienen una relación particular y cinética con el lugar donde filman, al que necesitan volver una y otra vez para explorar, redescubrir, incluso abusar en cada nueva película. Si se habla de los Dardenne resulta inevitable hablar de Seraing, la zona industrial y fabril de Bélgica, una “pequeña Detroit”, donde miles de obreros se levantan por la mañana para ir a trabajar hasta bien entrada la tarde, y revelar un costado mucho menos glamoroso que la Bélgica de Brujas, inmortalizada en Internet por la cantidad abrumadora de turistas que recibe día a día para sacarse sus fotos digitales en sus canales, o incluso por la corrección política de Bruselas con su parlamento europeo. “En Seraing, se manufacturan un montón de cosas que permiten la construcción de edificios en ciudades como Nueva York, con muchos equipos de acero. Hay mucho trabajo manual. Y el trabajo manual tiene un rol importante en nuestro cine, y ha jugado desde siempre un papel crucial en nuestras vidas, también.” Es algo bien sabido: el origen de los Dardenne en el cine fueron los documentales que filmaron para la televisión belga en un clásico estilo de cinema verité. Durante casi 18 años, desde 1978 hasta 1996 recorrieron las fábricas y los barrios de su lugar natal. Entrevistaron a la gente, palparon la situación real de muchos trabajadores sobreexplotados, situación permeable también a muchos inmigrantes que en función de ganar un salario mínimo deben tener hasta tres trabajos. Algo que se revela en el periplo que Sandra tiene que hacer para recuperar su propio empleo, y en la

angustia que vive cuando recibe respuestas muy poco humanistas por parte de sus compañeros. Todo ese bagaje “documental”, de todos modos, no definió una técnica; sino una estética. Escenarios naturales, mucha cámara en mano, sonido ambiente, poca música incidental, luz natural, actores poco conocidos y cada tanto no actores. El peso de la historia del Cine Europeo caía de maduro sobre estos dos ex documentalistas: los Dardenne herederos de neorrealismo italiano. Pero hay una diferencia: su cine no es urgente (como lo era Roma Ciudad Abierta de Roberto Rossellini, filmada bajo la ocupación alemana) sino de urgencias. La situación de los inmigrantes en La promesse y Le silence de Lorna, el desempleo en Rosetta y Dos días, una noche, la delincuencia juvenil en El hijo, los chicos abandonados en El chico de la bicicleta y El niño, no son captadas con la intensidad del momento sino reinterpretadas con las herramientas clásicas de la ficción. Sus personajes corren, se caen, desesperan, se precipitan a decisiones irracionales; no es casual que muchos de sus films se desarrollen casi en tiempo real, en espacios muy acotados de tiempo, apresurados por la urgencia que les impone el momento; dos días, una tarde, una semana, unas horas. Con una economía de recursos admirable, ese tiempo condensado genera en sus personajes una intensidad particular. Sus películas van conformando un fresco social sobre las miserias del capitalismo tardío en una región que no se particulariza por ser pobre, pero que sí revela claroscuros en sus intersticios y su estratificación empresarial. En Dos días, una noche, por

ejemplo nunca se sabe quién es el jefe de Sandra y son los empleados mismos los que deben decidir el destino de una compañera de trabajo, como aquella lección que reveló André Bazin en El ladrón de bicicletas. El mundo que construye Dos días, una noche se aleja del “Europa para ver” que todo turista anhela y en el puerta a puerta del recorrido vemos inmigrantes que llevan una doble vida laboral, más inmigrantes al borde del despido, un hombre golpeado por su hijo porque quiere su bonus de mil euros, una mujer que atiende a Sandra por el timbre y le asegura que necesita la plata para comprarse muebles, una mujer manipulada por su marido. Lo interesante de sus “registros” es siempre el modo que tienen de meter la cámara en los lugares huecos donde la gente trabaja para que las cosas funcionen como funcionan en un continente como el europeo. Pero toda esa carga “real”, si se quiere, sólo puede contenerse en una película – entienden los Dardenne– apelando a recursos dramáticos. SIN ENSAYO NO HAY VIDA Y, a pesar de todo, las películas de los Dardenne son pequeños thrillers mundanos. Su método radica, según revelaron en aquella charla en Buenos Aires, en un intenso trabajo previo con los ensayos. Marion Cotillard no fue una excepción a la regla: “Tuvimos la suerte de tener a Marion con nosotros por un mes”. Cuando los directores se acercaron a la actriz en el set de la película de Jacques Audiard De rouille et d’os (producida por ellos mismos) tenían otra idea en la cabeza; de hecho, el personaje

de Marion iba ser una médica. Pero tenía una vieja idea gestada diez años atrás, que les surgió después de leer un ensayo de Pierre Bourdieu de 1993 titulado La miseria del mundo. Libro que llegó a ser best-seller en Europa, en donde el filósofo-sociólogo francés reunió una gran variedad de testimonios y entrevistas a hombres y mujeres con profundas dificultades sociales para llevar una vida adelante en la Francia de los noventa. De esas historias, nació Sandra. Uno de los dos finalmente terminó el guión y Cotillard aceptó el papel sin dudarlo. El ida y vuelta con los directores previo fue crucial también para ella, y tuvo la intensidad del trabajo teatral; para lograr ese nivel de tensión y de veracidad, los Dardenne tuvieron que repetir una y otra vez (incluso filmar ellos mismos en cámaras de teléfono) las escenas buscadas. Cotillard llegó cansarse de tener que repetir una y otra vez acciones que resultan tan sencillas de ver como levantarse de la cama, hacerse una tostada o abrir una puerta, acostumbrada, quizás a un tipo de cine donde se prioriza más el parlamento que las acciones. Pero son las acciones las que van revelando el carácter de Sandra, un personaje que, tras una internación por depresión y una imposibilidad de enfrentarse a los conflictos, se muestra como una pequeña masa humana de nervios a flor de piel. A medida que visita a todos sus compañeros e intenta convencerlos, sus gestos de desesperación y vergüenza ante una negativa, o sus saltos de alegría y emoción cuando logra un voto a favor construyen el drama emocional de la historia.

“Fue demandante pero no fueron manipuladores. Algunos directores necesitan hacer cincuenta tomas más aún cuando ya tienen lo que necesitan. Con los Dardenne siempre supe que tenía que hacer las cosas una vez más, ellos tendrán sus razones”, dijo Marion Cotillard en la rueda de prensa, cuando la alfombra roja volvía a extenderse debajo de sus pies, los resabios de la pequeña Sandra parecían quedar opacados por las luces de los flashes, y por la súbita y sorpresiva nominación a mejor actriz femenina en los últimos Oscar. El experimento –porque no deja de ser uno– propuesto por los Dardenne resulta, sin embargo, fascinante de ver: una actriz de renombre mundial, llevando al hombro una trama tan sencilla, buscando apelar, con una economía de recursos estilísticos, a emociones básicas. Quizá lo más llamativo de ver no sea a Marion Cotrillard frente a una cámara en movimiento sino verla justamente en ese contexto; en una casa común y corriente, en un barrio obrero, pidiendo puerta a puerta no ser despedida de su trabajo. Para revelar, lenta y dolorosamente en su tour de force, una determinada “pasión”, una forma de conectar y de transformar la realidad de los otros, o no, y al mismo tiempo la propia. Como señaló uno de los hermanos Dardenne, qué importa ya cuál: “Creo que uno de los deseos más grandes de la humanidad es transformar cosas, trabajar en las cosas para construir, para destruir, y para construir otra vez. Y no sólo para mirar el mundo, digamos, de un modo pasivo. Creo que la voluntad de la humanidad, sea un hombre o una mujer, es cambiar. Y el cine es eso: mostrar el cambio de las cosas”. RADAR

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El regreso de Christian Slater con la serie Mr. Robot

YO SOY REBELDE POR ANDREA GUZMÁN

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n monólogo colérico del comediante Lenny Bruce, una canción épica de Leonard Cohen, un insolente e híper sexual DJ adolescente –héroe anónimo de la secundaria– que denuncia la hipocresía norteamericana y los abusos de poder en su escuela hablando en una radio de onda pirata. Todo es parte del universo juvenil de Christian Slater en Pump Up the Volume (Suban el volumen, 1990), una de las películas más recordadas y entrañables de sus inicios, en la que interpreta a un chico tímido que por las noches se convierte en un anárquico locutor de radio desde su sótano, sembrando el caos en una conservadora escuela de Arizona. “Vaya, ahora siento ganas de pegarme un tiro. Por suerte estoy demasiado deprimido para molestarme”, disparaba a sus jóvenes oyentes como Mark Hunter en esa película. Así se podría resumir también su actitud como personaje agitador de la época, el ídolo adolescente existencialista que nunca se queda con la chica, o que termina en la cárcel, o que se inmola atándose una bomba al cuerpo y estallando en mil pedazos mientras Winona Ryder enciende un cigarrillo. Un impetuosísimo anti galán trash que transitó el inicio de los noventa como especie de reversión contestataria y menos optimista de los retratos de adolescencia del maestro John Hughes. En historias donde el suicidio, los bullys, el aislamiento adolescente son temas cruzados por una violencia latente, pero también descreída y pop. Musicalizadas por Sonic Youth. Por los Pixies. Por los Beastie Boys. El último héroe rebelde de la generación. 22

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“Quiero hacer cosas que me hagan cagar de miedo”, declaraba el mes pasado a Rolling Stone un Slater de ya 45 años, pero con intacta insolencia teen a propósito de su regreso a la televisión. Se trata de Mr. Robot, un thriller cyberpunk que se transmite semanalmente por USA Network y que ya va por su sexto capítulo. La serie fue creada por Sam Esmail, el responsable de la película drama sci-fi Comet y con él, Slater decide volver de lleno a la pantalla chica después de apariciones más bien esporádicas. A pesar de sus sistemáticos intentos por separarse del personaje de antihéroe insurrecto –el periodista de Entrevista con el vampiro, el romántico de Corazón indomable con Marisa Tomei o el piloto de Broken Arrow con John Travolta–, su regreso es nuevamente convertido en un antisocial carismático y eso se agradece. Mr. Robot hace pensar de alguna forma en una continuación adulta de su personaje más memorable y favorito de la generación X: el atractivo e inolvidable sociópata adolescente de la Heathers (1988) de Michael Lehmann. Lastimosamente, luego de un primer capítulo perfecto a cargo de Niels Arden Oplev –director de La chica del dragón tatuado original– la serie no se demora mucho en decaer notablemente y perder interés en un confuso entramado de delirios de su perturbado personaje principal. Sin embargo, resulta estimulante verlo de vuelta como personaje secundario y flotante, mentor del joven protagonista de la serie. Y aunque, en sus palabras, en la realidad necesita asistentes para manejar Twitter siquiera, interpreta un líder carismático de la revolución online que recluta hackers para desbara-

tar los conglomerados empresariales y hacer explotar cosas por doquier. Hijo del actor de teatro Michael Hawking y de una madre que se encargaba de ser manager de su marido, a Slater no le quedaban muchas opciones posibles y acabó convirtiéndose muy pronto en un exitoso chiquillo de Broadway durante los años ’80, tan prematuro que su primer papel fue en un comercial de pañales Pampers. “Eso es espeluznante”, le comenta su amigo Lars von Trier –que también lo dirigió en Nynphomaniac– durante un diálogo en el Interview Magazine. “¿Qué? ¿Que me llevaran al teatro?” “Sí, que un niño crezca en el lugar más peligroso del mundo.” Lo cierto es que a los 16 años el joven Slater ya era una estrella de cine por interpretar al impetuoso y jovencísimo motociclista de La Leyenda de Billie Jean y al monaguillo de rasgos felinos y pupilo de Sean Connery en la clásica versión cinematográfica de El nombre de la rosa. Pero como confirmación de esa vida peligrosa, los problemas no se demoraron en llegar. Se mudó a Hollywood, nunca más volvió a hablarle a su padre, dejó la escuela y se pasó la adolescencia haciendo servicio comunitario y dentro de comisarías, que pronto se convirtieron en juicios, centros de rehabilitación y períodos en la cárcel. “Estoy loco y no cabe duda. Ya no puedo mentir sobre eso”, se disculpaba un atormentado y tímido Slater a la mitad de sus veinte años después de un episodio de drogas y violencia que lo puso en todos los periódicos norteamericanos. A la par, el chico se convertía en estrella de películas de culto. Un skater forajido investigando el asesinato de su hermano en Gleaming the Cube o un fa-

nático de las películas de artes marciales enamorado de la joven prostituta Patricia Arquette en True Romance de Tony Scott (escrita por un joven y desconocido Quentin Tarantino). “Esta escuela se autodestruirá. No porque a la sociedad no le importe, sino porque la escuela era la sociedad”, una de las últimas declaraciones de Jason Dean, el protagonista de la deliciosa película Slatereana y favorita por excelencia Heathers, que incluso fue traducida al español con dignidad como Escuela para jóvenes asesinos y se trata de una inteligente, viscosa y colorida comedia negra que muestra a Slater y Winona Ryder en su momento más brillante. La película, de finales de los ochenta, da un paso al costado a los relatos adolescentes que se venían filmando y es tan fiel a su época, a ese momento exacto, que por su contenido habría sido muy difícil filmarla antes y sería demasiado difícil filmarla hoy. Heathers se anima a transformar una clásica comedia de secundaria en una sarcástica, incorrecta y macabra crítica que incluye asesinatos, venganza, suicidio adolescente y amor criminal. Jason Dean en su motocicleta, como un heredero irónico de James Dean, es un sociópata que asesina a los chicos populares y matones de la clase haciendo que parezcan suicidios y generando así, las más absurdas respuestas en una comunidad cínica y despectiva. A ese momento exacto también pertenece el mejor Slater, al milagro de los galanes inusuales, discursivos, borderline. “A veces ser joven, es menos divertido que estar muerto”, se lamenta uno de sus personajes. Es verdad, pero también es divertido tenerlo de vuelta.

valedecir

LA PORTADA DE PRATT En este pequeño corte tiempo/espacio de la historia del mundo, es posible aseverar cuasi científicamente que todos aman a Chris Pratt. Desde purretes enfermos —a los que visita vestido con su correspondiente traje de Guardianes de la Galaxia— hasta cuidadores de zoológico —que recrean su encuentro con velocirraptores en Jurassic World—. Pasando además por mujeres —que desfallecen de amor frente a la pancita cervecera que el actor cargó en todas las temporadas de Parks & Recreation— y varones —que aprecian su sentido de humor, la capacidad innegable de reírse de sí mismo—. Pratt va a un late night show y termina corriendo en tacos; firma contrato y su única exigencia es rodar en EE.UU. para estar cerca de su familia (la actriz Anna Faris y su hijo Jack); da notas y contesta afablemente a quienes lo califican como nuevo “IT boy”. En fin, oscilante entre los roles de payasito bonachón y guaperas bonachón, el muchacho tiene un pelotón de aficionados rendido a sus pies. Y a ellos ha comprometido en una misión sin cuartel, a través de las redes sociales. Ocurre que Pratt quiere cambiar su foto de portada de Facebook pero, falto de habilidad en las bondades del Photoshop, ha lanzado espontánea convocatoria a sus seguidores para que le envíen propuestas. ¿Las únicas condiciones? Que aparezcan sus últimos personajes en cine y tevé; luego, cualquier demencia es bienvenida: “Mi familia, águilas, banderas americanas, pistolas, puros, explosiones, cualquier cosa de Stallone, el joven Steven Seagal” ¡No me pregunten! Ustedes decidan..., remató el señorito que ya ha recibido miles de graciosas respuestas, entre las que —por supuesto— no ha faltado la que lo convierte en dinosaurio (al estilo Diana de V Invasión Extraterrestre) ni la que imposta el rostro del elenco de Parks & Rec en simpáticas subespecies. Sin embargo, además de su agradecimiento eterno, el favorito —que detentará el honor de que su imagen sea utilizada en la red del famosillo— recibirá recompensa: una cena en una cadena de hamburguesas y costillas. Barateli, sí, pero en compañía del buenísima onda Chris, que promete postre y unas cuantas risas.

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Una cantante elige su canción favorita. Violeta Castillo y “Paloma vuela de nuevo” de Illapu

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is padres se conocieron en el Club de las Bellas Artes (actual Radio La Tribu). En el año 1985 mi papá se había auto exiliado de la dictadura de Pinochet y trabajaba como corresponsal de Radio Cooperativa de Chile en Buenos Aires y además tocaba música folclórica chilena como solista y también como parte de un grupo que se llamaba Grupo Callejón, cuyos integrantes eran todos chilenos. Mi mamá era una joven artista plástica local y habitué del Club. Se conocieron, se enamoraron, se pusieron de novios y al poco tiempo nació mi hermana Aurora. Un año y medio después nací yo. Un año y medio más tarde, en 1990, cuando en Chile había terminado la dictadura y acá se había complicado la situación con la hiperinflación, empezaron a considerar la idea de irnos allá. Mi papá extrañaba mucho su país y a mi mamá le gustaba la idea de una vida más tranquila y más cerca de la naturaleza, así que nos mudamos a Chile. Vivíamos en Santiago, en un barrio tranquilo de casas bajas prefabricadas todas iguales y monoblocks de ladrillos con grandes patios abajo, aunque todo lo relativo a los tamaños en los recuerdos de la infancia es dudoso. Nuestro monoblock tenía un espacio adelante con pasto y muchos árboles. Había uno de nísperos que no podíamos comer porque la vieja que lo había plantado lo vigilaba todo el día y si tenía que hacer algo dejaba a su nieto a cargo de la tarea. Creo que nunca probé un níspero en la vida. Jugábamos mucho con los vecinos de abajo en el “bosquecito”, como le decíamos a ese espacio verde. Ya desde Argentina mi papá le venía hablando mucho a mi mamá de Illapu, Qui24

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lapayún, Inti-Illimani, Patricio Mans y otros grupos de la llamada “nueva canción chilena”. Pero no fue hasta que llegamos a Chile que ella los escuchó y se hizo fan. Consiguió su primer casette de Illapu en una tienda polirrubro y lo cambió por unas serigrafías que hacía ella. Para seguir viviendo es ese casette. Ahora lo estoy escuchando en Spotify. Todos los temas son increíbles y también todos bastante parecidos. Es folclore andino puro y duro desde la instrumentación, con sikus, zampoñas, charangos, pezuñas, ese cuerno que suena como una vuvuzela y que ahora googleando me entero que se llama erke. Pero hay también otros estilos sudamericanos tipo candombe. También hay guitarras criollas y muchas voces, mínimo cinco voces armonizando, bien coral. Las letras son todas políticas y la mayoría dedicadas a mártires de Chile y Latinoamérica. Hay un par de instrumentales muy buenos donde de pronto alguien grita “¡Sentimiento!”. Mi canción favorita se llama “Paloma vuela de nuevo”. Me gustaría saber a quién está dedicada. La letra dice, por ejemplo: “Paloma, ven con todos nosotros/ Paloma, el camino abriremos/Paloma, la noche de los cuervos/ Paloma, con fuego borraremos”. Es una canción verdaderamente muy comprometida y solemne pero que al mis-

mo tiempo no esconde las ganas de festejar la libertad y destruir (quemar) todo lo malo. En ese sentido, sólo en ese sentido, es medio como “Vení Raquel”, de los Decadentes. En cualquier caso lo malo sería lo que prohíbe y censura, lo autoritario. “Paloma ¿quién detuvo tu vuelo?/ Paloma ¿quién ocupó tu cielo?/ Paloma ¿quién mandó este destierro?/ Paloma, ¡que haces falta en el nido!” Con el fin de la dictadura también pudieron volver a Chile los integrantes de Illapu, que estaban exiliados entre México y Francia. Fuimos todos a verlos al Centro Cultural Mapocho. Yo tendría casi dos años, así que naturalmente no me acuerdo de nada, pero me consuela saber que los vi en vivo alguna vez porque hace poco más de un mes estuvieron en Buenos Aires y me los perdí. En realidad ir a verlos estaba en mis planes. Mi mamá tenía un 2x1 y me invitó. Pero sobre la hora, cuando yo ya estaba en camino, me llama mi mamá y me dice que el recital había sido el día anterior. Me quedé con las ganas de ver otra vez a Roberto Márquez, uno de los hermanos fundadores del grupo. Finalmente logré verlo en persona hará dos años, en Uruguay. Estaba paseando por la feria Tristán Narvaja un domingo en Montevideo con mi novio cuando de

Violeta Castillo es cantante y actriz. Nació en 1989 en Buenos Aires. Como solista editó Uno y Otro, su doble EP debut, a principios de 2011, Horizonte en marzo 2012 y Hasta abajo a fines de 2013. Actualmente se encuentra grabando su cuarto disco, el primer larga duración. Como actriz protagonizó el largometraje Las Plantas, del director chileno Roberto Doveris, que se encuentra en la última etapa de post producción. Además compuso la banda de sonido de la película. Actualmente coprotagoniza la obra de teatro Futuro, de Mariano Tenconi Blanco.

pronto veo a un hombre vestido como metalero: campera de cuero, jeans, pelo largo con rulos y una cara que reconocí en seguida. Iba del brazo de una mujer menuda vestida como Frida Kahlo. Le dije a Lucas, mi novio, “ese es el cantante de Illapu”. Iba a seguir de largo pero no pude, fue más fuerte que yo. “Usted es el cantante de Illapu”, le dije. “Sí, sí”, respondió el tímida pero muy cordialmente, como debe hacer siempre que lo frenan para decirle lo mismo que yo, porque es muy conocido. Pero entonces le dije “soy la hija de Jorge Castillo” sin saber exactamente cómo iba a reaccionar. Automáticamente su cara se transformó y se miró con su mujer que también estaba sorprendida. Hacía años que Roberto Márquez y Juanita no debían saber nada de mi papá, que vive en el medio del desierto en San Pedro de Atacama. “Oh, verdad que se parecen”, se decían. Yo sabía que mi viejo los conocía y que hay un Castillo que toca o tocó en Illapu, pero en realidad no tenía datos muy certeros, así que su reacción me hizo sentir muy especial. Hablamos un poco y cada pareja siguió su rumbo. “Te emocionaste”, me dijo Lucas. Y sí, es que hasta ese momento no había entendido lo importante que era Illapu para mí. No sabía siquiera el nombre de mi ídolo de la infancia cuando lo frené para saludarlo. Tenía tan incorporada su música en mí, que sus nombres eran lo de menos. Pero en ese momento empecé a caer en la cantidad de veces que había escuchado ese disco y cantado “Paloma...” de pe a pa, a coro con mi mamá y mi hermana. Muchos años seguidos escuchando el mismo disco, seguramente más que cualquier otro disco que haya elegido escuchar por iniciativa propia.

RADARLIBROS

IVÁN EL MODERNO

Unos pasos alejado de la primera línea tortuosa y monumental de los escritores rusos como Tolstoi y Dostoievski, la figura de Iván Turguéniev cobró un creciente interés a lo largo del siglo XX, seguramente por su modernidad de avanzada en temas que lo pondrían a la vanguardia de un realismo crítico, como la crítica a la violencia en el matrimonio, los enfrentamientos generacionales y el anacronismo de la servidumbre. Conocido sobre todo por sus novelas, entre las que se destaca Padres e hijos, y su fijación del concepto de nihilismo, Turguéniev fue también autor de unas diez obras teatrales de singular interés. Ahora Colihue las publica, por primera vez en castellano en un solo volumen, y con una excelente traducción del ruso de Alejandro González, sumando así un valioso aporte a los diversos libros argentinos que en los últimos años vienen rescatando su obra.

POR SALVADOR BIEDMA

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caso el único modo de analizar, historizar o definir a un autor (lo mismo que a un movimiento o una época) sea simplificando sus complejidades. Eso resulta en verdad difícil con alguien como Iván Turguéniev. Sus propios contemporáneos debieron enfrentar el problema y, por ejemplo, no supieron bien de qué modo interpretar Padres e hijos. Suele remarcarse que en esa novela aparece por primera vez el concepto de “nihilista”, en referencia a Bazárov, un joven que intenta no obedecer ningún precepto, salvo los de las ciencias empíricas, ni someterse a ninguna autoridad. Cuando el libro se publicó, en 1862, quienes podían sentirse ideológicamente cerca del personaje creyeron que el autor se burlaba de ellos y, a la vez, quienes se oponían a un ideario de ese tipo pensaron que Turguéniev estaba abrazándolo y difundiéndolo. Con más distancia, Nabokov señaló al

escritor como el primero que en Rusia supo observar desde la literatura “la combinación de sol y sombra sobre el aspecto de las personas”. En una época de grandes cambios, debates y censura, con un trabajo excepcional sobre la profundidad psicológica e ideológica, Turguéniev fue, en más de un sentido, un autor de transición. Su obra hace un recorrido del romanticismo al realismo, expone la caída de muchos pequeños terratenientes y nobles, la situación de los siervos (desde chico vio los maltratos que sufrían en la hacienda familiar) y el principio de resquebrajamiento del zarismo. A su vez, tiende un puente entre Rusia y Europa. Tanto que se lo suele presentar como la entrada más accesible para cualquier lector de Occidente en el peculiar mundo ruso. De todos modos, en medio del fuerte debate de su época entre eslavófilos y occidentalistas, sería simplista ubicarlo sin más en el último bando. Padres e hijos, ya desde el título, ayuda a comprender la importancia de la confron>> > RADAR

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tación y el antagonismo en los textos de Turguéniev. Los viejos y los jóvenes, los siervos y los nobles, las grandes ciudades (Petersburgo, entonces capital del imperio, y Moscú) y el campo, las mujeres y los varones constantemente chocan en sus textos. Y el choque se da porque él hizo que compartieran escena personajes de diferentes orígenes y plasmó en sus textos las discusiones del momento, la tensión entre ideas y costumbres divergentes. UN ALMA RUSA EN ARGENTINA En Argentina viene revalorizándose la figura de Turguéniev con ediciones de sus obras menos conocidas, que se suman a las que se mantienen en circulación desde hace décadas (Padres e hijos, Primer amor, Humo o Nido de nobles). La Compañía publicó en 2009 la novela breve La desdichada, Adriana Hidalgo sacó en 2010 sus Relatos fantásticos y ahora Colihue reúne su Teatro completo, que nunca había aparecido en castellano en un solo volumen y traducido directamente del idioma original. Las diez obras teatrales de Turguéniev, escritas entre 1843 y 1852 (casi todas anteriores a sus cuentos y novelas), muestran la evolución de su estética y, en los puntos más altos, no tienen nada que envidiarle a su narrativa. De hecho, sus innovaciones en este ámbito supusieron un paso imprescindible para llegar luego a la dramaturgia moderna de Chéjov. Turguéniev tomó en su teatro variadas influencias, de Rusia y del extranjero, pero, más que nada, siguió la línea de Gógol. La primera pieza de la serie, Una imprudencia, muestra ya a un escritor maduro, si bien después llegaría muchísimo más lejos. Se notan enseguida las influencias de Shakespeare y del Siglo de Oro español; en un discurso muy citado, de 1860, el autor ruso dividió a los personajes de ficción según dos modelos: el de Hamlet, temeroso y dubitativo, y el de don Quijote, resuelto aunque avance en 26

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procura de un absurdo. Una imprudencia sorprende por la mezcla de influencias y géneros, con toques grotescos y elementos de la tragedia neoclásica. La obra atraviesa diversos climas y lo central, que se repite en muchos textos del autor (en teatro y narrativa), consiste en mantener un drama pasional en primer plano mientras, por detrás, se deslizan otros planos con fuertes críticas políticas y disputas sociales. Todo esto en un lenguaje sencillo, equilibrado y amable. Al inicio de la pieza, Doña Dolores, aburrida en el balcón de su casa, dice para sí que en la vida no le ha ocurrido nada extraordinario. Enumera defectos de su marido, imagina una infidelidad. En eso está cuando un hombre le habla en tono seductor desde la calle. Rápidamente la situación se vuelve más compleja: su esposo se entera de que alguien ronda a la mujer, pero es poco decidido y necesita recurrir a su amigo Pablo, que cela a Dolores más que él mismo. El argumento da luego un inteligente giro y la obra finaliza con un epílogo muy breve que burla a los funcionarios del Estado zarista. La pieza que sigue, Sin dinero, escrita en 1845, les da una vuelta de tuerca a ciertos recursos teatrales y, más allá de sus toques grotescos, se adentra ya en el realismo. El protagonista es un joven noble venido a menos que intenta mantener su nivel de vida en Petersburgo, aunque no pueda sustentarlo. Su criado advierte con claridad la situación y le recomienda volver al campo, donde está su familia y donde todo resultaría más fácil. El hilo se corta por lo más delgado, de 1848, vuelve sobre un tema pasional-matrimonial. La agudeza para mostrar la psicología de los personajes –en el coqueteo entre una mujer y los tres hombres que pretenden casarse con ella– dispara la obra mucho más allá del género que correspondería, el llamado “proverbio teatral”. Y ya las dos obras que siguen, El la-

meplatos, escrita también en 1848, y El solterón, de 1849, bastarían para que Turguéniev mereciese como dramaturgo un lugar de preeminencia. En El lameplatos vuelve a ponerse en escena un noble venido a menos, que en este caso vive de favor en casa de un terrateniente. El señor que había decidido darle cobijo murió y su heredera vuelve a la propiedad, que había abandonado siendo una chica, ahora casada. Por temor a que no lo sigan manteniendo, Kúzovkin permite que el marido, el nuevo “dueño”, se ría de él y lo emborrache, pero la situación pasa el límite de su tolerancia. Entonces, cuenta un antiguo secreto que involucra a la familia. Había aceptado ser bufón del viejo terrateniente, pero no va a admitir ese papel ante el yerno, un funcionario de Petersburgo que desconoce las costumbres del campo. Sin embargo, la ruptura del equilibrio no llega: todos renuncian a la verdad en función de sus intereses y para mantener el orden en que están dadas las cosas. El solterón transcurre en Petersburgo y tiene muchos puntos en común con El lameplatos. Masha es una huérfana que quedó al cuidado de un vecino, el modesto funcionario Moshkin (el solterón del título). El hombre tiene todo dispuesto para casar a la chica con otro huérfano, protegido suyo, un empleado público en ascenso. Las cosas marchan muy bien hasta que un amigo muy formal del novio observa el trato confianzudo que prodiga esta familia y reprueba la diferencia de estatus en el matrimonio. La mirada del amigo hace que el indeciso Vilitsky termine negándose a la boda. Y el padrastro de Masha, después de dejar de lado la ridícula posibilidad de batirse a duelo con el joven, piensa una salida sorprendente. La estructura en tres actos es sencilla y resulta perfecta. Desayuno con el decano de la nobleza, escrita en 1849, es la pieza en la que Tur-

guéniev lleva más lejos el grotesco, arma que utiliza para la crítica política y social. Sin un gran argumento, se burla de ideas y costumbres de terratenientes nobles que, por distintos motivos, confrontan. EL CAMPO Y SU SEMILLA Sigue el punto cumbre de la dramaturgia de Turguéniev. Un mes en el campo, que contó con tres versiones entre 1850 y 1854. La pieza fue censurada y luego de varios cambios se permitió su publicación, pero la puesta en escena siguió prohibida hasta 1872. No por razones estrictamente políticas, sino por el hecho de que una mujer casada mantuviera un juego erótico con un amigo de la casa y, a la vez, se enamorase de un joven maestro que también había despertado la pasión de su protegida, que a partir de esto se planta como “su rival”. Debido a la extensión –se trata de la más larga de las obras–, en la continuidad de la lectura puede chocar al principio porque uno viene disfrutando de acciones y escenas más concentradas. Al avanzar, sin embargo, se hace evidente que uno está ante una joya. Se menciona al pasar a Otelo y en un momento la protagonista, Natalia, hace una referencia a Edipo bastante explícita: “Yo fui una hija fiel hasta la misma muerte de mi padre... él me llamaba su consuelo, su Antígona (había quedado ciego los últimos años de su vida)”. El horror de esta mujer frente a sí misma, frente a su deseo, frente a los celos por su joven protegida, tienta a proponer la obra como un punto intermedio entre el teatro shakespeareano y la teoría psicoanalítica. Se hace difícil meterse en el argumento de Un mes en el campo sin tomar en cuenta algunos aspectos biográficos del autor. En su adolescencia, se había enamorado de la hija de un príncipe, pero descubrió que su padre tenía un romance con la chica. El episodio quedó plasmado en la

novela breve Primer amor, de 1860, pero sin duda también influyó en el argumento de esta obra teatral. Por otro lado, en 1847 Turguéniev empezó a residir durante largos períodos en Alemania y Francia. El principal motivo: la cantante Pauline Viardot-García. El ruso se enamoró de ella, que estaba casada. Se hizo amigo de Pauline y del marido, Louis Viardot, y vivió en casa de ellos larguísimas temporadas. No se sabe si con la mujer hubo algún trato más allá de la amistad. También hay que tomar en cuenta que en 1852 el escritor hizo público un texto por la muerte de Gógol a raíz del cual lo tuvieron confinado en su hacienda rusa. Ya para esta época, Turguéniev se codea-

ba con los principales nombres del ambiente cultural y político, dentro y fuera de su país. A lo largo de su vida, fue amigo de Flaubert y Maupassant, de Belinski –crítico fundamental para la modernización del teatro ruso– y del anarquista Bakunin, conoció a Chopin y a George Sand, fue admirado por Henry James. Los planos que se ponen de relieve en paralelo con el drama pasional de Un mes en el campo, la sutileza escondida en un título que parece sencillo, como marca el muy buen traductor de este volumen Alejandro González (ganó el Premio Lee Rusia 2014 por su versión de El doble, de Dostoievski), son apenas dos de los muchos puntos que impresionan de esta pie-

za y que opacan un poco, al continuar la lectura, la intensidad de las últimas tres obras, escritas entre 1851 y 1852. La provinciana muestra a una mujer que ha sido protegida en una casa de nobles. Casada ahora con un funcionario modesto, se reencuentra por casualidad con un conde con el que, en su juventud, había tenido un amorío. De manera astuta, la mujer se aprovecha de él, consigue que le dé al marido un puesto en Petersburgo y lo humilla. Conversación en el camino real pone en escena, con gracia, la charla entre un señor que está por perder su hacienda, el criado y el cochero. Una noche en Sorrento vuelve a plantear el enfrentamiento entre dos mujeres de gene-

raciones distintas: una viuda de treinta años que goza seduciendo a hombres y su sobrina, de dieciocho; en este caso, hay un “final feliz”, con el anuncio de dos casamientos y el regreso a Rusia. El teatro de Turguéniev sólo ganó éxito con el correr de los años. Varias de sus obras tardaron más de una década en estrenarse (el caso más extremo es el de Una imprudencia, que recién llegó a escena en 1884, cuatro décadas después de escrita, un año después de la muerte del autor). Aunque Un mes en el campo tuvo gran repercusión cuando se llevó a escena por primera vez, en 1872, el verdadero reconocimiento a su dramaturgia no llegaría hasta principios del siglo XX, gracias a dos destacadísimas figuras del teatro ruso moderno, Konstantín Stanislavski y Olga Knipper (viuda de Chéjov), quienes le pusieron el cuerpo a piezas del autor en el Teatro del Arte de Moscú. Nueve años u once –si contamos que la última versión de Un mes en el campo es de 1854– bastaron para lograr una obra sólida, renovadora, en la que el autor evitó imágenes planas de los personajes, intervino en debates interesantísimos, cuestionó el lugar atribuido a la mujer en la sociedad (en textos suyos hasta se discute la violencia de los varones dentro del matrimonio). Sin monumentos como Los hermanos Karamazov o Guerra y paz, con un tono que seguramente nos suena más cercano, Turguéniev sigue brillando entre los clásicos de la literatura rusa.

Teatro completo Iván Turguéniev Traducción y notas de Alejandro González Colihue 548 páginas

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MISERERE Y DESPUÉS Un registro narrativo, otro de crónicas, y los secretos de un barrio al que el paso del tiempo le fue borroneando los límites a partir de la centralidad de la plaza y la estación de trenes, se cruzan con gran dominio técnico en Miss Once, de María Pía López. El resultado es una novela que retrata unas vidas más complejas de lo que parecen en la superficie y un mapeo denso y profundo de la ciudad y su historia. POR SEBASTIÁN BASUALDO



La calle tiene sus memorias aunque las mantenga en pudoroso silencio. Sin tirarse al ras del suelo –ningún latido hay que escuchar de tan cerquita–, animarse y cruzar Rivadavia como al río bravo y más allá el verdadero Once que comienza”, escribe uno de los narradores en el tono y con la cautela de quien intenta de algún modo advertir la clase de experiencia literaria que surgirá con la lectura de Miss Once, la nueva novela de María Pía López, donde la trama se entreteje sobre la base de dos registros diferentes –el del relato y la crónica– pero tan íntimamente entrelazados que resulta fascinante el modo en que transcurren paralelamente a través del tiempo, al igual que las vías del tren que se extienden desde la estación Miserere, permitiendo la ilusión de verlas cruzadas en el infinito, acaso como una manera poética de pensar la memoria colectiva. Ahora se trata de levantar piedra por piedra los restos de “un barrio bajo el nombre oficial de otro, territorio enmascarado. En los mapas le toca Balvanera, en el pasado recurría en Miserere. Los límites del oficial son Independencia y Córdoba, Gallo y Callao. Incluye el Congreso y el Abasto, las sinagogas y alguna iglesia notable, bares que se quieren prestigiosos, fábricas en las que se soñaron revoluciones, plazas no exentas de tragedias. En la ciudad real los límites no son tan nítidos y Once se derrama y desborda, vitalidad renuente a las fronteras”. Tres partes bien

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diferenciadas constituyen la estructura de Miss Once; por un lado los capítulos titulados “Historias” y “De casa al trabajo” y por el otro “Once”, donde la crónica histórica de los hechos acaecidos en el barrio donde “hubo corralón y lazareto femenino ante la peste amarilla” parecen escritos por un narrador guía que va tomando apuntes a medida que recorre los lugares sin ceñirse demasiado a las fechas y por eso puede comenzar por cualquier parte, ya sea la plaza que fuera quinta primero hasta un dictamen de Rosas, la estación del tren y su primer viaje hacia la muerte, pasando por la Recova y la construcción de las Escuelas Patria en 1812, la epidemia que arrasó con el barrio, las leyendas y los mitos como el de Pancho Sierra, más conocido como “El doctor del agua fría”, hasta llegar a Cochabamba y La Rioja donde funcionaban los Talleres Vasena, lugar donde se dirimió una posible revolución con un saldo espantoso de obreros asesinados para una victoria que hoy se traduce en una jornada máxima de trabajo, el llamado Hueco de los Olivos, que fue el Cementerio de disidentes donde luego se construyó la plaza Primero de Mayo, la toma de la empresa textil Brukman, el boliche Cromañón y sus 194 jóvenes que murieron por culpa de “la negligencia empresarial de los candados, la banda: la bolsa y no la vida, si los inspectores descuidados o la coima era abono en los papeles, Chabán era un asesino o sólo el tipo que soñó espacios libres y pensó que el rock no podía sustraerse de todos los peligros eran mu-

chas y prevaleció el sabor amargo del hecho colectivo, del creado aun a la distancia, con la morosa complicidad del que deja pasar porque supone que tan grave no podrá ser lo que suceda” . Nadie conoce verdaderamente una ciudad si no tuvo que esconderse en ella. El narrador que se impone la tarea de resignificar el presente por medio de las crónicas que hurgan en el pasado del barrio, bien podría ser uno de los tantos personajes que recorren la novela llevando a cuesta su secreto. Develarlo ahora sería desarticular la lógica que María Pía López pensó con la precisión de un relojero. Ya lo dijo Goethe: lo que importa de la vida es la vida y no un resultado de la vida. Bajo esta premisa bien puede pensarse las otras dos partes que conforman Miss Once (“Historias” y “De casa al trabajo”) donde a partir de capítulos breves, entrelazados entre sí gracias a un dominio técnico verdaderamente notable, que oscila entre el uso de una gran variedad de registros y capacidad de habitar el mínimo espacio posible con rápidos y sutiles giros que provocan los cambios de perspectiva, la autora de Una historia de la sensibilidad vitalista se interna en la vida de personajes aparentemente simples al principio pero cuya complejidad no tarda en surgir en la medida en que se ponen de manifiesto sus condiciones sociales y económicas, la tragedia personal que cada uno de ellos vive como puede y resuelve siempre en la medida de sus posibilidades. María Pía López narra desde una perspectiva certera, especie de neutralidad falsa de

una cámara que intenta capturar historias de vidas posibles, como la de Fabricio, por ejemplo, un muchacho que se hace llamar Isaías y predica las palabras de Jehová en la plaza como un modo de intentar redimir un pasado de patova en la triste noche de Cromañón, o las chicas que intentan salir de la prostitución y se encuentran con la mirada vigilante de los proxenetas, acaso un embarazo y la desesperante sensación de desolación que surge cuando no hay medios y la idea del aborto es una mezcla de culpa y miedo paralizante. Por la mañana las horas transcurren en un Once de mercachifles con su clase obrera en extinción, y ahí está Beto y su jefe Mario, metidos en un local de arreglos de equipos musicales, atados a sus prejuicios como esas cadenas a las que refiere Simone de Beauvoir, tan difíciles de cortar, sobre todo cuando están hechas de ignorancia, elemento de control propiciado por un Estado que durante décadas embruteció a su pueblo. Miss Once es una maravillosa novela escrita por una de las autoras más interesantes del panorama narrativo actual.

Miss Once María Pía López Paradiso 142 páginas

MADE IN TAIWAN

Aunque no lo sea, Taipéi parece la primera novela de Tao Lin, virada a representar la voz de una generación, recreando los ecos de la Menos que cero, de Easton Ellis, en los ochenta. Polémico, solipsista, jugando siempre en el borde de la figura de un escritor abúlico y sin mensaje que comunicar, Lin abre sin embargo líneas inciertas e inquietantes de su narrativa hacia el futuro.

POR RODRIGO FRESÁN

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ao Lin (Virginia, 1983), aquí viene de nuevo, amarlo u odiarlo. O las dos cosas, parece. Yo lo odié a la altura de su Richard Yates y, de verdad, no me gusta odiar a la gente. En especial si son escritores. Y la duda es si el exhibicionista polimorfo y perverso Lin es escritor o, apenas, alguien que escribe. Es decir: alguien que conoce los mecanismos primarios a la hora de combinar una serie de caracteres pero que no tiene un gran interés por lo que se puede llegar a conseguir con su ordenamiento, por eso que llamamos literatura. Tampoco, en sus pronunciamientos, Lin parece muy entusiasmado por leer. Interrogado acerca de qué inspiró su séptimo y hasta ahora más celebrado y acaso más ambicioso libro (y pase a editorial de renombre en Estados Unidos), Taipéi, Lin respondió: “Nada”. Y apenas amplió: “Tenía que hacer algo porque estaba sentado sin hacer nada. El motivo principal probablemente fue el de conseguir algo de dinero. Y el tema de la novela es aquello sobre lo que más sé. Así que no hubo ninguna inspiración en particular”. Y el poco inspirador tema de Taipéi son las idas y vueltas de un tal Paul, 26 años, habitante de Nueva York, escritor. Una especie de sonambular zombi que lo lleva a Las Vegas, al matrimonio y a otras camas, al Taiwan de sus ancestros al que han retornado sus padres, a la tienda de la esquina, a Ohio y a Toronto, a presentaciones de libros en Brooklyn rebosantes de escritores tan cool, a la Costa Oeste, y a todos esos sitios que puedes alcanzar con la punta de tus dedos desde un teclado y una pantalla.

Taipéi es, también, compulsivamente confesional, solipsista, autobiográfica (Lin la definió como “una novela de doscientas cincuenta páginas destilada de veinticinco mil páginas de mi memoria”) pero distante y como envuelta en una nube informática de diálogos robóticos y drogas varias especialmente diseñadas para adormecer los sentimientos. Aunque, a diferencia de lo que sucede con otras ficciones químicas, para nunca modificar demasiado el comportamiento de los usuarios y así no actuar como todos esos locos que van por ahí sintiendo y reaccionando a todo. Así, Paul como todo un American Psicofármaco. Lo que no le impide a Lin (se ve que algo le importa su entorno) lanzar con poca puntería algún dardo al fantasma de David Foster Wallace. Lo que no deja de ser triste pero sensible. Porque –aclaremos que Lin no tiene el talento estilístico de un Samuel Beckett o de J. G. Ballard o de un Don DeLillo o de un Andy Warhol a la hora de llenar el vacío absoluto– lo que distingue a Taipéi es el ocasional y contado momento en que Lin se despega de esa suerte de narcisista autocrítica (que es la misma de la supuestamente graciosa serie Girls) y se muestra sentimental e inseguro redimiendo y enalteciendo a más de una página de Taipéi despegándola de un simple versión new novel del nouveau roman. De algún modo, ahí, entonces, es como si Lin dudase en traicionar a la química de su precedente generacional Bret Easton Ellis (quien tuiteó que “Con Taipéi Tao Lin se convierte en el estilista en prosa más interesante de su generación” para agregar, que “lo que no significa que Taipéi no sea una novela aburrida”) para irse a tomar una taza de té con el Haruki Murakami sin

gatos que hablan. Todo esto para decir que Taipéi -a su muy retorcida manera la contracara complementaria y la hermana melliza, pero muy diferente, de Saliendo de la estación de Atocha de Ben Lerner produce la satisfacción un tanto culposa de un Big Mac. Pero no deja de ser un paso adelante en algo que tal vez sea un callejón sin salida pero que, por ahora, coloca a Lin en el mismo peligroso sitio en el que alguna vez se ubicaron gente como Francis Scott Fitzgerald, J. D. Salinger, Jack Kerouac y el ya mencionado Ellis: voluntarios e involuntarios voceros de su generación. Y ya se sabe el peligro que implica ser considerado testigo de tu tiempo joven. Porque la vida es muy corta y muy larga al mismo tiempo. El final de Taipéi –con un Paul algo transfigurado y hasta un poco romántico y, las comillas son suyas, “agradecido de estar vivo”– ofrece esperanzas de que Lin crezca o que, por lo menos, se mueva en alguna dirección con algún objetivo más o menos preciso.

Mientras tanto y hasta entonces, ante los mejores momentos de Taipéi –que se lee como una buena primera novela– cabe preguntarse que habrá sentido alguien de cincuenta años (la edad de quien firma esta reseña), enfrentado en 1920 a la lectura de la muy juvenil y dislocada y debutante y signo de sus tiempos A este lado del paraíso de un Francis Scott Fitzgerald con veinticuatro años de edad. ¿Irritación? ¿Desconcierto? ¿Impaciencia? Lo cierto es que apenas un lustro después Fitzgerald publicaba El gran Gatsby. Y que todo –y no sólo su propia existencia– parecía inspirarle.

Taipéi Tao Lin Alpha Decay 304 páginas

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LA GLORIA Y DEVOTO Con una combinación de crónica, autobiografía y memoria, el periodista Marcelo Izquierdo reconstruye con pasión la historia de Lamadrid, el club de fútbol cuya cancha queda frente a la cárcel de Devoto. Carceleros es un original relato que también hunde raíces en la historia pasada y reciente de la Argentina. POR ANGEL BERLANGA

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n el comienzo hay un tío hincha de Independiente que le pregunta a un pibe de 11 años si sabe cómo salió Lamadrid. Y el chico, que es de Racing y es un apasionado por el fútbol, que es simpatizante de un equipo por división, que en la “D” hincha por Midland, no sabe cómo salió ese fin de semana Lamadrid ni sabía, hasta ese momento, que en el barrio en el que su familia vivió desde siempre, Villa Devoto, estaba este club de fútbol, cuya cancha queda frente a la cárcel: de hecho tampoco sabía de la existencia de una cárcel en el barrio. La conversación con el tío es una de esas situaciones que la memoria le guardó a Marcelo Izquierdo, aquel pibe, como un hito biográfico: era 1977, “un año terrible para el país pero de gran éxito deportivo para el club”, que en esa temporada salía campeón por primera vez en la historia. Trascartón, al año siguiente, otro hito fundamental: luego de una de esas insistencias desgastantes, el chico consiguió que su padre lo llevara por primera vez a ver “al Lama”. Era contra Deportivo Merlo. Escribirá Izquierdo, mucho después: “En un lateral, el número tres de Lamadrid se acercó al alambrado, lo miré fijo y exclamé: ‘¡Pero ese es el quesero de la calle Concordia! ¡Y el número cuatro es el hermano, el otro quesero!’” Los sábados, cuando hacía los mandados, veía a estos caballeros en la quesería Los Muchachos: eran hijos de un wing habilidoso que había jugado en Boca. Lamadrid perdió ese partido pero ganó un simpatizante para toda la vida que años más tarde, ahora, publica un libro compuesto por retazos de su historia, de sus personajes, de situaciones y coyunturas puntuales: Carceleros. Un club de barrio humilde y querido, 30

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una realidad paralela, un mundo único: así define Izquierdo al club con el que se crió, al que ahora van sus hijos. El tono en el que narra este periodista está compuesto por una fórmula de humor ante pasiones que Lamadrid despierta en algunos personajes, de afectos construidos a lo largo del tiempo, del reconocimiento del talante modesto del club como rasgo constitutivo, de la mirada sobre el barrio como lugar de pertenencia y de la dosificación notable entre información, historias, ojo y oído para detectar claves varias y toques de su propia relación con el club. “No importa que los hinchas seamos pocos escribe Izquierdo. Y muy pocos los socios. Y menos que el presupuesto que suele manejar el club para el fútbol sea siempre insuficiente, el más chico de todos, el menor de cada categoría donde le toque estar. Nada importa. No, nada es más importante. Ni siquiera que el Devoto rico, el que rodea a la plaza Arenales, le dé siempre la espalda. Porque ellos siempre van a estar ahí, alentando, tirando de un carro cada vez más pesado, lleno de cascotes, como el predio que cuidaba Salvador Recúpero en los años 30, repleto de piedras como las que sacaron Enrique Sexto, Mayo Anso, José Caruso, Marcelino Piñero y los demás vecinos que fundaron el club el 11 de mayo de 1950”. La composición fragmentaria de Carceleros hace pensar en notas de distinto tono, viaje, extensión, foco. La épica a veces está en un partido que define un título, como el que disputó contra Acassuso en cancha de Tigre, el 10 de diciembre de 1977, con record de público en la historia de las presentaciones de Lamadrid: 15.000 personas. Desde Devoto, cuenta Izquierdo, fueron algunos cientos de hinchas del Lama, pero casi no había simpatizantes de Aca-

ssuso, que ya no tenía chances: los otros 14.000 eran evangelistas que, por un malentendido de organización, asistían a un acto que terminó haciéndose después del partido. Lamadrid ganó 3 a 2, con un gol de uno de los queseros Rosell, Julio, casi sobre el final. Luego de aquella primera ida a la cancha los Rosell se le convirtieron en ídolos, y más cuando luego de eso se enganchó en el auto de ellos para ir a ver los partidos de visitante; ahora, para armar este libro, Izquierdo volvió a Los Muchachos para charlar con los hermanos, que jugaban “por amor” y “por el sánguche y la coca”. Antes de irse, anota, le hizo a Julio un último pedido: “Me llevo dos leches La Serenísima descremada. ¿Cuánto es?” “Diecinueve pesos”. Pagó justo. En otras ocasiones la épica pasa por la esforzada supervivencia, con las historias de los socios/vecinos que fueron construyendo trabajosamente el club, organizando rifas y bailes, levantando instalaciones, cavando para hacer el túnel que comunica los vestuarios con la cancha (cuando llueve se inunda, apunta), defendiéndose de los avances que, en distintas épocas, los directivos de la cárcel encararon sobre los terrenos de Lamadrid. Izquierdo desarrolla varias historias que cuentan de la relación entre el club y el presidio; desde algunas ventanas de un sector de la cárcel se ve la cancha, y muchos presos se asoman a ver los partidos. El abanico de relatos que despliega es diverso: el pesado ajeno al Lama que, observando la vida del club, decide que al salir se arrimará a ser parte y a poner su energía; el hincha que cae preso y se las ingenia para poder pispear e incluso alienta desde ahí; el detenido político que durante la dictadura siente los ecos de las tribunas y los helicópteros que, sin previo aviso, aterrizaban por las noches en el centro de la cancha para llevar o traer personas esposadas y con los ojos vendados. Es una vertiente: en su remonte, Izquierdo entrevista incluso a un detenido que sobrevivió al incendio del Séptimo Pabellón, considerado como la mayor masacre carcelaria de la historia argentina. Otra vertiente es Lamadrid, el general: Enrique Sexto, uno de los socios fundadores y ex presidente del club (el estadio fue bautizado con su nombre), fue quien instauró oficialmente la denominación Club

Atlético General Lamadrid. Izquierdo intercala a lo largo del libro sucesos clave de la historia de este guerrero de la Independencia, que peleó junto a Belgrano y San Martín, fue panadero en el exilio de Montevideo y combatió más adelante junto a Urquiza (aunque se llevaban mal); en la “D”, el club J. J. Urquiza, que tiene su cancha en Caseros, es un clásico de Lamadrid. En su recorrida por los orígenes del nombre, Izquierdo cuenta la historia de un madrileño al que no le gustaba que le dijeran gallego y retrucaba: “Yo no soy gallego, hombre. Yo soy de la Madrid”. Izquierdo cuenta la vez que Sandro, en pleno éxito, cerró la noche de un baile al que había ido muy poca gente: después de cantar, al ver el sacrificio del club para llevarlo y que los números no darían, no les quiso cobrar. Y cuenta de la angustia en un partido definitorio para no salir último en la “D”: si eso pasaba, Lamadrid quedaría fuera de competición durante al menos un año; ahí se fue, Izquierdo, a buscar al autor del gol que en otro partido, que se jugaba en simultáneo, decidió las cosas por la permanencia. A veces es la viñeta del hincha que le tira con las sandalias a un árbitro que cobra un penal en contra y luego le pide al Pachi, el 5 del equipo, si no se las alcanza. Y a veces es la historia del ídolo habilidoso del club, o del Chango Cárdenas, el mítico jugador de Racing, que dirigió al equipo por dos mangos, una temporada. “Si al terminar este libro usted anda cerca, dese una vuelta, anímese –invita Izquierdo–. Nada le impedirá ingresar. La puerta está abierta. Nadie le pedirá el carnet en la entrada. Si vos vivís en la zona, vení, entrá, conócelo... No le tengan miedo a la prisión. Tómense un café en el buffet y hablen con Ada, en Administración. Háganse socios. Traigan a sus hijos, a sus amigos. Vengan a la cancha”.

Carceleros Lamadrid, el club y la prisión Marcelo Izquierdo Aguilar 240 páginas

Pariente excéntrico y no siempre presentable de Borges, Bioy y Silvina Ocampo, J. R. Wilcock es una de las joyas secretas (y no tan secretas) del canon literario argentino. La publicación de El caos, libro que con sus reediciones desordenadas hace honor al título, vuelve a hacer circular al escritor que aspiró al olvido total y casi estuvo a punto de lograrlo.

EN FOCO

EL ICONOCLASTA POR FERNANDO KRAPP

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os lectores de J. Rodolfo Wilcock suelen ser muy quejosos. Quieren que la obra de su adorado escritor sea visible, se reedite, sea leída por nuevos lectores y considerada como una pieza angular dentro de la narrativa rioplatense (los más ambiciosos hasta anhelan la cumbre latinoamericana y mundial). Mientras que, por otro lado, desean que Wilcock se mantenga unívoco a los límites de su círculo de fieles, que su lujo como contraseña entre lectores no se estandarice, y que ellos, como parte de una cofradía salida de alguno de sus libros más icónicos, puedan formar también parte de sus tragicómicas biografías. Wilcock (J. R. como le gusta decir a sus devotos) comparte, eso es innegable aunque casi de rebote, el podio con tres renombrados escritores del canon argentino: Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges y Silvina Ocampo. La contratapa de esta nueva edición de El caos a cargo de La Bestia Equilátera no se mofa de compararlo con sus compañeros de revista y de ruta. Recordemos: Wilcock se había exiliado en Italia después de una confusa experiencia como ingeniero en las obras del tren Transandino (material que usaría en su novela El ingeniero). Este hombre huérfano de madre y padre, e ingeniero civil desencantado recibido con medalla de honor por la Universidad de Buenos Aires, gozaba en la Buenos Aires del 40 de cierta fama en el círculo literario más alto, léase revista Sur y sus allegados. También formaba parte del canónico manual de la Antología de literatura fantástica de Borges, Bioy y Ocampo. Quizá por cansancio, por

falta de oportunidades, por estrechez, por disparidad política, quién sabe, Wilcock se establecería en Italia en 1951 después de un largo e intenso periplo europeo, en donde dejaría de escribir en su odiado castellano para traducir todas sus obras a su amado italiano, y volvería a traducirlos a un complaciente español. Algo de esa repetición (iteración, dirían los físicos), de ese malestar, se esconde en El caos que, como su nombre lo indica, tuvo varias ediciones. Dos en italiano (primero en Bompiani, después en Adelphi), una pérdida de derechos, dos cambios de títulos, en fin, un quilombo. Hasta que fue publicado en 1975 gracias a su amiga fiel Silvina Ocampo, y a Enrique Pezzoni (en ese tiempo editor en jefe de Sudamericana) bajo su categórico y sugestivo título final. Antes de partir a Italia, Wilcock fantaseó con desaparecer completamente, de hecho compró todas las ediciones de sus primeros libros de poesía con el objetivo de ser olvidado por completo, y logró reinventarse del todo hasta modificar intensamente su estilo literario en una forma más barroca y rebuscada, grotesca y asfixiante. En El caos cuesta encontrar al Wilcock de las biografías literarias a la Schwob o al estilista del El ingeniero. Este es un Wilcock desbordante y medieval, delirante del todo (a la manera de Laiseca), más cerca de Rabelais que de la alta cultura a lo Henry James, o bien alejado de las vanguardias estéticas a las que terminó por abrazar hacia el final de su vida. En definitiva, más interesado en dar vuelta los órdenes establecidos de la literatura que en afilar sus recursos estilísticos con la piedra pómez de su ingenio.

Una lectura apresurada haría que comparáramos El caos con sus hermanos de camada como La invención de Morel o Ficciones. Es, sí, un hermano; pero bobo y deforme. Wilcock explora otros territorios que Borges y Bioy apenas tocaron de refilón. Empaña los espejos con secreciones sexuales y escatología, vértigo por cuerpos poco agraciados y una risa histérica que retumba en todas sus pequeñas tramas. En el primer cuento que abre el libro, por ejemplo, un hombre deforme y medio enano quiere encontrar el sentido de la vida mediante ejercicios prácticos basados en el axioma de Schrödinger: “La tendencia natural de las cosas es el desorden”. Rabelaiseano hasta en la prosa, rayana en lo exasperante, Wilcock sin embargo nunca dejó de ser un ingeniero; un creador de la forma y su estructura. En los cuentos se van desplegando metáforas sobre la física cuántica y la teoría del caos; aquellos físicos del siglo veinte que gracias a la inclusión de un tercer cuerpo generaron una relación no lineal y de esta manera ampliaron los cómodos límites de la física newtoniana para encontrar en la locura deforme de la realidad un orden perfectamente posible, fractal, y potencialmente imaginativo. Los cuentos de El caos se mueven así; como vectores que se tocan de un punto a otro no expulsados por una lógica causal sino por el movimiento espiral y expansivo de la imaginación de Wilcock; donde estallan festivos enanos voyeuristas y viejos sodomitas, seres oscuros condenados a una grieta, espiritistas poco virtuosos, gigantes dotados y realidades paralelas que en definitiva conforman siempre una misma realidad.

El dicho popular nunca fue más acertado: Buenos Aires es un caos. Su chorreado diseño urbano, su trabalenguas vial y su confusión de clases logran en Wilcock una forma menos asociada con el naturalismo exacerbado del sainete para plantear una confusión ordenada tanto formal como argumental en su Caos narrativo (¡qué simple y a la vez complejo sería compararlo con Leopoldo Marechal!). Enanos que viven en la calle Solís, giros lingüísticos de los orilleros, catamarqueños que llegan a la capital, muchos cuentos de El caos son también una mirada política sobre la ciudad politizada. Alegórica (aunque Perón y Eva aparecen con su nombre y apellido en “Felicidad” donde un hombre es sacrificado en una fiesta popular como El Rey Momo), las calles de Buenos Aires van revelando estos personajes deformes que coexisten como una realidad paralela y fantástica. Porque Buenos Aires es una ciudad demográficamente deforme, urbanamente caótica y perfectamente estática. Y Wilcock está ahí para recordarnos que el caos es un orden que admitimos y aceptamos hace rato, que el que ríe último no siempre ríe mejor, y que siempre podemos vivir un poco peor. Aunque, claro: sin perder nunca la clase.

El caos J. Rodolfo Wilcock La Bestia Equilátera 256 páginas

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