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10 MANDAM PARA ENAMORARSE DE LA MLB SIN REMEDIO Si llegas nuevo a la MLB, no te preocupes, te damos las pistas que necesitas para seguir la competición con toda la intensidad desde el primer día.

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MIENTOS Entre otras cosas, claro, porque la mayoría de nosotros pasamos por esa fase antes que tú. Y es que no nos ponen fácil el enamorarnos del béisbol. La propia idiosincrasia del deporte nos llega deformada por clichés y experiencias de viajeros superficiales, y nos hablan de que la gente va a los estadios a comer, que es un espectáculo más familiar que deportivo, que eso no son atletas ni son nada, muchos de ellos gordos como cubas, y que hay que estar loco para engancharse a eso.

Quizás sea el espíritu rebelde lo que nos reune, la sensación de que estamos rompiendo alguna regla políticamente correcta al elegir algo tan poco de moda, tan alejado de nuestra cultura. Pero empiezas a profundizar y te das cuenta de la tremenda riqueza de un deporte que se remonta a cuando el Oeste era conquistado y, con el ferrocarril, llegaban los equipos de béisbol de otras ciudades, y cuya esencia, el juego, sigue imperturbable. Si aún no estás enamorado del béisbol, ahí van 10 razones para estarlo.

GETTY IMAGES/AFP

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eguro que eres de esos que , en algún momento de tu vida hablaste del béisbol es dos términos despectivos que causan furor y unen a tirios y troyanos: eso es muy aburrido y ¿por qué juegan en pijama? Sí, no me mires así. Sabes que lo has hecho y no pasa nada. No te vamos a poner falta ni vamos a cuchichear a tus espaldas. Aquí eres bienvenido porque no se le tiene a nadie en cuenta ese pasado oscuro en el devenir deportivo de la mayoría de aficionados de esta zona del planeta.

POR PEPE RODRÍGUEZ

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A TODO EL MUNDO LE GUSTAN UNOS ENTRAÑABLES PERDEDORES Si sois de los que adoráis una buena historia de perdedores, habéis llegado al lugar correcto. El género negro, tanto en la literatura como en el cine, ha creado una serie de personajes malditos, siempre al borde de la ley pero con unos valores morales que se acaban imponiendo contra el mal, que se pasan la vida perdiendo para, al final, en heroica ocasión, acaban haciendo lo correcto aunque eso se les lleve por delante. Los entrañables y adorables perdedores. En el deporte hay de estos en todas las ligas y deportes. Equipos con el marchamo de la derrota como símbolo de su existencia. Cuando ganan la fiesta es inenarrable y cuando pierden... bueno, cuando pierden es lo que hay y sus aficionados, años después, pueden narrar esos momentos desde la felicidad que siempre otorga la nostalgia. Pues bien, si disfrutáis con estas historias, bienvenidos al béisbol, a la MLB, el paraiso en la tierra de las grandes narrativas sobre los que nunca consiguieron sus objetivos y sobre las derrotas perpetuas.

Hay equipos en esta liga, como los Chicago Cubs, que no ganan la competición desde hace 108 años. Cuidado a la broma. Otros, como los Boston Red Sox, tuvieron que esperar más de 80 años para batir a sus grandes rivales, ¡y eso que eran considerados de los más grandes del deporte! Estas situaciones han generado una literatura maravillosa que es parte esencial del goce de seguir el béisbol. Las leyendas, los mitos, las creencias, fingidas o no, en maldiciones paranormales han dado lugar a algunas de las páginas más bellas del periodismo deportivo. Apenas queda un resquicio, en todo Estados Unidos, que no tenga su propia retórica perdedora con un equipo de béisbol que le partió el corazón, a él y a su padre. O a su abuelo también. Esos muchachos que lo rozaron con los dedos, en blanco y negro, pero acabaron fracasando como lo harían sus descendientes. La capacidad de este deporte para generar historias de fracaso no tiene parangón en el mundo entero.

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EL MUNDO ODIA A UN IMPERIO DEL MAL QUE TODO LO DOMINA Y TODO LO PUEDE Ni los Dallas Cowboys, ni Los Angeles Lakers, ni los Boston Celtics, ni... el gran, gran, gran, GRAN Imperio del deporte norteamericano con los New York Yankees. El equipo del barrio del Bronx ha sido tan insultantemente superior a lo largo de la historia de la MLB que el resto de equipos bastante tenían con ponerse a su sombra. Lo que ha sido el Real Madrid en este país, vaya. Tan imponentes fueron, son, que se generó una corriente de odio absoluta por todos los que no eran seguidores de los Yankees de tal manera que se llegó a la gran paradoja: el equipo con más seguidores, de largo, también era el que más detractores tenía, bastante más de largo aún que en número de seguidores. Como el Real Madrid, vaya. Así que si queréis un buen objetivo al que odiar, algo que haga que todas las temporadas tengan sentido pues, a fin de cuentas, es un Yankees contra todos los demás y sólo verles perder ya merece la pena, los ‘Bronx Bombers’ os lo ponen en bandeja.

Porque, chicos, como disfrutan ese rol. Que orgullosos están con ser el objeto de las iras de los 29 equipos restantes, y todas las aficiones combinadas. Ese lado maligno, tan abusón, también resulta muy atractivo, no nos engañemos. Que la gente aún suspira cada vez que Darth Vader entra en escena en la trilogía original de la Guerra de las Galaxias. Claro que a estos no hay quien les destroce la estrella de la muerte. El factor New York Yankees es muy importante para entender la MLB. Acusados no pocas veces de comprar los títulos a base de dinero, de masacrar a sus rivales con un talonario infinito, han caído en la época moderna en una lucha mucho más terrenal en la que yaa son varias las franquicias que les pueden hacer sombra en ese aspecto y, por lo tanto, siguen siendo los más malos pero ya no los que más miedo dan, ni los que son capaces de sostener el éxito de año en año ¿Ha bajado eso el nivel de odio? Claro que no. C omo con el Real Madrid, vaya,

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ESTO NO VA DE UN SEÑOR CON UN PALO DÁNDOLE A UNA BOLA: VA DEL QUE LA LANZA PARA QUE NO LE DÉ Ojo que esto es muy importante. La primera vez que escuché la reflexión que encabeza esta página me quedé petrificado; corrí a ponerme un partido de béisbol y, de repente, como por arte de magia, el asunto cobró sentido inmediato. Como Neo al final de ‘Matrix’, empecé a ver los números, los hilos, ¡el juego! y ya nada fue igual. Me lo comentó un amigo que se fue unos días a Estados Unidos y volvió como los que vuelven del Tibet dando lecciones de filosofía y de entendimiento del universo, sólo que este lo hizo con el béisbol, que es mucho más importante. Y divertido. El caso es que me dijo, nunca lo olvidaré: “no estendemos este juego porque lo estamos viendo mal. Pensamos, en nuestra formación europea, que estamos viendo a un señor con un palo intentando darle a una bola, cuando la realidad es que lo que está sucediendo es que un señor está lanzando una bola, con mucha mala hostia y mucha velocidad, para que el del palo no le dé. Eso, pequeño saltamontes, es el béisbol”.

Ka-bum. Me explotó la cabeza. Ya nada volvió a ser igual y mi nivel de vida social empeoró un poco más porque añadí un nuevo deporte al que dedicar horas y horas y horas. Y horas. Pero es que es completamente cierto. La belleza de un pitcher jugueteando con la psicología del bateador, manoseando la zona de strike a su antojo y engañando a la humanidad en su conjunto es algo que suele pasar desapercibido al que se siente por primera vez, con ojos inocentes, a ver este deporte y se encuentra, pobre de él, que sólo una de cada cuatro veces el tipo que cobra una barbaridad de millones por conectar con el bate a la pelotita logra su objetiv. ¿Qué invento es este? Pues el de las dos partes de la ecuación, el del juego del gato y el ratón. Una vez que se entiende este sencillo concepto que, como cais todo lo obvio, no es fácil discernirlo por uno mismo, el disfrute de ver un partido de béisbol mejora una barbaridad.

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LA PLACIDEZ DE UNA NOCHE DE VERANO CON UNAS CERVEZAS FRESCAS Vamos a usar una de las críticas esenciales al béisbol y, con ladina inteligencia, la vamos a usar en nuestro propio beneficio. ¡Ajá! ¡No contaban con mi astucia! El caso es que el deporte ha sido acusado hasta la extenuación de ser lento, pausado, relajado... un puñetero rollo, vamos. Eso es debido a que el ritmo, innegable, es muy particular, con muchos tiempos en los que parece (sólo parece) que no sucede nada. Además, como la liga es de 162 partidos, oh Dios mío, ¿qué importancia puede tener uno de forma individual en medio de una temporada? Es en este punto donde hay que reivindicar la vida en sí misma, más allá de objetivos inmediatos y mucho, pero mucho, más allá de los rigores de velocidad del mundo moderno. De la misma forma que disfruto, cada vez más, de hacer la comida los fines de semana de forma muy pausada, tomándome mi timpeo y mis aperitivos, al igual que puedo tardar media hora en hacerme un gin tonic y paladearlo trago a trago, adoro el béisbol veraniego.

A ver si os ha pasado esto alguna vez: noche de verano; las ventanas abiertas con muy poca brisa entrando por ellas; ha habido más de 35 grados durante el día y, ahora, medianoche, refresca un mínimo; tirado en el sofá navegas por la tele y, por supuesto, no echan nada; un Ecuador-Perú de la Copa América es en lo que te quedas; mañana no se lo renocorás ni a tu mejor amigo. El béisbol también arregla eso. Uno de los mayores placeres de la temporada es ese periodo veraniego en el que parece que nada pasa. La situación es la misma antes descrita, pero hay un Cubs-Pirates, un TigersIndians, un Giants-Dodgers, y te abres una cerveza mientras te hundes, con placidez, en la rutina cálida, amable, de un turno de bateo tras otro, mientras la noche va discurriendo entre home runs y ddecisiones tácticas en el cambio de pitchers. Tiene valor en sí mismo. Más allá del resultado, más allá de la importancia, es un agradable rato de béisbol en el mejor momento del día.

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LA BELLEZA IMPOSIBLE DE UN PARTIDO PERFECTO

He aquí algo de lo que no pueden presumir otros deportes: la oportunidad de disfrutar de un partido perfecto. Es cierto que en cada juego que se practica en el planeta se puede ser testigo de momentos únicos, inolvidables, que están por encima de cualquier cosa vista con anterioridad. En algunos, incluso, hay unos numeritos llamados récrods que cuando se baten dan mucho gusto y alegran a la parroquia. Pero eso de poder decir ‘he visto un partido perfecto’ es coto exclusivo del béisbol en lo que a las grandes ligas del planeta se refieren, a las que siguen millones de personas. Un partido perfecto se consigue cuando el pitcher llega hasta el final del encuentro y ha conseguido que ningún bateador llegue a base en ninguna de las nueve entradas. Tal hazaña es celebrada por todos los estamentos del deporte y al lanzador, al equipo entero en defensa, que lo consigue se le trata como un verdadero héroe. Estar presente cuando alguien hace algo ‘perfecto’ es un lujo del béisbol.

A lo largo de la historia de la competición, que ya acumula más de 200.000 partidos, tan sólo ha habido 23 encuentros perfectos. El último de ellos tuvo lugar el 15 de agosto de 2012 y lo protagonizó Félix Hernández, de los Seattle Mariners. Aquel año, en 2012, se alinearon los astros para que pudisesmos disfrutar de tres partidos perfectos, algo que no había pasado jamás pues lo máximo habían sido dos en algún año concreto. De hecho, ha habido periodos de hasta 33 años sin que se viera ninguno de estos raros animales por las praderas de los ballparks de América. Una versión reducida, y mucho menos mítica, del partido perfecto es el denominado ‘no-no’, que es un encuentro en el que un equipo no permite al otro ninguna carrera y tampoco ningún hit, aunque los rivales pueden alcanzar base por bolas, por ser gopeados con la pelota o por errores de la defensa. De estos ha habido muchos más, 294 en concreto, el último el pasado 3 de octubre, con Max Scherzer de protagonistas.

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EL SONIDO DEL BATE DESTROZANDO UNA PELOTA Y SACÁNDOLA DEL PLANETA TIERRA Soy un firme defensor de la idea filosófica que indica que para disfrutar de un deporte en profundidad hay que amar, hasta las trancas, todos sus entresijos y las muy diversas formas de ganar que existen. Que competir, por encima de cualquier exigencia estética, es lo esencial y que eso de sentarse a ver ‘espectáculo’ es un error en sí mismo. Vale, sí, lo que tu quieras, pero cuando uno empieza lo que quiere ver es que los números suban en el marcador, cuantas más veces mejor, y que la gente explote de júbilo ante la jugada suprema. Aquello de que el gol es la salsa del fútbol, de que el touchdown es la única estadística relevante en football o de que un mate, o un triple, es por lo que la gente va a una cancha a ver baloncesto y no a apreciar las sutilidades de una defensa zonal 2-3. El béisbo, en ese sentido, cuenta con una de las jugadas supremas más excitantes e imponentes de todos los deportes. Se trata del home run, y merece que le tratemos con el respeto de un Rey.

Amar el home run es muy fácil. Todo comienza con el sonido. Cuando el bateador hace un swing perfecto, poderoso, dando justo en la diana en el momento preciso, el bate golpea con la pelota a una velocidad endiablada y suena un ‘pack’ precioso, emocionante, que hace lucir el mundo para el amante de este juego. Ese mero sonido ya te levanta del sofá, te hace tirar la cerveza y abrir la boca. Sólo unas centésimas de segundo después ves al bateador convencido de lo que ha logrado, mucho antes de ver la bola partir, porque la sensación ya se lo ha dicho; y su gesto, sea exhuberante o contenido, su gesto ya te lo dice todo; se relaja, se abandona al placer del éxito. Le sigue el ‘ooooohhhhh’ del público y la bola desapareciendo de la zona de juego. Si hay suerte incluso desapareciendo del campo y de la capacidad de seguimiento de la cámara. Bang. Que hermosura es un home run. La vuelta al diamante, con la cabeza agachada y la satisfacción en el rostro sólo es la culminación del gran momento.

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EL DEPORTE QUE REINVENTÓ LAS ESTADÍSTICAS PARA SIEMPRE Y AL QUE TODOS LOS DEMÁS SIGUEN Dos de las cosas que se dicen sobre el béisbol, a veces como elogio y otras como crítica, es que es un juego viejo y sencillo. No deja de ser verdad, pues como ya hemos explicado la MLB poco menos que nació con los Estados Unidos, tal y como los conocemos en la actualidad, y la dinámica no tiene grandes complejidades: lanzar, batear, llegar a base. No hay más. Sin embargo, a principios del siglo XXI unos visionarios comenzaron a indagar, a rascar la superficie para tratar de ver que había debajo de lo que se veía a simple vista, y se encontraron un mundo de una tremenda compejidad. Salidos de Harvard, armados con ordenadores, hojas de cálculo, algoritmos y simulaciones, varios teóricos del juego se encontraron con algunos directivos y técnicos hartos de los clichés que arrastraba el béisbol y decidieron innovar. Lo que surgió de aquel movimiento se denominó ‘sabermetrics’, o estadísticas avanzadas y no sólo cambió el béisbol, sino el deporte en general.

De esta manera, el viejo y sencillo juego del bate y la pelota se analizó desde un trillón de estadísticas diferentes, enresevadas, inteligentes y novedosas a partes iguales, que hizo que el mundo entero levantará la ceja con escepticismo. Una década después todo el mundo estaba usando el sistema y los teóricos del football, del baloncesto, muy poco a poco pero están llegando, del fútbol, se zambulleron en esos conceptos para mirar a su propio juego con ojos renovados. Las sabermetrics cambiaron por completo el béisbol. Números como el de carreras impulsadas, incluso el sacrosanto porcentaje de bateo, quedaron relegados ante ideas como la importancia de meterse en base, de sumar lo que algún jugador puede hacer en defensa para las victorias de su equipo y un sinfín de análisis. Nadie que siga el béisbol hoy es ajeno a estas ideas y somos muchos los que vemos los partidos con las páginas estadísticas abiertas para comprender, de verdad, lo que está pasando.

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LAS REGLAS NO ESCRITAS Y EL SABOR DEL VIEJO OESTE

Pero lo dicho anterioremente en el punto siete, todo eso de la modernez y la inteligencia, no debe apartarnos de otro de los grandes activos de la MLB, como es su sabor a whisky sólo, a tabaco de mascar, a vaqueros saludando con el sombrero, al sheriff entrando en el saloon, a Nueva York en blanco y negro, a los más mayores de casa diciéndole a los más pequeños que eso no se hace así sino asá. Que está muy bien la innovación y ser la punta de lanza de la revolución numérica, pero el béisbol es lo que es, y no queremos que sea otra cosa. El 4 de mayo de 1871 se jugó el primer partido de la Asociación Nacional de Béisbol, que después sería la Liga Nacional, la mitad de la actual Major League Baseball (MLB). Ese mismo año, en el mes de noviembre, aún se producían ataques mortales de los indios a los nuevos colonos en el estado de Arizona. Como comprenderéis, la llegada de cualquier equipo a las ciudades para jugar era un acontecimiento para todos los habitantes de la misma.

El béisbol nunca ha abandonado sus raices rudas, pues, y tiene una serie de códigos éticos y de comportamiento que proceden de entonces, que se transmiten de generación en generación y que no están escritos en ninguna parte. no podrían porque, entre otras cosas, serían considerados absurdos en el mundo actual. Por ejemplo, es el único deporte que yo conozca en el que se debate sobre si es lícito celebrar ostentósamente alguna gran jugada. Decidle eso a Cam Newton, Steph Curry o Neymar a ver qué les parece. De la misma forma, hay una ‘omertá’, un código, que lleva a numerosas peleas al cabo del año, con los jugadores de los dos banquillos saliendo a decirse cuatro cosas a la cara por las más peregrinas razones. Y no hablemos de la intencionalidad de algunos pelotazos de los pitchers y de cómo el equipo rival responde a ellos. A pesar de ser un juego, en teoría, sin contacto, las miradas de los pistoleros siguen ofendiendo como a finales del XVIII.

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UN VIAJE POR ESTADOS UNIDOS CON LOS BALLPARKS COMO NEXO DE UNIÓN Una práctica que se ha puesto de moda en época reciente entre los europeos de clase media, y mediana edad también, al viajar a Estados Unidos es programar en su visita la asistencia a un partido. De lo que sea. Sin criterio. Lo mismo sirve NFL que NBA o MLB. De hecho, viene a depender de la época del viaje. No es que me parezca mal, allá cada cual con sus gustos y aficiones, pero sí que quiero añadir que a ese aspecto, totalmente lúdico, se le puede sumar algo con más poso como es el reconocer la importancia de los recintos deportivos en el espíritu y diseño de las ciudades. El espectáculo deportivo es una parte consustancial a la cultura occidental en la actualidad, y los recintos en los que se llevan a cabo estos shows dicen, en muchas ocasiones, tanto de los entornos urbanos y sus gentes como antaño podían ser las iglesias. En ese sentido, la riqueza de los ballparks es absoluta en relación con otros estadios y centros deportivos.

Es probable que tenga que ver con su forma, con que están en los downtowns desde mucho antes que los estadios de football o las modernas arenas de la NBA y el hockey sobre hielo, que pueden formarse coquetas mezclas de arquitectura baja con espacios abiertos, pero la realidad es que un amante del béisbol puede recorrer Estados Unidos con la sensación de esta rvisitando museos dedicados a su deportes favorito. Del PNC Park de Pittsburgh, con los ríos circundándolo, al AT&T Park de San Francisco con sus clásicos tipos en barcas esperando las bolas de los home runs que se escapan del estadio, pasando por Wrigley Field en Chicago o Femway Park en Boston, sin los cuales apenas se puede entender la historia reciente de estas ciudades. O, por supuesto, ¿alguien es capaz de concebir el barrio del Bronx en Nueva York sin el Yankee Stadium, aunque no sea el original sino una réplica en la acera de enfrente? No, por supuesto, a USA se la entiende a través de sus ballparks.

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HAY PARTIDOS TODOS LOS DÍAS, HAY FANTASY TODOS LOS DÍAS, HAY DIVERSIÓN TODOS LOS DÍAS Y la última gran razón para enamorarse de la MLB es que, señores, tenemos partidos todos los días. De hecho, tenemos más de una decena de partidos casi todos los días. Y, por si fuera poco, rara es la jornada en la que no tenemos alguno en horario potable para el público europeo. La temporada regular consta de 162 partidos por cada equipo. La norma es que jueguen seis veces por semana, en un par de series contra sendos rivales. Ya sea siguiendo la competición en su globalidad o a algún equipo en concreto, no pasan dos días sin que no tengas noticias o un partido que llevarte a la boca. Nunca te dejan tirado, compañeros. Es cierto que nos hacen esperar. Entre el final de octubre, cuando las World Series se acaban, y la llegada de abril hay cinco larguísimos meses en los que nos quedamos sin béisbol y, a poco que os enganchéis (que es el objetivo de este artículo, no lo olvidemos) me lo vais a estar echando en cara toda la vida, que os conozco.

Pero en los siete meses de competición tenemos buffet libre. Tanto como queramos. Tal y como sucede con el resto de grandes ligas norteamericanas, y también cada vez más las del resto del mundo, el mundo fantasy es muy importante en el disfrute del seguidor medio y más aún de los que estáis empezando. Como hay partidos todos los días, tenemos que estar pendiente de nuestro equipo casi a diario, y eso le da un plus de diversión muy notable. Es cierto que tal cantidad de encuentros hacen que la liga regular tenga sentido más como un río, como un devenir, con sus meandros, su partes rápidas y sus partes lentas, que como una excitante sucesión de encuentros señalados en los que hay mucho en juego. Pero el hecho de que cada día el pitcher titular sea uno diferente le otorga la diferenciación necesaria a cada duelo. Luego tenemos la guinda final de los playoffs, claro, en la que todos juegan casi todos los días, y eso es un placer muy goloso.