1 Mozart, El Gran Mago - Christian Jacq

Wolfgang Amadeus Mozart es un niño prodigio en busca de «las notas que se aman y crean armonía». Compone sin tregua sona

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Wolfgang Amadeus Mozart es un niño prodigio en busca de «las notas que se aman y crean armonía». Compone sin tregua sonatas, réquiems, óperas…, a pesar de los continuos viajes por Europa, de los malévolos músicos de la corte y de que estaba enfermo. Pero justo cuando está a punto de desfallecer conoce a un extraño personaje: Thamos, conde de Tebas. Con su ayuda, las puertas de los palacios más importantes de Viena, París y Londres se abrirán para el joven compositor. El lector pronto descubrirá que el aliado del artista es el último guardián de un secreto eterno. Ha venido de Egipto para llevar a cabo una misión: encontrar al Gran Mago, aquel cuya obra protegerá a la humanidad del caos. Y el gran príncipe oriental sabe, desde el primer día en que lo vio tocar, que se trata de Mozart. Thamos compartirá conocimientos secretos con los masones de grados superiores, a la vez que irá preparando al artista para su nuevo papel, encargándole composiciones en honor a Isis. Desde ese momento, el hombre y el niño no volverán a separarse. ¿Conseguirá el conde proteger a Mozart de las trampas que le tiendan sus numerosos enemigos?

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Christian Jacq

Mozart. El Gran Mago Mozart - I ePub r1.0 ebookofilo 26.09.13

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Título original: Mozart. Le Grand Magicien Christian Jacq, 2006 Traducción: Manuel Serrat Crespo Editor digital: ebookofilo ePub base r1.0

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Al Batelero

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Todos los esfuerzos que hacemos para conseguir expresar lo profundo de las cosas se hicieron vanos tras la aparición de Mozart. GOETHE

Un corazón nacido para la libertad no se deja tratar nunca como esclavo. Y aunque haya perdido su libertad, conserva aún su orgullo y se ríe del universo. MOZART, El rapto del serrallo

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PREFACIO

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esde que comencé a escribir, cuando tenía trece años, Mozart ha estado presente en mi vida. Mientras escuchaba su música y al tiempo descubría la civilización del antiguo Egipto, yo ignoraba, entonces, hasta qué punto estaban vinculados ambos. Unos años más tarde, abrí una carpeta titulada «Mozart el Egipcio», base de la novela en cuatro tomos que hoy se publica, para evocar la aventura espiritual y la vida secreta de uno de los mayores genios de la historia. Más allá de su compromiso masónico, Mozart fue iniciado en los misterios de Isis y Osiris, revelados en su gran obra, La flauta mágica. Para comprender cómo el músico se convirtió en el hijo y el amado de Isis la Grande, cuyo mensaje espiritual transmitirá, debemos remontamos al año 342 antes de Cristo. La derrota del rey Nectanebo II, vencido por el persa Artajerjes III, señala el final de la trigésima y última dinastía. En adelante, la antigua patria de los faraones no será nunca más independiente, y verá cómo se suceden invasores y ocupantes: persas, griegos, romanos, bizantinos y, por último, árabes, que se apoderarán del país en 639 d. J.C. e impondrán el islam. La agonía fue muy larga, puesto que duró casi un milenio. Los sabios egipcios, previendo la desaparición de su cultura, cubrieron de textos los muros de los grandes templos, como Edfú, Dandara, Kom-Ombo o Filae, y redactaron numerosos papiros. Las cofradías renunciaron a una imposible liberación y se limitaron a sus santuarios. En 383 d. J.C., Teodosio ordenó que se cerraran todos los templos aún activos. Los cristianos los destruyeron o los transformaron en iglesias. Los iniciados se vieron obligados a entrar en la clandestinidad y, luego, a abandonar Egipto, donde la transmisión de los antiguos misterios, ya difícil y peligrosa, se haría imposible tras la conquista árabe. Durante los primeros siglos del cristianismo, su principal competidor fue el culto de Isis, ampliamente extendido por Occidente, e incluso por Rusia. Los expatriados encontraron, así, varios lugares de acogida y prepararon, gracias a las cofradías de constructores, la eclosión del arte medieval. Para mencionar, sólo, un ejemplo significativo, en el portal de la catedral de Gniezen, en Polonia, se relatan episodios de los misterios de Osiris. La iniciación egipcia no se extinguió cuando se cerraron los templos, pues el pensamiento jeroglífico, que contenía «las palabras de los dioses» y

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los rituales en los que se encaman, se transmitió de modo oral y, a la vez, por textos cifrados[1]. Hijo de Thot, maestro de las ciencias sagradas, el hermetismo alimentó las logias de constructores. Cuando terminó la era de las catedrales, los descendientes de los iniciados egipcios formaron círculos de alquimistas que dieron origen a una de las ramas de la francmasonería. Se celebraron allí los antiguos misterios en forma de tres grados: Aprendiz, Compañero y Maestro. El primero revela los elementos creadores de la creación, el segundo la geometría sagrada, el tercero hace revivir el mito de Osiris, rebautizándolo como Hiram. Cuando nace Mozart, en 1756, los distintos movimientos masónicos están en crisis. Algunos aspectos fundamentales de la tradición iniciática han sido desfigurados, abandonados, se han perdido incluso. Y trabajando en un proyecto titulado Thamos, rey de Egipto, el músico, con quien los masones se habían relacionado muy pronto, entra en contacto con el universo iniciático que, desde entonces, será esencial en su vida. Su maestro, el Venerable Ignaz von Born, considera a los sacerdotes egipcios como sus verdaderos antepasados, y emprende investigaciones con las que beneficiará a su discípulo. Tras haber abrazado la Luz de la iniciación en diciembre de 1784, Mozart se fija un objetivo: transmitir lo que ha recibido. En realidad, irá mucho más allá convirtiéndose en el batelero entre Egipto y la francmasonería simbólica. La flauta mágica, con la que alcanza el punto culminante de su carrera, abre camino para el arte real, el matrimonio del Fuego y el Agua, del Hombre y de la Mujer. Esta ópera ritual ilumina los misterios de Isis y de Osiris, clave de la tradición iniciática. Y la obra de Mozart resiste el paso del tiempo, como un templo «construido con hermosas piedras de eternidad». CHRISTIAN JACQ

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1 Alto Egipto, 1756

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ecididos a degollar al joven monje, los diez mamelucos se arrojaron sobre su víctima. Desarmada, sólo opondría una irrisoria resistencia a aquellos asesinos profesionales al servicio de un pequeño tirano local que alentaba sus fechorías. ¿Cómo Thamos, el joven monje, podría haber imaginado que allí, en pleno desierto, sería atacado por una banda de asesinos? Por lo común, meditaba de cara al poniente rememorando las enseñanzas de su venerado maestro, el abad Hermes, un anciano de sorprendente vitalidad. El tiempo desaparecía bajo la arena de las dunas; el sabor de la eternidad brotaba de la inmensidad silenciosa, apenas turbada por el vuelo de los ibis. Thamos corrió hasta perder el aliento. Puesto que tenía una importante ventaja, el conocimiento del terreno, sacó de ella el máximo beneficio. De un brinco digno de una gacela, cruzó el lecho seco de un uadi y, luego, trepó por la pedregosa ladera de una colina. Sus perseguidores, demasiado gruesos, sudaban la gota gorda. Uno de ellos se torció un tobillo, y arrastró en su caída a tres de sus compañeros. Los demás se ensañaron con él, vociferando contra aquella maldita presa de inagotable aliento. Thamos flanqueó una extensión de arena blanda en la que se hundieron dos mamelucos, socorridos por sus congéneres. Furioso, un obstinado no renunció: cuando vio que el monje se le escapaba, lanzó colérico su sable. El arma falló por poco su blanco. Thamos corrió mucho tiempo aún, evitando dirigirse hacia el monasterio, pues no quería ponerlo en peligro. Sin aliento ya, se arrodilló al pie de una acacia e invocó a Dios. Sin Él no habría escapado a aquellos depredadores. Cuando hubo recuperado el resuello, el joven volvió sobre sus pasos y se aseguró de que los mamelucos hubieran dado marcha atrás. Acostumbrados a victorias fáciles, temían a los demonios del desierto y detestaban permanecer allí. Al caer la noche, Thamos regresó al monasterio fortificado de San www.lectulandia.com - Página 9

Mercurio, donde, desde su infancia, vivía en compañía de otros once hermanos, ancianos ya. Dio tres golpes a la pesada puerta de madera y vio aparecer al guardián del umbral en lo alto de la muralla. A la luz de una antorcha, éste identificó al recién llegado. —¡Por fin! ¿Qué ha ocurrido? —He escapado de una pandilla de agresores. El guardián del umbral abandonó su puesto de observación para entreabrir la puerta del monasterio, y llevó a Thamos hasta el abad Hermes, que estaba leyendo un papiro repleto de jeroglíficos. El anciano tenía casi cien años y pocas veces salía ya de su celda, transformada en biblioteca. En los anaqueles, descansaban textos que databan de la época en que los faraones gobernaban un Egipto próspero y radiante. En aquellos tiempos de desolación, el Imperio otomano reinaba tiránicamente. Aniquilada Bizancio, había conquistado Oriente Próximo y amenazaba Europa. Verdad absoluta y definitiva, ¿no debía el islam imponerse al mundo entero? El poder militar turco sabría hacerlo triunfar. Egipto agonizaba, abrumado por los impuestos, martirizado. El pachá dejaba que actuaran los beys de El Cairo, explotadores a la cabeza de milicias armadas que se pasaban el tiempo matándose entre sí. Ahora predominaba la de los mamelucos, implacable y bien equipada. Miseria, hambre y epidemias estrangulaban las Dos Tierras, el Alto y el Bajo Egipto, y la gloriosa Alejandría ya sólo contaba con ocho mil habitantes. Desde la invasión árabe del siglo séptimo, el monasterio de San Mercurio parecía olvidado por unos bárbaros que habían destruido gran cantidad de antiguos templos, habían cubierto con velos los rostros de las mujeres, consideradas ahora como criaturas inferiores, y habían arrasado las viñas. En aquel apartado paraje, san Mercurio protegía a la pequeña comunidad. Persuadidos de que sus dos espadas, bajando del cielo, podían cortarles el gaznate, los saqueadores no se atrevían a atacar. Conteniendo sus palabras, Thamos relató su desventura al abad. —Se acerca la hora —decidió el anciano—. San Mercurio no nos salvará por mucho tiempo ya. —¿Tendremos que partir, padre? —Tú, hijo mío, tú partirás. Nosotros nos quedaremos. —¡Os defenderé hasta que sólo me quede una gota de sangre!

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—No, cumplirás una misión mucho más importante. Acompáñame al laboratorio. Desde la matanza de la última comunidad de sacerdotes y sacerdotisas egipcios, en Filae, la isla de Isis, no se había grabado texto jeroglífico alguno. Los secretos de la lengua mágica de los faraones parecían perdidos para siempre. Sin embargo, se habían transmitido de boca de maestro a oído de discípulo, y el abad Hermes era el último eslabón de la cadena. —Nos matarán e incendiarán el monasterio —predijo—. Antes, enterraremos nuestros tesoros en las arenas. Y voy a revelarte las últimas fases de la Gran Obra para que la tradición no quede interrumpida. El laboratorio era una pequeña estancia que parecía la cámara de resurrección de las pirámides del Imperio Antiguo. En los muros, fórmulas jeroglíficas que recordaban el modo como Isis había enseñado la alquimia a Horus, devolviendo la vida a Osiris asesinado. Osiris, unidad primordial reconstituida tras su dispersión en la materia, triunfo de la luz sobre las tinieblas, sol que renace en el corazón de la noche. —La cebada puede transformarse en oro —indicó el abad—, la piedra filosofal es Osiris. Los jeroglíficos te dan un conocimiento intuitivo, capaz de abarcar la totalidad de lo real, visible e invisible. Contempla la obra de Isis. Thamos asistió a la consumación de la vía breve, deslumbramiento de un instante de eternidad, y de la vía larga, matrimonio del espíritu y la materia al cabo de un largo proceso ritual. El joven monje grabó en su corazón las palabras de poder. —Tras mil quinientos años de espera —declaró el abad Hermes—, Osiris permite al Gran Mago renacer y encarnarse en el cuerpo de un humano, pero no aquí. Su espíritu ha elegido las frías tierras del Norte. Donde aparezca, estará privado de la indispensable energía de nuestra Gran Madre. Por eso tendrás que transmitirle la sabiduría de Isis y el Libro de Thot. Ayudarás al Gran Mago a construirse hasta que sea capaz de transmitir, a su vez, el secreto de la iniciación e iluminar las tinieblas. Thamos palideció. —Padre, yo… —No tienes elección, hijo mío. O tienes éxito, o los dioses se alejarán para siempre de esta tierra y Osiris ya no resucitará. Gracias a la alquimia, sabrás viajar, satisfacer tus necesidades, cuidarte y hablar distintas lenguas. —¡Me gustaría tanto permanecer aquí, con vosotros!

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—Oraremos juntos, por última vez, y partirás. Encuentra al Gran Mago, Thamos, protégelo y permítele crear la obra que será la esperanza.

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2 Salzburgo, 27 de enero de 1756

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inámico, con paso marcial, desafiando los fríos del invierno, el maestro de violín Leopold Mozart no aparentaba sus treinta y siete años. Originario de Augsburgo, hijo mayor de una familia numerosa y sin fortuna cuyos antepasados eran albañiles y canteros, había aprendido griego y latín, había cursado estudios de derecho y teología en la Facultad de Salzburgo, antes de optar por una carrera de músico doméstico, primero al servicio del conde de Thurn und Taxis, luego del príncipearzobispo. Compositor e intérprete, se había casado el 21 de noviembre de 1747 con la deliciosa Anna-Maria Pertl. ¡La pareja más hermosa de Salzburgo!, según la opinión general. Leopold Mozart, que sentía curiosidad por todo, poseía un microscopio y un telescopio astronómico, se disponía a publicar una obra de referencia, La escuela del violín[2], para transmitir su técnica y su experiencia a las generaciones futuras. Padre muy pronto de un séptimo hijo, esperaba que fuera el segundo en sobrevivir, tras su hija Nannerl, de cuatro años de edad. Algún día, tal vez, la ciencia explicaría por qué morían tantos recién nacidos. Entretanto, era preciso confiar en la voluntad de Dios y en la fertilidad de las madres. Leopold adoraba Salzburgo, ciudad anexionada a Baviera pero principado eclesiástico independiente y sede arzobispal. Allí reinaba la paz, mientras la guerra desgarraba Europa enfrentando a franceses, ingleses y prusianos. La ciudad estaba atravesada por el rápido y tumultuoso río Salzach, y se levantaba en el corazón de un circo de montañas y bosques. Orgullosa de sus siete colinas y de su patrimonio cultural que le valían el nombre de «segunda Roma», y poblada por diez mil habitantes, Salzburgo, «la fortaleza de la sal», alardeaba de su singularidad.

Vastas plazas, estrechas callejas, iglesias, monasterios, castillos, palacios, casas burguesas ilustraban la opulencia del principado, donde la ópera, importada de Venecia, había sonado por primera vez en 1616. Leopold servía al conde Segismundo Cristóbal von Schrattenbach, www.lectulandia.com - Página 13

primado de Germania y representante del papa en la Dieta del Santo Imperio romano germánico. Hostil al protestantismo en una ciudad profundamente marcada por los benedictinos, el poderoso personaje apreciaba la música agradable y de buen gusto. Toda la vida salzburguesa se centraba en su corte, brillante y cultivada, venerada por la pequeña nobleza, los burgueses acomodados, los funcionarios y el bajo clero. Aquella armoniosa sociedad se adaptaba perfectamente a Leopold, que estaba encantado de gozar de los favores de tan buen príncipe. No obstante, esa situación privilegiada no disipaba su principal angustia: ¿daría a luz su querida esposa a un niño sano y se restablecería? Nacida el día de Navidad de 1720, Anna-Maria era una excelente ama de casa. Vivir sin ella sería una dura prueba. ¿Pero por qué ceder al pesimismo? El embarazo había transcurrido sin el menor incidente, y el médico de la familia se mostraba tranquilizador. ¿Acaso la vigorosa salud de Anna-Maria y su fuerte apetito no garantizaban un feliz acontecimiento? Perdido en sus pensamientos, Leopold Mozart se topó con un hombrecillo vestido de gris. —Perdonadme, me siento un poco turbado. —Nada grave, espero. —No, no… Mi esposa no tardará ya en dar a luz. —Enhorabuena. Os deseo mucha felicidad, señor… ¿Señor? —Mozart, músico de la corte del príncipe-arzobispo. —Encantado de conoceros. Que el destino os sea favorable. Leopold se alejó a grandes zancadas. Luchando contra el helado viento, no había pensado en preguntar el nombre del viandante. ¿Pero qué importaba eso en esa difícil jomada? El hombrecillo de gris era un joven policía a las órdenes de la corona de Austria. Joseph Anton, conde de Pergen, padecía una obsesión: la creciente influencia de las sociedades secretas. Perfectamente de acuerdo con la emperatriz María Teresa, que detestaba a los francmasones, Anton quería convertirse en el especialista en esas inquietantes fuerzas. ¿Acaso su inconfesable fin no consistía en derribar el trono y conquistar el poder, destruyendo la religión, la moral y la sociedad? Muy pocos ministros y dignatarios eran conscientes del peligro. Algunos incluso consideraban a Anton como a un maníaco, pero al policía no le preocupaban esas críticas. Día tras día, tramaba expedientes y tejía una red de informadores capaces de proporcionarle datos valiosísimos. Por desgracia, sus superiores le ponían palos en las ruedas. Ellos no creían en

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una conspiración, y consideraban a los francmasones y a sus semejantes como simples soñadores. ¿Acaso no ocultaban, tras los ritos y los símbolos, un temible deseo de poder? Si nadie les cerraba el camino, acabarían triunfando. Joseph Anton consagraría su existencia a combatirlos e impedirles hacer daño. Pero sería necesario trepar en la jerarquía administrativa y disponer de más medios. Paciente y metódico, lo lograría. Hombre de despacho y de acción al mismo tiempo, realizaba personalmente las investigaciones delicadas. Por eso se encontraba en Salzburgo, donde, según un jesuita por lo general bien informado, unos conspiradores pertenecientes al movimiento ocultista de la Rosacruz, más o menos vinculados a la francmasonería, organizaban una reunión excepcional. Pretendiéndose católicos, los rosacruces eran sospechosos de practicar turbias ciencias, como la alquimia. Obedeciendo a unos superiores desconocidos, ocultos bajo nombres de guerra, sin duda no se limitaban a confusas experiencias en laboratorios de pacotilla. Descubrirlos planteaba serios problemas, pues Anton no había avisado de su gestión al príncipe-arzobispo. Salzburgo, principado independiente, no era territorio austríaco. Y su señor no habría apreciado en absoluto que un policía vienés osara prescindir de sus prerrogativas. De modo que Anton actuaba solo. Una situación incómoda que podría traducirse en un fracaso. Pero el conde preveía un camino largo y sembrado de celadas. Sólo una obstinación infalible le permitiría demostrar a las autoridades lo bien fundado de su teoría. A pesar de la ausencia de pruebas formales, Anton estaba convencido de que aquellos rosacruces utilizaban a los francmasones, de los que tanto desconfiaba la emperatriz. Si esas diversas facciones conseguían reunirse bajo la férula de un verdadero jefe, su capacidad para hacer daño sería terrorífica. El policía contempló largo rato la casa sospechosa, un edificio austero e imponente. Ninguna ventana iluminada. Durante más de una hora, nadie entró ni salió. Pese al frío y la nieve, Anton montó guardia. Intrigado, se acercó. Tras haber vacilado, empujó la puerta. El interior estaba en obras, inhabitable. Allí no podía celebrarse ninguna reunión. Entonces, Joseph Anton dudó. Dudó de su informador, de la existencia de los rosacruces, del deseo de los francmasones de perjudicar al imperio, de sus propias convicciones. Helado, el hombrecillo gris abandonó el lugar y tomó de nuevo el camino

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de Viena.

Leopold iba de un lado a otro, pasando y volviendo a pasar ante un cuadro que representaba a san Juan Nepomuceno, que se encargaba de proteger a sus fieles contra la maledicencia. A su lado, en una cómoda, había una figura de cera del Niño Jesús, bendecida en la iglesia de Santa María de Loreto. Hasta ahora, el mejor remedio contra las jaquecas. —¿Mamá va a darme un hermanito? —preguntó Nannerl, tirando de la manga de su padre. —Dios decidirá. —¿Dios lo decide todo? —Claro. —Entonces, voy a rezar. Leopold soñaba con tener un hijo. Sucediera lo que sucediese, sería su último hijo. A los treinta y seis años, su esposa corría un gran riesgo dando a luz por séptima vez. Nervioso, pellizcó las cuerdas de su violín preferido, como si la magia de las notas pudiera ayudar a Anna-Maria a superar la prueba. A las ocho de la tarde de aquel 27 de enero de 1756, los gritos de un recién nacido llenaron el apartamento. Con la sonrisa en los labios, la comadrona salió de la habitación. —La madre y el niño están bien. Es un varón. Tiene sólo un pequeño problema, pero no es en absoluto grave. —¿Cuál? —En la oreja izquierda, le falta el caracol, una circunvolución habitual. Pero eso no le impedirá oír. Bueno, voy a encargarme de la mamá y el bebé. Como el médico recomienda, lo alimentaremos con agua y no con leche. Nannerl se arrojó al cuello de su padre. —¡Dios y mamá me han dado un hermanito! —exclamó. —Se llamará Johannes Chrysostomus Wolfgang Gottlieb —decidió Leopold. El padre había vacilado entre el latín Theophilus y el alemán Gottlieb, pero ambos nombres tenían el mismo significado: «El amado de Dios».

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3 Salzburgo, 1761

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on su más hermosa caligrafía, Leopold Mozart anotó en la partitura: «Wolfgang ha aprendido este minueto y este trío en media hora, el 26 de enero de 1761, un día antes de su quinto aniversario, a las nueve y media de la noche». Aprender, aprender, aprender… ¡El chiquillo sólo pensaba en eso! Y sabía tocar música antes de saber leer. Leopold, compositor oficial de la corte de Sálzburgo desde 1757, había decidido encargarse personalmente de la educación de su progenie y, sobre todo, de su formación musical. En el fondo, componer le interesaba menos que llevar hasta la madurez a aquel pequeño prodigio, tan distinto de los demás niños. Unas veces era sólo un chiquillo, otras la expresión de un poder superior cuya magnitud sorprendía cada vez más a un padre admirado e inquieto al mismo tiempo. ¿Pero a quién confiárselo? Los religiosos desconfiaban de los genios, inspirados a veces por el demonio, y Leopold no ganaba bastante para pagar a un preceptor. Y si Wolfgang confirmaba sus dotes musicales, ¿no sería su mejor profesor el primer violinista de la corte? Anna-Maria no se hacía tantas preguntas. Feliz viendo crecer a sus hijos, velaba por la buena marcha de la casa. Gracias a ella, nadie carecía de nada. ¿No se anunciaba risueño el porvenir?

Viena, marzo de 1761 Reunidos en una taberna, los cinco francmasones habían pertenecido a una logia[3] cuya existencia se había limitado a menos de un año. Desde 1743, la emperatriz María Teresa perseguía furiosamente cualquier manifestación masónica, que consideraba contraria a las buenas costumbres e incompatible con la necesaria supremacía de la Iglesia. Desafiando los rayos del poder, los cinco hermanos querían fundar una nueva logia en Viena. Cada uno de ellos tendría que comprometerse a guardar silencio sobre sus actividades rituales.

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—Dispongo de un local discreto —dijo el de más edad, un aristócrata arruinado. —¿Qué solución debemos adoptar? —preguntó un hermano que trabajaba en los establos imperiales. —Hagamos hincapié en la generosidad. Frente al oscurantismo, sepamos dar lo mejor de nosotros mismos. La aprobación fue unánime. Y el cenáculo formuló gran cantidad de entusiasmantes proyectos. De pronto, la taberna les pareció extrañamente silenciosa. Salvo ellos, no quedaba ningún cliente ya. Absortos en su discusión, no habían advertido la progresiva marcha de los bebedores. Un hombrecillo de gris cruzó la sala, mal iluminada, y se plantó ante ellos. —Pertenecéis todos a la francmasonería, ¿no es cierto? —¿Quién sois? —Un policía encargado de velar por el mantenimiento del orden público. —¡Nosotros no lo amenazamos! —Pues yo estoy convencido de lo contrario —afirmó Joseph Anton. —¿En qué pruebas se basa tan grave acusación? —Muchos indicios concuerdan. ¿Debo recordaros que su majestad la emperatriz no aprecia en absoluto vuestras posturas? —Somos fieles súbditos de su majestad, respetuosos con las leyes de nuestro país, y dispuestos a defenderlo contra cualquier agresor. Joseph Anton sonrió. —Celebro oíroslo decir. Tales palabras deberían tranquilizarme. —¿Por qué… «deberían»? —Porque un francmasón es, de entrada, un francmasón, y debe primero lealtad a su orden. —¿Nos tratáis de mentirosos? —Vuestra retórica no me engaña, señores. Hace mucho tiempo que las más encendidas declaraciones no me impresionan ya. Sólo mis expedientes son dignos de fe. Los cinco hermanos se levantaron a la vez. —Somos hombres libres y saldremos libremente de esta taberna. —No os lo impediré. —No tenéis, pues, nada que reprocharnos. —Todavía no, pero no intentéis fundar una nueva logia sin la explícita autorización de las autoridades —recomendó con sequedad Joseph Anton

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—. Todos estáis fichados, sois sospechosos. Al menor paso en falso, la justicia se encargará de vosotros. Sed razonables y olvidad la francmasonería. En nuestro país, no tiene porvenir alguno.

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4 Praga, Pascua de 1761

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n hermoso sol se levantó sobre una campiña primaveral. En las proximidades de la puerta oriental de la ciudad, un hombre de mediana edad, muy abrigado, recogía plantas silvestres. Percibiendo una presencia, dejó su recolección y se incorporó. Ante él, a una decena de pasos, vio a un personaje elegante, con buena planta, de rostro grave y mirada intensa. —Salud, hermano. Soy de la Rosa y el Oro. —Y yo de la Cruz. Juntos, pronunciaron entonces la fórmula de reconocimiento: «Sea bendecido el Señor nuestro Dios que nos dio nuestro símbolo». El extranjero desabrochó su ropa y mostró una joya compuesta por una cruz y una rosa, colgando de una cinta de seda azul y sujeta al lado izquierdo. El herborista se acercó y desveló la misma joya, de color rojo. Ambos hombres pertenecían, pues, a la misma fraternidad secreta de la Rosacruz de Oro. —Mi nombre es Thamos, conde de Tebas, y solicito ser recibido en tu logia[4]. —¿Cómo conoces su existencia? —¿Acaso no se basa en un libro titulado La verdadera y perfecta preparación de la piedra filosofal? El herborista quedó impresionado. —¿Lo has… consultado? —El libro procede de Egipto, mi patria. El interlocutor de Thamos sintió una profunda desconfianza. Ciertamente, el extraño personaje conocía el proceso de reconocimiento, la fecha en la que podía ser celebrado y el título exacto del libro secreto de la cofradía. ¿Pero no sería un impostor enviado por la policía de Viena? —¿Acaso dudas de mí? —preguntó Thamos. —Dada la situación, debemos mostramos muy prudentes. —Lo comprendo. ¿Pero no prefiere morir un iniciado antes que revelar los secretos de la Gran Obra? El herborista, desconcertado, llevó al extranjero hasta el meollo del www.lectulandia.com - Página 20

barrio de los alquimistas, joya de la vieja Praga. Allí, la policía imperial no disponía de chivato alguno. Si el hombre era un simulador, nadie acudiría en su ayuda. Entraron en una hermosa casa de piedra cuya puerta se cerraba sin hacer ruido. Un guardián cerró el paso a los recién llegados. —He aquí el hermano Thamos —declaró el herborista. —¿Ha sido recibido regularmente en la orden? —He vivido los grados[5] de la Rosacruz de Oro —declaró Thamos. —¿Dónde vive el mago supremo? —En lo visible y lo invisible. —¿Cuál es su número? —El siete. —Si realmente has viajado en espíritu, muéstrame la piedra que posees en su forma aceitosa. —Cuando un hermano se desplaza, la piedra filosofal debe ser reducida a polvo[6]. —¿Puedes cambiarla por el tesoro de nuestra logia? —Puedo dártela, ni venderla ni cambiarla. Todas las respuestas del egipcio eran correctas. —¿Dónde fuiste iniciado? —Tres hermanos de Escocia fundaron, en 1196, la Orden de los Arquitectos de Oriente, y sus descendientes se instalaron en Egipto, donde los sabios conservaron el secreto de las palabras de poder. Allí recibí yo la enseñanza. El guardián desapareció y se abrió la puerta de un templo bañado en una luz tamizada. —Tras tan largo viaje, hermano mío, abrévate en la fuente — recomendó una voz dulce. Seis adeptos de la Rosacruz de Oro entregaron a su huésped una hoja de palma, como signo de paz, y cada uno lo besó tres veces. Thamos juró guardar un silencio absoluto antes de ser revestido con el «hábito pontificio» y de arrodillarse ante el Imperator, el maestro de la cofradía cuyo nombre era desconocido. Un ritualista cortó siete mechones de los cabellos del egipcio y los puso en siete sobres sellados, ofrendas destinadas al fogón alquímico. Juntos, los iniciados celebraron las alabanzas del Creador antes de beber el vino en la misma copa y compartir el pan. —Hermano de la Rosa —preguntó el Imperator, un sexagenario de

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negros ojos—, ¿eres acaso uno de los Superiores desconocidos, enviado por el abad Hermes? —Me confió la misión de buscar al Gran Mago. —¿Ha… resucitado? —Sí, pero ignoro dónde y con qué nombre. He venido, pues, a solicitar vuestra ayuda. ¿Habéis oído hablar de hazañas sorprendentes llevadas a cabo por un individuo excepcional? El Imperator reflexionó largo rato. —Los miembros de la Rosacruz de Oro no son individuos ordinarios, pero ninguno de ellos ha llevado a cabo hazañas. Nos limitamos a practicar la alquimia en el mayor secreto y a celebrar nuestros ritos. —Entonces, el Gran Mago no se encuentra entre vosotros. —Me temo que no. —Exploraré las logias masónicas, pues, comenzando por las de Viena. —No te lo aconsejo, Thamos. —¿Por qué razón? —La emperatriz María Teresa se muestra muy hostil a la francmasonería, cuyos elementos más relevantes se han adherido o se adherirán a nuestra orden. No tienes posibilidad alguna de descubrir ahí al Gran Mago. —¡Aunque sólo hubiera una, lo intentaría! Por la mirada del Imperator, Thamos sintió que no creía en su éxito. —Los tiempos son oscuros —consideró el Maestro de la Rosacruz de Oro—. Aunque el Gran Mago haya nacido, será reducido. Y si las fuerzas de destrucción identifican a un Superior desconocido, te aniquilarán.

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5 Salzburgo, enero de 1762

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ois vos el que toca, señor Mozart? —se extrañó la cocinera, abandonando sus fogones para mejor escuchar una deliciosa música. —No, es Wolfgang —respondió Leopold con gravedad—. Ha compuesto un minueto que casi se aguanta. —¡Engendrasteis un genio! —Volved a preparar la comida, os lo ruego. «Un genio», masculló la cocinera mientras Leopold anotaba los primeros compases del chiquillo en el fino cuaderno de Nannerl[7]. Era evidente que la educación dispensada por Leopold daba excelentes resultados. Wolfgang adoraba las matemáticas, nunca refunfuñaba ante el trabajo y sólo pensaba en aprender. ¿No merecía ser reconocido tanto talento? Cuando sus dos hijos acababan de dormirse, Leopold confió a su esposa un gran proyecto. —Wolfgang y Nannerl están ya listos —declaró con gravedad. —¿Listos para qué? —Para viajar. —Viajar… ¿Para ir adónde? —A Munich. Actuarán en la corte del príncipe-elector Maximiliano III y obtendrán un gran éxito. —¿No necesitan la autorización del príncipe-arzobispo de Salzburgo? —Está todo arreglado. —El frío, las malas carreteras, la salud de los niños… —Tranquilízate, llevaré los remedios necesarios contra el enfriamiento, el dolor de garganta y la otitis. No resistirán nuestro polvo negro y el té de flor de saúco. Además… Munich será sólo una primera etapa. —¡Una primera etapa! ¿Adónde piensas ir, luego? —Si todo va bien en Munich, prepararemos un viaje a Viena. Cuando la emperatriz y la corte oigan alabanzas con respecto a dos niños prodigio, desearán escucharlos. La carrera de Wolfgang y de Nannerl habrá empezado, y podremos conquistar Europa. —Europa… ¿No será demasiado grande? www.lectulandia.com - Página 23

Leopold tomó con ternura las manos de Anna-Maria. —Confía en mí, a la familia Mozart le aguarda un destino glorioso.

Viena, octubre de 1762 El plan de Leopold se desarrollaba como había previsto. Las tres semanas pasadas en Munich se habían visto coronadas por el éxito, y el boca a oído funcionaba a las mil maravillas. A sus seis años, el pequeño Wolfgang de buena gana habría pasado noches enteras tocando el piano y componiendo. De marzo a septiembre habían nacido varios minuetos para clave. Leopold procuraba hacerlos audibles, y sentía especial afecto por un allegro[8] que comprendía un tema, un desarrollo y algunas variaciones sobre el primer tema. Atento a la evolución de las formas musicales, enseñaba así a su hijo una arquitectura relativamente nueva y poco explotada. Buen pedagogo, Leopold estaba siempre atento a los hallazgos de sus colegas. ¡Qué orgullo, el 18 de septiembre, cuando el padre y sus dos hijos subieron a un coche con destino a Viena! Ese segundo viaje, Leopold lo presentía, sería el de un triunfo que abriría todas las puertas a su progenie. Tras persistentes rumores, la nobleza vienesa aguardaba con impaciencia a los dos pequeños prodigios. Sin duda, tocarían en los salones más encopetados, pero Leopold alimentaba otra ambición: ser recibido en el castillo de Schönbrunn. Gracias a Lorenz Hagenauer, su rico propietario y admirador de Wolfgang, Leopold disponía del dinero necesario para asumir los gastos de transporte y de albergue. Luego, tendría que actuar el talento. Aquel 6 de octubre de 1762, Wolfgang descubría Viena, una ciudad imponente de doscientos mil habitantes. Su centro histórico, que albergaba cinco mil quinientas casas altas, se protegía tras unas fortificaciones que bajaban de la Explanada, una vasta extensión verde donde estaba prohibido construir. La grandiosa catedral de San Esteban dominaba la ciudad, en cuya plaza principal, el Graben, había siempre una gran animación. Más de cuatro mil carrozas y coches circulaban por las calles donde a los viandantes les gustaba presumir, vestidos a la última moda. Los Mozart fueron de inmediato presa de un torbellino mundano. Yendo de salón en salón, Wolfgang y Nannerl se convirtieron, en pocos www.lectulandia.com - Página 24

días, en verdaderas estrellas que todos se disputaban. Y fue en casa del vicecanciller Colloredo, padre de un hombre de Iglesia al que se prometía una brillante carrera, donde se anunció la tan esperada noticia: invitaban a los Mozart a Schónbrunn, el 13 de octubre a las tres de la tarde.

Viena, 13 de octubre de 1762 Guardando aún en su memoria la música del Orfeo de Gluck[9], que se había representado por primera vez en Viena el día 10, Leopold descubrió Schönbrunn, cuyo nombre significaba «hermosa fuente». Con sus avenidas arboladas, sus jardines, sus cenadores y sus fuentes, la propiedad lo hacía pensar en Versalles. La emperatriz María Teresa se felicitaba por haber embellecido el parque y el castillo, provisto de un zoológico, un jardín botánico y un nuevo teatro. Sin embargo, no había frivolidad alguna, como en Francia, pues el corregente José II detestaba el lujo y los gastos inútiles. ¿Acaso no se murmuraba que sus caballos vivían mejor que él? En Schönbrunn había muy pocos cortesanos. Allí nadie se divertía, todo el mundo trabajaba. Los conciertos formaban parte, sin embargo, de la cultura vienesa, y la corte no se mostraba indiferente a los nuevos talentos. Wolfgang, tan hábil tocando con las manos cubiertas por un paño como descifrando una partitura difícil, encantó a su auditorio. Lo sorprendió al quejarse de un archiduque que desafinaba con el violín, y lo enterneció cuando resbaló por el suelo encerado y fue socorrido por la princesa María Antonieta, a la que dijo: «¡Me casaré contigo cuando sea mayor!». La emperatriz María Teresa besó a aquel chiquillo que acababa de sentarse en sus rodillas y le preguntó por qué quería casarse con María Antonieta. «Para recompensarla —explicó con seriedad Wolfgang—, porque ha sido buena conmigo». Al finalizar la audiencia, a las seis de la tarde, el hijo de Leopold Mozart había conquistado la corte de Viena.

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6 Viena, 21 de octubre de 1762

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ate prisa, Wolfgang, o llegaremos tarde! —No me encuentro bien, papá. —¡Es un concierto importante, ya lo sabes! ¿No vas a fallar ahora? —Pero es que no me encuentro bien… Me duele todo. Leopold puso la mano en la frente del chiquillo. Estaba ardiendo. Con aquella fiebre, no sería capaz de demostrar su habitual virtuosismo. Puesto que Nannerl se encontraba bien de salud, ella daría el espectáculo. Un médico bastante caro, al que llamaron urgentemente, diagnosticó escarlatina y un malestar general, debido al agotamiento. Se imponían varias semanas de descanso. Contrariado, Leopold lo aceptó. El tratamiento le costó una suma considerable, cincuenta ducados[10], eso sin contar lo que dejaron de ganar a causa de la anulación de varios conciertos. «La felicidad es frágil como el cristal —masculló—. ¡Qué pronto se rompe una jarra de vinagre!». Deshaciéndose en excusas ante las altas personalidades, decepcionadas al no tener su concierto privado, Leopold empujó a Nannerl hacia adelante, pero ella carecía de la magia de su hermano. Con él, ella brillaba. Sin él, quedaba apagada. Leopold cuidó activamente a Wolfgang y no apresuró su convalecencia. Temiendo una recaída que pudiera resultar fatal, esperó hasta que su hijo estuvo completamente restablecido.

Su curación se vio acompañada, en diciembre, por un acontecimiento extraordinario. A los seis años de edad, Wolfgang compuso, él solo, un minueto para clave[11]. No se trataba de un ejercicio de escolar, ni de una obrita carente de interés, sino de una verdadera primera obra, basada en el desarrollo de una sola frase. www.lectulandia.com - Página 26

Conmovido, Leopold no manifestó sus sentimientos. Sin embargo, en ese instante tomó una de las decisiones fundamentales de su existencia: consagrarse por entero a la carrera de un genio, su propio hijo. Y dicha abnegación implicaba renunciar a sus ambiciones de compositor. Ciertamente, compondría aún, por encargo, melodías de circunstancias, pero no sobrepasaría ni igualaría el brillo oculto en las notas de la primera obra de aquel niño. Cuando Wolfgang estuvo restablecido, Leopold volvió a ponerse en contacto con la nobleza de Viena para planificar una nueva serie de conciertos. Pero, con gran sorpresa por su parte, sólo encontró una aco¬gida reservada, indiferencia incluso. Pasada la decepción, Viena buscaba otras diversiones al acercarse las fiestas de fin de año. Para evitar gastos de estancia suplementarios, Leopold se limitó a unas pocas prestaciones sin eco alguno y decidió regresar a Salzburgo.

Munich, finales de diciembre de 1762 Thamos proseguía con sus investigaciones. Nunca dudó de su cometido, pues el abad Hermes no había podido equivocarse. El frío era lo más difícil de soportar, y, gracias al elixir alquímico, evitaba la enfermedad. Cuando sus recursos financieros amenazaban con agotarse, utilizaba uno de los laboratorios de los rosacruces para fabricar oro. Durante un concierto en un salón de Munich, encontró la mirada de un hombre distinto de los demás. De ojos vivaces, se desinteresaba de la fácil música que destilaba un clavecinista poco inspirado y no dejaba de mirar al egipcio. Al finalizar el concierto, se acercó a él. —Tobías Philippe von Gebler. No tengo el honor de conoceros. —Thamos, conde de Tebas. —Tebas… ¿Dónde se encuentra ese principado? —En Oriente. —¿Os complacéis visitando esta hermosa ciudad, pese a los rigores del invierno? —Salvo cuando llueve, como ahora. Concluía una soberbia jomada. El sol poniente aureolaba de rosa las escasas nubes. La mirada de Gebler cambió. www.lectulandia.com - Página 27

—Salgamos de aquí, hermano, y caminemos un poco. Ningún oído indiscreto podrá oímos. Tras haberse despedido de su anfitrión, los dos hombres tomaron una calleja tranquila donde les sería fácil descubrir a un eventual perseguidor. —¿De dónde venís? —preguntó Gebler. —De una logia de San Juan[12]. —Bienvenido, hermano. Todas las logias os están abiertas, pero debe¬mos mostramos muy prudentes. En Viena, María Teresa desconfía de la francmasonería. Aquí, en Munich, se avecinan grandes agitaciones. Muy pronto nos libraremos de la influencia inglesa para profundizar nuestros rituales y desarrollar nuestro talento. ¿Qué ocurre en Oriente? —El islam reina y quiere extender su imperio por todo el mundo. —Soy uno de los pocos que piensan que la guerra con los turcos es inevitable, ¡pero nadie me escucha! ¿Necesitáis un alojamiento? —No, os lo agradezco. Tengo una misión que cumplir: encontrar a un ser excepcional que podría transmitir a la humanidad la luz de Oriente. Tobias von Gebler se detuvo. —¿Es algo serio? —Muy serio. —Entonces… ¿Pertenecéis a la Orden de los Arquitectos de Oriente que todos creían desaparecida? —Sus números me son conocidos. —Es… ¡Es una noticia extraordinaria! Pero no creo que el ser que es¬táis buscando se encuentre en nuestras logias. Intentamos a duras penas reconstruir un edificio, modesto aún, y ningún arquitecto genial ha venido a inspiramos. —Y, sin embargo, existe. Llevará a cabo hazañas que desvelarán su verdadera naturaleza. —Hablando de hazañas, estos últimos tiempos no oigo otra cosa que el concierto que dio en Schönbrunn un chiquillo de seis años, ¡y en presencia de la emperatriz! Viena habló de él durante dos meses. —¿Cómo se llama? —Mozart. Su padre es músico en Salzburgo, al servicio del príncipearzobispo. —Y decís que es una hazaña… —¡Sin duda! Según afirman los conocedores, el virtuosismo del chiquillo es excepcional. Habría compuesto, incluso, unas obrillas dignas de estima. Sin embargo, se sospecha que el padre es el verdadero autor. Pobre niño… ¡Su progenitor lo utiliza como un mono sabio! Y llegará el día

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en que sea demasiado mayor, ya, para seducir a los curiosos. El pequeño Mozart me parece condenado a un destino muy cruel y, ciertamente, no es el Gran Mago. Probablemente, Gebler tenía razón. ¿El abad Hermes habría dejado de precisar que el Gran Mago era un niño? ¿Al evocar la necesidad de construir al ser que iba a transmitir la Luz, se refería a su corta edad? —Dadme vuestra dirección —solicitó Von Gebler—, y os avisaré de la fecha de nuestra próxima Sesión. Mis hermanos tendrán muchas preguntas que haceros.

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7 Salzburgo, enero de 1763

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l regresar a su casa, el 5 de enero, Leopold echaba por la boca sapos y culebras. Ciertamente, el talento de Wolfgang había deslumbrado a Viena, ¡pero había durado tan poco! Sin embargo, estaba seguro de ello, su hijo no se reducía a un fenómeno de moda. ¿Pero cómo reconquistar la corte imperial? En primer lugar, trabajando hasta deslomarse. De modo que Leopold puso a estudiar a su hijo haciéndolo tocar, especialmente, el violín. A pesar de sus extraordinarias dotes, necesitaría varios años antes de alcanzar un nivel aceptable. Pese al rigor del ejercicio, Wolfgang practicó el contrapunto con sorprendente facilidad, tanto más cuanto se divertía combinando tres voces bautizadas como «el duque Bajo», «el marqués Tenor» y «el señor Alto». Antes de establecer nuevos contactos en Viena, Leopold aguardaba un importante ascenso en Salzburgo. ¿Acaso su experiencia y su competencia no le prometían el más alto puesto de la corporación de los músicos? Cuando llegó la decisión, la decepción fue muy amarga: el príncipearzobispo nombraba a Francesco Lolli maestro de capilla. Leopold Mozart debía limitarse al cargo de vicemaestro. —Es una función estable y correctamente pagada —apreció AnnaMaria, feliz al ver a su marido reconocido como un excelente profesional. —No te falta razón. Sin embargo… —Piensas en el porvenir de Wolfgang, ¿no es cierto? ¡No te preocupes! También él entrará al servicio del príncipe-arzobispo y tendrá una existencia apacible y feliz. —¡Tal vez, tal vez! Prepáranos una buena comida.

Salzburgo, febrero de 1763 La buena nueva corrió muy pronto por toda Europa: ¡la guerra de los Siete Años había terminado! Se acabaron las rivalidades coloniales entre Francia e Inglaterra, entre Austria y Prusia. Al entregar Silesia a Prusia, www.lectulandia.com - Página 30

María Teresa restablecía la paz. ¡Por fin podían viajar sin temor de que los mataran! Para Leopold, el porvenir se abría ante ellos. —Vamos a conquistar Europa —declaró.

Salzburgo, 9 de junio de 1763 Leopold, Anna-Maria, Nannerl y Wolfgang montaron en un coche cuyas ruedas había verificado el padre de familia. El itinerario, estudiado cuidadosamente, pasaba por Munich, Frankfurt, Colonia y Bruselas, la capital de los Países Bajos austríacos, para llegar finalmente a París, donde nacería la gloria internacional de Wolfgang y de Nannerl. Cuando tocaran en Versalles, su fama ya no tendría fronteras… El vicemaestro de capilla no había ocultado ni el más mínimo detalle de sus proyectos a su augusto patrono, el príncipe-arzobispo de Salzburgo. Bonachón y de amplio espíritu, Segismundo von Schrattenbach no se había opuesto al largo viaje. ¿Acaso no iba a derramarse sobre la ciudad un eventual éxito? A pesar de su inquebrantable determinación, a Leopold no le llegaba la camisa al cuerpo. En lugar de hacerse ilusiones, sabía muy bien que nadie aguardaba a sus dos hijos. Tendrían que derribar múltiples puertas, convencer a los aristócratas de que los recibieran, organizar conciertos, la mayoría de los cuales no les reportarían demasiado dinero, y conquistar la fama a fuerza de muñeca. Justo antes de la partida, Wolfgang había compuesto el comienzo de su primer movimiento, lento, en el que apuntaba una seriedad inesperada en un niño de siete años[13]. ¡Y para Leopold no se habían terminado las sorpresas! En su primer recital de la larga gira, en Munich, ante el príncipe-elector, Wolfgang había tocado el violín como un profesional. En cinco meses se había convertido en un maestro de ese difícil instrumento.

Frankfurt, 25 de agosto de 1763 Tras un concierto coronado por el éxito, un adolescente de catorce años se acercó al pianista. Le habría gustado felicitarlo y darle las gracias por los

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momentos de felicidad que acababa de ofrecerle. Pero Goethe se puso nervioso y fue incapaz de formular el menor cumplido, temiendo pronunciar unas palabras ridiculas que no correspondieran al genio de aquel músico excepcional. Goethe prefirió alejarse, ignorando si el milagro sería duradero y si el niño Mozart sobreviviría al efecto del tiempo. Cuando iba a subir al coche y reanudar el camino, Wolfgang decidió evadirse en su Rücken, el «reino de atrás», un país imaginario que le permitía olvidar la monotonía y las fatigas del viaje. Sebastian Winter, el criado de la familia, había dibujado un mapa de aquel territorio cuyo monarca era Wolfgang. Los habitantes de sus ciudades sabían hacer a los niños buenos y amables. Lamentablemente, el criado acababa de perder aquel precioso mapa. Viendo al muchachito a punto de llorar, su padre y su madre comenzaron a buscar el valioso documento. Thamos se acercó al chiquillo, sentado en el coche, cuya puerta permanecía abierta. —¿Es éste el mapa que quiere? El niño tomó el tesoro. —¿Dónde lo has encontrado? —En el suelo, cerca de un caballo. —¿Quién eres tú? —Un habitante de Rücken. —¿Existe… realmente? —Realmente. —¿Vas a acompañarme? —Claro. Ahora debes descansar. El habitante de Rücken desapareció. Wolfgang llamó a sus padres y les enseñó el mapa, sin indicar que uno de sus súbditos se lo había entregado. Sería su secreto. Al ver partir el coche que se llevaba a la familia Mozart hacia su próxima etapa, Thamos no dudaba ya. Por su mirada, por la luz de su alma, por el fulgor de su personalidad, afirmada ya, el egipcio acababa de identificar al Gran Mago. No obstante, dicho descubrimiento iba acompañado por mil y una preguntas, pues unas fuerzas oscuras merodeaban en tomo al niño. ¿Conseguiría vencerlas?, ¿no se convertiría en un simple virtuoso imbuido de sus éxitos?, ¿sería capaz de vivir una iniciación real?, ¿no sucumbiría a las sirenas del mundo exterior?, ¿no retrocedería ante la inmensidad de la

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tarea que Thamos iba a confiarle? La misión del egipcio, que consistía también en transmitir la Tradición a las logias masónicas presas de la duda, se anunciaba casi imposible. Thamos oró a su maestro, el abad Hermes, para que le diera la fuerza necesaria.

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8 París, 18 de noviembre de 1763

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l tiempo era execrable, las calles sucias, la gente poco acogedora. Pero los Mozart llegaban por fin a París, el objetivo de su viaje. —Cómo añoro Salzburgo —murmuró Anna-Maria—. ¿Tendremos un alojamiento decente y comida adecuada? —No te preocupes —respondió Leopold—. Lo he previsto todo. Nannerl dormitaba, Wolfgang viajaba en su Rücken, donde recordaba sin cesar a su benevolente súbdito que le había devuelto el mapa del reino. ¿No le demostraba eso que cualquier pensamiento, sinceramente vivido, se convertía en realidad? El mundo del espíritu, como el de la música, no era imaginario. Bastaba con desearlo con mucha fuerza para hacerlo aparecer. A diferencia de un soñador, Leopold no se lanzaba a la aventura sin puntos de orientación. El conde de Arco, gran chambelán en la corte de Salzburgo, le había dado una carta de recomendación para su yerno, el conde Von Eyck. Éste recibió a los Mozart en su mansión de Beauvais y les deseó una feliz estancia. Agotadas las fórmulas de cortesía, Leopold planteó el problema principal. —¿Podéis ayudamos a organizar conciertos? Mis hijos son verdaderos niños prodigio. Han seducido ya a la nobleza alemana y austríaca. Aquí obtendrán un enorme éxito. El conde pareció molesto. —Los parisinos son difíciles y caprichosos. Además, la música no está en la primera fila de sus preocupaciones. Conseguiré introduciros, sin embargo, en dos o tres salones de renombre. —¿Y… Versalles? —¡No cuente con eso! La corte sólo recibe a celebridades. —Mis hijos han sido aplaudidos en Viena, Munich, Frankfurt… —Pero no en París. El optimismo de Leopold quedó maltrecho. Si aquella estancia se limitaba a unos pocos éxitos de salón, sería un desastre.

París, 20 de noviembre de 1763 www.lectulandia.com - Página 34

—¿De dónde venís? —pregunto a Thamos el Venerable Maestro de la logia. —De Oriente, donde fui a buscar lo que se ha perdido y debe ser encontrado. Conociendo el secreto de la Maestría, el dignatario extranjero fue encerrado en una torre de cartón, de siete pies de alto, liberado luego y admitido en una estancia donde el Venerable, asimilado al rey Ciro, lo armó Caballero de Oriente golpeándole los hombros con la hoja de una espada, antes de darle el abrazo. Aquel mediocre ritual reveló a Thamos el lamentable estado de la francmasonería francesa. Diletante, versátil, soñaba con el igualitarismo y murmuraba sordas críticas contra la monarquía y la Iglesia. Las logias admitían de buena gana a los curiosos, deseosos de establecer relaciones bien situadas y de divertirse durante cenas bien regadas. En la comida, el egipcio intentó obtener las informaciones que había ido a buscar. —¿Cómo puede tener éxito en París un joven artista extranjero? —Necesita la aprobación del medio de intelectuales autorizados que lo deciden todo —respondió su vecino de mesa—. Hacen y deshacen carreras, emiten sentencias definitivas sin crear nunca por sí mismos, y no permiten que nadie se meta en su territorio. Mientras esa capillita no haya emitido una buena crítica sobre un artista, éste no existe. —¿Obedecen a una especie de jefe cuya opinión predomine? —¡Claro, al barón Grimm! Es amigo de los enciclopedistas, secretario del duque de Orleans y juez absoluto de la vida intelectual y artística. Lo apodan «Tirano el Blanco», de tanto como se maquilla.

París, 25 de noviembre de 1763 Friedrich Melchior von Grimm[14], natural de Ratisbona, tenía cuarenta años y estaba convencido de su importancia. Incapaz de producir nada en absoluto, jamás dudaba de su juicio. Su sonrisita revelaba un carácter acerbo, cruel incluso, y una seguridad que no mellaba duda alguna. Interesado, a veces, el barón reinaba sobre la cultura parisina, a medio camino entre las en ocasiones extremas tendencias de los enciclopedistas y las del poder del momento. —El conde de Tebas solicita audiencia —le anunció su secretario www.lectulandia.com - Página 35

particular. Grimm frunció el ceño. —Nunca he oído hablar de él… ¿Qué aspecto tiene? —Ropa costosa, última moda, mucha clase. Sin duda, una buena fortuna. —Hazlo entrar en el saloncito y sírvenos café. La prestancia de Thamos impresionó al barón. Pocas veces se encontraban miradas de semejante intensidad. —Gracias por recibirme, señor barón. Valoro mucho este honor. Procedo de Oriente y estoy descubriendo esta magnífica ciudad, capital de las artes y las letras. París os debe, en gran parte, esta fama. —No exageremos —protestó Grimm, halagado. —¡Pero si no exagero en absoluto! En cuanto se habla de filosofía, de literatura, de música o de pintura, se pronuncia vuestro nombre. Ningún talento se os escapa. Lamentablemente, no poseo vuestra clarividencia y no consigo formarme un juicio sobre el prodigio que acaba de llegar a París. Grimm quedó intrigado. —¿Un prodigio, decís?… ¿De quién se trata? —De un pequeño salzburgués, Wolfgang Mozart, que ha venido a dar conciertos con su hermana mayor. Al parecer, el chiquillo es también compositor. ¿Mono amaestrado o auténtico prodigio? Sólo vos podéis distinguir lo verdadero de lo falso. El barón asintió con la cabeza. El 1 de diciembre de 1763, publicó en su célebre Correspondencia literaria, filosófica y crítica un artículo que tuvo una enorme resonancia en todo París: Los verdaderos prodigios son bastante raros para que no olvidemos hablar de ellos cuando tenemos la ocasión de ver uno… Wolfgang Mozart es un fenómeno tan extraordinario que cuesta creer lo que ven tus ojos y lo que tus oídos oyen… Lo increíble es ver a ese niño tocar de memoria durante una hora seguida y, entonces, abandonarse a la inspiración de su genio. Escribe y compone con una facilidad maravillosa. Leopold releyó aquel texto más de diez veces. Ya al día siguiente comenzaron a llegar las invitaciones. Y la víspera de Navidad le ofrecieron el más suntuoso de los regalos: ¡una invitación a Versalles!

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9 Versalles, 1 de enero de 1764

A

sus ocho años, Wolfgang Mozart hizo sonar maravillosamente el órgano de la capilla real de Versalles. Luego, la pequeña familia de Salzburgo fue recibida en el «gran cubierto», una comida de ostentación durante la cual la reina de Francia habló en alemán con el niño prodigio. Leopold estaba en el séptimo cielo. ¡Por fin sus esfuerzos se veían coronados por el éxito! No se trataba sólo de la hermosa suma de 1200 libras ofrecida por el concierto, sino sobre todo de la reputación de su hijo. El encuentro con el compositor Johann Schobert, un silesio de treinta y cuatro años, no le fascinó. Halagador por delante y productor de hiel por detrás, dio a conocer sus obras a Wolfgang, que las apreció y asimiló muy pronto su sustancia. «La religión del tal Schobert varía según la moda», sentenció Leopold, cuya vigilancia mantuvo apartado al depredador. A Leopold no le gustó en absoluto París. Todo era muy caro, a excepción del vino, y las mujeres, de repugnante elegancia, se parecían a las muñecas pintadas de Berchtesgaden. Apenas entrabas en la iglesia o caminabas por la calle cuando aparecía un ciego, un paralítico, un cojo o un mendigo cubierto de mugre. ¡Pero qué felicidad cuando Wolfgang dio su primer paso oficial como compositor, con dos sonatas para clavecín y acompañamiento de violín[15], dedicadas a madame Victoire, hija de Luis XV! Aquel primer opus retomaba elementos de la producción anterior y daba cuenta de un trabajo profesional de varios meses. Y el muchachito la emprendía ya con dos nuevas sonatas[16] para madame De Tessé.

París, 9 de marzo de 1764 Aquella fría mañana, Leopold y su hijo paseaban cerca de la siniestra plaza de Grève, donde se ahorcaba, casi todos los días, a los condenados a muerte. Un hombre mal afeitado, de malsana sonrisa, los abordó. —¿Queréis ver un hermoso espectáculo, mis buenos señores? Puedo ofreceros un lugar en primera fila. Van a colgar a una camarera, a una

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cocinera y a un cochero que robaron a un rico ciego. —Aquí, es necesario —consideró Leopold—, pues nadie estaría seguro. Apartaos, amigo mío. —No lo comprendéis, mi buen señor. Debéis asistir al espectáculo y pagarme como mis servicios merecen. ¡Vuestra bolsa en seguida! De lo contrario… El tipo mal afeitado blandió un cuchillo. —¡Vamos, no bromeo! El bastón de un gentilhombre golpeó con violencia el antebrazo del bribón y lo desarmó. De inmediato, éste puso pies en polvorosa. —No sé cómo agradecéroslo —declaró Leopold, aliviado. —En el futuro, evitad los barrios de mala reputación —advirtió Thamos—. París es una ciudad peligrosa. El salvador desapareció. Wolfgang había reconocido al habitante de su reino imaginario que se había disfrazado de lacayo antes de reaparecer como noble. Así protegido, el joven compositor ya no tendría miedo de nada.

Londres, abril de 1764 —¿Otro viaje, papá? —Es necesario, Wolfgang. París se ha hecho demasiado pequeño para ti. Tu reputación ha llegado a la corte de Londres, y debes actuar en Inglaterra. El chiquillo suspiró y aceptó su suerte. Siempre que lo dejaran tocar y componer… En cuanto llegó a Londres, Leopold entregó a Wolfgang un nuevo cuaderno donde anotaría sus ejercicios de composición. La publicación de las primeras obras no dispensaba al aprendiz de creador de proseguir sus estudios y profundizar en un estilo distinto del practicado en Salzburgo. Thamos encontró fácilmente la logia masónica más influyente y, tras darse a conocer como un hermano noble, acomodado y de buenas costumbres, susurró algunas palabras al oído de un ministro del rey de Inglaterra. De modo que el joven Jorge III, un Hannover, y su esposa, Carlota de Mecklemburgo-Strelitz, recibieron a los Mozart el 27 de abril de 1764, a las seis de la tarde. El monarca adoraba el órgano, su mujer cantaba. Los soberanos, grandes aficionados a la música, se comportaban con una notable sencillez, muy apreciada por sus súbditos. www.lectulandia.com - Página 38

El talento de Wolfgang los subyugó, y les satisfizo advertir que un músico célebre, que pronto cumpliría los treinta, Johann Christian Bach, tomaba al prodigio bajo su protección. Hijo de Johann Sebastian, olvidado por completo, inició a Wolfgang en el estilo galante y ligero que el público inglés apreciaba. Abrió todas las puertas de la buena sociedad británica a la familia Mozart, y pasó largas horas tocando el clavecín con el muchachito, siempre deseoso de aprender. —¿Sabéis, querido Leopold, lo que vuestro hijo tiene en la cabeza? —Nada malo, espero. —¡Tranquilizaos! Sorprendente, muy sorprendente… A su edad, ya piensa en componer una ópera. —Demasiado pronto, demasiado pronto. —Dado su naciente genio, ¿por qué no? Vamos a hacerle escuchar todo lo que tiene éxito en Londres. En primer lugar, mis propias obras. El comportamiento de Johann Christian tranquilizó a Thamos. Compositor mediocre, estaba realmente fascinado por Wolfgang y sólo pensaba en ayudarlo. El 19 de mayo, el rey de Inglaterra le concedió una nueva audiencia, tan entusiasmante como la primera. Según los cortesanos, los Mozart no tardarían en ser íntimos de la familia reinante. ¿Acaso el 28 de mayo, en St. James’ Park, el monarca no había ordenado a su cochero que se detuviera para abrir su portezuela y, alegre, saludar a Wolfgang, que paseaba con sus padres? El 5 de junio, el hijo y la hija de Leopold dieron su primer concierto público en la gran sala de Spring Garden, cerca de St. James’ Park. Y el 29 de junio Wolfgang tocó un concierto para órgano en el Ranelagh, durante un acto de beneficencia que permitió recaudar los fondos necesarios para la construcción de un nuevo hospital. Esa generosidad encantó a los ingleses. Y Wolfgang habría seguido siendo una curiosidad popular si, en el mes de agosto, Leopold no hubiera caído enfermo. Decidió residir en Chelsea, un barrio encantador, al margen de la agitación de la capital. Wolfgang aprovechó ese respiro para abordar un género nuevo: la sinfonía. Poner varios instrumentos juntos y hacer que cantasen, ¡qué aventura! Thamos se informó y se quedó más tranquilo: Leopold se recuperaría. Cuando recibió una misiva de Von Gebler conminándolo a regresar en seguida a Alemania, para hablar con el barón de Hund, el egipcio abandonó Inglaterra. Wolfgang no corría riesgo alguno.

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10 Kittlitz, diciembre de 1764

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uando acababa de superar la cuarentena, el barón Charles de Hund, señor hereditario de Lipse, en la Alta Lusacia, veía realizarse su más ardiente sueño. En Kittlitz, a unos sesenta kilómetros de Dresde, fundaba la logia madre[17], origen de un nuevo rito cuyo porvenir se anunciaba excepcional. La gran aventura se había hecho realidad el 24 de junio de 1751, cuando el barón y algunos hermanos se habían reunido en un laboratorio alquímico dispuesto en las profundidades de una gruta, cerca de Naumburgo. La nueva orden abarcaría verdaderos grados superiores, basándose en una tradición esotérica. La iniciación, nacida en Egipto, había sido transmitida a los primeros cristianos por los esenios y, luego, recogida por los canónigos del Santo Sepulcro, establecidos en Jerusalén. Deseando restituir la antigua orden, habían dado nacimiento a la de los templarios, confiriendo la iniciación suprema a algunos caballeros. Demasiado confiados en su poder temporal, los templarios no habían desconfiado de la codicia del rey de Francia, Felipe el Hermoso, ni de la cobardía del papa Clemente V. Antes de ser ejecutado, el Gran Maestre Jacques de Molay había entregado a su sobrino, el conde de Beaujeu, los tesoros de la orden, la corona de los reyes de Jerusalén, el candelabro de oro con siete brazos, las reliquias, los anales y los rituales iniciáticos. Escapando de los asesinos de Felipe el Hermoso, Beaujeu mezcló su sangre con la de nueve caballeros, ascendidos al rango de «arquitectos perfectos», y les ordenó que tomaran el camino del exilio para transmitir los secretos de la orden. Encontraron refugio en Escocia y crearon allí logias en las que entraron sólo unos escasos iniciados, cuidadosamente elegidos. Vivieron rituales que trataban de los misterios del Templo de Jerusalén y de los jeroglíficos grabados en los antiguos santuarios. Charles de Hund quería devolver vida y poder a aquella tradición, creando un sistema de elevados grados que se extendiera a toda la francmasonería europea. Regresaba a Alemania para restaurar la Orden del Temple y hacer que fuese reconocida por las autoridades. El nuevo sistema masónico adoptaba el nombre de Estricta www.lectulandia.com - Página 40

Observancia templaría, y su nacimiento simbólico se había fijado en el 11 de marzo de 1314, fecha del asesinato de Jacques de Molay. Naturalmente, sería necesario adquirir dominio, abrir escuelas y ofrecer salarios a los dirigentes, para que se ocupasen con dedicación del desarrollo de la orden. Durante más de cuatro años, el barón había consagrado su tiempo y su fortuna a poner a punto estatutos y rituales, en compañía de hermanos convencidos. Pero la terrible guerra de los Siete Años, iniciada en 1756, había quebrado aquel primer impulso. Los nuevos templarios, casi todos oficiales, se habían dirigido a los campos de batalla. Asoladas sus tierras y amenazado por los prusianos, el barón de Hund se había refugiado en Bohemia. En cuanto se proclamó la paz de Hubertsburgo, puso de nuevo manos a la obra y, en 1764, numerosos francmasones querían adherirse a la Estricta Observancia masónica. Hund no transigía en los principios ni en la disciplina. Cualquier hermano que deseara «rectificarse» con respecto a la masonería convencional debía firmar una acta de sumisión y jurar obediencia a los Superiores desconocidos, de los que el barón reconocía no formar parte[18]. —El conde de Tebas desea ver a vuestra gracia —le advirtió su secretario. El barón deseaba reclutar el máximo de aristócratas con fortuna, pues su participación financiera sería indispensable para la reconstrucción de la orden. Charles de Hund, un tipo macizo, afectado, con el rostro oval y un gran mentón, no era un personaje cómodo, y solía ejercer un ascendiente inmediato sobre los demás. Thamos fue el primer noble que le impresionó. Por sí solo, el visitante llenaba el gran salón con su presencia e imponía una atmósfera solemne. —¿Qué puedo hacer por vos, señor conde? —He ascendido los siete peldaños del atrio y he visto las nueve estrellas, los nueve fundadores de la Orden del Temple. Las tres puertas de la logia son la continencia, la pobreza y la obediencia. Allí se encuentran herramientas como la escuadra, el compás, el martillo o la llana porque los caballeros debieron ejercer un oficio artesanal para sobrevivir. Sin duda alguna, el conde de Tebas había sido iniciado en una logia que añadía a los rituales clásicos nociones propias del Rito templario. Sin embargo, el barón de Hund no esperaba el resto de su declaración.

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—Las etapas que acabo de evocar sólo son, para vos, una preparación a dos altos grados. El primero es el de novicio, durante el que el iniciado bebe una amarga copa para recordar las desgracias de la Orden del Temple cuyos orígenes le son revelados. El segundo es el esencial. Sólo éste da acceso a la orden interior, donde el caballero recibe un nombre latino. El barón de Hund vaciló. —¿Cómo… cómo lo sabéis? ¡Sólo mis íntimos trabajan en la redacción de este grado! —Reflexionad —recomendó Thamos. —¿Acaso… acaso sois uno de los Superiores desconocidos? —Vengo de Egipto para cumplir una misión vital: permitir que el Gran Mago irradie y ofrezca su Luz a nuestro mundo. Pero es preciso que goce de indispensables apoyos, so pena de predicar en el desierto y abandonarse a la desesperación. —¿Soy yo… uno de esos apoyos? —¿No consiste vuestro proyecto en restaurar una francmasonería templaria que dé nuevo sentido a toda Europa? —No existe otra solución para impedir que nuestras sociedades se conviertan en esclavas del materialismo —estimó Hund. —¿Y no os arriesgáis a chocar con las autoridades? —Comprenderán la necesidad de la orden… Ésta no se opondrá a los reyes ni a los príncipes. Por el contrario, los ayudará a gobernar mejor. —Necesitaréis tiempo, paciencia y la adhesión de muchas logias. —Nada me faltará. Ni siquiera me ha desalentado la guerra de los Siete Años. ¡Y hoy estáis aquí! ¿No es esto la prueba de que mi andadura tenía fundamento? —Perseverad, barón. El camino se anuncia largo y difícil. —No me asusta ningún obstáculo. ¿Es vuestra primera y única aparición o volveremos a vemos? —El destino decidirá. El barón de Hund no se aventuró a preguntar el nombre del Gran Mago. Pocos francmasones podían alardear de haber visto a uno de los nueve Superiores desconocidos que resisten el paso del tiempo y las pruebas de la humanidad para restaurar, en el momento oportuno, la fuerza y el vigor a la iniciación. Esta inesperada aparición demostraba al fundador de la Estricta Observancia templaria que se encontraba en el buen camino.

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11 Londres, diciembre de 1764

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a moral de Leopold, que ya se había restablecido, era tan sombría como el clima de la capital de Inglaterra. Ciertamente, el 25 de octubre, los Mozart habían sido recibidos por tercera vez en la corte, pero el joven pianista prodigio y su hermana ya no eran una novedad, y la curiosidad del público había remitido. Llegaban los gastos, especialmente para la impresión de las seis nuevas sonatas[19] de Wolfgang, dedicadas a la reina Carlota. Leopold advirtió la influencia del hipócrita Schobert y de los músicos italianizantes de Londres, a cuya cabeza figuraba Johann Christian Bach. Pese a sus extraordinarias dotes y a su facultad de asimilación, Wolfgang trabajaba mucho y descubría, día tras día, la inmensa dificultad de convertirse en un verdadero compositor que no se ahogara en la multitud de los anónimos. Gracias a Johann Christian Bach, Wolfgang se inició en el arte del aria italiana y del bel canto. Escuchó las obras de su mentor, así como otras óperas y oratorios de Haendel, cuya majestad lo deslumbró. Fue un invierno de estudio, muy poco mundano, durante el que Wolfgang terminó varias sinfonías, ligeras y burbujeantes[20]. Leopold, aunque feliz de ver el comportamiento de su hijo, no olvidaba sin embargo los problemas financieros. ¿Conseguiría, si se lo proponía, organizar algunos conciertos? De regreso a Londres, Thamos observaba de lejos a la familia Mozart. Apreciaba la seriedad del niño y prefería verlo componer más que actuar como un mono sabio. Suponiendo que llegase a la madurez, el Gran Mago sólo podía ser un creador y no un saltimbanqui en busca de aplausos. ¿Por cuánto tiempo lo dejaría en paz su padre?

Hamburgo, enero de 1765 Admitido como francmasón en Hamburgo[21], en 1761, Johann Joachim Christoph Bode estaba orgulloso de convertirse en caballero[22] de la

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Estricta Observancia templaria, de la que sería un ardiente propagandista. Nacido el 16 de enero de 1730, había sido oboe en la orquesta militar del ducado de Brunswick, luego profesor de música y de lenguas extranjeras en Hamburgo, traductor de obras de teatro italianas, francesas e inglesas, de libros de humoristas británicos y de los Ensayos de Montaigne, librero e impresor. Pero todo eso eran simples diversiones comparado con su verdadera pasión: la lucha contra la influencia oculta de los jesuitas. A su entender, cargaban con la entera responsabilidad de la decadencia y la corrupción que poblaban Europa. Bocazas, depresivo, Bode quería ignorar sus matrimonios fracasados y la muerte de varios hijos de corta edad. Puesto que nadie se tomaba en serio su apreciación, le era necesario actuar y convencer a los hermanos para que lo ayudaran. Con la aparición de la francmasonería templaria nació una nueva esperanza. Si sus adeptos realmente querían combatir al papa, la emprenderían también con sus protegidos, los jesuitas. Al adherirse a la Estricta Observancia, Bode no pensaba seguir siendo un hermano pasivo, atrapado en una disciplina asfixiante. Ser caballero le daba unos derechos que pensaba ejercer denunciando el poder de los jesuitas sobre la masonería inglesa y francesa. Afortunadamente, Alemania parecía despertar y seguir otro camino. ¿Acaso los templarios no eran feroces guerreros? Ningún alto dignatario haría callar a Bode. Y su voz de tribuno acabaría arrastrando a todos los masones al asalto de la fortaleza clerical.

Londres, junio de 1765 Leopold rumiaba su rencor contra los ingleses, desprovistos de toda religión. ¡Y aquella maldita niebla húmeda, causa de persistentes resfriados! El 21 de febrero, el concierto que sus hijos dieron sólo produjo una módica suma; desde el del 13 de mayo, no había habido ningún otro compromiso fírme. Soñando como siempre con la ópera, Wolfgang acababa de componer un fragmento de bravura para tenor[23] y un motete para coro y cuatro voces, «Dios es nuestro refugio[24]», sobre el texto del Salmo 46 que Leopold, magnánimo, regalaría al British Museum. En lo inmediato, una dura prueba aguardaba al joven prodigio. Un www.lectulandia.com - Página 44

magistrado inglés, Daines Barrington, arqueólogo y naturalista también, deseaba examinarlo. Temiendo las críticas de aquel notable influyente, Leopold aceptó abrirle su puerta. —¿El señor Mozart? —Soy yo. —Barrington. ¿Puedo ver a vuestro hijo Wolfgang? —En estos momentos está trabajando. —¡Excelente! Precisamente me interesa esa sorprendente labor juvenil. He escrito a Salzburgo para obtener la certidumbre con respecto a su edad: nueve años, y no ocho como vos dais a entender. —Señor… —Si realmente es el autor de las obras que ha firmado, ¡qué fenómeno! El rigor científico me obliga a verificarlo. —Adelante, como si estuvierais en vuestra casa. Wolfgang, divertido, se sometió a los tests que le impuso el austero visitante. Descifró una compleja partitura sin error alguno; compuso una melodía amorosa sobre la palabra affeto, otra de furor sobre el término perfido, y tocó su última obra, que a Barrington le pareció de una increíble riqueza de invención. La aparición de un gato interrumpió la prueba. El muchachito, que adoraba a los animales, abandonó su piano, jugó con el felino y, luego, tomó un bastón y lo cabalgó como si se tratara de un caballo que hizo galopar por toda la estancia. Satisfecho de lo que había oído y visto, el magistrado no insistió. —Enviaré un informe a la Royal Society —le anunció a Leopold—. No mentís, señor Mozart. Vuestro hijo es un verdadero prodigio.

Londres, julio de 1765 Componer era también divertirse. De modo que Wolfgang inventó una sonata para clavecín a cuatro manos[25], que tocó con su hermana Nannerl. La partitura ponía de relieve su virtuosismo, especialmente cuando la mano izquierda de Nannerl, que se encargaba de la parte baja del teclado, pasaba por encima de la mano derecha de su hermanito, encargado de la parte alta. A Leopold, por su parte, no le gustaban demasiado esas chiquilladas. Wolfgang había recibido una notable e intensa formación artística durante su estancia londinense, pero el balance financiero se revelaba catastrófico. www.lectulandia.com - Página 45

Puesto que no le proponían ningún concierto, era preciso hacer de nuevo el equipaje y partir a la conquista de un nuevo territorio. Pero por fin llegó la respuesta a una de las numerosas gestiones de Leopold: el embajador de Holanda le avisó de que su país aguardaba a los niños Mozart.

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12 La Haya, noviembre de 1765

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uando llegó a Holanda, en el mes de agosto, Wolfgang estuvo seguro de haber reconocido al habitante de su reino del Rücken. Llevaba un hermoso traje y montaba en un caballo blanco; en cuanto a su benevolente sonrisa, ésta no se parecía a ninguna otra. Entre ellos había una total complicidad, sellada por el silencio y el secreto. Wolfgang no revelaría la existencia de ese personaje, llegado de lo invisible, ni a su padre ni a su madre, ni siquiera a Nannerl. Una grave preocupación turbaba a la familia Mozart. —¿Cómo se encuentra mi hermana? —Mal —respondió Leopold. —El doctor va a curarla, ¿no es cierto? Leopold no respondió. Comenzaba a detestar aquel país donde, sin embargo, todo debería haberle sonreído. Gran admirador de la pintura flamenca, especialmente de Rubens, Leopold había sentido un gran placer al descubrir los tesoros artísticos de Holanda. Y cuántos órganos admirables sonando bajo los dedos de Wolfgang que, a finales de septiembre, había dado un concierto sin su hermana y había obtenido un gran éxito. Nannerl, ofendida, ponía mala cara. Dicen que las desgracias nunca vienen solas, y la niña había caído gravemente enferma. Una congestión pulmonar que el médico no conseguía curar. Leopold no abrió la puerta a un médico, sino a un sacerdote, que administró a su hija los últimos sacramentos. Leopold intentó calmar a su esposa, deshecha en llanto. —No te preocupes, mamá —dijo gravemente el pequeño Wolfgang—. Nannerl se pondrá bien. Anna-Maria besó a su hijo. —No lo digo para consolarte —explicó él—. He tenido una visión, tocaba el piano. De modo que se curará. ¡Basta con creerlo fuertemente! Wolfgang no se equivocaba. Pese al pronóstico pesimista de los hombres de ciencia, Nannerl recuperó poco a poco su energía, se levantó, comió con buen apetito y respiró por fin a pleno pulmón. Cuando su curación fue ya segura, Wolfgang, febril, guardó cama. Se www.lectulandia.com - Página 47

reanudó la ronda de los médicos. La gravedad de la enfermedad infecciosa dejaba pocas esperanzas. Desesperado, viendo que su hijo se deterioraba día tras día, Leopold aceptó recibir a un terapeuta muy distinto de los demás. —Wolfgang duerme. Ya no come. —No lo despertéis e intentad que beba este líquido. —¿No… no queréis examinarlo? —No es necesario. Diez gotas todas las noches, durante una semana. Luego, su organismo luchará por sí solo. —¿Qué es este remedio? —Una poción energética fabricada en Oriente. —Debe de costar muy cara… —Permitidme que os la ofrezca. Soy un admirador de vuestro hijo, y os garantizo su curación. A Leopold le habría gustado hacer más preguntas, pero el terapeuta había desaparecido ya. El salzburgués, escéptico, administró el tratamiento, pero no olvidó escribir a su propietario, Hagenauer, para pedirle que hiciera decir una serie de misas de acción de gracias con el fin de obtener del cielo el restablecimiento de Wolfgang. Nannerl había tenido derecho al mismo privilegio, aunque en menor cantidad. El 10 de diciembre, Wolfgang pareció menos pálido, sólo con la piel y los huesos, parecía cerca de la tumba. Sin embargo, lentamente, se alejó de ella. ¿Debía ese milagro a la intervención divina, a los medicamentos holandeses o a la poción oriental? El 20 de diciembre, a pesar de su estado de debilidad, el muchachito comenzó a componer una sinfonía, alegre y seria al mismo tiempo, cuyo movimiento lento, en sol menor[26], daba el mejor papel a los instrumentos de viento. Wolfgang aprovechó su convalecencia para formular, en varias obras, lo que había aprendido y asimilado en París y en Londres. Sin protestar contra la enfermedad o contra esa medicación impuesta, siguió progresando.

Viena, diciembre de 1765 Vistas su seriedad y su lealtad absoluta, Joseph Anton había sido www.lectulandia.com - Página 48

autorizado por la emperatriz María Teresa a organizar un servicio secreto, encargado de seguir de cerca la evolución de las logias masónicas. Satisfecho, el policía formó un restringido equipo, compuesto por colaboradores discretos y competentes. Su primera misión consistía en poner en marcha la red de informadores, y estaba dispuesto a pagarles el precio necesario. Naturalmente, Anton contaba también con los traidores, los decepcionados y los amargados que, al dimitir de su logia, podrían ofrecerle muchas confidencias. Aquella mañana abrió una carpeta que llevaba por título «Estricta Observancia templaria». Según muchos informes, aquella nueva orden masónica comenzaba a conquistar ciudades importantes, como Berlín, Hamburgo, Leipzig, Rostock, Brunswick e incluso Copenhague. Joseph Anton convocó a su mano derecha, Geytrand, un tipo curioso, blando y virulento al mismo tiempo, que odiaba la francmasonería por una excelente razón: a pesar de sus maniobras, le habían negado la función de Venerable Maestro. Y Geytrand, envolviéndose en una dignidad inexistente, había cerrado la puerta del Templo prometiendo vengarse. Pequeño funcionario, vegetaba cuando Joseph Anton lo había descubierto. Hoy, Geytrand estaba dispuesto a trabajar día y noche para su nuevo patrón. —¿Se conocen los nombres de los dirigentes de esa Estricta Observancia templaria? —Sólo uno merece atención —estimó Geytrand—: el barón de Hund. Unas migajas de fortuna, nobleza añeja y francmasón convencido. Ese nuevo rito es obra suya, se consagra a ello a tiempo completo. —Un hábil propagandista, al parecer. —Más bien un creyente convencido de la importancia de su misión. —¿En qué consiste realmente? —En restaurar la Orden del Temple. Joseph Anton frunció el ceño. —¡Es una broma! —Por desgracia, no. —¡Esa orden caballeresca fue aniquilada en el siglo XIV! —No es ésa la opinión del barón de Hund. Algunos templarios sobrevivieron, él ha recogido sus tesoros y prosigue su obra. —¿Acaso él y sus fíeles no se limitan a celebrar ceremonias grotescas en las que se creen caballeros de la Edad Media? —El barón quiere recrear la francmasonería, imponerle la disciplina de la que carece y convertirla en una nueva caballería, apta para reinar

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sobre Europa. La Orden del Temple formaba temibles guerreros, no lo olvidemos. Si la Estricta Observancia consigue una envergadura suficiente, la emprenderá con los regímenes ya constituidos. —¿No exageras el peligro? —Todos los que ven a Hund advierten su determinación —precisó Geytrand—. Lejos de ser un soñador o un simple místico perdido en su locura, se comporta como un administrador despierto. Según mis primeras observaciones, varios nobles con fortuna y algunos ricos comerciantes acaban de adherirse a su maldita teoría. Dicho de otro modo, está amasando un tesoro de guerra. La gravedad de los hechos impresionó a Joseph Anton. Sus intenciones se confirmaban. —Quiero la lista de todas las logias de la Estricta Observancia templaria y la de todos los hermanos que forman parte de ella. —Es difícil, señor conde, aunque posible. —Tus esfuerzos serán recompensados. Geytrand hizo una reverencia. Aquella misión le encantaba. Joseph Anton pasó una noche en blanco. De sociedad más o menos secreta por la que circulaban ideas más o menos subversivas, la francmasonería amenazaba con convertirse en una fuerza política que pretendía apoderarse de parcelas enteras del poder. El policía comprendió que su papel iba a ser fundamental: le tocaba librar un combate empecinado y sin cuartel contra un temible monstruo.

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13 La Haya, marzo de 1766

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olfgang, restablecido ya por completo, se divertía escribiendo un «galimatías musical»[27], alimentado por efectos burlescos sobre temas populares, con ocasión de la fiesta de entronización del príncipe de Orange, Guillermo V. Los Mozart habían regresado a la capital holandesa tras dos conciertos de Wolfgang, que tenía diez años, y de Nannerl, catorce, dados en Amsterdam el 29 de enero y el 24 de febrero. El muchachito había tocado sus composiciones recientes, variaciones para clavecín[28] y sonatas para piano y violín dedicadas a la princesa de Nassau-Weilburgo[29]. Muy marcadas por el estilo de Johann Christian Bach, aquellas obritas daban testimonio del regreso a la vida del chiquillo, que acababa de rozar la muerte. El 16 de abril, Wolfgang tocaría por última vez en Holanda. Los problemas de salud habían estropeado aquella estancia e impedido que los niños Mozart se impusieran con brillantez. Era imposible recuperar el tiempo perdido. Más valía olvidar los malos momentos y empezar de nuevo con mejores bases. —¿Vamos a viajar otra vez, papá? —Holanda es un país pequeño, Wolfgang, y hemos agotado sus recursos. —¿Adonde vamos? —Versalles fue un éxito. Regresaremos, pues, a Francia. Gracias a tus progresos, deslumbrarás a tus oyentes.

Hannover, marzo de 1766 La Estricta Observancia templaría contaba ahora con veinticinco logias y se implantaba firmemente en el ducado de Brunswick. Todavía no era el éxito esperado, pero sobre todo no debían renunciar, a pesar de que tenían dos graves preocupaciones. La primera, de orden espiritual. A algunos francmasones no les bastaba el carácter caballeresco de los

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nuevos rituales. Si los templarios habían heredado una sabiduría inmemorial, ¿acaso no la debían a los clérigos, expertos en ciencias ocultas? Ahora bien, su enseñanza no figuraba de un modo lo bastante destacado en el proceso de los altos grados. Por eso acababan de ser propuestos a Hund tres rituales que formaban un sistema aparte y daban mejor cuenta del pensamiento templario. Éste implicaba una retirada de cuarenta días, un noviciado y la lectura de numerosos textos cristianos para establecer de nuevo un contacto verdadero con el misterio divino. ¿Añadir el estatuto de «canónigo» al de «caballero»? El barón vacilaba. ¿No corría el riesgo de orientar la orden hacia un misticismo demasiado alejado de la realidad y de las conquistas que debían emprenderse? La segunda preocupación, muy material ésta, se refería a la financiación de la Estricta Observancia. Hasta ahora, a pesar del creciente número de logias adheridas al Rito templario, las cotizaciones no llegaban. La parte esencial de los gastos descansaba, pues, únicamente en los hombros del barón. Como ya no podía abrir su mesa a unos veinte caballeros y pagarles grandes salarios, Charles de Hund se veía obligado a vender sus tierras y a endeudarse, cediendo sus bienes a los banqueros, a cambio de una renta vitalicia. En adelante, residiría en el pequeño dominio de Lipse. Aquí, en Hannover, intentaba convencer a su estado mayor de que sanearan, por fin, las finanzas de la orden. Puesto que el barón ya no conseguía cubrir todas sus necesidades, las logias y los hermanos tenían que pagar sus indispensables contribuciones a los Grandes Maestres provinciales. El porvenir de la Estricta Observancia dependía de ello.

París, 12 de junio de 1766 —He terminado, papá. Leopold examinó la partitura. —¿Música religiosa? —Un kyrie a cuatro voces[30]. Cuando regresemos a casa, seguramente el príncipe-arzobispo me encargará una misa. De modo que será mejor adelantarse. Leopold no se opuso a esa nueva andadura. Los Mozart, que habían regresado a París en mayo y se habían instalado en la calle Traversière gracias al barón Grimm, sufrían una terrible desilusión. A pesar de www.lectulandia.com - Página 52

algunos conciertos, uno de ellos en Versalles, el éxito no acudía ya a la cita. De modo que Leopold aguardaba con impaciencia la entrevista que Grimm le prometía desde hacía varios días. Muy ocupado, el juez de la vida cultural aceptó recibirlo por fin. —¿Disfrutáis de vuestra segunda estancia en nuestra hermosa capital, señor Mozart? —La angustia del porvenir me lo impide, barón. —¿Por qué os atormentáis? —Wolfgang crece. Debo pensar en su carrera y buscar un puesto fijo y correctamente remunerado para él. Grimm pareció molesto. —¿Aquí, en París? —Me sentiría muy honrado si así fuera. —Vuestro hijo es un músico extraordinario, pero es demasiado joven para aspirar al tipo de puesto que deseáis. —Ya sabéis que compone y… —¡Lo sé, lo sé! Conviene ser paciente, señor Mozart, muy paciente, si se desea conquistar París. Escribiré un segundo artículo que dará a conocer mejor aún a vuestro maravilloso muchacho. Que siga trabajando, y llegará la recompensa. Al salir de la mansión de Grimm, Leopold fue consciente de su fracaso. Wolfgang tocaría en salones cada vez menos cotizados y acabaría por no estar ya de moda. Se imponía tomar una decisión: olvidar los sueños francés, inglés y holandés, y regresar a Salzburgo. El 9 de julio, los Mozart abandonaron París. El 15 apareció el segundo artículo de Grimm: «Wolfgang Mozart, ese niño maravilloso, ha hecho magníficos progresos en la música… Lo más incomprensible es esa profunda ciencia de la armonía y de sus pasajes más ocultos, que él posee en grado supremo».

Suiza, septiembre de 1766 Un concierto en Dijon en julio, otro en Lyon en agosto, y luego Ginebra en septiembre. Con gran desagrado por parte de Leopold, Voltaire se negó a recibir a su hijo. A aquel filósofo ateo y pretencioso le faltaba la más elemental cortesía. www.lectulandia.com - Página 53

Wolfgang fue reclamado en Lausanne y actuó allí con éxito a finales de septiembre, antes de un viaje por Suiza, entrecortado por varios conciertos en Berna, Zurich y Schaffhouse. La etapa de Donaueschingen fue muy dura: nueve veladas musicales en doce días. Su príncipe pagó veinticuatro luises de oro a Leopold, satisfecho de llenar su bolsa.

Munich, 9 de noviembre de 1766 Por tercera vez en su joven carrera, Wolfgang tocó ante el príncipe Maximiliano, que estaba encantado de volver a escucharlo. Al final del concierto, agotado, el muchachito vaciló. —¡No se encuentra bien! —se preocupó Leopold—. Tiene que tenderse. De inmediato pusieron una habitación a disposición de los Mozart y llamaron a un médico. Mientras Leopold corría a buscar agua, Thamos entró en la estancia. Consciente, a Wolfgang le costaba respirar. El egipcio le hizo tragar una pequeña píldora dorada. En cuanto la absorbió, el niño se sintió mucho mejor y quiso hablar con su protector de su reino secreto. Pero ya había desaparecido. El 30 de noviembre de 1766, la familia Mozart regresaba a Salzburgo tras una ausencia de casi tres meses. Gracias a la gira final, Leopold volvía con un capital de siete mil florines, una suma considerable que constituiría un tranquilizador tesoro de guerra. Sin embargo, estaba inquieto: ¿cómo iba a recibirlo su patrón, el príncipe-arzobispo?

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14 Salzburgo, 1 de diciembre de 1766

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ué interminable viaje, señor Mozart! —deploró el príncipe-arzobispo —. ¿Habéis obtenido, al menos, algunas satisfacciones? —Mi hijo Wolfgang ha sido aplaudido en toda Europa. Los reyes de Francia e Inglaterra lo han recibido en su corte, y sus primeras composiciones han sido muy apreciadas. —¡Muy bien, muy bien! Esa naciente gloria recaerá también en nuestra querida Salzburgo. Pero me gustaría comprobar personalmente las dotes de nuestro joven talento. ¿Aceptaríais un programa de composiciones para mi palacio? Leopold sólo podía asentir. Tras unos días de relativo reposo, Wolfgang se vio abrumado de trabajo, al finalizar el año, el príncipe-arzobispo apreció su Licenza para tenor[31], una obra destinada a honrar al dueño de la ciudad durante su presencia en un concierto. Enero vio el nacimiento de una sinfonía en cuatro movimientos[32] que sintetizó todo lo que aquel joven compositor de once años había aprendido durante sus viajes. Alejándose del estilo italianizante de Johann Christian Bach, se sumergió en la música alemana escuchando a compositores célebres y reconocidos por la crítica, como Eberlin, Fux y Hasse[33].

Salzburgo, febrero de 1767 El mercader de tejidos Anton Weiser era un hombre rico y uno de los notables más conocidos de Salzburgo. El comerciante, proveedor del palacio del príncipe-arzobispo y de las principales familias nobles, no se limitaba a aumentar sus beneficios. Convencido de que debía su fortuna a la benevolencia divina, leía y volvía a leer la Biblia sin olvidarse de celebrar, cotidianamente, al Omnipotente. Weiser no conocía al elegantísimo hombre que acababa de entrar en su tienda. Alto, digno, forzosamente era un aristócrata de alto linaje.

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—¿Puedo ayudaros, monseñor? —Pues sí. —¡Ni siquiera en Munich o en Viena encontraríais tejidos más hermosos! ¿Deseáis decorar vuestra mansión? —En efecto. El viejo edificio exige mucho trabajo, y me gustan los tejidos multicolores. —¡Tengo lo que necesitáis! —Os confío, pues, ese trabajo. Pero tengo que pediros otro favor. Anton Weiser aguzó el oído. —¡A vuestra disposición, monseñor! —He oído decir que escribíais textos que tratan de la grandeza de Dios y del necesario respeto a sus mandamientos. El comerciante en tejidos se ruborizó. —Es cierto, lo reconozco… ¿Acaso no debo dar gracias a mi creador, que tantos beneficios dispensa? —Dejar que vuestras obras durmiesen sería lamentable. ¿No podríamos poner música a una de ellas? Anton Weiser quedó boquiabierto. —¿A qué compositor le interesaría eso? —Conozco a tres, por lo menos: a Michael Haydn[34], un técnico experimentado; a Aldgasser, el organista de la corte, y al pequeño Wolfgang Mozart, que está de regreso de una triunfal gira por Europa. Darían a vuestra prosa un brillo que os encantaría. El comerciante en tejidos bajó los ojos. —Hay un texto que aprecio mucho… ¿aceptaríais leerlo? —Será un placer. —¿Podríais hacerlo llegar a quien corresponda? —Por supuesto. No se trataba de una obra maestra, sino de ese tipo de escrito, grave y más bien enfático, que Thamos necesitaba. Ya era hora de poner a prueba al Gran Mago y de comprobar si sabía expresar un pensamiento mediante la música. Llegaba la hora de salir del Rücken, el maravilloso reino imaginario, y enfrentarse con lo real.

Salzburgo, marzo de 1767 El ofertorio para cuatro voces[35], compuesto por Wolfgang con ocasión de la fiesta de San Benito y dedicado a un abate, amigo de la familia Mozart, www.lectulandia.com - Página 56

escandalizó un poco al religioso, pues su estilo se parecía al de una ópera cómica. En cambio, la gravedad de la música que ilustraba la primera parte del Deber del Primer Mandamiento[36], drama sacro de Anton Weiser, sorprendió a la concurrencia de la universidad benedictina de Salzburgo. En él aparecía un cristiano tan tibio que se adormecía en un matorral florido. Por fortuna, la Justicia celestial castigaba a los malvados y recompensaba a los virtuosos. Y esa Justicia escuchaba al Espíritu cristiano, muy descontento con la tibieza de la mayoría de los humanos. ¿Cómo hacerlos lúcidos, salvo abriéndoles los ojos a los castigos reservados a los condenados, encerrados en el infierno? Lamentablemente, el cristiano tibio y adormecido corría el riesgo de escuchar al pernicioso Espíritu del mundo y entregarse a mil y un placeres prohibidos. A la Justicia le tocaba despertarlo, al Espíritu cristiano guiarlo. Y el milagro se producía: ¡acababa la tibieza! Consciente por fin de sus deberes, el cristiano despierto recibía Justicia y Misericordia, y respetaba el precepto del evangelista Marcos: «Debes amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, toda tu alma, todo tu espíritu y toda tu fuerza[37]». Tras ese sorprendente arranque para un niño de once años, Wolfgang compuso una cantata fúnebre[38] que se interpretó el 7 de abril, Viernes Santo. El Alma, encamada en una voz de bajo y pasando ante una tumba, dialogaba con el Ángel, una soprano llegada del más allá. Rompiendo muchos sueños infantiles, la muerte irrumpía así en el pensamiento del músico. Pese a la imperfección y a la ingenuidad de estas obras, Thamos se tranquilizó sobre la capacidad del Gran Mago. Conseguía apoderarse de palabras yertas y darles un poco de vida. Se acercaba la hora del primer contacto con la iniciación. Cuando el egipcio regresaba a su casa, fue abordado por dos hombres de rostro hostil. —Alguien importante desea veros —declaró el de más edad. —Nunca cedo a la fuerza. —Perder tiempo sería perjudicial, hermano. La Rosacruz exige nuestra constante entrega, y hacer esperar al Imperator sería una injuria imperdonable. —¿Acaso reside en Salzburgo? —Seguidnos, hermano. No debe haber violencia entre nosotros. Thamos podría haberse librado fácilmente de los dos rosacruces, pero

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probablemente no estaban solos, y esperaba una nueva confrontación con el jefe de la orden.

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15 Salzburgo, abril de 1767

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l rostro del Imperator de los rosacruces había cambiado: en él no había el menor rastro de simpatía o de impulso fraterno. Al jefe del movimiento secreto le costaba contener su hostilidad. —Acabamos de tomar una decisión importante —le reveló a Thamos—: infiltramos al máximo en las logias masónicas injertando en ellas nuestros altos grados. Nuestros adeptos se integrarán fácilmente en los distintos ritos practicados y, más allá del grado de Maestro, los completarán con nuestra enseñanza. La Estricta Observancia templaría nos parece un terreno excelente. ¿Acaso Jacques de Molay, el Gran Maestre de los templarios, asesinado por un tirano, no es nuestro héroe común? Varios de nuestros hermanos os consideran un Superior desconocido. Yo, por el contrario, estimo que sois un impostor. —Vuestro fundador, Christian Rosenkreuz, vivió en Egipto, donde le fueron revelados los secretos de la iniciación para que los transmitiera a Occidente, donde murió, en 1484, a la edad de ciento seis años. Sus textos alquímicos alimentaron a los Caballeros de la Piedra de Oro, de los que habéis brotado. El Imperator, turbado, lanzó su último dardo. —Si sois el discípulo del abad Hermes, conocéis el verdadero nombre de Elias Artista, nuestro genio protector y nuestro guía. —Se trata del alquimista Schmidt de Sonnenburgo, nacido en Bohemia —declaró pausadamente Thamos—. Él decidió que parte de la tradición iniciática se enseñaría en el marco de la Rosacruz de Oro. —Así pues, en efecto sois un Superior desconocido —aceptó conmovido el Imperator—. Ahora puedo haceros partícipe de mi íntima convicción: el Gran Mago se encuentra entre nosotros. Y vos sois quien va a iniciarlo, esta misma noche, haciéndolo cruzar todos los grados de un solo soplo. —Es demasiado pronto, y mucho. Un niño no podría soportarlo. —Os equivocáis sobre la identidad del Gran Mago. No se trata de un niño, sino de un alquimista, de un alquimista que ha llegado al final de su práctica personal y al que debemos elevar hasta la cumbre de nuestros misterios. Está aquí, os lo confío. Por un lado, el Imperator sometía a Thamos a una difícil prueba para www.lectulandia.com - Página 59

saber si conocía bien el conjunto de los rituales de la Rosacruz de Oro y si era capaz de dirigirlos; por el otro, suponiendo que fuese sincero, tal vez había descubierto al verdadero Gran Mago… El adepto era alto, se mostraba severo y recogido. Francmasón y «maestro escocés», respondió sin errores a las preguntas que le hizo Thamos, ante seis rosacruces de Oro. Luego el egipcio procedió al inicio del trabajo alquímico concreto. En primer lugar, el supuesto Gran Mago fabricó plata. Poco a poco, irradiando a partir del azufre, apareció el sol filosófico. El candidato perdió pie cuando Thamos le ofreció la piedra al rojo. Su fulgor se apagaba, se volvió estéril. Y el adepto se reveló incapaz de hacer brotar la verdadera piedra filosofal que permitía a un rosacruz de Oro dialogar con el Espíritu por medio del fuego creador. No, aquel mediocre alquimista no era el Gran Mago.

Salzburgo, 13 de mayo de 1767 En la gran sala de la universalidad había una gran animación. Una compañía de aficionados ilustrados ofrecía el Apolo y Jacinto[39], una cantata dramática para cinco personajes que abarcaba nueve números y un coro. Para Leopold, orgulloso e inquieto a la vez, era nada menos que el primer intento de ópera en el que Wolfgang pensaba desde su encuentro con Johann Christian Bach. ¿Pero cómo dominar un arte tan complejo a los once años? Elaborada a partir del Libro X de las Metamorfosis de Ovidio y otros autores antiguos, la intriga no disgustó a la concurrencia. El abominable Céfiro, enamorado de la hermosa Melia, prometida a Apolo, mataba al infeliz Jacinto para que Apolo fuera acusado del crimen. Agonizando, Jacinto conseguía gritar la verdad, y arruinar así la estrategia del asesino. Y Apolo consolaba a sus parientes transformando en flor a su valeroso aliado. —Ese chiquillo ya sabe componer bonitas melodías —observó un aristócrata. —¡Y qué bien describe! —añadió su esposa, encantada—. Cuando el texto habla de un león, la orquesta ruge. Cuando habla del sueño, bosteza; si se trata de la tormenta y del mar enfurecido, se desencadena. Lo he comprendido todo. Leopold se mostró modesto en el triunfo. Como técnico, no podía www.lectulandia.com - Página 60

sentirse satisfecho; sin embargo, la acogida de las élites salzburguesas lo tranquilizaba. Tal vez su hijo comenzaba la envidiable carrera de compositor de ópera… Se necesitarían, sin embargo, obras más consistentes para estar seguro de ello. Por su parte, Wolfgang bromeaba con su mejor amigo, Anton Stadler, de catorce años. Orientado hacia estudios de teología moral, prefería la música y se había divertido como un loco cantando un papel en el Apolo de Wolfgang. Leopold no se oponía a algunas distracciones, siempre que fueran breves. Dado el nuevo proyecto que acababa de concebir, su hijo tenía que ponerse de nuevo a trabajar.

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16 Salzburgo, 11 de septiembre de 1767

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regañadientes, Anna-Maria terminó el equipaje. —No me apetece en absoluto ir a Viena, Leopold. Esa gran ciudad me da miedo. Aquí, en Salzburgo, el otoño es tan agradable. —No tenemos elección. Sabes tan bien como yo que van a celebrarse las bodas de la archiduquesa María Josefa, la hija de la emperatriz, con Femando, el rey de Nápoles. ¿Imaginas la magnitud de las celebraciones? ¡Es imposible perdérselo! —No estamos invitados. —Se organizan numerosos conciertos. En este clima de fiesta, Wolfgang superará a sus competidores, seremos invitados a la corte. Obtendrá un puesto fijo y bien remunerado. —¿Estás convencido de eso, querido? —Tanto como es posible. Al subir al coche con destino a Viena, los Mozart ignoraban que se trataba del último viaje que harían juntos los cuatro miembros de su pequeña familia.

Viena, 16 de septiembre de 1767 Ciudad siniestra, pesada atmósfera, abrumadora tristeza. Leopold no reconocía Viena. ¿Por qué la gran ciudad no se alegraba al aproximarse tan gozoso acontecimiento? —Desde la muerte del emperador Francisco I, en agosto de 1764 — explicó el cochero—, su majestad María Teresa se sumió en la tristeza y prohibió en Schönbrunn los regocijos demasiado ostentosos. Por lo que a su corregente, José II, se refiere, sólo tiene en la boca dos palabras: economía y austeridad. Según él, son las condiciones necesarias para mantener la prosperidad en Austria. ¡Y eso no entusiasma a los juerguistas! —De todos modos, esas bodas… —¡A pesar de todo, se esperan algunos momentos buenos! Un poco de alegría no perjudicaría la moral de los vieneses. www.lectulandia.com - Página 62

Leopold levantó la de su pequeña familia. No sólo Wolfgang y Nannerl iban a brillar en una sucesión de conciertos, sino que, además, serían recibidos en la corte que debían reconquistar.

Berlín, octubre de 1767 Contrariamente a Leopold, Thamos no esperaba nada del segundo viaje a Viena de la familia Mozart, pues seguir exhibiendo a Wolfgang retrasaba sus progresos como compositor. Pero comprendía la inquietud de un padre que, paradójicamente, hacía llevar a su hijo una existencia de saltimbanqui para asegurarle una situación estable obteniéndole un puesto fijo y bien remunerado en una de las mayores cortes de Europa. El Imperator de los rosacruces había reconocido su error. Sólo un Superior desconocido podía identificar al Gran Mago. Todos los círculos de la Rosacruz de Oro se habían abierto ahora para Thamos, que disponía, tanto en Viena como en Salzburgo, de un laboratorio alquímico donde producía los metales necesarios para asumir su condición de conde de Tebas. Una misiva de su hermano Von Gebler acababa de avisarlo de un acontecimiento tal vez capital: en Berlín había aparecido el Rito de los Arquitectos Africanos, es decir, egipcios, impulsado por Friedrich von Köppen, un oficial del ejército prusiano, de treinta y tres años de edad. ¿Estallido sin futuro o construcción prometedora? Thamos no desdeñaría nada. ¿Qué proyecto masónico iba a servir, mañana, como marco para la formación iniciática del Gran Mago? El egipcio elegiría el mejor, tras un profundo examen. No sin asombro, Thamos descubrió, en pleno Berlín, un edificio oficial provisto de un templo, una biblioteca, un gabinete de historia natural y un laboratorio de química. Friedrich von Köppen lo recibió en un suntuoso despacho, donde se veía una impresionante cantidad de manuscritos y de libros consagrados a las ciencias herméticas y al cristianismo. El creador del nuevo rito era un hombre robusto, franco y directo. Éste consultó por tercera vez la tarjeta de su visitante. —Conde de Tebas… No me digáis que procedéis de Egipto. —El nombre que dais al Gran Arquitecto del universo y que es, también, la palabra secreta de vuestro primer grado, «discípulo de los egipcios», es Amón, el dios de la antigua Tebas[40]. www.lectulandia.com - Página 63

El oficial prusiano se puso tenso. —Os entregaré luego la llave de este despacho y la dirección de la orden. —Vos, y sólo vos, debéis ampliar vuestra iniciativa. Vengo a entregaros unos documentos que estudiaréis a vuestra guisa y de los que haréis una publicación. La resurrección de los misterios egipcios es una tarea vital. Las temblorosas manos de Friedrich von Köppen recibieron un valioso manuscrito. —Este soberbio edificio me sorprende —reconoció Thamos—. Es evidente que gozáis del apoyo del poder. —Federico II me ha alentado a proseguir intensas investigaciones y me ha proporcionado los medios materiales indispensables. —¿Y no teméis un eventual cambio de camisa? —Es un monarca bastante imprevisible, lo admito. Pero conoce bien mi proyecto y no ve en él nada que pueda hacer peligrar su trono. Los ritos me interesan menos que la investigación pura —afirmó—. Hay que estudiar los textos antiguos, encontrar los mil y un aspectos de la sabiduría perdida, proceder a experimentos alquímicos y descubrir los secretos de la naturaleza. Los adeptos de mi orden trabajan día y noche. —Os deseo que lo consigáis. —¿Aceptaríais… ayudarme un poco? —Con mucho gusto. —¡Manos a la obra, entonces!

Viena, 1 de octubre de 1767 Geytrand depositó una delgada carpeta en la mesa de Joseph Anton. En su interior había algunas hojas referentes a la organización y los objetivos de la Orden de los Arquitectos Africanos. —Autorización y protección de Federico II… Muy molesto. Se debe coger con pinzas. —No os preocupéis demasiado —recomendó Geytrand—. El emperador puede cambiar de opinión rápidamente. Y, además, el fundador de este rito no debería llegar muy lejos. —¿Por qué tanto optimismo? —Porque en su programa se habla de largas horas de investigación cotidiana. Ya hay un hermano descontento que se queja de haber tenido que trabajar demasiado para obtener unos resultados insignificantes. Se www.lectulandia.com - Página 64

ha vuelto hacia una logia donde se adormecerá con toda tranquilidad. Ese buen hombre me ayudará a establecer un calamitoso retrato de Von Köppen. Ningún francmasón se lo tomará en serio. —Excelente. Sigamos observando, sin embargo, ese rito. —Como todos los demás, señor conde.

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17 Viena, 15 de octubre de 1767

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sustada, Anna-Maria despertó a Leopold. —¡Es horrible, horroroso, inconcebible! —¡Tranquilízate! Sé muy bien que no hemos dado aún ni un solo concierto, pero acabaré organizándolo. —¡No se trata de música! María Josefa, la prometida del rey de Nápoles, acaba de morir de viruela. Esta vez no se habla ya de unos pocos casos, sino de una verdadera epidemia. ¡Habrá centenares, incluso miles de muertos! Debemos abandonar esta ciudad lo antes posible. —Mantengamos la sangre fría, los rumores son a menudo exagerados. Iré a Schönbrunn y obtendré informaciones fundamentadas. Aunque la muerte de María Josefa fue confirmada, la corte solicitaba a la población que no cediera al pánico y a los músicos que se quedaran en Viena, con la perspectiva de nuevas ceremonias con otra prometida que ya se apresuraban a buscar. De modo que Leopold intentó tranquilizar a su familia, sin conseguir apagar las angustias de su esposa. Todos los días le suplicaba que abandonaran Viena antes de que fuera demasiado tarde. Cuando la archiduquesa Elisabeth murió a su vez de viruela, el pánico fue general. —Partimos de inmediato —decidió Leopold el 26 de octubre.

Berlín, 26 de octubre de 1767 Friedrich von Köppen estaba encantado. Thamos le abría insospechados horizontes y le permitía alimentar su rito de un modo inesperado. Las notas que le entregó su secretario atenuaron ese optimismo. —Malas noticias de Viena —le anunció al egipcio. —¿Qué ocurre? —Epidemia de viruela. Varias personalidades han sucumbido ya, y muchos vieneses se marchan a Moravia, respetada por la enfermedad. Thamos sintió un siniestro frío. Wolfgang se encontraba en peligro de muerte. www.lectulandia.com - Página 66

—¿Existe un médico local capaz de tratar esa afección? —¡Un médico y un hermano! Tiene una gran reputación. —Proseguid vuestras investigaciones, yo debo partir. —¿Ya? Pero… —Dadme el nombre y la dirección de ese terapeuta.

Olmütz (Moravia), 28 de octubre de 1767 Aliviada, Anna-Maria Mozart apretó la mano de sus dos hijos. Sólo habían necesitado dos días para llegar a esa pequeña ciudad, fuera del alcance de la epidemia. Durante la cena, Wolfgang no demostró tener demasiado apetito. A las diez de la noche, se quejaba de un fuerte dolor de cabeza. Y su madre descubrió con horror las primeras pústulas. —¡La viruela! Leopold corrió a casa de uno de los admiradores de su hijo, el conde Podstatsky, para pedirle ayuda. El aristócrata ofreció de inmediato asilo a la familia Mozart. A pesar de los riesgos que corría, no abandonó al niño prodigio. Aquella misma noche, Wolfgang, muy febril, comenzó a delirar. Hinchado, doliéndole los ojos, pronunciaba palabras incomprensibles, salvo Rücken, el nombre del reino por el que su alma bogaba, desprendiéndose poco a poco de la tierra. Al acudir a la cabecera del niño músico, célebre en la región, el doctor Wolff pensaba en el extraño encuentro que lo llevaba a Olmütz. Un francmasón, de impresionante estatura y mirada magnética, le había entregado una importante suma para sus gastos de desplazamiento y tratamiento. A cambio, el experto facultativo de cuarenta y tres años tenía que consagrarse, casi exclusivamente, al pequeño enfermo, y añadir a los remedios oficiales una poción a base de plantas orientales. Reticente primero, el médico había recibido la seguridad de que aquellas sustancias no tenían carácter nocivo alguno.

Olmütz, comienzos de diciembre de 1767 —¿Cómo te sientes esta mañana? —Mucho mejor —respondió Wolfgang sonriendo. www.lectulandia.com - Página 67

—La fiebre ha desaparecido —advirtió el doctor Wolff—; las pústulas también. —¿Me quedarán marcas? —Muy pocas, el cielo te protege. —Entonces, ¿estoy realmente curado? —Sí. —¿Puedo, pues, tocar el piano? —Me gustaría mucho escucharte. Wolfgang no se hizo de rogar. Vacilantes primero, sus dedos encontraron de nuevo, muy pronto, los maravillosos caminos del teclado, y las notas cantaron con sorprendente vivacidad. La grave enfermedad no había alterado las dotes del muchachito. —¿Aceptarías concederme un gran favor? —preguntó el doctor Wolff. —¡Vos me habéis salvado la vida! Acepto de antemano. —Mi hija tiene una bonita voz, y sería el más feliz de los padres si pudiera ofrecerle una melodía firmada por Wolfgang Mozart. —¿Disponéis de algún texto? —Sí, de este corto poema: «Oh, alegría, reina de los sabios que, con flores en la cabeza, le dirigen loanzas con sus liras de oro, tranquilos cuando la maldad hace estragos, escúchame desde lo alto de tu trono». Wolfgang, intrigado primero y seducido luego, se puso a trabajar, haciendo desaparecer así largas jornadas vacías y febriles. El muchachito no sospechaba que estaba acompañando por primera vez con música un texto masónico entregado por Thamos y ofrecido por el hermano Wolff[41]. Esa oración a la alegría serena, uno de los objetivos de la iniciación, se había formulado en floridos términos que no llamarían la atención de los profanos. Conmovieron sin embargo el alma de Wolfgang, tal y como deseaba Thamos, fijándole un lejano horizonte. El 23 de diciembre, la familia Mozart regresó a Viena, donde la epidemia de viruela había terminado por fin. Se detuvieron en casa del hermano del príncipe-arzobispo de Salzburgo y pasaron allí las fiestas antes de reanudar su camino. Leopold, obsesionado aún por el deseo de obtener un puesto en la corte de Viena, ordenó a su hijo que compusiera un dúo para dos sopranos, sin acompañamiento[42]. Ese lamento por la muerte prematura de la infanta Josefa demostraba el afecto de los Mozart por la familia reinante. Pero era preciso que fueran recibidos en la corte.

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18 Viena, 2 de enero de 1768

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l barón de Hund debería haber estado muy contento. La Estricta Observancia templaría contaba ahora con unas cuarenta logias distribuidas por Austria, Alemania, Suiza, Polonia, Hungría y Dinamarca. Sin embargo, el malestar crecía entre sus tropas, puesto que la recuperación económica anunciada no se producía. Ciertamente, las cotizaciones llegaban algo mejor, pero muchos hermanos esperaban una orden rica y poderosa de la que ellos mismos, al igual que los dignatarios templarios de la Edad Media, obtuvieran ventajas sustanciales. Charles de Hund y sus consejeros exploraban distintas pistas para crear riqueza, pero ninguna se concretaba. Y llegaban más protestas: muchos hermanos se quejaban de la pobreza de los rituales. Además, un temible depredador, Zinnendorf, cazaba en sus tierras. Acababa de introducir en Alemania un nuevo rito, el Sistema sueco, hostil a la Estricta Observancia templaria a la que, sin embargo, el renegado había pertenecido. El objetivo del Rito sueco consistía en poner el espíritu de sus adeptos en contacto con la divinidad, a la espera de la reaparición de su santo patrón, Juan el Evangelista. Al evocar los poderes invisibles, los hermanos pensaban obtener la iluminación interior. Esa andadura, demasiado mística, disgustaba a Charles de Hund. Sin embargo, se tomaba muy en serio al adversario y, atacado por varios frentes, le habría gustado ver de nuevo al Superior desconocido cuya sabiduría le faltaba.

Viena, 9 de enero de 1768 Sobre la mesa de Joseph Anton había una nueva carpeta: «Rito sueco. Zinnendorf». Ese médico[43] de treinta y siete años, jefe del servicio de salud del ejército prusiano, no carecía de interés. Decidido a vengarse de la Estricta Observancia templaria y del barón de Hund, hablaba demasiado y le había revelado todo lo que sabía a Geytrand,

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extremadamente adulador y comprensivo. Para el servicio secreto vienés se trataba de un recluta inestimable… ¡y gratuito! —¿Es realmente seria esta ofensiva contra nuestros templarios? —Es posible —estimó Geytrand—. Zinnendorf me parece muy decidido y dispone de una no desdeñable corriente masónica. Además, los problemas financieros de la Estricta Observancia están muy lejos de haberse resuelto, y se habla incluso de conflictos internos. —¡Excelente! Si los francmasones se aniquilan entre sí, nos evitarán mucho trabajo. ¿Resistirá Hund esa tormenta? —La orden templaría es la obra de su vida. Sean cuales sean las pruebas, no renunciará.

Viena, 10 de enero de 1768 Cuatro meses vacíos. La enfermedad, muchos gastos, ninguna recaudación. Leopold tenía que rendirse a la evidencia: Wolfgang cumpliría pronto los doce años. Ya no podía presentar a su hijo como a un niño prodigio, su carrera se empantanaba. ¿Futuro compositor? Nada seguro. Había habido unos primeros intentos alentadores, es cierto, pero imponerse en ese oficio sembrado de trampas y feroces envidias era especialmente arduo. ¿Virtuoso, Wolfgang? Tampoco era seguro. A los dieciséis años, Nannerl, sosa y sin genio, demostraba una mayor velocidad. Ahora bien, Wolfgang parecía frágil y soñador, demasiado alejado de una realidad cuyos aspectos implacables y sórdidos Leopold conocía. ¿Cómo hacer comprender al adolescente que ésta no se reducía a un reino imaginario? ¿Quién estaba de moda hoy, en Viena? Sobre todo Gluck y Joseph Haydn. Compositores expertos, acostumbrados a las exigencias de los poderosos y que dominaban su arte lo bastante como para acomodarse a las circunstancias, sin perder su personalidad. Wolfgang navegaba aún a mil leguas de aquellos dos músicos. Pero habría que dar, sin embargo, un gran golpe para satisfacer a los vieneses, apasionados por la ligereza, que detestaban la seriedad y lo razonable. Leopold buscaba; Leopold encontraría. Wolfgang, por su parte, escuchaba mucha música, en especial la de Haydn, a la que se mostraba particularmente sensible. No se comportaba como un oyente pasivo, sino como un creador que bebía de la obra de otro www.lectulandia.com - Página 70

para ir moldeando, poco a poco, su propio lenguaje. El 16 de enero terminó una sinfonía en re mayor[44] con el estilo de Joseph Haydn. Su padre apreció la proeza técnica, pero con esa imitación Wolfgang no ocuparía el proscenio. Leopold abandonó a su hijo a sus experimentos artísticos y puso en marcha todas sus relaciones y a todos los admiradores del ex niño prodigio para obtener una audiencia en la corte, el único acontecimiento que podría desbloquear la situación y poner de nuevo a Wolfgang en el camino de la celebridad. Leopold dormía mal, le faltaba el apetito y se volvía irritable. ¿Habría perdido la capacidad de convencer? Y después, ¡por fin la tan esperada noticia! Los Mozart fueron convocados a la corte el 19 de enero a las tres de la tarde.

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19 Viena, 19 de enero de 1768, a las tres de la tarde

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nte la estupefacción de Leopold, fue el corregente José II en persona quien recibió a sus huéspedes en la antecámara. Con el rostro muy largo, severo, desprovisto de expresión y de brillo, vestido con sencillez, el futuro dueño del Imperio austríaco no inspiraba alegría. Pese al creciente inmovilismo de María Teresa, triste y taciturna, la incitaba a emprender indispensables reformas, como la liberalización del código penal, demasiado represivo. Además, quería economizar y seguir economizando, reducir los gastos del Estado antes de que quebrase. Leopold nunca había imaginado que sería introducido en uno de los salones de Schönbrunn por tan gran personaje. Otra sorpresa: allí no había ni piano ni instrumentos de cuerda. —Sentaos —ordenó José II con sequedad. Wolfgang miró a su alrededor, y Leopold adoptó una actitud sumisa. —Majestad, ¿deseáis que mi hijo interprete su última obra para vos? —Hoy no. Simplemente deseo hablar de música con vos. A pesar de la terrible epidemia de viruela y de los lutos que han caído sobre nosotros, la corte de Viena debe mantener su rango de capital artística de Europa. No me gustaría que la reputación de Londres o de París superara a la nuestra. —¡Conociendo esas dos ciudades, majestad, eso es muy poco probable! —Gobernar es prever, señor Mozart. La emperatriz y yo mismo debemos encargamos de todos los dominios de la vida social, incluida la música. Mis vieneses son más bien frívolos, pero quiero darles obras de calidad. —Eso honra a vuestra majestad. —Me han dicho que vuestro hijo es compositor. —Trabaja día y noche, y sus primeras obras son dignísimas. No hablo como padre, majestad, sino como un técnico exigente y objetivo. —Muy bien, señor Mozart. Creo que a Viena le gustaría una ópera inédita. ¿Es capaz de componer una un muchacho tan joven? —Wolfgang lo demostró ya con Apolo y Jacinto, representada en Salzburgo. Desde entonces, ha progresado tanto que os dará entera satisfacción. www.lectulandia.com - Página 72

—Puesto que se trata de un encargo oficial, se firmará un contrato como es debido. Que el joven Mozart comience a trabajar de inmediato. Deseo la ópera para finales del mes de abril, como muy tarde. —Vuestros deseos serán cumplidos, majestad. ¿Puedo… puedo haceros una pregunta? —Hacedla, pues. —¿El compositor más célebre de Viena, Gluck, no se opondrá a un músico tan joven? —Por muy grande que sea, Gluck está a mi servicio. Leopold lamentó haber tocado ese delicado punto. La respuesta del emperador no lo tranquilizó en absoluto, pues a pesar de su voluntad de controlarlo todo, José II no podía desentrañar el embrollo de las querellas musicales.

No obstante, al salir de Schönbrunn, Leopold tenía ganas de bailar. ¿Acaso el futuro emperador en persona no acababa de encargar una ópera a Wolfgang? ¿Cómo imaginar, la misma víspera, semejante milagro? Casi indiferente a la situación, el adolescente silbaba una alegre melodía. —Anotémosla —recomendó su padre—. Esta misma noche pondrás manos a la obra.

Viena, finales de enero de 1768 En presencia del joven barón Van Swieten, hijo del médico personal de la emperatriz María Teresa, Gluck había afirmado a Leopold Mozart que no veía inconveniente alguno en que su joven hijo compusiera una ópera al gusto italiano, La Finta Semplice, La falsa ingenua, con libreto de Goldoni. Se firmó pues un contrato con un intermediario, Affligio, a cambio de cien ducados, una buena suma que consagraba a Wolfgang Mozart como un profesional. Aquella Falsa ingenua sería una ópera bufa en tres actos[45] que contaría una alambicada historia por la que el compositor no se interesó en absoluto. Pero, puesto que le ofrecían la ocasión de hacer vivir musicalmente a unos personajes, se entusiasmó ante la ardua tarea. Dos hermanos, avaros, cortados y desabridos. Su joven hermana, encantadora, alegre y soñando con un gran amor. Llega un oficial con su www.lectulandia.com - Página 73

hermana, bella y seductora. Se alojan en casa de los dos avaros. El oficial se enamora de la hermana de aquellos gruñones a quienes la falsa ingenua, es decir, la hermana del oficial, seduce uno tras otro. La intriga termina bien, puesto que la hermana de los dos vejestorios se casa con el oficial. Era puro Goldoni, Leopold ni se inmutó. Wolfgang tenía que adaptarse, y se adaptaría.

Viena, 2 de febrero de 1768 Entre Von Gebler y Thamos, la fraternidad no era una palabra vana. El primero presentía que el segundo iba a desempeñar un papel esencial en la evolución de la francmasonería, y quería informarle de los acontecimientos importantes que conocía. Le contó con detalle, pues, los sinsabores del barón de Hund y los sobresaltos que conmovían la Estricta Observancia templaria. —No estoy seguro de que consiga sus fines: restaurar la Orden del Temple. La nostalgia no es siempre buena consejera, y querer resucitar el pasado puede desembocar en un callejón sin salida. ¿Ha comenzado la formación del Gran Mago? —Ya ha dado sus primeros pasos, pero aún ignora su verdadera naturaleza. Tal vez no la descubra nunca. —¿Por qué tanto pesimismo? —Hay numerosos obstáculos. —Si vos veis la vida de color negro, ¿cómo va a brillar de nuevo la Luz en nuestras logias? —Tranquilizaos, no me confieso vencido. —Dos de nuestros hermanos podrían procuraros una valiosa ayuda, pero ni el uno ni el otro son fáciles de manejar. El primero se llama Mesmer. Es médico, músico y rico. El segundo es el barón Van Swieten, a quien se promete una brillante carrera diplomática al servicio del Estado austríaco. Yo soy casi el único que sabe que fue iniciado en Alemania, y el secreto debe preservarse. Aunque todo en él parezca hostil, Van Swieten quiere proteger la francmasonería, especialmente en Viena. De modo que no frecuentará logia alguna. Las autoridades deben ignorar su verdadero compromiso. —Gracias por vuestra confianza. —Sed extremadamente prudente. Antes o después estaréis en peligro. Y si os ocurriera alguna desgracia, el Gran Mago no alcanzaría su www.lectulandia.com - Página 74

plenitud.

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20 Viernes, 3 de febrero de 1768

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hamos estaba terminando una transmutación en su laboratorio alquímico de Viena cuando le alertó un ruido extraño. Un ruido que parecía el de unos tacones de bota golpeando los adoquines del patio. En plena noche, violaba el silencio habitual de una apacible morada donde sólo vivían una pareja de ancianos aristócratas y el egipcio. Confiando en su instinto, Thamos supo que debía huir lo antes posible. Derramó un líquido rojo sobre la piedra en fusión, se arropó con un grueso manto y salió por una puerta disimulada precisamente cuando los policías hacían su irrupción. Era la primera operación de envergadura llevada a cabo bajo la égida de Joseph Anton. La emperatriz María Teresa le había ordenado que detuviera a los alquimistas, destruyera su material y quemara sus obras. En el presente caso, los policías pudieron ahorrarse el trabajo, pues el fogón les estalló en la cara. Alejándose con paso tranquilo, Thamos comprendió que había sido denunciado por algún buen hermano o por el vecindario. En adelante tendría que extremar su prudencia y disimular más aún sus actividades ocultas.

Viena, fines de marzo de 1768 El príncipe Dimitri Galitzin, ministro en la corte de Luis XV y luego embajador de Rusia en Viena desde 1762, pertenecía a una familia de diecisiete hijos, de la que era el más destacado representante. Con cuarenta y siete años de edad, había perdido a su mujer en 1761 y no había vuelto a casarse. Desempeñando un papel decisivo en las relaciones diplomáticas entre Austria y Rusia, llevaba una existencia fastuosa abriendo a la nobleza vienesa las puertas de su palacio en la Krugerstrasse, con once estancias principales. Catorce coches, once caballos, numerosos sirvientes, una residencia de verano llena de grutas, fuentes y falsas ruinas: al príncipe le gustaba el lujo y la belleza. www.lectulandia.com - Página 76

—¿Ha llegado? —preguntó, impaciente, a su mayordomo. —Todavía no, alteza. —¡Va retrasado! —Todavía no, alteza. —¿Está todo listo? —Hasta el menor detalle. Por fin llegó el joven prodigio. Hacía mucho tiempo ya que el príncipe Dimitri Galitzin había oído hablar de aquel músico sorprendente y quería escucharlo, en su casa, a solas. Bien vestido, bien educado, el pequeño Wolfgang lo impresionó. No era ya del todo un niño, aunque estuviese lejos de ser un hombre, pero una luz de insólita gravedad animaba su mirada. En cuanto tocó una sonata, muy inferior sin embargo a las de Joseph Haydn, el príncipe sintió que un genio incomparable animaba a aquel hombrecillo. Algún día, si era necesario, lo ayudaría a convertirse en una de las personalidades más destacadas de la sociedad vienesa y a conquistar la capital artística de Europa.

Viena, abril de 1768 Leopold echaba por la boca sapos y culebras. Una vez más, se retrasaba la representación de La falsa ingenua. Affligio, el empresario, se comportaba como un estafador, incapaz de obtener un teatro. Y José II se encontraba en Hungría, en la frontera del Imperio turco, cuyo espíritu belicoso temía. Había que esperar su regreso para desbloquear la espantosa situación: una ópera lista, un encargo oficial cumplido en la fecha prevista, y no había compañía ni escenario. Wolfgang no permanecía de brazos cruzados. Gozando de la ayuda y las relaciones del príncipe Galitzin, daba conciertos en los salones de la nobleza vienesa, donde su renombre crecía. Sobre todo, seguía escuchando mucha música, que asimilaba componiendo e incorporándola así a su propia escritura. —¿Cuándo regresaremos a casa? —preguntó Anna-Maria, que prefería su tranquila Salzburgo a la agitada Viena. —En cuanto la ópera de nuestro hijo se haya representado. Un éxito lo consagraría como compositor y le abriría todas las puertas. Como de costumbre, Anna-Maria asintió. Su marido tenía forzosamente razón, www.lectulandia.com - Página 77

puesto que actuaba siempre en interés de la familia. Sin embargo, Salzburgo preocupaba a Leopold. Hacía seis meses que había abandonado su puesto y el príncipe-arzobispo Segismundo von Schrattembach no podía pagarle indefinidamente por no hacer nada en su corte. La carta oficial que acababa de recibir sólo era, pues, un mal menor. Su patrón no lo despedía y ni siquiera le daba la orden de regresar inmediatamente a Salzburgo. Sin embargo, a partir del 31 de marzo, no seguiría pagándole un sueldo. Ciertamente, gracias a las prestaciones de Wolfgang, los Mozart cubrían los gastos de su estancia en Viena. Y quedaba el pequeño tesoro procedente de la gira europea. Sin embargo, no era cuestión de perder su confortable situación en la corte del príncipe-arzobispo. Dividido entre la necesidad de regresar a Salzburgo sin gran demora y la eventualidad de un éxito de Wolfgang en Viena, Leopold vacilaba.

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21 Viena, julio de 1768

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l barón Gottfried Van Swieten, nacido en los Países Bajos, estaba haciendo una hermosa carrera diplomática que le había llevado a Bruselas, París y Londres. Ahora esperaba un puesto en Berlín. Pero otro ideal ocupaba su existencia: la francmasonería. En una Europa desgarrada por múltiples convulsiones y cuyo porvenir le preocupaba, apreciaba el clima de algunas logias donde la palabra seguía siendo libre. Espíritus ilustrados insistían en la necesidad de hacer reformas urgentes, sin olvidar ofrecer un impulso espiritual más allá de los dogmas y las creencias. Formaban sólo un grupito cuya voz corría el riesgo de ser ahogada. A causa de la hostilidad de la emperatriz María Teresa hacia la francmasonería, Gottfried Van Swieten no frecuentaba ninguna de las escasas logias vienesas, muy discretas. Por el contrario, procuraba manifestar desdén y desconfianza con respecto a ese movimiento de pensamiento, vagamente subversivo y del todo estéril. Restaurar la iniciación en Viena se anunciaba especialmente arduo, imposible incluso. Pero Van Swieten era paciente y obstinado. De regreso a Viena por algunas semanas, tomó de nuevo contacto con amigos y antiguas relaciones. El primer visitante del día, un desconocido: el conde de Tebas. A causa de su prestancia y su mirada, su huésped lo impresionó. —Tengo una petición que presentaros, señor barón. —Os escucho. —Ya conocéis al joven músico Wolfgang Mozart, que ha terminado una ópera encargada por el emperador. A causa de la incompetencia y las malversaciones de un estafador llamado Affligio, es imposible hacer que se represente la obra. ¿Podríais ayudar a Mozart? —¿Por qué os interesáis por ese muchacho? —Porque es el Gran Mago. Van Swieten guardó silencio durante largo rato. —Conde de Tebas…, ¿quién sois realmente? —Un hermano llegado de Egipto para que renazca la iniciación de la que tanto os preocupáis. Tranquilizaos, vuestro secreto está bien www.lectulandia.com - Página 79

guardado y seguirá estándolo. El Gran Mago, por su parte, necesita ayuda. Al barón Van Swieten, turbado, le habría gustado hacer cien preguntas al extraño visitante. Pero lo dejó partir sin preguntarle nada. Unos días más tarde, el aristócrata convocó en su casa a Wolfgang Mozart, a su padre, a unos músicos y a unos cantantes para escuchar La falsa ingenua. Ni el libreto ni la música le encantaron, pero advirtió aquí y allá algunos relámpagos de talento que merecían consideración.

Al finalizar la representación, Leopold solicitó la opinión del barón. —Interesante, para proceder de un muchacho de esa edad. Esta representación, sin embargo, corre el riesgo de ser la primera y la última. —Pero… ¡se trata de un encargo del emperador! —Me he informado, señor Mozart. Los músicos de la corte no desean el éxito de un chiquillo que les haría sombra. Haríais mejor regresando a Salzburgo. Leopold insistió. —Deseo hablar con el emperador. Puesto que vos habéis escuchado la ópera, ¿podríais obtenerme una entrevista? —Lo intentaré.

Viena, 20 de septiembre de 1768 Durante el verano, Leopold se había esforzado por redactar una memoria que narrara las desventuras de las que habían sido víctimas Wolfgang y su Falsa ingenua. «Todo el infierno musical —escribía— se ha desencadenado para que no se pueda reconocer el talento de un niño». Finalmente, en el umbral del otoño, José II aceptó recibirlo. —¡Ésa es la verdad, majestad! Mi hijo ha trabajado con ardor, ha respetado los plazos y ha proporcionado una obra digna de ser escuchada. Ahora bien, un intermediario corrupto y algunos colegas envidiosos nos condenan a un injusto fracaso. José II permanecía impasible. Expresándose de un modo tan cortante, ¿no estaba ganándose Leopold la cólera del soberano? —Tenéis razón en todo. Un proceso pondrá fin a las actuaciones del tal Affligio. Una gran sonrisa adornó el rostro ansioso de Leopold. www.lectulandia.com - Página 80

—¿Debo comprender, majestad, que la ópera de Wolfgang se representará por fin en un escenario vienés? —No, señor Mozart. El momento adecuado, por desgracia, ha pasado, y ahora tengo otras preocupaciones. Que vuestro hijo siga trabajando y el destino le será favorable. Al salir del palacio, Leopold fue a beber cerveza a una taberna. No sólo La falsa ingenua era condenada al olvido, sino que, además, el monarca no encargaba una obra nueva, ni siquiera de modo oficioso. Haber pasado tan cerca del éxito y… ¿Preparar una nueva serie de conciertos en Viena o regresar a Salzburgo? Se imponía la segunda solución. Más valía preservar un puesto fijo y correctamente remunerado que agarrarse a un sueño. Apenas había abierto la puerta de su apartamento cuando Anna-Maria corrió a su encuentro. —¡Un médico!… ¡Un médico quiere ver en seguida a Wolfgang! Está gravemente enfermo y me lo has ocultado, ¿no es cierto? —¡Claro que no! —Sin embargo, ese doctor… —¿Cómo se llama? —Mesmer. Su lacayo vendrá a buscar a Wolfgang mañana por la mañana y le llevará a comer a casa de su amo. Leopold, bajo los efectos aún de su decepcionante entrevista con José II, y con el ánimo nublado por la cerveza, se derrumbó en un sillón. Mañana sería otro día.

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22 Viena, 21 de septiembre de 1768

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acido en Suavia en 1734, instalado en Viena desde 1759, FranzAnton Mesmer había hecho sus estudios de medicina bajo la dirección de Van Swieten padre. Su tesis trataba de la influencia de los astros sobre los cuerpos animados, y había obtenido su diploma facultativo en 1766. Esposo de una mujer muy rica, tenor, pianista y violoncelista, iniciado en la logia vienesa de la Verdad y la Unión, Mesmer acababa de hablar largo y tendido con su amigo Gottfried Van Swieten. Cediendo a sus argumentos, había invitado de inmediato a su mesa al joven Mozart, que lo intrigaba sobremanera. El contacto fue inmediato. Leopold, en cambio, le pareció arisco y desconfiado. Mesmer lo tranquilizó ofreciéndole un excelente almuerzo en el exuberante jardín de su propiedad. —La música es un arte mayor —declaró Mesmer—. Como toda creación, se alimenta del fuego universal del que depende toda vida. —¿Incluso la de las plantas y las piedras? —preguntó Wolfgang. —¡Por supuesto! Y nosotros, los humanos, estamos provistos de un sentido especial que nos pone en relación con el conjunto del universo. Pero hay que ser conscientes de ello y desarrollarlo. —¿Componiendo, por ejemplo? —Sí, pues un músico puede propagar buenas energías. Mira, muchacho, tu cuerpo es sensible a la atracción universal, a la gravedad, a ese fluido que sirve de vehículo entre los seres. En nuestro mundo, actúa por repulsión o por atracción, y mantiene el equilibrio general. —Existen notas que se aman y engendran la armonía —comentó Wolfgang. —Respetar la circulación de la energía positiva y preservarla contribuye al mantenimiento de nuestra salud —añadió el médico—. Por eso estudio el magnetismo. Esa terapéutica provoca un movimiento de los fluidos en el enfermo que disipa los disturbios. —¿Cómo procedéis? —Todavía no he puesto a punto una técnica utilizable con un gran número de personas. Pero es fácil advertir la eficacia del magnetismo. ¿Te www.lectulandia.com - Página 82

duele algo? —El codo izquierdo, un poco. Esta mañana me he dado un golpe. Mesmer posó su mano derecha en el lugar dolorido. Wolfgang sintió casi de inmediato un suave calor; luego desapareció cualquier sensación de sufrimiento. —Es posible restablecer la circulación de los fluidos en un organismo debilitado —afirmó Mesmer—. Esta ciencia procede del antiguo Egipto, y deseo adaptarla a nuestra época. —Ni mi hijo ni yo estamos enfermos —intervino Leopold, a quien las palabras del médico no le gustaban—. ¿Por qué queríais ver a Wolfgang? —Para encargarle una obra breve —respondió sonriendo el magnetizador—. Será bien pagada y se interpretará aquí mismo, en este jardín. —¿De qué se trata? —preguntó Wolfgang, interesado. —De una pequeña historia a la que debe ponerse música, un Singspiel, como dicen en Alemania. Una muchacha, Bastiana, está enamorada de Bastián y teme su infidelidad. De modo que solicita ayuda al adivino del pueblo. «Finge no interesarte ya por él», le aconseja. Y el adivino, por su lado, revela a Bastián que Bastiana ha encontrado otro enamorado. Temiendo perderse, ambos jóvenes se unen y viven una perfecta felicidad. El guión divirtió a Wolfgang. ¡La muchacha tomaba la iniciativa y el drama terminaba bien! En cuanto hubo salido de la casa de Mesmer, comenzó a trabajar.

Viena, octubre de 1768 Una hermosa tarde, un jardín con los colores otoñales, un público exigente… Condiciones perfectas para la representación del Singspiel de Wolfgang Mozart, Bastián y Bastiana[46]. El adolescente había trabajado muy de prisa, con la sabiduría de un verdadero profesional. —¿Estáis satisfecho, señor conde? —preguntó Mesmer a Thamos, que se mantenía apartado de los admiradores. —Gracias por vuestra acogida, hermano. —Ese muchacho me sorprende —reconoció el médico—. A veces se diría que no es de este mundo. En el seno de una sociedad tan mediocre como la nuestra, ¿cómo va a encontrar su camino? —Creando. www.lectulandia.com - Página 83

Viena, diciembre de 1768 Una primera opera seria, Apolo y Jacinto; una primera opera buffa, La Finta Semplice; un primer Singspiel, Bastían y Bastiana; en un año y medio, un chiquillo acababa de crear tres obras cantadas en tres estilos distintos. Leopold sólo podía admirarse, pero un buen pedagogo no debía manifestar semejantes sentimientos ante su alumno. Con satisfacción, el cabeza de familia había recibido el encargo de un jesuita. Destinada a la inauguración de la capilla de un orfelinato colocado bajo la alta protección de José II, aquella misa[47] permitiría a Wolfgang mejorar su práctica de la música religiosa. El 7 de diciembre se ejecutó bajo la dirección del compositor de doce años en el nuevo edificio, en presencia de la corte. Gracias a su precisión de director de orquesta, obtuvo aplausos y muestras de admiración. ¡Qué razón había tenido Leopold al perseverar y quedarse en Viena! ¿Acaso, y por segunda vez, no daba Wolfgang plena y entera satisfacción al emperador? Además, demostraba que era un autor serio a quien la Iglesia —y, por tanto, la emperatriz María Teresa— podía conceder su confianza. Siguiendo su impulso, Wolfgang escribió una misa breve[48] para cuarteto vocal, cuarteto de cuerda y un órgano, y terminó el 13 de diciembre con una sinfonía[49] marcada por el estilo de Joseph Haydn. Sólo había una sombra en aquel cuadro, y por desgracia invasora: ¡seguían sin hacerle la menor propuesta de un puesto fijo! Aunque José II apreciaba a Wolfgang, los músicos oficiales eran un obstáculo, a cuya cabeza se encontraba Gluck. Según Leopold, una conspiración contra un creador de dotes tan evidentes que los eclipsaría a todos. ¿Cómo él, un modesto vicemaestro de capilla salzburguesa, conseguiría vencer a tan poderoso clan? Y, además, el príncipe-arzobispo acabaría impacientándose y despidiendo a su empleado. De mediocre, el balance de la estancia vienesa pasaría a ser catastrófico. Puesto que Viena se cerraba, había que regresar a Salzburgo. Pero Leopold ya tenía otro proyecto en su cabeza.

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23 Viena, febrero de 1769

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a proposición de la emperatriz María Teresa había dejado estupefacto al barón Charles de Hund. Ella, el mejor apoyo de la Iglesia y la enemiga jurada de la francmasonería; él, el fundador de la Estricta Observancia templaria. ¡Y sin embargo se le ofrecían altas funciones en Viena! Una trampa… Sólo podía ser una trampa. La emperatriz quería neutralizarlo, encerrarlo en una función oficial que le impidiera proseguir su aventura masónica. ¿Él, consejero de Estado de la emperatriz y consejero íntimo del emperador? Títulos honoríficos, claro. La dorada prisión de la corte, ¡nunca! Adoptando las más respetuosas formas, Charles de Hund declinó la oferta de María Teresa. El porvenir de la Estricta Observancia seguiría ocupando todo su tiempo.

Viena, marzo de 1769 Junto a Tobias von Gebler, Thamos había participado en la fundación de la logia vienesa A la Esperanza, hermosa virtud en aquellos tiempos difíciles, cuando los hermanos se limitaban a sucintas ceremonias y se guardaban mucho de emitir la menor crítica contra el poder establecido. —Nuestra francmasonería ronronea —advirtió Von Gebler—. Y no será el barón de Hund, a pesar de sus convicciones y de su compromiso, quien le devolverá la magnitud necesaria. —¿Acaso la Estricta Observancia templaria está en dificultades? —Progresa, pero de modo demasiado formal. Falta el fondo, y no estoy seguro de que la referencia templaría sea la más justificada. Luchas intestinas, competencia con otros sistemas rituales… Hund no ha conquistado aún Europa. ¡Lamentablemente! Viena ya no me parece un medio favorable para el desarrollo del Gran Mago. A menos que proporcionéis a la Esperanza o a cualquier otra logia los rituales que las hagan iniciáticas… Thamos no respondió. www.lectulandia.com - Página 85

Era demasiado pronto. Demasiado.

Salzburgo, primavera de 1769 Con trece años de edad, Wolfgang se escapaba de vez en cuando para jugar, bromear y discutir con su amigo Anton Stadler. La corte, la catedral, los salones de la nobleza y de la burguesía… El espacio salzburgués era reducido. Misas, paseos, juegos de sociedad y conciertos ofrecían a los súbditos del príncipe-arzobispo distracciones que satisfacían a la mayoría de ellos. Por su parte, Leopold exigía trabajo y más trabajo. Desde su regreso a la ciudad natal, el 5 de enero, Wolfgang no dejaba de componer. Austeridad de los viejos maestros alemanes, estilo galante, sonatas del sur y del norte, contrapunto, ópera seria, ópera bufa, técnicas de Schobert y de Johann Christian Bach… Wolfgang probaba todas esas expresiones y las utilizaba a placer. Hablando corrientemente en italiano y correctamente en francés, leía mucho, incluidos los autores con fama de serios[50]. Misas, minuetos para danzar, arreglos formados por una sucesión de pequeños fragmentos tocados durante banquetes oficiales, comidas de bodas y sesiones solemnes de la universidad: los encargos se sucedían. Al escribir su primera serenata[51], un fragmento más elegante y distinguido que un arreglo, Wolfgang sabía que sólo se tocaría una vez, al aire libre y al anochecer, a la gloria del comanditario. Un notable salzburgués deseaba su música, nunca antes oída y apetecible como un sabroso plato. Luego, se desvanecía. Hacerla ejecutar por segunda vez habría enojado profundamente al comprador y desacreditado al compositor. Esa encarnizada labor obligaba a Wolfgang a trabajar de prisa, sin dejar de dominar múltiples facetas del discurso musical, lo que tuvo una triste consecuencia: el adolescente desgarró el mapa del Rücken, el reino imaginario ahora desaparecido. La realidad de Salzburgo impedía soñar.

Berlín, verano de 1769 La tensión entre Austria y Prusia se hacía peligrosa. El motivo: un

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eventual reparto de Polonia. De modo que José II, tras haber desmantelado numerosos monasterios en Austria para dedicar sus bienes a obras de caridad y a proyectos educativos, decidió encontrarse con el temible Federico II, que reinaba en Prusia desde 1740. Federico, que hablaba francés con los humanos y alemán con los caballos, admirador de los enciclopedistas y de Voltaire, francmasón, no vacilaba en utilizar su ejército, exigiendo de sus soldados una «disciplina de cadáver». José II quería evitar un nuevo conflicto, que daría un golpe fatal a la paz difícilmente obtenida tras la guerra de los Siete Años. Era preciso, pues, desbaratar la amenaza prusiana para poder ocuparse mejor del verdadero peligro, la expansión turca. Mientras comenzaban las negociaciones, el sucesor designado para el trono de Prusia, Federico Guillermo, se entregaba al ocultismo. La francmasonería mundana y artificial lo aburría. En cambio, el especialista que acababa de instalarse en Berlín lo fascinaba, y él le facilitaría la existencia atribuyéndole un puesto de conservador en la biblioteca. Su nuevo protegido, dom Antoine-Joseph Pemety, nacido en Roanne el 13 de febrero de 1716, no era un hombre ordinario. Ex consejero del navegante Bougainville y defensor de los indios, había abandonado la orden benedictina para interesarse por la francmasonería, la cábala, el hermetismo y la alquimia. Autor de las Fábulas egipcias y del Diccionario mito-hermético, donde pretendía descifrar la enseñanza de los antiguos, había tenido que abandonar Aviñón a causa de unas investigaciones policiales cada vez más molestas. Allí, en Alemania, desarrollaría su Rito hermético con toda libertad, esperando ponerse en contacto con los espíritus que le revelaran la técnica de fabricación del oro alquímico. Enseñaría a los iniciados a interrogar la Palabra Santa y a interpretar sus enigmáticas declaraciones gracias a la numerología hebraica. En su logia, La Virtud Perseguida, iría más allá de la francmasonería convencional, celebrando dos grados superiores, los de Novicio e Iluminado. Thamos, informado por Von Gebler, esperaba que dom Pernety se mostrara a la altura de sus ambiciones. En su primer encuentro, el ex monje estuvo a la defensiva. El carisma del egipcio lo inquietaba, pero sus orígenes y su conocimiento de los misterios orientales podían servirle. De modo que aceptó iniciarlo en el Rito hermético, comenzando con la celebración de una misa. Luego, consagró al nuevo adepto en lo alto de una colina donde se levantaba un

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«altar de poder» de césped, en el centro de un círculo trazado en el suelo. Durante nueve días, Thamos fue invitado a contemplar la salida del sol en aquel lugar y a quemar incienso en el altar. A Dios le tocaba reconocer al nuevo iniciado, manifestándose en forma de un ángel que, en adelante, le serviría de guía y con el que podría dialogar. Cuando Thamos bajó de la colina por novena vez, dom Pemety supo que había superado la prueba. Entonces, le reveló la magnitud de sus proyectos. —Siguiendo el recto camino, el verdadero francmasón se convertirá en el Caballero de la Llave de Oro. Repetirá el viaje de los Argonautas y descubrirá el Vellocino de Oro. Elevado a la dignidad de Caballero del Sol, leerá las leyendas mitológicas con ojos de alquimista. Y cuando la piedra filosofal irradie, el iniciado rendirá culto a la Santísima Virgen. Dom Pemety necesitaría meses, años incluso, para redactar la totalidad de su Rito hermético, siempre que Federico II tolerase su presencia y Federico Guillermo siguiera protegiéndolo. ¿Daría aquella ardua labor resultados probatorios? Thamos quiso esperarlo en el camino de Salzburgo.

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24 Salzburgo, 5 de noviembre de 1769

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l entrar en el despacho del príncipe-arzobispo Segismundo von Schrattenbach, Leopold Mozart pensaba todavía en el error cometido por su hijo. El 15 de octubre, en la iglesia de San Pedro, se había cantado su misa solemne en honor de la ordenación y la primera celebración del reverendo padre Cajetan Hagenauer, un encargo casi banal… si uno de los solos del kyrie no hubiera comenzado con un ritmo de vals. Wolfgang no veía en ello malicia alguna. ¿Por qué había de ser aburrida la música religiosa? Afortunadamente, aquella grave falta había escapado a las autoridades y, el 27 de octubre, Wolfgang había sido nombrado «maestro de conciertos de la corte», un título honorífico sin sueldo; insuficiente para modificar el proyecto en el que Leopold pensaba desde hacía casi un año. —¿Dificultades, señor Mozart? —Ninguna, vuestra gracia. Sin embargo… —¿Sin embargo? —Tengo que haceros una petición. —A propósito de vuestro hijo, supongo. —Exactamente. —¿Acaso no le he atribuido un título que debería satisfacer a tan joven músico? —Wolfgang ya es un técnico notable, pero aún le faltan elementos esenciales para convertirse en un gran compositor cuya fama enriquezca la de nuestro querido principado. —¿Vais a solicitar autorización para salir otra vez de viaje? —En efecto, vuestra gracia. —¿Con qué destino, esta vez? —Italia. Su tradición y sus tesoros musicales completarán la formación de mi hijo. Con un nudo en la garganta, Leopold aguardaba la decisión del príncipe-arzobispo. —De acuerdo, señor Mozart. Durante vuestra ausencia no se os pagará salario alguno.

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Sálzburgo, 11 de diciembre de 1769 —¿Cuándo volverás? —preguntó Anton Stadler a Wolfgang. —Dentro de unos meses. Todo dependerá del éxito de los conciertos. —Por un lado, te deseo éxito; por el otro, me gustaría verte lo antes posible. —Mi padre decidirá, como de costumbre. —¿No deseas, a veces, rebelarte contra tu padre? —Inmediatamente después de Dios, está papá. Sin él, yo no sería músico. ¡E Italia… será maravilloso! Los dos amigos se separaron, Wolfgang besó a su madre y a su hermana. Esta vez, ellas se quedaban en casa. A los dieciocho años, Nannerl no era ya una niña prodigio, no componía y no tenía suficiente personalidad para imponerse como solista. En cambio, sería una buena profesora de piano y ayudaría a su madre a llevar la casa familiar. Wolfgang descubrió un coche equipado con tablillas, tintero y papel de música. No se trataba de soñar con un reino imaginario. Durante el viaje, el adolescente moldearía algunas partituras destinadas a sus futuros conciertos en Italia. En cuanto las ruedas dieron su primera vuelta, comenzó a trabajar. Y nacieron por el camino cuatro amables sinfonías. Durante un concierto-maratón, Wolfgang había tocado catorce obras, algunas salidas de su propia pluma. Agotado, el adolescente sólo pensaba en dormir, mientras Leopold se alegraba del éxito y de la recaudación. —Bravo, muchacho, nuestra campaña italiana no podría haber empezado mejor. Créeme, esto es sólo el comienzo. No me gusta demasiado ese nombre de Amadeus que te ha encasquetado la gaceta de Verona. Una traducción del Gottlieb, «el amado de Dios», pero prefiero el original. Amadeus no parece serio; diríase una chanza italiana. Recuerda que nuestro nombre, Mozart, procede del alto alemán muotharti y significa «valiente, voluntarioso».

Milán, 23 de enero de 1770 Gobernador general de Lombardía y sobrino del antiguo príncipearzobispo de Salzburgo, el conde Karl von Firmian recibió a los Mozart con calidez y les ofreció un confortable alojamiento en su palacio. —Milán es una ciudad rica, apasionada por la música. Os gustará www.lectulandia.com - Página 90

mucho, tanto más cuanto empieza el carnaval. Como regalo de bienvenida, he aquí los nueve volúmenes que reúnen los libretos de ópera del gran Metastasio. Leopold, confuso, se deshizo en agradecimientos. —Naturalmente —añadió el gobernador—, daréis varios conciertos aquí mismo y escucharéis buena música, especialmente la de Piccinni y Sammartini. La alegría de Wolfgang sedujo a sus célebres colegas, que contuvieron su envidia y murmuraron, incluso, unos vagos cumplidos. El 3 de febrero, unos días después de haber festejado su aniversario, el adolescente de catorce años compuso una melodía para unas palabras latinas del Evangelio, destinada a un castrado de su edad. Con devastadora ironía, no dejó de subrayar la frase: «Busca las cosas de arriba y no las de abajo». Tras un gran concierto dado el 23 de febrero, el padre y el hijo disfrutaron de las excentricidades del carnaval de Milán. El último día de los festejos, el 3 de marzo, numerosos carros desfilaron por las calles de la ciudad, por la que circulaban muchos personajes enmascarados. En un momento dado, uno de ellos se acercó a Wolfgang. —¿Te diviertes? —Es algo ruidoso, pero los colores son soberbios y me gusta que termine el invierno. —¿Estás satisfecho de tus últimas composiciones? —Gustan a los italianos. —No pareces haber comprendido mi pregunta. Wolfgang conocía aquella voz. —Sois el habitante de Rücken, ¿no es cierto? —Una simple máscara… —Mi reino infantil ya no existe, destruí su mapa. —Ya lo sé, Wolfgang. Por eso te pido que pienses en mi pregunta.

Milán, 12 de marzo de 1770 Durante un concierto de despedida que se celebró en el palacio del conde Von Firmian se interpretaron varias melodías de Wolfgang[52] sobre textos de Metastasio. Como otros técnicos, Leopold advirtió claros progresos. Su hijo comenzaba a saber manejar la voz, ese instrumento excepcional. Estupefacto ante la prestación del joven alemán, el conde llevó aparte www.lectulandia.com - Página 91

a Leopold. —Magnífico, señor Mozart, magnífico. Vuestro hijo ha conquistado Milán. Debéis proseguir vuestro viaje. Lo comprendo y os aliento a ello. Pero tendréis que volver aquí, y voy a daros una buena razón para ello: una ópera. —¿Estáis hablando de… un encargo? —Dadas las dotes de Wolfgang, es un género que debería convenirle. ¡Los italianos las adoran! ¿Os seduce la idea? —¡Claro, claro! ¿Cuál sería el tema? —La historia de un rey, Mitrídates, escrita por un libretista profesional, Cignasanti, según la obra, más bien aburrida, de Racine, un dramaturgo francés. Estoy convencido de que Wolfgang sabrá sacar lo mejor de esa sombría historia. —¿Es… urgente? —¡No os preocupéis! Descubrid Bolonia, Roma y Nápoles, admirad las mil maravillas de Italia y volved a nosotros. Dispondréis del libreto cuando llegue el momento. Al borde de la embriaguez, Leopold dio gracias al Omnipotente. Aquel viaje se anunciaba como el de mayores éxitos.

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25 Lodi, 15 de marzo de 1770

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urante aquella parada en el camino de Parma y de Bolonia, Wolfgang recordó la cuestión del hombre enmascarado. Y comprendió. Después de cenar, se encerró en su habitación y vertió en el papel unas extrañas notas. Al alba, cuando Leopold despertó a su hijo, examinó la partitura. —¿De qué se trata, Wolfgang? El adolescente se frotó los ojos. —De un cuarteto para cuerda[53]. —Un género extraño, sin gran interés… En cualquier caso, desaconsejado para un concierto. —No pensaba en eso. —¿En qué pensabas, entonces? —En componer para mí mismo, al margen de cualquier obligación, sólo para hacer música. Este primer cuarteto es sólo un divertimento, me siento capaz de algo mucho mejor. —Prepárate, salimos dentro de una hora. Leopold atribuyó a los caprichos de la adolescencia aquella desviación, sin futuro probablemente. ¿Acaso un músico profesional no debía satisfacer las exigencias de su auditorio?

Bolonia, 26 de marzo de 1770 Durante el gran concierto organizado en casa del conde Pallavicini se produjo un hecho rarísimo que llamó tanto la atención de la concurrencia como la actuación del joven alemán. Un musicólogo de fama internacional, el padre Martini, había salido de su convento para escuchar al prodigio llegado del extranjero. Que los boloñeses recordaran, el austero erudito acudía pocas veces a un concierto. Mozart lo debía haber intrigado mucho para arrancarlo de sus investigaciones.

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A los sesenta y cinco años de edad, el monje franciscano nunca había abandonado Bolonia, su ciudad natal, había rechazado incluso un puesto de maestro de capilla en San Pedro de Roma y se había limitado a sus funciones en el convento de San Francesco. Los músicos de toda Europa acudían a hacerle consultas, pues, trabajando en una monumental Historia de la música, cuyos dos primeros volúmenes acababan de aparecer, había adquirido un inigualable saber. Su biblioteca contenía partituras únicas, fechadas algunas de ellas en el siglo XVI. Cuando el padre Martini se acercó a Wolfgang, Leopold temió críticas o reproches. El religioso no manifestó animosidad alguna e invitó al adolescente a ir a verlo. Wolfgang aprovechó de inmediato la ocasión. Durante dos entrevistas con el ilustre sabio, aprendió a perfeccionar el arte del contrapunto y el de los recitativos de ópera. En un tiempo récord, construyó una fuga cuya composición le hubiera exigido toda una jomada a su profesor. Wolfgang lamentó abandonar aquel lugar tan apacible, dedicado a la investigación, y prometió al padre Martini que volvería.

Roma, 11 de abril de 1770 Tras haber pasado por Florencia, los Mozart llegaron a Roma a mediodía y corrieron hacia la basílica de San Pedro, no por un impulso de religiosidad, sino para admirar el prestigioso monumento. Allí, el adolescente escuchó el Miserere de Allegri, cuya partitura no salía de la capilla Sixtina. Pese a la complejidad de la obra, Wolfgang memorizó hasta la última nota, hurtando así uno de los secretos de la Ciudad Eterna. —¿Esa etiqueta es indispensable para el conocimiento de Dios? — preguntó Wolfgang al observar la danza de los dignatarios de la Iglesia. —Roma es un teatro —respondió Leopold—. Esta ostentosa religión no garantiza una buena y sana creencia. Wolfgang no dejó de someterse a la experiencia preferida de los turistas y escribió en seguida a su hermana: «He tenido el honor de besar el pie de san Pedro, en la iglesia de San Pedro, pero como tengo la desgracia de ser demasiado bajo, han tenido que auparme, a mí, al viejo bromista Wolfgang Mozart, hasta él». El músico, que de buena gana se hacía llamar «el amigo de la Liga del www.lectulandia.com - Página 94

Número», pues le encantaban los juegos matemáticos, rogó a Nannerl que le mandara las reglas de aritmética, alimentadas con numerosos ejemplos, que había extraviado. Apenas la misiva hubo salido hacia Salzburgo cuando Wolfgang y su padre se encontraron con un gentilhombre cuyo aspecto intrigó a Leopold. Thamos los saludó. —Creo que habéis perdido este documento. Wolfgang lo consultó: ¡las reglas de aritmética! Iban acompañadas por otra hoja que trataba sobre la Divina Proporción y el Número de Oro, con algunos ejemplos de su utilización en el ritmo musical. —¿Acaso no sois nuestro salvador parisino? —se extrañó Leopold. —Roma me parece más segura. Desconfiad, de todos modos, de los ladrones, y que Dios os proteja. Leopold no se atrevió a retener al aristócrata. Por lo que se refiere a su hijo, éste no reveló que conocía desde hacía mucho tiempo ya a aquel enviado del otro mundo. En aquel mes de noviembre, Wolfgang no sólo había paseado por las calles de Roma: un kyrie para cinco sopranos, algunas contradanzas destinadas a Salzburgo, dos melodías para soprano y una sinfonía en re mayor[54]. Pese a las riquezas de la gran ciudad, Leopold quería proseguir el viaje y descubrir la Italia del sur.

Viena, 19 de abril de 1770 La archiduquesa María Antonieta, hija menor de Francisco I de Lorena y de María Teresa, nacida en Viena en 1755, no carecía de encanto ni de inteligencia. A causa de las decisiones de su madre y de José II, su cómodo destino tomaba un exigente giro. Aquel decisivo día se celebraba, por poderes, la boda de María Antonieta con el Delfín, que había permanecido en Versalles. Dicha unión pondría fin a las incesantes guerras entre los Habsburgo y los Borbones, y consolidaría la paz en Europa. Las gozosas perspectivas no tranquilizaban a José II. Despreocupada, la joven no era consciente de las dificultades de su tarea. Tendría que abandonar su refugio vienés y conquistar un país que no quería demasiado a los extranjeros, y menos aún a los austríacos, una Francia presa de peligrosos intelectuales que cuestionaban las bases seculares del www.lectulandia.com - Página 95

poder, de la religión y de la sociedad. María Antonieta soñaba con una vida fácil y fastuosa, a la cabeza de una brillante corte. ¿Acaso no pasaría la mayor parte de su tiempo divirtiéndose y gozando de mil y un placeres? No preveía las bajezas, ni las envidias, ni los odios. Cuando estuviera sola, allí, tan lejos de Viena, nadie acudiría en su ayuda.

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26 Camino de Nápoles, 12 de mayo de 1770

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n sol ardiente hacía penoso el trayecto. En su coche, Leopold y Wolfgang se asfixiaban. De pronto, el vehículo se detuvo. Se oyó una conversación animada, voces, un grito de dolor. Provistos de cuchillos, tres hombres hirsutos abrieron la portezuela. —Bajad —ordenó el jefe de los bandidos—. Si nos entregáis todo lo que tenéis, tal vez no os matemos. Se oyó un disparo. Uno de los agresores se derrumbó, con el hombro ensangrentado. Una segunda bala silbó junto a la oreja del jefe. —¡Larguémonos! —ordenó. Los tres hombres desaparecieron por un trigal. —No te muevas, Wolfgang. Voy a ver. Leopold bajó y observó los alrededores. Nadie. ¿Quién los había salvado? Afortunadamente, el cochero sólo había perdido el sentido. Lo recuperó y se consideró capaz de conducir hasta la próxima posta. Oculto tras una vieja acacia, Thamos miró cómo se alejaba el coche, cargó su pistola, acarició a su caballo y continuó siguiendo a sus protegidos.

Nápoles, 15 de mayo de 1770 Sucia, ruidosa y peligrosa, la ciudad no gustó a los Mozart. Y la corte, tan agitada como mediocre, no mejoró el paisaje. Fue necesario, sin embargo, seducir a un nuevo público, y Wolfgang se vistió con un traje de escena de moaré rosa, color de fuego, adornado con encaje de plata y con el forro azul celeste. Tras un primer fragmento donde su virtuosismo dejó pasmados a los más escépticos, intervino un oyente. —¡Ese muchacho es un mago! Conozco al responsable de su poder: ¡el Maligno! Su anillo… ¡Su brujería reside en su anillo! ¡Qué se lo quite y www.lectulandia.com - Página 97

veremos si sigue devorando el teclado! El adolescente se quitó la joya y la emprendió con un segundo fragmento, más difícil que el anterior. Cariacontecido, su acusador fue el primero en aplaudir gritando: «¡Amadeo, Amadeo!». No era el diablo el que animaba los dedos del muchacho, sino Dios.

Versalles, 16 de mayo de 1770 La corte celebró las bodas del Delfín con la austríaca María Antonieta, que oficialmente se convirtió en Delfina. Esa unión avalaba una paz en la que muchos soñaban sin creer en ella. Circulaban mil rumores. Según unos, aquella princesa extranjera era estúpida, caprichosa e insoportable; según otros, era calculadora, autoritaria e implacable. Sosa y banal, observaban sus adversarios; fascinante y bella, afirmaban sus partidarios. ¿Aceptaría residir en Versalles o preferiría Viena? Olvidando la controvertida personalidad de la futura reina de Francia, miles de jaraneros asistieron a unos fastuosos fuegos artificiales. Lamentablemente, la muchedumbre, ebria y delirante, pisoteó a ciento treinta y dos infelices, que murieron asfixiados. Se profetizó un reinado siniestro a la austríaca, culpable ya de una catástrofe.

Pompeya, 13 de junio de 1770 El guardián de las ruinas quedó asombrado. —¿Queréis visitarlas? —Si es posible —respondió Leopold. —Es algo peligroso… y vuestro hijo me parece muy joven para interesarse por las antigüedades. —Os equivocáis —dijo Wolfgang, ofendido—. Conducidnos, por favor. —¡Cómo queráis! No es divertido, os lo advierto, y se avanza con dificultad, a causa de los agujeros. Muchos dan marcha atrás. —Vayamos —se empecinó Wolfgang. A la luz de las antorchas, los Mozart exploraron las grutas de la Sibila de Cuma. Leopold, fatigado, quiso detenerse. www.lectulandia.com - Página 98

—Yo sigo —decidió su hijo. —Sé prudente, te aguardo aquí. La profundidad de los subterráneos asombraba al adolescente. Sentía una atmósfera sagrada, impregnada del más allá. Sin duda, la galería llevaba hasta lo invisible, la fuente de todas las cosas. Sentado ante un bajorrelieve que representaba la iniciación de una mujer en los misterios de Isis, se hallaba Thamos el egipcio. Wolfgang notó una intensa sensación de bienestar, como si accediera al corazón de su reino imaginario. —¿Has estudiado los documentos que te entregué? —preguntó Thamos. —¡Los he experimentado incluso! Gracias a la Divina Providencia, las notas se armonizan mejor y las frases se ensamblan sin contrariarse. —Que esta proporción viva en tu corazón y en tu mano. De lo contrario, sería sólo una técnica inerte. Respirando el aire de Italia, alimentándote con su sol, franquearás una nueva etapa. Pero el objetivo aún está lejos. —¿Cuál es? —Contempla esta escena. Tras un largo período probatorio, esta mujer abandona el mundo profano para explorar el mundo de los Grandes Misterios. Tú avanzas por ese camino, ¿pero tendrás el valor de explorar lo desconocido sin vender tu alma? —Lo tendré. —Que los dioses te oigan, Wolfgang. —¿Quién eres tú, que me proteges? —Hasta pronto. Thamos desapareció en una galería por la que el guía se negó a meterse, a pesar del deseo de Wolfgang. —Es demasiado arriesgado —decretó—. Y vuestro padre debe de impacientarse.

Roma, 5 de julio de 1770 Los Mozart abandonaron la corte de Nápoles y regresaron a Roma. Una sinfonía, un Miserere para tres voces, cánones, minuetos, una misa breve[55]… El balance del estío no disgustaba a Leopold. Fueran cuales fuesen las circunstancias, su hijo seguía componiendo. www.lectulandia.com - Página 99

Aquel día soleado, llevando sus más hermosas ropas, padre e hijo aceptaron la invitación del cardenal Pallavicini a almorzar en el palacio del Quirinal. A la excelencia de los manjares se añadieron dos sorpresas, que el prelado destiló, compungido. —En primer lugar, os entrego un decreto de Su Santidad el papa, en el que nombra a Wolfgang Mozart «Caballero de la Espuela de Oro». Leopold creyó haber oído mal. —Eminencia… —Se trata de una altísima distinción que corona a un joven talento del que Su Santidad ha oído hablar muy bien. La Iglesia espera de vuestro hijo numerosas obras religiosas en su gloria. —Velaré por ello, eminencia. —En segundo lugar —prosiguió el cardenal—, seréis recibidos en audiencia privada, el 8 de julio, por Su Santidad Clemente XIV en el palacio de Santa Maria Maggiore.

Bolonia, 20 de julio de 1770 La audiencia, muy formal, había fastidiado a Wolfgang. ¡Qué convencidos de su importancia estaban aquellos religiosos! Representar a Dios y detentar la verdad absoluta no les proporcipnaba ni una pizca de humor. Vivir a su lado, en sus asfixiantes palacios, debía de esterilizar hasta al más profundo creador. En el camino de Roma a Bolonia, en cambio, el adolescente se había divertido leyendo un libro en italiano lleno de peripecias, Las mil y una noches. Sin duda alguna, un regalo de su misterioso protector. Magia y hechizo alimentarían su imaginación, y allí entrevio una serie de personajes dignos de figurar en una ópera. En cuanto llegó a la casa de campo del conde Pallavicini, Wolfgang, con ojos golosos, recibió el libreto de Mitrídates, rey del Ponto, pues estaba impaciente por ponerle música. El comienzo de aquel duro trabajo no le impidió montar en asno, acompañado por uno de los jóvenes de la familia, que tenía su misma edad. Tratado a cuerpo de rey, Leopold se tomó por fin el tiempo de curar una fea herida en su pierna. Y Wolfgang, por su parte, prosiguió el sueño italiano.

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27 Praga, agosto de 1770

E

l renacimiento de una logia de Praga[56] decidida a interrogarse sobre el sentido de los símbolos devolvía cierta esperanza a Ignaz von Born. Nacido en 1742, en Transilvania, había sido educado por los jesuítas antes de sus estudios de filosofía, derecho, ciencias naturales y mineralogía en la Universidad de Praga. Muy pronto se había interesado por la alquimia, y sus investigaciones lo habían llevado hacia la francmasonería, donde esperaba descubrir las claves del conocimiento. Una relativa decepción, dada la mediocridad de la mayoría de los hermanos y la debilidad de los rituales. Pero también la confirmación de sus presentimientos: bajo unas pobres vestiduras, la francmasonería era la forma contemporánea de la iniciación en los misterios nacida en el antiguo Egipto. Así pues, era preciso remontarse a la fuente. Con incansable perseverancia, Ignaz von Born seguía la pista que llevaba al tesoro olvidado. Gran lector de los antiguos iniciados, como Plutarco y Apuleyo[57], tratados de alquimia y textos herméticos procedentes de Egipto y conocidos en Occidente ya en el siglo XI, se había interesado por los Jeroglíficos de Horapollon, traducidos al alemán en el siglo XVI. El autor, cuyo nombre se componía de Horus y Apolo, dos dioses solares, transmitía una pequeña parte de la ciencia sagrada y revelaba que los jeroglíficos vehiculaban un conocimiento esotérico de la mayor importancia. Así, Osiris aparecía como el alma del universo y la fuente de la sabiduría. Y varias obras aparecidas en el siglo XVII procuraban a Von Born valiosas informaciones[58]. Nueva aportación, en 1731: la aparición de la novela del abate Jean Terrasson[59], Sethos, «obra en la que se encuentra la descripción de las iniciaciones en los misterios egipcios». Pero todo aquello no bastaba. Convencido de que la transmisión oral nunca se había interrumpido, Von Born se preguntaba si algún día tendría la suerte de conocer a uno de sus depositarios. ¿No se los designaba con el nombre de Superiores desconocidos?

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Tres certidumbres: en primer lugar, sin la iniciación, el mundo corría hacia el caos; luego, procedía del antiguo Egipto y permitía acceder al conocimiento; por fin, la francmasonería podía servir de crisol, de vínculo con el pasado, y de vía de transmisión para el presente y el porvenir. De frágil salud, como consecuencia de una grave intoxicación sufrida en el interior de una mina de Chomnitz, donde ejercía la responsabilidad de consejero técnico, Ignaz von Born sufría, también, una ciática crónica. Pese a esa disminución, se imponía un sostenido ritmo de trabajo. El sabio, que detestaba lo mundano y estaba desprovisto de cualquier aptitud para hacer carrera, vivía modestamente y distribuía su tiempo entre sus trabajos como mineralogista y su compromiso masónico. La mayoría de las logias chismorreaban, la que acababa de despertar en Praga, ciudad de alquimistas, sería un centro de investigación que acogería a los hermanos deseosos de vencer aquel sopor y orientarse hacia los misterios de Isis y Osiris. Juntos, examinarían los símbolos y los ritos para discernir su sentido profundo. La reconstrucción del templo comenzaba.

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28 Bolonia, 10 de octubre de 1770

L

os miembros de la austera Academia filarmónica se habían reunido en sesión solemne para examinar una candidatura. La severidad de su juicio asustaba a músicos experimentados, y muchos preferían renunciar antes que sufrir un humillante rechazo. Varios académicos se extrañaron, pues, al ver al padre Martini acompañado por un adolescente de catorce años, a quien les presentó como un futuro colega. Algunos quedaron escandalizados, otros se rieron por lo bajo. Encerraron a Wolfgang Mozart en una pequeña estancia y le entregaron un fragmento de gregoriano que debía transcribir para cuatro voces. Disponía de tres horas. Treinta minutos más tarde, el candidato salió de la estancia y, ante la sorpresa general, presentó su trabajo a la docta asamblea. Tras examinarlo, la votación fue unánime: recibió un «suficiente»[60]. Wolfgang se convertía así en miembro de la Academia filarmónica, y el padre Martini le entregó una especie de certificado: «Mozart me ha parecido muy versado en todas las cualidades del arte musical. Por lo demás, me ha dado pruebas de ello, especialmente al clavecín, para el que le he entregado varios temas que ha desarrollado inmediatamente de modo magistral, según las normas».

Milán, 20 de octubre de 1770 A fuerza de escribir los recitativos de su ópera, los dedos de Wolfgang estaban doloridos. ¡Y aún quedaban por componer todas las melodías! Esta vez, quizá la empresa superara su capacidad. De vez en cuando, su fatiga rozaba el desaliento. Pero pensando en la suerte que el destino le ofrecía, el adolescente volvía al trabajo, olvidando distracciones y reposos. Como Leopold confió a su esposa: «Wolfgang se ocupa ahora de cosas serias que lo hacen ser muy serio».

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A comienzos del mes de noviembre, su hijo se rebeló. —Producir melodías a medida para cantantes que me imponen tiene, aún, un pase. Pero no poder intervenir en modo alguno en el libreto es algo que no soporto. ¡Y esta historia no me gusta! —Tranquilízate —le recomendó Leopold—. Ésa es la ley del género: por un lado, un libretista; por el otro, un compositor. —Una mala ley, ¡la cambiaremos! —La costumbre es la costumbre, Wolfgang. Adáptate a ese tema. —Un padre y un hijo enamorados de la misma mujer, el rey que muere en el ataque de los romanos y perdona a su hijo, prendado de otra mujer, y el monarca moribundo que concede la mano de la mujer amada a otro hijo… Es difícil entender semejante embrollo, y más aún interesarse por él. Habría que podar, cortar, dar envergadura a los personajes principales, distribuir mejor sus intervenciones y… —Demasiado tarde, el tiempo apremia. Y debes aprender a acatar las exigencias del oficio.

Milán, 26 de diciembre de 1770 Finalizada la primera representación de Mitrídates, rey del Ponto[61], un espectador gritó: «Viva el Maestrino!». Y brotaron los aplausos. Entronizado como signore cavaliere filarmónico, Wolfgang pasó un invierno feliz: veinte representaciones de su ópera, un concierto en casa del conde Von Firmian y algunos días de reposo en Turín. Escribió una sinfonía ligera, la primera de una serie de seis[62] que terminó con una exclamación: «¡Fin, gracias a Dios!». Tras aquel agotador período, Wolfgang volvió a pensar en la pregunta que le había hecho su misterioso amigo. ¿Estaba realmente dispuesto a escribir por sí mismo, ignorando cualquier influencia exterior? La dificultad parecía una montaña de inviolable cumbre, pero no renunciaría a escalarla.

Berlín, 27 de diciembre de 1770 Thamos no asistió a la primera representación de Mitrídates, pues una carta de Von Gebler le pedía que acudiera a Berlín, donde los

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acontecimientos masónicos se precipitaban. El egipcio debía apreciar su importancia y descubrir los eventuales aspectos positivos para el porvenir del Gran Mago. Thamos fue recibido por el barón Gottfried Van Swieten, nombrado embajador ante la corte de Federico el Grande. Ese puesto de primer plano le permitía buscar las partituras de un músico olvidado, Johann Sebastian Bach, y participar, con extrema discreción, en la vida masónica. —¿Qué habéis venido a hacer a Berlín, conde de Tebas? —A saber lo que ocurre, realmente. —Hoy nace la Gran Logia masónica de Alemania. —¿Eso favorecerá, a vuestro entender, el desarrollo del pensamiento iniciático? —No creo demasiado en ello. ¿Pensáis intervenir de un modo u otro? —Todavía no.

Viena, 31 de diciembre de 1770 El tiempo gélido no molestaba a Joseph Anton. Indiferente a la tormenta de nieve, clasificaba sus fichas cuando Geytrand se presentó para informar. Enamorado del invierno, también, temía el verano y el calor. Gran comedor, que nunca se resfriaba, se complacía mucho acosando sin descanso a los francmasones. —Una buena noticia y una mala, señor conde. —Comencemos por la buena. —La Gran Logia masónica de Alemania acaba de nacer. Esa rígida estructura facilitará la identificación y el control de los francmasones. Al emperador le gusta el orden y quiere una organización administrativa bien estructurada, para controlarla con facilidad. Naturalmente, ha excluido de los puestos directivos a personajes dudosos o poco apreciados por el poder, como el barón de Hund y los partidarios más visibles de la Estricta Observancia templaría. El gran vencedor se llama Zinnendorf, nombrado Diputado Gran Maestre. Implantará más aún el Rito sueco, practicado ya por varias logias alemanas. —¿Le gusta al emperador ese rito? —No le disgusta. Su sucesor designado, Federico Guillermo II, siente fascinación por la Rosacruz de Oro. Lo rodea un clan formado por hermanos pertenecientes a esa orden, y fortalece el luteranismo para combatir el racionalismo y el cientificismo que caen sobre Europa. Las www.lectulandia.com - Página 105

luchas de influencia serán duras. Por fortuna, Federico el Grande aguanta en el timón y no autorizará a nadie a extraviarse por caminos transversales. La disciplina prusiana no es palabra vana… Si fuera preciso eliminar a los parásitos y los molestos, el emperador no vacilaría. —¿Y la mala noticia? —Ayer se abrió en Viena una nueva logia[63]. —¿De qué rito? —Estricta Observancia templaria. —¿Te parece peligrosa? —Todos los fundadores están fichados. Buenos cristianos, pertenecen a la pequeña nobleza y a la burguesía acomodada. Deberían mostrarse respetuosos de la ley y las autoridades. Además, como varias otras, tal vez esta logia no dure mucho tiempo. —Desconfiemos, de todos modos. La restauración de la Orden del Temple sigue estando de actualidad, y no quiero ver cómo esta locura se propaga por Austria. Rellena una ficha detallada sobre cada nuevo hermano y sigue desarrollando nuestra red de informadores.

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29 Milán, 31 de enero de 1771

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as fiestas de fin de año ofrecían a los Mozart un agradable momento de distracción. Naturalmente, sufrían al estar separados de AnnaMaria y de Nannerl, pero la calidez de sus anfitriones milaneses colmaba, en parte, esa carencia. Leopold arrastraba un poco los pies, y no sin razón, antes de ponerse de nuevo en camino hacia Salzburgo. El pequeño éxito de Mitrídates había llamado la atención de los melómanos y demostrado a Italia que al joven salzburgués no le faltaba talento. En toda lógica, la cosa no debía quedar así. Las previsiones de Leopold resultaron exactas: Milán encargó una nueva ópera a Wolfgang para la apertura de la temporada 1772-1773. Llenos de alegría, padre e hijo podían abandonar Italia con la certeza de regresar muy pronto y seducir a un vasto público.

Venecia, 20 de febrero de 1771 Llegados a la ciudad de los Dux el 10 de febrero, martes de Carnaval, los Mozart habían decidido tomarse varios días de festejos, recepciones y conciertos… ¡Para escuchar! No dejaron de plegarse a los desplazamientos en góndola. Las primeras noches, Wolfgang tuvo la impresión, mientras dormía, de que su lecho se balanceaba. Mientras aprovechaba una pequeña góndola para él solo, el adolescente canturreaba una melodía de su futura ópera. —Ligera y viva —observó el gondolero, cuya voz reconoció de inmediato Wolfgang. —¿Os… os habéis instalado en Venecia? —Como tú —dijo Thamos—, viajo mucho. —No he olvidado vuestra pregunta, pero pocas veces tengo un minuto para mí. Me abruman con encargos y mi padre no me concede demasiado descanso. Venecia es una excepción. —No te pido una respuesta rápida. No te dejes engañar por el éxito ni por el fracaso, y no concedas valor alguno a los rumores de este mundo. www.lectulandia.com - Página 107

Intentar seducirlo no te llevará a ninguna parte, pues él no va a crearte. Y ni siquiera has visto aún la luz, Wolfgang. —¡Sin… sin embargo nací en Salzburgo! —Se trató de tu nacimiento físico. Naciste luego en la música; más tarde, en la composición. Luego, moriste para la infancia y, pronto, para la adolescencia, nacerás a la condición de hombre. Y tal vez todas esas etapas te lleven al nacimiento del espíritu. —¿Qué queréis decir? —Ya llegamos. Tu padre te aguarda en el muelle.

Padua, 12 de marzo de 1771 Tras un gran concierto en Venecia, el 5 de marzo, los Mozart habían reanudado su camino hacia Salzburgo. La nobleza de la ciudad de los Dux se había encaprichado de Wolfgang, aun detestando al padre, considerado como un perpetuo descontento. Acerbo, Leopold no volvería nunca a esa ciudad húmeda y pretenciosa. Durante el día pasado en Padua, Wolfgang había dado una serie de pequeños conciertos y aceptado el encargo de un oratorio de cuaresma. El 17 de marzo, tras un alto en Verona, Leopold recibió excelentes noticias: por medio de un contrato, Milán confirmaba su encargo de una nueva ópera, y la corte de Viena deseaba una obra con ocasión de la boda del archiduque Femando de Austria con una princesa italiana. Todo iba del mejor modo en el mejor de los mundos.

Salzburgo, 28 de marzo de 1771 Anna-Maria se arrojó al cuello de su marido, ausente desde hacía quince meses, y besó con ternura a Wolfgang. Convertida en una mujercita, Nannerl se mostró más reservada. En el fondo, no había echado demasiado en falta a su hermano. Wolfgang recuperó sin especial alegría la morada familiar y su habitación de adolescente, que le pareció algo estrecha tras sus diversas estancias en suntuosos palacios. Aquella misma noche volvió a ver a su amigo Anton Stadler, y le contó su exploración de Italia. —Ya eres Caballero de la Espuela de Oro… ¡No es cualquier cosa! www.lectulandia.com - Página 108

—Mucho me temo que sí —concluyó Wolfgang. —¡Tan alta condecoración, a tu edad! Todo el principado se prosternará a tus pies. —Mucho me temo que no. —¿Te ha gustado el papa? —Demasiado envarado. Se diría que los grandes prelados se tragan diariamente una excesiva dosis de vanidad. —¡Evita esas críticas en Salzburgo! Podrían causarte algún que otro disgusto. —Tranquilízate, tú serás mi único confidente. Sabiendo que no tardaría en ver de nuevo Italia, Wolfgang aprovechó aquel intermedio salzburgués para componer música de iglesia, que el príncipe-arzobispo apreció, y también sinfonías alegres, destinadas a sus futuros conciertos en la península.

Praga, abril de 1771 Tras haber cerrado los trabajos de la logia, Ignaz von Born invitó al hermano visitante, el conde de Tebas, a descubrir su biblioteca. Con el rostro alargado, una gran frente, los ojos negros y brillantes y una leve sonrisa en los labios, el mineralogista de veintinueve años no se parecía a los demás francmasones que Thamos había conocido. Esta vez percibía una auténtica profundidad, un fuego interior de rara intensidad y una ardiente voluntad de vivir los grandes misterios. —¿Realmente procedéis de Egipto? —Del monasterio del abad Hermes, el maestro que me lo enseñó todo. Thamos leyó los títulos de los volúmenes reunidos por su anfitrión. —Nuestra propia biblioteca contenía ese saber, y mucho más aún. El abad Hermes había recibido de sus predecesores manuscritos que revelaban la sabiduría de los iniciados del antiguo Egipto. Von Born apretó los dedos en las palmas de las manos, para asegurarse de que no estaba soñando. Nunca habría esperado oír una afirmación tan clara, coronación de largos años de búsqueda. —¿Aceptaríais transmitir esos conocimientos secretos? —Ésa es mi misión. Según el abad Hermes, la tradición iniciática revivirá aquí, en Europa. —¿No será la francmasonería su canal? —Uno de los canales —rectificó Thamos—, a condición de que algunas www.lectulandia.com - Página 109

logias elijan el camino de la iniciación. Siguiendo el ejemplo de nuestros padres, habrá que formular, transmitir y revelar sin traicionar. Y está, además, el Gran Mago. Él sabrá crear una nueva expresión, capaz de engendrar un horizonte nuevo. —¿Existe semejante individuo? —Ahora tiene quince años y se llama Wolfgang Mozart. Pese a una carrera de niño prodigio, admirado en Viena, en París y en Londres, que podría haberlo roto, construye poco a poco su verdadera naturaleza. Antes de que sea plenamente consciente y haga de la Luz la materia fundamental de su obra, el camino será largo aún. Sin él, sólo conseguiremos resultados mediocres. Por eso nos consagraremos, vos y yo, al desarrollo de Mozart, que irradiará mucho más allá de su existencia y de su época. La gravedad del tono y la magnitud de la predicción impresionaron a Ignaz von Born. —¿De qué modo puedo ayudaros? —Desarrollad vuestra logia de investigaciones en Praga, con la ayuda de los elementos del Libro de Thot que voy a confiaros. Profundizad en los rituales, despertad las percepciones de vuestros hermanos, orientadlos hacia el conocimiento. Antes o después, iréis a Viena y desempeñaréis allí un papel decisivo. Os corresponde edificar un templo donde el alma del Gran Mago emprenderá el vuelo. Por mi parte, lo protegeré intentando apartar el máximo de obstáculos y evitarle trampas mortales. Pero sólo los dioses y él mismo detentan las llaves de su destino. Tras la partida de Thamos, Ignaz von Born permaneció largas horas inmóvil en la oscuridad. ¿Estaría a la altura de sus nuevos deberes?

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30 Salzburgo, 24 de junio de 1771

A

l escribir dos obras con ocasión de unas ceremonias en honor de la Virgen[64], Wolfgang había sentido un verdadero impulso místico, aunque su música, cercana a la ópera a veces, se alejaba sensiblemente de lo que era costumbre. Aquel día del San Juan de verano, se ejecutaba su nueva composición religiosa, un ofertorio para cuatro voces[65] donde se expresaba un emocionante fervor. A la salida de la iglesia, Juan Bautista, monje en el convento de Seeon, se acercó al compositor. —Somos amigos, mi querido Wolfgang, y quería felicitarte sinceramente. Qué feliz soy al advertir que sigues siendo un fiel creyente, especialmente vinculado al culto de María. Algunas malas lenguas te han acusado de tratar muy a la ligera alguna de tus misas, pero yo no creo ni una palabra de ello. En cambio, demasiadas óperas y sinfonías podrían desnaturalizar tu inspiración. —¿Ah, sí…? ¿Y por qué? —Porque las músicas ligeras alejan de Dios. —¿No te gusta la ópera? —¡Wolfgang! ¿Cómo te atreves a hacer semejante pregunta? —¿Y tú, cómo te atreves a intentar embridarme y restringir mi libertad en nombre de una creencia? —Una creencia, una creencia… ¡Pero es la religión, amigo mío, la verdad! —Regresa a tu convento. Yo compongo un oratorio destinado a Italia. Ofendido, el monje dio media vuelta. Wolfgang pensaba ya en el tema trágico al que debía poner música para Padua; otro libreto del ilustre Metastasio cuya poesía el joven músico consideraba más bien mediocre. Un juicio que debía mantener en secreto. A Wolfgang le tocaba magnificar la figura de Judith, victoriosa sobre los asirios. Encamación de la mano de Dios, mataba al tirano Holofemes y llevaba su cabeza a Betulia, liberando así a aquel país oprimido[66].

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Milán, 31 de agosto de 1771 Encantados al emprender su segundo viaje a Italia, Leopold y Wolfgang habían llegado a Milán el día 21. Puesto que la boda del archiduque Fernando de Austria estaba prevista para mediados de octubre, Wolfgang debía escalar de nuevo una escarpada montaña y llevar a cabo un trabajo titánico. Componía pues, día y noche, en una vasta mansión llena de músicos que afinaban sus instrumentos, ensayaban, descifraban y canturreaban. A pesar del mido continuo, Wolfgang conseguía concentrarse, y sólo se topaba con un obstáculo: la fatiga de sus dedos a fuerza de escribir. Su única diversión consistía en conversar por signos con el hijo de su anfitrión, un sordomudo. Los dos adolescentes se entendían a las mil maravillas, y su comunicativa alegría distendía la atmósfera. Sin embargo, Leopold seguía inquieto. ¡Quedaba tan poco tiempo para terminar la ópera! Y cuando Venecia encargó otra, a su vez, se vio obligado a declinar la oferta. Su hijo intentó consolarlo. —Te prometo que estará lista a tiempo. —Confío en ti, pero están los demás, todos los demás. Y hay tantos incompetentes, tantos envidiosos… Si el mal la emprende con la cabeza y el culo de la gente, la cosa se vuelve muy peligrosa. —Lo venceremos.

Milán, 17 de octubre de 1771 La música de Ascanio in Alba[67] se terminó el 23 de septiembre, los ensayos comenzaron el 28 y el estreno de aquella «serenata teatral» en dos actos se produjo el día previsto, el de la boda del archiduque Fernando de Austria con María Beatrice Ricciardia d’Este, de Módena. Una vez más, Wolfgang hacía un milagro. A cada nueva hazaña, a Leopold le asombraba la capacidad creadora de su hijo. ¿Hasta dónde llevaría sus límites? El autor del libreto, Giuseppe Parini, había entregado uno de esos textos enrevesados con los que el músico batallaba con firmeza. La diosa

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Venus quería que su hijo, Ascanio, se casara con Silvia. ¿Un matrimonio fácil? No, pues era preciso ponerlo a prueba. Entonces, Cupido llevaba a Silvia junto a Ascanio, a quien no conocía, y cuyo nombre no le revelaba. De inmediato, se enamoraba de él. Desgraciadamente, la joven estaba prometida a un tal… Ascanio. Fiel a su naciente amor, juraba rechazar a aquel desconocido. ¡Y he aquí que pasaba la prueba! Ascanio se casaba con Silvia bajo la protección de Venus. Los espectadores del teatro Regio ducal de Milán recibieron triunfalmente la música del maestrino llegado de Alemania. El más entusiasta fue el archiduque Femando, que aplaudió a rabiar y fue el primero en felicitar al joven compositor y a su padre. —¡Señor Mozart, vuestro hijo hará una gran carrera! Voy a escribir una carta a mi madre, la emperatriz, para que le conceda un puesto permanente en la corte de Viena. Ninguna otra declaración podría haber resultado más dulce para el oído de Leopold.

Milán, 2 de noviembre de 1771 Tras haber terminado una sinfonía en fa mayor[68], Wolfgang escribió a su hermana: «Hoy se representa Ruggiero, la ópera de Hasse; pero como papá no sale, no puedo ir. Afortunadamente me sé de memoria todas las melodías. Así, en casa, puedo oírlo y verlo todo». Leopold salía muy poco, pues tascaba el freno aguardando, con creciente impaciencia, la respuesta de la emperatriz. Gracias a este primer gran éxito y al apoyo del archiduque, iba a alcanzar el objetivo que se había fijado desde hacía tanto tiempo: obtener para Wolfgang, en Viena, un puesto estable y bien remunerado. Dando vueltas como un oso enjaulado, Leopold acudió varias veces al palacio del archiduque para saber si había llegado, por fin, la carta de María Teresa. Al regresar, decepcionado una vez más, encontró a su hijo tocando el clarinete. —¿De qué te servirá eso? No lo utilizaremos en Salzburgo. —Figurará en un divertimento[69] que me ha encargado un aficionado a ese instrumento. Dada la suma entregada, Leopold no se rebeló más aún. Y Wolfgang debía ocupar su espíritu durante tan interminable espera. Al regalar aquel soberbio clarinete al Gran Mago, Thamos había www.lectulandia.com - Página 113

puesto de manifiesto su importancia con vistas a futuras obras. ¿Acaso la profundidad de su canto no expresaba los misterios del alma con calidez y solemnidad? Un universo lleno de melodías se abría.

Milán, 30 de noviembre de 1771 Leopold estaba de un humor de perros. A pesar de una lluvia gélida, quería llevar a Wolfgang a casa del archiduque, para mejor defender su causa. Al cruzar la plaza del Duomo, vieron cómo colgaban a cuatro bandidos. Leopold, recordando la desventura de París, apretó el paso. El secretario particular del archiduque consintió en recibirlos. —Lo siento mucho, señor Mozart, su alteza está ausente. —¿Ha dejado algún mensaje para mí? —Ningún mensaje. El archiduque Femando huía de los Mozart. Puesto que la respuesta de Viena no llegaba y, tal vez, no llegara nunca, era inútil permanecer por más tiempo en Milán. —Regresemos a Salzburgo —decidió Leopold.

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31 Milán, 12 de diciembre de 1771

E

l archiduque Femando de Austria se alegraba por la partida de los Mozart. Apreciaba mucho el talento del hijo, pero no soportaba el mal carácter ni la obstinación del padre. Y él no era responsable de que la respuesta de su madre tardara tanto. La emperatriz tenía otras preocupaciones más importantes que contratar a un músico. Finalmente le llegó la decisión de María Teresa. Al leerla, el archiduque palideció: «Me pedís que tome a vuestro servicio al joven salzburgués. Ignoro en calidad de qué, pues no creo que necesitéis a un compositor u otra gente inútil… Eso envilece el servicio, puesto que esa gente recorre el mundo como desharrapados. Además, Mozart tiene una gran familia». Era evidente que, mientras la emperatriz viviera, Wolfgang no sería nunca contratado por la corte de Viena. Femando llamó a su secretario. —Comunica a Leopold Mozart que su majestad no recluta ya músicos. Está satisfecha con su personal y no piensa aumentarlo.

Salzburgo, 16 de diciembre de 1771 El humor de Leopold no mejoraba. Fracasar tan cerca del objetivo… Pues, no lo dudaba, la decisión de la emperatriz sería negativa, suponiendo que se tomara el trabajo de responder. Y el vividor de su hijo no se atrevería a contrariarla, luchando por un pequeño músico salzburgués. ¡Tantos esfuerzos reducidos a nada! A pesar del éxito de Ascanio in Alba, el balance de aquella segunda estancia italiana resultaba decepcionante. ¿De qué servían los aplausos del público si no se traducían en una situación estable? Quedaba Salzburgo. El buen príncipe-arzobispo ofrecería a Wolfgang algún empleo asalariado si éste consentía en no abandonar de nuevo la ciudad…

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Al cruzar el umbral de su apartamento, Leopold advirtió en seguida la pesadez de la atmósfera. Con un pañuelo en la mano y los ojos enrojecidos, Anna-Maria no se lanzó al cuello de su marido y permaneció encogida en un sillón. A su lado, Nannerl parecía también abatida. —¿Qué ocurre? —Nuestro buen príncipe-arzobispo agoniza; debía celebrar sus cincuenta años de sacerdocio el 10 de enero próximo, con una gran fiesta. ¡Qué injusto es el destino! Todo Salzburgo llora. Leopold corrió a palacio. Segismundo von Schrattenbach acababa de abandonar este valle de lágrimas para comparecer ante su creador. Leopold, afligido, veía cómo el porvenir se ensombrecía. Con su prelado, amable y conciliador, siempre era posible arreglarse. ¿Qué ocurriría con su sucesor? Y, además, estaba El sueño de Escipión, preparado por Wolfgang para el príncipe-arzobispo. Habría que modificar la dedicatoria y, tal vez, la propia obra, en función de los gustos del nuevo dueño de Salzburgo. Por los corredores circulaba el nombre del conde Jerónimo Colloredo. Viendo los alargados rostros y las miradas de perros apaleados, el personal añoraba ya a Von Schrattenbach.

Viena, 30 de diciembre de 1771 —Se ha creado una nueva logia[70] en Viena —le anunció Geytrand a Joseph Anton. —¿Quién es el responsable? —Barriochi, un mercader en seda. —¿De qué rito? —Rosacruz de Oro. Los místicos lanzan una ofensiva sobre Viena, pero sus posibilidades de éxito son escasas. Muchos francmasones los detestan, y el reclutamiento no será fácil. —¿Disponemos de buenos informadores? —Todavía no, pero eso no puede tardar. Forzosamente, habrá algunos decepcionados con la lengua larga. —Haz que vigilen permanentemente el local. Quiero el nombre de www.lectulandia.com - Página 116

todos los hermanos que participen en los trabajos de esa logia.

Salzburgo, enero de 1772 Fuera, nevaba. En casa de los Mozart había tristeza. Wolfgang, enfermo, no componía ya desde que había terminado una pequeña sinfonía en la mayor[71]. Debido a la fiebre, ni siquiera Anton Stadler estaba ya autorizado a ver a su amigo. Leopold sabía que la corte de Viena seguía cerrada para Wolfgang. Y la situación en Salzburgo le preocupaba en el más alto grado. ¿Le concedería Colloredo un ascenso por antigüedad o lo despediría? ¿Qué suerte le reservaría a Wolfgang? ¿Permitiría el nuevo príncipe-arzobispo viajar a sus músicos? Para obtener respuestas, había que aguardar a la elección, fijada para el 14 de marzo. Los salzburgueses no querían demasiado al conde Jerónimo Colloredo, pues su familia estaba vinculada a los Habsburgo. Bajo su reinado, el principado corría el riesgo de perder gran parte de su autonomía, y dependería más de Viena. Tal vez fuera un defecto insuperable. Y en ese caso, ¿quién tomaría el poder? Poco después de su decimosexto aniversario, la salud de Wolfgang mejoró. Compuso una pequeña sonata a cuatro manos[72] y la tocó con Nannerl, luego unas sonatas de iglesia, unos divertimenti para cuarteto de cuerda[73] y unas sinfonías que se ejecutarían en Milán, en un próximo viaje. Bajo la égida de Leopold, muy atento al clasicismo absoluto y al buen gusto de las melodías, el adolescente trabajó en El sueño de Escipión, el regalo que los Mozart ofrecerían al nuevo príncipe-arzobispo.

Salzburgo, 14 de marzo de 1772 —¿Se ha tomado ya una decisión? —preguntó Leopold a uno de sus colegas. —Todavía no. Llevan cinco días de escrutinio ya, y continúan. Hay que reconocer que el conde Colloredo no tiene unanimidad: altivo, despectivo, autoritario, seguro de sí mismo, sometido a los Habsburgo… ¡Bastante para que la totalidad de los salzburgueses lo detesten! Desgraciadamente,

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ha eliminado a sus competidores y nadie osa oponerse a él. Además, proclama su pleno acuerdo con los proyectos de reforma de José II, entre ellos, severas medidas de economía. ¡A nosotros, los músicos, nos concierne directamente! Unos ardores desgarraron el estómago de Leopold. Se vio en la calle, obligado a abandonar su apartamento y a luchar contra la miseria. De pronto, un tumulto. Se apretujaban en la puerta de la sala del consejo, que por fin acababa de abrirse. Convencido de su importancia, el portavoz aguardó el completo silencio antes de revelar el resultado de la votación. —Tras varios escrutinios, Jerónimo Franz de Paula, conde de Colloredo, ha sido elegido príncipe-arzobispo de Salzburgo.

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32 Salzburgo, 18 de marzo de 1772

A

nna-Maria volvió a leer la primera página del Salzburger Intelligenzblatt, el diario oficial que relataba, todos los miércoles, los principales acontecimientos de la corte. Estaba consagrada a la difícil elección de Colloredo, cuya entronización se celebraría a finales del mes de abril. —¿Nos será favorable el nuevo príncipe-arzobispo? —se preocupó. —Es admirador de ese odioso perro de Voltaire y del imbécil de Rousseau… Podemos temer cualquier cosa. —¿Qué será de nosotros si pierdes tu empleo? —Roguemos al Señor que nos proteja. Desde antes de su toma del poder, Colloredo procedió a la reorganización de los distintos servicios de su corte, especialmente de su cuerpo de músicos. Y Leopold fue invitado a palacio para darle a conocer su destino. Dada su notoriedad local, el éxito de su método de aprendizaje del violín y sus excelentes hojas de servicio, merecía el puesto de maestro de capilla. Según algunos rumores, sus partidarios habrían conseguido convencer a Colloredo para que se lo concedieran. Todos los músicos de la corte estaban reunidos en la sala de conciertos de palacio. Nerviosos, aguardaron más de una hora la aparición del portavoz del príncipe-arzobispo. —Su eminencia nombra maestro de capilla al italiano Fischietti, un artista de excelente estilo. Leopold Mozart es confirmado en sus funciones de vicemaestro de capilla. Por razones de economía, la Ópera quedará cerrada y la duración de las misas se reducirá a la mitad. Sin embargo, la calidad de la producción musical tendrá que mantenerse. El príncipearzobispo espera de vosotros rigor y abnegación. Señores, manos a la obra.

Salzburgo, 29 de abril de 1772 Decepcionado al no haber obtenido un ascenso pero tranquilizado al conservar su puesto, Leopold se conformaba. Salzburgo, al menos, seguía www.lectulandia.com - Página 119

siendo un sólido punto de anclaje al que también Wolfgang acabaría agarrándose. De acuerdo con las instrucciones de su padre, había compuesto unas letanías[74] muy convencionales, que exigían muchas correcciones antes de ser presentadas al príncipe-arzobispo. La primera obra del hijo de Leopold que Colloredo había escuchado no había suscitado reacción negativa ni tampoco especial interés. El dueño de Salzburgo, aficionado al estilo italiano, pensaba remodelar el gusto de su capilla y obtener una total obediencia. Desde comienzos del mes de abril, varias academias[75] permitían a los notables escuchar a Johann Christian Bach, a Sammartini y a otros compositores ligeros y mundanos de las cinco de la tarde a las once de la noche. Y aquel 29 de abril, fecha de su entronización, era su día de gloria. Jerónimo Colloredo accedía al poder y rectificaría los errores de sus predecesores, demasiado laxistas, con mucho. Pese a su voluntad de controlar los gastos, ofreció una suntuosa ceremonia en la que apareció vestido de gala. El sueño de Escipión[76], serenata dramática en un acto y doce números, del joven Mozart con libreto de Metastasio, no le interesó en absoluto. De modo que la obrilla no sería nunca representada, aunque el relato fuese digno de interés. Escipión veía en sueños a dos diosas, Constancia y Fortuna, que le exigían que escogiera a una de ambas para protegerlo. Deseoso de pensarlo bien, se hacía llevar al cielo, entre sus antepasados. Y la elección se imponía: al regresar a la tierra, pediría a la más hermosa de las diosas, Constancia, que velara por él, olvidando el furor de Fortuna. Leopold se guardó mucho de formular la menor protesta contra la decisión de su augusto patrón. Por lo que a Wolfgang se refiere, al igual que Escipión, superó la mala fortuna para seguir viviendo la constancia de su inspiración. En mayo y junio nacieron tres sinfonías[77], un brillante Regina coelis[78], cuyo estilo se parecía a la ópera, y un divertimento[79] nutrido por nuevas combinaciones instrumentales que no escandalizaron al príncipe-arzobispo. El adolescente pensaba a menudo en sus encuentros, demasiado breves, con el enviado del más allá. Cada una de sus palabras contaba más que centenares de horas de sermón, pero no conseguía aún prolongarlas en música. Jamás renunciaría.

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Kohlo, 4 de junio de 1772 Fue en Kohlo, cerca de Pfoerdten, donde se celebró un convento decisivo para el porvenir de la Estricta Observancia templaria. El barón Charles de Hund habría evitado la prueba de buena gana, pero los altos dignatarios de la orden exigían esa reunión para aclarar varios puntos oscuros. La escisión emanaba de un aristócrata aficionado a las ciencias secretas, el duque Femando de Brunswick, vencedor en la batalla de Minden[80]. Una grave crisis amenazaba con estallar y destruir el edificio. Entre dos sesiones de discusiones muy animadas, Charles de Hund y Femando de Brunswick pasearon por el gran parque, a la sombra de los robles. —Dadas las dificultades financieras persistentes —indicó el duque Femando—, nos vemos obligados a aumentar las cotizaciones de las logias y las de los hermanos. Su principal motivo de descontento se refiere al origen de vuestra autoridad masónica. Debe admitirse, mi querido hermano, que os designasteis a vos mismo como jefe de la orden. Dada su expansión, es conveniente proceder a una elección como es debido. —¡Sólo yo he hablado con un Superior desconocido, llegado de Egipto! —Ese argumento no os favorece, ¡al contrario! Nuestros Caballeros ya no quieren ser dirigidos por misteriosos personajes que nadie puede ver. Prefieren una personalidad pública, de buena reputación, cuya fama recaiga sobre la de la orden. —¿Vos mismo, supongo? —Estoy dispuesto a sacrificarme sin límites para asegurar el desarrollo y la fortuna de la Estricta Observancia templaria —afirmó el duque de Brunswick. Hund se aclaró la garganta. Aquel arrogante guerrero quería robarle a su hijo, la orden que él había concebido, creado y desarrollado.

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33 Viena, julio de 1772

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a Estricta Observancia templaria toma un nuevo impulso —anunció Geytrand a su superior—. Los Caballeros acaban de llevar al poder al duque Femando de Brunswick, un personaje ilustre de reputación intachable. —¿Con el acuerdo del barón de Hund? —se extrañó Joseph Anton. —Sentado en el banquillo de los acusados, tragó quina para conservar su título de Gran Maestre provincial. Hund está acabado, ya nadie lo escuchará. —¡A menos que se rebele y trame un complot contra el duque! —Eso sería demasiado. Anton admitió que un aristócrata de semejante dimensión daba a la Estricta Observancia un inesperado asentamiento. —Brunswick obtuvo lo que quería —prosiguió Geytrand—, ¿pero sabrá utilizar el instrumento que ha hurtado a su querido hermano? Según mis informadores, los templarios tienen opiniones encontradas sobre la andadura que deben seguir. La rama clerical aboga por las ciencias ocultas y la mística, y la rama caballeresca desea hacer fortuna y restaurar el poder temporal de la Orden del Temple. ¡Qué locura! —Desconfiemos, de todos modos —preconizó Joseph Anton—. Hund era sólo un soñador, Brunswick es un hombre de acción. Habrá que vigilar muy de cerca el desarrollo de la Estricta Observancia en Austria, e intervenir si es necesario. Geytrand disfrutaba de antemano.

Salzburgo, 15 de agosto de 1772 Tras haber terminado tres pequeñas sinfonías[81], Wolfgang jugaba a bolos con su amigo Anton Stadler. Wolfgang, rápido y preciso, ganó claramente la partida. —¡Estás en buena forma! Pero sin duda no eres consciente del grave acontecimiento que se produjo sin que lo supiéramos.

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—Me intrigas… ¿De qué se trata? —¿Realmente quieres saberlo? —¡No me pongas nervioso! Anton Stadler adoptó un aire solemne. —Tengo diecinueve años, y tú dieciséis. Ya no somos unos niños, sino unos jóvenes. Es conveniente, pues, que no nos comportemos como muchachitos, sobre todo ante… El discurso de Stadler se vio interrumpido por la irrupción de Leopold. —¡Excelente noticia! —gritó—. El príncipe-arzobispo nombra a Wolfgang maestro de conciertos de la capilla de la corte con unos honorarios de ciento cincuenta florines. El título era tan modesto como el salario, sin embargo, festejaron aquel primer empleo remunerado alrededor de una de las suculentas comidas cuyo secreto tenía la cocinera de los Mozart. Wolfgang recibió un extraño regalo, tres pequeños poemas titulados La generosa resignación, Secreto amor y La felicidad de los humildes, a los que puso música en seguida[82], mientras reflexionaba acerca del mensaje que así le transmitía su misterioso protector. Aceptar su destino, resignarse sin endurecerse, no sentir rencor ni envidia, seguir mostrándose generoso fueran cuales fuesen las circunstancias: semejante regla de vida implicaba un desprendimiento y una liberación de sí mismo de los que el joven no se consideraba capaz todavía. Mantener secreto su amor por la verdad y lo absoluto, comprender que ese amor era el verdadero secreto, intentar vivirlo como la principal fuerza de creación: todos los días, Wolfgang progresaba en esa dirección, sin estar seguro de alcanzar su objetivo. La felicidad que ofrecía la humildad, el verdadero orgullo que consistía en ser consciente de su autenticidad… Trabajo perpetuo, jalonado por múltiples fracasos. En tan pocas palabras, Thamos acababa de abrirle al Gran Mago las puertas de su vida de hombre.

Alto Sedlitsch, septiembre de 1772 Dada su precaria salud, Ignaz von Born ya no podía bajar a las minas, de modo que había dimitido para instalarse en una pequeña localidad de Bohemia con el fin de redactar un catálogo razonado de su excepcional colección de fósiles. En el interior de su modesta morada se había dispuesto un minúsculo laboratorio de alquimia, donde proseguía www.lectulandia.com - Página 123

pacientemente sus experimentos, a partir de los textos que Thamos le había entregado. Reconocido como científico de alto nivel, Von Born se había convertido en miembro de las academias de Siena, Padua y Estocolmo. Estas distinciones no le suponían ventaja material alguna y, privado de remuneraciones regulares, debía pensar en la venta de su colección. Fue un especialista inglés, perteneciente a la Royal Society, quien primero se puso en contacto con él. Von Born, obligado a separarse de su tesoro, recuperaba, por algún tiempo al menos, una indispensable independencia financiera. Asumiría así sus gastos de viaje y alimentaría la llama de su logia de Praga, sin desdeñar la búsqueda de otros hermanos deseosos de vivir una verdadera iniciación.

Salzburgo, 24 de octubre de 1772 —En marcha, Wolfgang. El coche nos aguarda. El adolescente se hacía el remolón. —¿No tienes ganas de volver a ver Italia? —¡Sabes perfectamente que sí! —Pues nadie lo diría. Vamos, apresúrate. Algunos días antes, Leopold había salido aliviado del palacio de Colloredo. El príncipe-arzobispo autorizaba a sus dos empleados a abandonar Salzburgo para una breve estancia en Milán, con el fin de cumplir un encargo de ópera. Puesto que se trataba de Italia, el joven Mozart aprendería allí el mejor de los estilos musicales con el que, luego, alegraría la corte de Salzburgo. En cuanto las ruedas empezaron a girar, Wolfgang, triste y encerrado en sí mismo, pensó en el emisario del otro mundo y en sus recomendaciones. Empezó pues a componer un cuarteto en re mayor[83], que terminó el 28 de octubre en la parada de Botzen. «Otro cuarteto —refunfuñó Leopold—. Esperemos que éste guste a los milaneses». Una preocupación secundaria comparada con el encargo del teatro Regio ducal, que aguardaba una proeza del joven compositor alemán. Por fortuna, Wolfgang ya había terminado los recitativos de Lucio Sila[84] sobre un libreto de Giovanni de Gamerra[85], poeta en la corte de Viena. Quedaban las arias y los conjuntos, ¡es decir, un trabajo enorme! La historia impresionaba a Wolfgang por la omnipresencia de la www.lectulandia.com - Página 124

muerte. Sila, tirano odiado y cruel, quería casarse con la hermosa Giunia, que estaba enamorada de Cecilio, un senador proscrito. A pesar del peligro, ella lo rechazaba. Un solo amor habitaba en su corazón. Entonces, el tirano decidía suprimir a su rival. Cecilio regresaba en secreto a Roma y se ponía a la cabeza de una conspiración acompañado por su amada. Ambos matarían a Sila y liberarían al pueblo de la tiranía. Pero la conspiración fracasaba. Sila anunciaba su próxima boda con Giunia, desesperada hasta el punto de gritar que aquel monstruo proyectaba asesinar a Cecilio. La grandeza de alma y la constancia de la joven conmovían a Sila, que acababa cambiando radicalmente de actitud, perdonaba a sus enemigos y renunciaba a reinar. Condenados a muerte, antaño, a causa de su fidelidad, Giunia y Cecilio veían cómo se los perdonaba in extremis y vivían una perfecta felicidad. Al llegar a Milán, una mala noticia cayó sobre Wolfgang: los recitativos habían sido modificados sin que le pidieran su opinión. El trabajo realizado en Salzburgo no servía, pues, de nada. Tenía que componer una ópera entera antes del 26 de diciembre.

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34 Milán, 26 de diciembre de 1772

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olfgang estaba agotado, hasta el punto de no saber ya lo que escribía. Una vez transcritas en la partitura las últimas notas de Lucio Sila el 18 de diciembre, los ensayos habían empezado al día siguiente. Y en aquella gélida velada del 26, se estrenaba. El músico apreciaba ciertas partes del libreto, como la última aria de la heroína, Giunia, compuesta en la trágica tonalidad de do menor. Expresaba el dolor ante la injusticia, la pasión de vivir con la angustia de la muerte, la profundidad de una alma más apegada a su ideal que a la propia existencia. Los momentos fuertes de la obra contrastaban con los pasajes del texto demasiado débiles para interesar al creador, que había utilizado las voces como verdaderos instrumentos. Consciente de explotar sólo una ínfima parte de sus posibilidades, se prometió llevar más lejos su exploración. —¿No es notable la música de mi hijo? —le preguntó Leopold al director del teatro. —Tiene hermosos fragmentos de bravura, una ornamentación florida, una innegable riqueza orquestal… Pero os confieso, señor Mozart, que los cantantes, el público y yo mismo estamos algo desconcertados. Vuestro hijo se ha mostrado trágico en exceso. Ante todo, una ópera debe complacer y distraer. La segunda representación de Lucio Sila rozó el desastre: hubo múltiples incidentes en la puesta en escena, los cantantes o eran mediocres o estaban angustiados, y todo ello terminó con que la concurrencia acabó hastiada de aguardar en exceso el comienzo de la representación. Mientras Leopold hablaba en sus cartas a Salzburgo de un enorme éxito, Wolfgang sufría un cruel fracaso. Su primera ópera no permanecería en el repertorio del teatro Regio ducal de Milán, y se hundiría muy pronto en el olvido. El joven compuso un lacerante adagio en mi menor para cuarteto de cuerda, su forma preferida de meditación y profundización. De pronto, su pluma quedó suspendida en el aire. Alguien acababa de entrar en su habitación. www.lectulandia.com - Página 126

—¿Quién está ahí? Wolfgang se levantó. Nadie. Atento, sintió su presencia. Su amigo del otro mundo le murmuraba al oído: «Sigue así, olvida la crítica, constrúyete a ti mismo».

Milán, 17 de enero de 1773 Leopold se preguntaba si el estreno de un motete de Wolfgang, en la iglesia de los Teatinos[86], sería apreciado. Agradables, sin embargo, sus tres últimos cuartetos[87] comportaban demasiados movimientos lentos y tonalidades sombrías. ¡No eran como para seducir a un vasto auditorio! La víspera, Leopold había escrito una tranquilizadora carta a su esposa. Temiendo la intervención de la censura austríaca, que abría la mayoría de las divisas, utilizaba un lenguaje cifrado. De hecho, todo iba mal. Milán se convertía en un callejón sin salida, su corte no se interesaba por Wolfgang, y el estilo de Lucio Sila no incitaba al teatro a encargarle una nueva obra. ¿Se mostraría la Toscana más acogedora, y darían sus frutos las gestiones de Leopold? Escrito para el castrado Rauzzini, «primo que no era uomo», el motete Exsultate, Jubilate[88] transportó al auditorio a un clima de alegría en pleno corazón del gozoso cielo de los ángeles. Leopold olvidó sus preocupaciones y se sintió rejuvenecido. ¿Tendría su hijo el don de apaciguar las almas?

Milán, 27 de febrero de 1773 Mientras Wolfgang componía nuevos cuartetos aceptables[89], llegó la mala noticia. No quedaba esperanza alguna del lado de Florencia y de la Toscana. Esta vez, era inútil engañarse. En Italia, Wolfgang ya no era nadie. Otros compositores de moda ocupaban el proscenio. —Hijo mío, hay que regresar a Salzburgo. Aquí, el horizonte se cierra. —Concédeme dos o tres días.

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—¿Por qué motivo? —El encargo de un aristócrata que desea un divertimento[90] para ser tocado al aire libre. —¿Está bien pagado? —Sobre todo es una hermosa ocasión para innovar. Voy a escribir para una orquesta formada sólo por instrumentos de viento. Apasionante, ¿no es cierto? —Si te divierte… ¡Pero hazlo pronto! Al ejecutar el encargo del conde de Tebas, Wolfgang formuló con alegría su adiós a Italia.

Salzburgo, 13 de marzo de 1773 Leopold, feliz al encontrarse con su mujer, su hija y una existencia tranquila, sentía sin embargo una profunda amargura. ¡Tantos viajes, tantos esfuerzos, tanto trabajo para regresar al punto de partida! Su hijo no carecía de talento, pero los pocos éxitos obtenidos, aquí y allá, no bastaban para imponerlo como un gran compositor al que una corte habría atribuido un puesto fijo y bien remunerado. Ni Munich, ni Londres, ni París, ni Viena habían contratado a Wolfgang. Quedaba Salzburgo, ¡siempre Salzburgo! ¿Por qué no, a fin de cuentas? Sin reconocerse definitivamente vencido, Leopold comenzaba a pensar que el destino no se forzaba. ¿Acaso lo esencial no consistía en ganarse la vida, en comportarse como un hombre honesto y en llevar una vida adecuada ante los ojos de Dios? El sueño de gloria se disipaba. Wolfgang había respirado, varias veces, su perfume. Hoy, a los diecisiete años, se estaba haciendo un hombre y debía adquirir el sentido de la responsabilidad siguiendo las huellas de su padre. ¿Qué había de deshonroso en servir a un príncipe-arzobispo, a una nobleza ilustrada y a burgueses que amaban la música hermosa? A Leopold le preocupaban los accesos de gravedad de su hijo, que se dejaban entrever en sus últimas composiciones. Una crisis de adolescencia muy comprensible, destinada a desaparecer en el seno de una familia equilibrada. —¿Cómo se porta Colloredo? —le preguntó Leopold a su esposa. —¡Cómo un verdadero tirano! Lo controla todo, exige que sus órdenes sean ejecutadas sin demora, y no soporta la menor insubordinación. Nuestro nuevo príncipe-arzobispo es cada vez más impopular, pero somos www.lectulandia.com - Página 128

sus súbditos. Todos añoran a su predecesor, tan humano y caritativo. Leopold había tenido una razón para regresar a Salzburgo. Aquel Colloredo era capaz de despedir a su vicemaestro de capilla si, pese a su antigüedad, no le daba plena y entera satisfacción. Por lo que a Wolfgang se refiere, el músico evitaría cualquier manifestación de mal humor y satisfaría los deseos de su augusto patrón.

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35 Salzburgo, finales de marzo de 1773

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e toca jugar a ti —dijo Antón Stadler, tenso. Si Wolfgang fallaba aquel golpe, perdía la partida e invitaba a cenar a su amigo. El joven apuntó al blanco de los dardos, que representaba a una joven ofreciendo un cayado de peregrino a un viajero que llevaba un sombrero en la mano. La habilidad suprema consistía en clavar el dardo en el sombrero. Wolfgang entornó los ojos y lanzó. —¡Has ganado otra vez! —deploró Stadler—. ¿Cuál es tu secreto? —Concibo una melodía y mi brazo se relaja. —Lo probaré. El intento terminó en un severo fracaso, porque el dardo de Stadler falló el sombrero y se clavó en la pierna de la muchacha. —Te estás volviendo peligroso —observó Wolfgang—. Vuelve a tu clarinete y sigue perfeccionándote. Luego, de todos modos, cenaremos juntos. El compositor advirtió que faltaba papel pautado, por lo que se cubrió con un grueso manto y corrió a casa del mercader. Frente a la puerta de la tienda, estaba Thamos. —¿Vivís cerca de aquí? —Viajo mucho. —¿Me diréis algún día vuestro nombre? —Ese día se acerca ya. Entretanto, deberías cambiar el formato del papel y elegir uno más pequeño, de forma oblonga. Tu pluma correrá mejor y tu primera obra, gracias a este nuevo material, te regalará un nuevo paisaje. El emisario del otro mundo no se equivocaba. Un canto impetuoso y sombrío, de trágicas resonancias, abrió su nueva sinfonía. La tensión fue relajándose a medida que la obra se desarrollaba, pero su impulso inicial marcó profundamente al músico, capaz de expresar con precisión un pensamiento muy distinto del gracioso italianismo de sus divertimenti, sonatas y demás sinfonías compuestas para la corte y la buena sociedad salzburguesas[91]. www.lectulandia.com - Página 130

Thamos despertaba en él un nuevo ser musical que aprendía a alimentar y a hacer que creciera.

París, 7 de abril de 1773 «¡Por fin cierto orden en el revoltijo masónico francés!», pensó Philippe, duque de Chartres, nombrado Gran Maestre de una nueva estructura, el Gran Oriente de Francia, destinado a reinar sobre la totalidad de las logias. Se daba prioridad a la jerarquía administrativa, muy poco preocupada por la iniciación y el simbolismo. En el país de Descartes y de Voltaire, era preciso que todo quedara definido, enmarcado y controlado. En adelante, la francmasonería francesa tendría una voz oficial, respetuosa con el poder establecido y los valores que imponía a la sociedad. Bajo el discurso oficial se ocultaban otros propósitos, confinados en el corazón de las logias y minoritarios aún. Inspirándose en los enciclopedistas, en Rousseau, en Voltaire y en otros pensadores menos célebres, algunos hermanos hablaban de la necesaria libertad del individuo, de la fraternidad entre todos los humanos y, sobre todo, de la igualdad que acabaría con los privilegios de la nobleza y el clero. Excluyendo religiosidad y misticismo, los racionalistas iban imponiéndose poco a poco. Una de las primeras medidas de la administración del Gran Oriente consistió en suprimir la elección vitalicia del Venerable, el Maestro de la Logia, para hacerla anual. Los hermanos practicarían en sus templos una democracia que no existía en el exterior. ¿No iban a convertirse así en uno de los elementos de una indispensable revolución?

Salzburgo, junio de 1773 El príncipe-arzobispo Jerónimo Colloredo había apreciado, algunas semanas antes, el bonito concertone para dos violines, oboe y violoncelo[92] de Wolfgang Mozart, una de esas producciones galantes, pronto olvidadas, que encantaban al prelado. Hoy la prueba era más difícil. Muy atento, Colloredo quería comprobar personalmente que sus consignas se seguían al pie de la letra. Un músico

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no debía olvidar que formaba parte de la servidumbre. El príncipe-arzobispo aguzó el oído, y oyó timbales y trompetas, de acuerdo con sus exigencias. Perfecto. Luego miró su reloj varias veces. La misa solemne de la Trinidad[93], en el alegre tono de do mayor, no superaba los cuarenta y cinco minutos impuestos ahora a ese tipo de obras. Dicho imperativo reducía la actividad de los músicos salzburgueses, y sus ganancias. Siguiendo el ejemplo del emperador José II, Colloredo se preocupaba por la economía y el rigor presupuestario. Música agradable, sí; gastos inútiles, no. En tres cuartos de hora se decía una buena misa.

Ratisbona, junio de 1773 Joseph Antón paseaba por un salón sobrecargado de dorados. Por primera vez, trataba de impedir de modo autoritario el florecimiento de la francmasonería, solicitando a la Cámara de Imperio de Ratisbona que adoptara un decreto que prohibiese las reuniones masónicas, consideradas peligrosas y contrarias a las leyes en vigor. A pesar de la delgadez de su expediente, esperaba que los magistrados, conscientes del peligro, lo acabaran haciendo. Luego, la tarea de Anton se vería facilitada. A la prohibición le sucederían la disolución de las logias y el encarcelamiento de los recalcitrantes. La emperatriz María Teresa estaría orgullosa de él. El presidente de la Cámara de Imperio lo recibió con frialdad. —Sentaos, señor conde. El alto dignatario tomó asiento ante su huésped. —La Cámara y el Senado de Ratisbona han sido consultados. Su respuesta es negativa. —¿Negativa? ¿Queréis decir que…? —Ratisbona autoriza a los francmasones a reunirse. Sus «tenidas», de acuerdo con su terminología, no amenazan la seguridad, ni a las autoridades, ni las buenas costumbres. —Señor presidente, cometéis un lamentable error. —¿Acaso discutís nuestra decisión soberana? —¡No, claro que no! ¿No habrán intentado influir los francmasones en varios notables? —Se han movilizado, en efecto. Y varios notables son, por otra parte, francmasones. ¿No es ésa la mejor de las garantías? Ninguno de ellos www.lectulandia.com - Página 132

desea perder su puesto y sus ventajas. Os preocupáis demasiado, mi querido conde. Lejos de ser perjudicial, la francmasonería contribuye a la estabilidad de nuestra sociedad. Los hermanos beben, comen, cantan, escuchan música, intercambian confidencias, se entregan a ciertos paripés rituales, se ponen vestiduras más o menos exóticas y, a veces, se entregan a ensoñaciones místicas. Un exutorio excelente, a imagen de los clubes ingleses donde sólo entran los gentlemen. —¿El proyecto de restauración de la Orden del Temple y los experimentos alquímicos de la Rosacruz de Oro no os inquietan? —Niñerías, querido conde, risibles niñerías. No sigáis perdiendo el tiempo y dejad en paz a los francmasones. Creedme, no derribarán trono alguno. Joseph Anton se despidió. Aquella victoria de la francmasonería demostraba la extensión de su influencia, el pulpo había desplegado sus tentáculos más de lo que él había supuesto. La guerra se anunciaba, pues, larga y dura. Si las vías oficiales le estaban prohibidas, debía aumentar su prudencia y su discreción antes de dar el golpe. Tendría que llevar a cabo todas las investigaciones posibles, alimentar sus expedientes e intervenir en la sombra.

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36 Viena, 1 de julio de 1773

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eopold había decidido llevar a su hijo a Viena y pasar allí el verano a causa de dos buenas noticias. Primero, la ausencia de Colloredo durante aquel período; el gato se había marchado y los ratones podían bailar. Luego, la grave enfermedad de un músico de la corte. Su próximo fin dejaba libre un puesto que le sentaría como un guante a Wolfgang. Pero era preciso residir en Viena cuando se produjera el fallecimiento, y obtener una audiencia. Wolfgang estaba encantado de abandonar Salzburgo y escapar de la asfixiante atmósfera del principado. Él, que tanto había viajado ya, comenzaba a sentirse incómodo en su librea de doméstico. Aquí, respiraba mejor.

Viena, 19 de julio de 1773 —¡Wolfgang, qué contento estoy de volver a veros! —También yo, doctor Mesmer. —¿Y vuestra salud? —Algo fatigado, pero… —Haremos que desaparezca. ¿Aceptáis que os magnetice? Franz-Anton Mesmer posó sus anchas manos en la nuca de Wolfgang. De inmediato, un suave calor se difundió por todo el cuerpo del paciente. Sus tensiones desaparecieron, se sintió maravillosamente bien. —¡Prodigioso, doctor! —El magnetismo debería ser la primera de las terapias. Suprime los males de raíz e impide el desarrollo de la mayoría de los trastornos. Restablecer la armonía y la circulación de la energía en un organismo perturbado; ésa es mi primera preocupación. Por desgracia, la mayoría de los médicos aguardan la aparición de los síntomas y razonan en función de ellos. A menudo, es demasiado tarde para curar al enfermo. —¿Os escuchan vuestros colegas? —Muy poco. Viena me considera una especie de mago, y las autoridades médicas se niegan a examinar el resultado de mis www.lectulandia.com - Página 134

investigaciones. Ni siquiera recogen el testimonio de los pacientes a los que curo. A los científicos a menudo les falta curiosidad, y ceden al conformismo, sobre todo cuando está en juego su carrera. Cuando se manifiesta un espíritu libre e independiente que sacude las doctrinas, aunque sólo sea un poco, las fuerzas oscuras se ponen de acuerdo para eliminarlo. Pero no caigamos en el pesimismo, mi querido Wolfgang. ¿Y si me hablarais un poco de vuestras aventuras? —Terminan en Salzburgo, al servicio del príncipe-arzobispo. —Desconfiad de ese tiranuelo, sólo se quiere a sí mismo y al poder. Si no se lo obedece al pie de la letra, se vuelve feroz. —Hasta ahora, mi padre y yo nos las arreglamos. —Voy a haceros escuchar una curiosidad, mi última fantasía musical. En su maravilloso jardín vienés, en una suave velada de estío, Mesmer tocó un nuevo instrumento, una armónica de vidrio. Atento a cualquier nueva técnica, a Wolfgang no le gustaron demasiado las agrias sonoridades, pero aceptó el frágil objeto que le ofreció el terapeuta. —Tal vez compongáis para esta armónica, cuyas posibilidades sabréis explotar… ¿Cuánto tiempo residiréis en Viena? —Sin duda, hasta el final del verano. Mi padre sigue esperando obtenerme un puesto en la corte. —¡Os correspondería de pleno derecho! —Viena me ha olvidado, doctor. Y ni siquiera estoy seguro de ser recibido por la emperatriz. ¡Hoy es imposible sentarse en su regazo y solicitar su afecto! Y nunca me casaré con la princesa María Antonieta. —Obtendréis esa audiencia. Me quedan algunos amigos bien situados. El puesto, en cambio, depende de su majestad. —Que decida el destino. Esta incertidumbre no me impide trabajar. —Mi casa y mi mesa están a vuestra disposición, Wolfgang. Venid cuando queráis, sin avisar incluso. Muy pronto os presentaré a algunos admiradores que os propondrán un proyecto interesante.

Viena, 5 de agosto de 1773 Tras haberse divertido escribiendo una serenata[94] que se tocó en las bodas de un conocido lejano, en la que, prescindiendo de las convenciones, había introducido un reducido concierto para violín, Wolfgang la había emprendido con una tarea mucho más ardua. Aquella estancia vienesa le permitía descubrir, realmente, la música www.lectulandia.com - Página 135

de Joseph Haydn, que tenía cuarenta y un años de edad y era respetado por el conjunto de los profesionales. Su ciencia de la escritura, su libertad de expresión, la variedad de sus lenguajes fascinaban a Wolfgang. Con el fin de asimilar tantos alimentos, compuso una serie de cuartetos a imitación de los de Haydn[95]. Limitándose a repetir fórmulas procedentes de su modelo, era consciente de estar llevando a cabo un ejercicio escolar, desprovisto de originalidad, pero enriquecía así su estilo y se apoderaba de nuevos medios de expresión. Leopold interrumpió aquella labor. —¡Por fin! —exclamó—. ¡La emperatriz nos concede audiencia!

Viena, 12 de agosto de 1773 A la luz de las velas, Wolfgang trabajaba en un cuarteto. Leopold, por su parte, terminaba una carta dirigida a su esposa. Y su conclusión transmitía desilusión: «Su majestad la emperatriz fue de lo más amable con nosotros. Sólo que eso fue todo». María Teresa no había ofrecido puesto alguno a Wolfgang. Recibir a los Mozart, a quienes consideraba ahora como saltimbanquis sin porvenir, le parecía más que suficiente. Cediendo a ciertas súplicas de su entorno, les concedía un gran honor al tiempo que les hacía comprender que nada podían esperar. La puerta de la corte se cerraba definitivamente. —No estéis triste, padre. —¿Cómo no voy a estarlo? ¡A la emperatriz le importamos un bledo! A sus ojos, no existimos. —¿Acaso no nos libera de nuestras ilusiones? —¡Buena libertad es ésa! En Viena, y sólo en Viena, se puede hacer una brillante carrera. ¡Te la mereces, Wolfgang! —Sólo tengo diecisiete años. —¡Ya tienes diecisiete años! La infancia ha desaparecido, la adolescencia se esfuma. Te estás haciendo un hombre y podrías imponerte en esta ciudad si te concedieran un puesto estable. —¿Por qué empecinarse, si es imposible? —Imposible… de momento. Eres joven, la emperatriz es vieja. Tras su desaparición, cambiarán muchas cosas. Tal vez la puerta cerrada vuelva a abrirse. Entretanto, conviene satisfacer al príncipe-arzobispo. —Como estaba previsto, me gustaría permanecer en Viena hasta que www.lectulandia.com - Página 136

termine el verano. —¿Qué esperas? —Escuchar a Haydn, terminar mi serie de cuartetos, componer algunas danzas para el invierno salzburgués y ver de nuevo al doctor Mesmer. —No me gusta demasiado ese extraño médico. —Me encargó ya Bastián y Bastiana, y me anuncia una nueva oferta, antes de que finalice agosto. ¿No merece eso un examen? —¡A condición de que no se trate de una falsa promesa! —Confio en su palabra. —Entendido… Ya veremos.

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37 Viena, 30 de agosto de 1773

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urante aquella suave velada de estío, Wolfgang encantó a los invitados del doctor Mesmer con un divertimento en re mayor[96] que concordaba con el exuberante y gran jardín de los aledaños de la Landstrasse. Una vez terminado el concierto, siguieron picoteando, bebiendo y charlando. Mesmer tomó a Wolfgang del brazo. —Como prometí, quisiera presentaros a un hombre importante, Tobias Philippe von Gebler, vicecanciller de Viena. Su verdadera pasión es la escritura. Acaba de terminar un poema dramático del que me gustaría hablaros. El médico omitió revelar sus vínculos masónicos con su hermano Gebler, que, a pesar de su posición en la corte, expresaba a veces unas ideas peligrosas con respecto al abuso de poder y la necesaria libertad de conciencia. Con cuarenta y siete años de edad, macizo y bonachón, no disgustó al músico. Pero Wolfgang sólo tenía ojos para el hombre que estaba a su lado: el habitante del Rücken, el emisario del otro mundo, su protector, que iba vestido con unos suntuosos ropajes. Con su dignidad y su brillo, eclipsaba a Von Gebler. —Mi querido Mozart —dijo el poeta—, os presento a mi amigo Thamos, conde de Tebas. Quería que estuviera presente, pues, gracias a él, se me ocurrió la idea de redactar un drama filosófico titulado Thamos, rey de Egipto. Acaba de publicarse y me gustaría verlo representado en Berlín. El texto no basta. Una música adecuada le daría más fuerza. He consultado, en vano, a Gluck. Mi amigo me aconsejó que me dirigiera a vos. Pese a vuestra corta edad, os considera capaz de percibir el sentido profundo de mi obra y de traducirlo en notas. ¿Os interesa la empresa? ¡De modo que se llamaba Thamos y era rey de Egipto! ¡Qué minúsculo debía de parecerle a un monarca que reinaba sobre tan vasto imperio el Rücken del niño Mozart! Con todo su ser, Wolfgang percibió la importancia del instante. Estaba viviendo un segundo nacimiento. Petrificado, se oyó responder con voz débil y vacilante: —Sí, sí… El proyecto me interesa. www.lectulandia.com - Página 138

—¡Maravilloso! —exclamó Von Gebler—. Vamos a sentamos a un rincón tranquilo, voy a contaros la historia. Mesmer se reunió con los demás invitados. Thamos los acompañó. Wolfgang agradeció la penumbra: sus manos temblaban como si vacilaran en apoderarse de un tesoro. —La acción se desarrolla en Egipto —explicó Von Gebler—, el país de los misterios y de la iniciación al supremo conocimiento. El Gran Maestre de los iniciados se llama Sethos y venera al sol, la expresión más visible de la potencia creadora. Su hija, sacerdotisa del astro del día, le ha sido arrebatada. Enamorado de ella, el príncipe Thamos tendrá que arrancársela a los demonios, decididos a destruir a los iniciados. Durante la boda del principe y la sacerdotisa, triunfará la Luz. ¿Os seduce ese rápido resumen, en el que omito los múltiples resortes dramáticos? —Estoy dispuesto a trabajar. —¡Estoy encantado, mi querido Wolfgang! Pienso en una hermosa orquestación y, sobre todo, en majestuosos coros. Pero eso es cosa vuestra. Naturalmente, seréis remunerado como es debido. Muy pronto asistiremos, juntos, al estreno, ¡y será un triunfo! Desgraciadamente me veo obligado a partir. He aquí mi poema. Von Gebler entregó el texto a Wolfgang y lo dejó a solas con Thamos. —Ahora ya sé quién sois. —No del todo. —Faraón de Egipto, sumo sacerdote del sol… ¡Nuestro mundo debe de pareceros mezquino y ridículo! —Nuestro mundo está en grave peligro, pues da la espalda al espíritu y se sume en un materialismo conquistador y agresivo. Las tinieblas intentan devorar la Luz y aniquilar la iniciación. —La iniciación… ¿De qué se trata? —De convertirte en lo que realmente eres accediendo al conocimiento de los misterios. Pero ese camino es largo y está sembrado de celadas. Pocos seres aceptan llevar a cabo esos esfuerzos, tanto más cuanto vanidad y avidez son mortales. Esta vía exige la ofrenda y el acto creador. —¿Me creéis capaz de seguirla? —Tú debes responder. —Thamos, rey de Egipto… Una ópera esencial, ¿no es cierto? —Tu primer paso hacia la consumación de la Gran Obra. No esperes conseguirlo de entrada. Vivirás numerosas pruebas antes de realizarla. ¿Tendrás el valor y sabrás perseverar? —¡No me conocéis! —se indignó Wolfgang, ofendido—. No sé cómo

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expresar lo que tengo dentro y liberar mi inspiración. Pero lo conseguiré. Primero debo asimilar todas las técnicas y todos los lenguajes para modelar el mío. —Tendrás que aprender a dialogar con los dioses y a transmitir sus palabras sin traicionarlas. —¿Es la música capaz de hacerlo? —La música, no; tu música. Siempre que franquees a conciencia cada etapa y tu corazón se llene de Luz. —¿Me… me ayudaréis? —Si lo deseas. —¡Solo, fracasaré! —En efecto. —Entonces, ¿me ayudaréis? —¿Aceptas que yo sea, al mismo tiempo, tu guía y tu juez? —¿Y un poco… mi amigo? Thamos sonrió. No podía pronunciar el sagrado nombre de «hermano», pero consideraba a Wolfgang Mozart como un francmasón sin delantal. El Gran Mago acababa de nacer para sí mismo. —¡Tengo que haceros tantas preguntas! —Comienza poniendo música al drama de Von Gebler. Este primer contacto con Egipto ampliará tu pensamiento y te abrirá un campo cuya inmensidad no sospechas. —Debo regresar a Salzburgo, componer para el príncipe-arzobispo y… —Temibles pruebas te aguardan, te he avisado. Tal vez su peso te abrume. —¡Os juro que no! El egipcio tomó de los hombros al frágil Wolfgang. —Tu destino te exigirá un coraje y una voluntad a veces sobrehumanos, pues tu camino no se parece al de los demás hombres. Sin embargo, necesitarán tus obras para discernir la Luz. Aún no puedes comprender plenamente el sentido de mis palabras, pero ya no eres un pequeño músico salzburgués. En ti nace Mozart el Egipcio.

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38 Viena, 18 de septiembre de 1773

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unque conociera y apreciara la capacidad de trabajo de su hijo, Leopold estaba pasmado. Wolfgang ya no bromeaba, no jugaba a los dardos, no salía, casi no dormía, comía a toda velocidad y rechazaba cualquier discusión. Se consagraba al encargo de Von Gebler, un personaje importante. «Wolfgang está componiendo algo que le ocupa mucho tiempo», le escribió a Anna-Maria. Puesto que Colloredo confirmaba a Leopold en sus funciones y la carrera de Wolfgang se desarrollaría en Salzburgo, era preciso prever un alojamiento más espacioso, donde todos estuvieran cómodos. Nannerl no pensaba en casarse, albergarían, pues, a dos hijos mayores. Ahora bien, Anna-Maria acababa de encontrar el apartamento ideal y organizaba el traslado. Leopold se atrevió a interrumpir a su hijo. —¿Terminarás pronto? —Pronto, no. La composición de los coros resulta ardua. —Debemos regresar a Salzburgo. —Haré una última visita al doctor Mesmer. Luego, abandonaremos Viena.

Rotmühle, 22 de septiembre de 1773 Mesmer había llevado a Wolfgang a pasar el día a su casa de campo, prometiéndole que a las siete estaría de regreso en Viena. El verano se apagaba, las hojas comenzaban a caer. El médico habló largo rato con Wolfgang de sus experimentos, lo magnetizó para devolverle la energía en el umbral del frío, y lo felicitó por haber aceptado el encargo de Von Gebler. Cuando servían el café, apareció Thamos. —¡Venid a reuniros con nosotros, señor conde! Os daré a probar un licor de ciruela que os costará olvidar. Terminadas las libaciones, el médico se marchó para ocuparse de sus rosales. www.lectulandia.com - Página 141

—He avanzado —reveló Wolfgang—, pero todavía estoy insatisfecho. En mi cabeza hormiguean las ideas nuevas y ya nunca más escribiré como antes. Lamentablemente, hay que regresar a Salzburgo, y temo perder esta progresión. —Serías el único responsable de ese fracaso. Es tu deber transformar de modo positivo lo que se te imponga. —¡No conocéis a Colloredo! Nosotros, los músicos, somos sus lacayos, y debemos aplicar sus rígidas reglas. —Acéptalas como pruebas gracias a las cuales avanzarás. Amplía tu paleta de sonidos, amplifica tu pensamiento musical. —¿Y si el príncipe-arzobispo sanciona mi trabajo? —¿Acaso temes la adversidad, Wolfgang? El rostro del adolescente se hizo hosco. —Suceda lo que suceda, Thamos, rey de Egipto estará terminado antes de que finalice el mes de diciembre.

Salzburgo, 28 de septiembre de 1773 —¿Qué os parece nuestra nueva Wohnhaus[97]? —preguntó Anna-Maria, vivaracha. Leopold y Wolfgang descubrieron un apartamento confortable, dispuesto en un hermoso inmueble burgués de la Hannibalplatz al que llamaban «la casa del maestro de danza» por una de las distracciones favoritas de su propietario. Gracias a su salario, al de Wolfgang y a las ganancias de Nannerl, profesora de piano, la familia podría pagar el alquiler y llevar un tren de vida razonable, sin privaciones. Al acudir a palacio, Leopold supo que Colloredo había concedido un puesto de maestro de capilla a otro italiano, Lolli. El vicemaestro Mozart soportaría, pues, a dos superiores en vez de a uno, y veía alejarse, así, un ascenso. Nunca el príncipe-arzobispo pondría a un alemán a la cabeza de los músicos de su corte. Leopold se tragó la decepción y siguió comportándose como un perfecto doméstico.

Berlín, 14 de octubre de 1773 A causa de su título y de su supuesta fortuna, Thamos, conde de Tebas,

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fue ascendido al grado de Caballero en la orden interior de la Estricta Observancia templaria. Dos hermanos lo revistieron con un hábito púrpura, adornado con nueve pequeños nudos de trencilla dorada, sobre el que pusieron una corta túnica de lana blanca y un manto decorado, en su lado izquierdo, con la cruz roja del Temple. En compañía de otros Caballeros y de los escuderos que agrupaban a los ricos burgueses, asistió al convento que marcaba el triunfo del nuevo Gran Maestre, el duque de Brunswick. Su primer balance abogaba en su favor: la orden, implantada ya en Alemania, en Austria, en Suiza y en otros países, gozaba de altas protecciones y acogía, a la vez, a nobles, a comerciantes y a miembros influyentes de la sociedad civil. El duque multiplicaba las acciones caritativas y abría, en Dresde, una escuela gratuita para los huérfanos y los pobres. La única cosa que desafinaba en aquella orquestada sinfonía era la presencia de Zinnendorf, defensor del Rito sueco. Brunswick esperaba que aquel aguafiestas se mostrara discreto, pero consiguió entablar el debate sobre un punto fundamental. —¿Pertenecemos realmente a la misma orden? —preguntó a la concurrencia—. ¡Permitid que lo dude! El Gran Maestre pretende reinar sobre todas las logias unidas, pero yo no veo ni rastro de esa unidad. El Sistema sueco no se confunde, ni mucho menos, con el de la Estricta Observancia. —Sin embargo, estamos de acuerdo con respecto a los tres primeros grados: Aprendiz, Compañero y Maestro —observó Fernando de Brunswick—. Y el ritual del cuarto, el del Maestro escocés, no presenta demasiadas divergencias. —Estoy de acuerdo. En cambio, nuestros grados altos son completamente distintos. —Es un problema momentáneo —estimó el Gran Maestre—. ¿Acaso no deseáis, como yo, representar ritualmente la tragedia de la Orden del Temple y restaurar su poder simbólico y material? —El Rito sueco no concede interés alguno a esas inútiles especulaciones y se preocupa por lo esencial, la magia divina. Nuestros ritos, que vos ignoráis, evocan a los espíritus. —Integrándoos en la Estricta Observancia y sometiéndoos a su Gran Maestre, daréis más fuerza al movimiento masónico. —No contéis con ello —repuso Zinnendorf. Thamos quedó consternado, ninguno de aquellos dos hombres cedería. A pesar de su autoridad y de su prestigio, el duque de Brunswick no

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conseguiría doblegar al irritable Zinnendorf. En vez de trabajar en la profundización de los rituales y aprender de nuevo a hablar en la lengua de los símbolos, la francmasonería se perdería en disputas de poder. El porvenir iniciático de la Estricta Observancia se ensombrecía.

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39 Viena, principios de noviembre de 1773

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ara Joseph Anton, los caritativos fundamentos de la Estricta Observancia templaria eran una cortina de humo. Si hubiera tenido más poderes, habría utilizado el fisco para encontrar malversaciones financieras, o inventarlas. Tras el infeliz episodio de Ratisbona, ya no podía intervenir de modo directo y sin estar seguro del éxito. Pero nada lo detendría. Con paciencia, antes o después acabaría con la fracmasonería y sus peligrosos ideales. El satisfecho rostro de Geytrand prometía una buena noticia. —He comprado a un informador de primera —reveló—. Un rico comerciante, a la vez importador, editor, impresor y… Caballero de la orden interior de la Estricta Observancia. El tipo pagó bastante caras su capa y su espada. —¿Cómo lo has atrapado? —Gracias a otro hermano de rango inferior, uno de sus contables. Su patrón no parece del todo honesto, y he obtenido pruebas escritas de algunos de sus chanchullos. A cambio de mi silencio absoluto, el caballero me ha entregado el conjunto de sus rituales y ha prometido informarme de la evolución de la orden. —¡Mereces una buena prima, Geytrand! —Gracias, señor conde. El reciente convento de Berlín presenció un severo enfrentamiento entre Zinnendorf, el campeón del Rito sueco, y el Gran Maestre de la francmasonería templaria, el duque de Brunswick. Se separaron enfadados. Entre ambos hay un abismo infranqueable. —Su división los debilitará a los dos. —Brunswick no se desanima. Desde que se apartó al barón de Hund, lleva con firmeza las riendas de la orden y la hace prosperar. Según algunos caballeros, hay una grave dificultad: la falta de sustancia en los rituales. El Gran Maestre intenta colmar ese defecto, pero no encuentra la solución, tanto menos cuanto, a su entender, lo urgente es asegurar el desarrollo material y enriquecer, como prometió, a sus principales dignatarios. —Vigilemos especialmente a los banqueros, a los hombres de negocios y a los que manejan capitales. Si Brunswick lo consigue, muchos tronos www.lectulandia.com - Página 145

estarán en peligro. Y tenemos otra preocupación: el avance de la Rosacruz de Oro en Viena. Esos malditos alquimistas se meten en las logias y disponen de laboratorios clandestinos difíciles de descubrir. —Debido al aislamiento de sus pequeños círculos y a la opacidad de su jerarquía —deploró Geytrand—, no consigo echar mano a un informador serio. —Por eso utilizaremos otro método, del que espero mucho. Como sabes, por la presión de los gobiernos de Francia, España y Portugal, el papa Clemente XIV ha suprimido, a regañadientes, la orden de los jesuitas. Entre esa buena gente, algunos sueñan con la revancha, y yo voy a ofrecérsela. Infiltrándose en las logias masónicas, las dividirán y llevarán a numerosos hermanos hacia una verdadera y sana creencia. Así, la Rosacruz de Oro, dadas sus tendencias místicas, perecerá asfixiada. Si florecen malos pensamientos, nuestros amigos jesuitas nos informarán de ello.

Salzburgo, diciembre de 1773 Desde su regreso a Salzburgo, la obra de Wolfgang tomaba otra dimensión. No se limitaba ya a imitar a sus maestros y a copiar algunos estilos, sino que realmente buscaba su propio lenguaje. En noviembre había nacido una notable sinfonía en do mayor[98] cuyos cuatro movimientos alcanzaban una magnitud inédita, que señalaba un giro en su propia concepción de ese tipo de fragmento. Aunque inspirado en Michael Haydn, el quinteto para cuerda de diciembre[99] intentaba desprenderse, precisamente, de esa amistosa influencia a la que, antaño, se sometía de buena gana. ¡Había nacido el primer concierto para piano[100]! No una copia de alguna obrita de moda, sino una creación original y seductora: un comienzo alegre e incitante, un movimiento lento empapado de poesía, y un final con cuatro temas cuya complejidad preocupó a Leopold. Demasiadas dificultades técnicas y audacias musicales corrían el riesgo de apagar la reputación de Wolfgang. Además, aquel concierto no era un encargo. Al escribir para sí mismo, ¿no iba a olvidar sus deberes de criado músico? Y además, claro, estaba Thamos, rey de Egipto. Dos coros abrían el primero y el quinto acto del drama, y cinco entreactos musicales puntuaban el relato, el último de los cuales tomaba la forma de una www.lectulandia.com - Página 146

tormenta orquestal, con la muerte del traidor que intentaba imponer en vano la tiranía de las tinieblas. Wolfgang estaba profundamente insatisfecho. La magnitud del tema merecía algo mejor que aquellas intervenciones, demasiado escasas. Por fin un libreto le apasionaba de cabo a rabo, aunque el texto, a menudo mediocre, no se mostraba a la altura del tema. El mismo día en que terminaba su trabajo, Wolfgang se encontró con Thamos por la calle. —Comprendo tu preocupación. Recuerda que sólo se trata de una primera etapa, destinada a familiarizarte con la consumación de la Gran Obra. —Sethos, el sumo sacerdote, Sais, su hija, Thamos, el príncipe que la liberará de las fuerzas oscuras… ¡Esos personajes tendrían que decir tantas cosas! —Las dirán, si las incorporas a tu alma de creador a medida que vayas evolucionando. A los diecisiete años no es fácil ser paciente. —¿Cuándo se representará la pieza? —Entregaré la partitura al barón Gebler, que la mandará a su amigo Nicolai, en Berlín. El proyecto podría disgustar. —¿A quién? —Nombrar las tinieblas y enfrentarse a ellas provoca, por fuerza, algunas reacciones, violentas o insidiosas. —¿No sienten todos deseos de luchar junto a los sacerdotes del sol? —Eres ingenuo aún, Wolfgang. La mayoría de los individuos se dejan devorar por los acontecimientos, se tapan los ojos y los oídos, y prefieren ignorar la realidad. —Ése no será mi caso —aseguró el muchacho—. Si la luz no triunfase, ¿qué sentido tendría nuestra vida? —Inicias un largo y fatigoso viaje —reveló el egipcio—. Ojalá te lleve a la Gran Obra que acabas de esbozar. Thamos se alejó. Wolfgang se olvidó de almorzar. Compuso una nueva sinfonía[101], por primera vez enteramente en una tonalidad menor. El primer movimiento, calificado con un nuevo término, allegro con brio, revelaba los intensos sentimientos que lo habitaban. Algún día, también él sería sacerdote del sol.

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40 Salzburgo, 22 de enero de 1774

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olfgang, eso no funciona! —rugió su padre—. Tu última sinfonía en la mayor[102] no ha gustado a nadie. Hay demasiado patetismo en ciertos momentos, demasiada seriedad aquí y allá. Puedo comprender la crisis de la adolescencia, pero para conservar tu puesto debes desempeñar tu oficio según las reglas del arte. Nuestro empleador, el príncipearzobispo Colloredo, decide el gusto en Salzburgo. Le gusta la música galante, ligera, fácil de escuchar durante una comida oficial o una recepción. Vas a componer, pues, esa música y ninguna otra. Es el precio de tu felicidad y la de tu familia. ¡No turbes a tu auditorio con tus estados de ánimo! Wolfgang sintió ganas de gritar, de desgarrar su papel pautado y volcar el tintero, ¿pero para qué? Su padre tenía razón. Olvidaría sus proyectos demasiado personales, no se aventuraría por el peligroso camino de un nuevo concierto para piano, y compondría obritas encantadoras, bien acicaladas, que Salzburgo degustaría como si fueran golosinas. Afortunadamente, le quedaba el Thamos, rey de Egipto. El éxito le abriría las puertas de los teatros de Viena. Mozart rogaría a Von Gebler que lo dejara desarrollar el aspecto musical de la obra para conseguir una gran ópera que describiera los misterios de Egipto. Thamos, su protector, lo ayudaría a percibir las ideas fundamentales de los sacerdotes del sol. Entretanto, Wolfgang se divertía con Miss Pimperl, un fox-terrier hembra siempre dispuesto a distraerlo. Ladraba de satisfacción cuando él se sentaba al piano y lo escuchaba atentamente. Para calmar los nervios, el músico jugaba a los dardos y a los bolos, y veía a menudo a sus amigos, cuyas frívolas conversaciones lo cansaban muy pronto. —Mi hermano mayor quiere ser abate —le dijo Anton Stadler—. Yo no, ¡me gusta demasiado la vida! ¿Y tú? —Yo estoy al servicio del príncipe-arzobispo, mi conducta debe seguir siendo irreprochable. Mi padre sancionaría la menor desviación. —Leopold no es muy divertido, lo sé. Pero de todos modos se casó con una mujer hermosa. Si quieres, te presentaré a unas mozas simpáticas. www.lectulandia.com - Página 148

—No estoy buscando «mozas», como tú dices. Creo en la nobleza de la mujer y en la seriedad del matrimonio. —¿El gran amor? ¡Corres el riesgo de llevarte una decepción! —Mis padres me ofrecen todos los días el ejemplo de una pareja feliz. Cada cual ama y respeta al otro. Eso es lo que deseo. —¿No es ése, a tu edad, un planteamiento muy aburrido? —Decididamente, todos quieren convertirme a la galantería. En el campo de los sentimientos, no hay posibilidad alguna. —Peor para ti, no sabes lo que te pierdes…

Salzburgo, 27 de enero de 1774 Antes de festejar el decimoctavo aniversario de su hijo, Leopold aguardaba con impaciencia buenas noticias de Viena. En cuanto se había enterado de la muerte del maestro de capilla Gassmann, se había dirigido al conjunto de sus relaciones para proponer, con discreción, la candidatura de Wolfgang. Contaba mucho con un buen amigo de la familia, Giuseppe Bonno, bien introducido en la corte. ¡Por fin correo procedente de Viena! Al leer la carta, Leopold se descompuso. La emperatriz María Teresa no había nombrado a Wolfgang maestro de capilla, sino a… ¡Bonno! Un grandísimo amigo. Las puertas de la corte no se le abrirían nunca. —A la mesa —ordenó Leopold.

Viena, 4 de abril de 1774 La representación parcial de Thamos, rey de Egipto fue un absoluto fracaso. No habría segunda oportunidad. Decepcionado, con la cabeza gacha, el barón Von Gebler chocó con uno de los escasos espectadores que no habían abandonado la sala. —Perdonadme. —¿Podríamos hablar un momento, querido barón? —preguntó con voz suave Joseph Anton. —¿Os ha gustado mi obra? —Precisamente quiero hablar de ese tema. Un tema… peligroso. —¿Peligroso? ¡Explicaos! Y, primero, ¿quién sois? www.lectulandia.com - Página 149

—Alguien que conoce vuestra pertenencia a la francmasonería, una sociedad secreta poco apreciada por su majestad la emperatriz. Tranquilizaos, me caéis bien. Mi nombre no tiene importancia alguna y no os diría nada. En cambio, prestad atención a mis recomendaciones. Von Gebler tuvo miedo. Aquella eminencia gris de voz suave no era inofensiva. Si actuaba en nombre de la emperatriz, sería mejor escucharlo. —Pese a vuestra decepción de autor, el fracaso de esta obra me parece saludable. Como es evidente, los sacerdotes del sol, iniciados en los misterios, son los francmasones encargados de combatir las potencias de las tinieblas y el oscurantismo que apoya la diabólica Mirza, encarnación de María Teresa de Austria. —Os equivocáis, señor, y no os permito que… —Vuestro propósito es transparente, barón, y las alegorías no disimulan su carácter subversivo. Apoyar así una organización perniciosa y predicar su causa, intentando convertir a ella al público vienés, son andaduras inaceptables. —¡No eran ésas mis intenciones, os lo juro! —La desaparición de esta obra os evitará serios sinsabores, a condición de que saquéis una lección de tan deplorable error. La francmasonería no se impondrá en Austria, y sus adeptos tendrán muchos disgustos. Deberíais alejaros de ella sin tardanza. Aceptaré olvidar ese gazapo, siempre que no vuelva a oír hablar nunca más de vos. Von Gebler no se sintió con fuerzas para luchar. —Un detalle más… ¿Cuál es el nombre del mediocre músico que ha ilustrado algunos pasajes de vuestra obra? —Wolfgang Mozart. —¿Uno de vuestros hermanos masones? —¡Oh, no! Un adolescente, un ex niño prodigio empleado en la corte de Salzburgo. Para él, fue un pequeño encargo entre otros muchos. Aquel Mozart no era, pues, cómplice de Von Gebler. Sin embargo, Joseph Anton anotaría su nombre en el expediente consagrado al asunto.

Salzburgo, 10 de abril de 1774 Wolfgang estaba al borde de las lágrimas. El fracaso de Thamos, que acababa de saber por el egipcio, lo condenaba a la prisión salzburguesa y al estilo galante. —¡Aunque Gebler abandone, yo no renuncio! El tema de esta futura www.lectulandia.com - Página 150

ópera es extraordinario. Quiero profundizar en él y desarrollarlo. ¿Me ayudaréis? —Por supuesto. —¿Cómo llegaré a mi objetivo si no me convierto en sacerdote del sol? La pregunta llenó de inefable gloria el corazón del egipcio. El Gran Mago encontraba su vía y, según la expresión de los Antiguos, daba un camino a sus pies. —¿Sientes realmente ese deseo? —¿No es la iniciación la clave de la vida? —Ésa fue la enseñanza de Egipto, en efecto. —¡Entonces, deseo esta clave! —Si te muestras digno de ella, la obtendrás. Pero debes pasar todavía las pruebas. —¿Aquí, en Salzburgo? —Aquí mismo. No importa el lugar, sólo cuentan las pruebas que formarán tu conciencia y tu voluntad. Puesto que tus dotes son inusuales, la existencia no te respetará, al contrario. —¿Me haréis esperar… mucho tiempo? —El tiempo necesario, Wolfgang. No es bueno apresurarse.

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41 Salzburgo, mayo de 1774

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úsica de iglesia, sinfonías ligeras, serenatas, divertimentos… Wolfgang satisfacía los deseos del príncipe-arzobispo. Aquí y allá, se entregaba a ciertos experimentos de escritura y de combinaciones de timbre. El músico no se rebelaba, se perfeccionaba. Era una prueba, es cierto, pero no inútil. Tendría que escribir miles de notas y explorar decenas de formas antes de dominar un lenguaje embrionario aún. Él, el joven prodigio, tenía que aprender a madurar. Colloredo y su padre lo creían sumiso, ignoraban el naciente fuego. Wolfgang no se engañaba y no otorgaba un excesivo valor a muchas de sus producciones forzosas, que le permitían «soltarse la mano» y amasar la pasta musical cada vez más de prisa. Ni una huida hacia adelante ni un trabajo superficial, sino un modelado del porvenir.

Versalles, 10 de mayo de 1774 Los impuestos acababan de aumentar más aún. El panadero, por su parte, no podía vender más caro su pan por miedo a ser insultado y agredido. ¡Si las cosas seguían así, cerraría la tienda! Su amigo el zapatero le palmoteo el hombro. —¡Ha muerto! —¿El recaudador de impuestos? —No, su jefe: el rey Luis XV. —No es una gran pérdida: era un libertino, un mentiroso y un incompetente. Por su culpa, Francia está arruinada. —Lo que venga no valdrá mucho más. ¡Ahora tenemos como reina a María Antonieta, una austríaca! Se revolcará en el lujo y los placeres, como todas las princesas extranjeras. —De todos modos, el rey es el rey —recordó el panadero—. La obligará a comportarse como es debido. —Yo no lo creo. Hay que cambiarlo todo. —¿Y cómo? www.lectulandia.com - Página 152

—Cambiándolo todo —insistió el zapatero.

Praga, 22 de junio de 1774 Pese a su precaria situación material, Ignaz von Born proseguía su búsqueda iniciática. Hojeando los documentos que tenía a su disposición, que reunían los elementos dispersos de la Tradición, se puso en contacto con el mayor número posible de francmasones, la mayoría de los cuales no deseaban salir de su rutina y su comodidad intelectual. Puesto que no pensaba en un movimiento de masas, el mineralogista y alquimista prefería establecer sólidos vínculos con un pequeño número de hermanos. Aquel hermoso día de primavera, se produjeron dos acontecimientos felices. En primer lugar, su elección como Fellow en la Royal Society de Londres, dicho de otro modo, un reconocimiento internacional de sus cualidades científicas; luego, la visita de Thamos. —Perdonadme la pregunta —dijo el mineralogista—, pero ¿cómo soportáis el exilio? —Al salir de Egipto por orden del abad Hermes, supe que no volvería a ver mi monasterio —reveló Thamos—. Los bárbaros lo incendiaron, asesinaron a mis hermanos e intentaron destruir los tesoros acumulados a lo largo de los siglos. —¿No presentía el abad ese desastre? —Como sucesor del Gran Vidente, el superior de los iniciados de Heliópolis, Hermes miraba de cara la realidad. El secreto de los jeroglíficos, las palabras de los dioses, nunca se perdió, sino que se transmitió de boca de maestro a oído de discípulo. En estos crueles tiempos, era preciso preservar textos fundamentales, algunos de los cuales se remontan a la edad de oro de la construcción de las pirámides. Las arenas del desierto serán su santuario, hasta que una mirada de hurón los resucite. En vías de extinción espiritual, Occidente corre hacia el desastre. Por ello fui encargado de transmitirle el Libro de Thot. —Me mostraré digno de vuestra confianza —declaró Von Born, conmovido—. Contad con mi decisión y mi perseverancia. Pese a sus escasos medios materiales, a su frágil salud y a su aislamiento, el mineralogista le parecía a Thamos el francmasón más apto para crear la corriente iniciática que el Gran Mago iba a necesitar. De modo que entregó nuevos extractos del Libro de Thot, por los que se había www.lectulandia.com - Página 153

interesado largo tiempo, antes de comparecer ante el abad Hermes, que se encargaba de verificar sus aptitudes. Ignaz von Born, consciente del grave peso que gravitaba ahora sobre sus hombros, descubrió el manual de alquimia de la ciudad egipcia de Hermontis, el Libro de la noche, que relata las etapas de la resurrección del sol a través del cuerpo inmenso de la diosa Cielo, y algunos textos sobre el ojo del sol, principio creacional. —¡La francmasonería actual me parece incapaz de acceder a semejantes misterios! —Preparadla y transformadla, hermano. Ése es vuestro deber vital, de lo contrario, el Gran Mago no brillará.

Salzburgo, junio de 1774 Wolfgang se permitió unos momentos de franca relajación mientras componía su primer concierto para instrumentos de viento, un fagot con una orquesta reducida a su más sencilla expresión[103]. Una obrilla sin pretensiones, rústica y juvenil, que le procuró algunas horas de distensión antes de llevar a cabo las órdenes religiosas del príncipe-arzobispo, que permanecía muy apegado a sus «misas breves»[104]. A Miss Pimperl le gustó mucho la sonoridad del fagot y el carácter campesino del concierto. Wolfgang la llevó a pasear y se encontró con Thamos. —¿Tenéis noticias de Von Gebler? —No pienses más en él, no es hombre que corra el menor riesgo. Puesto que su obra disgustó a las autoridades, se limitará a poesías menos osadas. —¿Acaso esas autoridades tomarían partido por las tinieblas contra la Luz? —Quien dispone del poder político se preocupa primero por conservarlo, sean cuales sean los medios y los compromisos. No es una razón para abandonar Thamos, rey de Egipto, el zócalo de tus futuras obras. —¡Nada excitante, en estos momentos! La música galante se convierte en mi pan de todos los días y me llega al estómago. —¿Acaso olvidas mejorar tu conocimiento de los instrumentos y las técnicas de composición? —¡Ciertamente no! Es la única posibilidad que tengo de no asfixiarme. www.lectulandia.com - Página 154

—Existe otra. —¿Cuál? —La lectura. Primero, diccionarios de lenguas. Dados tus recuerdos de viaje y tus aptitudes, hablarás de corrido el italiano y el francés, sin desdeñar una buena práctica del inglés. Y luego te evadirás gracias al Asno de oro de Apuleyo y a las Etiópicas de Heliodoro, unas novelas iniciáticas en las que los viejos autores abordan el tema de las pruebas y las necesarias transformaciones del ser antes de penetrar en el reino de Isis. Añadiré a ello algunas obras del dramaturgo inglés William Shakespeare, que contribuirán a tu formación de autor de ópera. —Una ópera… ¿Realmente mé creéis capaz de ello? —Lee y vuelve a leer, Wolfgang.

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42 Berlín, 16 de julio de 1774

E

l duque Femando de Brunswick se frotaba las manos. Aquellos últimos meses, varias logias francesas, en Estrasburgo, Lyon, Burdeos y Montpellier, se habían unido a la Estricta Observancia. Aquel hermoso día de estío, el emperador Federico II autorizaba la existencia de la francmasonería en los Estados que él controlaba. Así pues, el Gran Maestre de la orden templaria iba a Berlín para ponerse en contacto con influyentes personajes, decididos ahora a apoyar su causa. De recepciones en cenas, establecía una importante red de relaciones y se afirmaba como un verdadero jefe, relegando a la sombra al barón de Hund. Femando de Brunswick no se interesaba, sólo, por el poder y los honores. Creía en su misión y seguía deplorando la debilidad de los rituales. Las disensiones entre hermanos, su carencia de cultura iniciática, la insuficiencia de la búsqueda impedían a la orden hacer más sólidas sus bases. El Gran Maestre, consciente de las imperfecciones, las remediaría.

Viena, 20 de julio de 1774 Geytrand estaba contrariado. —Malas noticias de Berlín. El emperador Federico II concede su protección a la francmasonería. —Desengáñate —lo contradijo Joseph Anton—. Es una excelente iniciativa. —No lo comprendo, señor conde. —Federico quiere controlarlo y saberlo todo. El mejor modo de hacer salir a los francmasones a la luz, de identificarlos, pues, consiste en darles confianza. ¡Hoy, los ingenuos creen que el emperador los escucha! Ignoran su profundo afecto por los jesuitas, cuya penetración en las logias ya es un éxito real. No sólo nos procuran valiosas informaciones, sino que, además, devolverán al seno de la Iglesia muchas ovejas descarriadas. Esa brillante chusma ha infiltrado incluso la Rosacruz de Oro. Geytrand no disimuló su asombro. www.lectulandia.com - Página 156

—¿La Rosacruz de Oro?… ¿Acaso habéis podido penetrar en su hermetismo? —Inspirándome en las lecciones dadas por los jesuitas. —¡El gusano ha entrado pues en la fruta! La sonrisita de Joseph Anton expresaba una hermosa satisfacción.

Salzburgo, 30 de septiembre de 1774 El día de San Jerónimo se festejaba al príncipe-arzobispo Jerónimo Colloredo. Tras haberse relajado componiendo unas encantadoras variaciones para piano[105], Wolfgang estaba nervioso de nuevo. Los músicos de la corte tocaban su serenata en re mayor[106] en honor de Colloredo, y la obra no respetaba por completo las reglas impuestas. Más desarrollada que de ordinario, comprendía un andante calificado, por primera vez, como cantabile, «cantante». Wolfgang, encerrado en Salzburgo, prisionero de su puesto de lacayo-músico, se evadía gracias al canto de los instrumentos y a la variedad de las tonalidades. ¿Lo advertiría Colloredo y le haría algunos reproches a su criado? Por fortuna, una serenata era sólo una diversión, y se escuchaba distraídamente. Con otras preocupaciones en la cabeza, encantado por la sumisión de sus fieles súbditos y por sus marcas de estima, el príncipearzobispo no cambió de humor y pasó una jomada excelente.

Salzburgo, otoño de 1774 Cinco sonatas para piano[107]: componiéndolas, Wolfgang regresaba a un género practicado en 1766[108] y que había abandonado luego. Esperaba trazar un nuevo camino, pero no estaba muy satisfecho de aquella experiencia. Virtuosismo, un estilo galante inspirado en Joseph Haydn, falta de profundidad… No tocaría en público esas sonatas y no las publicaría. ¡Cómo estaba alejándose del Thamos, rey de Egipto! Durante sus paseos con Miss Pimperl, ya no se encontraba con el egipcio. Sin duda se había ido de viaje, ¿pero regresaría a Salzburgo? —¡Una excelente noticia, tal vez! —anunció Leopold—. El príncipeelector de Baviera te encarga una ópera bufa para el carnaval de Munich. —¿Por qué «tal vez»?

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—Porque necesitamos la autorización de Colloredo. El rostro de Wolfgang se ensombreció. —El gran muftí no nos dejará partir. —Intentaré convencerlo. Altivo y distante, el príncipe-arzobispo aceptó, sin embargo, recibir a su vicemaestro de capilla. —¿Alguna preocupación, señor Mozart? —¡Oh, no, vuestra gracia! Pensamos en una estancia en Munich y… —Mi gente trabaja en Salzburgo, no en Munich. —Se trata de un encargo de ópera y… —¿De parte de quién? —De Maximiliano III, el príncipe-elector de Baviera. —Ah… Colloredo quería mantener cordiales relaciones con el conjunto de cabezas coronadas y jefes de principados, grandes o pequeños. —En ese caso —prosiguió con voz cortante—, la situación merece ser examinada. Una ópera de estilo italiano, espero. —¡Claro está, vuestra gracia! Se titulará La finta giardiniera, «la falsa jardinera». El autor del libreto es Calzabigi, un discípulo de Gluck. —Entonces, será un buen libreto, sin duda. Que vuestro hijo honre la reputación de los músicos de mi corte. Os autorizo, a ambos, a ir a Munich.

Munich, 8 de diciembre de 1774 ¡Qué felicidad salir de Salzburgo! Por el camino, Wolfgang leyó el Werther de Goethe y no le gustó demasiado la orgía de exagerados sentimientos. Leopold, por su parte, remachó la noticia del nombramiento de Gluck como compositor de la corte imperial y real de Viena, con un salario de dos mil florines anuales. Para su hijo, el camino hacia la capital de Austria parecía definitivamente cortado. Cuando llegaron, los Mozart fueron recibidos por el canónigo Pemat y el conde Seeau, intendente para la música y los espectáculos en la corte de Baviera. «Un perfecto hipócrita», pensó de inmediato Wolfgang. —¿Está terminado el trabajo? —preguntó el conde. —Está muy avanzado —respondió Leopold—. Wolfgang lo llevará a cabo rápidamente. —Mejor así, pues el príncipe-elector espera mucho de esa ópera. www.lectulandia.com - Página 158

Distraer a nuestros queridos muniqueses le parece primordial. Instalaos y muy pronto volveremos a vernos. El alojamiento era aceptable. —Este conde nos causará problemas —predijo Wolfgang. —¡Sobre todo, no debemos enfadamos con él! Si obtienes un primer éxito, seguirán otros encargos. Pese a un dolor de muelas provocado por su tercer molar que fue necesario curar urgentemente, el 16 de diciembre, Wolfgang acabó los tres actos de La finta giardiniera[109] cuyo libreto le interesaba muy poco, a excepción del personaje de la heroína, hermosa, enamorada y fiel. Traducir a música los sentimientos de una mujer de corazón puro y el alma noble lo apasionaba. Cuando el conde Seeau anunció a los Mozart el aplazamiento del estreno, a Wolfgang no le sorprendió. La cabeza de aquel patrañero albergaba la mentira innata. La llegada de Nannerl, el 5 de enero de 1775, fue la ocasión de probar algunas de las distracciones locales. Aunque la hermana mayor de Wolfgang se alojara en casa de una santurrona, el trío familiar asistió a los bailes de Munich a la espera de la buena voluntad de las autoridades locales.

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43 Munich, 13 de enero de 1775

E

l Salvator Theater estaba lleno para asistir a la primera representación de La finta giardiniera. ¿Sería bastante distraída la ópera bufa de Mozart? Sin embargo, el comienzo no tenía nada de alegre. Enamorado de la marquesa Violante, el conde Belfiore estaba, sin razón, loco de celos; tan celoso que prefería matarla antes que verla en manos de un rival. De regreso a su casa, el asesino se prometía a la seductora Arminda. Ni su pasión devoradora ni su luto habían durado mucho tiempo. ¡Pero Violante sobrevivía! Restablecida, se marchaba en compañía de su servidor Roberto, en busca del criminal. En cuanto llegaba a las tierras de Belfiore, se ocultaba bajo la identidad de la jardinera Sandrina, al servicio de don Anquises, el tío de Arminda, esposa del asesino. Y Roberto se convertía en el lacayo del notable. En ese momento, el público se relajaba por fin. A fuerza de disfraces y nombres falsos, forzosamente se castigaría al malvado en un acceso de franca alegría. Atraído por su sirvienta, la bonita Serpetta, don Anquises deseaba a la noble y digna Sandrina, la falsa jardinera. Serpetta, por su parte, rechazaba las proposiciones del criado Roberto. Finalmente, Sandrina le revelaba su verdadera identidad a Belfiore, su asesino, que se arrojaba a sus pies. Lamentablemente no había de qué reír, pues la joven, en vez de vengarse o perdonar, convencía al infame de que, en efecto, ella lo había engañado. Y los dos amantes malditos se volvían locos. Completamente desorientado, el público muniqués se tranquilizó al asistir a un final feliz señalado por tres bodas: la de Violante, alias Sandrina, con Belfiore; la de la esposa abandonada, Arminda, con un nuevo enamorado, y la de dos sirvientes, Roberto y Serpetta. Sólo uno quedaba abandonado, don Anquises, que no obtenía los favores de hermosa alguna. Cada cual esperaba una escena francamente cómica, pero el infeliz sólo podía amar al doble de la heroína, y se sumía en una especie de demencia. —Extraña ópera bufa —decidió un atento oyente—. El joven Mozart www.lectulandia.com - Página 160

sabe contar una historia con música, pero hay demasiadas notas y pasajes trágicos en menor. ¿Parece satisfecho el príncipe-elector? —Ha aplaudido —advirtió su vecino. —¿Y el conde Seeau? —Parece poco entusiasmado. A mi entender, el autor vacila sin cesar entre lo trágico y lo cómico. Y este libreto tan complicado…, ¡qué aburrimiento! El crítico Schubart, intrigado, escribió en la Deutsche Chronik: «Si Mozart no es una planta de invernadero, se convertirá en uno de los mayores compositores que jamás hayan existido».

Munich, febrero de 1775 A su madre, inquieta, Wolfgang le escribió que su ópera había gustado al príncipe-elector y a la nobleza muniquesa. Y terminó así su carta: «Seguimos pensando en volver muy pronto». —No te entusiasmes —le aconsejó su padre—. Acabo de recibir un encargo del príncipe-arzobispo. Exige una misa breve y amena. El joven, irritado, compuso en seguida una obrilla[110] en la que los sones de los violines imitaban el piar de los gorriones. Era casi estúpido, pero ameno. Y Wolfgang acentuó la palabra descendit del credo, que sólo él comprendería: «¡Si al menos Colloredo se derrumbara y me dejara en paz!». ¿Podía soñar con algo mejor para su decimonoveno aniversario? En pleno período de carnaval, Leopold y sus dos hijos se unieron a los jaraneros. Olvidando sus preocupaciones, acudieron a los bailes y se regocijaron con la visión de los ritos paganos que anunciaban el final del invierno y el regreso de la luz. Leopold aguardaba el encargo de una nueva ópera que impulsara la carrera de su hijo en Munich. ¿Cuándo le anunciaría por fin el conde de Seeau la buena nueva? Impaciente, el cabeza de familia forzó la puerta del intendente para la música y los espectáculos. —¿Alguna preocupación, señor Mozart? —¿No tuvo éxito La finta giardiniera? —Las opiniones divergen. —¿Y la vuestra, señor conde? —A vuestro hijo no le falta talento. Algunos pasajes me parecieron demasiado serios para una ópera bufa. Es carnaval, los muniqueses desean divertirse. Y con esas historias de locos en las que no se sabe ya www.lectulandia.com - Página 161

quién es quién… —¡Wolfgang no es responsable del libreto! —Lo admito, señor Mozart. El príncipe Maximiliano desea un motete destinado al ofertorio de una misa. ¿Puede vuestro hijo componerlo rápidamente? —Cuente con ello. En total oposición con la música ligera que se tocaba en Salzburgo, Wolfgang modeló un fragmento muy austero, de estilo arcaizante[111]. Orgulloso de ese homenaje a los antiguos maestros, envió la partitura al padre Martini, y su respuesta lo decepcionó cruelmente: «¡Un éxito del gusto… moderno!». Rencor de corta duración, pues Wolfgang se vio obligado a ganarse la vida escribiendo una encantadora sonata, marcada con el sello del virtuosismo[112], encargada por el rico barón Dürnitz. Luego libró un duelo, a clavecín, con el capitán Von Boecke ante un público de aficionados al sensacionalismo. Tan veloz como Wolfgang, el militar carecía del menor sentido poético. Vencedores de la justa: vino y cerveza en honor de los valerosos músicos.

Munich, marzo de 1775 A comienzos de mes, Leopold volvió a visitar al conde de Seeau. —Estoy muy ocupado, señor Mozart, no tengo demasiado tiempo que concederos. —¿Le satisfizo el motete al príncipe Maximiliano? —No ha emitido crítica alguna. —¿Y algún cumplido? —Tampoco. —¿Pensáis encargar una nueva ópera? —Debo pensarlo todavía. —Si dispusiera de tiempo suficiente, mi hijo compondría una obra mucho más atractiva que La finta giardiniera… —Precisamente a esa ópera le faltaba alegría. Sin duda, las capacidades de vuestro hijo son limitadas. Puesto que satisface al príncipe-arzobispo de Salzburgo, ¿por qué ir a buscar fortuna en otra parte? Permaneced pues en vuestra casa, señor Mozart, y disfrutad de los privilegios de vuestra condición. La estancia muniquesa terminaba en desastre. A Wolfgang, Leopold le www.lectulandia.com - Página 162

contó únicamente la indecisión del conde de Seeau, de inciertos gustos artísticos. La advertencia era cruel. No habría encargo de una nueva ópera para la próxima cuaresma, ni de una partitura cualquiera para la corte de Baviera, ni de música religiosa. El 6 de marzo de 1775, los Mozart se pusieron en camino, de nuevo, hacia Salzburgo.

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44 Salzburgo, 23 de abril de 1775

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entado junto al archiduque Maximiliano-Franz, cuarto y último hijo de la emperatriz María Teresa, el príncipe-arzobispo Colloredo estaba orgulloso de ofrecer al ilustre huésped, de paso por la ciudad, una pequeña ópera en dos actos y catorce números, El rey pastor[113], debida a la despierta pluma del joven Mozart, sobre un libreto de Metastasio. Alejandro Magno en persona quería conceder el trono de Sidón a una pareja forzada. Tomando conciencia de su error, elige a mejores candidatos, entre ellos, a un pastor deseoso, sin embargo, de quedarse con su rebaño. Y todo termina del mejor modo, gracias a la clarividencia de Alejandro, que, era evidente, igualaba la de Colloredo. Tras un primer concierto para violín, impersonal y ligero[114], Wolfgang tuvo que componer a toda prisa esa larga serenata que en nada se parecía a la gran ópera con la que soñaba. Colloredo estaba encantado, satisfecho por la cálida acogida; el archiduque haría el elogio del príncipe-arzobispo en la corte de Viena, donde se decidía el porvenir de la región. Si José II conseguía imponer su reforma, él mantendría la prosperidad.

Brunswick, 26 de mayo de 1775 Los habitantes de la villa de Brunswick asistieron a un extraño espectáculo. Guiados por el Gran Maestre provincial Charles de Hund, los Caballeros de la Estricta Observancia templaria recorrieron las principales calles para llegar a la Casa de la orden, donde los aguardaba el Gran Maestre, el duque de Brunswick. Previsto hasta el 6 de julio, el convento masónico reunía a todos los dignatarios y prometía hermosos enfrentamientos. Tres comisiones se encargarían del desarrollo de la orden: la primera se ocuparía de economía, la segunda de política y la tercera de las ceremonias. De sus trabajos emanarían informes cuyo contenido permitiría tomar decisiones al Gran Maestre.

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Esa primera gran manifestación oficial en sus tierras tenía un hermoso éxito popular. Los curiosos, intrigados y admirados al mismo tiempo, apreciaban la presencia de aquellos caballeros soberbiamente vestidos. Mientras sus adjuntos resolvían los problemas de intendencia, el Gran Maestre recibió en privado a Charles de Hund, delgado y enfermo. —Sentaos, mi querido hermano, ¿deseáis agua, una tisana o una bebida más fuerte? —Un poco de agua, por favor. El duque sirvió personalmente a su huésped. —Vuestra salud me preocupa. —Estoy muy enfermo —reconoció Hund—, y tengo los días contados. —Estoy desolado. Los mejores médicos de Brunswick intentarán curaros. —Es demasiado tarde. —¡No seáis tan pesimista! —¿Acaso si la Estricta Observancia me sobrevive, no lo habré conseguido? El duque se sintió turbado. —Mi querido hermano, desgraciadamente tenéis muchos enemigos, algunos espíritus mezquinos os reprochan una falta de precisión sobre los orígenes de la orden y la legitimidad de vuestro poder espiritual. —¡Ya lo he dicho todo a ese respecto! —Vuestras explicaciones carecen de consistencia. Con toda sinceridad, os defendéis muy mal. Y temo que vuestros más fieles apoyos os abandonen. —Solo y desacreditado… —Dadas mis responsabilidades, ¿no tengo el deber de mostrarme lúcido, aun deplorando la crueldad de esa actitud? Charles de Hund ya no se sentía capaz de luchar. —¿Qué esperáis de mí? —En primer lugar, que avaléis mi decisión de transferir de Dresde a Brunswick la sede del gobierno de la orden; luego, que aprobéis el nombramiento de mis íntimos para los puestos de responsabilidad; finalmente, que os retiréis para dejarme ejercer la totalidad del poder. Yo os protegeré, a cambio de vuestro apoyo. Sean cuales sean vuestros errores y vuestras insuficiencias, los asumiré. Y os cuidaréis con toda tranquilidad. Charles de Hund se arrellanó en su sillón y cerró los ojos, ya que lo abrumaba la fatiga.

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Viena, julio de 1775 Al acabar con una revuelta campesina en Bohemia, José II había demostrado su firmeza. Decidido a mantener la grandeza del imperio afirmando su autoridad, también sabía tomar medidas populares, como la apertura al público de los jardines del Augarten. Joseph Anton temía un exceso de liberalismo que debilitara a la policía y redujera la seguridad. Muchos francmasones alentaban dicha tendencia, con sus palabras al menos. Geytrand, de regreso del ducado de Brunswick, se presentó para informar. —Los conventos masónicos son verdaderas minas de información — declaró, satisfecho—. Algunos participantes están tan contentos cuando se los invita que charlan de buena gana; encontré a uno tan vanidoso que me lo contó todo. El barón de Hund está muy enfermo, y el duque de Brunswick en plena forma. El infeliz fundador de la orden acaba de ser enviado a casa, donde morirá, abandonado y despreciado. —Dicho de otro modo, Femando de Brunswick toma plenos poderes. —Apartado Hund, ha nombrado a sus fieles para los principales puestos. Así controlará las finanzas y orientará la política de la orden según su propio modo de ver las cosas. —¿Qué quiere, concretamente? —Restaurar la Orden del Temple y devolverle su esplendor de antaño. Y ese Gran Maestre tiene mucha más envergadura que el barón de Hund. Sería un error no tomarlo en serio. —¿Y el contenido de los rituales? —Sobre ese punto, el convento ha terminado en fracaso. El duque de Brunswick esperaba convencer a los clérigos de que ofreciesen a los caballeros sus conocimientos esotéricos. ¡En balde! Los eruditos se empecinan en guardar sus secretos. No es muy fraterno… Al Gran Maestre le toca apaciguar las tensiones e imponer una mejor disciplina. ¿Conseguirá el duque de Brunswick mantener una coexistencia pacífica entre las diversas ramas de la orden? —Es un hombre peligroso —estimó Joseph Anton—. Peligroso pero intocable.

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45 Salzburgo, agosto de 1775

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ufriendo por el calor, Miss Pimperl pasaba el día durmiendo en el gran apartamento de la familia Mozart. Wolfgang paseaba al fox-terrier por la mañana, muy pronto, y muy avanzada la tarde, sin olvidar jugar con una pelota de trapo que la perra siempre acababa quitándole. Anton Stadler iba tras algunas faldas, Wolfgang componía. Un segundo concierto para violín[115] compuesto el 14 de junio, al gusto francés, superficial y refinado, pues. Luego una sonata para iglesia[116], una serenata[117] y un divertimento[118] destinado a alegrar una comida del príncipe-arzobispo organizada en el castillo de Mirabell, su pequeño Versalles. Dicho de otro modo, nada profundo. Deprimido, el músico retomó su cantata fúnebre de 1767 y le añadió un coro final. Ese diálogo entre el Alma y el Ángel, esa evocación de la muerte y del más allá le permitieron escapar unas horas a la galantería y la sosería que Colloredo imponía. Y Thamos reapareció, durante el paseo vespertino. Miss Pimperl lo festejó. —¡Me creía abandonado! —Te abandonas tú mismo. —Me confían un trabajo concreto, y lo llevo a cabo. El príncipearzobispo sólo aprecia un tipo de música, al que ninguno de sus lacayos músicos puede escapar. —¿Ni siquiera tú? —¡Los barrotes de su prisión son en exceso sólidos! —¿Olvidas componer para ti mismo, fuera del cepo de tus encargos? —Casi… De todos modos, he completado una vieja cantata que nada tenía de ligera. —Así nos encontramos de nuevo. ¿Por qué iba a interesarme por un mediocre incapaz de luchar contra la adversidad? —¿Mediocre, yo? ¡Creo que ya he dado buenas pruebas de que no lo soy! —¿Estás seguro? Wolfgang vaciló, pero resistió. —He dado lo mejor de mí mismo, he… www.lectulandia.com - Página 167

—Todavía no. Y no sigues el buen camino al dejarte atrapar por tus propias facilidades. —El príncipe-arzobispo exige… —Tú compones. Sobre todo, no te duermas. —Si la ópera sobre los misterios egipcios hubiera tenido éxito, yo no estaría aquí. —Olvida los «si», forja tu voluntad y tu arte. Sólo ellos te abrirán la puerta del conocimiento.

Salzburgo, 12 de septiembre de 1775 Al leer la partitura del tercer concierto para violín[119] de su hijo, Leopold se sintió sorprendido e inquieto. Ciertamente, respetaba poco más o menos el estilo galante, y el rondó final, a la francesa, sin duda alegraría al príncipe-arzobispo. El movimiento lento, un adagio, tenía un aspecto algo melancólico pero que no aburriría al auditorio. En cambio, el alegro inicial chirriaba. Poderoso, desenvolviendo temas en menor, ofrecía al solista sorprendentes diálogos con la orquesta. —¿No es demasiado imponente este comienzo? Podrías atenuar… —¿Acaso el movimiento no progresa con naturalidad? —Los oídos de Colloredo no están acostumbrados a tanta complejidad. Parece una especie de… explosión. —¡Tal vez despierte el alma del gran muftí! Contrariamente a los temores de Leopold, la obra no escandalizó a nadie. Distraídamente, el príncipe-arzobispo sólo se preocupaba por su nuevo programa de economía. ¿Pagarían el pato los criados músicos?

Lyon, septiembre de 1775 A los cuarenta y cinco años de edad, el comerciante en tejidos JeanBaptiste Willermoth tenía cara de vividor, unas espesas cejas, unos labios sensuales y unos grandes ojos, algo ingenuos. Cordial y simpático, caritativo, se encargaba de obras de beneficencia y parecía llevar la tranquila existencia de un gran burgués de Lyon.

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Sin embargo, su ideal no consistía en amasar una inmensa fortuna. Francmasón desde los veinte años y Venerable Maestro inamovible de la logia que había creado[120], demostraba desarrollar una desbordante actividad para propagar el ideal masónico. Willermoth se había convertido en uno de los jefes de la rama francesa de la Estricta Observancia templaria. ¿Acaso no representaba el porvenir de la francmasonería, siempre que desarrollase una auténtica espiritualidad, lo que hacía mucha falta en la mayoría de las logias? No contento con presidir y animar las logias lionesas, Jean-Baptiste Willermoth mantenía una voluminosa correspondencia con numerosos místicos y francmasones, con el fin de propagar sus ideas. La Estricta Observancia sin duda le permitiría apresurar el movimiento y conquistar toda Francia. Se imponía la mayor prudencia. Willermoth no debía desvelar demasiado pronto sus verdaderas intenciones, pues no conocía al nuevo Gran Maestre, el duque de Brunswick. ¿Sería intransigente y cerrado, o abierto a las visiones místicas? Otra iniciativa: el arraigo alemán de la orden templaria disgustaba a algunos patriotas franceses. Willermoth debía proceder, pues, a dar pequeños brochazos y esperar circunstancias favorables antes de imponerse como un incontestable jefe de filas, primero al modo de una eminencia gris, luego a plena luz.

Salzburgo, 15 de noviembre de 1775 Leopold no se calmaba. El 30 de septiembre, Colloredo había cerrado el teatro principesco como medida de ahorro. Una mala noticia para los músicos de la corte, privados ahora de un valioso instrumento de trabajo. Frente a numerosas presiones, más o menos solapadas, el príncipearzobispo aceptó abrir un nuevo teatro en el parque Mirabell, cerca de su palacio. Pero le correspondería a un empresario acoger allí a las compañías ambulantes, sin conceder plaza privilegiada alguna a los músicos salzburgueses. El espacio de creación disminuía, pues, sensiblemente. Respetados, los Mozart, padre e hijo, mantenían su puesto. En el rondó final de su cuarto concierto para violín[121], inspirado en Boccherini, Wolfgang se había divertido incluyendo un tema folclórico alsaciano útil para la obra, agradable para los oídos del gran muftí, el nombre de «concierto de Estrasburgo». Satisfecho al ver que su hijo entraba de nuevo www.lectulandia.com - Página 169

en razón, a Leopold le gustó menos, el 20 de diciembre, el quinto concierto en la mayor[122], a causa de un movimiento lento, de inquietante profundidad y de la intensidad rítmica del final. —Demasiado henchido y denso —juzgó—. Deberías reemplazar este adagio. —Como queráis, padre. Sabed que no escribiré más conciertos para violín y orquesta. Choco con los límites de un género asfixiante. Mientras paseaba a Miss Pimperl, que adoraba brincar en la nieve, Wolfgang se encontró con Thamos. —Me ha gustado tu reacción, Wolfgang. —¡No es ésa la opinión de mi padre! Sanciona cualquier exceso, para no disgustar a Colloredo… —Al príncipe-arzobispo le gustará, tal vez, la próxima ópera que se monte en su nuevo teatro. —¿Estilo italiano o francés, espero? De lo contrario, fracaso asegurado. —Estilo mozartiano en formación. —¿Qué queréis decir? —¿No lo adivinas? Gracias a unas cuantas relaciones influyentes, he conseguido obtener una reposición de Thamos, rey de Egipto.

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46 Salzburgo, 30 de enero de 1776

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ese al mal tiempo, la representación de Thamos, rey de Egipto fue como un rayo de sol para Wolfgang. Por lo que se refiere al juicio del príncipe-arzobispo Colloredo, éste cayó como la cuchilla de una guillotina. La obra de Von Gebler no le disgustó, pues la interpretó en función de la filosofía de las Luces y no vio en ella la alusión política contra el gobierno austríaco. En cambio, consideró inútiles los coros del joven Mozart. En resumidas cuentas, una obra menor para olvidar. Al salir del teatro, el egipcio consoló a Wolfgang. —Olvida la crítica y sigue trabajando sobre el tema, aun sin escribir ni una nota. Lentamente, muy lentamente, los misterios alimentarán tu pensamiento. —¡El gran muftí detesta mi música! —No la que te permite recibir un salario y profundizar en tu conocimiento de los estilos y los instrumentos. Esta representación nos ha ofrecido una valiosa enseñanza: Colloredo no se ha indignado ni escandalizado. Sólo ha visto una especie de cuento ingenuo que evoca una antigüedad ya pasada. Poco a poco, aprenderás a crear formas que, sin traicionar el mensaje, gusten a todos los auditorios, del más sabio al más popular. Algunos apreciarán el hechizo, otros el estilo, la mayoría se dejarán encantar y un pequeñísimo número percibirá lo esencial. —¿No es lo esencial la enseñanza de los sacerdotes del sol? —Sigue seduciendo a Salzburgo y demuéstrame que eres capaz de domesticarlo sin perder tu alma.

Salzburgo, 27 de enero de 1776 Wolfgang merecía una pantagruélica comida de aniversario con ocasión de sus veinte años. Presa de una fiebre creadora, acababa de componer un delicioso concierto para piano[123], una divertida «serenata nocturna»[124], un divertimento[125] cuyo grave trío en sol menor hacía olvidar que la obra estaba destinada a alegrar una comida de Colloredo, una sonata para

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iglesia[126] y un concierto para tres pianos[127] adaptado a las posibilidades técnicas de una joven virtuosa, la condesa Josefa. —El príncipe-arzobispo, la corte y la aristocracia aprecian la calidad y la cantidad de tu trabajo —reconoció Leopold—. En la Iglesia y en los salones te reconocen como un auténtico profesional. Y tengo una excelente noticia que darte: varias damas afortunadas desean que les des lecciones de piano. —Enseñar no me interesa en absoluto. —Es indispensable, Wolfgang. Por una parte, no puedes rechazar a algunas personas de alto rango; por la otra, te irán bien unos ingresos extras. ¿Te avergonzaría seguir los pasos de tu padre y convertirte en un buen pedagogo? —¡No, claro que no! —Entonces, no sigamos discutiendo. Tu porvenir ya está trazado: serenatas y diversiones para corte y para los ricos aficionados a la música, letanías y misas para la Iglesia, enseñanza destinada a las personas de calidad. ¡Un verdadero éxito, a tus veinte años! —¡Un gran éxito! —asintió Anna-Maria—. ¿Y a quién no le gustaría pasar unos felices días en Salzburgo?

Berlín, abril de 1776 El ex pastor Wöllner, francmasón de la Estricta Observancia templaria desde 1768, obtenía por fin el tan ambicionado puesto: Venerable Maestro de la célebre logia de los Tres Globos. Con su hermano y amigo Bischoffswerder, un oficial, controlaba también la logia Federico del León de Oro. A partir de esas dos entidades, ambos cómplices, alentados por el poder, implantarían en Berlín la Rosacruz de Oro del antiguo sistema del que eran ocultos misioneros. Misioneros y también dobles agentes, puesto que lanzaban su ofensiva con el acuerdo y el apoyo de los jesuitas. Uno y otro ignoraban que éstos actuaban por influencia de Joseph Anton, cuyo trabajo de zapa comenzaba a dar resultados. Puesto que no podía atacar de frente a la francmasonería, instilaría veneno continuadamente para corroerla desde el interior. Joseph Anton no se limitaba a observar y alimentar sus experiencias. Ahora, actuaba.

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Salzburgo, abril de 1776 —Encantador, delicioso, maravilloso. Este concerto[128] es tan distinguido… ¡Me encanta! Señor Mozart, es usted un mago. Wolfgang hizo una reverencia. La condesa Antonia von Lützow estaba visiblemente fascinada por la fluida música del joven compositor, tan apreciado por la sociedad salzburguesa. Dedicándole aquel concierto en do mayor, Wolfgang iba a despertar muchas envidias. —Me gustaría tomar más lecciones —suplicó la condesa—, para interpretar esta partitura sin cometer errores. —Mi horario ya está muy cargado y… —¡Os lo ruego, señor Mozart! —Sentaos al piano. Wolfgang corrigió algunos de los numerosos errores de su alumna y le prometió otro ensayo. Luego se dirigió a casa de Anton Stadler para desafiarlo a los dardos y liberar así sus nervios. ¡Santo Dios, cómo le exasperaba la enseñanza! Satisfacer a sus padres demostrándoles su capacidad no bastaba para hacerlo feliz. Si el porvenir consistía en envejecer lentamente vestido de músico lacayo, sometido a las exigencias de un pequeño tirano, ¿para qué construirlo? Gracias a Thamos, Wolfgang mantenía la esperanza. Y no decepcionaría a su amigo llegado de tan lejos.

Ingolstadt, 1 de mayo de 1776 Con veinticinco años de edad, profesor de derecho y, muy pronto, decano de la universidad de la pequeña ciudad de Ingolstadt, en Baviera, Adam Weishaupt estaba viviendo un momento excepcional. Nacido en esa antigua plaza fuerte de los jesuitas cuya orden, disuelta hoy, seguía actuando de un modo oculto, había decidido combatir a la Iglesia, al catolicismo y a sus secuaces. Weishaupt, que era ateo, advertía su espantosa influencia en la educación y la enseñanza superior. Esa religión estúpida embridaba las almas e impedía pensar libremente a los individuos. ¿Cómo luchar contra el oscurantismo, salvo reuniendo los espíritus fuertes, decididos a propinarle golpes decisivos? Aquel 1 de mayo, al crear www.lectulandia.com - Página 173

la sociedad secreta de los Iluminados de Baviera, Weishaupt se otorgaba el instrumento indispensable para cumplir su sueño. Sus fíeles todavía eran muy pocos, pero se comportaban como exploradores y propagadores de la Luz. La mayoría deseaban establecer un compromiso entre la razón y una religión menos sectaria, sin adherirse a las ideas revolucionarias de algunos filósofos franceses. Los primeros Iluminados criticaban, sin embargo, los privilegios de los reyes y los príncipes, sobre todo cuando ejercían sus poderes sin discernimiento ni competencia. Posición muy poco original, por otro lado, pues estaba ampliamente extendida por el teatro y la literatura. No obstante, era necesario pasar de la teoría a la práctica, evitando la violencia. Conscientes de que el catolicismo temporal había desnaturalizado la espiritualidad, los Iluminados no desdeñaban la enseñanza de los Antiguos, especialmente los egipcios. Durante la reunión de los fundadores, se tomaron varias decisiones: el secreto absoluto, la compartimentación, un intenso trabajo intelectual, una estricta disciplina, una educación laica, la publicación de folletos, el atento examen de cualquier candidatura, exigiendo un detallado currículum vitae del postulante. Además, los nombres de los adherentes y sus lugares de encuentro estarían cifrados[129]. El éxito pasaba por la conquista de la francmasonería, apoyo ideal para propagar una nueva filosofía.

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47 Salzburgo, mayo de 1776

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inguno de los oyentes de la Gran Misa en do mayor[130] de Wolfgang Mozart se aburrió, pues la música era brillante. Más bien alejada del marco religioso habitual, no incitaba en absoluto al recogimiento. Puesto que no conseguía doblegarse a las exigencias de Colloredo, el joven había compuesto por fin una Missa longa, una «misa larga» que, dada su excesiva duración, no podría interpretarse en la catedral. La acogió la iglesia de San Pedro, para mayor placer de sus fieles. —He gozado mucho —reconoció Anton Stadler—. ¿No te arriesgas al descontento de la gente de Iglesia? —Están tristes y deprimidos, ¡yo les devolveré la alegría! —Nuestros queridos religiosos no tienen muy desarrollado el sentido del humor. —Tenía que salir de ese cepo. Controlar cada misa de acuerdo con las reglas de Colloredo se me hacía insoportable.

Viena, 20 de mayo de 1776 —¡Encuentro en la cumbre! —anunció Geytrand a Joseph Anton—. Gracias a uno de los lacayos del duque de Brunswick, he sabido que el Gran Maestre de la orden templaria acaba de recibir al del Rito sueco, el duque de Sajonia-Gotha. Un almuerzo suculento, al parecer, regado con vinos excepcionales. —Y dejando al margen esa comilona diplomática, ¿hay algo importante? —Esos dos grandes señores han intentado poner fin a las hostilidades entre sus movimientos masónicos. Uno y otro aspiran a la conquista de Europa, y la discusión fue espinosa. —¿Unión sagrada o enfrentamiento total? —Ni lo uno ni lo otro, al parecer. El duque de Sajonia-Gotha no quiere ruido, pero se negará a disolver su cofradía en la Estricta Observancia. Por lo que al duque de Brunswick se refiere, no limitará sus ambiciones.

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Las únicas concesiones, al parecer, son que la orden templaria no se implantará en Suecia, y que el Rito sueco acallará a sus miembros más virulentos. Pero esa falsa paz se ha roto ya. —¿De qué modo? —Zinnendorf se encuentra en Viena para adherir cuatro logias al Sistema sueco. —¿Lo siguen permanentemente, claro está? —Claro está, señor conde, al igual que a su emisario oficial Von Sudthausen. —Solicita audiencia al emperador José II —ordenó Joseph Anton. Geytrand palideció. —¿Piensa el Rito sueco obtener un reconocimiento oficial? —Sin duda alguna. —¡Eso sería una catástrofe! —No hay motivo para inquietarse. He hecho llegar a su majestad un expediente muy instructivo.

Viena, 26 de mayo de 1776 Von Sudthausen estaba muy decepcionado. El proyecto de fusión entre la orden templaria y el Sistema sueco fracasaba de un modo lamentable. Las ensoñaciones de su amigo Zinnendorf saltaban hechas pedazos, a menos que la audiencia concedida por José II tuviera un resultado positivo. El monarca fue de una extremada frialdad. —Majestad, os ruego que seáis el protector de las logias masónicas pertenecientes al Rito sueco. Los hermanos son del todo respetuosos con vuestra autoridad suprema y con las leyes que promulgáis. Sólo hombres de calidad son admitidos en nuestras asambleas, donde ninguna palabra subversiva podría admitirse. Podéis contar con la absoluta y sincera fidelidad de los francmasones. —Muy bien, pero disponéis ya de una logia adherida al Rito sueco, y me parece que con eso basta y sobra. Autorizo su existencia, siempre que se respete estrictamente nuestra legislación. —Os lo agradezco mucho, majestad. Vuestro alto patronazgo sería… —No contéis con él. Un espíritu liberal no debe ser débil ni partidista. Favorecer a la francmasonería escandalizaría a muchas altas personalidades, comenzando por la emperatriz María Teresa. —Lo sé, majestad, pero… www.lectulandia.com - Página 176

—La entrevista ha terminado. Von Sudthausen se retiró. El Rito sueco nunca se implantaría en Viena.

Salzburgo, 10 de junio de 1776 El día de San Antonio de Padua, la condesa Antonia Lodron organizó una gran fiesta en su honor. Los festejos debían acompañarse con una música ligera y cuidada, un divertimento[131], pues del joven Mozart. ¿Acaso el príncipe-arzobispo no saboreaba sus melodías en cada una de sus comidas mundanas? Entre los invitados estaba el conde de Tebas, un dignatario extranjero tan acaudalado como discreto. Gran viajero, ofrecía importantes sumas a los asilos y a las escuelas que acogían a huérfanos y desheredados. Wolfgang se preguntó por qué participaba el egipcio en tales mundanidades. Impasible, Thamos no demostró en absoluto su emoción cuando, desde el comienzo hasta el final, con inesperada solemnidad, percibió las primicias de la Gran Obra[132]. En cuanto la obra terminó, la concurrencia comenzó a charlar. Aprovechando el estruendo, Thamos se esfumó. Wolfgang sintió una profunda angustia: ¿indicaba eso una desaprobación definitiva?

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48 Viena, 20 de julio de 1776

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sus cuarenta y tres años, Joseph von Sonnenfels, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Viena, había sido el primer jurista austríaco en defender las ideas de la filosofía de las Luces en su periódico Der Mann ohne Vorurteile (El hombre sin prejuicios). Apreciado por José II, acababa de obtener una gran victoria: la abolición de la tortura. El emperador conocía su pertenencia a la logia masónica de la Verdadera Concordia, pero ignoraba que el brillante universitario era también uno de los Iluminados de Baviera, entusiasmado con los grandes proyectos de Weishaupt. Una excelente noticia lo confortaba en este camino: la creación de los Estados Unidos de América, gracias al impulso del francmasón George Washington, primer presidente de aquel nuevo país en el que la libertad de conciencia sería uno de los aspectos fundamentales. Joseph von Sonnenfels, que había sido convocado a palacio, no retrocedería. Esperando eventuales regañinas del emperador, el jurista intentaría explicar el fundamento de sus posiciones. José II parecía menos obtuso que María Teresa y creía en la necesidad de adoptar reformas liberales, ¿pero hasta dónde? —Señor profesor —declaró el soberano—, tengo que confiaros una tarea urgente. Algunos la considerarán menor, yo la estimo importante. No sois indiferente de la política cultural, según creo. —¡Al contrario, majestad! —Quiero un teatro nacional alemán en Viena, administrado por la corte. ¿Qué proponéis? Afortunadamente, Von Sonnenfels era de fácil respuesta. —El Burgtheater. Yo suprimiría las deplorables farsas que atontan al gran público, y esa hermosa institución produciría obras musicales alemanas, alternándolas con las italianas. —Estoy de acuerdo. Poned manos a la obra.

Salzburgo, verano de 1776

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El 20 de julio, una larga y alegre serenata[133] de Wolfgang, tocada con una gran orquesta, había iluminado la boda de Elisabeth Haffner, hija de un rico comerciante y burgomaestre de Salzburgo. La misma alegría en el divertimento[134] en re mayor, acompañado por danzas francesas, que se tocó en el veinticinco aniversario de Nannerl. Y, luego, esa alegría algo forzada se habría quebrado con ocasión de otro divertimento[135] para piano, violín y violoncelo cuyo lento movimiento revelaba una inquietante tristeza. ¿Seguir componiendo música galante y superficial no lo llevaba acaso a un callejón sin salida? ¿No equivalía a una condena la desaparición de Thamos? Era imposible confiarse a su padre, a su madre o a su hermana. La única que lo comprendía era Miss Pimperl, siempre dispuesta a jugar y a disipar la tristeza. —Tu trabajo nada tiene de vergonzoso —afirmó la voz que estaba esperando. —¡Thamos! ¿No me despreciáis? —Al contrario, Wolfgang. Demuestras diariamente tu seriedad al cumplir correctamente con tus funciones. Comienza a apuntar, aquí y allá, tu verdadero porvenir. Pero todavía tendrás que llenar mucho papel pautado… —Sólo tengo veinte años y ya soy un pequeño funcionario al servicio de un tirano mediocre cuyo gusto musical pretende ser absoluto. —Aprendes tu oficio y modelas unas armas en previsión de futuros combates. ¿Acaso uno de los aspectos de la inteligencia no consiste en adaptarse? —De vez en cuando siento ganas de pisotear los instrumentos y tirar los restos a la cara del príncipe-arzobispo, sólo para saber si tiene algo de sensibilidad. —No reprimas ese deseo. —¿Me… me alentáis a la revuelta? —Sería prematuro. Realizar el acto justo en el momento justo es la principal facultad de un buen mago. Tendrás que superar numerosas etapas antes de ejercerla. Haber sido un niño prodigio no te facilita la tarea. —¡Ya no lo soy! —Mucho mejor, Wolfgang. Trabaja, entonces.

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Wiesbaden, 15 de agosto de 1776 El convento masónico reunía a los numerosos delegados de las logias y a varios visitantes distinguidos. A Thamos, que estaba sentado junto a Johann Joachim Christoph Bode, su vecino le parecía muy turbulento. Aquel hermano, sanguíneo y nervioso, no dejaba de maldecir a los oradores que le parecían tibios y aburridos. —Y todavía no has oído lo peor —le dijo a Thamos—. Nos anuncian al Mesías, ¡el salvador de la francmasonería! —¿Cómo se llama? —Gottlieb, barón de Gugomos, consejero del gobierno de Rastatt. ¡Ah, ahí está! El nuevo profeta tomó la palabra y fue directamente al grano. —Fui iniciado en Roma y conozco los grandes secretos. Del todo lleno del espíritu superior, he venido para arrancaros de las tinieblas y enseñaros la verdad. Si las logias me obedecen y renuncian a sus errores, abandonarán el camino del diablo y avanzarán por el de Dios. —¡No queremos a tu Dios! —estalló Bode—. Un francmasón debe escapar del poder de la Iglesia y pensar libremente. Gugomos miró conmiserativo al hombre que lo contradecía. —Cálmate, hermano, y no te conviertas en un perseguidor de la verdad que yo encamo. De lo contrario… —¿De lo contrario, qué? —Domino los venenos, especialmente el aqua toffana, que deja pocos rastros y fulmina a los perjuros y a los traidores. Mis fieles cantarán en el cementerio salmos de luto sobre la tumba del hermano a quien hayan matado justamente. —¡Ese impostor está completamente loco! —rugió Bode—. ¡Qué lo expulsen de esta asamblea! El presidente puso fin a la reunión. Era evidente que Gugomos no estaba del todo en sus cabales. —La francmasonería se deshonra al acoger a semejantes enfermos mentales —le dijo Bode a Thamos. —¿Qué preconizas, hermano? —Un cambio radical de orientación. En primer lugar, erradicar a los jesuitas y a sus espías, ocultos bajo los delantales masónicos. Luego, orientar nuestra pervertida sociedad hacia la justicia y la igualdad. www.lectulandia.com - Página 180

—¿No temes una reacción violenta por parte de las autoridades? —En la logia podemos hablar libremente. Y las ideas serán más poderosas que un ejército inmenso. A fe de Bode, el incrédulo, los tronos se derrumbarán y se impondrán nuevos valores. Al salir de Wiesbaden, el 4 de septiembre, tras un inútil convento, Thamos pensó en el abad Hermes y le rogó que lo ayudara. Necesitaba toda la sabiduría de su maestro, nacido en el Oriente eterno, para convencerse de que la francmasonería sería el marco para el desarrollo del Gran Mago.

Viena, 7 de septiembre de 1776 —El convento de Wiesbaden terminó en plena confusión —anunció Geytrand a Joseph Anton—. Un loco de atar, el falso barón de Gugomos, amenazó incluso con envenenar a los hermanos que se negaran a obedecerlo ciegamente. —¿Fanfarronada o amenaza real? —El provocador fue expulsado, pero afirmaba dominar una terrible sustancia, el aqua toffana. Lo he comprobado, el veneno existe realmente. Administrado a pequeñas dosis durante un largo período, no deja ningún rastro. —Interesante —afirmó Anton tomando nota del detalle—. Intenta procurártelo, con la mayor discreción. —Por supuesto, señor conde.

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49 Salzburgo, 7 de septiembre de 1776

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olfgang se había divertido mucho escribiendo una melodía cómica para tenor[136] que ponía en escena a un charlatán ridículo que exigía todas las cualidades de su futura esposa. Era la continuación de otra composición para la misma voz[137], que evocaba la desgarradora despedida del príncipe Eneas y la hermosa Dido, cuyo amor no tenía más salida que la muerte. El joven oscilaba entre la tristeza y la alegría, y ya no sabía cómo expresar lo que sentía en lo más profundo de sí mismo. Thamos podía ayudarlo, es cierto, pero sólo él decidía sus encuentros. Y su padre, Leopold, no comprendía la gravedad de sus estados de ánimo. Un hombre, sólo uno, le dictaría el camino que debía seguir: el padre Martini. Wolfgang no debía hablarle, sobre todo, de sus obritas galantes destinadas a distraer a su empleador y a la buena sociedad salzburguesa. Al padre Martini sólo le gustaban las composiciones serias y la música religiosa. Al dirigirle una especie de llamada de socorro, sin duda el joven obtendría una respuesta favorable, el padre lo invitaría a Bolonia y le procuraría trabajo. De modo que Wolfgang tomó su más hermosa pluma y midió cada una de las palabras de las que dependía su destino: Reverendísimo padre y maestro, mi muy estimado maestro, la veneración, la estima y el respeto que siento por vuestra persona me incitan a osar importunaros con la presente carta, y a enviar adjunta una pobre muestra de mi música, sometiéndola a vuestro soberano juicio. Escribí el año pasado una ópera bufa, La finta giardiniera, en Munich, Baviera. Pocos días antes de mi partida de aquella ciudad, su alteza el príncipe elector deseó escuchar también algo de mi música de contrapunto. Me vi obligado, pues, a escribir ese motete a toda prisa, para que tuvieran tiempo de copiar la partitura para su alteza, y transcribir sus partes de modo que pudiera ejecutarse el fragmento al siguiente domingo, en el ofertorio de la misa mayor. Queridísimo y estimado padre y maestro, os ruego insistentemente que me deis vuestra opinión, con total franqueza y sin ambages. Estamos en www.lectulandia.com - Página 182

este mundo para aprender permanentemente y con el fin de ilustramos unos a otros intercambiando nuestros pensamientos, así como para intentar que las ciencias y las artes progresen. ¡Cuántas veces, oh, sí, cuántas veces he sentido el deseo de vivir más cerca de vos y de hablar con vos! Mi padre ocupa la función de maestro de capilla en la catedral, lo que me da la posibilidad de escribir para ésta tanto como deseo. Desgraciadamente, al príncipe-arzobispo no le gustan demasiado los estilos antiguos. Nuestra música religiosa es muy distinta de la que se interpreta en Italia, tanto más cuanto una misa no debe durar más de tres cuartos de hora. De modo que ese género de composición requiere una práctica particular, sin contar con que la misa, pese a su brevedad, debe comportar el conjunto de los instrumentos, incluidas las trompetas militares. ¡Sí, mi querido padre, así es! Qué bueno sería poder contaros muchas cosas más. Ruego humildemente a todos los miembros de la Sociedad filarmónica que me concedan su favor, y no dejo de lamentar verme así tan alejado del hombre al que más venero en el mundo, y del que sigo siendo el muy humilde y devoto servidor.

París, octubre de 1776 —Vuestra petición me ha intrigado, señor Mauvillon —dijo Mirabeau[138] con su autoritaria voz—. ¿Por qué ponerse en contacto conmigo en secreto? —Porque soy el embajador de una joven cofradía, los Iluminados de Baviera, cuyas ideas deberían interesaros. —¿Cuáles son? —He aquí una memoria que yo mismo he redactado tras largas sesiones de trabajo con los Iluminados. Abogamos por la supresión de la servidumbre, del trabajo forzoso, de las órdenes de detención y de las corporaciones. A nuestro modo de ver, es urgente luchar contra el despotismo y la intolerancia. —Soberbio programa, Mauvillon, aunque muy peligroso. —Por eso es necesario el secreto. —Los Iluminados de Baviera, decís… ¿Os ha descubierto la policía? —Todavía no. Somos muy pocos pero reunimos a intelectuales de renombre. Su pensamiento se extenderá muy pronto por Europa. Francia nos parece el país más abierto a un profundo cambio de las mentalidades. www.lectulandia.com - Página 183

—Se anuncian graves crisis, Mauvillon. —¡Y vos, Mirabeau, desempeñaréis en ellas un papel decisivo! —Eso espero, aunque con toda legalidad. No hay que ir demasiado lejos ni demasiado aprisa. —Ése es también nuestro punto de vista. ¿Aceptaríais entrar en nuestro cenáculo? —Lo pensaré. Mauvillon no lo dudó: acababa de reclutar a un nuevo Iluminado cuya influencia sería considerable.

Meinigen, 28 de octubre de 1776 El barón de Hund no tuvo la fuerza de dirigirse a la Tenida masónica que unos hermanos, encantados con su paso, organizaban en su honor. Deprimido, agotado y sintiendo que su obra se le escapaba, dejó de luchar. El barón guardó cama y mandó a un caballero templario en el que tenía plena confianza. —Voy a conciliar mi último sueño —le anunció—. Quiero ser enterrado en la capilla de mi dominio de Lipse, al pie del altar. Que me pongan el uniforme de gala de Gran Maestre provincial de la Estricta Observancia templaria y graben en mi losa sepulcral mis títulos, mi escudo de armas y el de la orden. Y estrechando contra su corazón un pequeño libro rojo, encuadernado en cordobán y que contenía los rituales templarios, el barón Charles de Hund cerró los ojos.

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50 Viena, noviembre de 1776

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l fundador de la Estricta Observancia templaria, Charles de Hund, está muerto y enterrado —le dijo Geytrand a Joseph Anton—. El Gran Maestre, Femando de Brunswick, no va a llorarle demasiado. Ahora tiene las manos completamente libres. —Pero necesita encontrar un sucesor que dirija la importantísima séptima provincia de la orden templaria. Hund no ejercía ya mucha influencia, pero conservaba el prestigio del fundador. —Brunswick designará a un testaferro para manipularlo a su antojo. —Yo no estoy tan seguro de ello —objetó Anton—. La séptima provincia es la punta de lanza de la orden, y no dejarán de manifestarse algunas candidaturas fuertes. Hund, enfermo, había aceptado la supremacía del Gran Maestre. Tal vez no ocurra así con sus competidores. —En ese caso, se preparan enfrentamientos considerables y el debilitamiento de la francmasonería. —No nos alegremos demasiado pronto y aguardemos el nombramiento del nuevo patrón de la famosa provincia a la que pertenece Austria. —Mi red de informadores nos permitirá estar al día —prometió Geytrand.

Salzburgo, comienzos de diciembre de 1776 —No pareces muy alegre —le dijo Anton Stadler a Wolfgang, que acariciaba el vientre de Miss Pimperl, tendida de espaldas y con las patas en el aire—. A los veinte años deberías pensar en algo más que en escribir misas. Cansado de obritas superficiales, despechado al no recibir una rápida respuesta del padre Martini, Wolfgang, ante el gran asombro de su padre, no había compuesto nada en octubre. Encerrado, solitario, iba madurando su decisión de convertirse en un autor serio y consagrarse, en adelante, a la música de iglesia. Esta vez, Thamos no le reprocharía que se perdiera en los meandros de la frivolidad. En noviembre, su misa en do mayor, que hacía especial www.lectulandia.com - Página 185

hincapié en el Credo[139], había sido interpretada en la catedral de Salzburgo. Respetando la duración impuesta por el príncipe-arzobispo, menos de tres cuartos de hora, daba testimonio de un real fervor. ¿El Dios de los cristianos ofrecería al joven el apaciguamiento y las respuestas a sus innumerables preguntas sobre sí mismo, su arte y su porvenir? Una misa breve[140] para la ordenación del conde Von Spaur, futuro decano del capítulo de la catedral, otra misa breve para un solo órgano[141], una misa larga llena de intensos acentos[142], una sonata para iglesia[143]… Wolfgang iba dejando su estela, pero Thamos no reaparecía. —Esta noche organizo una pequeña velada con algunas simpáticas amigas a las que les gustaría mucho conocerte —indicó Anton Stadler—. Un muchacho tan piadoso y serio las intriga. No deberías perdértelo. —Lo siento, tengo trabajo.

Viena, diciembre de 1776 Depositando su escaso equipaje en su modesto alojamiento oficial de la Universidad de Viena, Ignaz von Born admitió, por fin, que no se trataba de un sueño. Sensible a su reputación internacional y no deseando mantener al margen a un sabio de semejante envergadura, la emperatriz María Teresa le había atribuido un puesto de mineralogista. Ella, la feroz adversaria de la francmasonería, ignoraba, pues, por completo el compromiso y el ideal de Von Born. Pero los descubriría antes o después, tanto más cuanto él pensaba frecuentar las logias vienesas y descubrir a los hermanos deseosos de vivir una verdadera iniciación. Tendría que mostrarse extremadamente prudente y pasar por uno de esos francmasones inofensivos, que dedicaban las reuniones a comer y a beber. Llamaron a su puerta. Su primer visitante sin duda era un administrador o un colega. —Thamos… —Me satisface veros viviendo en Viena, hermano mío. Gracias a este puesto, que os evitará cualquier preocupación material, podréis consagraros a la construcción de una francmasonería iniciática. —Este empleo os lo debo a vos, ¿no es cierto? —No exageremos. Hice llegar a influyentes personalidades de la corte algunas informaciones que os concernían. Puesto que nadie ponía de manifiesto vuestra competencia, alguien tenía que encargarse de eso. Sólo www.lectulandia.com - Página 186

os he echado una mano, pues vuestro trabajo constante y su reconocimiento por varias instituciones científicas son los que han obligado al imperio a no seguir ignorándoos. —No sé cómo… —Para festejar vuestra instalación, he traído una botella de vino añejo. Los dos hermanos brindaron. —¿Deploráis la desaparición del barón de Hund? —preguntó Ignaz von Born. —La muerte de un fundador es siempre un grave acontecimiento. Pese a sus defectos, creía en el resurgir de una orden capaz de impedir que el materialismo se extendiera por Europa. No comprendió que demasiadas estructuras administrativas quebrarían el florecimiento espiritual y que la debilidad de los rituales cegaba. —¿Lo comprenderá, en cambio, el duque de Brunswick? —Esperémoslo así, pero primero tendrá que mantener el control de la séptima provincia. Si uno de sus adversarios se apodera de ella, la Estricta Observancia corre el riesgo de estallar. —Las consecuencias para el porvenir de la francmasonería serían considerables —advirtió Von Born—. Pero no tengo en absoluto la intención de tomar parte en esta batalla. —En efecto, tenéis algo mejor que hacer. Lamentablemente, Viena no es el marco ideal. —Mantendré estrechos y secretos vínculos con Praga, una posición de repliegue en caso de peligro. Nadie puede prever las fluctuaciones de las autoridades y su actitud con respecto a las logias. —Aún es más grave su actual estado —declaró Thamos—. Mucho parloteo, mucho trabajo oral, muchas ceremonias convencionales y muy pocas investigaciones iniciáticas. Las logias navegan entre diversos ritos sin dirigirse a Oriente. He aquí un nuevo capítulo del Libro de Thot que os ayudará a desvelar una parte de las tinieblas. La Tradición, que todos creían enmudecida para siempre, se ofrecía al alquimista. A pesar de la magnitud de la tarea, se prometió explorar el más mínimo aspecto de aquel tesoro y hacerlo revivir, con la ayuda del egipcio. —Desconfiad de los soplones y de los falsos hermanos —recomendó Thamos—. La policía imperial recluta entre ellos a sus informadores. La francmasonería es tolerada en la medida en que el poder sabe exactamente lo que ocurre en ella. —El respeto del secreto será uno de los primeros valores que deben

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reconquistarse —aprobó Von Born—. Tarea ardua, pues será necesario reunir a hombres de palabra, en busca del conocimiento y de la iniciación. —Los inmensos templos del antiguo Egipto sólo contaban con un pequeño número de iniciados —reveló Thamos—. A su alrededor, centenares de seres vivían de su Luz. No es en absoluto necesario esperar para emprender, hermano mío, ni tener éxito para perseverar.

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51 Salzburgo, 18 de diciembre de 1776

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olfgang no se atrevía a leer la carta del padre Martini. ¡Por fin aquella respuesta tan esperada, aquella invitación a regresar a Italia junto al ilustre maestro para componer música de iglesia y obras rigurosas! El joven se encerró en su habitación y fue enterándose de las palabras que iban a liberarlo de Salzburgo. Mi joven amigo, he recibido con vuestra buena carta los motetes. Los he examinado con gusto, de cabo a rabo, y debo deciros con toda franqueza que me han gustado mucho, pues he encontrado en ellos todo lo que distingue a la música moderna, es decir, una buena armonía, maduradas modulaciones, un movimiento de los violines excelentemente apropiado, un natural fluir de las voces y una notable elaboración. Me ha alegrado especialmente comprobar que, desde el día en que tuve el placer, en Bolonia, de escucharos al clavecín, habéis hecho también grandes progresos en la composición. Pero es preciso que sigáis ejercitándoos infatigablemente. En efecto, la naturaleza de la música exige un ejercicio y un estudio profundos, por tanto tiempo como se viva[144]. ¡Qué terrible decepción! No había invitación, ni ofrecimiento de puesto, ni encargo de obra religiosa tras aquellas palabras perfectamente irrelevantes. Al padre Martini no le importaba el porvenir de un Mozart y sólo se entregaba a sus trabajos de erudición, sin querer que nadie lo importunase. Wolfgang no acusaría la recepción de aquella carta y nunca más le escribiría ya. Abandonado, traicionado, no se humillaría. Cuando salió de su habitación, su madre se preocupó. —¡Qué pálido estás! ¿Te encuentras mal acaso? —Al contrario, me siento liberado de un peso inútil. Perder las ilusiones te alivia. —¿El padre Martini te ha invitado a Bolonia? —preguntó Leopold. —Está demasiado ocupado.

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Sálzburgo, 31 de diciembre de 1776 El príncipe-arzobispo y sus súbditos celebraron alegremente el Año Nuevo entregándose a los placeres de la mesa. Reunidos en tomo a un festín, la familia Mozart y sus amigos no esperaban la sorpresa que Wolfgang les reservaba. Puesto que ya sólo componía misas, podía terminar impregnado por sentimientos religiosos y consagrando todo su tiempo a celebrar las alabanzas del Señor. —Ofrezco a esta digna asamblea una serenata nocturna[145] para que se alegren los corazones en el dintel de un afio nuevo —declaró el joven. Cuatro pequeñas formaciones, que comprendían, cada una de ellas, un cuarteto de cuerda y dos coros, iniciaron una divertida partitura, verdadera parodia del estilo galante tan apreciado por la aristocracia y la burguesía salzburguesas. Cuando una de las pequeñas orquestas enunciaba una frase, las otras tres la retomaban como un eco. Dicho humor encantó a los festejadores. Tras aquella broma musical, que coincidió con el último segundo del año difunto y el primero de 1777, se abrazaron y se desearon una excelente salud. Luego, Wolfgang se esfumó y dio algunos pasos por la nieve. Necesitaba estar solo. —Reírse de uno mismo da fuerzas —declaró la grave voz de Thamos—. Tras tanto fervor religioso, resulta necesario algo de relajo. —¿Habéis oído mis misas? —Estaba entre los fieles. —¿Qué os han parecido? —Una etapa obligada, ciertos hermosos impulsos, un honorable intento de dialogar con Dios. —Honorable… ¿He fracasado, pues? —Has hecho bien explorando ese camino y corrigiendo la trayectoria que te llevaba a un exceso de ligereza, pero nunca serás un buen creyente aborregado y sumiso. —Creo en Dios omnipotente, yo… Wolfgang calló. Recitar una letanía lo aburría. —¿Qué hay más allá de la creencia? —El conocimiento —respondió Thamos. —¿Cómo obtenerlo? —Sigue construyéndote por medio de la música. Feliz año, Wolfgang. www.lectulandia.com - Página 190

Brunswick, 5 de enero de 1777 Gran Maestre de todas las logias de la Estricta Observancia templaria, a Femando de Brunswick no le gustaba en absoluto aquel comienzo de año. La muerte del fundador de la orden, Charles de Hund, le proporcionaba más sinsabores que beneficios. Y lo peor estaba por llegar, pues la dirección de la séptima provincia era ya objeto de múltiples codicias. No tardarían en extenderse, dada la irrupción en el proscenio de un gran señor con el que nadie se atrevería a medirse: Carlos, duque de Sudermania, hermano menor del rey Gustavo III de Suecia. Algunos prometían el trono[146] a aquel aficionado al ocultismo y al misticismo, sucesor del duque de Sajonia-Gotha a la cabeza del Rito sueco, pero hermano también de la Estricta Observancia y miembro de honor de la logia La Concordia, en Brunswick, en el territorio privilegiado de Femando. Carlos de Sudermania, que despreciaba por completo los tres primeros grados de la francmasonería, sólo se interesaba por los altos grados. Y el sueco no se limitaría a la séptima provincia. Intentaría apoderarse de la orden templaria, luego de toda la francmasonería alemana, antes, tal vez, de conquistar Europa. El Gran Maestre de la Estricta Observancia impediría que aquel peligroso rival emprendiera el vuelo y sembraría de celadas su camino. Si encontraba muchos obstáculos, ¿no se batiría en retirada el duque de Sudermania? —El conde de Tebas acaba de llegar —anunció el secretario particular de Femando de Brunswick. El duque esperaba febril a aquel Superior desconocido que, sin duda, lo ayudaría a preservar la orden de los asaltos exteriores y de las querellas intestinas. Ningún hermano conocía aquel contacto privilegiado, pues cualquier chismorreo podía romper para siempre los tenues vínculos. Thamos le impresionó de nuevo. El fulgor de su mirada no parecía de este mundo y su innata elegancia de gran señor se imponía de modo casi sobrenatural. —¿La muerte del barón de Hund no os causa graves preocupaciones? —preguntó el egipcio metiendo de inmediato el dedo en la llaga. —Defenderé la orden hasta mi último aliento y no permitiré que ningún intrigante me la hurte. www.lectulandia.com - Página 191

—Las aspiraciones del Rito sueco no son desdeñables —estimó Thamos —, pero os amenaza otro peligro. El Superior desconocido no ignoraba, pues, los planes del adversario, y el Gran Maestre estaba impaciente por escuchar sus revelaciones. —Berlín ha cambiado de bando. Aunque hermanos de la Estricta Observancia, el ex pastor Wollner y su amigo Bischoffswerder, un militar, han echado mano a las dos logias más influyentes[147]. Con el consentimiento tácito del emperador, imponen los rituales de los rosacruces de oro, en detrimento de la orden templaria. Saliendo de las sombras donde se agazapaban hasta hoy, los rosacruces desean obtener la adhesión del mayor número posible de francmasones, de los profanos incluso. Ya empiezan a circular textos, tanto en el interior de las logias como en el exterior. —¡Esos aventureros no tienen legitimidad alguna! —Su tradición coincide con la vuestra —recordó Thamos—. La iniciación procede de Egipto, donde fue concedida a Moisés. Salomón, los profetas, los esenios, los adeptos de Eleusis y los pitagóricos formaron una cadena ininterrumpida, destinada a preservar la sabiduría de los orígenes. Gracias a un sacerdote egipcio de Alejandría, los primeros cristianos fueron iniciados en ella. Y esta ciencia secreta, recogida por los magos y los alquimistas, sigue enseñándose. —¡Ningún iniciado debe ignorar el papel esencial de la Orden del Temple! —afirmó Femando de Brunswick. —Demostradlo. El Gran Maestre quedó mudo de estupefacción. —¿De… de qué modo? —Convirtiéndoos, vos mismo, en rosacmz de oro. Así evitaréis conflictos entre ambos movimientos masónicos. Además, lo que aprendáis os servirá para alimentar vuestros propios rituales. ¿Acaso el porvenir de la Estricta Observancia no depende de vuestra andadura?

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52 Salzburgo, 27 de enero de 1777

C

on ocasión del veintiún aniversario de Wolfgang, Miss Pimperl tuvo derecho a otra porción de tarta y a tabaco español, que olisqueó con delicia. Tras la comida, Leopold llevó a su hijo aparte, junto a una ventana del gran apartamento. La nieve caía a grandes copos, Salzburgo tiritaba. —Europa oriental se hace cada vez más peligrosa. Tu madre y tu hermana no comprenden nada de la política, y se limitan a gestionar del mejor modo nuestra vida familiar. Este punto debemos tratarlo entre hombres. Aunque das plena satisfacción al príncipe-arzobispo Colloredo, es preciso prever el porvenir. Nuestra ciudad no gozará eternamente de su actual prosperidad, sobre todo si estalla la guerra. —¿Estáis pensando en hacer un nuevo viaje? —Pienso en París. Los franceses no se lanzarán a un nuevo conflicto, y tú obtuviste un gran éxito allí. Versalles, una corte brillante y rica, el apoyo de nuestro amigo Grimm. Encopetados salones, conciertos de renombre… Preparo nuestra estancia escribiendo a nuestras relaciones. —¿Nos dejará partir Colloredo? —Delicado problema. Convencerlo es cosa mía. —¿En qué fecha haremos el equipaje? —Lo ignoro, Wolfgang. Todo depende del eco de mis misivas. La perspectiva encantó al muchacho. En el tema final del divertimento en si bemol mayor[148] destinado a distraer al gran muftí durante una comida oficial, introdujo un tema gracioso y profundo a la vez[149] que le abrió un horizonte que —lo supo en cuanto lo modeló— iba a iluminarle insospechados paisajes. Luego se apresuró a terminar otra obra de circunstancias, el último divertimento[150] de una serie de seis, conjunto convencional y expedido a vuela pluma cuya principal virtud consistía en facilitar la digestión del príncipe-arzobispo. —¿Y si dejaras de trabajar y conocieras a una persona encantadora? — le sugirió Anton Stadler. —A cada cual su vida —repuso Wolfgang, irritado. —Una precisión útil: se trata de una pianista parisina. Mademoiselle Jeunehomme no era hermosa ni fea, pero tenía mucha www.lectulandia.com - Página 193

conversación. —¿Vos sois el niño prodigio? —He crecido. —Por lo común, los pequeños monstruos pierden su talento al envejecer. ¡Pero vos seguís siendo compositor! —Tal vez porque lo he sido siempre. —Me divierte descubrir un pequeño principado como Salzburgo que no carece de actividades musicales. —Nada que ver con París, supongo. —La más hermosa ciudad del mundo sigue siendo el centro de las artes y las letras. Quien no brille allí no puede aspirar a la gloria universal. —¿Sigue el barón Grimm reinando sobre la cultura parisina? —Sin su opinión favorable es imposible hacer carrera. Separa el grano de la paja y arbitra las querellas. —Es posible no ser esclavo de nadie, no pensar en público alguno, no esperar ningún éxito y, sin embargo, expresar la libertad de crear. —No os comprendo… Wolfgang, enfebrecido, compuso un sorprendente concierto para piano[151]. Salzburgo nunca había oído nada semejante. Un dramático diálogo entre la solista y la orquesta, una profusión de temas, un movimiento lento en el que la soledad rechazaba la desesperación y un alegro de desbordante júbilo que afirmaba la voluntad de romper cadenas y de partir hacia la aventura. La estancia de la parisina no era fruto del azar, sino un signo del destino, que ofrecía al creador la posibilidad de desplegar una insospechada energía. —Tu verdadero primer concierto para piano —advirtió Thamos acariciando el cuello a Miss Pimperl, encantada con su paseo por la nieve. —Lo escribí olvidando las exigencias de la galantería y el gusto de los salzburgueses. Otra música comienza a hablarme, lejana aún y tan presente sin embargo. —¿Cuándo sales hacia París con tu padre? —Sigue manteniendo correspondencia, cifrada, con sus distintas relaciones para organizar el largo viaje. Será indispensable el acuerdo del gran muftí, y no está seguro de obtenerlo. Conociendo la obstinación de mi padre, tal vez lo derrote por cansancio. ¡Realmente, ya es hora de abandonar Salzburgo! Aquí corro el riesgo de estropearlo todo. —¿Renunciarías a partir si te predijeran temibles pruebas durante el

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camino? —¿No son, acaso, necesarias e inevitables? Entre una muerte lenta en Salzburgo y los riesgos de la aventura, elijo la segunda solución. Y os demostraré que soy digno de vuestra estima.

Viena, 20 de marzo de 1777 Joseph Anton terminaba la lectura de más de diez informes de soplones bien colocados. Todos adoptaban la misma conclusión: la lucha entre Femando de Brunswick y Carlos de Sudermania iba a ser feroz. Era imposible predecir, en aquel estadio de un enfrentamiento sordo aún, quién iba a derribar al otro y a controlar la francmasonería, tanto más cuanto sus recíprocos manejos resultaban más bien tortuosos. A la cabeza de su propio rito, el duque sueco pertenecía también a la Estricta Observancia templaria, cuyo Gran Maestre alemán era amenazado por la súbita voluntad de expansión de la muy secreta Rosacruz de Oro, a la que acababa de adherirse, sin duda para destruirla mejor. Berlín inquietaba a Joseph Anton. Un ex religioso convertido en alquimista, dom Pemety, se aliaba, también, con aquella Rosacruz de Oro que tanto complacía a las autoridades, inconscientes del peligro escondido bajo los oropeles ocultistas y las apariencias místicas. Por fortuna, los espías jesuitas informaban a Anton y seguían haciendo un buen trabajo de zapa, orientando a los dirigentes hacia un cristianismo inofensivo. Si la francmasonería se reducía a una asociación más o menos discreta de jaraneros respetuosos con el poder y si los dédalos de la Rosacruz de Oro desembocaban en la creencia tradicional en Jesucristo, Joseph Anton dormiría tranquilo de nuevo. Pero el conde no creía en los milagros. Algunos francmasones no se dejarían desactivar tan fácilmente, y seguirían fomentando conspiraciones contra el orden establecido. Descubrirlos sería difícil y requeriría mucho tiempo.

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53 Salzburgo, 20 de marzo de 1777

E

l intendente del príncipe-arzobispo Colloredo se inclinó con deferencia ante su augusto patrón. —¿Puedo informar a vuestra señoría de una situación algo… escandalosa? —Te escucho. —Un músico cercano a la familia Mozart sorprendió una conversación entre el padre y el hijo, durante una pausa entre dos partes de un concierto. Están proyectando marcharse al extranjero. —¿Algún destino en concreto? —París. Colloredo despidió al chivato, que recibiría una pequeña recompensa. ¿De modo que los Mozart soñaban con viajar de nuevo? El reciente dueño de Salzburgo no mostraría la debilidad de su predecesor. Sus músicoslacayos le debían obediencia absoluta.

Salzburgo, 30 de marzo de 1777 Aunque a la condesa Lodron le hubiera gustado mucho el arrobador divertimento[152] que Wolfgang había compuesto para ella, evocando las bufonadas y las máscaras del carnaval, el joven, en cambio, no se apasionaba por la obra. Una tentativa de trío para dos violines y violoncelo[153] se había interrumpido bruscamente, por falta de inspiración. Una sola pregunta obsesionaba a Wolfgang: ¿cuándo respondería Colloredo a la súplica de su padre, solicitando un permiso de varios meses? Sopesando cada palabra, testimoniando la más humilde sumisión, Leopold esperaba que su omnipotente patrón se mostrase comprensivo. ¿Acaso los éxitos de su hijo en el extranjero no recaían sobre la corte de Salzburgo? Wolfgang, que jugaba a los dardos con Anton Stadler, apuntó a la cabeza de un personaje tocado con un gran sombrero, cuyo perfil

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recordaba vagamente al de Colloredo. —¡Tienes muy buena puntería hoy! —La cólera a veces es buena consejera. —Pero no contra nuestro querido arzobispo. Comparado con el suyo, un puño de hierro parecería algo blando. Sobre todo no lo ataques, te destruiría. Nosotros, los músicos, sólo somos criados, y debemos aprender a callar. —Tú tal vez; yo no. Estoy al servicio de la música y no de un tirano. —Sólo él te permite seguir componiéndola y hacer que la interpretes. Wolfgang, enojado, falló el blanco.

Viena, 25 de junio de 1777 Geytrand estaba exultante de alegría. —Los francmasones del Rito sueco están furiosos —le dijo a Joseph Anton—. Las deliberaciones oficiales que debían terminar con la triunfal elección de su patrón, Carlos de Sudermania, no han dado resultado. —¿El duque de Brunswick se ha atrevido a rechazar la candidatura de tan alto personaje? —No de mala manera. Evoca la necesidad de consultar con cada dignatario y de convencer sin herir a nadie. Tales gestiones exigirán mucho tiempo. En realidad, alemanes y daneses detestan al duque sueco, y nunca lo aceptarán como Gran Maestre provincial. —Dicho de otro modo, Brunswick hace un doble juego. —En mi opinión, sospecha que Carlos de Sudermania quiere ocupar su puesto y conquistar toda la francmasonería —advirtió Geytrand. Joseph Anton sonreía pocas veces. Esas excelentes noticias lo alegraron hasta el punto de permitirse mostrar algo parecido al júbilo. —Henos aquí, pues, en vísperas de una importante confrontación entre dos guerreros de envergadura, decididos a destruirse el uno al otro. Tras ese duelo fratricida, la francmasonería podría quedar exangüe, los hermanos desalentados y olvidados sus ideales. —Soberbias perspectivas, señor conde. —No permanezcamos de brazos cruzados. Manipula a tus informadores y haz correr todos los rumores posibles para alimentar la querella y acrecentar las recíprocas suspicacias. Sería bueno alcanzar un punto de no retomo aniquilando cualquier posibilidad de compromiso. —Empobreceré a mi antojo las intenciones de ambos duques — www.lectulandia.com - Página 197

prometió Geytrand. ¡Qué magnífica ocasión para destruir el edificio masónico que se estaba construyendo! Apostar por la vanidad y la voluntad de poder de los dos adversarios daría excelentes resultados. Sólo se planteaba una única inquietud: la emergencia de un vencedor. Más valía que ambos quedaran heridos de muerte y desacreditada la francmasonería.

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54 Salzburgo, finales de junio de 1777

D

eseáis verme, señor Mozart? —pareció extrañarse el príncipe— arzobispo Colloredo, burlón. —Es acerca de mi petición, eminencia. Vuestra apretada agenda os ha impedido responder, pero a mi hijo y a mí mismo nos gustaría obtener vuestra conformidad. —Recordadme esa petición. —Deseamos abandonar por unos meses Salzburgo para dar algunos conciertos en el extranjero y… —Imposible —cortó Colloredo—. El emperador José II pronto permanecerá un tiempo en nuestra ciudad, y necesitaré a todos mis músicos para ofrecerle algunos hermosos fragmentos de estilo italiano. —¿Será posible, luego, nuestra partida? Colloredo maltrató su pluma de oca. —Vuestro hijo podrá partir. Vos no.

Tras haber escrito dos sonatas para iglesia, algunos divertimentos y contradanzas a cambio de su salario, Wolfgang compuso un concierto para oboe[154] dedicado a Giuseppe Ferlendis, un solista de la capilla de Salzburgo. Al escuchar el lento movimiento, el rostro del príncipearzobispo se crispó. Aquella música le disgustaba. En cuanto se desvanecieron las últimas notas, convocó a Leopold. —He cambiado de opinión. Ni vos ni vuestro hijo saldréis de Salzburgo. Sois mis criados y debéis permanecer, pues, permanentemente, a mi disposición. —Eminencia… —Mi decisión no admite apelación. En casa de los Mozart, la cena fue siniestra. Tras habérseles quitado el apetito, ni Leopold ni Wolfgang tocaron el delicioso civet de la cocinera. Incluso Miss Pimperl, sintiendo la desilusión de sus dueños, sólo mordisqueó un poquito. —No te preocupes tanto —recomendó Anna-Maria—. Nuestra familia es feliz, todos estamos bien de salud, vivimos en una magnífica vivienda y www.lectulandia.com - Página 199

no carecemos de nada. Puesto que el señor nos protege, ¿por qué pedir algo más? —La tiranía del gran muftí se hace insoportable —afirmó Wolfgang. —No te rebeles así, hijo mío. Nuestro arzobispo os paga, a tu padre y a ti mismo, unos salarios correctos. ¿No eres, acaso, libre de componer la música que te gusta? —¡No precisamente! La llegada del alegre Anton Stadler, que conseguía incluso que Nannerl dejara de fruncir el ceño, distendió la atmósfera. —Perdonadme, pero os arrebato a Wolfgang. Una joven cantante de voz sublime, Josepha Duschek, acaba de llegar de Praga y desea conocerlo. Leopold dio su conformidad. Algo de distracción calmaría los ánimos de su hijo.

Salzburgo, finales de julio de 1777 Wolfgang veía por tercera vez a la peripuesta Josepha, que no tardaría en regresar a su ciudad natal. —Os dejo —dijo Anton Stadler cerrando cuidadosamente la puerta del salón de música. Tímido, Wolfgang consiguió sin embargo expresarse de modo directo. —Tenéis la voz más hermosa que he oído nunca, y resolvéis las peores dificultades técnicas. —Hermoso cumplido —apreció la joven de veinticuatro años, sensible al extraño encanto del salzburgués. —¿Aceptaríais cantar una melodía[155] que he previsto para vos? —¿Para mí, sólo para mí? —Sólo para vos. Una melodía dramática, una historia completa elaborada a partir de un texto del poeta Cignasanti. —Contádmela —rogó Josepha Duschek, algo excitada. —El amante de la hermosa Andrómeda, locamente enamorada, es herido de muerte. Al principio, ella grita su rebeldía, expresa su insoportable sufrimiento; luego se resigna aceptando la fatalidad; por fin, alcanza la serenidad prometiéndose a sí misma reunirse con su amante más allá de la muerte. La praguense, impresionada, descifró mentalmente la partitura de Wolfgang. www.lectulandia.com - Página 200

—¡Una ópera completa en tan pocas notas, pero es muy difícil de cantar! —Josepha, os pido que os convirtáis en Andrómeda, que viváis plenamente su horrible prueba, que os sumáis en la desesperación, que obtengáis cierta forma de esperanza y veáis más allá de lo visible. La joven se estremeció. —¡Me pedís mucho! —Sois capaz de hacerlo, estoy seguro. ¿Aceptáis probarlo? Ella no se resistió. Tras varios ensayos marcados por las precisas intervenciones del compositor, Josepha Duschek se había convertido en Andrómeda. Anton Stadler rompió el encanto. —Es tarde, enamorados, y todos nuestros amigos se mueren de hambre. ¡Pronto, a la mesa!

Salzburgo, 1 de agosto de 1777 —No vayas tan lejos —le recomendó Leopold a su hijo. —Colloredo no me deja otra opción. —Intentaré convencerlo de que se muestre menos riguroso. Tal vez nos conceda algunas semanas… —Eso no es suficiente, lo sabéis muy bien. Un viaje tan largo dura varios meses, y la fecha de regreso variará en función de las circunstancias. Por consiguiente, entregaré hoy mi dimisión al príncipearzobispo. Leopold se mordisqueó los labios. La reacción de Colloredo podía ser brutal. —¿Lo has pensado bien, Wolfgang? —¡Tanto que soy incapaz de adaptarme! Esta dimisión me liberará. —¿No deberías tener paciencia? —Debo abandonar Salzburgo antes de que llegue el mal tiempo. Si tardo demasiado, los caminos estarán espantosos. Leopold, que se había quedado sin argumentos, finalmente aceptó. Su hijo iba a destrozar su carrera o a emprender un nuevo vuelo.

Salzburgo, 28 de agosto de 1777

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Leopold abrió nerviosamente la carta del príncipe-arzobispo y leyó en voz alta la frase esencial: «El padre y el hijo están autorizados, según el Evangelio, a buscar fortuna en otra parte». —¡Maravilloso! —exclamó Wolfgang—. Querido padre, nos marcharemos juntos. Leopold ponía mala cara. —Nos pone, a ti y a mí, de patitas en la calle —declaró—, y ya no se nos pagará salario alguno. Las lecciones que dé Nannerl no bastarán para cubrir los gastos de nuestra casa. Cumpliré cincuenta y ocho años en noviembre, Wolfgang, y no acepto ser despedido así tras tantos años de buenos y leales servicios. Tú eres joven y puedes correr algunos riesgos, yo no. Leopold asedió el despacho de Colloredo y supo adoptar la actitud conveniente. Pocos días más tarde se promulgó un nuevo decreto: Leopold era mantenido en su puesto y permanecía al servicio del príncipearzobispo. Por lo que se refería a su hijo, despedido, que se marchara con viento fresco. Wolfgang, encantado ante aquella libertad, pensó en dar gracias al cielo por la mediación de la Virgen María, para la que había compuesto una misa breve[156] y un ofertorio[157] que se tocaron en la iglesia de San Pedro y no en la catedral, feudo de Colloredo. Adoptó un estilo popular, cercano a veces a la ópera bufa y alejado de cualquier mesurada religiosidad. En un gradual[158] dedicado a «Santa María, Madre de Dios», insistió en la plegaria: «Protegedme durante la vida, defendedme en el decisivo instante de la muerte». Al poner música a estas palabras, el joven tuvo el presentimiento de que aquel viaje a París trastornaría su tan tranquila existencia y le haría sufrir temibles pruebas. Pero se había jurado no dar marcha atrás.

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55 Berlín, septiembre de 1777

A

unque se sintiera decepcionado por la pereza y la falta de entusiasmo de la mayoría de los hermanos de la Orden de los Arquitectos Africanos, Friedrich von Köppen, con la ayuda de Von Hymnen, había aprovechado las revelaciones de Thamos y sus propias investigaciones para publicar una obra titulada Crata Repoa o Iniciación a los antiguos misterios de los sacerdotes egipcios. Aquel estallido despertaría a las logias adormecidas y les recordaría los verdaderos orígenes de la iniciación en los que, ahora, sería preciso inspirarse. ¿Acaso Crata Repoa, el clero secreto de los iniciados fundado por Menes, no había erigido el primer santuario del que se derivaban los templos masónicos? Cuando Thamos entró en su vasto despacho, Friedrich von Kóppen se levantó de inmediato. —¿Os ha gustado mi libro? —Marca una nueva etapa en el camino de la Tradición, pero quedan muchas por superar. —¿No quedará conmovido el conjunto de los hermanos? —Tal vez no. —Y, sin embargo, la referencia a Egipto es esencial. —En este instante —aclaró Thamos—, los grandes señores se disputan el poder masónico y no se preocupan en absoluto del simbolismo. Von Köppen volvió a sentarse, envejeciendo bruscamente varios años. —Mis propios hermanos no acuden demasiado a la biblioteca — reconoció—. El laboratorio de alquimia sólo acoge a aficionados, y el gabinete de historia natural se adormece. ¡Y hay tantas investigaciones que hacer! Estamos en la linde de grandes descubrimientos que podrían transformar la francmasonería, pero la mayoría prefieren la rutina y las doctrinas ya establecidas. —No os desalentéis. Como siempre, sólo un pequeño número de seres modificarán el curso de los acontecimientos.

Salzburgo, 23 de septiembre de 1777 www.lectulandia.com - Página 203

—¿Es algo realmente razonable, mi querido esposo? —preguntó AnnaMaria. —No he encontrado mejor solución. A pesar de sus veintiún años, Wolfgang se comporta aún como un niño. Es preciso, pues, velar por él e impedir que cometa errores fatales. Yo debo permanecer en Salzburgo; tú partirás con tu hijo. —No me gustan en absoluto los viajes. —Lo sé, mi querida esposa, y soy consciente de la prueba que te impongo. Pero abandonar a Wolfgang a sí mismo sería una grave falta. Como de costumbre, Anna-Maria asintió. Salir de Salzburgo y romper sus costumbres le desgarraba el corazón. —Acudid lo antes posible a París —recomendó Leopold—. Wolfgang tendrá allí éxito como pianista y compositor. Cuando hayáis hecho fortuna, volveréis. —¿Será largo? —se inquietó Anna-Maria. —No lo creo. Gracias al barón Grimm y a sus influyentes relaciones, nuestro hijo se impondrá sin dificultades. En cuanto al príncipe-arzobispo, éste se verá obligado a reconocer su talento y apreciará una reputación que beneficiará a Salzburgo. Sobre todo, impide que Wolfgang gaste a troche y moche y se lance a insensatos proyectos. Gracias al botín de guerra acumulado por Leopold y a algunos préstamos, los gastos del viaje estaban cubiertos. Luego, las recaudaciones procedentes de los conciertos tomarían el relevo. La gloria y la riqueza no dejarían de coronar esa nueva aventura. Cuando Wolfgang y su madre subieron al coche tirado por dos caballos, Nannerl vomitó y Miss Pimperl lanzó unos gemidos tan intensos que el joven se vio obligado a consolarla haciéndole olisquear su golosina preferida, tabaco español. Leopold se secó una lágrima. Nunca partida alguna había sido tan triste. La misma noche de aquella horrible jomada, Wolfgang le escribió a su padre: «Nada nos falta, salvo papá. Mamá y yo le rogamos que esté alegre y siempre risueño al pensar que, si el muftí J. C.[159] es sólo un perro, Dios, al menos, es compasivo, misericordioso y caritativo».

Munich, 30 de septiembre de 1777

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Tiempo clemente, una ciudad agradable y la acogedora posada de un melómano, Albert, apodado «el Sabio», encantado de recibir a Wolfgang y a su madre: el largo viaje empezaba bastante bien. —Salzburgo no es lugar para mí, eso seguro —le confió a su madre. —¿Por qué no te gusta nuestra hermosa ciudad? —Una atmósfera asfixiante, un tirano obtuso, unos músicos mediocres… ¿Cómo desarrollarse en tan estrecho marco? —No seas tan crítico, hijo mío. Recuerda, sobre todo, los consejos de tu padre y respeta sus advertencias. Wolfgang volvió a leer el párrafo esencial de la primera carta de Leopold que había llegado a Munich: «No vuelvas a escribir nada tan malvado con respecto al muftí. Piensa que estoy aquí y que una carta semejante podría perderse o caer en otras manos». —¿Te das cuenta, hijo mío? Tu pobre padre corre el riesgo de ser detenido y encarcelado. —No te angusties tanto. —¡Tratar de perro al príncipe-arzobispo es una grave falta! En el futuro, modera tus palabras. El muchacho, de humor juguetón, entonó una canción cuyas palabras, improvisadas, no glorificaban precisamente a Colloredo. —¡Me muero de hambre! Después de almorzar, iré a ver al conde Seeau; tal vez me confíe un trabajo interesante. Wolfgang se preguntaba en qué momento iba a reaparecer Thamos. Lamentablemente, no estaba entre los clientes del posadero.

Viena, 30 de septiembre de 1777 A sus treinta y cinco años, Ignaz von Born se convertía sin desearlo en una de las figuras científicas de la capital austríaca. La emperatriz María Teresa estaba muy satisfecha de la diligencia y la profesionalidad con las que el brillante especialista reorganizaba la sección mineralógica del Museo Imperial. Gracias a aquel puesto que lo apasionaba, Von Born no tenía ya preocupaciones materiales y podía frecuentar, de un modo discreto, a los francmasones vieneses. Lo satisfizo ver de nuevo a Thamos, al que recibió en su despacho atestado de muestras de extrañas piedras. —Os traigo el resultado de los trabajos de la Orden de los Arquitectos Africanos, un estudio consagrado a los misterios celebrados por los sacerdotes del antiguo Egipto. www.lectulandia.com - Página 205

—¡Devoraré ese texto! —No esperéis grandes revelaciones, pues ya conocéis un máximo de datos. He aquí otros. Thamos entregó a Ignaz von Born un nuevo capítulo del Libro de Thot. Temiendo que el egipcio desapareciera para siempre, el mineralogista no le preguntó cuántos tenía aquella obra fundamental. —¿Tiene porvenir esa orden? —Su fundador, Friedrich von Köppen, parece más bien pesimista. Sin embargo, aún no renuncia. ¿Habéis conocido a algunos hermanos valiosos? —Mis primeras exploraciones son muy decepcionantes, y debo avanzar paso a paso dada la vigilancia policial de la que son objeto las logias. —¿Existe una cabeza pensante que coordine el conjunto de las informaciones? —Lo ignoro. —Seguid siendo muy prudente —recomendó Thamos—. Mientras no hayamos identificado al enemigo y evaluado su poder, éste podría golpear en cualquier momento.

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56 Munich, 30 de septiembre de 1777

E

l recibimiento del conde de Seeau, responsable de la música en Munich, había sido más bien amable. Gracias a él, Wolfgang fue invitado a entrevistarse con el príncipe-elector Maximiliano III, que se dirigió al compositor con una amplia sonrisa. —Por lo que se dice, habéis abandonado definitivamente Salzburgo. —Definitivamente, alteza. —¿Por qué tan grave decisión? ¿Habéis chocado con el príncipearzobispo Colloredo? —Le pedí autorización para emprender un viaje y me la negó. De modo que me vi obligado a presentarle mi dimisión. Salzburgo no es lugar para mí, y honraré Munich. —No lo dudo, Mozart, pero eso no resuelve nada. No hay ningún puesto vacante en la corte. Ved si el conde Seeau puede organizaros un concierto. Me satisface haber vuelto a veros, y buena suerte. Maximiliano III no injuriaría a Colloredo contratando a un músico rebelde a quien el príncipe-arzobispo acababa de despedir. Entre los grandes de este mundo se respetan ciertas reglas. Y, además, las ambiciones políticas del príncipe-elector lo obligaban a mantener unas excelentes relaciones con los potentados de los principados vecinos El joven Mozart se convertía en un personaje muy molesto. Afortunadamente, el conde Seeau sabría despedirlo con suavidad.

Munich, 10 de octubre de 1777 Como le había escrito a su padre, Wolfgang sólo era realmente feliz componiendo, ésa era su pasión y su única alegría. Hoy se enfrentaba con la dura realidad de un mundo exterior cuyas leyes ignoraba. ¿Regresar a Italia y crear allí una nueva ópera? Desprovisto de relaciones eficaces, olvidado ya, Wolfgang corría el riesgo de perder el tiempo. ¿Permanecer en Munich, dar algunos conciertos en casa de Albert, el posadero, y malvivir gracias a una modesta renta? ¡La idea no era muy tentadora! Mucho mejor: escribir cuatro óperas alemanas todos los años, www.lectulandia.com - Página 207

bufas unas, serias otras, e implantarse en la corte. Pero Maximiliano III acababa de sacárselo brutalmente de encima, y el conde Seeau evitaba responder a sus preguntas. Por lo que se refiere a las cartas de su padre, lo incitaban a abandonar en seguida Munich y proseguir su viaje hacia París. Wolfgang, furioso al fracasar de un modo tan lamentable, quiso ver por última vez al conde Seeau, adulador y distante. —¡Mis óperas alemanas gustarían a los muniqueses, estoy seguro de ello! —El programa de los próximos años ya está completo. Además, muchas voces ya se levantan contra ese estilo de ópera, que puede sorprender a oídos acostumbrados al gusto italiano. Lo lamento, pero Munich nada puede hacer por vos. Wolfgang salió del palacio con rápidas zancadas. Sin apetito, no degustó los manjares servidos por el posadero. —Los señores creen siempre lo que les dicen y no comprueban nada por sí mismos —le dijo a su madre—. Reanudamos el camino.

Augsburgo, 11 de octubre de 1777 Wolfgang y su madre salieron de Munich muy de mañana, llegaron a Augsburgo aquella misma noche y se instalaron en la posada del Cordero. Al día siguiente, el joven se dirigió a casa de Johann Andreas Stein, constructor de pianoforte. Por su causa se detenía el músico en aquel burgo donde las artes ocupaban poco lugar. Allí residía una prima, Maria-Anna Thekla, llamada la Basle, chiquilla divertida y despierta con la que Wolfgang bromeaba sobre cualquier cosa, inventando palabras y frases absurdas que llegaban hasta la escatología. Incluso su madre, muy piadosa sin embargo, se reía de aquellas bobadas que, a veces, repetía por su cuenta. Al entrar en el taller de Stein, Wolfgang se fijó de inmediato en un soberbio pianoforte ante el que se le hizo la boca agua. Con mirada suspicaz, el artesano le cerró el paso. —¿Qué deseáis? —Me gustaría probar ese instrumento. —¿Aficionado o profesional? —Más bien… profesional. —¿Y os llamáis? www.lectulandia.com - Página 208

—Trazom[160]. Stein frunció el ceño. Un desconocido. —He terminado este piano, que me ha costado un enorme número de horas de trabajo. Si no sois un virtuoso, no apreciaréis su sonoridad. —Permitidme que toque unas notas. Impresionado por el magnetismo que desprendía aquel joven de aspecto banal, sin embargo, el artesano aceptó. Wolfgang improvisó. Primero una melodía muy sencilla, luego algunos ornamentos y una tirada de tal virtuosismo que Stein quedó boquiabierto. Habría pasado horas escuchando a aquel pianista genial que arrancaba del instrumento insospechados reclusos. Cuando sus manos dejaron de correr por el teclado, Stein tenía los ojos llenos de lágrimas. —¿Qué nombre me habéis dicho? —Trazom. —He oído hablar de un niño prodigio que se hizo músico en la corte de Salzburgo, Wolfgang Mozart, del que algunos melómanos afirman que ha conservado sus dones… sois vos, ¿no es cierto? ¿Tengo el honor de tener ante mí al señor Mozart? —Cuando golpeo con fuerza, puedo dejar el dedo en la tecla o levantarlo: el sonido cesa precisamente cuando lo dejo oír. Puedo emprenderla con las teclas como quiera: el sonido es siempre igual. No zumba desagradablemente, no es demasiado fuerte ni demasiado débil, ni se pierde por completo; en una palabra, todo está perfectamente equilibrado. ¡Vuestro piano es fabuloso, señor Stein! —¡No encontraréis uno más sólido! Nunca se romperá su tabla de armonía. ¿Y sabéis por qué? Porque lo expuse al sol, a la lluvia, a la nieve y a todos los diablos. Las anteriores habían estallado, ésta superó las múltiples pruebas. Seguro de su robustez, le pegué pequeños pedazos de madera para hacerla más resistente aún. ¡Y he aquí el resultado! Obtenéis una claridad inigualable, especialmente en las octavas graves. Por lo demás, aún no he terminado de perfeccionar esta maravilla, a la que pienso añadir una especie de pedal que se apretará con la rodilla. ¿Queréis probar el prototipo? Wolfgang no lo dudó ni un instante. Stein era como un mago que creaba instrumentos incomparables al servicio de la música. ¡Qué calidad de expresión, qué posibilidades de matiz comparado con el antiguo clavecín y con los pianofortes ordinarios! El oído de Wolfgang percibió de pronto una infinidad de melodías que

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podrían hacer cantar esos teclados. —¿A cuánto vendéis vuestras obras maestras? —Por lo menos a trescientos florines. —Desgraciadamente no tengo medios para comprarlo. Tal vez algún día… —Entretanto, señor Mozart, pondré uno a vuestra disposición esta misma noche, si aceptáis dar un concierto.

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57 Augsburgo, 12 de octubre de 1777

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olfgang sintió que los notables de la pequeña ciudad escuchaban distraídamente, e, incómodo, acortó su actuación. Cuando abandonaba su piano, el hijo del burgomaestre le apostrofó. —¡Lleváis una hermosa condecoración, señor Mozart! ¿A qué corresponde y quién os la otorgó? —Su Santidad el papa me entregó esta cruz de Caballero de la Espuela de Oro. Por lo general, evito exhibirla. —¿Cuánto cuesta? —Ni idea. —¿Podríais prestármela para hacer una copia? —De ningún modo. —Sois muy desagradable —se quejó una vieja burguesa extremadamente empolvada—. El hijo de nuestro burgomaestre luciría esta cruz mejor que vos. —Vamos —insistió el insolente—, prestadme la joya. Tranquilizaos, os la devolveré. La concurrencia comenzaba a reírse de Mozart. —Es curioso —advirtió—. Me es más fácil, a mí, obtener condecoraciones que a vos convertiros en lo que yo soy, aunque murieseis dos veces y nacierais de nuevo. Tomad pues, ahora, un pellizco de buen tabaco. Y dejando atrás a la bobalicona vieja y al mediocre hinchado de vanidad, el pianista abandonó la sala con los nervios de punta.

Augsburgo, 22 de octubre de 1777 Pese a su decepción inicial, Wolfgang dio otros conciertos en casa de Stein, donde obtuvo sólo un magro peculio. Entre sus apariciones públicas, se complació haciendo sonar los órganos y se relajó en compañía de su joven prima de diecinueve años que se burlaba de los notables de Augsburgo con mordiente ironía. —¡Estoy tan harto de ellos que es imposible decirlo! —le reveló www.lectulandia.com - Página 211

Wolfgang—. Me satisfaría mucho estar en un lugar donde hubiera una verdadera corte. Esta noche, tocaré aquí por última vez. Quedarme más tiempo me resultaría insoportable. Tu maldita ciudad es tan asfixiante como Salzburgo. La última actuación en Augsburgo atrajo sólo a un restringido público y únicamente produjo noventa florines. —¿Nos abandonáis? —se inquietó Stein. —Voy a París. —Un gran crítico parisino se alojaba aquí, esta noche. —¿Sabéis cómo se llama? —Grimm, creo. Grimm, el protector de los Mozart, había pasado por Augsburgo sin ir a ver a Wolfgang. Stein debía de equivocarse de nombre. El barón no se habría comportado de un modo tan grosero. Esa noche el músico no pudo conciliar el sueño. Le obsesionaba una advertencia de Leopold: «Ya me conoces, no soy pedante ni beato, y menos aún tartufo. Pero no rechazarás un ruego de tu padre: vela por la salvación de tu alma». Irritado, Wolfgang respondió con firmeza: «Que papá viva sin preocupaciones. Tengo constantemente a Dios ante mis ojos. Reconozco su omnipotencia y temo su cólera; pero reconozco también su amor, su compasión y su misericordia por sus criaturas: nunca abandonará a quienes le sirven. Si todo va de acuerdo con su voluntad, así va de acuerdo con la mía. De modo que no puedo dejar de ser feliz y estar contento». Contento estuvo Wolfgang, realmente, al salir de la inhóspita Augsburgo, de la que guardaría un penoso recuerdo.

Viena, octubre de 1777 Entre los florones de la capital austríaca, la biblioteca Imperial y Real producía la admiración de todos los que tenían la suerte de trabajar en ella. Preservaba millones de volúmenes, formando verdaderas murallas acompasadas por columnas de pórfido. La atmósfera recogida, casi solemne, era propicia al estudio. Los investigadores, procedentes de toda Europa, recogían allí múltiples aspectos del saber. Y el puesto de prefecto de la ilustre biblioteca era uno de los más envidiados. Así, la corte esperaba con impaciencia el nombre del nuevo titular, que iba a reinar sobre la prestigiosa institución. www.lectulandia.com - Página 212

La designación del barón Gottfried van Swieten, brillante diplomático de cuarenta y cuatro años, logró la unanimidad. Culto, inteligente, el hijo del médico personal de la emperatriz María Teresa se instalaba, pues, en Viena tras siete años pasados en Berlín. Gozaba de un gran apartamento oficial, en el propio interior de la biblioteca, al mismo nivel de la galería principal y que daba a la Josephplatz. Allí recibió a Thamos, uno de sus primeros visitantes. El egipcio apreció la estética del gabinete de trabajo, decorado con arabescos sobre fondo verde. Gottfried van Swieten había engordado y parecía preocupado. —Soberbio ascenso, barón… —¡No podía soñar nada mejor! Un puesto de observación ideal y lo bastante a la sombra para permitirme proseguir con el conjunto de mis actividades. —¿Mantendréis contactos con las logias de Berlín? —De Berlín y de otras partes. Hoy, nuestra principal preocupación es el porvenir de la Estricta Observancia templaria. Algunos francmasones vieneses trabajan en ese rito cuyo progreso puede quedar detenido, por sus disensiones internas y por los ataques exteriores al mismo tiempo. ¡Un clima muy poco favorable para el nacimiento de una logia capaz de acoger al Gran Mago! —A pesar de estas dificultades, muy reales —señaló Thamos—, un hermano de excepcional valor se ha instalado en Viena. Intentará reunir aquí a los francmasones deseosos de edificar una auténtica iniciación, a partir de la tradición egipcia. —¿Cómo se llama? La mirada de Thamos se hizo más penetrante aún que de ordinario. —Si os lo digo, quedaremos ligados, para siempre, por el secreto. —¿No lo estamos ya, conde de Tebas? —Se trata de Ignaz von Born. —¡El famoso mineralogista, llamado a Viena por la propia emperatriz! Tendrá que actuar con gran discreción. Nos veremos en los encuentros oficiales, pero sólo vos conoceréis nuestros verdaderos vínculos. —Una fuerza negativa podría reducirlos a la nada. —¿En qué estáis pensando? —En la policía secreta. ¿Acaso no son los francmasones fichados y espiados? —Fichados sin duda. Espiados, no lo creo. La desconfianza de la emperatriz no llega a tanto. —¿No seréis demasiado optimista?

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—¿Disponéis de algún indicio serio? —Me pregunto si no existirá una cabeza pensante, oculta en las tinieblas y decidida a destruir la francmasonería. Gottfried van Swieten no ocultó su escepticismo. —Una eminencia gris que dirija un servicio secreto… ¡Imposible sin el acuerdo de la emperatriz! —¿Y por qué iba a negárselo? —Me parece inverosímil que no se haya cometido indiscreción alguna, aunque estoy muy lejos de haber desvelado todos los secretos de la corte. De modo que no desdeñaré vuestra hipótesis. Verificarla probablemente me ocupará mucho tiempo, pues tendré que evitar numerosas trampas. Suponiendo que tuvierais razón, ese servicio secreto dispondría de una red de informadores cuya magnitud habrá que evaluar. Semejante amenaza… ¿Seremos capaces de detenerla? —Comencemos por identificarla con precisión. Luego, intentaremos encontrar las armas para combatirla. —Sea cual sea el peligro, hermano mío, contad conmigo.

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58 Mannheim, 4 de noviembre de 1777

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ras la sombría estancia en Augsburgo, Wolfgang revivía. Mannheim, la ciudad del príncipe-elector del Palatinado, Carlos Teodoro, personaje autoritario e influyente, albergaba una orquesta excepcional, formada por notables músicos. Al día siguiente de su llegada, el 30 de octubre, el joven había conocido a la mayoría de ellos, firmemente decidido a convencerlos de su propio talento. «Imaginan, pues, porque soy bajo y joven, que nada grande y maduro puede existir en mí —le escribió a su padre—. Pues bien, muy pronto se darán cuenta». Con cuarenta y seis años de edad, el alegre Christian Cannabich tomó a Wolfgang bajo el ala y le facilitó la tarea. Las relaciones profesionales se transformaron en amistad, y el compositor sintió un gran placer al tocar con los mejores intérpretes de Alemania y, tal vez, de Europa. En el colmo de la felicidad, escribió a la Basle, su primita de Augsburgo, una carta llena de bromas salaces y escatológicas, utilizando una especie de código que la bribonzuela sabría descifrar para exagerarlas más aún. Estar lejos de Salzburgo, reírse y hacer música en libertad, ¡qué gozo! Christian Cannabich devolvió a Wolfgang a la realidad. —Ponte tus mejores ropas. Te esperan en la corte. Dos dignatarios recibieron al salzburgués: el conde Savioli, intendente a cargo de la música, y el confesor oficial, el padre Vogler, jesuita y vicemaestro de capilla. Igualmente ingratos ambos, lo recibieron de un modo glacial. —Salzburgo es una ciudad magnífica —declaró el conde Savioli—. ¿Por qué abandonarla? —Viajar me enseña mucho. ¿No es, acaso, incomparable la orquesta de Mannheim? —Eso se dice, eso se dice… Pero todos los puestos están cubiertos. Y aunque quedara libre uno, sólo se contrataría a un intérprete de gran calidad. —Mis colegas responden de mi competencia, señor conde. También soy compositor, y me gustaría presentar a la corte de Mannheim unas obras que sabrán seducirla. www.lectulandia.com - Página 215

—Desconfiad de la seducción —recomendó el padre Vogler—. Es una artimaña que utiliza el diablo para descarriar las almas. ¿Habéis escrito música religiosa? —Para la catedral de San Esteban de Salzburgo y la iglesia de San Pedro, en efecto. —Espero que no imitéis a compositores ligeros, licenciosos y condenables incluso, como Johann Christian Bach. —Siento decepcionaros, padre, pero lo estimo y lo admiro. En Londres, me ayudó mucho. La mirada del jesuita se volvió francamente hostil. —¿Qué esperáis exactamente? —preguntó el conde Savioli, cortante. —Tocar pasado mañana ante el príncipe-elector Carlos Teodoro, al que tuve el placer de conocer hace quince años. —Su alteza está muy ocupada, y nosotros también. Podéis retiraros. Desde el primer momento, el conde Savioli y el padre Vogler habían detestado al tal Mozart, así que lo vieron partir con alivio. —Sobre todo, no debe establecerse en Mannheim —estimó el jesuita. —Estoy de acuerdo, pero no carece de talento, y los músicos de la orquesta se deshacen en alabanzas que llegan a oídos del príncipe-elector. Conociendo su amor por las artes, asistirá al concierto. —¡El tal Mozart es un saltimbanqui! ¿Por qué fue excluido de la corte de Colloredo? —Por deseos de viajar y por la negativa del príncipe-arzobispo a pagar a un músico ausente, al parecer. —¿Y si existieran motivos más graves? Un aventurero que aprecia la música de Bach no puede ser un buen cristiano. Vos y yo debemos poner en guardia al príncipe-elector; sobre todo, que no se deje seducir.

Viena, 4 de noviembre de 1777 Los hermanos de la logia templaria[161] estaban consternados. Sabían que su local era vigilado por la policía, por lo que se reunían en casa de uno de sus dirigentes, en presencia de un hermano visitante, Ignaz von Born, cuya seriedad y autoridad natural los impresionaba. —¿Estamos seguros? —preguntó el Maestro de Logia. —Un Retejador[162] exterior nos avisará en caso de peligro —respondió el decano. —¿Hasta este punto estamos amenazados? —se inquietó un hermano www.lectulandia.com - Página 216

Maestro. —Amenazados, no, pero sí del todo desacreditados. Un falso templario ha robado nuestros rituales y vende copias bajo mano. Los profanos los conocerán, ¡sin olvidar a la policía! —¿Y qué contienen de comprometedor? —preguntó el decano—. No atentamos contra el poder ni las buenas costumbres. —Muchos aspectos podrían ser malinterpretados —estimó el Maestro de Logia—. La necesaria venganza de los templarios, por ejemplo. ¿No verán en ella, las autoridades, una llamada a la revuelta contra la Iglesia y los reyes? Considero esta divulgación como una verdadera violación. Por desgracia, el escándalo no se detiene ahí. El impostor defraudó en su beneficio las cotizaciones de varios hermanos, que tienen motivos para denunciar a la orden acusándola de incompetencia y negligencia. Unos intentaron minimizar el alcance de estos acontecimientos, otros hablaron de irremediable catástrofe. Por lo que se refiere a Ignaz von Born, silencioso, comprendió que aquella logia no sería un medio favorable para la iniciación del Gran Mago; su búsqueda debía proseguir.

Viena, 5 de noviembre de 1777 —Bien jugado —dijo Joseph Anton a Geytrand, su mano derecha. —Gracias, señor conde. Reconozco no estar descontento de la modesta manipulación, cuyos resultados superan mis esperanzas. En Austria, la Estricta Observancia acaba de recibir golpes muy duros de los que le costará recuperarse. —¡Nuestros expedientes, en cambio, se enriquecen! Algunas frases de sus rituales demuestran el carácter amenazador de la orden templaria y su voluntad de trastornar nuestra sociedad. Por desgracia, no disponemos de un manifiesto o una declaración de guerra como es debido. De modo que necesitaré algo más para obtener algunos registros policiales y el cierre definitivo de todas las logias. —Estamos en el buen camino —estimó Geytrand. —¿Cómo consiguió tu agente introducirse en varias logias, robar los rituales y apoderarse de las cotizaciones? —Sin grandes dificultades, pues los francmasones son más ingenuos de lo que imaginábamos. Hay muchos charlatanes que no respetan la ley del secreto. —Concédele una buena prima y que desaparezca. www.lectulandia.com - Página 217

—Tranquilizaos, señor conde. Ya se ha marchado a París y no oiréis hablar más de él. Por lo que se refiere a las logias de la Estricta Observancia en Viena, no tardarán en desmembrarse.

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59 Mannheim, 6 de noviembre de 1777

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ras un concierto donde el talento del joven músico procedente de Salzburgo deslumbró al auditorio, el príncipe-elector Carlos Teodoro saludó a Wolfgang Mozart. El dueño de la ciudad estaba especialmente orgulloso de haber creado un pequeño Versalles donde florecían academias de ciencias y bellas artes, sin olvidar una soberbia biblioteca. Carlos Teodoro, protector de los artistas, se mostró cálido. —¡Han pasado quince años, Mozart! Ya no sois un niño prodigio, pero sí un músico excelente. —Vuestra orquesta es una maravilla. ¡Qué felicidad tocar con semejantes intérpretes! —¿Pensáis permanecer mucho tiempo en Mannheim? —¿Puedo hacer una confidencia a vuestra señoría? —¡Hacedla, Mozart, hacedla! —Me gustaría componer una ópera alemana y verla representada aquí. —¡Hermoso proyecto, aunque difícil de realizar! Entretanto, ¿participaréis en otros conciertos? —¡Con gusto! —Os presentaré a unos amigos que me son especialmente queridos y necesitarían un buen profesor. ¿Aceptaríais serlo vos? —Sería un honor, vuestra alteza. —¡Perfecto, perfecto! Gozad de Mannheim, divertios y complacednos con vuestro talento. Nos veremos de nuevo muy pronto. Wolfgang detestaba enseñar. Perdía el tiempo dando lecciones a aficionados más o menos dotados. Pero, si era preciso pasar por aquello… Satisfecho con aquel alentador contacto, escribió una brillante sonata para piano[163] alimentada con los progresos técnicos que ofrecía el nuevo pianoforte de Stein, y una arieta galante a la francesa[164] que disgustaría mucho al padre jesuita.

Mannheim, 10 de noviembre de 1777 www.lectulandia.com - Página 219

—¿Has recibido una suma suficiente por tus conciertos? —preguntó AnnaMaria a su hijo. —Sólo cinco relojes, como si me pasara la vida mirando la hora. Me escuchan, me aplauden, pero no me pagan. ¿Debe el pequeño salzburgués contentarse con unos regalitos? —¿Cómo vamos a subsistir, pues? —se preocupó Anna-Maria, que, lejos de su casa, languidecía. —Tengo muchos amigos en Mannheim. Nos ayudarán. —¡Y luego habrá que devolverlo! ¿No deberíamos obedecer a tu padre y ponemos en camino hacia París? —No te preocupes, iremos a Francia. Antes quiero explotar todos los recursos que me ofrece Mannheim. Una ópera alemana, ¿te lo imaginas? El príncipe-elector me aprecia. Con su ayuda, tendré éxito. Anna-Maria renunció a contradecir a su hijo, que se relajó escribiendo una carta a su prima de Augsburgo: «Los romanos, soportes de mi culo, están siempre, han estado siempre y seguirán estando sin un céntimo». Eso no quería decir nada, pero lo había dicho. Cuando se dirigía a casa de Christian Cannabich, Wolfgang se encontró finalmente con su guía. —¿Me habíais olvidado, Thamos? —Mannheim te sienta bien, compones obras brillantes y alegres. —¡La orquesta es fabulosa! Me permite escuchar sones que creía imposibles. ¡Cuántos países desconocidos por descubrir! No puedo escribir poéticamente, no soy un poeta. No sabré manejar las formas con bastante arte como para que jueguen con las sombras y las luces, no soy un pintor. Tampoco puedo expresar mis sentimientos y mis pensamientos con gestos y con pantomimas, no soy un bailarín. Pero puedo hacerlo gracias a los sones, soy músico. —¿Qué esperas de Mannheim? —Un puesto de compositor en la corte. —No te faltan enemigos… —El conde y el cura, lo sé. ¡Les gustaría verme partir de inmediato! Pero su patrón, Carlos Teodoro, me aprecia. A cambio de su protección, tendré que dar lecciones de piano a sus… «amigos», ¡amantes e hijos ilegítimos! El príncipe-elector es un alegre bribón que se las arregla con la moral cristiana. No me gusta demasiado, pero a cada cual su modo de vida. Yo sólo deseo tener con qué subsistir y componer con un mínimo de coacciones. ¡No olvido… Thamos, rey de Egipto! Si Mannheim acoge una

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ópera alemana, ¿no os satisfará eso? —Que esta ciudad te comprenda.

Mannheim, 11 de noviembre de 1777 Wolfgang tocó para divertirse el órgano en la capilla de la corte. Llegado el kyrie, ejecutó el final de modo por completo clásico. Después de que el sacerdote hubo entonado el gloria, se lanzó a una cadencia tan sorprendente que los fieles se volvieron. Puesto que abandonaban por fin su devoto sopor, el organista hizo chasquear las notas, ante el pasmo de la concurrencia. Sin esperar la reacción del padre Vogler, Wolfgang abandonó el teclado y fue a almorzar a casa de los Cannabich. Cuando regresó, muy tarde, su madre lo aguardaba con expresión hosca. —Tu padre me pidió que velara por ti, Wolfgang, y temo que tu comportamiento no sea el de un muchacho honesto y piadoso. —Tranquilízate, mamá, escribo ripios y bromeo con jóvenes y muchachas, nos lanzamos a toda clase de bromas y de chocarrerías más o menos limpias, pero sólo con el pensamiento, no con la acción. —¿No estás rozando el pecado? —Es sólo un juego que me da un extremo placer. —De todos modos… Wolfgang besó a su madre. —Sigo siendo un muchacho piadoso y honesto que venera a Dios y a sus padres.

Mannheim, 22 de noviembre de 1777 Las fiestas musicales en honor del príncipe-elector Carlos Teodoro terminaban, y Wolfgang no había desempeñado papel alguno en ellas. El jesuita y su cómplice, el conde Savioli, eran más temibles de lo que suponía. Sin duda convencían a su patrón de que mantuviera al margen al músico salzburgués. Reducido a dar lecciones, Wolfgang no desesperaba de lograr sus fines, tanto más cuanto Cannabich oía un persistente rumor: Carlos Teodoro pensaba en nombrar a Mozart preceptor de sus hijos naturales. Entonces www.lectulandia.com - Página 221

pondría un pie en la corte y tendría tiempo para componer. Con un poco de suerte, su viaje se detendría en Mannheim. Soñaba con escuchar su maravillosa orquesta interpretando sus sinfonías, sus conciertos y la ópera que prolongara el mensaje de Thamos, rey de Egipto.

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60 Mannheim, 29 de noviembre de 1777

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o has comprendido aún que es preciso tener en la cabeza pensamientos distintos de las bromas de un loco —escribía Leopold —. De lo contrario, caes en la mugre sin dinero. Y sin dinero, no te quedará ningún amigo. El objetivo del viaje, el objetivo necesario era, es y debe ser encontrar un buen empleo o, al menos, reunir dinero». Wolfgang, que no pudo soportar esa injusta regañina, se atrevió a responder a su padre de acuerdo con su corazón: «No soy un despreocupado. Sólo estoy preparado para cualquier acontecimiento, lo que me permite esperar y soportarlo todo con paciencia, siempre que mi honor y mi nombre sin mancilla de Mozart no sufran por ello. Os suplico que no os alegréis antes de tiempo, ni os aflijáis tampoco: suceda lo que suceda, todo está bien. Pues la felicidad consiste sólo en la idea que nos hacemos de ella». Anna-Maria, triste y solitaria, sin salir casi nunca, se aburría mortalmente. Su hijo la dejaba sola a menudo, pues prefería cenar y bromear con sus amigos. Hacía tanto frío en aquel agonizante otoño que no conseguía sujetar su pluma, casi helada, para escribir a su marido. Aun dejando asomar ciertas inquietudes, intentaba tranquilizarlo. Puesto que Wolfgang había emprendido algunas gestiones serias, era necesario aguardar la respuesta del príncipe-elector Carlos Teodoro.

Mannheim, 9 de diciembre de 1777 Invitado a la academia[165] de la corte principesca, Wolfgang no se interesaba por la música y miraba al conde Savioli. En cuanto finalizó la interminable velada, se dirigió al aristócrata, que no se había rebajado a saludar al salzburgués. —¿Puedo hablar con vos, señor conde? —Estoy cansado. Mi secretario os dará una cita. —Me ha dicho que no estaríais libre antes de varias semanas, ¡y no puedo esperar más!

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—¿Esperar qué, Mozart? —¡La respuesta del príncipe-elector! ¿Me contratará para su corte, de un modo u otro? La respuesta del conde Savioli fue mordaz. —Vos sabréis perdonarme pero, por desgracia, no. Abandonando al músico despedido, el aristócrata se reunió con el padre Vogler, testigo de la escena, con una sonrisa en la comisura de los labios. Ambos obedecían las órdenes de su señor, que no deseaba pelearse con el príncipe-arzobispo Colloredo. Wolfgang Mozart no tenía porvenir alguno en Mannheim.

Mannheim, 10 de diciembre de 1777 —¿Qué te niegan un cargo, a ti? —se extrañó Christian Cannabich—. ¿Ni siquiera el puesto de preceptor de los bastardos? —Ni siquiera —respondió Wolfgang vaciando un vaso de vino—. ¡Tan larga espera para tan decepcionante resultado! —No te dejes abatir, tus amigos músicos te ayudarán. Comerás en casa de uno o de otro, y tus lecciones pagarán tu alojamiento. No sería prudente ponerse en camino en pleno invierno. A pesar de aquel fracaso, Wolfgang no se desanimaba. Le encantaba hacer música en compañía de los virtuosos de Mannheim. —¡Dejemos que las cosas vayan como deben ir! —exclamó—. ¿De qué sirven las especulaciones superfluas? Ignoramos lo que debe suceder, ¿no es cierto? Y sin embargo, no, lo sabemos: ¡sucede lo que Dios quiere! Vamos, un jubiloso alegro. Tranquilizado, Cannabich llenó el vaso de su amigo. Juntos, entonaron un alegre canon en el que se burlaban de la tontería y la injusticia.

Munich, diciembre de 1777 Pese al progreso de sus ideas entre los intelectuales, los Iluminados de Baviera seguían teniendo sólo un número de adheridos demasiado pequeño para emprender una profunda reforma de la sociedad. La única solución, según el jefe del movimiento, Adam Weishaupt, era utilizar el canal de la francmasonería y, concretamente, el de la Estricta Observancia templaria, cuyo aspecto conquistador lo seducía. www.lectulandia.com - Página 224

A sus veintinueve años, el brillante jurista de la Universidad de Ingolstadt tenía un dinamismo y una fuerza de convicción bastante extraña. Su notoriedad le abrió las puertas de una logia templaria de Munich, encantada de acoger a un espíritu de semejante envergadura. Apenas iniciado, Weishaupt empezó un trabajo de zapa. Muchos francmasones, si no todos ellos, creían en Dios, pero muy pocos apreciaban a los jesuitas. Y tal vez su creencia no fuera tan sólida como suponía. Puesto que al convertirse en francmasón se recibía la Luz, ¿no debían propagarla fuera, luchando contra el oscurantismo de una religión descarriada cuyo único objetivo consistía en nublar los cerebros? La francmasonería podría convertirse en la punta de lanza de una nueva filosofía, insistiendo en la primacía de la razón, la necesidad del progreso y el acceso a la educación para todos. El discurso de Weishaupt sólo escandalizó a algunos hermanos demasiado reaccionarios como para contemplar el menor cambio. La mayoría aguzaron el oído y se iniciaron fructíferas discusiones. En cuanto a Weishaupt, éste no fue indiferente al ritual. A pesar de sus ingenuidades y sus llamativas imperfecciones, se desprendía de él cierta magia que la lógica no conseguía analizar. Los Iluminados de Baviera necesitaban a la francmasonería, la francmasonería a los Iluminados. Interpenetrándose, las dos organizaciones se reforzarían hasta que las ideas de Weishaupt se impusieran.

Mannheim, 25 de diciembre de 1777 Wolfgang maldecía al holandés De Jean, que pagaba mal y lentamente el cuarteto para flauta, violín, viola y violoncelo[166] que el joven compositor acababa de terminar. Pero pronto olvidó esos sinsabores al acudir a casa de un notable de Mannheim, Theobald Marchand. ¡Qué sorpresa descubrir en su casa al conde de Tebas, en plena discusión con un joven de veintidós años con el rostro de sorprendente gravedad! Theobald Marchand, que pertenecía al colegio de los fundadores de la principal logia de Mannheim, invitó a Mozart a beber un excelente vino blanco y a degustar las golosinas de un aparador. Luego se ocupó de otros invitados mientras Thamos se acercaba. —Señor Mozart, os presento a un brillante diplomático, el barón Otto von Gemmingen, con el que he hablado mucho de vuestro Thamos, rey de Egipto. Como vos y yo, se interesa por el esoterismo de la civilización www.lectulandia.com - Página 225

faraónica y por las antiguas iniciaciones. Por eso realiza profundos estudios en estos campos tan complejos. Viniendo del egipcio, semejante recomendación valía su peso en oro. Wolfgang sintió un respeto inmediato hacia Otto von Gemmingen, cuya seriedad lo impresionó. —Estoy trabajando en un drama simbólico que se titulará Semíramis —reveló el joven—. ¿Aceptaríais ponerle música? —Estoy impaciente por leer vuestro texto y haré lo que pueda. ¡Un nuevo proyecto, grandioso, apasionante! Decididamente, Mannheim le sentaba bien a Wolfgang. —¿Permaneceréis mucho tiempo entre nosotros? —preguntó von Gemmingen. —Mi padre desea que tenga éxito en París, pero yo estoy muy bien aquí y no me apetece partir. Otto von Gemmingen, francmasón al que Thamos había reconocido como apto para construir el templo, avisaría a un hermano emplazado en la capital francesa de la eventual llegada de Mozart.

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61 Mannheim, 30 de diciembre de 1777

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hristian Cannabich despertó a Wolfgang. —¡Carlos Teodoro acaba de partir! El músico se frotó los ojos. —Partir, partir… ¿Adónde? —Maximiliano III ha muerto. Como presunto heredero del trono de Baviera, Carlos Teodoro espera conquistar Munich. ¡Graves problemas a la vista! —¿Cuáles? —Austria y Prusia pueden desgarrarse mutuamente a causa de la sucesión. Si nuestro príncipe-elector fracasa y se obstina, estallará un conflicto. Wolfgang no lo sentía por Maximiliano III, aliado de Colloredo. —Para Mannheim —prosiguió Cannabich—, esta partida equivale a una catástrofe. La vida artística se detendrá, la ciudad se encerrará en sí misma. Se acabaron los conciertos, se acabaron los festejos. El porvenir inmediato se anuncia desabrido.

Kirchheim-Boland, 23 de enero de 1778 Wolfgang se dirigía a casa de la princesa de Orange para dar allí un concierto, pero no viajaba solo. Una hermosa cantante de dieciocho años, Aloysia Weber, y su padre, Franz Fridolin, lo acompañaban. Tras haber perdido su puesto de secretario de magistratura, éste se había instalado en Mannheim, donde realizaba las funciones de copista para el teatro de la corte, de apuntador y, a veces, de cantante, con una vocecilla de bajo. A los cuarenta y cinco años, parecía muy ajado, pero educaba valerosamente a sus tres hijas. —Antaño, mi familia fue ennoblecida —recordó Fridolin—. A causa de múltiples desgracias, mi querida esposa, mis hijas y yo mismo ya sólo somos una pobre gente que lucha contra la adversidad. Pero seguimos siendo buenos y honestos alemanes. —Podéis estar orgulloso de vos, señor Weber. www.lectulandia.com - Página 227

—¿Qué edad tenéis, joven? —Cumpliré veintidós años el 27 de enero. —Maravilloso, ¡toda una vida ante vos! Gracias a vuestro talento, llegaréis lejos. —El de vuestra hija Aloysia me será de valiosa ayuda. Su voz es tan pura, tan expresiva, que me inspirará varias grandes melodías de mi futura ópera. —¿Cuándo estará terminada? —Si evito ir a París, la compondré en Viena y me supondrá por lo menos mil florines. —¡Mil florines! Buena suma… —Aloysia se convertirá en la más célebre y mejor pagada de las cantantes vienesas. La muchacha, distante y reservada, se limitaba a sonreírle a Wolfgang, que la devoraba con los ojos. Viena, la ópera, la fortuna… ¡Quería creerlo! Sin la gloria y el dinero, ¿cómo conseguiría conquistar el corazón de Aloysia, de la que se había enamorado locamente en cuanto la había oído cantar? Wolfgang, invadido por nuevos sentimientos que no controlaba, no dejaba de pensar en la hija mayor de Fridolin Weber. La serenidad y el rigor moral de su padre le gustaban: no autorizaba a Aloysia a salir sola y la vigilaba permanentemente. El concierto del 24 de enero sólo le supuso una modesta suma y Wolfgang cedió la mayor parte a Fridolin Weber. Habría otras prestaciones más lucrativas, y el compositor seguiría mostrándose generoso. Olvidando a su madre, que se había quedado sola en Mannheim, Wolfgang pasó deliciosas horas en compañía de Aloysia y de su padre. Una sola vez, Fridolin concedió a los jóvenes la autorización para pasear por la campiña nevada mientras él fumaba una pipa en la posada. Wolfgang habló de sus proyectos, Aloysia de sus esperanzas, y rieron juntos al evocar los defectos y las manías de algunos músicos. En lo alto de un cielo de un azul muy puro brillaba un dulce sol invernal. —Aloysia… —Regresemos a la posada, señor Mozart. Mi padre y yo volvemos a Mannheim. —¿Aceptaríais volver a verme? —Me gustaría mucho cantar una de vuestras composiciones. —¡Me hacéis un gran honor! Yo no me canso de oíros. Una voz tan

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expresiva como la vuestra es un verdadero milagro. —Me halagáis, pero debo trabajar mucho aún antes de subir a un escenario. —Pues bien, ¡trabajaremos juntos!

Mannheim, 4 de febrero de 1778 Wolfgang encontró a su madre en casa del consejero áulico[167] Serrarius, que les ofrecía hospitalidad a cambio de lecciones de piano para su nuera Thérèse, apodada «la Ninfa». —No has escrito a tu padre desde el 17 de enero —le reprochó AnnaMaria—. Es la primera vez que lo dejas tanto tiempo sin noticias. —Ya lo has hecho tú por mí, mamá. —¿Adonde has ido estos últimos días? —He dado un concierto en casa de una dama noble. —¿Solo? —No, con una cantante. —¿Joven? —Más bien joven. —Hijo mío, yo… —Tranquilízate, mamá, nunca viajaría en compañía de personas licenciosas y libertinas cuya conducta y opiniones no apruebo. —¿Cómo se llama? —Aloysia es la hija de un hombre muy honesto, Fridolin Weber, copista en el teatro de Mannheim. Su familia ha sufrido algunos reveses de fortuna, pero se comporta con ejemplar dignidad. ¡Qué suerte haberlos conocido! He advertido de inmediato a papá, pues pensamos en un magnífico proyecto: ¡una gira de conciertos por Italia! Aloysia se convertirá en prima donna, y yo daré brillo a mis blasones. —¿No te entusiasmas muy pronto? —Si conocieras la voz de Aloysia, no dudarías ni un instante de su triunfo. Nunca había oído semejante esplendor. En el colmo de la exaltación, Wolfgang puso sus sueños por escrito. Anna-Maria, aterrada e inquieta, añadió a hurtadillas una posdata antes de entregar la carta a los servicios postales: «Está entusiasmadísimo con esa gente». Y esa gente, de acuerdo con su intuición, no era tan honesta como pretendía.

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62 Schleswig, febrero de 1778

E

l duque de Brunswick no era ya el único que dirigía la orden templaria. A su lado estaba ahora Carlos de Hesse, gobernador de los ducados de Schleswig-Holstein. Iniciado en 1775[168], alardeaba de haber estudiado varios ritos masónicos antes de unirse al proyecto templario, el único capaz de dar a la francmasonería el lugar que merecía. Experto en ciencias ocultas, Carlos de Hesse había reunido, en uno de sus castillos, a una pléyade de alquimistas con la esperanza de presenciar la realización de la Gran Obra. En absoluto desalentado por el fracaso de aquellos mediocres, siguió buscando el secreto de los secretos y trataba con los personajes más extravagantes, preguntándose si entre aquellos charlatanes no se ocultaría un verdadero sabio. Entre Femando de Brunswick y Carlos de Hesse se había establecido rápidamente una amistad inquebrantable. El segundo no deseaba el lugar del primero, al que consideraba digno de ocuparlo; el primero escuchaba los consejos del segundo, infatigable curioso. —Gobernaremos juntos esa orden —prometió el duque—. Pero seamos conscientes de que por encima de nosotros reinan los Superiores desconocidos. —¿Acaso habéis conocido a alguno? —preguntó Carlos de Hesse, fascinado. —He tenido esa suerte, en efecto. Gracias a él, la Estricta Observancia prosigue su camino sin temor a ser destruida por ataques exteriores. Nos queda fortalecer la orden propiamente dicha. —Estamos viviendo los últimos tiempos de la Historia —afirmó Carlos de Hesse—. Sólo Cristo nos salvará de la nada. Poseo la gracia de recibir señales luminosas del Señor, y todo lo que llevo a cabo está dictado por Él o por los espíritus que Él dirige. Partamos juntos en busca del verdadero secreto masónico, hermano mío, olvidemos la vanagloria y la nostalgia del pasado. Sí, los Superiores desconocidos nos abrirán el camino y nos permitirán construir una orden espiritualista al servicio de Dios. El entusiasmo de su nueva mano derecha sedujo a Fernando de Brunswick. Ayudado por un hombre tan comprometido y cuyas convicciones coincidían con las suyas, lo conseguiría. www.lectulandia.com - Página 230

Tal vez había un detalle molesto: la filiación templaria de la Estricta Observancia y su manifiesta voluntad de restaurar el poder temporal de la vieja orden caballeresca. ¿Muchos iniciados creían aún en ese porvenir?

Mannheim, 7 de febrero de 1778 A Leopold, seguro de que su hijo no lo amaba sólo como a un padre, sino también como a su mejor y más seguro amigo, Wolfgang intentó explicarle su naciente pasión, sin revelar la magnitud de sus sentimientos. «No somos nobles —escribió—, ni de alta cuna, ni ricos gentileshombres, sino de baja extracción, villanos y pobres, y por eso no necesitamos una mujer rica. Nuestra riqueza se extingue con nosotros, pues la llevamos en la cabeza. Y ésta nadie puede arrebatárnosla, a menos que nos corten la cabeza, y tras eso ya no necesitamos nada. Quiero hacer feliz a una mujer y no conseguir mi felicidad a sus expensas». Para Wolfgang, el amor debía ser verdadero y razonable, desprovisto de frivolidad y de excesos que impidieran una serena felicidad. A la esposa, la igual a su marido, éste le debía respeto y fidelidad, pues la palabra dada no se recuperaba. Muchos amigos salzburgueses del músico, jaraneros y cínicos, no compartían sus convicciones, y su actitud de jóvenes gallitos le disgustaba en el más alto grado. Jamás se rebajaría a considerar a una mujer como a un objeto que debía conquistarse.

Mannheim, 19 de febrero de 1778 Al holandés De Jean, que acababa pagando cuando le tiraba de las orejas, Wolfgang le entregaba imas obras cortas y ligeras, como dos cuartetos para flauta, violín, viola y violoncelo[169] y un concierto para flauta en sol mayor[170], que incluía un adagio lleno de ternura que Aloysia sabría apreciar. Su kyrie en mi bemol mayor[171] siguió siendo la única parte de una misa destinada a Carlos Teodoro, con la esperanza de obtener un puesto en la capilla de la corte. Pero el príncipe permanecía en Munich para desovillar los hilos de las intrigas políticas que se oponían a la extensión de sus poderes. La carta de Leopold fue como un mazazo: «Si continúas paseando por

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las nubes y no dedicas tu cabeza sólo a proyectos futuros, desperdiciarás todos los asuntos presentes e indispensables. Tu cabeza está llena de cosas que te hacen inepto en el presente. Te muestras, en todo, arrebatado e impetuoso, tu buen corazón logra que ya no veas los defectos de quienes te inciensan. De tu prudencia depende que seas un vulgar músico olvidado por el mundo o un célebre maestro de capilla cuyo nombre permanezca escrito en el libro de la posteridad. ¡Tu proyecto casi me ha vuelto loco! Ve a París, busca el apoyo de los grandes. ¡O César, o nada!». Wolfgang, trastornado, respondió aquel mismo día. Naturalmente, reconocía la magnitud de los sacrificios de su padre para favorecer su carrera. ¿Acaso no se había endeudado gravemente para permitirle ir a París y obtener un éxito resonante? París, y no Italia. París con su madre, no Italia con Aloysia. Wolfgang se rindió a las razones de Leopold y renunció a su proyecto de gira. Terminada su misiva, fue víctima de una fuerte fiebre y se acostó sin cenar.

Viena, 21 de febrero de 1778 —Le he hablado de vuestro papel al barón Gottfried van Swieten —reveló Thamos a Ignaz von Born—. Su propia misión consiste en proteger las logias masónicas haciendo creer que les es hostil. Ganándose la confianza de las autoridades, tal vez acabe sabiendo el nombre de nuestros más peligrosos y decididos enemigos. Ahora, ya conocéis su secreto. —Mi boca permanecerá sellada —prometió Von Born, conmovido por la confianza del egipcio. —Van Swieten jamás podrá hablar con vos en el marco de una logia oficial, a causa de la vigilancia policíaca. —Organizaré aquí o allá sesiones de investigación con los hermanos deseosos de vivir realmente los misterios insinuados por los rituales, y construiremos con la ayuda de los elementos del Libro de Thot. —Tobías von Gebler no formará parte de los constructores —precisó el egipcio—. Tras el fracaso de su Thamos, rey de Egipto, ha perdido la fe y se limita a llevar una existencia oscura en Berlín, sin pedirle a la francmasonería más que una vaga filosofía. —Muchos hermanos se le parecen —deploró Von Born—. ¿Dónde está el Gran Mago? —En Mannheim. Acaba de enamorarse y desearía casarse con la www.lectulandia.com - Página 232

cantante de la que se ha encaprichado. Su padre, en cambio, le exige que vaya por fin a París. —¿Qué le aconsejáis vos? —Nada —respondió Thamos—. Él debe forjar su destino durante este período probatorio. De lo contrario, más tarde sería incapaz de afrontar las pruebas iniciáticas.

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63 Mannheim, 23 de febrero de 1778

L

a nueva carta de Leopold remachaba el clavo. «Miles de personas no han recibido de Dios un don tan grande como el tuyo. ¡Qué responsabilidad! ¿No sería infinitamente perjudicial que un gran genio se equivocase de camino? Corres más peligro que los millones de personas que no tienen tu talento, pues estás mucho más expuesto, por una parte, a los ataques y, por la otra, a los halagos. Tienes demasiado orgullo y amor propio, y además te muestras demasiado familiar con la gente, les abres a todos tu corazón. Yo no esperaba nada de Colloredo. De ti, lo esperaba todo». Restablecido, Wolfgang se negaba a creer en las sospechas de su padre. Estimaba al buen Fridolin Weber, y amaba apasionadamente a Aloysia, sin atreverse a confesárselo. «Entre tantos defectos —le respondió a Leopold—, tengo el de creer siempre que los amigos que me conocen, me conocen, en cuyo caso, no hay necesidad de muchas palabras. ¡Ah! ¿Dónde podría encontrar yo palabras bastantes para ilustrarlos, si no me conocieran?». Wolfgang, que se negaba a entregarse a la tristeza, quiso olvidar la ineluctable partida. Compuso cuatro sonatas para piano y violín[172] llenas de diálogos divertidos, alegres y populares, una aria para el viejo y simpático tenor Raaff de limitados medios vocales[173], otra para la soprano Augusta Wendling[174] que estigmatizaba la conducta de un joven «en un bosque solitario y sombrío» y, sobre todo, un recitativo y una melodía[175] destinados a Aloysia, cuyas palabras revelaban sus sentimientos: «No sé de dónde me viene esa tierna inclinación, esa emoción que me llena a mi pesar el corazón, ese estremecimiento que corre por mi sangre». —Con este fragmento, tendrás un triunfo en Italia —le predijo Wolfgang a la muchacha. —¿Y tú? —Yo debo ir a París. Mi padre lo exige. —Me habías prometido… —Debo obedecerle, Aloysia. En cuanto haya obtenido el éxito deseado, regresaré. ¿Pensarás un poco en mí? www.lectulandia.com - Página 234

—¿Cómo puedes dudarlo?

Viena, 1 de marzo de 1778 El barón Gottfried Van Swieten andaba con pies de plomo. El prefecto de la biblioteca Imperial y Real se ocupaba de ciencia y cultura, no de seguridad y policía. Así pues, durante sus entrevistas con notables de la corte, procedía por alusiones. A la menor reticencia, se batía en retirada y regresaba al terreno de los grandes autores y de los libros difíciles de encontrar. Su trabajo y su gestión daban plena y entera satisfacción a la emperatriz María Teresa y al emperador José II. Durante una recepción, Van Swieten tuvo ocasión de hablar con el jefe de la policía vienesa, falsamente bonachón. —Os felicito, señor prefecto, bajo vuestro reinado, nuestra famosa biblioteca se enriquece más aún y afirma el prestigio cultural de nuestra hermosa capital. Por fortuna, perseguimos las ideas nocivas que nunca tendrán, entre nosotros, derecho de ciudadanía. —¿Estáis pensando en la filosofía francesa? —¡Exactamente! Una temible peste cuyas pústulas hay que quemar, como cierta francmasonería. —A mi entender, una secta peligrosa. —También al mío, barón. —Espero que toméis todas las medidas necesarias. —¡Podéis estar tranquilo! —Con un profesional de vuestra competencia, ¿cómo no voy a estarlo? El jefe de la policía se expresó en voz baja: —Yo no me encargo de ese expediente. Lo lleva su majestad la emperatriz en persona. ¿Qué mejor garantía? Van Swieten asintió con la cabeza. Evidentemente, María Teresa había organizado un servicio paralelo, encargado de vigilar a los francmasones. Era imposible exigir más precisiones sin despertar la suspicacia de su interlocutor. ¿Quién dirigía aquel servicio, de qué medios disponía, hasta dónde pensaba ir? Responder a esas preguntas cruciales no sería fácil. Al menor paso en falso, Gottfried van Swieten caería en desgracia y sería cesado en sus funciones.

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Mannheim, 13 de marzo de 1778 Wolfgang afrontaba una jomada muy repleta, tan apasionante como desgarradora. Por la mañana, última lección dada a Thérèse Pierron, la Ninfa, nuera del consejero áulico Serrarius, que le había ofrecido hospitalidad. Como último agradecimiento, le dedicó una sonata para piano y violín[176]. Mientras su madre, feliz al ver que su hijo obedecía por fin a su padre, acababa de preparar el equipaje, Wolfgang habló con Otto von Gemmingen. La víspera, el joven francmasón había participado en una Tenida en compañía de Thamos. —Barón, he comenzado a poner música a vuestro drama, Semíramis. —¡Excelente noticia, señor Mozart! —Desgraciadamente, debo abandonar Mannheim para ir a París. Puesto que ignoro las obligaciones que allí me aguardan, me es imposible precisar la fecha en que terminaré ese trabajo, y lo lamento. —Lo comprendo perfectamente y os agradezco vuestra franqueza. Cuando se tiene la suerte de trabajar con un creador como vos, ¿cómo no mostrarse paciente? Tengo un excelente amigo en París, el ministro delegado del Palatinado. Le pediré que os ayude, en la medida de sus modestos medios. —Me concedéis un hermoso privilegio, barón. —Lo merecéis, señor Mozart, pues no sois un hombre ordinario. No quiero desalentaros, pero no os hagáis demasiadas ilusiones con respecto a los franceses. Es un pueblo veleta y pretencioso a la vez, que cree tener razón sobre todo y se considera superior al planeta entero. Los músicos parisinos no reservan, por lo general, un buen recibimiento a un extranjero al que consideran incapaz de adaptarse a su genio y de entrar en uno de sus antros. Sin embargo, os deseo buena suerte. Wolfgang fue a casa de los Weber. Aloysia estaba ensayando la melodía que había compuesto para ella y la interpretaba de un modo perfecto, con una emoción contenida, sin ningún desbordamiento intempestivo. —Debo partir —anunció con tristeza a la muchacha y a su padre. —¿Cuándo regresaréis a Mannheim? —preguntó Fridolin Weber. —Lo antes posible. Ese viaje me fastidia. —¿No os procurará una bien merecida gloria? —Mi padre lo desea.

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—Obedecerle prueba que sois un buen muchacho. Mi hija y yo mismo ponemos muchas esperanzas en vos. Regresad rico y célebre, Wolfgang. —Os prometo que haré lo que pueda. —Los franceses caerán a vuestros pies, ¡estoy seguro de ello! —Permitidme que sea menos optimista. —¡De ningún modo, Wolfgang, de ningún modo! Tened confianza en vos y todo irá bien. Tomad un regalo para distraeros durante el viaje. Fridolin Weber ofreció al músico la edición alemana de las Comedias de Molière. Mientras la hojeaba, se detuvo en una obra titulada Don Juan, cuyo tema había circulado por toda Europa. —Gracias, señor Weber. Espero encontrar en estas páginas ideas para una futura ópera.

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64 París, lunes 23 de marzo de 1778, a las cuatro de la tarde

J

amás en mi vida me he aburrido tanto —confesó Wolfgang a su madre cuando llegó a París tras nueve días de viaje. A Anna-Maria, ciertamente, no le interesaban demasiado las obras de su hijo, le reprochaba su conducta con los Weber, que no le gustaban, y rumiaba su pena al permanecer alejada de su querida Salzburgo. Su alojamiento, una pequeña habitación muy oscura donde no podían meter un piano, no les devolvió la sonrisa. —Es imposible trabajar aquí —advirtió el músico. —Si sales sin cesar, no podré hablar con nadie. No comprendo ni una palabra de esta lengua enrevesada, y los parisinos no son amables. —Debo entrar pronto en contacto con varias personas y encontrar trabajo. Instálate del mejor modo. El 24, gracias a las cartas enviadas por su padre para preparar la entrevista, Wolfgang fue recibido por el barón Grimm y por madame d’Épinay. —Estoy encantada de conocer a un brillante compositor austríaco — dijo ella contemplando a aquel joven de talla mediana, enclenque, pálido, con los cabellos claros y finos, la nariz larga y grande y unos ojos vivos y saltones. —No soy austríaco —rectificó Wolfgang—, sino alemán. —Vuestro padre alimenta grandes esperanzas sobre vos —intervino Grimm—, pero París no conoce las obras que habéis compuesto en Salzburgo, y quiere algo nuevo. —¿Podéis ayudarme? —Mis amigos Jean Le Gros, director del Concierto Espiritual, y Noverre, maestro de ballet en la Ópera, os harán distintas proposiciones. Os aviso, la competencia es dura e imponeros no será cosa fácil. El mejor modo de ganarse la vida consiste en dar lecciones a los aficionados ilustrados. Madame d’Épinay y el duque de Guisnes os procurarán alumnos. Cuando Mozart se hubo marchado, Grimm hizo una mueca de desdén. —Cuando era un niño prodigio, me intrigó. Pero hoy… ¡Músicos como él los hay a centenares! www.lectulandia.com - Página 238

—Con su aspecto torpe, su timidez y su nerviosismo, lo encuentro conmovedor —confesó madame d’Épinay. —Divertios si os place, querida amiga, pero no perdáis vuestro tiempo. Creed en mi juicio, que todos saben infalible: ese pequeño alemán no tiene porvenir alguno.

París, 25 de marzo de 1778 Ministro del elector palatino destinado en París, el conde Von Sickingen recibió cálidamente a Mozart. Apasionado por la música y francmasón, acababa de releer la carta de su hermano Otto von Gemmingen en la que le recomendaba al compositor salzburgués. —Hablemos primero de alojamiento. ¿Estáis satisfecho? —En absoluto —deploró Wolfgang—. Mi madre y yo no disponemos de muchos medios. —Os instalaréis en el hotel Quatre Fils Aymon, en la calle GrosChenet. ¿Tenéis algún contacto serio con los colegas franceses? —He hablado con el barón Grimm. Me ha dirigido a Le Gros y a Noverre. Von Sickingen no ocultó sus sentimientos. —Detesto a ese Grimm. Pretencioso, hablador, trapacero, interesado… ¡Y sus amigos no valen mucho más! Pero dominan la vida musical en París, y nada puede hacerse sin ellos. Como se consideran los mejores del mundo, los extranjeros no son bienvenidos. Perdonad mi franqueza, pero no tengo derecho a alimentar vuestras ilusiones. —Mi padre las alimentaba más que yo —precisó Wolfgang. —Mi puerta estará siempre abierta —prometió el conde—. En caso de graves dificultades, no dudéis en avisarme. Defenderé vuestra causa ante artistas a los que trato, pero vuestro éxito pasa forzosamente por Le Gros. A medio camino entre la esperanza y el abatimiento, feliz de tener por lo menos un amigo en París, Wolfgang se reunió con su depresiva madre.

El conde Von Sickingen abrió la puerta del saloncillo donde se encontraba Thamos. —¿Habéis escuchado nuestra conversación, hermano mío? —No me he perdido ni una palabra. —Temo que vuestro protegido no tenga armas para enfrentarse a esta www.lectulandia.com - Página 239

ciudad implacable. —Todas lo son —estimó el egipcio—, y la formación de su carácter exige las terribles pruebas que va a sufrir. —¿Y si no las soporta? —Entonces, me habré engañado.

París, 5 de abril de 1778 Leopold estaría satisfecho: la estancia parisina de su hijo comenzaba bastante bien. Abrumado de trabajo, preparaba un concierto para flauta y arpa, una sinfonía concertante, una ópera consagrada a los amores de Alejandro y Roxana, garabateaba unos coros que debían insertarse en un Miserere del viejo Holzbauer para adaptarlo al gusto parisino y, sobre todo, enseñaba. —¿Estás contento? —le preguntó Anna-Maria, que se quejaba de su aislamiento. —Me horroriza dar lecciones. No debo ni puedo enterrar de ese modo el talento de compositor que Dios me ha dado. Y detesto esa insoportable galantería parisina, un barniz de hipócritas que oculta la ligereza de costumbres. —Tu padre no se ha equivocado nunca, Wolfgang. Si estamos aquí, es por tu bien. El joven se vistió. —¿Vuelves a salir? —Debo brillar en casa de Le Gros, el hombre clave de la música parisina. —Tal vez preferirías divertirte en casa de los Weber… Wolfgang no respondió y se dirigió a casa del patrón del Concierto Espiritual, que lo invitó a mostrar su talento de pianista ante una escogida concurrencia. Con brío, improvisó un pastiche de un «maestro» italiano que estaba de moda, Cambini, cuya producción le parecía muy mediocre. Puso de manifiesto sus trucos y sus tics, y las sonrisas florecieron en los labios. Al finalizar aquel «al modo de» irónico y conseguido, brotaron los aplausos. Un solo oyente fue mucho menos entusiasta: el propio Cambini, cuya presencia Wolfgang ignoraba. El italiano, furibundo, llevó aparte a Le Gros. —¡Ese mediocre alemán me ha dejado en ridículo! Sois mi amigo y www.lectulandia.com - Página 240

debéis cortarle las alas. Un desconocido sin talento no puede burlarse así de un compositor de mi importancia, apreciado por el Todo-París. —Tranquilizaos, ese Mozart pagará su impertinencia.

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65 París, 6 de abril de 1778

A

sus cuarenta y cuatro años, el compositor Frangois-Joseph Gossec comenzaba a dar que hablar. Francmasón decepcionado por la tibieza política de las logias que no se comprometían al máximo en el camino de una profunda reforma de la sociedad, había fundado en 1770 la asociación de los Conciertos de Aficionados. Reunía a numerosos hermanos y les permitía expresar sus ideales más allá de la música. Cuando conoció a Wolfgang Mozart, intentó reclutarlo. —Al parecer, venís de Salzburgo. —En efecto. —¿Qué ocurre allí? —El príncipe-arzobispo Colloredo gobierna, y sus músicos se doblegan a sus exigencias. —¿Y no es eso insoportable, mi querido colega? —Por eso estoy en París. —¡Excelente iniciativa! Francia se convertirá muy pronto en patria de la libertad y de la igualdad, pues sabrá sacudirse todos los yugos. —No pido tanto —precisó Wolfgang—. Me gustaría encontrar una corte brillante y a príncipes inteligentes que no me impidieran expresar mi arte. —¡No os contentéis con tan poco! Hay que seguir a Rousseau, a Voltaire y a Diderot, «¡estrangulad al último cura con las tripas del último rey!». El programa asustó a Mozart. —¿No es la violencia la peor de las soluciones? —El fin justifica los medios. Debemos romper el cepo de la Iglesia y derribar los tronos de los tiranos. Antes o después, Europa entera lo comprenderá. —Pues bien, señor, yo seré una excepción. Wolfgang no intentaría conocer a Voltaire, ni a Rousseau, ni a sus discípulos. Los pensamientos de aquellos revolucionarios no le interesaban. Gossec se encogió de hombros. No ayudaría a aquel joven alemán reaccionario a conquistar París. www.lectulandia.com - Página 242

París, 20 de abril de 1778 Al frecuentar las logias de la capital, Thamos no obtuvo demasiadas satisfacciones. Allí se comía y se bebía mucho, se charlaba, y sólo pocas veces se interesaban por el significado iniciático de los rituales. Criticadas unas veces, apreciadas otras, las ideas de los enciclopedistas y los racionalistas avanzaban, incluso entre los miembros de la nobleza. El egipcio participó en los trabajos de una logia original, la de los Filaletes, los Amigos de la Verdad[177]. Desde 1775, acumulaban una rica colección de obras consagradas a la francmasonería y no desdeñaban el estudio de la alquimia y la magia. Sin embargo, al conjunto le faltaba especialmente coherencia y respondía más a la curiosidad que a una verdadera búsqueda espiritual. Procediendo poco a poco y sin grandes esperanzas, Thamos intentó orientarlo, sabiendo que el marco no convendría al Gran Mago, que acababa de rechazar, por sí mismo, la tendencia revolucionaria que Gossec encarnaba.

París, finales de abril de 1778 Pensando en Aloysia y tratando con algunos músicos alemanes de paso por París, Wolfgang recuperaba cierta alegría, a pesar del fardo de sus lecciones. Su concierto para flauta y arpa[178] había gustado al duque de Guisnes y a su hija. De una elegancia y un refinamiento notables, demostraba a los parisinos que la música alemana no carecía de poesía. Pero fue otra obra, compuesta para sus amigos de Mannheim, la que permitió a Wolfgang expresar la riqueza de su pensamiento. De insólita dimensión, su sinfonía concertante para clarinete, oboe, trompa y fagot revelaba, a la vez, una voluntad optimista y una gravedad tan intensa, a veces, que de buena gana se habrían atribuido aquellas páginas a un autor de rara madurez. Al escribirlas, Wolfgang había sentido que cambiaba de registro. Y helo aquí en una antecámara, yendo de un lado a otro mientras espera que Le Gros, de muy flaco genio, se digne recibirlo. Por fin se abrió la puerta del despacho. —Venid, Mozart. He oído hablar bien de vuestro concierto para flauta y arpa. El estilo gusta a mi auditorio. www.lectulandia.com - Página 243

—¿Se interpretará mi sinfonía concertante en el Concierto Espiritual? —¡No se anda por las ramas! Debo establecer cuidadosamente el programa, por miedo a disgustar al público y rebajar el nivel de la institución. El barón Grimm la supervisa con extremada severidad, y ya conocéis la importancia de su juicio. Una crítica negativa me llevaría a la ruina. —¿Acaso os disgusta mi sinfonía? —En primer lugar, es demasiado larga; luego, en exceso moderna, y en un género demasiado reciente con respecto al buen gusto parisino. —¿Os… os negáis a que la interpreten? —La estudiaré detalladamente antes de hacerme un juicio. Sobre todo seguid dando lecciones. Según madame d’Épinay, vuestros alumnos están encantados. En ese instante, Wolfgang supo que París le sería siempre hostil. Detrás de Le Gros había otro de la misma pasta, y otro más, hasta el infinito. Aquella tierra no era la suya, aquel cielo le repugnaba, la mentalidad de aquel mundo vanidoso y encerrado en sí mismo le daba asco. Aunque su madre se aburriese cada día más en una ciudad a la que la salzburguesa no se acostumbraba, Wolfgang no regresó a su casa. No podía soportar sus reproches y sus recriminaciones. Sólo sus amigos de Mannheim evitaban que se hundiera. Aquella noche, la única producción francesa digna de elogios, el vino, correría a chorros.

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66 Hermannsstadt, 1 de mayo de 1778

A

nte los desorbitados ojos de los francmasones húngaros[179], el príncipe Alejandro Murusi desplegó el mapa de las antiguas posesiones de la Orden del Temple en Hungría, Transilvania y Eslavonia. —Hermanos míos, tomad conciencia del extraordinario éxito de nuestros predecesores y modelos. Riquísimos, reinaban sobre Europa y dictaban su conducta a los monarcas. La Estricta Observancia no se reduce a una teoría intelectual. Lo afirma alto y claro: somos dignos de semejante ejemplo. —¿Qué preconizáis? —preguntó un anciano más bien inquieto. —No sigamos por más tiempo inertes y sometidos a la dictadura de la mediocridad. Propongo reunir los fondos necesarios para levantar un ejército templario que parta a la reconquista de su territorio perdido. Charlar no sirve de nada, hay que actuar. Alertemos a todas las logias de la Estricta Observancia, saquémoslas de su sopor, revistamos nuestras capas y nuestras armaduras, y seamos de nuevo guerreros de Dios. El Gran Maestre Fernando de Brunswick, lívido, tomó la palabra. Sus informadores no le mentían, podían producirse graves derivas. —Comprendo el entusiasmo del príncipe Murusi, pero debo recordarle que lo esencial de nuestros ritos es alegórico. Naturalmente, pensamos con nostalgia en la pasada grandeza de la Orden del Temple, pero cada época desarrolla su propio genio. El tiempo de las cruzadas ha pasado. —Respetable Gran Maestre, ¿no habíais prometido la resurrección de los templarios? —protestó el príncipe —Sólo en espíritu, hermano mío, no al modo guerrero y violento. Propaguemos el mensaje espiritual de los antiguos caballeros, no el estruendo de las armas. Murusi quedó decepcionado; la mayoría de sus hermanos aliviados. El duque de Brunswick acababa de evitar un desastre.

París, 1 de mayo de 1778

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Mientras se dirigía a casa de la duquesa de Chabot, Wolfgang rumiaba sombríos pensamientos. Aquellos franceses idiotas creían que aún tenía siete años y lo trataban como a un personaje secundario, desprovisto de porvenir. ¿Escribir una ópera? Era inútil planteárselo. Incluso en caso de éxito, no obtendría ningún beneficio material, pues, en este país, todo estaba tasado al máximo, lo que esterilizaba la creación artística. Hacer visitas sin cesar para venderse a sí mismo lo agotaba. Debido al exorbitante precio de los trayectos en coche, debía recorrer unas calles sucias y lodosas. Tres palabras definían París: una mierda indescriptible. Cuando Wolfgang daba un concierto para aristócratas carentes de distracciones, escuchaba los «prodigiosos, inconcebibles, sorprendentes». Al día siguiente, ya nadie conocía su nombre. Los franceses rozaban permanentemente la grosería y practicaban la hipocresía de un modo inigualable. Por lo que se refiere al barón Grimm, atareado alabando a genios muy pronto olvidados, ya no se ocupaba de Mozart, un pequeño alemán extraviado en el corazón de una gran ciudad cuyos arcanos no penetraría nunca. La primavera era invernal, el día siniestro. Un lacayo invitó al músico a entrar en un salón helado, con la chimenea apagada. Transcurrieron interminables minutos, Wolfgang estaba enfriándose. La duquesa de Chabot, peripuesta y despectiva, se dignó aparecer. —Probad mi piano, joven. Mis amigos estarán encantados de oíros. Al parecer, la agilidad de vuestros dedos es sorprendente. —De momento, señora, están helados. ¿Está caldeada la estancia donde se celebrará el concierto? —¡Por supuesto! Seguidme. La duquesa mentía. Mientras tomaban bebidas ardientes, sus amigos se mostraron indiferentes a la llegada de aquel criado encargado de producir un agradable ruido de fondo. Wolfgang, temblando y con las manos rígidas, intentó sin embargo estar a la altura de su reputación. Lamentablemente, el pianoforte merecía ser tirado a la basura. Por lo que se refiere a la concurrencia, bromeaba, intercambiaba fútiles frases y no prestaba atención alguna a las variaciones que el músico cincelaba. Harto, se interrumpió. Unos escasos aplausos saludaron su actuación. El duque de Chabot hizo su entrada. —¿Por qué no continuáis?

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—Aunque me dieran el mejor piano de Europa, perdería cualquier alegría tocando para gente que no comprende nada o no quiere comprenderlo, y que no siente conmigo lo que estoy tocando. —Yo, señor, voy a escucharos. Empezad de nuevo, os lo ruego. Wolfgang aceptó sentarse nuevamente al detestable piano, pero acortó el concierto. Por la noche, con los pies puestos sobre un calentador ardiente, escribió a su padre: «Si hubiera aquí un lugar donde la gente tuviera oído, un corazón para sentir, si al menos comprendieran algo de música, si tuvieran gusto, me reiría cordialmente de todas esas cosas. Pero sólo estoy rodeado de brutos y bestias, en lo que se refiere a música, claro. ¿Cómo, por lo demás, podría ser de otro modo? No son diferentes en todas sus acciones, sus móviles y sus pasiones. Los franceses son y seguirán siendo unos asnos».

París, 13 de mayo de 1778 Triste, casi chirriante, la sonata para piano y violín en mi menor[180] expresaba la decepción de Wolfgang. Sin embargo, la próxima publicación de sus variaciones sobre la melodía de Je suis Lindor[181] sería una primera aparición seria en el seno del universo parisino. Variando ritmo y melodías, el compositor había elegido el aire compuesto por un tal Dezède sobre las palabras que pronunciaba el conde Almaviva en El barbero de Sevilla, cuando se hacía pasar por un joven plebeyo ante los ojos de Rosina. Cierto día, tal vez, Wolfgang utilizaría de otro modo esa historia. Su verdadero objetivo seguía siendo hacer ejecutar, por fin, su sinfonía concertante. Asediaba, por tanto, el despacho de Le Gros. —¿Qué deseáis, Mozart? —Vuestra decisión en cuanto a la obra que os confié. —¿Qué obra? —Mi sinfonía concertante. —No lo recuerdo. —Os parecía demasiado larga, demasiado moderna, demasiado… —¡Ah, sí, la recuerdo vagamente! Olvidemos eso, ¿os parece? Inaudible en el Concierto Espiritual. Sin duda haréis algo mejor. Seguid dando lecciones y perfeccionándoos. De regreso a su casa, con aspecto sombrío, Wolfgang sufrió un asalto de su madre. www.lectulandia.com - Página 247

—No veo a mi hijo en todo el día, me paso la jomada sola en la habitación, como detenida, ni siquiera sé el tiempo que hace, temo perder el uso de la palabra. Y además tu padre se impacienta. Vuelve a ver al barón Grimm y pídele que te procure una buena situación. El compositor, que se negaba a discutir, recibió a un simpático músico de trompa que apreciaba su obra y su talento de intérprete. —Queda libre un puesto de organista en Versalles —le comunicó—. Deberíais solicitarlo. ¡Versalles, el teatro de su gloria infantil! —¿Bien pagado? —Muy mal. —¿Un primer peldaño o un callejón sin salida? —Honestamente, poco ascenso posible. Sin embargo… —Esta corte ya no me interesa. Me hablarían constantemente de mis hazañas de chiquillo superdotado y no tengo ganas de componer música de iglesia, pomposa y aburrida. Para crear, hay que seguir en la idea. La de Versalles no es la mía.

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67 París, 5 de junio de 1778

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ras una penosa jornada en la que Anna-Maria, febril, se había quejado otra vez de su aislamiento, se durmió soñando con su querido Salzburgo. Wolfgang compuso una sonata para piano en la menor[182], expresando su revuelta contra el fracaso, sus momentos de desesperación ante una situación bloqueada, pero también su voluntad de seguir adelante de todos modos. «A menudo no encuentro en las cosas ni pies ni cabeza —le escribía a su padre—. ¿Hace frío? ¿Hace calor? Realmente nada me alegra». Sólo la amistad del conde Von Sickingen permitió a Wolfgang no hundirse. Al terminar una sonata para piano y violín[183] iniciada en Mannheim, encontró cierto apaciguamiento. Luego aceptó el encargo de una música para ballet, esperando que ésta originara la de una ópera. —El mundillo musical sólo habla de la disputa entre los admiradores de Gluck y los de Piccinni —recordó el conde—. ¿Habéis tomado partido? —Ese tipo de debate no me interesa —respondió Wolfgang—. ¿Por qué encerrarse en una oposición tan estéril? —No pronunciaros os ganará la enemistad en ambos bandos. —Hay imbéciles en todas partes. —Todo París llora la muerte de Voltaire, el 30 de mayo pasado. ¿Sabéis que no se había limitado a la Academia y a la Comedia francesa? A sus ochenta y cuatro años, acababa de adherirse a la logia masónica las Nueve Hermanas, un círculo muy encopetado. ¡Santo Dios, cómo le gustaban los honores a ese anciano! —Ha muerto como un perro, el muy descreído, ha tenido lo que merecía. La dureza del juicio sorprendió al conde Von Sickingen. —Se diría que no apreciáis demasiado la filosofía de las Luces. —Me parece tan tenebrosa como esa nueva tendencia literaria alemana, el Sturm und Drang[184], que consiste en desear tormentas y desórdenes interiores para llorar mejor por uno mismo. Sólo importa la búsqueda de la serenidad, con su cortejo de pruebas que es preciso intentar superar de un modo púdico. www.lectulandia.com - Página 249

París, 11 de junio de 1778 En el cartel que anunciaba la representación del ballet Les petits riens[185], el nombre del compositor, Mozart, ni siquiera se mencionaba. Cuando Wolfgang tuvo el honor de ser recibido por el maestro de ballet Noverre, orgulloso de su nuevo éxito, apenas osó quejarse de ello. —Al público no le interesa la música, mi querido Mozart, sino los bailarines. Viene a ver una hazaña física. Vuestro trabajo no ha disgustado, seguid así. —Preferiría componer una ópera. —¿En la estela de Gluck o en la de Piccinni? —Ni una cosa ni la otra. —¡Sin embargo, debéis elegir! —¿No existen otros caminos? —No en este momento. París sabe lo que quiere. Renunciad a vuestro proyecto. No dais la talla para un género tan arduo. Wolfgang no hablaría a su padre del asunto de Les petits riens, donde su nombre no había salido de la nada. Sería mejor no entristecer más a Leopold, que debía comenzar a tomar conciencia del fracaso de aquel exilio parisino.

Castillo de Mattisholm (Suecia), 12 de junio de 1778 Fernando de Brunswick, Gran Maestre de la Estricta Observancia templaria, lanzaba una nueva ofensiva contra la candidatura de Carlos de Sudermania a la dirección de la séptima provincia de la orden. Nunca los daneses, miembros de aquella provincia, aceptarían ser dirigidos por un príncipe sueco destinado a las más altas funciones. Y los hermanos de Sajonia y de la Baja Alemania deseaban a uno de los suyos. Ante tantas oposiciones, ¿no acabaría renunciando el duque de Sudermania? Cuando se disponía a abandonar Dinamarca, Femando de Brunswick recibió una sorprendente invitación: su temible competidor lo invitaba a instalarse en Suecia, en el castillo de Mattisholm, para conversar allí con toda fraternidad. Era imposible rechazarlo, so pena de ofender gravemente al príncipe y www.lectulandia.com - Página 250

provocar una guerra abierta cuya primera víctima sería la Estricta Observancia. El sueco recibió a su huésped con extremada cortesía. Tras una excelente cena, se retiraron al abrigo de oídos indiscretos. —Apenas nos conocemos, mi querido Brunswick. Sobre todo, vos no conocéis el Rito sueco. ¿Acaso un francmasón no siente siempre deseos de aprender y hacer que retroceda la frontera de su ignorancia? —Predicáis a un convencido, pero vuestro Rito sigue siéndome inaccesible. —¿Y si os facilitara la llave? —¿De qué modo? —Iniciándoos al grado de Gran Oficial sueco. Así nos comprenderíamos mejor y nuestras relaciones fraternas mejorarían por ello. Femando de Brunswick manifestó una real satisfacción, aun desconfiando de la habilidad estratégica del adversario. La maniobra de Carlos de Sudermania se volvió contra él, pues el Gran Maestre de la orden templaria se vio atrozmente decepcionado por la pobreza del Rito sueco, que no le enseñó nada. Ocultando su rencor, se felicitó por aquella hermosa fraternidad, haciendo creer al enemigo que lo había convencido de no seguir oponiéndose a él. «Si el Rito sueco se apoderara de la Estricta Observancia —concluyó para sí el duque de Brunswick—, la francmasonería se sumiría muy pronto en la nada».

París, 18 de junio de 1778 Gracias a la intervención de Anton Raaff, aquel tenor que admiraba a Mozart, Le Gros se había dejado convencer por fin. Aun exigiendo varias modificaciones a la sinfonía[186] propuesta por el alemán, aceptaba que se ejecutase en el Concierto Espiritual. Utilizando fuertes contrastes, Wolfgang había calculado los momentos en los que el público parisino aplaudiría. Y no se había equivocado. A aquella gente sólo le gustaban los efectos. Feliz por haber sido por fin oído, si no escuchado, el músico dio gracias a Dios y comió un helado en el Palais-Royal. Sin embargo, no se tapaba los ojos: una sencilla y pequeña conquista de respeto, sin futuro tal vez. Frío y distante como siempre, Le Gros no parecía decidido a recibirlo en el www.lectulandia.com - Página 251

cenáculo de los compositores reconocidos. Wolfgang le habló a su padre de una especie de triunfo. La piadosa mentira consolaría a Leopold. Al regresar a su casa, el músico encontró enferma a su madre, víctima de una infección intestinal que los medicamentos no apaciguaron. El 20, fue presa de una fuerte fiebre, pero rechazó un médico francés. Gracias a sus amigos, Wolfgang encontró un facultativo alemán. Examinó a la paciente el 24, cuando ya estaba perdiendo el oído. El 29, la consideró perdida. El 30, su hijo recurrió a otro médico que confirmó el diagnóstico. Tras haberse confesado y haber recibido los últimos sacramentos, Anna-Maria se sumió en el delirio. El 3 de julio, a las diez y veintiún minutos de la noche, entregó su alma a Dios.

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68 París, 3 de julio de 1778

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olfgang, conmovido, contemplaba el rostro apaciguado de la difunta. Su primera confrontación directa con la muerte… La de su madre, de cincuenta y ocho años de edad. Había vivido con extraña serenidad cada minuto de su agonía. No era él quien sufría, sino Anna-Maria; las lágrimas y las quejas no le habrían sido de ninguna ayuda. Al contrario, mostrándole su ternura y su confianza en Dios, lo había ayudado a atravesar aquella terrorífica prueba. Ahora, pensaba en su padre. Nunca volvería a ver a su tan amada esposa, muerta tan lejos de su querido Salzburgo. No asistiría al entierro y no podría recogerse sobre su tumba. Era imposible anunciar brutalmente a Leopold la desaparición del ser que más quería en el mundo. Le escribió así una carta en la que le habló del concierto del 18 de junio, de la muerte del trapacero e impío Voltaire, de que había rechazado un puesto de organista en Versalles. Para preparar a Leopold para lo peor, habló de la grave enfermedad de Anna-Maria y añadió: «Tengo valor, suceda lo que suceda, porque sé que es Dios quien lo ordena todo para nuestro mayor bien, aunque nos parezca que las cosas van de través, Él así lo quiere. Creo, en efecto, y nadie me convencerá de lo contrario, que ningún doctor, ningún ser humano, ninguna desgracia, ningún accidente puede dar y quitar la vida a un ser humano, sino sólo Dios. Depositemos nuestra confianza en Él y consolémonos con el pensamiento de que todo va bien cuando sucede siguiendo la voluntad del Omnipotente: pues Él es quien mejor sabe lo que nos es útil y ventajoso, a todos, para nuestra felicidad y nuestra salvación, tanto en el tiempo como en la eternidad». Al mismo tiempo, Wolfgang mandó una misiva a un religioso salzburgués, el abate Bullinger, con el fin de que preparase a Leopold para la atroz noticia.

París, 9 de julio de 1778

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El 4, Anna-Maria Mozart había sido enterrada en el cementerio de SaintEustache, en París. Compasiva, madame d’Épinay ofreció una de las habitaciones de su mansión al joven músico, tan duramente puesto a prueba. Cinco días después de la muerte de su madre, Wolfgang reveló la verdad a su padre e intentó tranquilizarlo: «En estas tristes circunstancias, he buscado consuelo en tres realidades. Primero, en mi completo y confiado abandono a la voluntad de Dios. Luego, en mi presencia en su muerte, tan dulce y bella, pues me imaginaba cómo, en aquel instante, ella se había vuelto feliz, tanto más feliz que nosotros, que albergué el deseo de partir con ella, en el mismo instante. Finalmente, en esa sensación nacida de ese deseo y esa aspiración, a saber, que no la hemos perdido para siempre, que volveremos a verla y estaremos unidos de nuevo, más alegres que en este mundo. Ignoramos dentro de cuánto tiempo. Pero no siento temor alguno: cuando Dios lo quiera, yo lo querré también. Ahora, Su voluntad se ha hecho. Recitemos un ferviente padrenuestro por el alma de mamá y tratemos otros temas, pues todo tiene su tiempo». ¿Volver ya esa dolorosa página? Sí, pues la verdadera vida no se limitaba a la existencia terrenal. El sufrimiento de los vivos no afectaba a los bienaventurados muertos y las tinieblas del óbito no oscurecían la luz eterna. Cuando salió a tomar el aire de aquel París que detestaba, Wolfgang se encontró con Thamos. —No podías hacer nada —declaró el egipcio—. El organismo de tu madre estaba muy debilitado. —Velaba por mi padre, por Nannerl, por mí. Hoy nos hemos visto privados de un genio bueno. —Tu soledad te dará nuevas fuerzas. —¿Aquí, en París? Si al menos esa lengua francesa no fuera tan abominable para la música… —¿Acaso no cantan los instrumentos en una lengua universal? Háblame de tu sinfonía concertante. Wolfgang le abrió su corazón. ¡Por fin alguien lo escuchaba!

París, 10 de julio de 1778 Madame d’Épinay sirvió un delicioso café al barón Grimm. www.lectulandia.com - Página 254

—He escuchado vuestra súplica, querido amigo, y le he dado una habitación al pobre Mozart. Ver morir a su madre en país extranjero, tan lejos de su casa, ¡qué tristeza! ¿Se recuperará el infeliz muchacho? —Haría bien regresando a Salzburgo. —¿No vino a buscar gloria y fortuna a París? —Dado su carácter intransigente y su mediocre talento, no hay posibilidad alguna. La música alemana, y la suya en particular, no convienen al gusto francés. Como niño prodigio, divertía. Hoy, aburre. Ni Le Gros, un excelente conocedor, ni los compositores de renombre lo aprecian. —¿No tiene apelación vuestro juicio, barón? —No me equivoco nunca, y os aseguro que ese maestrillo será olvidado muy pronto. Por eso le he escrito a su insoportable padre, tan obstinado, que su retoño no es lo bastante retorcido ni lo bastante emprendedor para hacerse un lugar en París. El candor del niño Wolfgang nos distraía, el del adulto nos importuna. El tal Leopold me ruega de rodillas que me ocupe de su hijo, pero no tengo ganas de perder el tiempo. Muy pronto, querida amiga, os desharéis de ese parásito.

París, 20 de julio de 1778 Entregado a sí mismo pero tranquilizado por su breve encuentro con Thamos, Wolfgang se abandonó a la alegría de componer. Primero una sonriente sonata en do mayor[187] donde no aparecía el menor eco de la reciente tragedia; luego otra, en la mayor[188], que empezaba con un insólito movimiento lento, con variaciones, que magnificaba una canción popular alemana, El verdadero saber vivir, y concluía con una distraída marcha turca, inspirada en la obertura de Los peregrinos de La Meca de Gluck. Por lo que se refiere al trío, evocaba el sublime tema de las almas felices del Orfeo del mismo autor. Con un sorprendente sentimiento de apacible felicidad y de liberación, Wolfgang pensaba en su madre y le ofrecía esas obras llenas de ardor y de dulzura, a su imagen y semejanza. Anna-Maria sólo había conocido la tristeza lejos de su hogar, donde, a lo largo de toda su existencia, ella había ofrecido alegría y armonía. Ese mismo día, para la fiesta de Nannerl, Wolfgang escribió un rondocapriccio[189] que permitiría a su hermana desentumecer sus dedos.

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París, 31 de julio de 1778 La víspera, obsesionado de nuevo por el rostro de su querida Aloysia, Wolfgang había escrito a su padre, Fridolin, recomendándole que ayudara más aún a su maravillosa hija, privada de contratos y papeles a su medida. ¡Qué la declarase enferma! Así, la corte de Mannheim se apiadaría de ella y la tomaría, por fin, en consideración… Impaciente por volver a verla, Wolfgang prometía componer una obra que le ofrecería en cuanto regresara. Evitando hablar de la muerte de su madre a la familia Weber, tan puesta a prueba ya por el infortunio, llamaba a Aloysia Carissima Amica, seguro de que ella compartía sus sentimientos. Otro sentimiento, la cólera, animaba a Wolfgang cuando cruzó la puerta de la mansión del duque de Guisnes. —He sabido de la muerte de vuestra madre —dijo el aristócrata con tono afectado—. Todas mis condolencias. ¡Nadie escapa a la muerte, ay! Sed valeroso, el tiempo borra las penas. —Vengo a hablaros de mi concierto para flauta y arpa, señor duque. —¡Una obra deliciosa! Mis amigos y yo mismo la hemos apreciado mucho. —Hace ya tres meses que espero el pago. —¡Primero el arte, querido Mozart! Qué trivialidad mezclar en él bajas cuestiones materiales. —La música es mi oficio, me permite vivir. Me gustaría recibir el dinero que se me debe. —¡Lo tendréis, tranquilizaos! —¿Cuándo? —Cuando… cuando me plazca. —A mí me placería obtenerlo de inmediato. —¡Ni lo penséis, joven! Un papanatas alemán no le da órdenes a un noble francés. Salid de mi casa. Al ver llegar a Mozart a grandes zancadas, madame d’Épinay comprendió que estaba enojado. —¿Qué ocurre, Wolfgang? —Los papanatas franceses creen que aún tengo siete años y que pueden tratarme como a un chiquillo. —Desgraciadamente es así —reconoció ella—. Aquí os consideran un principiante.

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Wolfgang se encerró en su habitación y se confió a su padre, cuyas desgarradoras cartas le destrozaban el alma: «Bien sabéis que, en toda mi vida, no había visto aún morir a nadie. ¡Y ha sido necesario que, la primera vez, fuera precisamente mi madre! Dar lecciones, aquí, no es una broma… ¡Agota bastante! Y si no se dan muchas, no se obtiene dinero suficiente. No creáis que hablo por pereza, sino porque es una actitud del todo contraria a mi “genio” y a mi modo de vivir. Sabéis que estoy, por así decirlo, metido en la música, que la compongo todo el día, que me gusta pensarla, estudiarla, aplicarme a ella. Pues bien, aquí me lo impide el género de existencia que me imponen. Cuando tengo algunas horas de libertad, no me sirven para componer, sino para recuperar un poco las fuerzas».

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69 Viena, 15 de agosto de 1778

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eytrand se secó la frente. Abrumado por el calor, sufría del hígado y tenía los tobillos hinchados. Detestando el verano y su intensa luz, se dirigió al despacho secreto del conde Anton, que odiaba, también, esa estación. Con las cortinas cerradas, el conde vivía en la penumbra. —El convento de Wolfenbuettel terminó de un modo apacible —reveló Geytrand—. Oficialmente, la Estricta Observancia y el Rito sueco cesan las hostilidades y se convierten en los mejores aliados del mundo. Por lo que se refiere al duque de Sudermania, gobernará la enorme séptima provincia doblegándose a las directrices del Gran Maestre, Femando de Brunswick. —«Oficialmente» —advirtió Joseph Anton—, ¡no lo crees, pues! —Ni por un solo instante. Según algunas indiscreciones de caballeros alemanes furiosos por la elección de Carlos de Sudermania, esta paz ha sido arrancada con fórceps y acompañada por restricciones inaceptables para el príncipe sueco. Puesto que quería echar mano, a toda costa, a la provincia, ha fingido doblegarse. Mañana, chocará con Brunswick e intentará excluirlo cambiando las reglas del juego. El duque de Sudermania no puede ser un subalterno. Y el Gran Maestre no le cederá ni un ápice de su poder. Y pese a ese tratado de circunstancias y a las buenas palabras, el conflicto se anuncia como inevitable. —¿Por quién apuestas? —No tengo favorito, señor conde. Ambos adversarios son igualmente feroces y están igualmente decididos. El duque de Brunswick ha perdido una batalla, pero no la guerra. Sigue siendo el Gran Maestre de toda la orden, y los Grandes Maestres provinciales le deben obediencia. Además, los francmasones alemanes nunca elegirán a un sueco para encabezarlos. Suceda lo que suceda, la francmasonería se verá considerablemente debilitada. ¡Ah, otro nombre para nuestras tablillas! Bode, uno de los amigos del Gran Maestre, ocupa ahora un lugar importante en la jerarquía de la Estricta Observancia. Él se encargó de la redacción del acta de alianza y da pruebas de celo y dinamismo. Convertido en administrador de los bienes de la viuda del ministro de Estado Von Bemstorff, reside en Weimar, ciudad agradable y tranquila. En adelante, www.lectulandia.com - Página 258

ya no tendrá preocupaciones materiales y se consagrará a la cruzada contra los jesuitas y la Iglesia. Joseph Anton abrió un nuevo expediente.

Salzburgo, 15 de agosto de 1778 A Leopold le costaba recuperarse de la muerte de Anna-Maria. Era imposible colmar aquel inmenso vacío, y sólo el tiempo atenuaría el sufrimiento de aquella herida incurable. Nunca volvería a casarse. Su hija, Nannerl, se comportaba con tacto y abnegación, pero habría necesitado hablar con su hijo. ¿Cuándo volverían a verse? Wolfgang seguía luchando por conquistar París, sin gran éxito. Y uno de los párrafos de una carta reciente inquietaba a Leopold: «Salzburgo me resulta odioso —afirmaba—. Tendré más esperanza de vivir feliz y satisfecho en cualquier otra parte que no sea Salzburgo. En primer lugar, la gente de la música no goza allí de consideración alguna; luego, no entienden nada». Muy pronto, Leopold tendría que comunicar a su hijo que el barón Grimm ya no aceptaba ayudarlo y que era preciso regresar a Salzburgo. Dado su estado de ánimo, ¿cómo reaccionaría Wolfgang? El 11 de agosto, la muerte de Giuseppe Lolli, maestro de capilla en la corte de Salzburgo, le había dado a Leopold esperanzas de obtener por fin el puesto. Una decepción, de nuevo. El único regalo de Colloredo: un aumento de cien florines. Y el vicemaestro de capilla, tan obediente y abnegado, ya no podía compartir sus sentimientos con Anna-Maria.

París, 16 de agosto de 1778 Los alumnos de Wolfgang adoraban sus variaciones para piano sobre las melodías de Ah, vous dirai-je, maman[190] o de La Belle Française[191], pero confiaba más bien su impulso creador, sus interrogantes, la alternancia de claridad y drama a su sonata en fa mayor[192]. El músico narraba en ella la complejidad de la caótica existencia que estaba viviendo sin percibir todos los secretos que sin duda conocían los sacerdotes del sol. Un sol que, a pesar de la estación, faltaba en París, donde, sin

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embargo, acababan de interpretar de nuevo su sinfonía en el Concierto Espiritual de Le Gros. —Podéis estar satisfecho, Mozart. Al público le gustan vuestros pequeños inventos. Seguid, pues, por ese camino, sin olvidaros de dar vuestras lecciones, y tal vez lograréis un lugar honorable… —Sueño con una ópera. —Gluck y Piccinni copan todo el escenario. —¿No tenéis un libreto que ofrecerme? —Ni el más mínimo. Olvidad ese proyecto insensato y limitaos a lo que sabéis hacer. Le Gros, hastiado, cortó en seco la conversación y se reunió con su amigo, el barón Grimm. —Ese alemán me pone los nervios de punta —le confió—. Debería satisfacerse con lo que le damos y no exigir más sin cesar. —Trata con un personaje detestable, un tal Von Sickingen, al que le cuesta mucho integrarse en la sociedad parisina, y no permanecerá mucho tiempo en su puesto —reveló Grimm—. Sólo yo podría haber ayudado al tal Mozart si se hubiera mostrado dócil. No os preocupéis más por él, mi querido Le Gros. Su carrera ha terminado.

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70 Saint-Germain-en-Laye, 28 de agosto de 1778

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a encantadora morada del mariscal de Noailles, un parque admirable y, sobre todo, la inesperada felicidad de volver a ver a Johann Christian Bach y permanecer una semana en su compañía, ¡lejos del asfixiante París y de sus miserables intrigas! Pasaron horas maravillosas hablando de música, y Wolfgang compuso una escena dramática[193] para el castrado Tenducci, un amigo de Bach. Terminó nueve variaciones para piano sobre la melodía de Lison dormait[194] y una nueva sinfonía, brillante y ligera[195], destinada al Concierto Espiritual. —París no os conviene —estimó Johann Christian Bach—. ¿Por qué no os instaláis en Londres? Allí sopla un verdadero aire de libertad, y vuestro talento sería reconocido. —Mi madre ha muerto recientemente, y no puedo abandonar a mi padre en su soledad. —Tenéis un gran corazón, Wolfgang, pero no pensáis bastante en vos mismo. Aquí no progresaréis. Los franceses son superficiales e hipócritas, el barón Grimm sólo alimenta su propia vanidad. Con su pequeña cohorte de intelectuales pretenciosos, infatuados por su triunfante tontería, lo decide todo. Os consideran una cantidad desdeñable, aunque el Concierto Espiritual acepte, de vez en cuando, una de vuestras sinfonías siempre que no ofusque el gusto del día. Sois demasiado puro y entero para conquistar una ciudad como París. Debido a mi mediocre reputación, soy incapaz de ayudaros. A Wolfgang le habría gustado tener un padre como Johann Christian Bach. Juntos, tocaron música, sin tener que preocuparse por un auditorio. El maravilloso reino del Rücken resucitaba, resurgía el otro lado de la vida, con sus encantadores paisajes. Pero la lluvia cayó sobre Saint-Germain-en-Laye. Johann Christian Bach regresó a Londres y Wolfgang a París.

París, 1 de septiembre de 1778

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Wolfgang volvió a leer la carta de su padre y, sobre todo, la copia de la del barón Grimm. El omnipotente crítico afirmaba que el joven salzburgués no tenía ninguna de las cualidades que el medio artístico parisino apreciaba. «Demasiado cándido, poco activo, demasiado fácil de atrapar, no lo bastante retorcido, ni emprendedor ni audaz». Y el ilustre barón no disponía ni del tiempo ni de la fortuna necesarios para asentar la eventual carrera de Mozart. —¿Conocéis nuestra última atracción? —preguntó madame d’Épinay, siempre tan fútil—. ¡Una especie de mago se ha instalado en la plaza Vendôme y pretende curar todas las enfermedades gracias al magnetismo! —¿Acaso se trata… del doctor Mesmer? —¿Lo conocéis? —Un poco. —Sus éxitos son tales que ya está desbordado. Franz-Anton Mesmer hizo un hueco en su horario para recibir a Wolfgang. Tras haberlo magnetizado largo rato para restablecer la circulación de la energía, insistió en la necesidad de percibir el fluido vital que servía de vínculo entre los seres vivos. —Vuestra música es una expresión de ese fluido —precisó—. Cuanto más esté en armonía con él, más le servirá de vehículo, y más conmoveréis los espíritus y los corazones. Así, contribuiréis de modo decisivo al equilibrio de nuestro mundo, Wolfgang. —¿Volveréis a Viena, doctor? —No; la terapia por el magnestismo no es reconocida allí. Aquí, además de los tratamientos individuales, pongo en práctica cuidados colectivos. Varios pacientes, sentados uno al lado del otro, formarán una cadena y quedarán unidos por varillas de hierro o cuerdas a una jofaina que contenga agua, limaduras de hierro y arena. La circulación del flujo magnético aliviará sus males. —París no me da suerte —advirtió Wolfgang—. Mi madre murió aquí el 3 de julio, y no obtengo el éxito que mi padre esperaba. —Perseverad, pero no permanezcáis prisionero. Nada debe impedir vuestro vuelo.

París, 11 de septiembre de 1778 —Señor barón —dijo Wolfgang a Grimm en tono más bien seco—. Estoy muy descontento de la actitud de Le Gros para conmigo. No se interesa www.lectulandia.com - Página 262

por mis obras y no me deja entrever porvenir alguno. —Amigo mío, Le Gros es un importante profesional cuya opinión es decisiva. Vos, muchacho, sólo sois un principiante. París exige mucho, vuestra música carece de las cualidades necesarias para seducir a la capital de las artes y las letras. Además, hay un asunto mucho más urgente… Durante la enfermedad de vuestra madre, os presté la módica suma, aunque no desdeñable, de quince luises de oro. Ahora deseo recuperarla. Pálido, asqueado, Wolfgang guardó silencio. En su domicilio lo esperaba una carta de su padre. En ella, Leopold le anunciaba, entusiasmado, que el príncipe-arzobispo Colloredo aceptaba tomar de nuevo al joven Mozart a su servicio y le ofrecía un puesto estable, ¡una plaza de organista! ¿Podía soñar con algo mejor? Así pues, Wolfgang debía regresar a Salzburgo de inmediato. Magnánimo, Leopold le concedía incluso la autorización de tratar a Aloysia. ¿No iba todo del mejor modo y en el mejor de los mundos? Wolfgang respondió que sería muy feliz volviendo a ver a su padre y a su hermana, pero añadió que no era una gran felicidad volver a estar encerrado en Salzburgo. Puesto que sus asuntos mejoraban, no regresaría de inmediato. Tal vez tuvieran éxito algunos proyectos en curso…

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71 París, 26 de septiembre de 1778

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o os habéis marchado aún, Mozart! —se extrañó Grimm, furioso. —Esperaba… —¿Pero cómo hay que decíroslo? ¡No tenéis nada que esperar, nada de nada! Un músico alemán principiante y sin ambiciones no tiene posibilidad alguna de tener éxito en París. Aquí tenéis todas las puertas cerradas. Os pago el viaje, tomáis la diligencia más cómoda y rápida y desaparecéis. Al cabo de una penosa estancia de seis meses, Wolfgang no se sentía descontento de abandonar París, pero temía regresar a Salzburgo. Una nueva decepción: una vieja diligencia atestada, ¡la más barata y la más lenta! No necesitaría cinco días para llegar a Estrasburgo, sino diez. Una vez más, el tacaño de Grimm le había mentido. Cuando se le pasó el enfado, Wolfgang lanzó una ojeada a sus compañeros de infortunio. ¡Thamos estaba entre ellos! Discutía con un comerciante en vinos que creía estar hablando con un mercader que disponía de eficaces contactos en Inglaterra. En Nancy, Thamos bajó y le indicó por señas a Wolfgang que lo siguiera. Subieron a un excelente coche. El músico contó detalladamente los últimos episodios de su aventura parisina y no ocultó sus desilusiones. —Y ahora, Salzburgo… Allí, no sé quién soy, lo soy todo y también, a veces, nada de nada. No pido tanto, ni tan poco: sólo ser algo. ¡Pero que realmente sea algo! —Antes habrá muchas etapas —precisó el egipcio—, comenzando por la de Estrasburgo, donde darás tres conciertos. No esperes una gran asistencia de público ni una gran remuneración, pero te gustará tocar con músicos de calidad, felices de recibirte. —¿Lo… lo habéis organizado todo? —Tus amigos de Mannheim tienen relaciones en Estrasburgo. Thamos omitió decir que había visitado diversas logias[196], sin olvidar la antiquísima comunidad de constructores que preservaba la herencia de los maestros de obra de la Edad Media.

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Estrasburgo, octubre de 1778 Wolfgang necesitaba purificarse de las escorias parisinas y conversar con seres que sintieran por él un afecto real. Trató con músicos francmasones, pasó divertidas veladas alrededor de buenas mesas y conoció al viejo maestro de capilla Richter, quien, a los sesenta y ocho años, sólo bebía ya veinte botellas de vino diarias, en vez de cuarenta. El 17 de octubre, su primer concierto le proporcionó tres luises de oro; el 23, el segundo, también tres; el 31, el tercero, un solo luis, pues la sala estaba medio vacía. Pero Wolfgang había recuperado la alegría de vivir, y concluyó una hermosa sonata para piano[197] iniciada en París que se abría con un tema de Johann Christian Bach. Fue sinónimo de liberación y de un feliz período, a pesar de las cartas de su padre, que no comprendía por qué su hijo se demoraba tanto tiempo en Estrasburgo. Leopold le comunicó también una noticia, buena y mala al mismo tiempo: la familia Weber acababa de abandonar Mannheim para dirigirse a Munich, donde Aloysia había sido contratada por la Ópera. Justo reconocimiento del talento de la joven cantante, pero desgarrador alejamiento. Contrariamente a sus esperanzas, la mujer que amaba no viviría en Salzburgo, y la prisión dorada se transformaba en penal. Para calmar la impaciencia de su padre, Wolfgang le precisó que se alojaba en casa de Schertz, un rico notable que aceptaba prestarle dinero. Y le explicó las razones profundas de su estancia: «Aquí, soy considerado con honor. La gente dice que todo es tan noble en mí, que soy tan maduro, que soy tan honesto, que tengo tan buena conducta…». ¿Comprendería Leopold, por fin, sus verdaderas aspiraciones y la calidad de su ser? La terapia de Thamos se reveló eficaz. Del individuo herido, fatigado por las afrentas y los sufrimientos soportados en París, brotaba un nuevo Wolfgang, dispuesto a afrontar nuevas pruebas.

Mannheim, 6 de noviembre de 1778 El 4 de noviembre, Wolfgang se había resignado a abandonar Estrasburgo con destino a otra ciudad cara a su corazón, la tan musical Mannheim. La familia Cannabich lo recibió con los brazos abiertos. Contó a su amigo Christian sus desventuras francesas, terminando así de liberarse de aquel peso. Volvía una página, jamás pondría de nuevo los pies en www.lectulandia.com - Página 265

París. El barón Herbert von Dalberg, intendente del teatro de Mannheim y francmasón, informado por Von Sickingen del paso de Mozart, lo invitó a una cena a la que asistía también el hermano Otto von Gemmingen. —¿Cómo se encuentra mi Semíramis, señor Mozart? —Apenas está esbozada, lo reconozco. —Si os quedáis algún tiempo en Mannheim, ¿podremos trabajar juntos? —¡Con mucho gusto! La obra se presentaba como un duodrama[198] que buscaba un perfecto acuerdo entre el texto y la música. Wolfgang recuperaba por fin el impulso de Thamos, rey de Egipto gracias a un tema con múltiples resonancias iniciáticas, que percibía sin comprenderlas. Pensando en Aloysia, describiría una magnífica figura de mujer. Otto von Gemmingen le dejaba total libertad de creación y se adaptaba a sus exigencias cuando era preciso modificar palabras o frases para conceder el primer lugar a la música. Por lo que se refiere al barón Von Dalberg, procuraba al músico las lecciones necesarias para que asumiera sus gastos de estancia y tocara al máximo con sus amigos. Como Wolfgang escribió a su padre, el 12 de noviembre se organizaba en Mannheim una Academia de aficionados de los que el joven ignoraba que eran casi todos francmasones. En su compañía, pasó horas maravillosas.

Mannheim, 15 de noviembre de 1778 —Una verdadera catástrofe —le dijo Otto von Gemmingen a Thamos—. El príncipe-elector ordena a la orquesta que se reúna con él en Munich, donde sigue ambicionando el trono de Baviera. Si la situación se degrada, estallará una guerra entre Prusia y Austria. Menguada ya, la vida musical de Mannheim se reduce a la nada. —Y Wolfgang queda directamente afectado —deploró el egipcio. —Mis hermanos preparaban discretamente el terreno con Carlos Teodoro para que Mozart obtuviera un puesto estable y bien pagado, pero el traslado de la orquesta arruina el proyecto. Y la representación de Semíramis no tendrá lugar. Es imposible montar esa ópera en Munich, donde ni Von Dalberg ni yo mismo disponemos de suficientes relaciones. Ahora todo depende de la buena voluntad de Carlos Teodoro, que apoyará www.lectulandia.com - Página 266

siempre al príncipe-arzobispo Colloredo contra Mozart. Lo que esperábamos en Mannheim no es realizable en ninguna otra parte. ¡Me habría gustado tanto tener éxito y evitarle nuevas dificultades materiales! —Así es —asintió Thamos—, y Wolfgang tendrá que mostrarse a la altura de las dificultades que lo aguardan. Un Gran Mago no se forma de otro modo. —Se trata efectivamente de un ser excepcional —dijo Otto von Gemmingen—, su sensibilidad no es sensiblería, sino inteligencia de corazón. Su mirada ve paisajes cuya existencia nosotros ni siquiera sospechamos, y lo creo capaz de transmitir esta misión por medio de la música. ¿Se encarnizará con él, mucho tiempo aún, el destino?

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72 Mannheim, 22 de noviembre de 1778

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iertamente, Wolfgang no se había andado por las ramas al escribir a su padre: «El arzobispo nunca me pagará bastante por ser esclavo en Salzburgo, y siento angustia al verme en esta corte de miseria». Sin embargo, no esperaba tanto furor por parte de Leopold: «Tomas por oro lo que, a fin de cuentas, es sólo falso metal. ¿Tu amor por la señorita Weber? No me opongo en absoluto a él. No lo hice cuando su padre era pobre, ¿por qué voy a hacerlo ahora, cuando puede hacer tu felicidad y no tú la suya? Todo tu designio es arruinarme para proseguir tus quimeras». Aquel padre tan amado, tan venerado, no vacilaba en acusar a su hijo de desear su muerte. Otto von Gemmingen, obligado a abandonar Mannheim; la orquesta, de camino hacia París; la Ópera, cerrada. Wolfgang se encontraba solo y sin apoyo. Entonces reapareció Thamos. —Mi padre exige mi inmediato regreso a Salzburgo. De lo contrario, tendré su muerte sobre mi conciencia. ¿Qué puedo esperar aquí? —Dadas las circunstancias políticas, nada. El propio Gemmingen está en peligro. El príncipe-elector Carlos Teodoro dirige el juego y se apoya en numerosos aliados, entre los que figura Colloredo. —Semíramis… ¿Se ha terminado? —Por desgracia, sí. —Un nuevo fracaso, después de Thamos, rey de Egipto. ¿Por qué no puedo llevar a cabo obras tan importantes? —Porque todavía no estás preparado. El destino se muestra más fuerte que tú, te falta magia. —¡No me la ofrecerá Salzburgo! —¿Y tú qué sabes? —Regresar allí me asfixiará. No sobreviviré por mucho tiempo a la falta de aire. —Bien sobreviviste en París. He aquí una nueva puerta que cruzar, más hermética aún. —¿No hay escapatoria? —Ninguna. www.lectulandia.com - Página 268

—¡Era tan feliz aquí! —¿Incluso sin Aloysia? —¿Lo… lo sabéis? Thamos sonrió. —¿No tienes edad para estar enamorado? —¡Edad de casarme! Aloysia es una cantante maravillosa, y estamos hechos el uno para el otro. Escribiré para ella hermosas melodías, y las interpretará de un modo incomparable. —Esperemos que así sea, Wolfgang. —¿Lo dudáis, acaso? —Confío en tu juicio de profesional. El 9 de diciembre, el prefecto imperial de Kaisersheim abandona Mannheim. Viajarás gratuitamente en el coche del séquito, en compañía de su secretario. —¿Iréis vos a Salzburgo? —Nunca te abandonaré.

Lyon, 25 de noviembre de 1778 A los cuarenta y ocho años, Jean-Baptiste Willermoz se sentía en plena posesión de sus medios y se acercaba, por fin, a la realización de su sueño masónico: crear un rito específico que permitiera a sus adeptos alcanzar lo divino. La Estricta Observancia había decepcionado mucho al comerciante lionés. Enseñanza empobrecida, ceremonias arcaicas, pocos conocimientos esotéricos. Sin romper los vínculos con la orden templaria y retirarse de ella oficialmente, Willermoz quería llegar mucho más lejos. Por eso, del 26 de noviembre al 3 de diciembre, organizaba el convento de las Galias para revelar a sus fieles parte de su plan. En primer lugar, afirmar la autonomía de la rama francesa de la Estricta Observancia y su originalidad. Luego, renunciar a la restauración material de la Orden del Temple, desaparecida para siempre en las brumas de la Historia. Desde la apertura del convento, Willermoz concretó la principal misión de la francmasonería: la beneficencia. Se ocuparía, prioritariamente, de mejorar la suerte de las viudas, los huérfanos, los enfermos, los indigentes, y practicaría la caridad. —Nadie podría desaprobar tanta generosidad —observó el conde de Tebas, un personaje fascinante de natural autoridad—. Puesto que www.lectulandia.com - Página 269

estamos entre hermanos, sometidos a la ley del secreto, reveladnos el verdadero objetivo de la francmasonería. Todos conocemos, aquí, la profundidad de vuestras investigaciones. Y tengo la sensación de que este convento no se parece a ningún otro. Willermoz, halagado, no se hizo de rogar. —La humanidad se compone de dos categorías principales. Por una parte, los réprobos a los que se niega el sello de la reconciliación con Dios; por otra, los hombres de deseo, capaces de ejercer el verdadero culto divino gracias a la iniciación. Como elegidos, contribuyen a la salvación final de la humanidad. Debemos obtener la reintegración y restablecer el hombre creado a imagen de Dios como señor de los espíritus. El discurso de Willermoz impresionó a la asamblea. —¿Semejante programa no implica una profunda reforma de las actuales estructuras masónicas? —preguntó Thamos. —Es indispensable, en efecto. Propongo dividir la andadura masónica en dos clases, una preparatoria y la otra secreta. El conocimiento de la verdad estará reservado a los iniciados de segunda clase, cuya existencia ignorarán los francmasones ordinarios. De modo que vamos a crear la Orden de los Caballeros Benefactores de la Ciudad Santa[199]. —¿Cuál es esa ciudad? —preguntó un hermano. —La ciudad de Palestina, donde Jesús fue crucificado, la verdadera cuna de la Orden del Temple, la Jerusalén de donde hay que volver a empezar. Pero es conveniente hablar más de Caballeros que de Templarios, pues el aspecto militar debe desaparecer en beneficio de la dimensión espiritual. Además, las autoridades desconfían de los neotemplarios, cuya hostilidad al papa y al rey podría considerarse amenazadora. Hermanos míos, os invito a una gran aventura. —¿Cuándo viviremos ese ritual? —preguntó Thamos. —En cuanto hayamos proclamado oficialmente el nacimiento de la nueva orden. El convento de las Galias se unía al proyecto de Jean-Baptiste Willermoz. Cada uno de sus fieles soñaba con convertirse, cuanto antes, en uno de los privilegiados.

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73 Lyon, 3 de diciembre de 1778

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a sala del capítulo de los Caballeros Benefactores de la Ciudad Santa estaba sumida en la oscuridad. Un débil fulgor procedía de la única linterna colocada junto al Comendador, Jean-Baptiste Willermoz, para que pudiera leer el texto del ritual de iniciación. Thamos cruzó el umbral, guiado por un caballero. De un lebrillo lleno de espíritu de vino brotó una llama, que simbolizaba el despertar de la conciencia del nuevo adepto. La luz que producía le permitió entrever un altar en forma de sepulcro. De modo que era preciso pasar por una muerte. Los Caballeros encendieron unas velas. Thamos distinguió los elementos del decorado: tapices negros cubrían los muros de la sala, adornados con calaveras coronadas de laureles y rodeadas de siete lágrimas. A un lado y otro de la puerta, dos esqueletos. Al fondo de la sala, un tercer esqueleto sentado a una mesita. En una tabla de trazado, estaba dibujando un triángulo inscrito en un círculo. En el corazón del infinito, más allá del fallecimiento, revelaba el pensamiento trinitario, fuente de toda vida. ¿No expresaba el triángulo la primera forma geométrica posible? El Comendador Willermoz instruyó al escudero Thamos sobre la larga filiación iniciática que desembocaba en el nuevo Caballero Benefactor de la Ciudad Santa, provisto ahora de una espada, una lanza y un collar del que colgaba un crucifijo. Lo revistieron con una toga y lo tocaron con un sombrero empenachado, antes de felicitarle por su acceso a ese grado supremo. Al finalizar la ceremonia, Willermoz dio la enhorabuena al egipcio. —¿Estás satisfecho, hermano mío? —En absoluto —respondió Thamos en voz baja. —¿Cómo te atreves a…? —Este ritual es sólo un preámbulo a los verdaderos misterios. No difiere bastante de los de la Estricta Observancia. Habéis concebido otro grado, del todo secreto, que supera el estado de Caballero. Deseo ser iniciado a éste. www.lectulandia.com - Página 271

El rostro de Willermoz, tan simpático, se endureció. —¿Eres un buen cristiano? —¿Ser discípulo del abad Hermes, asesinado por los fanáticos musulmanes, os basta? El Comendador contempló fijamente al egipcio. —Te iniciaré en el grado supremo.

Mannheim, 9 de diciembre de 1778 Como Thamos le había dicho, Wolfgang pudo subir al coche de los servidores del prelado imperial de Kaisersheim y viajó en compañía del secretario y el cillerero de aquel dignatario. Poco parlanchines, no lo importunaron y lo dejaron soñar con su próximo encuentro con su querida Aloysia, a la que pronto pediría que fuera su esposa. Aquella larga sucesión de pruebas, desde su partida de Salzburgo, concluiría, pues, del modo más feliz: ¡un matrimonio con la primera mujer a la que amaba, una maravillosa cantante! Ante ellos se abría toda una vida durante la que trabajarían juntos, el compositor y su intérprete. Único inconveniente durante aquel largo viaje, más bien cómodo: una detención de unos diez días en la abadía cisterciense de Kaisersheim, donde el prelado trató distintos asuntos. El lugar, lleno de soldados nerviosos y adustos, parecía un cuartel. El dios de los ejércitos se había apoderado, visiblemente, del paraje. Varias veces durante la noche, unos centinelas hacían la misma pregunta: «¿Quién está ahí?». Wolfgang, al que le habría gustado dormir tranquilo, respondía: «¡Todo va bien!». El 24 de diciembre, se pusieron de nuevo en camino hacia Munich. El rostro de Aloysia y, sobre todo, su voz obsesionaban a Wolfgang. Mañana, día de Navidad, le revelaría la profundidad de sus sentimientos y le anunciaría claramente, al igual que a su padre, sus grandes proyectos. El compositor se establecería en Munich, trabajaría allí sin descanso y haría triunfar a su esposa en el escenario de la Ópera. ¡Nunca se encerraría en Salzburgo! Su padre aprobaría el matrimonio y la nueva orientación de la carrera de su hijo.

Lyon, 24 de diciembre de 1778

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Thamos fue iniciado por Jean-Baptiste Willermoz en la clase superior y secreta, la Profesión, que coronaba la francmasonería aun siendo ignorado por ella. Convencido de la sinceridad del egipcio, Willermoz aceptaba revelarle los ritos que acababa de redactar. —El hombre ha perdido la pureza de su primer origen —dijo Willermoz, Superior de los Grandes Profesos reunidos alrededor de Thamos—. La verdad se oculta a los individuos corruptos, privados de Luz. El tono de Willermoz se endureció. —¡Egipto levantó templos para dioses malvados y perversos! Afortunadamente, Moisés triunfó sobre los magos egipcios. Los hebreos, el pueblo elegido, abandonaron el buen camino. Al construir el templo de Jerusalén, Salomón lo recuperó pero, a causa de su vanidad, perdió la sabiduría. El edificio fue destruido y, peor aún, los judíos cometieron un crimen al desconocer al Salvador. Sólo existe una iniciación, hermano mío: el mensaje de Cristo, reservado a una élite capaz de comprenderlo. Thamos recibió los atributos de Gran Profeso: túnica blanca con cruz roja, cota de malla, amplio manto, espada, sombrero, botas y espuelas de oro. El egipcio, que esperaba un ritual inspirado en los primeros tiempos del cristianismo, sólo tuvo derecho a una banal sesión de instrucción religiosa y a unas oraciones convencionales recitadas por Willermoz. Luego, conducidos por él, los Grandes Profesos entraron en la Cámara de Operaciones para hacer descender allí los espíritus superiores y controlarlos. Para Thamos, aquel camino no era el de la iniciación, y no sería de utilidad alguna al Gran Mago.

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74 Munich, 25 de diciembre de 1778

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istiendo un elegante traje rojo con botones negros y el corazón inflamado, Wolfgang llamó a la puerta de los Weber. Con la tez pálida, encorvado, Fridolin abrió. —Ah… ¿eres tú? —¡Qué feliz estoy de volver a veros! —Yo también, Wolfgang, yo también. —¿Puedo entrar? —Claro, claro… El alojamiento era espacioso, y en él reinaba un suave calor. —¿Vuestra salud es buena, señor Weber? —Comienzo a hacerme viejo. —¿A los cuarenta y cinco años? ¡De ningún modo! —Demasiadas dificultades, demasiados golpes del destino… Me siento cansado. —El éxito de Aloysia debe alegraros. —No hay nada seguro. ¿Qué hay más arduo que la carrera de una cantante? —¿Os gusta Munich? —Hay cosas peores. —¿Puedo ver a Aloysia? —No te esperábamos, está ocupada. —¿Ha recibido mis cartas? —Sin duda. —¡Entonces, me esperaba! —Bueno, aguarda un momento… ¿No prefieres volver mañana? —Oh, no, deseo hablar en seguida con mi queridísima Aloysia. —Como prefieras. Con pesados y lentos pasos, Fridolin Weber entró en otra estancia. Evidentemente, el futuro suegro de Wolfgang estaba enfermo. Transcurrió más de un cuarto de hora antes de que el cabeza de familia reapareciese. —Te llevaré al salón de música. Un lugar encantador, con un hermoso clavecín. Con un suntuoso vestido anaranjado, bien peinada y maquillada, Aloysia Weber consultaba www.lectulandia.com - Página 274

una partitura. —Os dejo —dijo su padre. La muchacha mantuvo la mirada baja. —Aloysia… —¿Quién habla? —¡Yo, Wolfgang! —¿Qué Wolfgang? Conozco a varios. —¡Soy Wolfgang Mozart, mi tierna y querida amiga! —Wolfgang Mozart… Ese nombre no me dice nada. —No os burléis así de mí, Aloysia, es demasiado cruel. —¿Burlarme de vos? Pero si ni siquiera os conozco. —Al contrario, me conocéis muy bien, y forzosamente habéis percibido la profundidad de mis sentimientos. —Vuestros sentimientos… No comprendo. —Os amo, Aloysia, y quiero casarme con vos. La joven lo miró, furiosa. —¡Deliráis, señor Mozart! Ni hablar de eso. Dejad inmediatamente de ofenderme. —¿Vos… vos no me amáis? —¡Claro que no! ¿Qué habíais imaginado? El cielo se derrumbó sobre la cabeza de Wolfgang. —¡No es posible, Aloysia! Disipad esta pesadilla, os lo suplico. —Esta conversación me aburre y me irrita, señor Mozart. Partid y no volváis más. No era, pues, una pesadilla. Aloysia no lo amaba, nunca se casaría con ella, no levantarían juntos una existencia bajo el sello de la música. Wolfgang se mantuvo muy digno y no estalló en sollozos. Instalándose en el clavecín, entonó una canción popular de Goetz von Berlichingen: «¡Qué se jodan quienes no me aman!»[200], luego salió de la casa de los Weber a grandes zancadas.

Munich, 29 de diciembre de 1778 Alojado por un amigo, el flautista Becke, Wolfgang leía las cartas de su padre. Éste temía el inicio de una gran guerra en la que estuvieran implicados numerosos países, en primer lugar, Rusia, Austria, Prusia, Suecia, luego Francia, Portugal, España y otros más. «Los grandes www.lectulandia.com - Página 275

señores —recordaba— tienen en la cabeza, pues, cosas muy distintas de la música y las composiciones». Una única solución: su hijo tenía que regresar rápidamente a Salzburgo, un lugar tranquilo que sería respetado por el conflicto. Y Leopold estaba preocupado, sobre todo, por el problema financiero: «Sólo quiero saber que pagaremos nuestras deudas. No quiero que lo que poseemos sea vendido, perdiendo así dinero, después de mi muerte para pagar las deudas. Si están pagadas, podré morir en paz. Es preciso, lo quiero». Sin entrar en detalles acerca del drama que acababa de vivir, Wolfgang lo resumió en unas pocas palabras: «En mi corazón sólo hay lugar para el deseo de llorar». ¿Percibiría su padre la desesperación y la angustia de estar encerrado en Salzburgo? La nueva carta de Leopold demostró su afecto. Sí, se entristecía por la pesadumbre de su hijo y sólo pensaba en consolarlo: «No tienes motivo alguno para temer, ni de mí ni de tu hermana, un recibimiento sin ternura o días infelices». Ver de nuevo a su familia, un retazo de infancia, una habitación cómoda, una ciudad sin historias… ¿Era éste, pues, el fin de sus largos viajes por Europa?

Munich, 8 de enero de 1779 «No me siento culpable de nada —le escribió Wolfgang a su padre—, no he cometido falta alguna. No soporto Salzburgo, ni a sus habitantes. Su lenguaje, su modo de vivir me son del todo insoportables. Ardo en deseos de abrazaros de nuevo, a vos y a mi querida hermana. ¡Ah, si al menos no fuera en Salzburgo!». Sin embargo, Wolfgang se sometería de nuevo al capricho del príncipearzobispo Colloredo. Tras tantos fracasos, ya no tenía elección. Antes de aquel penoso regreso, terminó una gran melodía, Popoli di Tessaglia[201], que trataba del inmenso dolor de Alcestes al anunciar la muerte de su esposo, Admeto, al pueblo de Tesalia. Terminada la obra, se dirigió con apresurados pasos a la mansión de los Weber. Fridolin le abrió la puerta. —Abandono Munich —le anunció—. Antes, me gustaría hacerle un regalo a Aloysia. Más encorvado aún, con la tez muy grisácea, Fridolin fue a buscar a su www.lectulandia.com - Página 276

hija, que se mantuvo, muy rígida, junto a su padre. —No siento rencor alguno, Aloysia, y os deseo que seáis feliz. Esta melodía pondrá de manifiesto vuestro virtuosismo. Adiós. Wolfgang subió al coche con destino a Salzburgo. En él sólo había otro viajero: Thamos el egipcio. —He reservado todos los billetes —explicó—. Nos detendremos tan a menudo como desees y compartiremos algunas buenas comidas en las mejores posadas. El buen vino te devolverá la energía. —¿Sabéis lo de Aloysia?… —Intentar consolarte sería inútil. Aceptarás ese sufrimiento, como los demás, y lo superarás, porque tu destino es distinto del de los demás hombres. —¿Qué destino me reserva la prisión de Salzburgo? —Allí te enfrentarás con un dragón. O te destruirá o te alimentarás con su fuerza. Gracias a la belleza y a la fuerza de tu música, tal vez consigas orientarte hacia la sabiduría, si sabes ir a lo esencial, al centro y al corazón. ¿No estaba el egipcio evocando la iniciación a los misterios de los sacerdotes del sol, ese ideal inaccesible aún? Él, Mozart, debía hacerlo real.

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BIBLIOGRAFÍA

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as cartas de Wolfgang y de Leopold, de las que se conserva una parte, son una fuente de información que hemos utilizado muchísimo, especialmente para poner en boca del músico palabras que aparecen en estos escritos. Existen varias ediciones parciales de esta correspondencia y una edición completa, Mozart: Briefe und Aufzeichnungen (edición de W. A. Bauer y O. E. Deutsch), de la que G. Geffray ha traducido al francés para Flammarion lo más interesante en una edición de 7 volúmenes. Para este primer volumen he consultado sobre todo Correspondance, I, 1756-1776, París, 1986; Correspondance, II, 1777-1778, París, 1987, y Correspondance, III, 1778-1781, París, 1989. En castellano existen varias antologías, como la de Miguel Saenz para El Aleph Ediciones, la de Jesús Dini para Muchnik Editores, o la de Michael Rose y Peter Washington para Acento Editorial. También hemos consultado las siguientes obras: ABERT, Hermann, Mozart (2 volúmenes), Breitkopf und Hartel, Leipzig, 1919. AUTEXIER, Philippe A., Mozart, Champion, París, 1987. BALTRUSAITIS, Jurgis, Essai sur la légende d’un mythe. La quête d’Isis, Flammarion, París, 1967 (versión castellana de María Teresa Gallego y María Isabel Reverte, En busca de Isis. Introducción a la egiptomanía, Ediciones Siruela, Madrid, 1996). Dictionnaire Mozart, bajo la dirección de Bertrand Dermoncourt, Bouquins, París, 2005. Dictionnaire Mozart, bajo la dirección de H. C. Robbins Landon, Fayard, París, 1990. EINSTEIN, Alfred, Mozart, son caractére, son oeuvre, Gallimard, París, 1954. Encyclopédie de la Franc-Maçonnerie, Livre de Poche, París, 2000. FAIVRE, Antoine, L’Ésotérisme au XVIIIe siècle, Seghers, París, 1973. GALTIER, Gérard, Maçonnerie égyptienne, Rose-Croix et Néo-chevalerie, Mónaco, 1989 (versión castellana de José Miguel Parra, La tradición oculta: masonería egipcia, Rosacruz y neocaballería, Editorial Anaya, Madrid, 2001). www.lectulandia.com - Página 278

HILDESHEIMMER, Wolfgang, Mozart, Lattès, París, 1979. HOCQUARD, Jean-Victor, Mozart, Le Seuil, París, 1994 (versión castellana de Graziella Bodmer, Mozart, Editorial Bosch, Barcelona, 1980). HOCQUARD, Jean-Victor, Mozart, l’amour, la mort, Séguier, París, 1987 (versión castellana de Mauro Armiño, Mozart. Una biografía musical, Espasa-Calpe, Madrid, 1991). HORNUNG, Erik, L’Égypte ésotérique, Champollion, París, 2001. IVERSEN, Erik, The myth of Egypt and its Hieroglyphs in European Tradition, Princeton University Press, Princeton, 1993. LE FORESTIER, René, La Franc-Maçonnerie templière et ocultiste aux XVIIIe et XIXe siècles, La Table d’Émeraude, París, 1970. MASSIN, Jean y Brigitte, Mozart, Fayard, París, 1970 (versión castellana de Isabel Asumendi, Wolfgang Amadeus Mozart, Ediciones Tumer, Madrid, 1987). MONTLOIN, Pierre, y BAYARD, Jean-Pierre, Les Rose-Croix, P. Grasset, París, 1971. Mozart, Bilder und Klänge Salzburger Landesausstellung, Salzburger Landesausstellung mit der Stiftung Mozarteum, Salzburgo, 1991. Mozart, colección «Génies et Réalités», Hachette, París, 1985. PAHLEN, Kurt, Das Mozart Buch, Günther, Stuttgart, 1985. PAROUTY, Michel, Mozart, aimé des dieux, Gallimard, París, 1988 (versión castellana de Juan Ramón Azaola, Mozart, amado de los dioses, Editorial Aguilar, Madrid, 1991). SADIE, Stanley, Mozart, Norton and Company, Londres, 1980 (versión castellana de Pablo Sorozábal, Mozart, El Aleph Editores, Barcelona, 1985). WYZEWA, Théodore de, y SAINT-FOIX, Georges de, W. A. Mozart. Sa vie musicale et son oeuvre, Bouquins, París, 1986.

Dentro de los ensayos sobre Mozart, el lector podrá encontrar bibliografías más detalladas sobre la vida y la obra del compositor. Por lo que se refiere a la francmasonería, hemos consultado la colección Les Symboles maçonniques (Maison de Vie Éditeur), de la que han aparecido los siguientes volúmenes: 1. Le grand Architecte de l’Univers. 2. Le Pavé Mosaïque. www.lectulandia.com - Página 279

3. Le Delta et la Pensée ternaire. 4. La Règle des Franc-Maçons de la Pierre franche. 5. Le Soleil et la Lune, les deux Luminaires de la Loge. 6. L’Équerre et le chemin de rectitude. 7. L’Étoile flamboyante. 8. Les Trois Grands Piliers. 9. La Pierre brute. 10. La Pierre cubique. 11. Les Trois Fenêtres du Tableau de Loge. 12. Les Deux Colonnes et la Porte du Temple. 13. L’Épée flamboyante. 14. Loge maçonnique, Loge initiatique? 15. Comment naît une Loge maçonnique? L’ouverture des travaux et la création du monde.

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CHRISTIAN JACQ (París, Francia, 28 de abril de 1947). Novelista, divulgador y ensayista histórico, es uno de los más conocidos egiptólogos del mundo. El interés de Christian Jacq por la egiptología comenzó cuando tenía trece años y leyó los tres volúmenes de Historia de la Civilización Egipcia Antigua de Jacques Pirenne. Casado joven, a los 17 años, aprovechó su viaje de bodas para realizar su primera gira por Egipto, visitando el sitio arqueológico de la antigua Menfis. Antes de los veinte años Christian ya había producido toda una serie de poemas y cuentos ambientados en el Antiguo Egipto. Su primer ensayo, dedicado naturalmente a esa civilización, aparece a finales de los años 60. Se trataba de un análisis sobre los vínculos entre el Antiguo Egipcio y la Edad Media. En esas fechas, inicia estudios superiores, comenzando la carrera de filosofía, pero su pasión por Egipto le llevó a centrarse en la arqueología y egiptología, doctorándose en esta disciplina en la Universidad de la Sorbona en 1979, con la tesis doctoral titulada Le Voyage dans l'autre monde selon l'Egypte ancienne, editada posteriormente como libro en 1986. Iniciado en los secretos de la Masonería, mantiene que es la heredera www.lectulandia.com - Página 281

de los misterios de la religión egipcia. Se decanta por la masonería antigua o tradicional de carácter iniciático que conduce a la adquisición del conocimiento y la sabiduría, mientras que considera a la masonería actual como «un club de beneficencia» controlado por los poderes estatales y que ha perdido todo interés por la iniciación de los afiliados. Su carrera oficial de escritor se inicia a los 21 años. Escritor prolífico ha publicado más de cien libros y ha sido traducido a multitud de idiomas. Por lo que, necesariamente, la bibliografía al pie de esta texto es incompleta. Sigue dos líneas narrativas: una como novelista y ensayista histórico y otra como autor moderno de novelas policiacas. Respecto a la primera línea, la mayor parte de su producción literaria tiene como escenario al Antiguo Egipto, estrechamente relacionada con la posterior evolución de su religión, tradición y misterios que son perpetuados mediante diversos tipos de sociedades (masónicas, gnósticas, rosacruces, templarios, etc). Afirma que el cristianismo es directo deudor de muchos mitos, tradiciones y rituales egipcios. Se pueden distinguir varias subdivisiones en esta temática: Novela histórica: Se empezó a conocer a Christian Jacq a raíz de la publicación de la novela El Egiptólogo. Pero el éxito comercial vino con la Trilogía de El Juez de Egipto y sobre todo con la Pentalogía de Ramsés que se ha publicado en más de veinticinco países y ha vendido más de 5 millones de ejemplares. Ha recibido premios por otras novelas, como el Jean d’Heurs por La Reina Sol y el Prix des Maisons de la Presse por En busca de Tutankamón. En todas sus novelas históricas hay una hábil mezcla de ficción e historia real, con un esmerado cuidado por la ambientación de la época, mostrándonos aspectos desconocidos de la vida cotidiana en el Egipto de los faraones, lo que atrae a un público tanto de lectores que buscan conocimientos académicos, como a los que desean disfrutar de una novela de aventuras. Divulgación: Experto conocedor y un enamorado de Egipto y su cultura, ha escrito numerosas obras de divulgación que ha puesto la civilización egipcia al alcance del público profano como es el caso de Guía del Antiguo Egipto, El Valle de los Reyes, El enigma de la piedra. Ensayo: Disfruta de una sólida reputación académica. Ha publicado numerosos artículos sobre egiptología y gran cantidad de ensayos www.lectulandia.com - Página 282

académicos. El Egipto de los faraones fue galardonado con el premio de la Academia Francesa. Destacan entre otros ensayos: Las egipcias, Sabiduría viva del Antiguo Egipto, El saber mágico en el Antiguo Egipto, Poder y sabiduría en el Antiguo Egipto, El origen de los dioses. Esoterismo: Ligado a la civilización egipcia, como citábamos arriba: El Misterio de las catedrales, La Masonería-Historia e Iniciación, El iniciado.

Respecto a la segunda línea (novela policiaca) Jacq ha utilizado distintos pseudónimos a lo largo de su carrera, siendo los más conocidos: Celestine Valois - Série «Basile le Distrait», (5 libros) Christopher Carter - Série «Les Enquêtes de lord Percival» o «Une enquête de lord Percival», (7 libros) J. B. Livngstone - Série «Les Dossiers de Scotland Yard», (44 libros). En 2011 inició la serie «Les Enquêtes de l'inspecteur Higgins», (9 libros), firmada ya con su nombre en la que existen reediciones de la serie anterior y obras inéditas. Preocupado por la supervivencia de la civilización egipcia, fundó, junto con su esposa, el Instituto Ramsés, dedicado a publicar transcripciones de textos egipcios (Textos de las Pirámides, Textos de los Sarcófagos, El Libro de los Muertos, etc.) y especialmente a la creación de una descripción fotográfica de Egipto para la preservación de sitios arqueológicos en peligro de extinción. Actualmente cuenta con la mayor colección de fotografías sobre la antigüedad egipcia, unas quince mil placas, pero tiene el proyecto de reunir más de cien mil. Debido a su éxito comercial, Jacq decide dejar París y trasladarse con su mujer a Ginebra (Suiza), a un tipo de casa-biblioteca colmada de millares de libros, dónde dedicarse a crear ambiciosas obras en varios volúmenes.

Bibliografía El mensaje de los constructores de catedrales, 1974 La Masonería, historia e iniciación, 1975 Nefertiti y Ajenatón, 1976 www.lectulandia.com - Página 283

El misterio de las catedrales, 1980 La Cofradía de los Sabios del Norte, 1980 El Egipto de los grandes faraones, 1981 El antiguo Egipto día a día, 1981 Poder y sabiduría en el antiguo Egipto, 1981 El saber mágico del antiguo Egipto, 1983 El monje y el venerable, 1985 El viaje en el otro mundo según el antiguo Egipto, 1986 El iniciado, 1986 Guía del antiguo Egipto, 1986 Viaje por el Nilo, 1987 El egiptólogo, 1987 La reina Sol, 1988 Viaje a las pirámides, 1989 El templo del rey Salomón, 1989 Karnak/Luxor, 1990 Por amor a Isis, 1992 El valle de los reyes, 1992 En busca de Tutankamón, 1992 Las máximas de Ptahhotep, 1993 El juez de Egipto I. La pirámide asesinada, 1993 El juez de Egipto II. La ley del desierto, 1993 Iniciación en el antiguo Egipto, la Casa de vida, 1994 El enigma de la piedra, 1994 El juez de Egipto III. La justicia del visir, 1994 Sangre en el Nilo, 1995 Ramsés I. El hijo de la luz, 1995 Las egipcias, 1996 Cuentos y leyendas de la época de las pirámides, 1996 Los faraones, 1996 Ramsés II. El templo de millones de años, 1996 Ramsés III. La batalla de Kadesh, 1996 Ramsés IV. La dama de Abu Simbel, 1996 El faraón negro, 1997 Ramsés V. Bajo la acacia de Occidente, 1997 Sabiduría viva del antiguo Egipto, 1998 El origen de los dioses, 1998 La Piedra de luz I. Nefer el silencioso, 2000 La Piedra de luz II. La mujer sabia, 2000

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La Piedra de luz III. Paneb el ardiente, 2000 La reina Libertad I. El imperio de las tinieblas, 2001 La Piedra de Luz IV. Lugar de verdad, 2002 La reina Libertad II. La Guerra de las coronas, 2002 La reina Libertad III. La espada resplandeciente, 2002 Los misterios de Osiris I. El árbol de vida, 2004 Los misterios de Osiris II. La conspiración del mal, 2004 La sombra de un oasis, 2005 Los misterios de Osiris III. El camino de fuego, 2005 Los misterios de Osiris IV. El gran secreto, 2005 La guía de viaje al Egipto de los faraones, 2006 Mozart I. El gran mago, 2006 Mozart II. El Hijo de la Luz, 2007 Mozart III. El Hermano del Fuego, 2007 Mozart IV. El amado de Isis, 2007 Los sabios del Antiguo Egipto: De Imhotep a Hermes Trimegisto, 2008 Tutankamon, 2009 El misterio de las Jeroglíficos, 2010 La leyenda de Isis y Osiris. La casa de la vida, 2010 La venganza de los dioses I. La venganza de los dioses, 2010 La venganza de los dioses II. La divina adoratriz, 2010 Imhotep, el Inventor de la eternidad, 2011 Y Egipto se despertó I. La guerra de los clanes, 2012 Y Egipto se despertó II. El fuego del escorpión, 2012 Y Egipto se despertó III. El ojo del halcón, 2012

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Notas

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[1] Véanse J. R. Harris (ed.), The Legacy of Egypt, Oxford, 1971; S. Morenz,

Die Zauberflöte, Münster, 1952; E. Iversen, The Myth of Egypt and Its Hieroglyphs in European Tradition, Princeton, 1961; E. Hornung, L’Égypte ésotérique, París, 1999; L’Égypte imaginaire de la Renaissance à Champollion, bajo la dirección de Chantal Grell, París, 2001, y L. Morra y C. Bazzanella (ed.), Philosophers and Hieroglyphs. 2003.