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Gimnasta olímpica en Los Ángeles 1984 y Seúl 1988, fue la primera española en conseguir un 10 ••• “La vida de Simone es

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Gimnasta olímpica en Los Ángeles 1984 y Seúl 1988, fue la primera española en conseguir un 10

••• “La vida de Simone es una gran historia de éxito para todas las edades”. —MARTHA KAROLYl

SlMONE BlLES

“Simone Biles es un claro ejemplo para todos los jóvenes y para toda la sociedad. Nos transmite claramente que si uno se propone conseguir un objetivo lo puedes lograr. No hay obstáculo insuperable. Gracias, Simone, por este maravilloso libro”. —Del prólogo de LAURA MUÑOZ

Coordinadora del equipo nacional de gimnasia artística de Estados Unidos del 2000 al 2016

••• “Sin miedo a volar es realmente una historia extraordinaria sobre una persona y una atleta increíble… Todos y cada uno de los capítulos son verdaderamente inspiradores”. —NASTlA LlUKlN

Mi camino a las Olimpiadas de 2016 comenzó un día de excursión escolar. Quizá creas que lo más asombroso de mi historia es llegar a ser medalla de oro olímpica en los Juegos de Río de Janeiro, partiendo de una infancia difícil en un centro de acogida. Pero no es así. Lo más milagroso de todo es cómo lo conseguí… O para ser más preciso, quién me ayudó a conseguirlo. Os voy a contar una historia. Mi historia. Os voy a contar cómo mi fe y mi familia consiguieron que mis sueños más profundos se hicieran realidad. Y cómo cuando persigues un sueño puede darte alas para volar. ISBN 978-84-9061-567-6

SlN MlEDO A VOLAR

Ganadora de cinco medallas olímpicas y conferenciante motivacional

EL MOVlMlENTO DE UN CUERPO

EL EQUlLlBRlO DE UNA VlDA

CON MlCHELLE BURFORD

SlN MlEDO A

VOLAR

EDICIONES PALABRA Madrid

Título original: Courage to Soar. A body in Motion, A Life in Balance Copyright © 2016 by Simone Biles © Ediciones Palabra, S.A., 2017 Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (España) Telf.: (34) 91 350 77 20 - (34) 91 350 77 39 www.palabra.es [email protected] © Traducción: Ana Wesolowski Diseño de cubierta: Raúl Ostos Foto de portada: Robert Polett ISBN: 978-84-9840-567-6 Depósito Legal: M. 13.082-2017 Todas las direcciones de Internet (páginas web, blogs, etc.) y números de teléfono que aparecen en este libro se ofrecen como un recurso adicional, y no implican en ningún modo la aprobación de Ediciones Palabra del contenido de esos sitios y números. Esta es una obra de no ficción. Se han cambiado algunos nombres y detalles para proteger la privacidad y el anonimato de algunas personas. Además, este libro no busca instruir en la práctica de la gimnasia, y los lectores no deberían intentar ninguno de los ejercicios gimnásticos de los que se habla en el libro, incluido «el Biles», sin un entrenamiento apropiado, medidas de seguridad y la supervisión de entrenadores de gimnasia artística cualificados. Impresión: Gráficas Gohegraf, S. L. Printed in Spain - Impreso en España All Rights Reserved. This Licensed Work published under license.

Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

SlN MlEDO A

VOLAR EL MOVlMlENTO DE UN CUERPO, EL EQUlLlBRlO DE UNA VlDA

SlMONE BlLES CON MlCHELLE BURFORD

astor

Para mamá y papá: Vuestro cariño me ayuda a tener los pies en el suelo y me da el valor para volar hacia mis sueños.

P RÓ L O G O

No hay obstáculo insuperable Diferentes generaciones, pero una misma pasión: la gimnasia. Este es el deporte que nos une, no solo a Simone Biles y a mí, sino a millones de personas en todo el mundo. Todos tenemos en mente las imágenes de Simone durante su competición en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. Era diferente, es diferente del resto de sus compañeras. Es de esas gimnastas que marcan la diferencia, que marcan una época. Pero no me refiero solo a la dificultad de sus ejercicios, que lo son, sino a la forma de ejecutarlos y de afrontar psicológicamente la competición. Eso es lo que realmente diferencia a las gimnastas «muy grandes» de las «únicas», y Simone es una de esas gimnastas únicas. A Nadia Comaneci, Mary Lou Retton o Simone Biles, directa o indirectamente, les une un nombre: Bela Karolyi y, por supuesto, Martha Karolyi. No he tenido la fortuna de coincidir en competición, por cuestiones generacionales, con Simone Biles, pero sí con Mary Lou Retton. Fue en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984. Mary Lou era potente, segura, firme... No tan distinta a Simone Biles, que además tiene el don y la capacidad de aprender, realizar y dominar elementos realmente originales, novedosos y a la vez de gran dificultad.

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El legado de Karolyi sigue vigente, por lo menos hasta los Juegos Olímpicos de Río. Todas las gimnastas estadounidenses se reúnen en su rancho de Houston, con Martha en la dirección. Repeticiones con mucha precisión, sin fallo. En esas temporadas se trabaja mucho, pero también se cuida al máximo cualquier detalle que pueda afectar a la gimnasta: alimentación, cuidados médicos, descanso y, por supuesto, un seguimiento y preparación del entrenamiento muy detallado. Todo siempre en beneficio de la gimnasta. Digo todo esto porque doy fe de todo ello, lo he vivido. Tuve la gran suerte y el privilegio de coincidir durante dos años (dos veranos) en ese rancho entrenando con uno de los mejores equipos del mundo en aquel momento, el equipo estadounidense. Lo guardo como un gran recuerdo. Gracias a mi entrenador, Jesús Carballo «Fillo», porque siempre buscaba lo mejor para todas nosotras y para la gimnasia española. Trabajábamos mucho, muchas repeticiones, buscábamos la perfección, porque eso es lo que te lleva al éxito. Y he aprendido que esa actitud, esa disciplina, es la que posteriormente me ha ayudado también a mi éxito laboral y personal. Pero no solo recuerdo los períodos duros de los entrenamientos, también me vienen a la mente imágenes como cuando íbamos caminando por aquellos parajes maravillosos, cuando madrugábamos para salir a correr por el rancho, las charlas y momentos de ocio que compartíamos todas las gimnastas, etc. Fue una experiencia maravillosa y ahora puedo entender y puedo decir que tengo un cierto paralelismo y una grata coincidencia con Simone, más allá de haber practicado el mismo deporte. Sin embargo, antes de llegar hasta esos momentos, de estar en la élite del deporte, hay que recorrer mucho camino. Unas veces de manera fácil y agradable, pero en otras ocasiones uno se encuentra piedras por el camino. Cuando leas la historia de Simone verás que ella también

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tuvo que enfrentarse a muchas adversidades, superar dificultades y aprender a esquivar las piedras que nos encontramos. Ahora, con el paso del tiempo, una se da cuenta de los éxitos, disfrutas, ves recompensado tu trabajo, te sientes orgullosa de ello, etc., pero lo que realmente te enseña es el saber levantarte de las caídas, el saber aprender de los errores y el superar los momentos difíciles. Estos son los valores que te aportan la gimnasia y el deporte: esfuerzo, organización, superación, disciplina, respeto, sacrificio, trabajo en equipo... Nunca valoramos realmente la importancia de estas palabras. Ahora con el tiempo entiendes su relevancia, de todo lo bueno que me ha aportado la gimnasia de cara a mi vida personal y laboral. Y eso es lo que intento transmitir siempre a las niñas y a los jóvenes en el día a día. La importancia de practicar deporte, de intentar tener una vida saludable. Todos estos valores los representa a la perfección Simone Biles. Es un claro ejemplo para todos los jóvenes y para toda la sociedad. Nos transmite claramente que, si uno se propone conseguir un objetivo, lo puedes lograr. No hay obstáculo insuperable. El fracaso o la decepción puede estar en no intentar las cosas, pero no en no conseguirlas. Ella siempre ha buscado la excelencia y lo ha conseguido. Gracias, Simone, por este maravilloso libro. Laura Muñoz Gimnasta olímpica en Los Ángeles 1984 y Seúl 1988 Primera gimnasta española en conseguir un 10

CAPÍTULO 1

El Día D «No siempre serás fuerte, pero siempre puedes ser valiente». —Beau Taplin, escritor

Mis ojos estaban fijos en la pantalla que presidía el estadio. Era el segundo día del Campeonato Nacional en Saint Paul, Minnesota, en el año 2011, y esperaba a saber si había entrado en el equipo nacional femenino junior de gimnasia artística. El corazón me latía tan fuerte que me parecía que todos podían oírlo. Después de competir contra las mejores de mi modalidad, ¿habría conseguido clasificarme? Todas conocíamos las reglas: el equipo estaría compuesto únicamente por las gimnastas más cualificadas. Y, como siempre, la coordinadora, Martha Karolyi, tendría la última palabra sobre quiénes, y cuántas, representarían a nuestro país. Durante años, había soñado con ser una de aquellas flamantes chicas con brillantes maillots que volaban por el aire y se clavaban siempre al finalizar el ejercicio. Me había imaginado con medallas al cuello, polvo de magnesia en las piernas y una deslumbrante sonrisa. Lo que más quería en este mundo era que me seleccionaran para el equipo.

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Mis padres, Ron y Nellie, me han enseñado desde muy pequeña que el primer paso para que mis sueños se convirtieran en realidad era pedirle a Dios que me guiara. ¿He dicho que eso es lo que estuve haciendo durante todo el año? Cada domingo en Misa, con mi hermana pequeña, Adria, a mi lado, me arrodillaba y cerraba fuertemente los ojos para pedir por mi familia y mis compañeras de gimnasia. Entonces, visualizaba mi entrada en el equipo nacional, me lo imaginaba como si fuera una película. Esa era mi oración y tenía fe en que Dios estaba conmigo. Después de todo, Él no solo me había dado mi pasión por la gimnasia, sino también el valor para volar sobre el suelo del estadio. Pero ¿había hecho lo suficiente? Mientras contenía la respiración y contemplaba la pantalla, todo lo que podía hacer era mantener la esperanza. En ese momento, tenía catorce años y era menuda para mi edad. Una auténtica bala de 1,40 m llena de energía, aunque me gustaba decir de metro y medio para sentirme más alta. Pero era muy fuerte. Nací con unos bíceps y unos gemelos que, cuando estaba en tercero, me hicieron ganarme el apodo de swoldger (el acrónimo de soldier y swollen)1. Algunas niñas se habrían ofendido y, al principio, pensé que era un poco cruel, pero, después, me aproveché de la situación. Era como si fuera diciendo: Soy más fuerte que la mitad de los chicos de mi clase, así que no te metas conmigo. También me sirvió de ayuda comenzar a acumular victorias en algunas competiciones de gimnasia, donde la mayoría de mis compañeras estaban también muy musculosas. Cuando llegué al Campeonato Nacional, llevaba entrenando desde que tenía seis años en el Gimnasio Bannon, en Houston, Texas. Aunque suene increíble, co1  Soldier:

Soldado. Swollen: Inflado (N. de la T.).

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mencé realmente tarde para una deportista de élite. La mayoría de las niñas están ya desde los tres años haciendo volteretas y mortales en clases de Mommy and me2, o sea, que en cierto modo simplemente estaba intentando no ir a la zaga de las demás. Pero, si hay algo que todos los que me conocen tienen claro, es que me encantan los retos. Quizá porque siempre fui mucho más pequeña que los demás, tenía ese fiero impulso a demostrar mi valía. Si alguien me pedía que hiciera cinco flexiones, hacía diez. O, si insinuaban que no era capaz de realizar algún ejercicio (exceptuando quizá las barras, pero hablaremos de eso luego), me motivaba a hacerlo impecablemente. Esto no significaba que fuera una insensata. La gimnasia de competición puede ser un deporte peligroso y yo entendía la importancia de estar bien preparada. En los campeonatos, siempre realizábamos los ejercicios que habíamos practicado y que llegábamos a dominar en el gimnasio, porque, cualquier gimnasta lo sabe, la línea entre ser valiente y acabar gravemente lesionada es muy delgada. En el Campeonato Nacional, tuve que caminar por esa línea. Martha Karolyi me dijo a través de mi entrenadora, Aimee Boorman, que quería verme hacer el Amanar. Este salto se le llama así en recuerdo de la primera gimnasta que lo realizó, Simona Amanar, y consiste en lo siguiente: se hace una rondada en el suelo antes de pisar el trampolín, se entra en el caballo de espaldas y se hace un mortal extendido con dos giros y medio en el segundo vuelo para caer de espaldas al caballo. En otras palabras, uno de los saltos más difíciles del mundo y que yo nunca antes había realizado en una competición. 2  Tipo de gimnasia muy extendido en Estados Unidos para padres e hijos (N. de la T.).

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«¡Aimee, no estoy preparada!», le dije, hiperventilando. «No he practicado el mortal de dos giros y medio lo suficiente. Es peligroso». «Simone, tú eres la que vas a salir ahí y vas a saltar», me dijo con mucha tranquilidad. «Así que voy a apoyarte en lo que decidas». Al final me limité a lo planeado, el Yurchenko3, la doble pirueta de espaldas, un salto que sabía que lo sacaría. Pero, ese día, mi ejecución no fue la mejor. Despegué para saltar con tanta fuerza que me hizo perder el control y aterrizar con un evidente brinco. En pocas palabras, apenas alcancé el séptimo puesto en esa categoría. Por otro lado, si tenemos en cuenta que era mi primera temporada como gimnasta junior de élite, gané más medallas de las que había imaginado. Para mi sorpresa, fui primera en algunas categorías de competiciones previas. Pero, cuando me enfrenté a las chicas que tanto admiraba –estrellas como Lexie Priessman, Katelyn Ohashi, Madison Desch y Amelia Hundley–, estaba intimidada por lo buenas que eran. Y había algo más: creí que, si salía a competir y las vencía, no les gustaría. Y, por encima de todo, quería que aquellas chicas me vieran como una de ellas. En los Nacionales, esta falta de confianza me desconcentraba. Mientras miraba la enorme pantalla donde aparecería el listado de los nombres seleccionados, sentía, profundamente, que podía haberlo hecho mejor. Quizá si hubiera entrenado más, si hubiera pasado más horas practicando en el gimnasio y si dominara ejercicios más arriesgados –como el Amanar–, estaría menos asustada. Un clamor llenó el estadio cuando los nombres de las gimnastas junior con mayor puntuación iluminaron la 3  Ejercicio llamado así por Natalia Yurchenko, primera gimnasta en realizarlo en los años 80; precisamente con este ejercicio, Laura Muñoz se convirtió en la primera gimnasta española en lograr un 10, en el Campeonaro de España de 1987 (N. del E.).

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pantalla. Katelyn Ohasi. No era ninguna sorpresa. Katelyn había clavado a la perfección cada una de sus rutinas. La aplaudí ostentosamente. Uno por uno, fueron apareciendo el resto de los nombres en la elevada pantalla. El número dos, Kyla Ross. El número tres, Sarah Finnegan. El número cuatro, Lexie Priessman. Contuve la respiración deseando con todo mi ser que mi nombre fuera el siguiente. Número diez. Número once. Número doce. Por último, Madison Desch, el número trece. En la fila de debajo de las ganadoras, con el número catorce, vi mi propio nombre. No había entrado en el equipo nacional junior por una posición. Una. Mantuve una sonrisa de plástico en la cara mientras un presentador llamaba a cada una de las componentes del nuevo equipo al escenario. Las demás nos mantuvimos en los laterales viendo cómo las elegidas se reían, se abrazaban y chocaban los cinco. Por muy devastada que me sintiera, estaba feliz por ellas: habían trabajado muy duro para llegar hasta allí. Aun así, tuve que tragarme mi decepción al ver a los fotógrafos inmortalizándolas para revistas como USA Gymnastics, Sport Illustrated, Time for Kids. Todas las publicaciones que yo devoraba en mi habitación y que alimentaban mi admiración por las gimnastas que habían llegado a lo más alto en este deporte. Las lágrimas bullían en mi interior, pero me negué a que las demás chicas o los entrenadores me vieran llorando. Me decía a mí misma que lo había hecho lo mejor que podía, tratando de ahogar la voz que me susurraba: ¿Pero realmente ha sido así? ¿No podrías haber puesto más esfuerzo? ¿Por qué no trabajaste más? La verdad era que tenía el corazón roto. Había ido a los Nacionales con el objetivo de entrar en el equipo del 2011 y no lo logré. Sencillamente no había sido lo suficientemente buena.

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Así fue como comenzó mi camino como gimnasta de élite: con una derrota que me dejó una herida en el corazón y grandes dudas en la cabeza. Por mucho que mi familia y mis entrenadores me habían animado durante horas y horas de entrenamiento, en mis dudas y caídas, en los golpes y en los moratones, temía en mi fuero interno que les había fallado tanto a ellos como a mí misma. Quizá sea algo bueno no saber qué será lo siguiente en nuestra historia porque, si lo supiéramos, a lo mejor no le dábamos la vuelta a la página. O tal vez tratáramos de esquivar algunas cosas dejando de experimentar el bien que surge de esa situación tan difícil que debemos atravesar. Creía que mi fracaso en los Nacionales de 2011 iba a ser el final, pero en realidad era el principio, el punto de inflexión en mi camino: una aventura que aún me cuesta creer que estoy viviendo. No hay nadie más sorprendido que yo de que aquella pequeña y musculosa niña fuera del centro de acogida de menores al estadio olímpico de Río de Janeiro, en Brasil. Algunos lo llamarán el destino, para mí, es una bendición, un regalo de Dios y un milagro.

CAPÍTULO 2

Spring (Texas) «El amor no conoce barreras. Salta las murallas, esquiva los obstáculos, atraviesa las paredes para llegar a su destino lleno de esperanza». —Maya Angelou, poeta y autora

Yo no nací en Texas. Y, antes de llamar a mis padres mamá y papá, para mí eran abuelo y abuela. Es más, les llamaba abelo y abela porque solo tenía tres años y todavía no hablaba bien. Abelo era un hombre alto de piel negra oscura con una perilla entrecana, y Abela era una mujer bajita de piel negra clara con el pelo rizado y suave. Ambos tenían unos ojos muy bonitos. Antes de mudarnos a Texas, habían venido a visitarnos a Columbus, Ohio, donde vivíamos. Ella era una enfermera de la Cruz Roja y viajaba mucho por su trabajo, y él, un sargento retirado de las Fuerzas Aéreas que, en ese momento, colaboraba como auxiliar de tráfico con la Administración Federal de Aviación en Houston. Pocos años después, se convirtieron en los únicos padres que he conocido: los que me han criado, guiado y querido cada día de mi vida.

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Retrocederé un poco. La mujer que me dio a luz en Columbus, Ohio, era la hija que el abuelo Biles tuvo de una relación anterior. Se llamaba Shanon y había crecido con su madre en Columbus. Su vida era tremendamente inestable a causa del alcohol y de las drogas. Cuando vine al mundo el 14 de marzo de 1997, mi hermana mayor, Ashley, acababa de cumplir siete años y mi hermano Tevin no llegaba a los tres. Dos años después, el 27 de enero de 1999, nació la pequeña Adria. Para entonces, nuestra vida con Shanon era ya muy difícil. No recuerdo casi nada de los años que vivimos con ella, pero, por alguna extraña razón, me acuerdo de jugar con un gato. No creo que fuera nuestro, quizá perteneciera a algún vecino o era un gato callejero. En cualquier caso, pese a que por aquel momento pasábamos mucha hambre, siempre le estaba dando de comer porque me encantaba. Tengo también el recuerdo de estar desayunando en casa de nuestro tío Danny y servirnos los cereales con agua porque no teníamos leche. Es curioso cómo mis más tempranos recuerdos tienen que ver con comida. Ese mismo año, los vecinos llamaron a los servicios sociales porque estábamos desatendidos, nos veían a menudo jugando solos, tan pequeños, en la calle, sin nadie que nos vigilara. Poco después, vino una trabajadora social que nos sentó a los cuatro en las escaleras de casa de Shanon para decirnos que nos iban a separar de ella. «Vamos a trasladaros a una casa de acogida», dijo, mientras nos observaba detenidamente. «Será solo durante un tiempo, para que Shanon pueda recuperarse». La mayoría pensará que con tres años era demasiado pequeña para enterarme de lo que suponía estar en una casa de acogida, pero la verdad es que lo entendí perfectamente. Cuando la trabajadora social nos apiñó a los cuatro en el coche, supe lo que estaba pasando. Íbamos a vivir

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con otra familia y no sabíamos si nos gustaría. Supongo que estábamos todos un poco asustados porque ninguno abrió la boca en todo el trayecto. Aunque recuerde con mucha claridad el angustioso silencio en los asientos traseros del coche y a Adria, que tenía cuatro meses, en las rodillas de Ashley, el resto de las imágenes que tengo de la casa de acogida son muy borrosas. Algo que sí que me vuelve a la memoria es Tevin empujándonos a Ashley y a mí en un columpio en el jardín trasero de nuestra familia de acogida. Solía imitarle columpiándome muy alto para dar una voltereta por detrás de aquel columpio, disparada por el aire. «¡Simone, puedes volar!», gritaba Tevin corriendo hacia donde yo aterrizaba torpemente, en la hierba. Mi hermano me sacaba dos años, pero yo podía hacer todas las piruetas que él hacía. También había una cama elástica en ese jardín, pero nosotros, los niños de acogida, no podíamos usarla por si nos hacíamos daño. Yo no me cansaba de mirar cómo los niños de aquella casa, que eran mayores que nosotros, saltaban y daban volteretas, pasándoselo en grande, y deseaba hacer lo mismo. Nuestros padres de acogida también querían que nos lo pasáramos bien, pero cuidar de nosotros era su prioridad, especialmente de mí, que era muy pequeña. No obstante, yo sabía que podía hacer las mismas acrobacias que el resto porque ya me había convertido en una pequeña y valiente marimacho. Por entonces, ya tenía mis pequeños abdominales y unas piernas rapidísimas y, literalmente, no podía estar quieta. Siempre estaba corriendo, saltando y haciendo volteretas laterales y mortales. En aquel momento, Tevin era mi fortaleza, mi protector. Solía observarle y le imitaba en todo, vigilando que siempre estuviera cerca porque era nuestro pequeño soldado y me hacía sentir a salvo. Por la noche, me arrastraba por el pasillo hasta el cuarto de los chicos donde me acu-

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rrucaba y me dormía pegada a él. Sabía que nuestra madre de acogida me regañaría cariñosamente por la mañana, pero aun así lo seguía haciendo. Supongo que siempre he sido igual de cabezota. Es mi mejor y mi peor cualidad. Más tarde, cuando me convertí en gimnasta, esta cabezonería ha sido, la mayoría de las veces, una gran aliada. Durante la acogida, Ashley y Tevin echaron mucho de menos a Shanon, pero la verdad es que a mí no me importaba mucho la separación. Desayunábamos y cenábamos todos los días e incluso fuimos de acampada un par de veces. Había muchos niños con los que jugar y un peludo y pequeño Beagle llamado Teddy. Además, nuestros padres de acogida, la señora Doris y el señor Leo, eran muy buenos con nosotros. Recuerdo que una vez estaba intentando coger una piruleta del tarro de galletas de la encimera. Era muy pequeña, pero, no sé cómo, conseguí trepar a aquella encimera donde la señora Doris me encontró tratando de abrir el tarro. «¡¿Pero cómo has conseguido llegar ahí arriba?!», me dijo mientras me bajaba. «Simone, no vuelvas a hacerlo. Podrías haberte hecho mucho daño». Su tono era firme pero en realidad ella era muy dulce. Después de haberme dejado en el suelo, me dio la piruleta. Llevábamos en acogida tan solo unos meses cuando el abuelo apareció en la puerta de la señora Doris y el señor Leo. «¡Ha venido el abuelo!», me susurró Tevin cuando entró en el cuarto de estar. La trabajadora social, una mujer afroamericana de gran corazón, estaba con él. Nos explicó que viajaríamos a Texas con el abuelo al día siguiente. Iríamos en avión –mi primer viaje en avión– y nuestros abuelos cuidarían de nosotros mientras Shanon intentaba recuperarse en un programa de rehabilitación ambulatorio.

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Más tarde supe que fue la trabajadora social quien se puso en contacto con el abuelo para decirle que nos había acogido una familia. Cuando se enteró, habló con sus abogados para arreglarlo todo y que los cuatro pudiéramos ir a vivir con ellos. «Nelly», le dijo a mi abuela, «quiero que vengan a vivir con nosotros hasta que Shanon se reponga. No puedo soportar la idea de que los niños estén desperdigados entre extraños». Evidentemente, no supimos nada de esto hasta que vino a buscarnos.

Imagínate que adoptas a cuatro niños de repente. No fue una decisión fácil para mi abuela, que apenas nos conocía. El abuelo solía venir a vernos a Ohio pero la abuela Nellie le acompañaba pocas veces porque se quedaba en casa con sus dos hijos, Ron II y Adam. Ron tenía dieciséis años y estaba en el segundo año de instituto; Adam, catorce y estaba en primero. Los abuelos estaban llegando al final de la crianza de sus hijos y, justo entonces, aparecen cuatro niños pequeños con grandes necesidades de la atención y de los cuidados de los que creían que estaban a punto de retirarse. «Está bien, Ron», le dijo al abuelo. «Déjame que lo rece». Necesitaba tiempo para hacerse a la idea de doblar, literalmente, el tamaño de su familia. Además, tenía que asumir que sus sueños de viajar por el mundo tendrían que posponerse una vez más. Le preocupaba mucho si, estando tan inmersa en su carrera como enfermera, iba a ser capaz de darnos la atención que requeríamos, especialmente después de la experiencia tan traumática que habíamos tenido con Shanon. La abuela pensó que para Adria y para mí sería más fácil, pero Ashley y Tevin tenían muchos más recuerdos e, indudablemente, estaban muy unidos a su madre.

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Esa semana, durante un descanso en el trabajo, la abuela entabló conversación con una mujer a la que no conocía y que le contó que había adoptado un niño con grandes carencias físicas y emocionales. Por lo visto, al principio, fue muy reticente a responsabilizarse de él porque no se sentía lo suficientemente fuerte para semejante tarea. Pero, finalmente, decidió responder a lo que Dios le estaba pidiendo. El niño estaba creciendo muy sano y era una fuente de alegría en su vida, estaba feliz de haberle adoptado. «Ha sido un regalo de Dios, prefiero no pensar qué habría sido de mi vida si hubiera dejado pasar esta enorme bendición». Ante esta completa desconocida abriéndole su corazón, la abuela captó la señal alto y claro. «El Señor no se equivoca», continuaba la mujer. «Nunca te pide más de lo que puedes dar». Le dio un par de palmadas en el hombro a la abuela y se fue. Conduciendo de vuelta a casa, la abuela no podía contener las lágrimas que le inundaban las mejillas. Supo que era Dios el que le pedía que nos abriera su corazón y el que le había mandado a esa mujer, un ángel de la guarda, para decirle que todo iría bien. Dios nos dejaba a su cuidado. Entonces supo que viviríamos con ella y con el abuelo, porque somos su familia y a la familia nunca se le da la espalda. Y, menos, a Dios.

Shanon quiso vernos antes de mudarnos a Texas, así que quedamos con ella en la Oficina de Protección del Menor de Columbus. Cuando la vimos andar hacia nosotros, con la trabajadora social a su lado, Ashley y Tevin se derrumbaron y rompieron a llorar. Durante el viaje a Houston, iban sollozando porque querían volver a casa.

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Adria y yo estábamos muy tranquilas, el abuelo dice que Adria se durmió en brazos de Ashley la mayor parte del camino mientras yo sonreía tan abiertamente que apoyó su frente en la mía y bromeó: «Ah, no, señorita Simone, no me vayas a robar el corazón». Fue precisamente él quien sugirió el nombre de Simone. Le encantaba desde que, de adolescente, escuchaba las canciones de Nina Simone en los suburbios de Cleveland. Siempre me ha hecho especial ilusión saber que el abuelo eligió mi nombre. Era como si, desde el principio, hubiera estado cuidando de mí. Llegamos a Houston una calurosa tarde de marzo del 2000. La abuela vino a recogernos al aeropuerto para llevarnos a Spring, una ciudad a 40 kilómetros al norte. Cuando aparcamos en el garaje, bajé de un salto del coche y corrí hacia la casa mientras las bolas de mis trenzas me golpeaban la cara. Nunca había visto una casa tan bonita como la de los abuelos, con esos suelos tan brillantes, el gran comedor en la cocina y la amplia escalera que llevaba al segundo piso. Arriba estaban las dos habitaciones donde dormiríamos nosotros cuatro. En mi cuarto había una cuna para Adria y una litera para Ashley y para mí. Tevin dormía en otro cuarto con Adam. Las compañeras de trabajo de la abuela le habían hecho una babyshower porque sabían que, adoptando a cuatro niños pequeños, necesitaría ayuda para volver a surtirse de algunas cosas. Le dieron una cuna, pañales y biberones para Adria, muñecas y ropa para mí, y mochilas y patinetes para Ashley y Tevin. Una amiga le dio incluso la litera de la que, nada más verla, empecé a colgarme y saltar desde el canapé de la cama de arriba, ¡casi rompo varias lamas! En el armario y en la cómoda había mucha ropa y zapatos, y, en los estantes de la librería, había cuentos de Junie B. Jones y una colección de Cenicienta en la que, orde-

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nada, aparecía el dibujo de un castillo sobre los lomos. Creo que incluso nosotros nos sentíamos como en un cuento de hadas porque allá donde miráramos había cosas nuevas y relucientes que los abuelos pensaron que necesitaríamos para vivir en Spring. Mientras la abuela nos enseñaba las camas en el cuarto de las niñas, me subí a una silla que estaba junto a la ventana. Adivinad lo que vi en el jardín: ¡Una cama elástica! «¡Abela, abela! ¿Puedo jugar ahí?», le pregunté, saltando de la silla y señalando hacia la ventana. Mi abuela estaba desconcertada pero Adam, de pie en la puerta, supo a qué me refería: «La cama elástica», dijo. «¡Claro que sí! ¿Quieres que vayamos a saltar ahora?». Me quedé de piedra durante un segundo, mirando a Adam con los ojos y la boca abiertos de par en par. Después salí disparada hacia abajo tan rápido como mis pequeñas piernas me lo permitían, atravesé el cuarto de estar y la cocina y no paré hasta llegar al jardín donde trepé a la cama elástica. Durante lo que me parecieron horas, salté, corrí, di volteretas e hice acrobacias. Las bolas de mis trenzas volaban y parecía que podían tocar el cielo. Lo primero que la abuela hizo cuando volví a entrar en casa fue sentarme en sus rodillas para desenredarme el pelo. Deshizo cada trencita y me quitó las bolas, me lavó el pelo y lo peinó. Cuando terminó, me sentía una princesa con mi pelo impecablemente dividido en dos perfectas trenzas. Me encantaba su cara de concentración mientras las hacía y el tacto de sus manos en mi pelo. Estaba ahí, sentada en sus rodillas, soñando con la nueva vida que comenzábamos y me sentí feliz porque los nudos que solía tener en el estómago habían desaparecido. Al ser la mayor, Ashley ayudaba mucho con Adria y conmigo: nos vestía, jugaba con nosotras y nos arropaba por las noches. A mí seguía sin gustarme dormir sola, y

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tampoco a Adria, así que la mayoría de las noches me metía en su cuna y me quedaba frita a su lado. La abuela, que cada mañana se sorprendía de vernos juntas en la cuna, creía que Ashley bajaba las barras, hasta que un día entró y vio una pierna colgando de ellas, la mía. Por aquel entonces, Adria estaba bajo mi control, la llevaba conmigo allá donde fuera. Era como si sintiera que yo era responsable de ella y, aunque los abuelos cuidaran ahora de nosotros, siempre iba de mi mano y la consolaba si lloraba, limpiándole la cara y diciéndole qué hacer y cómo. ¡Era una pequeña mandona que ni siquiera sabía pronunciar bien la r! Esta sobreprotección de hermana mayor tardó mucho en cambiar… en realidad, todavía no ha cambiado. A día de hoy, sigo cuidando de Adria. Pero no pasó mucho tiempo antes de que Adria se sintiera muy apegada a los abuelos. Antes, solía enfurecerse si no me veía cerca, hasta que llegó el día en que yo podía entrar y salir de una habitación sin que se diera cuenta. Si era la abuela la que salía del cuarto, berreaba. Por las mañanas, cuando dejaban a Ashley y a Tevin en el colegio y a nosotras en la guardería, mi hermanita lloraba desconsoladamente. Y, cada noche, durante la cena, Adria se escabullía de su trona, iba tambaleándose con sus primeros pasos hasta la abuela y se subía a sus rodillas para acabar ahí su plato. Ella sabía que Adria necesitaba sentirse querida y segura y por eso la mantenía a su lado como si llevaran pegamento. Quizá yo también necesitara algún tipo de seguridad, pero era mucho más extrovertida que mi hermana. O por lo menos así lo recuerda Adam. «Simone era una cosa pequeñita pero tenía una personalidad fuerte, atractiva y alegre y, siempre, una enorme sonrisa en la cara. Brincaba por todos lados, chillando. Era incapaz de controlar

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el volumen. Y todo era increíblemente fascinante para ella, cualquier cosa que te contara parecía que iba a hacerle estallar de emoción. Simplemente era su forma de hablar». Adam describía así mi lado más alegre y divertido pero yo tenía, además, otra cara. Así es. Ya entonces era increíblemente cabezota. Esta tozudez se ponía muy de manifiesto durante las cenas. La abuela no nos dejaba levantarnos de la mesa si no nos habíamos comido todo, así que yo me quedaba ahí durante horas hasta que empezaba a vencerme el sueño y la cabeza se me caía sobre el plato. El problema era que odiaba la chiclosidad de la carne. Y tampoco me chiflaban las verduras, yo soy más de pasta y pizza. Pero, para mi abuela, la carne y las verduras eran esenciales en una dieta saludable y exigía que dejara el plato limpio, lo cual era imposible porque, además de que quería comer, siempre parecían servirme más cantidad de la que podía comer. Pero tuve una brillante idea. Cuando nadie miraba, escondía la comida en un hueco debajo del alzador. La abuela nunca se dio cuenta hasta que, un día, limpiando la silla y el alzador encontró toda la comida oculta allí: patatas, filetes, trozos de pollo, zanahorias… Enfadadísima, amontonó toda la porquería en un plato. «Simone, te vas a comer todo esto», dijo deslizando el plato delante de mí. ¡Pillada! «¡No!», lloriqueé. La abuela solo intentaba demostrarme la cantidad de comida que estaba desperdiciando y, evidentemente, no me la hizo comer. Poco después, decidió que aquellas peleas diarias no merecían la pena y empezó a batirme la carne y las verduras y a servirlas con pasta. Me gustaba mucho más.

SIN MIEDO A VOLAR  29

Incluso con todas esas discusiones a la hora de la cena, adoraba a mis abuelos y enseguida hice amigos en el vecindario. Ocho meses después, precisamente cuando todos empezábamos a progresar, una tarde al volver del colegio, nos encontramos una cara familiar pero inesperada.

Í ndice Prólogo ...................................................... 9 Capítulo 1: El Día D .................................... 13 C a p í t u l o 2 : S p r i n g ( Te x a s ) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 9 C a p í t u l o 3 : U n v e r d a d e r o h o g a r .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 1 Capítulo 4: Flic Flac ................................... 39 C a p í t u l o 5 : S h a d y A r b o r W a y .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4 9 Capítulo 6: Una novena ............................... 61 Capítulo 7: Ascendiendo ............................. 69 Capítulo 8: Soñadora .................................. 79 Capítulo 9: Soltarse .................................... 93 Capítulo 10: Punto de inflexión .................. 107 Capítulo 11: Vida nueva ............................ 115 Capítulo 12: Redención ............................. 123 Capítulo 13: Sobre ruedas ......................... 131 C a p í t u l o 1 4 : Ta b l a s d e s a l v a m e n t o .. . . . . . . . . . . . . 1 4 3 C a p í t u l o 1 5 : C o m o e l e n t r e n a m i e n t o .. . . . . . . . . . . 1 5 1 Capítulo 16: El Almacén ............................ 163 Capítulo 17: Con los pies en la tierra .......... 177

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Capítulo 18: Bora-Bora ............................. 187 Capítulo 19: Las Últimas Cinco .................. 203 A g r a d e c i m i e n t o s .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2 2 7 C o n e c t a c o n S i m o n a B i l e s .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2 3 1

OT RO T Í T U L O E N E S TA C O L E C C I Ó N

C O R R E R PA R A V I V I R De los campos d e ex t e r m i n i o d e S u d á n a las Olimpiadas Lopez Lomong c o n M a r k Ta b b 3ª EDICIÓN

Correr para vivir no es solo una his toria sobre África ni s i q u i era u n r el a t o s o b r e a t l e t i s m o, e n t r e n a mi e n t o o s o b r e las Olimpiadas... Es la biografía de un joven que aun teniéndolo todo en contra es capaz d e per s eguir un sueño a todas luces inalcanzable. E n e s t e li b ro, L o p e z L o m o ng n o s c u e n t a c ó m o p a s ó d e s er u n p o b r e n i ñ o s o l d a d o e n l a g u e r r a c i v i l d e S u d á n a c o n v e rtir s e en atleta olímpico nor teamericano esponsorizado por Nike; d e cómo sobrevivió sin familia al terrible campo d e r e f u gi a d o s d e K a k u m a y d e c ó m o l o gró s a li r d e a l lí e vi tando así un fu turo abocado a la desesperanza.

w w w. p a l a b r a . e s Te l f s . : 9 1 3 5 0 7 7 2 0 - 9 1 3 5 0 7 7 3 9 [email protected]

Gimnasta olímpica en Los Ángeles 1984 y Seúl 1988, fue la primera española en conseguir un 10

••• “La vida de Simone es una gran historia de éxito para todas las edades”. —MARTHA KAROLYl

SlMONE BlLES

“Simone Biles es un claro ejemplo para todos los jóvenes y para toda la sociedad. Nos transmite claramente que si uno se propone conseguir un objetivo lo puedes lograr. No hay obstáculo insuperable. Gracias, Simone, por este maravilloso libro”. —Del prólogo de LAURA MUÑOZ

Coordinadora del equipo nacional de gimnasia artística de Estados Unidos del 2000 al 2016

••• “Sin miedo a volar es realmente una historia extraordinaria sobre una persona y una atleta increíble… Todos y cada uno de los capítulos son verdaderamente inspiradores”. —NASTlA LlUKlN

Mi camino a las Olimpiadas de 2016 comenzó un día de excursión escolar. Quizá creas que lo más asombroso de mi historia es llegar a ser medalla de oro olímpica en los Juegos de Río de Janeiro, partiendo de una infancia difícil en un centro de acogida. Pero no es así. Lo más milagroso de todo es cómo lo conseguí… O para ser más preciso, quién me ayudó a conseguirlo. Os voy a contar una historia. Mi historia. Os voy a contar cómo mi fe y mi familia consiguieron que mis sueños más profundos se hicieran realidad. Y cómo cuando persigues un sueño puede darte alas para volar. ISBN 978-84-9061-567-6

SlN MlEDO A VOLAR

Ganadora de cinco medallas olímpicas y conferenciante motivacional

EL MOVlMlENTO DE UN CUERPO

EL EQUlLlBRlO DE UNA VlDA

CON MlCHELLE BURFORD